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El viejo como callado, extraviado, no se enoja, no grita, eternas; repito, me da miedo pensar, aunque todo puede ser; autito
recibe la plata sin contarla, acaso si nosotros no se la diéramos mío, viejito, hermanos míos, si fuera verdad; pero sí, sí, sí, ése era
voluntariamente, ni se molestaría en pedírnosla. Sólo escucha en el auto, seguro; se me cae la bufanda, la alzo, la pongo al hombro
la siesta, mirando el techo desde su cama, el rumor que lo corroe como sea; el cajón suena y resuena al compás alegre de las
y corroe desmoronándolo pausadamente sobre las cáscaras de su monedas en el bolsillo; llego ahogándome y tosiendo, me limpio
corazón. Es como si el herrumbre que levemente se apodera del la nariz con la mano; y el auto no está en el lugar donde lo dejé
auto, contagiara también el fondo de su vida, traidoramente esta mañana, ni aparece por ninguna parte; entonces no me había
resuelta de milagro en fracaso. La vieja, dónde andará mi hijo, equivocado, era el auto, ya lo sabía, podía haberlo apostado; no
llora que te llora. me animo a entrar, no se ve a nadie, no se siente nada detrás de la
Es sábado. Atrás, el coche parece un fantasma cuya puertita entreabierta, a lo mejor, quién dice, lo estoy por creer;
memoria cruel se me pasa lustrando y lustrando. El laburo es pasan vecinos acarreando agua, otros toman sol
abundante por esto de los turistas, el centro parece un despreocupadamente, no quiero preguntarles, no quiero; empujo
hormiguero, no necesito ser avarote para ganarme mis buenos la puerta, la abro de par en par y lo hallo al viejo silbando
pesos. No voy a almorzar a casa. Me como dos milanesas y sigo despacito mientras se afana en arreglar una línea de pescar; me
lustrando. Además nos espanta el aire que se respira. Como si mira, hola, y sigue tranquilo, como si nada; se me cae algo del
todos los días estuviéramos de duelo. Cuando son más o menos corazón estrepitosamente al suelo, algo que no quiero pisar, pero
las seis de la tarde me doy por satisfecho. Con mi cajoncito en la que piso al primer paso; me acerco a la vieja y la encuentro
mano tinta, emprendo la retirada. Chupo pastillas de menta para reanimada, la mirada feliz, dejo a mis pies el cajoncito, la miro y
disimular el olor a cigarrillos. Silbo. Cuento mentalmente las con los ojos turbios, se da vuelta y se va secándose las manos en
monedas que me voy a hacer sentar. Los autos, muchos nuevos su falda, es cierto el hijo que faltaba duerme en paz sobre la cama
como el mío, pasan y repasan las calles, se estaciona, siguen, van grande; sólo mi hermana me toma de un brazo y entristecida me
y vienen; me dan ganas de gritarles que yo también tengo uno lo va contando, que desde el primer día venían unos gitanos casi
igual, me dan ganas nomás; los otros changos ya no me cargan, ni diariamente a buscarlo al viejo; que cuando lo hallaban le
me ponen apodos, último modelo, por ejemplo, desde que vieron ofertaban comprarle el auto o lo que iba quedando de él, que el
que cachándome en vez de enojarme me entristecen. Pero ahora viejo emperrado que no y no y no, ni en broma; que ella se entera
pasa el auto delante de mí, es el auto, recién me doy cuenta de esto recién ahora que lo dijo el viejo, que ni la vieja sabía
cuando se aleja y dobla en la esquina, es el auto, nuestro auto, nada; (yo tampoco, el viejo tiene tantos amigos…), que ayer
estoy seguro, cómo no lo voy a conocer, está bien lavado, entero, vinieron de nuevo y charlaron como dos horas, que anoche el
tiene todavía en el baúl esa rayadura hecha como con un punzón, viejo llegó tardísimo y apenas pudo dormir (yo también lo
qué bárbaro, está íntegro, anda, el auto, anda, me da miedo escuché darse vuelta y vuelta), amaneció enfermo y no salió a
pensar, imaginar, aunque el que el que lo maneja debe ser el changar (de eso también me acuerdo), que esta mañana vinieron
viejo, no pude fijarme bien con todo este tránsito, pero tiene que temprano, después que todos, menos el viejo, salimos para el
ser el viejo, quién más si sólo lo iba a manejar él, me apuro lo que trabajo; que trajeron un remolque y se lo llevaron, mientras el
puedo, corro, camino rápido, las últimas cuadras me parecen viejo se metía en el último lugar para no ver nada, que después
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salió y cerca de las dos volvió con aquel sinvergüenza que tiene
toda la culpa, y miralo durmiendo lo más campante y que el viejo
sólo añadió que no era justo venderlo, ni era justo dejarlo echarse
a perder y que por eso se lo dio a los gitanos, entendés, se lo
regaló a los gitanos.