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EILEEN MYLES

LA CASA DE TODO

Mezclo mis uvas con


las tuyas pero el
plato es muy chico y
mis uvas se van rebotando
por el suelo. El rebote
de tres o cuatro uvas.
Antes, cuando estacionaba
mi bicicleta sobre una
estructura anaranjada
que pusieron alrededor
de la señalética
normal para que, como
en el bosque,
no puedas ver la cima.
Estaba tan emocionada
por venir aquí
que intenté abrir el seguro
de mi bicicleta con las
llaves de tu casa.
Fue divertido ese
día. Por primera
vez experimenté
el dolor que siente
el pavimento,
negra cara de
pizza con
cuadros de metal
uno sobre otro
como si la calle
fuera atacada
por la NYU y
tuviera una placa
o un yeso. Y
luego es arrancada
y plegada,
desvestida y violada
gradualmente convencida
de ser vereda
pero la calle
debe saber que el
municipio se hará
cargo, ¿o no?
Los bastones de
los viejos golpean
su espalda. Bebés
llevados sobre ruedas
por algunos meses. Bicicletas
(yo) bajándose de
las veredas y subiéndose
a ellas virando, girando
yendo en la dirección
equivocada, Libres.

Cuando entré
encendí
la luz y
descubrí una toalla
amarilla con rayas
negras en el
suelo y un melón
enorme
reventado
y un par de
botas de vaquero.
Amo tu
vida. Seguramente
te bañaste.
Pero por
ahora
debo permanecer
en mi vida. Tomando
mis gotas
como esa
olla en el
lavaplatos.

Me comí la
mayoría de tus
uvas y las mías
están polvorientas y
tibias, hay
que lavarlas.
Las tuyas están
pasadas, así
que en realidad
las estoy salvando
al comerlas
ahora. Por qué
venden todo
a la temperatura
equivocada,
todo excepto
la ropa.
Me como
las uvas tibias
y sueltas
porque yo
realmente tengo
un problema,
las calles
equivocadas, la
ciudad equivocada
y ¡dios mío
tus flores
están muertas!
¡Ni siquiera
puedo descifrar
qué flores eran!
¿Acaso eran
tulipanes? Creo que
eran tulipanes.
No puedo creer
que he estado
tanto tiempo
afuera que
esos hermosos
tulipanes murieron.

Amo este
tipo de
poema: tu
edificio me re
cuerda a
mi primer
departamento.
Gente tocando
instrumentos
y equipos a todo
volumen. Locura
humana. Así
nunca puedo
sentirme sola.
Mi edificio pasó
esta etapa
hace seis años.
Ahora
todos están
domesticados
y jubilados del
procesamiento
de textos.
¡Y miren
ahí!
Toda esa
carísima
ropa interior
sin usar
ahí
sobre el sofá
desde el día
que la compraste.
Los enormes
calzones
lavanda encima
de todo. Bombacha violeta
de genciana. Oleadas
de agua hirviendo
destinadas
a ser mis tazas de
té para que
pueda hacerse
de noche.

Oh
dios y qué
tal si no
venís a
casa. Y qué
si llegás
realmente
tarde
y decís oh
además
compraste
limones.

pero voy a
llevármelos
a mi casa
porque vos
ya tenés
demasiados. Me
decís
que los usemos.
Me gustaría
más
si vos
vinieras y los
visitaras
en mi casa.
¿Cómo
podemos vivir
en casas en
medio de
Nueva York?
Eileen Myles,
nacida en
una casa
y muerta en
una casa.
Las vergüenzas,
la futilidad,
el vuelo
de la vecina
con su clarinete,
cada puerta de auto
azotada, nena,
sos vos
pero sé
que venís
en bicicleta.
Cuando llegue
la hora de
parar ya
habré parado
tantas veces
que no sabré
cómo bajar
las revoluciones.
Buenas noches,
Eileen.
No, pero. Eileen,
ya lo dijiste
todo. No
creo que
entiendas.
¡Quería irme
cuando
tenía treinta!
¿Por qué no
me fui
a Europa?
No podía
creer en
dios porque
no siento que
alguien me
esté cuidando.
Ella está
un piso más abajo
tocando un
clarinete.

No hablo
otro idioma.
Moriré en
inglés
entonces. Oh,
ahora—siento
tanta paz que
incluso
puedo escuchar
el reloj. ¿Anda más
rápido, no? Ese
es tu tiempo. No
me digas que el
tiempo de la muerte
se parece al tiempo
de la vida.

Cariño, llegué.
Lo hacés
distinto
cada vez.
Tirás
las llaves
distinto.
Te jactás
de lo que
lográs
aunque eso
no era
para nada
lo que querían.

No les
decís cosas
a las personas
porque
no querés
hacerlos
sentir mal, en
realidad, sólo se
trata de
tu soberbia. Estás
completamente sola
excepto
cuando pensás
en ellos.
Desesperadamente.
Hablando
sola. Deseando
que vuelvan o
que desaparezcan o
algo así. La
gente, los
humanos, Dios.
Nunca
antes detesté
tanto a
un ser
humano.
Dejame cerrar
la botella de
agua mineral.
Esta
noche pude
salir a
encontrarte.
Te imaginé
furiosa.
Pero
estaba tan
enojada que
no sentí
nada. Sólo
la brisa
en mi
mentón. La
bicicleta rebotando
sobre el pavimento.
Mi desgano
vital.
Si algo
me está
cuidando
a mí
y a todos
nosotros
que nos
agarre
firme
y no
diga
nada.
Le conviene
amarme
esta noche
por decirle
estas palabras. Si
los pájaros
hacen lo
que hacen
y el tiempo
pasa.
Apoyo
mi cadera
en el
alféizar,
tengo 36.

Como si alguna
vez hubiera
pensado al
mudarme que
viviría aquí
nueve años,
viendo
a mis vecinos
envejecer.

Y
ni siquiera
puedo imaginar
cómo debe
ser
morir.

*****
DINOSAURIO DEL SIGLO VEINTE

Hoy en la vitrina
de Bamey's
todos están desnudos.
¿Esa es la idea?
Unos están tirados
en el suelo, otros
de pie con dedos
serenos, de espaldas
a nosotros, trozos
de cinta de embalar
en sus culos.
En la vereda están
todos emocionados
como si vieran
algo nuevo. ¿Cariño,
te acordás del miércoles
en la noche? Íbamos
pasando, fue como
prender la tele la noche
que mataron a Oswald. El
verano desnudo en plenitud.
No una desnudez hippie, una
desnudez como del fin
de siglo. Gente blanca y rosa
pálido, desnudos.
Gente negra que se
ve increíble desnuda con
su tono chocolate. Hay
tanto tráfico. Toda
la ciudad parece vacía
de amor, sólo hay trabajo

y más trabajo. Bolsas en


los ojos de todos, paquetes
en sus brazos, el día
después de la gran
venta de Macy’s, y la sed
de sangre todavía en ellos.
En verano el mundo del
arte baja la velocidad. Es
hora de ir a la biblioteca
y descubrir qué
pasó. Gorky. ¿Quién era
Gorky? Nancy Graves
parece inteligente y
en todos los clubes
sin esperanza todos
los que me atendieron
parecen ser gays
hace décadas. No entiendo
nada. Todos se
están yendo a algún lugar
o acaban de volver.
En algún lugar todos
están desnudos, sólo
un ratito. Parece
que nunca estoy
desnuda con vos.
Te habías ido
hace demasiado
tiempo o el
trabajo estaba a medio
hacer y ya estabas
poniéndote la ropa.
Moriría
por el sexo y ese
es mi problema. A los
hombres que conozco
les está pasando
lentamente
y me gustaría subirme
desnuda a una cruz
y morir por mis
pecados
porque nunca
he estado satisfecha.
Llegó la hora
de que Jesús
sea una mujer. Una
mujer desnuda que sepa
cómo es la cosa. No
tendremos que pagar
porque ella lo habrá
hecho por todos.
Ella dice que pagó por
nosotros y todo el mundo
ríe disimuladamente. Anoche
le di cincuenta dólares. No
piensa dejarme en par. Ojala
buscara trabajo. Ha estado
haciendo lo mismo hace
tanto tiempo. Está igual
que cuando era una borracha.
No ha cambiado. No junta
ni pega. Lo único que le importa
es su cuerpo. Cree que todos
la están mirando. ¿Quién
la dejó entrar? Insoportable
y autocomplaciente. Una mujer
que no es de por aquí me tira
una botella de cerveza. Una mujer
que alguna vez até a mi cama
me da una piña. Un grupo
de performance viene
y me escupe. ¡Te odio,
sos una basura! Miren.
¡Le encanta! Mi hermana se ríe.
¡Eileen, bajate de ahí!
Dice mi mamá.
Me voy a la casa
a ver tele.
Todavía pensamos
que sos una poeta
y no una artista
de la performance. Tampoco
es como si ellos ganasen
dinero. No imagino
que haya financiamiento
para este tipo de obras.
Siempre supe que era así.
Yo le daría. De hecho, ya
me la cojí. Eileen, es
buena idea, pero tenemos
que comer algo. ¿Venís? Te
llamo en la noche. Gracias
por invitarme.
Sí, quiero seguir en tu lista.
No sé, creo que estás
“haciendo algo”.
Está en bruto. Sí.
es muy valiente. Bueno,
¿dónde vamos a comer? ¿Al
Round the clock? No—
¡Esas ensaladas
son asquerosas! Bueno,
entonces elegí vos el
restorán. OK.
OK. Vamos al Round
the clock. Podemos ir
a otro. ¡Está bien! En serio.

Quizás no fue
tan buena idea.
El lugar es un desastre
y tengo que limpiar.
Discúlpenme. Alguien
se desmayó en una de
las mesas chicas.
Discúlpeme, ¿podría usted
desclavar uno de mis pies
y una mano? Yo me encargo
de lo demás. Sí, soy yo
la que está hablando.
Acá arriba.
En el escenario.
La que está
en la cruz.
LA MOCHILA DE MI PAPÁ

Estoy demasiado cansada como para escribir


ahora sobre la mochila de mi papá. Me quedé
hasta muy tarde en una enorme iglesia vacía
llena de fantasmas y coros de mendigos
en los bancos de afuera cantando eh eh eh.
En una tirada de I Ching relativa a la nutrición
y los bordes de mi boca, me informaron de que
pude haberme desecho de mi tortuga mágica,
qué mal, seguro se trataba de esa mochila
de la segunda guerra mundial que besé,
dejé encima de un tacho de basura
y desapareció instantáneamente,
como las cosas bien despedidas
suelen hacerlo, como si fueran deseadas
en algún lugar o como si hubiesen sido
tan bien usadas, que sólo desaparecen.
No tengo mucho que decir sobre esa mochila,
excepto que encontré un buen reemplazo,
una versión de lona que estaba a dos dólares,
en una tienda de deportes a punto de quebrar
y supe que podría ser perdonada
por desechar al fin esa mochila vieja e inútil,
a la que ahora incluso le faltaban los tirantes
y estaba cubierta de anotaciones de un azul
iridiscente hechas con marcador negro,
rodeando las marcas negras y gruesas
que cubrían las horribles bocas y lenguas
que mi hermana dibujó en la mochila de mi papá
a principios de los setenta, cuando Nancy
se entrenaba en tener onda. En mi ausencia,
arruinó la pureza de la mochila de mi papá.
Era lo último que me quedaba de mi padre,
aparte de una tarjeta que me regaló
en un cumpleaños» pero eso es distinto.
Hay que dejar al hombre morir, ¿no?
Ya han pasado 23 años desde su muerte,
a estas alturas, lo conocí menos tiempo
del que he pasado recordándolo, ni siquiera
lo conocí. Sabía su nombre, entiendo
que estuvo en una guerra y le gustaba cantar.
Y recién, en junio, estaba sentada en algún
lugar de California y empecé a llorar porque
recién me di cuenta de lo triste que me sentí
cuando murió y creo que me amaba de verdad
y creo que me sentí muy abandonada
a los once años y que no sabía qué hacer
y que entonces empecé a ponerme ropa gris
y a mearme en los pantalones cuando me reía.
Esa fue una reacción extraña. Mi miedo
más profundo era que la gente pensara
que me estaba volviendo loca o que estaba
perdiendo el control. Papá, escúchame,
tenés que entender que ya no puedo seguir
llevando esta cosa a todos lados. No puedo
seguir arreglándola—la llevé al zapatero
y a la lavandería y resulta que nadie sabe
cómo ponerle tirantes aun trapo. No sé dónde
podría usarla y ya no sé dónde esconderla
en mi departamento, es sólo un pedazo
de tela, viejo y desteñido, con broches oxidados
y una chapa bonita. Y miré el número mil veces
y no pude encontrarle ningún significado,
no era un número importante. Así que,
consciente de que no se trata de vos, papá,
que es solamente una mochila vieja
y nada más, bueno, vos sabés el resto.
Algún pordiosero la tiene bajo su cabeza
en la entrada de un edificio, aquí a la vuelta,
quizás ya está muerto, quizás ya le perteneció
a dos hombres muertos. Sólo sé que es tarde,
que estoy cansada y que ya no la tengo.
UN POEMA NORTEAMERICANO

Nací en Boston en
1949. Nunca quise que
se supiera, de hecho,
he pasado la mayoría
de mi vida adulta
intentando esconder mis
primeros años bajo la alfombra
y tener una vida que
sea sólo mía,
independiente del
destino histórico de
mi familia. ¿Pueden
imaginar cómo se sentía
ser una de ellos,
parecerme a ellos,
hablar como ellos
y gozar de los beneficios
de haber nacido en una
familia norteamericana
tan rica y poderosa. Fui
a las mejores escuelas,
tuve todo tipo de tutores
y entrenadores, viajé
mucho, conocí a los famosos,
a los controvertidos, a
los no-tan-admirables
y pronto supe que
si alguna vez tenía la
posibilidad de escapar al
destino colectivo de esta famosa
familia de Boston, yo
tomaría ese camino y
eso fue lo que hice. Tomé
un tren a Nueva
York a principios de los
setenta y podríamos decir
que ahí empezaron mis
años ocultos. Pensé:
Bueno, seré poeta.
¿Qué puede ser más
absurdo e incomprensible.
Me hice lesbiana.
Todas las mujeres en mi
familia parecen
lesbianas, pero
te pasas de la raya
si lo sos.
Al mantener esta pose
ignominiosa he visto y
he aprendido y
empiezo a creer
que no hay cómo huir
de la historia. Una mujer
con la que actualmente
tengo un asunto dijo
¿te has dado cuenta?
te pareces a los Kennedy. Sentí
la sangre subir a mis
mejillas. La gente
siempre se ha burlado
de mi acento de Boston
cuando digo "large" y
entienden “lodge”, cuando
digo “party” y entienden
“potty”. Pero cuando
esta mujer desprevenida
invocó por primera vez
el apellido de mi familia
supe que se había acabado
la fiesta. Sí, eso soy,
soy una Kennedy.
Mis intentos por seguir
oculta no sirvieron
de mucho. Tras empezar
como una humilde poeta,
escalé rápidamente a
lo más alto de mi profesión
y asumí un lugar de
honor y liderazgo.
Era sólo lo justo
que una mujer
me expusiera. Sí,
soy una Kennedy.
Y espero
sus órdenes. Ustedes
son Nuevos Norteamericanos.
Los desamparados vagan por
las calles de la más grande ciudad
de nuestra nación. Hombres
enfermos de SIDA entre
ellos. ¿Es cierto
eso de que no hay casas
para los que no tienen casa, que
no existe ayuda médica
para estos hombres y mujeres
que-—mientras agonizan—
reciben el mensaje
de que este no es su hogar?
¿Y cómo están tus
dientes hoy? ¿Podés
pagar su arreglo?
¿Cuánto cuesta tu alquiler?
Si el arte es la más elevada
y más honesta forma de
comunicación de
nuestra era y el joven
artista ya no es capaz de
venir acá para hablar
a su época... Sí, yo pude,
pero eso fue hace quince años
y lo recuerdo—como debo.
Soy una Kennedy.
¿No deberíamos todos ser Kennedys?
La más grande ciudad de esta nación
es el hogar de hombres de negocios
y de artistas llenos de guita. Gente
con hermosos dientes que no están
en las calles. ¿Qué debemos
hacer sobre este dilema?
Escuchen, fui educada.
Aprendí sobre la civilización
occidental. ¿Saben cuál
es el mensaje de la civilización
occidental? Estoy sola.
¿Estoy sola esta noche?
No creo. ¿Soy la
única con encías sangrantes
esta noche? ¿Soy la única
homosexual en este salón
esta noche? ¿Soy la única
cuyos amigos han
muerto y siguen muriendo?
Y mi arte no puede ser
sostenido hasta que
sea gigante, más grande que
el de los demás, confirmando
el sentimiento del público de
que están solos. Que sólo
ellos están bien, que merecían
pagar las entradas
para ver este Arte.
Están trabajando,
están saludables, deberían
sobrevivir y son
normales. ¿Sos
normal esta noche? Todos aquí.
¿Somos todos normales?
No es normal que
yo sea una Kennedy.
Pero ya no siento
vergüenza, ya no me siento
sola. No estoy sola
esta noche porque todos
somos Kennedys.
Y yo soy su presidenta.

Eileen Myles, Nacida en Cambridge en 1949, ha escrito más de veinte libros de poesía, ficción, no ficción, y además
es dramaturga, periodista de cultura y performer. Entre sus libros se cuentan Evolution, Snowflake/different
streets, Inferno: A Poet’s Novel, Sorry, Tree y Tow. Yo no (Not me, en el original) es el primer libro traducido al
español de Eileen Myles (Massachusetts, 1949). Con la edición al cuidado de Cecilia Pavón y la traducción del
chileno Rodrigo Olavarría, el libro lanzado por la editorial Mansalva reúne una serie de escritos a lo largo de la
década de 1980.

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