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Dani estaba acariciando a su perro mestizo, de color negro, en el salón.

Entre sus manos tenía


un libro de la historia de España. Dani era curioso, extrovertido y siempre le interesaba ampliar
sus conocimientos de clase para sacar sus propias conclusiones de lo que los maestros
explicaban; había comenzado primero de bachillerato.

Ese trimestre tenía como materia la Guerra Civil y la posguerra. Había elegido un libro y estaba
ojeando, como si fuera un acordeón. Ese se abrió por una página donde había impresa una
fotografía en blanco y negro de un pueblo,” Calamonte”, exclamó, que casualidad es el pueblo
de mi abuelo. Dani pasaba allí, todos los años, unos días en verano, le gustaba ir a las fiestas
donde, todas las mañanas por las calles había gigantes y cabezudos corriendo detrás de los
chavales con una porra de goma blanda, hasta llegar a la plaza del pueblo donde se deshacía la
jauría de gente y, por las noches al refrescar, siempre había una orquesta que tocaba todo tipo
de música; allí, tenía una pandilla y le encantaba la sensación de libertad que daba salir con la
bicicleta por esas calles, algunas todavía empedradas conservando lo añejo del pueblo.

Lo que más le gustaba era llegar al Arroyo del Chaparral que pasaba por allí y poderse bañar en
las pozas sin temor. Era como retroceder en el tiempo; qué distinto a la ciudad; se sorprendió
al ver el pueblo en los años cuarenta ¡Qué pobre se veía! Las calles no estaban asfaltadas, eran
de arena y las casitas eran de barro con ventanucos estrechos; en la imagen se veía a un chico
tirando de un burro con un carro lleno de trigo, vestía pantalones cortos con sandalias y un
jersey raído, llevaba las rodillas llenas de heridas y el pelo todo enmarañado. El pie de foto,
describía la situación de hambruna después de la guerra civil. Pensó en su abuelo y lo difícil
que debieron ser aquellos años.

Después había una carta impresa también en el libro; los historiadores comentaban que había
sido recuperada de unos archivos de correos junto con miles de correspondencia más que
nunca llegaron a su destino ya que eran requisadas por el gobierno de la dictadura cuando
veían cuales eran los destinatarios.

Ésta en concreto parecía escrita por un niño o niña por el tipo de escritura y letra:

“Querido Antonio, ¿cómo te encuentras? No sabemos si puedes recibir correspondencia, no sé


si ésta carta llegará alguna vez a tus manos o quedará en el olvido.

Quería que supieras que por aquí todos estamos bien, eso sí, pasando hambre, pero todos
juntos, solo nos faltas tú. La cartilla de racionamiento que tenemos no da para mucho y son
muchas bocas las que alimentar, pero bueno ya sabes, mamá, se saca esos guisos
maravillosos, que nos saben a gloria, ayer nos puso una olla con pan, cardillo y bellota.

Papá trabaja todo el día el campo, de sol a sol, para sacarse unos reales extras e intentar ir a
Madrid a verte.

El abuelo hace de vez en cuando trapicheos, cambiando algún cigarrillo por un trozo de algo
más que no sea pan, nunca preguntamos cómo lo consigue; el día que se pone el abrigo de
lana sabemos que hay negocio. La abuela se enfada mucho con él, le dice: “Chacho como te
pillen con ese chambergo en pleno verano, vamos a tener problemas”

El resto de hermanos están bien. Vamos todos a la escuela, ahora damos religión como
materia obligatoria y la verdad es que no se nos da nada bien, D. Julio solo habla del “espíritu
nacional” y nos han dividido en aulas, las niñas por un lado y los niños por otro, no nos vemos
ni en el recreo. Una vez a la semana nos hacen ir a misa, D. Basilio, el cura, pasa revista a ver
quién falta y si alguno no va se lo comenta al maestro, para que proceda a un castigo.
Aunque no está bien lo que te voy a contar el otro día intentamos, Pepe y yo con un tirachinas,
darle a una cigüeña que estaba en lo alto del campanario, queríamos llevar a casa un manjar,
pero la muy lista esquivaba con su pico todos los tientos que le dábamos, como si de un bate
de beisbol se tratara. Harta de nosotros, elevó sus alas para emprender el vuelo y pasó por
encima de nuestras cabezas como un avión, que susto nos dio, salimos corriendo como cuando
hacíamos cuando atacaban los aviones en la guerra para refugiarnos en la iglesia.

Espero haberte sacado por un momento una sonrisa. Pronto volverás a casa.

Te echamos todos de menos,

Tu hermano.”.

Dani se quedó pensando si, en un pueblo tan pequeño, su abuelo podría conocer a esa familia,
y si el niño de la carta podía ser amigo suyo.

Pedro, paseaba por el parque como todas las mañanas desde que se jubiló hace años,
respiraba despacio, el frio de diciembre se adueñaba de sus huesos, había pasado una mala
noche. Hacía dos años que no iba a la biblioteca, ya que la pandemia le había recluido en casa.

En la recepción estaba Paquita, que saludó calurosamente como si le hubiera visto ayer
mismo, estuvieron charlando un rato y miró hacia la zona de lectura del recinto a ver si veía a
sus amigos del barrio, jubilados también como él.

La Chata (así se llamaba la biblioteca), era el punto de encuentro diario, donde podían leer el
periódico y con esa excusa, después tomar un café en el bar de la esquina o un vermut
dependiendo de la temporada y de los ánimos. Pero de eso hacía ya dos largos años, ahora
solo se escribían mensajes al móvil para ver si la cuadrilla de los “jubilatas” (como les llama
Paquita), seguía en pie.

Se sentó un rato, en su esquina preferida con un café de máquina, al lado de un gran ventanal
donde se filtraban los rayos de sol. Allí se encontraba bien, hacía una temperatura ideal para
dejarse llevar por los recuerdos, abrió el ejemplar y comenzó a leer el prólogo del libro que
había elegido, un libro de historia…

Llegó a casa a las dos de la tarde, María tenía la mesa preparada, olía a cocido. Después de ver
el telediario se fue a su sillón preferido al lado del balcón que tenían en el salón, la esquina
perfecta para leer y echar una cabezadita. Allí abrió el libro que había cogido de la biblioteca;
notó algo extraño a mitad del ejemplar y descubrió un marca páginas, justo señalaba la foto de
su pueblo, a su mente le llegaron fogonazos de recuerdos pasados y se encontró con la
impresión de una carta a pie de ella:

“Querido Antonio,”

Su garganta se quedó seca, su corazón se paró por un segundo, pensó que no podía ser real lo
que estaba leyendo, aquella carta escrita por él en agosto de 1940.

Cogió el separador del libro entre las manos, le dio la vuelta y se encontró con la foto de su
nieto Dani. Un marca páginas que había elaborado en la clase de plástica para regalar por
Navidad. Sus ojos se llenaron de lágrimas, se levantó a coger el teléfono para llamar a su nieto.

“Las cosas no ocurren por casualidad, sino porque algo hemos hecho para que sucedan y
entonces por nuestra búsqueda, por nuestro esfuerzo, se produce la magia”.

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