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Señores …….

se terminó la fiesta

De Verónica Mendizabal.

Aunque los años pasen, siempre vamos a recordar al Gallego, cuando se apareció esa

vez en la terraza con la escopeta en la mano. Allá por la década del setenta, en plena

dictadura militar. Ver armas por esos días, no era algo fuera de lo común.

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Nací en la capital, Buenos Aires, para cuando alcance los once luego de un verano, al

Gallego, se le ocurrió ir a probar suerte a Rio Tercero, Córdoba. Sin saberlo, ahí estaba

comenzado con mis primeros duelos: dejar a toda la barra de amigos del barrio, chucho;

Fer (del cual estaba perdidamente enamorada, aunque luego se casó con Graciela, prima

de Ana, mi mejor amiga), los hijos del Doctor y la maestra Otilia, Román; Gaby y no

me acuerdo; la hermana de chucho y Fernando; Stellita (un personaje sumiso al cuidado

de una casa similar a los castillos feudales); Patricia Sandri, bella; las Federico: Ana y

Mónica, la Mimi y la prima de ellas, Graciela.

***

En esa migración vivimos seis meses en el Hotel Argentino que en la actualidad,

pandemia por medio, cerró definitivamente sus puertas.

***

Otro recuerdo que no se borra de mi cabeza, es una vez, en la escuela primaria, el

Instituto Dr. Alexis Carrell, donde curse la mitad de quinto grado y la mitad de sexto,

porque finalice sexto en Buenos Aires y séptimo también, es una vez que estaba sentada

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en el pupitre, y tenía tenía unas medias muy lavadas con el elástico vencido. Se me

caían abrazando los tobillos. La Roxy mi miró como diciendo qué haces acá pobretona.

Nuestra estancia en Rio tercero no fue un tiempo sin más, en ese año nació Iñaki, mi

hermano. Para ese tiempo ya habíamos alquilado, la casita blanca le decían los vecinos.

Habíamos ido a las sierras, era domingo y nos volvimos antes porque mami había

empezado con la labor de parto. La abuela Carmen estaba con nosotros, había viajado

de Buenos Aires. Esa noche antes que naciera, recuerdo haber escuchado un gran

quejido, cuando lo comente al otro día, me dijeron, seguro fue una gata en celo, pero yo

sabía que era mi mami, dando a luz.

También recuerdo cuando me vino por primera vez, fue en la casita blanca. A los once

fue. Todo un verdadero drama, no solo por convertirme en mujer sino porque fue la

primera vez que me desmaye.

Después de eso, volvimos a Lanús Este, donde me reencontré con mi querido barrio,

mis compañeros de la Escuela N°7 y donde me enamore por primera vez. Rubio ,alto,

fachero y creí morir cuando nos mudamos a ese pueblo horrible, que simulaba morir

entre las 12 del mediodía hasta las cinco de la tarde, el momento denominado –la siesta-

que hasta los perros dormían, odie ese pueblo, que luego se convirtió en mi hogar.

Que loca que es la vida, porque el padre de mis hijos y marido por treinta y tres años,

también se llama Luis, la diferencia es que uno residía en Lanús Este y el otro en Oeste.

Una imagen cada tanto vuelve, cuando íbamos desde casa al colegio, la “siete”, a la

vuelta de casa, vivíamos en la calle Elizalde 1010, tomábamos por Ayacucho y al llegar

a la Donovan en la esquina perpendicular estaba el club Arenas, seguíamos por

Ayacucho y de ahí a la panadería La Madrileña que estaba al final de la cuadra. Para

llegar teníamos que pasar por un lugar que recuerdo que era alto, le decían el Molino,
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siempre había agua en la vereda, olor a cereal. Llegar a la panadería era como hacer un

viaje al país de las maravillas de Alicia, porque los olores y sabores, invitaban a

comerse todas las facturas, en especial las que tenían esa rica crema amarilla.

Hablando con Ana una de las Federico, me decía el otro día, ¿te acordas cuando

compramos un disco simple de Camilo Sesto con el dinero que nos dio tu papa –el

Gallego- por lavar la camioneta? En esos momentos uno piensa que la vida no es capaz

de atravesarte, por eso no nos planteábamos que hacer con ese disco comprado a

medias, porque nuestra amistad iba ser eterna, sin necesidad de división de bienes.

El otro día hablando con mi mama de algunos recuerdos de mi infancia, le pregunto: ¿te

acordas de la panadería la Madrileña que estaba de camino al cole? Y ella me responde,

¿Cómo no me voy a acordar? La vez que teniendo cuatro años, tomaste mi monedero

para ir a la casa de tu abuela, fue la panadera Lucrecia, la que te retuvo hasta que yo

llegue.

En esa época, los hijos no formábamos parte de las decisiones familiares, aunque Tenía

que ver con nosotros, las decisiones de los Mendizabal las tomaban mis padres. Ellos

decidieron la mudanza a Río Tercero, porque ahí se buscaban yeseros, oficio que

compartían mi papá, tío y hermano menor.

Iñaki cumplió su primer añito en Lanús. Para esa ocasión invitamos a todos mis amigos,

los del barrio. Casi al anochecer, mientras bailábamos lento, en realidad no parecía un

festejo de un año, en el patio que se convertía en el garaje de la camioneta blanca con

dos líneas finas pintadas de punta a punta en el capot del gallego, la Dodge, se apareció

de repente, puso las luces altas y todas las parejitas se soltaron, denotando el crimen de

ser adolescentes enamorados. Y así se puso la nota final al festejo.

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No sé si reaccione mal, no había espacio para las reacciones, solo en esa época al igual

que en la dictadura, acatábamos, porque de lo contrario, había castigo. Por eso fue que

se organizó en mi terraza, una fiesta de despedida porque me iba para Córdoba. A la

media noche cuando estábamos acaramelados, apareció el Gallego con la escopeta de

dos caños. Y con esa sonrisa entre sarcástica y burlona dijo la frase que todavía resuena

en la calle Elizalde al 1014: Señores se terminó la fiesta.

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