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E samadre
tarde, haciendo las compras de último minuto, intentó convencer a su
para que le comprara un libro. Ardua tarea. Para que entrara en la
librería tuvo que explicarle su idea.
—Mamá, si cada uno de nosotros lleva un libro en la maleta, nuestra escuela en
Hatillo se llenará de libros, y mis amigos...
Su madre la miró como si estuviera chiflada.
—¿Tus amigos?... Hija, ¿no ves que allí la gente no tiene muchas cosas? Mejor les
llevamos algo de ropa, zapatos... ¿Crees que con un libro vas a arreglar todos los
problemas? Además, pesan mucho.
—¡Un libro vale para todo! Con los libros viajas, con los libros sueñas, los libros
te protegen, te acompañan... Tienen cobertura en todas partes, no necesitan pilas ni
enchufes, ni wi-fi... Los puedes leer en cualquier sitio... y muchos niños los pueden
aprovechar, ya que no se gastan por leerlos. ¡Cómprame aunque sea uno, por favor...!
Yaniris continuó enumerando las ventajas y, fueron tantas y tantas las razones,
que a su madre no le quedó más remedio que entrar en la librería y comprarle el libro.
Como amaba tanto las librerías y no tenía muchas oportunidades de entrar en
ellas, la niña tardó lo suyo en escoger el que llevaría de regalo: un libro hermoso de
verdad, repleto de coloridas y originales ilustraciones. Y no pesaba mucho.
E sacamisetas,
noche, después de cenar, hizo con cuidado su equipaje, dobló sus
sus bañadores, guardó el repelente de mosquitos (seguro que los
mosquitos no se acordaban que había nacido allí), las chanclas, el pijama... y por
último, colocó el libro encima de todo lo demás. Por si acaso, también metió uno para
ella en la mochila. Cuando terminó, alineó su
maleta y su mochila en la entrada de la casa detrás
de las de su padre, su madre y su hermano.
¡Mañana volvía a su tierra!
El director don Narciso, atento a todo, salió a recibirlos. Yaniris pidió ir a 3°,
hasta que recordó que sus amigos estarían como ella, a punto de terminar 6°. ¡Qué
tonta! Caminó con paso inseguro por el pasillo; qué pensarían de ella sus amigos. ¡Un
libro! Debía haber hecho caso a su madre, debió traerles bolsas de chuches, playeros,
balones... Se mordió los labios nerviosa y apretó el libro contra el pecho.
—¡Tenemos visita! —anunció don Narciso.
Yaniris miró atrás, todavía estaba a tiempo de dar la vuelta. ¿Dónde estaban su
padre y su hermano? Su madre la empujó suavemente dentro del aula. Algunas niñas
la saludaron tímidamente...
Ahí estaban... ¡Bernarda! ¡Nana! ¿Ana Gabriela? ¿Jenny?
No quiso seguir mirando, se sentía ridícula cuando entregó el libro a la maestra.
Doña Miriam, recordó que se llamaba. Yaniris logró balbucear unas pocas palabras
mirando al suelo.
—Es solo un libro, pero es bonito... me encantaría que mis amigos tuvieran una
biblioteca... como yo allá... me gusta tanto leer.
Levantó algo la mirada y desde un rincón del aula, Starlingbell le hizo un guiño
burlón...
¡Ese trasto seguía castigado!
La maestra doña Miriam sonrió y tomó el libro entre sus manos.
—¡Es precioso! —dijo en voz alta y le dio las gracias—. Ojalá todo el que volviese
de visita nos trajera un libro de regalo... Todos deberían traer libros en la maleta.
—¡Eso está hecho! —dijo su padre desde la puerta. Allí estaban él, su madre y su
hermano, cada uno con un libro en la mano, y... ¡sorpresa! ¡Con bolsas de chuches!
Un libro en la maleta.