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Llevo un libro en la maleta

Y aniris cerró el libro de cuentos. Era el último día de clases y quería


aprovechar la biblioteca al máximo. Era su lugar favorito en toda la escuela.
Vacaciones. ¡Por fin!
Su madre llevaba tres años completos soñando con este viaje; nada más poner el
pie en España y conseguir trabajo, comenzó a guardar dinero para volver.
Yaniris amaba leer.
Intentó recordar su antigua escuela en un pequeño pueblo de República
Dominicana, a 9.000 kilómetros de distancia. Las estanterías estaban vacías, allí no
tenía los hermosos libros como los que ahora disfrutaba, pero tenía el polvoriento
patio del recreo. Añoró la nube de pétalos rojos que levantaba al jugar. Con el verano
en puertas, el suelo solía cubrirse de flores caídas del flamboyán.
También tenía muchos amigos y merendaban mangos sin necesidad de
comprarlos.
Yaniris cerró los ojos y volvió a respirar el aire cálido de su pueblo, Hatillo, y se
relamió pensando en la jugosa fruta. Lo pasaba tan bien allí.
¿La recordarían sus amigos?
Pronto lo sabría.

Qué difícil había sido adaptarse. La nueva


escuela en España era enorme, el patio era enorme,
los acentos distintos, las hojas de los árboles
distintas, y estaba el frío... Antes, en el recreo,
sentía un enorme vacío; su peinado era distinto y
hablaba distinto al resto.
Suerte que empezó a leer.

T res años esperando. Pensó en algún


regalo que pudiese llevar a sus antiguos
amigos, algo de lo que todos pudieran disfrutar. Un
juguete estaba bien; unos playeros, quizás... una bolsa repleta de chuches. Pero esos
regalos solo duran un rato nada más, ¿y luego qué? Buscaba algo más duradero, algo
que quedara con sus amigos después de que hubiera regresado a España.
Volvió a mirar el libro que tenía entre las manos...
—¡Ya sé! —se dijo mientras se le iluminaban los ojos—. Voy a llevar un libro en la
maleta.

E samadre
tarde, haciendo las compras de último minuto, intentó convencer a su
para que le comprara un libro. Ardua tarea. Para que entrara en la
librería tuvo que explicarle su idea.
—Mamá, si cada uno de nosotros lleva un libro en la maleta, nuestra escuela en
Hatillo se llenará de libros, y mis amigos...
Su madre la miró como si estuviera chiflada.
—¿Tus amigos?... Hija, ¿no ves que allí la gente no tiene muchas cosas? Mejor les
llevamos algo de ropa, zapatos... ¿Crees que con un libro vas a arreglar todos los
problemas? Además, pesan mucho.
—¡Un libro vale para todo! Con los libros viajas, con los libros sueñas, los libros
te protegen, te acompañan... Tienen cobertura en todas partes, no necesitan pilas ni
enchufes, ni wi-fi... Los puedes leer en cualquier sitio... y muchos niños los pueden
aprovechar, ya que no se gastan por leerlos. ¡Cómprame aunque sea uno, por favor...!
Yaniris continuó enumerando las ventajas y, fueron tantas y tantas las razones,
que a su madre no le quedó más remedio que entrar en la librería y comprarle el libro.
Como amaba tanto las librerías y no tenía muchas oportunidades de entrar en
ellas, la niña tardó lo suyo en escoger el que llevaría de regalo: un libro hermoso de
verdad, repleto de coloridas y originales ilustraciones. Y no pesaba mucho.

E sacamisetas,
noche, después de cenar, hizo con cuidado su equipaje, dobló sus
sus bañadores, guardó el repelente de mosquitos (seguro que los
mosquitos no se acordaban que había nacido allí), las chanclas, el pijama... y por
último, colocó el libro encima de todo lo demás. Por si acaso, también metió uno para
ella en la mochila. Cuando terminó, alineó su
maleta y su mochila en la entrada de la casa detrás
de las de su padre, su madre y su hermano.
¡Mañana volvía a su tierra!

C ruzar el charco no es cosa fácil. Un avión,


luego otro más grande, horas y horas de
aeropuertos y más horas de vuelo. Yaniris se
entretuvo leyendo, contando, echando cálculos:
200 pasajeros por un libro igual a 200 libros.
Un avión... ¡una biblioteca!
Hasta que por fin la azafata avisa que “En
breves momentos aterrizaremos en el Aeropuerto
Internacional de Las Américas, por favor,
plieguen sus mesitas y pongan sus asientos en
posición vertical”.
Toda la familia suspira cuando aterrizan, los
aplausos y la alegría son contagiosos.
¡Estamos en casa! ¡Por fin!
¡Qué Calor! Qué dulce huele la Isla. Corrieron
a coger sus maletas y salieron al encuentro de la
familia. Su padre y su madre sudaban y lloraban de emoción y alegría. ¡Cuántos
abrazos, cuánta gente para recibirlos, madre mía!
Necesitaron tres coches para llevarlos al pueblo, a Hatillo.
Más horas de viaje. El mar, las palmeras, los bocinazos, puentes, ríos, barrios
colgados en laderas a la orilla de los ríos, la capital, Santo Domingo. Y por fin Hatillo.

Yaniris se caía de cansancio.


Se colgó de los abuelos, del resto de la familia, recorrió su casa. Vivió el regreso
como un sueño hecho realidad. Mañana iría a su antiguo colegio.
Después... no se dio cuenta quién la metió en la cama.
Kikirikíiii… cantó el gallo. ¿Dónde estaba?

Era Hatillo, no era España.


Lo supo porque no había persianas en la ventana que impidieran la entrada de
los rayos de sol.
Yaniris remoloneó un poco en la cama, metió los dedos en unos agujeritos del
mosquitero, una vieja costumbre, y pensó: tres años habían pasado... de 3° a 6°.
En España tuvo que esforzarse mucho para sacar el primer curso adelante, tantas
palabras distintas... pero se empeñó y aprobó “por los pelos”, como dijo su tutora.
También dijo: “A esta niña le irá bien, le gusta leer”.
No tardó en encontrar nuevos amigos.
Saltó de la cama y abrió la maleta, se puso su mejor vestido, sacó el libro y se fue
a desayunar. La cocina estaba en el patio y Mamama se mecía alegre en su mecedora:
¡Fuin hian! ¡Café con pan!

¿La recordarían sus viejos amigos?


La vieja camioneta del tío Benito la esperaba afuera. ¡Su padre, su madre y su
hermano se apuntaban a la visita! Saltó a la parte trasera con su hermano, con cuidado
de no pisar los paquetes. Serían recados del tío.

¡Qué pequeña era la escuela!


ESCUELA BÁSICA HOJAS ANCHAS
El letrero era el mismo, sin embargo, las paredes habían sido pintadas de vivos
colores, parecía nueva. El patio de recreo, antiguamente de tierra pisada, era ahora
de cemento. Yaniris suspiró aliviada al comprobar que los grandes árboles de mangos
y los flamboyanes seguían envolviéndolo, dando sombra, fruta, flores.

El director don Narciso, atento a todo, salió a recibirlos. Yaniris pidió ir a 3°,
hasta que recordó que sus amigos estarían como ella, a punto de terminar 6°. ¡Qué
tonta! Caminó con paso inseguro por el pasillo; qué pensarían de ella sus amigos. ¡Un
libro! Debía haber hecho caso a su madre, debió traerles bolsas de chuches, playeros,
balones... Se mordió los labios nerviosa y apretó el libro contra el pecho.
—¡Tenemos visita! —anunció don Narciso.
Yaniris miró atrás, todavía estaba a tiempo de dar la vuelta. ¿Dónde estaban su
padre y su hermano? Su madre la empujó suavemente dentro del aula. Algunas niñas
la saludaron tímidamente...
Ahí estaban... ¡Bernarda! ¡Nana! ¿Ana Gabriela? ¿Jenny?
No quiso seguir mirando, se sentía ridícula cuando entregó el libro a la maestra.
Doña Miriam, recordó que se llamaba. Yaniris logró balbucear unas pocas palabras
mirando al suelo.
—Es solo un libro, pero es bonito... me encantaría que mis amigos tuvieran una
biblioteca... como yo allá... me gusta tanto leer.
Levantó algo la mirada y desde un rincón del aula, Starlingbell le hizo un guiño
burlón...
¡Ese trasto seguía castigado!
La maestra doña Miriam sonrió y tomó el libro entre sus manos.
—¡Es precioso! —dijo en voz alta y le dio las gracias—. Ojalá todo el que volviese
de visita nos trajera un libro de regalo... Todos deberían traer libros en la maleta.
—¡Eso está hecho! —dijo su padre desde la puerta. Allí estaban él, su madre y su
hermano, cada uno con un libro en la mano, y... ¡sorpresa! ¡Con bolsas de chuches!

U na fiesta de fin de curso memorable en el aula de 6° de la Escuela Básica


Hojas Secas de Hatillo, donde con cuatro libros en la estantería, quedó
oficialmente inaugurada La Biblioteca de la Maleta.
Yaniris jugó con sus antiguos compañeros en el patio del colegio.
Era como si nunca se hubiese marchado.
Nana, Bernarda, Ana Gabriela, Jenny, todas la recordaban.
—¡Y cuidado! —la advirtieron— Starlingbell todavía tiene la odiosa costumbre de
tirar de las coletas.
Ella les contó un poquito de su nueva escuela, lejos, en España, allí también tiene
buenos amigos, nuevas palabras... Su mejor amiga se llama Covadonga.
—¡Covadonga! —exclamaron todos entre risas...
—¡Qué nombre tan raro!
Les explicó también que la biblioteca de su colegio español era enorme, repleta
de libros hasta el techo, que le encantaba, pero que no se comparaba con la suerte de
tener mangos y flamboyanes en el patio del recreo.
Las niñas hicieron planes para los siguientes días... ir a la playa, de excursión al
balneario, se visitarían unas a otras, como siempre.
El verano prometía cosas buenas, el futuro las prometía mejores.

Y todo empezó por llevar…

Un libro en la maleta.

Virginia Read Escobal


Llevo un libro en la maleta
Oviedo: Pintar-Pintar, 2011

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