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EL DERECHO A LA PRODUCCIÓN Y CREACIÓN

LITERARIA, ARTÍSTICA, CIENTÍFICA Y TÉCNICA* *

Joaquín Urías
Letrado del Tribunal Constitucional

SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. EL OBJETO PROTEGIDO: LIBRE CREACIÓN Y PRODUCCIÓN;


ARTÍSTICA Y TÉCNICA; III. EL ÁMBITO DE PROTECCIÓN; 1. La protección del momento creativo; 2. La
protección de la difusión de la obra; A) La protección “acrecida” del debate científico; B) La
protección de la libertad de difundir obras artísticas; 3. La propiedad intelectual y los derechos de
autor

I. INTRODUCCIÓN

Inicialmente, con la inclusión del apartado b) del art. 20 CE en el texto aprobado en 1978 se
pretendió constitucionalizar los derechos de autor y sobre la propiedad intelectual. La lectura de
los debates constituyentes no deja lugar a dudas sobre ello y menos aún la primera redacción del
precepto, que garantizaba “los derechos inherentes a la producción literaria, artística y científica”.
Sin embargo, ya durante el propio debate del texto se hizo evidente que el reconocimiento de tal
libertad en los términos en que se incluyó conllevaba la creación de un nuevo derecho fundamental
que abarcaba la libertad de creación pacífica y sin injerencias. Finalmente, con independencia de la
voluntad de los diputados constituyentes éste habría de ser, prácticamente, el único contenido
protegido por la literalidad del precepto, marginando las intenciones iniciales.
En este punto, se calificó entonces al artículo de elitista, entendiendo que las alusiones a lo literario,
al arte, la ciencia y la técnica dejaban de lado un concepto más popular y global de cultura,
entendida como manifestación genérica de todo un pueblo. Tal vez sea así; en todo caso lo que
resulta evidente es que el art. 20. 1 b) CE no protege el substrato cultural de la sociedad, ni de
ninguna zona o grupo concreto, sino la innovación creativa, esencialmente individual. Respecto a la
misma, el derecho engloba tanto la vertiente defensiva, que impide cualquier injerencia de los

*
Citar como: URÍAS, JOAQUÍN, “El derecho a la producción y creación literaria, artística, científica y
técnica”, en CASAS BAAMONDE, M. E., y RODRÍGUEZ-PIÑERO Y BRAVO-FERRER, M. (Dirs.),
Comentarios a la Constitución española : XXX aniversario, Ed. 1. Fundación Wolters Kluwer. 2008.
ISBN 978-84-936812-0-3, Pag. 503-510.
poderes públicos en el proceso creativo como la vertiente positiva, relacionada con la tutela y
defensa de la creación original.

II. EL OBJETO PROTEGIDO: LIBRE CREACIÓN Y PRODUCCIÓN; ARTÍSTICA Y


TÉCNICA

La principal manifestación del precepto en cuestión es la prohibición de injerencias en la actividad


artística e innovadora. La Constitución distingue entre producción y creación como dos
actividades protegidas diferentes, que pueden proyectarse, a su vez, tanto sobre la realidad artística
y literaria como sobre la científica y técnica.
La creación alude más al momento reflexivo en el que la obra está aún inconclusa y sin definir,
mientras que la producción se refiere a la difusión y explotación pública. Se trata, por tanto de dos
momentos diferentes, referidos, a su vez, a dos realidades creativas distintas. El ejercicio del
derecho fundamental podrá extenderse, por tanto, tanto al acto creativo mismo como a la fase
posterior de difusión y producción del mismo. Más complicada resulta la delimitación del objeto de
la realidad sobre el que se proyecta la garantía en cuestión.
No hay duda de que, cuanto menos, el objeto del art. 20 1 b) CE es diferente del resto de libertades
garantizadas en el resto de apartados del mismo precepto constitucional. Con independencia del
grado de protección y su alcance, la libertad de creación y producción se refiere aquí a unas
actividades muy concretas; en su virtud, cabría diferenciar incluso dos derechos distintos: la libertad
literaria y artística y la libertad científica y técnica. La tarea de encuadrar una actividad del mundo
real en cualquiera de estas dos categorías no está, sin embargo, exenta de dificultades.
En el artículo destaca, en primer lugar, la importancia que se le otorga a la literatura, escindida de
lo artístico como si la Constitución quisiera resaltar la específica trascendencia histórica de lo
literario en el ámbito de las libertades fundamentales. Tradicionalmente las obras literarias han sido
la principal fuente de transmisión de doctrinas e ideas, incluso de las incómodas para el poder. A la
literatura se le han impuesto las mismas restricciones y controles que a los medios de comunicación
y acabar con ellos supuso desde el principio una de las aspiraciones democráticas esenciales. La
libertad de imprenta, entendida como una de las libertades básicas del constitucionalismo
democrático, se ha entendido siempre como garantía tanto de la libre información como de la
creación literaria libre. Por ello, la alusión a la literatura que hace el apartado b) del art. 20.1 CE
está sin duda destinada también a excluirla específicamente del apartado d) del mismo artículo.
Respecto a qué ha de considerarse literatura, parece que el Tribunal Constitucional no ha querido
otorgarle tal calificación a cualquier transmisión de opiniones de manera más o menos
personalizada a través de un texto escrito. Así, en los supuestos en los que a través de columnas de
opinión de periódicos se realizaba crítica social con el apoyo de figuras literarias, la jurisprudencia
ha considerado siempre que se trata de ejercicio de la libertad de expresión. Es el caso, por ejemplo,
del artículo que dio lugar a la conocida STC 104/1986, de 17 de julio, que juzga un artículo
periodístico que “versaba, por medio de un artificio literario, sobre un árbol plantado por la
autoridad municipal y algunas supuestas irregularidades con el árbol como pretexto” (FJ 1) o del
enjuiciado en la STC 170/1994 de 7 de junio, en la que el demandante se ampara en la utilización de
una figura literaria irónica en un artículo de opinión con pretensiones literarias.
En sentido positivo, parece que la 51/2008, de 14 de abril de 2008 realiza un intento de delimitación
de lo que constitucionalmente debe considerarse literario. Así, entiende que “la creación literaria da
nacimiento a una nueva realidad, que se forja y transmite a través de la palabra escrita, y que no se
identifica con la realidad empírica”, si bien finalmente el criterio rezuma un cierto aire formalista:
“Si bien la demandante y algunas de las resoluciones previas han aludido en algún
momento a las libertades de información y de expresión, el hecho de tratarse de un
fragmento de una novela que cuenta con diversas ediciones permite encuadrarlo sin
ningún género de dudas en este derecho fundamental específico, reconocido en la letra b)
del art. 20.1 CE.”

En definitiva, parece que es literario cualquier fragmente de una novela editada. La cuestión no es
totalmente baladí si se toma en cuenta que en el asunto concreto se enjuiciaba una obra de marcado
carácter autobiográfico en la que se aludía a personajes y circunstancias reales, de modo que la
misma idea de “novela” parece que ha de ser entendida como un concepto amplio. En todo caso, la
diferencia entre lo que se considere literatura y lo que deba encuadrarse en la mera transmisión de
opiniones o hechos tiene cierta relación no sólo con las pretensiones artísticas del autor sino con la
apariencia de realidad, de modo que tan sólo los mundos imaginarios creados por el autor gozarían
de la consideración de literarios. De ese modo, el Tribunal Constitucional negó, por ejemplo,
carácter literario a un libro de poemas que recogía las cartas efectivamente enviadas por el autor a
su amada:
“al tratarse de la reproducción de cartas de contenido íntimo, publicadas sin autorización
de su receptora, de forma que al ser identificable la destinataria por figurar su segundo
apellido, así como por el contexto de los escritos, no se puede calificar el libro como
«obra de ficción realizada en forma epistolar».” (ATC 152/1993, de 24 de mayo de 1993,
FJ 2).
En cuanto a qué se considera arte, no parece que la Constitución se refiera en este punto a ninguna
de las clasificaciones clásicas, sino a un concepto amplio de lo artístico entendido como la
expresión de ideas o emociones a través de recursos plásticos, lingüísticos, sonoros o mixtos. De ese
modo, lo que define a lo artístico es antes una intención de elevación intelectual que el mero
englobarse en determinadas disciplinas. No cabe duda de que dentro de la idea de “creación
artística” puede incluirse, junto a las disciplinas clásicas como la pintura, la música, el cine, el
baile, la escultura, la fotografía o la arquitectura, a otras menos frecuentes como pudieran ser la
moda, la escenografía o la alta cocina, por poner sólo algunos ejemplos.
La alusión
Por último, la creación técnica alude a la inventiva y la originalidad práctica. Se trata,
esencialmente, de la elaboración de procedimientos y herramientas aptas para la transformación o el
análisis de la realidad.

III. EL ÁMBITO DE PROTECCIÓN

1. La protección del momento creativo


Lo que realmente dota de entidad propia al reconocimiento que realiza el art. 20.1 b) CE es la
protección del momento creativo. La difusión es algo que está también en el resto de apartados del
artículo 20 CE, sin embargo la alusión a la fase previa de elaboración es algo propio de la actividad
creativa. Aunque la jurisprudencia ha puesto en evidencia que la libertad de información asegura
también cierta protección a la fase de recopilación y elaboración de datos, siempre ha resaltado su
carácter instrumental para el derecho fundamental.
En el caso de la libertad de creación resulta que ese momento previo a la difusión constituye
precisamente el núcleo del objeto protegido. Lo que se garantiza es la libertad plena en el momento
de reflexión y elaboración creativa. De hecho, la íntima vinculación entre el proceso creativo y la
esencia misma de la personalidad hacen que cualquier determinación de la manera en que se ha de
elaborar una obra afecte a la dignidad misma de la persona y su capacidad de autodeterminación. En
ese momento tan sólo puede limitarse la capacidad creativa por cuestiones de orden público
destinadas a la protección de bienes constituciones frente a lesiones muy evidentes; básicamente la
utilización de materiales que supongan un atentado contra otras personas o bienes constitucionales.
En el momento en el que la obra aún no está terminada éste es el único límite, pues es la única
manera en que se puede lesionar otros bienes.
La principal garantía de este momento aparece en el art. 20.2 CE, pues es a eso a lo que se refiere
esencialmente la prohibición absoluta de cualquier tipo de censura, ya sea administrativa, ya
judicial: a la interdicción de intromisiones en el proceso creativo antes de que la obra esté
definitivamente terminada y de que se pueda proceder a su difusión. Así mientras que la prohibición
de publicación y difusión, a la que el art. 20.5 CE alude como secuestro, puede acordarse mediante
resolución judicial, la interferencia en el proceso creativo para su enjuiciamiento por el pode
público en relación a determinados valores está prohibida con carácter absoluto.

2. La protección de la difusión de la obra

El derecho a difundir los resultados de la actividad artística, científica o técnica entronca sin duda
con el derecho a la libertad de expresión, de modo que se trata de una manifestación cualificada de
la libertad de expresión. Ya en la STC 153/1985, de 7 de noviembre, el Tribunal Constitucional
puso de manifiesto la vertiente de la libertad de creación como concreción de la libertad de
expresión:
“En cuanto a la calificación de los espectáculos artísticos y teatrales por razón de la edad
y la consiguiente prohibición del acceso a los mismos, el Decreto supone una limitación a
la libertad de representación que va ligada a la libertad de expresión y de creación
literaria y artística garantizadas en el art. 20 de la Norma fundamental. En efecto, el
derecho a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica, reconocido y
protegido en el apartado b) del mencionado precepto constitucional, no es sino una
concreción del derecho -también reconocido y protegido en el apartado a) del mismo- a
expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones, difusión que referida a
las obras teatrales presupone no sólo la publicación impresa del texto literario, sino
también la representación pública de la obra, que se escribe siempre para ser representada
(FJ 5)”.

Esta tendencia a entender las diversas libertades del art. 20 como concreciones o manifestaciones de
la libertad de expresión, que vendría a convertirse en el derecho “madre” de todos los de la
comunicación, del que emanan todos los demás, no es una novedad en nuestra jurisprudencia
constitucional. En la STC 6/1981 aparecía una concepción similar de la libertad de información
como mera concreción de la libre expresión. El propio Tribunal corrigió tal concepción, aclarando
en la STC 6/1988 que se trataba de dos derechos distintos pero sin oponerse frontalmente a este
entendimiento de la libertad de expresión como “el coche escoba” que protege cualquier
transmisión no especializada de ideas. En palabras de SANTAOLLA [p. 185], la libertad de
expresión sería así el como “haz fundante” que los demás derechos del art. 20 CE se limitan a
reflejar. La práctica jurisprudencial, sin embargo, viene a demostrar que cuando la transmisión de
ideas encuentra apoyo en un precepto constitucional diferente del art. 20.1 a) CE goza de una mayor
protección a la hora de enfrentarse a otros valores protegidos. Sucede así con la libre expresión en el
ámbito de la libertad sindical (art. 28 CE), de la libertad de crítica política y la expresión pública de
ideas religiosas (art. 16 CE) y también, como se ve, de la transmisión de obras creadas conforme al
art. 20.1 b) CE. Así, la cualidad artística, científica o técnica de lo que se transmite viene a
introducir un nuevo valor en el juego de la ponderación que aumenta, de algún modo, la
protección constitucional de ese tipo de actos comunicativos.

A) La protección “acrecida” del debate científico

Ésa parece ser también la idea de la STC 43/2004, de 23 de marzo de 2004, en la que se juzga la
legitimidad de un documental dedicado a analizar hechos acaecidos durante la guerra civil. De
manera lapidaria, el Alto Tribunal afirma que “es posible colegir que la libertad científica -en lo que
ahora interesa, el debate histórico- disfruta en nuestra Constitución de una protección acrecida
respecto de la que opera para las libertades de expresión e información” (FJ 5). La rotundidad de la
frase podría verse atenuada (y relativizada) por la explicación que se da de cuál es la razón de tal
garantía reforzada, que parecería predicarse tan sólo de la investigación histórica, pues
“se refiere siempre a hechos del pasado y protagonizados por individuos cuya
personalidad, en el sentido constitucional del término (su libre desarrollo es fundamento
del orden político y de la paz social: art. 10.1 CE), se ha ido diluyendo necesariamente
como consecuencia del paso del tiempo y no puede oponerse, por tanto, como límite a la
libertad científica con el mismo alcance e intensidad con el que se opone la dignidad de
los vivos al ejercicio de las libertades de expresión e información de sus coetáneos”
(idem)

Es decir, que en este punto no se trata tanto de que la Constitución otorgue una protección
cualificada a la libertad de difusión de investigaciones científicas de carácter histórico sino de que
los bienes constitucionalmente protegidos que cabe oponer al ejercicio de la misma son, por la
fuerza de las cosas, de menor entidad.
Sin embargo, de esta misma jurisprudencia parece desprenderse que es en general la investigación
científica la que debe disfrutar de un margen de acción superior al de la mera transmisión de juicios
de valor o hechos veraces, vinculado a la importancia social del debate técnico:
“sólo de esta manera se hace posible la investigación histórica, que es siempre, por
definición, polémica y discutible, por erigirse alrededor de aseveraciones y juicios de
valor sobre cuya verdad objetiva es imposible alcanzar plena certidumbre, siendo así que
esa incertidumbre consustancial al debate histórico representa lo que éste tiene de más
valioso, respetable y digno de protección por el papel esencial que desempeña en la
formación de una conciencia histórica adecuada a la dignidad de los ciudadanos de una
sociedad libre y democrática.”

De ese modo se ponen las bases de un derecho fundamental específico y de curiosa configuración.
La transmisión del saber científico aparece menos limitada por los derechos al honor y la intimidad
que el resto de libertades comunicativas. Para ello no se le exige el contraste riguroso propio de la
veracidad constitucional, pues se parte de la necesidad constitucional de la diversidad de opiniones
científicas. A cambio, sí exige a lo transmitido –como único requisito constitucional específico- que
se atenga en lo esencial a las reglas propias de la disciplina científica en la que se encuadre:
“el encuadramiento de una actividad en el ámbito de la investigación histórica y, por
tanto, en el terreno científico supone ya de por sí un reforzamiento de las exigencias
requeridas por el art. 20 CE en punto a la veracidad de la información ofrecida por el
investigador, esto es, a su diligencia. Por todo ello, la investigación sobre hechos
protagonizados en el pasado por personas fallecidas debe prevalecer, en su difusión
pública, sobre el derecho al honor de tales personas cuando efectivamente se ajuste a
los usos y métodos característicos de la ciencia historiográfica.
Como hemos dicho a propósito de la libertad de información, también la libertad
científica comporta una participación subjetiva de su autor, tanto en la manera de
interpretar las fuentes que le sirven de base para su relato como en la elección del modo
de hacerlo.” (FJ 5)

De este modo, el mismo papel que a propósito de la libre información juega la diligencia
profesional del periodista lo juegan también respecto a la investigación científica los usos y
métodos de la disciplina en cuestión. En tanto que la investigación publicada se someta a ellos
mayor será su ámbito de protección constitucional, en razón del interés democrático de permitir el
libre debate como instrumento para el avance de la ciencia y la investigación.

B) La protección de la libertad de difundir obras artísticas

Posteriormente el Tribunal Constitucional parece decidido a extender la protección acentuada


también a la libertad literaria y artística, si bien tan sólo ha abordado el tema en la STC 51/2008, de
14 de abril de 2008. Al respecto allí se afirma que
“la constitucionalización expresa del derecho a la producción y creación literaria le
otorgan un contenido autónomo que, sin excluirlo, va más allá de la libertad de expresión.
Así, el objetivo principal de este derecho es proteger la libertad del propio proceso
creativo literario, manteniéndolo inmune frente a cualquier forma de censura previa (art.
20.2 CE) y protegiéndolo respecto de toda interferencia ilegítima proveniente de los
poderes públicos o de los particulares. Como en toda actividad creativa, que por
definición es prolongación de su propio autor y en la que se entremezclan impresiones y
experiencias del mismo, la creación literaria da nacimiento a una nueva realidad, que se
forja y transmite a través de la palabra escrita, y que no se identifica con la realidad
empírica. De ahí que no resulte posible trasladar a este ámbito el criterio de la veracidad,
definitorio de la libertad de información, o el de la relevancia pública de los personajes o
hechos narrados, o el de la necesidad de la información para contribuir a la formación de
una opinión pública libre. Además hay que tener en cuenta que la creación literaria, al
igual que la artística, tiene una proyección externa derivada de la voluntad de su autor,
quien crea para comunicarse, como vino a reconocer implícitamente la STC 153/1985,
de 7 de noviembre, FJ 5. De ahí que su ámbito de protección no se limite exclusivamente
a la obra literaria aisladamente considerada, sino también a su difusión.”

Pese a ello, hasta el momento nuestra jurisprudencia no ha dado el paso de atribuirle nominalmente
a la obra artística un valor constitucionalmente superior frente a derechos como el honor, la
intimidad o la propia imagen superior al de la difusión de juicios de valor o de hechos veraces.
En el caso concreto de la STC 51/2008 en lo que se viene a poner finalmente el énfasis es en las
características propias de la literatura que, por sí mismas, disminuyen la posibilidad de afectar al
honor de terceras personas.
Del mismo modo que la investigación histórica resulta menos lesiva de los derechos de la
personalidad por el mero dato objetivo de la lejanía temporal de lo que se narra, también la
literatura, en la medida en que crea mundos paralelos ficticios, difícilmente puede incidir sobre los
derechos de las personas realmente existentes.
Como dice, en el caso concreto, la citada Sentencia:
“el carácter literario de la obra en la que se inserta el pasaje litigioso está fuera de toda
duda. Aunque en la misma se hace referencia a personajes, lugares y hechos reales, el
género novelístico de la obra y el hecho de no tratarse de unas memorias impiden
desconocer su carácter ficticio y, con ello, trasladar a este ámbito las exigencias de
veracidad propias de la transmisión de hechos y, por lo tanto, de la libertad de
información. Es más, la propia libertad de creación literaria ampara dicha desconexión
con la realidad, así como su transformación para dar lugar a un universo de ficción nuevo.
En el caso concreto de la novela aquí analizada, las referencias a la generación a la que
pertenece el personaje aludido en el pasaje litigioso y a su evolución durante la etapa de
la transición política es evidente que no pretenden ser fidedignas, sino que pueden
requerir de recursos literarios, como la exageración para cumplir la función que se
persigue en la obra. Todo ello encuentra en el derecho a la creación literaria una
cobertura constitucional. Y no sólo en el caso del autor del fragmento controvertido, sino
también en el de la editorial que ha hecho posible su publicación, sin la cual la obra
literaria pierde gran parte de su sentido.”
Todo lo dicho no implica, por tanto, que la mera calificación de ficticia o literaria de una obra le
otorgue al autor de la misma impunidad para afectar los derechos al honor o la intimidad de otras
personas, pero sí que dentro de la lógica de un mundo de ficción determinados atentados contra la
reputación ficticia de esa persona tengan menos relevancia constitucional. Cabría deducir que, del
mismo modo, la creación pictórica puede llevar a modular la afectación sobre el derecho a la propia
imagen de una persona del uso de su representación gráfica; no tanto porque se trate de una libertad
con un grado superior de protección como por el hecho de que el uso artístico de una imagen es
menos susceptible de dañar el control de la propia persona que asegura el derecho a la propia
imagen. En todo caso, en el momento actual de la jurisprudencia constitucional parece que se trata
de valoraciones que es necesario ponderar en cada supuesto práctico individualizado tomando en
cuenta tanto la concreta manifestación de la libertad artística como el bien afectado.
Prueba de esta situación es que en ocasiones, el Tribunal Constitucional, a pesar de
reconocer el carácter literario o artístico de un texto lo califica y enjuicia como simple libertad de
expresión. El caso más notorio, sin duda, es el de la STC 176/1995, de 11 de diciembre, en la que al
enjuiciar el contenido de unas historietas que bromeaban sobre el holocausto judío, el propio
Tribunal Constitucional reconoce explícitamente que se trata de una obra literaria y, pese a ello, lo
califica simplemente de libertad de expresión:
“se trata de una serie en la que con dibujos y texto se compone un relato, "historieta" o
"tebeo" según el Diccionario de la Real Academia, "comic" en la lingua franca de
nuestros días, con una extensión de casi noventa páginas. Por su contenido narrativo y su
forma compleja, gráfica y literaria, es una obra de ficción, sin la menor pretensión
histórica. Por lo tanto, hay que situarlo en principio dentro de una lícita libertad de
expresión, en cuya trama dialéctica y su urdimbre literaria se entremezclan ingredientes
diversos, con preponderancia del crítico, reflejado en los muy abundantes juicios de
valor.” (FJ 2).

En definitiva, pues, en el momento actual de nuestra jurisprudencia no parece definitivamente


asentada la idea, enunciada en ocasiones, de que la libertad de creación artística o literaria otorgue a
la transmisión de obras artísticas una protección superior a la de la mera difusión de juicios de
valor. En vez de eso, la delimitación del valor añadido que la cualidad artística aporta se deja a la
apreciación de las circunstancias y conveniencias constitucionales de cada caso singular.

3. La propiedad intelectual y los derechos de autor


Una de las cuestiones más polémicas en torno al reconocimiento constitucional de la libertad de
creación es la de cómo afecta al régimen de la propiedad intelectual y, en general, los derechos de
autor. No cabe duda de que el tenor literal del precepto se refiere al derecho a producir y crear. No
hay ninguna alusión a la explotación de las obras propias. Por ello parece lógico entender que, como
sucede con el derecho a la propia imagen (art. 18.1 CE) lo que el art. 20.1 b) garantiza es que no
haya injerencias en el proceso creativo. Ello puede llevar a entender incluido en el contenido
protegido el derecho a la integridad de la obra y, en general, la facultad de controlar la obra tras su
elaboración, pero no los derechos patrimoniales derivados de ello.
De ese modo, tal y como sucede con la propia imagen, la Constitución aseguraría al autor el
derecho a decidir sobre la forma y el contenido de su creación, pero no al cumplimiento de
obligaciones contractuales derivadas de la cesión de la misma. Este punto no ha dado aún lugar a
pronunciamientos expresos del Tribunal Constitucional si bien hay algunos que apuntan en el
sentido indicado. En un Auto de 1982 el Tribunal Constitucional confirmó que “el derecho de
propiedad industrial que el recurrente intentaba defender […] no se identifica en modo alguno con
la libertad de creación científica o artística que protege el art. 20.1 c) de la Constitución” (ATC
197/1982, de 2 de junio de 1982, FJ 2). Posteriormente, la duda de inconstitucionalidad rechazada
sobre la ley de derechos de autor lo fue en relación con el art. 33 CE (ATC 134/1995, de 9 de mayo
de 1995), dando por supuesto –en consonancia con lo que venía defendiendo la mayor parte de la
doctrina- que la propiedad intelectual forma parte del derecho a la propiedad privada.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

- FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, Sofía, Derecho de patentes e investigación científica, Valencia,


Tirant lo Blanch, 1996; -LAZA PENADÉS, Javier, El derecho de autor y su protección en al
artículo 20.1 b) de la Constitución, Valencia, Tirant lo Blanch, 1997; -OROZCO PARDO,
Guillermo, “libertad de creación, propiedad intelctual y censura en la jurisprudencia del Tribunal
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2007, p. 266-283; -RODRÍGUEZ-DRINCOURT ÁLVAREZ, Juan, “El derecho a la creación y
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COLOMA, Aurelia María, “La protección constitucional de los derechos de los artistas”, en
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“Jurisprudencia del tribunal constitucional sobre la libertad de expresión: una valoración”, en
Revista de Administración Pública, Núm. 128. Mayo-agosto 1992, p. 185 y ss.; -VALBUENA
GUTIERREZ, José Antonio, Las obras o creaciones intelectuales como objeto del derecho de
autor, Granada, Comares, 2000.

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