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LECCION 12: LOS DERECHOS DE LIBERTAD (II). LIBERTADES DE EXPRESION E INFORMACION.

1. EL ARTÍCULO 20 DE LA CONSTITUCIÓN, NATURALEZA DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.

El artículo 20 de la Constitución tiene por objeto el reconocimiento y protección de la libertad


de expresión en sus diversas manifestaciones, así como la regulación de los aspectos
esenciales de su marco jurídico constitucional.

En su primer apartado se reconoce el derecho a «expresar y difundir libremente los


pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de
reproducción». En efecto, en los restantes incisos de dicho apartado se reconocen otros
derechos que constituyen contenidos específicos de la libertad de expresión y, que, como
tales, plantean una problemática propia.

Aunque hablaremos frecuentemente de la libertad de expresión con relación al conjunto de


derechos que la integran, hay que tener presente que la Constitución distingue de manera
específica cuatro diferentes manifestaciones de la libertad de expresión: la libertad de
expresión en sentido estricto, la libertad de creación literaria, artística, científica y técnica, la
libertad de cátedra o derecho a la libre expresión de los docentes y la libertad de información.

La libertad de expresión pertenece al conjunto de derechos fundamentales que fueron


reconocidos en el constitucionalismo más temprano, por medio de las declaraciones
revolucionarias del siglo XVIII.

Como la mayor parte de tales derechos históricos, es un derecho de libertad o, dicho en


términos equivalentes, de carácter negativo, que determina un ámbito de libertad frente al
Estado en el seno del cual el individuo no puede ser importunado.

La libertad de expresión es un derecho cuyo ejercicio pone al individuo en relación con sus
conciudadanos, aspecto del que deriva su trascendencia política y su relevancia institucional.
Por su contenido es, en efecto, una libertad que constituye un complemento imprescindible
tanto para determinados derechos de libertad clásicos como para otros tradicionalmente
calificados de derechos políticos y que constituyen un instrumento indispensable para la
participación democrática.

2. LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN SENTIDO ESTRICTO: ART 20.1 A) DE LA CE.

ESTRICTO: ART. 20.1 A) DE LA CE.

La formulación autónoma en el apartado primero del art. 20 de la CE de las manifestaciones


específicas más importantes de la libertad de expresión hace conveniente un análisis particular
de cada una de ellas, comenzando por lo que hemos calificado como libertad de expresión en
sentido estricto (apartado 1 a).

Así, aunque pueda parecer contradictorio, la libertad de expresión en sentido estricto, definida
por su contenido más característico, ofrece a la vez un marco amplio de la libertad de
expresión que abarca todas sus manifestaciones.

a) La libre expresión o difusión de opiniones.

La libertad de expresión ampara cualquier expresión o difusión de ideas u opiniones.


Ello significa que se protege tanto la actividad única e irrepetible de comunicación (un
discurso, una conferencia, un concierto), como la «difusión» de un «hecho expresivo»
a un público numeroso mediante cualquier técnica de reproducción.
Como tal derecho subjetivo, protege al actor, sea cual sea el marco en el que éste se
expresa. En puridad, resulta tan amparado por la libertad de expresión quien actúa
ante un medio masivo de comunicación como quien inicia un discurso en un parque
público sin ninguna audiencia. Esto no quiere decir que la audiencia sea un elemento
indiferente, sino que es el sujeto actor quien escoge el contexto en el que desea
expresarse, y, en su caso, puede preferir la simple posibilidad de que surja un público
eventual sin que ello deba originar consecuencias perjudiciales para el ejercicio de la
libertad de expresión.

La actividad de expresar o difundir ideas u opiniones ha de ser libre, lo que supone que
no ha de haber restricciones previas ni por parte del Estado, ni, en su caso, por parte
de sujetos privados. Cualquier restricción previa proveniente de poderes o entidades
de carácter público constituiría, en principio, una modalidad de censura, proscrita de
forma taxativa por el artículo 20.2 de la CE.

En cuanto a restricciones procedentes de particulares, quedan igualmente excluidas


por el artículo 20.1 a), salvo que constituyan a su vez supuestos de legítimo ejercicio
de otros derechos, comprendidos en la enumeración del art. 20.4 de la CE. En caso
contrario, las restricciones ilegítimas a la libertad de expresión están explícitamente
proscritas por leyes penales o sancionadoras.

La libertad de expresión también implica la posibilidad de creación de empresas de


comunicación: por estar este tema especialmente relacionado con la libertad de
información, se trata al estudiar ésta.

b) Objeto de la libertad de expresión.

La Constitución describe el «objeto» de la libertad de expresión con tres términos


(pensamientos, ideas y opiniones) que se refieren todos ellos a concepciones
subjetivas de las personas y que son, por lo mismo, reiterativos en alguna medida.

El artículo 20.1 a) de la CE ampara la expresión por parte de un individuo de cualquier


idea o concepción sobre personas, opiniones, hechos o ficción. Cualquier concepción
de la mente humana ya protegida por la libertad de pensamiento queda en principio
igualmente protegida por la libertad de expresión y puede, por tanto, ser exteriorizada
y comunicada sin trabas.

Por ello la libertad de expresión en sentido estricto reconocida en el apartado 1 a),


puede abarcar, por su amplia formulación, cualquier contenido que constituya el
objeto de los derechos garantizados en el precepto.

Por otro lado, hay que aceptar la imposibilidad material de diferenciar, en multitud de
ocasiones, entre expresión de opiniones y exposición de hechos.

c) Los medios: la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.

Si algo resulta claro de los términos empleados por la Constitución es la absoluta


generalidad con que se contemplan los posibles medios que sirven para comunicar
algo en ejercicio de la libertad de expresión. Se mencionan expresamente los de mayor
trascendencia, la palabra y el escrito, para luego añadir una cláusula omnicomprensiva
de todos los restantes, «cualquier otro medio de reproducción». Quedan
comprendidos así tanto el medio natural de comunicación por excelencia, la palabra
hablada, como cualquier otro medio técnico, desde el impreso hasta los modernos
medios audiovisuales y electrónicos de comunicación.

Y, en consonancia con el hecho de que el mensaje transmitido no ha de ser


necesariamente verbal, el medio empleado puede ser cualquier técnica de
comunicación o cualquier manifestación de carácter artístico. Lo esencial por tanto, es
que estemos en presencia de un «hecho expresivo», esto es, de un mensaje o de un
comportamiento mediante el que se intenta comunicar una idea, una opinión, un
sentimiento, etc. Esto implica que comportamientos simplemente gestuales o
testimoniales —en los que pueden entrar en juego otras libertades— también pueden
resultar amparados por la libertad de expresión. Ello no implica, como es lógico, que
todo hecho expresivo sea legítimo; pero, en ausencia de limitaciones
constitucionalmente válidas, un «comportamiento expresivo» ha de contar con la
misma protección constitucional que formas más convencionales de comunicación.
3. LA LIBERTAD DE INFORMACION: ART 20.1 D) DE LA CE.

El artículo 20 de la Constitución ha formulado como derecho autónomo dentro de la libertad


de expresión el derecho a «comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier
medio de difusión», que posee un contenido múltiple y al cual, de acuerdo con gran parte de la
doctrina y práctica comparada, denominaremos libertad de información.

El Tribunal Constitucional ha subrayado en diversas sentencias tanto su pertenencia al ámbito


de la libertad de expresión [STC 6/81, caso Medios de Comunicación Social del Estado I (Tol
109401)] como su autonomía respecto a la misma [STC 105/83, caso Vinader (Tol 79270)].
Ambas posiciones no son contradictorias, pues la libertad de información comprende un
conjunto de derechos englobados en la libertad de expresión, que cuentan, sin embargo, con
un perfil propio que los configura como derechos autónomos. Esta interpretación es
congruente con la consideración establecida en la propia STC 6/81 [caso Medios de
Comunicación Social del Estado I (Tol 109401)] de que existe un objetivo global del artículo 20
de la CE, el mantenimiento de una comunicación pública libre; y es, por otra parte,
corroborada por los textos internacionales sobre la materia que, de manera a veces todavía
más clara, incardinan la libertad de información en la libertad de expresión (art. 10.1 CPDH, y
art. 19.2 PIDCP).

La libertad de información se integra, básicamente, de dos derechos: el derecho a comunicar


libremente información veraz por cualquier medio de difusión y el derecho recíproco a recibir
dicha información en iguales condiciones. Al ser el primero de ellos una modalidad de la
libertad de expresión, nos limitamos ahora a tratar aquellos puntos que la caracterizan de
forma específica.

a) Sujetos titulares.

En cuanto a la titularidad de la libertad de información y, por consiguiente, de todos


los derechos que la integran, no cabe duda de que corresponde a todos los
ciudadanos. Pero simultáneamente ha de reconocerse que hay una categoría de
ciudadanos (los periodistas) que, de facto, ejercen más frecuentemente el derecho a
comunicar información, puesto que ésa es precisamente su profesión. No se produce
una situación como la de la libertad de cátedra, en la que ésta se define precisamente
en relación a la profesión docente.

En efecto, los medios de comunicación —tanto las empresas como los periodistas
individualmente—, cumplen una función informativa, de intermediarios naturales
entre la noticia y los ciudadanos, que es básica para el mantenimiento de una
comunicación pública libre.

A ello hay que añadir que, con frecuencia, la relevancia institucional de los medios de
comunicación se refuerza por la presencia de otros principios constitucionales, como el
de la publicidad de los juicios (art. 120 CE) o, en general, el de publicidad de la
actuación de los poderes públicos, derivado del principio democrático, que para poder
cumplirse de forma efectiva necesitan de la intervención de los periodistas como
profesionales de la información.

b) La búsqueda y obtención de información.

El derecho a difundir libremente información veraz comprende asimismo el derecho a


la búsqueda y obtención de información. Resulta obvio que no puede difundirse
información sin haberla previamente recogido, por lo que esta búsqueda y obtención
de información ha de considerarse un derecho implícito en el artículo 20.1 d) de la CE,
aunque éste tan sólo mencione expresamente la difusión de información.

Frente a esta faceta de la libertad de información, la posición de los demás sujetos es


bien distinta según sean particulares o poderes públicos. Los primeros no tienen en
general ningún deber de proporcionar información a nadie, excepto en cumplimiento
de una obligación legal. Además, pueden oponer, frente a la indagación ajena, sus
propios derechos reconocidos en el artículo 18 de la CE: el derecho al honor, la
intimidad personal y familiar y la propia imagen, derechos que, como sabemos, el
propio artículo 20.4 de la CE los menciona como límites básicos a la libertad de
expresión y a la libertad de información. Esto hace que la protección constitucional a la
búsqueda y obtención de información se proyecte básicamente en relación con los
poderes públicos. En efecto, frente a éstos, el derecho de los ciudadanos a la
obtención de la información se complementa con un principio general de publicidad
de la acción del Estado, de profundas raíces en un Estado democrático y que afecta a
todos los poderes del mismo.

Por otro lado, la evolución social y tecnológica ha planteado nuevas cuestiones, como
en la mayor parte de los derechos. Así, un aspecto que ha ido adquiriendo
progresivamente más relevancia es el de los medios y procedimientos que pueden
emplearse para la obtención de información. Asimismo, también se plantean nuevos
problemas en relación con los contextos de reciente creación en los que fluye la
información, como internet y, en particular, en las redes sociales.

En cuanto a los medios de obtención de información, los avances técnicos han


ampliado las posibilidades de obtención de información hasta un punto impensable
hace poco, como la obtención de imágenes por satélite de un alto grado de definición,
la interceptación masiva de comunicaciones —lo que afecta también de manera
directa al secreto de las mismas— o el uso de drones capaces de grabar imágenes y
sonido de alta resolución. El Tribunal Constitucional se ha pronunciado ya sobre el uso
de cámaras ocultas de grabación de sonido e imagen para la obtención de
información, dejando sentado que la libertad de información no avala el uso
inconsentido de dichos medios en un contexto privado (entrevista con un profesional
aparentando ser un cliente), incluso en el caso de que la información obtenida pueda
tener relevancia o interés público.

En lo que respecta a la información que puede obtenerse en diversos contextos de


internet y la difusión y uso informativo que pueden darse a tales datos, así como los
límites que pueden derivarse del derecho a la intimidad —y de otros derechos
fundamentales—, son cuestiones que están planteando nuevos problemas de manera
creciente, dada la rapidez con que estos nuevos fenómenos han ido adquiriendo una
enorme relevancia social. Deben recordarse aquí las cuestiones expuestas en la lección
10 sobre la libertad informática y el derecho al olvido.

c) El objeto de la libertad de información.

En cuanto al término «información», siempre existe la dificultad de su diferenciación


respecto a lo que puedan constituir simples opiniones. En todo caso, el contenido de la
libertad de información del ap. 1 d) del artículo 20 de la CE es más reducido que el de
la libertad de expresión del ap. 1 a) y se proyecta básicamente sobre la información de
hechos. El Tribunal Constitucional ha insistido sobre la posibilidad de distinguir, entre
libertad de expresión sensu stricto, encaminada a la transmisión de opiniones, y
libertad de información, destinada a la información sobre hechos, al menos en cuanto
al sentido predominante de una obra cualquiera, para poder así aplicar las garantías
específicas de uno u otro derecho. Incluso, ha separado en un mismo discurso lo que
constituye libertad de expresión ex art. 20.1 a) y lo que es libertad de información ex
art. 20.1 d), para poder valorar, por un lado la mayor amplitud del derecho a transmitir
opiniones y, por otro el requisito de la veracidad en cuanto a las informaciones
transmitidas (por ejemplo, en la STC 105/90, caso José María García (Tol 80394)].

Un supuesto específico de información que merece la pena destacar es el denominado


reportaje neutral. El Tribunal Constitucional ha definido el mismo como la información
en la que se recogen o reproducen de forma fidedigna opiniones o declaraciones de un
tercero que resultan lesivas para el honor de otra persona.

En la práctica, la libertad de informar se plasma en gran medida en la actividad de los


profesionales de los medios de comunicación. Pero esto, como ya se dijo, no es sino
una mera relación fáctica, ya que, por un lado, dicha actividad no es exclusivamente
informativa y, por otro, la libertad de información —y, por tanto, el derecho a informar
— es un derecho fundamental del que son titulares todos los ciudadanos.

d) La veracidad de la información.

Con la libertad de información la Constitución reconoce el derecho a comunicar


libremente información «veraz», por lo que es preciso determinar primero qué se
entiende por veracidad en la información y, en segundo lugar, las consecuencias de
una eventual falta de veracidad en la información transmitida. Desde luego, por
veracidad de una información ha de entenderse, en principio, la correspondencia de
los hechos y circunstancias descritos con la realidad, al menos con sus elementos
esenciales. Ahora bien, como ha señalado el Tribunal Constitucional, no puede
pretenderse que esa correspondencia sea total, pues ello convertiría la garantía
constitucional de la libertad de información en algo puramente teórico.

De esta manera, el alto Tribunal ha interpretado que una información es veraz, a los
efectos de su protección constitucional, cuando ha sido suficientemente contrastada
antes de su divulgación, aunque luego pueda contener errores o inexactitudes.
Ciertamente una información contrastada presentará por lo general una
correspondencia básica con la realidad, pero la manera de verificar si es o no veraz a
efectos constitucionales no será la de contrastar el grado de esa correspondencia, sino
comprobando si el informador ha verificado o no con la suficiente seriedad y rigor la
exactitud de la noticia que transmite [SSTC 171 y 172/90, casos Comandante Patiño I y
Comandante Patiño II (Tol 344513 y Tol 80406)].

Así pues, quien ejerce el derecho de informar, normalmente los medios de


comunicación y sus profesionales, soporta la obligación de contrastar de forma
razonablemente suficiente las informaciones que difunde. Los criterios para definir
cuándo puede considerarse suficientemente contrastada la veracidad de una
información pueden ser múltiples en función de las diversas circunstancias y son
fijados progresivamente de forma casuista por la jurisprudencia.

Las consecuencias de la falta de veracidad en una información consisten en la pérdida


de la protección constitucional del artículo 20.1 d) de la CE para el responsable de la
información. Así pues, la veracidad en la información es una condición inexcusable
para que tengan plena eficacia las garantías constitucionales del derecho fundamental
a informar libremente. Esto supone que, en caso de contraposición entre la libertad de
información y otros derechos, la comprobación de que si ha existido o no una
contrastación suficiente de la información se convierte en un elemento esencial de la
ponderación para dilucidar qué derecho debe prevalecer en el caso concreto. Si la
información no es veraz, en el sentido antes expuesto, tendrán primacía los derechos
de las personas afectadas por la información y que hayan podido resultar
perjudicados.

El derecho al honor de las personas es el bien jurídico que más puede sufrir con la
falsedad de una información, aunque no el único, puesto que también pueden resultar
dañados otros intereses y bienes personales o materiales. En este sentido, la
legislación protectora del honor personal y familiar, tanto civil como penal, representa
el límite a partir del cual decae la protección constitucional de la libertad de expresión.

En relación con la veracidad de la información, el ordenamiento pone a disposición de


quien resulte afectado por una noticia que considere inexacta el derecho de
rectificación. Sin embargo, como se ha indicado en la lección 10, el derecho de
rectificación se configura más como una vía de protección del honor que de la
veracidad de la información (vide supra, lección 10 epígrafe 4 b).
4. LA CREACIÓN DE MEDIOS DE COMUNICACIÓN.

La relevancia constitucional de la creación de medios de comunicación deriva, en el


ordenamiento español, del propio tenor literal del artículo 20.1 a) y d) de la CE, ya que la
difusión de opiniones e información requiere medios de comunicación, y la creación de éstos
puede considerarse, por tanto, como un momento instrumental de las libertades de expresión
e información.

De ambos incisos constitucionales se deduce la ausencia de diferencia en el tratamiento que la


Constitución da a los distintos medios a emplear en la difusión de ideas o información:
«cualquier medio» de difusión o reproducción es una expresión que engloba todo posible
medio ya existente o que se invente en el futuro gracias al progreso técnico. Y esta ausencia de
diferenciación constitucional respecto a los medios empleados para la difusión de las
opiniones o informaciones es plenamente aplicable al derecho instrumental de creación de
tales medios. Toda limitación a este derecho habrá de ser, en cuanto limitación indirecta de un
derecho fundamental, de necesaria interpretación restrictiva, fundada en la protección de
otros valores, bienes o derechos constitucionales y proporcional al objetivo de esta protección.

La interpretación realizada por el Tribunal Constitucional a lo largo de la amplia jurisprudencia


recaída sobre la materia arranca de las premisas expuestas, aunque otorgando una amplísima
discrecionalidad al legislador. En efecto, la inclusión del derecho a la creación de medios de
difusión en el contenido de la libertad de expresión e información fue claramente aceptado
por el Tribunal desde la primera y decisiva sentencia recaída sobre la materia.

Ahora bien, el Tribunal también destacó dos importantes matices a lo anterior. Por un lado,
subrayó que este derecho, en cuanto instrumental del derecho a transmitir opiniones e
información, no tiene la fuerza ni la intensidad de protección de éste.

Y, en segundo lugar, enunció tres importantes límites del citado derecho: la necesidad de
respetar el ejercicio del mismo derecho a otros sujetos; las consecuencias derivadas de la
declaración de servicio público de ciertos bienes escasos necesarios para la creación de
determinados medios; y, por último, las limitaciones derivadas de las regulaciones
internacionales sobre la materia. Ahora bien, es preciso señalar que tales límites afectan sólo a
dos medios de comunicación, la radio y la televisión por ondas hertzianas, debido a que ambos
utilizan un medio de difusión limitado como lo es el espacio radioeléctrico convencional.

La televisión privada no vendría impuesta por la CE, que tampoco la excluiría: se trata de una
libre decisión del legislador que, de incorporarla al ordenamiento, debería hacerlo mediante
ley orgánica y de tal forma que se preservase el valor del pluralismo político.

Así pues, sin cambiar su planteamiento genérico, el Tribunal Constitucional ha evolucionado


desde su inicial afirmación de que la televisión privada es una opción del legislador, hasta
sostener, en congruencia con sus propias premisas iniciales, que el legislador está obligado a
dictar la regulación necesaria para permitir, con las limitaciones que puedan ser precisas, la
actividad de creación y uso de cualquier medio de comunicación.

En cualquier caso, los avances técnicos, en particular el paso a la televisión digital, han
permitido multiplicar el número de televisiones posibles y han dado paso a una progresiva e
intensa liberalización del medio, evolución que ha restado interés y actualidad a la referida
jurisprudencia al eliminar los obstáculos técnicos para la existencia de una multiplicidad de
sujetos titulares de televisiones de diverso alcance territorial.

5. DERECHOS CONSTITUCIONALES DE LOS PERIODISTAS: CLAUSULA DE CONCIENCIA Y


SECRETO PROFESIONAL.
La Constitución, tras reconocer la libertad de información, recoge dos derechos asociados al
ejercicio de la profesión de periodista: la cláusula de conciencia y el secreto profesional. La
Constitución, sin embargo, se remite a una ley para su desarrollo: «La ley regulará el derecho a
la cláusula de conciencia y el secreto profesional en el ejercicio de estas libertades». términos
de la exposición de motivos como por su regulación mediante ley orgánica.

a) Cláusula de conciencia.

La cláusula de conciencia del profesional del periodismo surge en el presente siglo


como un derecho del mismo en defensa de su integridad y dignidad profesionales. Su
contenido tradicional es la facultad que se otorga a un periodista, en caso de cambio
de orientación ideológica del medio en el que trabaja, de rescindir unilateralmente la
relación laboral con la empresa periodística y recibir una indemnización como si se
tratase de un despido improcedente. Este es el núcleo presente en los diversos
precedentes y en los ejemplos de Derecho comparado actuales, aunque también
pueden encontrarse otros contenidos, siempre encaminados al objetivo señalado. Su
restricción a los periodistas es de rigor, pues son los únicos sobre los que versa el
supuesto, en un caso similar al de la libertad de cátedra respecto a los profesores.

El objetivo de la cláusula de conciencia es evitar que el periodista tenga que trabajar


en un medio que se rige por principios ideológicos contrarios a sus convicciones. Lo
que inicialmente surgió como un derecho profesional más bien de naturaleza sindical,
ha adquirido en la Constitución española rango de derecho constitucional y, con ello,
un perfil institucional de mayor relevancia. En efecto, como derecho constitucional
que trata de evitar que se pueda forzar a un periodista a trabajar de forma contraria a
sus convicciones presenta un doble fundamento: garantizar, desde un punto de vista
institucional, la libertad de información, y proteger, desde el punto de vista subjetivo
de los periodistas, su libertad ideológica.

El legislador español ha cumplido el mandato constitucional con la LO 2/97,.


Reguladora de la Cláusula de Conciencia de los Profesionales de la Información,
ajustándose plenamente a esta configuración tradicional de la institución. En la ley se
define la cláusula de conciencia como «el derecho constitucional de los profesionales
de la información que tiene por objeto garantizar la independencia en el desempeño
de su función profesional». Son dos los contenidos o facultades que la ley le ha
atribuido. En primer lugar la posibilidad de rescindir el contrato laboral con la empresa
de comunicación para la que trabajan, con derecho a una indemnización no inferior a
la pactada.

En segundo lugar, la ley reconoce a los profesionales de la información el derecho a


negarse «motivadamente, a participar en la elaboración de informaciones contrarias a
los principios éticos de la comunicación, sin que ello pueda suponer sanción o
perjuicio».

b) Secreto profesional.

El secreto profesional es una garantía del recto ejercicio de ciertas profesiones que
consiste en la obligación de reserva sobre los datos del cliente que el profesional
obtiene como consecuencia de su relación profesional con él, tanto frente a terceros
como, en su caso, respecto a los tribunales. Pues bien, a diferencia de este modelo
típico, el secreto profesional de los periodistas consiste en la obligación y el derecho a
la reserva sobre la fuente de las informaciones que recibe de manera confidencial.
Toda la información recibida, que incluso puede incluir datos sobre la propia persona
que informa y que afecten a su vida privada, tiene como destino precisamente su
transmisión y difusión: son datos que el profesional adquiere mediante su labor o que
espontáneamente llegan a sus manos precisamente por su profesión de difundir
información. Lo que trata de garantizar el secreto profesional de los periodistas es
proteger el carácter reservado de la fuente, en razón de muy diversos factores: la
propia reserva sobre la vida privada del informante, cuestiones de seguridad personal
del mismo, evitar acciones legales contra él —que pueden consistir incluso en
actuaciones policiales si se trata de personas buscadas por presuntos hechos delictivos
—, etc. Así pues, frente al secreto profesional aplicable en otras actividades, en las que
el profesional no debe proporcionar información sobre el cliente, en el secreto
profesional de los periodistas la reserva versa exclusivamente sobre la identidad de
esa fuente, mientras que la información que proporciona la fuente (que aquí sustituye
al «cliente») tiene precisamente el destino opuesto de ser difundida.

Puede hablarse de un triple fundamento del secreto profesional de los periodistas: la


libertad de información del periodista, el derecho a la intimidad y la vida privada del
informante y el interés institucional en una libre comunicación social.

El secreto profesional posee también, por consiguiente, un contenido negativo: la


exención de la obligación de declarar ante la Administración o ante los órganos
judiciales cuál haya sido la fuente de la información. Este contenido «negativo» del
secreto profesional tiene una doble faceta, la exención de la obligación de denuncia en
materia penal y la exención de la obligación de declarar ante órganos judiciales en
general (art. 24.2 CE). En el caso del secreto profesional de los periodistas es claro que
la exención se refiere exclusivamente a las informaciones obtenidas
confidencialmente. Ello plantea no pocos problemas en relación con la jurisdicción
penal, pues es en ésta donde dicha exención choca frontalmente con un interés de
orden público, como lo es la persecución de los delitos.

Este conflicto entre el interés de la Administración de justicia y la institución del


secreto profesional de los periodistas conduce a la necesidad de ponderar la
importancia y peso respectivo de ambos en el caso concreto según los diversos
factores concurrentes.

Digamos, finalmente, que no existe en nuestro país una regulación legal sistemática
del secreto profesional en general, sino tan sólo regulaciones fragmentarias (por
ejemplo, sanciones administrativas y penales de la violación de dicho secreto por
ciertos profesionales, como abogados y funcionarios) y nada todavía en relación con
los profesionales de la información, salvo su enunciado en estatutos profesionales
aprobados por Colegios de periodistas.
6. PROHIBICIÓN DE CENSURA PREVIA Y EXCLUSIÓN DE SECUESTROS
ADMINISTRATIVOS.

La Constitución establece en el artículo 20 dos importantes garantías del conjunto de derechos


que integran la libertad de expresión, la prohibición de censura previa (apartado 2) y la
exclusión del secuestro administrativo (apartado 5). Ambas garantías protegen a todos los
derechos reconocidos en el apartado primero, esto es, a cualquier manifestación de la libertad
de expresión.

a) La prohibición de censura previa.

El art. 20.2 establece una prohibición absoluta e incondicionada de cualquier tipo de


censura previa («el ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún
tipo de censura previa»). En consonancia con los términos constitucionales, el Tribunal
Constitucional ha elaborado una definición extensiva de censura previa. El Tribunal
definió genéricamente como censura previa «cualquier medida limitativa de la
elaboración o difusión de una obra del espíritu, especialmente al hacerla depender del
previo examen oficial de su contenido». El Tribunal Constitucional declaró, de manera
más completa y precisa, que la censura previa implica «la finalidad de enjuiciar la obra
en cuestión con arreglo a unos valores abstractos y restrictivos de la libertad, de
manera tal que se otorgue el placer a la publicación de la obra que se acomode a ellos
a juicio del censor y se le niegue en caso contrario». Finalmente, una muestra de la
radical opción constitucional en contra de la censura previa es que el artículo 20.2 de
la Constitución no puede suspenderse en caso de estado de excepción o sitio, por lo
que la prohibición de censura sigue vigente incluso bajo circunstancias extraordinarias.

Sólo cabe pensar en limitaciones preventivas respecto a la difusión de una obra


todavía no realizada en garantía de la recta administración de justicia.

b) Prohibición de secuestro administrativo.

El secuestro es una medida consistente en la retención por parte de los poderes


públicos de cualquier obra impresa, sonora o audiovisual, esto es, de cualquier obra
producto del ejercicio de la libertad de expresión, debido a la presunta infracción legal
cometida por medio de dicha obra. El secuestro se refiere, por consiguiente, a una
publicación u obra ya realizada o producida (al menos en parte), aunque pueda no
estar todavía distribuida o difundida, en ningún caso a una obra futura.

La Constitución sólo admite el secuestro adoptado por la autoridad judicial.

El apartado 5 del artículo 20 determina que «sólo podrá acordarse el secuestro de


publicaciones, grabaciones y otros medios de información en virtud de resolución
judicial». En efecto, debido a que constituye una grave limitación de la libre expresión,
que además suele resultar enormemente gravosa desde un punto de vista económico,
se entiende que sólo el secuestro judicial ordenado de acuerdo con las leyes
procesales en vigor reúne suficientes garantías para la protección y garantía de los
derechos individuales. El secuestro administrativo, muy frecuente en los regímenes
autoritarios, se presta a una utilización desviada e intimidatoria del mismo con graves
perjuicios intelectuales y económicos. Por ello la constitución excluye taxativamente el
secuestro ordenado por una autoridad administrativa, medida que supondría una
vulneración del contenido esencial de las libertades de expresión e información.

Hay que recordar, sin embargo, que el artículo 20.5 de la Constitución, a diferencia de
lo que ocurre con el apartado 2 relativo a la censura previa, sí puede ser suspendido en
los estados de excepción o de sitio, por lo que en tales situaciones extraordinarias
cabe el secuestro administrativo si en la declaración de dichos estados especiales se
contempla dicha suspensión.
7. LA LIBERTAD DE PRODUCCIÓN Y CREACIÓN LITERARIA, ARTÍSTICA, CIENTÍFICA Y
TÉCNICA.

La formulación como derecho autónomo de esta libertad es una ratificación de la amplia


concepción de la libertad de expresión presente en nuestra Constitución.

El apartado 1 b) del artículo 20 de la CE emplea expresiones que abarcan dos formas de


ejercicio de la libertad de expresión: la creación o producción artística y literaria por un lado y
la científica y técnica por otro. La libertad de creación artística y literaria ampara la labor
creativa de cualquier género, confirmando lo ya visto sobre la absoluta variedad existente en
el ámbito de la libertad de expresión tanto respecto a los medios a emplear como respecto al
mensaje transmitido, que en la creación artística puede consistir en la emoción o sensación
estética o bien en ideas u opiniones sobre cualquier cuestión. Y, por lo que respecta a la
libertad de creación científica y técnica, cubre tanto las contribuciones de carácter teórico
como las aplicaciones de naturaleza técnica o práctica.

Conviene no confundir, sin embargo, el derecho a la creación artística y literaria y a la creación


científica y técnica con los derechos de propiedad intelectual e industrial. Mientras aquéllos
son derechos de naturaleza constitucional que se completan básicamente con el propio acto
de la creación y expresión sin trabas, los derechos de propiedad intelectual e industrial son de
naturaleza básicamente económica sobre la obra ya creada. Hay que señalar, sin embargo, que
la actual legislación de propiedad intelectual, tanto en derecho comparado como en derecho
español, reconoce lo que se ha denominado «derecho moral de autor», alguna de cuyas
manifestaciones pudieran tener un engarce con la libertad de creación literaria y artística. En
particular el derecho moral de autor, tal como queda definido en la Ley española vigente,
contiene, entre otras facetas, la de decidir si su obra ha de ser o no divulgada, la de determinar
si tal divulgación ha de hacerse con su nombre, bajo seudónimo o anónimamente, exigir el
reconocimiento de su condición de autor de la obra y exigir el respeto a la integridad de la
obra e impedir cualquier deformación, modificación o atentado contra la misma, teniendo en
cuenta también, en su caso, los legítimos derechos del propietario actual de la obra (art. 14 del
Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual).

Sí parece claro, sin embargo, lo señalado sobre la ausencia de rango constitucional de los
derechos de propiedad intelectual e industrial en su contenido patrimonial tradicional. Su nivel
de protección será, por consiguiente, el que establezca su regulación legal. Son, además,
derechos de naturaleza preferentemente económica: comprenden el derecho del autor o
inventor a obtener los beneficios que su creación pueda determinar dentro del marco
establecido por las leyes y según los términos de la relación contractual privada en virtud de la
cual se efectúa la actividad artística o científica y de acuerdo con lo que en ella se prevea sobre
la explotación económica de dicha creación. Aun sin pronunciamientos extensos, esta
diferente naturaleza entre el artículo 20.1 b) de la CE y los derechos de propiedad intelectual e
industrial ha sido afirmada por el Tribunal Constitucional.

8. EL DERECHO A RECIBIR INFORMACIÓN VERAZ.

El interés jurídico por el sujeto pasivo de la relación informativa (aquél que recibe la
información), es relativamente reciente y se debe al enorme incremento de los medios
informativos y a su creciente influencia en la sociedad actual. En efecto, la aparición y
progresivo auge de los medios audiovisuales en el presente siglo, el alcance prácticamente
universal de la información propagada por ellos y la perfección técnica de los mismos, les han
proporcionado una gran capacidad de conformación de la opinión pública, lo cual ha originado
que se comience a prestar atención al ciudadano sometido pasivamente a ese cúmulo
informativo. Por un lado, porque su reconocida capacidad de influencia ha despertado la
conciencia de sus eventuales peligros, como la posibilidad de monopolios informativos. Por
otro lado, porque la percepción de la importancia de los medios de comunicación va unida a la
de su necesidad, tanto para un Estado democrático como vehículo de la opinión pública, como
para el ciudadano inmerso en una sociedad altamente compleja y diferenciada que necesita
una pluralidad de fuentes informativas.

Esta declaración del Tribunal Constitucional deja abierta la posibilidad de que cualquier
ciudadano directamente afectado por una obstaculización ilegítima a la libre comunicación
social quede legitimado para ejercer las acciones que sean procedentes. La protección de este
derecho frente a actuaciones positivas de los poderes públicos es, por tanto, algo que parece
aceptarse en dicha sentencia. Más problemática, desde cualquier punto de vista, es la
posibilidad de tal protección frente a una hipotética inacción de los poderes públicos en la
defensa de una pluralidad informativa suficiente para una sociedad democrática.

9. LÍMITES DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DEL ARTICULO 20 DE LA


CONSTITUCIÓN.

Ningún derecho es ilimitado, ni siquiera los derechos fundamentales que cuentan en todo
sistema democrático con la más intensa protección constitucional. La libertad de expresión no
es tampoco, pese a su carácter preferencial, una excepción. Y la propia Constitución indica en
el apartado 4 del artículo 20 cuáles son los límites para los derechos reconocidos en dicho
artículo. Con ello, la Constitución también especifica taxativamente qué límites puede
establecer el legislador frente a aquéllos derechos, pues hay que entender que el art. 20.4 de
la CE efectúa una enumeración exhaustiva de cuales son tales límites. El apartado 4 en
cuestión establece que «estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos
reconocidos en éste título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollan y, especialmente en
el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y la
infancia». Hay que dejar claro, sin embargo, que la Constitución no se limita a dar un mandato
al legislador: estos límites afectan de manera directa a los derechos del artículo 20 de la
Constitución y por tanto, vinculan a los ciudadanos en el ejercicio de la libertad de expresión.

Así pues, cualquier restricción a los derechos que integran la libertad de expresión debe poder
fundamentarse en alguno de los límites específicamente contemplados por el artículo 20.4 de
la Constitución. Esto constituye una garantía especial de la libertad de expresión, puesto que
se trata de un procedimiento excepcional en el Título I.

Los límites a la libertad de expresión enunciados en el art. 20.4 pueden agruparse en tres
apartados:

a) Los derechos reconocidos en el título I, entre los cuales el propio precepto 20.4 menciona
«especialmente» el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, esto es, los derechos
recogidos en el artículo 18.1 de la Constitución, sin duda los más susceptibles de sufrir los
eventuales excesos de la libre expresión.

Será la ponderación judicial la que, a partir de la regulación constitucional y legal de los


derechos en conflicto y de las circunstancias materiales del caso concreto, determinará qué
derecho deberá prevalecer y en qué medida.
b) El segundo límite que impone el artículo 20.4 de la Constitución a la libertad de expresión es
la «protección de la juventud y la infancia». La Constitución no enuncia aquí un derecho, sino
un objetivo que deriva de determinados valores, principios y derechos reconocidos en la
propia norma suprema: principalmente los valores reconocidos en el artículo 10.1 (dignidad de
la persona, libre desarrollo de la personalidad), los derechos del artículo 27 (derecho a la
educación) y principios como el de los artículos 39 (protección integral de los hijos) y 48
(promoción de las condiciones para la libre participación de la juventud en todos los aspectos
de la vida colectiva).

c) Quizás el aspecto que presenta más problemas del apartado que comentamos es la mención
a los límites contenidos en «los preceptos de las leyes que lo desarrollen» (al Título I). El
ejercicio de la libertad de expresión debe ajustarse, por tanto, a los límites establecidos en las
leyes de desarrollo del Título I de la CE, límites que han de ser consecuencia directa o indirecta
de la protección que pueda otorgar el legislador a derechos o principios garantizados en el
citado Título.

La Constitución hace referencia a las leyes de desarrollo del Título I, no a las que desarrollan
los derechos incluidos en él.

Por otra parte, el Tribunal Constitucional ha establecido que, en virtud de una interpretación
conjunta de los arts. 20.4 y 53.1 de la Constitución, «la ley puede fijar límites siempre que su
contenido respete el contenido esencial de los derechos y libertades a que se refiere el art. 20
de la Constitución.

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