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La libertad de expresión es un derecho cuyo ejercicio pone al individuo en relación con sus
conciudadanos, aspecto del que deriva su trascendencia política y su relevancia institucional.
Por su contenido es, en efecto, una libertad que constituye un complemento imprescindible
tanto para determinados derechos de libertad clásicos como para otros tradicionalmente
calificados de derechos políticos y que constituyen un instrumento indispensable para la
participación democrática.
Así, aunque pueda parecer contradictorio, la libertad de expresión en sentido estricto, definida
por su contenido más característico, ofrece a la vez un marco amplio de la libertad de
expresión que abarca todas sus manifestaciones.
La actividad de expresar o difundir ideas u opiniones ha de ser libre, lo que supone que
no ha de haber restricciones previas ni por parte del Estado, ni, en su caso, por parte
de sujetos privados. Cualquier restricción previa proveniente de poderes o entidades
de carácter público constituiría, en principio, una modalidad de censura, proscrita de
forma taxativa por el artículo 20.2 de la CE.
Por otro lado, hay que aceptar la imposibilidad material de diferenciar, en multitud de
ocasiones, entre expresión de opiniones y exposición de hechos.
a) Sujetos titulares.
En efecto, los medios de comunicación —tanto las empresas como los periodistas
individualmente—, cumplen una función informativa, de intermediarios naturales
entre la noticia y los ciudadanos, que es básica para el mantenimiento de una
comunicación pública libre.
A ello hay que añadir que, con frecuencia, la relevancia institucional de los medios de
comunicación se refuerza por la presencia de otros principios constitucionales, como el
de la publicidad de los juicios (art. 120 CE) o, en general, el de publicidad de la
actuación de los poderes públicos, derivado del principio democrático, que para poder
cumplirse de forma efectiva necesitan de la intervención de los periodistas como
profesionales de la información.
Por otro lado, la evolución social y tecnológica ha planteado nuevas cuestiones, como
en la mayor parte de los derechos. Así, un aspecto que ha ido adquiriendo
progresivamente más relevancia es el de los medios y procedimientos que pueden
emplearse para la obtención de información. Asimismo, también se plantean nuevos
problemas en relación con los contextos de reciente creación en los que fluye la
información, como internet y, en particular, en las redes sociales.
d) La veracidad de la información.
De esta manera, el alto Tribunal ha interpretado que una información es veraz, a los
efectos de su protección constitucional, cuando ha sido suficientemente contrastada
antes de su divulgación, aunque luego pueda contener errores o inexactitudes.
Ciertamente una información contrastada presentará por lo general una
correspondencia básica con la realidad, pero la manera de verificar si es o no veraz a
efectos constitucionales no será la de contrastar el grado de esa correspondencia, sino
comprobando si el informador ha verificado o no con la suficiente seriedad y rigor la
exactitud de la noticia que transmite [SSTC 171 y 172/90, casos Comandante Patiño I y
Comandante Patiño II (Tol 344513 y Tol 80406)].
El derecho al honor de las personas es el bien jurídico que más puede sufrir con la
falsedad de una información, aunque no el único, puesto que también pueden resultar
dañados otros intereses y bienes personales o materiales. En este sentido, la
legislación protectora del honor personal y familiar, tanto civil como penal, representa
el límite a partir del cual decae la protección constitucional de la libertad de expresión.
Ahora bien, el Tribunal también destacó dos importantes matices a lo anterior. Por un lado,
subrayó que este derecho, en cuanto instrumental del derecho a transmitir opiniones e
información, no tiene la fuerza ni la intensidad de protección de éste.
Y, en segundo lugar, enunció tres importantes límites del citado derecho: la necesidad de
respetar el ejercicio del mismo derecho a otros sujetos; las consecuencias derivadas de la
declaración de servicio público de ciertos bienes escasos necesarios para la creación de
determinados medios; y, por último, las limitaciones derivadas de las regulaciones
internacionales sobre la materia. Ahora bien, es preciso señalar que tales límites afectan sólo a
dos medios de comunicación, la radio y la televisión por ondas hertzianas, debido a que ambos
utilizan un medio de difusión limitado como lo es el espacio radioeléctrico convencional.
La televisión privada no vendría impuesta por la CE, que tampoco la excluiría: se trata de una
libre decisión del legislador que, de incorporarla al ordenamiento, debería hacerlo mediante
ley orgánica y de tal forma que se preservase el valor del pluralismo político.
En cualquier caso, los avances técnicos, en particular el paso a la televisión digital, han
permitido multiplicar el número de televisiones posibles y han dado paso a una progresiva e
intensa liberalización del medio, evolución que ha restado interés y actualidad a la referida
jurisprudencia al eliminar los obstáculos técnicos para la existencia de una multiplicidad de
sujetos titulares de televisiones de diverso alcance territorial.
a) Cláusula de conciencia.
b) Secreto profesional.
El secreto profesional es una garantía del recto ejercicio de ciertas profesiones que
consiste en la obligación de reserva sobre los datos del cliente que el profesional
obtiene como consecuencia de su relación profesional con él, tanto frente a terceros
como, en su caso, respecto a los tribunales. Pues bien, a diferencia de este modelo
típico, el secreto profesional de los periodistas consiste en la obligación y el derecho a
la reserva sobre la fuente de las informaciones que recibe de manera confidencial.
Toda la información recibida, que incluso puede incluir datos sobre la propia persona
que informa y que afecten a su vida privada, tiene como destino precisamente su
transmisión y difusión: son datos que el profesional adquiere mediante su labor o que
espontáneamente llegan a sus manos precisamente por su profesión de difundir
información. Lo que trata de garantizar el secreto profesional de los periodistas es
proteger el carácter reservado de la fuente, en razón de muy diversos factores: la
propia reserva sobre la vida privada del informante, cuestiones de seguridad personal
del mismo, evitar acciones legales contra él —que pueden consistir incluso en
actuaciones policiales si se trata de personas buscadas por presuntos hechos delictivos
—, etc. Así pues, frente al secreto profesional aplicable en otras actividades, en las que
el profesional no debe proporcionar información sobre el cliente, en el secreto
profesional de los periodistas la reserva versa exclusivamente sobre la identidad de
esa fuente, mientras que la información que proporciona la fuente (que aquí sustituye
al «cliente») tiene precisamente el destino opuesto de ser difundida.
Digamos, finalmente, que no existe en nuestro país una regulación legal sistemática
del secreto profesional en general, sino tan sólo regulaciones fragmentarias (por
ejemplo, sanciones administrativas y penales de la violación de dicho secreto por
ciertos profesionales, como abogados y funcionarios) y nada todavía en relación con
los profesionales de la información, salvo su enunciado en estatutos profesionales
aprobados por Colegios de periodistas.
6. PROHIBICIÓN DE CENSURA PREVIA Y EXCLUSIÓN DE SECUESTROS
ADMINISTRATIVOS.
Hay que recordar, sin embargo, que el artículo 20.5 de la Constitución, a diferencia de
lo que ocurre con el apartado 2 relativo a la censura previa, sí puede ser suspendido en
los estados de excepción o de sitio, por lo que en tales situaciones extraordinarias
cabe el secuestro administrativo si en la declaración de dichos estados especiales se
contempla dicha suspensión.
7. LA LIBERTAD DE PRODUCCIÓN Y CREACIÓN LITERARIA, ARTÍSTICA, CIENTÍFICA Y
TÉCNICA.
Sí parece claro, sin embargo, lo señalado sobre la ausencia de rango constitucional de los
derechos de propiedad intelectual e industrial en su contenido patrimonial tradicional. Su nivel
de protección será, por consiguiente, el que establezca su regulación legal. Son, además,
derechos de naturaleza preferentemente económica: comprenden el derecho del autor o
inventor a obtener los beneficios que su creación pueda determinar dentro del marco
establecido por las leyes y según los términos de la relación contractual privada en virtud de la
cual se efectúa la actividad artística o científica y de acuerdo con lo que en ella se prevea sobre
la explotación económica de dicha creación. Aun sin pronunciamientos extensos, esta
diferente naturaleza entre el artículo 20.1 b) de la CE y los derechos de propiedad intelectual e
industrial ha sido afirmada por el Tribunal Constitucional.
El interés jurídico por el sujeto pasivo de la relación informativa (aquél que recibe la
información), es relativamente reciente y se debe al enorme incremento de los medios
informativos y a su creciente influencia en la sociedad actual. En efecto, la aparición y
progresivo auge de los medios audiovisuales en el presente siglo, el alcance prácticamente
universal de la información propagada por ellos y la perfección técnica de los mismos, les han
proporcionado una gran capacidad de conformación de la opinión pública, lo cual ha originado
que se comience a prestar atención al ciudadano sometido pasivamente a ese cúmulo
informativo. Por un lado, porque su reconocida capacidad de influencia ha despertado la
conciencia de sus eventuales peligros, como la posibilidad de monopolios informativos. Por
otro lado, porque la percepción de la importancia de los medios de comunicación va unida a la
de su necesidad, tanto para un Estado democrático como vehículo de la opinión pública, como
para el ciudadano inmerso en una sociedad altamente compleja y diferenciada que necesita
una pluralidad de fuentes informativas.
Esta declaración del Tribunal Constitucional deja abierta la posibilidad de que cualquier
ciudadano directamente afectado por una obstaculización ilegítima a la libre comunicación
social quede legitimado para ejercer las acciones que sean procedentes. La protección de este
derecho frente a actuaciones positivas de los poderes públicos es, por tanto, algo que parece
aceptarse en dicha sentencia. Más problemática, desde cualquier punto de vista, es la
posibilidad de tal protección frente a una hipotética inacción de los poderes públicos en la
defensa de una pluralidad informativa suficiente para una sociedad democrática.
Ningún derecho es ilimitado, ni siquiera los derechos fundamentales que cuentan en todo
sistema democrático con la más intensa protección constitucional. La libertad de expresión no
es tampoco, pese a su carácter preferencial, una excepción. Y la propia Constitución indica en
el apartado 4 del artículo 20 cuáles son los límites para los derechos reconocidos en dicho
artículo. Con ello, la Constitución también especifica taxativamente qué límites puede
establecer el legislador frente a aquéllos derechos, pues hay que entender que el art. 20.4 de
la CE efectúa una enumeración exhaustiva de cuales son tales límites. El apartado 4 en
cuestión establece que «estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos
reconocidos en éste título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollan y, especialmente en
el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y la
infancia». Hay que dejar claro, sin embargo, que la Constitución no se limita a dar un mandato
al legislador: estos límites afectan de manera directa a los derechos del artículo 20 de la
Constitución y por tanto, vinculan a los ciudadanos en el ejercicio de la libertad de expresión.
Así pues, cualquier restricción a los derechos que integran la libertad de expresión debe poder
fundamentarse en alguno de los límites específicamente contemplados por el artículo 20.4 de
la Constitución. Esto constituye una garantía especial de la libertad de expresión, puesto que
se trata de un procedimiento excepcional en el Título I.
Los límites a la libertad de expresión enunciados en el art. 20.4 pueden agruparse en tres
apartados:
a) Los derechos reconocidos en el título I, entre los cuales el propio precepto 20.4 menciona
«especialmente» el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, esto es, los derechos
recogidos en el artículo 18.1 de la Constitución, sin duda los más susceptibles de sufrir los
eventuales excesos de la libre expresión.
c) Quizás el aspecto que presenta más problemas del apartado que comentamos es la mención
a los límites contenidos en «los preceptos de las leyes que lo desarrollen» (al Título I). El
ejercicio de la libertad de expresión debe ajustarse, por tanto, a los límites establecidos en las
leyes de desarrollo del Título I de la CE, límites que han de ser consecuencia directa o indirecta
de la protección que pueda otorgar el legislador a derechos o principios garantizados en el
citado Título.
La Constitución hace referencia a las leyes de desarrollo del Título I, no a las que desarrollan
los derechos incluidos en él.
Por otra parte, el Tribunal Constitucional ha establecido que, en virtud de una interpretación
conjunta de los arts. 20.4 y 53.1 de la Constitución, «la ley puede fijar límites siempre que su
contenido respete el contenido esencial de los derechos y libertades a que se refiere el art. 20
de la Constitución.