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Naturalmente, los actos ilícitos son acciones y omisiones prohibidas por la ley;
pero para que adquieran el carácter de fuente de la obligación de reparar, además de la
antijuridicidad objetiva (contradicción del hecho y la norma), deben configurarse otros
elementos.
Delitos y cuasidelitos:
Vinculado al elemento factor de atribución de responsabilidad, los actos ilícitos
se suelen distinguir en delitos y cuasidelitos, según hayan sido obrados por su autor
con dolo o culpa respectivamente.
Involuntariedad E Ilicitud.
Un criterio generalizado en la doctrina nacional, considera que la distinción
entre actos lícitos e ilícitos corresponde sólo a la categoría de los actos voluntarios. De
modo que para que un acto sea ilícito debe haber sido actuado con discernimiento,
intención y libertad.
Los actos involuntarios no serían entonces susceptibles de ser clasificados en
lícitos e ilícitos.
En los últimos años se viene diseñando con firmeza una línea de pensamiento
opuesta a la anterior. Se parte de la idea de que la antijuridicidad (o ilicitud) es
contradicción de la acción humana con el ordenamiento jurídico, en sentido objetivo,
sin entrar a considerar si esa conducta es o no moralmente reprochable al autor.
En consecuencia, en la medida en que el acto pueda ser calificado de humano
en el sentido que le hemos asignado anteriormente, esto es, que sea una emanación de
la persona, aun cuando sea obrado sin discernimiento, intención o libertad (acto
involuntario), puede ser calificado de ilícito (conf. Boffi Boggero, Mosset Iturraspe,
Bueres, Zavala de González), y por ende generará responsabilidad en la medida del
enriquecimiento del autor (art. 907, ler. párr.), y de la equidad (art. 907, 2 párr.).
ACTOS VOLUNTARIOS SIMPLES YACTOS JURÍDICOS.
El artículo 899 dice que: “Cuando los actos lícitos no tuvieren por fin inmediato
alguna adquisición, modificación o extinción de derechos sólo producirán este efecto,
en los casos en que fueren expresamente declarados”.
Son actos en los que la parte que los ejecuta no persigue una finalidad jurídica,
aunque la ley puede asignársela y por ello constituyen hechos jurídicos: el
descubrimiento de un tesoro (Orgaz), la apropiación de la cosa mueble abandonada,
etcétera.
Frente a estos actos voluntarios simples están aquellos actos voluntarios que sí
tienen por finalidad inmediata establecer entre las personas relaciones jurídicas, que se
denominan actos jurídicos (art. 944).
OTRAS CLASIFICACIONES DE HECHOS JURÍDICOS.
Doctrinariamente se han efectuado otras clasificaciones, que exponemos:
Hechos simples y complejos:
Algunos hechos están constituidos por un acontecimiento singular (la muerte
de una persona), mientras que otros requieren más de un acontecimiento (la posesión
requiere el ejercicio del corpus posesorio más la voluntad de someter la cosa al derecho
de propiedad: art. 2351, y a su vez para que autorice la adquisición del derecho de
dominio por prescripción, debe haber sido ejercida durante diez años, de buena fe y
con justo titulo; o durante veinte años sin los otros recaudos; pero además, ha de haber
sido pública, pacífica, continua y no interrumpida.
Esta clasificación atañe quizás más al supuesto jurídico (fattispecie o tabestand)
que al factum en sí.
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Simultáneos y sucesivos:
Simultáneos son los hechos que reúnen todos sus elementos en un único
instante; sucesivos aquellos en que esos elementos se van reuniendo o completando en
el transcurso del tiempo. En los primeros, los efectos jurídicos previstos por la norma
se producen inmediatamente; en los segundos, recién cuando están reunidos todos los
elementos.
Constitutivos, extintivos e impeditivos:
Esta clasificación se corresponde con las consecuencias jurídicas previstas por la
norma para el hecho de que se trate.
De modo que será un hecho constitutivo aquél que produce el nacimiento o
adquisición de un derecho subjetivo (el contrato); hecho extintivo, el que ocasiona la
conclusión o el fin de una relación jurídica y de los derechos subjetivos que constituyen
su contenido (el pago); impeditivos son los hechos que obstan a la eficacia de los
hechos constitutivos (haber hipotecado una cosa ajena).
Esta clasificación tiene cierta importancia en materia de la carga de la prueba.
La acreditación del hecho constitutivo corresponde a quien pretende el nacimiento de
los derechos subjetivos; la del hecho extintivo a quien pretende el fin de la relación
jurídica; la del hecho Impeditivo a quien lo invoca.
Hechos positivos y negativos:
Según que consistan en cambiar o hacer perdurar sin variación un estado de
cosas actual y previamente determinado.
Importancia:
Estas distinciones van a tener reflejo más adelante en las clasificaciones de los
actos jurídicos, que en definitiva son especie con respecto al género hechos jurídicos.
ACTOS VOLUNTARIOS. CONCEPTO LEGAL.
Según el artículo 897: “...Los hechos se juzgan voluntarios, si son ejecutados con
discernimiento, intención y libertad”. Pero este concepto es incompleto, pues el artículo
913 establece que: “El hecho no tendrá el carácter de voluntario, sin un hecho exterior
por el cual la voluntad se manifieste”.
De modo que es preciso que esa voluntad interna, actuada por un sujeto que
tiene discernimiento, intención y libertad, sea además declarada —expresa o
tácitamente— por un hecho exterior que permita conocerla e interpretarla.
ACTOS INVOLUNTARIOS.
Al requerir nuestro ordenamiento jurídico que el acto, para ser calificado de
voluntario, sea obrado con presencia de los elementos ya mencionados, a contrario
sensu califica de involuntarios a los que fueren ejecutados sin discernimiento, intención
y (debe decir “o”) libertad (art. 900).
Estos actos involuntarios, no producen por sí obligación alguna, según declara
enfáticamente el mismo artículo 900; pero tal regla no es inflexible.
Es que, los actos obrados sin intención o sin libertad, son actos ejecutados con
una voluntad viciada, y por ende son impugnables por las partes y pueden llegar a
producir sus efectos.
Por lo que la afirmación del artículo 900 debe entenderse referida a los actos
obrados por las personas sin discernimiento, que en principio no son imputables de las
consecuencias de los actos así producidos. Pero aún tal regla no es absoluta, pues los
actos involuntarios ilícitos generan responsabilidad en la medida del enriquecimiento o
con fundamento en la equidad (art. 907;y sigs.).
LOS ELEMENTOS DEL ACTO VOLUNTARIO.
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PRUEBA DE LA INTENCION.
La intención se presume cuando el acto ha sido obrado por una persona con
discernimiento. Por ello, como se examinará en su momento, la prueba del error o del
dolo que la vician, corresponde a quien los invoque.
DISTINCIÓN ENTRE DISCERNIMIENTO E INTENCION.
Borda, fiel a su concepción crítica respecto de la doctrina que hace prevalecer la
voluntad interna, ha hecho muy agudas observaciones con respecto al rol que cumple
el discernimiento como elemento interno de los hechos voluntarios. Apunta que ciertos
actos jurídicos de la mayor importancia, pueden celebrarse por sujetos sin
discernimiento (como el matrimonio de la mujer que podía celebrarse a partir de los 12
años de edad, y aun antes, si la menor estaba embarazada) y los denominados
pequeños contratos.
En otros casos, los actos son otorgados por personas con discernimiento para
los actos lícitos, pero son nulos, como los contratos celebrados por menores adultos o
sordomudos que no saben darse a entender por escrito.
Y en materia de actos dañosos a terceros, los obrados por dementes y menores
de 10 años, si bien involuntarios, pueden dar lugar a una indemnización de equidad
(art. 907) y, el ebrio está privado de discernimiento, pero es responsable de sus actos
salvo que acredite que la embriaguez fue involuntaria (art. 1070). Estos casos llevan a
Borda a sostener que en materia de actos lícitos es preciso comprobar si el sujeto tiene o
no capacidad, siendo irrelevante el discernimiento; y en materia de actos ilícitos existen
claras inconsecuencias del Código con relación a su enrolamiento en la teoría de la
voluntad psicológica.
De allí que concluya afirmando de que todos los elementos internos del acto
voluntario se resumen en un solo: la intención, pues ella presume el discernimiento y la
libertad.
Llambías sostiene la vigencia de la distinción entre los tres elementos del acto
voluntario.
Particularmente apunta a las diferencias entre intención y discernimiento,
diciendo que son estados de conciencia de presentación sucesiva en orden al progreso
de la aplicación de las facultades intelectuales; la intención, supone el discernimiento
(pues no se puede tener el propósito de realizar un acto, si previamente no se tiene la
aptitud de conocer en general).
De aquí, concluye Llambías, que la exclusión del discernimiento excluya
también la intención, pero a la inversa, la exclusión de la intención no trae aparejada la
eliminación del discernimiento; y ejempliflca con el acto viciado de dolo en el que hay
discernimiento del agente, pero no hay intención por el dolo de la contraparte.
Orgaz también apunta que el acto en el que no hay discernimiento, es un acto
que carece absolutamente de voluntad, no es considerado por el derecho como un acto;
en cambio, un acto obrado sin intención, es un acto con voluntad pero viciada; de
donde es un acto Impugnable, y que puede producir sus efectos propios.
LA LIBERTAD. CONCEPTO.
Los autores coinciden en que la libertad es la posibilidad de elegir entre varias
opciones, con ausencia de coacción externa. Aplicada esa noción al acto voluntario, la
libertad es la posibilidad de elegir entre ejecutar o no el acto, sin coacción exterior.
VICIO QUE AFECTA LA LIBERTAD.
La libertad es afectada por el vicio de violencia (fuerza o intimidación). La idea
primordial en la materia, es que las restricciones a la libertad fundadas en derecho
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sujeto, traducidas generalmente en gestos (levantar la mano en una votación, hacer una
señal durante una subasta).
Excepcionalmente, la declaración de la voluntad puede hacerse por vía omisiva,
esto es, del silencio. Para que ello acontezca es necesario que la ley o la convención de
las partes hayan previsto asignar este valor declarativo al silencio.
Recaudos de la declaración de la voluntad:
Para que la voluntad sea declarada, y por lo tanto produzca efectos jurídicos, es
necesario que ella reúna las siguientes características:
1º Debe haber sido emitida; no lo será la carta no enviada o tirada al cesto de los
papeles.
2º) Debe estar dirigida a comunicar o publicar la voluntad del sujeto; v.gr.,
quien hace un gesto en un remate no está haciendo una oferta, si con aquella conducta
quería saludar a un amigo.
3º) Ha de haber sido percibida o resultar al menos perceptible; el murmullo
ininteligible no es declaración de la voluntad.
Actuaciones de voluntad:
La doctrina alemana, seguida en esto por la española (García Valdecasas), alude
a las actuaciones de voluntad, que son supuestos en los que la exteriorización de la
voluntad se hace a través de actos realizados con otra finalidad, pero de los cuales ella
se puede inferir.
Así, quien ocupa un predio abandonado no hace ninguna declaración, pero
exterioriza su voluntad de hacerse propietario de la cosa; el heredero que vende una
cosa de la herencia, exterioriza su voluntad de aceptarla.
Las declaraciones y las actuaciones de voluntad tienen una diferencia
importante. Las primeras son eficaces mientras que el autor no las impugne (por
ejemplo, interponiendo una acción de nulidad del acto por el vicio de error o de dolo);
las segundas, en cambio no necesitan ser impugnadas, pues el autor podrá en cualquier
momento probar la inexistencia de tal voluntad frente a quien pretenda afirmar su
existencia; así, el heredero podrá probar que vendió la cosa por ser perecedera o que no
lo hizo para sí.
Si bien nuestra ley no utiliza la expresión actuaciones de voluntad, están
comprendidas en las manifestaciones exteriores de la voluntad, inducidas o
presumidas por la ley (arts. 915 y 920), de un hecho material del agente (art. 914). En
punto a la posibilidad de la prueba contraria, dependerá del carácter de la presunción.
IMPORTANCIA DE LA DECLARACION DE VOLUNTAD (ARTICULO 913)
El artículo 913 expresa que: “Ningún hecho tendrá el carácter de voluntario, sin
un hecho exterior por el cual la voluntad se manifieste”.
Más allá de la obviedad que se achaca a la resolución del artículo (por Bibiloni,
quien lo elimina de su Anteproyecto), lo cierto es que pone de manifiesto la existencia
del elemento externo, declaración de voluntad, sin el cual no hay hecho voluntario. Y
ello es lo que da pie al debate acerca de la preeminencia de la voluntad declarada o de
la voluntad interna.
DIVERSAS CATEGORIAS.
a) Criterios ordinarios:
Los autores suelen distinguir diversas categorías de manifestaciones de la
voluntad:
- formal y no formal, según estén o no sujetas, en orden a su eficacia, a la
observancia de las formalidades exclusivamente admitidas como declaración de la
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Código regula los denominados vicios de la voluntad, entre ellos el error, cuya
presencia autoriza a nulificar el acto.
Atenuaciones del principio:
Sin embargo, nuestro Código ha sabido hallar soluciones prácticas. Así, para
que el error anule el acto debe ser de hecho, esencial y excusable. De modo que el error
de derecho, y el error de hecho no esencial o inexcusable, si bien conservarían por
hipótesis la virtualidad de afectar la voluntad interna, no autorizan a anular el acto.
Desde ya que nuestro Código no acepta la reserva mental, y además protege al
tercero de buena fe frente al acto simulado.
LOS ACTOS ILICITOS.
Los actos ilícitos son causa de la obligación de reparar el daño causado, por esa
razón, nuestra doctrina ha estudiado siempre este tema dentro de las obras destinadas
al Derecho de las Obligaciones.
Sin embargo, un análisis de las nociones fundamentales debe hacerse en la Parte
General, de modo de completar la exposición relativa a los hechos jurídicos.
Por lo tanto, podemos describir a los hechos ilicitos como las conductas
antijurídicas dañosas imputables a su autor, que obligan a reparar los daños que
guarden adecuada relación de causalidad con ellas.
Es conveniente señalar desde ya que la noción de acto ilícito comprende al
incumplimiento contractual. En este sentido, en nuestro derecho existe un único
régimen de responsabilidad civil, puesto que los presupuestos del deber de reparar son
los mismos para la responsabilidad contractual cuanto para la extracontractual.
Sin perjuicio de lo cual, existen dos ámbitos de responsabilidad, contractual y
extracontractual, entre los que se pueden hallar diferencias circunstanciales.
PRESUPUESTOS DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL. ENUMERACION.
En nuestro derecho es común afirmar que los elementos de la responsabilidad
civil son:
— la acción humana calificada de autoría.
— la antijuridicidad;
— el daño;
— el factor de atribución o imputación;
— la relación de causalidad.
El concepto de acto humano, ya estudiado, recordamos que existe siempre que
la acción se trasunte como una emanación de la persona.
Con lo que, quedan excluidos del concepto de acto humano, y por lo tanto no
son susceptibles de ser considerados como actos ilícitos generadores de
responsabilidad civil, los actos reflejos, los producidos en estado de inconsciencia total
y los que son consecuencias de una fuerza irresistible. La conducta reprochable puede
ser positiva u omisiva (art. 1074).
LA ANTIJURIDICIDAD.
Concepto genérico:
La acción, conducta o comportamiento, genera responsabilidad civil, sin
perjuicio de los restantes elementos o presupuestos, cuando es antijurídica. La
conducta es antijurídica, ilícita o ilegal, en sentido lato, cuando está en contradicción
con el ordenamiento jurídico; tomado este en su conjunto.
Pero a los efectos de la responsabilidad civil, la conducta antijurídica relevante
es la dañosa. De modo que podemos decir que antijurídica es la conducta transgresora
de una norma jurídica que prohíbe dañar.
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Dada esta noción indroductoria, analizaremos algunas normas del Código Civil
y su incidencia en el concepto de antijuridicidad relevante, esto es, la dañosa.
Plexo normativo:
Según el artículo 1066: “Ningún acto voluntario tendrá el carácter de ilícito, si
no fuere expresamente prohibido por las leyes ordinarias, municipales o
reglamentos de policía, y a ningún acto ilícito se le podrá aplicar pena o sanción de
este Código, si no hubiere una disposición de la ley que la hubiese impuesto”.
La definición precedente debe completarse con la del artículo 1074, que dispone
lo siguiente: “Toda persona que por cualquier omisión hubiese ocasionado un
perjuicio a otro, será responsable solamente cuando una disposición de la ley le
impusiere la obligación de cumplir el hecho omitido”.
Finalmente, el artículo 1109 dispone en su primera parte, que: “Todo el que
ejecuta un hecho, que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro, está
obligado a la reparación del perjuicio. Esta obligación es regida por las mismas
disposiciones relativas a los delitos del derecho civil”.
La pretensión de armonizar las normas transcriptas, plantea una serie de
complejas cuestiones, acerca de las cuales nos limitaremos a dar algunos conceptos
introductorios.
Antijuridicidad especifica y genérica.
El tema se puede planteare en los siguientes términos:
Para que la conducta pueda ser calificada de antijurídica, es necesario que
vulnere una prohibición precisa de hacer o de omitir; o puede ser tildada de
antijurídica una conducta que viola un deber genérico desprendido de principios que
gobiernan el orden público, el orden público económico, las buenas costumbres, etc.
Si bien se mira, el artículo 1066 y también el artículo 1074 parecen dar conceptos
de antijuridicidad formal; de ellos se desprendería como necesario el desconocimiento
de una prohibición o de un deber de actuar expresamente establecidos por la ley.
Sin embargo, nuestra doctrina propicia un concepto de antijuridicidad genérica;
esto es, existe conducta antijurídica siempre que el sujeto viola una norma prohibitiva
de dañar, espeafica o genérica, causando un daño a otro sin justificación. Este concepto
surge de que la regla según la cual es ilícito dañar a otro (non alterum laedere), es un
principio general de derecho, esté o no formulada por la ley. En nuestro derecho ese
principio se halla consagrado en el artículo 1109 ya transcripto y tiene numerosas
aplicaciones en otros dispositivos.
Antijuridicidad y daño:
En la doctrina contemporánea existen dos corrientes de pensamiento, por un
lado, la de quienes afirman la independencia de ambas nociones, de modo que la
antijuridicidad proviene del menosprecio por el ordenamiento jurídico, la otra
corriente, sostiene que la antijuridicidad deriva del menosprecio por el resultado
dañoso.
“LA ANTIJURIDICIDAD SE PREDICA DE LA CONDUCTA, Y NO DEL
DAÑO”.
Lo que sucede es que, en el ámbito de la responsabilidad civil, antijurídica es la
conducta que viola una norma que de manera específica o genérica, prohíbe dañar a
otro y esa conducta antijurídica es presupuesto autónomo de la responsabilidad.
Prueba de ello es que hay daños causados a otros que no son daños resarcibles,
por no haber antijuridicidad. V.gr., no es responsable del daño causado quien actúa en
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de la culpa del obrero que usaba la máquina o del peatón que cruzaba sin prestar
mucha atención, quienes quedaban sin reparación alguna.
Por ello, el derecho moderno pone el acento en la víctima del daño, y no tanto
en el reproche moral que cabría o no respecto del agente. Y para fundar la atribución
de la obligación de reparar recurre a los factores objetivos, que prescinden de la culpa o
el dolo del agente.
d) Factores de atribución objetivos: enumeración.
Con un criterio puramente descriptivo, y sin pretender entrar en ninguna
profundización, podemos decir que los factores objetivos de responsabilidad admitidos
por la ley como fundamento del deber de indemnizar, tanto en el ámbito contractual
como extracontrac tual, en principio son:
— el riesgo, que aparece en la responsabilidad por los daños causados por las
cosas inanimadas (art. 1113) y por los animales (arts. 1124 y sigs.);
— la garantía, que opera en la responsabilidad por el hecho de los dependientes
(art. 1113), y que comprende la obligación de seguridad, que funciona en el ámbito de
la responsabilidad contractual;
— la equidad, sería el factor objetivo de atribución que impone la reparación
por el daño producido por actos involuntarios (art. 907);
— el abuso del derecho, previsto expresamente en el artículo 1071;
— y el exceso de la normal tolerancia entre vecinos, previsto en el artículo 2618.
e) Funcionamiento de la responsabilidad objetiva.
Para que se pueda atribuir responsabilidad fundada en un factor objetivo de
atribución, ello debe estar expresamente previsto en la ley.
DELITOS Y CUASIDELITOS. Criterio de distinción.
El Código Civil caracteriza como delitos a los actuados con dolo (art. 1072),
mientras que los actuados con culpa son denominados cuasidelitos.
En el régimen del Código Civil, se siguió el criterio generalizado de la
codificación decimonónica, según el cual la responsabilidad se funda en el juicio de
reproche moral dirigido al agente autor de la conducta ilícita.
Sin duda, no es idéntica la intensidad del reproche respecto del autor de un
cuasidelito (que ha obrado con culpa), que con relación al autor de un delito (que ha
obrado dolosamente).
Por eso, durante muchos años se avizoraron diferencias de régimen importantes
entre ambas categorías. Por ejemplo, se sostenía que el autor de un cuasidelito no era
responsable del daño moral, el que sólo era atribuible al autor de delitos. Del mismo
modo se cuestionaba la existencia de solidaridad entre los autores de cuasidelitos, etc.
Incidencia de la ley 17.711:
A partir de la reforma del Código Civil en 1968, que en gran medida siguió los
avances que venía haciendo la jurisprudencia, las distinciones entre delitos y
cuasidelitos se han reducido sensiblemente.
De modo que la doctrina concluye en que en la actualidad subsisten las
siguientes diferencias de régimen:
— el autor de un cuasidelito nunca responde por las consecuencias casuales
(art. 905) del mismo; en cambio sí son atribuibles al autor de un delito, cuando las tuvo
en miras al ejecutar el hecho;
— el coautor de un cuasidelito que haya indemnizado a la víctima, puede
ejercer acción de repetición contra los otros coautores (art. 1082); el coautor de un delito
no tiene tal acción (art. 1109, 2 parte);
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agente o son irrelevantes porque ha habido otros hechos que tienen mayor eficacia
causal y desplazan a aquél hecho, antecedente remoto del efecto perjudicial.
Por ello, la teoría de la causa adecuada propone que el juez se retrotraiga
mentalmente al momento de la acción para formular allí el juicio acerca de la
Idoneidad o no de la acción para la producción del daño.
El juicio se hace en abstracto, y consiste en un juicio de probabilidad causal,
únicamente la condición que normalmente —según el curso ordinario y natural de las
cosas— es Idónea para producir el resultado dañoso.
Por lo demás, la adecuación o Idoneidad no debe buscarse sólo entre la acción y
el daño, sino también entre los diversos anillos Intermediarios que unen aquélla con
éste. Todo el proceso causal debe ser adecuado.
Esto quiere decir que no basta establecer que la acción era, en general, idónea
para producir el daño, sino que también es necesario que las circunstancias intermedias
hayan sucedido normalmente, sin la Intervención de factores anómalos o
extraordinarios.
Cuando el proceso Intermediario está incidido por factores anómalos o
extraordinarios, se produce la denominada interrupción del nexo causal o proceso
causal atípico o Inadecuado (Orgaz). La Interrupción del nexo causal excluye la
responsabilidad del agente (por regla general interrumpen la relación causal el caso
fortuito, la culpa de la víctima o el hecho de un tercero por el que no se deba
responder).
LA IMPUTACION DE LAS CONSECUENCIAS DE LOS ACTOS
VOLUNTARIOS EN EL CODIGO CIVIL.
Nuestro Código trata esta materia entre los artículos 901 y 906. En el primero de
ellos, dice que: “Las consecuencias de un hecho que acostumbra suceder, según el curso
natural y ordinario de las cosas, se llaman en este Código ‘consecuencias inmediatas’.
Las consecuencias que resultan solamente de la conexión de un hecho con un
acontecimiento distinto, se llaman ‘consecuencias mediatas’. Las consecuencias
mediatas que no pueden preverse se llaman ‘consecuencias casuales’.
El artículo 903 expresa que: “Las consecuencias inmediatas de los hechos libres,
son imputables al autor de ellos”.
En cuanto a las consecuencias mediatas son imputables al autor del hecho,
cuando las hubiere previsto, y cuando em pleando la debida atención y conocimiento
de la cosa, haya podido preverlas (art. 904).
Las consecuencias casuales sólo son imputables cuando debieron resultar según
las miras que tuvo al ejecutar el hecho (art. 905), y en un precepto irrelevante, el
articulo 906 manifies ta a partir de 1968 que: “En ningún caso son imputables las
consecuencias remotas que no tienen con el hecho ilícito nexo adecuado de
causalidad”.
Recepción de la causalidad adecuada:
De los textos expuestos, que generan infinidad de cuestiones, se desprende que
a los actos voluntarios dolosos o culposos, les son atribuibles las consecuencias
inmediatas, que acostumbran suceder según el orden natural y ordinario de las cosas, y
las mediatas que resultan de la conexión del hecho con otro distinto.
Excepcionalmente, se agrava la responsabilidad, atribuyendo al autor doloso el
deber de reparar consecuencias objetivamente casuales cuando las hubiere previsto
(art. 905).
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la voluntad viciada por intimidación, sólo produce la nulidad del acto, si la coacción se
ejerce en los términos de los artículos 937 y 938.
Por lo que la resolución del artículo 900 no tiene, en manera alguna, la extensión
que aparenta.
RESPONSABILIDAD POR LOS ACTOS INVOLUNTARIOS ILICITOS EN
EL REGIMEN DEL CODIGO CIVIL. Regla Legal y Critica.
En su redacción inicial el artículo 907 limitaba la responsabilidad del autor de
un hecho involuntario ilícito, a la medida de su enriquecimiento. Cabe puntualizar que
el artículo 907 alude a los hechos obrados sin discernimiento. No comprende en cambio
a los actos obrados bajo fuerza irresistible: en este caso, ni siquiera hay hecho
Involuntario, pues no hay autoría (Mosset Iturraspe y Bueres).
Responsabilidad de los representantes:
Sin perjuicio de la responsabilidad del autor del hecho Involuntario ilicito, el
artículo 908 dispone que: “sin embargo, a salvo los derechos de los perjudicados, a la
responsabilidad de los que tienen a su cargo personas que obren sin el discernimiento
correspondiente”.
De modo que la víctima de un hecho involuntario (v.gr., accidente causado por
un menor de 9 años o por un demente), podría accionar contra el representante legal
del sujeto carente de discernimiento, pudiendo obtener de él la indemnización de los
daños sufridos conforme al régimen de responsabilidad de los padres, tutores y
curadores y directores de establecimientos educacionales (arts. 1114 a 1118).
Requisitos de procedencia de las acciones de que dispone la víctima.
La procedencia de las acciones de responsabilidad, sea la de enriquecimiento
(art. 907), cuanto la dirigida contra los representantes (art. 908), está sujeta a los
recaudos de:
— antijuridicidad: el acto debe ser ilícito; La Involuntariedad no impide que el
acto sea considerado ilícito;
— debe haber producido un daño indemnizable de acuerdo a las reglas
ordinarias, que guarde adecuada relación de causalidad con el hecho.
Este régimen de responsabilidad no parece demasiado eficaz, ya que por regla
general se admite la irresponsabilidad probándose que no ha sido posible impedir el
daño causado por los hijos o pupilos (arts. 1116 y 1117). Y la acción contra el carente de
discernimiento, al tener el límite del enriquecimiento de este sujeto, era prácticamente
inexistente.
De modo que en la realidad, numerosos casos podían quedar sin ser
indemnizados, lo que motivó la crítica unánime de la doctrina.
CONSECUENCIAS DE LOS ACTOS INVOLUNTARIOS: SISTEMA
VIGENTE.
La ley 17.711 agregó al articulo 907 un segundo párrafo, que reza: “Los jueces
podrán también disponer un resarcimiento a favor de la víctima del daño, fundados en
razones de equidad teniendo en cuenta la importancia del patrimonio del autor del
hecho y la situación personal de la víctima”.
Fuentes del precepto:
La solución que se incorpora, fundada en razones de equidad, aparece en
numerosos códigos contemporáneos: alemán (art. 829); italiano (art. 2047, 2 párr.);
portugués (art. 489); suizo de las obligaciones (art. 54); venezolano (art. 1187); peruano
de 1984 (art. 1977); boliviano de 1975 (art. 989, 2 párr.).
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buscado con la realización del negocio jurídico, y de ese modo se lo diferencia del
simple acto lícito, dado que es factor condicionante del obrar efecto Jurídico
perseguido (…tienen por fin inmediato establecer relaciones jurídicas entre las partes,
… Art.944).
La noción finalista del negocio jurídico:
Orgaz la ha explicado con precisión definitoria “...sin duda, en la generalidad
de los casos las partes ignoran la calificación concreta que tienen, desde el punto de
vista jurídico, los resultados que quieren alcanzar, pero saben y tienen conciencia de
que esos resultados económicos o empíricos tienen la protección de la ley y que su
cumplimiento es recíprocamente exigible: el más ajeno a las nociones jurídicas sabe
bien que, cuando compra un objeto, lo adquiere definitivamente, y que puede hacer de
él lo que desee, mientras que si solamente lo alquila tiene que devolverlo después de
un tiempo a su dueño y que debe cuidar que no se destruya o deteriore. Los resultados
económicos o empíricos son queridos por los interesados, y no hay ninguna violencia
lógica en considerar que ellos quieren al mismo tiempo los resultados jurídicos que
aseguran o amparan aquellos resultados económicos o empíricos” (Conf. Borda,
Cifuentes).
DISTINCION CON LOS SIMPLES ACTOS LICITOS:
La noción de acto voluntario simple o simple acto lícito está prevista en el
articulo 899 dispone que: “los actos lícitos que no tuvieren por fin inmediato alguna
adquisición, modificación o extinción de derechos, sólo producirán este efecto, en los
casos en que fueran expresamente declarados”.
La finalidad como criterio distintivo:
Ya se ha apuntado que la diferencia entre el simple acto voluntario y el acto
jurídico radica en la finalidad del agente y su incidencia sobre el efecto jurídico. En el
simple acto lícito, la producción del efecto jurídico nace de la ley con total
prescindencia de la voluntad de quien actúa. Así quien caza o pesca, puede hacerlo por
mero placer, pero la ley le atribuye el dominio si el sujeto conserva el pez o la presa. En
cambio en el acto o negocio jurídico, el efecto jurídico se produce porque el sujeto lo
quiere.
Los actos semejantes a negocios jurídicos:
Algunos autores distinguen entre los simples actos materiales (cazar, pescar,
aprehender una cosa mueble sin dueño), de los actos semejantes a negocios jurídicos,
categoría que comprendería por ejemplo la interpelación para constituir en mora al
deudor, la notificación al deudor cedido, la notificación del ejercicio del pacto
comisorio, etc., en los que el efecto derivaría de la ley (Messineo).
Esta clasificación no ha tenido mucha fortuna en nuestra doctrina, la que en
general considera que los actos semejantes a negocios jurídicos son en realidad
verdaderos negocios jurídicos unilaterales (Conf. Cifuentes).
La trascendencia de la cuestión radica en que ciertas disposiciones legales han
sido pensadas exclusivamente para los negocios jurídicos y por ello no resultan
aplicables a los actos lícitos. Así sucede con las normas generales sobre capacidad de
hecho; la capacidad para los simples actos lícitos se rige por normas particulares (v.gr.,
la del art. 2392 que autoriza a tomar la posesión a los menores que hubieran cumplido
diez años). Del mismo modo, no se aplican a los simples actos las normas que se
refieren al objeto (art. 953), algunas relativas a los vicios, las de la forma y prueba, a las
modalidades, ni las que reglan la nulidad o anulabilidad de los negocios jurídicos.
NEGOCIO JURIDICO YAUTONOMIA DE LA VOLUNTAD.
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El objeto de los actos jurídicos puede ser elegido libremente por las partes, de
allí que el artículo 953 se limita a establecer las condiciones que debe reunir,
expresándolas de manera negativa.
De todos modos, antes de examinar esas condiciones es conveniente determinar
qué puede ser objeto de los actos jurídicos, para saber cuál es el campo de hechos o
bienes en el cual puede jugar ese principio de libertad que acabamos de enunciar.
¿QUE PUEDE SER OBJETO DE LOS ACTOS JURIDICOS?
Hechos y bienes:
El artículo 953 se refiere a hechos y cosas como posibles objeto de los actos
jurídicos. La referencia a las cosas debe ser suplida por la mención de los bienes,
concepto más amplio, y que responde por ende con más precisión a la idea de que se
trata, pues no existe ninguna duda de que las cosas y los bienes en sentido estricto,
como derechos, pueden ser materia del negocio jurídico.
REQUISITOS DEL OBJETO: ARTICULO 953, El texto legal.
El artículo 953 dispone que: “El objeto de los actos jurídicos deben ser cosas
que estén en el comercio, o que por un motivo especial no se hubiese prohibido que sean
objeto de algún acto jurídico, o hechos que no sean imposibles, ilícitos, contrarios a
las buenas costumbres o prohibidos por las leyes, o que se opongan a la libertad de las
acciones o de la conciencia, o que perjudiquen los derechos de un tercero. Los actos
jurídicos que no sean conformes a esta disposición, son nulos como si no tuviesen
objeto”.
— cosas (rectius: bienes), que estén en el comercio o que no estén prohibidas
como objeto de un negocio;
— hechos, que deben ser posibles, lícitos, acordes con la moral y las buenas
costumbres, y no afectar la libertad de las acciones o la conciencia, ni perjudicar los
derechos de un tercero.
El recaudo de posibilidad, se predica también de las cosas, según surge del
texto de la nota al artículo 953.
La determinabilidad del objeto:
Hemos dicho antes que el sujeto del negocio puede ser determinado o
determinable, lo mismo se predica del objeto del acto, regla que encuentra su
fundamento en la nota al artículo 953 que transcribe una norma del Digesto según la
cual: “...el acto es ilusorio cuando el objeto es tan vagamente indicado que no sea
posible determinarlo”.
Por lo demás nuestro Código acepta la celebración de negocios jurídicos cuyo
objeto pueda ser total o parcialmente determinados con posterioridad a su celebración,
sea por las partes, sea por un tercero (arts. 1170, 1171, 1349, 1350, 1351, etc.).
A partir de ahora analizamos las condiciones que el artículo 953 determina con
fórmula de expresión negativa.
- LOS BIENES INENAJENABLES:
- Cosas que no están en el comercio: Son cosas absolutamente fuera del
comercio las mencionadas en el artículo 2337, es decir aquellas cuya venta o
enajenación fuera expresamente prohibida por la ley; y aquéllas cuya enajenación se
hubiere prohibido por actos entre vivos o disposición de última voluntad, dentro de los
límites que la ley fija a este tipo de cláusula.
Son relativamente inenajenables aquellas para cuya enajenación es necesaria
una autorización previa (art. 2338).
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Recordamos que los artículos 2337 y 2338 si bien aluden a cosas, son también
aplicables a los bienes en sentido estricto. De allí que sea válida la referencia a los
bienes en sentido genérico como lo venimos haciendo.
La doctrina nacional ha señalado que las cosas fuera del comercio no están
excluidas de ser objeto de negocios jurídicos, pese a la afirmación del artículo 953. Así,
las cosas del dominio público, que están fuera del comercio, pueden ser objeto de
comodato, concesión, permiso, etc.
Con mayor razón, las cosas relativamente inenajenables pueden ser materia de
un negocio jurídico, aún antes de la autorización a que se refiere el artículo 2338: v.gr.,
los bienes de los incapaces pueden ser enajenados sin la conformidad previa del
representante promiscuo; ella puede ser dada con posterioridad pues la eventual
nulidad es relativa y saneable, y aun suplida por la confirmación del acto por el
incapaz una vez desaparecida la incapacidad.
Cosas que están especialmente prohibidas:
No es muy clara la referencia a las “cosas especialmente prohibidas”: la mayor
parte de la doctrina considera que es el caso de las cosas muebles que no pueden
hipotecarse, los inmuebles que no pueden ser dados en prenda.
Nos parece que además de los ejemplos antes mencionados, deben tomarse en
consideración los supuestos de bienes o cosas cuya enajenación es particularmente
prohibida por la legislación. Así, ciertos medicamentos o estupefacientes, o para tomar
un ejemplo de la realidad nacional, la denominada crotoxina, presunta droga
anticancerosa cuya comercialización, o aun utilización experimental, fue prohibida por
las autoridades de salud pública.
Del mismo modo, la moneda extranjera puede constituir objeto prohibido en
regímenes en los que es vedado comerciar sobre ella y a veces aun su tenencia por los
particulares. En nuestro país constituye delito la simple tenencia sin autorización legal
de armas de guerra, bombas, materias o aparatos capaces de liberar energía nuclear,
materias explosivas, Inflamables, asfixiantes o tóxicas, o substancias o materiales
destinados a su preparación (art. 189 bis, 3er. Párr., Cód. Penal); por lo tanto, estas
serían cosas especialmente prohibidas o inenajenables. En definitiva, cuadra apuntar,
estas cosas constituirían en ilícito al objeto del acto Jurídico.
LAS COSAS “IMPOSIBLES”:
Ya hemos dicho que el requisito de posibilidad, que Vélez refiere
fundamentalmente a los hechos (tanto en el texto como en la nota), se aplica también a
los bienes objeto del negocio jurídico.
Imposibilidad material o jurídica:
Llambías ha sostenido que la imposibilidad debe ser jurídica. Y esto se explica
de la siguiente manera: si una parte se ha obligado a un hecho o cosa imposible
(entregar la propiedad de la luna), la otra no podría pretender el cumplimiento en
especie ni las prestaciones sustitutas (cumplimiento por otro, daños y perjuicios: art.
505).
Otro importante sector de la doctrina, sostiene que la imposibilidad a que se
refiere la ley es puramente material; la imposibilidad jurídica, se subsume en la ilicitud.
Originaria o sobreveniente:
La imposibilidad debe ser originaria, esto es contemporánea al acto. Si ella
sobreviene luego de celebrado el acto, entrarán en juego las disposiciones que tratan la
imposibilidad de pago (art. 888 y sigs.).
Absoluta o relativa:
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La imposibilidad debe ser absoluta, en el sentido de que no debe ser propia del
sujeto del negocio, sino afectar por igual a todas las personas. Es decir que el objeto
debe ser imposible para todos por igual.
Imposibilidad total o parcial:
Si la imposibilidad fuere parcial, no necesariamente el acto es nulo. La solución,
debe encontrarse en la aplicación analógica del artículo 1328, del cual resultaría que
quien haya pretendido adquirir derechos sobre el objeto parcialmente imposible,
puede dejar sin efecto el contrato o demandar la parte que existiese.
Cosas futuras:
Las cosas futuras pueden ser objeto del negocio jurídico, en cuanto su existencia
dependa de una condición o se trate de un negocio aleatorio.
EL PROPIO CUERPO COMO OBJETO DE LOS ACTOS JURÍDICOS.
Como regla general los denominados “actos de disposición sobre el propio
cuerpo”, son (salvo cuando se trata de partes renovables o actividades peligrosas o
deportivas), y el consentimiento debe ser prestado por sujeto capaz, no puede ser
suplido y ha de encontrarse dentro de los límites establecidos por la ley y la moral y las
buenas costumbres. De allí que no sea válido el acto por el cual una persona pretende
dar un riñón suyo a una persona con la cual no la une ningún vínculo de parentesco.
En cuanto al cadáver, constituye cosa fuera del comercio, por lo que sólo puede
ser objeto de los actos jurídicos de disposición previstos en el ordenamiento (en
particular, ley 21.541 y su reforma); sin perjuicio de que el cadáver ignoto (esqueleto),
entra en el comercio y puede, por lo tanto, ser materia de negocios jurídicos.
LOS HECHOS ILICITOS.
El acto tiene como objeto un hecho ilícito, cuando la conducta que constituye su
materia o realidad, está prohibida por la ley.
De allí que constituyen supuestos de negocios de objeto ilícito, aquellos en que
se prometen servicios profesionales, para los cuales se carece de título habilitante
(ejercicio ilegal de la medicina, de la abogacía o de cualquier otra profesión que
requiera alguna habilitación); las sociedades prohibidas para ciertos profesionales
(sociedad anónima para el ejercicio del corretaje; sociedad entre martilleros y
corredores).
LOS HECHOS QUE AFECTAN LA LIBERTAD.
La ley se refiere a la libertad de las acciones o de la conciencia. Aplicación de
esa regla se encuentra en el artículo 531, conforme al cual son prohibidas las
condiciones siguientes: habitar siempre en un lugar determinado, o sujetar la elección
de domicilio a la voluntad de un tercero; mudar o no mudar de religión; casarse con
determinada persona, o con aprobación de un tercero, o en cierto tiempo, o en cierto
lugar, o no casarse; vivir célibe perpetua o temporalmente, o no casarse con persona
determinada o separarse personalmente o divorciarse vincularmente.
Aplicaciones judiciales:
La jurisprudencia entiende que la obligación de no establecerse con un
comercio de idéntico o parecido ramo o actividad, que se conviene en los contratos de
transferencia de fondo de comercio, no puede exceder de cinco años, aun cuando a
veces no se lo exprese, el fundamento radica en que una mayor extensión, y en
particular la prohibición por tiempo indefinido, afectarían la libertad del obligado.
HECHOS CONTRARIOS A LA MORAL Y BUENAS COSTUMBRES.
El artículo 953 impone la conformidad del objeto del negocio jurídico con la
moral y buenas costumbres; por lo tanto, la primera preocupación que se genera es la
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reducirse esa represión a la lesión subjetiva, tal cual se halla hoy legislada en el artículo
954, habría que concluir que la reforma de 1968 ha sido un paso atrás.
HECHOS QUE AFECTEN LOS DERECHOS DE TERCEROS.
En principio, los actos jurídicos tienen un efecto relativo, limitado a las partes
del negocio, por lo que no afectan a terceros (arts. 1195 y 1199). De allí que, como regla
general, cabe afirmar que los actos no pueden beneficiar ni perjudicar a terceros.
Sin embargo, pueden quedar comprometidos en esta especie, los actos
fraudulentos (art. 961 y sigs.), con la peculiaridad de que la sanción de ellos no es la
nulidad, sino la inoponibilidad.
EFECTOS DEL NEGOCIO JURIDICO DE OBJETO PROHIBIDO. Regla
general.
La sanción para los negocios jurídicos cuyo objeto no cumpla con los recaudos
del artículo 953 es la nulidad. Sin embargo, cuando los tribunales han entendido en
materia de mutuos usurarios, no han declarado la nulidad, y han procedido a la
reducción de los intereses. A la misma solución se arribó en materia de cláusula penal
excesiva.
En algunos países la sanción para el mutuo usurario es la pérdida de todos los
intereses y aun de la acción para la restitución de lo prestado (ley francesa 66- 1010 del
28/X1I/1966). Si se trata de actos lesivos la jurisprudencia admitía su reajuste y ello ha
sido expresamente considerado en el artículo 954.
LA CAUSA. ACEPCIONES DE LA PALABRA CAUSA.
Cuando se habla de causa es preciso determinar como punto de partida, las
distintas acepciones que esa palabra tiene, para así saber cuál es la materia sobre la cual
se está discurriendo. Dejamos de lado en principio los distintos conceptos de causa en
el plano filosófico, para entrar de lleno a las nociones de causa que pueden tener
relevancia en el plano de lo jurídico.
En este sentido pues, se habla en primer lugar de causa fuente, con lo cual se
pretende aludir a la fuente de la cual emana un determinado efecto jurídico. La noción
de causa fuente es fecunda en el plano de las obligaciones, y con ella se identifica a las
causas que generan un vínculo jurídico obligacional; de modo que el contrato, el hecho
ilícito, la ley, son generalmente indicados como fuentes de las obligaciones.
En segundo término se habla de la causa final, noción que originariamente
estuvo dirigida a expresar aquello que las partes persiguen al realizar un acto jurídico.
En este sentido, la causa de un negocio de compraventa sería la obtención de la
propiedad de la cosa para el comprador, y la disponibilidad del precio para el
vendedor.
A su vez, la causa final se ha identificado también con la causa motivo o
impulsiva, que trata de identificar el interés concreto que ha movido a las partes a la
realización de un negocio jurídico. Para el comprador el motivo de la compraventa de
una casa puede ser la necesidad de habitar en ella o la de hacer una inversión, la de
instalar un fondo de comercio o desarrollar una actividad profesional o industrial.
Esta multiplicidad de acepciones es una de las razones que da lugar a
dificultades en los desarrollos doctrinarios, los que, además, se encontraron en la
mayor parte de los países con textos legales pocos claros acerca del alcance que daban a
la palabra causa cuando la utilizaban; y en otros con la ignorancia legal de esa noción.
LA CAUSA COMO ELEMENTO DEL NEGOCIO JURÍDICO.
Descartamos en primer lugar a la causa fuente, la que tiene trascendencia en el
ámbito obligacional.
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obtener un enriquecimiento indebido (causa ilícita): artículos 62, segundo párrafo y 68;
y prevé también la solución para los supuestos en que la causa ha desaparecido antes
de entrar en vigencia el seguro (falta de causa en la etapa genética del contrato) y
durante la vigencia de la póliza (desaparición de la causa en la etapa funcional):
artículo 81.
Posición que niega la independencia de la causa como elemento del negocio
jurídico:
Un importante sector de la doctrina nacional ha sostenido que los artículos 499
a 502 se refieren a la causa fuente de la obligación y no a la causa final del contrato
(Salvat, Galli, Llambías, Spota). En algunos casos esta interpretación de la ley ha estado
influida por una posición previa anticausalista.
A este modo de pensar ha contribuido la existencia del artículo 953, que exige
que el objeto de los actos jurídicos sea acorde con la ley, la moral y las buenas
costumbres, con lo cual vendría a imbricarse en el objeto la licitud y moralidad de los
fines perseguidos por los otorgantes.
Nació así la doctrina del “objeto fin social del acto jurídico”, desarrollada
magistralmente por Spota y que ha tenido notable difusión entre nuestros autores.
Posición causalista.
Desde antiguo una parte de la doctrina encontró que los artículos 500 a 502 se
refieren a la causa final; las ideas en ellos contenidas, e incluso la cita de los artículos
1131 a 1133 del Código Napoleón al pie de los mismos, parecen indicar que Vélez ha
querido en realidad referirse a la “causa lícita” del Código francés, aun cuando la
circunstancia de que el artículo 499 se refiera a la causa fuente oscurece, sin dudas, la
interpretación del pensamiento del legislador.
También se encuentra presente la idea de causa motivo o impulsiva, en el ya
citado artículo 926, aunque su ubicación en la teoría del error tiende a confundir la
causa con el consentimiento.
Asimismo existen aplicaciones específicas de la idea de causa final, y se la ve
funcionar tanto en la etapa genética como funcional del contrato, en los artículos 1522 y
1604 que autorizan la rescisión del contrato de locación o la suspensión de los pagos
debidos por el locatario cuando la cosa no es apta para el destino para el cual se la
alquiló o por caso fortuito no puede ser usada por el inquilino.
La jurisprudencia ha hecho una aplicación fértil de la idea de causa final,
particularmente en cuanto inmoral o ilícita, aunque como ya lo hemos dicho, con
fundamento en el artículo 953 Código Civil, que incluye el precepto conforme al cual
los actos jurídicos deben guardar armonía con la moral y las buenas costumbres.
Por ello la doctrina contemporánea argentina se viene inclinando
decididamente por las posiciones causalistas (Videla Escalada, Mosset Iturraspe,
Borda, Bueres, López de Zavalia, Salerno), con matices en cada uno de los autores,
inevitables en este tema, aunque con una clara tendencia a enrolarse en la concepción
dualista.
DEFECTOS DE LA CAUSA (FALTA DE CAUSA, FALSA CAUSA, ILICITUD
Y FRUSTRACION).
El negocio jurídico debe contar, como uno de sus elementos esenciales, con una
causa final de modo que el negocio querido por la voluntad de las partes, obtenga
reconocimiento del derecho y produzca sus efectos conforme lo querido por las partes.
De modo que si en el negocio falta la causa, o ella es falsa, ilícita o se frustra, se
producirán determinados efectos jurídicos.
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Falta de causa.
Cuando hablamos de falta de causa corresponde hacer un distingo, entre la
causa objetiva y la subjetiva. Tratándose de contratos típicos (compraventa, permuta,
mutuo, etc.), la causa objetiva, como finalidad económico-social del negocio, está dada
expresamente por la ley; dentro del marco fijado por ella, las partes ejercerán las
facultades que emanan de la autonomía privada.
Por lo tanto, en principio, no puede faltar la causa en los contratos típicos, salvo
que en el caso concreto ella sea de imposible realización; tal sucede, v.gr., cuando se
pretende contraer la calidad de fiador de una obligación ya pagada, comprar la cosa
que ya es propia, asegurar un riesgo inexistente, pagar una deuda ya extinguida, etc.
En la jurisprudencia francesa se ha tratado un caso interesante; es habitual el
contrato por el cual alguien promete una renta vitalicia a cambio de la transmisión de
la propiedad de un inmueble, lo que acaecerá con la muerte del propietario beneficiario
de la renta; los tribunales han considerado que el contrato carece de causa si el
propietario beneficiario de la renta estaba enfermo sin posibilidades de prolongación
de su vida, y eso era sabido por el adquirente de la propiedad.
Falsa causa:
El negocio que expresa una causa no real, es válido si se funda en otra causa
verdadera (art. 501) y lícita. De allí que el negocio simulado no sea necesariamente
inválido; por el contrario, si la simulación es licita, produce efectos jurídicos el acto real
(art. 958).
En otro sentido puede decirse que existe falsa causa cuando media error sobre
la causa principal del acto, situación regulada en el artículo 926 como un vicio del
consentimiento.
La carga de la prueba de la falsedad de la causa expresada en el acto la soporta
quien invoca tal hecho. Sobre este punto no puede caber duda. Pero, basta para el
deudor que pretende su liberación, acreditar que la causa es falsa, o también debe
probar que el negocio no tiene otra causa lícita; o por el contrario, será el acreedor
quien deberá justificar la existencia de otra causa lícita de su acreencia (COMENTAR
CRITERIO DE LAS CARGAS PROCESALES DINAMICAS).
La cuestión, poco frecuente, ha sido recientemente fallada por la Casación
francesa, que en un caso en el cual el acreedor confesó que la causa expresada era falsa,
sostuvo como principio general que corresponde al deudor la prueba de que la causa
expresada es falsa, pero superado este primer tramo, la carga de la prueba se invierte, y
es el acreedor quien debe probar la existencia de otra causa lícita.
Causa ilícita.
La causa es ilícita cuando es contraria a las leyes y al orden público (art. 502).
Ello comprende a la causa contraria a la moral y las buenas costumbres. Conforme al
mismo precepto citado, la obligación fundada en causa ilícita es de ningún efecto.
Ahora bien: para que la causa ilícita provoque la nulidad del negocio, es preciso
que ella sea común a ambas partes. La jurisprudencia francesa, que sigue esta
orientación desde 1956, afirma que no es necesario que exista un proyecto común a
ambos contratantes, pero sí se requiere, en toda hipótesis, que el móvil ilícito que ha
motivado a una de las partes haya sido conocido por la otra, de modo que haya
entrado en el “campo contractual”, con lo que se evita que un contratante de buena fe
deba soportar una nulidad por una causa ilícita que ha ignorado. Este criterio ha sido
confirmado por un reciente pronunciamiento de la Casación que ha anulado un
contrato de compraventa de talismanes y materiales de ocultismo, efectuado por un
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La doctrina suele incluir entre los actos abstractos a los títulos valores, el aval, la
fianza, el reconocimiento de deuda, la tradición, las transferencias inmobiliarias, la
cesión de créditos propia y la transmisión de deudas a título particular.
Quizá el ejemplo más expresivo de la categoría es el acto abstracto de
enajenación del derecho registral alemán. Conforme a su régimen, la transmisión del
dominio (o de otros derechos reales inmobiliarios), no se produce en virtud de la
compraventa o la donación (u otro contrato apto para el efecto), sino en virtud de un
acto abstracto de enajenación que refleja exclusivamente la voluntad de modificar la
situación jurídica registral.
De modo que los subadquirentes recibirán el dominio en virtud de ese acto
abstracto de enajenación, y serán irrelevantes frente a ellos los posibles vicios o
defectos del acto jurídico causal celebrado entre los anteriores adquirentes y
transmitentes del derecho real de que se trate.
Nuestros autores suelen limitar la exposición de los actos abstractos a los títulos
de crédito. Se comprende en la especie al aval, que como garantía específicamente
cambiaria, participa de la abstracción de los títulos a los cuales se incorpora. En cambio
en nuestro sistema jurídico no tienen tal carácter el reconocimiento de deuda (art. 722),
la tradición, pues en nuestro derecho rige el sistema del título y modo, la fianza ni la
cesión de créditos.
EFECTOS DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS. DISTINCION ENTRE
EFECTOS OBJETIVOS Y SUBJETIVOS.
La consideración de los efectos de los actos jurídicos puede hacerse en un doble
ámbito: el de los efectos objetivos y el de su alcance subjetivo. Esto es, por un lado,
cuáles son los efectos jurídicos producidos por el acto. Por otro, a qué personas
alcanzan esos efectos.
Los efectos objetivos son las relaciones jurídicas creadas por el negocio jurídico,
o su modificación, conservación, transmisión o extinción (art. 944).
Por su parte efecto subjetivo atañe a la determinación de quienes son los sujetos
que se benefician o soportan los efectos del objetivo del negocio jurídico.
PRINCIPIO GENERAL.
Con relación a los terceros:
El Código no sienta una regla en materia de efectos subjetivos de los actos
jurídicos, pero ella aparece en materia de contratos y como tal se la considera aplicable
a todos los negocios jurídicos.
El principio del articulo 1195 conforme al cual los contratos no pueden
perjudicar a terceros (res ínter alios acta altis neque nocere neque prodesse potest),
norma que aparece ratificada por el artículo 1199, dispone que los contratos no pueden
oponerse a terceros ni invocarse por ellos. La extensión de tal principio no es absoluta,
y requiere numerosas precisiones.
Con relación a los sucesores de las partes:
Por lo demás, es distinta la situación de los sucesores universales y particulares
de las partes de un negocio jurídico. El mismo articulo 1195 determina que los efectos
de los contratos se extienden activa y pasivamente a herederos y sucesores universales,
salvo las excepciones que allí mismo se determinan. Y en cuanto a los sucesores
singulares, su situación aparece reglada en los artículos 3266 a 3268 que requieren una
prudente exégesis para extraer los principios que de ellos emanan.
DISTINTOS TIPOS DE SUCESIONES.
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Nuestro Código contiene dos preceptos, cuyos contenidos aparecen casi como
contradictorios. El primero de ellos, artículo 3267, dispone que: “El sucesor particular
puede prevalerse de los contratos hechos con su autor”.
Mientras que el artículo siguiente dice: “El sucesor particular no puede
pretender aquellos derechos de su autor que, aun cuando se refieran al objeto
transmitido, no se fundan en obligaciones que pasen del autor al sucesor, a menos que
en virtud de La ley o de un contrato, esos derechos deban ser considerados como un
accesorio del objeto adquirido”.
A pesar del orden y contenido de los preceptos transcriptos, en la doctrina
nacional prevalece el criterio según el cual la regla general es la del artículo 3268; el
sucesor particular es considerado un tercero en las relaciones jurídicas establecidas por
su causante. De modo que no puede invocar los contratos hechos por su autor; como
señala el mismo Vélez en la nota al artículo 3268... “el comprador de un terreno no
tiene acción contra el empresario, para hacerle cumplir la obligación de una
construcción en el terreno que el empresario hubiese contratado con el vendedor”; ni se
encontraría constreñido por un boleto de compraventa que hubiere suscripto el
causante (Orgaz).
De allí se deriva que la norma del artículo 3267 se refiere sólo a los negocios
jurídicos en los cuales se hubieren adquirido derechos en beneficio directo de la cosa,
como derechos de medianería o constitución de servidumbres activas (Salvat).
LOS TERCEROS.
Terceros interesados y no interesados:
En materia de “terceros”, esto es, sujetos que no han intervenido en la
celebración del negocio jurídico, corresponde partir de una distinción básica entre
terceros no interesados y terceros interesados.
Son terceros interesados aquellos que pueden ostentar un derecho subjetivo o
un interés legítimo afectado por la relación jurídica. Tales son los sucesores
particulares, los titulares de derechos reales sobre las cosas que son objeto de la
relación jurídica, los acreedores privilegiados o quirografarlos de las partes del
negocio, los que ejercen derecho de retención sobre las cosas objeto del negocio, y la
masa pasiva del concurso, que en definitiva no es sino el conjunto de los acreedores.
Descartados los sucesores particulares, cuya situación ya ha sido analizada, se
advierte que los terceros interesarlos son los acreedores de las partes del negocio y los
titulares de derechos reales sobre las cosas objeto del negocio.
Terceros no interesados, o penitus extranei, son aquellos totalmente ajenos al
negocio y a sus efectos, pues no tienen derechos subjetivos o intereses legítimos
afectados por el acto jurídico.
Regla sobre efectos:
Dado que los terceros, interesados o no, son ajenos a la formación del negocio
jurídico, la regla general es que los efectos de éste no pueden extenderse a esos terceros
(arts. 1195, 1199).
Excepciones:
Existen algunas excepciones a la regla antes expuesta. El artículo 504 dispone
que: “Si en la obligación se hubiere estipulado alguna ventaja en favor de un tercero,
éste podrá exigir el cumplimiento de la obligación, si la hubiese aceptado y hécholo
saber al obligado antes de ser revocada”.
La estipulación en favor de terceros es entonces una excepción a la regla del
efecto relativo de los contratos, que sólo funciona cuando se hubiera previsto un
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como pauta de interpretación por encima de las palabras o cláusulas aisladas del
negocio.
Inciso 2°: el contexto general:
Conforme a este precepto, las cláusulas equívocas o ambiguas deben
interpretarse a través de los términos claros y precisos del contrato, cuidando de darles
el sentido que corresponda por el contexto general.
La ley señala aquí que las cláusulas del contrato no deben ser interpretadas
aisladamente, sino teniendo en cuenta que se integran en un todo que es el negocio
jurídico. La jurisprudencia, haciendo aplicación de este precepto, ha señalado en varias
oportunidades, que las partes no pueden pretender ampararse en las cláusulas que las
favorecen y desechar las que pueden resultar perjudiciales.
Inciso 3°, primera parte: la preservación del negocio:
Si una cláusula pudiera ser interpretada en dos sentidos, de uno de los cuales
resultaría la validez y del otro la nulidad, ha de preferirse la primera interpretación. Es
la regla de preservación del negocio, que se corresponde a la idea de que las partes han
celebrado el acto porque quieren sus efectos, y por lo tanto no es razonable pensar que
hayan declarado una voluntad que en definitiva llevará a la frustración del negocio.
Inciso 3°, segunda parte: la naturaleza del negocio y la equidad:
En la segunda parte del inciso 3° la ley dice que si la interpretación diese
siempre lugar a la validez, debe preferirse aquella que sea más conforme con la
naturaleza del negocio y la equidad. Con la naturaleza del negocio la ley se refiere
nuevamente a la finalidad económica del negocio, tomada como causa final objetiva
del mismo.
En cuanto a la equidad, tratándose de contratos bilaterales y onerosos, debe
entenderse la equivalencia de las prestaciones; regla que nuestra jurisprudencia ha
aplicado en numerosas oportunidades según ha sido visto.
Inciso 4°: la conducta posterior:
Ya tuvimos oportunidad de subrayar que el inciso 4° del artículo 218 establece
que la conducta de las partes posterior al negocio, es la mejor explicación de su
intención al celebrarlo.
Sobre este precepto descansa al menos parcialmente el asiento positivo de la
doctrina de los actos propios.
Inciso 5°: los actos de los comerciantes nunca se presumen gratuitos:
Esta es una regla propia del derecho comercial, que tiende a poner de relieve la
onerosidad de los actos mercantiles. No se aplica al derecho civil, donde algunos
negocios se presumen gratuitos (el mutuo, el mandato en ciertas circunstancias, etc.).
Inciso 6°: usos del tráfico:
El inciso 6 dice que: “El uso y práctica generalmente observados en el comercio
en casos de igual naturaleza, y especialmente la costumbre del lugar donde debe
ejecutarse el contrato, prevalecerán sobre cualquier inteligencia en contrario que se
pretenda dar a las palabras”.
Como ya se apuntó, la ley consagra aquí los denominados usos del tráfico. En
doctrina se señala que la ley incurre en error al imponer la costumbre del lugar donde
debe ejecutarse el contrato, cuando en realidad la costumbre que resulta relevante es la
del lugar de celebración (Borda). Estamos de acuerdo con este criterio, y consideramos
que la ley no impide al intérprete recurrir a los usos y costumbres del lugar en que el
negocio se ha otorgado.
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- Interpretación restrictiva.
Es de gran importancia apuntar que se deben interpretar restrictivamente todas
las cláusulas generales que importen renuncias de derechos para el adherente, o
limitaciones de responsabilidad o deberes para el predisponente de las estipulaciones.
LA INTERPRETACION DE LOS NEGOCIOS JURÍDICOS GRATUITOS.
En la interpretación de los negocios gratuitos es donde tiene su ámbito propio
la regla favor debitoris. Por ello, nuestros tribunales afirman que en este tipo de
contratos, las dudas deben resolverse en favor de la menor transmisión de derechos e
intereses.
INTERPRETAClON DE LOS ACTOS UNILATERALES.
Testamento:
La temática de la interpretación de los actos unilaterales se vincula siempre al
testamento, como prototípico negocio de esta clase. En esta especie de actos la
interpretación ha de dirigirse a desentrañar lo efectivamente querido por el testador,
esto es su voluntad real.
Por ello, no siempre deberá ajustarse la interpretación al sentido literal de las
palabras empleadas, ni aun al sentido general, sino al sentido que el causante les daba
a las palabras. Así, si el causante llamaba “biblioteca”, a lo que era su “discoteca”, y en
el testamento lega la “biblioteca”, el legatario tendrá derecho a reclamar aquello a lo
cual se refería efectivamente el causante, esto es, su colección de discos.
Naturalmente, esa voluntad real ha de surgir de la declaración, aunque sea
insuficiente o ambiguamente expresada.
Otros actos jurídicos unilaterales:
Existen ciertos negocios a los que ya nos hemos referido, que son patrimoniales,
tienen efectos entre vivos, y respecto de terceros, pero que son actuados por la
voluntad de una sola parte. Tales son, por ejemplo, la interpelación para la constitución
en mora, la declaración de resolución del contrato en ejercicio del pacto comisorio, la
notificación al deudor cedido.
Estas actuaciones de voluntad tienden a alterar la relación jurídica que se tiene
con ese tercero; extinguiéndola en el ejercicio del pacto comisorio, sustituyendo a una
de las partes en la notificación de la cesión, agravando la situación del deudor al
constituirlo en mora.
Por ende, imponen que quien actúa estos negocios jurídicos, se exprese con la
mayor claridad posible. De modo que en la duda generada por la ambigüedad de los
términos, se estará en contra suya. Por lo que si el requerimiento no establece de
manera clara y concreta su carácter coactivo, no será una interpelación; si se duda
acerca de si el acreedor reclama el cumplimiento o ejerce la facultad resolutoria, se
estará a la consecuencia menos gravosa para el deudor, o sea la primera.
CLASIFICACION DE LOS NEGOCIOS JURIDICOS. LAS
CLASIFICACIONES DEL CODIGO CIVIL.
Vélez Sarsfield, luego de exponer en el artículo 944 el concepto de acto jurídico,
en los artículos 945 al 947 los clasifica en base a tres criterios, en actos jurídicos
positivos y negativos, unilaterales y bilaterales y entre vivos o de última voluntad,
también denominados mortis causae. Las clasificaciones resultan ajenas a lo que debe
ser un Código, que en cuanto ley debe limitarse a obligar, autorizar, o prohibir
acciones. La tarea de clasificar no es legislativa, sino científica o didáctica.
Tampoco puede sostenerse que las clasificaciones sean verdaderas o falsas, sólo
son útiles o inútiles para obtener la finalidad propuesta.
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familia. Pero, dicho contenido patrimonial no es previsto como el fin inmediato (art.
944) de la celebración u otorgamiento del acto, sino mediato. Es una consecuencia, pero
no la consecuencia directa o inmediata querida.
Negocios extrapatrimoniales no familiares.
Desde otro punto de vista hoy puede afirmarse que existen actos jurídicos
extrapatrimoniales que no están regulados por el derecho de familia. Tal sería, v.gr., el
compromiso revocable de dar órganos o materiales anatómicos del propio cuerpo para
trasplantes, injertos, estudio o investigación.
NEGOCIOS DE DISPOSICION, DE OBLIGACION, DE
ADMINISTRACION Y DE CONSERVACION.
Estas categorías sólo pueden ser comprendidas dentro de la de negocios
patrimoniales. De tal suerte vienen a actuar como subcategorías o subclasiflcaciones de
la referida. Tampoco fueron expresamente contempladas por Vélez Sarsfield, aunque
son fácilmente inferibles del articulado del Código.
Para analizar los items de esta clasificación habremos de distinguir, en primer
lugar a los actos de administración de los de disposición, estos últimos en sentido
genérico.
Negocios de administración y de disposición:
El criterio para distinguir entre negocio de administración y negocio de
disposición, radica en la ausencia o presencia de peligro para la existencia misma de los
bienes que constituyen el patrimonio.
Así, son actos de administración aquellos que tienden a mantener íntegro al
patrimonio y a hacer desempeñar a ese patrimonio, en todos los bienes que lo
componen o en cada uno de éstos, su función económica (Spota). O en otros términos,
el acto de administración tiene por objeto hacer producir a los bienes los beneficios que
normalmente pueden obtenerse de ellos, sin alteración de su naturaleza ni de su
destino (Orgaz).
Son actos de disposición, los que alteran sustancialmente los valores
productores del patrimonio, los que forman su capital, o bien que comprometen por
largo tiempo su porvenir o destino. Como se advierte, la pauta clasificatoria es
económica y por tanto flexible, pero gira siempre sobre la idea del destino de los bienes
conforme a su naturaleza.
De allí que un mismo negocio pueda ser de administración o de disposición
según sean las circunstancias personales del otorgante. Así el contrato de compraventa
que por importar para el vendedor una enajenación, constituye por regla general un
acto de disposición, será de administración si es realizado por quien ha hecho de la
venta de ese determinado tipo de cosas su profesión habitual. Tal lo que acontece con
la venta efectuada por el comerciante; pese a estar enajenando un bien de su propiedad
ello constituye a su respecto un acto de administración.
En similar sentido es frecuente sostener que la enajenación sistemática de
inmuebles constituye acto de administración en cuanto sea parte del giro normal de la
actividad del sujeto. Y si bien por regla general los actos de disposición se vinculan a
las enajenaciones patrimoniales (venta), o al endeudamiento (asunción de una
obligación con garantía hipotecaria o prendaria), pueden existir negocios de
disposición que no constituyan enajenaciones, sino alteraciones del destino del bien
(por ejemplo transformar una explotación agropecuaria en club privado; o una casa
habitación en hotel).
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De otro lado, un mismo acto puede ser de disposición para una parte y de
administración para la otra, como ocurre en negocios celebrados a titulo gratuito. Tal es
el caso v.gr. de la donación que es para el donante un negocio jurídico de disposición y
para el donatario que recibe la cosa es de administración.
Son ejemplos de actos de disposición la constitución de derechos reales de
garantía (hipoteca, prenda o anticresis), la donación de cualquier cosa, o toda cesión a
titulo gratuito, la venta de cosas hechas por quien no es comerciante, o efectuada por
un comerciante sobre una cosa que no es del rubro de las que comercia, la renuncia de
derechos o acciones, o el cambio sustancial de naturaleza de una cosa fructífera.
Son ejemplos de actos de administración la percepción de rentas o capitales, el
pago de rentas, la colocación de capital en el mercado financiero, el tomar en locación,
el dar inmuebles en locación siempre que no se trate de los supuestos de los artícu los
1881, inciso 1° y 445, inc. 1°, la enajenación a título oneroso de las cosas que el
comerciante suele vender.
Negocios de conservación:
Como tercer categoría junto a los actos de disposición en sentido amplio y de
administración, y como subclasificación de los actos de administración se encuentran
los actos de conservación. Debe entenderse por acto de conservación aquel que tiene
por finalidad evitar la pérdida de un bien cuya existencia peligra. Serían, entonces,
actos de conservación la reparación de un inmueble, el pago de los impuestos, solicitar
o renovar una inscripción hipotecaria, interrumpir una prescripción.
Negocios de obligación:
Hasta ahora nos hemos referido a los actos de disposición en sentido amplio.
Desde otro punto de vista puede oponerse al concepto de negocio de disposición aquel
denominado “de obligación”. Ahora bien, con este nuevo alcance que llamaremos
restringido, los negocios de disposición son aquellos que en forma directa importan la
disminución del patrimonio de una persona, mientras que son “de obligación” aquellos
que en forma directa sólo obligan a su otorgante al cumplimiento de una prestación
pero que inmediatamente no importan la disminución de su patrimonio.
También aquí un mismo acto puede ser de disposición, para el vendedor de una
cosa que efectúa la tradición de la misma y “de obligación” para el adquirente si se
obligó a pagar su precio en forma diferida.
Los actos de disposición pueden también subclasificarse en traslativos y
abdicativos según que, el deterioro patrimonial que se opera en el patrimonio del
sujeto opere en beneficio de un tercero o no.
Negocios de administración ordinaria y extraordinaria:
La distinción entre administración ordinaria y extraordinaria se suele relacionar
con la enumeración que el artículo 1881 hace de actos para los que se requiere poder
especial. Así, serían actos de administración extraordinaria: hacer pagos que no fueren
parte de los ordinarios de la administración, pagar una deuda como tercero, hacer
novación de obligaciones ya existentes; reconocer obligaciones; hacer remisión o quitas
de obligaciones, etc.
La locación de inmuebles es por regla general un negocio de administración
ordinaria; pero la ley considera que la locación por plazos extensos constituye acto de
administración extraordinaria. Por ello, requiere la autorización judicial para la
locación celebrada por el curador o el tutor sobre bienes del pupilo cuando excede del
plazo de cinco años (art. 443, inc. 1°), o el poder especial cuando se trata de una
locación de bienes del poderdante por más de seis años (art. 1881. inc. 1°). Algunos
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autores ven en este caso un verdadero acto de disposición, conjugándolo con lo dicho
en el concepto de acto de disposición, en cuanto se alude a comprometer por largo
tiempo el porvenir o destino del bien.
NEGOCIOS ONEROSOS Y GRATUITOS. Concepto:
La presente categoría también debe ser comprendida como una subespecie de la
de negocios patrimoniales. Vale decir que los actos extrapatrimoniales no son
susceptibles del presente análisis. Tampoco resulta expresamente del articulado del
Código dedicado a la clasificación de los actos jurídicos, aunque sí del artículo 1139 que
contiene esta clasificación, pero referida a los contratos.
El artículo 1139 expresa: “Se dice también en este Código, que los contratos son
a título oneroso, o a título gratuito: son a título oneroso, cuando las ventajas que
procuran a una u otra de las partes no les es concedida sino por una prestación que ella
le ha hecho, o que se obliga a hacerle; son a título gratuito, cuando aseguran a una u
otra de las partes alguna ventaja, independiente de toda prestación por su parte”.
Relación con otras clases de negocios:
Estos actos onerosos o gratuitos pueden ser otorgados o celebrados tanto entre
vivos o mortis causae. Son onerosos entre vivos los contratos de compraventa, locación,
mutuo comercial (en el que se acuerda una retribución por el préstamo de consumo), la
constitución de hipoteca u otros derechos reales de garantía, etc. Por el contrario es
oneroso pero mortis causae la constitución en un testamento de un legado con cargo.
Son gratuitos y entre vivos todos los contratos gratuitos: el contrato de
donación, el mutuo civil (sin intereses como contraprestación), el comodato, etc.
Gratuito mortis causae es el testamento en cuanto negocio jurídico. Así como los actos
onerosos y gratuitos pueden ser entre vivos o mortis causae, también pueden ser
unilaterales o bilaterales.
Es unilateral a título oneroso el legado con cargo; y unilateral a título gratuito el
testamento. Bilateral a titulo oneroso la compraventa o el contrato de locación, y
bilateral a título gratuito el contrato de donación (nuevamente aquí debe señalarse que
la donación es un contrato y en cuanto tal es un negocio jurídico bilateral), el mutuo
civil cuando no se han pactado intereses, o el contrato de depósito (art. 2182), etc.
NEGOCIOS PRINCIPALES YACCESORIOS. Concepto y previsiones
normativas:
Tampoco esta clasificación fue contemplada en forma expresa por el
codificador, pero a diferencia de las dos anteriores puede ser referida tanto a actos
patrimoniales como extrapatrimoniales.
En realidad, la idea clasificatoria excede al ámbito de los negocios Jurídicos e
incursiona en el de los derechos.
Nuestro Código plantea la distinción en materia de obligaciones (arts. 523 a 526)
y respecto al derecho de dominio de cosas (arts. 2327y 2328).
El criterio distintivo es el siguiente: los negocios accesorios encuentran la razón
de ser del principio y continuación de su existencia, en la de otro acto que a su respecto
es llamado principal. De tal suerte, no pueden existir si previa, o coetáneamente, no
existe el negocio principal, y si éste deja de existir, también dejará de existir el negocio
accesorio.
Casos:
Son ejemplos de negocios principales y accesorios (bilaterales) el contrato de
mutuo y el de prenda que accede al mismo. Unilaterales, el testamento y la designación
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de albacea para su cumplimiento. Estos ejemplos valen también para los actos
principales y accesorios entre vivos y mortis causae.
Son accesorios, asimismo, todos los derechos reales de garantía hipoteca,
prenda y anticresis respecto de las obligaciones garantizadas, así como los contratos de
garantía: fianza y prenda. Las cláusulas especiales del contrato de compraventa, pacto
de reventa, de retroventa, etc. son accesorios respecto del contrato. También las
convenciones nupciales (art. 1217) son accesorias respecto del matrimonio.
En todos los casos mencionados, si el negocio principal es nulo, o aun siendo
válido dejase de existir, nunca habrá existido el negocio accesorio o dejará de ser.
Clasificación de los negocios accesorios:
A su vez los actos accesorios pueden se integrativos, complementarios o
auxiliares.
Son ejemplos de actos integrativos la ratificación por el gestor o el mandante
oculto, o la confirmación de un acto viciado de nulidad relativa. Es complementaria la
aceptación del tercero en el contrato a su favor. Y seria auxiliar el arbitraje respecto del
negocio principal.
NEGOCIOS PUROS Y SIMPLES Y COMPLEJOS O MODALES.
Esta clasificación tampoco fue expresamente considerada por el codificador al
tratar de los negocios jurídicos, pero sí al regular las obligaciones, en los artículos 527 y
siguientes. Los proyectos de reformas del Código Civil han intentando solucionar el
defecto legislando las modalidades en la parte general de los negocios jurídicos.
Los actos simples también llamados puros y simples son los que sólo presentan
los elementos esenciales del acto: voluntad, objeto, causa; es decir, que no contienen
modalidades.
Actos modales, son aquellos que sí contienen modalidades de los negocios
jurídicos. Estas modalidades son la condición, el plazo y el cargo. La condición y el
plazo supeditan la existencia o eficacia de un negociojurídico subordinándola a un
acontecimiento futuro. No es un acontecimiento futuro el pasado ignorado por las
partes.
Condición suspensiva y resolutoria:
Si el acontecimiento futuro es incierto (v.gr. si me recibo de abogado; si Juan
muere antes que yo; si Pedro gana las elecciones, etc.), es decir, que puede o no ocurrir,
la modalidad es una condición. Si esta condición supedita el nacimiento de un derecho
se denomina “condición suspensiva”, porque suspende la producción de efectos hasta
que acaezca. Si, por el contrario, la circunstancia de que el hecho futuro e incierto se
produzca trae aparejada la extinción de un derecho, esa condición (hecho futuro e
incierto) se denomina “condición resolutoria”, y extingue el derecho con efecto
retroactivo.
Plazo:
El plazo si bien es también un hecho futuro, a diferencia de la condición, es
cierto. Vale decir, que indefectiblemente ocurrira, v.gr. el 24 de febrero; a treinta días
de la fecha; cuando Juan muera (porque todo ser humano muere).
Plazo cierto e incierto:
Sin embargo, en los ejemplos dados existen plazos que en cuanto tales son
inciertos. Es decir que si bien como hechos futuros son ciertos, porque necesariamente
deben ocurrir, en cuanto plazos (hecho futuro y cierto) son inciertos porque no se sabe
cuándo habrán de ocurrir. Así, el plazo referido a la muerte de una persona es incierto;
el referido a una fecha es cierto.
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Las distintas ramas del derecho pertenecen a alguna de estas dos categorías. La
determinación de si un negocio pertenece a uno u otro ámbito normativo fija el derecho
aplicable, lo que tiene trascendencia pues los principios generales y las reglas
específicas presentan diferencias notorias.
El derecho civil y el comercial son derecho privado. Sin perjuicio de ello el
Código Civil contiene algunos actos e institutos que son de derecho público, como la
expropiación. Son también de derecho público las normas referidas al dominio público
de bienes por el Estado (art. 2340) y en ocasiones el mismo Código remite al derecho
administrativo (art. 2611).
En tales supuestos se aplica el derecho administrativo. Son, por tanto, actos
administrativos.
NEGOCIOS CONSTITUTIVOS YDECLARATI VOS.
Los negocios jurídicos que tienen por fin inmediato el CREAR, MODIFICAR o
EXTINGUIR relaciones jurídicas (art. 944) son negocios jurídicos constitutivos de
derechos: bien entendido que quedan comprendidos dentro de los mismos también los
extintivos.
Ahora bien; otra categoría de negocios es la de los declarativos, en los que se
proclama un derecho preexistente y que, en términos generales, sólo vienen a facilitar
su prueba. Tal el supuesto del reconocimiento de filiación por la madre (art. 242), o por
el padre en el supuesto de paternidad extramatrimonial (art. 247), el reconocimiento de
deuda (art. 718), la ratificación por el mandante oculto (art. 1936), la división de
condominio (art. 2695), o de herencia (art. 3503).
La consecuencia práctica que se sigue de la distinción radica en que, en los actos
declarativos como lo son de una situación preexistente los efectos se retrotraen a la
fecha del acto o derecho declarado.
NEGOCIO JURIDICO FAMILIAR. Concepto:
La doctrina contemporánea tiende a desarrollar la noción del denominado
negocio jurídico familiar, al que define como el acto voluntario lícito que tiene por fin
inmediato establecer entre las personas relaciones jurídicas familiares, crear, modificar,
transferir, conservar o aniquilar derechos subjetivos familiares, en tanto la obtención de
ese fin por la voluntad de los particulares esté admitida por la ley (Belluscio).
Se advierte que la definición ha sido hecha sobre la base del concepto del
articulo 944. Es que como señalan los autores que la desarrollan, existe unidad
sustancial entre el negocio jurídico definido por el Código y el acto jurídico familiar.
Desde el momento en que el derecho de familia integra el derecho civil, la teoría
general de los actos jurídicos comprende a los actos propios del derecho de familia y
sus reglas le son aplicables a falta de disposiciones especiales.
Clasificaciones:
En consecuencia, las clasificaciones propiciadas para los negocios jurídicos en
general, son aplicables a los actos jurídicos familiares en cuanto lo consienta su
naturaleza.
De este modo la doctrina distingue entre actos jurídicos familiares unilaterales y
bilaterales, solemnes y no solemnes, e inclusive patrimoniales y no patrimoniales. Con
respecto a estos últimos debe tenerse sin embargo presente que el contenido
patrimonial de los actos jurídicos familiares está siempre subordinado a las
características peculiares de estos negocios en que predomina el aspecto familiar. De
modo que en los actos familiares que tengan algún contenido patrimonial no rige el
principio de libertad de las convenciones sentado por el artículo 1197, sino que están
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2200, 2263, 3462 y 3770, al tratar de diversos institutos y contratos (v.gr. renuncia de
derechos, remisión de deuda, contratos de sociedad, de fianza, depósito y comodato,
etc.). En estos casos el otorgante del acto puede manifestar su voluntad de cualquier
manera, por signos inequívocos, en forma oral o escrita, y respecto de esta última por
instrumentos particulares no firmados, por instrumentos privados, o públicos. Sin
embargo no valdrá el silencio como manifestación de voluntad si no se trata de alguno
de los casos expresamente previstos en el artículo 919.
FORMA Y PRUEBA.
Concepto y función de la prueba.
Forma y prueba son dos conceptos diferentes que sin embargo suelen
confundirse en algunas hipótesis.
Cuando alguna norma exige la instrumentación por escrito, es posible
interrogarse sobre si lo requiere como forma del acto (sin la cual no le reconoce
validez) o si lo exige como prueba, es decir, para demostrar su vigencia.
Debe entenderse por prueba al conjunto de elementos mediante los que pueda
demostrarse la existencia y contenido del acto, o, si se quiere, el conjunto de medios
que se emplean en un proceso para demostrar al juez los hechos invocados.
La función de la prueba es la de representar al intelecto y sentidos del juez la
existencia de un acto pretérito. Ese acto jurídico fue tal, es decir logró su existencia
mediante una forma para mantener su vigencia, en caso de ser controvertida, es
necesaria la prueba. La actividad probatoria importa trasladar al acto en el tiempo, del
momento de su celebración al de su invocación.
Forma y prueba, sin embargo, en una primera aproximación, pueden llegar a
confundirse. Esto ocurre con la forma instrumental cuando el sistema jurídico exige
para la validez del acto una forma determinada. En tal supuesto esa forma es necesaria
para la validez del acto y también para su prueba.
Diferenciación entre “medios” y “modos” de prueba.
La distincion entre prueba y forma, se hace en referencia a los “medios” de
prueba, y no a los “modos” de prueba.
El artículo 1190 dispone: “Los contratos se prueban por el modo que dispongan
los códigos de procedimientos de las provincias federadas. Por instrumentos públicos.
Por instrumentos particulares firmados o no firmados. Por confesión de partes, judicial
o extrajudicial. Por juramento judicial, Por presunciones legales o judiciales. Por
testigos”.
En ese texto se alude a “medios” y “modo” de prueba. “Medio” es el elemento
probatorio (instrumento público, instrumento privado, instrumento particular no
firmado, por testigos, por confesión judicial o extrajudicial, etc.), y “modo” es el
procedimiento a seguir para poner en evidencia el medio (v.gr. el instrumento
presentado en juicio debe ser acompañado de una copia para la contraparte, la
confesión judicial provocada también llamada absolución de posiciones, debe ser
tomada por el juez, etc.).
La distinción práctica es que los modos están por regla, legislados en los
códigos de procedimientos que constituyen cuerpos legales de derecho local, con
vigencia en cada provincia. Sin perjuicio de ello, el Código Civil contiene una serie de
normas que regulan “modos” de prueba, es decir, plazos procesales, excepciones
procesales (que son un tipo de defensa), como ocurre con el procedimiento de cosas
halladas (arts. 2531 a 2539), o el de “expropiación” del tercero poseedor hipotecario
(arts. 3163 a 3180), o el procedimiento de insanía (arts. 146 a 152), etc.
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prueba designada por la ley; cuando exista principio de prueba por escrito; cuando la
cuestión verse sobre los vicios de error, dolo, violencia, fraude, simulación o falsedad
de los instrumentos en los que constare el acto; cuando media principio de
cumplimiento por una de las partes y negativa de la otra a cumplir el contrato (art.
1191).
FORMA ESENCIAL Y FORMA IMPUESTA. Concepto.
Prevista por el artículo 913, forma esencial es aquella que necesariamente debe
concurrir en todo acto jurídico para que sea tal. De lo contrario, aun existiendo la
voluntad, al no llegar a manifestarse, y por tanto, no poder ser conocida por terceros,
queda en el ámbito privado quizás pueda decirse “psicológico” del sujeto, y no llega a
trascender a la sociedad, por lo que resulta irrelevante para el derecho.
También al ser requisito imprescindible para la existencia de cualquier acto
jurídico, que la voluntad se manifieste en forma de gestos o hechos inequívocos,
verbalmente o en forma escrita, este concepto de forma “esencial” no es apto para
clasificar a los actos jurídicos, puesto que concurre en todos.
Otra cosa es la forma legal, o forma impuesta. Ella aparece definida en el
artículo 973, conforme al cual:
La forma es el conjunto de las prescripciones de la ley, respecto de las
solemnidades que deben observarse al tiempo de la formación del acto jurídico; tales
son: la escritura del acto, la presencia de testigos, que el acto sea hecho por escribano
público, o por un oficial público, o con el concurso del juez del lugar.
Forma legal y forma convencional.
La imposición puede emanar de la ley (forma legal propiamente dicha) o de la
convención de las partes (forma convencional). La distinción está admitida en la ley. El
artículo 975 comienza diciendo que: “En los casos en que la expresión por escrito fuere
ordenada o convenida, no puede ser suplida por ninguna otra prueba...” y el artículo
1186 establece que la obligación de elevar el acto a la forma legal prescripta ... “no
tendrá efecto cuando las partes hubiesen declarado en el instrumento particular que el
contrato no valdría sin la escritura pública”.
Ejemplo de forma impuesta por las partes, es que en el reglamento de un
edificio en propiedad horizontal se prevea que la citación a las asambleas debe hacerse
por carta documento, o por telegrama colacionado, y no por otro medio.
Desde luego que el mero acuerdo entre las partes no es apto para desvincularlas
de una forma requerida por la ley. Esto es, si no hay una forma legalmente ordenada,
las partes pueden convertir en obligatoria alguna en particular; pero si la ley ha exigido
una forma en especial, las partes por su propia voluntad no pueden restar virtualidad
al requisito legal que constituye parte del orden público.
CLASIFICACION DE LOS ACTOS JURÍDICOS EN RELACION A SUS
FORMAS.
Varias son las clasificaciones que pueden elaborarse respecto a este punto.
En primer término puede establecerse la de forma impuesta o prescripta frente
al acto de forma libre. Dentro de la forma impuesta puede distinguirse aquella cuya
imposición proviene de la ley, de la forma impuesta por disposición de las partes,
también entre forma exigida ad probationem y forma ad solemnitatem.
Sin embargo la clasificación más difundida es la clásica de actos formales y no
formales, y como subcategoría de los formales, la de solemnes y no solemnes.
ACTOS FORMALES Y NO FORMALES.
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Son actos formales aquellos que tienen una forma específica y no otra,
requerida por la ley, sea para su validez, o para su prueba.
Como se advierte, se trata de actos con forma vinculada, ordenada o tasada.
Con forma estructural.
Para ellos no rige el principio de libertad de formas, o mejor aún, constituyen
una excepción al mismo. Atinentes a este tipo de actos son las normas de los artículos
973, 975, 976 y 977.
El primero de ellos establece que cuando la expresión por escrito de la voluntad
fuere exclusivamente ordenada o convenida, no puede suplirse por otra prueba,
aunque las partes se hayan obligado a hacerlo por escrito en un tiempo determinado.
En tal caso el acto carece de valor, así como la pena que las partes pudiesen haber
acordado para el caso de incumplimiento de la obligación de efectuarlo por escrito.
Lo mismo establece el artículo 976 para el supuesto de requerirse, por la ley o la
convención, la realización del acto por instrumento público.
Por fin, el artículo 977 establece que si se exigiese legal o convencionalmente un
determinado tipo de instrumento público, no se juzgará satisfecho el recaudo, si se lo
intentara reemplazar por otro tipo de instrumento público.
Son actos formales (también llamados de forma impuesta, vinculada, etc.)
aquellos a los que la ley o la misma previsión de las partes otorgan validez, sólo en
tanto estén efectuados con la forma especialmente prevista.
Son ejemplos de ellos, el testamento, el matrimonio, los enunciados en el
artículo 1184, el contrato de locación de inmuebles conforme al artículo 1 de la ley
23.091, etc.
Por el contrario, son no formales los que pueden efectuarse bajo cualquier
solemnidad, y para los que por no establecer la ley una forma en particular las partes
pueden requerirla, como elemento de validez o prueba.
En éste orden de ideas y conceptos resulta dudoso el ambito de palicación del
artículo 1193 y su correlativo artículo 209, Código de Comercio. A este respecto cabe
interrogarse sobre si la mera circunstancia de tratarse de un contrato que supere el
monto allí establecido es apta para convertir el acto de no formal en formal. La doctrina
que compartimos se pronuncia por la negativa, es decir que el acto sigue siendo no
formal, desde que lo dispuesto en el artículo citado es un recaudo de prueba, y no de
forma, que tampoco resulta aplicable a actos jurídicos que no sean contratos (v.gr. el
pago), ni menos aún a actos jurídicos extrapatrimoniales.
ACTOS JURIDICOS SOLEMNES Y FORMALES NO SOLEMNES.
Los actos jurídicos formales son susceptibles de una subclasificación según sean
formales solemnes o no solemnes.
Actos formales solemnes.
Son formales solemnes aquellos actos en los que exigiéndose una forma
determinada su omisión provoca la nulidad del acto privándole no sólo del efecto
jurídico buscado en forma inmediata por las partes (art. 944), sino también de cualquier
otro efecto Jurídico, aunque se pruebe por otro medio en forma inequívoca la expresión
de voluntad.
Limitación al principio de privación de efectos.
Ello sin perjuicio de que el artículo 515 inciso 3° establece que son obligaciones
naturales, también: “Las que proceden de actos jurídicos, a los cuales faltan las
formalidades que la ley exige para que produzcan efectos civiles...”.
Concepto de actos formales no solemnes.
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Por su parte, son actos jurídicos formales no solemnes aquellos en los que,
exigiéndose una forma determinada por la ley, su ausencia acarrea la nulidad del acto
en cuanto impide la obtención de los efectos jurídicos buscados en forma inmediata por
el otorgante, pero no de todo efecto jurídico, quedando obligadas las partes a cumplir
con la forma exigida (arts.1185 y 1187).
Fundamento de la exigencia de solemnidades.
El fundamento, la razón de ser de la exigencia de ciertas solemnidades, varía
según se trate de negocio patrimonial, sea entre vivos o mortis causae, o de acto
extrapatrimonial (acto jurídico familiar).
En el primer caso, la razón de ser de la forma solemne es la protección del sujeto
frente a su propia negligencia que puede llevarlo a otorgar actos perjudiciales para su
patrimonio, v.gr. donando un inmueble, o prestaciones periódicas (art. 1810).
En el segundo caso, cuando se requiere la forma solemne en un acto
extrapatrimonial, la finalidad es tutelar el interés general dando certeza a los actos
constitutivos de estado, lo que hace al orden público.
Interpretación del carácter en la forma exigidas.
Es frecuente el dudar sobre si determinada forma es exigida con carácter
solemne o no solemne. En tal supuesto señala Alterini puede arribarse a una distinción
interrogándose sobre si es posible probar el negocio por confesión de su autor, ya que
los de forma solemne no admiten tal medio de prueba, mientras que sí está autorizada
en el supuesto de negocios jurídicos formales no solemnes.
Constituyen ejemplos de negocios formales solemnes, el matrimonio, la
designación de tutor dativo (arts. 383 y 394), el discernimiento de la tutela o la curatela
(arts. 399 y 475), la transacción sobre objeto litigioso (art. 838), la donación de
inmuebles o de rentas periódicas (art. 1810), el testamento (art. 3622), la emancipación
dativa o por habilitación de edad (art.131), la adopción (art. 1 ley 19.134).
Por su parte, son negocios jurídicos formales no solemnes, los supuestos del
artículo 1184, las donaciones excluidas del artículo 1810 y que no sean manuales (art.
1815), las particiones extrajudiciales de herencia y de condominio, los poderes para
actuar en juicio y para administrar.
ACTOS DE SOLEMNIDAD ABSOLUTA, DE SOLEMNIDAD RELATIVA Y
FORMALES NO SOLEMNES.
Otra clasificación válida es la que distingue entre negocios formales de
solemnidad absoluta, de solemnidad relativa y formales no solemnes. La primer
categoría coincidiría con la ya formulada de actos solemnes, en los que la forma es
constitutiva.
La de negocios formales de solemnidad relativa comprende a los actos
convertibles, es decir, aquellos en los que en caso de no cumplirse la formalidad
exigida por la ley, el acto valdría como otro negocio jurídico, que impone a las partes
elevarlo a la forma requerida. Tal los supuestos del artículo 1184 (arts.1185 y 1187).
Por fin, en los actos formales no solemnes, la forma es irrelevante para la
existencia del acto, pero no para su prueba. Se trata de actos formales ad probationem
que pueden celebrarse con cualquier forma, pero sólo pueden probarse por un medio
determinado. Tal sería el supuesto del artículo 1193 y del artículo 209, Código de
Comercio.
En realidad los actos formales ad probationem se colocan fuera de la categoría
de actos formales, ya que su regulación es atinente a la prueba, no a la forma.
INCUMPLIMIENTO DE LAS FORMAS IMPUESTAS.
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En todo supuesto de conversión los efectos del acto se producen a partir del
otorgamiento de la forma requerida por la ley, y no desde el momento de celebración
del acto a convertir.
DOCUMENTOS E INSTRUMENTOS, NOCIONES.
Elementos comunes.
Tanto el documento, cuanto el instrumento son cosas (arts. 2317 y 2319)
demostrativas de la existencia de negocios o hechos jurídicos. El documento como tal
es cosa mueble; aunque puede ser inmueble por su carácter representativo, pero,
adémás, esa cosa mueble debe tener carácter representativo de un hecho o negocio
jurídico, y ese carácter debe ostentarlo en forma unívoca.
Documento es “toda cosa que sea producto de un acto humano, perceptible con
los sentidos de la vista y el tacto, que sirve de prueba histórica indirecta y
representativa de un hecho cualquiera”.
Documento e instrumento, que parte de la doctrina consideran voces que
denotan conceptos sinónimos, se encuentran vinculados en relación de género a
especie.
En esta relación, por ser el instrumento escrito abarca un ámbito más
restringido.
El elemento material del instrumento se denomina soporte y resulta siempre
adaptado a las circunstancias de cada época; vale decir la materia con la cual está
realizado el instrumento no es permanente, de modo que hubo una época en que los
instrumentos tenían por soporte las tablillas de arcilla, en otra época papiros, luego
pergaminos y en los últimos siglos el papel.
En una concepción clásica, puede afirmarse que los instrumentos en el Código
de Vélez conforme a la realidad de su época están caracterizados, como documentos
con soporte en papel que, por pertenecer a la especie instrumental, transmiten las ideas
por escrito y en cuanto instrumento privado, conforme al artículo 1012 requieren la
firma del otorgante.
En hay que analizar la posibilidad de remozar estos conceptos a la luz de los
nuevos avances tecnológicos (télex, fax, máquinas expendedoras, cajeros automáticos,
tarjetas plásticas, bancarias y de crédito, bandas magnéticas, casettes de audio, video y
diskettes de computación, etc.).
CLASIFICACION DE LOS INSTRUMENTOS.
Instrumentos particulares y públicos.
Clásicamente se ha distinguido entre instrumentos públicos y privados. Sin
embargo parte de la doctrina afirma que ello no es correcto.
Es evidente que son éstas las dos categorías más reglamentadas en el Código,
pero no constituyen las dos ramas en las que el codificador distinguió los instrumentos.
En efecto, el articulo 978 no distingue entre instrumento público y privado, sino
entre instrumento público y particular. El artículo 1188, a su vez, se refiere a los
contratos que deben ser hechos por instrumento público o particular, lo cual señala
nuevamente las dos principales categorías. También lo hace el artículo 1190.
Instrumentos particulares firmados y no firmados.
Los instrumentos particulares se dividen en firmados o no firmados, resulta no
sólo del artículo 1190, sino también del artículo 1181 en cuanto menciona a los
instrumentos particulares firmados; adviértase que la referencia a la firma sería
sobreabundante si es que no fuesen autorizados instrumentos particulares no firmados.
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Otro tanto resulta del articulo 1185 en cuanto expresa “hechos por instrumento
particular, firmado por las partes”, de donde viene a resultar que el instrumento
particular también puede no ser firmado por las partes.
Conclusión y ejemplos de cada categoría de instrumento.
En síntesis, en el Código de Vélez, los instrumentos se clasifican en públicos y
particulares. Los particulares firmados se denominan instrumentos privados.
Muy someramente, es instrumento público aquel efectuado por o ante un oficial
público facultado por el Estado para dar fe de los actos que realiza o que se efectúan en
su presencia. Son ejemplos de esta categoría cualquiera de los enumerados en el
artículo 979.
Son ejemplos de instrumento privado (es decir particular firmado) la mayoría
de los contratos, los recibos, etcétera.
Por su parte son instrumentos particulares no firmados los boletos de
transporte colectivo, tren, avión, etcétera, los tickets de negocios, el cupón que entrega
un cajero automático, etcétera. Como se advierte esta última categoría es la más
frecuente en la vida cotidiana, aunque es la menos reglada en el Código Civil.
AUTONOMIA DEL INSTRUMENTO FRENTE AL ACTO JURÍDICO.
Una vez instrumentada la declaración de voluntad, adquiere una cierta
independencia de suerte que el negocio puede resultar viciado por error, dolo o
violencia sin que el defecto se traduzca en el instrumento. Bien que en tal caso este será
válido pero ineficaz. Por el contrario, puede ocurrir que lo defectuoso sea el
instrumento, y si no se trata de una forma sustancial es decir constitutiva, el acto
jurídico subsistirá válidamente, debiendo demostrarse su existencia y contenido por
otro medio. Es lo que ocurriría en el supuesto de otorgarse un recibo de pago sin
firmar. En ese supuesto el instrumento es nulo, pero no el pago.
Sólo cuando la forma es exigida ad solemnitatem (o solemnidad absoluta) el
vicio del instrumento parece contagiarse al acto, invalidándolo.
Se trata de un supuesto de nulidad refleja.
INSTRUMENTOS PUBLICOS, CONCEPTO.
En los artículos 979 al 1011, el Código Civil regula lo atinente a los instrumentos
públicos; el primero de ellos hace una mera enunciación de algunos de los diversos
tipos de instrumentos públicos, sin dar un concepto o noción general abarcativa de los
supuestos enunciados y no enunciados. De allí que en la doctrina se hayan sustentado
dos posiciones sobre qué debe entenderse por instrumento público.
La tesis amplia sostiene que para que exista instrumento público sólo es
requerible la intervención de un oficial público, agente o funcionario. La tesis
restringida afirma que además debe haberse conferido al oficial público, por ley, la
facultad de otorgarlo.
Frente a ésta disparidad de criterio conviene precisar que son instrumentos
públicos los otorgados con las formalidades que la ley establece, en presencia de un
oficial público (agente administrativo o funcionario), a quien la ley confiere la facultad
de autorizar (Salvat, Llambías, Borda), y a los que otorga plena fe sin necesidad de
posteriores pruebas o verificaciones.
La “presencia” del oficial público.
Cabe aclarar que la presencia de un oficial público no es exigible en todos los
casos, ni lo es en sentido estricto.
Entre los supuestos enumerados en el artículo 979, que no son todos los
existentes, no requieren la presencia de un oficial público los contemplados en los
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incisos 3° “Los asientos en los libros de los corredores, en los casos y en la forma que
determine el Código de Comercio”; 8° “Las acciones de las compañías autorizadas
especialmente, emitidas en conformidad a sus estatutos”; y 9° “Los billetes, libretas y
toda cédula emitida por los bancos, autorizados para tales emisiones”.
En estos casos la ley considera que determinadas personas desempeñan
funciones que aun sin ser públicas se les asimilan.
Tampoco el requisito de presencia puede ser referido en sentido estricto a los
“funcionarios públicos”, ya que existen supuestos en los que el derecho admite que
determinadas personas que no son funcionarios públicos, porque todavía no lo son, o
porque dejaron de serlo, actuando como tales otorguen estos instrumentos. Es el caso
de los “funcionarios de facto”.
Finalidad.
Los instrumentos públicos pueden tener por finalidad acreditar la existencia de
un hecho o acto, que constituye el supuesto más frecuente; o constituir la forma de
ejercicio de un poder público. En este supuesto no tienen por finalidad demostrar que
se realizó tal acto, sino ordenar, como lo hace una sentencia judicial o un decreto del
Poder Ejecutivo.
El acápite del artículo 979 expresa que: “Son instrumentos públicos respecto de
los actos jurídicos”. Esta última expresión puede dar a pensar que esta categoría de
instrumentos sólo acreditan la existencia de actos jurídicos es decir, no de meros
hechos, hechos jurídicos, o hechos humanos voluntarios lícitos (también conocidos
como simples actos). La distinción adquiere gran importancia cuando en derecho penal
es necesario determinar si el falsificado es un instrumento público o no.
Pero no es así. Los instrumentos públicos pueden acreditar todo tipo de hechos
o actos. Por ello lo testimoniado puede consistir en un acto jurídico (v.gr. la escritura
pública que instrumenta un contrato de compraventa de inmuebles), un hecho jurídico
(por ej. la escritura que a petición de un productor agrícola acredita que granizó en
determinada localidad, a efectos de reclamar el pago de un seguro), o un mero hecho
humano voluntario y lícito (v.gr. la certificación del escribano de haber colocado una
determinada carta en el correo, función a que lo autoriza la ley 12.990).
Diferencia del instrumento público con el instrumento privado y el
instrumento particular.
Siendo relativa la exigencia de la presencia de un oficial público, no puede
darse una mejor aproximación al concepto que afirmar que el instrumento público es
aquel al que la ley confiere autenticidad por sí mismo, sin requerir comprobaciones
posteriores a su otorgamiento.
Si bien el instrumento privado una vez que ha sido reconocido por su
otorgante, también es auténtico, tal autenticidad surge a consecuencia de un acto
posterior, el reconocimiento de la firma por quien lo suscribió, pero aun así no da fe en
lo relativo a la fecha.
Desde otro punto de vista, quien invoque el contenido de un instrumento
privado deberá demostrar su autenticidad, mientras que quien sostenga el contenido
de uno público está exento de tal prueba.
Como se advierte, estas son las diferencias fundamentales del instrumento
público con el privado o el instrumento particular.
FE PUBLICA Y AUTENTICIDAD.
El instrumento público tiene una fuerza convictiva muy particular. Ese poder
de convicción se denomina “fe pública”. Por cumplir con los recaudos formales
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comunes a todo instrumento público v.gr. papel especial en el caso de las escrituras
públicas, estampillas, sellos, etc. se presume que el instrumento emana de un oficial
público; a esto se denomina “autenticidad”.
La exigencia de estos recaudos formales va dirigida a verificar que emana de un
oficial público, puesto que la firma y sello del funcionario son fácilmente verificables y
comparables con el dubitado. Y por considerarlo emanado de un funcionario público
se presume veraz su contenido.
Desde otro punto de vista pero en identico sentido, el instrumento que reúne
una apariencia regular, se supone emanado de un oficial público. Luego la presunción
se hace extensiva al contenido: supuesto que emana de un oficial público, se presume
veraz.
Importancia.
La fe pública es concebida como un bien social porque es necesario para la
seguridad jurídica que haya un instrumento que merezca tal fe por sí mismo, sin
necesidad de verificación posterior alguna. De allí que el derecho penal sancione
severamente a quien adultera un instrumento público, máxime si es el funcionario
encargado de otorgarlo.
Clases de fe pública.
La fe pública puede clasificarse, según sea el poder público en el que recaiga,
en:
- Administrativa, cuando está dada por la actividad de un funcionario
dependiente del Poder Ejecutivo sea nacional, provincial o municipal (v.gr. certificado
de nacimiento, matrimonio o defunción);
- Judicial, cuando es otorgada por magistrados o funcionarios del Poder Judicial
(también aquí nacional, provincial o municipal), como ser toda sentencia y
providencia, así como los testimonios o certificados expedidos por el secretario del
juzgado;
- Notarial, cuando emana de lo actuado por un escribano público, también
llamado notario o fedatario.
La Plena fe del contenido.
El de “plena fe” es un concepto vinculado a la fuerza probatoria del
instrumento público. Relacionando ambos conceptos fe pública y plena fe podemos
afirmar que la fe pública se deposita en el instrumento que, por su uniformidad o
formas regulares, se presume otorgado por un oficial público. Por necesidad social
atinente a la seguridad jurídica, se presume veraz el contenido volcado al Instrumento
por el funcionario. Es decir se presume auténtico. Por serlo no es requerible otra
prueba para tener por verificada la realidad de su contenido. Es decir que el
Instrumento público hace “plena fe” por sí mismo.
ENUMERACION LEGAL, SU CARÁCTER.
El Código Civil no define el concepto de instrumento público, sino que se limita
a efectuar una mera enunciación de algunos supuestos en los diez incisos del artículo
979, tal enumeración es meramente enunciativa, es decir que existen otros supuestos
que los allí enumerados, a los que puede arribarse por vía de interpretación analógica.
ANALISIS DEL ART. 979.
Inciso 1°.
“Las escrituras públicas hechas por escribanos públicos en sus libros de
protocolo, o por otros funcionanos con las mismas atribuciones, y las copias de esos
libros sacadas en la forma que prescribe la ley”.
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También el requisito de la firma de las partes debe ser entendido como que si
comparecieron deben haberla firmado. Por lo tanto, no deja de ser instrumento público
el acta de una audiencia firmada sólo por el secretario si las partes no comparecieron a
ella.
Por aplicación de este inciso se ha resuelto que constituyen instrumento
público: el cargo puesto al pie de los escritos judiciales, las declaraciones de los testigos
obrantes en el expediente (solución correcta pues están extendidas en actas), la
fotocopia certificada por el secretario del juzgado aun cuando no medie orden del juez
pues entre sus facultades figura la de suscribir certificaciones y testimonios.
Algunos fallos asignan el carácter de instrumento público a los escritos
judiciales por el solo hecho de la presentación en el juzgado,pero esta solución es muy
discutible, pues no se trata de un acto celebrado por o ante un oficial público (con lo
que no queda comprendido en el art. 979, inc. 2°, ni goza de autenticidad por si mismo
(tanto es así que puede probarse por simple prueba en contrario que la firma no
pertenece a quien aparezca suscribiendo el escrito). Por lo demás el inciso al que
estamos aludiendo se refiere a las actas y no a los actos.
Por ello se ha resuelto con buen criterio que los instrumentos privados
agregados por las partes a un expediente judicial no adquieren, por ese solo hecho, el
carácter de instrumentos públicos, ni tampoco los convierten en auténticos la
expedición de un testimonio de los mismos por el actuario.
Inciso 5°.
“Las letras aceptadas por el gobierno o sus delegados, los billetes o cualquier
título de crédito emitido por el tesoro público, las cuentas sacadas de los libros fiscales,
autorizadas por el encargado de llevarlas”.
Este inciso comprende los siguientes supuestos:
- Las letras aceptadas por los gobiernos nacional o provincial, conocidas como
letras de tesorería. Las letras libradas por estos gobiernos también son Instrumentos
públicos pero por lo normado en el segundo inciso de este articulo.
- Los billetes o cualquier título de crédito emitido por el tesoro público, sea
nacional o provincial. Quedan Incluidos en este supuesto el papel moneda, aunque
carezca de firma, ya que lo que se conoce como tal no es más que una Impresión
facsimilar lo mismo que la moneda metálica, ya que nada exige que los instrumentos
públicos tengan soporte de papel.
También están aludidos los bonos de la deuda pública, nacional o provincial,
como los Bonex, Vana, Tacam, Barra, Bagón, etc.
- Los certificados de la deuda pública expedidos por funcionarios competentes
nacionales o provinciales sobre los registros fiscales de la Nación. Estas deudas son
cobradas por el fisco a los particulares mediante el proceso ejecutivo denominado
“apremio”.
Pero no son instrumentos públicos las certificaciones de deudas por
pavimentación extendidas por empresas particulares contratadas por las
municipalidades para efectuar esas tareas; lo que no obsta a que tales certificados
constituyan título ejecutivo a los efectos de su percepción.
Inciso 6°.
“Las letras de particulares, dadas en pago de derechos de aduana con expresión
o con la anotación correspondiente de que pertenecen al tesoro público”.
Como el Estado sólo acepta el pago de contado, este Inciso ha caído en desuso.
Inciso 7°.
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suspendido, destituido o reemplazado, sino que es necesario que este acto del poder
del que depende, le haya sido notificado. Recién a partir de entonces son de ningún
valor los actos que autorice.
A ello se refiere el artículo 983 que expresa: “Los actos que autorizase un oficial
público suspendido, destituido o reemplazado después que se le haya hecho saber la
suspensión, destitución o reemplazo, serán de ningún valor, pero son válidos los actos
anteriores a la noticia de la cesación de sus funciones”.
Tal notificación o comunicación de su destitución, suspensión o reemplazo debe
efectuársele en forma fehaciente, es decir, inequívoca. No es suficiente el mero aviso
informal, ni menos aún el conocimiento personal y espontáneo que adquiera el
funcionario. Adviértase que si se aceptase que el mero conocimiento personal y
espontáneo que haya adquirido el funcionario del hecho de su destitución, actuase
para privar de todo valor a los actos que refrende, la nulidad o validez de los actos se
supeditaría al cumplimiento de un recaudo de muy diflcil prueba.
Normalmente la notificación fehaciente se efectúa por medio del Boletín Oficial
o medio de comunicación del poder y jurisdicción de que se trate, o de una
comunicación postal de recepción verificable. Se intenta proteger el derecho de los
particulares que advirtieron en el funcionario una investidura plausible, se legitima lo
actuado por un funcionario público de hecho, cual es el que ya carece de derecho de
ejercer la función, pero que, sin embargo por no habérsele notificado su exclusión de la
función continúa ejerciéndola.
FUNCIONARIO INCOMPETENTE POR RAZON DEL TERRITORIO.
Otro supuesto de aplicación de la protección a la “investidura plausible” resulta
de lo normado en el artículo 981, en cuanto legitima como válido el instrumento hecho
por un funcionario fuera de su jurisdicción territorial si el lugar fuere generalmente
tenido por los administrados, en razón de un error de hecho, como perteneciente a la
misma.
Otros casos generan situaciones similares a las contempla das en el artículo 983.
No obstante, por la duda que puede representar el no estar contemplados
expresamente por la ley:
a) Actos autorizados por un funcionario designado pero que no aceptó
expresamente su cargo, debe considerarse que el otorgamiento de un acto importa la
aceptación tácita del mismo, por lo que corresponde convalidarlo.
b) Actos autorizados por un funcionario designado, pero que no ha dado
cumplimiento a los requisitos particulares del cargo, como no puede exigirse a los
administrados el conocimiento de la satisfacción de tales requisitos por el funcionario,
corresponde reconocerle valor.
c) Actos realizados por el funcionario durante su licencia o feria, aquí subsiste
intacta la competencia del oficial público, a la par que no puede requerirse de los
particulares el conocimiento de una circunstancia administrativa que ni siquiera se
publicita en el Boletín Oficial ni de ninguna otra manera.
d) Acto celebrado por el funcionario que tiene una incompatibilidad temporal
entre sus funciones y otras circunstanciales que ejerce, en este caso, la incompatibilidad
entre las tareas que desarrolla y las propias del cargo para el que se lo designó, opera la
pérdida temporal de su competencia, por lo que los actos autorizados en ese período
son nulos.
e) Acto refrendado por un funcionario que continúa ejerciendo las funciones
aún vencido el término por el que se lo designó, en este supuesto no es requerible
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de defunción. Tales actos sólo son válidos en la medida que estén autorizados por el
oficial o funcionario público que corresponda a esa materia.
El escribano será el competente para otorgar las escrituras públicas, el agente de
policia para labrar la infracción de tránsito, y el jefe de registro civil para celebrar el
matrimonio o expedir la partida de defunción.
b) Competencia en razón del territorio.
El Código exige que los actos otorgados por funcionarios públicos estén
extendidos dentro del territorio que corresponda a la jurisdicción de su investidura.
Fuera de esa jurisdicción el funcionario público carece de atribuciones. Así, el agente
de la policía de la provincia de San Juan, no puede labrar una multa de tránsito en la
provincia de Mendoza, ni el escribano de la Capital Federal extender una escritura en
la provincia de Córdoba.
De allí que sea necesario que en el texto del Instrumento público conste el lugar
de su otorgamiento conforme lo estipula el artículo 1001.
Es nulo el instrumento público que en su texto expresa haber sido otorgado en
un lugar diferente a aquel en el que el funcionario autorizante ejerce su competencia.
También es anulable aquel en el que se falsee el lugar de otorgamiento.
En realidad este defecto de los instrumentos públicos es muy frecuente en el
supuesto de escrituras públicas en las que los escribanos que tienen su registro notarial
en una jurisdicción, celebran escrituras en otra diferente a aquella en la que tienen su
registro, falseando lo atinente al lugar de otorgamiento. Esto se advierte en forma
reiterada en las jurisdicciones de la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. Los
escribanos con registro en localidades del Gran Buenos Aires, se trasladan a la Capital
Federal donde tienen oficinas y donde está su clientela y firman allí sus escrituras
indicando como lugar de su firma la localidad correspondiente a su registro. Estas
escrituras son nulificables.
c) Prórroga de la competencia.
Si bien la competencia en razón de la materia y en razón del territorio son
improrrogables por voluntad de las partes, existe un caso de prórroga legal en el
artículo 981. Este artículo expresa: “Son sin embargo válidos, los instrumentos hechos
por funcionarios fuera del distrito señalado para sus funciones, si el lugar fuese
generalmente tenido como comprendido en el distrito”.
Tal precepto encuentra su razón de ser en lo difuso que pueden resultar los
límites jurisdiccionales en el ámbito rural. En esto, el error común hace derecho.
Por fin, debe señalarse que los límites de la jurisdicción sólo actúan frente al
oficial público, que fuera de su competencia territorial no tiene más facultades que un
simple ciudadano, ya que las partes otorgantes del acto, como puede serlo una
escritura pública, pueden realizarla en cualquier lugar, sin estar vinculadas por el lugar
de su domicilio, ni por el de ubicación del bien al que se refiera el acto.
Es decir que si se tratase de una compraventa, el inmueble puede estar ubicado
en la Capital Federal, el vendedor vivir en Córdoba, el comprador en Tucumán, y
autorizar la escritura un escribano con registro en la ciudad de Mendoza, y sería
plenamente válida siempre que se firme en Mendoza.
d) Libre circulación de documentos notariales.
Decíamos en el apartado precedente que el instrumento público puede ser
otorgado en cualquier jurisdicción, aun cuando vaya a tener efectos en otra (así la
escritura pública de venta de un Inmueble sito en la Capital Federal puede ser
extendida en la provincia de Jujuy o en cualquier otro lugar del país).
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Compendio de Doctrina actualizada para el Año Académico 2003.
Son partes formales aquellas que figuran en el instrumento aunque no sean los
titulares de los derechos de que se trate. Así los apoderados, los padres respecto de los
hijos titulares del derecho, el curador del insano, el presidente del directorio de una
sociedad anónima, etc.
Por fin, sin ser partes del acto substancial, deben firmar el instrumento, los
testigos instrumentales, los testigos de conocimiento, el cónyuge que da su
conformidad en los términos del artículo 1277, etc.
En síntesis, se requiere que firmen todos aquellos que aparecen mencionados en
el instrumento como comparecientes al acto de su otorgamiento.
Podría, no obstante, suceder que alguno de ellos no supiese o no pudiese
firmar. En tal supuesto resultaría de aplicación analógica lo establecido en el artículo
1001, respecto a las escrituras públicas. Esta norma prevé, como solución al problema,
que un tercero firme a ruego del que no sabe hacerlo, dejando constancia el oficial
público de esa circunstancia. Debe aclararse que este tercero no queda vinculado, sino
que su propia firma con su grafía, servirá para atribuir el acto instrumentado al que no
sabe firmar, ya que esa es la voluntad de éste, de lo que da cuenta la atestación del
funcionario.
En cambio, es nulo el instrumento público al que le falta la firma de uno de los
intervinientes, aunque el escribano diga que estuvo presente y que ha dado su
consentimiento.
LOS TESTIGOS.
Entre las formalidades que la ley puede requerir para la validez de los
instrumentos públicos, está la presencia de testigos (art. 973). La finalidad de tal
exigencia opera como un refuerzo de la seriedad que la ley quiere atribuir al acto.
a) Tipos de testigos.
Los testigos en un instrumento público pueden serlo de tres tipos:
instrumentales, de conocimiento u honorarios.
- Los primeros, son aquellos que testimonian la efectiva realización del acto, y
cuya presencia es exigida en algunos supues tos por la ley.
- Los segundos, no tienen por finalidad testimoniar los alcances y efectiva
realización del acto instrumentado, sino únicamente justificar la identidad de las partes
en aquellos supuestos en los que el escribano no las conociera (art. 1002).
- Por fin, los testigos honorarios no son necesarios para la validez del acto, ni
para acreditar la identidad de los otorgantes, sino que únicamente concurren al acto
por motivos sociales en honor de los otorgantes. Esto es lo que sucede en oportunidad
de la celebración del matrimonio con los amigos íntimos de los contrayentes que
concurren en número mayor de los que la ley puede exigir.
b) Supuestos en que se exige la presencia del testigo instrumental:
Esta exigencia, la del testigo instrumental, no es necesaria para todo
instrumento público, sino en particular, para aquellos supuestos en que se indique
expresamente. Vale decir que la comparecencia de testigos configura un elemento
posible, mientras que la actuación del oficial público es un elemento necesario.
Ahora bien, aunque lo atinente a la exigencia o no de testigos en un instrumento
público ha de estar previsto en la ley que regule el tipo de instrumento de que se trate,
una vez que esa norma lo requiera, lo referido a la capacidad, inhabilidad, forma de
actuar, etc., de los testigos se somete a las disposiciones del Código Civil. Por su parte,
lo atinente a la prohibición para ser testigo que trata el articulo 990, sólo es aplicable en
la medida que el mismo Código, no contemple otras inhabilidades para cada supuesto
en particular, como lo hace en los artículos 3696 y 3709 en materia testamentaria, a las
que corresponde estar cuando se trata de extender un testamento por instrumento
público.
Con anterioridad a la sanción de la ley 15.875, el Código Civil exigía en el
artículo 1001 la presencia de dos testigos instrumentales en el otorgamiento de toda
“escritura pública”. La ley mencionada suprimió tal requisito que nada añadía a la
seriedad del acto que, en substancia, surge de la actividad notarial.
Hoy el Código exige testigos instrumentales en los artículos 3654, 3655, 3666 y
3672 (testamento por acto público, cerrado y militar). Ha sido suprimido por la ley
17.711 para el otorgamiento de donación de cosas inmuebles (art. 1810). En términos
generales se advierte en nuestro país y en la legislación extranjera una tendencia a la
supresión del testigo instrumental.
HABILIDAD DEL TESTIGO.
Todo testigo cuya presencia sea exigida por el Código para la validez de un
acto, sea instrumental o de conocimiento, debe ser hábil. El artículo 990, aplicable en la
medida que no exista en el Código una disposición expresa para el instrumento de que
se trate contiene una enumeración de quienes NO pueden ser testigos en instrumentos
públicos:
a) Los menores no emancipados:
Esta es una aplicación directa de la incapacidad de hecho que afecta a los
menores, sean impúberes o menores adultos (arts. 54 y 55). Por el contrario, sí pueden
ser testigos en los instrumentos públicos los menores de edad si están emancipados,
sea por habilitación de edad o por el matrimonio (art. 131 modif. por la ley 23.264), y en
este último caso, sin distinguir entre el matrimonio contraído con autorización paterna
o sin ella.
La habilitación comercial para ejercer el comercio, sea expresa (art. 11, Cód.
Com.) o tácita (art. 12, Cód. Com.) no capacita para ser testigo, lo cual es lógico si
recordamos que esa habilitación sólo autoriza a desempeñarse en la actividad
mercantil.
b) Los dementes:
Se trata aquí de otro supuesto de incapacidad absoluta de hecho (art. 54). Toda
vez que la ley no especifica debe considerarse que se refiere a los dementes declarados
tales en juicio (art. 141).
Para los dementes no declarados si su enfermedad no es manifiesta, regiría lo
dispuesto en el artículo 991. Si, por el contrario, la enfermedad es evidente, no podrían
ser testigos en razón de su estado de inconciencia (art. 921).
c) Los ciegos:
El Código ha considerado que no podrían testimoniar lo que no han visto.
d) Los que no tengan domicilio o residencia en el lugar:
Por supuesto el lugar al que se refiere es el de otorgamiento del instrumento.
Debe considerarse que se refiere a cualquier supuesto de domicilio general, es
decir, real o legal (arts. 89 y 90). La limitación subsiste aunque tengan habitación, la que
configura una circunstancia meramente accidental. Debe señalarse que el artículo 3654
no exige el domicilio sino que basta con la mera residencia.
e) Las mujeres: (Suprimido por Ley 11357).
Este anacronismo, que proviene del Derecho Romano, fue suprimido por la ley
11.357 para las mujeres casadas (art. 32) y para las solteras, viudas o divorciadas (art.
12). De modo que obviamente este inciso del artículo 990 está derogado.
Por el contrario, las meras enunciaciones de las partes no sólo no hacen plena fe,
sino que únicamente podrían llegar a servir como principio de prueba por escrito
esgrimible contra su autor por las otras partes asistentes al acto y por los terceros, como
lo estipula expresamente el artículo 1320 del Código Civil francés, y puede inferirse de
nuestro artículo 1192.
Sólo en los supuestos de hechos pasados ante el oficial público o cumplidos por
éste, es necesario redargüir de falsedad para recién entonces privar de su fuerza
probatoria al instrumento público en ese aspecto de su contenido.
PROHIBICION DE DECLARAR CONTRA LA VALIDEZ DEL ACTO.
El artículo 992 expresa que: “Los testigos de un instrumento y el oficial público
que lo extendió no pueden contradecir, variar ni alterar el contenido de él, si no
alegasen que testificaron el acto por dolo o violencia que se les hizo, en cuyo caso el
instrumento público no valdrá”.
El codificador, que explica el contenido del artículo en la nota al mismo, ha
querido asegurar que lo establecido en un instrumento público luego no pretenda ser
alterado por quienes contribuyeron a su otorgamiento. Lo contrario llevaría a no saber
que es lo verdadero, si lo manifestado por el oficial público en el instrumento, o lo que
luego se declarase en juicio.
Adviértase que en este caso, si se autorizase la declaración, sería el mismo
funcionario quien dañaría la fe pública.
La declaración a la que se refiere el Código es aquella prestada en el marco del
proceso de redargución de falsedad; pero tampoco sería eficaz el testimonio como
medio de prueba contra el instrumento en cualquier otro procedimiento.
Pese a esta prohibición existen manifestaciones del oficial público que son
admitidas enjuicio. Así ocurre con aquellas que no tienen por efecto desvirtuar al
instrumento público, sino aclararlo, o expedirse sobre circunstancias ajenas al mismo,
como su opinión sobre el estado mental del otorgante de un testamento.
Tampoco juega la prohibición de declarar cuando se invocase y demostrase que
en la autorización del instrumento público medió dolo, vicio de la voluntad, o violencia
en el funcionario o los testigos, en cuyo caso el instrumento no valdrá. Sería anulable.
Que en este supuesto se autorice la declaración contra la validez del instrumento es
lógico desde que la actividad del funcionario, o la de los testigos en su caso, sería de
ningún valor.
Ahora bien, que no se considere la declaración prestada en violación a lo
dispuesto en este artículo, no significa que no se reciba el testimonio, ya que hasta que
este se produce no se sabe si sostendrá la validez o la invalidez del instrumento.
Esta prohibición legal protege únicamente a los hechos pasados ante el oficial o
ejecutados por éste en el acto de autorización del instrumento público, no así a las
manifestaciones de las partes. Nada obstaría entonces a que un funcionario público
autorizante de un acto declarase que escuchó a las partes afirmar que no era cierto lo
declarado, ya que ello no sólo resulta ajeno a la instrumentación del acto, sino que
además él debe dar fe del hecho que las partes lo hayan declarado, y no de la veracidad
de lo expuesto. Por lo demás, la simulación no necesariamente es ilícita.
NULIDAD YANULABILIDAD DEL INSTRUMENTO PUBLICO.
a) Instrumentos nulos:
Serán nulos los instrumentos en los que la ausencia o defecto de un requisito
legal es manifiesta, evidente, sin ser susceptible de apreciación en mayor o menor
medida. Son incluidos en la categoría de instrumentos nulos los otorgados por el oficial
de las firmas de las partes y a la fecha cierta, sólo configuran consecuencias que se
siguen de la intervención regular del oficial público, que en esta hipótesis no concurre,
desde que el instrumento público está viciado.
Autonomía del acto con relación al instrumento.
El instrumento es autónomo respecto de la declaración de voluntad que refleja.
De allí que aunque sea nulo, el instrumento, conserva en ciertos casos virtualidad
suficiente en orden a la demostración del contenido de la voluntad ni afecta a la validez
del acto salvo cuando se tratase de acto sometido a forma solemne absoluta.
LAS ESCRITURAS PUBLICAS. CONCEPTO.
Las escrituras públicas constituyen la especie más difundida y reglada del
género “Instrumento público”. En cuanto especie de un género, además de los
requisitos propios las escrituras públicas deben cumplir con lo exigido para el género
“instrumento público”. Por ello se estudiará de aquí en más, a la especie escrituras
públicas; para concluir con el análisis del régimen legal del notariado.
Concepto de escritura pública.
Escritura pública es aquella especie de instrumento público labrado
generalmente por un escribano u otro funcionario autorizado para ello en su libro de
protocolo cumpliendo los requisitos que exigen los artículos 998 y subsiguientes del
Código Civil. No es entonces su contenido lo que diferencia a las escrituras públicas
del resto de los instrumentos de similar naturaleza, sino el estar labradas por un
escribano.
ESCRIBANO O FUNCIONARIO AUTORIZADO.
Escribano público, notario o fedatario, es aquel profesional del derecho que
además de poseer su título universitario de escribano, ha sido designado por el Estado
como oficial público, confiriéndole la titularidad de un registro. Si él es directamente
responsable ante el Estado de la conservación y utilización del registro se lo conoce
como escribano “de registro” o “con registro”. Si, por el contrario, sólo está autorizado
a utilizar un registro del que es directamente responsable otro escribano, se lo
denomina “escribano adscripto”. Existe finalmente otra categoría de escribano que se
denomina “autorizante”.
Sin embargo el artículo 997 reza: “Las escrituras públicas sólo pueden ser
hechas por escribanos públicos, o por los funcionarios autorizados para ejercer las
mismas funciones”. Ello requiere una explicación.
¿Quienes son estos “otros funcionarios”?
Si entendemos que “las mismas funciones” es un concepto referido a la
actividad fedante es decir, de dar fe consignando lo instrumentado en un protocolo
deben mencionarse a los jueces de paz.
No ha de confundirse a estos funcionarios con los jueces miembros del Poder
Judicial, nacional o provincial. Los jueces de paz a que aludimos no tienen facultad
decisoria, ni imperium, es decir, el poder de imponer sus decisiones acudiendo a la
fuerza pública. Son, en síntesis, funcionarios que pueden autorizar este tipo de
documentos en los supuestos que no existan escribanos en el lugar. A ellos se refieren
los artículos 1223 y 3655. No obstante, debe admitirse que hoy resulta sumamente
improbable que en algún lugar o pueblo existan jueces de paz y no haya escribano, sea
que tenga su registro en esa localidad o que esté autorizado para desempeñar allí su
función; por eso es que la ley 17.711 cuando reformó el artículo 1810 del Código Civil,
eliminó de su texto la referencia a estos funcionarios.
Otros funcionarios de los comprendidos en el artículo 997 son los del Servicio
Exterior de la Nación.
EL PROTOCOLO.
Una formalidad especifica de las escrituras públicas, incumplida la cual son
inválidas, consiste en que sean hechas en el libro de protocolo, o de registro.
El artículo 998 reformado por la ley 9151 expresa: “Las escrituras públicas
deben ser hechas en el libro de registros que estará numerado, rubricado o sellado,
según las leyes en vigor. Las escrituras que no estén en el protocolo no tienen valor
alguno”.
La misma norma, en su redacción anterior a la ley mencionada exigía lo que
ahora resulta un anacronismo: que fuera el mismo escribano quien redactara de su
puño y letra las escrituras, que hoy son escritas en máquinas de escribir y por personal
de la escribanía.
Pese a la sanción de nulidad para los instrumentos notariales que no estén
agregados al protocolo, existen otros expedidos por los escribanos que no necesitan ser
protocolizados. Es el caso de las certificaciones de firma, de los que se toma razón en el
denominado “libro de requerimientos”.
Libro de registro o protocolo, Concepto y Reglas.
El libro de registro, o protocolo, es un conjunto de folios de papel de tamaño
oficio, timbrados, o timbrados y rubricados, que, en cuadernillos de diez ejemplares el
notario adquiere en el Colegio de Escribanos, y sobre los cuales redactará las escrituras
matrices.
Las disposiciones sobre el protocolo surgen de la ley 12.990 régimen del
notariado y del decreto 26.655/51, reglamento notarial. Debe destacarse que estas
disposiciones son locales, cada provincia tiene normas reguladoras de la profesión
notarial. De todos modos, los principios que informan a la legislación local son
similares; por ello se hará el análisis sobre la base de la ley 12.990 y otras normas
nacionales.
De la ley señalada resulta que los escribanos deben adquirir en el Colegio de
Escribanos pliegos de papel sellado denominados “sellos notariales de protocolo” (Res.
DGI 1146/52) en cuadernillos de a cinco folios, los que deben estar numerados, con
letras y números, en forma correlativa y estar rubricados por el Colegio referido.
La rúbrica en los folios notariales es el estampado de una firma reproducida por
medios mecánicos. En la Capital Federal se cumple con este requisito indicando junto
al número del folio el estar rubricado, aunque en realidad no está impresa firma
alguna.
A medida que el escribano va utilizando el papel sellado los va foliando en la
parte superior derecha, es decir, los va numerando en forma correlativa. Estas hojas
luego serán las páginas del protocolo. Vale decir que cada año se comienza una nueva
foliatura. A su vez las escrituras no sólo los folios, se numeran en forma correlativa.
Las escrituras matrices que forman el protocolo pueden estar escritas en forma
manuscrita o a máquina. Se utiliza tinta negra para el texto y las firmas, estando
prohibido la suscripción por medio de bolígrafo.
Cuando se inaugura el año se labra un acta o nota de apertura, y el 31 de
diciembre una de cierre en la que consta las fojas utilizadas, y la cantidad de escrituras,
incorporándosele un índice. También se cierra el protocolo además del cierre anual,
cuando renuncia el escribano titular de ese registro, fallece, es suspendido o declarado
incapaz.
mismo. “Minuta” es un documento privado que contiene sólo la síntesis o resumen del
acto que se pretende celebrar.
Puede ocurrir que sólo una de las partes no hable castellano, en cuyo caso sólo
ésta es la que deberá firmar la minuta. Luego de redactada y firmada la minuta o
reconocida su firma, el escribano la hará traducir por un traductor público. La carga de
encontrar y contratar a este profesional es de las partes, no del escribano.
Si no existiese en el lugar, el juez competente, que es aquél del lugar donde se
pretende celebrar la escritura, deberá designar a una persona para que la traduzca.
Efectuada la traducción que deberá estar firmada por el traductor el notario
deberá confeccionar la escritura conforme a la minuta traducida la que se agregará al
protocolo junto con la escritura matriz.
Si existiesen diferencias conceptuales entre la minuta y su traducción al
castellano, nos encontramos en un supuesto de colisión entre la voluntad real y la
declarada.
La interpretación del negocio jurídico debe hacerse partiendo de la declaración,
pero si la diferencia entre la voluntad real y la declarada (en este caso, traducida) es
fundamental, el negocio podrá ser anulado por error; si se trata de actos mortis causae,
deberá darse prelación a la voluntad real por sobre la declarada, como ya lo hemos
visto.
En ambos supuestos, desde luego, no está exento de responsabilidad el
traductor público, si actuó con culpa o dolo.
OTORGAMIENTO DE ESCRITURAS POR MUDOS Y SORDOMUDOS.
El artículo 1000 prevé el supuesto de otorgamiento de una escritura pública por
mudos o sordomudos que sepan darse a entender por escrito.
Si se trata de sordomudos que no sepan darse a entender por escrito, son
conforme al artículo 54 inc. 4° Incapaces absolutos de hecho, y más allá de lo injusto y
desactualizado de este precepto, la escritura que otorguen será anulable.
Otro caso es el del mudo, que por no estar comprendido en el artículo 54, es
capaz aunque no sepa darse a entender por escrito. El mudo que no sepa darse a
entender por escrito para redactar la minuta y entenderla, puede hacerla por un tercero
a quien le haya transmitido su voluntad mediante el lenguaje gestual. Una vez
redactada le será leída y si estuviese de acuerdo con su contenido el mudo la firmará.
El precepto contenido en el artículo 1000 no contempla los supuestos de sordos
y ciegos. Sin embargo el artículo 3651 prohíbe el otorgamiento de testamento por acto
público por parte de los sordomudos, sordos o mudos, lo que no es extensivo al caso
del ciego (art. 3652).
El concepto de “darse a entender por escrito”, no significa sólo poder realizar el
acto material de escribir dibujando letras y palabras, sino que es necesario que lo así
escrito refleje un pensamiento coherente que demuestre la comprensión de la realidad.
El procedimiento que prevé el artículo 1000 es similar al que establece el
artículo 999 para el supuesto de escrituras otorgadas por quienes no entiendan el
idioma nacional. Vale entonces lo expresado respecto a la redacción y firma de la
minuta, su protocolización y la discordancia entre la voluntad real y la declarada. Debe
destacarse que aquí como en el caso de quienes no entienden el idioma nacional,
aunque no se cumpla con el procedimiento previsto en el Código, la escritura no es
nula, sino anulable.
intervención de dos testigos; y en el caso del testamento otorgado ante un juez de paz o
funcionario municipal (art. 3690).
En estos dos supuestos el instrumento protocolizado no se transforma en
instrumento público, sino que el efecto de la protocolización se limita a darle fecha
cierta o en el caso del testamento, seguridad formal.
También puede protocolizarse el instrumento en cualquier otro caso en que se
lo solicite al escribano. No es necesario que lo peticione la parte que otorgó el
Instrumento privado, sino cualquier otra persona, interesada o no.
Supuestos en que la ley exige protocolizar.
El ordenamiento se refiere a varios casos:
- Los instrumentos públicos hechos en el extranjero que se presenten
legalizados y en los que se transfieran derechos reales sobre inmuebles ubicados en la
República (arts. 1211 y 3129);
- Los testamentos ológrafos y los cerrados (arts. 3691 a 3695);
- Los instrumentos privados cuando lo ordene el juez con forme lo dispone el
artículo 984.
En los casos de protocolización exigida por ley, conforme lo disponen los
artículos 984 y 1003. Este último artículo expresa en su parte pertinente: “La
protocolización de documentos exigida por ley, se hará por resolución judicial previa. El
documento a protocolizarse será entregado al escribano público que haya de realizar la
diligencia, para que lo agregue a su protocolo, mediante un acta que contenga solamente los
datos necesarios para precisar la identidad del documento protocolizado. El escribano público
que haya efectuado la protocolización, dará a los interesados los testimonios que se le pidieren”.
Requisito del reconocimiento de firma.
En este supuesto, protocolización por disposición de la ley de instrumento
privado además de la orden judicial (art. 1003) se requiere que se haya reconocido la
firma o se haya dado por reconocida, lo cual es lógico porque, de lo contrario, se estaría
otorgando plena fuerza probatoria a un instrumento cuya autenticidad no consta.
Si el instrumento privado es un testamento ológrafo, como no es posible
reconocer la firma pues el causante ha fallecido, la autenticidad de la firma se verifica
por testigos (art. 3694) o por cotejo (art. 3695) de la firma que suscribe el testamento con
otras indubitadas (v.gr. con las que el causante firmó otros instrumentos públicos).
Efectos de la protocolización impuesta legalmente.
El instrumento protocolizado por decisión judicial además de adquirir fecha
cierta, se convierte en instrumento público, con sus consiguientes ventajas probatorias.
En caso de tratarse de la protocolización de un instrumento privado por orden
judicial (art. 984), no todas las partes del nuevo instrumento público tienen el mismo
valor probatorio, ya que se aplican aquí los principios generales, de suerte que los
hechos pasados ante el oficial público harán plena fe (por ej., el reconocimiento de las
firmas efectuado ante el juez y presenciado por el notario, la entrega hecha al
escribano, y el lugar y fecha de la protocolización), pero el cuerpo del instrumento no
tendrá mayor valor probatorio que el de las cláusulas enunciativas o dispositivas,
según sea el caso.
COPIAS Y SEGUNDAS COPIAS.
Primer testimonio.
Lo que usualmente se suele denominar escritura, no es la escritura matriz, sino
una copia. La escritura matriz queda glosada en el protocolo encuadernado y no suele
siquiera consultarse, por resultar dificultoso e impráctico (ya que pasado cierto tiempo
en San Juan, a los cuatro días del mes de abril de 2000 (o, si se expide el mismo día que
la escritura matriz, “en el lugar y fecha de su otorgamiento”).
Segunda copia.
Puede ocurrir que alguna parte, luego de otorgársele el primer testimonio,
necesite otra copia por haberlo perdido. Esa nueva copia que se le otorgue y todas las
ulteriores se denominan “segundas copias”. Para obtenerla deberá solicitarla al
escribano, que, sin embargo, no en todos los casos está habilitado a otorgarla.
En efecto, el artículo 1007 expresa que: “Siempre que se pidieren otras copias
por haberse perdido la primera, el escribano deberá darlas; pero si en la escritura,
alguna de las partes se hubiese obligado a dar o hacer alguna cosa, la segunda copia no
podrá darse sin autorización expresa del juez”.
Corresponde entonces distinguir entre las escrituras que contengan o no
obligaciones de dar o hacer. Si no instrumentan obligaciones de esa índole, la nueva
copia puede expedirse por el escribano a mera solicitud de la parte interesada. Otro
tanto sucede si puede constatarse mediante informes, que la obligación está satisfecha
y, por ende extinguida.
Si, por el contrario, contienen obligaciones de ese tipo, pese a la rigidez del
texto, se suele distinguir entre aquellas cuyo cumplimiento no puede llegar a exigirse
nuevamente una vez satisfechas, de aquellos otros supuestos en los que podría llegar a
exigirse un nuevo cumplimiento en forma ilícita (v.gr. obligaciones de dar sumas de
dinero).
En el primer caso no existe inconveniente en que el escribano otorgue segunda
copia sin autorización Judicial. Pese a ello, para deslindar responsabilidad profesional,
los notarios suelen ser sumamente rigurosos y restrictivos en la interpretación de este
precepto.
En la segunda hipótesis, se requiere que, a petición del interesado, el juez
autorice al escribano a otorgar un segundo testimonio. Esta autorización no puede
soslayarse aunque ambas partes estén acordes sobre el punto.
Procedimiento para la obtención de segunda copia.
Autorizado un primer o segundo testimonio, no una copia simple, tiene el
mismo valor probatorio que la escritura matriz según lo prescribe el artículo 1010,
salvo que contenga alguna diferencia con la misma, en cuyo caso se tiene a la matriz
por texto auténtico. En esta hipótesis, quien sostenga la validez de la matriz, no tendrá
necesidad de redargüir de falsedad al testimonio, pero quien sostenga la validez del
testimonio, necesariamente, deberá querellar de falsedad a la matriz.
Destrucción de la escritura matriz.
Por último, entre las vicisitudes previstas en el Código, podría ocurrir que se
destruyese la matriz, en forma total o parcial, o que se perdiese, y que haya que valerse
del primer testimonio sea para obtener otra copia (supuesto de “renovaclón”) o para
incorporarlo al protocolo en substitución de la matriz destruida (supuesto conocido
como “reposición”, o reconstrucción).
Para esta hipótesis, es necesario que el testimonio que se pretende utilizar no
esté borrado en lugar sospechoso (es decir, nombres, cantidades y fechas) y pueda
leerse claramente.
Para ello, como lo prescribe el artículo 1011, deberá citarse a los interesados a
los mismos efectos que los previstos para el otorgamiento de segundos testimonios,
vale decir para constatar la autenticidad del nuevo instrumento cotejándolo con los que
obran en poder de los mismos.
Por fin, podría ocurrir que sin protocolo, por haberse destruido, deteriorado o
perdido, concurran en su reconstrucción dos testimonios diferentes, lo que debe
resolverse según las circunstancias de cada caso.
NULIDAD DE LA ESCRITURA POR VICIO DE FORMA.
Las escrituras, como especie dentro del género de instrumentos públicos, deben
cumplir los mismos requisitos sustanciales que éstos, y si no los satisfacen siguen
similar suerte. Serían por ello nulas las escrituras en las que el escribano haya actuado
fuera de su jurisdicción o fuese inhábil para otorgar el acto de que se trate
(Incompetencia en razón de la materia).
Para los casos de inobservancia de los requisitos formales (formas legales) el
Código ha prescripto dos tipos de sanciones, la nulidad del acto y las multas al notario
interviniente.
El artículo 1004 dice: “Son nulas las escrituras que no tuvieren la designación
del tiempo y lugar en que fuesen hechas, el nombre de los otorgantes, la firma de las
partes, la firma a ruego de ellas cuando no saben o no pueden escribir, y la firma de los
dos testigos del acto cuando su presencia fuese requerida. La inobservancia de las otras
formalidades no anula las escrituras, pero los escribanos o funcionarios públicos,
pueden ser penados por sus omisiones con una multa que no pase de pesos 300”.
Defectos que causan la nulidad.
El artículo transcripto, sólo contempla como supuestos de nulidad: la omisión
de la fecha, la del lugar de otorgamiento, la del nombre de las partes, su falta de firma
o de firma a ruego si correspondiese, y la ausencia de firma de los dos testigos cuando
su presencia fuese requerida.
A ello cabe agregar la ausencia de los requisitos fundamentales exigidos:
- Por las normas relativas a los instrumentos públicos en general en los artículos
980, 983, 985, 988, 989 y 990; v.gr. que no se hayan salvado las erratas materiales,
enmendaduras, interlineados, etc. (art. 989, 2 parte);
- Por el artículo 998, que la escritura no esté incorporada al protocolo y el
artículo 1005, escritura matriz que no esté glosada al protocolo al folio que le
corresponda según el orden cronológico, que constituyen normas especificas de las
escrituras públicas junto con el 1004 ya transcripto;
- Por el Código, en forma tácita, como la utilización de papel timbrado, o la
firma del oficial público (art. 1001 in fine). Hay nulidad del acto escriturario.
RESPONSABILIDAD DEL NOTARIO POR LA NULIDAD.
Sólo ocasionan una imposición de multa, las siguientes omisiones:
- Falta de lectura de lo actuado por el notario;
- Omisión de consignar el nombre de los testigos siempre que estén sus firmas;
- Falta de agregación de la minuta en idioma extranjero para el caso previsto en
el artículo 999, y para el supuesto de otorgamiento por un sordomudo según lo exige el
artículo 1000;
- Falta de unidad del acto;
- Omisión de la fe de conocimiento;
- Falta de correlatividad que no altere el orden cronológico; con respecto a la
agregación en orden cronológico exigida bajo pena de nulidad por el artículo 1005, se
ha resuelto que la sanción se aplica sólo si existen dudas de que la escritura se haya
otorgado en la fecha que Indica, pero no si se trata de un simple error.
- Omisión de protocolizar las procuraciones y documentos habilitantes;
no confecciona las escrituras en nombre del Estado sino a nombre propio; tiene
independencia profesional y de actuación (fija el lugar de su escribanía, horario,
empleados, vacaciones, etc.); sus emolumentos los pagan los particulares, careciendo
de asignaciones del Estado.
REQUISITOS PARA DESEMPEÑARSE COMO ESCRIBANO PUBLICO.
Recaudos generales.
Para desempeñarse como notario es necesario ser argentino nativo o
naturalizado con más de diez años de ciudadanía. Ser mayor de edad. Haber obtenido
el título de escribano expedido por universidad nacional (o privada autorizada para
expedirlo) el que deberá comprender las mismas materias que para el otorgamiento del
título de abogado, con más dos años de práctica notarial. Ser de conducta, antecedentes
y moralidad intachables. Hallarse inscripto en la matrícula profesional y estar
colegiado.
Inhabilidades.
También es requerible que no esté incurso en las inhabilidades que prevé el art.
42 de la Ley 12.990 que son: ser ciego, sordo, mudo o tener defectos fisicos o mentales
que inhabiliten para el ejercicio de la profesión. Ser incapaz. Tener prisión preventiva
dictada en proceso penal a consecuencia de serle imputado un delito doloso. Ser
condenado en el país o el extranjero por la comisión de delitos penales dolosos. Estar
fallido no rehabilitado. Haber sido suspendido en el ejercicio de la función notarial en
otra jurisdicción provincial. Haber sido descalificado por incurrir en inconducta o
graves motivos de orden personal o profesional.
Incompatibilidades.
También debe añadirse que no debe estar comprendido entre las
incompatibilidades previstas en el artículo 77 de la ley 12.990 que son: tener un cargo o
empleo público o privado remunerado con sueldo. Tener un cargo o empleo en el
Poder Judicial de la Nación o en el Ministerio Público (Fiscalías, Asesorías de Menores
o Defensorías de Ausentes, así como la Curadoría Oficial de Incapaces). Tener un cargo
o empleo militar o eclesiástico. El ejercicio de actividad bancaria por cuenta propia o
como gerente, apoderado o representante de terceros. El ejercicio de la abogacía,
procuración, notariado en otra jurisdicción u otra profesión liberal. Todo otro cargo o
empleo que obligue al escribano a residir fuera de la jurisdicción de su domicilio legal.
La situación de jubilado o pensionista de una caja nacional, provincial o municipal.
Discernimiento del cargo.
La ley 12.990 establecía un número limitado de Registros. Pero esa restricción
fue derogada por el decreto 2284/91 (llamado de desregulación), y el 10/XII/91 se dictó
la resolución 1104/91 del Ministerio de Justicia, que dispone: “En el ámbito de la ley
12.990, toda persona con título habilitante para el ejercicio del notariado expedido por
universidad nacional, provincial o privada debidamente autorizada para ese efecto,
puede obtener del Poder Ejecutivo, el otorgamiento de la titularídad de un registro
notarial, previa aprobación de la evaluación de idoneidad...”.
CLASES DE ESCRIBANOS.
“Escribano” es toda persona que obtuvo el título universitario de escribano o
notario, mas de ello no se sigue que pueda autorizar escrituras públicas. Se distingue,
entonces, entre tener el título y tener la función.
“Escribano público” que es al que nos estamos refiriendo para tratar todo lo
atinente a la escritura pública, es aquél que siendo escribano por haber obtenido su
titulo universitario, también ha sido designado por el Poder Ejecutivo para ejercer la
escribanía.
Existen diferentes clases de escribanos públicos:
a) Escribanos de registro.
A éstos se refiere el artículo 10 de la ley 12.990; son los funcionarios públicos
instituidos para recibir, redactar y dar autenticidad conforme a las leyes, a los actos y
contratos que les fueran encomendados. Es el responsable de la conservación y orden
del protocolo. Además de los actos a los que se refiere el artículo 12 de la ley citada
pueden realizar escrituras públicas y todo otro acto que requiera protocolización.
b) Escribanos adscriptos.
Los escribanos adscriptos, que en realidad también son escribanos de registro,
pero no son responsables del mismo que pueden realizar los mismos actos que el
escribano titular del registro ya que utilizan el asignado a este (art. 23, ley cit.). Pueden
existir hasta dos escribanos adscriptos por cada registro.
c) Escribanos autorizantes.
También conocidos como escribanos sin registro o “de título” (art. 12, ley
12.990), que son designados por el Colegio de Escribanos, cuyas funciones están
regladas por el dec. 2593/62. Deben estar matriculados y colegiados.
Pueden celebrar todos los actos que no requieran protocolización (ya que no
tiene protocolo, ni están autorizados a usar el de otros escribanos); así pueden realizar
inventarios, certificaciones de firma o de impresión digital, certificaciones sobre envío
de correspondencia, recopilación de antecedentes de títulos, etc. (art. 12, ley 12.990).
d) Escribanos de marina.
Intervienen en lo atinente a los contratos referidos al derecho de la navegación.
e) Escribano Mayor de Gobierno.
El Escribano Mayor o General de Gobierno, con funciones similares a las de los
escribanos públicos, pertenece al cuerpo permanente de la administración publica, e
interviene en todos los actos en los que la Nación sea parte (art. 1 ley 9078) y que
requieran protocolización. No es fiscalizado por el Colegio de Escribanos ni por el
Tribunal de Superintendencia del Notariado.
f) Escribanos de juzgado.
Antiguamente existían referencias a los escribanos secretarios, que no eran otros
que los secretarios de juzgado, de las Cámaras de Apelaciones, o de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, que sin tener el título universitario de abogado podían acceder
a esos cargos con el de escribano, y una de cuyas tareas era refrendar la firma del juez.
Como se expuso anteriormente, esto ya no es así, requiriéndose para todos esos cargos
el titulo de abogado, además de otros requisitos, con lo que se ha suprimido la
categoría.
FUNCIONES Y DEBERES.
Las funciones, que la ley llama atribuciones, varían según se trate de escribanos
con registro o sin él.
a) Atribuciones de todos los escribanos.
Todos los escribanos, pueden realizar los actos a los que se refiere el artículo 12,
es decir: Certificar la autenticidad de firmas o impresiones digitales puestas en
instrumentos privados; practicar inventarios a petición de parte interesada o por
designación judicial (que se efectúa por sorteo); desempeñar las funciones de secretario
de tribunal arbitral; redactar actas de asambleas, o reuniones de comisiones; labrar
actas de notoriedad o protesta: redactar actos o contratos civiles o comerciales; expedir
INSTRUMENTOS PRIVADOS.
CONCEPTO DE INSTRUMENTO.
El concepto de “instrumento” es aplicable tanto a los públicos como a los
privados y a los particulares; pero es respecto de estos dos últimos que adquiere mayor
relevancia. Ello así pues al estar los primeros rigurosamente pautados, es sencillo
establecer cuándo estamos en presencia de un Instrumento Público.
En este orden de ideas, nadie puede cuestionar que una escritura pública o una
partida de nacimiento son “instrumentos”. Pero pueden surgir dificultades sobre si
revisten tal carácter un cospel telefónico o de subterráneo, una moneda, una tarjeta de
crédito, un pasaje de avión, un boleto de colectivo, o de tren, un diskette, una cinta
magnetofónica o un videocasete, etc.
Adviértase que no se trata ahora de establecer si alguno es instrumento público
(por ejemplo la moneda, la estampilla y los cospeles de servicios públicos
administrados por el Estado), sino de establecer, previo a todo, si son instrumentos.
Documento e Instrumento.
Hemos visto que el documento es una cosa mueble que representa un hecho
unívoco. De documento a Instrumento existe una relación de género a especie en razón
de la cual el segundo, por ser exclusivamente escrito, abarca un ámbito más
restringido.
Finalmente cabe destacar que el soporte del instrumento resulta siempre
adaptado a la época; vale decir que la materia con la cual está realizado no es
permanente. Así, hubo una época en que los instrumentos tenían soporte papiro, en
otra tablillas de arcilla, luego pergaminos y en los últimos siglos el papel.
El instrumento en el Código Civil, su caracterización.
En el Código de Vélez, los instrumentos están caracterizados por el soporte en
papel, por transmitir las ideas por escrito; y en cuanto instrumento privado, conforme
al artículo 1012, requieren la firma.
Evolución.
Hoy el papel ya no es el único soporte válido de los instrumentos privados, ni
de los particulares, ni la firma constituye un requisito ineludible, ni la escritura
tribunal bonaerense sostuvo, que el documento era hábil, pues quien lo impugnaba era
quien había creado la apariencia de firma y debía responder por ello.
FUNCIONES DE LA FIRMA.
La firma ha servido clásicamente para la obtención de dos objetivos: imputación
de autoria del acto y demostración de la voluntad de su autor. Obtenidos ambos fines,
la seguridad sobre la autenticidad del acto es de cualquier manera relativa puesto que
el instrumento deberá ser sometido al reconocimiento o desconocimien to de aquél a
quien se atribuye.
LA IMPRESION DIGITAL.
La impresión digital como elemento que atribuye identidad es más perfecto que
la firma; cada impresión dactilar es diferente a toda otra. Pero, a diferencia de la firma,
sucede que la impresión puede no responder a un acto voluntario ya que puede haber
sido tomada por un tercero mientras el sujeto se hallaba durmiendo, o en estado de
inconsciencia, o incluso después de su fallecimiento.
Esto lleva a concluir, que la impresión digital no sirve como elemento que
denote voluntad del sujeto que la imprime; de modo que sólo acredita su identidad, no
su voluntad, con lo cual no satisface una de las funciones de la firma en los
instrumentos privados, aunque el artículo 59 de la LCT (modificada por la ley 21.297),
autoriza la impresión digital para signar instrumentos por el trabajador que no sepa o
no pueda firmar. No obstante, debe señalarse que esta disposición es particular y está
restringida al ámbito laboral y es discutible.
La impresión digital no sustituye la firma en esta categoría de instrumentos, lo
cual no obstará a que se los considere instrumentos particulares y que según cada caso
particular y con la ayuda de elementos tecnológicos, pueda incluso lograr un mayor
grado de certidumbre que los instrumentos privados.
Excepción.
Desde luego que no existe inconveniente alguno si el otorgante del instrumento
sabe leer y escribir pero por alguna circunstancia no puede firmar (v.gr. por estar
enyesado, o tener paralizada la mano, etc.) ya que en este caso la impresión voluntaria
denota asentimiento en quien, por saber leer y escribir, comprendió cabalmente el
significado del acto instrumentado. Pero, aun en este caso, quedará a salvo la
posibilidad de invocar y demostrar que pese a haber mediado comprensión del acto, la
impresión digital no fue puesta voluntariamente, sino v.gr. mediando el vicio de
violencia.
También podría ser reconocido un instrumento signado con impresión digital,
jugando en tal caso la presunción del artículo 1028.
LA FIRMA A RUEGO.
Cuando el otorgante de un instrumento público no puede o no sabe firmar,
opera la firma a ruego (art. 1001), que es la que un tercero coloca en el documento en
nombre de la parte y en prueba de su conformidad, de todo lo cual da fe el oficial
público.
La cuestión si en materia de instrumentos privados, donde no existe oficial
público que dé fe de tal hecho, es válida la firma a ruego puede resolverse con la
negativa prevista en el artículo 1012 que se refiere a firma “de las partes”, de tal suerte,
el analfabeto sólo tendría la posibilidad de instrumentar bajo forma pública. Esto
llevaría al absurdo consistente en que para otorgar un recibo deba celebrar una
escritura pública.
Por su parte la referencia a la firma de las partes, del articulo citado, debe
comprenderse como atinente a las partes substanciales, ya que nada empece a que tales
instrumentos se otorguen mediante apoderado, o representante legal, en su caso, Para
ello se destaca que el mandato no es en principio un contrato formal (art. 1873).
Siempre el instrumento será válido, bien que deberá demostrarse para que
tenga fuerza vinculante respecto del poderdante, que medió la relación de mandato
con el firmante. Esta es la tesis predominante en la jurisprudencia.
Supuestos en que no es admitida la firma a ruego en instrumentos privados.
En ningún caso es válida la firma a ruego en aquellos supuestos de actos
solemnes, como es el testamento ológrafo.
VALIDEZ DE LOS INSTRUMENTOS SIN FIRMA.
El panteo de éste tema parte de que la eficacia probatoria no depende de la
existencia de firma, pues entonces, carecerían de todo valor los instrumentos públicos
que no la llevan (estampillas, papel moneda, billetes de loterías oficiales, monedas,
cospeles de servicios públicos prestados por el Estado etc.). Por su parte, existen
instrumentos privados en los que puede prescindirse de la firma (el caso ya citado del
artículo 59 LCT) y otros en que puede ser sustituida por la reproducción facsimilar
(como en las acciones emitidas por sociedades anónimas: art. 212 LSC.
Por lo demás, sin restar eficacia al artículo 1012, si pudiera afirmarse que las
funciones de la firma, imputación de autoría y manifestación de voluntad, pueden ser
satisfechas con algún otro elemento, la firma sería prescindible, esto es, en realidad, lo
que ocurre con los instrumentos particulares no firmados.
La imputación de autoría.
Diariamente se celebran cientos de contratos por télex o por fax, o por medios
electrónicos en los que la imputación de autoría se realiza mediante la identificación
reciproca, esto es, quien recibe el mensaje inmediatamente recibe su confirmación a
aquella terminal que dice haberlo expedido. Si ésta lo confirma se imputa su contenido
al autor intelectual del mensaje, no a su autor material que bien puede ser un
dependiente.
Cabe señalar que ciertos negocios bancarios (transferencias) se hacen por
medios electrónicos, sin que queden registrados en papel u otro soporte, lo que crea
complejos problemas jurídicos.
Por su parte, las claves magnéticas, combinadas con claves numéricas, brindan
mayor seguridad que la mera firma. Ello ocurre, v.gr., al efectuar actos jurídicos en
cajeros automáticos previa inserción de la tarjeta con banda magnética y alimentación
de la máquina con clave numérica personal del titular (password).
Puede afirmarse que la máquina, el cajero automático, no puede leer la firma
pero sí reconocer al titular de la tarjeta cuando se le ofrece la lectura de la banda
magnética de la misma, en combinación con el password.
La demostración de voluntad.
Este objetivo de la firma se obtiene hoy por otro modo de los señalados en los
artículos 917 y 918. No ya por signos inequívocos escritos sino por signos que resultan
de la realización material de actos inequívocos; así, es inequívoco que quien deposita
un cospel en un teléfono público quiere hablar por teléfono, lo es que quien deposita
una moneda o una ficha en una máquina expendedora quiere una unidad del producto
en venta, sin que pueda tergiversarse el significado de estos hechos.
Del mismo modo quien accede a un cajero automático, o utiliza una tarjeta de
compra magnética que debita automáticamente en una cuenta corriente bancaria,
demuestra de manera inequívoca su voluntad.
Queda así demostrado que las funciones que cumple la firma pueden ser
satisfechas por otros medios, que otorgan similar o mayor certeza, y que concurren en
los instrumentos particulares no firmados.
A mayor abundamiento, la utilización de Instrumentos Privados o Particulares
no Firmados, no depende del valor económico en juego, ya que en el caso de los
segundos abarca desde el pasaje en colectivo hasta cualquier contratación internacional
mediante el uso de télex, fax u otros medios informáticos.
Reconocimiento jurisprudencial.
Nuestros tribunales han afirmado tradicionalmente que la firma es inexorable
exigencia para los instrumentos privados. Y más aún que deben firmar todos los que
aparecen en él, y de no ser así, ninguno queda obligado, pero también se viene
afirmando que los instrumentos particulares no firmados no están desprovistos de
todo valor, pues valen como prueba de los contratos de donde el principio del artículo
1012 admite morigeraciones.
En este orden de ideas se ha admitido que es instrumento particular una boleta
de depósito con el sello del banco impreso detrás; y que, si se duda de la autenticidad
de la impresión mecánica ha de comparársela con otras estampadas con el instrumento
que está en posesión del banco con lo que se ha admitido la prueba de la autenticidad
del instrumento no firmado.
EL DOBLE EJEMPLAR. CONCEPTO Y FINALIDAD.
El principio de libertad de formas reconoce, además de la firma, otra excepción.
Esta es la del doble ejemplar y encuentra su fundamento en lo dispuesto en el artículo
1021 que reza: “Los actos, sin embargo, que contengan convenciones perfectamente
bilaterales deben ser redactados en tantos originales, como partes haya con un
interés distinto”.
La finalidad tenida en cuenta por el derecho francés, de donde la tomó el
nuestro, reside en poner a ambas partes en igualdad de condiciones a los efectos
probatorios. En efecto, mal podría una parte demostrar la existencia y términos de un
instrumento privado si el único ejemplar lo tiene aquélla otra contra la cual se intenta
hacerlo valer. Adviértase que este problema no concurre en el instrumento público
desde que este queda protocolizado y en poder de un tercero neutral, como es el
escribano.
El fundamento de la exigencia del doble ejemplar reside en una presunción
legal que consistiría en que hasta que no se otorgue, el instrumento se supone
provisorio, es decir, un mero proyecto de instrumento (Aubry y Rau, Zachariae,
Marcadé). Esta parece haber sido la concepción originaria de Vélez Sarsfield ya que en
el artículo 1023 hace referencia al acto concluido de una manera definitiva.
Cantidad de ejemplares.
La referencia al “doble” ejemplar proviene de la circunstancia que en la
generalidad de los casos son dos las partes intervinientes con un interés distinto, y por
lo tanto, deben ser dos los ejemplares. Más correcto es referirse a pluralidad de
ejemplares, aunque no es ésta la denominación tradicional dada por nuestra doctrina.
Si varios condóminos contratan con un tercero sobre la cosa común, ellos
constituyen una sola parte, y otra el tercero, por lo que serían exigibles sólo dos
ejemplares. Si, por el contrario, son los comuneros quienes acuerdan entre sí sobre la
cosa común, v.gr. respecto de la periodicidad de uso, o la división del condominio, allí
cada uno de los sujetos representa un interés distinto y por lo tanto debe recibir un
ejemplar.
Otro tanto sucede en el contrato de sociedad. El acto de constitución de la
misma tiene tantas partes con un interés distinto como socios haya, y por ende cuando
se constituye por instrumento privado, deben entregarse tantos originales como
contratantes. Pero cuando esa sociedad ya constituida celebra un contrato con un
tercero, todos los socios tienen un interés único representado en este caso por la
persona jurídica.
Carácter del requisito.
La exigencia del recaudo del doble ejemplar es de orden público, lo que importa
que no puede ser dejada sin efecto por convención de las partes, ya que no constituye
derecho disponible. Sólo puede suplirse en los términos previstos en los artículos 1022,
1024 y 1025.
Forma.
El doble ejemplar puede otorgarse mediante copia carbónica, fotocopia o
cualquier otro medio que atribuya a la copia igual contenido que el original. Desde
luego que la firma deberá ser autógrafa en cada original, no copiada, fotocopiada o
calcada.
Firmas.
No es necesario que ambos ejemplares estén firmados por las dos partes. Lo
requerido es que tengan las firmas cruzadas, como lo prevé el artículo 1013.
Expresión de la cantidad de ejemplares.
Aunque no es obligatorio resulta de práctica mencionar al pie del instrumento
privado la
cantidad de ejemplares que se firman, a fin de demostrar el cumplimiento del
precepto legal. Si no se hiciese así, se correría el riesgo de que una parte negase tener
un ejemplar firmado por la otra y con eso atacare la validez del instrumento que esta
invoque. Ante la ausencia de tal constancia puede demostrarse el cumplimiento del
recaudo mediante la declaración de testigos.
CASOS EN QUE NO ES EXIGIDO EL DOBLE EJEMPLAR.
El ámbito de aplicación de la exigencia sobre la pluralidad de ejemplares queda
circunscripto a los instrumentos que documenten actos perfectamente bilaterales,
también denominados sinalagmáticos perfectos, es decir aquellos de los que nacen
obligaciones ab initio para ambas partes.
De allí que deben excluirse de tal exigencia a los que instrumenten actos
bilaterales imperfectos, por ejemplo contratos de depósito y prenda, y también actos
unilaterales como el otorga miento de recibo.
Más aún, existen supuestos en que se instrumentan convenciones perfectamente
bilaterales en los que no es necesario tal requisito.
Cumplimiento previo.
Si una de las partes, coetáneamente a la redacción del instrumento, o antes de la
misma, cumplió íntegramente la obligación contraída, no se exige doble ejemplar.
En tal supuesto resultaría inconducente que la parte que todavía no cumplió,
exija un doble ejemplar, ya que la parte contra la que podría esgrimirlo ya ha cumplido
totalmente con su prestación por lo que aquella no tendría acción alguna para
reclamarle nada. Basta, entonces con un ejemplar único (art. 1022). Además, desde que
considerado que firmar un instrumento sin texto (en blanco) importa la celebración
tácita de tal contrato (art. 1873), bien que, en el caso las facultades resultan ilimitadas.
Mas, difiere del mandato en orden a la posibilidad del mandante de controlar al
mandatario, pues mientras en el mandato basta con revocarlo, en el caso de haberse
dado una firma en blanco sólo se podría evitar el otorgamiento del acto recuperando el
instrumento.
Para la hipótesis en que quien recibió el instrumento firmado en blanco o con
claros, lo llenase desvirtuando las instrucciones dadas por el firmante, el Código Civil
prevé la posibilidad de impugnar su contenido.
¿HASTA CUANDO PUEDE LLENARSE EL INSTRUMENTO?
Toda vez que la firma en blanco es considerada una suerte de mandato tácito,
igual que todo mandato se extingue con la muerte o incapacidad del mandatario o del
mandante (art. 1963, incs. 3 y 4). Con posterioridad a alguno de esos hechos, entonces,
no podría llenarse válidamente el texto del instrumento o el claro; salvo que hubiese
sido otorgado en el interés conjunto del mandante y mandatario, o de un tercero (art.
1982).
VALOR PROBATORIO.
Para su eficacia, igual que en cualquier instrumento privado, lo único relevante
es que la firma sea auténtica, haya sido puesta antes o después del texto siempre que
por estar ubicada a su pie (tal el significado del “subscripto” es decir el que escribe
abajo) permita inferir la conformidad del firmante.
No es exigible en derecho argentino que el firmante además de reconocer su
firma reconozca, es decir admita, el texto con que ha sido llenado por la persona a la
que se lo dio, como lo requería el Esboço.
El artículo 1016 expresa que: “La firma puede ser dada en blanco antes de la
redacción por escrito. Después de llenado el acto por la parte a la cual se ha confiado,
hace fe siendo reconocida la firma”.
IMPUGNACION POR HABERSE LLENADO CON ABUSO DE
CONFIANZA. PRUEBA.
Normalmente la persona a la que se entrega el Instrumento firmado en blanco,
para que previo a su utilización llene el texto o el claro, lo hace siguiendo la voluntad
manifestada por el firmante.
Pero puede ocunir que el tenedor del instrumento firmado en blanco,
mandatario, lo llene con un contenido diferente al previsto por el firmante. Sea porque
lo substituya totalmente por otro (v.gr. si se dio la firma en blanco para que presente
un escrito judicial y el mandatario lo llena con un reconocimiento de deuda a su favor),
sea porque se extralimite en el cumplimiento de sus instrucciones (v.gr. si vende a un
precio inferior a aquel por el que se le instruyó vender).
En el primer supuesto la impugnación estará encaminada a desvirtuar la
totalidad del acto. En el segundo como está interesado el derecho de un tercero la
acción de impugnación sólo puede tener por finalidad el responsabilizar al mandatario
por la diferencia de precio (arts. 1904 y 55).
El firmante siempre tiene la posibilidad de impugnar el contenido del
instrumento como lo autoriza el artículo 1017: “El signatario puede, sin embargo,
oponerse al contenido del acto, probando que las declaraciones u obligaciones que
se encuentran en él, no son las que ha tenido intención de hacer o de contratar. Esta
prueba no puede ser hecha con testigos”.
Los medios de prueba y la prueba del abuso de confianza.
Distintos son los efectos según que el mandatario Infiel aproveche en forma
directa el instrumento firmado en blanco (v.gr. redactando un reconocimiento de
deuda a su favor), que si contrata con terceros de buena fe, aun desvirtuando los
instrucciones recibidas del firmante.
En el primer caso, si el contenido del instrumento es impugnado por el firmante
quien demuestra que había sido firmado y entregado en blanco y que el tenedor violó
las instrucciones recibidas, el reconocimiento de deuda será nulo. Vale decir que se
anula el acto jurídico, aunque el instrumento en cuanto tal será válido.
En el segundo caso, aun probándose lo mismo el instrumento será válido y el
vicio originado en la conducta del mandatario infiel resultará inoponible a los terceros
de buena fe. Tal inoponibilidad no obsta a que el signatario demande al mandatario el
resarcimiento de los perjuicios que le originó su conducta (art. 1957). Esta solución
guarda coherencia con lo dispuesto en el art. 1934, para el supuesto del mandatario que
se extralimita en el ejercicio de su mandato.
SUBSTRACCION DEL INSTRUMENTO FIRMADO EN BLANCO Y
LLENADO POR UN TERCERO CONTRA LA VOLUNTAD DEL FIRMANTE.
Para la situación del epígrafe el artículo 1019 dispone: “Las disposiciones de
los dos artículos anteriores no se aplican al caso en que el papel que contenga la
firma en blanco hubiese sido fraudulentamente sustraído a la persona a quien se
hubiese confiado, y llenándose por un tercero contra la voluntad de ella. La prueba
de la sustracción y del abuso de la firma en blanco puede ser hecha por testigos. Las
convenciones hechas con terceros por el portador del acto no pueden oponerse al
signatario, aunque los terceros hubiesen procedido de buena fe”.
Como se advierte la disposición legal es diferente a la de los artículos 1017 y
1018 toda vez que en ellos se consideró la existencia de una relación jurídica de
mandato tácito, del que no puede hablarse en caso de substracción. En esta hipótesis el
instrumento firmado en blanco es sustraído de la guarda del tenedor (mandatario) y
llenado por un tercero que puede, o no, ser el ladrón.
No cabe distinguir en la especie, entre hurto y robo, como lo hace el derecho
penal. Ambos supuestos quedan comprendidos, así como las maniobras dolosas para
apoderarse del instrumento.
La solución del artículo 1019 se aplica también a la hipótesis de pérdida del
instrumento y llenado por el hallante, pues el artículo 2539, prescribe que comete hurto
quien hallando una cosa ajena, la que se presume perdida y no abandonada si es de
algún valor (art. 2530) no actúa conforme lo disponen los artículos 2531 y
subsiguientes; esto es, dar inmediato aviso al dueño, o entregarla al juez más inmediato
o policia del lugar si no supiese quien era el dueño.
Prueba y hechos a probar.
El signatario deberá demostrar que el instrumento fue firmado en blanco, que
fue sustraido del poder del firmante o de la persona a la que se lo entregó, y que ésta lo
llenó contra la voluntad del signatario o del mandatario.
Ninguna de estas tres circunstancias configuran actos jurí dicos. Son meros
hechos que, por tanto, no tienen limitación probatoria; de allí que puedan probarse
incluso mediante prueba testimonial.
Efecto de la impugnación frente a terceros de buena fe.
A diferencia de lo previsto en nuestro número anterior, en este caso los terceros
de buena fe que adquirieron derechos por haber contratado con el ladrón no quedan
protegidos frente a la impugnación del signatario.
El trato diferente dispensado por el legislador a ambas circunstancias (la del art.
1018 y la del art. 1019) se funda en que proceder de otra manera importaría tanto como
asegurar el éxito del delito cometido por el substractor, consolidando los frutos de su
accionar.
Nada obsta a que los terceros de buena fe demanden del mandatario el
resarcimiento de daños y perjuicios si es que éste fue despojado del instrumento
mediando culpa de su parte.
CARTAS MISIVAS. CONCEPTO.
Las “cartas misivas” expresión redundante que ha sido criticada, pueden
consistir en esquelas, tarjetas postales, telegramas, o cartas entre personas que
generalmente mantienen relación estrecha, lo que no descarta los vínculos negociales.
Deben consistir en expresiones escritas entre dos o más personas, de suerte que quedan
excluidas las conversaciones telefónicas.
Tampoco están comprendidas en el concepto, las conocidas como “cartas
abiertas” y “solicitadas” que son en realidad manifestaciones al público en general.
Pueden no estar firmadas, o estar suscriptas por sobrenombres o referencias al
vínculo que tiene el remitente con el destinatario (v.gr. “tu papá”, “tu hijo”), o con
iniciales, o directamente no se firman en modo alguno.
A su respecto lo importante no es entonces la firma sino la autenticidad del
texto.
INELIGIBILIDAD DE LA FIRMA.
Por no ser instrumentos privados, no resultan de aplicación los requisitos de
firma, art. 1012 y doble ejemplar, art. 1021.
No sucede lo mismo con el requisito de oponibilidad “fecha cierta” (art. 1034)
que sí es exigible, bien que si la carta misiva carece de ella aun valdrá conforme a las
circunstancias si es presentada por un tercero (conf. Borda).
EFICACIA PROBATORIA. SU PROPIEDAD.
Como el Código Civil se detiene en un único y breve artículo (1036) a regular
uno solo de los diversos problemas que suscitan las cartas misivas, la doctrina ha
debido encarar prioritariamente los siguientes temas;
a) Propiedad de la carta misivas.
La carta misiva, sea correspondencia epistolar, tarjeta postal, esquela por mano
o cualquier otro tipo de los referidos anteriormente, es cosa mueble. En cuanto tal
pertenece a quien la escribió hasta que llegue a poder del destinatario. En el interin, es
decir mientras está en el correo, le sigue perteneciendo (art. 2529); por lo que desde la
óptica del derecho civil nada obstaría a que la recupere si así lo desea.
Cuando es puesta en poder del destinatario la propiedad se transmite al nuevo
poseedor (arts. 2601 y 2529) quien tendrá a su respecto la totalidad de las facultades
que importa el derecho de dominio (arts. 2513, 2514, 2515 y 2516).
Sin embargo, la propiedad intelectual de lo escrito en la carta no el dominio de
la carta como cosa de papel sigue perteneciendo a quien la escribió, de suerte que
quien fue destinatario y luego propietario de la carta no puede disponer en forma
absolutamente libre de su contenido, aunque sí de la misma en cuanto cosa mueble.
b) Facultades del autor de la carta cuando no es más su propietario.
Las facultades sobre la carta misiva se desdoblan pues mientras quien la recibió
es su propietario y tiene facultades de tal sobre la materia, cosa mueble, (salvo que el
remitente expresamente le haya indicado en la carta que la destruya o restituya), quien
la redactó y remitió conserva el derecho intelectual sobre su contenido.
Esta clasificación también es acogida por nuestro Código Civil, que enumera los
supuestos de error esencial en los arts. 924 a 927 y se refiere en el art.. 928 al error
accidental.
Reviste la mayor trascendencia, porque el error esencial si además es excusable
es causal de invalidez del negocio jurídico, virtualidad de que carece el error
accidental.
Error de hecho.
Como hemos visto, el error de hecho es aquel que versa sobre las circunstancias
o aspectos fácticos del acto jurídico que se celebra.
a) Condiciones para que el error determine la invalidez del acto jurídico.
Para que el error de hecho determine la invalidez del acto o negocio jurídico es
menester que reúna dos condiciones: esencialidad y excusabilidad.
1) Esencialidad. Para que el error pueda ser reputado esencial es necesario que
haya incidido en el proceso de formación de la voluntad de manera determinante,
estimándose que la esencialidad del error supone la reunión de dos requisitos:
a) uno objetivo, pues se exige que el error recaiga sobre un elemento
básico del negocio jurídico, entendiéndose por tal el que le da fisonomía particular
(naturaleza del negocio, objeto, causa, cualidades substanciales del objeto, persona);
b) otro subjetivo, dado que se requiere que, de no haber mediado e error,
el acto jurídico no se hubiese celebrado: “el error es una causa de nulidad cuando es
indudable, dada su misma naturaleza, que las partes o alguna de ellas no se hubieran
obligado si hubieran conocido el verdadero estado de las cosas”.
Casos de error esencial.
En cierta medida, y con la salvedad de algunas precisiones necesarias, el
Código Civil simplifica la tarea de determinar en qué casos hay error esencial porque
enumera los distintos supuestos.
1) Error sobre la naturaleza del acto. El art. 924 del Código Civil dice que “el
error sobre la naturaleza del acto jurídico anula todo lo contenido en él”.
La naturaleza del acto es la calidad que, conforme al ordenamiento, le otorga al
negocio una fisonomía jurídica peculiar y determina la producción de ciertos efectos de
derecho, es lo que define a un negocio jurídico como perteneciente a determinada
categoría, y no a otra diversa.
El error sobre la naturaleza del acto jurídico se configura cuando el sujeto
estima otorgar determinado negocio y, en realidad, celebra otro: ello ocurre, como lo
dice Vélez Sarsfield en la nota a modo de ejemplo, cuando se cree prestar una cosa y la
contraparte entiende que se le dona.
Cabe advertir, sin embargo, que el error debe recaer sobre la esencia misma del
acto jurídico, siendo irrelevante el error en la denominación que se le aplique, lo que en
un último análisis, es un simple problema de calificación del negocio jurídico.
2) Error sobre la persona. El art. 925 del Código Civil expresa que “es también
error esencial y anula el acto jurídico, el relativo a la persona, con la cual se forma la
relación de derecho”.
La doctrina discrepa en la interpretación de esta disposición, formulándose tres
tesis que le asignan distinto alcance:
a) Algunos autores sostienen una posición amplia, según la cual el error
sobre la persona siempre es esencial porque ésta nunca es indiferente en orden a la
celebración del negocio jurídico. En apoyo de esta opinión se señala que la redacción
del precepto es general y no distingue casos de excepción, así como que ésa parece ser
la tesis del codificador, expuesta en la nota respectiva.
b) Otros juristas, adoptan un criterio restrictivo, conforme al cual el error
sobre la persona sólo es esencial cuando la consideración de ésta ha sido determinante
de la celebración del acto jurídico, lo que limita el alcance de la invalidez a los negocios
intuitu personae y a los que son a título gratuito, criterio que armoniza el principio
general de la preservación del acto o negocio jurídico, limitando las causas de
invalidez.
c) Finalmente, otros autores, entre ellos Salvat y Llambias, optan por una
tesis intermedia, afirmando que el error sobre la persona siempre es esencial, y
solamente no lo es cuando la propia ley establece una excepción, caso del art. 2184,
sobre el contrato de depósito o cuando la persona con la cual se forma la relación
jurídica es absolutamente indiferente, como sucede en la venta de mercadería al
contado.
Consideramos mas adecuado, el criterio de interpretación estricta, porque es el
que mejor se adecua al requisito de esencialidad del error y, en consecuencia, a quien
pretenda obtener la declaración de invalidez de un acto jurídico por error en la persona
le corresponderá probar que la consideración de ella ha sido determinante de la
celebración del negocio.
El error puede versar sobre la identidad misma de la persona o sobre
cualidades de ella, como su aptitud artística, profesional o laboral, pero es irrelevante
el que recae sobre su nombre, siempre que no se traduzca en una equivocación en
cuanto a la identidad.
En este sentido, se ha declarado que no cualquier error sobre la persona
invalida el acto. Debe tratarse de un equívoco de importancia sobre la identidad de la
persona o sobre las cualidades de ella que fueron determinantes del acto, pues de
ordinario se contrata en vista de un resultado, y no de una persona”.
3) Error sobre la causa principal del acto. El art. 926 del Código Civil dice que
“el error sobre la causa principal del acto, o sobre la cualidad de la cosa que se ha
tenido en mira, vicia la manifestación de la voluntad y deja sin efecto lo que en el acto
se hubiere dispuesto”.
La inteligencia de esta disposición da lugar a una ardua controversia doctrinal,
debatiéndose si ella contempla un único supuesto de error o dos casos diversos.
Tesis de Llambías: Una primera corriente opina que la norma del art. 926
consagra un único caso de error, consistente en el error sobre la cualidad sustancial de
la cosa, por estimar que la expresión “causa principal” sólo tiene por finalidad
reafirmar la esencialidad del error. A esta posición se adhiere Llambías, quien la
fundamenta, al enseñar: a) que tal conclusión resulta de la metodología empleada por
Vélez Sarsfield, que destina un artículo en particular a cada supuesto de error esencial,
sin que se vea la razón por la cual habría de apartarse de ese método para abarcar dos
supuestos en un solo precepto; b) que de admitirse que el error sobre la causa principal
del acto es un supuesto autónomo, serían inútiles los arts. 924, 925, 926, segunda parte,
y 927 del Código Civil, porque los casos comprendidos en ellos sólo son relevantes en
cuanto operan como causa principal del negocio; c) que esta interpretación es la que
mejor se ajusta a la opinión de Freitas, fuente del Código Civil argentino en esta
materia. Concluyendo: “cuando en el art. 926 se lee “el error sobre la causa principal
del acto, o sobre la cualidad de la cosa que se ha tenido en mira”, la conjunción
disyuntiva “o” no indica diferenciación entre dos conceptos diversos, sino vinculación
el error de cálculo; g) el error que versa sobre la designación del negocio; h) el que
incide sobre el nombre y apellido de la contraparte si no hay equivocación sobre la
identidad; i) el que recae sobre el nombre o designación de la cosa si ésta es la misma
sobre la cual se quería celebrar el acto.
Tras sentar el principio general, el art. 928 del Código Civil contempla tres
supuestos de excepción, pero en realidad tales excepciones son sólo aparentes:
1) cuando la calidad, erróneamente atribuida a la cosa, hubiese sido
expresamente garantizada por la otra parte; en este caso, la calidad, de por sí accidental
o indiferente, es erigida en esencial por la cláusula de garantía. Borda enseña que en
este supuesto no hay error, porque no se sabía si la cosa tenía o no la calidad deseada, y
por ello se exigió la garantía. La cláusula de garantía debe ser expresa (“La Ley”, 7-
831).
2) cuando el error proviene del dolo de la parte o de un tercero, siempre
que por las circunstancias del caso se demuestre que sin el error el acto no se habría
celebrado, en esta hipótesis no hay error sino dolo y, en consecuencia, la anulación del
acto será procedente en principio por este último vicio, y no por error;
3) cuando la calidad de la cosa, lo accesorio de ésta, o cualquiera otra
circunstancia, tuviesen el carácter expreso de una condición, en este caso, el negocio no
se anula por error sino que se disuelve por aplicación del régimen propio de la
condición.
Dado que las excepciones a la regla general del art. 928 del Código Civil son
sólo aparentes, es posible concluir que el error accidental siempre es indiferente con
relación a la validez del acto jurídico.
4. Error de derecho.
Hemos visto que el error de derecho es el que versa sobre lo que el
ordenamiento impera, permite o prohíbe, o sea, el que atañe a la norma jurídica, y, por
tanto, puede consistir en el desconocimiento de la existencia, contenido, alcance o
vigencia de una norma jurídica; o en la equivocada interpretación de una norma
jurídica o subsunción en ella de una situación de hecho.
El art. 923 del Código Civil dispone que “la ignorancia de las leyes, o el error de
derecho, en ningún caso impedirá los efectos legales de los actos lícitos, ni excusará la
responsabilidad por los actos ilícitos”.
Este precepto implica que el error de derecho no puede ser invocado para
obtener la anulación de un acto jurídico, ya que “en ningún caso impedirá los efectos
legales de los actos lícitos”, lo cual guarda correlación con el art. 20 del Código Civil,
que estatuye que “la ignorancia de las leyes no sirve de excusa, si la excepción no está
expresamente autorizada por la ley”. De estas normas, cuyo fundamento es la
presunción de conocimiento de la ley exigida por el orden, la seguridad y la estabilidad
sociales y la necesidad de su obligatoriedad, se desprende que el error de derecho
nunca es admisible o solamente lo es en los casos de excepción que la misma. ley
contempla, a saber:
a) cuando por un error de derecho se ha creído válido el título en que se
funda un derecho materia de transacción y ese título es, en realidad, inválido, supuesto
en que la transacción es rescindible (art. 858, Cód. Civil).
b) cuando por un error de derecho alguien creyese ser deudor y pagase
lo que no debe, hipótesis en que puede repetir lo pagado (art. 784, Cód. Civil, y su
nota),
“debe tener cierta entidad en si misma, ser idónea para producir error e inducir a
realizar el acto”.
Se discute si, para apreciar la gravedad del dolo, se debe tomar o no en
consideración las circunstancias personales de quien padece el engaño, lo que ocasiona
divergencias doctrinales:
1) Algunos juristas se inclinan por la solución afirmativa haciendo
aplicación analógica del art. 938 del Código Civil, y sosteniendo, en consecuencia, que
“para establecer en un caso particular la idoneidad del artificio empleado para
engañar, deberá necesariamente tenerse en cuenta la situación y condiciones
personales de la víctima”.
2) Otros, en cambio, entienden que se debe adoptar un criterio objetivo,
consistente en la prudencia que en la atención de sus negocios pone de ordinario una
persona seria y diligente. Esta posición encuentra respaldo en el art. 909 del Código
Civil, que indica: “para la estimación de los hechos voluntarios, las leyes no toman en
cuenta la condición especial, o la facultad intelectual de una persona determinada, a no
ser en los contratos que suponen una confianza especial entre las partes”.
Resulta más acertada la primera tesis, dado que la aptitud engañosa de la
maniobra no puede ser desvinculada de las condiciones intelectuales y culturales de
quien la sufre, siendo que esta ligazón permite llegar a soluciones más equitativas; en
este sentido, los tribunales tienen establecido que “la gravedad del dolo debe juzgarse
con arreglo a la condición intelectual y de cultura del sujeto que padece el engaño”.
(“El Derecho”, 19-339 y 58-385).
El requisito de gravedad del dolo se corresponde con la excusabilidad del error,
de manera que, se acepte una u otra de las posiciones reseñadas, no existe dolo grave
cuando quien padece el engaño ha obrado con negligencia y, así, se ha establecido que
“para que el dolo sea grave, es entonces necesario que la víctima no haya podido evitar
ser inducida a error, a pesar de haber obrado con la diligencia y prudencia que es dable
exigir en toda contratación” (“El Derecho”, 31-555).
b) Causa determinante.
Que el dolo haya sido causa determinante del acto jurídico equivale a exigir que
el engaño sea la razón del otorgamiento del negocio, y por eso se reputa determinante
el engaño “sin el cual el acto no se hubiese realizado”.
De lo expuesto se desprende:
1) que si el acto jurídico no se hubiera otorgado de no concurrir el
engaño, el dolo debe ser reputado como determinante y ha de ser calificado como
principal, o, en otras palabras, el “dolo principal o sustancial es aquel sin el que no se
hubiera efectuado el acto, de conocer el agente la realidad de las circunstancias del
negocio” (“El Derecho”, 31-555 y 78-259)
2) que si el negocio jurídico se hubiera celebrado de todos modos,
mediase o no el engaño, el dolo debe ser caracterizado como no determinante y
meramente incidental.
Este requisito guarda correlación con la condición de esencialidad del error y,
como hemos visto, reviste importancia singular porque, mientras el dolo principal si
reúne los demás requisitos del art. 932 produce la invalidez del negocio jurídico, el
dolo incidental solamente obliga a resarcir los daños y perjuicios que sufriera la parte
que lo ha padecido.
c) Daño patrimonial importante.
La ley exige que el dolo haya ocasionado un daño y que éste sea importante, es
decir, que revista cierta magnitud, lo cual constituye una cuestión de hecho que se debe
apreciar teniendo en consideración las circunstancias de cada caso concreto.
Sobre este particular, la importancia del daño debe ser valorada en relación con
la del negocio afectado por el dolo y no teniendo en cuenta su entidad numérica de
manera aislada.
Con respecto a la necesidad de concurrencia de esta condición, se tiene sentado
que “por censurables que sean ante la moral los actos de dolo empleados contra una
persona para arrancarle un acto, la razón de la ley desaparece cuando no se ha causado
perjuicio” (“La Ley”, 62-441),
d) Inexistencia de dolo recíproco.
La condición de que, cuando se trata de actos bilaterales, no haya habido dolo
por ambas partes, obedece a imperativos de orden moral, pues no es admisible que
quien ha obrado torpemente invoque la torpeza de su contraparte para impugnar el
acto jurídico celebrado. El dolo recíproco sólo se pone de manifiesto cuando la parte
demandada por invalidez, reconviene a su vez a la otra parte y denuncia las maniobras
engañosas de esta última.
4, Acciones derivadas del dolo.
La parte que ha sufrido el dolo, o sus sucesores universales, tienen a su
disposición dos acciones: la acción de invalidez y la acción resarcitoria, pudiendo optar
por ejercer ambas o, de lo contrario, mantener la validez del negocio jurídico y
reclamar solamente la indemnización del daño ocasionado, en los casos de dolo
principal, mientras que en las hipótesis de dolo incidental sólo cuentan con la acción de
resarcimiento.
a) Acción de invalidez.
La acción de invalidez tiende a obtener la anulación del acto viciado por dolo,
que es anulable porque la determinación de la existencia del vicio depende de una
comprobación de hecho (art. 1045, Cód. Civil) y de invalidez relativa, ya que se
establece, en lo primordial, en protección de quien ha sido víctima de la maniobra
engañosa.
b) Acción resarcitoria.
Sea el dolo principal o incidental, engendra una acción para obtener la
indemnización del perjuicio sufrido, la cual se debe dirigir contra el autor de la
maniobra dolosa o contra sus sucesores universales.
Se debe efectuar la siguiente distinción:
1) cuando el autor del dolo es la contraparte, ella debe resarcir los daños
sufridos por la víctima;
2) cuando el autor del dolo es un tercero, pueden presentarse dos
supuestos:
a) que el tercero haya obrado por sí solo, en cuyo caso sólo él
debe responder por el daño causado (arg. arts. 935 y 943, Cód. Civil);
b) que el tercero haya obrado en complicidad con la contraparte
del acto jurídico, hipótesis en la cual ambos quedan solidariamente obligados al
resarcimiento del daño (arts. 935 y 942. Civil).
De lo expuesto resulta que la acumulación de la acción resarcitoria a la de
anulación sólo es posible en los supuestos de dolo principal, pues en los casos de dolo
incidental solamente se confiere la acción indemnizatoria.
VIOLENCIA E INTIMIDACIÓN
Concepto.
La libertad del sujeto se halla afectada cuando opera bajo una coacción externa
indebida que vulnera su posibilidad de determinarse por sí mismo en orden a la
celebración del negocio jurídico.
La coacción externa e indebida se denomina violencia, y aunque a tenor del art.
922 del Código Civil pareciera que este vicio afecta la intención, lo cierto es que vulnera
la libertad, como lo entiende la unanimidad de la doctrina.
Hecha esta aclaración, es posible afirmar con las palabras de Llambias que “la
violencia consiste en “la coacción grave, irresistible e injusta ejercida sobre una persona
para determinarla contra su voluntad a la realización de un acto jurídico”.
Al afectar la libertad del sujeto, la violencia veja su voluntad. Sin embargo,
Borda sostiene que la libertad nunca existe perfectamente en la realidad, y que cuando
el acto jurídico ha sido otorgado bajo la presión de la violencia, la invalidez de éste
encuentra su fundamento en el hecho ilícito, porque de lo contrario, el orden jurídico
sería reemplazado por el imperio de la fuerza; no es así, si el acto afectado por
violencia fuera ilícito, su invalidez sería absoluta, y no relativa.
Clasificaciones.
En cuanto a la clasificación de la violencia, existen divergencias en la doctrina:
a) Algunos autores adoptan una división tripartita, distinguiendo la fuerza, la
violencia física y la violencia moral, según que la coacción se ejerza por
constreñimiento corpóreo, por intimidación mediante ofensas corporales y malos
tratamientos o mediante amenazas.
b) La generalidad de los juristas, sin embargo, acepta una clasificación bipartita,
distinguiendo la violencia física o fuerza, de la violencia moral o intimidación.
Resulta esta clasificación bipartita mas coherente, dejando a debido resguardo
que el interés de ella es casi exclusivamente teórico, puesto que, sea la violencia física o
moral, la consecuencia es la misma y, además, los supuestos de fuerza son en verdad
excepcionales en la práctica.
Violencia física o fuerza.
Dice el art. 936 del Código Civil que “habrá falta de libertad en los agentes,
cuando se emplease contra ellos una fuerza irresistible”, de manera que es posible
afirmar que “hay fuerza física cuando se emplea constreñimiento corporal irresistible
sobre otra persona para obtener de ésta la realización de un acto”.
De esta caracterización se desprende que para que exista violencia, física es
necesario:
a) que la coacción consista en un constreñimiento corporal. Sin llegar al
ejemplo típico de la persona a quien se le fuerza la mano para que suscriba un
documento, puede darse el caso del sujeto a quien se encierra para forzarlo a otorgar
un acto jurídico.
b) que la coacción sea irresistible, es decir, que el sujeto que la padece no
pueda oponerse de manera eficaz a la presión física que sobre él se ejerce, o bien que no
pueda hacerla cesar.
Puesto que la fuerza física se ejerce en forma inmediata y directa sobre el
cuerpo del sujeto, lo que destruye por completo su voluntad, convirtiéndolo en un
mero instrumento pasivo al servicio de quien ejerce la violencia, algunos autores
consideran que el acto jurídico celebrado en esas condiciones es inexistente, y otros
estiman que se halla afectado por invalidez absoluta, criterios que como veremos mas
adelante son absolutamente criticables.
Violencia moral o intimidación.
El art. 937 del Código Civil expresa que “habrá intimidación cuando se inspire a
uno de los agentes por injustas amenazas, un temor fundado de sufrir un mal
inminente y grave en su persona, libertad, honra o bienes, o de su cónyuge,
descendientes o ascendientes, legítimos o ilegítimos”.
Del análisis de esta disposición resultan las notas características de la violencia
moral o intimidación:
a) Debe existir una amenaza, o sea, la promesa de causar un daño a
alguien. La amenaza debe ser concreta y de carácter personal, así como que el daño que
se promete pueda producirse.
b) La amenaza debe ser injusta, es decir, contraria a derecho, de donde
se sigue que “no hay intimidación por injustas amenazas, cuando el que las hace se
redujese a poner en ejercicio sus derechos propios” (art. 939, Cód. Civil), pero se debe
advertir que ha de tratarse del ejercicio regular del propio derecho, ya que el ejercicio
abusivo es antijurídico.
c) La amenaza injusta debe producir, sobre el sujeto cuya voluntad se
trata de determinar, un “temor fundado”, o sea un temor que guarde razón de
proporción con el mal que se amenaza causar, teniendo en consideración “la condición
de la persona, su carácter, habitudes o sexo”, de suerte tal que “pueda juzgarse que ha
debido racionalmente hacerle una fuerte impresión” (art. 938, Cód. Civil).
Al respecto, se ha dicho que “el temor o miedo debe ser fundado, aspecto que
se relaciona con la naturaleza, calidad, intensidad y forma de emplearse la
intimidación y con la condición personal de quien la sufre” (“La Ley”, 68-361).
d) La amenaza injusta debe consistir en la promesa de causar un mal
“inminente y grave”:
d.1) la inminencia alude a que se trate de un daño con relación al cual no
se pueda adoptar medida defensiva alguna, sea por sí mismo o acudiendo al auxilio de
la fuerza pública;
d.2) la gravedad supone que el mal sea importante e idóneo para
provocar temor, “posible de que se produzca, puesto que si fuera leve, imposible de
ejecutar o meramente eventual, no podría admitirse que influyera en una persona
razonable” (“La Ley”, 68-361).
e) El mal amenazado debe recaer sobre la persona, libertad, honra o
bienes del sujeto que sufre la violencia o de su cónyuge, descendientes o ascendientes,
legítimos o ilegítimos.
Sobre este aspecto, y conforme a la generalidad de la doctrina, que se apoya en
la nota de Vélez Sarsfield al art. 937, hay que efectuar una distinción:
e.1) si la amenaza recae sobre las personas mencionadas en el texto legal,
la intimidación se presume, cediendo esta presunción solamente en el caso de que se
pruebe que no existe afecto entre quien sufre la amenaza y dichas personas;
e.2) si la amenaza se dirige contra otras personas distintas de las
enumeradas, la intimidación no se presume y quien la alega habrá de demostrar el
vínculo de afecto.
Borda acertadamente entiende que basta la amenaza a cualquier persona, sea o
no de las mencionadas en el art. 937, para que la intimidación se configure: es que,
“para una persona de espíritu cristiano y generoso es casi tan grave la amenaza
dirigida a un allegado como la que se dirige a un extraño, que siempre es un prójimo”.
Por último, y aunque no surge inmediatamente del art. 937 del Código Civil, es
de señalar, como lo ha hecho reiteradamente la jurisprudencia (“La Ley”, 68-361), que
la intimidación debe ser anterior o contemporánea a la celebración del acto jurídico,
porque de lo contrario, carece de eficacia persuasiva. La idea que subyace en esta
afirmación es que la violencia debe haber sido determinante de la conducta del sujeto
que la sufre, pues, de no ser así, se llega a la conclusión de que el acto jurídico se
hubiera otorgado mediara o no intimidación y que, por tanto, no existiría razón para
declararlo inválido.
Acciones que derivan de la violencia.
El acto jurídico viciado por violencia es anulable, puesto que la comprobación
de la existencia del vicio impone una investigación de hecho (art. 1045, Oíd. Civil): “si
la voluntad estuvo menguada por falta de libertad para decidir, el acto debe
considerarse anulable, según la estructura de nuestro derecho” (“El Derecho”, 58-327).
La invalidez del negocio jurídico viciado por violencia sea física o moral es relativa, ya
que se establece en resguardo directo del interés de la parte que ha padecido la fuerza
o la intimidación.
El sujeto que ha sufrido la violencia o sus sucesores universales tienen
disponibles dos acciones, una de invalidez y otra de resarcimiento, pudiendo optarse,
a) por demandar la declaración de invalidez del negocio jurídico, acumulando o
no la acción de indemnización;
b) por mantener la validez del acto jurídico y demandar solamente la
reparación del daño sufrido.
En cuanto al régimen de la acción resarcitoria, es menester distinguir según que
el autor de la violencia haya sido la contraparte o un tercero:
a) si la violencia fue ejercida por la contraparte en el acto jurídico, sólo ella
responde por los daños ocasionados;
b) si la violencia fue ejercida por un tercero que actuó en connivencia con la
contraparte en el acto jurídico, ambos están obligados al resarcimiento (art. 942, Cód.
Civil)
c) si la violencia fue ejercida por un tercero que actuó por sí solo, únicamente él
responde por los perjuicios causados.
Prescripción de las acciones relativas a los vicios de error, dolo o violencia.
Según el art. 4030 del Código Civil, las acciones de invalidez por error, dolo o
violencia, prescriben “por dos años, desde que la violencia o intimidación hubiese
cesado, y desde que el error, el dolo fuese conocido”.
Este precepto ocasiona un problema probatorio que incide en la determinación
del momento inicial para el cómputo del curso de la prescripción:
a) la doctrina mayoritaria entiende que quien demanda la invalidez o sea, quien
ha padecido el vicio debe probar el cese de la violencia o el descubrimiento del error o
del dolo, a fin de computar desde entonces el curso de la prescripción; si no lo hace,
ésta corre desde la fecha del acto viciado. Éste es el criterio que domina la
jurisprudencia.
b) un sector minoritario, en cambio considera que a quien sostiene la validez del
negocio le incumbe demostrar que el plazo de prescripción ha corrido y, en
consecuencia, el momento en que el impugnante conoció el vicio o éste cesó.
De acuerdo con la casi unanimidad de los autores, se estima que el plazo bienal
debe ser computado, en principio, desde la fecha de celebración del acto jurídico
viciado (art. 3956, Cód. Civil), porque desde entonces se presume el conocimiento del
error o del dolo o la cesación de la violencia, si el impugnante pretende destruir esa
presunción, deberá acreditar que el conocimiento o la cesación del vicio se produjo con
posterioridad a esa fecha.
compensarle, por medio del acto jurídico en cuestión, las ventajas obtenidas en otros
negocios diversos.
Como de manera explícita lo dice el art. 954 del Código Civil, a los cálculos se
los debe hacer según valores al tiempo del acto, lo que se explica porque el vicio queda
configurado en el momento de la celebración del negocio jurídico, ya que es entonces
cuando una de las partes aprovecha la situación de inferioridad en que se halla la otra
para obtener, a sus expensas, una ventaja patrimonial desproporcionada e injusta.
Asimismo, es de señalar que a los valores intercambiados no se los debe
apreciar en términos estrictamente monetarios, que son esencialmente variables, sino
referidos a los patrones económicos vigentes a la época de la concertación del negocio
jurídico.
Con relación al elemento objetivo, la jurisprudencia tiene establecido que “el
elemento objetivo de la lesión está configurado por una notoria desproporción o
inequivalencia entre las prestaciones” (“El Derecho”, 70-337), no requiriendo la
caracterización de la figura “que la inequivalencia alcance una dimensión
matemáticamente determinada, quedando librada a la apreciación judicial su
valoración” (“El Derecho”, 70-337). Finalmente, se ha declarado que “para que la
desproporción sea evidente, ella debe ser indiscutible, manifiesta, inmediatamente
apreciable, sin margen de duda, debe importar un grosero desequilibrio de las
prestaciones, debe ser chocante, contraria a la equidad y a la regla moral” (“El
Derecho”, 81-432).
Por otra parte el requisito o elemento subjetivo, explotación por una de las
partes de la situación de inferioridad de la otra permite, al solo efecto del análisis, ser
enfocado desde el punto de vista del comportamiento del lesionante y desde la óptica
de la situación del lesionado.
La explotación importa utilizar de manera abusiva la situación en que se halla
la contraparte, el lesionado, para obtener una ventaja patrimonial desproporcionada:
supone, pues, que el lesionante celebre el acto jurídico con el designio de obtener
provecho indebido, en perjuicio del lesionado, mediante el aprovechamiento de las
condiciones de inferioridad de este último en relación con el negocio jurídico que se
otorga.
Cabe señalar que la conducta del lesionante frente a la situación de debilidad
del lesionado debe ser de “aprovechamiento pasivo” de tal situación, o sea, que no
provoque el estado desventajoso del lesionado, sino que, conociéndolo, se limite a
aprovecharlo, pues de lo contrario el negocio jurídico es impugnable por dolo, y no por
lesión.
Pese a que el art. 954 del Código Civil no contempla el caso de que el lesionante
explote al lesionado, no ya en beneficio propio sino en provecho de un tercero, también
en esta hipótesis existe lesión, pues media explotación en ambas casos y porque, de no
admitirse esta solución, resultaría muy fácil eludir la aplicación del precepto legal.
-Presupuesto Subjetivo. Situación del lesionado: inferioridad o debilidad.
El art. 954 del Código Civil describe la situación de inferioridad del lesionado
refiriéndola a su “necesidad, ligereza o inexperiencia”, lo que plantea a la doctrina la
cuestión de determinar si la mención de esos estados constituye una enumeración
taxativa, o si, al contrario, son ejemplos de una situación genérica de inferioridad no
excluyente de otros estados de disminución en que puede hallarse quien padece la
lesión.
Los efectos jurídicos del acto ostensible o aparente no tienen correlación con
alguna voluntad oculta, ésta (voluntad oculta) no existe, en otros términos, las partes
en el supuesto de simulación absoluta celebran el acto jurídico con el fin inmediato de
establecer entre ellas relaciones jurídicas, bien que de mera apariencia, pero se trata de
un negocio con sus elementos constitutivos configurados de manera inobjetable, más
allá del vicio que lo afecta: frente al exterior en donde existe una modificación de la
posición jurídica de las partes, con todas las consecuencias que se desprenden de ello,
no subyace voluntad real alguna.
La simulación absoluta puede ser lícita o ilícita, aunque lo habitual es que caiga
dentro de esta última categoría. Es lícita .— el clásico ejemplo— cuando una persona,
para evitar continuos pedidos de auxilio económico de sus parientes y amigos,
aparenta enajenar a otro sujeto una parte o la totalidad de sus bienes. Es ilícita
supuesto por demás frecuente cuando un individuo que tiene deudas, enajena
aparentemente sus bienes a. otra persona, para sustraerlos de la ejecución de sus
acreedores, o bien cuando, en idéntica situación de endeudamiento, aparenta contraer
deudas que en realidad son ficticias, para aumentar su pasivo y, así, en caso de
concurso, disminuir su patrimonio ante sus verdaderos acreedores.
2) Simulación relativa. Hay simulación relativa cuando, a más del negocio ficticio
o aparente, las partes están de acuerdo en concluir un acto jurídico diverso: las partes
quieren introducir una modificación en su situación jurídica preexistente, pero distinta
de aquella que declaran.
El Código Civil contempla diversas hipótesis de simulación relativa:
a) “Cuando se encubre el carácter jurídico de un acto bajo la apariencia de otro”
(art. 955) o, lo que es lo mismo, cuando la simulación “se emplea para dar a un acto
jurídico una apariencia que oculta su verdadero carácter” (art. 956). Es, por ejemplo, el
caso en que se encubre una donación bajo la apariencia de una compraventa, a fin, por
lo general, de dotar al donatario de un título más sólido del derecho que se le trasmite.
b) “Cuando el acto contiene cláusulas que no son sinceras, o fechas que no son
verdaderas” (art. 955), fórmula que abarca supuestos innumerables, pudiéndose
mencionar, a simple título ejemplificativo, la inserción en el negocio de cláusulas
penales que no son reales y la antedatación o posdatación del acto jurídico.
c) “Cuando por el acto se constituyen o trasmiten derechos a personas
interpuestas, que no son aquellas para quienes en realidad se constituyen o trasmiten”
(art. 955). Es el supuesto de la denominada “convención de prestanombre”, caso en que
el acto jurídico se celebra realmente con otra persona y sólo aparentemente con el
testaferro, lo que supone un acuerdo simulatorio trilateral, dado que se configura entre
las partes del negocio simulado y el prestanombre.
Borda, entiende que basta el acuerdo entre una de las partes del acto y el
testaferro, pero en tal hipótesis no existe simulación porque la interposición es real, y
para que la haya debe ser ficticia. Al respecto, se ha declarado que “la verdadera
simulación relativa consiste en la interposición de persona ficticia, y no la real”
(“Jurisprudencia Argentina”, 1960-II- 20), y que “no existe simulación cuando se trata
de una interposición real de persona” (“La Ley”, 64-294).
La simulación relativa también puede ser lícita o ilícita. Es lícita, conforme a un
ejemplo clásico, cuando una persona que debe ausentarse de su domicilio por un lapso
prolongado aparenta enajenar sus bienes a otra, para que ésta, adquirente aparente, los
administre sin limitación alguna, caso en que bajo la apariencia de una compraventa se
encubre un mandato.
jurídico por ella afectado, cuestión que desde antiguo divide a la doctrina en dos
grandes corrientes cuya vigencia aún perdura.
a) Tesis de la inexistencia.
Para un sector de la doctrina el acto simulado es un acto inexistente, opinión
que se funda en los siguientes argumentos:
1) que el acto simulado carece de elementos esenciales, sea que se considere que
la simulación obsta a la voluntad de las partes, que se reputa meramente ficticia, sea
que se entienda que excluye la causa final, porque las partes no se proponen conferirse
los derechos y las obligaciones que resultan ostensiblemente del negocio, no
produciéndose modificación de la situación jurídica existente al tiempo de la
celebración;
2) que la invalidez supone la existencia de un acto jurídico con un vicio que
pueda restarle eficacia por afectar a alguno de sus elementos, mientras que el acto
simulado tiene una falta que alcanza al negocio íntegro, en cuanto éste, en su plenitud,
no es sincero.
Como consecuencia, en materia de simulación no opera la invalidez sino una
declaración de inexistencia, que tiende a hacer constar que el acto simulado es
efectivamente tal, o sea, que es pura apariencia, que no existe y que carece de toda
virtualidad.
b) Tesis de la invalidez.
Otra tendencia doctrinal, no menos importante que la anterior, sostiene la
posición de que el acto simulado es un acto inválido, apoyándose en las siguientes
razones:
1) que el Código Civil en sus arts. 954, 1044, 1045 y 4030 se refiere al acto
simulado como nulo o anulable, bien que con algunas diferencias terminológicas, de
manera que aprehende a la simulación como una causa de invalidez del negocio
jurídico;
2) que existe un acto jurídico, al cual alguien, una de las partes o ambas,
pretende asignar sus efectos propios y privarlo de ellos, o, si se prefiere, declarar que
no los tiene, es la consecuencia propia de la invalidez.
Como resultado, de la comparación de ambas tesis resulta la invalidez mas
ajustada a la normativa, por los siguientes motivos: a) por ser ella la que se adecua a
nuestro ordenamiento jurídico de manera expresa (art. 954); b) por cuanto explica de
modo coherente y satisfactorio la adquisición de derechos por terceros subadquirentes
de buena fe y por título oneroso (arts. 996 y 1051, Cód. Civil), derechos que derivan del
acto simulado y que no se generan ministerio legis, sino que reconocen en aquél su
antecedente.
ACCIÓN DE SIMULACIÓN.
Nociones generales.
La acción de simulación es la pretensión judicial tendiente a obtener que el
magistrado declare simulado y, por tanto, carente de efectos al acto aparente. Por ello
sus rasgos mas notables son:
a) es una acción de invalidez, porque tiende a privar al acto simulado de sus
efectos propios en razón, precisamente, del vicio de simulación que lo afecta;
b) es una acción personal, porque nace de relaciones personales y no se puede
hacer valer erga omnes sino contra un número determinado de personas, o sea, contra
la otra parte del negocio, o contra ambas partes del acto cuando es un tercero quien la
ejerce;
ejercida por terceros, deriva la única condición que es exigible para su admisibilidad:
que exista perjuicio actual o potencial para quien deduce la acción, porque, por
perjuicio “no debe entenderse únicamente el daño realizado, sino que basta la simple
amenaza, la mera posibilidad de que llegue a producirse”, y de allí que se estima
correcta la jurisprudencia que admite la acción aun en caso de que los terceros sean
titulares de créditos litigiosos, condicionales o a plazo y, en cambio, considero
equivocada la que exige que el acreedor tenga crédito de fecha anterior al acto
simulado o que el enajenante aparente sea insolvente.
En resumen, no se exige otra condición de admisibilidad que la común a todas
las acciones, esto es, un interés jurídico en obrar. El tercero que ejerce la acción debe
demandar a ambas partes del acto simulado, y también al prestanombre si la
simulación fuese por interposición de persona.
La acción del tercero, al prosperar, beneficia a todos los acreedores, porque al
obtener que se declare que el bien aparentemente salido del patrimonio del deudor, en
realidad permanece en él, permite a cualquiera de los acreedores ejecutar su crédito
contra ese bien.
Prueba de la simulación cuando la acción es ejercida por terceros.
Por definición, la acción sólo puede ser ejercida por los terceros cuando la
simulación les causa perjuicio, o en otros términos, cuando se trata de una simulación
ilícita. De allí que se configure como una maniobra que se realiza usando todas las
precauciones para evitar que sea descubierta o que, de serlo, no pueda ser probada por
los terceros contra quienes se llevó a cabo.
Es así que en esta hipótesis carece totalmente de sentido la exigencia de
contradocumento instrumento al cual, por su carácter reservado, los terceros no tienen
acceso, siendo absoluta la coincidencia en doctrina y jurisprudencia en cuanto a la
admisión de cualquier medio probatorio, inclusive los testigos y las presunciones.
El medio de prueba utilizado de ordinario es el de presunciones, a cuyo
respecto la doctrina y la jurisprudencia tienen establecido que deben ser graves,
precisas y concordantes.
Para ser graves deben revestir tal grado de probabilidad que en el ánimo del
magistrado se traduzca en certeza moral.
Para ser precisas, han de resultar inequívocas, que no se presten a
interpretaciones inciertas o dubitativas.
Por último, resultarán concordantes cuando, por su número y calidad, permitan
un encadenamiento persuasivo y lógico.
Las decisiones judiciales han considerado presunciones de simulación:
a) la amistad íntima (“La Ley”, 119-175) y el parentesco entre las partes del acto
(“La Ley”, 117-772, 120-459, 122-953 y 138-225);
b) la falta de capacidad económica de quien aparece como adquirente (“La
Ley”, 125 599 y 138-225)
c) la falta de tradición del bien al presunto adquirente (“La Ley”, 122-77, 136-
1122 y 1978-B-370)
d) los pagos anticipados por el presunto adquirente (“La Ley”, 1975-e) la vileza
del precio (“La Ley”, 156-665, 149-28 y 1975- D-359) o la falta de precio (“La Ley”, 156-3
y 155-697)
e) la enajenación que no aparece como necesaria o conveniente (“La Ley”, 1978
y la efectuada con pacto de retroventa (“La Ley”, 115-659; 116-190; 120-50 y 1978-A-
138)
2) cuando se trata del tercer adquirente de buena fe y por título gratuito que, en
razón de ser alcanzado por la invalidez se ve privado del derecho adquirido.
También puede ser damnificado el enajenante aparente, cuando el adquirente
ficticio ha enajenado el bien a un tercer subadquirente por título oneroso y de buena fe,
contra quien no es oponible la sentencia de invalidez, de manera que el derecho
trasmitido queda firme en cabeza de este último.
En todos estos casos existe acción de resarcimiento, con la diferencia que éste en
el caso del tercero podrá dirigirla contra una u otra parte del acto simulado, o contra
ambas conjuntamente, las cuales responderán solidariamente, mientras que quien ha
sido parte en el acto simulado y luego se ve damnificado, sólo puede accionar contra su
consorte en el negocio y siempre que la simulación sea lícita, porque si es ilícita carece
de acción.
La jurisprudencia ha reconocido la existencia de este derecho al resarcimiento y
la correspondiente acción para hacerlo valer.
FRAUDE
NOCIONES GENERALES.
Concepto de fraude.
En una primera aproximación, es posible decir que el fraude es la provocación o
agravación de su insolvencia, mediante actos u omisiones del deudor, en perjuicio de
sus acreedores, sustrayendo bienes de su patrimonio.
Esta caracterización permite señalar tres notas que se hallan siempre presentes
en la noción de fraude a los acreedores:
a) otorgamiento por el deudor de actos o negocios jurídicos;
b) provocación o agravación de la insolvencia del deudor mediante esos actos;
e) sustracción de bienes del patrimonio del deudor en perjuicio de los derechos
de los acreedores.
De allí que, es posible afirmar que el acto fraudulento es “un acto jurídico real
de enajenación de bienes o de renuncia al derecho de adquirirlos, realizado a sabiendas
de que causa o agrava la insolvencia del agente en perjuicio de sus acreedores”.
El fraude como vicio del acto jurídico.
Si bien la doctrina, en general, estima que el fraude es un vicio de la buena fe,
explicando que ella exige que el deudor, que conserva la administración y disposición
de sus bienes, no realice actos que provoquen o agraven su insolvencia en perjuicio de
sus acreedores, TODO VICIO DEL ACTO JURÍDICO DEBE ESTAR REFERIDO, DE
MODO INEXCUSABLE, A ALGUNO DE SUS ELEMENTOS CONSTITUTIVOS, ya
que importa la falla de un requisito atinente a alguno de tales elementos: la buena fe no
es un elemento esencial del negocio jurídico sino un principio general que impera en
todas las relaciones jurídicas.
Por ello, consideramos que el fraude a los acreedores constituye un supuesto de
causa ilícita en los términos del art. 502 del Código Civil, pues el deudor, al celebrar el
negocio que produce o acentúa su insolvencia, lo otorga con el fin de causar un
perjuicio a sus acreedores, sustrayendo bienes a la ejecución de éstos: la provocación de
un daño a terceros como son los acreedores, erigida como razón determinante de la
conducta del deudor, configura, sin lugar a duda alguna, una hipótesis de ilicitud
causal.
Actos impugnables.
A partir de la definición dada, es posible advertir que la esencia del acto
fraudulento puede consistir en una enajenación o, en sentido más amplio, una
disposición de bienes o en una renuncia al derecho de adquirirlos, de manera que son
impugnables todos aquellos negocios que, al causar o agravar la insolvencia del
deudor, generan un perjuicio a sus acreedores.
Ésta es la solución que surge del Código Civil, pues el art. 961 dice que “todo
acreedor quirografario puede demandar la revocación de los actos celebrados por el
deudor en perjuicio o en fraude de sus derechos” sentando una regla de vasto alcance,
y el art. 964 agrega que “si el deudor por sus actos no hubiere abdicado derechos
irrevocablemente adquiridos, pero hubiese renunciado facultades, por cuyo ejercicio
hubiera podido mejorar el estado de su fortuna, los acreedores pueden hacer revocar
sus actos y usar de las facultades renunciadas”.
De las notas a estos preceptos resulta su verdadera comprensión: en la nota del
art. 961, Vélez Sarsfield dice que “no nos reducimos a disponer sobre sólo la
enajenación que hiciera el deudor en fraude de sus acreedores, sino sobre todo acto
fraudulento en perjuicio de los acreedores”; y en la nota del art. 964 añade que “un
hombre que ha contraído obligaciones positivas y que no cuida o renuncia a los medios
de cumplirlas, comete sin duda una falta grave que puede equipararse al dolo”, con lo
cual se aparta de la solución consagrada en el derecho romano, que no admitía la
impugnación de los actos por los cuales el deudor dejaba simplemente de aumentar su
fortuna.
Ello conduce a entender, que nuestro Código Civil no recoge la distinción
clásica en la doctrina francesa entre actos “de empobrecimiento” y actos “de no
enriquecimiento”, opinión con la cual coincide la generalidad de los autores nacionales.
Es así que se considera impugnables por fraude, además de los negocios de
enajenación sea por título oneroso o por título gratuito, los siguientes actos:
a) el pago hecho por el deudor insolvente a un acreedor en fraude de otro u
otros, como si se tratase del pago de una deuda no vencida (art. 737 y nota del art. 961,
Cód. Civil)
b) la renuncia a un derecho o la remisión de una deuda (arts. 868 y 877 y nota
del art. 961, CM. Civil), así como la renuncia al usufructo (art. 2933, Cód. Civil)
c) la renuncia a una herencia (art. 3351 y nota del art. 961, CM. Civil), la
repudiación de un legado (arts. 3804 y 3808, Cód. Civ.), la aceptación de una herencia
manifiestamente gravosa (art. 3340, Cód. Civ.)
d) la renuncia a la prescripción ya corrida y el pago de la obligación natural
prescrita (art. 3936 y nota, Cód. Civil)
e) la constitución de hipoteca, prenda u otras garantías con relación a
obligaciones no vencidas, o que estando ya vencidas habían sido contraídas sin esos
resguardos (nota del art. 961, Cód. Civil)
f) la partición de la herencia hecha en forma que perjudica a los acreedores de
alguno de los herederos.
La enumeración precedente no es limitativa y cabe reiterar que son pasibles de
impugnación por fraude todos aquellos actos que causen perjuicio a los acreedores al
determinar o incrementar la insolvencia del deudor, ya sea porque importan la salida
de un bien de su patrimonio o porque impiden el ingreso en éste de algún derecho.
No obstante la generalidad del principio, la doctrina es coincidente en señalar
que no pueden ser atacados por los acreedores aquellos actos o negocios que entrañan
el ejercicio de derechos inherentes a la persona del deudor (arts. 498 y 1196, Cód. Civil),
como, por ejemplo, la renuncia a revocar una donación por ingratitud del donatario
(art. 1864, Cód. Civil) o la renuncia a hacer valer una causa de indignidad para suceder
(art. 3297). La razón de ser de estas excepciones es que se trata de facultades del deudor
en cuyo ejercicio prevalecen motivos de orden moral sobre los intereses patrimoniales
comprometidos.
Por último, y como es obvio, no son impugnables los actos que carecen de
contenido patrimonial, por la simple razón de que los acreedores no tienen interés en la
impugnación, dado que tales negocios no inciden de modo alguno en la situación
económica del deudor.
ACCIÓN REVOCATORIA.
Nociones generales.
Concepto y fundamento.
La acción que la ley concede a los acreedores para atacar los actos fraudulentos
de su deudor se denomina, indistintamente, acción “revocatoria”, “de fraude” o
“pauliana”.
Esta acción es la pretensión judicial que tiende a obtener la revocación del acto
fraudulento en la medida necesaria para hacer efectivo el crédito del acreedor que la
ejerce, mediante la ejecución del bien sustraído indebidamente del patrimonio del
deudor.
Se puede afirmar, entonces, que “la acción pauliana tiene por finalidad suprimir
los efectos perjudiciales del acto fraudulento, haciéndolo inoponible al acreedor que la
ejercita, de prosperar su ejercicio, permitiéndole ejecutar su crédito sobre el bien que
fuera objeto del acto reputado fraudulento y a través de cuyo mecanismo el deudor lo
había excluido de su patrimonio”.
La acción revocatoria tiene su fundamento en la necesidad de mantener la
integridad o intangibilidad del patrimonio del deudor, garantía común de sus
acreedores, contra aquellos actos reales de aquél que significan una indebida
disminución de dicha garantía: es, pues, una acción patrimonial o conservatoria.
Caracteres.
La acción pauliana o de fraude presenta los siguientes caracteres:
a) es una acción de inoponibilidad, porque, mediante su ejercicio, el acto
otorgado por el deudor, válido entre éste y el tercero con quien lo celebra, queda
privado de eficacia frente al acreedor que acciona, no puede hacerse valer contra él, en
la medida necesaria para la satisfacción de su crédito (art. 965, Cód. Civil).
b) es una acción personal, ya que, de prosperar, no produce efectos erga omnes
sino tan sólo con relación a determinadas personas. En nuestro ordenamiento no cabe
discusión al respecto, dado que en la nota del art. 961 del Código Civil Vélez Sarsfield
dice que “la acción pauliana no tiene por objeto ni por resultado hacer reconocer un
derecho de propiedad a favor del que la ejerce ni a favor del deudor, sino sólo salvar el
obstáculo que se opone a las pretensiones del acreedor sobre los bienes enajenados. Es
siempre una acción meramente personal”.
c) es una acción patrimonial, pues, con base en la inoponibilidad del negocio
fraudulento, habilita al acreedor para agredir el bien o el derecho que se halla en el
patrimonio del tercero con quien el deudor celebra el acto impugnado y, de progresar,
le permite ejecutarlo hasta la satisfacción del importe de su crédito.
Legitimación activa y pasiva.
La cuestión acerca de la legitimación activa y pasiva respecto de la acción
revocatoria, implica el problema de determinar quiénes están habilitados para ejercerla
y contra quiénes debe ser ejercida.
Legitimación activa.
En cuanto a quienes pueden ejercer la acción revocatoria, el art. 961 del Código
Civil se refiere a “todo acreedor quirografario”, lo que se explica porque son estos
acreedores quienes al no gozar de preferencia para el cobro de sus créditos tienen de
ordinario interés en el ejercicio de la acción, en tanto que los demás acreedores, o sea,
los privilegiados, se hallan amparados por su privilegio y, por tanto, también por lo
general carecen de interés en ejercer la acción pauliana.
No obstante, más allá de la literalidad de la ley, cabe reconocer el ejercicio de la
acción revocatoria a los demás acreedores no quirografarios en las siguientes hipótesis:
1) En cuanto a los acreedores con privilegio general, esto es, los que pueden
hacer valer su preferencia sobre el conjunto de todos o ciertos bienes del deudor (arts.
3879 y 3880, Cód. Civil), pueden ejercer la acción de fraude cuando el negocio
celebrado por el deudor lesiona precisamente su preferencia, supuesto que sólo reviste
como son los acreedores, que pueden, por ello, atacar aquellos actos jurídicos que su
deudor otorga para perjudicarlos.
Condiciones de procedencia de la acción revocatoria.
Las condiciones de procedencia de la acción revocatoria deben ser distinguidas
en dos categorías: condiciones genéricas, cuya concurrencia siempre es necesaria para
que la acción prospere, y condiciones específicas, cuyo concurso sólo es requerido
cuando el deudor ha celebrado el negocio impugnado a título oneroso con un tercero
de buena fe.
Condiciones genéricas.
Las condiciones genéricas, que en todos los casos deben hallarse reunidas son
tres: la insolvencia del deudor, la relación de causalidad entre el acto que se impugna y
esa insolvencia, y que el crédito en virtud del cual se ejerce la acción sea de fecha
anterior al acto que se ataca.
a) Insolvencia del deudor.
El inc. 1 del art. 962 del Código Civil impone como condición para el ejercicio
de la acción pauliana “que el deudor se halle en insolvencia”.
La insolvencia es un estado de desequilibrio patrimonial en el cual el pasivo
supera al activo, o, en otros términos, supone que el deudor carezca de bienes
suficientes para afrontar el pago de la totalidad de sus deudas: “la insolvencia a los
efectos de la acción pauliana entraña una situación amplia y corresponde declararla
cuando el pasivo del deudor sobrepasa su activo aparente”. Con relación a este estado
de impotencia patrimonial del deudor exigido como presupuesto para el progreso de la
acción revocatoria, corresponde efectuar algunas precisiones:
a.1) que dicho estado se presume como lo dice la norma citada cuando el
deudor “se encuentra fallido”. La falencia supone, necesariamente, una sentencia que
decrete la quiebra o el concurso civil del deudor y, siendo así, la presunción legal que
no admite prueba en contra, es lógica, porque la quiebra o el concurso civil llevan
implícita, por lo menos en principio, la insolvencia del deudor fallido;
-que, de no mediar falencia, la insolvencia del deudor debe ser demostrada por
el acreedor que intenta la acción revocatoria; en este sentido, cabe señalar que la
insolvencia del deudor debe existir al tiempo en que el acreedor promueve la demanda
de revocación, siendo irrelevante en principio que existiese cuando el deudor celebró el
acto que se impugna. Ello se explica porque, aun siendo insolvente el deudor al otorgar
el acto que se ataca, pudo haber mejorado de fortuna y tornarse solvente luego,
supuesto en que el acreedor carece de interés para demandar la revocación del negocio
y, por tanto, no tiene acción a ese efecto.
-que la simple cesación de pagos, o sea, el incumplimiento por el deudor de una
o más obligaciones que le son exigibles, no constituye insolvencia, aunque como es
obvio puede constituir un indicio de tal estado. Con mayor razón, no importan
insolvencia las dificultades económicas transitorias por las cuales pudiera atravesar el
deudor.
-que, entablada la acción revocatoria, el deudor puede paralizarla demostrando
su solvencia o dando garantías suficientes en resguardo del crédito del acreedor que ha
instaurado la demanda, como enseña Mosset Iturraspe.
b) Relación de causalidad entre el acto que se impugna y la insolvencia del
deudor.
El inc. 2 del art. 962 del Código Civil exige, para que la acción revocatoria
prospere, “que el perjuicio de los acreedores resulte del acto mismo del deudor, o que
antes ya se hallase insolvente” y, por ello, se ha dicho que “la insolvencia que autoriza
el ejercicio de la acción pauliana puede ser producida o agravada”.
Es decir que esta disposición contempla dos hipótesis:
b.1) que la insolvencia del deudor se produzca como resultado del acto que se
impugna, como ocurre por ejemplo si el deudor enajena el único bien que compone su
patrimonio;
b.2) que la insolvencia del deudor existiere antes de la celebración del acto
impugnado y que éste la agrave, como sucede por ejemplo cuando, aun hallándose
insolvente, el deudor prosigue disminuyendo el activo de su patrimonio mediante el
otorgamiento de actos de disposición.
Tanto en uno como en otro supuesto, es inexcusable que exista una relación de
causalidad entre el acto que se ataca como causa y la provocación o agravación de la
insolvencia, como efecto, si no existe esa relación, el negocio no puede ser revocado,
pues falta razón para hacerlo.
No obstante, cuando el acto aparece concatenado con otros negocios en una
operación única, no debe ser considerado de manera aislada, sino relacionándolo con
toda la actividad del deudor; por ello, se ha decidido que si el deudor ejecuta una serie
de actos con la intención de defraudar a sus acreedores, todos ellos pueden ser objeto
de la acción revocatoria, aunque el primero no haya producido la insolvencia.
La exigencia de esta segunda condición se explica porque como dice Mosset
Iturraspe lo que caracteriza al negocio fraudulento es el perjuicio que acarrea para el
patrimonio del deudor, al agotar su solvencia o disminuirla de modo tal que no alcance
para responder a todas las deudas, y, por tanto, el daño que causa al acreedor al
impedirle la satisfacción de su acreencia.
c) Crédito de fecha anterior al acto que se impugna.
El inc. 3 del art. 962 del Código Civil determina que para que proceda la acción
revocatoria es menester “que el crédito en virtud del cual se intenta sea de fecha
anterior al acto del deudor”.
Se trata de una condición que obedece a una razón lógica: si el negocio
celebrado por el deudor es anterior al nacimiento del crédito, el desplazamiento
patrimonial que ese acto produce no perjudica a los acreedores, pues éstos, mal
pudieron computar como garantía de sus créditos los bienes que ya habían salido del
patrimonio del deudor.
Por tanto, en principio, es indispensable que el acreedor que entabla la acción
revocatoria la funde en un crédito de fecha anterior al acto que ataca, pero la doctrina
de manera pacífica y con un criterio que tiene recepción jurisprudencial
(“Jurisprudencia Argentina”, 1961-11 y “La Ley”, 101- 219), entiende que si el crédito
consta en instrumento privado no es necesario que tenga fecha cierta.
El art. 963 del Código Civil establece una excepción a esta regla, al disponer que
“las enajenaciones hechas por el que ha cometido un crimen, aunque consumadas
antes del delito, si fuesen ejecutadas para salvar la responsabilidad del acto pueden ser
revocadas por los que tengan derecho a ser indemnizados de los daños y perjuicios que
les irrogue el crimen”: se trata del caso de quien se apresta a incurrir en un delito y, en
previsión de la indemnización que habrá de satisfacer a quienes resulten dañados,
enajena sus bienes para eludir, precisamente, el pago del resarcimiento, cometiendo
luego el ilícito.
Dado que se configura como una excepción al principio general, es de
interpretación restrictiva y, en consecuencia, solamente opera cuando se trata de un
El art. 970 del Código Civil dispone que “si la persona a favor de la cual el
deudor hubiese otorgado un acto perjudicial a sus acreedores, hubiere trasmitido a
otro los derechos que de él hubiese adquirido, la acción de los acreedores sólo será
admisible cuando la trasmisión de los derechos se haya verificado por un título
gratuito. Si fuese por título oneroso, sólo en el caso que el adquirente hubiese sido
cómplice en el fraude”.
El supuesto de hecho que contempla este precepto comprende dos trasmisiones
de derechos: una primera, del deudor al tercer adquirente, y la segunda, de este último
a un subadquirente.
De la combinación del art. 970 con las disposiciones de los arts. 967 y 968 del
Código Civil, resultan cuatro situaciones posibles a saber:
a) que la primera trasmisión del deudor al adquirente sea a título gratuito y que
la segunda trasmisión, del adquirente al subadquirente, sea también a título gratuito,
en cuyo caso la acción revocatoria prospera contra el subadquirente;
b) que la primera trasmisión sea a título oneroso, así como la segunda, en cuyo
supuesto la acción revocatoria sólo prosperará contra el subadquirente si el acreedor
prueba que tanto éste como el adquirente son de mala fe;
c) que la primera trasmisión sea a título gratuito y la segunda trasmisión a título
oneroso, en cuya hipótesis el acreedor para que progrese la acción, debe probar la mala
fe del subadquirente;
d) que la primera trasmisión sea a título oneroso y la segunda trasmisión sea a
título gratuito, caso en que el acreedor debe demostrar la mala fe del adquirente,
resultando indiferente la buena o mala fe del subadquirente.
En síntesis: la acción pauliana progresa hasta que halla el obstáculo de una
trasmisión por título oneroso a un adquirente o subadquirente de buena fe.
Resarcimiento de daños y perjuicios.
Según el art. 972 del Código Civil, “el que hubiere adquirido de mala fe las
cosas enajenadas en fraude de los acreedores, deberá indemnizar a éstos de los daños y
perjuicios, cuando la cosa hubiere pasado a un adquirente de buena fe, o cuando se
hubiere perdido”.
La obligación de resarcir al acreedor que pesa sobre el adquirente de mala fe
opera cuando la cosa pasa a un adquirente de buena fe y por título oneroso, contra
quien no juega la inoponibilidad del negocio fraudulento, de manera que el acreedor
no puede ejecutar el bien y cobrar su crédito; o cuando el bien se ha perdido o
deteriorado, aun por caso fortuito, si la pérdida o el deterioro no hubiesen ocurrido de
hallarse la cosa en poder del deudor.
El monto de la indemnización a satisfacer por el tercero alcanza al valor de la
cosa con más el de sus frutos, y éste debe responder de la obligación resarcitoria con
sus propios bienes.
ACCIÓN DE SIMULACIÓN Y ACCIÓN REVOCATORIA.
Analogías y diferencias.
Trazar un paralelo entre la acción revocatoria y la acción de simulación
solamente tiene sentido cuando esta última es ejercida por terceros, o sea, cuando
tiende a que se declare simulado un acto jurídico celebrado en su perjuicio.
Hecha esta salvedad, cabe señalar que ambas acciones presentan como analogía
su carácter patrimonial o conservatorio, pues una y otra procuran, como fin último,
mantener la integridad o intangibilidad del patrimonio del deudor como garantía
común de sus acreedores.
que es el funcionario del concurso encargado de velar por el interés de los acreedores.
Se trata de hipótesis de fraude presumido por la ley, que no admiten prueba en
contrario, y por esa razón puede el juez actuar de oficio, aunque nada obsta a que lo
haga previa sustanciación por lo general, en forma de incidente para indagar los
antecedentes y circunstancias en que han sido otorgados los actos por el deudor fallido.
Actos inoponibles a petición de parte.
El art. 123 de la ley general de concursos dice que “los demás actos realizados
en el período de sospecha pueden ser declarados ineficaces respecto de los acreedores,
cuando se acredite que el tercero tenía conocimiento del estado de cesación de pagos
del deudor”.
Cuando la ley se refiere a “los demás actos” contempla los que sean de índole
patrimonial y cuya celebración no constituya el ejercicio de facultades inherentes a la
persona del deudor, pues de no ser así falta interés en obtener la revocación; y para que
proceda la revocación es indispensable la reunión de dos condiciones:
1) que se trate de actos otorgados por el deudor dentro del denominado
“período de sospecha”; y
2) que se demuestre por quien intenta la acción que el tercero con quien el
deudor contrató tenía conocimiento de la cesación de pagos de éste en el momento de
celebrar el negocio.
Reunidas estas condiciones opera una presunción de fraude derivada de la
conducta del deudor, unida a la connivencia, que se debe demostrar fraudulenta, del
tercero con quien aquél celebró el negocio cuya revocación se intenta. La acción
revocatoria debe ser promovida por el síndico del concurso (art. 123, L.C.C.), pero
puede instaurarla también cualquier acreedor interesado, a su costa, en caso de que el
síndico intimado a deducir la acción no lo haga dentro de los treinta días contados
desde la intimación (art. 124, L.C.C.).
Acción revocatoria ordinaria.
La acción revocatoria ordinaria regida por los arts. 961 a 972 del Código Civil
también puede ser intentada o continuada: a) por el síndico del concurso; o b) por
cualquier acreedor interesado, después de haber intimado al síndico y ante la inacción
de éste.
Prescripción de la acción revocatoria concursal.
Tanto la declaración de oficio de la inoponibilidad, como la acción revocatoria
concursal, deben ser pronunciadas o deducidas dentro del plazo de tres años contados
desde que queda firme consentida o confirmada la sentencia de quiebra o de concurso
civil (art. 128, L.C.C.), siendo éste un término de prescripción.
Analogías y diferencias entre la acción revocatoria común y la acción
revocatoria concursal.
Tanto la acción revocatoria común como la concursal son remedios que la ley
concede a los acreedores en protección de su garantía común, que es el patrimonio del
deudor, de manera que una y otra acción guardan analogía en orden a su finalidad.
Pero, sin perjuicio de ello, existen entre una y otra acción las siguientes
diferencias:
1) en la acción revocatoria común, el acreedor debe probar el perjuicio caída del
deudor en insolvencia o agravación de la ya existente, mientras que en la acción
revocatoria concursal el daño resulta de la sola cesación de pagos del deudor
concursado;
3) por revocación, que supone dejar sin efecto el acto jurídico por voluntad de
una de las partes, facultad que a veces se puede ejercer libremente, en tanto que en
otros supuestos requiere estar fundada en una causa prevista en la ley. La revocación
puede importar la ineficacia absoluta o relativa del negocio jurídico.
4) por caducidad, que importa la ineficacia del acto jurídico por un
acontecimiento ocurrido después de su celebración, modalidad que algunos autores
denominan esterilidad y que entraña la ineficacia absoluta del negocio jurídico.
En suma, ya adelantamos, se advierte que la ineficacia es un concepto amplio,
que comprende diversas hipótesis en que los negocios jurídicos carecen de vigor para
alcanzar sus efectos, mientras que la invalidez es tan sólo una de dichas hipótesis,
cuyas notas distintivas dentro del ámbito de la ineficacia son: responder a una causa
originaria y tener un alcance absoluto o general.
Distinción entre la invalidez y otras formas de ineficacia.
Inexistencia e invalidez.
Pocas cuestiones han sido y son tan debatidas en derecho civil como la teoría de
la inexistencia del acto jurídico.
Entre los juristas argentinos, la división entre quienes aceptan la inexistencia
como categoría autónoma y quienes la rechazan es de antigua data: Segovia y Llerena
solamente distinguen entre actos nulos y anulables y entre nulidades absolutas y
relativas, excluyendo la inexistencia, mientras que Machado al no admitir las nulidades
virtuales acepta los actos inexistentes. En la que se puede denominar etapa
“intermedia” de la dogmática civilista, se destaca la figura de Moyano, quien tras
adherirse a la posición contraria a la inexistencia, rectifica su opinión “en virtud de que
la inexistencia del acto jurídico, al cual le falta algo que por ley es sustancial, es una
constatación que no requiere precepto legal, por ser más que un principio jurídico, una
noción primordial del razonamiento y de la lógica, en tanto que Lafaille, Salvat y más
recientemente Buteler se oponen a su admisión como categoría autónoma. Las
discrepancias se mantienen en la doctrina moderna, ya que aceptan la inexistencia
como figura distinta de la nulidad, Borda y, con singular tenacidad, Llambías y
Cifuentes, mientras que repudian esta noción Spota, Nieto Blanc, Cardini, Aráuz
Castex, Zannoni y Lloveras de Resk autores que la consideran un concepto
teóricamente falso y prácticamente inútil.
Si bien es opinable la inexistencia como categoría distinta de la invalidez halla
su fundamento en la propia realidad, pues ésta presenta tentativas de actos que no
llegan a ser tales por faltarles algún elemento esencial para que cobren existencia
jurídica, considerando elementos esenciales el sujeto, el objeto, la causa final y la forma
esencial. En ausencia de un elemento esencial, es imposible concebir lógicamente el
acto jurídico, aun cuando en apariencia tenga vida y que la existencia es presupuesto
de la validez, pues ésta o la invalidez sólo pueden ser predicadas de un negocio
jurídico existente; la inexistencia deriva de un impedimento que está en la naturaleza
misma de las cosas, que proviene de la realidad a la que el legislador no puede aceptar
sino tal como es, mientras que la invalidez, que es un concepto jurídico, resulta de un
obstáculo legal, supone la existencia de un acto real al cual el derecho declara inválido
privándolo de sus efectos propios.
Sobre el particular, en algunos fallos que tratan el tema, los tribunales han
declarado que “la inexistencia de los actos jurídicos es una categoría conceptual ajena
al sistema estrictamente legal de las nulidades: mientras estas últimas constituyen
sanciones de la ley que recaen sobre actos jurídicos efectivos y reales que quedan
En resumen, cabe concluir, con Llambías, “que el art. 1037 no exige que la
sanción de nulidad esté expresamente consagrada por la ley. El sentido del precepto
sólo indica que esa sanción siempre deriva de la ley, y no de la voluntad de los jueces,
que no podrán arbitrar, para invalidar un acto, causas que no estén incorporadas
siquiera de una manera tácita al ordenamiento legal”.
Esta posición no afecta la seguridad jurídica, pues, dado que la invalidez tiene
carácter excepcional, sólo es admitida cuando aparece claramente adoptada por el
legislador, debiéndose optar, en la duda, por la validez del negocio.
El criterio que acepta las nulidades virtuales o implícitas ha recibido
consagración jurisprudencial, al establecer que “si bien toda nulidad debe fundarse en
una disposición legal que la establezca, ello no quiere decir que la misma debe
encontrarse consagrada en términos sacramentales y expresos, ya que puede resultar
de una condición o prohibición legal” (“La Ley”, 6-1087 y 95-250).
Como conclusión, de la disposición del art. 1037 del Código Civil es posible
extraer tres reglas generales que gobiernan todo el ámbito de la invalidez.
La primera de ellas es la que indica que la invalidez debe ser siempre
establecida sea de modo expreso o implícito por la ley.
La segunda, la que enseña que las causales de invalidez no son aplicables por
analogía a otros supuestos que los taxativamente previstos, o sea, que la invalidez es de
interpretación estricta.
Y la tercera, que en caso de duda se debe juzgar que el acto jurídico es válido.
Es fácil advertir que se trata de tres reglas estrechamente ligadas entre sí.
Posibilidades de invocar la invalidez por vía, de acción o de excepción.
El Código Civil incorpora el art. 1058 bis, que dispone: “la nulidad o
anulabilidad, sea absoluta o relativa, puede oponerse por vía de acción o de
excepción”.
En aplicación de este precepto, los tribunales han decidido que “si bien antes de
la reforma de 1968 podía dudarse sobre el modo de articular la nulidad el nuevo
artículo puso fin a la duda, previendo su deducción por vía de acción o de excepción”
(“El Derecho”, 88-553), y que “si la nulidad se opone por vía de excepción, la defensa
debe plantearse como de fondo, para ser resuelta al dictarse la sentencia definitiva”
(“El Derecho”, 92-165).
Prescripción de la acción de invalidez.
La acción de invalidez no tiene un plazo invariable de prescripción, sino que el
término de su extinción difiere según las causas de invalidez, siendo menester
distinguir la invalidez relativa de la absoluta y considerar la cuestión relacionada con
la excepción.
Invalidez relativa.
1) El plazo general de prescripción es el de diez años, pues según el art. 4023 del
Código Civil, “toda acción personal por deuda exigible se prescribe por diez años,
salvo disposición especial. Igual plazo regirá para interponer la acción de nulidad,
trátese de actos nulos o anulables, si no estuviere previsto un plazo menor”.
La generalidad de la doctrina aplica el plazo decenal de prescripción a los actos
jurídicos celebrados por personas carentes de discernimiento, como los dementes no
interdictos y los sujetos accidentalmente privados de razón, así como a los negocios
otorgados por personas que padecen una incapacidad de derecho establecida en
resguardo de un interés particular y a los actos que se hallan afectados por falta de
legitimación en el otorgante.
Excepción de invalidez.
Dada la naturaleza de la excepción de invalidez, que es la de una defensa
idéntica a cualquier otra excepción, cabe concluir que ella es imprescriptible, puesto
que su articulación sólo se concibe cuando la contraparte pretende la producción de los
efectos propios del acto que se reputa inválido. Mientras no se demande por ejecución
del acto inválido, carece de sentido hablar de oponer una defensa que, en el caso, es la
excepción de invalidez.
La imprescriptibilidad de la excepción de invalidez es sostenida por la
generalidad de la doctrina, y en uno de los pocos fallos que se han ocupado de la
cuestión, se dice que “si bien la acción se extingue por prescripción, no puede decirse lo
mismo de la excepción que como medio de defensa de un estado de hecho o del
derecho en que se está en posesión, debe perdurar mientras esta situación no sea
atacada”, porque “las excepciones, a diferencia de las acciones, son en general
imprescriptibles y pueden hacerse valer siempre y en cualquier tiempo que se
deduzcan las acciones en que se oponen”.
CLASIFICACIÓN DE LA INVALIDEZ.
A) Clasificaciones y régimen del Código Civil.
1. Régimen del Código Civil.
Según el orden de presentación de las normas del Título VI, Libro II, Sección II,
del Código Civil, cabe sostener que en materia de invalidez es posible distinguir:
a) invalidez expresa e invalidez implícita o virtual (art. 1037);
b) invalidez manifiesta e invalidez no manifiesta (art. 1038);
c) invalidez completa o total e invalidez parcial (art. 1039);
d) invalidez de actos nulos e invalidez de actos anulables (arts. 1041 a 1046);
e) invalidez absoluta e invalidez relativa (arts. 1047 y 1048).
Clasificación.
La generalidad de la doctrina adopta una clasificación tripartita de la invalidez,
al equiparar los actos de nulidad manifiesta a los actos nulos y los de nulidad no
manifiesta a los anulables, de lo que resulta:
— actos de invalidez manifiesta o nulos y actos de invalidez no manifiesta o
anulables;
— actos de invalidez absoluta y actos de invalidez relativa;
— actos de invalidez total y actos de invalidez parcial.
Cabe señalar que las dos primeras clasificaciones son independientes y
combinables, y así, pueden presentarse casos de actos nulos de nulidad absoluta y
actos nulos de nulidad relativa, tanto como actos anulables de nulidad relativa y actos
anulables de nulidad absoluta.
Es decir, en el sistema de nuestro Código Civil esta doble clasificación tiene
vigencia paralela y permite adoptar todas las combinaciones posibles, criterio que ha
sido reconocido por los tribunales al declarar que “ante la ausencia en los arts. 1047 y
1048 del Código Civil de una concepción clara o de una definición caracterizadora, no
debe confundirse acto nulo con nulidad absoluta y acto anulable con nulidad relativa,
puesto que son en la ley, tal como está redactada y según el esquema general de su
contexto, particularmente al referirse a quien puede invocar la nulidad, clasificaciones
diferentes que llevan en forma paralela a una distinción doble” (“El Derecho”, 72-555).
Actos nulos y anulables.
Enumeración legal.
1) El Código Civil enumera los actos nulos en los arts. 1041 a 1044 y los actos
anulables en el art. 1045.
1.1. Actos nulos.
a) El art. 1041 del Código Civil estatuye que “son nulos los actos jurídicos
otorgados por personas absolutamente incapaces por su dependencia de una
representación necesaria”.
Esta norma se refiere a los incapaces de hecho absolutos, taxativamente
enumerados en el art. 54 del Código Civil, a saber, los menores impúberes, los
dementes declarados tales en juicio y los sordomudos que no saben darse a entender
por escrito, excluyéndose a las personas por nacer mencionadas en el inc. 1 del artículo
citado porque, como es obvio, estas personas no pueden actuar por sí mismas en
circunstancia alguna en razón de la situación física o natural determinante de su
incapacidad.
b) El art. 1042 del Código Civil establece que “son también nulos los actos
jurídicos otorgados por personas relativamente incapaces en cuanto al acto, o que
dependiesen de la autorización del juez, o de un representante necesario”.
Pese a la defectuosa redacción de esta disposición, entendemos que ella
comprende tres categorías de sujetos de derecho:
b.1) los menores adultos, incapaces relativos de hecho (art. 55, Cód. Civil)
cuando realizan por sí actos que el ordenamiento jurídico no les permite expresamente
o los sujeta, para su otorgamiento, a la asistencia de quien ejerce la patria potestad o la
tutela de ellos, o a la autorización judicial previa;
b.2) los menores emancipados, sean por matrimonio o por habilitación de edad
cuando celebran los actos enumerados en el art. 135 sin contar con la autorización del
cónyuge mayor de edad o la venia judicial supletoria;
b.3) los inhabilitados del art. 152 bis del Código Civil, ebrios consuetudinarios o
toxicómanos, disminuidos en sus facultades mentales y pródigos, cuando realizan
actos de disposición entre vivos o actos de administración que les fuesen expresamente
prohibidos en la sentencia de inhabilitación, sin contar con la asistencia del curador
que se les hubiere designado.
Encuadran también en la previsión de esta norma los actos jurídicos otorgados
por los penados a más de tres años de reclusión o prisión y que les son prohibidos por
el ordenamiento, pues se trata de negocios celebrados por incapaces de hecho relativos
en violación a su incapacidad, así como los actos jurídicos celebrados por quien carece
de legitimación para otorgarlos.
c) El art. 1043 del Código Civil dice que “son igualmente nulos los actos
otorgados por personas, a quienes por este Código se prohíbe el ejercicio del acto de
que se tratare”.
Esta norma se refiere a los incapaces de derecho y declara nulos los actos
jurídicos por ellos realizados que violan prohibiciones legales establecidas respecto de
ellos, como ocurre por ejemplo con los negocios jurídicos celebrados en trasgresión de
los arts. 450, 465, 475, 1160, 1361, 1442, 1443 y 1918, entre otros.
d) El art. 1044 del Código Civil completa el elenco de los actos nulos
contemplando diversas hipótesis:
d.1) simulación presumida por la ley, pues aunque el codificador incluye
también el fraude presumido por la ley, sabemos que el negocio fraudulento no
configura un acto nulo sino un acto inoponible a ciertos acreedores. Dado que la ley
declara que estos actos son nulos, la presunción que ella establece no admite prueba en
contrario.
d.2) actos de objeto inidóneo, comprendiendo los negocios de objeto ilícito,
inmoral, imposible o indeterminado, siempre que la prohibición resulte manifiesta en
el acto mismo, porque, de lo contrario, según lo dispuesto en el art. 1045, el acto pasaría
a ser anulable;
d.3) actos de causa ilícita o inmoral (art. 502, Cód. Civil) cuando ella aparece
patente en el negocio jurídico, lo que es excepcional, pues, de no ser manifiesta la
ilicitud o inmoralidad de la causa, entraría en la categoría de acto anulable. Es de
destacar que Vélez Sarsfield no ha previsto claramente esta causal de invalidez de los
negocios jurídicos.
d.4) actos sin la forma exclusivamente ordenada por la ley, es decir, actos
formales solemnes o no solemnes en cuya celebración se ha omitido observar las
formalidades legales prescritas (art. 973, Cód. Civil). La pena de invalidez, en este caso,
ya se halla prevista en los arts. 975 a 977 del Código Civil.
d.5) actos que dependen para su validez de la forma instrumental cuando es
nulo el respectivo instrumento: es el supuesto de “nulidad refleja” de la cual se
presentan ejemplos en los arts. 980, 981, 983, 985, 986 y otros del Código Civil.
Actos anulables.
Los actos anulables se los enuncia en el art. 1045 del Código Civil, que efectúa
una enumeración de cinco categorías, a las cuales se le deben adicionar dos hipótesis
más.
a) Actos jurídicos en los cuales los agentes obraren con una incapacidad
accidental, como si por cualquier causa se hallaren privados de razón, debiendo
aclararse que se trata de aquellos actos ejecutados por el sujeto que obra sin
discernimiento, pues la incapacidad no puede ser accidental por ser un estado legal, de
manera que esta categoría comprende:
a.1) los actos realizados por los dementes no interdictos, que son anulables
conforme al régimen de los arts. 473, 474 y 361 del Código Civil (“La Ley”, 34-358, 101-
235 y 104-722);
a.2) los actos cumplidos por quienes han perdido transitoriamente el
discernimiento, como los ebrios cuando la embriaguez es total, los sonámbulos,
quienes padecen de delirio febril o cualquier otro estado sicofísico no perdurable que
impida al agente conocer la naturaleza del acto celebrado.
b) Actos jurídicos realizados por el agente cuando su incapacidad impuesta por
la ley no fuese conocida al momento de celebrarse el acto, pues la prohibición legal
para realizarlo no es ostensible sino oculta: por ejemplo, cuando el incapaz de derecho
permanece oculto ante el negocio jurídico y opera por medio de un prestanombre, o
como cuando la incapacidad de hecho no es conocida, como ocurriría si un demente,
declarado tal en una jurisdicción, actúa en otra donde su interdicción no es sabida,
pues contrariamente a lo que sostiene la generalidad de la doctrina, el precepto se
refiere tanto a la incapacidad de derecho como a la de hecho.
c) Inidoneidad del objeto del acto no conocida por la necesidad de alguna
investigación de hecho, como acaece en el caso de la venta de cosa ajena (art. 1329,
Cód. Civil), pues a su respecto se requiere la investigación de hecho para determinar
que el objeto es ajeno y que el comprador sabe que éste no pertenece al vendedor, así
como en el supuesto de actos ejecutados por el heredero aparente (“La Ley”, 96-324 y
114-525).
Tanto en el caso del acto nulo como en el del acto anulable, es de toda necesidad
acudir a la intervención judicial para obtener la invalidez de los negocios jurídicos,
pero sin embargo la actuación judicial difiere en uno y otro supuesto:
a) tratándose de un acto nulo, el magistrado se limitará a comprobar la
existencia del vicio que padece el negocio, puesto que la invalidez está valorada
jurídicamente por la ley de un modo rígido y taxativo: para declarar la nulidad bastará
la comprobación o mera verificación del vicio y la sentencia que dicte será declarativa;
b) en cambio, cuando se trata de un acto anulable, el juez deberá practicar una
investigación de hecho para determinar la existencia e intensidad del vicio que el
negocio sufre, o sea, llegará a la invalidez por medio de una valoración que él hará
sobre la base que le presta el ordenamiento jurídico: deberá haber juzgamiento
propiamente dicho y la sentencia que se dicte será constitutiva de la invalidez del acto
jurídico.
En síntesis, si la nulidad está patente, manifiesta, ostensible, haciendo
innecesaria toda investigación, el acto es nulo o de nulidad manifiesta, y al contrario, si
la invalidez está oculta, o requiere investigación previa, demostración y prueba de
hecho, el acto es anulable o de nulidad dependiente de juzgamiento.
Invalidez absoluta y relativa.
Régimen legal.
Para poder llegar al enunciado del criterio de distinción entre la nulidad
absoluta y la nulidad relativa, es conveniente acudir al análisis del régimen que para
una y otra categoría establece el Código Civil, trazando una suerte de paralelismo entre
ambas.
A tal fin es necesario atender a diversos aspectos:
Potestades del juez.
Las atribuciones del magistrado difieren según se trate de invalidez absoluta o
relativa:
a) con respecto a la invalidez absoluta, el art. 1047 del Código Civil dice que
“puede y debe ser declarada de oficio por el juez, aun sin petición de parte, cuando
aparece manifiesta en el acto”. Es decir que deben darse conjuntamente dos requisitos,
a saber, que la nulidad sea absoluta y que aparezca manifiesta en el acto, o sea, que se
trate de un acto nulo: reunidos estos dos recaudos, el magistrado deberá
ineludiblemente pronunciar la invalidez del acto jurídico, lo que se explica porque la
gravedad del vicio es tal que se compadece con la intervención jurisdiccional aunque
no haya mediado petición de parte. Los tribunales han hecho reiterada aplicación de
esta regla: “la nulidad del acto jurídico, que es manifiesta y absoluta, puede ser
declarada de oficio” (“El Derecho”, 20-533, 25- 734, 7-341 y 79-279).
b) con relación a la nulidad relativa, el art. 1048 del Código Civil establece que
“no puede ser declarada por el juez sino a pedimento de parte”, o sea que aun siendo
nulo el negocio por la ostensibilidad del defecto, el magistrado no puede declarar la
invalidez de oficio, sino que requiere petición de parte con interés legítimo para
accionar: “la nulidad relativa, en caso de existir, no puede ser declarada por el juez sino
a petición de parte temporáneamente deducida”, porque “el juez no puede juzgar la
nulidad relativa del acto materia de litigio, si la cuestión no se incluyó en la litis”.
Legitimación para accionar, Régimen de impugnación.
a) En el caso de la invalidez absoluta, la legitimación para accionar es amplia, se
configura un régimen de “impugnación abierta”, ya que la declaración de invalidez
puede ser requerida por el ministerio público en el interés de la moral o de la ley y por
todos aquellos que tengan un interés en alegarla (art. 1047, Cód. Civil): se requiere así
un interés en obtener el pronunciamiento judicial, pues “no es admisible la nulidad de
un acto jurídico cuando no existe un interés jurídico comprometido y cuando se invoca
sólo por la nulidad misma” y “no procede el pedido de nulidad interpuesto por quien
invoca un interés que le es ajeno, si dicha nulidad, no siendo absoluta, no puede ser
declarada de oficio”. No se halla legitimado, en cambio, para pedir la declaración de
invalidez, “el que ha ejecutado el acto, sabiendo o debiendo saber el vicio que lo
invalidaba”, exclusión que obedece a la regla que prohíbe alegar la propia torpeza, y
fundada en la nulidad de una cesión, se ha hecho aplicación de este criterio. Pero aun
esta exclusión reconoce una excepción en el art. 959, que permite ejercer acción de una
de las partes contra la otra en un acto simulado, cuando la simulación es ilícita, si la
acción tiene “por objeto dejar sin efecto el acto y las partes no pueden obtener ningún
beneficio de la anulación”.
b) En la hipótesis de la invalidez relativa, ésta sólo pueden pedirla aquellos en
cuyo beneficio la han establecido las leyes (arts. 1048 y 1049, Cód. Civil), solución que
es la correcta no obstante la confusa y desafortunada redacción del art. 1164 del Código
Civil, relativo a la invalidez de los contratos celebrados por incapaces de hecho.
Posibilidad de confirmación del acto inválido.
a) en el supuesto de invalidez absoluta, el negocio jurídico inválido no es
confirmable (art. 1047, in fine);
b) en cambio, la invalidez relativa “puede ser cubierta por confirmación del
acto” (art. 1058, Cód. Civil).
Prescripción.
En cuanto a la prescriptibilidad de la acción de invalidez, cabe apuntar que para
la generalidad de la doctrina, la acción de invalidez absoluta es imprescriptible, o sea,
no se extingue por el transcurso del tiempo;
b) que, al contrario, la acción de invalidez relativa prescribe en los plazos que
determina la ley, que varían según el vicio que padezca el acto inválido. De este modo,
quedan reseñadas las diferencias de régimen legal entre la invalidez absoluta y la
relativa.
Criterio de distinción. Casos.
Del análisis del distinto régimen legal de la invalidez absoluta y de la invalidez
relativa es posible extraer como consecuencia que el de la invalidez absoluta es más
severo que el de la segunda, y esa mayor o menor rigurosidad obedece,
indudablemente, a la naturaleza de la causal de invalidez.
Por ello, la generalidad de la doctrina entiende que la invalidez absoluta se
establece en salvaguarda del orden público, o sea, de los principios básicos del
ordenamiento jurídico, de la moral y las buenas costumbres: tiende, pues, a proteger el
interés social o general, razón por la cual se ha dicho que “sólo cuando el orden público
o las buenas costumbres aparecen comprometidas entra en juego la nulidad absoluta
de los actos jurídicos”.
En cambio, la invalidez es relativa cuando el interés que con ella se quiere
tutelar no es otro que el de una de las partes otorgantes del negocio jurídico; así, se ha
declarado que “la nulidad relativa ha sido instituida por la ley para la protección o
tutela de los intereses particulares vulnerados” (“La Ley”, 116-568), pues la nulidad
relativa se funda en la protección de un interés particular, ella tiene un beneficiario, un
destinatario en favor de quien opera la sanción de invalidez (“El Derecho”, 67-301).
En cuanto al modo o cargo, el art. 564 del Código Civil establece que “si el
hecho que constituye el cargo fuere imposible, ilícito o inmoral, no valdrá el acto en
que el cargo fuere impuesto”.
En esta hipótesis, la invalidez del cargo se comunica al acto jurídico que lo
contiene, que se torna también, inválido, lo que constituye un supuesto anómalo en
que el acto principal sigue la suerte del accesorio, explicándose por la inseparabilidad
del cargo del contexto negocial.
Disposiciones testamentarias.
En materia de disposiciones testamentarias, la regla general es la separabilidad
de las distintas cláusulas del testamento y, por tanto, la incomunicabilidad de la
invalidez entre ellas.
Así, se prescribe la validez de las restantes disposiciones del testamento no
obstante la invalidez de la institución de herederos (art. 3630, Cód. Civil), o de la
sustitución fideicomisaria (art. 3730) o de la cláusula de no enajenar la cosa legada (art.
3781).
Por excepción, el art. 3608 del Código Civil estatuye la invalidez de las
disposiciones testamentarias cuando en ellas se incluyen condiciones o cargas
imposibles, ilícitas o inmorales.
EFECTOS DE LA INVALIDEZ.
Principio general.
El principio general que gobierna los efectos de la invalidez pronunciada o
declarada por los jueces aplicable tanto a las partes del acto inválido como a los
terceros se halla consagrado por el art. 1050 del Código Civil, que dice: “la nulidad
pronunciada por los jueces vuelve las cosas al mismo o igual estado en que se hallaban
antes del acto nulo”.
Al aplicar este precepto, los tribunales han manifestado que “las relaciones de
las partes, después de la anulación del acto jurídico que las vincula, está regida de
manera fundamental por el art. 1050 del Código Civil” (“El Derecho”, 19-767), y que
“lo propio de la nulidad declarada es privar a los actos jurídicos de sus efectos,
considerándose tales actos como no producidos; arts. 1050 y 1051, Cód. Civil” (“La
Ley”, 147-376).
En cuanto al ámbito de aplicación de esta norma general los juristas clásicos y
algunos autores modernos consideran, con todo acierto, que los artículos que rigen los
efectos de una nulidad declarada o pronunciada abarcan tanto los actos nulos como los
anulables.
Efectos entre las partes del acto inválido.
Acto no ejecutado.
Cuando el acto inválido aún no ha sido ejecutado y se reclama su
cumplimiento, la parte demandada para resistir la acción ha de oponer la excepción de
nulidad consagrada en el art. 1058 bis del Código Civil.
Acto ejecutado. Regla general.
El art. 1052 del Código Civil, en concordancia con el 1050, dispone que “la
anulación del acto obliga a las partes a restituirse mutuamente lo que han recibido o
percibido en virtud o por consecuencia del acto anulado”.
Al referirse este precepto a la “anulación del acto” y al “acto anulado”, establece
las consecuencias de la sentencia que decide la invalidez, y puesto que cuando dicha
sentencia está firme el acto anulado queda como si fuera nulo, porque en más la
invalidez adopta las características de la nulidad propiamente dicha, queda
demostrado que los arts. 1050 y siguientes rigen tanto para los actos nulos como para
los actos anulables.
La norma es clara y responde a una consecuencia lógica del principio general
del art. 1050, pues desde que la sentencia de anulación cancela el título en virtud del
cual se han recibido las prestaciones efectuadas por las partes, éstas quedan sujetas a la
obligación de restituirse lo recibido.
La disposición legal, de por sí precisa, ha sido correctamente interpretada por
los magistrados, al establecer que “de conformidad con el art. 1052 del Código Civil, al
prosperar la anulación del acto, las partes están obligadas a restituirse mutuamente lo
que han recibido o percibido, y la obligación de restituir que impone el art. 1052 del
Código Civil no puede dejar de conectarse a la sentencia de anulación del acto jurídico,
que constituye su causa instrumental e inmediata.
Aplicaciones de la regla general.
Frutos e intereses.
El art. 1053 del Código Civil expresa que “si el acto fuere bilateral y las
obligaciones correlativas consistiesen ambas en sumas de dinero, o en cosas
productivas de frutos, no habrá lugar a la restitución respectiva de intereses o de
frutos, sino desde el día de la demanda de nulidad. Los intereses y los frutos percibidos
hasta esa época se compensan entre sí; y el art. 1054 establece que “si de dos objetos
que forman la materia del acto bilateral, uno solo de ellos consiste en una suma de
dinero o en una cosa productiva de frutos, la restitución de los intereses o de los frutos
debe hacerse desde el día en que la suma de dinero fue pagada, o fue entregada la cosa
productiva de frutos”.
Desde luego que los artículos trascritos se refieren a los contratos bilaterales es
decir, a los que generan obligaciones para ambas partes, y no, como dicen sus textos, a
los actos jurídicos bilaterales, que son aquellos que para su formación requieren el
concurso de dos voluntades: “tratándose de la anulación de un contrato bilateral en el
que ha mediado buena fe de ambos contratantes, la restitución recíproca de frutos que
se deben las partes, sólo debe comprender los percibidos desde el día de la demanda
de nulidad, pues los percibidos con anterioridad se compensan entre sí” (“El Derecho”,
19-767).
La interpretación del art. 1053 ha dado lugar a dificultades en cuanto a su
ámbito de aplicación, pero la jurisprudencia armonizando esta disposición con los
principios generales establecidos para la restitución de las cosas a sus dueños y para la
posesión de buena o mala fe sólo lo hace valer estrictamente cuando ambas partes son
de buena o de mala fe. Al no comprender el art. 1053 a los contratos unilaterales o sea,
aquellos que engendran obligaciones para una sola de las partes contratantes, las
cuestiones derivadas de la invalidación del negocio y restitución de la prestación
cumplida, deben ser resueltos con arreglo a las normas generales sobre posesión y
pago de lo indebido, de manera que el poseedor de buena fe se apropia de los frutos
que hubiera percibido mientras se mantuvo en esa posición, en tanto que el de mala fe
debe devolverlos y aun compensar los dejados de percibir por su culpa (arts. 2423 y ss.,
Cód. Civil).
En cuanto a la situación que se presenta cuando una sola de las cosas ha sido
fructífera o productora de intereses contemplada en el art. 1054, no existe
compensación de frutos o intereses, y se los debe desde que la cosa fue entregada al
cumplirse el contrato, sin distinguirse la buena o mala fe del poseedor, pero el
proceda son dos: a) que exista daño causado; y b) que ese perjuicio sea imputable por
dolo o culpa a quien ejecutó el acto inválido. La acción de resarcimiento puede cumplir
dos funciones distintas:
1) una función sustitutiva, cuando el titular de la acción de invalidez prefiere
dejar a un lado esta sanción manteniendo la eficacia del acto inválido, supuesto en que
para que la opción sea posible, es menester que la invalidez sea meramente relativa,
porque al fundarse la invalidez absoluta en el resguardo del interés social, no se puede
dejar en manos de los particulares la elección de imponer o no esa sanción.
Al respecto se ha dicho que “no obstante la declaración de nulidad del acto
jurídico y de su instrumentación, atento a lo dispuesto por el art. 1056 del Código Civil,
queda a salvo el derecho para ejercer en otro juicio la acción restitutoria, la resarcitoria
y cualquier otra que pudiera corresponder, por la entrega del dinero que alegan haber
efectuado en virtud del acto anulado” (“El Derecho”, 58-323);
2) una función complementaria, cuando la acción resarcitoria reviste el carácter
de sucedáneo de la invalidez, cuando ésta es ilusoria, supuesto específicamente
previsto en el art. 1057 del Código Civil y que se presenta por ejemplo, cuando el art.
1051 torna inoponible a los terceros la sentencia de invalidez, dada la buena fe de éstos
y su adquisición por título oneroso de derechos reales o personales sobre el inmueble
objeto del acto inválido.
Por último, es necesario recordar que los arts. 935, 942 y 943 del Código Civil
prevén acciones de reparación de daños y perjuicios contra la otra parte del acto
inválido o contra el tercero causante del vicio, o contra ambos, en los supuestos de dolo
y de violencia.
Efectos de la invalidez con relación a terceros.
Hipótesis de hecho.
La hipótesis fáctica de que se trata es aquella en que, además del acto nulo o
anulable por medio del cual una de las partes adquirió por transmisión el derecho real
o personal, lo retransmitió a su vez por un nuevo negocio jurídico a un tercero. En este
supuesto hay que distinguir según se trate de bienes muebles o inmuebles.
a) Bienes muebles.
Si se trata de bienes muebles, el tercero podrá resistir la acción reipersecutoria
que contra él se entablara para que restituyese lo recibido, a tenor de lo dispuesto en
los arts. 2412 y 2413 del Código Civil: “la posesión de buena fe de una cosa mueble,
crea a favor del poseedor la presunción de tener la propiedad de ella y el poder de
repeler cualquier acción de reivindicación, si la cosa no hubiese sido robada o perdida”
y “las acciones de resolución, nulidad o rescisión a que se halla sometido el precedente
poseedor no pueden dirigirse contra el poseedor actual de buena fe”.
El art. 2412 protege al poseedor actual, tercer adquirente cuyo derecho deriva
del acto nulo o anulable con respecto al cual se dicta la sentencia de invalidación,
siempre que se reúnan las siguientes condiciones:
- que sea tercer adquirente, o lo que es lo mismo, subadquirente, cuyo derecho
sobre la cosa deriva del acto inválido;
- que sea de buena fe, es decir que al momento de la adquisición de su derecho
ignorase razonablemente la invalidez del acto antecedente, que es luego declarada o
pronunciada judicialmente (arts. 2356, 4006 y 4007, Cód. Civil)
- que sea adquirente por título oneroso, porque pese a que este requisito no
surge de los arts. 2412 y 2413, la doctrina y la jurisprudencia, unánimemente lo fundan
en el art. 2778 del Código Civil;
- que se trate de una cosa mueble (arts. 2318, 2319, 2322 y 2323, Cód. Civil);
- que la cosa no sea robada ni perdida, es decir, que no haya salido del poder de
su dueño contra o sin su voluntad, respectivamente.
A falta de cualquiera de los requisitos enumerados, la sentencia de invalidez es
oponible al tercer adquirente y, por tanto, procederá contra él la acción reipersecutoria.
La doctrina y la jurisprudencia han excluido de la protección que brindan al tercer
adquirente los arts. 2412 y 2413 del Código Civil las cosas muebles registrables, tales
como automotores, buques, aeronaves.
Bienes inmuebles.
La situación del tercer adquirente de derechos reales o personales sobre
bienes inmuebles.
El art. 1051 del Código Civil, tal como ha quedado redactado después de la
reforma introducida por la ley 17.711, que le agrega un párrafo, dice: “Todos los
derechos reales o personales trasmitidos a terceros por una persona que ha llegado a
ser propietario en virtud del acto anulado, quedan sin ningún valor y pueden ser
reclamados directamente del poseedor actual, salvo los derechos de los terceros
adquirentes de buena fe a título oneroso, sea el acto nulo o anulable”.
Aunque la redacción del art. 1051 del Código Civil conserva el principio que
establecía el precepto reformado, en el sentido de que los derechos reales y personales
trasmitidos a terceros sobre un inmueble por un sujeto que ha llegado a ser propietario
en razón del acto inválido quedan sin valor y pueden ser reclamados de aquéllos, deja
a salvo los derechos de terceros adquirentes de buena fe y a título oneroso, trátese de
un acto nulo o anulable, con lo cual recibe ampliamente la teoría de la apariencia
jurídica.
La exposición de motivos de la ley 17.711, en la parte pertinente, dice que “uno
de los aspectos importantes de la reforma proyectada es la protección de los terceros
titulares de derechos adquiridos de buena fe y a título oneroso, frente a los vicios no
manifiestos que pudiesen tener los antecedentes de tales relaciones”.
En el fondo esta reforma, consagra una fortísima tendencia doctrinal y
jurisprudencial al proteger la seguridad del tráfico inmobiliario, contra cualesquiera
sorpresas derivadas de fallas ocultas del derecho del disponente, bajo las únicas dos
condiciones de la buena fe y título oneroso del adquirente; y concluye que “desde un
punto de vista valorativo, se trata, desde luego, de una regla razonable, que viene a
aplicar la conocida doctrina del derecho aparente, tan fecunda en consecuencias
prácticas”, aunque no deja de advertir acerca de la contradicción entre el nuevo texto
del art. 1051 y el del art. 2777, que “requiere perentorio remedio” . Borda, sin embargo,
acota que ha quedado totalmente derogado, en forma tácita, el art. 2777, por ser
posterior la ley 17.711.
Llambías critica la nueva redacción del art. 1051, expresando que “toda la
delicada discriminación de los efectos de la declaración de nulidad según se tratase de
un acto nulo o anulable queda desbaratada por el nuevo art. 1051, que ahora, en franca
pugna con muchas disposiciones que subsisten sin modificar, consolida los derechos
de los terceros de buena fe adquirentes a título oneroso, sin preocuparse por la
ausencia de aptitud traslativa de la seudo adquisición efectuada por ellos”; y añade
que “de cualquier modo, la distinción entre actos nulos y anulables todavía conserva
su interés práctico, pese a la equiparación teórica dispuesta”. En efecto, para excluir la
buena fe del tercero, le bastará a su adversario demostrar que el pretendido derecho
del tercero proviene de un acto nulo, que por razón del vicio manifiesto de que
el sentido del consentimiento no se preste a una doble interpretación” (“La Ley”, 99-
502).
Por último, es de señalar que para la ratificación expresa no se exige forma
alguna, de suerte que puede ser verbal, escrita o por signos inequívocos (art. 917, Cód.
Civil).
Efectos de la ratificación.
En cuanto a los efectos de la ratificación, el art. 1162 del Código Civil dice que
“la ratificación hecha por el tercero a cuyo nombre, o en cuyo interés se hubiere
contratado, tiene el mismo efecto que la autorización previa”, y el art. 1936 expresa que
“la ratificación equivale al mandato”.
No obstante, es necesario efectuar una distinción, según que a los efectos se los
examine en las relaciones entre quien otorgó el acto y el ratificante o con relación a los
terceros:
1) entre las partes, o sea, entre quien otorgó el acto jurídico y aquel por quien se
celebró, la ratificación tiene efecto retroactivo al día del otorgamiento del negocio que
se ratifica, como si desde entonces hubiera existido legitimación en el otorgante (arts.
1162 y 1936, la parte, Cód. Civil)
2) con relación a los terceros que hubieran adquirido derechos derivados del
acto que se ratifica en el tiempo intermedio entre la celebración de ese acto y la
ratificación, ésta carece de efecto retroactivo y, por tanto, los derechos de esos terceros
quedan consolidados (art. 1936, 2 parte, Cód. Civil).
Diferencias con la confirmación.
Tanto la confirmación como la ratificación son actos jurídicos unilaterales, de
segundo grado y con eficacia convalidatoria, pero entre una y otra es posible señalar
las siguientes diferencias:
1) La confirmación se aplica a todos los actos jurídicos inválidos que se hallan
afectados por un vicio que ocasiona su invalidez relativa, en tanto que la ratificación
solamente rige para los actos jurídicos que adolecen de falta de legitimación en el
otorgante, de suerte que la primera tiene un alcance mucho más amplio que la
segunda.
2) La confirmación importa la asunción de las consecuencias de un acto jurídico
otorgado por quien la efectúa o por su representante, mientras que la ratificación
supone asumir los efectos de un negocio jurídico celebrado a nombre de quien la
efectúa por otra persona que carece de su representación.
Al respecto, la confirmación de los actos jurídicos a diferencia de lo que ocurre
con la ratificación, que supone la realización de actos sin mandato o con poderes
insuficientes a nombre de quien los hace suyos se refiere a las convenciones en las
cuales la persona de quien emana ha sido parte por ella misma o por sus autores”.
CONVERSIÓN.
Concepto.
Hay conversión cuando un negocio jurídico inválido es mantenido como
negocio jurídico válido de otro tipo; y ampliando esta noción, es posible afirmar que la
conversión tiene lugar cuando un acto jurídico o un instrumento, inválido en su
especie o tipo, resulta válido como negocio o documento de especie o tipo distinto.
La conversión se presenta, así, como el medio jurídico en virtud del cual un
negocio o un instrumento inválido queda al resguardo de la invalidez convirtiéndose
en otro acto o documento distinto que sustituye al primero en la medida de lo posible,
salvaguardando de este modo y hasta ese límite el fin perseguido por los otorgantes,
de allí su eficacia convalidatoria.
Clases de conversión.
Se suele distinguir dos clases de conversión: la formal y la material.
1) La conversión formal es aquella que se da cuando el documento en que
consta el acto jurídico que carece de algún requisito necesario para la validez de la
forma instrumental exigida llega a valer conforme a otra forma de documento cuyos
requisitos reúne.
Es posible extraer algunos casos de conversión formal del contexto de nuestro
Código Civil:
a) Conforme al art. 987, “el acto emanado de un oficial público, aunque sea
incompetente, o que no tuviera las formas debidas, vale como instrumento privado, si
está firmado por las partes, aunque no tenga las condiciones requeridas para los actos
extendidos bajo formas privadas”.
b) Según el art. 3670, “el testamento cerrado que no pudiera valer como tal por
falta de alguna de las solemnidades que debe tener, valdrá como testamento ológrafo,
si estuviere todo él escrito y firmado por el testador”.
2) La conversión material es aquella impuesta expresamente por la ley para
trasformar un negocio jurídico inválido en su tipo, en otro acto jurídico válido en la
medida en que este segundo negocio permita satisfacer en lo posible el fin perseguido
por los otorgantes al celebrar el primero.
Del juego de los arts. 1185 y 1187 del Código Civil resulta que la compraventa
de inmuebles bajo forma privada es nula como tal compraventa, pero válida como
promesa de otorgar la escritura pública necesaria para que aquélla quede
perfeccionada según lo exigido por el art. 1184 del Código citado.
Un supuesto de conversión material resulta del art. 1790 del Código Civil,
según el cual la promesa gratuita de bienes bajo condición de no producir efecto sino
después de la muerte del promitente, es inválida como donación, pero puede valer
como testamento si reúne los requisitos formales de estos actos jurídicos.
Por último, según el art. 2502 del Código Civil, el acto jurídico por el cual se
constituyeran derechos reales distintos de los autorizados por ese cuerpo legal, sólo
valdrá como negocio por el cual se constituyesen derechos personales.
Requisitos de la conversión.
En lo atinente a los requisitos, la conversión precisa de las siguientes
condiciones:
1) una objetiva, consistente en que los elementos existentes, que son
insuficientes o inadecuados para el primer acto o instrumento, sean los necesarios para
el segundo, que viene a sustituirlo;
2) una subjetiva, configurada cuando es admisible la voluntad hipotética de las
partes en el sentido de que, de haber conocido la invalidez del primer acto o
instrumento, hubieran querido el segundo, voluntad hipotética que sólo cabe aceptar
cuando el nuevo negocio o documento permite alcanzar el mismo fin práctico que se
perseguía con el primero.
Se trata de una voluntad hipotética porque es la que resulta posible presumir
atendiendo al fin práctico perseguido por los otorgantes del acto o documento
inválido, según surge contrario sensu, de la nota de Vélez Sarsfield al art. 3670 del
Código Civil.