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DOCUMENTO DE CLASE
Clase N°: 5
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3. Desarrollo:
1
Llambías, Jorge J.; Tratado de Derecho Civil. Parte General, 17ma. Ed., t. II, Buenos Aires, 1997, p. 228.
2
Gariboto, Juan C. Teoría General del Acto jurídico. Doctrina y jurisprudencia, Depalma, Bs. As., 1991, p.
2.
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3
Legaz y Lacambra, Luis. Introducción a la ciencia del derecho, Barcelona, Bosch Casa Editorial, 1948, pp.
164/5.
4
Alsina Atienza, Dalmiro A., “Los hechos jurídicos”, en J.A., 1955-IV, secc. Doctr. pp. 57 y sigts.
5
Borda, Guillermo A.; Tratado de Derecho Civil. Parte General. t. II. Abeledo Perrot, Bs. As., 1991, p. 69.
6
Garibotto, Juan Carlos; op. cit., pp. 6 y 7.
7
Boffi Boggero, Luis María; Estudios Jurídicos. Primera Serie, Cooperadora del Centro de Derecho y
Ciencias Sociales, Buenos aires, 1960, p. 34.
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8
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 257 a 288” en Código Civil y Comercial de la Nación
comentado; Marisa Herrera, Gustavo Caramelo y Sebastián Picasso (Directores). Ed. Infojus, Tomo I, Bs.
As., 2015, p. 429.
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contenido superior -el dominio o propiedad-). Puede asimismo ser universal o particular
(herencia o legado).9
La modificación. Es la transformación o alteración de un derecho, que puede
producir en el mismo una disminución o un aumento. Un derecho se refuerza o vigoriza
con la incorporación de garantías (art. 1407), o la constitución en mora (art. 886) que al
mismo tiempo debilitan al comprador. Se debilita cuando no se renueva la inscripción
de una hipoteca (art. 2210) o de un embargo de un inmueble (5 años desde su anotación
en el Registro), o bien una remisión parcial de deuda (art. 950). Hay también
transformación cuando la prestación se torna imposible, pues aunque el crédito no se
extingue toma su lugar otra prestación: el resarcimiento en dinero (art. 955).
La extinción. Se entiende por tal no solo la destrucción o desaparición del
derecho, sino también la separación del titular, llamada también “pérdida del derecho”.
Puede depender de causas relacionadas con la voluntad (renuncia, venta) o naturales
(efectos de la muerte sobre los derechos personalísimos), con hechos de terceros
(usucapión) o con el objeto mismo (destrucción, pérdida de la individualidad por
adjunción o accesión -art. 1958-, etc.).10
1.4. Clasificación de los hechos jurídicos.
Los hechos jurídicos pueden clasificarse de la siguiente manera:
A) Pueden ser naturales o humanos. Los primeros, son aquellos que se producen por
causas extrañas al hombre o sin su principal intervención, tales como el nacimiento y la
muerte. También un fenómeno de la naturaleza (inundación, granizo, terremoto), que
provoquen daños y puedan dar lugar al cobro del seguro. Los segundos son los
realizados por el hombre, como un contrato, un testamento, etc.
B) Los hechos humanos pueden ser voluntarios o involuntarios.
B.1.- Son voluntarios, los realizados con discernimiento, intención y libertad, que se
manifiestan por un hecho exterior (art. 260).
1. Discernimiento: “Discernir” proviene del latín y significa “separar, dividir, distinguir,
reconocer”. El discernimiento es un estado de conciencia del individuo que,
invistiéndolo de la facultad de conocer en general, le permite formar concepto para
diferenciar entre varias cosas, apreciar y valorar sus actos y los ajenos; lo bueno de lo
malo; lo justo de lo injusto. Se traduce en la comprensión de la realidad que lo rodea.
9
Belluscio, Augusto C. y Zannoni, Eduardo A. Código Civil y Leyes Complementarias. Comentado,
anotado y concordado. Tomo 4. Ed. Astrea. Buenos Aires, 1982, pp. 13 y 14.
10
Belluscio, Augusto C. y Zannoni, Eduardo A. Op. cit., pp. 16 y 17.
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11
Salvat, Raimundo; Tratado de Derecho Civil Argentino. Parte General, tomo II, 9na. ed. act. por Víctor
N. Romero del Prado, Tipográfica Editora Argentina, Bs. As., 1951, p. 177.
12
Garibotto, Juan Carlos, op. cit., pp. 12-13.
13
Belluscio, Augusto C. y Zannoni, Eduardo A.; op. cit., t. 4, p. 21.
14
Salvat, Raimundo. Op. cit., p. 179.
15
Belluscio y Zannoni. Op. cit., pp. 23-24.
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Al respecto se señala que para que exista la intención “basta que, queriendo
realizar un acto que se ha conocido, se tenga conciencia de sus consecuencias en el
momento de su realización”. Supone la coincidencia entre lo que se pretende hacer y lo
que en realidad se hace, lo que explica que el error, así como el dolo, vicien la
intencionalidad del acto.16
Suprimen la intención tanto el error (art. 265) como el dolo (art. 271 y ss.).
3. Libertad. Con estricta referencia al acto jurídico, la libertad consiste en poder el
hombre elegir entre distintas alternativas; en poder decidir por sí sus propios actos, sin
hechos exteriores que condicionen o limiten esa decisión. Frente a la ausencia de
libertad en el acto, el mismo se reputa involuntario.17 La libertad consiste así en la
posibilidad del sujeto de realizar un acto obedeciendo a sus propias motivaciones, sin
indebida coacción externa, lo cual implica ejercitar la facultad reflexiva de su propio
obrar.
Cuando un acto es realizado sin libertad queda afectado por el vicio de violencia,
bajo la modalidad de fuerza o intimidación (art. 276).
4. El cuarto elemento de la voluntad: Su manifestación por un hecho exterior. Lo
normal es que la manifestación de la voluntad tenga plena correspondencia con los
elementos que la forman. Pero puede ocurrir que se exteriorice una voluntad diferente
de la real o querida, ya sea consciente o inconscientemente. Por ello, dada la
divergencia, se presenta el problema de saber cuál de las dos debe prevalecer.
Al respecto se han elaborado dos teorías principales: la “teoría clásica de la
voluntad”, sostiene que debe estarse a lo que resulte de la voluntad verdadera o interna.
Y en oposición a esta, la llamada “teoría de la declaración”, hace preponderante la
manifestación en sí misma, como único medio para resguardar la seguridad jurídica y la
buena fe que debe presidir las transacciones.18 Para Borda el acto debe reputarse
voluntario “siempre que haya una declaración de voluntad consciente emanada de una
persona capaz”.19
El art. 260 del Código exige que la voluntad se manifieste por un hecho exterior,
enrolándose así en la teoría de la declaración. Es lo que se conoce como manifestación o
declaración de la voluntad, de modo que la ley solo confiere relevancia jurídica a la
16
Garibotto, Juan Carlos. Op. cit., p. 13.
17
Salvat, Raimundo. Op. cit., p. 179.
18
Belluscio y Zannoni. Op. cit., p. 29.
19
Borda, Guillermo A.; Tratado…Op. cit., p. 72.
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20
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 257 a 288”; Op. cit., p. 439.
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21
Salvat, Raimundo. Op. cit., pp. 183-184.
22
Prieto Molinero, Ramiro. “Hechos y actos jurídicos” en Código Civil y Comercial de la Nación
Comentado. Julio César Rivera y Graciela Medina (Directores). Ed. La Ley, T. I, Buenos Aires, 2014, p.
651.
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23
Salvat, Raimundo. Op. cit., pp. 184-185.
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24
Salvat, Raimundo. Op. cit., p. 185-186.
25
Belluscio y Zannoni, ob. cit., pp. 139-140.
26
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 140.
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C) Los hechos voluntarios pueden ser, a su vez, lícitos e ilícitos. Son hechos lícitos las
acciones voluntarias no prohibidas por la ley, de que puede resultar alguna adquisición,
modificación o extinción de relaciones o situaciones jurídicas (art. 258).
Los hechos ilícitos son las acciones u omisiones contrarias a la ley. Son aquellos
expresamente prohibidos por las leyes y no se podrá aplicar pena o sanción si no
hubiere una disposición de la ley que la hubiera impuesto. Llambías define al acto ilícito
como los “actos voluntarios reprobados por las leyes, que causan un daño imputable al
agente en razón de su dolo o culpa”.27
Los elementos clásicos del acto ilícito son: 1) Una acción u omisión contraria a la
ley; 2) Que dicha acción u omisión sea imputable al autor mediante alguno de los
factores de atribución de responsabilidad (dolo o culpa). En efecto, cuando el hecho
ilícito es ejecutado a sabiendas de lo que se hace, con la intención de dañar o con
manifiesta indiferencia por los intereses ajenos, se actúa con dolo; cuando el hecho
ilícito es ejecutado con negligencia, imprudencia o impericia, se actúa con culpa (art.
1724); 3) Existencia de un daño cierto. Existe daño cuando por el hecho se produce a
una persona un perjuicio material o moral, siendo imprescindible que el daño sea
consecuencia del hecho ilícito, es decir, que entre el hecho y el daño exista un nexo
causal adecuado.
Simples actos voluntarios lícitos. Dispone el art. 258: “El simple acto lícito es la
acción voluntaria no prohibida por la ley, de la que resulta alguna adquisición,
modificación o extinción de relaciones o situaciones jurídicas”. Se trata de hechos o
actos simples que en rigor no tienen por finalidad crear consecuencias jurídicas
concretas, salvo el caso en que expresamente esas consecuencias estén reconocidas por
la ley, es decir, actos realizados sin el propósito de lograr por su intermedio
consecuencias de derecho (lo que los diferencia del acto juridico), pero ellas no obstante
nacen de la ley. Ejemplos de ellos son: el descubrimiento de un tesoro, la apropiación
por caza y pesca, la fijación y cambio de domicilio real, la reconciliación conyugal, la
oposición al matrimonio, etc.
1.5. Consecuencias de los hechos jurídicos. Responsabilidad por los hechos
humanos.
1.5.1. La relación de causalidad.
27
Llambías, Jorge J.; Tratado…Parte General, op. cit., t. II, p. 273.
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28
Valcavi, Giovanni; “Sobre el principio de causalidad jurídica en la responsabilidad civil por
incumplimiento y por acto ilícito”, en «Rivista di diritto civile» Ed. Cedam, Milán, 2001, II, pp. 409 y ss
29
Picasso, Sebastián. “Arts. 1726 a 1736” en Código Civil y Comercial de la Nación comentado. Ricardo
Luis Lorenzetti (Director). Tomo VIII, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, p. 419.
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y, por el otro, establecer un vínculo entre este elemento (la lesión a un bien) y las
consecuencias que derivan de él, que son las que deben ser objeto de reparación
(consecuencia).
El Código contempla en su art. 1727 tres tipos de consecuencias de los hechos
jurídicos: las consecuencias inmediatas, mediatas y casuales. La norma dispone: “Las
consecuencias de un hecho que acostumbran a suceder según el curso natural y
ordinario de las cosas, se llaman en este Código “consecuencias inmediatas”. Las
consecuencias que resultan solamente de la conexión de un hecho con un
acontecimiento distinto, se llaman “consecuencias mediatas”. Las consecuencias
mediatas que no pueden preverse se llaman “consecuencias casuales”.
Las consecuencias inmediatas de un hecho son imputables al autor de ellos. Las
consecuencias mediatas (las que resultan de la conexión de un hecho con un
acontecimiento distinto), son también imputables al autor del hecho, cuando las hubiere
previsto, y cuando empleando la debida atención y conocimiento de las cosas, haya
podido preverlas. Las consecuencias casuales (consecuencias mediatas que no pueden
preverse), no son imputables al autor del hecho, sino cuando debieron resultar, según las
miras que tuvo el autor al ejecutar el hecho.
Excepto disposición legal en contrario, se indemnizan las consecuencias
inmediatas y las mediatas previsibles (art. 1726). En cambio, no son en principio
imputables las consecuencias casuales, que no tienen con el hecho ilícito nexo adecuado
de causalidad.
Debe remarcarse que la imputabilidad puede ser independiente de la autoría, pues
alguien puede ser responsable, en los términos de la ley, por las consecuencias de un
hecho del que fue ajeno. El fundamento radica en las “cosas o actividades riesgosas”
(art. 1757), o por los hechos de otro por quien se debe responder como los empleados en
relación de dependencia o los hijos que se encuentran bajo su responsabilidad parental
(art. 1753). Es decir, que puede haber responsabilidad sin culpa ni dolo, que se
denomina responsabilidad objetiva.
Reglas de valoración de conducta. En cuanto a la imputabilidad, el codificador sentó un
principio general de valoración de conducta de suma importancia. El art. 1725 contiene
una regla para graduar la responsabilidad y dice: “Cuanto mayor sea el deber de obrar
con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia exigible al
agente y la valoración de la previsibilidad de las consecuencias. Cuando existe una
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confianza especial, se debe tener en cuenta la naturaleza del acto y las condiciones
particulares de las partes. Para valorar la conducta no se toma en cuenta la condición
especial, o la facultad intelectual de una persona determinada, a no ser en los contratos
que suponen una confianza especial entre las partes. En estos casos, se estima el grado
de responsabilidad, por la condición especial del agente”.
Las reglas que se derivan de esta norma son las siguientes: a) Debe obrarse con
prudencia y pleno conocimiento de las cosas evitando causar un daño injustificado (art.
1710), de acuerdo al comportamiento medio y abstracto del hombre común
“regularmente observado”, y según “los conocimientos razonablemente requeridos por
el arte, la ciencia y la técnica correspondientes a la actividad desarrollada al tiempo de
la realización del acto; b) Pero cuando mayor es el deber de obrar con prudencia y pleno
conocimiento de las cosas, también es mayor la diligencia exigible al agente y la
rigurosidad en la valoración de la previsibilidad de las consecuencias (art. 1725, lº
párr.). Se trata de los ejemplos clásicos de la mayor diligencia exigible al arquitecto que
al obrero de la construcción, o al médico especialista que al no especialista pero dentro
de la pericia normal u ordinaria dentro de los especialistas; c) Cuando existe una
confianza especial se deben tener en cuenta la naturaleza del acto y las condiciones
particulares de las partes (art. 1725, 2° párr.); d) Para valorar la conducta no se toma en
cuenta la condición especial o la facultad intelectual de una persona determinada (art.
1725, 3º párr., primera parte), sino el estándar general de diligencia y previsibilidad
ordinaria, de modo que “no está en mejor situación la víctima del torpe o del ignorante
que la del sabio o fuerte”. Pero cuando existe “una confianza especial entre las partes
[...] se estima el grado de responsabilidad por la condición especial del agente”, de
acuerdo a la contratación realizada (art. 1275, 3º párr., in fine). Esta regla se aplica no
sólo a los contratos intuitu personae sino también a todos los que se celebran en función
de una particular confianza (mandato, sociedad, locación de obra y de servicios). La
mayor previsibilidad se requiere cuando se contrata en base a la confianza hacia una
persona, y se acentúa cuando (además de la confianza) se obra también en base a la
condición (esto es al “estado” o “situación”) especial del sujeto contratante.30
1.6. Responsabilidad por hechos involuntarios.
El hecho involuntario genera la obligación establecida en el art. 1750 que expresa:
“El autor de un daño causado por un acto involuntario responde por razones de equidad.
30
Picasso, Sebastián. “Arts. 1726 a 1736”. Op. cit., pp. 415-417.
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Se aplica lo dispuesto en el artículo 1742”, y esta última norma fija pautas de atenuación
de la responsabilidad, al disponer que “El juez, al fijar la indemnización, puede
atenuarla si es equitativo en función del patrimonio del deudor, la situación personal de
la víctima y las circunstancias del hecho. Esta facultad no es aplicable en caso de dolo
del responsable”.
No se trata en rigor de un supuesto de responsabilidad derivado de un factor de
atribución, sino que solo se compensa al damnificado por razones de justicia y equidad.
Se advierte así la existencia de supuestos en los que, a pesar de no concurrir la
antijuridicidad, el derecho estima que deben establecerse consecuencias dirigidas a
compensar al titular del interés vulnerado. Tal es la razón de haberse introducido en
nuestro derecho la indemnización de equidad del daño involuntario, desde la reforma
civil de 1968 introducida en el segundo párrafo del art. 907 del código derogado.
Quedan sin embargo a salvo los derechos de los perjudicados, a la responsabilidad
de los que tienen a su cargo personas que obren sin el discernimiento correspondiente
(padres, tutores, curadores y delegados en el ejercicio de la responsabilidad parental; art.
1756).
1.7. Diferencias entre el delito civil y el delito penal.
Es preciso no confundir los delitos civiles con los delitos penales, pues existen
entre ambos importantes diferencias: a) Los delitos civiles se caracterizan por la
intención de cometer el hecho contrario a la ley. En cambio habrá delito penal si el
hecho está previsto y penado por la ley penal, haya o no intención de cometerlo; b) El
delito penal tiene una tipificación previa al hecho, precisa y taxativa en la ley y por
tanto solo puede haber delito penal si el hecho está expresamente contemplado y
castigado por esas leyes. El delito civil no está taxativamente previsto, bastando solo
que el hecho sea contrario a la ley, que sea imputable a su autor por dolo o culpa y que
ocasione un daño a otro; c) En el delito civil es necesario que exista un daño causado a
terceros. En cambio puede no haber daño en el delito penal donde la simple tentativa es
un hecho punible; d) La sanción que acarrean unos y otros delitos es diversa. El delito
civil impone sanciones indemnizatorias, reparatorias o resarcitorias de contenido
económico; en tanto la sanción penal consiste por lo general en la imposición de una
pena privativa de la libertad (prisión o reclusión) y tiene por finalidad el castigo del
delincuente.
2. LOS ACTOS JURÍDICOS.
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Salvat, Raimundo. Op. cit., p. 202.
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Arauz Castex, Manuel; Derecho Civil. Parte General. Empresa Técnico Jurídica Argentina, Buenos Aires,
1965, Tomo II, p. 179.
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13 años, la ley exige además la capacidad para evitar que los inexpertos celebren actos
que les sean perjudiciales. Aquí la incapacidad se extiende hasta los 18 años.
Asimismo, los sujetos expresan al otorgar el acto su voluntad que debe ser
exteriorizada del modo en que se ha visto en este capítulo. La capacidad de las personas
consiste así en la aptitud para ser titular de derechos y deberes jurídicos, para afrontarlos
por sí mismas y para cambiar el estado de su derecho.
Autonomía de la voluntad. El acto jurídico es la base de la autonomía privada. El
derecho reconoce a los sujetos la posibilidad de regular por sí mismos sus propios
intereses o para crear reglas de conducta en las relaciones con otros, lo que realizan en
función de la autonomía de la voluntad privada. No obstante, la autonomía de la
voluntad no es admitida de manera absoluta, sino como principio, con las limitaciones
que impone la ley de modo imperativo, porque ésta debe armonizar los intereses
privados con los de terceros y con el interés de la comunidad.
La autonomía privada importa la concurrencia de dos factores: la voluntad como
causa eficiente de las consecuencias y el reconocimiento de esa voluntad por el
ordenamiento, con las necesarias limitaciones que éste debe imponer en orden a
salvaguardar los intereses superiores de la comunidad. Dentro de nuestro sistema
jurídico positivo, el principio de libertad con que actúa el hombre, está consagrada en el
art. 19 de la Constitución Nacional, al establecer que nadie será “obligado a hacer lo que
no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”.
Según Garibotto, la noción de autonomía privada contiene dos aspectos que deben
ser distinguidos: a) La libertad de conclusión del acto jurídico que importa la potestad
que gozan los particulares para celebrar o no cualquier acto determinado; y b) La
libertad de configuración interna del acto jurídico que significa la potestad de dar al
negocio el contenido deseado por los autores, poder cuya extensión varía de manera
notable según el tipo de acto de que se trate, siendo amplia -como regla general- en los
negocios patrimoniales y restringida en los actos extrapatrimoniales.33
La autonomía privada reconoce así, como límite a su extensión, el que es
impuesto por el orden público.
B) El objeto. El objeto de los actos jurídicos es la cosa o el hecho sobre el cual recae la
obligación asumida en ese acto; en otros términos, es la prestación debida por una parte
33
Garibotto, Juan Carlos, Teoría general, op. cit., pp. 25/26.
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a la otra. La doctrina34 entiende que el objeto debe llenar las siguientes condiciones: a)
Debe ser determinado, pues no sería admisible obligar al deudor al pago de una cosa o
un hecho si no se puede precisar cuál es la cosa o el hecho debido; b) Debe ser posible,
ya que nadie puede ser constreñido a pagar o hacer algo imposible; c) Debe ser lícito,
pues todo objeto contrario a la ley anula la obligación; d) Debe ajustarse a la moral y a
las buenas costumbres. Todo el orden jurídico está impregnado de la idea de moralidad
ya que el derecho, en esencia, debe ser justo.
Requisitos del objeto. El art. 279 establece: “El objeto del acto jurídico no debe ser un
hecho imposible o prohibido por la ley, contrario a la moral, a las buenas costumbres, al
orden público o lesivo de los derechos ajenos o de la dignidad humana. Tampoco puede
ser un bien que por un motivo especial se haya prohibido que lo sea”. La violación de
cualquiera de estos requisitos acarrea la nulidad del acto, como si no tuviese objeto. No
obstante, “el acto jurídico sujeto a plazo o condición suspensiva es válido, aunque el
objeto haya sido inicialmente imposible, si deviene posible antes del vencimiento del
plazo o del cumplimiento de la condición” (art. 280).
Al referir las cosas que por un motivo especial se haya prohibido que sean objeto
de algún acto jurídico se alude a prohibiciones expresas de la ley (por ej. las cosas
muebles no pueden ser hipotecadas, ni las inmuebles prendadas; las cosas fungibles no
pueden ser objeto del contrato de mutuo, etc.).
A su vez los “hechos” a los que se refiere el art. 279, también comprenden a las
cosas. El Codificador de 1871 decía en la Nota al viejo art. 953 que la “imposibilidad”
del objeto puede ser de dos tipos: material o jurídica. La material se presenta respecto de
cosas que jamás han existido, o que han dejado de existir, o que no pueden existir. La
jurídica, cuando la obligación procura la adquisición de cosas que no pueden ser objeto
de propiedad, o que ya son propiedad del acreedor, o un matrimonio entre personas que
no pueden casarse debido a su parentesco.
En cuanto a los hechos ilícitos entendidos según el concepto ya expresado, es de
toda lógica la prohibición legal y naturalmente no pueden ser objeto de los actos
jurídicos, ya que un hecho ilícito jamás podrá merecer la protección de la justicia.
La alusión a las buenas costumbres y a la moral, tiene estrecha relación con la
idea de ética en la realización de los actos, lo que ha permitido a los jueces hacer
prevalecer la equidad en las transacciones y aplicar los principios de solidaridad y
34
Borda, Guillermo A.; Tratado…Op. cit., p. 107.
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35
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 344.
36
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 257 a 288”; Op. cit., p. 465.
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37
Garibotto, Juan Carlos, Teoría general, op. cit., p. 46.
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conversión, el acto nulo, pasa a ser un acto jurídico distinto, tal como lo dispone el art.
285. Se encuentran contemplados los supuestos del art. 1017 en sus 4 incisos, donde el
negocio se transforma en la obligación de otorgarlo según la forma impuesta en la ley.
Formales no solemnes. En este tipo de actos la forma se exige “ad probationem”.
Los actos adquieren relieve cualquiera sea la forma en que se los otorgue, pero no se los
puede probar si no se exhibe la forma o instrumento exigido por la ley. Están incluidos:
los contratos que sea de uso instrumentar, los que no pueden ser probados
exclusivamente por testigos (art. 1019), las donaciones no incluidas en el art. 1552,
etc.38
La forma escrita. La expresión escrita puede tener lugar por instrumentos públicos, o
por instrumentos particulares firmados o no firmados, excepto en los casos en que
determinada instrumentación sea impuesta. Puede hacerse constar en cualquier soporte,
siempre que su contenido sea representado con texto inteligible, aunque su lectura exija
medios técnicos (art. 286).
Cuando se hubiere ordenado exclusivamente una clase de instrumento público, la
falta de esa especie no puede ser suplida por especie diferente.
Ley aplicable a las formas. El art. 2649 expresa que las formas y solemnidades de los
actos jurídicos, su validez o nulidad y la necesidad de publicidad, se juzgan por las leyes
y usos del lugar en que los actos se hubieren celebrado, realizado u otorgado. Cuando la
ley aplicable al fondo de la relación jurídica exija determinada calidad formal, conforme
a ese derecho se debe determinar la equivalencia entre la forma exigida y la forma
realizada. Si los contratantes se encuentran en distintos Estados al tiempo de la
celebración, la validez formal del acto se rige por el derecho del país de donde parte la
oferta aceptada o, en su defecto, por el derecho aplicable al fondo de la relación jurídica.
D) La causa. De acuerdo con los arts. 281 a 283, la causa es el fin inmediato autorizado
por el ordenamiento jurídico que ha sido determinante de la voluntad. También integran
la causa los motivos exteriorizados cuando sean lícitos y hayan sido incorporados al
acto en forma expresa, o tácitamente si son esenciales para ambas partes. Aunque la
causa no esté expresada en el acto se presume que existe mientras no se pruebe lo
contrario. El acto es válido aunque la causa expresada sea falsa si se funda en otra causa
verdadera. En cuanto a los actos (pagaré, cheque) o contratos (fianza, hipoteca, prenda)
38
Belluscio y Zannoni, ob. cit., pp. 467/468.
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39
Borda, Guillermo A.; Tratado…, Op. cit., pp. 96/97.
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como la escritura matriz. Si hay alguna variación entre ésta y la copia o testimonio, se
debe estar al contenido de la escritura matriz (art. 299).
La escritura matriz es la escritura original que queda incorporada al libro de
protocolo, de modo que los ejemplares que se entregan a las partes son reproducciones
de la original, los que se denominan “testimonios” o copias, que también son
instrumentos públicos con todas sus cualidades. El libro de protocolo es aquel donde el
escribano registra las escrituras matrices, y se forma con los folios habilitados para el
uso de cada registro, numerados correlativamente en cada año calendario, y con los
documentos que se incorporan por exigencia legal o a requerimiento de las partes del
acto. Debe estar numerado, rubricado o sellado, y las escrituras incorporadas en orden
cronológico (art. 300). La protocolización es la incorporación de un instrumento
(público o privado) al libro de protocolo del escribano. Las escrituras que no estén en el
protocolo no tienen valor alguno como tales.
El escribano debe recibir por sí mismo las declaraciones de todos los
comparecientes al acto y debe configurar técnicamente el mismo. Las escrituras
públicas deben extenderse en un único acto, y pueden ser manuscritas o
mecanografiadas, pudiendo utilizarse mecanismos electrónicos de procesamiento de
textos, siempre que la redacción quede estampada en el soporte exigido por las
reglamentaciones, con caracteres fácilmente legibles. En los casos de pluralidad de
otorgantes en los que no haya entrega de dinero, valores o cosas en presencia del
notario, los interesados pueden suscribir la escritura en distintas horas del mismo día de
su otorgamiento. Este procedimiento puede utilizarse siempre que no se modifique el
texto definitivo al tiempo de la primera firma (art. 301).
Las escrituras deben hacerse en el idioma nacional. Si las partes no lo hablaren, se
confeccionará una “minuta” (síntesis de la escritura) firmada por todas las partes en
presencia del escribano, traducida por traductor público. La minuta y su traducción
deben quedar protocolizadas (art. 302). No se deben dejar espacios en blanco, ni utilizar
abreviaturas, o iniciales, excepto que estas dos últimas consten en los documentos que
se transcriben, o sean signos o abreviaturas científicas o socialmente admitidas con
sentido unívoco. Pueden usarse números, excepto para las cantidades que se entregan en
presencia del escribano y otras cantidades o datos que corresponden a elementos
esenciales del acto jurídico. Si alguno de los otorgantes del acto tiene discapacidad
auditiva, deben intervenir dos testigos que puedan dar cuenta del conocimiento y
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comprensión del acto por la persona otorgante. Si es alfabeta, además, la escritura debe
hacerse de conformidad a una minuta firmada por ella y el escribano debe dar fe de ese
hecho. La minuta debe quedar protocolizada (arts. 303 y 304).
En cuanto a su contenido, la escritura pública debe expresar: a) lugar y fecha de su
otorgamiento; si cualquiera de las partes lo requiere o el escribano lo considera
conveniente, la hora en que se firma el instrumento; b) los nombres, apellidos,
documento de identidad, domicilio real y especial si lo hubiera, fecha de nacimiento y
estado de familia de los otorgantes; si se trata de personas casadas, se debe consignar
también si lo son en primeras o posteriores nupcias y el nombre del cónyuge, si resulta
relevante en atención a la naturaleza del acto; si el otorgante es una persona jurídica, se
debe dejar constancia de su denominación completa, domicilio social y datos de
inscripción de su constitución si corresponde; c) la naturaleza del acto y la
individualización de los bienes que constituyen su objeto; d) la constancia instrumental
de la lectura que el escribano debe hacer en el acto del otorgamiento de la escritura; e)
las enmiendas, testados, borraduras, entrelíneas, u otras modificaciones efectuadas al
instrumento en partes esenciales, que deben ser realizadas de puño y letra del escribano
y antes de la firma; f) la firma de los otorgantes, del escribano y de los testigos si los
hubiera; si alguno de los otorgantes no sabe o no puede firmar, debe hacerlo en su
nombre otra persona; debe hacerse constar la manifestación sobre la causa del
impedimento y la impresión digital del otorgante (art. 305).
Son nulas las escrituras que no tengan la designación del tiempo y lugar en que
sean hechas, el nombre de los otorgantes, la firma del escribano y de las partes, la firma
a ruego de ellas cuando no saben o no pueden escribir y la firma de los dos testigos del
acto cuando su presencia sea requerida. La inobservancia de las otras formalidades no
anula las escrituras, pero los escribanos o funcionarios públicos pueden ser sancionados
(art. 309).
El escribano debe dar copia o testimonio de la escritura a las partes.
Actas notariales. Se denominan actas los documentos notariales que tienen por objeto la
comprobación de hechos. Las actas están sujetas a los requisitos de las escrituras
públicas, con las siguientes modificaciones: a) se debe hacer constar el requerimiento
que motiva la intervención del notario y, en su caso, la manifestación del requirente
respecto al interés propio o de terceros con que actúa; b) no es necesaria la acreditación
de personería ni la del interés de terceros que alega el requirente; c) no es necesario que
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el notario conozca o identifique a las personas con quienes trata a los efectos de realizar
las notificaciones, requerimientos y otras diligencias; d) las personas requeridas o
notificadas, en la medida en que el objeto de la comprobación así lo permita, deben ser
previamente informadas del carácter en que interviene el notario y, en su caso, del
derecho a no responder o de contestar; en este último supuesto se deben hacer constar
en el documento las manifestaciones que se hagan; e) el notario puede practicar las
diligencias sin la concurrencia del requirente cuando por su objeto no sea necesario; f)
no requieren unidad de acto ni de redacción; pueden extenderse simultáneamente o con
posterioridad a los hechos que se narran, pero en el mismo día, y pueden separarse en
dos o más partes o diligencias, siguiendo el orden cronológico; g) pueden autorizarse
aun cuando alguno de los interesados rehúse firmar, de lo cual debe dejarse constancia
(art. 311).
El valor probatorio de las actas se circunscribe a los hechos que el notario tiene a
la vista, a la verificación de su existencia y su estado. En cuanto a las personas, se
circunscribe a su identificación si existe, y debe dejarse constancia de las declaraciones
y juicios que emiten. Las declaraciones deben referirse como mero hecho y no como
contenido negocial (art. 312).
B) Instrumentos particulares. Son instrumentos privados aquellos que se otorgan sin
intervención de ningún oficial público. En ellos no se observa formalidad esencial
alguna, rigiendo el principio de libertad de formas, de modo que las partes pueden
otorgarlos en el idioma y con las solemnidades que juzguen más convenientes.
Los instrumentos particulares pueden estar firmados o no. Si lo están, se llaman
instrumentos privados. Si no lo están, se los denomina instrumentos particulares no
firmados; esta categoría comprende todo escrito no firmado, entre otros, los impresos,
los registros visuales o auditivos de cosas o hechos y, cualquiera que sea el medio
empleado, los registros de la palabra y de información (art. 287).
La firma prueba la autoría de la declaración de voluntad expresada en el texto al
cual corresponde. Debe consistir en el nombre del firmante o en un signo. En los
instrumentos generados por medios electrónicos, el requisito de la firma de una persona
queda satisfecho si se utiliza una firma digital, que asegure indubitablemente la autoría e
integridad del instrumento (art. 288).
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validez del acto dependerá de los restantes elementos de prueba que acrediten la
efectiva realización del mismo (art. 59, Ley de Contrato de Trabajo).
Fuerza probatoria de los instrumentos privados. El valor probatorio de los instrumentos
particulares debe ser apreciado por el juez ponderando, entre otras pautas, la
congruencia entre lo sucedido y narrado, la precisión y claridad técnica del texto, los
usos y prácticas del tráfico, las relaciones precedentes y la confiabilidad de los soportes
utilizados y de los procedimientos técnicos que se apliquen (art. 319).
A diferencia de los instrumentos públicos que son auténticos por sí mismos, los
instrumentos privados deben ser probados. De ahí que los instrumentos privados no
hacen plena fe por sí mismos y para que tengan validez deben ser reconocidos por las
partes. Esto se produce a través del reconocimiento de firmas, que puede ser voluntario
o forzado por la prueba pericial.
De este modo, si una de las partes quiere hacer valer un instrumento privado
deberá acreditar que es auténtico, lo cual requiere que la otra parte reconozca su firma
en el documento. Y sobre este punto dispone el art. 314 que “todo aquel contra quien se
presente un instrumento cuya firma se le atribuye, debe manifestar si ésta le pertenece.
Los herederos pueden limitarse a manifestar que ignoran si la firma es o no de su
causante”. Si el que aparece firmando negare su firma, o sus sucesores declarasen que
no la conocen, la autenticidad de la firma puede probarse por cualquier medio. Si se
tratase de personas jurídicas, corresponde citar a sus representantes. El instrumento
privado reconocido, o declarado auténtico por sentencia, o cuya firma está certificada
por escribano, no puede ser impugnado por quienes lo hayan reconocido, excepto por
vicios en el acto del reconocimiento. Debe destacarse que el reconocimiento de la firma
importa el reconocimiento del cuerpo del instrumento privado (art. 314), quedando así
probada la autenticidad del documento y la veracidad de su contenido. El documento
signado con la impresión digital vale como principio de prueba por escrito y puede ser
impugnado en su contenido.
El silencio debe ser interpretado como aceptación de la autoría de la firma (art.
263). En igual sentido los códigos procesales disponen que “la citación al demandado
para que efectúe el reconocimiento de su firma se hará bajo apercibimiento de que si no
compareciese o no contestare categóricamente, se tendrá por reconocido el documento,
o por confesados los hechos en los demás casos. El citado deberá comparecer
personalmente y formular la manifestación ante el juez. Dicha manifestación no podrá
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ser reemplazada por un escrito; tampoco podrá formularse por medio de gestor. Si el
citado no compareciere, o no probare justa causa de inasistencia, se hará efectivo
inexcusablemente el apercibimiento y se procederá como si el documento hubiere sido
reconocido por el deudor personalmente, o hubiese confesado los hechos, en los demás
casos” (arts. 526 CPCCN y 524 CPCCBA). Si el documento no fuere reconocido, el
juez, a pedido de la parte interesada, previo dictamen de un perito calígrafo designado
de oficio, declarará si la firma es auténtica.
El instrumento privado, asimismo, no produce efectos respecto a terceros sino
hasta adquirir fecha cierta (art. 317), lo que se justifica para evitar que las partes
simulen actos jurídicos fijando fechas falsas (anteriores o posteriores a la verdadera
fecha del acto) para perjudicar a terceros. Adquieren fecha cierta el día en que acontece
un hecho del que resulta como consecuencia ineludible que el documento ya estaba
firmado o no pudo ser firmado después. La prueba puede producirse por cualquier
medio, y debe ser apreciada rigurosamente por el juez. Las pautas para considerar que
un instrumento privado, aun cuando se halle reconocido, ha adquirido fecha cierta,
pueden entre otras ser: la de su exhibición en juicio o en cualquiera repartición pública,
si allí quedase archivado; la de su reconocimiento ante un escribano público; la de su
transcripción en cualquier registro público; la del fallecimiento de la parte que lo firmó,
o del de la que lo escribió, o del que firmó como testigo, etc.
2.3. Clasificación de los actos jurídicos. El nuevo Código no contiene una
clasificación de los actos jurídicos, pero la doctrina suele clasificarlos del siguiente
modo:
a) Positivos o negativos. Según que sea necesaria la realización u omisión de un acto,
para que un derecho comience o acabe.
b) Unilaterales o bilaterales. Son unilaterales cuando basta para formarlos la voluntad
de una sola persona, como el testamento. Son bilaterales, cuando requieren el
consentimiento de dos o más partes. Se requiere la existencia de dos partes que actúen
de manera autónoma y con un interés distinto, como sucede en todos los contratos.
c) Entre vivos o de última voluntad. Los actos entre vivos son actos jurídicos cuya
eficacia no depende del fallecimiento de aquellos de cuya voluntad emanan, como son
los contratos. Son actos o disposiciones de última voluntad, como son los testamentos,
los que producen efectos después del fallecimiento de aquellos de cuya voluntad
emanan.
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40
Rabinovich-Berkman, Ricardo D., Derecho Civil. Parte General, Ed. Astrea, Bs. As., 2000, p. 594.
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41
Tobías, José W.; Estudios de la Parte General del Derecho Civil; Ed. La Ley, Bs. As., 2006, p. 245.
42
Méndez Costa, María; “Actos de administración y actos de disposición”; Revista del Notariado, Nº 711,
p. 701.
43
Tobías, José W.; Estudios…Op. cit., p. 252.
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adquirido) a un hecho futuro e incierto, que puede o no ocurrir (art. 343). En el primer
caso la condición es suspensiva; en el segundo es resolutoria. Es nulo el acto
subordinado a un hecho imposible, contrario a la moral y a las buenas costumbres,
prohibido por el ordenamiento jurídico o que depende exclusivamente de la voluntad
del obligado (condiciones prohibidas, art. 344). Plazo o término, es la cláusula en cuya
virtud la exigibilidad o la extinción de un acto jurídico pueden depender de su
vencimiento o del transcurso del tiempo (art. 350). En caso de pago anticipado, el
obligado que cumple o restituye antes del plazo no puede repetir lo pagado (art. 352). El
plazo caduca si el obligado tiene declaración de quiebra pero no en caso de concurso; si
disminuye por acto propio las garantías otorgadas al acreedor para el cumplimiento de
la obligación, o si no ha constituido las garantías prometidas, entre otros supuestos
relevantes (art. 353). Cargo es una obligación accesoria impuesta al adquirente de un
derecho. No impide los efectos del acto, excepto que su cumplimiento se haya previsto
como condición suspensiva, ni los resuelve, excepto que su cumplimiento se haya
estipulado como condición resolutoria. En caso de duda, se entiende que tal condición
no existe (art. 354). El derecho adquirido es transmisible por actos entre vivos o por
causa de muerte y con él se traspasa la obligación de cumplir el cargo, excepto que sólo
pueda ser ejecutado por quien se obligó inicialmente a cumplirlo. Si el cumplimiento
del cargo es inherente a la persona y ésta muere sin cumplirlo, la adquisición del
derecho principal queda sin efecto, volviendo los bienes al titular originario o a sus
herederos (art. 356). El cargo consistente en hechos que no pueden serlo como
condición, se tiene por no escrito, pero no provoca la nulidad del acto (art. 357).
i) Principales y accesorios, según su interdependencia. El principal puede existir por sí
solo. El accesorio presupone otro del cual depende y por el cual se justifica; tal el caso
del pacto de retroventa (art. 1163); la fianza (art. 1574); la hipoteca (art. 2205), etc.
j) Constitutivos y declarativos. Los primeros son los que crean o constituyen relaciones
jurídicas nuevas, produciendo efectos desde que se celebran y hacia el futuro (contrato).
Los segundos son los que reconocen situaciones o relaciones preexistentes y
generalmente operan con retroactividad al día del nacimiento de la relación que
reconocen o definen (reconocimiento de deuda, ratificación de gestión, transacción,
confirmación de negocio inválido, ratificación del mandato, etc.
k) Del derecho público y del derecho privado. Los primeros son actos administrativos
que provienen de una declaración del ente público, no como simple sujeto de derecho,
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sino como órgano del Estado o de la administración pública. Los segundos son los que
se establecen entre los particulares.
2.4. Vicios de la voluntad. Son las circunstancias y motivaciones que afectan la validez
de los actos jurídicos. La voluntad incompleta, defectuosa o imperfecta, puede afectar al
discernimiento, a la intención (error o dolo) y a la libertad (violencia e intimidación).
Luego la “simulación”, el “fraude” y la “lesión” pueden afectar al acto jurídico
propiamente dicho.
2.4.1. Vicios del discernimiento. La ausencia de discernimiento no solo incide sobre la
validez del acto, sino también sobre la responsabilidad y la imputación. Para nuestro
código se afecta el discernimiento por: a) Inmadurez, por razones de edad. La ley
considera carentes de madurez, a los actos lícitos practicados por personas menores de
edad (art. 25), y específicamente carentes de discernimiento los actos ilícitos
practicados por menores de 10 años (art. 261, inc. b), y menores de 13 años (art. 261,
inc. c), sin perjuicio de lo establecido en disposiciones especiales; b) Incapacidad,
declarada por sentencia judicial (art. 24 inc. c). Son nulos los actos de la persona
incapaz y con capacidad restringida posteriores a la inscripción de la sentencia
declarativa de incapacidad (art. 44); los actos anteriores a la inscripción pueden ser
declarados nulos, si perjudican a la persona incapaz o con capacidad restringida y
concurren los demás requisitos del art. 45; y c) Inconsciencia, debido a una situación
accidental transitoria que priva a la persona del uso de su razón (art. 261 inc. a). Tales
son los casos de hipnotismo, sonambulismo, embriaguez, drogadicción, pánico,
intoxicación con medicamentos, lipotimias, etc. La prueba de ese estado está a cargo de
quien lo invoca. Sin embargo debe aclararse que se exige que el que ha pasado por ese
estado de inconsciencia con pérdida del discernimiento, no se haya colocado
voluntariamente en tal estado. En consecuencia, no se considerarán involuntarios los
actos ilícitos practicados en estados como los mencionados, si no se prueba que estos
fueron involuntarios.
2.4.2. Vicios de la intención. Los actos serán reputados practicados sin intención,
cuando fueren hechos por error, o por dolo, y aquellos que se ejecutaren por fuerza o
intimidación.
A) ERROR. Se entiende por “error” el falso conocimiento de la realidad de las cosas
que, de no haberlo tenido, la persona jamás habría celebrado el acto. “La noción exacta
de una cosa puede faltarnos, ya sea porque no tengamos ninguna idea, o porque
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tengamos una falsa idea. En el primer caso hay ignorancia; en el segundo error. La
apreciación jurídica de estos dos estados es la misma y desde entonces es indiferente
emplear una u otra expresión”, decía el codificador de 1871 en la Nota al art. 923
derogado.
Clases de error. El error puede ser de derecho o de hecho.
1) El error de derecho es la ignorancia o falsa noción sobre la existencia o
vigencia de la ley. Pero la ignorancia de las leyes o el error de derecho en ningún caso
impedirán los efectos legales de los actos lícitos, ni excusará la responsabilidad por los
actos ilícitos. Así, el art. 8 sienta el principio de inexcusabilidad al disponer que: “La
ignorancia de las leyes no sirve de excusa para su cumplimiento, si la excepción no está
autorizada por el ordenamiento jurídico”.
Sin embargo existen excepciones legales al principio de inexcusabilidad del error
de derecho, como el pago indebido (art. 1796) o las transacciones fundadas en título
nulo (art. 1645), el poseedor de buena fe (art. 1918), el heredero aparente o poseedor de
la herencia de buena fe (art. 2315).
2) El error de hecho tiene lugar cuando el falso conocimiento recae sobre un dato
de hecho, contenido o presupuesto del acto, es decir, falta el exacto conocimiento del
estado de las cosas. Este es el vicio que puede afectar al acto, ya que el error de derecho,
como vimos, no tiene justificación legal ni es eximente de responsabilidad.
El error de hecho puede ser esencial o accidental.
El error de hecho esencial es el que recae sobre los elementos fundamentales del
acto jurídico, causando su nulidad. De acuerdo con el art. 267 el error de hecho es
esencial cuando recae sobre: a) la naturaleza del acto (una de las partes recibe dinero en
préstamo de la otra, y esta cree que es una donación); b) un bien o un hecho diverso o de
distinta especie que el que se pretendió designar, o una calidad, extensión o suma
diversa a la querida (alquilo un salón para una fiesta y en realidad es para conferencias);
c) la cualidad sustancial del bien que haya sido determinante de la voluntad jurídica
según la apreciación común o las circunstancias del caso (alquilo un caballo de carreras
y me entregan uno común); d) los motivos personales relevantes que hayan sido
incorporados expresa o tácitamente (contrato una caja de seguridad en Buenos Aires y
me la abren en Mendoza); e) la persona con la cual se celebró o a la cual se refiere el
acto si ella fue determinante para su celebración (creo contratar a una persona y en
realidad estoy contratando a su gemelo, o a otra persona).
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44
Benavente, María I. “Arts. 257 a 283” en Código Civil y Comercial de la Nación comentado. Ricardo Luis
Lo-renzetti (Director). Tomo II, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, pp. 47-48.
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45
Borda, Guillermo A. Tratado de Derecho Civil. Parte General, t. II, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1991,
p. 298.
46
Llambías, Jorge J.; Tratado… Parte General, op. cit., t. II, p. 436.
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47
Benavente, María I. “Arts. 257 a 283” en Código… Ricardo L. Lorenzetti (Director). Op. cit., pp. 70-71.
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La fuerza irresistible y las amenazas que generan el temor de sufrir un mal grave e
inminente que no se puedan contrarrestar o evitar en la persona o bienes de la parte o de
un tercero, causan la nulidad del acto. La relevancia de las amenazas debe ser juzgada
teniendo en cuenta la situación del amenazado y las demás circunstancias del caso (art.
276). El autor de la fuerza irresistible y de las amenazas puede ser una de las partes del
acto, o un tercero.
No hay intimidación por amenazas cuando el que las hace se limitase a ejercitar
sus propios derechos. Asimismo, el temor reverencial, o el de los descendientes hacia
los ascendientes, o de los subordinados hacia sus superiores, no es causa objetiva y
suficiente para anular los actos, por lo que habrá que analizar en el caso concreto si
dicho temor fue o no idóneo para determinar al otro a realizar el acto, esto es, si se
configuran los elementos de la intimidación.48
El autor de la fuerza o la intimidación debe reparar los daños. El acto podrá
anularse aunque la fuerza o la intimidación hayan sido empleadas por un tercero que no
intervenga en él. Si la contraparte conocía la acción de fuerza o intimidación cometida
por el tercero, responderá solidariamente, pero si la ignoraba, y el acto se declara nulo,
el tercero será el único responsable de todos los daños y perjuicios ocasionados a la
parte perjudicada por la declaración de nulidad (art. 278).
2.5. Vicios propios de los actos jurídicos.
2.5.1. Simulación.
2.5.1.1. La simulación en los actos jurídicos. Concepto. Nociones generales.
La simulación es un defecto del acto jurídico contrario a la buena fe. Consiste en
un acto que, por acuerdo de partes, se celebra exteriorizando una declaración de
voluntad no verdadera, que tienen por finalidad engañar a terceros.49 El art. 333 da la
noción general de lo que constituye simulación: “La simulación tiene lugar cuando se
encubre el carácter jurídico de un acto bajo la apariencia de otro, o cuando el acto
contiene cláusulas que no son sinceras, o fechas que no son verdaderas, o cuando por él
se constituyen o transmiten derechos a personas interpuestas, que no son aquellas para
quienes en realidad se constituyen o transmiten”.
48
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 257 a 288”. Op. cit., p. 459.
49
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 332 a 357” en Código Civil y Comercial de la Nación
comentado; Marisa Herrera, Gustavo Caramelo y Sebastián Picasso (Directores). Ed. Infojus, Tomo I, Bs.
As., 2015, p. 541.
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50
Cámara, Héctor; Simulación en los actos jurídicos, 2º ed., Buenos Aires, Depalma, 1958, pp. 26 y 29.
51
Ghersi, Carlos A.; Derecho Civil. Parte general, Ed. Astrea, 1993, Bs. As., p. 437.
52
Cifuentes, Santos; Elementos de derecho civil. Parte general; Buenos Aires, Astrea, 1992, p. 377.
53
Rivera, Julio César; “Acción de simulación”, ED, 60-896.
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54
Cámara, Héctor; Op. cit., p. 26.
55
Rivera, Julio César; ob. cit., pp. 902/903.
56
Llambías, Jorge J.; Tratado…Parte general, op. cit. t. II, pp. 458-459.
57
De Ruggiero, Roberto; Instituciones de Derecho Civil, Madrid, 1925, t. I, p. 261. Cita en Rivera, Julio C.;
ob. cit., p. 903. Por ejemplo, en el caso clásico de la donación encubierta bajo forma de compraventa,
“demostrada la simulación, la compraventa sería anulada pero surgiría la donación, por lo que la
transmisión de la propiedad quedaría igualmente perfeccionada siempre que no hubiera, en el acto real
que ha quedado al descubierto, violación de la ley ni perjuicio a un tercero”. Rivera estima que esta
última solución es la que pone el adecuado marco a la cuestión.
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acuerdo simulatorio. El acto simulado, como tal, reconoce un para qué, una causa, que
debe hallarse en el acuerdo simulatorio”.58
A) El negocio oculto. El acuerdo simulatorio se realiza entre dos personas, aunque
el negocio simulado aproveche solo a una de ellas, y se da principalmente en los casos
de simulación ilícita, donde un deudor simula vender sus bienes a un tercero, para
perjudicar a sus acreedores.59
En tal caso, el tercero “es arrastrado, como cómplice, a participar del acto aparente
que el primero ideó para burlar a sus acreedores. Suele ocurrir que éste segundo, al
tiempo de tener que devolver lo que simulada e ilícitamente adquirió, se niegue a
hacerlo. La ley civil, al prohibir ejercer la acción para obtener el reintegro, si bien
sancionaba a un culpable, beneficiaba al otro, con lo que su dolo obtenía así un premio
legal”, como lo puntualiza Morello, quien califica a éste último como el simulador
principal.60
Ejemplo clásico de un acto simulado, es la donación (acto disimulado) oculta bajo
el ropaje de una compraventa (acto visible), lo que presupone un acuerdo previo entre
donante y donatario para tal fin (acuerdo simulatorio). Aquí la causa simulandi, esto es,
el motivo de la simulación, estaría claramente representada por el interés del vendedor
de caer en estado de aparente insolvencia para salvar de su patrimonio los bienes
vendidos, sobre los que, caso contrario, podría lograr el acreedor la efectividad de su
crédito.
B) La causa simulandi. La simulación del negocio jurídico obedece siempre a un
motivo, a una razón mediante la cual las partes deciden llevar adelante el negocio
simulado; lo ordinario y razonable en el mundo negocial es actuar con una causa o
motivo. El acto visible y el oculto se ligan así a través del acuerdo simulatorio en
función de una causa fin o finalidad, por lo que el proceso simulatorio radica en la
“discordancia entre los móviles determinantes que contiene el acuerdo simulatorio y los
intereses económico-sociales que el negocio simulado está destinado a cumplir”.61 La
58
Mosset Iturraspe, Negocios simulados, 1, nº 9, p. 33. Cita en Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 388.
59
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 388.
60
Morello, Augusto Mario; “Dos aspectos de la Reforma del Código Civil en materia de Simulación”, en
Examen y crítica de la reforma del Código Civil, Ed. Platense, La Plata, 1971, v. I, Parte General, p. 316 y
nota 10.
61
Ghersi, Carlos A.; ob. cit., p. 439.
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causa simulandi “es el motivo que induce a dar apariencia a un negocio jurídico que no
existe, o a presentarlo en forma distinta de la que le corresponde”.62
Las relaciones que surgen del acto simulado, tanto entre las partes entre sí como
entre éstas y los terceros, se emparentan con la licitud o ilicitud de la causa simulandi.
Si la causa fin es lícita y no perjudica a terceros, el acto oculto obliga a las partes entre
sí, dejando incluso expedita la respectiva acción declarativa para el caso de
incumplimiento del acuerdo simulatorio. En cambio, si es ilícita, y causa perjuicios a
terceros, las partes no podrán ejercer entre ellas la acción de simulación y aquellos
pueden atacar el negocio simulado para tornarlo ineficaz.63
Debe sin embargo destacarse que la causa simulandi no constituye un elemento
esencial para la procedencia de la acción de simulación y hasta se puede prescindir de
ella cuando su comprobación sea difícil en la acción ejercida por terceros. En cambio,
tiene destacada relevancia para diferenciar la simulación lícita de la ilícita.64
2.5.1.4. Formas de simulación.
El art. 333 prevé distintos supuestos que caracterizan los negocios simulados, y
así la simulación puede referirse: a) a la naturaleza del acto; b) a alguno de sus
elementos (v.gr., el precio); c) a su contenido (v.gr., la fecha); d) a los sujetos que en él
intervienen, caso que plantea el problema de la interposición de personas.
a) Simulación de la naturaleza del acto. La norma se refiere a la simulación que encubre
el carácter jurídico de un acto bajo la apariencia de otro. El caso frecuente ya
apuntado, es cuando se dona bajo apariencia de una compraventa. Lo encubierto es la
donación realizada por quien transmite el dominio, a través de un negocio distinto (la
compraventa).
b) y c) Simulación de los elementos del acto o de su contenido. La norma se refiere a
cláusulas que no son sinceras, o a fechas que no son las verdaderas. Es el caso de una
compraventa de inmueble en la que se simula un precio inferior al real en la escritura,
para aminorar o eludir deberes fiscales; o de quien aparece comprando un bien y no es
quien paga el precio, cuando en la escritura figura que fue el comprador quien abonó el
dinero.
62
Mosset Iturraspe, Negocios simulados, nº 2, p. 16. Cita en Belluscio-Zannoni, ob. cit., pp. 389/390.
63
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 390.
64
Cifuentes, Santos; “Controversia sobre la causa simulandi y su incidencia en el juzgamiento de la
simulación”. ED, 174-390 y sigts.
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d) Interposición de personas. El art. 333 incluye como hipótesis de simulación los casos
en que se constituyen o transmiten derechos a personas interpuestas, que no son
aquellas para quienes en realidad se constituyen o transmiten.
d.1) Interposición ficticia. El testaferro. En este caso, la simulación se realiza con
la intervención de un tercero que se posiciona en el lugar de una de las partes del
contrato. El caso clásico es el de (A) que quiere donar un bien a otra persona (B), y para
ello recurre a un tercero (C) a quien “vende” el bien. Este tercero comprador C -el
testaferro-, a su vez “vende” luego el bien al real destinatario de la donación (B). Esta
operación elíptica de interposición ficta, suele ocurrir cuando existen normas que
prohíben la realización del acto, o directamente para eludir la ley.
d.2) Interposición real. En este caso, un tercero interpuesto adquiere
efectivamente el bien que a él fue transmitido, pero en rigor lo hace como mandatario
oculto del real interesado en la adquisición, sin que lo sepa el vendedor, quien en todo
tiempo entiende realizar un acto real.
d.3) Interposición fiduciaria. En este caso, la persona interpuesta adquiere los
derechos que se le transmiten, pero se obliga a traspasarlos a un tercero. A diferencia
del testaferro, el fiduciario adquiere efectivamente el derecho, aunque en virtud del
pacto de fiducia, surgen límites en sus poderes. El fiduciante sólo tiene un derecho
personal a la satisfacción de la obligación por el fiduciario; mientras que éste es titular
del derecho transmitido.
d.4) Simulación e interposición real. Se ha dicho que en la interposición real de
personas no hay simulación “pues el transmitente ignora que ha tratado con el testaferro
de un tercero”, por lo que en tal caso el acto es real y surte efectos entre las partes. De
ahí que este supuesto no encuadre en el art. 333, “puesto que aquél no ha constituido o
transmitido derechos a personas distintas del adquirente”. Por ello, si de la interposición
que emana del mandato oculto resulta una violación a la ley, la nulidad que del acto se
declare no tendrá base en la simulación, sino en la conducta contraria a derecho.65
La jurisprudencia confirma el criterio expuesto: “Cuando el acto jurídico fue
ejecutado con interposición real de personas, es decir, mediante quien es mandatario
oculto de otra persona que no aparece como parte del acto, es válido y no adolece de
simulación. Esta es la posición mayoritaria para la cual es requisito de la simulación el
acuerdo de partes para simular; ausente en la hipótesis de interposición real de
65
Belluscio y Zannoni, ob. cit., pp. 396/399.
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66
CNCom., sala B, febrero 15-1995, voto de la Dra. Ana I. Piaggi (mayoría) “Gregoret, Rubén Fermín c/
Pescasur S.A. s/ ordinario”. ED, t. 163, pp. 777 a 785.
67
CNCiv., sala G, 24/3/92, voto del Dr. Roberto Greco (mayoría). JA, 1992-IV-225 y sigts.
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cuando se emplea para dar a un acto jurídico una apariencia que oculta su verdadero
carácter. En este caso, coexisten dos actos jurídicos: uno ostensible, aparente, y otro
oculto, real que es el que refleja la verdadera motivación de las partes. Aquí se produce
pues una “divergencia entre la intención práctica y la causa típica del negocio”.68 Otros
criterios doctrinarios apuntan a considerar la llamada simulación por interposición de
personas como una categoría autónoma de simulación.69
B) Simulación lícita e ilícita. El art. 334 dispone: “La simulación ilícita o que perjudica
a un tercero provoca la nulidad del acto ostensible. Si el acto simulado encubre otro
real, éste es plenamente eficaz si concurren los requisitos propios de su categoría y no es
ilícito ni perjudica a un tercero. Las mismas disposiciones rigen en el caso de cláusulas
simuladas”. De ahí que será ilícita la simulación cuyo contenido sea contrario al
ordenamiento jurídico o cause perjuicios a un tercero (caso en el cual la acción de
simulación procurará la declaración de nulidad del acto aparente), mientras que si tales
condiciones no se verifican la simulación tendrá carácter lícito.
Para Rivera, los casos de simulación lícita “son puramente teóricos”, pues por lo
general, las partes tienen intención de producir perjuicio. Y aun cuando esa intención no
exista, el perjuicio puede igualmente verificarse. En el caso clásico de la donación
simulada como compraventa que resulta, en principio, lícita, “pues, si el donante no
tiene herederos forzosos y no se trata del pago del pretium stupri, nada podría objetarse;
sin embargo surge la figura del Fisco como perjudicado, ya que en tal acto se omite el
pago del impuesto a la transmisión gratuita o el que haga sus veces, lo que otorga
carácter ilícito al acto que, sustancialmente, no perjudica los derechos de terceros”.
Además, “para calificar de ilícita a la simulación, basta con que ella tenga un fin ilícito,
sin que sea necesario que tal fin se haya consumado”.70
Por otra parte, en el caso de la simulación lícita, el acuerdo simulatorio “vincula a
las partes al negocio oculto en la simulación relativa, en función del respeto a la
autonomía de la voluntad”.71
2.5.1.6. Acción de simulación.
A) Introducción. Objeto de la acción.
68
Belluscio y Zannoni, ob. cit., pp. 401-402.
69
Rivera, Julio César; “Acción de simulación”, ED, 60-897.
70
Rivera, Julio César; Acción de simulación, ED, 60-897/98.
71
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 404.
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Los derechos de las partes que celebraron una simulación lícita, o de los terceros
que han resultado víctimas de un perjuicio en la simulación ilícita, se dirime a través de
la acción de simulación, cuyo objeto es precisamente, la declaración de simulado del
acto que se ataca.
Por ello, quienes “otorgan un acto simulado ilícito o que perjudica a terceros no
pueden ejercer acción alguna el uno contra el otro sobre la simulación”, excepto que las
partes no obtengan beneficio alguno del ejercicio de la acción de simulación (art. 335,
1ra. parte).
La acción de simulación, junto a la acción subrogatoria y la acción revocatoria o
pauliana, integran las llamadas acciones conservatorias o integrativas del patrimonio
del deudor, cuyo patrimonio es la “prenda común de los acreedores”. Por ello se ha
considerado que la acción de simulación, es “el conducto para conseguir la declaración
del vicio”, pues de esta forma el acreedor logra “el mantenimiento de la garantía del
patrimonio del deudor para la efectiva concreción de sus derechos de crédito. El bien
aparentemente salido del patrimonio sigue claramente perteneciendo a él, más allá de su
salida aparente”.72
En cuanto al objeto, la acción de simulación se endereza “a la simple
comprobación judicial de la verdadera realidad jurídica, oculta bajo una falsa
apariencia, y a preparar el camino a ulteriores acciones de pago o cumplimiento”.73
B) Acción de simulación entre partes.
A) La acción de simulación persigue la declaración de que el acto es simulado, y se
encamina a sacar a la luz la realidad encubierta, “de donde la acción resulta ahora
declarativa de la realidad oculta”. Y como ello se origina en una controversia entre las
partes del acto simulado, surge como consecuencia que la acción “lleva anexa también
una condena”, pues es evidente que la acción se deduce “para evitar que una de las
partes, prevaliéndose del negocio simulado (...) lesione los intereses que compromete el
negocio disimulado, cuando éste es, por supuesto, lícito”.74
Como regla general las partes carecen de acción entre sí, si se trata de simulación
ilícita. Por excepción “si los simuladores no se proponen consumar el acto ilícito
realizado mediante la simulación, ni aprovechar de él, sino repararlo, destruyendo las
apariencias lesivas de los derechos ajenos, no hay impedimento para la promoción de
72
Boffi Boggero, Luis María; Tratado de las Obligaciones, t. 2, Buenos Aires, ed. Astrea, 1973, p. 477.
73
Rivera, Julio César; Acción de simulación, ED, 60-902.
74
Belluscio y Zannoni, ob. cit., pp. 404/406.
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una acción tendiente a dejar sin efecto el acto simulado”.75 En palabras de Morello el
precepto permite “el arrepentimiento del simulador principal, que quiere volver las
cosas a la situación originaria recuperando los bienes, con lo que su patrimonio
continuará así representando la prenda común de sus acreedores”.
B) Prueba de la simulación entre partes. Exigencia de contradocumento. Las reglas
generales del onus probandi (carga de la prueba) imponen al que afirma un hecho,
producir la prueba de su afirmación. Por tanto, cuando se alega la existencia de
simulación entre las partes del negocio, deberá demostrarse el acuerdo simulatorio en el
cual el demandante -o el excepcionante- participó, y que es controvertido por la otra
parte.
El art. 335, 2da. parte, establece que “La simulación alegada por las partes debe
probarse mediante el respectivo contradocumento. Puede prescindirse de él, cuando la
parte justifica las razones por las cuales no existe o no puede ser presentado y median
circunstancias que hacen inequívoca la simulación”
El contradocumento es el instrumento público o privado, otorgado por las partes o
el beneficiario del acto simulado, normalmente destinado a quedar secreto, en el que se
declara el verdadero carácter o contenido del acto, y tendiente a restablecer la realidad
de las cosas.76
El art. 298 del Código establece: “El contradocumento particular que altera lo
expresado en un instrumento público puede invocarse por las partes, pero es inoponible
respecto a terceros interesados de buena fe”.
Requisitos del contradocumento. El contradocumento es un instrumento que debe ser
otorgado por las mismas partes contratantes, o por el beneficiario aparente de la
simulación, o su representante, y debe referirse al acto visible al cual explica o
modifica, aclarando la verdadera intención de las partes. Los contradocumentos no
consisten nunca en una nueva convención, sino en la explicación o aclaración del
verdadero carácter de aquella.77
No se exige el contradocumento sea otorgado simultáneamente con el acto
simulado, pudiendo ser otorgado antes o con posterioridad al mismo; tampoco que se
empleen términos formales, bastando que de su texto surja que hay simulación y la
75
Llambías, Jorge J.; “Estudio de la Reforma del Código Civil”, J.A., 1969, p. 65.
76
Arauz Castex, M., Derecho Civil. Parte General, Bs. As., 1965, p. 354. Cita en Rivera, Julio; ob. cit., p.
905.
77
Salvat, ob. cit., p. 619.
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existencia de “una conexión tal que muestre simultaneidad intelectual” entre este y el
acto.78
Los requisitos formales del contradocumento son los requeridos para celebrar un
acto jurídico, pudiendo ser redactado en instrumento público o privado. No obstante, la
simulación puede probarse ampliamente sin contradocumento, aun entre las partes,
cuando el acto simulado se realizó para encubrir un acto lícito, o en los casos previstos
en el art. 335.
La jurisprudencia ha resuelto que: “Si no existe un contradocumento donde las
partes hayan exteriorizado que la verdadera voluntad expresada era simulada, es
menester la demostración de circunstancias que hagan inequívoca la existencia de
simulación, porque en tal caso las probanzas deben ser insospechadas, las presunciones
muy fuertes y con sólido basamento, reveladoras, no solamente de la apariencia
negocial y de la realidad oculta, sino de la imposibilidad de obtener el contradocumento
por su inexistencia lógica o su desaparición posterior”.79
C) Prescripción de la acción entre las partes del acto simulado. El art. 2562 inc. a)
dispone que prescribe a los dos años el pedido de declaración de nulidad relativa y de
revisión de actos jurídicos. El cómputo de dicho plazo en la acción de declaración de
nulidad relativa, de revisión y de inoponibilidad de actos jurídicos, se cuenta: “…b) en
la simulación entre partes, desde que, requerida una de ellas, se negó a dejar sin efecto
el acto simulado” (art. 2563).
C) Acción de simulación por los terceros. El art. 336, 1ra. parte, dispone que “Los
terceros cuyos derechos o intereses legítimos son afectados por el acto simulado pueden
demandar su nulidad”. Esta acción tiende a la declaración de la nulidad del acto
simulado, al igual que en el caso de la acción de simulación entre partes, sin que la ley
haga distinción alguna al respecto (ubi lex non distinguit, nec nos distinguere debemus).
El efecto que produce la declaración de simulación, es hacer caer el acto aparente para
dar paso a la realidad de las cosas. Pero a diferencia de lo que ocurre con la acción
revocatoria, la nulidad resultante de la declaración de simulación aprovecha a todos los
acreedores, aun cuando no hayan demandado la simulación.
A) Fundamentos y condiciones de ejercicio. Esta acción puede ser ejercida por los
terceros, es decir, por aquellos que no han concurrido como partes al otorgamiento del
78
Boffi Boggero, ob. cit., pp. 495/496.
79
CNCiv., sala A, abril 27-1999; “B., A.J. c/ S., R.L. y otro s/ simulación”, Rev. Jur. ED, 21/3/2000.
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80
Boffi Boggero, ob. cit., p. 493.
81
Rivera Julio César; Acción de simulación, ED, 60-902.
82
CNCiv., sala D, julio 25-969, “Kyselly de Chehebar, Lily c/ Chehebar, Tofic y otros”, ED, 31-97/100.
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que a los demandados por simulación por un tercero no les basta la negativa de los
hechos y la afirmación de la realidad del acto que defienden, sino que deben aportar
pruebas tendientes a convencer de la honestidad y sinceridad del acto en el que
intervinieron. A veces se ha dicho que se trata de un deber moral; para mi es una carga
perfectamente jurídica, referida al presupuesto de hecho en que se asienta su defensa
(doctr. art. 377 del código procesal)”.83
Es que las partes han tenido oportunidad de munirse del contradocumento, y es
evidente que ello no acontece con los terceros. Es por eso que la doctrina y la
jurisprudencia consideran con verdadera amplitud la posibilidad probatoria del tercero,
y esto vale tanto para la simulación lícita cuanto para la ilícita.84 Cifuentes enfatiza que
“la defensa no debe mantenerse a la expectativa, pasivamente, sin aportar ningún
esfuerzo en mostrar sus alegaciones sobre la realidad del negocio, pretendiendo, como
en la platea de un teatro, observar las dificultades del actor en la difícil acreditación de
la apariencia, sin pasar al escenario para mostrar sus contrapropuestas”. En materia de
simulación, “el criterio de las pruebas dinámicas tiene sustento indiscutible. Al
demandado no le basta la negativa de los hechos y la afirmación de la realidad del acto
que defiende, sino que debe hacer esfuerzos probatorios para mostrarlo”, por lo cual
“los terceros que demandan la simulación deben ver morigerado el clásico principio del
onus probandi, distribuyéndose en forma más realista la carga de la prueba”.85
C) Enajenación a un subadquirente de buena fe. La simulación no puede oponerse a los
acreedores del adquirente simulado que de buena fe hayan ejecutado los bienes
comprendidos en el acto. Es decir, si tras una venta simulada, los acreedores de buena fe
ejecutan los bienes del propietario aparente, y luego se declara simulada esa venta, la
simulación no puede impedir la ejecución de tales bienes. De este modo el Código
otorga una intensa protección a favor del subadquirente, sin importar la fecha del título
del acreedor impugnante del acto simulado. La buena fe del subadquirente es el único
fundamento para enervar los efectos de la sentencia que declara la nulidad del acto. Si el
tercero adquirente es de buena fe y a título oneroso, los acreedores del enajenante
ficticio carecerán de acción contra él. En cambio, la acción del acreedor contra el
subadquirente de los derechos obtenidos por el acto impugnado sólo procede “si
83
CNCiv., sala G, 28-10-1996, voto del Dr. Greco; “Ferrari, Hernán Jorge c/ Prats, Pedro Martín y otros s/
Simulación”, ED, 174-390/401.
84
Boffi Boggero, ob. cit., p. 503.
85
Cifuentes, Santos; “Controversia…”, Op. cit., ED, 174-394.
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adquirió por título gratuito, o si es cómplice en la simulación” (art. 337, 2do. párr.), en
cuyo caso los acreedores del enajenante podrán pedir la ampliación de los efectos de la
sentencia contra el subadquirente.86
El subadquirente de mala fe y quien contrató de mala fe con el deudor responden
solidariamente por los daños causados al acreedor que ejerció la acción, si los derechos
se transmitieron a un adquirente de buena fe y a título oneroso, o de otro modo se
perdieron para el acreedor. El que contrató de buena fe y a título gratuito con el deudor,
responde solo en la medida de su enriquecimiento (art. 337, 3er. párr.). En efecto, en
caso de que el subadquirente de mala fe hubiera transmitido, a su vez, a otra persona
que es de buena fe y a título oneroso, los derechos o bienes recibidos, la parte que
intenta la simulación contra la otra, o el acreedor perjudicado, en su caso, “no podrán
obtener el reingreso del bien al patrimonio del ficticio adquirente por impedírselo la
buena fe del poseedor actual que opera como barrera que paraliza los efectos de la
nulidad”. En este caso, “tanto el primer transmitente –ficticio- como su acreedor podrán
obtener el resarcimiento de los daños de quien contrató de mala fe con el deudor.
Ambos -deudor y adquirente de mala fe- responderán solidariamente por los daños
causados con motivo de haber provocado la imposibilidad de hacer efectiva la sentencia
contra el tercero de buena fe y a título oneroso. En cambio, si un subadquirente de
buena fe pero a título gratuito, transmitió de manera onerosa los derechos a otro
adquirente de buena fe, solamente responderá en la medida de su enriquecimiento”.87
En suma, la simulación no puede ser invocada para anular la enajenación a favor
de un tercero adquirente de buena fe y a título oneroso. Idéntica solución se aplica en
caso de que el propietario aparente hubiera constituido sobre el bien vendido si-
muladamente un derecho real a favor de un tercero de buena fe, el que sería plenamente
válido, pese a la simulación de la venta.88
D) Prescripción de la acción entablada por los terceros. Al igual que en el caso de la
acción entre las partes, la prescripción es de dos años ya que se trata del pedido de
declaración de una nulidad relativa (art. 2562, inc. a). El cómputo de dicho plazo se
cuenta “desde que conoció o pudo conocer el vicio del acto jurídico” (art. 2563 inc. c).
86
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 332 a 357” en Código Civil y Comercial de la Nación
comentado; Marisa Herrera, Gustavo Caramelo y Sebastián Picasso (Directores). Ed. Infojus, Tomo I, Bs.
As., 2015, p. 548.
87
Benavente, María I. “Arts. 332 a 357” en Código Civil y Comercial de la Nación comentado. Ricardo
Luis Lo-renzetti (Director). Tomo II, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, pp. 366-367.
88
Salvat, ob. cit., p. 634.
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2.5.2. El Fraude.
2.5.2.1. Nociones generales. Concepto.
El fraude es la provocación o agravamiento por el deudor de su insolvencia,
mediante actos u omisiones del mismo en perjuicio de sus acreedores, sustrayendo
bienes de su patrimonio. Se ha dicho también que fraude es el acto jurídico real y
auténtico mediante el cual una persona sustrae un bien de su patrimonio, a fin de no
responder al pago de una deuda preexistente. Sus elementos consisten en la intención de
causar un daño y la producción concreta de ese daño. El objetivo apunta a la insolvencia
para no pagar a sus acreedores.89
Un acto jurídico es fraudulento cuando las partes, aun con legitimidad normativa
formal, eluden normas que les impedirían obtener el resultado buscado. Se delinea así la
circunventio legis, consistente en “la utilización de una norma de cobertura para obtener
el fin prohibido por otra norma, la ley defraudada”.90
Ello permite señalar tres notas características en el fraude: a) otorgamiento por el
deudor de actor o negocios jurídicos; b) provocación o agravamiento de su insolvencia;
c) sustracción de bienes del patrimonio del deudor en perjuicio de sus acreedores.
Así el deudor, valiéndose de uno o más actos de disposición verdaderos y de
apariencia lícita (por ej., la venta de sus bienes), tiende a perjudicar a los acreedores
haciendo insolvente su patrimonio que, según el aforismo, es la prenda común de
aquellos. Ello trae como consecuencia que tal negocio es, en principio, eficaz entre los
otorgantes (deudor y tercero adquirente del bien enajenado), aunque fraudulento, porque
implica un obrar en perjuicio de los acreedores.
Belluscio y Zannoni distinguen el fraude a la ley y el fraude en perjuicio de
terceros. El primero tiende a eludir una norma imperativa, perjudicando los intereses de
la comunidad, no los de un particular, mediante la “utilización de un medio legalmente
eficaz para neutralizar la norma imperativa”. En el fraude pauliano, en cambio, el
deudor ejercita operaciones con sus bienes, en principio formalmente válidas,
insolventando su patrimonio, con perjuicio a los acreedores por afectar su prenda
común.91
89
Salerno, Marcelo U. y Lagomarsino, Carlos A.R. Código Civil Argentino y Legislación Complementaria,
Ed. Heliasta S.R.L. Buenos Aires, 1991, p. 283.
90
Belluscio y Zannoni; op. cit., tomo 4, pp. 428-429.
91
Belluscio y Zannoni, op. cit., tomo 4, pp. 430 y 433.
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No existe sin embargo, según Dobson, “una noción omnicomprensiva del fraude
sino que cada caso debe ser considerado conforme a sus propios hechos peculiares” (...)
“Resulta incluso mejor no definir el término para evitar que la inventiva de los hombres
encuentre nuevas formas de fraude que puedan a la postre soslayar tal definición”.92
2.5.2.2. Situación de los acreedores.
Se debe distinguir entre los que tienen créditos reales y créditos comunes:
a) Los acreedores hipotecarios o prendarios tienen garantizado su crédito con el
bien sobre el que recae el gravamen, incluso en caso de transmisión del bien. Tienen el
ius preferendi (son preferidos frente a otros acreedores) y el ius persequendi (persiguen
al bien en manos de quien sea que estuviere) característico del crédito hipotecario.
b) Los acreedores comunes no pueden en principio objetar los cambios que
operen, de buena fe, en el patrimonio del deudor; porque ellos “han depositado en él su
confianza, le han hecho un crédito personal y han quedado expuestos, por tanto, a todas
las alternativas que el deudor pueda experimentar en su fortuna; las enajenaciones que
haga, las nuevas deudas que contraiga, serán perfectamente válidas e inatacables”.93
Pero si el deudor obra de mala fe, y tiende a eludir el pago de sus deudas, la ley
interviene en defensa de los acreedores acordándoles dos acciones diferentes: si los
actos del deudor no son reales sino ficticios, el acreedor tiene el derecho de hacer
declarar que carecen de validez, mediante la acción de simulación. Si los actos del
deudor tienden a sustraer los bienes de la acción de sus acreedores, estos pueden
accionar para hacer revocarlos, mediante la acción “de declaración de inoponibilidad”.
2.5.2.3. La acción de declaración de inoponibilidad.
A) Generalidades. El deudor tiene, en principio, plena libertad para disponer de sus
bienes; ningún acreedor puede impedirle que lo haga. Pero si en esa disposición se
configura un fraude, entonces la ley pone en manos del acreedor el remedio jurídico
apto para impedirlo: la acción de declaración de inoponibilidad (acción revocatoria o
pauliana).
En esta acción el acreedor persigue la privación de efectos de un acto que
formaliza su deudor en fraude de sus derechos. El bien, que indebida e ilícitamente ha
salido del patrimonio del deudor, resulta así alcanzado por la acción, en beneficio del
accionante.
92
Dobson, Juan M; El abuso de la personalidad jurídica (en el derecho privado), 2da. ed., ed. Depalma,
Buenos Aires, 1991, p. 140.
93
Salvat; op. cit., pp. 537-538.
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Pero no solo los actos de enajenación efectuados por el deudor pueden ser objeto
de la acción de fraude, sino también los que impiden que otros bienes ingresen a su
patrimonio para mejorarlo o enriquecerlo, como las renuncias de derechos o facultades.
El art. 338 dispone que “Todo acreedor puede solicitar la declaración de
inoponibilidad de los actos celebrados por su deudor en fraude de sus derechos, y de las
renuncias al ejercicio de derechos o facultades con los que hubiese podido mejorar o
evitado empeorar su estado de fortuna”.
B) Naturaleza y objeto de la acción. Esta acción se concede a los acreedores en
aplicación del poder jurídico que ellos tienen para agredir, en caso de incumplimiento,
el patrimonio-garantía del deudor94 que, provocando o agravando su insolvencia,
pretende sustraer del alcance de los acreedores los bienes que deberían ejecutársele. De
ahí que se afirme que el fundamento de la acción es la buena fe, la idea de fidelidad y de
crédito, en un marco ético-moral del ordenamiento jurídico.95 La acción tendría así una
finalidad económico-política en resguardo del interés de los acreedores, limitando al
propietario la facultad de disponer de los bienes que le pertenecen.96
La acción no persigue hacer reconocer el derecho de propiedad en el acreedor o en
el deudor, sino solo salvar el obstáculo que se opone a las pretensiones del acreedor
sobre el bien enajenado. Es decir que la acción no persigue la reivindicación del bien,
sino que tiende a permitir al acreedor la ejecución del crédito sobre el bien que se
encuentra en el patrimonio del tercero.97
La acción revocatoria participa de la naturaleza de las acciones conservatorias,
entendiendo por tales aquellas que tienden a mantener la integridad del patrimonio del
obligado. Estas acciones pueden ser a su vez preparatorias o ejecutivas. Las primeras se
limitan a la a la preservación del patrimonio, mientras que las segundas permiten hacer
efectiva la ejecución del crédito. Esta acción es conservatoria de carácter ejecutivo
porque apoyándose en que el acto de disposición fraudulento del deudor es inoponible
al acreedor, le permite a este agredir el bien o derecho que está en el patrimonio del
tercero, y ejecutarlo hasta que se satisfaga el importe de su crédito.98
Además, y a diferencia de la acción de simulación que persigue la declaración de
nulidad del acto simulado, la revocación que se intenta no es un supuesto de nulidad del
94
Mosset Iturraspe, Jorge; Negocios simulados, fraudulentos y fiduciarios; t. II, Bs As, Ediar, 1975, p. 125.
95
Zannoni, Eduardo A.; Ineficacia y nulidad de los actos jurídicos; Bs As, Astrea, 2004, pp. 412-413.
96
Sánchez de Bustamante, Miguel. Acción oblicua. Buenos Aires, Ed. de Jurisprudencia Argentina, 1945.
97
Zannoni, Eduardo A.; ob. cit., p. 416.
98
Zannoni, Eduardo A.; ob. cit., pp. 416-417.
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acto, sino de inoponibilidad a quien ese negocio perjudica por ser fraudulento, “de ahí
que la ley limite los efectos de la acción al importe del crédito del que la hubiere
intentado”.99 De ello se deriva también que la ineficacia del acto no se extiende erga
omnes (contra todos). El negocio fraudulento es en sí mismo válido y eficaz pero, para
las personas que resultan perjudicadas, no es oponible, lo que significa que dichos
acreedores “pueden comportarse como si el acto no se hubiese efectuado”; es decir, esos
terceros perjudicados pueden oponerse a que el acto produzca efectos en su contra.
La inoponibilidad solo favorece al acreedor que ha promovido la acción y hasta el
importe de su crédito (art. 342) y, como el acto es válido, una vez pagado el acreedor
que promovió juicio los efectos del acto perduran entre las partes de modo tal que, si
después de la ejecución queda un remanente, este ingresa normalmente al patrimonio
del adquirente, que es el titular de la cosa.100
C) Legitimación. El nuevo Código determina que los legitimados activos para ejercitar
la acción son todos los acreedores del deudor sin hacer distingo alguno (art. 338),
zanjando así la controversia generada en torno al texto anterior derogado (art. 961) que
solo otorgaba la acción a los acreedores quirografarios, es decir, los acreedores puros y
simples que carecen de privilegio.
D) Presupuesto de la acción: Existencia de perjuicio. Para ejercer la acción revocatoria,
sea en actos a título oneroso o gratuito, se exige que el acto del deudor cause perjuicio a
sus acreedores. Ello así pues si no hay perjuicio, no existiría el interés indispensable
para emprender cualquier acción. Por otro lado, se impone obrar con extrema cautela
porque la acción tiende a desposeer a un tercero de un derecho adquirido, a quien los
actos, en principio, no deben perjudicar. El código considera justificado el perjuicio,
cuando concurren las tres condiciones que habilitan el ejercicio de la acción de
inoponibilidad.101
E) Condiciones de procedencia de la acción. Las condiciones de procedencia de la
acción de inoponibilidad, se encuentran enunciadas en el art. 339, y son:
1.- Contra actos a título oneroso:
a) Origen del crédito. El crédito en virtud del cual se ejerce la acción debe ser “de causa
anterior al acto impugnado, excepto que el deudor haya actuado con el propósito de
defraudar a futuros acreedores”. De esta manera, en principio, los acreedores cuyo
99
Borda, Guillermo; Tratado… Parte General; t. II, nº 1224, p. 383.
100
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 332 a 357”; Op. cit., p. 550.
101
Salvat, Raimundo; op. cit., p. 542.
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crédito nació con posterioridad al acto del deudor, no podrán invocar el fraude porque el
acto del deudor no les ha causado perjuicio alguno, debido a que al tiempo del
nacimiento del crédito, los bienes o derechos enajenados por el deudor habían ya salido
de su patrimonio.
Pero este requisito no será aplicable cuando el acto fraudulento, aun siendo
posterior al origen del crédito, haya sido realizado en previsión de una deuda que
nacería más tarde.
Propósito de defraudar. En los actos a título oneroso, la ley exige que el crédito
sea de causa anterior al acto impugnado, excepto que el deudor haya actuado con el
propósito de defraudar a futuros acreedores (lo que se conoce como consilium fraudis),
con lo cual el acto impugnado puede ser atacado aunque el crédito no sea de causa
anterior al mismo (art. 339, inc. a). Tal es caso del empresario que vende sus bienes y
luego procede al despido de todo su personal: los créditos nacerán después del acto que
provocó la insolvencia, pero podrá ser atacado por los acreedores si se demuestra el
ánimo defraudatorio.
El propósito de defraudar, como elemento subjetivo del negocio fraudulento,
puede perfilarse desde dos ángulos. Uno psicologista, donde prevalece el animus
nocendi, es decir, un actuar “a sabiendas y con intención de dañar”. Otro objetivo, que
atiende a que el acto atacado provoque o agrave la insolvencia del deudor, lo que
significa que éste conoce o debe conocer las consecuencias perjudiciales del acto para
sus acreedores.102
Para probar el ánimo de defraudar del deudor, “es necesario acreditar que el
deudor conocía ese estado patrimonial, que no obró ignorándolo. Y a ese efecto, para
destruir la presunción legal, el propio deudor puede acreditar que él no lo conocía, que
no hubo, en consecuencia, ánimo de defraudar. Además, puede probar que, aun
conociendo el estado de insolvencia, no tuvo intención ilícita porque con el precio de la
venta pagó a los acreedores que le apremiaban en mayor grado, etc.”.103 Por tanto, el
ánimo de defraudar consiste “en la conciencia que el deudor ha tenido de crear o
agravar su insolvencia, por medio del acto cuya revocación se demanda”.104
b) Insolvencia del deudor. El acto debe causar o agravar la insolvencia del deudor. Debe
existir relación de causalidad entre el acto impugnado y esa insolvencia. La insolvencia
102
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 438.
103
Boffi Boggero, Luis M., ob. cit., pp. 544-545.
104
Salvat, Raimundo; ob. cit., pp. 553-554.
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es un estado de desequilibrio patrimonial del que resulta que el deudor carece de bienes
para afrontar el pago de la totalidad de sus deudas. La insolvencia debe existir al
demandarse la revocación del acto. Este estado es, en unos casos, presumido por la ley,
y en otros debe ser probado.
Insolvencia no es sinónimo de cesación de pagos, y aunque aquella suponga
carencia de bienes para afrontar las deudas, puede no coincidir con esta: tal el caso de
un deudor que, siendo titular de bienes ejecutables, carece circunstancialmente de
liquidez.
La insolvencia debe ser probada, lo que incumbe, de acuerdo con las reglas
generales del onus probandi, al acreedor demandante. Pero planteada la acción
revocatoria, el deudor puede paralizarla demostrando solvencia o dando garantías
suficientes.
c) Complicidad del tercero. La tercera condición de procedencia de la acción, es que
quien contrató con el deudor a título oneroso haya conocido o debido conocer que el
acto provocaba o agravaba la insolvencia, es decir, que el tercero contratante del deudor
haya sido cómplice en el fraude (conscius fraudis). Esta exigencia solo rige cuando el
acto impugnado es oneroso, porque si fuera gratuito no sería necesario acreditar la
complicidad del tercero, “ya que la ley decididamente se inclina por favorecer al
acreedor defraudado por su deudor antes que al subadquirente que recibió el bien o la
cosa sin hacer ningún desembolso”.105
El tema de la complicidad “es complejo en materia probatoria”, por lo que la ley
dispone que esa complicidad se presume si en el momento de tratar con él conocía o
debía conocer su estado de insolvencia (art. 340, párr. 2). Y para ello “no basta que se
conozca la existencia de deudas. Es menester que se conozca la insolvencia real y no
aparente”; y como la presunción es iuris tantum, “el tercero puede acreditar que obró de
buena fe, acaso empleando mayor diligencia que los acreedores en defensa de sus
derechos”.106
Buena fe y apariencia. La buena fe, para el tercero que ignora que el deudor
enajenó los bienes de mala fe “radica en la apariencia de legitimidad de su adquisición y
es, como lo enseña la doctrina, correlativamente, sublegitimante”. La ley protege la
105
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 332 a 357”; Op. cit., p. 552.
106
Boffi Boggero, Luis M., ob. cit., pp. 545-546.
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apariencia, y en tales casos “un interés queda sacrificado en aras a la apariencia jurídica
fundada en esto que se ha dado en llamar buena fe sublegitimante”.107
En suma, el acreedor no está obligado a producir la prueba directa de la
complicidad del tercero, bastándole acreditar que éste, a la época de contratar con el
deudor, conocía su estado de insolvencia; ello probado, la ley presume su complicidad,
presunción que también tiene carácter iuris tantum.108
Por último, debe señalarse que el fraude no puede oponerse a los acreedores del
adquirente que de buena fe hayan ejecutado los bienes comprendidos en el acto (art.
340, párr. 1).
2.- Contra actos a título gratuito: En cambio, si el acto es gratuito, el acreedor solo debe
probar que se cumplen las condiciones del art. 339, de suerte tal que el tercero
adquirente a título gratuito debe restituir la cosa aunque ignorase la insolvencia del
deudor. El diferente criterio de la ley respecto de los actos a título gratuito se explica
porque en estos casos, el adquirente a quien se priva de la cosa adquirida no realizó
contraprestación o desembolso alguno para obtenerla, por lo cual resulta indiferente su
buena o mala fe. Es que cuando el acto cuestionado por la acción de inoponibilidad se
celebró a título gratuito, es impugnable aun cuando el deudor y el tercero hayan obrado
de buena fe, dado que la revocación del mismo no supone la pérdida de un derecho
adquirido a cambio de una prestación equivalente, “sino simplemente la extinción de un
beneficio”.109
F) Acción de inoponibilidad contra un subadquirente. Si la persona a favor de la cual el
deudor hubiese otorgado un acto perjudicial a sus acreedores, a su vez transmite a un
tercero los derechos adquiridos, la acción de los acreedores sólo será admisible, cuando
la transmisión de los derechos se haya verificado a título gratuito. Si fuese sido a título
oneroso, solo procederá la acción en el caso que el adquirente hubiese sido cómplice en
el fraude. Así lo dispone el art. 340, 2do. párr., al expresar: “La acción del acreedor
contra el subadquirente de los derechos obtenidos por el acto impugnado sólo procede si
adquirió por título gratuito, o si es cómplice en el fraude; la complicidad se presume si,
al momento de contratar, conocía el estado de insolvencia”.
La acción debe promoverse contra el adquirente o subadquirente, ya que fue parte
en el negocio jurídico, y en cuyo patrimonio se encuentra el bien que se pretende
107
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 449.
108
Salvat, Raimundo; ob. cit., pp. 556/557.
109
Borda, Guillermo; Tratado… Parte General; t. II, nº 1211, p. 375.
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110
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 452.
111
Salvat, Raimundo; ob. cit., pp. 560-561.
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fraudulento, “los acreedores hacen efectivo su crédito ejecutando los bienes enajenados
que están en poder del adquirente o, eventualmente, ulteriores subadquirentes”.112
Ello no implica que deban restituirse los bienes al patrimonio deudor, pues la
norma indica que la declaración de inoponibilidad de los actos del deudor será solo
pronunciada en el interés de los acreedores que la hubiesen pedido, y hasta el importe de
sus respectivos créditos. Belluscio y Zannoni señalan que “la obligación de restituir es
propia de la declaración de nulidad”; mientras que la revocación no tiene ese efecto”, y
tan es así que el art. 341 faculta al tercero a hacer cesar la acción de los acreedores, si
satisfacen el crédito o dan garantías suficientes sobre el pago íntegro del mismo. Es que
si operara tal restitución, los bienes regresarían al patrimonio del deudor, y cualquier
acreedor, aun los que no hubiesen solicitado la revocación, podrían ejecutar su
respectivo crédito, lo que contradice la directiva del art. 341.113
H) Deber de indemnizar.
El tercero adquirente, en definitiva, al momento de la acción ejecutiva, sufrirá la
pérdida total o parcial del bien adquirido y de los respectivos frutos o deberá indemnizar
a los acreedores de los daños y perjuicios, conforme lo establece el art. 340, 3er.
párrafo: “El subadquirente de mala fe y quien contrató de mala fe con el deudor
responden solidariamente por los daños causados al acreedor que ejerció la acción, si los
derechos se transmitieron a un adquirente de buena fe y a título oneroso, o de otro modo
se perdieron para el acreedor. El que contrató de buena fe y a título gratuito con el
deudor, responde en la medida de su enriquecimiento”.
I) Relaciones de los acreedores con el tercer adquirente.
Si el tercero adquirente a título oneroso actuó de buena fe, la acción no es
ejercible.
Si el tercero adquirente a título gratuito ha actuado de buena fe, la acción reconoce
fundamento en el principio que veda todo enriquecimiento ilícito, incausado u obtenido
con perjuicio ajeno, y, por tanto “sus obligaciones se limitan a devolver los bienes en el
estado en que se encuentren”, es decir, responde en la medida de su enriquecimiento.114
Si el tercero actúa de mala fe, ante la complicidad ilícita en el fraude, responde
por los perjuicios que el acto haya generado a los acreedores, y debe devolver la cosa
con todos sus frutos como poseedor de mala fe.
112
Belluscio y Zannoni, op. cit., p. 453.
113
Belluscio y Zannoni, ob. cit., p. 454.
114
Salvat, Raimundo; ob. cit., p. 573.
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115
Salvat, Raimundo; ob. cit., p. 576.
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para demandar la nulidad o un reajuste equitativo del convenio, pero la primera de estas
acciones se debe transformar en acción de reajuste si éste es ofrecido por el demandado
al contestar la demanda. Sólo el lesionado o sus herederos pueden ejercer la acción”.
Este vicio se da cuando las partes celebran un contrato con prestaciones recíprocas
(vgr. compraventa) y las prestaciones de una y otra resultan totalmente
desproporcionados, mediando además un aprovechamiento de una de las partes respecto
del estado de necesidad, debilidad síquica o inexperiencia de la otra parte, que resulta
perjudicada.
Hay en la lesión una doble connotación: A) OBJETIVA, resultante de la
desproporción de las prestaciones, traducida en la obtención de una ventaja patrimonial
evidentemente desproporcionada y sin justificación; B) SUBJETIVA: una de las partes
celebra el acto aprovechando la necesidad, debilidad síquica o inexperiencia de la otra.
A diferencia de lo que ocurre con el dolo, la parte beneficiada no genera la situación de
inferioridad, sino que “se adueña de ella, la explota y se aprovecha de esas condiciones
anormales. Es un obrar contrario a la buena fe, porque aun cuando no maquina ni oculta
el estado de las cosas para que otro incurra en error, maneja las condiciones del negocio
sabiendo que la otra parte no tiene las herramientas o cualidades personales para
protegerse de la desventaja”.116
El análisis que hace el juez observa dicho orden: primero aprecia si existe el
elemento objetivo, destacando que la desproporción no requiere una dimensión
matemáticamente determinada, quedando ello librado a su prudente apreciación. La
falta de prueba del elemento objetivo, impide entrar en el análisis del segundo elemento.
En cuanto al aspecto subjetivo, debe haber una interrelación entre la necesidad,
debilidad síquica o inexperiencia y el aprovechamiento de ese estado.
Necesidad: Se asocia a la noción de carencia, material o espiritual, o de peligro que
pueda poner en riesgo la vida, la salud, el honor o la libertad de la persona afectada, que
traduce una situación de angustia o agobio, siempre y cuando ese estado tenga aptitud
para determinar a la persona a celebrar el acto.
Debilidad síquica: No se acepta la noción amplia que comprende un obrar imprudente o
negligente, pues no se trata de proteger una actuación irreflexiva. Jurídicamente el
concepto es mucho más restringido y está referido a los estados mentales patológicos de
debilidad, o estados de inferioridad mental que son captados y aprovechados por la parte
116
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 332 a 357”; op. cit., p. 539.
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que lesiona en perjuicio de la otra. Por ello, no cualquier situación de debilidad será
relevante, siendo preciso que genere un estado de inferioridad tal que incida
directamente sobre la voluntad del sujeto.
Inexperiencia: Es la falta de conocimientos que se adquieren con el uso y la práctica.
Pero es necesario, para que haya lesión, que esa inexperiencia esté relacionada con el
aprovechamiento de la otra parte mediante sagacidad o astucia, valiéndose de la
necesidad de inexperto para obtener de él –sin mediar dolo- una ventaja patrimonial
excesiva.
El afectado por lesión puede elegir entre demandar la nulidad del acto o bien un
reajuste equitativo del convenio. Pero el demandado, que obtuvo las ventajas, solo tiene
a su disposición la acción de reajuste, que consistirá en ofrecer a la víctima una solución
económica que elimine la inequidad producida y establezca equilibrio en las
prestaciones.
La demanda solamente puede ser intentada por la víctima o sus herederos, de
modo que no pueden promoverla ni los acreedores ni otro tercero, aun cuando invoquen
un interés legítimo.
La acción para solicitar la nulidad o el reajuste por vicio de lesión prescribe a los
dos años contados desde la fecha en que la obligación a cargo del lesionado debía ser
cumplida (arts. 2562 y 2563, inc. e).
2.6. INEFICACIA DE LOS ACTOS JURÍDICOS.
En cuanto a sus categorías, los actos jurídicos pueden ser ineficaces en razón de su
nulidad o de su inoponibilidad respecto de determinadas personas (art. 382).
Un acto jurídico es inválido cuando no reúne los requisitos exigidos por la ley. En
cambio, es ineficaz si por cualquier razón no produce efectos.
La ineficacia es, de esta manera, un concepto más amplio, comprensivo de
distintas situaciones en las que los actos no tienen valor, quedando incluidos en esta
noción otros institutos, como la caducidad, la resolución, la revocación y la rescisión. El
art. 382 solo menciona dos de esas hipótesis: A) la nulidad, y B) la inoponibilidad. Las
restantes causales de ineficacia están reguladas en otras partes del Código (arts. 343,
1086, 1087, 1089, 1090, 2566).
Asimismo, pueden existir actos “indirectos”: un acto jurídico celebrado para
obtener un resultado que es propio de los efectos de otro acto distinto, es válido siempre
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117
Malicki, Anahí. “Ineficacia de los actos jurídicos” en Código Civil y Comercial de la Nación Comentado,
Julio C. Rivera y Graciela Medina (Directores); Ed. La Ley, Buenos Aires, 2014, p. 938.
118
Arauz Castex, Manuel; Derecho Civil. Parte General, Empresa Técnica Jurídica Argentina, Buenos
Aires, 1965, Tomo II, p. 455.
119
Llambías, Jorge; Tratado…, op. cit., t. II, p. 499; Borda, Gullermo; Tratado… Parte General; t. II, nº
1235.
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120
Cifuentes, Santos, Elementos de Derecho Civil. Parte General, Ed. Astrea, Bs. As., 1992, pp. 404/405.
121
Benavente, María I.; “Comentarios a los arts. 382 a 397” en Código Civil y Comercial de la Nación
comentado; Marisa Herrera, Gustavo Caramelo y Sebastián Picasso (Directores). Ed. Infojus, Tomo I, Bs.
As., 2015, p. 603.
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disposición de los bienes del hijo realizados sin autorización si perjudican al hijo (art.
692).
Son anulables de nulidad relativa: 1) El acto otorgado en la representación
voluntaria, en caso de vicio de la voluntad del representante que actúa sin mandato. Pero
si el acto se ha otorgado en ejercicio de facultades previamente determinadas por el
representado, es nulo sólo si estuvo viciada la voluntad de éste (art. 365). 2) El endoso
parcial (art. 1840); 3) Los actos realizados con vicios de la voluntad, o afectados con
vicios propios de los actos jurídicos.
4. Efectos de las nulidades
Entre las partes. Corresponde que estas procedan a la devolución de las prestaciones,
pues la nulidad tiene por principal efecto el retorno de las cosas al estado en que se
encontraban antes del acto. Así el art. 390 dice: “La nulidad pronunciada por los jueces
vuelve las cosas al mismo estado en que se hallaban antes del acto declarado nulo y
obliga a las partes a restituirse mutuamente lo que han recibido. Estas restituciones se
rigen por las disposiciones relativas a la buena o mala fe según sea el caso, de acuerdo a
lo dispuesto en las normas del Capítulo 3 del Título II del Libro Cuarto” (adquisición de
frutos o productos y responsabilidad por destrucción de la cosa según la buena o mala
fe, art. 1935, 1936 y ccts.).
Asimismo, los actos jurídicos nulos, aunque no produzcan los efectos de los actos
válidos, dan lugar en su caso a las consecuencias de los hechos en general y a las
reparaciones e indemnizaciones que correspondan (art. 391).
Con relación a terceros. Todos los derechos reales o personales transmitidos a terceros
sobre un inmueble o mueble registrable, por una persona que ha resultado adquirente en
virtud de un acto nulo, quedan sin ningún valor, y pueden ser reclamados directamente
del tercero, excepto contra el subadquirente de derechos reales o personales de buena fe
y a título oneroso. Los subadquirentes no pueden ampararse en su buena fe y título
oneroso si el acto se ha realizado sin intervención del titular del derecho (art. 392).
5. Confirmación.
Cuando la nulidad es relativa la parte en cuyo beneficio ha sido establecido
dispone de un mecanismo para sanear el vicio que afecta al acto original y de esa
manera hacer que no se pierdan sus efectos. Ese mecanismo es el de la confirmación.122
122
Rabinovich-Berkman, Ricardo D.; Derecho Civil. Parte General, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2000, p. 788.
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Según el art. 393 de nuestro Código “Hay confirmación cuando la parte que puede
articular la nulidad relativa, manifiesta expresa o tácitamente su voluntad de tener al
acto por válido, después de haber desaparecido la causa de nulidad. El acto de
confirmación no requiere la conformidad de la otra parte”.
Se describe la figura de la confirmación como “una manifestación unilateral de la
voluntad de aquella parte a quien compete el derecho a impugnar, hecha expresa o
tácitamente después de cesada la causa que motiva la impugnabilidad y con
conocimiento de ésta, y por la cual se extingue aquel derecho, purificándose el negocio
anulable de los vicios de que adolecía desde el momento de su celebración”.123
La confirmación del acto entre vivos originalmente nulo tiene efecto retroactivo a
la fecha en que se celebró. La confirmación de disposiciones de última voluntad opera
desde la muerte del causante. La retroactividad de la confirmación no perjudica los
derechos de terceros de buena fe (art. 395).
Caracteres. a) es un acto jurídico unilateral; b) es accesorio; c) su formalidad debe ser
idéntica a la del acto que se pretende confirmar; d) tiene efecto retroactivo al día en que
tuvo lugar el acto confirmado (art. 395, 1ra. parte); f) no puede perjudicar a terceros
(art. 395 in fine).
Clases. Existen dos tipos de confirmación: la expresa y la tácita. Si la confirmación es
expresa “el instrumento en que ella conste debe reunir las formas exigidas para el acto
que se sanea y contener la mención precisa de la causa de la nulidad, de su desaparición
y de la voluntad de confirmar el acto” (art. 394, 1ra. parte). Así, los requisitos que el
instrumento de confirmación expresa debe contener, son: a) la sustancia del acto que se
quiere confirmar; b) el vicio de que adolecía; c) la manifestación de la intención de
repararlo y d) respetar la forma adecuada en el instrumento de confirmación. Por su
lado, la confirmación tácita se concreta por medio de la simple realización de las
conductas que importen dar cumplimiento al acto de que se trata, con la correlativa
inactividad de la parte que se encuentra en condiciones de reclamar judicialmente la
nulidad: “La confirmación tácita resulta del cumplimiento total o parcial del acto nulo
realizado con conocimiento de la causa de nulidad o de otro acto del que se deriva la
voluntad inequívoca de sanear el vicio del acto” (art. 394, 2da. parte).
B) INOPONIBILIDAD DE LOS ACTOS JURÍDICOS.
123
Compagnucci de Caso, Rubén H., El negocio jurídico. Ed. Astrea, Buenos Aires, 1992, p. 554.
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Cuando la ineficacia del acto no se extiende erga omnes, o sea, a todas las
personas (partes y terceros), sino que sólo puede ser invocada por uno o más terceros
determinados, no es dable sostener la existencia de una nulidad sino de inoponibilidad.
Cifuentes define la inoponibilidad diciendo que “es una ineficacia relativa, congénita o
sobrevenida del negocio jurídico, en consideración a determinados sujetos a los cuales
éste puede interesar, pero que mantiene su eficacia entre los que lo celebraron y también
en algunos casos, respecto de otros terceros”.124
Desde esta perspectiva, “mientras el acto inválido, es decir, sujeto a una sanción
de nulidad, carece de efectos respecto de las partes, lo contrario ocurre con el acto
inoponible, que siendo válido entre las partes no produce efectos respecto de
determinadas personas ajenas a él, las que pueden comportarse como si el acto no
existiese. Ejemplo: el acto viciado de fraude, es decir, celebrado por el deudor en
perjuicio de sus acreedores, no es oponible al acreedor de fecha anterior”.125
Ya señalamos que “oponibilidad” es la posibilidad de hacer valer un derecho
frente a otros. Como enseña Moisset de Espanés126, en el campo del derecho tiene
singular importancia el grado de oponibilidad de que gocen las situaciones susceptibles
de ser protegidas por el orden jurídico. Se habla de “grado” de oponibilidad, porque
aunque los titulares de derechos siempre tienen la pretensión de poder hacerlos valer
frente a cualquiera, hay casos en los cuales esa oponibilidad no es absoluta, sino que sus
derechos sólo pueden esgrimirse frente a algunos, y carecen de protección frente a otros
a quienes les resultan inoponibles. Esta característica adquiere singular relevancia
cuando la legislación vigente procura reconocer el derecho de todo ser humano a gozar
de una vivienda digna, y para hacerlo efectivo concede a ese derecho “oponibilidad”
frente a los acreedores, sustrayéndolo en alguna medida del patrimonio como “prenda
común”.
El art. 396 dispone que “El acto inoponible no tiene efectos con respecto a
terceros, excepto en los casos previstos por la ley”.
En nuestro Código se dan casos de actos que resultan eficaces entre las partes y no
pueden ser opuestos a los terceros; por ejemplo: el derecho real de habitación gratuito
del conviviente sobre el inmueble de propiedad del causante que constituyó el último
124
Cifuentes, Santos, Elementos de derecho civil, op. cit., p. 399.
125
Llambías, Jorge; Tratado…, op. cit., t. II, p. 501.
126
Moisset de Espanés, Luis; Bien de Familia. Su protección registral. Derecho argentino e
iberoamericano. Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba
(http://www.acader.unc.edu.ar).
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hogar familiar, es inoponible a los acreedores del causante por el término de 2 años de
producido el fallecimiento (art. 527); los actos realizados en fraude de los acreedores
(art. 338 y sigts.); el pago del crédito no expedito por existir prenda o embargo judicial
es inoponible al acreedor prendario o embargante (art. 877); la afectación del inmueble
es inoponible a los acreedores de causa anterior a esa afectación (art. 249); el
contradocumento particular que altera lo expresado en un instrumento público es
inoponible respecto a terceros interesados de buena fe (art. 298); la promesa pública de
recompensa revocada es inoponible a quien ha efectuado el hecho o verificado la
situación prevista antes del primer acto de publicidad de la revocación (art. 1805); o la
falta de inscripción registral en la transmisión o constitución de derechos reales (art.
1893).
También se dan supuestos de actos que son inválidos para las partes, pero no es
posible oponer esta ineficacia a ciertos terceros, protegiéndose la confianza y la buena
fe; por ejemplo: lo preceptuado en el art. 392, donde se protege a los subadquirentes de
buena fe y a título oneroso.127
La oponibilidad de una situación jurídica suele quedar vinculada al hecho de que
el resto de la comunidad tenga “conocimiento efectivo”, o al menos “posibilidad de
conocer” su existencia. En este punto es donde el legislador interviene y procura crear
medios técnicos que faciliten la “posibilidad de conocimiento”. Aparecen así los
“registros”, en los que se procura asentar constancia de situaciones o relaciones
jurídicas, que pueden, por medio de la consulta del registro, ser conocidas por todos los
interesados. Se crea entonces, por vía de la publicidad registral, la posibilidad de
conocer y con ella se genera la oponibilidad de las circunstancias que se incorporan al
registro.
Por último, en cuanto a la oportunidad para invocarla, la inoponibilidad puede
hacerse valer en cualquier momento, sin perjuicio del derecho de la otra parte a oponer
la prescripción o la caducidad (art. 397).
2.7. Breve noción sobre la representación en los actos jurídicos. El poder.
Nuestro Código dispone que los actos jurídicos entre vivos pueden ser celebrados
por medio de representante, excepto en los casos en que la ley exige que sean otorgados
por el titular del derecho (art. 358).
127
Compagnucci de Caso, Rubén H.; El negocio jurídico, op. cit., p. 511.
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128
Salvat, Raimundo; ob. cit., p. 231.
129
Cifuentes, Santos; “El Derecho a la intimidad”, ED 57-831.
130
Cifuentes, Santos; “Los Derechos Personalísimos”, Lerner, Bs. As., 1974, p. 338 y sigts.
131
Díaz Molina, Iván M. “El derecho a la vida privada”, L.L. 126-985.
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132
González Sepúlveda, Jaime; El derecho a la intimidad privada, Ed. Andrés Bello, Sgo. de Chile, 1972, p.
9.
133
http://dle.rae.es/?id=LyCn6I9&o=h.
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134
Perez Luño, Antonio Enrique. Derechos Humanos, Estado y Constitución, Ed. Tecnos. Madrid, 1999,
pp. 21/51. Cita a Mill, J.S.; “On Liberty”, en Prefaces to Liberty, Bacon Press, Boston, 1959. p. 251.
135
Griswold vs. Connecticut, 381 U.S. 479 (1965), es un caso histórico en el que la Corte Suprema de
Estados Unidos dictaminó que la Constitución protege el derecho a la intimidad. El caso se refiere a una
norma de del estado de Connecticut que prohíbe a toda persona el uso de “cualquier droga, artículo
medicinal o instrumento con el fin de evitar la concepción”. Por una votación de 7 votos contra 2, la
Corte Suprema invalidó la ley con el argumento de que violaba el “derecho a la intimidad conyugal”.
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136
Novoa Monreal, Eduardo; El Derecho a la Vida y Libertad de Expresión. Ed. siglo XXI, México, 1989. p.
26.
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137
Ugarte, José Luis; “El derecho a la intimidad y la relación laboral”; Santiago de Chile, Dirección del
Trabajo de Chile, agosto de 2000, Boletín 139/00.
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debe atenderse a cada situación y cada sujeto para determinar la extensión de lo privado,
sin perjuicio que en este último caso no debe atenderse a la mera opinión del afectado,
sino que debe operarse con un criterio tipo o estándar” como los que alude el Código
Civil cuando habla de buena fe (art. 9), moral y buenas costumbres (art. 10) o el criterio
del buen administrador (art. 2097).
3.4. Base Normativa.
3.4.1. El derecho a la intimidad en la Constitución Nacional.
En la República Argentina, la Constitución Nacional reconoce este derecho en los
artículos 18 y 19. El artículo 33, por otra parte y en la medida en que se refiere a
derechos implícitos, también es soporte legal del derecho a la intimidad.
3.4.2. En las constituciones provinciales.
En la constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires -texto del 1/10/1996-
los arts. 10, 11, 12 y 13 abordan la temática de los arts. 18 y 19 de la C.N. El art. 12 inc.
3) dispone: “La Ciudad garantiza: …3) El derecho a la privacidad, intimidad y
confidencialidad como parte inviolable de la dignidad humana”.
En la constitución de la provincia de Buenos Aires entre los arts. 6 y el 30 también
se establecen derechos y garantías concordantes con los de los arts. 18 y 19 de la C.N.
El art. 12 inc. 3) reconoce el derecho al “respeto de la dignidad, al honor, la integridad
física, psíquica y moral”, y el art. 20 inc. 3), al tratar el “habeas data”, dispone que “el
uso de la informática no podrá vulnerar el honor, la intimidad personal y familiar y el
pleno ejercicio de los derechos”.
Otras constituciones provinciales efectúan referencias explícitas al derecho a la
intimidad. Tales los casos del Chaco (art. 15 inc. 2º); Chubut (art. 18 inc. 3º); Jujuy (art.
23 inc. 2º); Río Negro (art. 20); Salta (arts. 17 y 22); San Luis (art. 15); Santiago del
Estero (art. 16 inc. 3º); Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (art. 14 inc,
3º); San Juan (art. 22) y Formosa (art. 68 inc. 5º, aunque en este caso la referencia es a
la intimidad familiar). En cambio, no hay referencias explícitas al tema en las
constituciones provinciales de Neuquén, Catamarca, Mendoza, Santa Cruz, La Pampa,
Tucumán, Santa Fe, Misiones y Entre Ríos. Sin embargo, refieren a la Carta Magna
nacional con el consecuente alcance de tal remisión.
3.4.3. En la legislación nacional.
Como se señalara, el Código Civil y Comercial de la Nación brinda un marco
general a la normativa del instituto que aquí se desarrolla en su art. 1770, aunque
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138
CSJN, 11/12/1984, “Ponzetti de Balbín, Indalia c/ Editorial Atlántida S.A. s/ Daños y Perjuicios”,
publicado en La Ley, 1985-B-120; ED, 112-242.
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139
CSJN, 13/12/1996, “Estado Nacional - D.G.I. c/ Colegio Público de Abogados de la Capital Federal s/
medidas cautelares”, publicado en Jurisprudencia Argentina, 1996-II, p. 295.
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140
CSJN; Fallos 119:231, 155:57, 167:212, 269:195, 270:289, 293:560, entre otros y Causa “Ponzetti de
Balbín”, ED, 112-242.
141
Rivera, Julio C.; “Derecho a la intimidad”, L.L. 1980-D, p. 918.
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En tal sentido, los conflictos que pueden presentarse entre estos dos derechos, no
pueden analizarse sino dentro de los límites que presenta el caso concreto, desde que la
sensibilidad y la importancia de los intereses presentados en los conflictos entre la
libertad de prensa y el derecho a la intimidad, aconsejan basarse en principios limitados
que no van más allá que el contexto adecuado del caso en estudio.
La tutela que nuestros textos constitucionales brindan tanto a la intimidad, a la
honra y a la dignidad de las personas, por un lado, como a la libertad de prensa, por otro
lado, no puede derivar ni en la absoluta y abstracta preeminencia de una sobre otra en
todo caso, ni en una mutua neutralización de sendas garantías.
Recordemos que la Constitución Nacional en su art. 19, como la Declaración
Americana de Derechos y deberes del Hombre en su art. V del Cap. Primero; la
Declaración Universal de Derechos Humanos en su art. 12; la Convención Americana
sobre Derechos Humanos en su art. 11 y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos en sus arts. 17 y 18:a, todos ellos de indisputable status constitucional a tenor
del art. 75 inc. 22 de la C.N., consagran el derecho a la intimidad, a la honra y a la
dignidad personal, a la par que condenan todo ataque a tales derechos de la persona y
toda injerencia arbitraria o abusiva en su vida privada, la de su familia, su domicilio o
su correspondencia.142
Nuestra Carta Magna y los mismos Tratados que conforman con ella el bloque
constitucional que da base y fundamento a nuestro sistema jurídico, consagran, también,
el derecho a la libertad de expresión o pensamiento en todas sus formas y en particular a
través de la prensa sin censura previa (arts. 14 y 32 de la C.N.; IV de la “Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre”; 19 de la “Declaración Universal de
Derechos Humanos”; 13 de la “Convención Americana sobre Derechos Humanos” y 19
del “Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos”).
Ahora bien, cabe señalar tal como lo viene divulgando nuestra Corte Suprema de
Justicia, que la verdadera esencia de la libertad de prensa “radica fundamentalmente en
el reconocimiento de que todos los hombres gozan de la facultad de publicar sus ideas
por medio de la prensa sin censura previa”, aclarando no obstante que “el aludido
142
SCJBA; Ac. 81.001, 28-6-06, “C., E. J. y otra c/ Diario El Día Soc. Impresora Platense S.A.C.I. s/ Daños y
perjuicios”. Señala el voto del Dr. Roncoroni que el art. 19 CN hunde sus raíces en el derecho patrio, ya
que el Estatuto Provisional del Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata del 26 de
octubre de 1811, establecía, a través del decreto de Seguridad Individual que lo integraba: “Todo
ciudadano tiene un derecho sagrado a la protección de su vida, de su honor, de su libertad y de sus
propiedades...” para agregar, luego, “La casa es un bien sagrado, cuya violación es un crimen”.
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143
Del caso “Campillay, Julio c/ La Razón, Cónica y Diario Popular” del 15-V-1986, ED, 118, doctrina
presente también en la célebre causa “Ponzetti de Balbín I. y otro c/ Ed. Atlántida S.A.” del 11-XII-1984
(ED, 112-243), que se va a repetir, entre otros precedentes y hasta nuestros días, aunque con las
variantes propias de cada caso, en “Vago J. c/ Ediciones La Urraca” del 19-XI-1991 (LL, 1992-B-365);
“Morales Solá, Joaquín” 12-XI-1996 (LL, 1996-E-325); “Cancela, Omar c/ Artear S.A.” 29-IX-1998 (J.A.,
1999-II-165) y “Rudaz Bissón c/ Editorial C. S.A. s/ indem. d. y p.”, 2-IV-98 (ED, 179-255).
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SCBA in re “Stegagnini, Tomás R. y otro”, 27-II-1990, La Ley, 1990-D-452 Nº 88.850.
148
Periodista norteamericano con más de 45 años de ejercicio profesional -18 en el New York Times, 2
de ellos como responsable de su influyente oficina en Washington-; dos premios Pulitzer, creador y
presidente del “Comité de Periodistas Comprometidos” (CCJ).
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productores y los receptores de la información ofrezcan una visión del mundo desde la
calidad y la integridad.
Para Kovach, el periodista debe ser principalmente un “testigo” y su trabajo debe
estar orientado a “describir” los actos de quienes dirigen la vida pública. No obstante,
advierte de que ser periodista requiere mucho carácter en contraposición a los
“panfletarios dispuestos a vender su periodismo al mejor postor”. Así, puso de relieve
cómo en ocasiones la calidad y la integridad no han sido reconocidos por el público, y
citó el caso del reportero del New York Times, Jayson Blair, que confesó haber
inventado historias de gran impacto sobre los francotiradores de Washington. Para
evitar este tipo de fallos apostó por crear en las redacciones una cultura a favor del
pensamiento crítico, además de mecanismos de calidad, veracidad y credibilidad. En
este sentido dijo que el público apoyó la invasión de Irak gracias al “mundo virtual de
una amenaza inminente” creado por el Gobierno de EE UU. “Se hizo con el apoyo de la
prensa, que no ejerció su papel de verificación”.149
El periodismo “es una narración con un propósito. Ese propósito consiste en
proporcionar al ciudadano la información que necesita para comprender el mundo. El
primer desafío es encontrar la información precisa para que viva su vida; el segundo,
que sea significativa, relevante, atractiva”. Sin embargo, la realidad diariamente muestra
un periodismo cada vez más acorralado por la publicidad, por la propaganda, por los
grupos de presión, por la tiranía de los índices de audiencia, por lo que “las aguas del
periodismo parecen haberse diluido en el océano inmanejable de la comunicación”.150
Señala Pettigiani que Bill Kovach analiza el valor que adquiere y la consecuente
responsabilidad que genera dar el relato inicial de los hechos, afirmando: “Los
periodistas pueden escribir sólo el primer borrador de la historia. Pero es el borrador en
base al cual nuestros ciudadanos actúan”, concluyendo que “si no hay una fuente de
información creíble, el compromiso social es manejado por el rumor, el miedo y el
cinismo”.151 El periodista sostiene que “al igual que sucede con cualquier mapa, el valor
del periodismo depende de su exhaustividad y proporcionalidad de objetivos. Los
periodistas que dedican a un juicio sensacionalista o al escándalo de un famoso más
tiempo del que saben que merecen porque saben que venderán son como los cartógrafos
149
Diario “El País” de España, edición del 2-2-2005, p. 30. Disponible en el sitio:
http://elpais.com/diario/2005/02/02/sociedad/1107298806_850215.html
150
Kovach, Bill y Rosenstiel, Tom, Los elementos del periodismo. Madrid, Ed. El País, 2003, pp. 16 y 204.
151
Diario Clarín, edición del 7-6-1995, p. 15.
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que dibujaban Inglaterra o España del tamaño de Groenlandia porque sus clientes lo
agradecían. A corto plazo, el error tenía gran rentabilidad económica, pero aparte de
confundir al viajero, a la larga destruía la credibilidad del propio cartógrafo”, a lo que
agregaba que “La objetividad apelaba a la necesidad de que los periodistas elaborasen
un método consistente de verificación de información -una forma de aproximarse a los
hechos de modo transparente- precisamente para que los aspectos personales o
culturales no interfirieran en la veracidad de las noticias”.152
Kovach y Rosenstiel proponen nueve ideas (elementos) para restaurar la
credibilidad de los periodistas. El primero de ellos, y no por casualidad la expresan así:
“La primera obligación del periodismo es la verdad”. A ella se suman: lealtad a los
ciudadanos, disciplina de verificación, independencia, ejercicio del control del poder,
voluntad de ofrecer un foro público para la crítica y el comentario, esfuerzo e
imaginación para que el significante sea sugerente y al mismo tiempo relevante, noticias
exhaustivas y proporcionadas, y respeto a la conciencia individual de los profesionales
del periodismo.153
La confianza en la información se crea a partir de una información confiable,
aunque esto parezca de Perogrullo o una logomaquia. El conocimiento directo de los
hechos reportados, o el recurrir a los protagonistas directos de los mismos, más allá de
la subjetividad, parcialidad o error en la apreciación de los sentidos en que pudieran
incurrir tales cronistas privilegiados, garantizan en mayor medida la veracidad y la
objetividad. La seriedad de cualquier relato histórico, de cualquier investigación sobre
hechos pretéritos, requiere el aseguramiento previo de las fuentes. No menos cierto es
afirmar que la primera versión de la historia es la que brinda el periodismo. Esa es la
explicación que signará en buena medida la apreciación prospectiva de lo informado.
Pero aun coincidiendo en esta apreciación, señala Pettigiani, no puede soslayarse
que hoy, como expresó Alfonso Nieto, periodista, profesor, ex rector de la Universidad
de Navarra “cada vez más, la información es el pilar de las relaciones entre personas en
todos los niveles: la política, el comercio, la educación, la economía. El desafío es
informar más, mejor y más rápidamente”.154 Es la misma observación que desde el
prisma de lo jurídico formula Bustamante Alsina, en los siguientes términos: “La
preocupación de los medios de comunicación social por difundir las noticias
152
Kovach, Bill y Rosenstiel, Tom, Los elementos, op. cit., pp. 102 y 225.
153
Kovach, Bill y Rosenstiel, Tom, Los elementos, op. cit., p. 18.
154
Reportaje publicado en el Diario 'La Nación' del 9-6-1996, p. 18.
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anticipándose a otros órganos de divulgación, y la avidez del público por ser informado
inmediatamente de los sucesos de interés general, son sin duda la causa de que se lancen
a la circulación noticias carentes de suficiente base de sustentación en la realidad de los
hechos. El clima de intranquilidad e incertidumbre que esas prácticas periodísticas
crean, es la fuente de versiones de la más diversa índole las cuales pueden confirmarse o
ser desmentidas, pero que hasta que ello ocurre dan motivo a inquietudes personales
cuando no a hondas perturbaciones sociales”.155
3.6.4. Vértigo informativo y periodismo de investigación.
Hoy en día los medios masivos de comunicación tienden a llegar inmediatamente
a un público ansioso por conocer cada detalle de los sucesos que ocurrieron hace apenas
momentos con interpretaciones necesariamente signadas por la provisionalidad. En
palabras de Pettigiani156 todo lo que aparece en los periódicos es incontrovertiblemente
precario, aunque con la peligrosa impronta de su impacto estigmatizante.
Por otro lado, la despiadada competencia comercial que marca la presencia de
otros medios de comunicación de masas (fundamentalmente televisión y radiofonía),
requieren un difícil equilibrio que tiene que conjugar celeridad, oportunidad, control de
las fuentes y otro muy gravitante factor que es la medida del impacto público o el
sensacionalismo que represente la noticia, entre otras consideraciones. En este último
aspecto es célebre la frase que Max Aitken (un desconocido canadiense que en 1910
adquirió el “Daily Express” de Londres, convirtiéndose más adelante por su
espectacular aporte al periodismo en el poderoso Lord Beaverbrook) colocara a modo
de frontispicio de su Redacción: “... si un perro muerde a un hombre, no es noticia; pero
si un hombre muerde a un perro, eso sí que es noticia”.
Sin embargo, el papel de la prensa no se agota en la búsqueda y amplificación de
lo que aparece como sensacional, sino que en muchos casos hace sensacionalismo, es
decir potencia hechos que no revisten trascendencia mayor, o procura crearlos a partir
de novedades ingeniosamente diseñadas. Estas características se agudizan tratándose de
crónicas policiales, las que tradicionalmente concitan el interés del público.
La velocidad que exige la demanda de información, las expectativas generadas y
potenciadas por los propios medios requieren respuestas inmediatas, y allí irrumpen
155
Bustamante Alsina, Jorge, “Nuestro derecho común interno frente a la doctrina jurisprudencial
norteamericana”, La Ley, 19-2-1997.
156
Seguimos en este título el voto del Dr. Pettigiani en el fallo de la SCBA, Ac. 76.450 del 1-4-04, “Otero
de Cabrera, María c/ Lambrescht, Rubén y otro. Indemnización daño moral”.
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opiniones de todo género, inducidas o no, generalmente ilustradas con escasos datos
parciales, a veces producto de la mera lectura de un título capturado al azar, que al calor
de un debate en frecuentes ocasiones direccionado, culminan en los cada vez más
frecuentes juicios y condenas mediáticas.
Por todas estas circunstancias, la actividad periodística aparece desenvuelta dentro
de un contexto particularísimo, en el que la posibilidad de solicitar y obtener de cada
fuente consultada una garantía de veracidad aparece cada vez más remota. En la
mecánica de la “primicia” aquella información que se tiene con prelación a cualquier
otro medio periodístico, en muchos casos con absoluta exclusividad el tiempo
perentorio, la premura con que se publique, resultan aspectos sustanciales que hacen a
su utilidad, relevancia y posibilidad de consumo.
Lo que es noticia no ya hoy, sino ahora, puede dejar de serlo apenas instantes
después. La necesidad de que el periódico esté en la calle en las primeras horas del día o
del horario vespertino, según el caso, y el consecuente horario de cierre de las rotativas
condicionan severamente la posibilidad de una adecuada evaluación y ponderación de la
novedad, que se recibe por conducto de fuentes habitualmente “bien informadas”
aunque su confiabilidad dista en ocasiones no infrecuentes de la buscada veracidad.
Incurrir en atraso en la publicación de una noticia es el pecado mayor que puede
atribuirse a un medio de comunicación, y el Jefe de Redacción se encarga celosamente
de impedirlo. En esas condiciones, el periodista y, por carácter transitivo, el editor,
deben actuar con la pericia propia de su oficio, seleccionando y corrigiendo el material
que va a ser objeto de la transmisión mediática, procurando filtrar los errores que
resulten perceptibles.
Cabría, de acuerdo a lo expresado, formular una distinción entre aquellas
informaciones que resultan espontáneamente de hechos impactantes, que se producen en
el momento, que “explotan” y que generan la necesidad de una inmediata cobertura
mediática por cuanto la demanda de conocimiento por la población se revela
impostergable, y aquéllas otras que provienen de los que se da en llamar “periodismo de
investigación”, donde los tiempos son manejados por el cronista con mucha mayor
libertad, y la publicación aparece generalmente determinada no por una exigencia del
público, sino por la oportunidad que marca el medio. En esta última modalidad las
características mencionadas en el parágrafo anterior se ven sustancialmente atenuadas,
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si bien no pierden absoluta vigencia, aunque muchas veces presentan matices que
merecen un análisis más particularizado en cuanto a la perentoriedad de su publicación.
La diferencia no resulta ociosa, por cuanto parece de toda evidencia que la
posibilidad de error existe mucho más frecuentemente en el primer supuesto que en el
segundo, donde las fuentes informativas pueden ser chequeadas con mayor seguridad y
donde las excusas de una precipitación en la publicación se muestran bastante menos
atendibles.
También la intención dolosa adquiere más posibilidades de operar, por cuanto la
modalidad adoptada resulta por cierto más proclive al “armado”, a insertarse con mayor
comodidad en el entramado de la noticia que se va conformando lentamente hasta hacer
eclosión con su publicación, cuya oportunidad reitero queda en principio librada a la
unilateral decisión del medio.
A tenor de tales consideraciones, la responsabilidad emergente en uno y otro caso
debe analizarse de distinta manera, máxime cuando la percepción del público es distinta
tratándose de una información que por sus características intrínsecas presenta un mayor
margen de error respecto de otra que se intuye y presenta como más dotada de precisión,
siendo también en razón de su naturaleza y complejidad, habitualmente mucho más
fácilmente rectificable la primera que la segunda.
Sentadas estas premisas, cabe poner de relieve que la protección conferida a la
expresión del pensamiento de las personas nunca puede alcanzar a las que con
inadmisible abuso de su libertad utilizan los medios de prensa particularmente los
masivos con fines subalternos: ofender el orden, la moral pública o los derechos de
terceros. Haciendo referencia a estos últimos, no se puede perder de vista que el daño
que se causa al particular o al funcionario a través de una falsa imputación es
generalmente insusceptible de ser reparado a través de la aclaración o rectificación
ulterior. Al respecto señala Herrendorf que “nunca ha dejado de ser un problema de alta
gravedad las lesiones que en forma deliberada o ingenua causan a la reputación y el
nombre de una persona las expresiones malintencionadas, falsas o agraviantes puestas
en circulación por los medios de comunicación social... según muestra la sociología de
la comunicación, una falsedad repetida por los medios se incorpora en el inconsciente
colectivo con éxito: una desmentida posterior no surte efectos de ninguna naturaleza;
para que ese efecto, sin duda deseado por el agraviado tenga sentido, el desmentido
debe ser reiterado por lo menos durante algunas semanas, de modo tal que la sociedad
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Herrendorf, Daniel E.; “Abstinencia de la Corte frente al poder abusivo de los medios masivos”, ED
133-273.
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158
Caso “New York Times Co. vs. L.B. Sullivan” (376 US 254, 84 S. cit. 710, 11 L. de. 2 d. 686, 1964); “Time
Inc. vs. Hill” (385 US 374 1967), “Curtis Publishing vs. Butts” (388 U.S. 1391967), “Rosenbloom vs.
Metromedia” (403 US 29 1971). A ellos se agregan “Gertz vs. Roberto Welch Inc. Co.” (418 U.S.
3231974); “Garrison vs. Luisiana” (1964) y “St. Amant vs. Thompson” (1968), estos dos últimos citados
por Jorge Bustamante Alsina en su trabajo: “Nuestro Derecho Común interno frente a la Doctrina
Jurisprudencial Americana de la 'actual malice'. A propósito de los casos 'Morales Solá' y 'Gesualdi'” en
La Ley, año LXI, Nº 35 del 19-II-1997.
159
Seguimos a Bustamante Alsina en el trabajo citado en último término.
160
Badeni, Gregorio; “Qué es la Real Malicia”, La Nación, 16-11-1996.
161
Ancarola, Gerardo; “Un hito promisorio para la libertad de prensa”, E.D., 145-511/13.
162
Bustamante Alsina, Jorge; “Nuestro derecho…”, op. cit.
163
Badeni, Gregorio, Doctrina de la Real Malicia, Academia Nacional de Periodismo, Bs. As., 2005, p. 90.
164
Badeni, Gregorio, Doctrina de la Real Malicia, op. cit., pp. 98-103.
165
Badeni, Gregorio, Doctrina de la Real Malicia, op. cit., pp. 99-106.
166
CSJN; 15/05/86, “Campillay, Julio C. c/ La Razón y otros”, “Fallos”, 308:789; La Ley, 1986-C-411.
167
Bianchi, Enrique Tomás; “La Doctrina Campillay (O la Noticia que reproduce lo expresado por otro)”;
La Ley, diario del 15-IV-1997, año LXI, 72.
168
CSJN, 13/03/87, “Costa, Héctor c/ MCBA”; “Fallos”, 310:508.
169
Vázquez, Adolfo Roberto; “El Derecho”, 22-6-1997. Cita en el voto del Dr. Negri en el referido fallo de
la SCBA, Ac. 76.450 del 1-4-04, “Otero de Cabrera, María c/ Lambrescht, Rubén y otro. Indem. daño
moral”.
el régimen general vigente en nuestra ley común, que tiene su fuente en la comisión de
un delito penal o de un acto ilícito civil; se trata, pues, de una responsabilidad subjetiva
por lo cual, en virtud de los principios que rigen la materia, no es dable presumir la
culpa o el dolo del autor del daño y quien alegó estos únicos factores de imputación
debe demostrar su concurrencia”.
Es obvio entonces que cuando se trata de personas comunes, de simples
particulares involucrados en hechos que no suscitan ese necesario interés público, tal
actuar de la prensa (ya sea marcado por la negligencia o la imprudente precipitación, ya
por la intencionalidad que trasluce la desfiguración de las palabras y de los hechos) no
es el que resulta dable esperar del arquetipo del buen periodista: aquel que recibe y
difunde información con los cuidados, la diligencia y la bona fides propias de su
profesión. Y tampoco puede ser ajeno a tal periodista o medio de prensa la razonable
previsibilidad de los daños que con la difusión de la noticia pudiera provocar.
En suma, la CSJN ha reconocido que el “standard” de la real malicia determina la
exculpación de los periodistas acusados criminalmente o procesados civilmente por
daños y perjuicios causados por informaciones falsas, poniendo a cargo de los
querellantes o demandantes la prueba de que tales informaciones lo fueron con
conocimiento de que no eran verdaderas o con imprudente y notoria despreocupación
sobre su veracidad.170
3.6.7. Directivas sobre la responsabilidad de los medios en la jurisprudencia y en
nuestro derecho positivo.
La Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires, con el voto del Dr. Hitters, ha
expresado que, como todo derecho, la libertad de prensa tiene límites y los mismos
aparecen cuando se rozan los derechos de la personalidad espirituales del individuo, el
honor, etc., ya que en esas hipótesis aparece una tensión, que debe resolverse
equitativamente.171
La evolución de la doctrina de la “real malicia” tuvo marcada trascendencia en
1996, cuando en poco más de un mes la Corte Suprema emitió tres importantes
pronunciamientos. En efecto, el 12 de noviembre dictó el fallo en “Morales Solá,
Joaquín M.”172, donde abordó la figura norteamericana de la real malicia; el 10 de
170
Doctrina de Fallos: 319:2741; 321:2848.
171
SCBA; Ac. 73.058, 13-03-02, “Vallejo, Guillermo A. c/ Editorial La Capital S.A. y ot. s/ daños y
perjuicios”.
172
La Ley, 1996-E-328.
diciembre se pronunció en el caso “Acuña, Carlos Manuel R.”, en el que señaló que la
postura “Campillay” constituye una doctrina típicamente constitucional (más que civil o
penal), de lo que se deriva que en las situaciones en que se aplique la misma, se priva de
antijuridicidad a las conductas; y por último el 17 de diciembre, se pronunció en la
causa “Gesualdi”, dejando sentado que la doctrina de la real malicia “no exime al medio
periodístico de producir los elementos de juicio necesarios para acreditar la
improcedencia de la demanda. Así, sin llegar al extremo de la prueba de la veracidad de
lo divulgado, de su fin lícito o de la falta de conciencia acerca de la falsedad de la
noticia, le incumbe la demostración de que actúo responsablemente y con diligencia en
la obtención de la misma”.173
En la causa “Vallejo” antes referida, Hitters sostiene que el estándar de la real
malice implicó un “paraguas protector para la prensa, según el cual sólo puede
condenarse al informante cuando -en ciertos campos, donde prime el interés público-
actúe a sabiendas de la inexactitud, esto es, dentro de los limbos del dolo” a lo que
agrega que en nuestra legislación “no es imprescindible acudir a doctrinas foráneas para
arribar a estos resultados, pues nuestro ordenamiento jurídico ofrece soluciones para
esta problemática; además la real malice tiene un estrecho campo de aplicación, pues
sólo es válida para determinados personajes o ciertas actividades” y a su vez “el modelo
civilístico argentino es para la prensa aún más tuitivo que el norteamericano, pues aquí
solamente puede condenarse al medio en la situación de dolo o de culpa del informante,
mientras en el ámbito de la real malicia la inversión de la carga probatoria sólo opera
para funcionarios públicos o cuestiones de relevancia pública o de importancia
institucional, y en los demás casos la responsabilidad es, por regla, objetiva, es decir de
derecho estricto (Bustamante Alsina, “Nuestro derecho común...”, ob. cit., p. 4, apart. 4,
véase también, Badeni, ob. cit., p. 5). En cambio nuestro sistema siempre impone la
búsqueda del factor imputativo, no solamente para el hombre público, sino también para
los particulares, con lo que se dilata notoriamente el campo de protección a la prensa
(Bustamante Alsina, trabajo citado, véase también Ancarola, Gerardo “A propósito del
último fallo sobre libertad de prensa en la Corte Suprema de Justicia de la Nación ¿Un
retorno a las fuentes?”, “El Derecho”, t. 154, p. 959). En efecto, como bien apunta
Bustamante Alsina, para potenciar la libertad de prensa y de pensamiento, y para cuidar
173
CSJN, 17/12/1996, “Gesualdi, Dora M. c. Coop. Periodistas Independientes Ltda.”, La Ley, 30-IV-1997,
p. 7.
otros valores, es preciso retornar a las fuentes, es decir a los parámetros fundantes de la
responsabilidad civil (“Teoría General de la Responsabilidad Civil”, Ed. AbeledoPerrot,
Bs.As., 1993, p. 583 y sgtes.; ídem “Los efectos de las informaciones inexactas o
agraviantes en la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación”,
Academia Nacional de Derecho, Bs.As., 1989; “El marco normativo dentro del cual
debe ejercerse la libertad de prensa”, “La Ley”, diario del 31 de marzo de 1992).
Resulta así necesaria la acreditación de la imputabilidad subjetiva del accionado, es
decir culpa o dolo del originante del daño (arts. 1069, 1072 y concs. del CC) tal cual lo
expresado no hace mucho tiempo nuestro máximo Tribunal Federal, a través del voto
del doctor Petracchi (in re “Díaz, Daniel c/ Editorial La Razón” del 24-XI-1998) donde
el mencionado Juez señala que este criterio es ampliamente válido, cuando se trata,
como en ese caso, de simples particulares por noticias de carácter difamatorio, con lo
que es suficiente la negligencia precipitada, o la simple culpa. Obviamente que esto
beneficia en gran medida a los medios de prensa, pues en lo que hace a la
responsabilidad, no puede existir para ellos un esquema objetivo severo como si se
tratara siempre una actividad riesgosa (Bustamante Alsina, Jorge, “Nuestro derecho
común interno frente a la doctrina jurisprudencial norteamericana”, “La Ley”, 19-II-
1997, ya citado). En otras palabras, la pilastra donde debe apoyarse la responsabilidad
de las personas, u órgano que dio la noticia o publicó la crónica, debe seguir siendo la
fórmula de los arts. 508 y 1109 del Código Civil”.
La postura de Bustamante Alsina en la que se apoya Hitters, es considerada
errónea por Badeni, para quien el error “residía en considerar que en aquellos casos en
que no se presentaban los presupuestos de aplicabilidad de la real malicia, se presumía
la culpa o dolo del emisor. Además, en entender que el concepto de reckless disregard
era sinónimo de culpa. La real malicia, como doctrina que tiene jerarquía constitucional,
sólo se aplica cuando se formulan agravios respecto de funcionarios públicos, figuras
públicas o particulares involucrados en temas de interés institucional o de relevante
interés público. En los restantes casos rigen las reglas del Código Civil, de manera que
no se produce una inversión probatoria respecto del dolo o de la culpa porque, es cierto,
siempre corresponderá al demandante probar su existencia. Por otra parte, la real
malicia impone al demandante probar la falsedad de las afirmaciones vertidas. Sin
prueba fehaciente de la inexactitud, no hay responsabilidad. En cambio, en la
legislación civil argentina puede haber responsabilidad aunque se exprese la verdad con
referencia a las personas y materias que engloba aquella doctrina. Finalmente, debemos
recordar que las reglas de la real malicia excluyen la culpa. Aunque se acredite una
conducta culposa, no habrá responsabilidad. Se exige el dolo directo o reckless
disregard, como equivalente a nuestro concepto del dolo eventual. Quienes propiciamos
aplicar la doctrina de la real malicia limitamos su ámbito a determinadas materias y
cuestiones. Al margen de ellas, corresponde aplicar el derecho común. Pero no el
derecho común anglosajón resultante del common law, sino el derecho común
establecido en nuestro Código Civil”.174
Con similar énfasis Badeni critica a Ancarola, para quien la “real malicia”
propiciaría, en el ordenamiento argentino, “una inversión de la carga de la prueba en
cuanto al elemento subjetivo de la conducta, que colocaría en una situación
desventajosa a los simples particulares”. Para Badeni no es así, porque a los simples
particulares “no se les aplican las reglas de la real malicia, sino las del Código Civil que
imponen la necesidad de la prueba por el accionante del dolo o culpa. Y cuando se
aplica la real malicia, no basta la prueba de la culpa, sino que se exige la del dolo
directo o eventual. De manera que, si bien es cierto que la real malicia genera una
inversión de la carga de la prueba respecto de las normas vigentes en el common law
anglosajón, esto no acontece frente a nuestro derecho común”. La equivocación de
ambos juristas, según Badeni, radica en “confundir el common law anglosajón con el
derecho común nacional”, cuando la doctrina de la real malicia “no integra el common
law sino que, por el contrario se impone frente a él”. Por tal razón, la Suprema Corte
norteamericana “declaró la inaplicabilidad del common law en aquellos temas donde
cobra vigencia la real malicia. Si trasladamos estos conceptos a nuestro derecho interno,
significa que, cuando no se aplica la real malicia, rigen plenamente las disposiciones de
los códigos Civil y Penal, pero no el common law anglosajón”. En suma, para Badeni
“nuestra legislación civil no prevé dos componentes fundamentales de la doctrina de la
real malicia. Uno de ellos es la prueba sobre la inexactitud manifestada mediante la
libertad de expresión, que está a cargo del accionante. En cambio, en nuestra legislación
civil y penal –con la salvedad de la calumnia– la prueba de la inexactitud es irrelevante.
Se puede cometer el delito de injurias o un acto ilícito civil diciendo la verdad. El
174
Badeni, Gregorio, Doctrina de la Real Malicia, op. cit., pp. 121-122.
segundo, y con respecto a nuestra legislación civil, es que se debe probar el dolo directo
o eventual del emisor, y resulta insuficiente la prueba de la culpa”.175
Sintetizando, la doctrina de la real malicia excluye de su ámbito “los individuos
que no son funcionarios gubernamentales ni figuras públicas y que tampoco pueden ser
relacionados con temas institucionales o de relevante y justificado interés público. En
este último caso, es viable aplicar los contenidos de las normas penales y civiles
vigentes porque el ejercicio de la libertad de expresión se habrá concretado en una
dimensión meramente individual”.176
Sin perjuicio de lo antedicho, la doctrina de la “real malicia” requiere que el
funcionario o la figura pública acredite la falsedad de la noticia, el dolo o la inexcusable
negligencia de la prensa, esto es demostrar que el periodista conocía la falsedad de la
noticia y obró con real malicia con el propósito de injuriar o calumniar.
La aplicación de esa doctrina lleva a la exculpación del medio de prensa cuando
los hechos publicados son veraces, no fueron creados, provocados ni inducidos por la
publicación, lo cual despoja de ilicitud a los mismos, lo que evidencia el ejercicio
legítimo del derecho de informar.
No cabe duda de que la prensa debe tener la máxima tutela jurisdiccional como
instancia de primerísimo valor en el suministro de información y en la formación de la
opinión pública. Pero ese tratamiento que por especial reconocimiento constitucional le
concierne (art. 14, C.N.), no significa impunidad ni la posibilidad de un proceder
irresponsable. Por lo demás, ningún valor puede estar por encima de la dignidad de la
persona del hombre, para cuya protección y promoción han sido creadas las
instituciones.
Discrepando también con la opinión de Bustamante Alsina (a la que se suman las
de Gerardo Ancarola, “Libertad de Prensa y responsabilidad de la prensa”, “E.D.”, 171-
509 y de Santos Cifuentes, “El honor y la libertad de expresión”. “La responsabilidad
civil”, “La Ley” del 15-X-1993) en cuanto rechaza la posibilidad de admitir un factor de
atribución subjetivo de responsabilidad de carácter específico distinto del dolo y la
culpa, Vázquez señala que las críticas olvidan que la Corte es un Tribunal de garantías
constitucionales que en el cumplimiento de su cometido puede fijar pautas de
interpretación de las libertades fundamentales que por estar basadas en nuestra
175
Badeni, Gregorio, Doctrina de la Real Malicia, op. cit., pp. 122-123.
176
Badeni, Gregorio, Doctrina de la Real Malicia, op. cit., pp. 123-124.
Constitución prevalecen sobre toda norma infraconstitucional, en cuyo rango ubica las
que consagran la responsabilidad civil. Por la misma razón, encuentra fundamento para
la aplicación de la “actual malice” tanto en querellas penales como en causas civiles,
discrepando esta vez con Santos Cifuentes (“La protección del honor de los jueces y la
responsabilidad de los medios de prensa. Equívocos y confusiones a propósito de los
casos 'Gesualdi' y 'Morales Solá'”, “El Derecho” del 11-IV-1997). Por su parte Augusto
Mario Morello afirma que en el derecho vívido de la libertad de expresión, la cuestión
de la prueba es, en concreto, el meollo a resolver para la apropiada aplicación de las
normas constitucionales y legales (del Derecho Civil y Penal) imbricadas en el tema, y
coincide con Vázquez en atribuir al ingreso del requisito de la “real malicia” al
panorama nacional el rol de una regla o principio a modo de “estándar”, de juego
funcional flexible no destinada a regir de manera absoluta, a lo que se aduna la
aceptación de los principios de la teoría de las cargas probatorias dinámicas,
constituyendo entonces estándares que pueden resultar de utilidad coadyuvante para que
el juzgador evalúe prudentemente en cada caso, con sus particularidades, el valor de la
prueba aportada por las partes. (Morello, Augusto M.; “¿Es prescindible la doctrina de
la 'real malicia' (Actual Malice)”, “La Ley”, año LXI, Nº 177 del 16-IX-1997).177
En suma, el especial factor de atribución que exige la doctrina de la real malicia
(dolo o negligencia casi dolosa), no juega cuando se trata del reclamo de un ciudadano
que no es funcionario público, aunque el tema divulgado por el medio periodístico
pudiera catalogarse de interés público o general, motivo por el cual se deben aplicar las
reglas comunes de la responsabilidad civil, según las cuales basta la simple culpa del
agente para comprometer la responsabilidad del órgano de prensa.178 Cabe también
poner de relieve que en materia de publicación o difusión indebida, la exceptio veritatis,
es decir, la prueba de la verdad de los hechos, no excluye la antijuridicidad de la acción,
pues el derecho a la intimidad no se preocupa por la verdad o falsedad de lo dicho por el
perturbador sino de evitar la violación de la vida privada, razón por la cual de nada sirve
que el demandado acredite la verdad de lo difundido.179
180
Fuente: Asociación por los Derechos Civiles (ADC) - www.adc.org.ar.
advirtió que, aún de haber existido, tal autorización no hubiera sido hábil para exonerar
de responsabilidad pues se trataba de un menor. En el mejor de los casos - dijo -, la
autorización a requerir era la de los padres, y ello con los reparos que al respecto - ante
casos similares - han formulado tanto la doctrina como la jurisprudencia. Por ello la
Corte sostiene que “en lo atinente a la "autorización" que habría dado la directora del
jardín de infantes, se omite considerar que el fallo menciona expresamente que, según el
testimonio de aquélla, existió “autorización a los periodistas para entrar a 'la Dirección'
pero no al resto de las instalaciones y mucho menos para tomar imágenes de los
menores que concurrían al establecimiento”. Tampoco la recurrente se hace cargo de
que, según la sentencia, "en el mejor de los casos, la autorización a requerir era la de los
padres del niño”.
5.- Barreiro, Hipólito vs. Fernández, Mario y Diario Crónica (CSJN 14/10/03)
Por otro lado, en el caso “Barreiro” la Corte reiteró la vigencia de la doctrina
“Campillay”. Así, en este caso la Corte resolvió que el diario “Crónica” no debía abonar
una indemnización al Sr. Barreiro, quien fuera médico de Juan Domingo Perón y se
había sentido agraviado por la publicación del diario en la que informaba que el sobrino
del ex presidente de la Nación (Alejandro Rodríguez Perón) se había referido a él como
“un curandero”. El fundamento fue que el diario no era responsable porque los dichos
por los que el actor se sintió injuriado fueron atribuidos por el medio gráfico al sobrino
de Perón sin agregar ninguna valoración, interpretación o reafirmación de la versión.
6.- R., S.J. vs. Clarín (CSJN, 14/10/03)
La Corte Suprema supervisó que se aplicara esta doctrina en el caso “R, S.J. c/
Arte Gráfico Editorial Argentino”, en el que una mujer demandara al diario “Clarín” por
haber violado su intimidad mediante la publicación de una nota, confeccionada sobre la
base de una sentencia judicial, en la que si bien no se hacía mención de su identidad sí
se hacía referencia a datos que posiblemente habían permitido que la mujer fuera
identificada como víctima de una violación. La Corte revocó la sentencia que había
declarado responsable al diario y ordenó que continuara la investigación a fin de
determinar si el diario había obtenido la sentencia de parte del tribunal de juicio. El
fundamento fue que, de ser así, el diario no podía ser considerado responsable a partir
de la doctrina “Campillay” y de su posterior desarrollo en el caso “Pérez de Arriaga” en
el que se sostuvo, que la publicación fiel de lo resuelto en una sentencia judicial no
protección a quien se ha referido sólo a lo que puede ser (o no), descartando toda
aseveración, o sea la acción de afirmar y dar por cierta alguna cosa, y no consiste
solamente en la utilización de un determinado modo verbal -el potencial- sino en el
examen del sentido completo del discurso, que debe ser conjetural y no asertivo.
Aclaró también que la posterior rectificación del diario no es una circunstancia
que le sirva de excusa para liberarse de responsabilidad, si la noticia -más allá de que se
haya utilizado el modo potencial- no sólo no tiene sustento en las constancias de las
causas penales, sino que tampoco fue difundida por los otros medios o agencias de
noticias, motivo por el cual es un aporte subjetivo del diario que compromete su
responsabilidad por el carácter difamatorio de esa información, a lo que se suma que el
art. 14, inc. 2°, de la Convención Americana sobre Derechos Humanos ratificada por la
ley 23.054 establece que en ningún caso la rectificación o la respuesta "eximirán de las
otras responsabilidades legales en que se hubiese incurrido”.
Por último, la responsabilidad atribuida al diario es extensiva a su directora, que
no cumplió con su función de controlar la difusión de una noticia que tenía aptitud
suficiente para lesionar el honor y la dignidad de los peticionarios, máxime cuando en el
último de los artículos cuestionados se había indicado expresamente que la noticia tenía
su origen en la propia agencia del diario y en dicha nota no se identificaba al redactor de
la noticia (conf. arts. 902, 1067 y 1109 del Código Civil).
9.- Oyarbide, Norberto A. vs. Tauro, Marcela (CSJN, 8/5/07).
En el caso del juez federal Oyarbide, la Corte confirmó por mayoría la sentencia
de la Sala “L” de la Cámara Nacional Civil que rechazó la demanda contra la periodista
Marcela Tauro, promovida por el actor en reclamo de los daños y perjuicios que dijo
haber padecido como consecuencia de un comentario efectuado por la demandada en un
programa de televisión (“Telepasillo”), donde mencionó que el demandante tenía una
mariposa estampada en su cuerpo, y que, además, se hizo un tatuaje en “la cola”. El juez
en su demanda sostuvo que tales dichos afectaron su honor, ocasionando un daño a su
imagen y a las instituciones. El juez de 1ra. Instancia acogió la demanda y condenó a la
periodista, considerando que sus dichos fueron efectuados con negligencia ya que ella
misma admitió que no había podido verificar visualmente si el juez poseía o no los
mencionados tatuajes. Apelada la decisión, los camaristas revocaron la decisión del juez
y rechazaron la demanda, entendiendo que si bien el actor no pertenece a la farándula,
se trata de una persona de amplia exposición pública a partir de los hechos que lo
habrían provocado las notas publicadas y una editorial. El diario interpuso recurso
extraordinario cuya denegación dio lugar al recurso de queja. La Corte Suprema (Fallos:
331:1530), por mayoría, revocó la sentencia en base a que el editorial no era apto para
generar la responsabilidad del diario. El juez Petracchi, en su voto concurrente,
coincidió con lo decidido por la mayoría expresándose respecto al valor agresivo de las
opiniones, ideas o juicios de valor. El juez Maqueda, también en voto concurrente, se
pronunció sobre la tutela constitucional de la libertad de expresión y sobre la posibilidad
que tienen las personalidades públicas de un mayor acceso a los medios periodísticos.
Los estándares aplicados por la Corte fueron:
- No procede la demanda iniciada por funcionarios públicos, que no probaron que el
demandado conociera la falsedad de los hechos invocados como ciertos. Corresponde
atribuir responsabilidad al autor cuando los afectados demuestren que quien emitió la
expresión o imputación conocía la falsedad de la noticia y obró con conocimiento de
que eran falsas o con notoria despreocupación por su veracidad.
- El factor subjetivo del concepto “real malicia” (conocimiento de la falsedad o
indiferencia negligente sobre la posible falsedad) no se configura por una presunción
(derivada de la sola evidencia de daño); debe ser materia de prueba por parte de quien
entable la demanda contra el periodista o medio periodístico.
- Toda expresión que admita ser clasificada como una opinión, por sí sola, no da lugar a
responsabilidad civil o penal a favor de las personas que ocupan cargos en el Estado, ya
que no se daña la reputación de éstas mediante opiniones o evaluaciones, sino
exclusivamente a través de la difusión maliciosa de información falsa.
11.- Menem, Carlos S. c/ Editorial Perfil S.A. y otros s/ daños y perjuicios sumario.
Caso “Fontevecchia” (CSJN, 25/09/01).
En esta causa, (Fallos: 324:2895), la Corte Suprema confirmó la sentencia de la
Sala H de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil que había hecho lugar a la
demanda de daños y perjuicios promovida por el ex Presidente Carlos Saúl Menem
contra Editorial Perfil S.A., Jorge Fontevecchia y Héctor D’Amico (en adelante, causa
“Menem”). La Corte entendió que la difusión de ciertas notas periodísticas vinculadas
con la presunta existencia de un hijo no reconocido de Menem había lesionado en forma
ilegítima su derecho a la intimidad, tutelado por el art. 19 de la Constitución Nacional y
por los arts. 17, párrafos 1° y 2° del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
y 11, párrafos 2° y 3º, de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (CADH),
181
Ver en:
http://sjconsulta.csjn.gov.ar/sjconsulta/documentos/verDocumento.html?idAnalisis=735716&interno=1
.
una sentencia dictada en sede nacional”. Asimismo, sostuvo que imponer a la propia
Corte que revise una decisión firme, ponía en tela de juicio su condición de órgano
supremo del Poder Judicial nacional de acuerdo con el art. 108 de la Constitución, y
contradecía principios fundamentales del derecho público que funcionan como un límite
para la implementación de las decisiones internacionales (Cons. 16º y 17º).
La mayoría de la Corte también destaca que el art. 27 de la C.N. tiene para la
Nación un significado singular en el derecho internacional, y lejos de haber sido
alterado por la reforma de 1994, ha sido reafirmado con ella. Así lo ha entendido el
constituyente argentino cuando, al otorgar jerarquía constitucional a la CADH -entre
otros tratados internacionales sobre derechos humanos-, ha establecido expresamente
que sus normas “no derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución”,
reafirmando la plena vigencia de los principios de derecho público establecidos en la
norma fundamental como valladar infranqueable para los tratados internacionales
(doctrina de Fallos: 317:1282; Cons. 19º), concluyendo, en virtud de todo lo expuesto,
que no corresponde hacer lugar a lo solicitado por la Secretaría de Derechos Humanos
de la Nación, aclarando que lo dicho hasta aquí no implica negar carácter vinculante a
las decisiones de la Corte Interamericana, sino tan solo entender que la obligatoriedad
que surge del arto 68.1 debe circunscribirse a aquella materia sobre la cual tiene
competencia el tribunal internacional (art. 63, CADH; arts. 27, 75 inc. 22 y 108,
Constitución Nacional).
El único voto en disidencia (ya que el voto del Ministro Rosatti por distintos
fundamentos concurre con el voto de la mayoría) corresponde al Ministro Maqueda,
para quien corresponde sin más dejar sin efecto los fallos dictados por la Corte y por la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil en la citada causa “Menem”, en cuanto
atribuyeron responsabilidad civil e impusieron una condena a los señores Jorge
Fontevecchia y Héctor D'Amico.
Como señala Abramovich, nada impide que en un caso la Corte Suprema, en
ánimo de diálogo constructivo, impugne el ejercicio de autoridad de la Corte
Interamericana, como lo hicieron algunos jueces en el precedente “Espósito”, pero en
todo caso ese juicio crítico sobre el ejercicio de la competencia no puede conducir al
extremo de negar fuerza obligatoria a la condena. En el caso “Espósito” la Corte
Suprema discutió y protestó por lo que entendió un ejercicio excesivo de facultades del
tribunal internacional, pero acató su decisión. En “Fontevecchia”, en cambio, el
supuesto exceso de competencia fue utilizado para alzarse en contra del cumplimiento
del fallo, prescindiendo así del tono dialógico para pasar a exponer una disputa de
autoridad.
La Corte Interamericana tiene la potestad de examinar si una decisión judicial
violó la Convención Americana, por ejemplo al negar el debido proceso, o limitar
arbitrariamente un derecho de la Convención (libertad de expresión, libertad sindical,
nacionalidad, defensa en juicio, etc.). Si concluye que lo hizo, como señala
Abramovich, su poder remedial no se limita a fijar reparaciones patrimoniales, sino que
puede obligar al Estado condenado a dejar sin efecto, revisar o anular la decisión o sus
efectos jurídicos. Es cierto que técnicamente la CIDH no tiene la atribución de
“revocar” una decisión de la Corte, porque no es un tribunal superior que resuelve un
recurso de apelación. El proceso internacional es un nuevo proceso judicial, diferente al
litigio interno, con sus propias instancias, partes litigantes, sistema de prueba y de
responsabilidad y su propio aparato remedial. Lo que hace la CIDH es ordenarle al
Estado que adopte los mecanismos necesarios para dejar sin efecto o, en otros términos,
privar de efectos jurídicos a la decisión. En ocasiones, la CIDH manda seguir adelante
una investigación, lo que implícitamente obligará al Estado por los mecanismos que el
propio Estado disponga, a reabrir ese proceso si hubiera sido cerrado en sede judicial.
No altera esta facultad el hecho de que la decisión judicial que se dispone revisar
provenga de la máxima instancia del Poder Judicial del Estado, porque todas las
instancias del Estado están obligadas por la Convención Americana en la esfera de su
competencia, a dar cumplimiento de buena fe a las sentencias de la CIDH de acuerdo a
los arts. 2 y 68 de la Convención (es la idea del “control de convencionalidad” que
desarrolla con mayor precisión la CIDH en la resolución de cumplimiento del caso
“Gelman”). Y así como la CIDH puede imponer al Congreso, que es cabeza máxima del
Poder Legislativo, cambiar una ley, o bien al Presidente, que es cabeza del Poder
Ejecutivo, revisar un acto administrativo, puede también imponer a la Corte Suprema (o
a los tribunales superiores, o a las cortes constitucionales, que son cabeza de los poderes
judiciales, según el Estado de que se trate) revisar o anular una sentencia por los
caminos que la legislación de cada Estado determine.
La competencia convencional de la CIDH para ordenar que se revisen sentencias
de tribunales nacionales es coherente con el principio del previo agotamiento de los
recursos internos que contribuye a definir su papel subsidiario. Sería absurdo que la
Convención, por un lado, disponga que las víctimas deben agotar los procesos judiciales
nacionales antes de acceder con sus demandas al sistema de protección internacional, y
luego inhibiera a los órganos del sistema de revisar el alcance de esas decisiones
judiciales. Si así fuera las víctimas quedarían en medio de una trampa, sostiene
Abramovich. Pero además, si la cosa juzgada en la esfera nacional fuera rígida e
inmodificable, la justicia internacional de derechos humanos no tendría razón de ser, se
limitaría a adjudicar pagos de dinero para compensar aquello que el dinero no puede
nunca compensar, como la vida, la integridad física, la libertad personal, o la autonomía
reproductiva, sin poder restituir a las víctimas en el goce de sus derechos conculcados,
que es lo que manda a hacer el art. 63.1 de la propia Convención Americana, que
entiende por reparación precisamente hacer cesar los efectos de la violación, y restituir a
la víctima en lo posible a la situación previa al agravio. Sí la Corte IDH no pudiera
ordenar remedios que apunten a ello, simplemente no existiría tutela internacional
efectiva. No hubiera podido la CIDH, por ejemplo, obligar a revisar sentencias que
cancelaron arbitrariamente la ciudadanía y sometieron a la apatridia (como hizo
respecto de personas de origen haitiano en República Dominicana), ni condenas injustas
(como los procesos “antiterroristas” peruanos de Fujimori, o las condenas a cadena
perpetua a menores de edad en Argentina), o bien imponer la reapertura de procesos
cerrados sin cumplir con el deber de investigación penal como hizo en Perú (Barrios
Altos), Colombia (Gutiérrez Soler), Chile (Almonacid), Uruguay (Gelman), Brasil
(guerrilla de Araghuaia), o que se reconduzcan investigaciones penales desarrolladas
con negligencia, como en Bolivia (Ibsen Cárdenas), o México (Campo Algodonero),
entre muchos otros casos de crímenes masivos, o bien de patrones de violencia
institucional. Esto es lo que hizo la Corte Interamericana desde que fue creada en los
años setenta, sin advertir como ahora advierte la Corte argentina en una relectura del
artículo 63.1 de la Convención Americana, que no tenía competencia remedial para
hacerlo.
En el caso “Fontevecchia” la CIDH ordenó revisar la condena civil contra dos
periodistas. Este remedio no es novedoso en su jurisprudencia sobre libertad de
expresión, desde el famoso caso “Herrera Ulloa” vs. Costa Rica, que fue reiteradamente
citado por la Corte argentina. Si bien las víctimas podían obtener la devolución de las
sumas abonadas en esa condena por la vía de una reparación económica a cargo del
Estado, lo que la CIDH buscaba era borrar los efectos de la condena dictada en
económicas a fin de poder cumplir las funciones esenciales del Estado. Pero en el caso
“Fontevecchia”, no se discutía la ejecución de una sentencia de un tribunal extranjero,
sino de un tribunal internacional creado por un tratado que el Estado integró
soberanamente en su propio ordenamiento constitucional reconociendo su fuerza
vinculante.
Conclusiones: En la visión de Abramovich, si bien es cierto que la reforma de 1994
estableció que los tratados de derechos humanos que se incorporan a la Constitución no
derogan artículo alguno de su parte dogmática -que recoge los principales derechos- y
deben entenderse complementarios de esos derechos y garantías, esta regla ha sostenido,
hasta ahora, la tesis de la unidad en un solo bloque de los Tratados y el resto de la
Constitución (“bloque de constitucionalidad”), y no ha sido leída como que los tratados
deben subordinarse o ajustarse a los límites que imponen los principios de derecho
público que expresa el contenido original de la Constitución. Dicho más claro, no se ha
interpretado la regla para degradarlos a un segundo rango constitucional. Esta última
cuestión, sumamente espinosa, está sin embargo lejos de consolidarse en
“Fontevecchia”, y es esperable que la Corte aclare en sucesivos fallos el alcance que le
otorga al art. 27 de la C.N., en especial si entiende que esa norma, además de justificar
el exequatur de las sentencias de la CIDH, sirve de apoyo para cambiar la interpretación
tradicional que mantuvo al menos durante los últimos 20 años acerca de la jerarquía
constitucional de los Tratados.
La reivindicación de la soberanía judicial que realiza la Corte argentina no sólo
debilita el compromiso de participación de nuestro país en el sistema interamericano.
Limita la utilidad de ese ámbito que ha funcionado históricamente para dirimir
conflictos sobre derechos básicos. En especial de los sectores sociales que presentan
mayores dificultades para hacerse oír en las distintas esferas del estado federal y
provincial, y que acuden allí como recurso extremo de justicia. Son esos sectores de la
ciudadanía quienes han legitimado ese espacio regional, más allá de las justificadas
críticas que sus procedimientos y decisiones pueden merecer y los cambios
institucionales que se pueden impulsar. No se trata simplemente de una disputa de
autoridad entre tribunales. Las decisiones de la CIDH, aun reconociéndolas
formalmente obligatorias, dependen siempre de la implementación que realizan las
instituciones nacionales, y de la presión social que puedan movilizar las víctimas y las
organizaciones que las apoyan. El sistema internacional se sostiene necesariamente en
esos mecanismos domésticos de implementación, y ese punto es clave para entender que
significa que sus sentencias son “obligatorias” y cómo funciona en el mundo real la
relación entre las diversas esferas de decisión. La CIDH en sus sentencias le envía a los
Estados una partitura, pero son las instancias nacionales y provinciales las que con sus
propios instrumentos ejecutan la música. Por eso, la autoridad de la CIDH nunca es
final, ni tampoco es suprema, sino que es complementaria. Pero la autoridad de la Corte
argentina, al menos ante los casos que se tramitan en instancias internacionales, también
lo es. El caso “Fontevecchia” no ha tenido un cierre. El incumplimiento de la sentencia
internacional configura una nueva violación de la Convención Americana que podrá ser
materia de responsabilidad estatal. Se tramitará una instancia de seguimiento en Costa
Rica que obligará a activar respuestas legales al Poder Ejecutivo, y es probable que el
asunto termine en la imposición de nuevas obligaciones jurídicas, de manera similar al
contrapunto generado con la justicia uruguaya en el caso “Gelman”.
Para reducir la incertidumbre, sería conveniente que el Congreso reactive el
debate de este asunto, y avance en la sanción de una ley reglamentaria del art. 75.22 de
la Constitución, diseñando mecanismos de ejecución de decisiones internacionales que
aseguren reparación adecuada de las víctimas, y la restitución plena de sus derechos
conculcados.
La cuestión, señala Abramovich, excede el cumplimiento de las condenas
internacionales, pues el “valladar de los principios de derecho público de la
constitución” podría limitar también la aplicación del tratado de rango constitucional en
la esfera nacional, y conducir a una revisión de toda la arquitectura constitucional. Los
ex ministros de la Corte Belluscio (en casos Petric, y Arancibia Clavel) y Fayt
(Arancibia Clavel) expresaron esta idea con claridad cuando sostenían, por entonces en
minoría, y en base a fundamentos parecidos, que los tratados incorporados en la reforma
de 1994 eran normas constitucionales pero de segundo rango, pues regían en la medida
que no contradijeran la constitución en su texto original. Si bien la mayoría de la Corte
en “Fontevecchia” no usa el mismo lenguaje, y por ahora no adhiere explícitamente a
esa postura, parece plantear (Cons. 19º) una suerte de subordinación de los tratados de
derechos humanos, aún de aquellos de rango constitucional como la Convención
Americana, a ese puñado de principios inconmovibles que recoge el art. 27 de la C.N.
como si esos tratados para regir constitucionalmente debieran atravesar el tamiz de los
“principios rectores”. ¿Qué ocurrirá si como hipótesis extrema un nuevo intérprete
constitucional entendiera que los derechos y principios jurídicos que traen esos tratados
y sus estándares interpretativos, como el derecho a la vivienda y al agua, a la consulta
indígena, a la igualdad e identidad de género, o la imprescriptibilidad de los crímenes
masivos, colisionan con los principios fundamentales de derecho público argentino,
inducidos del texto liberal conservador de la constitución originaria, modelada en el
ideario del siglo 19? El muro divisorio que construyó la Corte para evitar la amenaza de
autoridad de la jurisdicción interamericana, podría deparar nuevas pautas interpretativas
de la toda la carta de derechos, seguramente en perjuicio de los sectores más
vulnerables, como suele ocurrir.
12.- Melo, Leopoldo Felipe y otros c/ Majul, Luis Miguel (CSJN, 13/12/11).
Los actores, hijos y madre, respectivamente, de Leopoldo Jorge Melo, promovieron
demanda contra el periodista Luis Majul, con el objeto de que se les reconozca una
indemnización de daños y perjuicios en virtud de una información falsa respecto a las
causas del fallecimiento de Melo, contenida en un libro de su autoría, que les generaba
un intenso perjuicio en el ámbito de relaciones privadas y en su vida social, y les
provocaba un daño moral. Contra la decisión de la Cámara que estimó inaplicable la
doctrina de la “real malicia” e hizo lugar a la demanda, se dedujo recurso extraordinario
federal, cuyo rechazo dio lugar al recurso de hecho resuelto por el Tribunal. La Corte
Suprema, con cita del precedente “Morales Solá”, revocó la sentencia dictada por la
cámara por considerar que ha tomado una decisión sin atender a las pautas que el
Tribunal ha determinado al interpretar la libertad de expresión y prensa establecida en el
art. 14 de la Constitución Nacional, con base en la doctrina de la “real malicia” al
considerar que Melo era una figura pública. En su voto, la Jueza Highton de Nolasco
coincidió con la mayoría, con la salvedad de que a su criterio se encontraban en
conflicto en el presente caso, por un lado, la libertad de expresión, información y prensa
y, por el otro, el derecho a la honra o reputación. En su disidencia, los Jueces Lorenzetti,
Maqueda y Zaffaroni consideraron que dado que la noticia falsa estaba claramente
desvinculada de un asunto de interés público o general, para su reparación era suficiente
la prueba de que el periodista demandado había obrado con “simple culpa”, lo cual
había quedado demostrado.
13.- Rodríguez Ruiz, Alberto c/ Diario Clarín – AGEA y otros s/ amparo (CSJN,
12/06/12).
En la causa CSJ 1297/2004 (40-R)/CS1 “Rodríguez Ruiz, Alberto c/ Diario Clarín Arte
Gráfico Editorial Argentino y otros s/amparo”, el juez de primera instancia hizo lugar a
la acción de amparo interpuesta por el actor, en su carácter de consumidor y padre de
hijas adolescentes, contra las empresas editoriales de distintos diarios del país con el
objeto de que cesaran en la publicación de avisos clasificados en los que se ofrecían la
prestación de servicios sexuales mediante fotografías o dibujos obscenos. La Cámara de
Apelaciones modificó la sentencia recurrida y precisó el alcance de la condena. Contra
esa decisión las empresas editoriales las empresas propietarias de los diarios Clarín, La
Razón y Ámbito Financiero plantearon recursos extraordinarios y de queja. La Corte
señaló que la normativa sobreviniente a la cuestión planteada (Decreto 936/2011)
prohibió los avisos publicados en los medios de comunicación que promueven la oferta
sexual, de modo que la cuestión atinente a la validez de las pautas regulatorias
adoptadas por el a quo para estas formas de publicidad se ha tornado abstracta. Por ello,
la Corte declaró inoficioso un pronunciamiento del Tribunal sobre los agravios
expresados por los recurrentes, dejando firme la condena de la instancia anterior.
14.- Barrantes, Juan M. y otra c/ Arte Radiotelevisivo Argentino S.A. (CSJN,
1/08/13).
En la causa CSJ 343/2006 (42-B) “Barrantes, Juan Martín - Molinas de Barrantes
Teresa - Tea S.R.L. c/ Arte Radiotelevisivo Argentino S.A. y otro s/ sumario”, la Corte
confirmó el pronunciamiento apelado en lo relacionado al progreso de la demanda por
daños y perjuicios deducida por los actores –propietarios de una agencia de turismo- en
virtud de la difusión de un informe periodístico que tuvo por objeto indagar acerca de
actividades relacionadas con la pornografía infantil, por entender que basta la
“negligencia precipitada” o “simple culpa” en la propalación de una noticia de carácter
difamatorio de un particular para generar la condigna responsabilidad de los medios
pertinentes, en tanto se difundido. Asimismo el Tribunal revocó el pronunciamiento y
rechazó la demanda interpuesta por uno de los empleados de la agencia de turismo. El
juez Petracchi -por su voto- consideró que no corresponde aplicar a los actores -que no
son funcionarios públicos ni figuras públicas- un estándar de “protección atenuada” del
honor, concebido sólo para los casos en que esos funcionarios (o esas figuras) están
comprometidos en temas de interés general y estimó que no corresponde atribuir
responsabilidad al medio periodístico por los daños invocados por el otro reclamante
pues no es reprochable que el medio difunda una información que considera
insuficiencia sexual ofrecidos por Boston Medical Group. Expuso que en el programa
opinaban los codemandados Rubén Antonio Cosentino y Alfredo César Albiero
Aghemo –ambos exempleados de la actora-, Gustavo Bolgeri -exgerente de la actora-,
Amado Bechara -médico urólogo- y dos personas identificadas como Julián y Ezequiel -
pacientes-. Agregó que parte del informe se basaba en una filmación realizada dentro de
los consultorios de la actora mediante la utilización de una cámara oculta. Precisó que el
informe televisivo cuestionaba, fundamentalmente, la eficiencia del tratamiento médico
ofrecido, además de imputarle a la actora otras irregularidades, como vender
medicamentos en sus consultorios sin revelar la fórmula. Sostuvo que la libertad de
expresión se encuentra especialmente protegida por la Constitución Nacional pero no es
un derecho absoluto. Con relación al caso concreto, advirtió que la calidad de los
tratamientos brindados por la actora constituye una cuestión de interés público en tanto
se trata de una prestación de salud. No obstante, estimó que la accionante no
desempeñaba una función pública y consideró que ello aumentaba su umbral de
protección, descartando la aplicación de la doctrina de la “real malicia”. En este marco,
sostuvo que la primera cuestión a resolver era si la información transmitida resultaba
falsa y, sobre ese punto, opinó que no se había probado que el tratamiento ofrecido
fuese un engaño. Luego, la cámara enfatizó que el trabajo de edición había sido
realizado de modo malintencionado. En este sentido, describió ciertos tramos de las
grabaciones que no habían salido al aire en los que Amado Bechara, Alfredo César
Albiero Aghemo, Rubén Antonio Cosentino y el paciente Ezequiel hablaban
favorablemente acerca del tratamiento empleado por la accionante. Además, el tribunal
analizó otras constancias de la causa que, a su parecer, mostraban que el informe
contenía falsedades. Por un lado, el informe aseguraba que la actora contrataba
profesionales que no eran especialistas, cuando de la prueba pericial contable surge que
allí trabajaban cuatro médicos -tres de los cuales eran urólogos y el restante, director
médico-. Por el otro, el informe decía que los pacientes y los médicos desconocían la
fórmula de los remedios provistos por la actora. Frente a ello, la cámara especificó que
los frascos presentados por la parte demandada eran idénticos a los mencionados en el
informe y esos presentaban etiquetas que precisaban cuál era el contenido del
medicamento. Agregó que un inspector del Ministerio de Salud de la Nación aseveró
que había visto recetas emitidas por Boston Medical Group. Concluyó que el informe
televisivo resultó parcial e incompleto, y contenía algunas falsedades, por lo que los
este sentido, la Corte Suprema de Estados Unidos consideró que “Las afirmaciones
erróneas son inevitables en un debate libre, y este debe ser protegido si la libertad de
expresión ha de tener el espacio que ella necesita para sobrevivir” (New York Times vs.
Sullivan, 376 U.S. 254, 271). Por su parte, el Tribunal Constitucional español sostuvo,
en su sentencia 6/1988, que “...las afirmaciones erróneas son inevitables en un debate
libre, de tal forma que de imponerse la verdad como condición para el reconocimiento
del derecho [de expresarse libremente], la única garantía de la seguridad jurídica sería el
silencio…”. (Jurisprudencia Constitucional, tomo XX, pág. 57). Por ello, el principio de
real malicia, a diferencia del test de veracidad, no opera en función de la verdad o
falsedad objetiva de las expresiones, pues entra en acción cuando ya está aceptado que
se trata de manifestaciones cuya verdad no ha podido ser acreditada, son erróneas o
incluso falsas. Lo que es materia de discusión y prueba, si de real malicia se trata, es el
conocimiento que el periodista o medio periodístico tuvo (o debió tener) de esa falsedad
o posible falsedad. Esta es la primera e importante diferencia. La segunda y no menos
importante particularidad radica en que el específico contenido del factor subjetivo al
que alude el concepto de real malicia –conocimiento de la falsedad o indiferencia
negligente sobre la posible falsedad- no cabe darlo por cierto mediante una presunción,
sino que debe ser materia de prueba por parte de quien entable la demanda contra el
periodista o medio periodístico. Sentado ello, la Corte señala que la actora no ha
aportado elementos suficientes que permitan concluir que los periodistas conocían la
invocada falsedad de los hechos divulgados en el programa televisivo o que obraron con
notoria despreocupación acerca de su verdad o falsedad. En efecto, los recurrentes
acreditaron que la investigación que sustentaba el programa televisivo había sido
realizada a partir de las denuncias presentadas por Gustavo Bolgeri -ex gerente de la
actora- ante el Ministerio de Salud, la AFIP y la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de
Buenos Aires, y a partir de allí recabaron la opinión de especialistas en la materia, tanto
de algunos que habían trabajado en esa clínica de salud y conocían el modo de
desarrollo de la actividad de la empresa, como de otros profesionales independientes.
También, realizaron una filmación, mediante la utilización de una cámara oculta -lo que
no fue objetado por la actora-, en la que se registró la modalidad de la atención médica
ofrecida a los pacientes que acudían a los consultorios de la demandante. De ese modo,
queda en evidencia que ante la denuncia formulada por Bolgeri, los demandados
tomaron medidas razonables para contrastar y verificar la calidad de la fuente, y
Actividad pedagógica.
Los contenidos conceptuales prevalecen en el programa y parten de conceptos
generales, más trascendentes, para arribar a conocimientos especiales (criterio de
ordenación del conocimiento seleccionado) con secuencias alternativas de
presentación de conceptos. Los conceptos básicos más importantes se presentan al
principio de cada clase a fin de facilitar el aprendizaje significativo tanto del
conjunto de la información, como de conceptos subordinados nuevos (ordenación
jerárquica de conceptos). De este modo, el alumno asiste a la clase con
información sustancial y puede preformar un criterio que le permite efectuar las
críticas que considere apropiadas a las soluciones adoptadas por las normas en
estudio, favoreciendo el proceso de apropiación de los contenidos. Este dato es
relevante porque el alumno aprende mejor aquello que comprende en forma
adecuada y que, por tanto, le sirve para resolver los “problemas significativos”
(objetos de conocimiento que el sujeto puede aprender por haber tenido
conocimientos previos que le dan significado). A la vez, facilita al docente la
enseñanza del “aprender a pensar” para la posterior solución de problemas y
provee al alumno de información útil para avanzar en nuevos aprendizajes. La
“enseñanza a pensar”, tiende a que el alumno sepa resolver no solo los problemas
propios de una actividad determinada, sino cualquier otra cuestión aun cuando
exceda a ese ámbito, potenciando sus capacidades cognoscitivas, cooperativas y
creativas.
Las estrategias didácticas para facilitar el aprendizaje son, entre otras: 1. respetar
los tiempos de desarrollo de los contenidos; 2. no asumir una actitud directivista o
enciclopedista; 3. entender la enseñanza como medio de ayuda a otra persona; 4.
crear un espacio grupal; 5. llevar a cabo actividades de análisis y crítica; 6.
motivar al alumno con recompensas o estímulos para crear su propia expectativa,
como pieza motor del aprendizaje para que este cumpla con su destino. Tendemos