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III.

ANTOLOGÍA DE TEXTOS:

LA DIALÉCTICA SOCIO-ESPACIAL *

El espacio y la organización política del espacio


expresan las relaciones sociales pero también influ-
yen en ellas... La industrialización, que en tiempos
produjo el urbanismo, está siendo ahora produ-
cida por éste (…). Cuando usamos la expresión
«revolución urbana» designamos al conjunto de
transformaciones por las que atraviesa la sociedad
contemporánea y que provocan el cambio de un
periodo en el que predominaban las cuestiones de
crecimiento económico y de industrialización a un
periodo en el que la problemática urbana se con-
vierte en decisiva.

Estas observaciones están extraídas del epílogo de Social


Justice and the City (1973: p. 306) en el que David Harvey
realiza un breve repaso y una crítica de las ideas de Henri
Lefebvre sobre la realidad urbana, la organización del espa-
cio y el análisis marxista contemporáneo. Pero la interpreta-
ción de Harvey es algo más que una presentación positiva de
Lefebvre para la geografía marxista anglófona. También resu-
me el modelo de respuesta a la teoría del espacio de Lefebvre
que ya había aparecido en francés en el importante trabajo

* Traducido de Postmodern Geographies. Londres & Nueva York: Verso,


1989; pp. 76-93.

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de Manuel Castells La question urbaine (1972). A pesar de
que ensalza a Lefebvre, Harvey no está de acuerdo con su
insistencia en el papel «decisivo» y «pre-eminente» de las
fuerzas de estructuración espacial en la sociedad capitalista
moderna. Tanto Harvey como Castells reconocen la brillante
contribución de Lefebvre al considerar la organización del
espacio como un producto material, la relación entre las
estructuras espaciales y sociales del urbanismo, así como el
contenido ideológico del espacio creado socialmente. Pero
tal vez Lefebvre habría ido demasiado lejos. Ambos insinúan
que Lefebvre había colocado la problemática espacial urbana
en una posición aparentemente autónoma e intolerablemente
central. Había puesto un acento exagerado en la estructura de
relaciones espaciales mientras que los papeles más fundamen-
tales de la producción (frente a la circulación y el consumo),
de las relaciones sociales de producción (frente a las espa-
ciales), y del capital industrial (frente al financiero) habían
quedado diluidos en una interpretación excesiva —lo que
Lefebvre llamó «revolución urbana», La révolution urbaine
(1970). En su conceptualización de lo urbano, Lefebvre pare-
cía estar sustituyendo el conflicto de clases por un conflicto
espacial/territorial como la fuerza generadora de las grandes
transformaciones sociales.
La cuestión fundamental para Harvey en 1973 era si la or-
ganización del espacio (en el contexto de lo urbano) era «una
estructura separada con sus propias leyes de construcción y
transformación interna» o bien era «la expresión de un con-
junto de relaciones que formaban parte de alguna estructura
más amplia (como las relaciones sociales de producción)».
Para Harvey —como antes para Castells— Lefebvre era más
bien un «separatista espacial» y sucumbía así a lo que podría
llamarse fetichismo del espacio. Así, pioneros de la geografía
marxista como Harvey y Castells, en su pretensión de ser se-

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rios y rigurosos en su aplicación del marxismo, empezaron a
establecer las barreras que un análisis espacial radical nunca
debía traspasar.
Este modelo de respuesta impregnó el nuevo análisis
marxista del espacio que se desarrolló en los años 1970, mi-
tigando sensiblemente su impacto y debilitando sus logros.
La reacción contra Lefebvre y el mal entendimiento de sus
ideas fue una de las manifestaciones de esa tendencia a la ri-
gidez. Puede incluso darse un paso más y argumentarse que
la primera generación que desarrolló una forma explícita
de análisis marxista —ejemplificada de la mejor manera en
los trabajos pioneros de Harvey y de Castells pero también
en la literatura sobre economía política radical regional y
urbana (véase el capítulo 4*)— se construyó sobre una con-
ceptualización innecesariamente limitada de las relaciones
espaciales. De modo que las que debían haber sido unas
implicaciones de gran alcance del análisis espacial marxista
fueron innecesariamente recortadas por los esfuerzos bien
intencionados, aunque de cortas miras, de los científicos
radicales para evitar los supuestos peligros del fetichismo
espacial.
Irónicamente, la primera fuente de malentendidos pare-
cía residir en la propia incapacidad del análisis marxista para
apreciar el carácter esencialmente dialéctico de las relaciones
espaciales y sociales así como las de otras esferas estructural-
mente relacionadas, como la producción y el consumo. Como
resultado, en lugar de explorar con sensibilidad la mezcla de
oposición, unidad y contradicción que define la dialéctica
socio-espacial, la atención se dirigió demasiado a menudo a

* N.T.: Se refiere a «Urban and Regional Debates: the First Round», capítulo
4 de Postmodern Geographies, pp. 94-117.

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incidir en la cuestión de la primacía causal.1 Dentro de la ri-
gidez de esta lógica categórica, era difícil ver que la dialéctica
socio-espacial no encajaba en ninguna de las dos alternativas
que Harvey cuestionaba a Lefebvre. La estructura del espacio
organizado no es una estructura separada con sus propias le-
yes autónomas de construcción y transformación ni tampoco
es simplemente una expresión de la estructura de clases que
emerge de las relaciones sociales (y, por tanto, ¿aespaciales?)
de producción. Es, en cambio, un componente dialécticamente
definido de las relaciones generales de producción, relaciones
que son simultáneamente sociales y espaciales.
Para establecer esta simultaneidad, debe demostrarse con
claridad que existe una homología espacial con las relaciones
de clase definidas tradicionalmente y, por lo tanto, con las con-
tingencias del conflicto de clase y de transformación estructu-
ral. Como intentaré demostrar, esta homología clase-espacio
puede encontrarse en la división regionalizada del espacio
organizado en centros dominantes y periferias subordinadas,
perfectamente captada por el concepto de desarrollo geográ-
ficamente desigual. Esta conceptualización de los vínculos
entre la diferenciación social y la espacial no implica que las

1. El comentario de Richard Walker a mi visión inicial de la dialéctica socio-


espacial del trabajo sobre «Marxismo tópico» presentado en el Congreso Anual
de la Asociación de Geógrafos Americanos de 1978 en Nueva Orleans, es típico
de este impulso a proteger la eterna primacía de lo social (no espacial). Walker, en
un interesante artículo sobre desarrollo desigual en el capitalismo avanzado (1978)
argumentaba que el análisis dialéctico ya incorpora las relaciones espaciales en el
modo de producción, pero que las relaciones sociales (como relaciones de valor)
continuaban siendo las principales. Las relaciones de valor, sin embargo, eran defi-
nidas como abstractas y aespaciales pero, aun así, como sociales. Esta presentación
fue descrita por el mismo Walker como no dialéctica y de conveniencia; yo estoy
de acuerdo. Es precisamente esta exclusión del razonamiento dialéctico «por con-
veniencia» lo que permite que las relaciones espaciales se incorporen pero al mismo
tiempo se subordinen (y no de modo dialéctico y, si se quiere, ni crítico) a una
noción desespacializada de lo social, aparentemente como un universal estructural
rígido, evidente en todos los momentos histórico del desarrollo del capitalismo.

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relaciones espaciales de producción o la estructura centro-pe-
riferia estén separadas y sean independientes de las relaciones
sociales de producción, de las relaciones de clase. Por el con-
trario, los dos conjuntos de relaciones estructuradas (lo social
y lo espacial) no sólo son homólogas, en tanto que surgen de
los mismos orígenes en el modo de producción, sino que son
dialécticamente inseparables.
La existencia de esta asociación dialéctica entre lo que
puede llamarse las dimensiones horizontal y vertical del modo
de producción ya estaba sugerida en los escritos de Marx y
Engels: en las discusiones sobre la antítesis entre ciudad y cam-
po, sobre la división territorial del trabajo, sobre la segmenta-
ción del espacio residencial urbano bajo el capitalismo, sobre
la desigualdad geográfica de la acumulación capitalista, sobre
el papel de la renta y de la propiedad privada del suelo, sobre la
transferencia sectorial de la plusvalía, y sobre la dialéctica de la
Naturaleza. Pero cien años de marxismo no han bastado para
desarrollar la lógica y el alcance de estas visiones.2
La atrofia de la imaginación geográfica en el transcurso de
estos años ayuda a explicar por qué el renacimiento del análisis
espacial marxista ha sido tan difícil y tan cargado de un in-
fundado miedo al fetichismo espacial. Este largo vacío explica
también por qué ha habido tanta controversia sobre termino-
logía, énfasis y referencias; así como por qué han persistido las
divisiones entre la economía política internacional, regional y
urbana en lugar de conducir a la creación de una economía po-
lítica espacial más unificada. Finalmente, nos ayuda a entender
por qué, con la excepción de Lefebvre, ha existido esta falta de
audacia, es decir, por qué en medio de reivindicaciones de que

2. Uno de los pocos intentos de explicar por qué el análisis espacial ha estado
tan poco desarrollado históricamente en el marxismo puede hallarse en La pensée
marxiste et la ville (1972) de Lefebvre.

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la resurgencia de una economía política radical, espacialmente
explícita, representaba una «nueva» sociología urbana, una
«nueva» geografía económica, una «nueva» política urbana, o
una «nueva» teoría de la planificación, nadie más parecía estar
preparado para comprender la implicación realmente radical
de que lo que estaba emergiendo era un materialismo dialécti-
co que era simultáneamente histórico y espacial. Lo que sigue
es un intento de volver a la afirmación inicial de la dialéctica
socio-espacial y de la necesidad de un materialismo históri-
co-geográfico tal como figuraba ya en Soja (1980) y Soja &
Hadjimichalis (1979).

Espacialidad: la organización del espacio


como producto social
Hay que empezar aclarando al máximo la distinción entre es-
pacio per se o espacio como un contexto dado, y espacialidad
de base social o espacio creado por la organización social y la
producción. Desde una perspectiva materialista, sea ésta me-
canicista o dialéctica, el tiempo y el espacio en sentido general
o abstracto representan la forma objetiva de la materia. El
tiempo, el espacio y la materia están inextricablemente conec-
tados, siendo la naturaleza de esa relación un tema central en
la historia y en la filosofía de la ciencia. Esta visión del espacio
esencialmente física ha influido profundamente en todas las
formas de análisis espacial, ya sea filosófico, teórico o empíri-
co, aplicado al movimiento de cuerpos celestes o a la historia y
al paisaje de la sociedad humana. También ha tendido a imbuir
todo lo espacial de un persistente sentido esencialista y físico,
de una áurea de objetividad, inevitabilidad y reificación.
En esta forma física abstracta y generalizada, el espacio ha
sido conceptualmente incorporado al análisis materialista de la
historia y de la sociedad de manera que interfiere con la inter-

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pretación de la organización espacial humana como producto
social, que es el paso inicial fundamental para entender la dialé-
ctica socio-espacial. El espacio entendido como contexto físico
ha generado un amplio interés filosófico y largas discusiones
sobre sus propiedades absolutas y relativas (un dilatado debate
que se remonta más allá de Leibniz), sus características como
«contenedor» ambiental de la vida humana, su geometría ob-
jetivable, y sus esencias fenomenológicas. Pero este espacio
físico ha sido una base epistemológica engañosa para analizar
el significado subjetivo y concreto de la espacialidad humana.
El espacio en si mismo puede estar básicamente dado, pero la
organización y el significado del espacio es un producto de la
experiencia, la transformación y la dinámica social.3
El espacio producido socialmente es una estructura crea-
da comparable a otras construcciones sociales resultantes de
la transformación de las condiciones inherentes a estar vivo,
de modo semejante a cómo la historia humana representa una
transformación social del tiempo. De manera similar, Lefebvre
distingue entre la Naturaleza como un contexto dado y lo
que puede denominarse «segunda Naturaleza», la espacia-
lidad transformada y socialmente concretada surgida de la
aplicación de trabajo humano intencionado. Es esta segunda

3. El predominio de una visión fisicalista del espacio ha penetrado tanto en el


análisis de la espacialidad humana que tiende a distorsionar nuestro vocabulario.
Así, mientras que adjetivos como «social», «político», «económico» e incluso «his-
tórico» generalmente sugieren, a menos que se especifique otra cosa, un vínculo
entre la acción y la motivación humana, el término «espacial» por regla general
evoca una imagen física o geométrica, algo externo al contexto social y a la acción
social, una parte del «entorno», una parte del marco para la sociedad —el contene-
dor no cuestionado— más que una estructura formativa creada por la sociedad. En
inglés no tenemos, de hecho, una expresión utilizada y aceptada normalmente para
expresar la cualidad inherentemente social del espacio organizado, especialmente
desde que los términos «espacio social» y «geografía humana» se han corrompido
con significados múltiples, y a menudo incompatibles. Por éstas y otras razones,
he preferido utilizar el término «espacialidad» para aludir a este espacio producido
socialmente.

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Naturaleza la que deviene sujeto geográfico y objeto del análi-
sis materialista histórico, de una interpretación materialista de
la espacialidad.

El espacio no es un objeto científico separado de la ideolo-


gía y de la política; siempre ha sido político y estratégico.
Si el espacio tiene un aire de neutralidad y de indiferencia
con respecto a sus contenidos y parece así como «pura-
mente» formal, el epitome de la abstracción racional, es
precisamente porque se ha ocupado y utilizado, y ya ha
sido el centro de procesos pasados cuyas huellas no son
siempre evidentes en el paisaje. El espacio ha sido confor-
mado y moldeado a partir de elementos naturales e histó-
ricos, pero ello ha sido un proceso político. El espacio es
político e ideológico. Es un producto literalmente cargado
de ideologías. (1976b: p. 31)

El espacio organizado y el modo de producción:


tres puntos de vista
Una vez que se ha aceptado que la organización del espacio
es un producto social —que surge de una práctica social
intencionada— entonces ya no queda nada de su existencia
como una estructura separada con reglas de construcción
y de transformación que sean independientes de un marco
social más amplio. Desde una perspectiva materialista, lo
que pasa a ser importante es la relación entre el espacio or-
ganizado, creado, y otras estructuras dentro de un modo de
producción dado. Es esta cuestión básica la que dividió el
análisis espacial marxista en los años 1970 en, al menos, tres
aproximaciones diferentes.
En primer lugar, estaban aquellos cuyas interpretaciones
del espacio organizado les hacía desafiar los enfoques mar-

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xistas imperantes, especialmente en relación a las definiciones
de base económica y de superestructura. De nuevo, Lefebvre
ofrecía un argumento clave:

¿Puede definirse la realidad urbana como algo superes-


tructural, que emerge de la base económica, ya sea capi-
talista o socialista? No. La realidad urbana modifica las
relaciones de producción sin llegar a transformarlas. Se
convierte en una fuerza de producción, como ocurre con
la ciencia. El espacio y la organización política del espacio
expresan las relaciones sociales pero también influyen en
ellas.4

Aquí hemos abierto la posibilidad de una dialéctica socio-


espacial compleja que opera dentro de la estructura de la base
económica, en contraste con la formulaciones materialistas
imperantes que contemplaban la organización de las relacio-
nes espaciales sólo como una expresión cultural confinada a
la esfera de lo superestructural. La noción clave que intro-
duce Lefebvre en la última frase se convierte en la premisa
fundamental de la dialéctica socio-espacial: que las relaciones
espaciales y sociales son dialécticamente interactivas, inter-

4. Esta observación, con las cursivas añadidas, procede de la traducción de


Harvey (1973) de un fragmento de La révolution urbaine (1970: p. 25). En este
punto de su argumentación sobre la producción del espacio, Lefebvre se aferra a
la realidad urbana como conceptualización que sumariza la espacialidad capitalis-
ta. Lamentablemente, esta metáfora urbana tan explícita impidió que los lectores
vieran el énfasis espacial mucho más general que residía bajo ese argumento y pro-
vocó respuestas a lo que se percibió como una cosificación de lo urbano. Castells
cristalizaría esta visión al describir la conceptualización de la revolución urbana
de Lefebvre como una versión de izquierdas de la «ideología urbana» promulgada
por los teóricos burgueses de la Escuela de Ecología Humana de Chicago, que él
consideraba una sobrespecificación igualmente desconcertante de lo urbano como
objeto teórico.

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dependientes; que las relaciones sociales de producción a la
vez que conforman el espacio, son condicionadas por éste (al
menos mientras tengamos, de entrada, una visión del espacio
organizado como socialmente construido).
Dentro de un marco regional en vez de urbano, Ernest
Mandel desarrolló ideas muy parecidas. En su examen de las
desigualdades regionales bajo el capitalismo, Mandel (1976: p.
43) afirmó que «el desarrollo desigual entre regiones y nacio-
nes es la misma esencia del capitalismo, al mismo nivel que
la explotación del trabajo por el capital». Al no subordinar la
estructura espacial del desarrollo desigual a las clases sociales
sino poniéndola «al mismo nivel», Mandel identificó una
problemática espacial en la escala regional y nacional que se
parecía mucho a la interpretación de Lefebvre de la especia-
lidad urbana, hasta el punto de sugerir el surgimiento de una
poderosa fuerza revolucionaria surgiendo de las desigualdades
especiales que claramente veía como necesarias para la acu-
mulación capitalista. En su trabajo principal, Late Capitalism
(1975), Mandel se centraba en la importancia histórica crucial
del desarrollo geográfico desigual en el proceso de acumula-
ción y, por tanto, para la reproducción y supervivencia del
mismo capitalismo. Al hacerlo, presentó uno de los análisis
marxistas más sistemáticos y rigurosos de la economía polí-
tica del desarrollo regional e internacional que jamás se haya
escrito.
Sin embargo, ni Lefebvre ni Mandel lograron alcanzar una
síntesis multiescalar de la dialéctica espacial y sus formulacio-
nes quedaron así incompletas. Pese a ello, al atribuir un poten-
cial transformador significativo a la estructura de las relaciones
espaciales comparable a lo que normalmente se ha asociado a
la lucha de clases «vertical», el conflicto social directo entre
trabajo y capital, tanto Lefebvre como Mandel ofrecieron un
punto de vista que despertó fuertes resistencias por parte de

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otros marxistas que vieron surgir nuevamente el espectro del
determinismo espacial.
Esta resistencia a la idea de que el espacio organizado
representa algo más que el reflejo de las relaciones sociales
de producción, de que puede suscitar contradicciones de
enorme importancia y de su potencial transformador en
relación al modo de producción, de que el espacio es, de
alguna manera, homólogo a la estructura y las relaciones
de clase, define otro grupo, mucho mayor, de autores radi-
cales. Aquí hay que incluir un grupo creciente de críticos
buscando mantener alguna forma de ortodoxia marxista
por medio de un rastreo persistente de la «nueva» economía
política urbana y regional. Característica de este grupo es
la creencia de que el análisis neo-marxista añadía poco que
fuera inherentemente nuevo a las aproximaciones marxistas
más convencionales, que la centralidad del análisis de clase
convencional era inviolable y, por tanto, que los análisis ur-
banos y regionales neo-marxistas, aunque interesantes, eran
a menudo inaceptablemente revisionistas y analíticamente
confusos. No hace falta añadir que la conceptualización (o
no conceptualización) del espacio a la que se adhería este
grupo se alejaba poco del historicismo tradicional del mar-
xismo después de Marx.
Un tercer enfoque que puede identificarse cae, no obstan-
te, en algún lugar entre estos dos extremos. Sus practicantes
parecían adoptar en gran manera, al menos implícitamente, la
misma formulación descrita por Lefebvre y Mandel. Aunque
cuando se veían forzados a una posición más explícita, siempre
mantenían la preeminencia de las definiciones aespaciales de
clase social, algunas veces hasta el punto de intentar resistir
tortuosamente las implicaciones de sus propios análisis. En
este grupo estaban Manuel Castells, David Harvey, Emmanuel
Wallerstein, André Gunder Frank y Samir Amin, todos los

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cuales han contribuido con descripciones muy agudas a la dia-
léctica espacial tal como la he definido anteriormente. Todos
ellos, sin embargo, huyen de un reconocimiento abierto de la
importancia formativa de la espacialidad para caer en posicio-
nes vulnerables y analíticamente débiles sobre el papel de la
estructura espacial en el desarrollo y supervivencia del capi-
talismo. Mientras que el primero de los grupos mencionados
ocasionalmente exageraba la dialéctica socio-espacial, este gru-
po se bate en retirada sin capturar efectivamente su significado
e implicaciones, creando una ambivalencia difícil de entender,
contra la que, a su vez, reaccionaban los críticos marxistas más
ortodoxos.
Para tomar un ejemplo destacado, considérese la con-
ceptualitzación del espacio de Castells en La cuestión ur-
bana, un libro intencionadamente titulado así en contraste
con La revolución urbana, escrito por su antiguo profesor,
Lefebvre.

«El considerar a la ciudad como una proyección de la


sociedad en el espacio es, al mismo tiempo, un punto de
partida indispensable y una afirmación demasiado elemen-
tal. Pues si bien es cierto que hay que superar el empirismo
de la mera descripción geográfica, se corre el grave riesgo
de figurarse el espacio como una página en blanco sobre
la que se inscribe la acción de los grupos y de las institu-
ciones, sin encontrar otro obstáculo que la huella de las
generaciones pasadas. Esto equivale a concebir la natu-
raleza como algo enteramente modelado por la cultura,
mientras que toda la problemática social tienen su origen
en la unión indisoluble de estos dos términos, a través del
proceso dialéctico mediante el cual una especie biológica
particular (particular, puesto que está dividida en clases), el
«hombre», se transforma y transforma su medio ambiente

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en su lucha por la vida y por la apropiación diferencial del
producto de su trabajo.
El espacio es un producto material en relación con
otros elementos materiales, entre ellos los hombres, los
cuales contraen determinadas relaciones sociales, que dan
al espacio (y a los otros elementos de la combinación) una
forma, una función, una significación social. No es, por
tanto, una mera ocasión de despliegue de la estructura so-
cial, sino la expresión concreta de cada conjunto histórico
en la cual una sociedad se especifica. Se trata, por tanto, de
establecer, al igual que para cualquier otro objeto real, las
leyes estructurales y coyunturales que rigen su existencia y
su transformación, así como su específica articulación con
otros elementos de una realidad histórica.
De lo que se deduce que no hay teoría del espacio al
margen de una teoría social general, sea ésta explícita o
implícita.» (p. 115; cursivas añadidas)*

Este complejo pasaje implica una dialéctica socio-espacial


pero se presenta como una alternativa a la visión lefebvriana,
la cual es rechazada. No es de extrañar que los lectores de la
traducción inglesa quedaran confundidos. La misma concep-
tualización de Castells fue atacada por revisionista y webe-
riana por representantes del segundo grupo. Harloe (1976:
p. 21), por ejemplo, afirmaba que Castells cometía el mismo
error que criticaba de Lefebvre al separar la estructura espacial
de sus raíces en las relaciones de clase y de producción. Este
supuesto error, argumentaba, suscitaba un énfasis inapropiado
en el consumo colectivo y otros aspectos sociales y espacia-
les del proceso de consumo, un énfasis que era contemplado

* N.T.: Tomado de la traducción castellana La cuestión urbana, p. 141.

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como opuesto al papel más fundamental de la producción en
la urbanización capitalista.5
Pero volvamos a la principal contribución de Castells a lo
que él llamó «el debate sobre la teoría del espacio». Castells
presenta con claridad el espacio como un producto material
que emerge dialécticamente de la interacción entre cultura y
naturaleza. El espacio no es, por tanto, un simple reflejo, una
«mera ocasión para el despliegue» de la estructura social, sino
la expresión concreta de una combinación de instancias, un
«conjunto histórico» de elementos materiales e influencias en
interacción. ¿Como puede, pues, entenderse e interpretarse
ese espacio creado? El camino era a través de lo que Castells
describió como «las leyes estructurales y coyunturales que
rigen su existencia y su transformación», una clara muestra
del estructuralismo althusseriano que entonces imperaba en la
aproximación de Castells a la cuestión urbana.
Lo que parecía separar Castells de Lefebvre era que, para
Castells estaba claro que «las relaciones sociales concretas» dan
forma, función y significado a la estructura espacial y a todos
los otros «elementos de la combinación». Una «estructura»
—las supuestamente aespaciales relaciones sociales de produc-
ción (que de alguna manera incluyen los derechos de propie-
dad aunque se ignore su dimensión territorial/espacial)— a
la que se concedía así un papel determinante. Pero es preci-

5. Es interesante notar que más o menos en el mismo momento se genera-


ba una reacción muy similar contra Wallerstein y otros que intentaban dar una
dimensión espacial explícita a la división internacional del trabajo y al desarrollo
desigual de la economía capitalista mundial. Ellos también fueron atacados por
sobrenfatizar el consumo y el intercambio (frente a la producción), por su vuelta
atrás no reconocida a las mistificaciones burguesas de clase (via Adam Smith más
que Max Weber), por sus espacializaciones inapropiadas de la historia y el desarro-
llo capitalista (es decir, el énfasis excesivo en fuerzas externas al desarrollo de las
relaciones sociales de producción in situ a través de la estructura centro-periferia y
el funcionamiento de escala global de la acumulación capitalista).

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samente esta relación determinativa la que Lefebvre empezó
a matizar y a enmendar asociando la formación de clase con
las relaciones de producción, tanto sociales como espaciales,
e incorporando la «problemática social» en una división del
trabajo simultáneamente social y espacial, es decir en una di-
mensión vertical y horizontal. En los años 1970 aún no existía
una formulación rigurosa de estas relaciones espaciales de
producción y de las divisiones espaciales del trabajo, y cierta-
mente ninguna que igualara la profundidad y la capacidad de
persuasión de los análisis marxistas de las relaciones sociales
de producción y de las divisiones sociales del trabajo. Pero
tampoco existía ninguna razón para rechazar la formulación
de una dialéctica socio-espacial sobre la base de que un siglo
de marxismo había fracasado en incorporar una interpretación
materialista de la espacialidad que igualase su interpretación
materialista de la historia.

Los orígenes del olvido de la espacialidad en el marxismo


occidental
En los años 1970 era una práctica común entre geógrafos mar-
xistas y sociólogos urbanos argumentar que en los trabajos
clásicos de Marx, Engels y Lenin había poderosas intuiciones
geográficas y espaciales pero que éstas habían sido débilmente
desarrolladas en generaciones sucesivas. Muchos se aproxima-
ron así al análisis espacial marxista en términos de desarrollar
y elaborar aquellas observaciones clásicas en el contexto del
capitalismo contemporáneo. El análisis de David Harvey de
la geografía de la acumulación capitalista (1975) y el trabajo
de Jim Blaut sobre imperialismo y nacionalismo (1975) son
ejemplos excelentes, al tiempo que se iniciaban proyectos más
amplios de extraer las implicaciones geográficas de los escritos
de Marx bajo la dirección de colaboradores de Antipode y

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de miembros de la organización a la que estaba vinculada, la
Unión de Geógrafos Socialistas.
Sin embargo, se dedicó relativa poca atención a explicar
por qué el análisis espacial había permanecido tan débilmente
desarrollado por tanto tiempo. Realmente, hasta hace poco, el
marxismo occidental era equiparable a la ciencia social burgue-
sa al contemplar la organización del espacio como un «conte-
nedor» o reflejo externo, como un espejo de la dinámica social
y de la conciencia social. De una manera casi durkheimiana,
la espacialidad de la vida social quedaba externalizada y neu-
tralizada en términos de su impacto en los procesos históricos
y sociales y era contemplada como poco más que un telón de
fondo o un escenario. Explicar esta desaparición del análisis
espacial en el Marxismo es una tarea pendiente. Sin embargo,
pueden lanzarse algunas hipótesis:

1. La tardía aparición de los Grundrisse. Los Grundrisse de


Marx, cuya traducción no se difundió con amplitud hasta bien
después de la Segunda Guerra Mundial, contienen probable-
mente más análisis geográfico explícito que ningún otro de sus
escritos. Sus dos volúmenes fueron publicados inicialmente
en ruso en 1939 y 1941. La primera edición alemana apareció
en 1953, y la primera edición inglesa en 1973. Además, como
ahora se sabe con certeza, Marx nunca completó sus planes
para los volúmenes subsiguientes de El Capital que debían
tratar del comercio mundial y de la expansión geográfica del
capitalismo, cuyo posible contenido sólo quedó insinuado
posteriormente en los Grundrisse. En ausencia de esas fuentes,
el énfasis se puso en la teorización de sistema cerrado, mayor-
mente aespacial, de los volúmenes publicados de El Capital.
Aunque Marx nunca dejó de ilustrar sus argumentos con
ejemplos históricos y geográficos concretos, en particular los
volúmenes I y II de El Capital permanecen concentrados en

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los supuestos simplificados de una economía nacional cerrada
sistemáticamente estructurada como si existiera en la cabeza
de un alfiler. El volumen III y los volúmenes adicionales pre-
vistos tenían que aportar concreciones a la teoría de Marx,
proyecciones hacia fuera del análisis geográfico e histórico
de los mercados mundiales, del colonialismo, del comercio
internacional, del papel del estado, etc. —en esencia, hacia un
análisis del desarrollo desigual de los sectores productivos, de
las regiones y de las naciones.
Gracias a las contribuciones de Bukharin, Lenin, Luxem-
burg, Trotsky y otros, la teoría del imperialismo y las concep-
tualizaciones asociadas de los procesos de desarrollo desigual
se convirtieron en el principal contexto del análisis geográfico
dentro del marxismo occidental. Había una problemática es-
pacial implícita en estas teorizaciones del imperialismo, pero
se quedaban simplemente en un mero reconocimiento de una
limitación física final a la expansión geográfica del capitalismo.
Para la mayoría de los principales teóricos, estos límites geo-
gráficos al capital difícilmente se llegarían a alcanzar ya que la
revolución social se interpondría mucho antes que el mundo en
su totalidad deviniera uniformemente capitalista. No obstan-
te, los procesos de desarrollo geográficamente desigual fueron
reconocidos y puestos en la agenda política y teórica, y serían
recuperados por una nueva generación de autores marxistas,
dirigida por figuras como Wallerstein, Amin, Emmanuel,
Palloix, Hymer y, especialmente, Ernest Mandel. Hasta qué
punto esta generación fue influenciada por las traducciones de
posguerra de los Grundrisse es una cuestión interesante que
aún está abierta.

2. Las tradiciones anti-espaciales en el Marxismo Occidental.


El fracaso para desarrollar aquel énfasis espacial inherente en
los trabajos de Marx y en otros posteriores sobre la expansión

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geográfica del capitalismo y las interpretaciones igualmente
espaciales sobre la antitesis campo-ciudad que aparecían tan
vivamente en La ideología alemana y en otros escritos de
Marx, puede relacionarse también con una profunda tradición
de anti-espacialismo. De modo quizá paradójico, esta tradi-
ción de rechazar las explicaciones geográficas de la historia se
originan en Marx mismo, en su respuesta a la dialéctica hege-
liana.
En muchos sentidos, Hegel y el hegelianismo transmitían
una potente ontología y una fenomenología espacializada, que
reificaba y fetichizaba el espacio en forma de estado territorial,
el locus y el medio de la razón completa. Como Lefebvre argu-
mentaba en La production de l’espace (1974: pp. 29-33), para
Hegel el tiempo histórico quedaba congelado y fijado dentro
de la racionalidad inminente del espacio como una idea-esta-
do. Así, el tiempo quedaba subordinado al espacio y la historia
misma era dirigida por un «espíritu» territorial, el estado. El
anti-hegelianismo de Marx no se limitaba a una crítica mate-
rialista del idealismo. Era también un intento de devolver la
primacía a la historicidad —la temporalidad revolucionaria—
sobre el espíritu de la espacialidad. De este proyecto emergió
una sensibilidad poderosa y una resistencia a la afirmación del
espacio en una posición de determinación histórica y social,
un anti-espacialismo anti-hegeliano que está presente prácti-
camente en todos los textos de Marx.
La posibilidad de una «negación de la negación», una
recombinación no priorizada de la historia y la geografía, el
tiempo y el espacio, quedó enterrada por las codificaciones
subsiguientes de la teoría del fetichismo de Marx. Se aceptó
una dialéctica histórico-materialista en la que los seres hu-
manos quedaban contextualizados en la construcción de la
historia; pero una dialéctica espacial, incluso una que fuera
materialista, con los seres humanos construyendo sus geo-

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grafías y sintiéndose obligados por lo que habían hecho, era
inaceptable. Seguramente esta forma de anti-espacialismo fue
fijado del modo más rígido por Lukács en su Historia y con-
ciencia de clase, en la que la conciencia espacial era presentada
como el epítome de la reificación, una falsa conciencia mani-
pulada por el estado y por el capital para desviar la atención de
la lucha de clases.
Esta coraza anti-espacial fue útil para resistir los muchos
ataques al marxismo y a la clase obrera basados en una indis-
cutible reificación espacial —siendo el más inocuo de estos
ataques la alternativa de Le Corbusier entre «arquitectura o
revolución», y el más atroz, con diferencia, el fascismo— pero
también tendió a asociar todas las formas de análisis espacial y
de explicación geográfica con el fetichismo y la falsa conciencia.
Esta tradición no sólo continúa interfiriendo en el desarrollo
de un análisis espacial marxista sino que ha sido también par-
cialmente responsable de la característica confusión que rodea
una formulación suficientemente concretizada de una teoría del
estado marxista, del nacionalismo, y de la política local.
Mención aparte merece el carácter anti-espacial del dog-
matismo marxista que surgió de la Segunda Internacional y
que se consolidó bajo el estalinismo. Las cuestiones espaciales,
entre otros muchos aspectos de la teoría y la práctica marxis-
ta, fueron tratados por la Segunda Internacional y sus líderes
dentro del marco de un estéril reduccionismo económico. El
marxismo viró hacia un cientifismo positivista bajo Stalin, en-
fatizando la fe en el pensamiento tecnocrático y estableciendo
una estricta causalidad económica en los vínculos entre base y
superestructura. La cultura, la política, la conciencia, la ideolo-
gía y, con ellas, la producción del espacio quedaron reducidas a
meros reflejos de la base económica. La espacialidad quedó ab-
sorbida en el economicismo y su relación dialéctica con otros
elementos de la existencia material quedó rota.

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3. Las condiciones cambiantes de la explotación capitalista. El
abandono inicial y la recuperación reciente del interés del mar-
xismo por la problemática espacial puede ser, después de todo, un
reflejo de unas condiciones materiales cambiantes. En La pensée
marxiste et la ville (1972) Lefebvre argumentó que durante el
siglo XIX y hasta principios del XX, la problemática espacial era
simplemente menos importante de lo que es hoy con respecto
tanto a la explotación del trabajo como a la reproducción de los
medios esenciales de producción. Bajo las condiciones del capi-
talismo industrial competitivo, las máquinas, las mercancías y la
fuerza de trabajo se reproducían bajo una legislación social espe-
cífica (contratos de trabajo, leyes civiles, acuerdos tecnológicos)
y un aparato de estado opresivo (policía, militares, administra-
ción colonial). La producción del espacio era acorde, conforme y
directamente modelada por el mercado y el poder del estado. La
estructura espacial de la ciudad capitalista industrial, por ejem-
plo, se repetía a si misma una y otra vez en su concentricidad
funcional y en su segregación en clases sociales.
La explotación y la reproducción social formaban parte
esencial de una matriz manipulable de tiempo. La tasa de ex-
plotación, el cociente de Marx entre plusvalía y capital variable
es, después de todo, una expresión derivada de la teoría del
valor trabajo y su medida fundamental del tiempo de trabajo
socialmente necesario. Como las fórmulas de la composición
orgánica del capital y de la tasa de beneficio, su derivación asu-
me una visión de sistema cerrado de las relaciones de produc-
ción capitalistas, desprovista de diferenciación y desigualdad
geográfica significativa. Además, dada la urbanización masiva
asociada con la industrialización en expansión, la reproduc-
ción de la fuerza de trabajo era un asunto mucho menos crucial
que el proceso de explotación directa a través de un sistema
de salarios de subsistencia y la dominación del capital sobre el
trabajo en el lugar de la producción. En la extracción de plus-

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valía absoluta, la organización social del tiempo parecía tener
más importancia que la organización social del espacio.
En el capitalismo contemporáneo (dejando a parte por el
momento la cuestión de la transición y la reestructuración, sus
causas, su temporalidad, etc.) las condiciones que subyacen a
la continuada supervivencia del capitalismo han cambiado. La
explotación del tiempo de trabajo continúa siendo la fuente
principal de plusvalía absoluta pero con unos límites crecientes
que surgen de la reducción de la duración del día de trabajo,
los niveles salariales mínimos y los acuerdos salariales, y otros
logros de la organización de la clase obrera y los movimientos
sociales urbanos. El capitalismo se ha visto forzado a dedicar
cada vez mayor énfasis a la extracción de plusvalía relativa a
través del cambio tecnológico, las modificaciones en la com-
posición orgánica del capital, el rol crecientemente dominante
del estado, y las transferencias netas de excedente asociadas a la
penetración de capital en esferas de producción no del todo ca-
pitalistas (internamente, a través de la intensificación, así como
externamente, a través del desarrollo desigual y la «extensifica-
ción» geográfica a regiones menos industrializadas de todo el
mundo). Ello ha requerido la construcción de sistemas totales
para garantizar y regular una reproducción no problemática
de las relaciones sociales de producción. En este proceso, la
producción del espacio desempeña un papel de primer orden.
Es este cambio de significado entre la temporalidad y la espa-
cialidad del capitalismo lo que llevó a Lefebvre a argumentar
que «la industrialización, que una vez fue la productora de la
urbanización, está ahora siendo producida por ésta»).

Definiendo la problemática espacial


El desarrollo de un análisis espacial marxista sistemático coin-
cidió en buena parte con la intensificación de las contradiccio-

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nes sociales y espaciales tanto en los países centrales como en
los periféricos a causa de la crisis general del capitalismo que
se inicia en los años 1960. Pero con anterioridad habían ya al-
gunos precursores importantes dentro de la tradición marxista
occidental que no deberían ser pasados por alto. Generalmente,
se consideran las teorías del imperialismo como la fuente prin-
cipal del pensamiento espacial en el marxismo occidental. Hay,
sin embargo, otros antecedentes significativos.
Por ejemplo, entre 1917 y 1925 en la URSS, un movimiento
de vanguardia de planificadores urbanos, geógrafos y arqui-
tectos trabajaron para conseguir una «nueva organización es-
pacial socialista» en correspondencia con otros movimientos
revolucionarios en la sociedad soviética (véase Kopp, 1971).
No se asumía la transformación espacial como un subpro-
ducto automático del cambio social revolucionario sino que
implicaba también lucha y la formación de una conciencia
colectiva. Sin ese esfuerzo, la organización pre-revolucionaria
del espacio habría continuado reproduciendo la desigualdad
social y las estructuras de explotación. Las actividades innova-
doras de este grupo de pensadores espaciales radicales nunca
fueron aceptadas del todo y su experimento revolucionario en
la reconstrucción socialista del espacio fue finalmente aban-
donado en el camino hacia la industrialización y la seguridad
militar bajo Stalin. El productivismo y la estrategia militar lle-
garon a dominar la política espacial de la Unión Soviética, casi
sepultando por completo el significado de una problemática
espacial más profunda en la transformación socialista.

Las contribuciones precursoras de Antonio Gramsci


Otra contribución importante para el desarrollo del análisis
espacial marxista, aun cuando a menudo olvidada, puede en-
contrarse en el trabajo de Antonio Gramsci. En parte, el tra-

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bajo de Gramsci se relaciona con la situación contemporánea
porque contiene algunos análisis bien elaborados de los pro-
blemas urbanos y regionales en Europa durante los años 1920
y las primeras fases de la Gran Depresión. Pero aún más im-
portante que esos estudios específicos sobre el atraso regional
del Mezzogiorno, el desarrollo urbano de Turín, la cuestión
de la vivienda y el desarrollo de las alianzas entre el proletaria-
do rural y urbano, fue el esfuerzo más general por centrar la
atención en las dimensiones políticas, culturales e ideológicas
del capitalismo (contra el economicismo predominante en el
momento) y, especialmente, para explicar con mayor detalle
el papel del moderno estado capitalista y la división territorial
del trabajo que éste impuso.
Gramsci, en su énfasis sobre el «conjunto de relaciones» que
conforma una formación social particular, concretó el modo de
producción en el tiempo y el espacio, en la historia y en la geo-
grafía, en un marco coyuntural específico que se convirtió en
el contexto necesario para la estrategia revolucionaria. No se
planteaba una problemática espacial explícita como tal, pero sus
fundamentos eren claramente evidentes en las relaciones espa-
ciales implicadas en la formación social y en sus particularidades
de lugar, localización y comunidad territorial.
Para Gramsci la estrategia revolucionaria se sitúa en tres
campos interconectados, todos vinculados de un modo u
otro con la espacialidad de la vida social bajo el capitalismo.
Primero, en sus análisis de las estructuras políticas e ideoló-
gicas de la formación social italiana se pueden encontrar los
cimientos de las teorizaciones contemporáneas del estado ca-
pitalista y sus funciones duales y contradictorias de represión/
legitimación y reproducción material/ideológica. Su acento en
la hegemonía y su trabajo sobre la cultura popular, el control
del estado sobre la vida cotidiana, la importancia de las orga-
nizaciones de «consejo» locales, y la relación entre las estruc-

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turas ocupacionales y territoriales reflejan una comprensión
implícita de la dialéctica socio-espacial.
Este primer énfasis se relaciona con el segundo: el papel
de la explotación de la clase obrera en su lugar de residencia,
el lugar de consumo y reproducción versus el lugar de pro-
ducción, el puesto de trabajo. Los escritos de Gramsci no sólo
reabrieron la «cuestión de la vivienda» a nuevas consideracio-
nes sino que directamente cuestionaron tanto el economicis-
mo y el productivismo de la Segunda Internacional como el
«obrerismo» de los partidos socialista y comunista italianos
del momento. También prefiguraron el ascenso de una nueva
economía política regional y urbana centrada en las luchas
locales sobre el consumo colectivo y la movilización de los
movimientos sociales urbanos, rurales y regionales.
Finalmente, estos dos énfasis estratégicos se unieron de
nuevo en la conceptualización de Gramsci del bloque históri-
co revolucionario, una alianza de movimientos populares lu-
chando por objetivos similares y vinculados coyunturalmente
a las condiciones específicas de las crisis capitalistas. Estas
condiciones no eran sólo económicas sino también políticas,
culturales e ideológicas; combinaban tanto la producción y la
reproducción como el lugar de trabajo y la comunidad resi-
dencial. En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci vio la creciente
complejidad de la sociedad capitalista moderna y la necesidad
de elevar las luchas políticas, culturales e ideológicas a un nue-
vo nivel dado que el estado parecía cada vez más confiar en su
hegemonía legitimadora más que en la fuerza directa o la opre-
sión. La conciencia revolucionaria pasó así a tener sus raíces en
la «fenomenología de la vida cotidiana».
El paso que media entre Gramsci y Lefebvre es básicamente
el de la explicitación y el énfasis en relación a la espacialización
de esta fenomenología de la vida cotidiana. Lefebvre, como
Gramsci, combatió insistentemente las interpretaciones reduc-

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cionistas y dogmáticas del marxismo y reafirmó la explotación
multifacética de la vie quotidienne como la base para una crítica
del ouvrièrisme de la izquierda moderna: el limitado acento en la
explotación y la lucha en el lugar de trabajo y por tanto en estra-
tegias totalizantes como la huelga general. Para Lefebvre, como
para Gramsci, «la revolución sólo podía producirse coyuntu-
ralmente, es decir, en ciertas relaciones de clase, un conjunto de
relaciones en la que entrara el campesinado y los intelectuales»
(1976a: p. 95). Sin embargo, Lefebvre continúa y «espacializa la
coyuntura» e insiere así una problemática espacial en el centro
de la conciencia y la lucha revolucionaria.

La problemática espacial y la supervivencia del capitalismo


Los escritos de Lefebvre están marcados por una búsqueda
continua de la comprensión política del cómo y del por qué el
capitalismo ha sobrevivido desde la forma industrial competiti-
va de los tiempos de Marx hasta el actual capitalismo industrial
avanzado, estatalizado y oligopolístico. Como se ha descrito en
el capítulo 2,* él presentó una serie de «aproximaciones» cre-
cientemente elaboradas, empezando por su conceptualización
de la vida cotidiana en el mundo moderno para llegar, mediante
la consideración de lo urbano y de la urbanización revolucio-
naria, a su tesis principal sobre la producción social del espa-
cio. Esta tesis está perfectamente resumida en The Survival of
Capitalism (1976a: p. 21), el único de sus textos explícitamente
espacializados que ha sido traducido al inglés.**

* N.T.: Se refiere a «Spatializations: Marxist Geography and Critical Social


Theory», capítulo 2 de Postmodern Geographies, pp. 43-75.
** N.T.: Desde la publicación de Postmodern Geographies, numerosos traba-
jos de Lefebvre han sido traducidos al inglés en diversas antologías. Destacable por
su impacto en la literatura anglosajona fue, sin embargo, la traducción inglesa de
La production de l’espace de 1991 (Blackwell).

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El capitalismo ha sido capaz de atenuar (si no resolver) sus
contradicciones internas durante un siglo y, consecuente-
mente, en los cien años transcurridos desde la escritura
de El Capital, ha logrado alcanzar el «crecimiento». No
podemos calcular a qué precio, pero sabemos los medios:
ocupando espacio, produciendo espacio.

Lefebvre relaciona este espacio capitalista avanzado di-


rectamente con la reproducción de las relaciones sociales de
producción, es decir, los procesos mediante los cuales el sis-
tema capitalista en conjunto puede extenderse manteniendo
sus estructuras definidoras. Define tres niveles de reproduc-
ción y argumenta que la capacidad del capital para intervenir
directamente y afectar a estos tres niveles se ha desarrollado
a través del tiempo, con el desarrollo de las fuerzas produc-
tivas. En primer lugar, hay la reproducción bio-fisiológica,
esencialmente en el contexto de la familia y las relaciones de
parentesco; en segundo lugar, la reproducción de la fuerza de
trabajo (la clase obrera) y de los medios de producción; y ter-
cero, la reproducción aún más amplia de las relaciones sociales
de producción. Bajo el capitalismo avanzado la organización
del espacio pasa a estar predominantemente relacionada con
la reproducción del sistema dominante de relaciones sociales.
Simultáneamente, la reproducción de esas relaciones sociales
dominantes se convierte en la base fundamental para la super-
vivencia del mismo capitalismo.
Lefebvre fundamente su argumento en la afirmación de
que el espacio producido socialmente (esencialmente el espa-
cio urbanizado en el capitalismo avanzado, pero incluso en el
campo) es donde se reproducen las relaciones dominantes de
producción. Se reproducen en una espacialidad creada y con-
cretada que ha sido crecientemente «ocupada» por un capi-
talismo expansivo, fragmentado en pedazos, homogeneizado

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mediante mercancías diferenciadas, organizado a través de
localizaciones de control, y extendido a escala global. La su-
pervivencia del capitalismo ha dependido de esta producción y
ocupación distintiva de un espacio fragmentado, homogenei-
zado y jerárquicamente estructurado, alcanzado en gran me-
dida por un consumo colectivo controlado burocráticamente
(esto es, por el estado), la diferenciación de centros y periferias
en múltiples escalas, y la penetración del poder del estado en
la vida cotidiana. La crisis final del capitalismo sólo puede
producirse cuando las relaciones de producción ya no puedan
reproducirse más, no sólo porque se pare la producción (la
estrategia permanente del ouvrièrisme).
Así, la lucha de clases (sí, aún hay lucha de clases) debe
incluir y focalizarse en el punto vulnerable: la producción del
espacio, la estructura territorial de explotación y dominación,
la reproducción, espacialmente controlada, del sistema como
conjunto. Y debe incluir también todos los que son explota-
dos, dominados y «periferializados» por la organización social
impuesta por el capitalismo avanzado: campesinos sin tierras,
pequeños burgueses proletarizados, mujeres, estudiantes, mi-
norías raciales, así como la clase obrera misma. En los países
capitalistas avanzados, argumenta Lefebvre, la lucha tomará la
forma de «revolución urbana», luchando por le droit à la ville
y el control sobre la vie quotidienne dentro del marco territo-
rial del estado capitalista. En los países menos industrializa-
dos, también se centrará en la liberación y la reconstrucción
territorial, en tomar el control de la producción del espacio y
su sistema polarizado de centros dominantes y periferias de-
pendientes dentro de la estructura global del capitalismo.
Con esta cadena de argumentos, Lefebvre define una
completa problemática espacial en el capitalismo y la eleva a
una posición central dentro de la lucha de clases al colocar las
relaciones de clase dentro de las condiciones configurativas del

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espacio socialmente organizado. No defiende que la proble-
mática espacial haya sido siempre tan central. Ni presenta la
lucha por el espacio como sustituta o alternativa de la lucha de
clases. En su lugar, argumenta que ninguna revolución social
puede triunfar sin ser también al mismo tiempo una revolución
conscientemente espacial. Del mismo modo que la tradición
marxista ha analizado otras «abstracciones concretas» (como
la forma mercancía) para mostrar que contienen las relaciones
sociales del capitalismo, mistificadas y fetichizadas así también
hay que aproximarse al análisis del espacio. La demistificación
de la espacialidad revelará las potencialidades de una concien-
cia espacial revolucionaria, las bases teóricas y materiales de
una praxis espacial radical dirigida a tomar el control sobre
la producción del espacio. La afirmación de Berger vuelve de
nuevo: «predecir implica ahora una proyección geográfica más
que histórica; es el espacio, no el tiempo, lo que nos oculta
consecuencias.»

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