Está en la página 1de 110

Bertolt

Bre
Vida de Galileo
Madre Coraje y sus hijos

(Teatro completo, 7)

Traducción de Miguel Sáenz

El libro de bolsillo
Biblioteca de autor
Alianza Editorial
TITULO ORIGINAL: LebendesGalilei. Mutter Courage und ihreKinder

La edición de esta obra se ha realizado con la ayuda de Inter Nationes, Bonn

Primera edición en «El libro de bolsillo»: 1995


Segunda reimpresión: 1999
Primera edición en «Biblioteca de autor»: 2000

Diseño de cubierta: Alianza Editorial


llustración: George Grosz. El agitador, 1928 (detalle). Stedilijk Museum.
Amsterdam. © VEGAP. Madrid, 2000
Proyecto de colección: üdile Atthalin y Rafael Celda

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la
Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes
indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren,
distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra lite-
raria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución ar-
tística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier
medio, sin la preceptiva autorización.

© Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1967. Todos los derechos reservados


© de la traducción: Miguel Sáenz
© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1995, 1998, 1999,2000
CalleJuan Ignacio Lucade Tena, 15;28027 Madrid; teléf 91 3938888
ISBN:84-206-3709-2
Depósito legal:M. 455-2000
Impreso en Fernández Ciudad, S.L.
Catalina Suárez, 19. 28007 Madrid
Printed in Spain
Vida de Galileo
Drama
Madre Coraje y sus hijos
Crónica de la Guerra de los Treinta Años
Colaboradoras: Elisabet Hauptmann y Roscmarie Hill

PERSONAJES

Madre Coraje. Kattrin, su hija muda. Eilif, el hijo mayor. Schweizerkas,


el hijo menor. El reclutador. El sargento mayor. El cocinero. El gran ~a­
pitán de lansquenetes. El predicador. El maestro armero. YvettePottier,
El de la venda. Otro sargento mayor. Elviejo coronel. Un escribano. Un •
soldado joven. Un soldado de más edad. Un campesino. La mujer del I
campesino. El muchacho. La vieja. Otro campesino. La campesina. Un i
campesino joven. El alférez. Soldados. Una voz.
PRIMAVERA DE 1624. EL CAPITÁN DE LANSQUENETES
OXENSTJERNA RECLUTA EN DALARNA SOLDADOS
PARA LA CAMPAÑA DE POLONIA. A LA CANTINERA
ANNA FIERLING, CONOCIDA POR MADRE CORAJE, SE
LE LLEVANUN HIJO

Camino cerca de la ciudad.

Unsargento mayory un reclutador, temblando defrio.

EL RECLUTADÜR. ¿Cómo se puede reclutar aquí tropas? Sar-


gento mayor, a veces pienso en el suicidio. Antes del don:
tengo que presentar al capitán de lansquenetes cuatro
compañías, pero la gente de aquí es tan taimada que no
puedo dormir ninguna noche. Cuando por fin hc cncon-
• trado uno y he hecho la vista gorda sin querer entcrurmc
de que es estrecho de pecho y tiene varices, lo hc cmbo-
rrachado a modo, ha firmado ya, sólo me queda pugur el
aguardiente, y él sale, y yo detrás por la puerta, porque

133
134 Bertolt Brecht

me malicio algo, efectivamente, se ha largado, como un


piojo entre arañazos. Aquí no hay palabra de honor, ni
lealtad ni fe, no hay sentido del honor. Sargento mayor,
aquí he perdido mi confianza en la Humanidad.
EL SARGENTO MAYOR. Seve que hace demasiado tiempo que no
tienen guerras. ¿Cómo van a tener moral, me pregunto yo?
La paz no es más que abandono, sólo la guerra trae el or-
den. La humanidad degenera en la paz. Se despilfarran
hombres y bestias, como si no fueran nada. Cada uno come
lo que quiere, un trozo de queso sobre el pan blanco y una
loncha de tocino además sobre el queso. Cuántos mozos y
buenos caballos tiene esa ciudad de ahí no lo sabe nadie,
nunca los han contado. He llegado a comarcas en donde no
había habido guerra quizá en setenta años, y la gente no sa-
bía ni cómo se llamaba, no sabían quiénes eran. Sólo don-
de hay guerra hay listas y registros como es debido, los za-
patos están en fardos y el trigo en sacos, se hace bien el
recuento de hombres y bestias y se los llevan, precisamente
porque se sabe que ¡sin guerra no hay orden!
EL RECLUTADOR. ¡Cuánta verdad!
EL SARGENTO MAYOR. Como todo lo que es bueno, también
la guerra es, al principio, difícil de hacer. Pero luego,
cuando prospera, es coriácea; la gente tiene miedo de la
paz, como los jugadores de dados de detenerse, porque
entonces tendrán que pagar lo que han perdido. Pero al
principio tienen miedo de la guerra. Les resulta algo
nuevo.
EL RECLUTADOR. Mira, ahí viene un carromato. Dos mujeres
y dos mozalbetes. Echa el alto a la vieja, sargento. Si no
sacamos nada otra vez, no voy a seguir mucho tiempo
aquí con este vientecillo de abril, te lo aseguro.

Se oye un birimbao. Tiradopor dos mozalbetes, avanza un


carromato. En él van sentadas Madre Coraje y Kattrin, su
hija muda.
Madre Coraje y sus hijos: 1 135
MADRE CORAJE. ¡Buenos días, señor sargento mayor!
EL SARGENTO MAYOR, cortándoles elpaso: ¡Buenos días, bue-
nas gentes! ¿Quiénes sois?
MADRE CORAJE. Comerciantes. Canta:

Eh, capitanes, sed hoy sensatos.


Callad tambores y romped filas:
Madre Coraje os trae zapatos
por que las tropas marchen tranquilas.
Con vuestros bichos y vuestros piojos,
con los cañones y los pertrechos,
a la batalla vais con mil ojos:
con mis zapatos iréis derechos.
Es primavera. ¡Alza cristiano!
La nieve funde. Descansa el muerto.
Si queda alguien que aún esté sano
puede largarse. Será un acierto.

Eh, capitanes, si no hay salchichas


no irán al frente vuestros soldados.
Dejad que cure yo sus desdichas
y que con vino sean aliviados.
Cañones, tripas desocupadas.
Ay, capitanes, eso es en vano.
Que se las llenen, muy bien saciadas
e irán al diablo, y de la mano.
Es primavera. ¡Alza cristiano!
La nieve funde. Descansa el muerto.
Si queda alguien que aún esté sano
puede largarse. Será un acierto.

SARGENTO MAYOR. Basta. ¿De dónde venís, gentuza?


EL HIJO MAYOR.Segundo regimiento finlandés.
EL SARGENTO MAYOR. ¡Los papeles!
MADRE CORAJE. ¿Qué papeles?
1
I

136 Bertolt Brecht

EL HIJO MENOR. ¡Es Madre Coraje!


EL SARGENTO MAYOR. Nunca he oído ese nombre. ¿Por qué
Coraje?
MADRE CORAJE. Me llamo Coraje porque tuve miedo de arrui-
narme, sargento, y atravesé el fuego de artillería de Riga
con cincuenta panes en el carro. Estaban mohosos y ya era
hora, no podía hacer otra cosa.
EL SARGENTO MAYOR. Menos bromas. ¡Los papeles!
MADRE CORAJE, sacando de una caja de peltre un montán de
papeles y bajando del carromato: Éstos son todos mis pa-
peles, sargento. Hay un misal completo, de Altottíng,
para envolver pepinos, y un mapa de Moravia, sabe Dios
si algún día caeré por allí, si no, no servirá de nada, y
aquí se certifica que mi blanco corcel no está enfermo de
la boca ni de los cascos, por desgracia se nos murió, ha-
bía costado quince florines, aunque no a mí, gracias a
Dios. ¿Bastan esos papeles?
EL SARGENTO MAYOR. ¿Me quieres tomar el pelo? Ya te ense-
ñaré a no ser tan fresca. Sabes muy bien que necesitas
una licencia.
MADRE CORAJE. Hábleme decentemente y no diga delante de
estos hijos míos tan jovenzuelos que le quiero tomar el
pelo, porque no tengo nada que ver con usted. Mi licen-
cia en el Segundo Regimiento es mi cara de persona de-
cente y, si no la sabe leer, no puedo hacer nada. No deja-
ré que me pongan un sello encima.
EL RECLUTADOR. Sargento mayor, noto cierto espíritu de in-
subordinación en esta mujer. En el campamento necesi-
tamos disciplina.
MADRE CORAJE. Yo creía que necesitaban salchichas.
EL SARGENTO MAYOR. Nombre.
MADRE CORAJE. Anna Fierling.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Entonces todos os llamáis Fierling?
MADRE CORAJE. ¿Por qué? Yo me llamo Fierling. Ésos no.
EL SARGENTO MAYOR. Creía que eran todos hijos tuyos ...
1
I
Madre Coraje y sus hijos: 1 137

MADRE CORAJE. Lo son, pero, ¿por qué han de llamarse todos


igual? Señalando al hijo mayor: Ése, por ejemplo, se llama
Eilif Nojocki, ¿por qué? Porque su padre decía siempre
que se llamaba Kojocki o Mojocki. El chico lo recuerda
todavía bien, aunque es otro al que recuerda, un francés
con perilla. Pero por lo demás ha heredado la inteligen-
cia de su padre; aquél era capaz de quitarle a un campe-
sino los calzones del culo sin que se diera cuenta. Y así,
cada uno de nosotros tiene su nombre.
SARGENTO MAYOR. ¿Cada uno un nombre distinto?
MADRE CORAJE. Hace como si no supiera usted nada de esas
cosas.
EL SARGENTO MAYOR. Entonces, ¿éste será chino? Señalando
al más joven.
MADRE CORAJE. No lo ha adivinado. Es suizo.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Vino después del francés?
MADRE CORAJE. ¿Después de qué francés? No conozco a
ningún francés. No se confunda, porque si no, esta no-
che estaremos todavía aquí. Era suizo, pero éste se llama
Fejos~ un nombre que no tiene nada que ver con su pa-
dre. Ese se llamaba de una forma totalmente distinta y
era constructor de fortificaciones, sólo que siempre bo-
rracho.

Schweizerkas asiente encantado, y también Kattrin, la


muda, se divierte.

EL SARGENTO MAYOR. ¿Cómo puede llamarse Fejos?


MADRE CORAJE. No quiero ofenderlo, pero no tiene usted
mucha imaginación. Naturalmente, se llama Fejos por-
que, cuando lo tuve, yo estaba con un húngaro, a él le
daba igual, tenía ya los riñones hechos polvo, aunque
nunca había bebido una gota, era un hombre de bien. El
chico ha salido a él.
EL SARGENTO MAYOR. Pero si no era su padre.
138 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. Pero ha salido a él. Lo llamo Schweizerkas,


Queso Suizo, ¿por qué? Porque es bueno para tirar del
carro. Señalandoa su hija: Ésa se llama Kattrin Haup, y es
medio alemana.
EL SARGENTO MAYOR. Una bonita familia, tengo que confesar.
MADRE CORAJE. Sí, he recorrido el mundo entero con mi
carro.
EL SARGENTO MAYOR. Se tomará nota de todo. Escribe. Tú
eres de Bamberg, en Baviera, ¿qué se te ha perdido por
aquí?
MADRE CORAJE. No voy a esperar a que la guerra se digne lle-
gar a Bamberg.
EL RECLUTADOR. Haría mejor en llamarlo Iakob el Buey o
Esaú el Buey,puesto que tira del carro. Seguro que no se
quita nunca los arreos...
EILIF. Madre, ¿me dejas partirle la boca? Me gustaría...
MADRE CORAJE. Telo prohíbo, estáte quieto. Y ahora, seño-
res oficiales, ¿no necesitan una buena pistola, o una hebi-
lla? La suya está ya desgastada, señor sargento.
EL SARGENTO MAYOR. Necesito otra cosa. Veo que los chicos
son altos como abedules, de pecho redondo y piernas re-
cias: me gustaría saber por qué escabullen el servicio mi-
litar.
MADRE CORAJE, rápida: No hay nada que hacer, sargento.
Mis hijos no están hechos para el oficio de la guerra.
EL RECLUTADOR. ¿Y por qué no? Eso reporta dinero y repor-
ta gloria. Malvender botas es cosa de mujeres. A Eilif:
Ven aquí, deja que te palpe para ver si tienes músculos o
eres una gallina mojada.
MADRE CORAJE. Es una gallina mojada. Si se le mira un poco
severamente, se desmaya.
EL RECLUTADOR. Y si cae sobre un ternero, lo mata. Quiere
llevárselo.
MADRE CORAJE. ¿Quieres dejarlo en paz? No es para voso-
tros.
Madre Coraje y sus hijos: 1 139

EL RECLUTADOR. Me ha insultado diciendo que me iba a par-


tir la cara. Vamos a ese campo de ahí a resolver la cues-
tión como hombres.
EILIF. Tranquila. Me ocuparé de él, madre.
MADRE CORAJE. ¡Estáte quieto! ¡Granuja! Te conozco: si-
empre peleándote. Y lleva un cuchillo en la bota, para
usarlo.
EL RECLUTADOR. Se lo arrancaré como un diente de leche.
Ven, muchachito.
MADRE CORAJE. Señor sargento, se lo diré al coronel. Y os
meterá en el calabozo. El teniente es pretendiente de mi
hija.
EL SARGENTO MAYOR. Nada de violencias, hermano. A la
Madre Coraje: ¿Qué tienes contra el servicio militar? ¿No
fue soldado su padre? ¿Y no cayó con honor? Tú misma
lo has dicho.
MADRE CORAJE. Es todavía un niño. Me lo queréis llevar al
matadero, os conozco. Os darán cinco florines por él.
EL RECLUTADOR. Primero le darán a él un bonito gorro y
unas botas vueltas, ¿no?
EILIF. De ti no las quiero.
MADRE CORAJE. Ven, vamos a pescar, dijo el pescador al gu-
sano. A Schweizerkas: Sal corriendo y grita que se quieren
llevar a tu hermano. Sacando un cuchillo: Atreveos. Os
voy a rajar, canallas. ¡OSvoy a enseñar a querer hacer la
guerra con él!Nosotros vendemos honradamente lienzos
y jamones, y somos gente pacífica.
EL SARGENTO MAYOR. Por el cuchillo se ve lo pacíficos que
sois. Deberías avergonzarte, ¡dame ese cuchillo, bruja!
Antes has confesado que vives de la guerra, ¿cómo vivi-
rías si no, de qué? ¿Ycómo puede haber guerra si no hay
soldados?
MADRE CORAJE. No tienen por qué ser mis soldados.
EL SARGENTO MAYOR. ¡Ah, tu guerra tiene que comerse el co-
razón y escupir la pera! ¡La guerra debe engordar a tus
140 Bertolt Brecht

crías, sin cobrar intereses! Que se las arregle como pueda,


¿no? ¿No te llamas Coraje? ¿Yte da miedo la guerra, que
te da de comer? Tus hijos no la temen, eso lo sé por ellos.
EILIF. Yo no temo a ninguna guerra.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Y por qué habrías de temerla? Míra-
me: ¿me ha sentado tan mal ser soldado? Empecé a los
diecisiete años.
MADRE CORAJE. Todavía no tienes setenta.
EL SARGENTO MAYOR. Puedo llegar.
MADRE CORAJE. Sí, bajo tierra.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Quieres molestarme, diciendo que
voy a morir?
MADRE CORAJE. ¿Y si fuera verdad? ¿Si viera que estás ya
marcado? ¿Que pareces un cadáver con permiso?
SCHWEIZERKAS. Tiene facultades extraordinarias, lo dicen
todos. Puede leer el porvenir.
EL RECLUTADOR. Entonces léele el porvenir al sargento, qui-
zá le divierta.
EL SARGENTO MAYOR. No me interesa mucho.
MADRE CORAJE. Dame el casco. Él se lo da.
EL SARGENTO MAYOR. Tiene menos sentido que cagar en la
hierba. Pero así me podré reír.
MADRE CORAJE, coge una hoja de pergamino y la desgarra:
Eilif, Schweizerkas y Kattrin, todos podríamos ser rotos
así si nos dejáramos arrastrar demasiado a la guerra. Al
sargento mayor: Excepcionalmente, se lo haré gratis.
Voy a dibujar una cruz negra en este papel. El negro es
la muerte.
SCHWEIZERKAS. Y la otra está en blanco, ¿lo ves?
MADRE CORAJE. Las doblo y las mezclo. Lo mismo que todos
nos mezclamos, desde el vientre de nuestra madre, y
ahora sacas una y lo sabrás.

El sargento mayor vacila.


Madre Coraje y sus hijos: 1 141

EL RECLUTADOR, a Eilif: Yo no acepto a cualquiera, soy más


bien difícil de contentar, pero tú tienes una energía que
me hace buena impresión.
EL SARGENTO MAYOR, metiendo la mano en el casco: ¡Tonte-
rías! Es lo mismo que meterse el dedo en la nariz.
SCHWEIZERKAS. Ha sacado la cruz negra. Está listo.
EL RECLUTADOR. No te dejes asustar, para alguien así no se ha
fundido aún la bala.
EL SARGENTO MAYOR, roncamente: Me has desgraciado.
MADRE CORAJE. Tedesgraciaste tú mismo, el día en que te hi-
ciste soldado. Y ahora vamos a seguir nuestro camino, no
todos los días hay guerra y tengo que espabilarme.
EL SARGENTO MAYOR. Por todos los infiernos, no me voy a
dejar embaucar por ti. Nos llevamos a tu bastardo, para
que sea soldado.
EILIF. Me gustaría serlo, madre.
MADRE CORAJE. Cierra el pico, diablo finlandés.
EILIF. También Schweizerkas quiere ser soldado.
MADRE CORAJE. Eso es nuevo. Tendré que echaros la suerte a
los tres. Se va hacia elfondo y dibuja cruces en papeles.
EL RECLUTADOR, a Eilif: Se ha dicho que en el campo sueco
somos mojigatos, pero es una calumnia, para perjudi-
carnos. Sólo se canta los domingos, ¡una estrofa! Ysólo si
hay alguien con buena voz.
MADRE CORAJE, volviendocon lospapelesen el casco del sar-
gento: A estos demonios les gustaría escaparse de su ma-
dre e ir a la guerra como terneros a la sal. Pero consulta-
ré los papeles y entonces verán que el mundo no es un
valle de delicias, lleno de esos «Ven, hijo mío, necesita-
mos capitanes». Sargento, son ellos los que me dan más
miedo, porque temo que no vean el fin de esta guerra.
Los tres tienen horribles cualidades. Tiendea Eilifelcas-
co. Venga, saca ya tu destino. Él saca un papely lo desdo-
bla. Ella se lo quita. ¡Ahí la tienes, una cruz! Ay de mí,
madre desgraciada, paridora dolorosa. ¿Deberá morir?
142 Bertolt Brecht 1
En la primavera de la vida se irá. Si se hace soldado,
morderá el polvo, eso es evidente. Es demasiado audaz,
como su padre. Y, si no anda listo, pagará su tributo a la
muerte, el papel lo prueba. Increpándolo: ¿Vas a andar
listo?
EILIF. ¿Por qué no?
MADRE CORAJE. Andar listo quiere decir quedarte con tu
madre y reírte si se burlan de ti llamándote gallina mo-
jada.
EL RECLUTADOR. Si tú te cagas, me contentaré con tu her-
mano.
MADRE CORAJE. Te he mandado que te rías. ¡Ríete! Y ahora
saca tú, Schweizerkas. De ti tengo menos miedo eres
más honrado. Él saca un papel del casco. ¿Por qué :niras
ese papel con esa cara tan rara? Seguro que no hay nada.
No puede haber una ,cruz. A ti no te puedo perder. Coge
elpapel. ¿Una cruz? ¡Eltambién! ¿Seráporque es tan sim-
plón? Ay Schweizerkas, tú también desaparecerás si no
eres totalmente honrado, siempre, como te he enseñado
desde tu más tierna edad, y si no me das las vueltas cuan-
do compras pan. Sólo así podrás salvarte. Mira, sargen-
to, ¿no hay aquí una cruz negra?
EL SARGENTO M~YOR. Es una cruz. No entiendo que haya sa-
cado una. SIempre me quedo atrás. Al reclutador: No
hace trampa. También les sale a los suyos.
SCHWEIZERKAS. A mí también. Pero yo no hago caso.
j
MADRE CORAJE, a Kattrin: Y ahora sólo me quedas tú, que
eres ya una cruz: tienes buen corazón. Levanta hacia el
carroel casco, pero saca ella misma elpapel. Es casi para
desesperar. No puede ser, quizá haya cometido un
error al mezclar. No seas demasiado buena, Kattrin, no
lo seas ya, también en tu camino hay una cruz. Man-
ténte siempre callada, eso no puede resultarte difícil
siendo muda. De manera que ahora lo sabéis. Sed todo~
prudentes, lo necesitaréis. Y ahora al carro y vamos a
1 Madre Coraje y sus hijos: 1 143

continuar. Devuelve el cascoal sargento y sube al carro-


mato.
EL RECLUTADOR, al sargento: ¡Haz algo!
EL SARGENTO MAYOR. No me siento nada bien.
EL RECLUTADOR. Quizá te hayas resfriado al quitarte el casco
con este viento. Entreténla con algún cambalache. En voz
alta: Por lo menos podrías ver esas hebillas, sargento.
Esta buena gente vive del comercio, ¿no?¡Eh,vosotros, el
sargento quiere compraros la hebilla!
MADRE CORAJE. Medio florín. Una hebilla así vale dos. Vuel-
ve a bajardel carromato.
EL SARGENTO MAYOR. No es nueva. Hace tanto viento, tengo
que verla con calma. Se va con la hebilladetrás del carro-
mato.
MADRE CORAJE. Yo no siento ningún viento.
EL SARGENTO MAYOR. Quizá valga ese medio florín, es de
plata.
MADRE CORAJE, reuniéndose con él detrás del carromato:
Pesa sus buenas seis onzas.
EL RECLUTADOR, a Eilif: Y los hombres echaremos un trago.
Tengo el dinero de la prima, ven.
1

j
Eilifestá indeciso.

MADRE CORAJE. Entonces, medio florín.


EL SARGENTO MAYOR. No lo entiendo. Siempre me quedo
atrás. No hay puesto más seguro que el de sargento ma-
yor. Puedes mandar a los otros por delante para que se
cubran de gloria. Se me ha chafado la comida. Sé que no
voy a poder probar bocado.
MADRE CORAJE. No te lo debes tomar tan a pecho como para
no comer. Quédate sencillamente atrás. Toma, echa un
trago de aguardiente, hombre. Le da de beber.
EL RECLUTADOR, coge a Eilifdelbrazoy selollevahacia elton-
do: Diez florines en mano, y serás un hombre valiente y
144 Bertolt Brecht

lucharás por el rey, y las mujeres se pegarán por ti. Y a mí


podrás partirme la boca, por haberte ofendido. Salen los
dos.

Kattrin, la muda, baja de un salto del carromato, lanzan-


do sonidosroncos.

MADRE CORAJE. Ya voy, Kattrin, ya voy. El señor sargento me


está pagando. Muerde el medio florín. No me fío de las
monedas. Estoy escarmentada, sargento. Pero ésta es
buena. Y ahora vamos a seguir. ¿Dónde está Eilif?
SCHWEIZERKAS. Se ha ido con el reclutador.
MADRE CORAJE, sequeda muy quietay, luego: Eres un simple.
A Kattrin: Lo sé, tú no puedes hablar, no tienes la culpa.
EL SARGENTO MAYOR. Tú también puedes echar un trago,
madre. Así son las cosas. Ser soldado no es lo peor. Quie-
res vivir de la guerra, pero mantenerte al margen con los
tuyos, ¿no?
MADRE CORAJE. Ahora tendrás que tirar del carro con tu
hermano, Kattrin.

Losdos, hermanoy hermana, se unen al carromato y tiran


de él. MadreCoraje caminaa su lado. Elcarromato avanza.

EL SARGENTO MAYOR, siguiéndolos con la vista:


Quien quiera de la guerra vivir
con algo tendrá que contribuir.
l
Madre (oraje y sus hjjos: 2 145

EN LOS AÑOS 1625 Y 1626, MADRE CORAJE RECORRE


POLONIASIGUIENDO A LOSEJÉRCITOS SUE<;< >S. ANTE
LA PLAZA FUERTE DE WALLHOF VUELVE A ENCON-
TRARASUHIJo. VENTAFELIZDEUNCAPÚN y DfAS DE
GLORIADELHIJO AUDAZ

Tienda de campaña del capitán de lansquenetes.

Al lado, la cocina. Retumbar de cañones. El cocinero discute


con Madre Coraje, que quiere venderleun capón.

EL COCINERO. ¿Setenta heller por un ave tan lastimosa?


MADRE CORAJE. ¿Ave lastimosa? ¿Este animal rollizo? Para
un capitán de lansquenetes que come hasta reventar, y ay
de usted si él no tiene nada de comer, ¿no va a pagar se-
senta heller de nada?
EL COCINERO. De ésos me dan una docena por diez heller a
la vuelta de la esquina.
MADRE CORAJE. ¿Qué? ¿Encontrar un capón así a la vuelta de
I la esquina? Cuando estamos sitiados y hay una hambru-

l
na que la gente revienta. Quizá consiga una rata de cam-
po, y digo que quizá porque se las han comido ya, cinco
hombres corrieron media jornada detrás de una rata de
campo hambrienta. Cincuenta heller por un capón gi-
gantesco en tiempo de asedio.
EL COCINERO. No estamos sitiados nosotros sino los otros.
Somos los sitiadores, eso tiene que metérselo en la cabe-
za de una vez.
MADRE CORAJE. Pero para comer tampoco tenemos nada,
menos que los que están en la ciudad. Ésos han arram-
blado con todo. Dicen que se dan la gran vida. ¡En cam-
bio nosotros! He estado con los campesinos y no tienen
nada.
146 Bertolt Brecht

EL COCINERO. Sí que tienen. Pero lo esconden. ,,",


MADRE CORAJE, triunfante: No tienen nada. Están arruina-
dos, eso es lo que están. Se muerden los codos de hambre.
Los he visto desenterrar raíces y chuparse los dedos des-
pués de comerse una correa de cuero hervida. Así están
las cosas. Y yo, que tengo un capón, tengo que darlo por
cuarenta heller.
EL COCINERO. Por treinta, no por cuarenta. He dicho treinta.
MADRE CORAJE. Oiga, no es un capón corriente. Era un bicho
tan dotado, al parecer, que sólo comía cuando le tocaban
música, y tenía su marcha favorita. Hasta sabía contar, de
listo que era. ¿Ycuarenta heller le parecen demasiado? El
capitán le cortará la cabeza si no le pone nada en la mesa.
EL COCINERO. Mire lo que vaya hacer. Coge un trozo de car-
ne de vacay sedisponea cortarlo con elcuchillo. Aquí ten-
go un trozo de vaca y se lo vaya asar. Le doy un minuto
más para pensarlo.
MADRE CORAJE. Áseselo. Es del año pasado.
EL COCINERO. Es de ayer noche, el buey andaba aún por ahí,
lo vi con mis propios ojos.
MADRE CORAJE. Entonces debía de apestar ya cuando estaba
vivo.
EL COCINERO. Si hace falta, lo coceré cinco horas. Quiero ver
si sigue estando duro. Empieza a cortarla carne.
MADRE CORAJE. Póngale mucha pimienta, para que el señor
capitán no note el pestazo.

Entran en la tienda el capitán de lansquenetes, un predi-


cadory Eilif.

EL CAPITÁN, dando a Eilif palmadas en la espalda: Bueno,


hijo, entra aquí con tu capitán de lansquenetes y siéntate
a mi derecha. Porque has hecho algo heroico, como ca-
ballero piadoso, y lo has hecho por Dios y en una guerra
por nuestra fe, te lo recompensaré muy especialmente,
Madre Coraje y sus hijos: 2 147

con un brazalete de oro, en cuanto tomemos la ciudad.


Hemos venido a salvar sus almas y ¿qué hacen esos bri-
bones y cerdos de campesinos? ¡Se nos llevan el ganado!
En cambio a sus curas los atiborran, por delante y por de-
trás, pero tú les has enseñado maneras. ¡Por eso te invito
a una jarra de tinto, que nos vamos a beber de un trago!
Se la beben. Para el predicador una mierda, por beato. ¿Y
qué quieres para comer, muchacho?
EILIF. Un cacho de carne, ¿por qué no?
EL CAPITÁN. ¡Cocinero, carne!
EL COCINERO. Y encima de que no hay nada, trae invitados.
Madre Coraje lo hacecallar, porque quiereoír.
EILIF.Desollar campesinos abre el apetito.
MADRE CORAJE. Jesús, ése es mi Eilif.
EL COCINERO. ¿Quién?
MADRE CORAJE. Mi hijo mayor. Hace dos años que lo perdí
de vista, me lo robaron en el camino y debe de estar muy
bien considerado, cuando el capitán lo invita a comer, ¿y
qué tienes tú para darles? ¡Nada! Ya ~as oíd? lo q~e le
gustaría comer al invitado: ¡carne! SIgue mi consejo y
coge al momento el capón, por un florín.
EL CAPITÁN, que seha sentado conEilif, ruge: ¡Trae de comer,
Lamb, bestia de cocinero, o te mato!
EL COCINERO. Dámelo, maldita sea, explotadora.
MADRE CORAJE. Creía que era un ave lastimosa.
EL COCINERO. Lastimosa, dámela, es un precio escandaloso,
cincuenta heller.
MADRE CORAJE. He dicho que un florín. Para mi hijo mayor,
querido invitado del señor capitán, nada me parece de-
masiado caro.
EL COCINERO, dándole el dinero: Pero, por lo menos, desplú-
malo mientras enciendo el fuego.
MADRE CORAJE se sienta a desplumar el capón: Qué cara va
a poner cuando me vea. Es mi hijo más atrevi~o ! más
listo. Tengo otro tonto, pero honrado. Y nu hija no
148 Bertolt Brecht

vale nada. Pero por lo menos, no habla, yeso ya es


algo.
EL CAPITÁN. Bebe otra hijo, éste es mi Falerno favorito, sólo
tengo un barril, o dos a lo sumo, pero vale la pena cuan-
do veo que todavía hay verdadera fe entre mis tropas. Y
ese pastor de almas, qUt' mire sólo, porque no sabe más
que predicar y no lo que hay que hacer. Y ahora Eilif, hijo
mío, cuéntanos con más detalle cómo has engañado a los
campesinos y has capturado esos veinte becerros. Espe-
remos que lleguen pronto.
EIUF. En un día o dos, como mucho.
MADRE CORAJE. Es muy considerado por parte de mi Eilif no
traer los bueyes hasta mañana, porque si no, no hubieras
hecho caso de mi capón.
EL CAPITÁN. Eso fue muy astuto.
EIUF. Quizá. Lo demás fue fácil. Salvo que los campesinos
llevaban garrotes y eran tres veces más que nosotros, y
nos atacaron con intenciones asesinas. Cuatro me aco-
rralaron contra un matorral, me quitaron la espada de la
mano y me gritaron: ¡ríndete! Qué hago, pensé, me van a
hacer picadillo.
EL CAPITÁN. ¿Yqué hiciste?
EILIF. Me eché a reír.
EL CAPITÁN. ¿Qué?
EIUF. Me reí. Y así entramos en conversación. Me puse en-
seguida a regatear y le dije: veinte florines por los bue-
yes me parecen demasiado. Os doy quince. Como si
quisiera pagarlos. Ellos se quedaron perplejos, rascán-
dose la cabeza. Entonces me lancé sobre mi espada, la
cogí y los hice pedazos. Hay que hacer de necesidad vir-
tud, ¿no?
EL CAPITÁN. ¿Qué dices tú a eso, pastor de almas?
EL PREDICADOR. La verdad es que esa frase no está en la Bi-
blia, pero Nuestro Señor, por arte de magia, hizo de cin-
co panes quinientos. Entonces no había necesidad y po-
Madre Coraje y sus hijos: 2 149

día pretender que se amase al prójimo, porque todos ha-


bían comido. Hoyes distinto.
EL CAPITÁN, se ríe: Muy distinto. Ahora vas a tener también
tu trago, fariseo. A Eilif Los hiciste pedazos, eso está
bien, para que mis fieles soldados tengan una buena taja-
da que llevarse a la boca. ¿No dicen las Escrituras que lo
que hagas al más humilde de mis hermanos me lo haces
a mí? ¿Y qué les has hecho tú? Les has conseguido un
buen festín de carne de buey, porque no se acostumbran
al pan mohoso y se preparaban en el casco sus sopas
frías de pan y vino, antes de pelear por Dios.
EIUF. Sí, me lancé sobre mi espada, la agarré y los hice pe-
dazos.
EL CAPITÁN. Tienes la madera de un joven César. Deberías
ver al rey.
EIUF. Lo he visto de lejos. Tiene algo que deslumbra. Me
gustaría tomarlo por modelo.
EL CAPITÁN. Ya tienes algo de él. Yo aprecio a un soldado
como tú, Eilif, un soldado valiente. A alguien así lo tra-
to como a mi propio hijo. Lo lleva hacia un mapa. Mira
cuál es la situación, Eilif;todavía queda mucho por hacer.
MADRE CORAJE, que ha estado escuchando y ahora despluma
furiosa el capón: Debe de ser un capitán muy malo.
EL COCINERO. De comer sí que se hincha, pero ¿por qué
malo?
MADRE CORAJE. Porque necesita soldados valientes, por eso.
Si supiera preparar un buen plan de campaña, ¿para qué
iba a necesitar soldados valientes? Con los soldados co-
rrientes le bastaría. En general, cuando se habla de tantas
virtudes, es que hay algo podrido.
EL COCINERO. Yo creía que era que había algo bueno.
MADRE CORAJE. No, algo podrido. ¿Por qué? Cuando un capi-
tán o un reyes francamente tonto y lleva a sus tropas a un
descalabro de mierda, sus tropas necesitan tener un valor
temerario, es decir,una virtud. Sies demasiado tacaño y no
150 Bertolt Brecht

recluta suficientes soldados, todos tienen que ser hércules.


y si es un desastre y no se ocupa de nada, ellos tienen que
ser astutos como serpientes, porque si no, irán aviados. Y
por eso tienen que ser también de una lealtad a toda prue-
ba, porque siempre se les pide demasiado. Todas esas vir-
tudes no las necesitan un país como es debido y un buen
rey y un capitán de lansquenetes. En un buen país no hacen
falta virtudes, todos pueden ser muy corrientes, mediana-
mente listos y, si me apuras, hasta cobardes.
EL SARGENTO MAYOR. Me apuesto a que tu padre era soldado.
EIUF. Un gran soldado, me han dicho. Mi madre me puso en
guardia por ello. Conozco una canción que trata de eso.
EL SARGENTO MAYOR. ¡Cántanosla! Rugiendo: ¿Cuándo llega
esa comida?
BlUF. Se llama «Canción de la mujery el soldado». La canta,
mientras baila una danza guerrera consu espada:

El arcabuz tirotea, la lanza agujerea


y las aguas vigilan los vados.
«[Qué podéis contra el hielo? ¡Eso es tentar al cielol»
(La mujer a los soldados.)
Pero el soldado, con su arma cargada
oía tambores. Y gran carcajada:
«¡Marchar no nos deja baldados!
Bajar hacia el sur, subir hacia el norte.
¡Lo que importa es machete que corte!»
(A la mujer los soldados.)

Ay si del viejo no se sigue el consejo,


si no se escucha a los que son avezados.
«¡Hay que ser racional! ¡Puede acabar mal!»
(La mujer a los soldados.)
Pero de ella el soldado se ríe.
Su machete al cinto, no hay quien lo desvíe.
¿Qué puede reservarle el Hado?
Madre Coraje y sus hijos: 2 151

«Cuando la luna brille solitaria


volveremos, reza tu plegaria.»
(A la mujer el soldado.)

MADRE CORAJE, en la cocina, continúa la canción, golpeando


con la cuchara en una cacerola:
[Como el humo ya os vais! Ni la fe nos dejáis
[Vuestras proezas nos dejan helados!
¡Ahora el humo despeja! ¡Y que Dios le proteja!
(La mujer del soldado.)
BlUF. ¿Qué es eso?
MADRE CORAJE, sigue cantando:
y el soldado, al cinto el machete,
se hundió con su lanza, adiós lansquenete,
así son las aguas de todos los vados.
La luna lucía muy blanca en el cielo.
Al soldado lo arrastraba el hielo.
¿Qué decían, mujer, los soldados?

Como el humo se fue, y perdimos la fe.


Sus proezas nos dejan helados.
¡Aysi del viejo no se sigue el consejo!
(La mujer a los soldados.)

EL CAPITÁN. En mi cocina pasa hoy de todo.


EIUF, entra en la cocina. Abraza a su madre: ¡Al fin vuelvo a
verte! ¿Dónde están los demás?
MADRE CORAJE, en sus brazos: Felices como peces en el agua.
Schweizerkas es pagador del Segundo Regimiento; así,
por lo menos, no tiene que entrar en combate, no pude
mantenerlo completamente al margen.
El UF. ¿Yqué tal tus piernas?
MADRE CORAJE. Por las mañanas me cuesta ponerme los za-
patos.
EL CAPITÁN, que se ha acercado: De manera que tú eres su
madre. Espero que tengas otros hijos como éste para mí.
152 Bertolt Brecht

EILIF. Qué suerte tengo: ¡estás ahí en la cocina y oyes hablar


bien de tu hijo!
MADRE CORAJE. Sí, lo he oído. Leda una bofetada.
EILIF, llevándose la mano a la mejilla: ¿Por haber cogido
esos bueyes?
MADRE CORAJE. No. ¡Por no haberte rendido cuando aque-
llos cuatro se echaron sobre ti para hacerte picadillo!
¿No te he enseñado a cuidarte? ¡Diablo de finlandés!

El capitán y el predicador se ríen.

TRES AÑOS MÁS TARDE, MADRE CORAJE ES HECHA


PRISIONERA CON UNA PARTE DE UN REGIMIENTO
FINLANDÉS. LOGRA SALVAR A SU HIJA, Y TAMBIÉN
EL CARROMATO,PERO SU HIJO HONRADO MUERE

Campamento.

Tarde. En un mástil, la banderadel regimiento. Madre Cora-


je ha tendido una cuerdadesdesu carromato, delque cuelgan
toda clase de mercancías, y un gran cañón, y está plegando
con Kattrin, sobre un gran cañón, la ropa lavada. Mientras
tanto discutecon un maestroarmero elprecio de un costalde
balas. ApareceSchweizerkas, con uniforme de pagador.
Yvette Pottier, una chica bonita, está cosiendo, con un vasode
aguardientedelante, un sombrero de colores. Lleva medias,y
tiene aliado sus rojos zapatos de tacón.

MAESTRO ARMERO. Le doy esas balas por dos florines. Es ba-


rato, necesito el dinero porque el coronel lleva dos días
emborrachándose con sus oficiales y se ha acabado la be-
bida.
Madre Coraje y sus hijos: 3 153

MADRE CORAJE. Son municiones de la tropa. Si me las en-


cuentran, me forman consejo de guerra. Vosotros ven-
déis esas balas, canallas, y la tropa no tiene con qué dis-
parar contra el enemigo.
MAESTRO ARMERO. No sea tan dura, hay que vivir y dejar
vivir.
MADRE CORAJE. Cosas del ejército no compro. No a ese pre-
cio.
MAESTRO ARMERO. Podrá vendérselas discretamente esta mis-
ma noche por cinco florines, y hasta por ocho, al ~aestro
armero del Cuarto Regimiento, si le hace un recibo por
doce. No tiene ya municiones.
MADRE CORAJE. ¿Ypor qué no lo hace usted?
MAESTRO ARMERO. Porque no me fío de él, somos amigos.
MADRE CORAJE, cogiendo elsaco: Démelo. A Kattrin: Llévalo
ahí atrás y dale un florín y medio. Ante la p~otesta d~l
maestroarmero: He dicho que un florín y medio, Kattrin
sellevaelsacoatrás, arrastrándolo, y el maestroarmerola
sigue. Madre Coraje, a Schweizerkas: Ahí tiene~ tus cal-
zoncillos, cuídalos bien, ya es octubre y el otono pu~de
echarse encima, digo que puede porque he aprendl~o
que nada viene cuando se piensa, .ni .siquie~a las estacio-
nes del año. Pero la caja de tu regimiento nene que cua-
drar, venga lo que venga. ¿Te cuadra la caja?
SCHWEIZERKAS. Sí, madre.
MADRE CORAJE. No olvides que te han hecho pagador porque
eres honrado y no audaz como tu hermano '1' sohre tod~),
porque eres tan simple que seguramente ~I.se te ocurn-
ría largarte con ella, a ti no. Eso me tranquiliza mucho. Y
no pierdas los calzoncillos.
SCHWEIZERKAS. No, madre, los guardaré bajo el colchón.

Se dispone a irse.

EL SARGENTO MAYOR. Voycontigo, pagador.


154 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. ¡Pero no le enseñe sus mañas!

El maestro armero sale con Schweizerkas, sin despedirse.

YVETTE, saludándolocon la mano: Podrías despedirte, maes-


tro armero.
MADRE CORAJE, a Yvette: No me gusta verlos juntos. No es
buena compañía para mi Schweizerkas. Pero la guerra
no se presenta mal. Hasta que estén metidos en ella todos
los países pueden pasar como nada cuatro o cinco años.
Un poco de vista y nada de imprudencias, y haré buenos
negocios. ¿No sabes que, con tu enfermedad, no debes
beber ya de mañana?
YVETTE. ¿Quién dice que estoy enferma? Eso es una calum-
nia.
MADRE CORAJE. Todos lo dicen.
YVETTE. Pues mienten todos. Madre Coraje, estoy desespe-
rada porque, por esas mentiras, todos me esquivan como
si fuera un pescado podrido. ¿Para qué me arreglo el
sombrero? Lo tira. Por eso bebo de mañana, nunca lo ha-
bía hecho, salen patas de gallo, pero me da todo igual. En
el Segundo Regimiento finlandés me conocen todos. Hu-
biera debido quedarme en casa cuando mi primer novio
me engañó. Nosotras no podemos tener orgullo: tene-
mos que comer mierda porque si no, nos hundimos.
MADRE CORAJE. No empieces otra vez con tu Pieter y con
cómo pasó todo, delante de esta hija mía inocente.
YVETTE. Precisamente ella debería oírlo, para que se endu-
reciera contra el amor.
MADRE CORAJE. Ninguna se endurece.
YVETTE. Entonces lo contaré porque eso me alivia. Empe-
zaré diciendo que nací en el bello país de Flandes, sin lo
cual no lo habría conocido a él ni estaría ahora en Po-
lonia, porque él era cocinero del ejército, rubio y ho-
landés, pero flaco. Kattrin, desconfía de los flacos, aun-
Madre Coraje y sus hijos: 3 155

que entonces yo tampoco lo sabía, ni sabía.que él tenía


otra, ni que lo llamaban Pieter de la Pipa porque no se
quitaba la pipa de la boca mientras lo hacía, tan poca
importancia le daba. Canta la «Canción de la fraterni-
zacián»:

Yo tenía diecisiete
cuando llegó el enemigo.
Dejó de lado el machete
me dio su mano de amigo.
y tras las Flores de Mayo
vino la noche de mayo.
El regimiento formado,
el tambor, tocando adusto.
Me mete tras un arbusto...
y así hemos fraternizado.

El enemigo abundaba
y cocinero era el mío.
Durante el día lo odiaba.
De noche, era el desvarío.
Porque a las Flores de Mayo
sigue la noche de mayo.
El regimiento formado
el tambor, tocando adusto.
Me mete tras un arbusto...
Cuánto hemos fraternizado.

El amor que yo sentía


era algo celestial.
Mi familia no entendía
que no lo quisiera mal.
y en una mañana oscura
comenzó mi desventura.
El regimiento formado,
156 Bertolt Brecht

el tambor, tocando adusto.


y mi amado, mi disgusto
para siempre se ha marchado.

Por desgracia me fui detrás, pero no he vuelto a encon-


trarlo, han pasado ya cinco años. Se va, tambaleándose,
detrás del carromato.
MADRE CORAJE. Te dejas el sombrero.
YVETTE. Para quien lo quiera.
MADRE CORAJE. Que te sirva de lección, Kattrin. No vayas
con los soldados. El amor es algo celestial, te lo advierto.
Pero tampoco con quienes no son soldados es un lecho
de rosas. Te dicen que quieren besar el suelo que pisas,
por cierto, ¿te lavaste ayer los pies?, y luego te conviertes
en su sirvienta. Alégrate de ser muda, así no te contradi-
ces nunca ni quieres morderte la lengua por haber dicho
la verdad. Ser muda es una bendición de Dios. Ahí viene
el cocinero del capitán de lansquenetes, ¿qué querrá?

Entran el cocinero y elpredicador.

EL PREDICADOR. Le traigo un mensaje de su hijo, Eilif, y el co-


cinero se ha venido conmigo, le ha impresionado usted.
EL COCINERO. Sólo he venido para tomar un poco el aire.
MADRE CORAJE. Aquí puede tomarlo siempre, si se compor-
ta como es debido, y aunque no se comporte, sé cómo
arreglármelas con vosotros. ¿Y qué quiere Eilif? No me
sobra el dinero.
EL PREDICADOR. En realidad, tenía que decirle algo a su her-
mano, el señor pagador.
MADRE CORAJE. No está ya aquí, ni en ninguna parte. No es
el pagador de su hermano, que no debe inducirlo a la
tentación y pasarse de listo con él. Le da dinero del bolso
que lleva en bandolera. Déle esto, es una vergüenza, ex-
plota mi amor de madre y debería avergonzarse.
Madre Coraje y sus hijos: 3 157

EL COCINERO. No por mucho tiempo, porque tendrá que


partir con su regimiento, quizá hacia la muerte. Debería
darle algo más, porque si no, luego lo lamentará. Las mu-
jeres sois duras, pero luego lo lamentáis. Un vasito de
aguardiente no hubiera sido nada en aquel momento,
pero no se lo dio y después, quién sabe, reposa bajo la
hierba y no podéis desenterrarlo ya.
EL PREDICADOR. No se ponga sentimental, cocinero. Morir
en la guerra es una gracia del cielo y no una desgracia,
¿por qué? Porque es una guerra de religión. No una gue-
rra corriente sino muy especial, en la que se lucha por la
fe y que, por consiguiente, resulta agradable a Dios.
EL COCINERO. Eso es verdad. En cierto sentido, es una gue-
rra en la que se incendia, se acuchilla y se saquea, sin ol-
vidar alguna que otra violación, pero es diferente de to-
das las otras guerras porque es una guerra de religión,
eso es evidente. Pero también da sed, eso tiene que reco-
nocerlo.
EL PREDICADOR, a Madre Coraje, señalando al cocinero: He
tratado de disuadirlo, pero me ha dicho que usted lo ha-
bía hechizado, que soñaba con usted.
EL COCINERO, encendiendouna pequeña pipa: Sólo con reci-
bir un vaso de aguardiente de sus hermosas manos, nada
más. Pero ya he sido bastante castigado, porque el predi-
cador ha hecho tantos chistes durante el camino que to-
davía debo de estar colorado.
MADRE CORAJE. ¡Yeso que lleva sotana! Vaya tener que da-
ros algo de beber, porque, si no, de puro aburrimiento,
acabaréis por hacerme alguna proposición deshonesta.
EL PREDICADOR. Guardaos de la tentación, dijo el predicador
de la corte, y cayó en ella.

Al irse, se vuelve hacia Kattrin.

¿Y quién es esta seductora muchacha?


158 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. No es ninguna seductora, sino una mucha-


cha decente.

El predicador y el cocinero desaparecen con Madre Coraje


detrás del carromato. Kattrin los sigue con la vista y luego
se aleja de la ropa blanca y va hacia el sombrero. Lo coge
y se lo pone, poniéndose también los zapatos rojos. Detrás
se oye a Madre Coraje y el predicador y el cocinero discutir
de poUtica.

Los polacos, aquí en Polonia, no hubieran debido inter-


venir. Es verdad que nuestro rey los invadió con caballos
y hombres y carros, pero los polacos, en lugar de mante-
ner la paz, se han entrometido en sus propios asuntos y
han atacado al rey, cuando todo transcurría tranquila-
mente. Así se han hecho culpables de una violación de la
paz, y toda la sangre cae sobre sus cabezas.
EL PREDICADOR. Nuestro rey sólo pensaba en la libertad. El
emperador había sojuzgado a todos, lo mismo polacos
que alemanes, y el rey tuvo que liberarlos.
EL COCINERO. Así lo entiendo yo, su aguardiente es esplén-
dido, su cara no me había engañado, pero, ya que habla-
mos del rey, esa libertad que ha querido implantar en
Alemania se la ha hecho pagar el rey bastante cara, por-
que ha implantado en Suecia el impuesto sobre la sal, lo
que a la gente pobre, como ya he dicho, le ha supuesto
bastante, y luego ha tenido que encarcelar y descuartizar
a los alemanes, porque se aferraban a su servidumbre al
emperador. Evidentemente, cuando alguien no quería
ser liberado, el rey no se andaba con bromas. Al principio
sólo quería proteger a los polacos de los hombres malos,
especialmente del emperador, pero, comiendo, le entró el
apetito, y protegió a toda Alemania. Que no opuso poca
resistencia. De manera que el buen rey no ha obtenido
más que disgustos de su bondad y sus gastos, y natural-
Madre Coraje y sus hijos: 3 159

mente ha tenido que resarcirse con impuestos, lo que ha


suscitado rencores, pero él no se ha dejado desanimar.
Tenía una cosa a su favor, que era la palabra de Dios, y ésa
valía aún. Porque, de otro modo, hubieran dicho encima
que todo lo hacía por su propio interés y para obtener ga-
nancias. De forma que siempre ha tenido la conciencia
tranquila, que era lo más importante para él.
MADRE CORAJE. Se ve que no es usted sueco, porque si no,
hablaría de otro modo de ese rey heroico.
EL PREDICADOR. Al fin y al cabo, come usted su pan.
EL COCINERO. Yo no como su pan, lo amaso.
MADRE CORAJE. No puede ser derrotado, ¿por qué? Porque
su gente cree en él. Seria: Cuando se oye hablar a los pe-
ces gordos, parece que hacen la guerra por temor a Dios
y por todo lo que es bueno y hermoso. Pero si se mira me-
jor, se ve que no son tan idiotas y que hacen la guerra por
las ganancias. Y si fuera de otro modo, las gentes humil-
des como yo no los seguirían.
EL COCINERO. Así es.
EL PREDICADOR. Y, como holandés, haría usted bien en mirar
la bandera que ondea aquí, antes de opinar sobre Polonia.
MADRE CORAJE. Aquí somos todos buenos protestantes. ¡Sa-
lud!

Kattrin ha comenzado a pavonearse con el sombrero de


Yvette en la cabeza, imitando sus andares.
De pronto se oye retumbar de cañones y disparos. Tam-
bores. Madre Coraje, el cocinero y el predicador salen
corriendo de detrás del carro, los dos últimos todavía
con su vaso en la mano. El maestro armero y un solda-
do se dirigen hacia el cañón y tratan de llevárselo em-
pujando.

MADRE CORAJE. ¿Pero qué pasa? Antes tengo que quitar la


ropa, pedazo de brutos. Trata de salvar su colada.
160 Bertolt Brecht

MAESTRO ARMERO. ¡LOS católicos!Atacan por sorpresa. Quién


sabe si podremos escapar. Al soldado: ¡Llévate el cañón!
Sale corriendo.
EL COCINERO. Por el amor del cielo, tengo que ver al capitán.
Madre Coraje, volveré uno de estos días a charlar un
poco. Sale precipitadamente.
MADRE CORAJE. ¡Eh, que se deja la pipa!
EL COCINERO, lejos: ¡Guárdemela! La necesitaré.
MADRE CORAJE. ¡Precisamente ahora, cuando empezába-
mos a ganar un poco!
EL PREDICADOR. Bueno, entonces me iré yo también. Evi-
dentemente, si el enemigo está ya tan cerca, podría ser
peligroso. Bienaventurados los pacíficos, se dice en la
guerra. Si tuviera un tabardo que ponerme...
MADRE CORAJE. No presto tabardos, aunque sea asunto de
vida o muerte. He tenido malas experiencias.
EL PREDICADOR. Es que estoy especialmente en peligro, a
causa de mi fe.
MADRE CORAJE, tendiéndole un tabardo: Vaen contra de mis
convicciones. Váyase ya.
EL PREDICADOR. Muchísimas gracias, es muy generoso por
su parte, pero quizá sea mejor que me quede aquí, podría
levantar sospechas y atraer al enemigo, si me ven correr.
MADRE CORAJE, al soldado: Déjalo ahí, borrico, ¿quién te lo
va a pagar? Te lo guardaré yo, porque a ti te costaría la
vida.
EL SOLDADO, escapándose: Usted dará testimonio de que lo
intenté.
MADRE CORAJE. Lo juro. Ve a su hija con el sombrero. ¿Qué
haces con ese sombrero de golfa? Quítate esa tapadera,
¿estás chiflada? ¿Ahora que viene el enemigo? Le arran-
ca a Kattrin el sombrero de la cabeza. ¿Quieres que te
descubran y hagan de ti una golfa?¡Y se ha puesto los za-
patos, la muy babilonia! ¡Quítate esos zapatos! Quiere
quitárselos. ¡AyJesús, ayúdame! Señor predicador, ¡que
Madrl' Coraje y sus hijos: 3 161

se quite los zapatos! Enseguida vuelvo. Corre hacia el ca-


rromato.
I'VETTE, entra, empolvándose: ¿Qué dice, que llegan los ca-
tólicos? ¿Dónde está mi sombrero? ¿Quién lo ha pisotea-
do? No puedo ir así por ahí cuando están a punto de lle-
gar los católicos. ¿Qué van a pensar de mí? Tampoco
tengo espejo. Al predicador: ¿Qué aspecto tengo? ¿Dema-
siados polvos?
El. PREDICADOR. Exactamente los necesarios.
YVETTE. ¿Y dónde están mis zapatos rojos? No los encuentra,
porque Kattrin esconde los pies bajo su falda. Los dejé
aquí. Tendré que irme descalza a mi tienda. ¡Es una ver-
güenza! Sale.

Llega corriendo§chweizerkas, llevando una cajita.

MADRE CORAJE entra con las manos llenas de ceniza. A Kat-


trin: Traigo ceniza. A Schweizerkas: ¿Qué llevas ahí?
SCHWEIZERKAS. La caja del regimiento.
MADRE CORAJE. ¡Tírala! Has sido despagadorizado.
SCHWEIZERKAS. Me la confiaron a mí. Va hacia elfondo.
MADRE CORAJE, al predicador: Quítate la sotana, predica-
dor, porque si no, te reconocerán a pesar del tabardo.
Frota a Kattrin el rostro con ceniza. ¡Estáte quieta! Así,
un poco de mugre y estarás segura. [Qué desgracia!
Los centinelas estaban borrachos. Ahora hay que es-
conder el género. Un soldado, sobre todo católico, y
una carita limpia, e inmediatamente tienes una puta.
Durante semanas no tienen nada que llevarse a la boca
y, cuando lo tienen, gracias al pillaje, caen sobre las
mujeres. Ahora puede pasar... Deja que te mire. No está
mal. Como si te hubieras revolcado en la basura. No
tiembles. Así no te pasará nada. A Schweizerkas: ¿Dón-
de has puesto esa caja?
SCHWEIZERKAS. He pensado meterla en el carro.
Bertolt Brecht
162
MADRE CORAJE, espantada: ¿Qué, en mi carro? ¡Es de una es-
tupidez que clama al ciclo! ¡No me puedo distraer ni un
momento! ¡Nos colgarían a los tres!
SCHWEIZERKAS. Entonces buscaré otro sitio o me escaparé
con ella.
MADRE CORAJE. Ahora te quedas aquí, es demasiado tarde.
EL PREDICADOR, semivestido, grita desde el fondo: ¡Por el
amor del cielo, la bandera!
MADRE CORAJE, arriando la bandera del regimiento: Boshe
moí! Yano me doy cuenta de que la tengo. Son veinticin-
co años...

Aumenta el retumbarde cañones.

Una mañana, tresdías más tarde. El cañón ha desapare-


cido. Madre Coraje, Kattrin, elpredicador y Schweizerkas
están sentados, comiendo, con airepreocupado.

SCHWEIZERKAS. Hace ya tres días que estoy aquí haciendo el


vago, y el sargento mayor, que siempre ha sido tan bueno
conmigo, debe de estarse preguntando: ¿por dónde an-
dará Schweizerkas con la caja del regimiento?
MADRE CORAJE. Date por contento de que no te hayan segui-
do la pista.
EL PREDICADOR. ¿Qué tendría que decir yo? Ni siquiera pue-
do celebrar un pequeño oficio religioso, porque podría
salir muy malparado. Se dice que, cuando el corazón re-
bosa, los labios hablan, pero ¡ay de mí si se me rebosara!
MADRE CORAJE. Así están las cosas. Aquí tengo a uno con su
religión y a otro con su caja. No sé qué es más peligroso.
EL PREDICADOR. Ahora estamos en las manos de Dios.
MADRE CORAJE. No creo que estemos ya tan perdidos, pero la
verdad es que no duermo por las noches. Si no fuera por ti,
Schweizerkas, sería más fácil. Yo creo que he sabido arre-
glármelas. Les he dicho que estoy contra el anticristo, el
Madre Coraje y sus hijos: 3 163

sueco, que tiene cuernos, y que me he dado cuenta de que


tenía el ~uerno izquierdo un poco gastado. En pleno inte-
rrogatorío les pregunté dónde podía comprar velas bendi-
tas que no fueran demasiado caras. Lo he sabido hacer por-
que el padre de Schweizerkas era católico y con frecuencia
hacía chistes sobre esas cosas. No me han creído del todo,
pero en su regi~iento no tienen cantineros. De manera que
han he~~o la VIstagorda. Quizá resulte incluso mejor. Esta-
mos prisioneros, pero como un piojo en una piel.
EL PREDICADOR. La leche es buena. Por lo que se refiere a la
c.antidad, tendremos que moderar un poco nuestro ape-
trto sueco. Hemos sido derrotados.
MADRE CORAJE. ¿Quién ha sido derrotado? Las victorias y de-
r~otas de lo.sp~ces gordos de arriba y las de los de abajo no
SIempre comcI~en, en absoluto. Hay casos incluso en que,
para los de abajo, la derrota se ha traducido en un benefi-
cio. Se ha per?ido.el honor, pero nada más. Recuerdo que
una v~z, en Livonia, nuestro capitán recibió tal paliza del
enemigo que, en la confusión, conseguí un caballo blanco
del bagaje, que tiró de mi carro durante siete meses, hasta
que. vencimos y me lo requisaron. En general, se puede
deCIrque a nosotros, la gente corriente, la victoria y la de-
r:~ta nos sale~ caras. Lo mejor para nosotros es que la po-
lítica no se agite mucho. A Schweizerkas: ¡Come!
SCHWEIZERKAS. No tengo ganas. ¿Cómo va a pagar el sar-
gento mayor a los soldados?
MADRE CORAJE. Cuando se huye, no se cobra nada.
SCHWE~ZERKAS.Claro que sí, tienen derecho. Si no hay paga
no tienen por qué huir. Ni un solo paso.
MAD~E CORAJE. Schweizerkas, tus escrúpulos me dan casi
miedo. Te he enseñado a ser honrado porque no eres lis-
to, p~ro todo tiene sus límites. Ahora me voy a ir con el
predicador a comprar una bandera católica y carne. Na-
die sabe elegir la carne como él, lo hace como un sonám-
bulo. Yo creo que nota que se trata de un buen pedazo
Bertolt Brecht
164
porque, sin quererlo, se le hace la boca, agua. Menos mal
que me dejan comerciar. A un comerc~ante no se le pre-
gunta en qué cree sino cuál es el preciO. Y los calzones
protestantes abrigan también.. .
EL PREDICADOR. Como dijo aquel fraile mendICante, cuando
oyó que los luteranos lo pondrían todo patas arriba, ~n la
ciudad y en el campo: siempre harán falta mendígos.
Madre Coraje desaparece dentro del carrom.ato. Le ~reo­
cupa la caja. Hasta ahora hemos pasado llladvertl~os,
como si todos fuéramos del carro, pero ¿por cuanto
tiempo?
SCHWEIZERKAS. Puedo hacerla desaparecer.
EL PREDICADOR. Eso sería casi más peligroso. ¡Si alguien te
viera! Tienen chivatos. Ayer salió uno de una zanja, de-
lante de mí, mientras hacía mis necesidades. Me asusté
tanto que apenas pude reprimir una jacul~tor~a, lo que
me hubiera traicionado. Yo creo que estan dispuestos
hasta a olisquear nuestra mierda para saber si es protes-
tante. El chivato era uno de esos desgarramantas con una
venda en un ojo. .
MADRE CORAJE, bajando del carromato con un cesto: ¿Y que
me encuentro aquí, desvergonzada? Levanta, triunfante,
los zapatos de tacón rojo. ¡Los zapatos rojos de Yvette!Ha
arramblado tranquilamente con ellos. Porque usted le
metió en la cabeza que era seductora. Los deja en el,cesto.
Se los devolveré. ¡Robarle los zapatos a Yvette! Esa se
pierde por dinero, y lo comprendo. Pero a ti te gustaría
hacerlo de balde, por el gusto. Yate he dicho que tienes
que esperar a que haya paz. ¡Sobre todo, nada de solda-
dos! ¡Espera a la paz para coquetear!
EL PREDICADOR. Yono la encuentro coqueta.
MADRE CORAJE. Demasiado. Preferiría que fuera como una
piedra de Dalarna, en donde no hay otra co~~, y que la
gente dijera que la lisiada no llamaba la ate~cIon. ~nton­
ces no le pasaría nada. A Schweizerkas: Deja la caja don-
Madre Coraje y sus hijos: 3 165
de está, ¿me oyes? Y cuida de tu hermana, que buena fal-
ta le hace. Acabaréis por enterrarme. Más me valdría
cuidar de un saco de pulgas.

Sale con el predicador. Kattrin recoge los platos.

SCHWEIZERKAS. No quedan ya muchos días de sentarse al


sol en mangas de camisa. Kattrin señala un árbol. Sí, las
hojas están ya amarillas. Kattrin le pregunta con gestos si
quiere beber. No bebo. Reflexiono. Pausa. Dice que no
duerme. Sin embargo, debería llevarme la caja, he en-
contrado un escondrijo. Sí, tráeme un vaso. Kattrin se
mete detrás del carromato. La meteré en ese agujero de
topo de la orilla del río, hasta que pueda recogerla. Qui-
zá la recoja esta misma noche, de madrugada, y se la lle-
ve al regimiento. En tres días no pueden haber escapado
muy lejos. El sargento mayor abrirá unos ojos como pla-
tos. Me has decepcionado muy agradablemente, Schwei-
zerkas, me dirá. Te confío la caja y tú me la devuelves.

Cuando Kattrin vuelve a aparecer, saliendo de detrás del


carromato con un vaso, se encuentra con dos hombres.
Uno de ellos es un sargento mayor, el otro se quita el som-
brero al verla. Lleva una venda en un ojo.

EL DE LA VENDA. Alabado sea Dios, querida señorita. ¿Ha


visto por aquí a uno del cuartel del Segundo Regimiento
finlandés?

Kattrin, muy asustada, va corriendo hacia el proscenio,


derramando el aguardiente. Los dos se miran y. al ver a
Schweizerkas sentado, retroceden.

SCHWEIZERKAS, saliendo súbitamente de sus reflexiones: Has


tirado la mitad. ¿Qué tonterías haces? ¿'le h;,s
hecho daño
Bertolt Brecht
166
en el ojo? No te entiendo. Tengo que irme, he decidido q~e
es lo mejor. Sepone en pie. Hila tratapor todos los medios
de avisarle delpeligro. Élse limita a rechazarla: Me g~sta­
ría saber qué quieres decirme. Seguro que tus intenciones
son buenas, pobre animalito, pero n,o puedes expresarte.
Da igual que hayas tirado el aguardIente, ~odaVla me to-
maré muchos y uno no importa. Saca la cajadel carroma-
toy se la mete bajo el jubón. Ensegui~a vue~vo. Pero :mora
no me detengas, porque me enfadare. Yase que tus ínten-
ciones son buenas. Si pudieras hablar...

Como el/a quiere retenerlo, la besay se ~~elta. Sale. El/a,


desesperada, corre de un ladoa otro, emltlen~O suave~ so-
nidos. Vuelven el predicador y Madre Coraje. Kattrin se
precipita haciasu madre.
MADRE CORAJE. ¿Qué pasa? Estás descompuesta. ¿Qué te ~an
hecho? ¿Dónde está Schweizerkas? Cuéntamelo tranquila,
Kattrin. Tu madre te comprende. ¿Cómo, ese bastardo se
ha llevado la caja? Le daré con ella en la cabez~: por retor-
cido. Tómatelo con calma y no balbucees, utlh:a las ma-
nos no me gusta que gimas como un perro, ¿que va a pen-
sar ~l predicador? Lo asustas. ¿Ha sido un tu~rto? .
EL PREDICADOR. El tuerto es un chivato. ¿Han cogido a Schwei-
zerkas? Kattrin dice que no con la cabeza y se encoge de
hombros. Estamos listos. .
MADRE CORAJE, saca del cesto una bandera catolica; ?ue el
predicador sujeta al palo: ¡Arriba la nueva bandera.
EL PREDICADOR, amargamente: En cualquier caso, somos
buenos católicos.

Se oyen voces alfondo. Entran losdos hombrestrayendoa


Schweizerkas.
SCHWEIZERKAS. Soltadme, no tengo nada. Me vais a dislocar
el hombro, soy inocente.
Madre Coraje y sus hijos: 3 167

1'1. SARGENTO MAYOR. Estaba con vosotros. Os conozco.


MADRE CORAJE. ¿A nosotros? ¿De qué?
SCHWEIZERKAS. No los conozco. No sé quiénes son, no ten-
go nada que ver con ellos. Les he comprado mi almuerzo,
que me ha costado diez heller. Quizá me hayáis visto
aquí sentado. Además, estaba demasiado salada.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Quiénes sois, eh?
MADRE CORAJE. Somos gente de bien. Es verdad: nos compró
una comida. Y la encontró demasiado salada.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Vaisa fingir que no lo conocéis?
MADRE CORAJE. ¿Por qué iba a conocerlo? No conozco a to-
dos. No pregunto a nadie cómo se llama ni si es pagano;
si paga, no es pagano. ¿Eres pagano?
SCHWEIZERKAS. En absoluto.
EL PREDICADOR. Ha estado aquí sentado, muy tranquilo, sin
abrir la boca salvo para comer. Y para eso no tenía más
remedio.
EL SARGENTO MAYOR. ¿Ytú quién eres?
MADRE CORAJE. No es más que el mozo que sirve el vino. Y vo-
sotros debéis de estar sedientos, os voy a traer un vaso de
aguardiente, debéis de haber corrido y estaréis acalorados.
EL SARGENTO MAYOR. Nada de aguardiente estando de servi-
cio. A Schweizerkas: Tú llevabas algo. Debes de haberlo
escondido junto al río. Cuando te fuiste de aquí el jubón
se te abultaba.
MADRE CORAJE. ¿Seguro que era él?
SCHWEIZERKAS. Creo que habláis de otro. Yovi correr a uno
con la casaca abultada. No soy yo.
MADRE CORAJE. Yo también creo que es una equivocación,
eso pasa. Conozco a las personas, soy Madre Coraje, de-
béis de haber oído hablar de mí, me conocen todos, y os
digo que éste parece honrado.
EL SARGENTO MAYOR. Andamos tras la caja del Segundo Re-
gimiento finlandés. Y sabemos qué aspecto tiene quien la
guarda. Llevamos dos días buscándolo. Eres tú.
Bertolt Brecht
168

SCHWEIZERKAS. No soy yo.


EL SARGENTO MAYOR. Y si no la devuelves, estás listo y lo sa-
bes. ¿Dónde está?
MADRE CORAJE, insistente: Os la daría, porque si no, estaría
listo. Os diría: yo la tengo, aquí está, sois los más fuertes.
Tan tonto no es. Habla pues, desgraciado, el señor sar-
gento mayor te da la oportunidad.
SCHWEIZERKAS. ¡Pero si no la tengo!
EL SARGENTO MAYOR. Entonces ven con nosotros. Yalo ave-
riguaremos.

Se lo llevan.
MADRE CORAJE, gritándoles: Os lo diría. No es tan tonto. ¡Le
vais a descoyuntar el hombro! Sale corriendo detrás.

Esamisma noche. Elpredicadory Kattrin, la muda, lavan


vasosy limpian cuchillos.
EL PREDICADOR. Casos así en que trincan a alguien no son des-
conocidos en la Historia Sagrada. Recuerdo la pasión de
Nuestro Señor y Salvador.Hay una antigua canción que ha-
bla de ella. Canta la «Cancion de lashoras»:

Cuando era la hora prima


lo ataron mano con mano,
como a asesino llevaron
a Pilatos el pagano.

Pilatos lo halló inocente


y no quiso ajusticiarlo.
Se lo envió al Rey Herodes
por que pudiera juzgarlo.

A la tercia lo azotaron
vergajos y disciplinas.
Madre Coraje y sus hijos: 3 169

Su frente fue desgarrada


por la corona de espinas.

Con escarnios e improperios


lo golpeaban sin cesar,
y la cruz para el tormento
lo obligaron a llevar.

A la sexta, ya desnudo
lo clavaron al madero.
Su sangre se hizo abundante,
su gemido lastimero.

Lo insultaba el populacho
y también a los ladrones,
hasta que el sol, humillado,
se ocultó tras los bastiones.

Jesús gritó a la hora nona


creyéndose abandonado.
Sólo la hiel y el vinagre
su dolor han consolado.

Entonces rindió su alma.


La tierra se estremeció,
los peñascos se agrietaron
y hasta el Templo se rasgó.

A la hora de las vísperas


las piernas no le quebraron,
pero con lanza aguzada
su costado atravesaron.

Sólo manó sangre yagua...


Lo hecho no tiene nombre,
170 Bertolt Brecht

mas todo eso le hicieron


al que era el Hijo del Hombre.

MADRE CORAJE, entra excitada: Es un asunto de vida o


muerte, pero parece que se puede hablar con el sargento
mayor. Sólo que no debemos dejar que se sepa que se tra-
ta de nuestro Schweizerkas, porque si no, seríamos sus
cómplices. Es sólo cuestión de dinero. Pero ¿de dónde
vamos a sacarlo? ¿No ha venido Yvette?Me la he encon-
trado por el camino y ya ha pescado a su coronel, que
quizá le compre una cantina.
EL PREDICADOR. ¿Realmente quiere venderla?
MADRE CORAJE. ¿De dónde voy a sacar el dinero para el sar-
gento mayor?
EL PREDICADOR. ¿Yde qué viviría?
MADRE CORAJE. Ahí está.

Entra Yvette Pottiercon un coronel viejísimo.

YVETTE, abrazandoa Madre Coraje: Querida Madre Coraje,


¡qué pronto hemos vuelto a vernos! Susurrando: No se
niega. En voz alta: Éste es un buen amigo, que me acon-
seja en los negocios. He sabido por casualidad que, por
determinadas circunstancias, estaría usted dispuesta a
vender su carro. Y a mí podría interesarme.
MADRE CORAJE. A empeñarlo, no a venderlo, vamos por
partes. Un carro así no se encuentra fácilmente en tiem-
po de guerra.
YVETTE, decepcionada: Sólo a empeñarlo..., yo creía que a
venderlo. No sé si eso me interesa. Al coronel: ¿Qué opi-
nas tú?
EL CORONEL. Lo mismo que tú, querida.
MADRE CORAJE. Sólo quiero empeñarlo.
YVETTE. Creía que necesitaba dinero.
Madre Coraje y sus hijos: 3 171

MADRE CORAJE, firmemente: Necesito dinero, pero prefie-


ro perder el culo buscando una oferta a vender ahora.
¿Por quér, porque vivimos del carro. Para ti es una oca-
sión, Yvette, quién sabe cuándo volverás a encontrar
otra parecida ni si tendrás un buen amigo quc te acon-
seje, ¿no?
YVETTE. Sí, mi amigo piensa que debo aprovecharla, pero yo
no sé. Si sólo se trata de un empeño... También tú crees
que deberíamos comprar, ¿no?
EL CORONEL. Sí, también lo creo.
MADRE CORAJE. Entonces tendrás que buscar algo que esté
en venta. Quizá si no tienes prisa y tu amigo va contigo
por ahí, digamos una semana o dos, encuentres algo
apropiado.
YVETTE. Entonces lo buscaremos, me gustará ir por ahí bus-
cando algo, me gustará ir por ahí contigo, Poldi, será una
verdadera diversión, ¿no? ¡Aunque tardemos dos sema-
nas! ¿Cuándo devolvería usted el dinero si se lo dan?
MADRE CORAJE. Dentro de dos semanas podré devolverlo,
quizá de una.
YVETTE. No sé qué hacer, Poldi, chéri, aconséjame. Se lleva
aparte al coronel. Sé que tiene que venderlo, eso no me
preocupa. Y el alférez, el rubio, ya sabes, me prestaría el
dinero de buena gana. Está chalado por mí, dice que le re-
cuerdo a no sé quién. ¿Qué me aconsejas tú?
EL CORONEL. Te prevengo contra él. No es buena persona. Es
un aprovechado. Ya te dije que yo te compraría lo que
quisieras, ¿no, palomita?
YVETTE. De ti no puedo aceptarlo. Claro que si crees que el
alférez podría aprovecharse... Poldi, lo aceptaré dc ti.
EL CORONEL. Es lo que pienso yo.
YVETTE. ¿Me lo aconsejas?
EL CORONEL. Telo aconsejo.
YVETTE, a Madre Coraje: Mi amigo me lo aconseja. Hágame
un recibo y escriba que el carro será mío dentro de dos
172 Bertolt Brecht

semanas, con todo lo que contiene, ahora lo comproba-


remos, los doscientos florines se los traeré luego. Al coro-
nel: Tienes que volver al campamento, yo iré enseguida,
tengo que comprobarlo todo para que no se lleven nada
de mi carro. Le besa. Élse va. Ellasube al carromato: Bo-
tas hay pocas.
MADRE CORAJE. Yvette, ahora no hay tiempo de comprobar
lo que hay en tu carro, si es que es tuyo. Me prometiste
que hablarías de mi Schweizerkas con el sargento mayor,
no hay minuto que perder, me han dicho que, dentro de
una hora, comparecerá ante el consejo de guerra.
YVETTE. Sólo quisiera contar las camisas de lino.
MADRE CORAJE, tirándole de la falda: So hiena, se trata de
Schweizerkas. y ni una palabra sobre quién hace la ofer-
ta, por el amor de Dios, haz como si fuera tu querido,
porque si no, estaremos todos listos, por haberlo encu-
bierto.
YVETTE. He dado cita al tuerto en el bosque. Seguro que está
ya allí.
EL PREDICADOR. Y no hace falta que le des enseguida los
doscientos, si llegas hasta ciento cincuenta bastará.
MADRE CORAJE. ¿Essuyo el dinero? Le ruego que no se meta
en esto. Ya tendrá su sopa de cebolla. Corre y no rega-
tees, que se trata de su vida. Empuja a Yvettepara que se
vaya.
EL PREDICADOR. No quería meterme en sus cosas, pero ¿de
qué vamos a vivir? Tiene usted a cuestas una hija incapaz
de trabajar.
MADRE CORAJE. Cuento con la caja del regimiento, sabeloto-
do. Tendrán que pagarle sus dietas, ¿no?
EL PREDICADOR. Pero, ¿sabrá hacerlo ella?
MADRE CORAJE. Tiene interés en que yo me gaste sus doscien-
tos florines y ella pueda quedarse con el carro. Está loca
por tenerlo, quién sabe cuánto tiempo seguirá el coronel a
sus pies. Kattrin, coge la piedra pómez y limpia los cuchi-
Madre Coraje y sus hijos: 3 173

llos. Yusted, no se quede ahí como Jesús en el Monte de los


Olivos, muévase, lave los vasos, esta noche vendrán por lo
menos cincuenta de a caballo y entonces tendré que oírle
decir de nuevo: «No estoy acostumbrado a correr, mis po-
bres pies, cuando rezo los oficios no corro». Creo que nos
lo darán. Gracias a Dios, se les puede corrompcr. No son
lobos sino seres humanos, y les tira el dinero. La corrup-
ción es para esos hombres lo que la misericordia para
Dios. La corrupción es nuestra única esperanza. Mientras
exista, habrá una justicia indulgente, y hasta los inocentes
podrán salir bien parados de un tribunal.
YVETTE entrajadeante: Sólo quieren hacerlo por doscientos. Y
tiene que ser deprisa, porque no estará mucho tiempo en
sus manos. Lo mejor será que vaya ahora mismo con el
tuerto a ver a mi coronel. Schweizerkas ha confesado que
tuvo la caja, le pusieron torniquetes. Pero ha dicho que tiró
la caja al río cuando se dio cuenta de que lo perseguían. Se
jodió la caja. ¿Voy corriendo a por el dinero de mi coronel?
MADRE CORAJE. ¿Que se jodió la caja? ¿Ycómo voy a recupe-
rar yo mis doscientos floriru?
YVETTE. Ah, ¿pensaba q~odria sacarlos de esa caja? Y yo
me habría divertido. Pues no se haga ilusiones. Tendrá
que pagar si quiere volver a tener a su Schweizerkas. ¿O
prefiere que lo deje, para que pueda conservar su carro?
MADRE CORAJE. Con eso no contaba. No necesitas insistir,
tendrás tu carro, ya lo he perdido, lo he tenido diecisiete
años. Sólo tengo que pensar un momento, ha sido dema-
siado rápido, ¿qué puedo hacer? Doscientos no puedo
dar, hubieras debido discutir el precio. Algo tengo que te-
ner en la mano, porque si no, cualquiera podrá echarme
de un empujón a la cuneta. Vete y di que les doy ciento
veinte florines, y si no, nada. Así pierdo también el carro.
YVETTE. No querrán. El tuerto está ya apurado y no hace
más que mirar hacia atrás, de excitado que está. ¿No será
mejor que les dé los doscientos?
174 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE, desesperada: No puedo dárselos. He traba-


jado treinta años. Ésta tiene ya veinticinco y ningún ma-
rido. También la tengo a ella. No me atosigues, sé lo que
hago. Di que ciento veinte y si no, nada.
YVETTE. Usted sabrá. Saledeprisa.

Madre Coraje no mira al predicador ni a su hija y se sien-


ta, para ayudar a Kattrin a limpiarcuchillos.
MADRE CORAJE. No rompa usted los vasos, no son ya nues-
tros. Mira lo que haces, te cortarás. Schweizerkas volve-
rá; si hace falta, daré también los doscientos florines.
Tendrás a tu hermano. Con ochenta florines podemos
llenar una canasta de género y empezar de nuevo. En to-
das partes cuecen habas.
EL PREDICADOR. Como suele decirse, el Señor proveerá.
MADRE CORAJE. Séquelos bien. Limpian cuchillos en silencio.
Kattrin, depronto, se esconde sollozando detrásdel carro-
mato.
YVETTE entra corriendo: No quieren. Se lo había advertido.
El tuerto quería irse inmediatamente, porque dice que
no vale la pena. Ha dicho que esperaba a cada momento
que tocaran los tambores y entonces se habría dictado ya
la sentencia. Yo les ofrecí ciento cincuenta. Ni siquiera se
encogió de hombros. Con esfuerzo y fatiga he consegui-
do que se quedara, para que yo pudiera hablar otra vez
con usted.
MADRE CORAJE. Dile que le daré doscientos. Corre. Yvette
sale corriendo. Los demás se quedan sentadosen silencio.
Elpredicador ha dejado de limpiarvasos. Creo que he re-
gateado demasiado tiempo.

Se oyen tambores a lo lejos. El predicador se levantay va


hacia elfondo. Madre Coraje siguesentada. Oscurece. Los
tambores cesan. Vuelve a aclarar. Madre Coraje siguesen-
tada comoantes.
Madre Coraje y sus hijos: 4 175

YVETTE aparece, muypálida: Lo ha conseguido con su regateo


y conservará su carro. Once balazos ha recibido, nada
más. No merece usted que me siga preocupando. Pero he
oído por casualidad que no creen que la caja esté realmen-
te en el río. Sospechan que está aquí y que usted tenía algo
que ver con él. Van a traerlo para ver si usted se traiciona.
Le advierto que debe fingir que no lo conoce, porque si no,
estaréis todos listos. Me vienen pisando los talones, y es
mejor que se lo diga enseguida. ¿Mellevo a Kattrin? Madre
Coraje dice que no con la cabeza. ¿Lo sabe ella? Quizá no
haya oído los tambores o no haya comprendido.
MADRE CORAJE. Lo sabe. Tráela aquí.

Yvette trae a Kattrin, que se acerca a su madrey se queda


a su lado depie. Madre Coraje la coge de la mano. Entran
dos lansquenetes con unas parihuelas sobre las que hay
algo cubiertopor un lienzo. A su ladova elpredicador. De-
jan lasparihuelasen el suelo.

EL SARGENTO MAYOR. Aquí hay uno cuyo nombre no sabe-


mos. Sin embargo, hay que apuntarlo para que todo esté
en orden. A ti te compró una comida. Míralo para ver si
lo conoces. Levanta el lienzo. ¿Lo conoces? Madre Cora-
je diceque no conla cabeza. ¿Nolo habías visto nunca an-
tes de que comiera aquí? Madre Coraje diceque no con la
cabeza. Lleváoslo y tiradlo al muladar. No lo conoce na-
die.

Se lo llevan.
176 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE CANTA LA «CANCIÓN DE LA GRAN


CAPITULACIÓN»
Ante una tienda de oficia/cs.

Madre Coraje aguarda. Un escribano asoma la cabeza en la


tienda.

EL ESCRIBANO. La conozco. Con usted estaba un pagador de


los protestantes que se había escondido. Será mejor que
no se queje.
MADRE CORAJE. Pues me quejo. Soy inocente y, si lo dejara
estar, parecería que me remordía la conciencia. Me han
destrozado a sablazos todo lo que tenía en el carro y me
han puesto cinco táleros de multa, sin haber hecho nada
de nada.
EL ESCRIBANO. Por su bien le aconsejo que mantenga la boca
cerrada. No tenemos muchas cantineras y les dejamos
hacer su negocio, sobre todo si les remuerde la concien-
cia y de vez en cuando pagan una multa.
MADRE CORAJE. Vengo a quejarme.
EL ESCRIBANO. Como quiera. Entonces espere a que el señor
capitán tenga tiempo.

Vuelve a meterse en la tienda.

SOLDADO JOVEN entra alborotando: Bouque la Madonne!


¿Dónde está ese maldito perro de capitán, que me quita
la recompensa y se la bebe con sus furcias? j Voya acabar
con él!
SOLDADO DE MÁS EDAD entra corriendo detrás: Cierra esa
bocaza. ¡Acabarás en el cepo!
SOLDADO JOVEN. ¡Sal,ladrón! ¡Tevoy a hacer costillas! Qui-
tarme la recompensa, después de haber pasado a nado el
Madre Coraje y sus hijos: 4 177

río, el único de la compañía, de forma que no puedo ni


pagarme una cerveza, pero no me dejaré tratar así. ¡Sal
que te voy a hacer picadillo!
SOLDADO DE MÁS EDAD. Jesús, José y María, se está buscan-
do la perdición.
MADRE CORAJE. ¿No le dieron la recompensa?
SOLDADO JOVEN. Déjame o te tumbo también, tengo que ha-
cer limpieza.
SOLDADO DE MÁS EDAD. Salvó al jamelgo del coronel y no le
dieron ninguna recompensa. Es joven aún y no lleva
tiempo suficiente en el servicio.
MADRE CORAJE. Suéltalo, no es un perro al que haya que po-
ner una cadena. Querer una recompensa es muy lógico.
¿Para qué distinguirse si no?
SOLDADO JOVEN. ¡Yque ése se esté emborrachando ahí! Vo-
sotros sois sólo unos caguetas. Yo hice algo muy especial
y quiero mi recompensa.
MADRE CORAJE. Joven, a mí no me grite. Yo tengo mis pro-
pias preocupaciones y, además, cuídese la voz, que qui-
zá la necesite cuando llegue el capitán, vendrá y usted
estará ronco y no podrá decir nada, de manera que él no
le podrá mandar al cepo hasta que reviente. Los que
gritan tanto no aguantan mucho, media hora, y hay que
cantarles para que se duerman, de agotados que se que-
dan.
SOLDADO JOVEN. Yo no estoy agotado y no quiero ni pensar en
dormir, tengo hambre. Hacen el pan de bellotas y cañamo-
nes, y encima nos lo escatiman. Él se bebe mi recompensa
con putas mientras yo paso hambre. Voya acabar con él.
MADRE CORAJE. Lo comprendo, tiene hambre. El año pasa-
do vuestro capitán os mandó dejar los caminos y atrave-
sar los campos, para pisotear el trigo, yo hubiera podido
sacar diez florines por unas botas, si alguien hubiera po-
dido pagar diez florines y yo hubiera tenido botas. Él
pensó que no estaría ya en la región este año, pero aquí
178 Bertolt Brecht

está todavía y el hambre es enorme. Comprendo que esté


usted furioso.
SOLDADO JOVEN. No lo aguanto, no diga nada, no soporto la
injusticia.
MADRE CORAJE. En eso tiene razón pero ¿cuánto tiempo?
¿Cuánto tiempo no soporta la injusticia? ¿Una hora, dos?
Yave, no se lo ha preguntado, pero es lo principal, ¿por
qué? Porque en el cepo será una lástima que de pronto
descubra que puede soportar la injusticia.
SOLDADO JOVEN. No sé por qué la escucho. Bouque la Ma-
donne! ¿Dónde está el capitán?
MADRE CORAJE. Me escucha porque sabe que es verdad lo
que le digo, que su rabia se ha evaporado ya. Era de cor-
to aliento y usted necesita una que lo tenga largo, pero ¿de
dónde la va a sacar?
SOLDADO JOVEN. ¿Quiere decir que no es justo que reclame
mi recompensa?
MADRE CORAJE. Al contrario. Sólo digo que su rabia no tie-
ne aliento suficiente y que con ella no puede hacer nada,
es lástima. Si fuera de más largo aliento, yo misma la azu-
zaría. Haga picadillo a ese perro, le aconsejaría quizá,
pero, ¿qué pasaría si no lo hiciera porque tenía ya el rabo
entre las piernas? Yo me quedaría aquí y el capitán me
ajustaría las cuentas.
SOLDADO DE MÁS EDAD. Tiene toda la razón, sólo es un arre-
bato.
SOLDADO JOVEN. Bueno, ya veremos si no lo hago picadillo.
Desenvaina la espada. En cuanto llegue, lo haré picadillo.
EL ESCRIBANO, mirando afuera: El señor capitán vendrá en-
seguida. Siéntense.

El soldadojoven se sienta.

MADRE CORAJE. Ya se ha sentado. ¿Ve lo que le digo? Yaestá


usted sentado. Sí, ésos nos conocen y saben cómo tratar-
Madre Coraje y sus hijos: 4 179

nos. ¡Siéntense! Y nos sentamos. Y cuando se está senta-


do no hay alboroto. Será mejor que no vuelva a levantar-
se, porque como estaba antes no va a volver a estar. Por
mí no tiene que avergonzarse, yo no soy mejor, en abso-
luto. Nos han bajado los humos. ¿Por qué? Porque si re-
chistara, eso podría perjudicar mi negocio. Le voy a con-
tar algo sobre la Gran Capitulación. Canta la «Canción de
la Gran Capitulación»:

En la aurora de mis años mozos


creía que era alguien muy especial.
(¡No como cualquier hija de vecino, con mi planta,
mi talento y mis pretensiones!)
Me gustaban siempre los mejores trozos
y nadie podría tratarme mal.
(Todo o nada, al menos no el primer llegado,
cada uno se hace su suerte, ¡no tolero que me manden!)
En el techo un estornino:
¡Tú seguirás tu destino!
Marcharás marcando el paso
ni adelanto ni retraso
tocando tu melodía:
Ahora vendrá quien debía.
¡Que todo se desmorone!
Se propone y Dios dispone.
De qué sirve la porfía.

Y antes de que un año transcurriera


aprendí a tragar mi medicina.
(¡Dos críos en brazos, con lo que costaba el pan
y todo lo demás que hace falta!)
Declararon terminada mi carrera
dejándome de culo y muy mohína.
(Hay que llevarse bien con la gente, ayúdame y te ayuda-
ré, a cabezazos no se atraviesan muros.)
180 Bertolt Brecht

En el techo el estornino:
¡Ahora sigues tu destino!
y marcha marcando el paso
ni adelanto ni retraso
tocando su melodía:
Ahora vendrá quien debía.
¡Que todo se desmorone!
Se propone y Dios dispone.
De qué sirve la porfía.

He visto a muchos lanzarse al cielo


no había estrellas que los detuvieran
(Quien se esfuerza lo consigue, querer es poder, nada
hay imposible.)
Pero al levantar montañas desde el suelo
ni la paja de un sombrero es ya ligera.
En el techo el estornino:
¡Has seguido tu destino!
y marchan marcando el paso
ni adelanto ni retraso
tocando su melodía:
Ahora vendrá quien debía.
¡Que todo se desmorone!
Se propone y Dios dispone.
De qué sirve la porfía.

Al soldado joven: Por eso creo que debes quedarte ahí


con la espada desenvainada si lo quieres realmente y tu
rabia es suficientemente grande, porque motivo tienes, lo
reconozco, pero si tu rabia es de corto aliento, ¡será me-
jor que te largues ya!
SOLDADO JOVEN. ¡Vete a tomar por el culo! Sale dando tras-
piés, seguidopor el soldadode más edad.
EL ESCRIBANO, asomando la cabeza: Ha llegado el señor ca-
pitán. Ahora puede presentarle su queja.
Madre Coraje y sus hijos: 5 181

MADRE CORAJE. He cambiado de idea. No me voy a quejar.


Sale.

HAN PASADO DOS AÑOS. LA GUERRA SEEXTIENDE A


ZONAS CADA VEZ MÁS EXTENSAS. EL PEQUEÑO CA-
RROMATO DE MADRE CORAJE ATRAVIESA INCAN-
SABLEMENTE POLONIA, MORAVIA, BAVIERA, ITALIA
y OTRA VEZ BAVIERA. 1631. LA VICTORIA DE TILLY
EN MAGDEBURGO CUESTA A MADRE CORAJE CUA-
TRO CAMISAS DE OFICIAL

El carromato de Madre Coraje se ha detenido en una aldea


destruida.

Se oye a lo lejosuna vaga música militar. Dossoldadosestán


junto al mostrador, servidospor Kattrin y Madre Coraje. Uno
de ellos lleva echado por los hombros un abrigo de piel, de
mujer.

MADRE CORAJE. ¿Cómo, que no puedes pagar? Si no hay di-


nero no hay aguardiente. Ésos tocan marchas triunfales,
pero no pagan las soldadas.
SOLDADO. Quiero mi aguardiente. He llegado demasiado
tarde para el saqueo. El capitán nos ha jodido, dejándo-
nos saquear la ciudad sólo una hora. Ha dicho que no es
un monstruo: la ciudad le habrá pagado algo.
EL PREDICADOR, entra dando traspiés: En la granja quedan
todavía algunos. La familia del campesino. Que alguien
me ayude. Necesito lienzos.

El segundo soldado sale con él. Kattrin se excita mucho y


trata de convencer a su madre para que dé los lienzos.
182 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. No tengo. He vendido todas mis vendas al re-


gimiento. No voy a rasgar para ésos mis camisas de oficial.
EL PREDICADOR, llamando desdefuera: He dicho que necesi-
to lienzos.
MADRE CORAJE, sentándose en la escalerilla para impedir a
Kattrin entrar en el carromato: No le daré nada. Ésos no
1
pagan, ¿por qué? Porque no tienen nada.
EL PREDICADOR, inclinadosobreuna mujer a la que ha trai-
do en brazos: ¿Por qué os quedasteis bajo el fuego de los
cañones?
LA MUJER DEL CAMPESINO, débilmente: La granja.
MADRE CORAJE. ¡Dejar ésos algo! Y ahora tengo que pagarlo
yo. No lo haré.
PRIMER SOLDADO. Son protestantes. ¿Quién les manda ser
protestantes?
MADRE CORAJE. La religión les importa un comino. Les han
destruido la granja.
SEGUNDO SOLDADO. No son protestantes. Son también cató-
licos.
PRIMER SOLDADO. No podíamos darles un trato especial en
el bombardeo.
UN CAMPESINO al que trae el predicador: Tengo el brazo des-
trozado.
EL PREDICADOR. ¿Dónde está el lienzo?

Todos miran a Madre Coraje, que no se mueve.

MADRE CORAJE. No puedo hacer nada. ¡Con todos esos gastos,


aduanas, intereses y sobornos! Kattrin, emitiendo sonidos
guturales, levanta en alto una tabla de maderay amenaza
conellaa su madre. ¿Tehas vuelto loca? ¡Deja esa tabla o te
sacudo, zoqueta! No doy nada, no quiero, tengo que pensar
en mí misma. Elpredicador la levanta en vilo de la escaleri-
lla y la deja en el suelo; luego saca camisas y lasrasga en ti-
ras. ¡Mis camisas! ¡Cada una medio florín! ¡Es mi ruina!
Madre Coraje y sus hijos: 5 183

1 De la casa viene una voz de niño lastimera.

EL CAMPESINO. ¡El pequeño está todavía dentro!


Kattrin corre adentro.

EL PREDICADOR, a la mujer: [No te muevas! Yahan ido a sa-


carlo.
MADRE CORAJE. Detenedla, el techo puede hundirse.
EL PREDICADOR. No voy a entrar otra vez.
MADRE CORAJE sin saber qué hacer: ¡No malgastéis mi pre-
cioso lienzo!

Kattrin trae a un niño de pecho de las ruinas.

MADRE CORAJE. ¿Has vuelto a encontrar a otro bebé que


acunar? Dáselo ahora mismo a su madre, y no me hagas
luchar horas contigo para quitártelo, ¿me oyes? Al segun-
do soldado: No pongas esa cara y vete a decir a ésos que
paren la música, ya sabemos que han vencido. Vuestras
victorias no me producen más que pérdidas.
EL PREDICADOR, mientras venda a los heridos: La sangre
pasa a través.

Kattrin mece al bebéy balbucea una canciánde cuna.

MADRE CORAJE. Ahí está sentada, feliz en medio de esta deso-


lación, dáselo enseguida a su madre, que está volviendo en
sí. Descubre al primer soldado, que se ha abiertopaso has-
ta las bebidasy se dispone a irse con una botella. ¡Alto ahí!
Animal, ¿es que quieres seguir venciendo? Paga.
PRIMER SOLDADO. No tengo nada.
MADRE CORAJE, quitándole el abrigo de piel: Entonces deja
aquí ese abrigo, que de todas formas será robado.
EL PREDICADOR. Todavía hay alguien ahí debajo.
184 Bertolt Brecht

ANTE LA CIUDAD DE INGOLSTADT, EN BAVIERA,


MADRE CORAJE ASISTE AL ENTIERRO DE TILLY,
GRAN CAPITÁN DE LOS LANSQUENETES DEL IMPE-
RIO, QUE HA CAÍDO. CONVERSACIONES SOBRE LOS
HÉROES Y LA DURACIÓN DE LA GUERRA. EL PREDI-
CADOR SE LAMENTA DE QUE NO SE APROVECHEN
SUS TALENTOS, Y KATTRIN, LA MUDA, RECIBE LOS
ZAPATOS ROJOS.CORRE EL AÑO 1632

Interiorde la tienda de la cantinera.

Un mostradoralfondo. Lluvia. A lo lejos, tambores y música


fúnebre.
El predicadory el escribano del regimiento juegan a las da-
mas. Madre Coraje y su hija hacen inventario.

EL PREDICADOR. Ahora se pone en marcha el cortejo fúne-


bre.
MADRE CORAJE. Lástima de gran capitán -veintidós pares de
calcetines-, dicen que fue un accidente que muriera. Ha-
bía niebla en los prados y fue por eso. El gran capitán
gritó una vez más a su regimiento que combatiera hasta
la muerte y volvió grupas, pero con la niebla se equivocó
de dirección, avanzó y recibió una bala en plena batalla...
No quedan más que cuatro antorchas. Se oye un silbidoal
fondo. Ella va al mostrador. ¿No os da vergüenza escabu-
lliros del entierro de vuestro gran capitán? Sirvede beber.
EL ESCRIBANO. No hubieran debido pagarles antes del entie-
rro. Ahora se emborracharán y no irán.
EL PREDICADOR, al escribano: ¿No tendría que ir usted?
EL ESCRIBANO. Me he escabullido por la lluvia.
MADRE CORAJE. En su caso es distinto, porque se le podría
estropear el uniforme. Dicen que, naturalmente, querían
Madre Coraje y sus hijos: 6 185

que tocaran las campanas en su entierro, pero ha re~ulta­


do que, por orden suya, las iglesias fueron destruidas a
cañonazos, de manera que el pobre gran capitán no po-
dría oír las campanas cuando lo entierren. En lugar de
eso, quieren hacer tres disparos de cañón, para que no re-
sulte todo demasiado austero... Diecisiete cinturones.
UNA VOZ, desde el mostrador: ¿Quién sirve? ¡Un aguardiente!
MADRE CORAJE. 'El dinero por delante! ¡No, no vais a entrar
en mi tiendacon esas botas sucias! Con lluvia o sin llu-
via, bebéis afuera. Al escribano: Sólo dejo entrar a los
que tienen un grado. He oído decir que en los últimos
tiempos el gran capitán tuvo dificultades. Al parecer
hubo desórdenes en el Segundo Regimiento porque no
les pagaron y dijeron que era una guerra de religión y.ha-
bía que hacerla de balde. Marcha fúnebre. Todos miran
hacia elfondo.
EL PREDICADOR. Ahora desfilan ante el noble difunto.
MADRE CORAJE. Un gran capitán o un emperador así me dan
lástima, quizá pensó que haría algo excepcional, de lo
que hablaría la gente en tiempos futuros, y le harían una
estatua, por ejemplo que conquistaría el mundo, ése es un
gran objetivo para un gran capitán, porque no sabe hacer
otra cosa. En pocas palabras, se desvive y luego todo fra-
casa a causa de la gente corriente, que quizá no quiere
más que un jarro de cerveza y un poco de compañía,
nada más alto. Los mejores planes se han desbaratado
por la mezquindad de los que tenían que realizarlos, ya
que los emperadores no pueden hacer nada solos y de-
penden del apoyo de sus soldados y del pueblo, donde-
quiera que estén, ¿no tengo razón?
EL PREDICADOR, riéndose: Madre Coraje, le doy la razón,
pero no en lo de los soldados. Ésos hacen lo que pue-
den. Con esos de ahí fuera, por ejemplo, que se toman
su aguardiente bajo la lluvia, me atrevería a hace~ du-
rante cien años una guerra tras otra, y dos al mismo
186 Bertolt Brecht

tiempo si era preciso, yeso que no soy gran capitán de


profesión.
MADRE CORAJE. ¿Entonces no cree que la guerra podría ter-
minar?
EL PREDICADOR. ¿Porque haya muerto el gran capitán? No
sea niña. De ésos se encuentran a docenas, héroes hay
siempre.
MADRE CORAJE. Oiga, no se lo pregunto por nada, sino por-
que estoy pensando si debo comprar pertrechos, ahora
que se pueden conseguir baratos; si la guerra termina,
serían para tirar.
EL PREDICADOR. Comprendo que para usted es serio. Siem-
pre ha habido gente que va por ahí diciendo: «Alguna vez
terminará esta guerra». Pero yo digo que no es nada se-
guro que la guerra acabe alguna vez. Naturalmente, pue-
de haber una pequeña pausa. Puede ser que la guerra
tenga que recobrar el aliento, incluso puede tener, por
decirlo así, un percance. De eso nadie está a salvo, no hay
nada perfecto en la tierra. Una guerra perfecta de la que
se pudiera decir que no se le podía reprochar nada quizá
no exista nunca. De pronto puede tropezar con algo im-
previsto, nadie puede pensar en todo. Un descuido, y se
produce el desastre. ¡Yentonces hay que sacar a la guerra
de toda esa porquería! Pero los emperadores y los reyes y
el Papa la ayudarían en su desgracia. De manera que, en
conjunto, la guerra no tiene nada grave que temer y le es-
pera una larga vida.
UN SOLDADO canta desde el mostrador:
¡Aguardiente, patrona, compasión!
Un soldado aprovecha la ocasión.
Por su emperador ha de combatir.

j Uno doble, que es fiesta!


MADRE CORAJE. Si pudiera fiarme ...
EL PREDICADOR. ¡Piénselo!¿Quépodría haber contra la guerra?
I
Madre Coraje y sus hijos: 6 187 11

EL SOLDADO canta alfondo:


¡Tus pechos, ven, mujer, ten compasión!
Un soldado aprovecha la ocasión.
y hoy mismo hacia Moravia he de partir.

EL ESCRIBANO, depronto: ¿Yqué será de la paz? Yo soy de Bo-


hemia y me gustaría volver alguna vez a casa.
EL PREDICADOR. ¿Ah,le gustaría? ¡Bueno, la paz...! ¿Qué será
de los ojos del queso cuando se lo hayan comido?
EL SOLDADO canta alfondo:
¡Labaraja, compañero, compasión!
Un soldado aprovecha la ocasión.
y ha de enrolarse si no puede huir.

¡Tusplegarias, curita, compasión!


Un soldado aprovecha la ocasión.
y por su emperador debe morir.

EL ESCRIBANO. A la larga no se puede vivir sin paz.


EL PREDICADOR. Yo diría que en la guerra hay también paz;
tiene sus momentos pacíficos. Porque la guerra satisface
todas las necesidades, entre ellas también las de paz; se ha
previsto así porque, si no, no podría mantenerse. En la
guerra se puede cagar lo mismo que en la paz más abso-
luta, y entre batalla y batalla tomar una cerveza, y hasta
en las marchas se puede echar una siesta en la cuneta,
con el codo como almohada, eso siempre es posible. Du-
rante un asalto no se puede jugar a las cartas, pero tam-
poco puedes hacerlo trabajando en el campo en la paz
más absoluta, y después de la victoria hay oportunidad.
Tepueden arrancar la pierna de un cañonazo, y entonces
gritas mucho al principio, como si fuera algo importan-
te, pero luego te calmas o te dan un aguardiente, y en de-
finitiva terminas por saltar de un lado a otro, y la guerra
no es peor que antes. Y qué te impide multiplicarte en
188 Bertolt Brecht

medio de la carnicería, detrás de un granero o en cual-


quier otro sitio, a la larga no te lo pueden impedir, y en-
tonces la guerra tiene tus retoños y puede continuar con
ellos. No, la guerra encuentra siempre una solución, qué
menos. ¿Por qué tendría que cesar?

Kattrin ha dejado de trabajary mira fijamente al predi-


cador.

MADRE CORAJE. Entonces compraré la mercancía. Confío en


usted. Kattrin tira al suelodepronto una cesta llenade bo-
tellasy salecorriendo. [Kattrin! Se ríe. Jesús, ésa sigue es-
perando la paz. Le he prometido que tendrá un marido
cuando llegue la paz. Corre detrás.
EL ESCRIBANO, poniéndosede pie: He ganado porque usted
hablaba. Págueme.
MADRE CORAJE, entrandoconKattrin: Sérazonable, la guerra
va a seguir un poquito más y nosotras vamos a hacer un
poquito más de dinero, y así la paz será más bonita. Vete
a la ciudad, son menos de diez minutos, y recoge las cosas
en «El León de Oro». Las de valor; las otras las recogere-
mos luego con el carro, todo está arreglado, el señor es-
cribano del regimiento te acompañará. Casi todos están
en el entierro del gran capitán, no puede pasarte nada. Sé
buena chica, que no te roben, ¡piensa en tu ajuar!

Kattrin se pone un pañuelo en la cabezay sale con el es-


cribano.

EL PREDICADOR. ¿Ladeja ir con el escribano?


MADRE CORAJE. No es tan bonita como para que alguien
quiera desgraciarla.
EL PREDICADOR. Muchas veces me maravilla cómo hace us-
ted sus negocios y le salen bien. Comprendo que la lla-
men Madre Coraje.
Madre Coraje y sus hjjos: 6 189

MADRE CORAJE. Lospobres necesitan coraje. ¿Porqué? Porque


están perdidos. Ya para levantarse por la mununa lo nece-
sitan en su situación. [O para labrar en el (ampo, en me-
dio de la guerra! Sólo que echen niños al mundo demues-
tra que tienen coraje, porque no tienen ningún porvenir.
Tienen que ser verdugos los unos de los otros y degollarse
mutuamente, y si quieren mirarse a la cara necesitan (Ora-
je. Y que soporten a un emperador y un papa demuestra
que tienen un inmenso coraje, porque eso les cuesta la
vida. Se sienta, saca del bolsillo una pequeña pipa y fuma.
Podría usted partir unas astillas.
EL PREDICADOR se quita de mala gana eljubón y se disponea
partir leña: En realidad soy pastor de almas y no leñador.
MADRE CORAJE. Yo no tengo alma. Pero necesito leña que
quemar.
EL PREDICADOR. ¿Qué pipa es ésa?
MADRE CORAJE. Sólo una pipa.
EL PREDICADOR. No, no «sólo una pipa», sino una determi-
nada.
MADRE CORAJE. ¿Ah sí?
EL PREDICADOR. Es la pipa del cocinero del regimiento de
Oxenstjerna.
MADRE CORAJE. Si lo sabe, ¿por qué me lo pregunta tan hi-
pócritamente?
EL PREDICADOR. Porque no sé si sabe que está fumando pre-
cisamente en esa pipa. Hubiera podido ser que, rebus-
cando entre sus trastos, hubiese tropezado con una pipa
cualquiera y la hubiese cogido distraídamente.
MADRE CORAJE. ¿Ypor qué no ha podido ser así?
EL PREDICADOR. Porque no. Está usted fumando en esa pipa
con toda deliberación.
MADRE CORAJE. ¿Y si así fuera?
EL PREDICADOR. Madre Coraje, tengo que ponerla en guar-
dia. Es mi deber. Probablemente no volverá a tropezarse
con ese sujeto, pero no será una lástima sino una suerte
190 Bertolt Brecht

para usted. No me ha hecho buena impresión. Al con-


trario.
MADRE CORAJE. ¿Ah no? Era simpático.
EL PREDICADOR. ¿Aeso lo llama usted un hombre simpático?
Yo no. Lejos de mí desearle ningún mal, pero no puedo
llamarlo simpático. Es más bien un Don Juan, un taima-
do. Mire esa pipa si no me cree. Tendrá que reconocer
que dice mucho sobre su carácter.
MADRE CORAJE. Yo no veo nada. Está usada.
EL PREDICADOR. Medio masticada. Es un hombre violento.
Es la pipa de un hombre violento y sin escrúpulos, eso
tiene que verlo si no ha perdido toda capacidad de juicio.
MADRE CORAJE. No me destroce el tajo de la leña.
EL PREDICADOR. Ya le he dicho que no soy leñador. He estu-
diado para pastor de almas. Mis dotes y mi capacidad se
desperdician con el trabajo físico. Los talentos que Dios
me ha dado no se aprovechan. Yeso es pecado. Usted me
ha oído predicar. Sólo con una alocución puedo animar
a un regimiento a considerar al enemigo un rebaño de
ovejas. La vida les parece un trapo apestoso para los pies,
que tiran pensando en la victoria final. Dios me ha dado
el don de la grandilocuencia. Sépredicar de forma que se
olvidan de sí mismos.
MADRE CORAJE. Yo no quiero olvidarme de mí misma. ¿Qué
iba a hacer entonces?
EL PREDICADOR. Madre Coraje, con frecuencia me he pregun-
tado si, con sus frías palabras, no esconde una forma de ser
cálida. También usted es un ser humano y necesita calor.
MADRE CORAJE. La mejor forma de calentar la tienda es tener
leña suficiente.
EL PREDICADOR. No cambie de tema. En serio, Madre Cora-
je, a veces me pregunto qué pasaría si estrecháramos un
poco nuestras relaciones. Quiero decir, dado que el tor-
bellino de la guerra nos ha unido de una forma tan ex-
traña.
Madre Coraje y sus hijos: 6 191

MADRE CORAJE. Yo creo que nuestras relaciones son sufi-


cientemente estrechas. Yo le hago la comida, y usted hace
cosas y, por ejemplo, parte leña.
EL PREDICADOR, acercándose a ella: Usted sabe lo que quie-
ro decir con «más estrechas»; comer y partir leña yesos
bajos menesteres no son una relación. Deje hablar a su
corazón, no sea tan dura.
MADRE CORAJE. No se me acerque con esa hacha. Me resul-
taría una relación demasiado estrecha.
EL PREDICADOR. No se lo tome a broma. Soy un hombre se-
rio y he reflexionado en lo que digo.
MADRE CORAJE. Predicador, sea sensato. Usted me cae bien y
no quisiera tener que darle un sofocón. Lo que me impor-
ta es salir adelante, yo y mis hijos, con nuestro carro. No lo
considero como mío y no puedo pensar ahora en asuntos
privados. Ahora mismo corro un riesgo al comprar, cuan-
do ha muerto el gran capitán y todos hablan de paz. ¿Qué
sería de usted si yo me arruinara? Ya ve, no lo sabe. Párta-
nos esa leña y esta noche tendremos calor, lo que ya es
mucho en estos tiempos. ¿Qué es eso?

Se pone de pie.
Entra Kattrin, sin aliento, con una herida en la frente y el
ojo. Arrastra consigo toda clase de cosas, bultos, correajes,
un tambor, etc.

MADRE CORAJE. ¿Qué ha pasado, te han asaltado? ¿Alvolver?


¡La han asaltado cuando volvía! ¡Seguro que ha sido el de
. caballería que se emborrachó aquí! No hubiera debido
enviarte. ¡Tira todo eso! No es grave, la herida es sólo su-
perficial. Te la vendaré y, en una semana, estará curada.
Son peores que fieras. Le venda la herida.
EL PREDICADOR. A ellos no se lo reprocho. En su país no vio-
laban a nadie. La culpa es de los que causan las guerras y
hacen que surjan los instintos más bajos del ser humano.
192 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. ¿No te ha acompañado el escribano a la


vuelta? Eso es porque eres una persona decente, por
eso no se ocupan de ti. La herida no es profunda, no te
dejará rastro. Bueno, ya está vendada. Te voy a dar una
cosa, estáte tranquila. Te he guardado algo en secreto,
ya verás. Saca de un saco los zapatos rojosde la Pottier.
¿Ves? Siempre te han gustado. Pues ya los tienes. Pón-
telos deprisa para que no me arrepienta. No te queda-
rá señal, aunque tampoco me hubiera importado. No
hay suerte peor que la de las mujeres que les gustan. Se
las llevan con ellos hasta que las destrozan. A las que
no les gustan, las dejan vivir. He visto a algunas que te-
nían una cara bonita y pronto tuvieron un aspecto que
asustaba a los lobos. No pueden meterse sin miedo de-
trás de un árbol del camino, llevan una vida horrible.
Es como con los árboles: a los derechos y airosos los ta-
lan para hacer vigas, pero los torcidos pueden disfru-
tar de la vida. De modo que sólo hubiera sido una
suerte. Los zapatos están todavía bien, los guardé bien
engrasados.

Kattrin deja loszapatosy se mete en el carromato.

EL PREDICADOR. Ojalá no quede desfigurada.


MADRE CORAJE. Le quedará cicatriz. No tendrá que esperar
ya nada de la paz.
EL PREDICADOR. No ha dejado que le quitaran nada.
MADRE CORAJE. Quizá no hubiera debido hacerle tantas re-
comendaciones. ¡Si supiera lo que le estará pasando por
la cabeza! Una vez estuvo fuera toda la noche, sólo una
vez en todos estos años. Luego siguió como antes, pero
trabajando más. No pude saber qué le había pasado. Du-
rante algún tiempo me rompí la cabeza. Trae las mercan-
cías que ha traído Kattrin y las clasifica furiosa. ¡Asíes la
guerra! ¡Una bonita fuente de ingresos!
Madre Coraje y sus hijos: 7 193
Se oyen cañonazos.

EL PREDICADOR. Ahora entierran al gruu cnpitan, Es un mo-


mento histórico.
MADRE CORAJE. Para mí es un momento histórico que le hayan
partido un ojo a mi hija. Está ya medio destrozada, nunca
encontrará un marido y, sin embargo, le vuelven loca los
niños. Además está muda también por la guerra: de pe-
queñita un soldado le metió algo en la boca. A Schweizer-
kas no lo veré nunca más y Dios sabe dónde estará Eilif.
Maldita sea la guerra.

MADRE CORAJE EN EL APOGEO DE SU CARRERA


COMERCIAL

Camino.

Elpredicador, Madre Coraje y su hija Kattrin tiran del carro-


mato, del que cuelgan nuevas mercancías. Madre Coraje lle-
va un collarde táleros de plata.

MADRE CORAJE. No dejaré que me habléis mal de la guerra.


Dicen que destruye a los débiles, pero ésos revientan
también en la paz. Lo único que pasa es que la guerra ali-
menta mejor a sus hijos. Canta:

y si la guerra te deja atrás


no estarás vivo en la victoria.
La guerra es sólo un negocio más,
se vende plomo y no achicoria.

y de qué serviría que me volviera sedentaria. Los seden-


tarios son los primeros que revientan. Canta:
194 Bertolt Brecht

Alguno quiere la tierra entera.


y se pone a ello, zumba que zumba.
Quien se cavó, astuto, una trinchera
sólo cavaba su propia tumba.
He visto a muchos apresurarse
y correr veloces al cementerio...
Quien está allí debe preguntarse
por qué corría. Es un misterio.

Siguen su camino.

ESEMISMO AÑO, GUSTAVO ADOLFO, REYDE SUECIA,


CAE EN LA BATALLA DEL LÜTZEN. LA PAZ AMENAZA
ARRUINAR LOS NEGOCIOS DE MADRE CORAJE. EL
AUDAZ HIJO DE MADRE CORAJE REALIZA UN ACTO
HEROICO DE MÁS Y ENCUENTRA UNA MUERTE IG-
NOMINIOSA

Campamento.

Una mañana de verano. Delante del carromato. Una mujer


anciana y su hijo. El hijo arrastra un gran saco de ropa de
cama.

VOZ DE MADRE CORAJE, desde el carromato: ¿Ytiene que ser


a estas horas de la mañana?
EL MUCHACHO. Hemos andado toda la noche, veinte millas,
y tenemos que volvernos hoy mismo.
voz DE MADRE CORAJE. ¿Yqué queréis que haga con vuestros
edredones? ¡La gente no tiene casa!
EL MUCHACHO. Será mejor que espere a verlos.
LA ANCIANA. Tampoco aquí hay nada que hacer. ¡Ven!
Madre Coraje y sus hijos: 8 195
EL MUCHACHO. Nos embargarán hasta el techo que tenemos
sobre la cabeza para cobrarse los impuestos. Quizá nos
dé tres florines si añades tu crucecita. Las campanas em-
piezan a doblar: [Escucha, madre!
VOCES desde el fondo: ¡La paz! ¡El rey de Suecia ha muerto!
MADRE CORAJE, sacando la cabeza del carromato. Está toda-
vía sin peinar: ¿Qué toque es ése a mitad de semana?
EL PREDICADOR sale arrastrándose de debajo del carromato:
¿Qué gritan?
MADRE CORAJE. No me diga que ha estallado la paz, ahora
que he comprado más existencias.
EL PREDICADOR, gritando hacia el fondo: ¿Es verdad que se
ha hecho la paz?
UNA VOZ. Hace tres semanas, al parecer, pero no nos hemos
enterado hasta ahora.
EL PREDICADOR, a Madre Coraje: ¿Por qué iban a tocar si no
las campanas?
UNA VOZ. A la ciudad han llegado ya un montón de lutera-
nos con carros, que han traído la noticia.
EL MUCHACHO. Madre, es la paz. ¿Qué tienes? La anciana se
ha desplomado.
MADRE CORAJE, volviendo al carro: [Iesusmariayjosél ¡Kat-
trin, es la paz! ¡Ponte el vestido negro! Vamos al servicio
divino. Se lo debemos a Schweizerkas. ¿Será verdad?
EL MUCHACHO. La gente de aquí lo dice también. Han hecho
la paz. ¿Puedes levantarte? La anciana se pone en pie
aturdida. Ahora volveré a abrir la guarnicionería. 'le lo
prometo. Todo se arreglará. Padre volverá a tener su
cama. ¿Puedes andar? Al predicador: Se ha mareado. Es la
noticia. No creía que llegase alguna vez la paz. Nuestro
padre lo decía siempre. Ahora mismo nos vamos a (asa,
Salen los dos.
voz DE MADRE CORAJE. ¡Dadles un aguardiente!
EL PREDICADOR. Se han ido ya.
voz DE MADRE CORAJE. ¿Qué pasa en el campamento?
196 Bertolt Brecht

EL PREDICADOR. Se están congregando. Iré a ver. Quizá de-


bería ponerme el hábito...
voz DE MADRE CORAJE. Entérese bien antes de darse a cono-
cer como el Anticristo. Me alegro de la paz, aunque esté
arruinada. Al menos he conseguido salvar de la guerra a
dos de mis hijos. Ahora volveré a ver a mi Eilif.
EL PREDICADOR. ¿Yquién es ese que baja del campamento?
¡Sino es el cocinero del Gran Capitán ...!
EL COCINERO, un tanto desastrado y con un hatillo: ¿Qué ven
mis ojos? ¡El predicador!
EL PREDICADOR. ¡Madre Coraje, tiene visita!

Madre Coraje baja del carromato.

EL COCINERO. Le había prometido que vendría en cuanto tu-


viera tiempo para charlar un poco. No he olvidado su
aguardiente, señora Fierling.
MADRE CORAJE. ¡Jesús, el cocinero del Gran Capitán! ¡Des-
pués de tantos años! ¿Dónde está Eilif, mi hijo mayor?
EL COCINERO. ¿No ha llegado aún? Salió antes que yo y que-
ría venir también a verla.
EL PREDICADOR. Esperad, voy a ponerme el hábito.

Se mete detrás del carromato.

MADRE CORAJE. Entonces puede llegar en cualquier mo-


mento. Grita hacia el carromato: ¡Kattrin, viene Eilifl
[Trae un vaso de aguardiente para el cocinero, Kattrin!
Kattrin no aparece. ¡Échate un mechón por la frente y
ya está! El señor Lamb no es un extraño. Trae ella mis-
ma el aguardiente. No quiere salir, no le importa nada
la paz. Ha tenido que esperarla demasiado. La hirieron
en Un ojo y apenas se nota, pero ella cree que la gente la
mira.
EL COCINERO. [Sí, la guerra! Él y Madre Coraje se sientan.
Madre Coraje y sus hijos: 8 197
MADRE CORAJE. Cocinero, me encuentra usted en mal mo-
mento. Estoy arruinada.
EL COCINERO. ¿Qué? Eso es realmente mala suerte.
MADRE CORAJE. La paz me mata. Por consejo del predicador
compré hace poco provisiones. Y ahora todos se disper-
sarán y me dejarán colgada con mis mercancías.
EL COCINERO. ¿Cómo puede hacer caso al predicador? Si yo
hubiera tenido tiempo aquella vez -los católicos llegaron
demasiado aprisa-la habría puesto en guardia contra él.
Es un charlatán. Así que ahora es él quien maneja el co-
tarro.
MADRE CORAJE. Me ayudaba a lavarlos platos y a tirar del carro.
EL COCINERO. [Tirar ése! Le habrá contado algunos de sus
chistes; por lo que sé de él, tiene un concepto muy inde-
cente de la mujer, yo traté en vano de influir un poco en
él. No es un tipo serio.
MADRE CORAJE. ¿Y usted es serio?
EL COCINERO. Si hay algo que yo sea es serio. ¡Salud!
MADRE CORAJE. Ser serio es lo de menos. Sólo tuve uno, gra-
cias a Dios, que fuera serio. Nunca he tenido que trabajar
tanto, en la primavera él vendía los cobertores de los ni-
ños, y hasta pensaba que era poco cristiano que yo toca-
ra la armónica. Para mí, que usted confiese ser serio no es
ninguna recomendación.
EL COCINERO. Sigue usted sin tener pelos en la lengua, pero
por eso mismo me gusta.
MADRE CORAJE. ¡No me diga que ha soñado con mi lidia de
pelos en la lengua!
EL COCINERO. Bueno, ahora estamos aquí sentados. ron
campanas de paz y con este aguardiente, como sólo usted
sabe servirlo. Es famoso.
MADRE CORAJE. De momento no me importan nada las
campanas de paz. No sé cómo van a pagar a los soldados
las pagas que les deben y ¿qué haré yo con mi IIIIIIOSO
aguardiente? ¿Os han pagado?
198 Bertolt Brecht

EL COCINERO, titubeando: No exactamente. Por eso nos he-


mos desbandado. Vista la situación, me he dicho: ¿para
qué me voy a quedar? Entretanto voy a visitar a los ami-
gos. y por eso estoy aquí con usted.
MADRE CORAJE. Lo que quiere decir que no tiene nada.
EL COCINERO. Realmente podrían parar con tanto campa-
neo. Me gustaría meterme en algún tipo de negocio. No
quiero seguir siendo su cocinero. Tengo que hacerles al-
gún comistrajo con raíces y suelas de zapato y luego me
tiran la sopa caliente a la cara. Ser hoy cocinero es llevar
una vida de perro. Más vale el servicio militar pero, cla-
ro, estamos en la paz. Al ver al predicador, ahora con su
viejo hábito: De eso seguiremos hablando luego.
EL PREDICADOR. Todavía está bien, sólo un poco apolillado.
EL COCINERO. No sé para qué se molesta. No volverán a em-
plearlo, ¿a quién podría ahora enardecer para que se ga-
nase honrosamente su soldada y se jugase la vida? Por
cierto, tengo que ajustar cuentas con usted, por haber
aconsejado a esta señora que comprase cosas superfluas,
diciéndole que la guerra duraría eternamente.
EL PREDICADOR, acalorado: ¡Me gustaría saber qué le impor-
ta eso a usted!
EL COCINERO. ¡Me importa porque es irresponsable! ¿Cómo
puede usted meterse en los negocios de otros con conse-
jos que nadie le ha pedido?
EL PREDICADOR. ¿Quién es el que se mete? A Madre Coraje:
No sabía que fuera usted tan amiga de este señor y tuvie-
ra que rendirle cuentas.
MADRE CORAJE. No se excite, el cocinero dice sólo su opi-
nión, y usted no puede negar que su guerra era una filfa.
EL PREDICADOR. ¡No debe pecar contra la paz, Madre Cora-
je! Es usted como una hiena de los campos de batalla.
MADRE CORAJE. ¿Que soy qué?
EL COCINERO. Si ofende a mi amiga, tendrá que vérselas con-
migo.
Madre Coraje y sus hijos: 8 199

EL PREDICADOR. Con usted no hablo. Sus intenciones me re-


sultan demasiado claras. A Madre Coraje: Pero cuando la
veo tratar la paz como un trapo viejo lleno de mocos,
con dos dedos, me indigno como ser humano; y es que
entonces veo que usted no quiere la paz sino la guerra,
porque gana con ella, pero no olvide tampoco el viejo
proverbio: «Quien con el diablo haya de comer, larga cu-
chara ha menester».
MADRE CORAJE. No me gusta la guerra y a ella tampoco le
gusto yo. En cualquier caso, eso de hiena no se lo tolero,
hemos terminado.
EL PREDICADOR. Entonces, ¿por qué se lamenta de la paz,
cuando todo el mundo respira? ¿Por esos trastos viejos de
su carro?
MADRE CORAJE. Mis mercancías no son trastos viejos, sino
que vivo de ellas, como ha vivido usted también hasta
ahora.
EL PREDICADOR. jO sea, de la guerra! ¡Ajá!
EL COCINERO, al predicador: Como persona adulta, debiera
haber sabido que no hay que dar consejos. A Madre Co-
raje: Dada la situación, lo mejor que puede hacer es des-
hacerse de algunas mercancías, antes de que los precios
caigan por los suelos. [Vístase y póngase en marcha sin
perder un minuto!
MADRE CORAJE. Es un consejo muy sensato. Creo que lo voy
a seguir.
EL PREDICADOR. ¡Porque lo dice el cocinero!
MADRE CORAJE. ¿Y por qué no lo ha dicho usted? Tiene ra-
zón, será mejor que vaya al mercado.

Entra en el carromato.

EL COCINERO. Un punto para mí, predicador. Usted no tiene


presencia de espíritu. Hubiera tenido que decir: «[Que
yo la aconsejé? ¡No hice más que hablarle de política!».
200 Bertolt Brecht

No debe usted enfrentarse conmigo. ¡Esa riña de gallos


no es propia de su hábito!
EL PREDICADOR. Sino cierra el pico, lo mato, sea propio o no.
EL COCINERO, quitándose las botasy desliando los traposcon
que se envuelvelospies: Si no se hubiera vuelto en la gue-
rra un canalla descreído, ahora en la paz podría encon-
trar fácilmente una parroquia. No harán falta cocineros
porque no hay nada que cocinar, pero la gente sigue te-
niendo fe, eso no ha cambiado.
EL PREDICADOR. Señor Lamb, le ruego que no trate de
echarme de aquí. Desde que me he vuelto un canalla, soy
mejor persona. No podría predicarles ya.

Entra Yvette Pottier, de negro, emperifolladay con un bas-


tón. Ha envejecido mucho,ha engordado y va muy empol-
vada. Detrásde ella, un criado.

YVETTE. ¡Hola, buena gente! ¿Vive aquí Madre Coraje?


EL PREDICADOR. Exacto. ¿Y con quién tenemos el honor?
YVETTE. Con la coronela Starhember, buena gente. ¿Dónde
está Madre Coraje?
EL PREDICADOR grita hacia el carromato: ¡La coronela Star-
hember desea hablarle!
voz DE MADRE CORAJE. Voyenseguida.
YVETTE. ¡SoyYvette!
voz DE MADRE CORAJE. ¡Ah, Yvette!
YVETTE. ¡Sólo para ver cómo os va! Al cocinero, que se vuel-
ve espantado: ¡Pieter!
EL COCINERO. ¡Yvette!
YVETTE. ¡Vaya! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
EL COCINERO. Con el carro.
EL PREDICADOR. Ah, ¿seconocen? ¿Íntimamente?
YVETTE. Yo diría que sí. Contempla al cocinero: [Estás gor-
do!
EL COCINERO. Tampoco tú estás muy delgada ...
Madre Coraje y sus hijos: 8 201

YVETTE. En cualquier caso, me alegro de encontrarte, cana-


lla. Así puedo decirte lo que pienso de ti.
EL PREDICADOR. Dígalo con todo detalle, pero aguarde a
que salga Madre Coraje.
MADRE CORAJE sale, con toda clase de mercancias: ¡Yvette! Se
abrazan: ¿Pero por qué estás de luto?
YVETTE. ¿No me sienta bien? Mi marido, el coronel, murió
hace unos años.
MADRE CORAJE. ¿Elviejo que estuvo a punto de comprarme
el carro?
YVETTE. SU hermano mayor.
MADRE CORAJE. ¡Entonces no te va mal! Por lo menos una
que ha sacado algo de la guerra.
YVETTE. Ha habido sus más y sus menos y luego otra vez sus
más.
MADRE CORAJE. [No hablemos mal de los coroneles: hacen
dinero a espuertas!
EL PREDICADOR, al cocinero: En su lugar, me pondría otra
vez los zapatos. A Yvette: Coronela, nos había prometido
decir lo que piensa de este señor.
EL COCINERO. Yvette,no armes jaleo aquí.
MADRE CORAJE. Es un amigo mío, Yvette.
YVETTE. Es Pieter el de la Pipa.
EL COCINERO. [Nada de motes! Me llamo Lamb.
MADRE CORAJE, riéndose: ¡Pieter el de la Pipa! ¡Elque volvía
locas a las mujeres! ¿Sabe? He guardado su pipa.
EL PREDICADOR. ¡Yha fumado en ella!
YVETTE. Es una suerte que pueda ponerla en guardia contra
él. Es lo peor que ha habido en toda la costa de Flandes.
Ha desgraciado a tantas mujeres como dedos tiene.
EL COCINERO. De eso hace mucho tiempo. Ya no es verdad.
YVETTE. ¡Levántate cuando te habla una señora! ¡Cuánto
quise a este hombre! Y al mismo tiempo me engañaba
con una morenita de piernas torcidas, cuya desgracia,
naturalmente, causó también.
202 Bertolt Brecht

EL COCINERO. En tu caso, por lo que se ve, más bien he cau-


sado tu fortuna.
YVETTE. ¡Cállate, ruina miserable! Y usted tenga cuidado:
¡un hombre así sigue siendo peligroso aunque esté hecho
una ruina!
MADRE CORAJE, a Yvette: Venconmigo, tengo que deshacer-
me de mis bártulos antes de que bajen los precios. Quizá
puedas echarme una mano en el regimiento, con tus re-
laciones. Grita hacia el carromato: Kattrin, de la iglesia
nada, en lugar de eso voy al mercado. Cuando venga Ei-
lif, dale de beber. Sale con Yvette.
YVETTE, al salir: ¡Que un hombre como ése pudiera apartar-
me alguna vez del camino recto! Sólo puedo agradecer a
mi buena suerte que, a pesar de eso, haya podido llegar a
algo. Pero el haber estropeado ahora tus planes se me
tendrá en cuenta un día allá arriba, Pieter el de la Pipa.
EL PREDICADOR. Quisiera resumir nuestra conversación con
un proverbio: «Los molinos de Dios muelen despacio».
¡Yusted que se quejaba de mis chistes!
EL COCINERO. La verdad es que no tengo suerte. Le diré
cómo son las cosas: esperaba comer hoy caliente. Estoy
muerto de hambre y ahora estarán hablando de mí y ella
se hará una idea completamente equivocada. Creo que
debo desaparecer antes de que vuelva.
EL PREDICADOR. Yo también lo creo.
EL COCINERO. Predicador, estoy ya harto de la paz. La Hu-
manidad debe perecer por el fuego y la espada, porque es
pecadora desde su más tierna infancia. Quisiera poder
asar aún para el Gran Capitán, Dios sabe dónde estará,
un gordo capón con salsa de mostaza y zanahorias.
EL PREDICADOR. Con lombarda. Con el capón, lombarda.
EL COCINERO. Es verdad, pero él quería zanahorias.
EL PREDICADOR. No entendía de eso.
EL COCINERO. Usted comía siempre con él sin hacerse de rogar.
EL PREDICADOR. De mala gana.
Madre Coraje y sus hjjos: 8 203

EL COCINERO. En cualquier caso, tendrá que reconocer que


eran buenos tiempos.
EL PREDICADOR. No digo que no.
EL COCINERO. Después de haberla llamado usted hiena, aquí
no habrá ya buenos tiempos para usted. ¿Qué está mi-
rando?
EL PREDICADOR. ¡Eilif! Seguido de soldados con picas, entra
Eilif. Lleva las manos atadas. Está blanco como la pared.
¿Qué te ha pasado?
EILIF. ¿Dónde está mi madre?
EL PREDICADOR. En la ciudad.
EILIF. Me habían dicho que estaba aquí, Me han permitido
venir a verla.
EL COCINERO a lossoldados: ¿Adónde lo lleváis?
UN SOLDADO. A nada bueno.
EL PREDICADOR. ¿Qué ha hecho?
EL SOLDADO. Entró a robar en casa de un campesino. Y la
mujer del campesino resultó muerta.
EL PREDICADOR. ¿Cómo has podido hacer algo así?
EILIF. No he hecho más que lo que hacía antes.
EL COCINERO. Pero ahora hay paz.
EILIF. Cierra el pico. ¿Puedo sentarme hasta que ella vuelva?
EL SOLDADO. No tenemos tiempo.
EL PREDICADOR. En la guerra lo felicitaban por eso y se sen-
taba a la derecha del Gran Capitán. [Entonces era valen-
tía! ¿No se podría hablar con el juez militar?
EL SOLDADO. No serviría de nada. Quitarle a un campesino
su vaca, ¿era valentía?
EL COCINERO. ¡Esuna tontería!
EILIF. Si hubiera sido tonto me hubiera muerto de hambre,
listillo.
EL COCINERO. Y por ser listo tú, te va a costar la cabeza.
EL PREDICADOR. Por lo menos tendríamos que llamar a Kattrin.
EILIF. ¡Déjala! Será mejor que me deis un trago de aguar-
diente.
204 Bertolt Brecht

EL SOLDADO. Para eso no hay tiempo, ¡vamos!


EL PREDICADOR. ¿Yqué le vamos a decir a tu madre?
EILIF. Dile que no ha sido por nada distinto, que hice lo mismo
de siempre. O no le digas nada. Los soldados selo llevan.
EL PREDICADOR. Te acompañaré en tu duro camino.
EILIF. No necesito curas.
EL PREDICADOR. Eso no lo sabes.

Lo sigue.

EL COCINERO, gritándole: ¡Se lo tendré que decir! ¡Querrá


verlo otra vez!
EL PREDICADOR. Será mejor que no le diga nada. Todo lo
más, que ha estado aquí y que quizá vuelva mañana. En-
tretanto volveré y se lo diré. Sale apresuradamente.

El cocinero lo mira, sacudiendo la cabeza, y luego pasea


inquieto de un lado a otro. Finalmentese acerca al carro-
mato.

EL COCINERO. ¡Eh! ¿No quiere salir? Comprendo que se es-


conda de la paz. Yo quisiera hacerlo también. Soy el coci-
nero del Gran Capitán, ¿no se acuerda de mí? Me pre-
gunto si no habría algo de comer, hasta que vuelva su
madre... Tendría ganas de un trozo de tocino o incluso de
pan, sólo para matar el rato. Mira adentro. Se ha tapado
la cabeza con la manta.

Se oyen cañonazos alfondo.

MADRE CORAJE viene corriendo, estásin alientoy llevatodavía


sus mercancías: ¡Cocinero, se ha acabado otra vez la paz!
Desde hace ya tres días estamos de nuevo en guerra. To-
davía no me había deshecho de mis bártulos cuando lo he
sabido. ¡Gracias a Dios! En la ciudad luchan a tiros con los
Madre Coraje y sus hijos: 8 205
luteranos. Tenemos que irnos inmediatamente con el ca-
rro. ¡Kattrin, vamos a recoger! ¿Por qué está tan afectado?
¿Qué pasa?
EL COCINERO. Nada.
MADRE CORAJE. Algo pasa. Se lo noto en la cara.
EL COCINERO. Será porque hay guerra otra vez. Ahora pue-
de ser que no me meta nada caliente en el estómago has-
ta mañana a la noche.
MADRE CORAJE. Eso es mentira, cocinero.
EL COCINERO. Ha estado Eilif aquí. Pero ha tenido que mar-
charse enseguida.
MADRE CORAJE. ¿Que ha estado aquí? Entonces lo encontra-
remos en el camino. Ahora me voy con los nuestros.
¿Qué aspecto tenía?
EL COCINERO. El de siempre.
MADRE CORAJE. Ése no cambiará nunca. A ése no me lo ha
podido quitar la guerra. Es listo. ¿Me ayuda a recoger
las cosas? Comienza a recoger. ¿No ha contado nada?
¿Se lleva bien con su capitán? ¿Ha hablado de sus haza-
ñas?
EL COCINERO, sombrío: He oído que había repetido una de
ellas.
MADRE CORAJE. Luego me lo contará, tenemos que irnos.
ApareceKattrin. Kattrin, se ha acabado otra vez la paz.
Nos marchamos. Al cocinero: ¿Qué va a hacer usted?
EL COCINERO. Me enrolaré.
MADRE CORAJE. Le propongo... ¿Dónde está el predicador?
EL COCINERO. En la ciudad con Eilif
MADRE CORAJE. Entonces venga con nosotros un trecho,
Lamb. Necesito ayuda.
EL COCINERO. La historia esa de Yvette...
MADRE CORAJE. No le hace desmerecer a mis ojos. Al con-
trario. Dicen que por el humo se sabe dónde está el fue-
go. ¿Viene con nosotras?
EL COCINERO. No digo que no.
206 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. El Duodécimo Regimiento ha salido ya.


Coja la lanza del carro. Ahí va un pedazo de pan. Tendre-
mos que dar un rodeo por detrás, hacia los luteranos.
Quizá vea a Eilif ya esta noche. Es mi hijo preferido. Ha
sido una paz corta. Y otra vez hay que seguir. Canta,
mientras el cocinero y Kattrin se enganchan al carromato:

¡De Ulm a Metz, de Metz a Moravia!


[Madre Coraje sabe cómo!
La guerra los nutre con rabia,
necesita pólvora y plomo.
De plomo no puede vivir,
ni de pólvora solamente.
Por eso os debéis inscribir.
[La guerra se muere sin gente!

DIECISÉIS AÑOS DURA YA LA GRAN GUERRA DE RE-


LIGIÓN. ALEMANIA HA PERDIDO MÁS DE LA MITAD
DE SUS HABITANTES. ENORMES EPIDEMIAS MATAN
A LOS QUE HAN SOBREVIVIDO A LA CARNICERfA.
EN LAS COMARCAS EN OTRO TIEMPO FLORECIEN-
TES REINA EL HAMBRE. LOS LOBOS MERODEAN POR
LAS CIUDADES CALCINADAS. EN EL OTOÑO DE 1634
ENCONTRAMOS A MADRE CORAJE EN EL FICHTEL-
GEBIRGE ALEMÁN, FUERA DE LA RUTA ESTRATÉGI-
CA POR LA QUE AVANZAN LOS EJÉRCITOS SUECOS.
ESE AÑO EL INVIERNO SE ADELANTA Y ES DURO,
LOS NEGOCIOS VAN MAL, POR LO QUE NO QUEDA
OTRO RECURSO QUE MENDIGAR. EL COCINERO RE-
CIBE UNA CARTA DE UTRECHT Y ES DESPEDIDO.

Ante una casaparroquial medio destruida.


Madre Coraje y sus hjjos: 9 207
Ma~rugada gris de un inviernoprematuro. MadreCoraje y el
cocinero, conpielesde ovejasraídas, junto al carromato.

EL COCINERO. Todo está oscuro, nadie se ha levantado aún.


MADRE CORAJE. Pero es una casa parroquial. Y para tocar las
campanas tendrá que salir de debajo del edredón. Y en-
tonces tendrá una su sopa caliente.
EL COCINERO. No sé de qué: como hemos visto, la aldea en-
tera está carbonizada.
MADRE CORAJE. Pero está habitada, antes ha ladrado un
perro.
EL COCINERO. Aunque el cura tenga algo, no nos dará nada.
MADRE CORAJE. Quizá, si le cantáramos algo...
EL COCINERO. Estoy hasta aquí. De pronto: He recibido una
carta de Utrecht diciendo que mi madre ha muerto de
cólera y que la posada es mía. Aquí está la carta, si no me
crees. Tela enseño aunque no te importe lo que mi tía ga-
rrapatea sobre mi vida pasada.
MADRE CORAJE, leyendo la carta: Lamb, yo también estoy
cansada de ir de un lado para otro. Soy como el perro del
carnicero, que lleva la carne a los clientes pero a él no le
dan. No tengo ya nada que vender, y la gente no tiene
nada con que pagar esa nada. En Sajonia, un andrajoso
me quiso endosar un montón de tomos en pergamino
por dos huevos, y en Württemberg querían darme un
arado por un saquito de sal. ¿Para qué labrar la tierra? No
crece ya nada, salvo arbustos espinosos. Al parecer, en
Pomerania los campesinos se han comido a sus hijos pe-
queños, y se ha visto a monjas atracando a la gente.
EL COCINERO. El mundo se acaba.
MADRE CORAJE. A veces me veo ya atravesando el infierno
con mi carreta y vendiendo pez negra, o en el cielo, dando
el viático a las almas errantes. Sipudiera encontrar, con los
hijos que me han quedado, algún lugar en donde no dis-
parasen, me gustaría vivir aún unos años tranquilos.
208 Bertolt Brecht

EL COCINERO. Podríamos abrir la posada, Anna, piénsatelo.


Esta noche lo he resuelto: voy a volver a Utrecht contigo
o sin ti, y lo voy a hacer hoy mismo.
MADRE CORAJE. Tengo que hablar con Kattrin. Es un poco re-
pentino, y no me gusta tomar decisiones con frío y nada en
el estómago. ¡Kattrin! Kattrin bajadel carro. Kattrin, ten-
go que decirte algo. El cocinero y yo queremos irnos a
Utrecht. Él ha heredado allí una posada. Así tendrías un
lugar fijo y podrías hacer amistades. Más de uno sabría
apreciar a una persona madura, el aspecto físico no lo es
todo. A mí también me gustaría. Me llevo bien con el co-
cinero. Tengo que decir en su favor que tiene buena cabe-
za para los negocios. Tendríamos la comida asegurada y
eso estaría bien, ¿no? Y tú tendrías tu cama, ¿eso te gusta-
ría, no? Estar en la carretera no es vida a la larga. Podrías
echarte a perder. Piojos ya tienes. Tenemos que decidir-
nos, ¿por qué? Porque podríamos seguir a los suecos hacia
el norte, deben de andar por allí. Señala a la izquierda:
Creo que nos vamos a decidir, Kattrin.
EL COCINERO. Anna, me gustaría hablar contigo a solas.
MADRE CORAJE. Vuelve al carro, Kattrin.

Kattrin vuelve a subir al carromato.

EL COCINERO. Tehe interrumpido porque, al parecer, no me


has entendido. Yo creía que no tendría que decírtelo ex-
presamente, porque estaba claro. Pero, como no lo está,
tendré que decírtelo: ni hablar de llevártela contigo. Creo
que me entiendes.

Detrás de ellos, Kattrin saca la cabezadel carromato y es-


cucha.

MADRE CORAJE. ¿Quieres decir que tendré que dejar a Kat-


trin?
Madre Coraje y sus hijos: 9 209
EL COCINERO. ¿Qué te imaginas? En la posada no hay sitio.
No es una de esas de tres salones. Si los dos nos empeña-
mos, podremos ganarnos la vida, pero tres no, ni pensar.
Kattrin puede quedarse con el carro.
MADRE CORAJE. Yo pensaba que en Utrecht podría encontrar
marido.
EL COCINERO. ¡No me hagas reír! ¿Cómo va a encontrar un
marido? ¡Muda y con esa cicatriz! ¡Ya su edad!
MADRE CORAJE. ¡No hables tan alto!
EL COCINERO. Las cosas como son, en alto o en bajo. y ésa es
también otra razón por la que no la quiero en la posada.
A los clientes no les gustará tener siempre delante algo
así. Y no se les puede echar en cara.
MADRE CORAJE. Cállate. Te he dicho que no hables tan alto.
EL COCINERO. En la casa parroquial hay luz. Podemos cantar
algo.
MADRE CORAJE. Cocinero, ¿cómo va a tirar ella sola del ca-
rro? Tiene miedo de la guerra. No la soporta. ¡Qué sueños
debe de tener! De noche la oigo gemir. Sobre todo, des-
pués de las batallas. Recientemente le he encontrado otra
vez un erizo que habíamos aplastado con el carro.
EL COCINERO. La posada es demasiado pequeña. Grita: ¡Dis-
tinguido señor, criados y vecinos! Vamos a interpretar la
canción de Salomón, Julio César y otros grandes genios,
a los que no sirvió de nada serlo. Para que comprendáis
que también somos gentes honradas y, por eso lo pasa-
mos mal, sobre todo en invierno.

Cantan:

Sabéis del sabio Salomón,


sabéis qué le pasó.
El hombre lo sabía todo...
Maldijo a la madre que lo parió
viendo que no había modo.
210 Bertolt Brecht

¡Qué grande era Salomón!


Mirad, aún no era de noche
y ya no había solución:
Ser sabio había sido un derroche...
¡Dichoso el que es inocentón!

La verdad es que todas las virtudes son peligrosas en este


mundo, como prueba esa hermosa canción, es mejor no
tenerlas y llevar una vida agradable y desayunarse, diga-
mos, con una sopa caliente. Yo, por ejemplo, no la he te-
nido y me gustaría, soy un soldado, pero ¿de qué me ha
servido mi valentía en todas esas batallas, de nada, tengo
hambre y hubiera sido mejor que fuera un cagón y me
quedara en casa. Porque, ¿para qué?

Sabéis de aquel valiente César,


sabéis qué le pasó.
Era adorado en el altar
y lo mataron, fue así como ocurrió.
y sólo pudo ya gritar:
«¡También tú, Bruto, maldición!».
Mirad, aún no era de noche
y ya no había solución:
El valor había sido un derroche...
¡Dichoso el que es inocentón!

A medía voz: Ni siquiera miran. En voz alta: ¡Distinguido


señor, criados y vecinos! Podrían decirme, sí, que la va-
lentía no da de comer, «¡probad a ser honrados! Entonces
podréis saciaros o, al menos, no os quedaréis completa-
mente en ayunas». ¿Qué pasa con la honradez?

Sabéis del Sócrates honrado


que la verdad habló:
No se lo agradecieron nada.
Madre Coraje y sus hijos: 9 211

La autoridad se irritó
y le ordenó beber cicuta aguada.
[Qué ejemplo a la población!
Mirad, aún no era de noche
y ya no había solución:
La honradez había sido un derroche.
¡Dichoso el que es inocentón!

Sí, nos dicen que hay que ser altruistas y repartir lo que
se tiene, pero ¿ysi no se tiene nada? Quizá tampoco a los
benefactores les resulta fácil, eso se comprende, pero es
evidente que hay que tener algo. Sí, el altruismo es una
virtud rara, porque no es rentable.

San Martín, lo sabéis todos,


la pobreza alivió.
Viendo en la nieve a un miserable
le ofreció medio manto, muy amable,
y así fue como se heló.
¡Elgesto fue su perdición!
Mirad, aún no era noche
y ya no había solución:
El altruismo había sido un derroche.
¡Dichoso el que es inocentón!

¡Ylo mismo nos pasa a nosotros! [Somos gente de bien,


nos ayudamos, no robamos, no matamos, no incendia-
mos! Y se puede decir que nos va cada vez peor y que en
nosotros se demuestra la verdad de la canción, y las sopas
escasean, pero si fuéramos de otra forma y asesinos y la-
drones, ¡quizá tuviéramos el estómago lleno! Porque las
virtudes no son recompensadas, sólo las fechorías, ¡así es
el mundo y no debería serlo!
212 Bertolt Brecht

y veis aquí a gente de orden,


temerosa de Dios.
De nada nos habrá servido.
Vosotros que más suerte habéis tenido
dadnos lo que os sobra a vos.
¡Que fuimos buenos de nación!
Mirad, aún no era noche
yya no había solución:
Temer a Dios había sido un derroche.
[Dichoso el que es inocentón!

UNA voz desde arriba: ¡Eh,vosotros! ¡Subid!Podéis comeros


una sopa.
MADRE CORAJE. Lamb, yo no podría tragar bocado. No digo
que lo que dices no sea razonable, pero ¿estu última pa-
labra? Nos hemos llevado bien.
EL COCINERO. La última. Piénsatelo.
MADRE CORAJE. No necesito pensar nada. No la voy a dejar
aquí.
EL COCINERO. Sería muy poco razonable, pero no puedo ha-
cer nada. No soy un monstruo, pero la posada es peque-
ña. Y ahora vamos a subir, porque si no, tampoco aquí
nos darán nada y habremos cantado en balde con este
frío.
MADRE CORAJE. Voya buscar a Kattrin.
EL COCINERO. Será mejor que guardes ahí algo para ella. Si
aparecemos los tres, se asustarán. Salenlosdos.

Kattrin baja del carromato con un hatillo. Mira a su alre-


dedorparaasegurarse de que se han ido. Luego coloca jun-
tos, sobre la rueda del carro, unospantalones viejos del co-
cinero y unafalda de su madre, deforma que se vean bien.
Ha terminado y se dispone a irse con su hatillo, cuando
MadreCoraje vuelvede la casa.
Madre Coraje y sus hijos: 10 213
MADRE CORAJE, con una escudilla de sopa: ¡Kattrin! ¡Qué-
date ahí! ¿Adónde vas con ese hatillo? ¿Estás dejada de la
mano de Dios? ¿Has perdido el juicio? Registraelhatillo.
¡Has recogido todas sus cosas! ¿Has estado escuchan-
do? Le he dicho que nada de Utrecht ni de su maldita
posada. ¿Qué se nos ha perdido allí? Ni tú ni yo estamos
hechas para una posada. La guerra nos reserva todavía
muchas cosas. Ve los pantalones y la falda. Qué tonta
eres. ¿Qué crees que habría pasado si hubiera visto esto
después de irte tú? Sujeta firmemente a Kattrin, que
quiere irse. No creas que lo he despedido por ti. Ha sido
por el carro, por eso. No me voy a separar del carro al
que estoy acostumbrada, no es por ti, sino por el carro.
Nos vamos a ir en otra dirección, y dejaremos las cosas
del cocinero aquí, para que ese bobo las encuentre.
Sube al carro y echafuera otras cosas, junto a lospanta-
lones. Bueno, ése ha dejado de ocuparse de nuestros
asuntos y ningún otro volverá a meterse en ellos. Ahora
seguiremos las dos. También este invierno pasará,
como todos los demás. Engánchate al carro, es posible
que nieve.

Las dos se enganchan al carro, lo hacen girar y salen ti-


rando de él. Cuando entra el cocinero, contemplaestupe-
facto sus cosas.

10

DURANTE TODO EL AÑO 1635, MADRE CORAJE Y SU


HIJA KATTRINRECORRENLOSCAMINOS DE LA ALE-
MANIA CENTRAL, SIGUIENDO A UNOS EJÉRCITOS
CADAVEZ MÁS ANDRAJOSOS

Camino.
214 Bertolt Brecht

Madre Coraje y Kattrin tiran del carromato. Pasan por de-


lante de una alquería, en la que se oye cantar una voz.

LA VOZ
El rosal nos alegró
en mitad del jardín
al florecer muy hermoso.
En marzo se le plantó,
lo que fue muy trabajoso.
Dichoso sea el trajín,
que floreció tan airoso.

Yasoplan vientos de nieve


a través de los pinos,
pero nada nos conmueve:
Hemos techado la casa
con paja y con argamasa.
Ay de aquel que los caminos
hoya recorrer se atreve.

Madre Coraje y Kattrin se han detenido a escuchar, y lue-


go siguensu camino.

11

ENERO DE 1636. LAS TROPAS IMPERIALES AMENA-


ZAN LA CIUDAD PROTESTANTE DE HALLE. LA PIE-
DRA ROMPE A HABLAR. MADRE CORAJE PIERDE A
SU HIJA Y CONTINÚA SOLA. LA GUERRA DISTA MU-
CHO DE TERMINAR

Elcarromato, en muy mal estado, seencuentrajunto a una al-


queríade enorme techodepaja, adosadaa una pared rocosa.
Madre Coraje y sus hijos: 11 215
Es de noche.
Del bosquecillo salen un alférezy tres soldados con pesadas
armaduras.

EL ALFÉREZ. No quiero ruidos. Al que grite le dais con la pica.


PRIMER SOLDADO. Pero tendremos que llamar a la puerta si
queremos un guía.
EL ALFÉREZ. Llamar no es un ruido anormal. Puede ser tam-
bién una vaca que se da contra la pared del establo.

Los soldados llaman a la puerta de la alquería. Abre una


campesina. Ellos le tapan la boca. Entran dos soldados.

VOCES DE HOMBRE dentro: ¿Quién es?

Lossoldadossacana un campesino ya su hijo.


EL ALFÉREZ señala el carromato, en el que Kattrin ha asoma-
do la cabeza: Ahí también hay una. Un soldadola hacesa-
lir. ¿Sois todos los que vivís aquí?
LOS CAMPESINOS. Éste es nuestro hijo. -y ésa es una muda.
-Su madre ha ido a la ciudad a comprar. -Para su nego-
cio, porque hay muchos que huyen y venden barato.
-Son gente ambulante, cantineras.
EL ALFÉREZ. OS aconsejo que os estéis tranquilos porque, al
menor ruido, os daremos con la pica en la cabezota. Y ne-
cesito a uno que nos enseñe el camino de la ciudad. Se-
ñala al campesinojoven: ¡Tú, ven aquí!
EL CAMPESINO JOVEN. Yono sé nada de caminos.
SEGUNDO SOLDADO, haciendo una mueca: No sabe nada de
caminos.
EL CAMPESINO JOVEN. Yono ayudo a los católicos.
EL ALFÉREZ, al segundosoldado: ¡Dale con la pica en las cos-
tillas!
EL CAMPESINO JOVEN, obligado a arrodillarse y amenazado
por la pica: No lo haré aunque me matéis.
216 Bertolt Brecht

PRIMER SOLDADO. Sé cómo hacerle entrar en razón. Se diri-


ge al establo. Dos vacas y un buey. Escúchame: si no
atiendes a razones, te hago pedazos el ganado.
EL CAMPESINO JOVEN. ¡Elganado no!
EL CAMPESINO, llorando: Señor capitán, no haga daño a
nuestro ganado, porque si no, nos moriremos de hambre.
EL ALFÉREZ. Si él se emperra, adiós ganado.
PRIMER SOLDADO. Empezaré por el buey.
EL CAMPESINO JOVEN, al viejo: ¿Lo hago? La campesina dice
que sí con la cabeza. Lo haré.
LA CAMPESINA. Y muchas gracias, señor capitán, por haber-
nos perdonado, por los siglos de los siglos, amén.

El campesino impide a la campesina seguir dando las gra-


cias.

PRIMER SOLDADO. j Ya sabía yo que el buey les importaba


más que nada!

Guiados por el campesino joven, el alférez y los soldados si-


guen su camino.

EL CAMPESINO. Me gustaría saber qué se proponen. Nada


bueno.
LA CAMPESINA. Quizá sean sólo exploradores... ¿Qué vas a
hacer?
EL CAMPESINO, arrimando una escalerilla al techo y subién-
dose a ella: Mirar si están solos. Desde arriba: Algo se
mueve en el bosquecillo. Veo algo hasta la cantera. Y hay
también coraceros en el claro. Y un cañón. Eso es más de
un regimiento. Dios se apiade de la ciudad y de todos los
que hay en ella.
LA CAMPESINA. ¿Hay luces en la ciudad?
EL CAMPESINO. Ninguna. Están durmiendo. Baja de la esca-
lerilla. Si entran, los pasarán a todos a cuchillo.
Madre Coraje y sus hijos: 11 217
LA CAMPESINA. El centinela los descubrirá a tiempo.
EL CAMPESINO. Al centinela de la torre de la colina deben de
haberlo matado, porque si no, habría tocado la trompa.
LA CAMPESINA. Si fuéramos más ...
EL CAMPESINO. Solos aquí arriba con esta inválida .
LA CAMPESINA. No podemos hacer nada, ¿crees que ?
EL CAMPESINO. Nada.
LA CAMPESINA. No podemos correr hasta allí abajo en plena
noche.
EL CAMPESINO. Toda la colina está llena de ellos. Ni siquiera
podemos hacer señales.
LA CAMPESINA. ¿Para que nos maten también aquí arriba?
EL CAMPESINO. Sí, no podemos hacer nada.
LA CAMPESINA, a Kattrin: [Reza, pobre animalito, reza!
No podemos hacer nada para evitar el derramamiento
de sangre. Si no puedes hablar, al menos sabrás rezar.
Él te oirá aunque nadie te oiga. Yo te acompañaré. To-
dos se arrodillan, Kattrin detrás de los campesinos. Pa-
dre Nuestro que estás en los cielos, escucha nuestra
plegaria, no dejes que la ciudad perezca con todos los
que están dentro durmiendo sin sospechar nada. Des-
piértalos para que se levanten y vayan a las murallas y
vean cómo los otros vienen por los prados en la noche,
con picas y cañones, bajando de la colina. Volviéndose
a Kattrin: Protege a nuestra madre y haz que el centi-
nela no duerma sino que esté despierto, porque si no,
será demasiado tarde. También nuestro cuñado está
allí, con sus cuatro hijos, no los dejes perecer, son ino-
centes y no saben nada de nada. A Kattrin, qul' gime:
Uno no ha cumplido aún los dos años y el mayor tiene
ya siete. Kattrin se pone en pie, trastornada. Pudre
Nuestro, escúchanos, porque sólo tú puedes ayudar-
nos y si no, pereceremos, ¿por qué? Porque somos dé-
biles y no tenemos picas ni nada y no podemos intcn-
tar nada y estamos en tus manos con nuestro ganado y
218 Bertolt Brecht

con toda la granja, y lo mismo la ciudad, también está


en tus manos, y el enemigo está ante las murallas con
muchas fuerzas.

Kattrin se ha metido en el carromato sin ser vista, ha sa-


cado algo, se lo ha metido bajo el delantaly ha subidopor
la escalerilla al techo del establo.

Piensa en los niños, que están en peligro, sobre todo los


más pequeños, en los ancianos que no pueden moverse,
y en todas tus criaturas.
EL CAMPESINO. Y perdónanos nuestras deudas como noso-
tros perdonamos a nuestros deudores. Amén.

Kattrin, sentada en el techo, empieza a tocar el tambor


que ha sacadode debajodel delantal.

LA CAMPESINA. Jesús, ¿qué hace ésa?


EL CAMPESINO. Ha perdido el juicio.
LA CAMPESINA. ¡Hazla bajar, deprisa! El campesinocorre ha-
cia la escalerilla, pero Kattrin la sube al techo. Va a ser
nuestra desgracia.
EL CAMPESINO. ¡Deja de tocar inmediatamente, lisiada!
LA CAMPESINA. Quiere atraer aquí a los imperiales.
EL CAMPESINO, buscando una piedrapor el suelo: ¡Tela voy a
tirar!
LA CAMPESINA. ¿No te da lástima? ¿No tienes corazón? ¡Esta-
mos perdidos si vienen aquí! Nos degollarán. Kattrin
mira a lo lejos, a la ciudad, y sigue tocando el tambor. La
campesinaal viejo: Ya te dije que no dejaras entrar en la
granja a esa gentuza. Qué les importa si nos quitan hasta
la última cabeza de ganado.
EL ALFÉREZ entra corriendo con sus soldadosy el campesino
joven: ¡OSvoy a hacer pedazos!
Madre Coraje y sus hijos: 11 219

LA CAMPESINA. Señor oficial, somos inocentes, no es culpa


nuestra. Se ha subido ahí a escondidas. Es una extraña.
EL ALFÉREZ. ¿Dónde está la escala?
EL CAMPESINO. Arriba.
EL ALFÉREZ, hacia arriba: ¡Te ordeno que tires ese tambor!

Kattrin sigue tocando.

Estáis todos confabulados. Pero no vais a vivir para con-


tarlo.
EL CAMPESINO. Ahí en el bosquecillo han talado abetos. Si
traemos un tronco y la echamos abajo con él...
PRIMER SOLDADO, al alférez: Solicito autorización para hacer
una propuesta. Dicealgo al alférez, al oído. Elalférez asien-
te. Escucha, te vamos a hacer una propuesta que te convie-
ne. Baja y ven con nosotros a la ciudad, inmediatamente.
Dinos quién es tu madre y se salvará,

Kattrin sigue tocandoel tambor.

EL ALFÉREZ, apartando brutalmente al soldado: No se fía de


ti, lo que, con tu jeta, no es de extrañar. Grita hacia arri-
ba. ¿Y si te doy mi palabra? Soy oficial y tengo mi honor.

Kattrin toca el tambor con másfuerza.

Ésa no respeta nada.


EL CAMPESINO JOVEN. Señor oficial, ¡no lo hace sólo por su
madre!
PRIMER SOLDADO. No puede seguir más tiempo. Van a oírla
en la ciudad.
EL ALFÉREZ. Tendríamos que hacer un ruido más fuerte que
el del tambor. ¿Con qué podríamos hacer ruido?
PRIMER SOLDADO. No debemos hacer ruido.
EL ALFÉREZ. Un ruido inocente, zoquete. Un ruido no gue-
rrero.
220 Bertolt Brecht

EL CAMPESINO. Yo podría partir leña con el hacha.


EL ALFÉREZ. Sí, parte. El campesino trae el hacha y empieza a
golpear el tronco. ¡Más fuerte! ¡Más! ¡Teestás jugando la
vida!

Kattrin ha estado escuchando, mientras tocaba con menos


fuerza. Mirando inquieta a su alrededor, sigue tocando
ahora.

El alférez al campesino: Demasiado débil. Al primer sol-


dado: Parte tú también.
EL CAMPESINO. Sólo tengo esta hacha. Deja de partir leña.
EL ALFÉREZ. Tendremos que prender fuego a la granja. La
ahumaremos.
EL CAMPESINO. Eso no servirá de nada, señor capitán. Si en
la ciudad ven el fuego, se darán cuenta de todo.

Kattrin ha vuelto a escuchar, sin dejar de tocar el tambor.


Ahora se ríe.

EL ALFÉREZ. Mira, se ríe de nosotros. No lo aguanto. La voy


a derribar de un tiro, aunque se vaya todo al diablo.
¡Traedme el arcabuz!

Dos soldados salen corriendo. Kattrin sigue tocando el


tambor.

LA CAMPESINA. Ya lo tengo, señor capitán. Ahí está su carro.


Si se lo hacemos pedazos, dejará de tocar. No tienen otra
cosa que ese carro.
EL ALFÉREZ, al joven campesino: Hazlo pedazos. Hacia arri-
ba: Si no dejas de tocar, haremos pedazos tu carro.

El campesino da unos golpes débiles al carromato.

LA CAMPESINA. ¡Deja de tocar, so bestia!


Madre Coraje y sus hijos: 11 221
Kattrin, mirando desesperada su carro, emite sonidos las-
timeros. Pero sigue tocando.

EL ALFÉREZ. ¿Dónde están esos cerdos con el arcabuz?


PRIMER SOLDADO. No deben de haber oído nada en la ciu-
dad, porque si no, oiríamos su artillería.
EL ALFÉREZ, hacia arriba: No te oyen. Yahora te vamos a ma-
tar. Por última vez: [tira ese tambor!
EL CAMPESINO JOVEN, arrojando de pronto la tabla: ¡Sigue
tocando! ¡Si no, morirán todos! Sigue tocando, sigue to-
cando...

El soldado lo derriba y le da con la pica. Kattrin empieza


a llorar,pero sigue tocando el tambor.

LA CAMPESINA. ¡En la espalda no! ¡Dios santo, lo vais a matar!

Entran corriendo los soldados con el arcabuz.

SEGUNDO SOLDADO. Alférez, el coronel está echando espuma


por la boca. Nos formarán a todos consejo de guerra.
EL ALFÉREZ. ¡Apuntadlo! ¡Apuntadlo! Hacia arriba, mien-
tras colocan el arma sobre su horquilla: ¡Por última vez:
deja de tocar! Kattrin, llorando, sigue tocando tan fuerte
como puede. ¡Fuego!

Los soldados disparan. Kattrin, herida, da todavía unos


golpes en el tambor y se desploma lentamente.

EL ALFÉREZ. ¡Seacabó el estrépito!

Pero a los últimos golpes de Kattrin suceden los cañones de


la ciudad. Se oye a lo lejos un confuso repique de campa-
nas y retumbar de cañones.

PRIMER SOLDADO. Lo ha conseguido.


222 Bertolt Brecht

12

Se acerca el amanecer. Se oyen tambores y pífanos de tropas


en marchaque se alejan.
Delante del carromato, Madre Coraje está acurrucada junto
a su hija. Los campesinos están de pie a su lado.

EL CAMPESINO, con hostilidad: Tiene que irse, mujer. Sólo


queda un regimiento. No puede usted viajar sola.
MADRE CORAJE. Quizá está dormida. Canta:

Nanita nana.
¿Qué hace ese ruido?
Los niños lloran,
tú, divertido.
Otros, harapos,
tú llevas seda,
tela de ángel
que ya no queda.
Otros no comen,
tú torta y miel.
Si no te gusta
tendrás pastel.
Nanita nana.
¿Qué hace ese ruido?
Uno en Polonia,
otro, perdido.

No hubieran debido hablarle de los niños de su cuñado.


EL CAMPESINO. Si no hubiera ido usted a la ciudad para ha-
cer sus negocios, quizá no hubiera ocurrido.
MADRE CORAJE. Ahora está dormida.
LA CAMPESINA. No está dormida, tiene que comprenderlo,
está en el otro mundo.
EL CAMPESINO. Y usted tiene que irse de una vez. Hay lobos
y, lo que es peor, salteadores.
Madre Coraje y sus hijos: 12 223
MADRE CORAJE. Sí.

Va al carromatoy saca una lona para cubrira la muerta.

LA CAMPESINA. ¿No tiene a nadie más? ¿Con quien pudiera


ir?
MADRE CORAJE. Sí, tengo a uno. Eilif.
EL CAMPESINO, mientras Madre Coraje cubrecon la lona a la
muerta: Debe encontrarlo. Nosotros nos ocuparemos de
que a ésta se le entierre como es debido. Puede estar
tranquila.
MADRE CORAJE. Tome este dinero para los gastos.

Cuenta el dinero en la mano del campesino.


Elcampesinoy su hijo ledan la manoy sellevana Kattrin.

LA CAMPESINA, al salir: ¡Dése prisa!


MADRE CORAJE, enganchándose en el carromato: Espero po-
der tirar del carro yo sola. Irá bien, no hay gran cosa den-
tro. Tengo que volver a los negocios.

Otro regimiento pasa alfondo conpífanosy tambores.

MADRE CORAJE, tirando del carro: ¡Voy con vosotros!

Se oye cantar alfondo:

Con sus peligros y sus azares


la guerra nunca llega a su fin.
Cien años duran ya los pesares
y aún no ha tenido ningún festín.
Comiendo mierda y el culo roto
su paga, alguien se la llevó.
No quiere armar ningún alboroto
aún queda guerra, aún no acabó.
224 Berto1t Brecht

Es primavera. ¡Alza cristiano!


La nieve funde. Descansa el muerto.
Si queda alguien que aún esté sano
puede largarse. Será un acierto.
Observaciones sobre
«Madre Coraje y sus hijos»

El estreno de Madre Coraje y sus hijos en Zúrich durante la guerra


de Hitler, con la extraordinaria Thcrese Giehse en el papel princi-
pal, permitió que la prensa burguesa hablara, a pesar de la actitud
antifascista y pacifista del público del Schauspielhaus de Zúrich,
formado sobre todo por emigrantes alemanes, de una tragedia en
la línea de Níobe y de la estremecedora vitalidad de aquella madre
de instintos animales. Así advertido, el autor hizo algunos cambios
para la representación de Berlín. A continuación figura el texto
original.

Escena 1, página 140

MADRE CORAJE•••• Sed todos prudentes, lo necesitaréis. Y ahora al


carro y vamos a continuar.
EL SARGENTO MAYOR. No me siento nada bien.
EL RECLUTADOR. Quizá te hayas resfriado cuando te quitaste el cas-
co, con este viento.

El sargento mayor estrecha el casco contrasí.

MADRE CORAJE. Y tú dame mis papeles. Me los puede pedir otro y


entonces estaría sin papeles. Los reúne en la caja de estaño.

225
226 Bertolt Brecht

EL RECLUTADOR, a Eilif: Por lo menos puedes echar una ojeada a las


botas. Y los hombres echaremos un trago. Y así verás, tengo el
dinero de la prima, ven detrás del carro.

Se meten detrásdel carromato.

EL SARGENTO MAYOR. No entiendo. Siempre me quedo atrás. No hay


puesto más seguro que el de sargento mayor. P.uedes mandar a
los otros por delante para que se cubran de gloria. Se me ha cha-
fado la comida. Sé que no voy a poder probar bocado.
MADRE CORAJE, dirigiéndose a él: No te lo debes tomar tan a pecho
como para no comer. Quédate sencillamente atrás. Echa un tra-
go de aguardiente, hombre, y no me lo tomes a mal. Le da de be-
ber desdeel carromato.
EL RECLUTADOR, coge a Eilijdel brazoy se lo llevahacia elfondo: De
todas formas estás listo. Has sacado una cruz, ¿y qué? Diez flori-
nes en mano, y serás un hombre valiente y lucharás por el rey, y
las mujeres se pegarán por ti. Y a mí podrás partirme la boca,
por haberte ofendido. Salen losdos.

Kattrin, la muda, lanza sonidosroncos, porque se ha dado cuen-


ta de que se lo llevan.

MADRE CORAJE. Yavoy, Kattrin, ya voy. El sargento mayor se siente


mal, es supersticioso, no lo sabía. Y ahora vamos a seguir. ¿Dón-
de está Eilif?
SCHWEIZERKAS. Debe de haberse ido con el reclutador. Ha estado
hablando todo el tiempo con él.

Escena 5, página 179

MADRE CORAJE. ¿Cómo, que no puedes pagar? Si no hay dinero no


hay aguardiente. Ésos tocan marchas, pero no pagan las solda-
das.
SOLDADO. Quiero un aguardiente. He llegado demasiado tarde para
el saqueo, porque sólo dejaron saquear la ciudad una hora. El ca-
pitán ha dicho que no era un monstruo. He oído decir que la ciu-
dad le había pagado algo.
Observaciones sobre «Madre Coraje y sus hijos»
227
EL PREDICADOR entra dando traspiés: En la granja hay todavía algu-
nos. La familia del campesino. Que alguien me ayude. Necesito
lienzos.

Elsegundosoldadosale con él.

MADRE CORAJE. No tengo. He vendido todas mis vendas al regi-


miento. No voy a rasgar para ésos mis camisas de oficial.
EL PREDICADOR, llamandodesdefuera: He dicho que necesito lienzos.
MADRE CORAJE, rebuscando en su carromato: No le daré nada. Ésos
no pagan, ¿por qué? Porque no tienen nada.
EL PREDICADOR, inclinadosobre una mujer a la que ha traído: ¿Por
qué os quedasteis bajo el fuego de los cañones?
LA MUJER DEL CAMPESINO, débilmente: La granja.
MADRE CORAJE. ¡Dejar ésos algo! Mis preciosas camisas. Mañana
vendrán los señores oficiales y no tendré nada para ellos. Tira
una, que Kattrin lleva a la mujer del campesino. ¡Cómo puedo
dar algo! Yo no he empezado la guerra.
PRIMER SOLDADO. Son protestantes. ¿Por qué tenían que ser protes-
tantes?
MADRE CORAJE. Me importa un pito su religión. Les han destruido
la granja.
SEGUNDO SOLDADO. No son protestantes. Son también católicos.
PRIMER SOLDADO. No podíamos darles un trato especial en el bom-
bardeo.
UN CAMPESINO al que traeelpredicador: Tengo el brazo destrozado.
EL PREDICADOR. ¿Dónde está el lienzo?

Se oyeen la casauna voz de niño lastimera.

EL PREDICADOR, a la mujer: Quédate ahí.


MADRE CORAJE. Saca al niño.

Kattrin corre adentro.

MADRE CORAJE, desgarrando camisas: A medio florín la pieza. Estoy


arruinada. No la mueva al vendarla, quizá sea la espina dorsal.
A Kattrin, que ha sacadoa un bebéde las ruinasy lo pasea acu-
nándolo:
228 Bertolt Brecht

MADRE CORAJE. ¿Has vuelto a encontrar a un bebé que pasear? Dá-


selo inmediatamente a su madre, porque si no, tendré que pe-
learme horas contigo para quitártelo, ¿me oyes? Kattrin no se in-
muta. Vuestras victorias sólo me producen pérdidas. Bueno,
eso tendrá que bastar, capellán, no me derroche el lienzo, se lo
ruego.
EL PREDICADOR. Necesito más, la sangre pasa.

Kattrin acuna al bebé y balbucea una canción de cuna.

MADRE CORAJE, hablando de Kattrin: Ahí está ella sentada, feliz en


medio de toda esta desolación, dáselo enseguida a su madre,
que está volviendo en sí. Mientras Kattrin, de mala gana, de-
vuelve el niño por fin a la mujer del campesino, desgarra otra
camisa. No daré nada, no quiero, tengo que pensar en mí mis-
ma. Al segundo soldado: No pongas esa cara y vete a decirle a
ésos que paren la música, ya vemos que han vencido. Tómate
un vaso de aguardiente, predicador, no me digas que no, ya
tengo suficientes preocupaciones. Tiene que bajar del carro-
mato para quitarle su hija al primer soldado, que está borracho.
Animal, ¿quieres seguir venciendo? Alto ahí, no te irás sin pa-
gar. Al campesino: A tu niño no le pasa nada. Ponle algo -se-
ñalando a la mujer- debajo. Al primer soldado: Entonces deja
aquí tu abrigo. De todas formas será robado. El primer solda-
do sale tambaleándose. Madre Coraje sigue desgarrando cami-
sas.
EL PREDICADOR. Todavía hay alguien ahí debajo.
MADRE CORAJE. Tranquilo, las romperé todas.

Escena 7, página 191

Camino. El predicador, Madre Coraje y su hija Kattrin tiran del


carromato, que está sucio y destartalado, aunque de él cuelgan
nuevas mercancías.

MADRE CORAJE, canta:


Alguno quiere la tierra entera
y se pone a ello, zumba que zumba.
Observaciones sobre «Madre Coraje y sus hijos» 229
Quien cavarse un refugio espera,
se cava sólo una pronta tumba.
He visto a muchos apresurarse
y correr veloces al cementerio...
Quien está allí debe preguntarse
por qué corría. Es un misterio.

Se oye el estribillo de «Esprimavera», tocado por una armónica.

Escena 12, página 219

EL CAMPESINO.Tiene que irse, mujer. Sólo queda por pasar un regi-


miento. No puede usted viajar sola.
MADRE CORAJE. Todavía respira. Quizá sólo se haya adormecido.

En las guerras campesinas, la mayor calamidad de la historia ale-


mana, se arrancaron los colmillos a la Reforma en lo que a los
aspectos sociales se refiere. Quedaron los negocios y el cinismo.
Madre Coraje -dicho sea para ayudar a la representación teatral-
comprende, como sus amigos y huéspedes y como casi todos, el ca-
rácter puramente mercantil de la guerra: eso es precisamente lo que
la atrae. Cree en la guerra hasta el fin. Ni siquiera se le ocurre que
hay que tener un cuchillo muy largo para poder sacar tajada de la
guerra. Quien contempla una catástrofe espera siempre, equivoca-
damente, que las víctimas aprendan algo de ella. Mientras la masa
sea el objeto de la política, no podrá considerar lo que le sucede
como un experimento, sino como un destino; aprende tan poco de
la catástrofe como un conejillo de Indias de biología. No incumbe al
autor de la obra abrir los ojos al final a Madre Coraje... Ella com-
prende algo hacia la mitad de la pieza, al final de la escena 6, pero
luego vuelve a perder esa comprensión... Lo que importa al autor es
que el espectador comprenda.
Acerca de las obras recogidas en este volumen

Madre Coraje y sus hijos

Fecha de creación: 1939. Introducción (Versuche, cuaderno 8,


1949): «Madre Coraje y sus hijos, escrita en Escandinavia antes de
comenzar la Segunda Guerra Mundial, es el Versuch 20. Paul Des-
sau le puso música». Una estrofa posterior de la canción de la Ma-
dre Coraje dice así:

Llegará el día, no muy lejano


que ponga fin a tantos horrores.
En ese día, créeme hermano,
no habrá ya guerras de los señores.
A traficantes y a sus sicarios
y a ese negocio tan inhumano
los barrerán hombres ordinarios
de un nuevo mundo mucho más sano.
Llegará el día. Cuándo será,
nadie lo sabe. Aún está abierto.
Quien a nosotros se acercará
que lo haga pronto. Será un acierto.

La «antigua canción» que canta el predicador en la escena 3 es


una elaboración de una canción de horas medieval. La canción

231
232 Bertolt Brecht

mendicante sobre los grandes genios que interpreta el cocinero


ante la casa parroquial (escena 9) se basa en la «Canción de Salo-
món» de La áperade cuatro cuartos.
Índice

VIDA DE GALILEO •.•••••...••••.••••..•••.•...• 7


Observaciones sobre Vida de Galileo 129
MADRE CORAJE y SUS HIJOS . • . • • • . . • • • • • • • • . . • . . . 131
Observaciones sobre Madre Coraje y sus hijos ..... 225
Acerca de las obras recogidas en este volumen . . . . . 231

.1

233
3460597
**

Si bien la obra de Bertolt Brecht (18!)!! ' (Jl)(») abarca


muy diversos géneros, su legado literario h,) ejercido
una influencia decisiva ante lodo I II l'I dominio del
teatro. Después de un largo (' ilio Iorz.nlu por el
régimen nazi, a su regre o a Ah 11 1.111 1.1 lundo y dirigió
la compañía Berliner Ens mhlc, dOlldl ll cv ú ,) la
práctica, a través de sus múltiplc-, l pcn cn t ias
innovadoras, su teoría del t(,<JtTO épico. que postula
sustituir la intensidad emocional ligada al teatro
tradicional por el alejamiento reflexivo y la observación
crítica a través del distanciamiento. Este séptimo
volumen de la serie que recoge su «Teatro completo»
incluye dos obras escritas entre 1938 y 1939: VlDA DE
GALILEO Y MADRE CORAJE Y SUS HIJOS.

ISBN 84-206-3709-2 El libro de bolsillo

911~llllll!11111~IJIJ~~~1I

También podría gustarte