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El Manifiesto Liminar de Córdoba ayer y hoy
EDUCACIÓN
JUNIO 14 DE 2018BUCARAMANGA
Los tiempos han cambiado y las instituciones también. A 100 años del Manifiesto
de Córdoba, la universidad colombiana debe estar abierta a la coyuntura política y
social que se vive en este nuevo escenario de paz y también debe propiciar
cambios en sus sistemas de gobierno para fortalecer su institucionalidad.
La universidad no debe ser el reflejo de la sociedad colombiana. Por el contrario,
debe ser el lugar de donde salen las más importantes propuestas para mejorar la
situación política y económica de los grupos humanos. Está en las manos de los
jóvenes forjar la nación mediante ideas y hechos que permitan transformar no solo
la universidad sino la sociedad colombiana.
Algunas instituciones universitarias evidencian una democracia participativa y un
profundo sentido social. También son escenario de cursos libres y por concurso,
participación estudiantil en el gobierno universitario y dimensión universal del
saber. No obstante, aún es necesario defender la universidad para cristalizar un
nuevo ideario que se ajuste a las demandas del contexto social; una apuesta en la
que predomine la generación de conocimientos y no su mera transmisión con el
único afán de formar una delgada capa de capital humano altamente disciplinado
para ingresar al mercado laboral.
El Manifiesto de Córdoba abre el debate de la universidad latinoamericana
moderna, la cual debe apostar por ser una institución abierta, científica, libre,
crítica, y en especial con un amplio sentido social. Aún está lejos la universidad
latinoamericana de aquel ideal de 1918.
Aún es necesario defender la universidad para cristalizar un nuevo ideario que se
ajuste a las demandas del contexto social.
Las estrategias gubernamentales promueven y obligan a las instituciones de
educación superior a cumplir estándares de calidad, que se deben alcanzar con
bajos presupuestos para lograr los topes impuestos. Es probable que tanto
estudiantes como profesores hayamos olvidado que la universidad debe ser un
ente autónomo con responsabilidad frente a la nación y el Estado, con un alto
sentido crítico ante un devenir planetario convulso y con grandes problemas
ambientales y de inequidad.
El logro de los estándares de calidad no debe hacer olvidar que la universidad más
que un centro educativo debe ser un ente crítico del acontecer universal y
propender por fortalecer la investigación y el conocimiento con miras a participar
de un cambio social y no solo entre sus estudiantes.
La libertad de cátedra, la función social de la universidad y la lucha contra cualquier forma
autoritaria de saber y de gobierno fueron algunas de las demandas del Manifiesto de Córdoba.
Crédito: Archivo Unimedios
Los jóvenes universitarios están llamados a ser “la levadura del pan que saldrá del
horno con toda su sabrosura para la boca del pobre que come con amargura”,
escribió Violeta Parra, la cantautora y artista chilena. Es fundamental que el
estudiante de hoy se apropie de los principios de Córdoba no solo para un “hacer”
en la universidad sino para un “ser” que le permita llegar a la sociedad con ideas,
liderazgo y emprendimiento.
La autonomía es la expresión más elevada de la libertad porque significa la
voluntad y el deseo de asumir directamente la responsabilidad de la propia vida,
impidiendo que otros la decidan. Significa que la persona ha elegido una
posibilidad propia de existencia en comunidad y que se rige a sí misma para lograr
las metas que ha escogido como valiosas, imponiéndose la disciplina necesaria
para alcanzar sus fines elegidos libremente.
La persona autónoma tiene que resolver con éxito las amenazas que se interponen
al logro de sus fines, al poder externo de los otros que se empecinan en coartar su
voluntad de independencia y decisión autónoma, y al poder interno de sus propias
pulsiones y pasiones que doblegan su voluntad y lo tornan manipulable. Como lo
deja ver el Manifiesto Liminar de Córdoba, la autonomía significa ser señor de sí
mismo y obedecer principios éticos fundamentales incorporados como propios.
Creonte sepulta a Antígona en vida y ante esta injusticia el pueblo tebano se
subleva y todas las desgracias cobijan al tirano. Antígona se convierte así en un
símbolo universal de la libertad.
Si la autonomía es un anhelo de autenticidad, su opuesto es el miedo a la
originalidad y el afán de uniformidad. Es por ello que la autonomía es un deber de
todas las personas para consigo mismas, un autorrespeto en razón del miedo y la
pereza de muchas personas para asumir este deber de su libertad.
Sófocles escenifica a Antígona como una mujer autónoma por su actuación moral y
valentía para actuar según su propio dictamen de consciencia, aunque deba
oponerse a la ley. Ella, piadosa hija de Edipo, en cumplimiento del dictamen moral,
decide no dejar insepulto a su hermano Polinices, oponiéndose al mandato de
Creonte, quien ha asumido el poder en Tebas. Creonte sepulta a Antígona en vida
y ante esta injusticia el pueblo tebano se subleva y todas las desgracias cobijan al
tirano. Antígona se convierte así en un símbolo universal de la libertad.
Desde entonces, la autonomía es la decisión de actuar libremente según el
dictamen moral de la propia conciencia. Al extrapolar este concepto tan
antiquísimo a la universidad y al clamor de Córdoba, la autonomía es la libertad
para crear conocimiento en la diversidad, sin radicalismos políticos de ningún tipo,
regulada por la diferencia y no por la homogeneización, auténtica en su
complejidad y particularidad, dialógica.
La autonomía es, por tanto, connatural a la universalidad del saber como espacio
de esperanza porque solo con libertad y esperanza hay universidad y autonomía.
Esto y mucho más nos legó el Manifiesto Liminar de Córdoba de 1918.