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UNIDAD 4 Adolescencia
UNIDAD 4 Adolescencia
El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de
una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de
idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía (y
por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza). El duelo trae consigo graves
desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un
estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado
cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo.
Melancolía es evidente que también ella puede ser reacción frente a la pérdida de un
objeto amado. El objeto tal vez no está realmente muerto, pero se perdió como objeto de
amor (por ej. el caso de una novia abandonada). Tampoco el enfermo puede apresar en
su conciencia lo que ha perdido. Este caso podría presentarse aún siendo notoria para el
enfermo la pérdida ocasionadora de la melancolía: cuando él sabe a quien perdió, pero no
lo que perdió en él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida
de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada
inconsciente en lo que atañe a la pérdida. En el duelo hallamos que inhibición y falta de
interés se esclarecían totalmente por el trabajo del duelo que absorbía al yo. En la
melancolía la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un trabajo interior semejante
y será la responsable de la inhibición que le es característica. El melancólico nos muestra
todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico, un
enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la
melancolía, eso le ocurre al yo mismo. El enfermo nos describe a su yo como indigno,
estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y espera repulsión y
castigo. Se humilla ante todos los demás y conmisera a cada uno de sus familiares por
tener lazos con una persona tan indigna. Extiende su autocritica al pasado; asevera que
nunca fue mejor. El melancólico no se comporta en un todo como alguien que hace
contrición de arrepentimiento y autorreproche. Le falta (o al menos no es notable en él) la
vergüenza en presencia de los otros, que sería la principal característica de este último
estado. Lo esencial no es, que el melancólico tenga razón en su penosa rebaja de sí
mismo. Más bien importa que esté describiendo correctamente su situación psicológica.
Ha perdido el respeto por sí mismo y tendrá buenas razones para ello. Siguiendo la
analogía con el duelo, deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el objeto; pero
de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.
Lo que aquí se nos da a conocer es que la instancia que usualmente se llama conciencia
moral; junto con la censura de la conciencia y con el examen de realidad la contaremos
entre las grandes instituciones del yo, y en algún lugar hallaremos también las pruebas de
que puede enfermarse ella sola. El cuadro nosológico de la melancolía destaca el
desagrado moral con el propio yo por encima de otras tachas: quebranto físico, fealdad,
debilidad, inferioridad social, rara vez son objeto de esa apreciación que el enfermo hace
de sí mismo; sólo el empobrecimiento ocupa un lugar privilegiado entre sus temores o
aseveraciones.
Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada; por
obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un
sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un
quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, que
para producirse parece requerir varias condiciones. La investidura de objeto resultó poco
resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se
retiró sobre el yo. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el
sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no
deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. (ambos retiran la libido de los
objetos: duelo deposita la libido en nuevos obj. melancolía deposita en el yo, identificación
narcisista).
La melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra parte a la
regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo.
El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas
partes energías de investidura vacía al yo hasta el empobrecimiento total; es fácil que se
muestre resistente contra el deseo del dormir del yo.
El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual
modo todas las energías del yo. La realidad pronuncia su veredicto: el objeto ya no existe
más.
La melancolía, como hemos llegado a saber, contiene algo más que el duelo normal. La
relación con el objeto no es en ella simple; la complica el conflicto de ambivalencia. La
melancolía puede surgir en una gama más vasta de ocasiones que el duelo, que por regla
general sólo es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto.
De las tres premisas de la melancolía: la pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de
la libido al yo, a las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras
acontecimientos de muerte.
Moreira D. “El Edipo y sus tiempos”
El Edipo implica una estructura legal que preexiste al sujeto, que prohíbe, ordena y
distribuye lugares. En 1985 Lacan se ocupa de la dialéctica del complejo de Edipo, lo
diferencia con relación a la metáfora paterna y plantea que se desenvuelve en tres
tiempos lógicos.
A qué nos referimos con la expresión metáfora paterna? ¿ a colocar al padre, en cuanto
símbolo o significante, en lugar de la madre. Se trata de una metáfora generada por el
significante denominado Nombre-del-Padre que se constituye en el fundamento de la ley.
Primer tiempo (identificación con el falo): Lo que el niño procura es poder satisfacer el
deseo de la madre (deseo del deseo, ser el objeto del deseo de la madre. Se trata de un
momento fálico fundamental, aquel donde la metáfora paterna, opera en si donde la
primacía del falo está instaurada en la cultura. El pequeño aún no ha registrado que sobre
el deseo de la madre opera una prohibición. Pero, aunque aún no se enteró de esa
prohibición sufre sus efectos, ya que opera en la madre. No se trata de una relación de
dos (dual) sino que por el contrario se incluyen tres El niño, la madre y el falo. Sabemos
que en la madre la metáfora paterna condena a ésta a la metonimia del deseo. En este
contexto, el niño procura detener la metonimia del deseo de la madre, tratando de
constituirse como la razón del deseo, es decir, como el falo (de carácter imaginario). Y
como nos es consabido el pequeño depende del deseo de la madre, de la primera
simbolización. Gracias a esta simbolización, el niño accede a desprender su dependencia
del deseo de la madre, configurándose de esta manera algo que se subjetiva.
En tanto vive la madre en un mundo simbólico, en un mundo parlante, y aunque sólo viva
de forma parcial en este mundo, esta simbolización primordial le posibilita al niño la
dimensión de algo diferente que la madre desea. Ella desea algo más que el pequeño, es
deseo de otra cosa distinta, que remite al orden simbólico del cual depende.
Segundo tiempo (la privación en un doble sentido): Aquí, el padre interviene como
privación en la relación madre-hijo-falo. La omnipotencia materna es cuestionada. A este
nivel lo que vuelve al pequeño es simplemente la ley del padre “concebida
imaginariamente por el sujeto como privando a la madre”. Se trata de un momento nodal y
negativo, por el cual lo que desata al sujeto de la identificación “lo vuelve a atar al mismo
tiempo a la primera aparición de la ley bajo la forma de este hecho: que la madre en eso
es dependiente, dependiente de un objeto [...]”. Dicho objeto no es sólo el objeto de su
deseo, sino que se trata de un objeto que el otro puede tener o no tener.
Tercer tiempo (identificación con el padre): marca la salida del complejo de Edipo. El
padre interviene en el tercer tiempo como el que tiene el falo pero que no lo es, de
manera que puede generar algo por lo cual la instancia del falo vuelva a instaurarse,
como objeto deseado por la madre. Vemos, entonces que el falo no es solo el objeto
privado por el padre omnipotente.
El padre puede conceder a la madre lo que ella desea. Se trata de un padre potente en el
sentido genital del término.
La posición del significante del padre es constitutiva de la posición del falo en el plano
imaginario. Este deseo del Otro, es el deseo de la madre, que tiene un más allá. Para
alcanzar este más allá se necesita una mediación, y esta mediación está dada por la
posición del padre en el orden simbólico.
Moreira D. “El trabajo de duelo”.
1) Dicatamen de la ausencia:
Se emite un juicio que proclama la no disponibilidad de un objeto. Puede tratarse de un
juicio de existencia, por ejemplo el decreto que afirma la castración o la perdida de un
objeto, o bien, un juicio critico derivado de un pensar examinador del propio yo. Estos
dictamenes suelen ser contrarrestados via desmentida.
2) El proceso de clausura:
Se deslindan las huellas de memoria del objeto perdido de la realidad lo cual implica que
la representación del objeto ausente ya no tendrá su correlato en el mundo exterior, a la
vez que se disciernen las huellas del objeto en cuestión de otras inscripciones anímicas.
3) Añoranza o nostalgia:
En su intensidad esta investidura puede derivar en una cierta estasis, que implica un
estado toxico y desprendimiento de dolor psíquico. El crecimiento de la investidura de
añoranza, se debe la “carácter irrestañable” del objeto decretado ausente. De esta
manera se generan condiciones económicas similares a la de una investidura de dolor
una región lastimada del organismo.
Duelo:
Los jóvenes y las chicas se las arreglan para pasar, ir por esta etapa de crecimiento en un
marco permanente de acuerdo con los padres reales, y sin expresar una rebelión
obligatoria en el hogar. La rebelión corresponde a la libertad que sea otorgado al hijo, al
educarlo de tal modo que exista por derecho propio. Los padres lo mejor que pueden
hacer es sobrevivir, mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún
principio importante. Esto no quiere decir que no puedan crecer ellos mismos. Esto trae
un punto central, el tan difícil de la inmadurez del adolescente. Los adultos maduros
deben conocerlo, y creer en su propia madurez como nunca creyeron hasta ahora ni
creerán después. Hablar de inmadurez podría parecer un descenso de nivel. No es la
intención.
Es posible que de pronto un niño de cualquier edad necesite hacerse responsable, quizá
por la muerte de uno de los padres o por la separación de la familia. Ese niño será
prematuramente viejo y perderá espontaneidad y juegos, y el alegre impulso creador. Es
más frecuente que se encuentre en esa situación un adolescente, que de repente se vea
con el voto o la responsabilidad de dirigir un colegio. Es claro que si las circunstancias
varían, no se podrá dejar de invitar al joven a que se convierta en un agente responsable
antes de que madure la ocasión. Quizás deba cuidar a niños menores, o educarlos, y
puede existir una absoluta necesidad de dinero para vivir. Pero las, cosas son muy
distintas cuando, por política deliberada, los adultos delegan la responsabilidad; por cierto
que hacer tal cosa puede ser una forma de traicionar a los hijos en un momento crítico. Se
pierde toda la actividad imaginativa y los esfuerzos de la inmadurez. Ya no tiene sentido la
rebelión, y el adolescente que triunfa demasiado temprano resulta presa de su propia
trampa, tiene que convertirse en dictador y esperar a ser muerto, no por nueva generación
de sus propios hijos, sino por sus hermanos. Como es lógico, trata de dominarlos. Afirmo
que el adoles-cente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de la salud en la
adolescencia. No hay más que una cura para ella, y es el paso del tiempo y la maduración
que este pueda traer. La inmadurez es una parte preciosa de la escena adolescente.
Contiene los rasgos más estimulantes de pensamiento creador, sentimientos nuevos y
frescos, ideas para una nueva vida. La sociedad necesita ser sacudida por las
aspiraciones de quienes no son responsables. Si los adultos abdican, el adolescente se
convierte en un adulto en forma prematura, y por un proceso falso. Se podría aconsejar a
la sociedad: por el bien de los adolescentes y de su inmadurez, no les permitan
adelantarse y llegar a una falsa madurez, no les entreguen una responsabilidad que no
les corresponde, aunque luchen por ella. El triunfo corresponde a esta consecución de la
madurez por medio del proceso de crecimiento.
Resulta estimulante que la adolescencia se haga oír y se haya vuelto activa. Hacen falta
adultos si se quiere que los adolescentes tengan vida y vivacidad. La confrontación se
refiere una contención que no posea características de repre-salía, de venganza, pero
que tenga su propia fuerza. Que los jóvenes modifiquen la sociedad y enseñen a los
adultos a ver el mundo en forma renovada; pero donde existe el desafío de un joven en
crecimiento, que haya un adulto para encararlo. Y no es obligatorio que ello resulte
agradable.
Sahovaler, Jose (2007) “Los trabajos de la adolescencia tardía” en Revista Actualidad
Psicológica, pág. 14 a 17.
Introducción.
Algunos aspectos de esta postura clásica: para Freud una vez atravesado el Edipo e
instalado el superyó, están dados los elementos necesarios para entender la
psicopatología adulta. Por otro lado, la etapa adolescente no fue estudiada con la misma
meticulosidad; para Freud bastaba con investigar la etapa infantil, el complejo de Edipo y
la castración infantil.
Hoy día los jóvenes se muestran menos ansiosos de abandonar el núcleo primario que en
los años 70`. Esto se debe, en parte, a que la apertura a la sexualidad de los hijos y a la
posibilidad de mantener relaciones sexuales en la casa familiar ha restado un incentivo
para la independencia. Pero por otra parte, le mundo de los adultos ha dejado de ser un
mundo tentador para el joven.
Al mismo tiempo, la relación con el grupo de pares del mismo sexo ha cambiado: el
espacio del baile ha dejado de ser un lugar de encuentro y conquista sexual para
transformarse en un ámbito donde los amigos del mismo sexo asisten para divertirse
entre ellos. La diversión incluye, de un modo indispensable, al alcohol; divertirse es
emborracharse. Esta salida toxica nos indica un refuerzo de comportamientos narcisistas
tanáticos y homosexuales en la juventud. El alcohol y las drogas deben alertarnos acerca
del sobreinvestimento del mundo sensorial en detrimento del mundo afectivo y
representacional.
Para acceder a una definición de la sexualidad adolescente tiene que articular al menos
tres cuestiones: la de elección del objeto sexual, la asunción del genero en tanto
comportamiento social reglado y la capacidad de obtener placer en el acto sexual. Estos
tres desafíos deben ser sorteados a lo largo de la adolescencia.
La sociedad adulta ha dejado de ofertar un menú de ideales yoicos al que el joven pueda
acceder. Todos los ideales se han resumido en uno solo: ganar dinero. Esta falta de
orientación social al hacer de los jóvenes los ha dejado huérfanos de “proyectos
identificatorios”. El adolescente tardío no sabe que hacer ni sabe si lo que podría desear
hacer tiene algún tipo de valor para el conjunto social al que esta destinado.
El yo como instancia que debe lidiar con el ello, el superyó y la realidad deberá
fortalecerse para poder lidiar con la pulsión genital. Cuales son las variaciones que sufre
el superyó.
El superyó al abandonar la idealización de los objetos parentales, pierde cohesión y nos
encontramos con una estructura lábil que no logra cumplir con su contenido. La
adolescencia tardía puede pensarse como el tiempo donde deberá afianzarse un superyó
adulto. El superyó es una instancia compleja que posee 3 subestructuras:
- Autobservación
- Conciencia moral
- Creación de ideales
Freud postula un origen para le superyó: por un lado es el heredero del complejo de
Edipo. A esta herencia de las relaciones objetales abandonadas se le suman las
narcisistas del yo-ideal infantil. El superyó recibe investiduras libidinales de los objetos
incestuosos abandonados e investiduras del amor del Yo para consigo mismo.
El superyó comenzado como una instancia erótica investida con la libido objetal de los
objetos primordiales y con libido narcisista primitiva, deberá deserotizarse. La
desertización superyoica habilita al Yo para ejercer cierto dominio sobre esta instancia y
así preservarse de caer bajo el dominio de las pulsiones sexuales desenfrenadas. Pero
esta deserotización lo hace proclive de ser parasitado por la pulsión de muerte, llegando,
en la melancolía, a convertirse en su depositario mas absoluto.
Como consecuencia del aflojamiento de los lazos endogámicos y de la critica a los padres
surgida a partir de la novela familiar, el superyó adolescente pierde apoyatura y se
debilita; las identificaciones con los objetos parentales que lo formaban son también
cuestionadas: los adolescentes no quieren ser como sus padres. El cuestionamiento a los
ideales parentales, que funcionan como la argamasa que une a las tres subestructuras
superyoicas, debilita la cohesión de la instancia en cuestión. En tal sentido, el conflicto
generacional es fundamental para desmontar al superyó infantil abriendo el proceso de
rearmado superyoico adolescente que ocupa gran parte de la adolescencia tardía. Este
armado deberá estar concluido con la entrada a la adultez. Ahora bien, durante el
rearmado superyoico adolescente las tres subestructuras pueden padecer avatares
diferentes, no siempre unificados. De este modo, cada subestructura podrá ser reprimida,
desmentida o aun, desestimada, corriendo junto a cada uno de estos movimientos
defensivos el riesgo de una sobreinvestidura por Tanatos.
Introducción: en relación con los intensos cambios que se producen en ese período: ¿qué
es lo que se duela? ¿Qué es lo que duele y apena perder de lo anterior? ¿Qué es lo
nuevo? ¿Cómo se produce este pasaje de lo infantil a lo juvenil? ¿Que se proyecta hacia
la adultez? Cabe agregar a esta cuestión si los cambios evolutivos en la adolescencia son
diferentes a los de otros períodos.
Peter Blos desarrolla la fase de la adolescencia, refiere que está ligada a dos temas
dominantes, a saber: la revivencia edipica positiva y la desconexión con los primeros
objetos de amor. Agrega que se puede describir esta frase en términos de dos amplios
estados afectivos: duelo y enamoramiento.
Mauricio Knobel dice al respecto: siguiendo las ideas de Aberastury podemos decir que el
adolescente realiza 3 duelos fundamentalmente: a) el duelo por el cuerpo infantil perdido,
base biológica de la adolescencia, que se impone al individuo, que no pocas veces tiene
que sentir sus cambios como algo externo frente a lo cual se encuentra como espectador
impotente de lo que ocurre en su propio organismo; b) el duelo por el rol y la identidad
infantil, que lo obliga a una renuncia de la dependencia y a una aceptación de
responsabilidad que muchas veces desconoce, y c) el duelo por los padres de la infancia.
Se une a estos el duelo por la bisexualidad infantil también pérdida.
Octavio Fernández Mouján define la adolescencia, desde la perspectiva del duelo, "como
un período donde se viven las vicisitudes de pérdidas manifestadas en todas las áreas de
relación: con el cuerpo, con los objetos externos (familia y medio ambiente) y con los
objetos internos (las identificaciones y sus configuraciones)". Genera tres tipos clásicos
de ansiedades: 1) de persecución, 2) depresivas, ligadas a las fantasías sobre la pérdida.
3) otra ansiedad muy importante en este proceso de duelo, ligada a vivir la identidad en
crisis y que suele manifestarse como despersonalización, extrañamiento y desorientación,
la ansiedad confusional. El Duelo adolescente no es un duelo "puro", que supone una
pérdida y un nuevo vínculo objetal. Durante la adolescencia la pérdida coexiste con un
"renacer".
Revisión crítica: en los autores prima una concepción freudiana del duelo, ligada a la
renuncia a los objetos primarios de amor, y su concomitante afectiva. En cuanto a las
formulaciones de Aberastury y colaboradores, es importante señalar que no definen su
concepto de duelo, no es claramente una postura kleiniana, ni es tampoco freudiana.
Tampoco definen explícitamente a que aluden con cada duelo, ni como es el proceso de
elaboración por el cual gradualmente se accede a la adultez, ni que entienden por cuerpo
infantil, rol infantil y padres de la infancia. El duelo ocupó entonces el lugar central en las
formulaciones teóricas y clínicas sobre la problemática adolescente.
Replanteos: A mi entender, una de las dificultades en torno al tema del duelo proviene de
un equívoco sobre el desarrollo: se enfatiza lo que se deja y se lo significa como pérdida.
Pero el adolescente no pierde, sino que cambia, se transforma. Es decir que lo infantil se
modifica, complejiza y organiza bajo una nueva forma. Se produce una transmutación
que, de alguna manera, incluye lo anterior. La relación con los padres, la identidad, el rol y
el cuerpo, si bien dejan de existir en su forma infantil, no constituyen propiamente una
pérdida, sino que cambian, y este cambio de alguna manera se basa, incluye y modifica el
pasado infantil; por lo tanto, este pasado no se pierde, y consecuentemente, no hay
motivos para el duelo. Nada se pierde, todo se transforma.
Se observan los cambios evolutivos o en otros hechos del vivir que dejar algo o cambiar
de estado no promueve malestar o pesar. No sólo cuenta para el sujeto lo que puede
perder, sino lo que gana a cambio. Desde esta perspectiva de la prima de incentivación y
de placer, el sujeto motoriza el acceso a nuevas situaciones y logros que impulsan su
desarrollo. El niño normalmente anhela desde pequeño ocupar el lugar del adulto, al que
atribuye todos los privilegios y goces; por eso, busca el progreso en los diferentes niveles.
En la adolescencia, el acceso a la genitalidad y a la independencia lo fascina y resarce de
cualquier posible pérdida parcial. La creencia en la necesidad de elaborar duelos frente a
los cambios promueve una visualización equivoca de los jóvenes, que son tildados de
actuadores que no pueden sentir las pérdidas, lo que los acerca peligrosamente a la
psicopatía o a las reacciones maníacas por negación del duelo. Retomo en este punto el
problema del duelo por la pérdida del cuerpo infantil. Diré que para mí no hay pérdida ni
duelo, porque el cuerpo se desarrolla desde el cuerpo infantil previo, con señales
progresivas de cambio y porque las nuevas capacidades físicas, la potencia muscular, la
maduración genital y consecuentemente la capacidad reproductora, así como la
voluptuosidad en el uso del cuerpo y de lo orgásmico-genital, que progresivamente
homologa al adolescente con el adulto, dan esa prima de incentivación y de placer que
promueve hacia lo progresivo y compensa con creces lo que se deja. En cuanto a la
representación psíquica del cuerpo, tampoco se pierde. Por el contrario, a partir de la
percepción progresiva de nuevas sensaciones, se captan modificaciones externas del
cuerpo, aparecen nuevas funciones, se es visto por los otros de manera diferente, etc.
Reitero, no se pierde la representación del cuerpo infantil, sino que esta se encuentra
incluida en la transformación que sufre y que, le otorga continuidad en el cambio y en el
tiempo. A partir de esto, podemos pensar que la identidad tampoco se pierde, sino que se
transforma o complejiza, o que la relación con los padres varía en contenidos, modos y
lapsos de tiempo. La palabra "pérdida" no corresponde a este fenómeno. En el joven, este
alejamiento de la infancia está más precisado por el dejar, en el sentido de abandonar una
cosa, cesar, resignar. Dejar su infancia para tomar lo nuevo y encaminarse hacia la
adultez. Dejar lo infantil, alejarse con una mirada puesta en el futuro, se transforma en
pérdida.
Sobre las diferencias entre el adolescente y el que está en duelo o sufre un infortunio
amoroso: trataré de reseñar algunas diferencias entre adolescencia y duelante. Aquel que
duela siente que perdió a alguien o algo que identifica claramente, y que pena por no
tener, mientras que el joven no conoce el motivo de su penar e ignora las razones de su
tristeza. El primero sufre un revés en el mundo externo que no quería que le ocurriese y le
pasó, lo que le significa una pérdida por la cual se entristece y duela. Mientras que el
segundo sufre por un proceso interno, inconsciente, que promueve la renuncia, y que
tiene un carácter más activo en la búsqueda de independencia de los padres y
apartamiento de su autoridad. El que sufre por un revés amoroso o duela está
"acaparado" por ese conflicto, y dicho proceso lo ocupa consciente e inconscientemente;
recuerda, imagina, sueña, dialoga, se enoja, etc., con el objeto perdido, sumergiéndose
en el pasado y deteniendo el presente. Por su parte, el joven no tiene noción clara de su
proceso, sino más bien una vivencia difusa (de índole triste en cuanto al desenlace
edípico); además, a la vez que añora el pasado, duela o tiene mal de amores, se ocupa y
se interesa en otras cosas, busca, crea otros vínculos y situaciones, realiza actividades
sublimatorias y creativas, imagina y se proyecta al futuro.
Los duelos de los padres durante la adolescencia de sus hijos y los procesos conexos: la
problemática de la adolescencia no atañe sólo al joven, sino que involucra a toda la
familia, particularmente a los padres, quienes también tienen que realizar acomodaciones
conductuales, duelos y modificaciones intrapsíquicas. Desde la gestación, los padres
vuelcan expectativas y forjan ilusiones sobre su hijo, y esperan que se cumplan al finalizar
el desarrollo. La reestructuración adolescente, la búsqueda de autonomía y desasimiento
de la autoridad parental, así como el arribo a la plenitud física y genital que posibilita a los
hijos enfrentarse a los padres, pueden generar en mayor o menor grado que se opongan
o desvíen los deseos parentales, o que se dirijan a cumplirlos pero por caminos o formas
diferentes de los esperados. Esta situación de injuria narcisista confronta a los padres con
la pérdida del hijo ideal anhelado. Esta pérdida promueve una modificación en los padres
que podría plantearse como duelo. Hay otros procesos conexos, que no son en sentido
estricto pero parecen, de los que señalare sintéticamente tres que estimo importantes.
Uno se refiere a la acomodación, derivada de la paulatina declinación de la dependencia
del hijo y de la consecuente necesidad de sus padres. Es un proceso lento, ríspido, a
veces doloroso, de despegue e individuación mutua, paralelo y concomitante con la
resolución edipica y su correspondiente duelo. El segundo segmento refiere a lo temporal
y lo generacional. El esplendor físico, el vigor y la potencia que los jóvenes transmiten así
como la imagen de una vida por delante, y múltiples proyectos por cumplir, son elementos
que frecuentemente confrontan a los padres con su físico con señales de envejecimiento
y con su proyecto de vida acotado, que los llevan a replantearse el cumplimiento, el
abandono o la traición de sus proyectos e ideales adolescentes, lo que suele
correlacionarse con la denominada "crisis de la edad media". En esta época se hace
evidente la vejez, declinación y muerte de la generación de sus propios padres, por lo que
se ven ante dos frentes al mismo tiempo: uno los reconecta con su pasado adolescente y
el otro los proyecta a la vejez y a la muerte. Finalmente, es importante la reacomodación
que pueda producirse en los cónyuges, ligada a los duelos y procesos anteriores, y en
particular al reencuentro como pareja, que fue parcialmente relegada para dar curso a la
parentalidad.
El uso del término "duelo" como unívoco, cuando en realidad no lo es. Si bien su
etimología latina remite al dolor, no quiere decir que toda situación dolorosa implique
duelo. No toda pérdida se procesa según ese trabajo de duelo, propio de la pérdida
objetal.
Pérez Jauregui, M. (1993) Fundación Universidad a distancia “Hernandarias”. “Proyecto
vital y adolescencia”.
Introducción:
La esencia del hombre es ser-en-situación y con los otros. De allí que el análisis sobre el
adolescente debería surgir de una articulación con el contexto socio-cultural y valorativo
que contribuya a configurarlo en su proceso de desarrollo.
Existir resume los tres tiempos: pasado, presente y futuro, en una síntesis dialéctica que
se presenta a mi conciencia en el aquí y ahora de mi vida.
Los proyectos de vida tienen un sentido hacia la autenticidad e inautenticidad. Decir que
un proyecto vital es totalmente auténtico o inauténtico implica: 1. Juicio valorativo. 2.
Establecimiento de absolutos.
El sujeto que reprime sus sentimientos, que se separa de su interioridad para privilegiar
aquello que su racionalidad le indica como de mayor utilidad, corre el riesgo de ser un
individuo que desde las máscaras que se coloca, asume los roles que los demás le
imponen.
En el plano sexual, el vocacional, en el laboral, para citar sólo algunos de los temas
existenciales más sobresalientes, el adolescente se encuentra ante la situación de elegir
"quién quiere ser”.
Eduardo Spranger, plantea que las formas de vida predominantes en los jóvenes de su
época, están relacionadas con la percepción y afectación de aquellos sentidos o valores
que en su contexto adquieren relieve.
En la adolescencia la temática del yo gira en torno del concepto que sobre el propio poder
y el propio valor debe lograrse.
El adolescente de hoy tiene una sobreestimulación que, al cursar con la intensa velocidad
y fugacidad con que hoy se establece el contacto con la realidad, dificulta una elección
desde lo que él auténticamente desea.
Entre lo interno y lo externo debe existir una interacción recíproca, entre el hombre y el
mundo debe darse un diálogo y apertura mutua para que no se configure una separación
o aislamiento entre ambos términos.