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UNIDAD 4

 Freud, S. (1917) Duelo y melancolía. En Obras Completas Amorrortu editores, Vol. 14


:
 Moreira D. El Edipo y sus tiempos.
 Moreira D. El trabajo de duelo.
 Winnicott, D. Muerte y asesinato en el proceso adolescente.
 Sahovaler, Jose (2007) Los trabajos de la adolescencia tardía en Revista Actualidad
Psicológica, pág. 14 a 17.
 Urribarri, Rodolfo (2015) “Sobre Adolescencia, duelo y a posteriori” en Adolescencia y
clínica psicoanalítica. Bs As: Fondo de Cultura Económica.
 Pérez Jauregui, M. (1993) Fundación Universidad a distancia “Hernandarias”.
Proyecto vital y adolescencia.
Freud, S. (1917) Duelo y melancolía. En Obras Completas Amorrortu editores, Vol. 14

El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de
una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de
idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía (y
por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza). El duelo trae consigo graves
desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un
estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado
cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo.

La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una


cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la
inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí, que se exterioriza en
autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de
castigo. Si consideramos que el duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno; falta en
él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo. El duelo
pesaroso, la reacción frente a la pérdida de una persona amada, contiene idéntico talante
dolido, la pérdida del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de escoger
algún nuevo objeto de amor, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo
que no tenga relación con la memoria del muerto. ¿En qué consiste el trabajo que el duelo
opera? El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él
emana ahora la exhortación de quitar toda la libido de sus enlaces con ese objeto. La
existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada
una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados,
sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido. Una vez cumplido el
trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido.

Melancolía es evidente que también ella puede ser reacción frente a la pérdida de un
objeto amado. El objeto tal vez no está realmente muerto, pero se perdió como objeto de
amor (por ej. el caso de una novia abandonada). Tampoco el enfermo puede apresar en
su conciencia lo que ha perdido. Este caso podría presentarse aún siendo notoria para el
enfermo la pérdida ocasionadora de la melancolía: cuando él sabe a quien perdió, pero no
lo que perdió en él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida
de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada
inconsciente en lo que atañe a la pérdida. En el duelo hallamos que inhibición y falta de
interés se esclarecían totalmente por el trabajo del duelo que absorbía al yo. En la
melancolía la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un trabajo interior semejante
y será la responsable de la inhibición que le es característica. El melancólico nos muestra
todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico, un
enorme empobrecimiento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la
melancolía, eso le ocurre al yo mismo. El enfermo nos describe a su yo como indigno,
estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y espera repulsión y
castigo. Se humilla ante todos los demás y conmisera a cada uno de sus familiares por
tener lazos con una persona tan indigna. Extiende su autocritica al pasado; asevera que
nunca fue mejor. El melancólico no se comporta en un todo como alguien que hace
contrición de arrepentimiento y autorreproche. Le falta (o al menos no es notable en él) la
vergüenza en presencia de los otros, que sería la principal característica de este último
estado. Lo esencial no es, que el melancólico tenga razón en su penosa rebaja de sí
mismo. Más bien importa que esté describiendo correctamente su situación psicológica.
Ha perdido el respeto por sí mismo y tendrá buenas razones para ello. Siguiendo la
analogía con el duelo, deberíamos inferir que él ha sufrido una pérdida en el objeto; pero
de sus declaraciones surge una pérdida en su yo.

Lo que aquí se nos da a conocer es que la instancia que usualmente se llama conciencia
moral; junto con la censura de la conciencia y con el examen de realidad la contaremos
entre las grandes instituciones del yo, y en algún lugar hallaremos también las pruebas de
que puede enfermarse ella sola. El cuadro nosológico de la melancolía destaca el
desagrado moral con el propio yo por encima de otras tachas: quebranto físico, fealdad,
debilidad, inferioridad social, rara vez son objeto de esa apreciación que el enfermo hace
de sí mismo; sólo el empobrecimiento ocupa un lugar privilegiado entre sus temores o
aseveraciones.

Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada; por
obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un
sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un
quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino otro distinto, que
para producirse parece requerir varias condiciones. La investidura de objeto resultó poco
resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se
retiró sobre el yo. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el
sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no
deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. (ambos retiran la libido de los
objetos: duelo deposita la libido en nuevos obj. melancolía deposita en el yo, identificación
narcisista).

La melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra parte a la
regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo.

El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas
partes energías de investidura vacía al yo hasta el empobrecimiento total; es fácil que se
muestre resistente contra el deseo del dormir del yo.

El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual
modo todas las energías del yo. La realidad pronuncia su veredicto: el objeto ya no existe
más.

La melancolía, como hemos llegado a saber, contiene algo más que el duelo normal. La
relación con el objeto no es en ella simple; la complica el conflicto de ambivalencia. La
melancolía puede surgir en una gama más vasta de ocasiones que el duelo, que por regla
general sólo es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto.
De las tres premisas de la melancolía: la pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de
la libido al yo, a las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras
acontecimientos de muerte.
Moreira D. “El Edipo y sus tiempos”

El Edipo implica una estructura legal que preexiste al sujeto, que prohíbe, ordena y
distribuye lugares. En 1985 Lacan se ocupa de la dialéctica del complejo de Edipo, lo
diferencia con relación a la metáfora paterna y plantea que se desenvuelve en tres
tiempos lógicos.

A qué nos referimos con la expresión metáfora paterna? ¿ a colocar al padre, en cuanto
símbolo o significante, en lugar de la madre. Se trata de una metáfora generada por el
significante denominado Nombre-del-Padre que se constituye en el fundamento de la ley.

Lacan establece diferentes momentos:

Primer tiempo (identificación con el falo): Lo que el niño procura es poder satisfacer el
deseo de la madre (deseo del deseo, ser el objeto del deseo de la madre. Se trata de un
momento fálico fundamental, aquel donde la metáfora paterna, opera en si donde la
primacía del falo está instaurada en la cultura. El pequeño aún no ha registrado que sobre
el deseo de la madre opera una prohibición. Pero, aunque aún no se enteró de esa
prohibición sufre sus efectos, ya que opera en la madre. No se trata de una relación de
dos (dual) sino que por el contrario se incluyen tres El niño, la madre y el falo. Sabemos
que en la madre la metáfora paterna condena a ésta a la metonimia del deseo. En este
contexto, el niño procura detener la metonimia del deseo de la madre, tratando de
constituirse como la razón del deseo, es decir, como el falo (de carácter imaginario). Y
como nos es consabido el pequeño depende del deseo de la madre, de la primera
simbolización. Gracias a esta simbolización, el niño accede a desprender su dependencia
del deseo de la madre, configurándose de esta manera algo que se subjetiva.

En tanto vive la madre en un mundo simbólico, en un mundo parlante, y aunque sólo viva
de forma parcial en este mundo, esta simbolización primordial le posibilita al niño la
dimensión de algo diferente que la madre desea. Ella desea algo más que el pequeño, es
deseo de otra cosa distinta, que remite al orden simbólico del cual depende.

Segundo tiempo (la privación en un doble sentido): Aquí, el padre interviene como
privación en la relación madre-hijo-falo. La omnipotencia materna es cuestionada. A este
nivel lo que vuelve al pequeño es simplemente la ley del padre “concebida
imaginariamente por el sujeto como privando a la madre”. Se trata de un momento nodal y
negativo, por el cual lo que desata al sujeto de la identificación “lo vuelve a atar al mismo
tiempo a la primera aparición de la ley bajo la forma de este hecho: que la madre en eso
es dependiente, dependiente de un objeto [...]”. Dicho objeto no es sólo el objeto de su
deseo, sino que se trata de un objeto que el otro puede tener o no tener.

En el segundo, el padre aparece como privador, omnipotente, que no se priva a la madre,


sino también al niño.

Tercer tiempo (identificación con el padre): marca la salida del complejo de Edipo. El
padre interviene en el tercer tiempo como el que tiene el falo pero que no lo es, de
manera que puede generar algo por lo cual la instancia del falo vuelva a instaurarse,
como objeto deseado por la madre. Vemos, entonces que el falo no es solo el objeto
privado por el padre omnipotente.

El padre puede conceder a la madre lo que ella desea. Se trata de un padre potente en el
sentido genital del término.

La posición del significante del padre es constitutiva de la posición del falo en el plano
imaginario. Este deseo del Otro, es el deseo de la madre, que tiene un más allá. Para
alcanzar este más allá se necesita una mediación, y esta mediación está dada por la
posición del padre en el orden simbólico.
Moreira D. “El trabajo de duelo”.

1) Dicatamen de la ausencia:
Se emite un juicio que proclama la no disponibilidad de un objeto. Puede tratarse de un
juicio de existencia, por ejemplo el decreto que afirma la castración o la perdida de un
objeto, o bien, un juicio critico derivado de un pensar examinador del propio yo. Estos
dictamenes suelen ser contrarrestados via desmentida.

2) El proceso de clausura:
Se deslindan las huellas de memoria del objeto perdido de la realidad lo cual implica que
la representación del objeto ausente ya no tendrá su correlato en el mundo exterior, a la
vez que se disciernen las huellas del objeto en cuestión de otras inscripciones anímicas.

3) Añoranza o nostalgia:
En su intensidad esta investidura puede derivar en una cierta estasis, que implica un
estado toxico y desprendimiento de dolor psíquico. El crecimiento de la investidura de
añoranza, se debe la “carácter irrestañable” del objeto decretado ausente. De esta
manera se generan condiciones económicas similares a la de una investidura de dolor
una región lastimada del organismo.

4) Desasimiento pieza por pieza:


Implica el retiro de la investidura de cada una de las huellas que forman la representación-
cosa, (fundamentalmente las visuales) y la representación-palabra (subrogada por las
acústicas).

Duelo:

Cuando se afirma la ausencia de un objeto investido libidinalmente, se produce un


desprendimiento de afecto: el dolor psíquico, que se manifiesta como nostalgia o
añoranza. Este dolor psíquico promueve la sobreinvestidura de un deseo previo de
carácter narcisístico. Los diferentes elementos que conforman que este conjunto sean
únicos y exclusivos, es decir, el sujeto, el objeto y sus correspondientes enlaces. Esta
situación de preferencia determina que los desplazamientos energéticos, en búsqueda de
sustitutos, queden obturados activándose el camino de la sobreinvestidura en el lugar del
retiro libidinal. Proceso de duelo. Tal investidura narcisista y las tramitaciones
correspondientes se despliegan bajo la hegemonía de la desmentida, como recurso
defensivo del yo placer, que fundamenta el deseo del joven de ser iniciado sexualmente
por el padre del sexo opuesto. Esta configuración permite que la compulsión a la
repetición se despliegue sin obstáculos. El proceso de duelo encuentra un cierto termino,
cuando se puede investir un sustituto, posibilidad que deriva de la aceptación de la
perdida, que le permite al yo recuperar su destino de complejización y goce acotado, a la
par que se sustrae de seguir el destino del objeto ausente, gracias al esfuerzo de
investiduras narcisistas y egoístas.
En “inhibición, síntoma y angustia” cuando el yo es requerido por actividades gravosas
como un duelo, se suelen generar inhibiciones generales, intensivas y de carácter
transitorio. El yo se empobrece libidinalmente, y entonces no dispone de energía para un
gasto simultaneo en otras tareas.

En el trabajo de duelo es posible diferenciar cuatro tiempos lógicos: 1) un juicio que


dictamina la ausencia del objeto, derivado de un pensamiento examinador. 2) un proceso
de clausura de recuerdos, expectativas y percepciones. 3) sobreinvestidura anhelante. 4)
desasimiento libidinal pieza por pieza. Veamos en detalle estos momentos:

1) Dictamen de la ausencia. Se emite un juicio que proclama la no disponibilidad de


un objeto. En la pubertad estos dictámenes suelen ser contrarrestados vía
desmentida, ubicando diversos recursos como sustitutos de lo refutado, entre ellos
un pensar identificatorio, sostenido por un pensamiento judicativo, que otorga al yo
el lugar de lo perdido. Cuando cede la defensa en su hegemonía, cobra privilegio
un momento lógico diferente que llamamos adolescencia media, en el cual se
despliegan los procesos de elaboración. En la pubertad, el trabajo de adquisición
de lo escrito promueve la formación de ideales propios, por lo que se impone una
mayor renuncia de la sensualidad. La escritura como lenguaje del ausente, implica
que el sujeto (y el objeto) deba decretarse ausente, por lo que se requiere la tarea
del duelo.
2) El proceso de clausura: se deslindan las huellas de memoria del objeto perdido de
la realidad, lo cual implica que la representación del objeto ausente ya no tendrá
su correlato en el mundo exterior, a la vez que se disciernen las huellas del objeto
en cuestión de otras inscripciones anímicas. A estos dos procesos los llamamos
clausura. Tales tramitaciones habilitan el despliegue de una sobreinvestidura que
paso a considerar.
3) La sobreinvestidura de añoranza: se ocupa el objeto con libido narcisista y
autoconservacion –anhelo, añoranza o nostalgia--. Esta investidura puede derivar
en una cierta estasis, que implica un estado toxico y desprendimiento de dolor
psíquico. Se generan condiciones económicas similares a la de una investidura de
dolor de una región lastimada del organismo.
4) Desasimiento pieza por pieza: los actos del pensar activados en el proceso de
duelo, implican el retiro de la investidura de cada una de las huellas que forman la
representación-cosa, (fundamentalmente las visuales) y la representación-palabra
(subrogada por las acústicas) que son las que permiten que el núcleo del objeto se
constituya como tal y se discrimine del núcleo del yo. Si la investidura se limita a
estas huellas lógicamente más rudimentarias que las visuales o acústicas, no
necesariamente acontece un proceso patógeno. El proceso de desasimiento por el
contrario, implica un compromiso entre las existencias derivadas de la fijación al
objeto, y el imperativo enlazado al dictamen del juicio de existencia de la ausencia.
WINNICOTT, D. “MUERTE Y ASESINATO EN EL PROCESO ADOLESCENTE”.

En la época de crecimiento de la adolescencia los jóvenes salen, en forma torpe y


excéntrica, de la infancia, y se alejan de la dependencia para encaminarse a tientas hacia
su condición de adultos. El crecimiento no es una simple tendencia heredada, sino, un
entrelazamiento de suma complejidad con él ambiente facilitador. Es preciso que existan
pequeñas unidades sociales que contengan el proceso de crecimiento adolescente. Los
mismos problemas que existían en las primeras etapas, cuando los mismos chicos eran
bebés o niños más o menos inofensivos, aparecen en la pubertad. Vale la pena destacar
que si uno ha pasado bien por esas primeras etapas, y hace los pro-pio en las siguientes,
no debe contar con un buen funciona-miento de la maquina. En rigor, tiene que esperar
que surjan problemas. Algunos de ellos son intrínsecos de esas etapas posteriores.

Los jóvenes y las chicas se las arreglan para pasar, ir por esta etapa de crecimiento en un
marco permanente de acuerdo con los padres reales, y sin expresar una rebelión
obligatoria en el hogar. La rebelión corresponde a la libertad que sea otorgado al hijo, al
educarlo de tal modo que exista por derecho propio. Los padres lo mejor que pueden
hacer es sobrevivir, mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún
principio importante. Esto no quiere decir que no puedan crecer ellos mismos. Esto trae
un punto central, el tan difícil de la inmadurez del adolescente. Los adultos maduros
deben conocerlo, y creer en su propia madurez como nunca creyeron hasta ahora ni
creerán después. Hablar de inmadurez podría parecer un descenso de nivel. No es la
intención.

Es posible que de pronto un niño de cualquier edad necesite hacerse responsable, quizá
por la muerte de uno de los padres o por la separación de la familia. Ese niño será
prematuramente viejo y perderá espontaneidad y juegos, y el alegre impulso creador. Es
más frecuente que se encuentre en esa situación un adolescente, que de repente se vea
con el voto o la responsabilidad de dirigir un colegio. Es claro que si las circunstancias
varían, no se podrá dejar de invitar al joven a que se convierta en un agente responsable
antes de que madure la ocasión. Quizás deba cuidar a niños menores, o educarlos, y
puede existir una absoluta necesidad de dinero para vivir. Pero las, cosas son muy
distintas cuando, por política deliberada, los adultos delegan la responsabilidad; por cierto
que hacer tal cosa puede ser una forma de traicionar a los hijos en un momento crítico. Se
pierde toda la actividad imaginativa y los esfuerzos de la inmadurez. Ya no tiene sentido la
rebelión, y el adolescente que triunfa demasiado temprano resulta presa de su propia
trampa, tiene que convertirse en dictador y esperar a ser muerto, no por nueva generación
de sus propios hijos, sino por sus hermanos. Como es lógico, trata de dominarlos. Afirmo
que el adoles-cente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de la salud en la
adolescencia. No hay más que una cura para ella, y es el paso del tiempo y la maduración
que este pueda traer. La inmadurez es una parte preciosa de la escena adolescente.
Contiene los rasgos más estimulantes de pensamiento creador, sentimientos nuevos y
frescos, ideas para una nueva vida. La sociedad necesita ser sacudida por las
aspiraciones de quienes no son responsables. Si los adultos abdican, el adolescente se
convierte en un adulto en forma prematura, y por un proceso falso. Se podría aconsejar a
la sociedad: por el bien de los adolescentes y de su inmadurez, no les permitan
adelantarse y llegar a una falsa madurez, no les entreguen una responsabilidad que no
les corresponde, aunque luchen por ella. El triunfo corresponde a esta consecución de la
madurez por medio del proceso de crecimiento.

Resulta estimulante que la adolescencia se haga oír y se haya vuelto activa. Hacen falta
adultos si se quiere que los adolescentes tengan vida y vivacidad. La confrontación se
refiere una contención que no posea características de repre-salía, de venganza, pero
que tenga su propia fuerza. Que los jóvenes modifiquen la sociedad y enseñen a los
adultos a ver el mundo en forma renovada; pero donde existe el desafío de un joven en
crecimiento, que haya un adulto para encararlo. Y no es obligatorio que ello resulte
agradable.
Sahovaler, Jose (2007) “Los trabajos de la adolescencia tardía” en Revista Actualidad
Psicológica, pág. 14 a 17.

Introducción.

La pubertad y la adolescencia temprana comienza con el surgimiento de una nueva


oleada de impulso sexual, genital, y con la decatectizacion del complejo de Edipo infantil.
El joven debe abandonar a los objetos endogámicos, la tramitación fantasmática del
complejo de Edipo infantil se traduce en “la novela familiar del neurótico”. Este
desasimiento de los objetivos primordiales se realiza a través del conflicto generacional.
Los autores kleinianos nos aportaron la idea de duelo: duelo por el cuerpo infantil, duelo
por los padres de la infancia, duelo por las seguridades perdidas.

Algunos aspectos de esta postura clásica: para Freud una vez atravesado el Edipo e
instalado el superyó, están dados los elementos necesarios para entender la
psicopatología adulta. Por otro lado, la etapa adolescente no fue estudiada con la misma
meticulosidad; para Freud bastaba con investigar la etapa infantil, el complejo de Edipo y
la castración infantil.

En los últimos años se ha ido imponiendo la necesidad de pensar a la adolescencia como


una nueva etapa en un psiquismo que aun no ha terminado de desarrollarse. Esto implica
mantener, al menos hasta el fin de la adolescencia, la idea de un psiquismo abierto,
incompleto y en transformación. Esta postura conlleva el pensar a la emergencia de la
pulsión genital durante la pubertad como un momento inédito e inaugural de nuevos
avatares pulsionales. Gutton, con el surgimiento de una nueva pulsión, “la genital puberal”
surge un supuesto objeto especifico para dicha pulsión. Esta nueva pulsión deberá
representarse siguiendo el modelo de lo originario, es decir, al modo de un pictograma
con su zona-objeto complementario prefigurada. LA ADOLESCENCIA TEMPRANA
PUEDE SER PENSADA ENTONCES, A PARTIRD E LA CONVOCATORIA QUE LA
PULSION GENITAL PUBERAL HACE DE LO ORIGINARIO PARA LA FORMACION DEL
PICTOGRAMA CORRESPONDIENTE, ES DECIR, DEL ARMADO DE LA
REPRESENTACION-CUERPO CON SU ZONA-OBJETO COMPLEMENTARIO QUE
DARÍA CUENTA DE LOS CAMBIOS SOMATICOS, SENSORIALES Y PSIQUICOS QUE
EL JOVEN VIVE. No debemos dejar de señalar que lo puberal se da en un psiquismo ya
desarrollado, con lo cual esta nueva lógica originaria convive con procesos originarios,
primarios y secundarios infantiles simultáneamente.

A medida que se va estabilizando la representación-cuerpo adolescente y se van


otorgando significantes a la excitación genital vivida, se organiza la fantasmática sexual,
que tiene como representación inconsciente la fantasía de prostitución materna. Esta
fantasía habilita la salida exogámica ya que los padres han sido denigrados y los objetos
idealizados están fuera del núcleo familiar.

Postulada la adolescencia como un momento inaugural, debemos entender su


advenimiento como una etapa fundante que resinificará todo el pasado. Esta
resignificación de un pasado que se inaugura en esta etapa y que se convertirá en la
novela que los adultos narramos de nuestro devenir. Este “construirse un pasado”. Es
terminar de construir un psiquismo que aun estaba incompleto.

Para pensar la clínica psicoanalítica con adolescentes, dos premisas básicas:

a) Es imposible pensar a un adolescente sin su grupo de pares. El adolescente es un


ser social y gregario
b) Hablar de adolescencia es incluir como eje cardinal, al tiempo. La adolescencia es
un periodo de tiempo acotado que porta sus propios desafíos y trabajos. Un
adolescente reclama para si una moratoria psicosocial particular. Que el
inconsciente sea atemporal no quiere decir que no exista el tiempo para el aparato
psíquico. Muy por el contrario, pensar en el desarrollo y en la complejización de las
instancias psíquicas es indispensable para una teoría psicoanalítica que desee
entender el funcionamiento psíquico de niños y adolescentes.
El adolescente de cualquier época o lugar se debe enfrentar a una serie de desafíos. Las
condiciones de época hacen que las tareas que los adolescentes deban llevar a cabo se
desarrollen de diversos modos y culminen de diferente forma.

Las tareas de los adolescentes

Las tareas que todo adolescente debe llevar a cabo

1) La adquisición del pensamiento abstracto:


El adolescente debe complejizar su manera de pensar, de asociar y de construir su
mundo hasta llegar a estabilizar lógicas hipotético-deductivas abstractas. El fracaso en su
adquisición de estas lógicas de pensar dejan al joven carente e incapaz de acceder a una
real profundidad simbólica en su vivir. Si el joven no logra adquirir un nivel abstracto de
pensamiento queda con una suerte de “discapacidad simbólica”.

La capacidad de aprender a pensar simbólicamente ha sido atacada desde múltiples


canjes. La excesiva valoración de la inmediatez han obstaculizado los pensamientos
reflexivos, el estudio progresivo y la confianza en el futuro. Las nuevas tecnologías y en
especial el efecto de la televisión, donde lo que mas importa es la imagen y no la palabra,
colaboran para dificultar el pensamiento abstracto. El pensamiento visual, que tiene
características propias y distintas del pensamiento verbal, tiende a reemplazar a la
palabra. Esto ha llevado a un empobrecimiento del lenguaje de los adolescentes.

Los video-juegos, la mayoría solo intenta entretener y favorecer la coordinación viso-


motriz.

2) El joven debe realizar la salida exogámica:


La ruptura de la familia nuclear, la conquista del mundo exterior y el alejamiento de los
objetos primarios hace que aparezca, primero el interés por los amigos del mismo sexo y
luego por los del sexo opuesto. Uno de los grandes desafíos del fin de la adolescencia.
Esta salida exogámica es todo un logro y puede sufrir regresiones al refugio endogámico
y un fuerte llamado de la madre fálica para retornar al vientre. La adolescencia tardía es el
momento de consolidar el grupo de amigos que nos ha de acompañar a lo largo de la
vida, así como la de estabilizar la elección de pareja. El conjunto de pares es sumamente
valorado y sirve de soporte yoico para las tareas que la salida a la vida adulta reclama.

Hoy día los jóvenes se muestran menos ansiosos de abandonar el núcleo primario que en
los años 70`. Esto se debe, en parte, a que la apertura a la sexualidad de los hijos y a la
posibilidad de mantener relaciones sexuales en la casa familiar ha restado un incentivo
para la independencia. Pero por otra parte, le mundo de los adultos ha dejado de ser un
mundo tentador para el joven.

Al mismo tiempo, la relación con el grupo de pares del mismo sexo ha cambiado: el
espacio del baile ha dejado de ser un lugar de encuentro y conquista sexual para
transformarse en un ámbito donde los amigos del mismo sexo asisten para divertirse
entre ellos. La diversión incluye, de un modo indispensable, al alcohol; divertirse es
emborracharse. Esta salida toxica nos indica un refuerzo de comportamientos narcisistas
tanáticos y homosexuales en la juventud. El alcohol y las drogas deben alertarnos acerca
del sobreinvestimento del mundo sensorial en detrimento del mundo afectivo y
representacional.

3) La elección del objeto sexual:


La salida normativa esperada es la heterosexualidad. Cuando la reactualización
adolescente de los complejos de Edipo y de castración junto al surgimiento de la pulsión
genital hace trastabillar a la identidad sexual, hay un momento lógico de duda acerca de
la definición sexual.

Para acceder a una definición de la sexualidad adolescente tiene que articular al menos
tres cuestiones: la de elección del objeto sexual, la asunción del genero en tanto
comportamiento social reglado y la capacidad de obtener placer en el acto sexual. Estos
tres desafíos deben ser sorteados a lo largo de la adolescencia.

Actualmente, el adolescente se muestra menos prejuicioso en relación a formas de


sexualidad diferentes a la heterosexualidad.

Es manifiesta una suerte de practica promiscua en la adolescencia temprana y media


como modo de comienzo de la iniciación sexual. Estas “transas” pueden mantenerse
durante la adolescencia tardía, observándose dificultades para el armado de relaciones
objetales estables entre los jóvenes mayores. La idea de fidelidad y monogamia tal como
fue entendida desde el iluminismo hasta el siglo XX esta siendo fuertemente cuestionada
por la juventud. Del mismo modo, los modelos de familia tradicional también están siendo
puestos en tela de juicio por los jóvenes adolescentes.

4) La asunción de un cuerpo adulto:


Es necesario realizar el duelo por el cuerpo infantil, y la construcción de una
representación-cuerpo adulta. En la actualidad no solo se debe duelar el cuerpo infantil
sino que el adolescente debe enfrentarse a mandatos sociales muy intensos en cuanto al
valor que el cuerpo como bien estético, debe tener. La construcción de un cuerpo libidinal
es uno de los desafíos mas complejos y puede originar de cuadros sintomáticos actuales.
En este momento la relación del joven con el cuerpo esta mediada por la publicidad y la
televisión. El impacto de lo visual mediático lleva a que el o la joven en vez de
reencontrarse con su imagen en su propio espejo o en el cuerpo de sus semejantes se
vea remitido al cuerpo del modelo televisivo. La pregnancia de imágenes sexuales
ofertadas a nivel televisivo conlleva una suerte de saturación erótica, un hiperrealismo en
términos de Baudrillard, que termina por agotar el deseo, por deserotizar al adolescente.

5) Apropiación de la idea de muerte propia:


la salida de la adolescencia conlleve el descubrimiento de que no existe un orden
censorio del morir. El descubrimiento de lo azaroso del morir es traumático en termino de
una nueva vuelta de tuerca de la amenaza de castración que todos hemos de padecer.

6) La construcción de un ideal del yo:


El ideal que ha de guiar el accionar del yo a lo largo de su vida se consolida en la
adolescencia tardía. La diferencia entre el superyó punitorio y el ideal del yo conductor del
hacer, debe mantenerse y profundizarse en el periodo adolescente. Debemos romper le
esquematismo de que la conciencia moral superyoica es mala y que el ideal del yo es
bueno. Ambas son estructuras entrelazadas y necesarias para la edificación del
psiquismo: un aparato psíquico sin conciencia moral, es decir, sin culpa o un psiquismo
sin ideales es una estructura deficitaria. Hay en la actualidad todo un modelo ideológico
social, un planteo Light posmoderno, que cuestiona la instauración de la culpa superyoica.

La sociedad adulta ha dejado de ofertar un menú de ideales yoicos al que el joven pueda
acceder. Todos los ideales se han resumido en uno solo: ganar dinero. Esta falta de
orientación social al hacer de los jóvenes los ha dejado huérfanos de “proyectos
identificatorios”. El adolescente tardío no sabe que hacer ni sabe si lo que podría desear
hacer tiene algún tipo de valor para el conjunto social al que esta destinado.

Predomina un planteo individualista y hedonista que cuestiona la culpa socializadora.

La idealización que la sociedad promueve de “la juventud” atenta contra el necesario


conflicto generacional. si ahora el "ideal” es permanecer en una suerte adolescencia
eterna.

7) La realización de la elección vocacional-laboral:


El que estudiar y el como trabajar no temas menores en la adolescencia tardía. Podemos
decir que no hay salida exitosa de la adolescencia si no se ha realizado una elección
vocacional-laboral que conlleve algún tipo de satisfacción en la realización laboral. Esta
salida implica la represión de la sexualidad no inhibida que pueda obstaculizar lo laboral-
vocacional junto con la articulación de la sexualidad de meta inhibida, es decir de
mecanismos sublimatorios, en relación al trabajo y al dinero.

La sobrevaloración de lo monetario, efecto del desarrollo del capitalismo salvaje en el que


vivimos, puede paralizar los anhelos vocacionales de mas de un joven. El trabajo en tanto
implica el compromiso no solo del tiempo de uno sino también el del cuerpo se liga,
inevitablemente a fantasías de prostitución. Es necesario que durante la adolescencia
tardía el trabajo pierda la carga sexual de meta no inhibida y permita que las pulsiones se
descarguen sublimatoriamente, obteniendo placer en el hacer.

Algunos aspectos de la metapsicología del adolescente tardío.

El yo como instancia que debe lidiar con el ello, el superyó y la realidad deberá
fortalecerse para poder lidiar con la pulsión genital. Cuales son las variaciones que sufre
el superyó.
El superyó al abandonar la idealización de los objetos parentales, pierde cohesión y nos
encontramos con una estructura lábil que no logra cumplir con su contenido. La
adolescencia tardía puede pensarse como el tiempo donde deberá afianzarse un superyó
adulto. El superyó es una instancia compleja que posee 3 subestructuras:

- Autobservación
- Conciencia moral
- Creación de ideales
Freud postula un origen para le superyó: por un lado es el heredero del complejo de
Edipo. A esta herencia de las relaciones objetales abandonadas se le suman las
narcisistas del yo-ideal infantil. El superyó recibe investiduras libidinales de los objetos
incestuosos abandonados e investiduras del amor del Yo para consigo mismo.

El superyó comenzado como una instancia erótica investida con la libido objetal de los
objetos primordiales y con libido narcisista primitiva, deberá deserotizarse. La
desertización superyoica habilita al Yo para ejercer cierto dominio sobre esta instancia y
así preservarse de caer bajo el dominio de las pulsiones sexuales desenfrenadas. Pero
esta deserotización lo hace proclive de ser parasitado por la pulsión de muerte, llegando,
en la melancolía, a convertirse en su depositario mas absoluto.

Como consecuencia del aflojamiento de los lazos endogámicos y de la critica a los padres
surgida a partir de la novela familiar, el superyó adolescente pierde apoyatura y se
debilita; las identificaciones con los objetos parentales que lo formaban son también
cuestionadas: los adolescentes no quieren ser como sus padres. El cuestionamiento a los
ideales parentales, que funcionan como la argamasa que une a las tres subestructuras
superyoicas, debilita la cohesión de la instancia en cuestión. En tal sentido, el conflicto
generacional es fundamental para desmontar al superyó infantil abriendo el proceso de
rearmado superyoico adolescente que ocupa gran parte de la adolescencia tardía. Este
armado deberá estar concluido con la entrada a la adultez. Ahora bien, durante el
rearmado superyoico adolescente las tres subestructuras pueden padecer avatares
diferentes, no siempre unificados. De este modo, cada subestructura podrá ser reprimida,
desmentida o aun, desestimada, corriendo junto a cada uno de estos movimientos
defensivos el riesgo de una sobreinvestidura por Tanatos.

El superyó adolescente no se desarrolla de una vez para siempre. Sufre avances y


retrocesos y su maduración es disarmonica: hay aspectos y hay momentos donde
predomina un exceso de punición junto a otros donde toda la instancia parece abolida. El
trabajo de la adolescencia tardía consiste, en gran medida, en este rearmado superyoico.
Urribarri, Rodolfo (2015) “Sobre Adolescencia, duelo y a posteriori” en Adolescencia
y clínica psicoanalítica. Bs As: Fondo de Cultura Económica.

Introducción: en relación con los intensos cambios que se producen en ese período: ¿qué
es lo que se duela? ¿Qué es lo que duele y apena perder de lo anterior? ¿Qué es lo
nuevo? ¿Cómo se produce este pasaje de lo infantil a lo juvenil? ¿Que se proyecta hacia
la adultez? Cabe agregar a esta cuestión si los cambios evolutivos en la adolescencia son
diferentes a los de otros períodos.

Revisión bibliográfica: Anna Freud relaciona las dificultades en el tratamiento de los


jóvenes y las que se presentan en pacientes que están en duelo o que han sufrido un
infortunio amoroso reciente. Hace hincapié en la similitud emocional y comportamental.
Ambos casos son estados emocionales en los que la libido del individuo está totalmente
comprometida con un objeto de amor real del presente o del pasado inmediato; el dolor
mental es el resultado de la difícil tarea de retirar la catexia y renunciar a una posición que
ya no ofrece posibilidades de retorno del amor, es decir, de gratificación.

Peter Blos desarrolla la fase de la adolescencia, refiere que está ligada a dos temas
dominantes, a saber: la revivencia edipica positiva y la desconexión con los primeros
objetos de amor. Agrega que se puede describir esta frase en términos de dos amplios
estados afectivos: duelo y enamoramiento.

Edith Jacobson caracteriza la adolescencia como el período entre la triste despedida de la


infancia y un gradual, ansioso y esperanzado pasaje de barreras a través del camino que
permite la entrada al todavía desconocido país de la adultez.

Los trabajos de Arminda Aberastury y colaboradores relacionaron la adolescencia con el


duelo desde otra perspectiva. Se refieren en primer lugar al carácter invasivo que las
modificaciones corporales y las exigencias ambientales tienen para el adolescente, y el
modo en que esto "lo lleva como defensa a retener muchos de sus logros infantiles,
aunque también coexiste el placer y el afán de alcanzar su nuevo estatus", así como el
refugio en su mundo interno. Añaden que los cambios en los que el niño pierde su
identidad implican la búsqueda de una nueva. La pérdida que debe aceptar el adolescente
al hacer el duelo por el cuerpo es doble: la de su cuerpo de niño a partir de la aparición de
los caracteres sexuales secundarios y el abandono de la fantasía de doble sexo implícita
en todo ser humano como consecuencia de su bisexualidad básica. Los autores sostienen
que, cuando el adolescente puede aceptar los aspectos infantiles y adultos, es capaz de
oscilar en la aceptación de sus cambios corporales y surge así de manera paulatina una
nueva identidad.

Mauricio Knobel dice al respecto: siguiendo las ideas de Aberastury podemos decir que el
adolescente realiza 3 duelos fundamentalmente: a) el duelo por el cuerpo infantil perdido,
base biológica de la adolescencia, que se impone al individuo, que no pocas veces tiene
que sentir sus cambios como algo externo frente a lo cual se encuentra como espectador
impotente de lo que ocurre en su propio organismo; b) el duelo por el rol y la identidad
infantil, que lo obliga a una renuncia de la dependencia y a una aceptación de
responsabilidad que muchas veces desconoce, y c) el duelo por los padres de la infancia.
Se une a estos el duelo por la bisexualidad infantil también pérdida.

Octavio Fernández Mouján define la adolescencia, desde la perspectiva del duelo, "como
un período donde se viven las vicisitudes de pérdidas manifestadas en todas las áreas de
relación: con el cuerpo, con los objetos externos (familia y medio ambiente) y con los
objetos internos (las identificaciones y sus configuraciones)". Genera tres tipos clásicos
de ansiedades: 1) de persecución, 2) depresivas, ligadas a las fantasías sobre la pérdida.
3) otra ansiedad muy importante en este proceso de duelo, ligada a vivir la identidad en
crisis y que suele manifestarse como despersonalización, extrañamiento y desorientación,
la ansiedad confusional. El Duelo adolescente no es un duelo "puro", que supone una
pérdida y un nuevo vínculo objetal. Durante la adolescencia la pérdida coexiste con un
"renacer".

Revisión crítica: en los autores prima una concepción freudiana del duelo, ligada a la
renuncia a los objetos primarios de amor, y su concomitante afectiva. En cuanto a las
formulaciones de Aberastury y colaboradores, es importante señalar que no definen su
concepto de duelo, no es claramente una postura kleiniana, ni es tampoco freudiana.
Tampoco definen explícitamente a que aluden con cada duelo, ni como es el proceso de
elaboración por el cual gradualmente se accede a la adultez, ni que entienden por cuerpo
infantil, rol infantil y padres de la infancia. El duelo ocupó entonces el lugar central en las
formulaciones teóricas y clínicas sobre la problemática adolescente.

Replanteos: A mi entender, una de las dificultades en torno al tema del duelo proviene de
un equívoco sobre el desarrollo: se enfatiza lo que se deja y se lo significa como pérdida.
Pero el adolescente no pierde, sino que cambia, se transforma. Es decir que lo infantil se
modifica, complejiza y organiza bajo una nueva forma. Se produce una transmutación
que, de alguna manera, incluye lo anterior. La relación con los padres, la identidad, el rol y
el cuerpo, si bien dejan de existir en su forma infantil, no constituyen propiamente una
pérdida, sino que cambian, y este cambio de alguna manera se basa, incluye y modifica el
pasado infantil; por lo tanto, este pasado no se pierde, y consecuentemente, no hay
motivos para el duelo. Nada se pierde, todo se transforma.

Se observan los cambios evolutivos o en otros hechos del vivir que dejar algo o cambiar
de estado no promueve malestar o pesar. No sólo cuenta para el sujeto lo que puede
perder, sino lo que gana a cambio. Desde esta perspectiva de la prima de incentivación y
de placer, el sujeto motoriza el acceso a nuevas situaciones y logros que impulsan su
desarrollo. El niño normalmente anhela desde pequeño ocupar el lugar del adulto, al que
atribuye todos los privilegios y goces; por eso, busca el progreso en los diferentes niveles.
En la adolescencia, el acceso a la genitalidad y a la independencia lo fascina y resarce de
cualquier posible pérdida parcial. La creencia en la necesidad de elaborar duelos frente a
los cambios promueve una visualización equivoca de los jóvenes, que son tildados de
actuadores que no pueden sentir las pérdidas, lo que los acerca peligrosamente a la
psicopatía o a las reacciones maníacas por negación del duelo. Retomo en este punto el
problema del duelo por la pérdida del cuerpo infantil. Diré que para mí no hay pérdida ni
duelo, porque el cuerpo se desarrolla desde el cuerpo infantil previo, con señales
progresivas de cambio y porque las nuevas capacidades físicas, la potencia muscular, la
maduración genital y consecuentemente la capacidad reproductora, así como la
voluptuosidad en el uso del cuerpo y de lo orgásmico-genital, que progresivamente
homologa al adolescente con el adulto, dan esa prima de incentivación y de placer que
promueve hacia lo progresivo y compensa con creces lo que se deja. En cuanto a la
representación psíquica del cuerpo, tampoco se pierde. Por el contrario, a partir de la
percepción progresiva de nuevas sensaciones, se captan modificaciones externas del
cuerpo, aparecen nuevas funciones, se es visto por los otros de manera diferente, etc.
Reitero, no se pierde la representación del cuerpo infantil, sino que esta se encuentra
incluida en la transformación que sufre y que, le otorga continuidad en el cambio y en el
tiempo. A partir de esto, podemos pensar que la identidad tampoco se pierde, sino que se
transforma o complejiza, o que la relación con los padres varía en contenidos, modos y
lapsos de tiempo. La palabra "pérdida" no corresponde a este fenómeno. En el joven, este
alejamiento de la infancia está más precisado por el dejar, en el sentido de abandonar una
cosa, cesar, resignar. Dejar su infancia para tomar lo nuevo y encaminarse hacia la
adultez. Dejar lo infantil, alejarse con una mirada puesta en el futuro, se transforma en
pérdida.

¿Qué se pierde o duela en la adolescencia? Para evitar que equivocadamente se


interprete que no creo que haya pérdidas y duelo durante este período, pasaré a señalar
lo que sí corresponde con esas vivencias y desencadena ese proceso según mi punto de
vista. En primer lugar, privilegio la reactualización edipica, por la resignificacion que el
advenimiento del erotismo genital y la maduración física propicia y lleva al complejo a
bordear la tragedia. Esta tarea de duelo es difícil no sólo porque se trata de los objetos
más significativos y deseados que el joven tuvo y quizás tendrá en su vida, sino porque se
encuentra ante dos grandes escollos. Uno deriva de que debe renunciar a los padres aún
cuando están presentes, sin perder el vínculo por eso. El otro deriva de que esa renuncia
del ligamen tan preciado y anhelado debe trocarse por una relación tierna y cariñosa,
deserotizada; debido a ambos escollos. Este duelo, como es de esperar, es lento, arduo y
paulatino; en cierto sentido se cumplen los tres momentos señalados por Freud, pero
mientras el conflicto es incipiente, el joven se aparta reactivamente de sus padres,
predomina la conducta en lo externo y de escasa remoción intrapsíquica. Parcialmente,
los padres son reemplazados por el grupo de pares. En este sentido, hay coexistencia del
nuevo objeto y del anterior aún no plenamente resignado. Durante la adolescencia
temprana, predomina la relación con amigos, en especial con "el" amigo o "la" amiga
íntimos, que se instalan en el acmé de la elaboración edipica negativa como
desplazamiento de la figura parental y a la vez posibilitan su renuncia y el alejamiento de
ella, con la consecuente derivación de la energía narcisista-homosexual implícita en el
conflicto, al cargar de manera neutralizada el ideal del yo como instancia más diferenciada
y relativamente autónoma. Otro proceso de duelo, propio de la adolescencia, es la
renuncia del niño a la imagen real forjada en la infancia sobre cómo sería de joven o
adulto. Esto es particularmente importante en lo que se refiere al cuerpo, ya que este
cambia básicamente según los determinantes genéticos y no de acuerdo con el propio
deseo (o el de los padres).
Procesos conexos con el duelo en la adolescencia: en primer lugar, me referiré al proceso
de desidealizacion, tanto del self como del objeto, que es probablemente el proceso más
doloroso por el que transcurre el adolescente. El incipiente movimiento exogámico,
iniciado en el período de Latencia y fuertemente incrementado en la adolescencia, lo
conecta con otras familias, otros adultos, otras relaciones de autoridad, castigos, códigos,
etc. Esto le permite comparar y tomar una imagen más realista de sus padres que aquella
derivada de la idealización infantil, que los tornó fantásticos y omnipotentes. Este proceso
de desilusión gradual hace que los padres caigan del lugar de semidioses en que estaban
ubicados, y el adolescente los perfila entonces como sujetos con virtudes y defectos,
capacidades y limitaciones, es decir, los humaniza. Se trata de un proceso de
modificación de las imagos parentales, de cambio, de resignificacion, no de duelo. Puede
entenderse el proceso de duelo como una resignificacion a posteriori, en tanto la pérdida
del objeto promueve una reestructuración y reevaluación de la relación con uno mismo,
pero además implica procesos que le son propios. En ocasiones, he podido observar a
jóvenes con una marcada nostalgia y apego por el pasado infantil, que se debía a una
identificación con padres que no podían aceptar el crecimiento y la independización de
sus hijos y penaban entristecidos. Por lo tanto, el sentimiento de los jóvenes no se debía a
las dificultades para elaborar los duelos por lo infantil perdido, sino a que percibían que su
desarrollo e independización generaban tristeza y vivencia de vacío en sus padres. En
otros términos, el joven, en sus oscilaciones regresivo - progresivas, reactualiza y
reinscribe su pasado a partir de las resignificaciones y la remodelación de sus estructuras
psíquicas, historiza su vida y le otorga un sentido de continuidad yoíca. Esta noción
diferente del tiempo no sólo modifica el pasado, sino que carga el futuro como el momento
en que se pueden concretar los anhelos y satisfacer los deseos, que se amalgaman con
las capacidades, las posibilidades y los ideales a los que aspira y a partir de los cuales
organiza un proyecto de vida.

Sobre las diferencias entre el adolescente y el que está en duelo o sufre un infortunio
amoroso: trataré de reseñar algunas diferencias entre adolescencia y duelante. Aquel que
duela siente que perdió a alguien o algo que identifica claramente, y que pena por no
tener, mientras que el joven no conoce el motivo de su penar e ignora las razones de su
tristeza. El primero sufre un revés en el mundo externo que no quería que le ocurriese y le
pasó, lo que le significa una pérdida por la cual se entristece y duela. Mientras que el
segundo sufre por un proceso interno, inconsciente, que promueve la renuncia, y que
tiene un carácter más activo en la búsqueda de independencia de los padres y
apartamiento de su autoridad. El que sufre por un revés amoroso o duela está
"acaparado" por ese conflicto, y dicho proceso lo ocupa consciente e inconscientemente;
recuerda, imagina, sueña, dialoga, se enoja, etc., con el objeto perdido, sumergiéndose
en el pasado y deteniendo el presente. Por su parte, el joven no tiene noción clara de su
proceso, sino más bien una vivencia difusa (de índole triste en cuanto al desenlace
edípico); además, a la vez que añora el pasado, duela o tiene mal de amores, se ocupa y
se interesa en otras cosas, busca, crea otros vínculos y situaciones, realiza actividades
sublimatorias y creativas, imagina y se proyecta al futuro.
Los duelos de los padres durante la adolescencia de sus hijos y los procesos conexos: la
problemática de la adolescencia no atañe sólo al joven, sino que involucra a toda la
familia, particularmente a los padres, quienes también tienen que realizar acomodaciones
conductuales, duelos y modificaciones intrapsíquicas. Desde la gestación, los padres
vuelcan expectativas y forjan ilusiones sobre su hijo, y esperan que se cumplan al finalizar
el desarrollo. La reestructuración adolescente, la búsqueda de autonomía y desasimiento
de la autoridad parental, así como el arribo a la plenitud física y genital que posibilita a los
hijos enfrentarse a los padres, pueden generar en mayor o menor grado que se opongan
o desvíen los deseos parentales, o que se dirijan a cumplirlos pero por caminos o formas
diferentes de los esperados. Esta situación de injuria narcisista confronta a los padres con
la pérdida del hijo ideal anhelado. Esta pérdida promueve una modificación en los padres
que podría plantearse como duelo. Hay otros procesos conexos, que no son en sentido
estricto pero parecen, de los que señalare sintéticamente tres que estimo importantes.
Uno se refiere a la acomodación, derivada de la paulatina declinación de la dependencia
del hijo y de la consecuente necesidad de sus padres. Es un proceso lento, ríspido, a
veces doloroso, de despegue e individuación mutua, paralelo y concomitante con la
resolución edipica y su correspondiente duelo. El segundo segmento refiere a lo temporal
y lo generacional. El esplendor físico, el vigor y la potencia que los jóvenes transmiten así
como la imagen de una vida por delante, y múltiples proyectos por cumplir, son elementos
que frecuentemente confrontan a los padres con su físico con señales de envejecimiento
y con su proyecto de vida acotado, que los llevan a replantearse el cumplimiento, el
abandono o la traición de sus proyectos e ideales adolescentes, lo que suele
correlacionarse con la denominada "crisis de la edad media". En esta época se hace
evidente la vejez, declinación y muerte de la generación de sus propios padres, por lo que
se ven ante dos frentes al mismo tiempo: uno los reconecta con su pasado adolescente y
el otro los proyecta a la vejez y a la muerte. Finalmente, es importante la reacomodación
que pueda producirse en los cónyuges, ligada a los duelos y procesos anteriores, y en
particular al reencuentro como pareja, que fue parcialmente relegada para dar curso a la
parentalidad.

El uso del término "duelo" como unívoco, cuando en realidad no lo es. Si bien su
etimología latina remite al dolor, no quiere decir que toda situación dolorosa implique
duelo. No toda pérdida se procesa según ese trabajo de duelo, propio de la pérdida
objetal.
Pérez Jauregui, M. (1993) Fundación Universidad a distancia “Hernandarias”. “Proyecto
vital y adolescencia”.

Introducción:

La esencia del hombre es ser-en-situación y con los otros. De allí que el análisis sobre el
adolescente debería surgir de una articulación con el contexto socio-cultural y valorativo
que contribuya a configurarlo en su proceso de desarrollo.

Existir resume los tres tiempos: pasado, presente y futuro, en una síntesis dialéctica que
se presenta a mi conciencia en el aquí y ahora de mi vida.

El hombre es así auto-conciencia. Vive su existencia y, al mismo tiempo, es capaz de re-


flexionar sobre ella.

Comprendemos estructuralmente al hombre desde la dialéctica yo-mundo.

Proyecto de vida es, entonces la encarnación de posibilidades (pro) y limitaciones (yecto).

Los proyectos de vida tienen un sentido hacia la autenticidad e inautenticidad. Decir que
un proyecto vital es totalmente auténtico o inauténtico implica: 1. Juicio valorativo. 2.
Establecimiento de absolutos.

El sentido hacia la autenticidad es una búsqueda que aparece en la adolescencia y dura


toda la vida. Es una tarea que debe ser descubierta y desarrollada por la persona. Cada
proyecto de vida encarna dialécticamente ambos sentidos, de un modo dinámico y
cambiante en la vida.

El sujeto que reprime sus sentimientos, que se separa de su interioridad para privilegiar
aquello que su racionalidad le indica como de mayor utilidad, corre el riesgo de ser un
individuo que desde las máscaras que se coloca, asume los roles que los demás le
imponen.

Philipp Lersch señala cuatro raíces de la inautenticidad: la adaptación a lo que se espera


de uno; la fuerza sugestiva del ambiente; la tendencia a la notoriedad y el hambre
vivencial con una impotencia vivencial.

Las dos primeras colaboran para la lectura sociológica.

La pérdida de la interioridad es uno de los rasgos sobresalientes que distintos pensadores


atribuyen a la sociedad actual.

Entendemos la personalidad (forma de comportamiento de lo psíquico) desde la


estructura yo-mundo en su interjuego y entrelazamiento dinámico. Los espacios que tanto
el yo como el mundo ocupen en su interacción, deben estar equilibrados en su dimensión
y enlace recíproco, de tal modo que el proyecto de vida de un sujeto expresado en su
existencia, sintetice ambos aspectos de la estructura en una comunicación fluida y
recíproca.
La posición ingenua del niño, el no comprender lo que de él espera, mantienen intacto ese
interior que aún no lucha, como hará más adelante, por adaptarse a las exigencias del
medio. Adaptación necesaria, más coexistente con el riego que, si se le otorga demasiado
predominio al exterior, la interioridad perderá el espacio necesario para el despliegue de
los recursos propios.

Lo propio y ajeno, la interioridad y exterioridad, se hallan en permanente interjuego.

Para que haya una evolución armónica de la personalidad la interioridad y la exterioridad,


la intimidad y el mundo, la inmanencia y la trascendencia, deben desarrollarse
simultáneamente.

Adolescente es un sujeto que, saliendo de la niñez, dependientemente de los mayores,


ingresa paulatinamente con una edad aproximada de 12 o 13 años, en un ciclo que se
halla determinado culturalmente en su extensión. De la niñez dependiente pasaría (a
través de la adolescencia) a la adultez independiente o autónoma.

El adolescente va construyendo su identidad, lo que sucede de acuerdo con el


sentimiento de su propio poder y valor en y ante los otros. Es esperable que al finalizar
esta edad tenga cierta unidad psíquica, autonomía, responsabilidad y autoestima.

Su pensamiento pasa a elaborar criterios y normas desde la heteronomía infantil á la


creciente autonomía juvenil.

2. Desarrollo: Proyecto de vida en el adolescente actual

En el plano sexual, el vocacional, en el laboral, para citar sólo algunos de los temas
existenciales más sobresalientes, el adolescente se encuentra ante la situación de elegir
"quién quiere ser”.

El adolescente percibe la realidad desde su perspectiva. Esta se halla dada por la


jerarquía de significaciones qué le otorgan una particular forma de ver el mundo y de
orientarse en él.

Se hallan planteadas situaciones dilemáticas para su existencia, que lo colocan en la


encrucijada de optar. Optar es elegir entre distintas alternativas. Encrucijada es el lugar en
que aparecen varios caminos y la angustia concomitante de encarnar esa situación tiene,
como razón de ser, la conciencia de elegir seguir por un camino, rechazando otros.

El adolescente, debe hallar, desde su posibilidad de "ser conciente de", el camino


profesional u ocupacional qué mejor responda a su escala de preferencias, valoraciones y
adaptación a las posibilidades que el medio ofrece.

Se sitúa en la adolescencia uno de los principales momentos en que la situación de


encrucijada aparece, encrucijada en que diversos caminos o alternativas colocan al
adolescente ante la opción de elegir. Aparece en toda crisis madurativa, en las diferentes
edades del individuo, así como también en las crisis individuales de toda historia vital. Lo
que aquí queremos subrayar es que la adolescencia es una de las edades en que, por
sus características, esta encrucijada se manifiesta en todos los planos de la existencia.

Eduardo Spranger, plantea que las formas de vida predominantes en los jóvenes de su
época, están relacionadas con la percepción y afectación de aquellos sentidos o valores
que en su contexto adquieren relieve.

Observa que en la adolescencia se dan 3 fenómenos concomitantemente: descubrimiento


del yo, formación paulatina de un plan de vida e ingreso en las distintas esferas de la vida.

En la adolescencia la temática del yo gira en torno del concepto que sobre el propio poder
y el propio valor debe lograrse.

Erik Erikson define a la adolescencia como el período de moratoria psicosocial en que se


necesita poseer un sentido de la identidad para ir ingresando en el mundo adulto, desde
ciertos planes que el adolescente se propone, pasando de una heteronomía a una
autonomía. La formación de un plan de vida está relacionado con el advenimiento de ese
nuevo yo, así como con la conciencia de la continuidad vital.

El adolescente tiene que optar entre situaciones que entran en conflicto.

La construcción y el despliegue de proyectos de vida, dependen del sentimiento que el


adolescente tenga de sus propias capacidades, su propio poder y su propio valor, así
como de la imagen de mundo. A su vez, en la tarea de ir proyectándose y buscando en el
horizonte del mundo su realización, esta imagen de sí mismo y de su mundo será
recreada y modificada, según los resultados de tal accionar.

El adolescente posee un ímpetu vital que le abre el espacio para desarrollarse.

El ingreso en distintas esferas de la realidad le permite desplegar sus potencialidades: así


el yo se desarrolla en su ímpetu vital, en el mundo donde halla su horizonte.

Es característica la impaciencia de los adolescentes en la espera de aquello que


contribuiría a consolidar una imagen de sí y de mundo satisfactorias.

La espera puede dar lugar a dos emociones diferentes: la esperanza y la desesperanza,


expresiones ambas de la imagen de la posibilidad de que el mundo le brinde un espacio
de autoafirmación y desarrollo, o no se dé un encuentro armónico entre el yo y el mundo.

El adolescente de hoy tiene una sobreestimulación que, al cursar con la intensa velocidad
y fugacidad con que hoy se establece el contacto con la realidad, dificulta una elección
desde lo que él auténticamente desea.

Los proyectos de vida, como hemos visto, implican la posibilidad de desarrollar en el


futuro valores. La existencia predominante en la sociedad de hoy de disvalores y
antivalores, amenaza lo anterior.

Inautenticidad en la imposibilidad de responder a la exigencia de inserción en el mundo, la


inhibición de pro-yectarse en él, la dificultad en realizar los modos de ser-en-el-mundo y
con-los otros, logrando valores en la vida, desde una imagen de mundo posibilitadora de
la realización personal.

Son sus consecuencias principales la mediatización del mundo, la pérdida de la unidad


psíquica, los fenómenos compensatorios, la aparición del hombre-masa, la pérdida del
contacto directo con la vida y la desinteriorización del hombre.

Entre lo interno y lo externo debe existir una interacción recíproca, entre el hombre y el
mundo debe darse un diálogo y apertura mutua para que no se configure una separación
o aislamiento entre ambos términos.

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