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“ Recordemos con qué repugnancia pensamos en las cosas que hieren profundamente nuestros
intereses, nuestro orgullo o nuestros deseos, con qué dificultad nos decidimos a someterlos al examen
preciso y serio de nuestro intelecto, con qué facilidad por el contrario, nos alejamos bruscamente o nos
separamos furtivamente sin tener conciencia... ”
Schopenhauer (1966, p. 1131)
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testigo” (Freud, 1915a, p. 163). Si esos actos no pueden advenir a la
conciencia por simple reflexión o “introspección”, nosotros interpretamos que
una fuerza se opone a su devenir consciente, que son dejados de lado, en una
palabra, reprimidos.
Una “rebelión violenta” se produjo, nos dice Freud, para impedir el acceso a la
consciencia al acto psíquico incriminado. Un guardián avizor ha reconocido el
agente falible, o el pensamiento indeseable, y lo ha señalado a la censura
(Freud, 19115a) Dejando de lado la analogía utilizada para hacer comprender
la actividad de la represión, analogía formulada a partir de une representación
espacial de dos territorios con una guardia fronteriza que protege el reino de la
consciencia, aunque sea a costa de la enfermedad, la teorización que queda es
la siguiente: un acto psíquico –o un proceso anímico– capaz de consciencia ha
sido impedido de acceder a la consciencia (rechazado en la frontera o
expulsado) por una fuerza que se le opone. Toda fuerza actúa al servicio de un
agente de la acción, y en el caso de la represión este agente no puede ser más
que intencional: “¿cuáles son los motivos” (Freud, 1915a) por los cuales él se
opone? ¿Y quien es él? Pero no anticipemos.
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interpretación, o significación, mediatizada por el signo, o el símbolo si se
prefiere.
Pero, también existe, con seguridad, una actividad cerebral inconsciente de tipo
cognitivo, noético o “mental” (es decir mediatizada por el signo), como lo
permiten pensar ciertas experiencias de casos patológicos [cf. por ejemplo split
brain (Anexo II), o amaurosis histérica.] Lo que significa que “islotes de
actividad situados en el sistema tálamocortical puedan coexistir con el núcleo
(dinámico), influenciar su comportamiento y sin embargo, no formar parte de él”
(Edelman y Tononi, 2000, p. 211) (cf. Anexo III)
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– la palabra o el gesto como expresión del pensamiento e inversamente –
cuando es comprendido como un signo que informa a alguien de algo. El
criterio que define lo mental es la significación. Toda mentalidad implica
terceidad es decir una relación triádica que no se puede descomponer en
díadas (Peirce). Lo que concierne a lo mental es siempre un signo de otro
signo: una relación de objeto, semántica, intencional , de significación. Pero lo
que es fundamental en la concepción del signo es que es triádico, que el acto
de significación o acto inteligible que lo constituye es un acto social que incluye
necesariamente al otro como partenaire de la acción. El sujeto intencional
apunta al objeto con el gesto o la palabra, pero la relación entre el gesto y el
objeto, por ejemplo, se establece sólo si ella es interpretada o comprendida
como tal por aquél a quien el gesto está destinado (cf. Anexo IV) Así, lo que
uno llama representación no es una idea, sino mas bien un proceso de
representancia, una relación referencial o semántica de significación que dentro
de un sistema signitivo (o simbólico) es siempre representación de otra
representación, o mejor dicho, signo de otro signo.
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conduce a dos resultados fastidiosos: uno, transformar el Ics en sujeto, agente
de la acción; el otro, substancializarlo (biologizar)]
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una “explicación” psicoanalítica [1]. ¿Hace falta entonces “la consciencia moral”
o el superyó de la segunda tópica?
Cuando leemos el relato de los casos clínicos que nos ha dejado Freud
entramos por otra vía en los contenidos mentales supuestamente
inconscientes. El sujeto fóbico es un niño, tiene la cabeza llena de
pensamientos, de ensueños (fantasías), de fantasmas, [creencias y deseos], de
sentimientos contradictorios. Tanto en la descripción e interpretación de la
patología del hombre de los lobos, caso en el cual la moción de amor hacia el
padre se vuelve “pasiva” –ser amado por el padre– como en el análisis de la
fobia de un niño de cinco años, la explicación intencional prima: son los
motivos, los deseos y los conflictos, una historia, los que dan sentido a la
enfermedad. La comprensión de los motivos, deseos, creencias y fines de la
acción del sujeto en interacción con el alter, con lo que se opone y lo priva o lo
sostiene y ayuda, aportan la “materia” de lo que consideramos como la causa
de la neurosis y más generalmente del comportamiento humano.
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El niño se inserta en una red signitiva que de entrada le significa las
prohibiciones de una sexualidad edípica normativa. Este universo intencional
de una sexualidad disfuncionalizada es para el niño “el injerto prematuro de un
amor pasional”, opaco en su contenido semántico erotizado, permanece
implícito en múltiples enunciados heterogéneos, e incluso está elidido del
discurso parental directo. Mas aún, el niño pequeño debe metabolizarlo,
comprenderlo, apropiárselo. Por añadidura, el objeto sexual externo se sustrae
a su erotismo deseante dejando el campo libre a la actividad del fantasma, o de
la fantasía, que reprimido, compondrá el trasfondo del contenido mental de la
psiquis individual.
Sabemos que todo acto mental releva de una actividad neuronal, de un estado
funcional del cerebro, y, también, de un contenido semántico, intencional. Dos
lógicas se enfrentan entonces: en el dominio de lo intencional la intelección de
la significación es intrínseca, damos explicaciones, motivos, razones, que
consideramos como causas del acto, al mismo tiempo que afirmamos la
teleología de la intencionalidad. El contenido noético es intensional, cada
acción tiene sus propias razones [3]. En cambio, en la explicación naturalista,
la intención o la inteligibilidad es derivada, indirecta, mediata; la causalidad es
nomológica, no hay motivos singulares, ni casos particulares, que no sean los
ejemplares de una ley general. Entonces el fenómeno tiene sus “mecanismos”
y su cantidad de energía. Cambiamos de dimensión cuando pasamos del nivel
nomológico de la secundeidad (naturaleza) a la relación anormal (Davidson) de
la terceidad (mental). De la causalidad a la explicación. Estas dos maneras de
comprender los procesos psíquicos nos autorizan a decir que el cerebro está
en el cráneo pero que lo mental está en el mundo.
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aparato ficticio analógico que hipostasia las correlaciones establecidas a nivel
intencional.
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En consecuencia se vuelve necesario postular una doble censura. Los retoños
del Ics han logrado avanzar hasta la consciencia y se organizan en el Pcs, pero
luego, como “quieren [en rigor, en la teoría fisicalista, no quieren nada, es la
fuerza de la energía de investidura la que puja] imponerse a la conciencia,
pueden ser individualizados como retoños del Ics y reprimidos otra vez en la
nueva frontera de censura situada entre Pcs y Cs” (Freud, 1915a, p. 190). En la
cura psicoanalítica, continua Freud “exhortamos al enfermo a formar profusión
de retoños del Ics y lo comprometemos a vencer las objeciones que la censura
haga al devenir-concientes de estas formaciones preconscientes; derrotando
esta censura nos facilitamos el camino para cancelar la represión, que es la
obra de la censura anterior”. La segunda censura se hace necesaria para poder
preservar la conceptualización mecanista-substancialista del “inconsciente”,
donde sólo hay fuerzas, cantidades y “cosas” (representaciones que se han
transformado en cosas, sin su cualidad [¿cualidad de significar algo para
alguien?] dada por la representación de palabras).
Sin embargo, si bien Freud no abandona nunca esta posición teórica [su último
escrito será: “Puede que la espacialidad sea la proyección de la extensión del
aparato psíquico. (..) La psiquis es extensa, no sabe nada”] debe atemperarla
reconociendo que placer y displacer no puede ser “referidos al crecimiento o a
la disminución de una cantidad que llamamos tensión de excitación”, sino a un
factor “que sólo podemos designar como cualitativo” y agrega para precisarlo
que ese “cualitativo” no es otra cosa que un carácter no semántico de lo
cuantitativo. (El problema económico del masoquismo [1924])
De todos modos, por lo menos desde 1914 con la Introducción del narcisismo
tenemos otra visión de la represión más centrada en la intencionalidad del acto
psíquico. En el curso de su desarrollo, el yo ha creado una instancia psíquica
particular que “observa de manera continua al yo actual midiéndolo con el
ideal” (Freud, 1914, p. 92), a ese yo ideal al cual se dirige el amor de sí.
Entonces “la formación de ideal sería de parte del yo, la condición de la
represión” (p. 90). La misma idea es retomada en las Conferencias de
introducción al psicoanálisis, con la formulación siguiente: “Esta instancia auto-
observante la conocemos como el censor del yo, la consciencia moral... ”
(Freud, 1916-17). A partir de aquí, la teorización freudiana se sitúa en un
terreno totalmente semántico, tanto los contenidos proposicionales que serán
reprimidos como la instancia que ejerce la censura son del orden de la
intencionalidad (de la terceidad). La “consciencia moral” es el antecedente
conceptual del superyó y, evidentemente, es social, normativa, representativa
de un orden simbólico androcéntrico, del cual recibe la prohibición edípica. “La
institución de la conciencia moral fue en el fondo una encarnación de la crítica
de los padres, primero, y después de la crítica de la sociedad” nos dice Freud
(1914, p. 93).
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de interdicción con respecto a una categoría de mujeres. Gendarme escondido
y siempre alerta, e incluso cruel, el superyó será, él, el censor.
Esto nos lleva a la conclusión de que en la actividad psíquica sólo los actos
mentales, intencionales, son susceptibles de represión, como ya lo dijimos,
cuando esos actos han encontrado un obstáculo en su devenir consciente.
¿Cual es dicho obstáculo? Suponemos que si un pensamiento ha sido
reprimido es porque la consciencia no podría aceptarlo, la consciencia se
opone. Pero la consciencia tampoco es una entidad. “La consciencia” se refiere
a la actividad consciente de alguien, de un sujeto del acto mental. El obstáculo
es, luego, otro pensamiento que se le opone.
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nuevamente el retoño impertinente. La fuerza represora es siempre la
consecuencia de la fuerza o de la importancia de los motivos y de las razones
que nosotros imaginamos como contrarios al pensamiento inaceptable. Esta
fuerza no es una cantidad, es un valor, un "ordre de grandeur".
Anexo I
Una agrupación funcional bastante compleja puede ser engendrada por las
interacciones re-entrantes entre grupos de neuronas repartidos en particular en
el sistema tálamocortical y tal vez en otras regiones del cerebro. Sin embargo,
dicha agrupación no puede equivaler a todo el cerebro ni limitarse a un
subconjunto determinado de neuronas. Así el término “núcleo dinámico” no se
refiere deliberadamente a un conjunto único e invariante de áreas del cerebro
(en el cortex prefrontal extraestriado o estriado), y el núcleo puede cambiar de
composición con el correr del tiempo.”
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Anexo II
Para Gazzaniga, el hemisferio izquierdo no supo nada del estímulo visual (el
paisaje nevado) que está en el origen del comportamiento inducido por el
hemisferio derecho. A partir de allí, el hemisferio izquierdo interpreta de manera
racional una acción de la cual ignora el origen proporcionando una explicación
coherente con las informaciones de las que dispone.
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Anexo III
Op.cit., p.226)
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Anexo IV
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el objeto gracias al signo que lo designa, al mismo tiempo que constituye el
signo sobre esta identificación” (Castoriadis, 1975, pp. 334-338)”
(volver al texto)
NOTAS
[1] Detrás de la investidura libidinal está la atribución de una “intencionalidad intrínseca” a pulsiones en
conflicto. Cf. nuestra crítica en Crítica epistemológica de la noción de «pulsión». En Aperturas
Psicoanalíticas, Revista n°1, marzo 1999 de psicoanálisis (www.aperturas.org)
[3] Intensional-con-s: es la propiedad de ciertas entidades lingüísticas que no satisfacen los tests de
extensionalidad como la substitución de términos idénticos y la generalización existencial; designa el
contenido de una proposición o de un concepto. La intensión está en relación inversa a la extensión de un
concepto. "Ser", por ejemplo tiene una extensión máxima. Una discusión del término intensionalidad-con-s
(sin que esto signifique que haya que estar de acuerdo con sus conclusiones) se encuentra en John R.
Searle: L'intentionalité. Essai de philosophie des états mentaux. Les éd. de Minuit, Paris, 1985.
[4] Caviarder: es una expresión de la jerga periodística que se refiere a la práctica de la policía zarista de
tachar con tinta china ciertas partes o palabras de un escrito "no conforme" para hacerlo ilegible.
(i). Gazzaniga considera que ese proceso de atribución de causas racionales a un comportamiento es un
mecanismo mayor de la conciencia. El sistema verbal no siempre está informado del origen de nuestras
acciones. Le atribuye una causa racional al comportamiento como si conociera la motivación original,
pero, de hecho, no la conoce. Un sistema de creencia emerge como una consecuencia de ese proceso de
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atribución. Es como si diéramos un sentido a la realidad al considerar lo que hacemos. En otras palabras,
es como si la conciencia de sí implicara consideraciones de lenguaje sobre nuestras actividades sensori-
motrices.
(ii) Gazzaniga, M.S. Right hemisphere language following brain bisection: A 20 year perspective,
American Psychologist, 38, 1983, p.534
(iii) Conviene también señalar que las personas victimas de agenesia del cuerpo calloso (ausencia
congénita de cuerpo calloso) presentan pocos signos de desconexión cerebral (...)
(iv) Ver la crítica de Emile Benveniste en: Problèmes de linguistique générale, 1. Tel, Gallimard, Paris,
1966, p. 50
Bibliografía
Colombo, E. (2000) Sexualité et érotisme. In Sexualité infantile et attachement. Widlöcher et al. PUF,
Paris, Versión reducida publicada en Aperturas Psicoanalíticas n° 2 Julio de 1999 Revista de
Psicoanàlisis (www.aperturas.org)
Edelman, G. y Tononi, G. (2000) Comment la matière devient conscience. Ed. Odile Jacob, Paris.
Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños. Obras completas Vol. V. Amorrortu editores, Buenos
Aires.
Freud, S. (1909 b) Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Obras completas Vol. X. Amorrortu
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Freud, S. (1909a) A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Obras completas Vol. X. Amorrortu
editores, Buenos Aires.
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Freud, S. (1914) Introducción del narcisismo. Obras completas Vol. XIV. Amorrortu editores, Buenos
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Freud, S. (1915a) Lo inconsciente. Obras completas. Amorrortu editores, Buenos Aires, Vol. XIV.
Freud, S. (1916-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras completas Vol. XVI. Amorrortu
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Freud, S. (1933) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras completas Vol. XXII.
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