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Califato de Córdoba
El Califato Omeya de Córdoba (en árabe: ;خالفة قرطبةtransliterado Khilāfat
Qurṭuba) o Califato de Occidente, y oficialmente como el Segundo Califato
Omeya,1 fue un estado musulmán andalusí gobernado por la dinastía omeya, tras la
autoproclamación del emir Abderramán III como califa en 929. Su territorio abarcaba Iberia y parte del
norte de África, con capital en Córdoba. El Califato sucedió al emirato independiente instaurado por
Abderramán I en 756.
El califato se desintegró a comienzos del siglo XI durante la Fitna de al-Ándalus, una guerra civil entre
los descendientes del califa Hisham II y los sucesores de su háyib (oficial de la corte), Almanzor. En
1031, tras años de conflicto, el califato se fracturó en multitud de reinos musulmanes independientes
conocidos como taifas.2 Por otro lado, la época del Califato de Córdoba fue la de máximo esplendor
político, cultural y comercial de Al-Ándalus, aunque también fue intenso en unos de los reinos de
taifas.
Historia
Dinastía Omeya
Ascenso
Abderramán I se convirtió en emir de Córdoba en 756 tras seis años de exilio después de que los
omeyas perdieran el cargo de califa en Damasco a manos de los abasíes en 750.3 Con la intención de
recuperar el poder, derrotó a los gobernantes islámicos de la región y unió varios feudos locales en un
emirato.4 Las incursiones aumentaron el tamaño del emirato; la primera en llegar incluso hasta
Córcega ocurrió en 806.5
Los gobernantes del emirato utilizaron el título de «emir» o «sultán» hasta el siglo X. A comienzos del
siglo X, Abderramán III tuvo que enfrentarse a una amenaza de invasión desde el norte de África por
parte del califato fatimí, un imperio islámico chiita rival centrado en Ifriquía. Como los fatimíes
también reclamaban para sí el título de califato, en respuesta Abderramán III reclamó el título de califa
para él mismo.6 Antes de la proclamación de Abderramán como califa, los omeyas reconocían
generalmente al califa abasí de Bagdad como legítimo gobernante de la comunidad musulmana.7
Incluso después de rechazar a los fatimíes, Aberramán mantuvo el título más prestigioso.8 Aunque su
posición como califa no era aceptada fuera de al-Ándalus y sus filiales norteafricanas, internamente los
omeyas españoles se consideraban más cercanos a Mahoma, y por tanto más legítimos, que los abasíes.
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tributos o servían en el ejército, contribuyendo al control fiscal del Califato, realizando con éxito una
redistribución de la riqueza, tal como señala el geógrafo Ibn Hawqal.
Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de Al-Ándalus y estaban
orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales. La política exterior se canalizó en tres
direcciones: los reinos cristianos del norte peninsular, el norte de África y el Mediterráneo.
La fitna
La fitna, guerra civil, comenzó en 1009 con un golpe de Estado que supuso el asesinato de
Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, la deposición de Hisham II y el ascenso al poder de
Muhámmad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III. En el trasfondo se hallaban
también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos
bélicos.
A lo largo del conflicto, los diversos contendientes llamaron en su ayuda a los reinos cristianos.
Córdoba y sus arrabales fueron saqueados repetidas veces, y sus monumentos, entre ellos el Alcázar
andalusí y Medina Azahara, destruidos. La capital llegó a trasladarse temporalmente a Málaga. En
poco más de veinte años se sucedieron 10 califas distintos (entre ellos Hisham II restaurado),
pertenecientes tres de ellos a una dinastía distinta de la omeya, la hammudí.
El emir Abderramán III tomó el título de califa en 929, afirmando así la completa independencia del
Califato de Córdoba del de los abasíes. Siguió el ejemplo de los fatimíes que habían fundado un
califato chiita ismaelita en el Magreb después de la toma de Raqqada (capital de los aglabíes) en 909,
antes de conquistar Egipto en 969 y establecerse allí definitivamente en 973.
La consecuencia de esta decisión fue que los califas omeyas de Córdoba padecían una mala reputación
en la historiografía musulmana. De hecho, el califa, como "Comandante de los creyentes" tenía que ser
único; este deseo de independencia religiosa fue visto como una disidencia que amenazaba la unidad
espiritual de la comunidad de creyentes en el mundo árabe-musulmán clásico, ya socavada por el
establecimiento del califato fatimí. Sin embargo, otros siguieron.
Omeyas de Córdoba
Los Omeyas de España, los omeyas de Andalucía o los omeyas de Córdoba primero gobernaron un
emirato en 756 en Al-Andalus y luego fundaron una dinastía califal en 929. Son una rama de los
Omeyas marwánidas que gobernaban en Damasco sobre el imperio árabe. El último califa de esta
dinastía que gobernó en Córdoba, Hisham III, fue depuesto en 1031.
Política interior
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Califato de Córdoba
El apogeo del califato cordobés queda de manifiesto por su capacidad de centralización fiscal, que
gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos,
peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre mercancías, así como los derechos percibidos
en los mercados sobre joyas, aparejos de navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos
estaban sometidos a contribución. Administrativamente, el califato dividió su territorio en
demarcaciones administrativas y militares, denominadas coras, siguiendo a grandes rasgos la anterior
división administrativa del Emirato.
Durante el Califato de Córdoba el nombramiento funcionarial máximo era el de visir, el acceso a una
alta magistratura permitía la promoción y ascenso de hijos y parientes próximos, lo mismo que el cese
los arrastraba. El háyib o canciller ejercía todas las acciones que el califa delegaba en él, dirigía las
aceifas y organizaba la política administrativa de las provincias. Era el primero de los visires y
responsable de la gestión de estos. También fue muy destacado el puesto de zalmedina de Córdoba,
con rango de visir. Su misión era la aplicación de la ley en asuntos de extrema gravedad, la regencia
del reino en ausencia del califa, la jefatura por delegación de la Casa Real, la facultad de recibir la
adhesión del pueblo en la Mezquita Mayor durante la coronación de los emires o califas y la
recaudación de los impuestos extraordinarios. Subordinados suyos eran el jefe de policía y el Juez de
Mercado. La importancia de este cargo quedó reflejado en la propia evolución política de Almanzor.10
La administración de la justicia descansaba en los cadíes, estos ejercían sus funciones de acuerdo con
el Corán y la tradición ortodoxa de la escuela malikí. El primer magistrado tenía su residencia en
Córdoba y luego cada provincia tenía su juez con plena jurisdicción. Los cadíes también administraban
los bienes de la comunidad y dirigían la oración en las mezquitas. En el Califato de Córdoba surgieron
dos magistraturas extraordinarias: comes injustitiarum y el comes redditornum, el primero era un
nombramiento del califa con poderes especiales para juzgar casos de especial importancia y el segundo
juzgaba las denuncias contra los altos funcionarios.10
La opulencia del califato durante estos años queda reflejada en las palabras del geógrafo Ibn Hawqal:
La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los
medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios
llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición
excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las
prestaciones y de los tributos.
Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores, Abderramán III edificó su propia
ciudad palatina: Medina Azahara. Esta etapa de la presencia islámica en la península ibérica de mayor
esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1009 con la fitna o guerra civil
que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los
sucesores de su primer ministro o háyib Almanzor. No obstante, el Califato siguió existiendo
oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, dando lugar a la fragmentación del Estado omeya
en multitud de reinos conocidos como taifas.
Caída del Califato
En el siglo XI, el Califato se derrumbó y se fragmentó en microestados, las taifas (hasta 25) que,
debilitadas, serían poco a poco reconquistadas por los Cristianos. El último reino musulmán español, el
reino de Granada, cayó en 1492. Los últimos musulmanes, que vivían bajo la ley cristiana, se verían
obligados a convertirse o emigrar en el siglo XVII.
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Califato de Córdoba
Política exterior
Árbol genealógico de la familia Omeya. En azul figura el califa Utmán, uno de los 4
califas ortodoxos. En verde, los califas omeyas de Damasco. En amarillo, los emires
omeyas de Córdoba. En naranja, los califas omeyas de Córdoba (nota: Abderramán
III fue emir hasta el año 929, en que se proclamó califa). Se incluye el parentesco de
los omeyas con el profeta Mahoma, señalado en mayúsculas.
Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde de Barcelona
Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla
y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamientos
bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Gálib.
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para que sus barcos mercantes pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder
marítimo que ostentaba Córdoba.
A partir del 942 se establecieron relaciones mercantiles con la República amalfitana y en el mismo año
se recibió una embajada de Cerdeña.
Economía y población
Jarritas de asa para agua del siglo X de época califal con decoración pintada. Museo Antiquarium,
Sevilla.
La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica —
fundamentada en un comercio muy importante—, una industria artesana muy desarrollada
y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa.
Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental en su
esplendor financiero. La moneda de oro cordobesa se convirtió en la más importante de la
época, que fue probablemente imitada por el Imperio carolingio. Así, el Califato fue la
primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio romano.
A la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del
Califato, que superaba los 250 000 habitantes en 935 y rebasó los 400 000 en 1000, con lo
que fue durante el siglo X una de las mayores ciudades del mundo y un centro financiero, cultural,
artístico y comercial de primer orden. La segunda ciudad de Europa tras Constantinopla.
Las ciudades más importantes que junto con la capital cordobesa fomentaron el esplendor del califato
fueron Toledo como punto estratégico y cultural; Pechina o Sevilla, como los principales puertos
comerciales de Al-Ándalus; Zaragoza, Tudela, Lérida y Calatayud, situadas en el estratégico valle del
Ebro. Otras ciudades importantes fueron Mérida, Málaga, Granada o Valencia.11
Cultura
El califa omeya fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de setenta
bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del
hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir
la extraordinaria ciudad palatina de Madínat al-Zahra, de la que hizo su residencia
hasta su muerte.
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Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes tras la llegada al poder del
califa Alhaken II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado
los 400 000 volúmenes. Quizás eso provocó la asunción de postulados de la filosofía
clásica —tanto griega como latina— por parte de intelectuales de la época como fueron Ibn
Masarra, Ibn Tufail, Averroes y el judío Maimónides, aunque los pensadores destacaron,
sobre todo, en medicina, matemáticas y astronomía.
Estatua de Maimónides en su ciudad natal, Córdoba, realizada en 1964 por Amadeo Ruiz
Olmos.
• 750: Batalla del Gran Zab. Los abasíes persiguen y masacran a los omeyas del Califato de Damasco
(661-750) y establecen un nuevo Califato con Kufa como su capital.
• 756: Con el apoyo del Yund (distrito militar, ejército) sirio, se impone en la batalla de Al-Musara y se
proclamó emir, rompiendo así la unidad política de la Umma, al tiempo que seguía reconociendo la
autoridad religiosa de Al-Mansur, el Califa abasí de Bagdad. Para pacificar el país, asegurar su poder y
su independencia de las conspiraciones de sus enemigos apoyados por los abasíes, Abderramán I,
apodado "el emigrante", confió responsabilidades políticas a miembros de su familia y su clientela. Se
apoya en el ejército, del que aumenta los efectivos, y establece una guardia mercenaria, que le obliga a
aumentar los impuestos para pagar los salarios.
• 766-776: Su política se encontró con la oposición de los Yemeníes y los Bereberes musulmanes que
vivían en España, que se rebelaron en varias ocasiones.
Según el historiador Pierre Guichard, todos los príncipes omeyas que llegaron al poder en Córdoba
eran hijos de esclavas concubinas, la mayoría de ellas de origen indígena “gallegas", procedentes de
las restantes zonas cristianas del norte de España y del noroeste. Así, según el autor, "con cada
generación, la proporción de sangre árabe que fluye por las venas del soberano reinante se redujo a la
mitad, de modo que el último de la estirpe, Hisham II (976-1013), que según la única genealogía de
estirpe masculina es de pura cepa árabe, en realidad sólo tiene un 0,09 % de sangre árabe".
Bibliografía
• Levi-Provençal, E., España musulmana hasta la caída del califato de Córdoba (711-1031),
Madrid 1957.
• Sánchez Albornoz, C., La España musulmana según los autores islamitas y cristianos
medievales, Barcelona 1946.
• Torres Balbás, L., Ciudades hispanomusulmanas, Madrid.
• Vernet, J., La cultura hispanoárabe en Oriente y Occidente, Barcelona 1978.
• Guichard, Pierre: La España musulmana, Al-Andalus Omeya (siglos VIII - XI) en Historia de
España de Historia 16, Vol. VII, Madrid, Temas de Hoy, 1995.
• Vallvé, Joaquín: El califato de Córdoba, Madrid, Mapfre, 1991.