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BAUMAN

CAPÍTULO 4: Identidades pensantes

1. Los costes de la individualización

Gauchet habla de 3 eras de la personalidad:

• La era del “arte individuo”: el universo premoderno era sólido y giraba en torno a
valores como el honor (asentado en el rol social) y las normas (impuestas a los
hombres).
• La personalidad moderna: coincide con el individuo burgués. Edad de oro de la
conciencia de la responsabilidad (hombre internamente dirigido según David Riesman).
Si el universo tradicional es una “sociedad de la vergüenza”, el moderno es una
“sociedad de la culpa”. Se caracteriza por dar voz a la épica colectiva de la Revolución.
• La era de la personalidad contemporánea: Desdramatización tanto de la vida
personal como de la colectiva. Se pasa de la era del enfrentamiento a la de la evitación
(buena denominación para la modernidad líquida). La identidad (creación moderna más
importante para Bauman) emerge durante el largo proceso de destradicionalización y
desinstitucionalización .

A pesar del poder coactivo de la sociedad de la modernidad sólida, ofrecía seguridad colectiva
contra la desgracia individual.

Bauman destaca que la sutitución del término “sociedad, por el término “red” deja atrás la idea
del compromiso y se sustituye por la de conexión. Por este motivo la sociología se encuentra
en un doble vínculo: pierde su objeto natural (la sociedad) junto a su cliente autoevidente. Esta
desaparición de la sociedad provoca en los individuos impotencia tanto individual como
colectiva. En la modernidad líquida se extiende el sentimiento de ineficacia social que impide la
solidaridad y la posibilidad de una movilización colectiva duradera. Si según Freud el malestar
que provocaba la modernidad era consecuencia de la represión de los instintos en aras de la
continuación de la cultura hoy vivimos un “malestar tardomoderno”.

Bauman habla de una identidad flotante que produce un doble vínculo:

1. La modernidad líquida ordena construirse una identidad para lograr sobrevivir.


2. Poseerla de por vida constituye un lastre del que hay que deshacerse si se quiere
permanecer a flote.

Características de la identidad en la modernidad líquida (Bauman)

1. La aportación más importante es la identidad como destino.


2. La segunda aportación más importa es la “identidad del palimpsesto”, identidad
temporal hecho de una serie de episodios. Olvidar más que aprender.
3. La interacción contemporánea no tiene un telos (fin moral), es una sucesión de nuevos
comienzos en la que el valor de mantener los compromisos es reemplazado por el
imperativo del proteísmo (tener las opciones siempre abiertas). Por ejemplo en la
modernidad sólida el sexo estaba unido a la reproducción.
4. La flexibilidad. Bauman recoge las características de la cultura laboral de la
flexibilidad:
• Sinónimo de adaptabilidad (ajustarse a los demás).
• Versatilidad, capacidad de cambio.
• Aprender a trabajar a distancia y/o en equipo.
• Movilidad. Saber romper, poder liberarse de hábitos.

Según Bauman, la creciente consciencia de los peligros que nos aguardan, supone
una creciente impotencia para evitar sus efectos.

La flexibilidad contiene la autonomía (ser líder de sí mismo, ya que el “yo” es


considerado la única posesión duradera) y ser capaz de general capital social.

Mientras que Sennet analiza “la corrosión del carácter”

5. Consecuencialidad: sobre todo en las relaciones afectivas.

La modernidad líquida da un paso más en el proceso de individualización, el cual no es


sinónimo de individualismo. La individualización supone una transformación de las
instituciones, dando lugar a las “categorías zombi” (familia, barrio y clase). La familia y el
barrio son reivindicadas por los comunitaristas, mientras que la clase se ha disuelto en el
mercado de trabajo apoyado por el Estado de bienestar. Así, el pleno empleo es otra categoría
zombi, reemplazado por el empleo flexible, que elimina el lugar de trabajo como ámbito de
formación de la personalidad.

Con la 2ª modernidad, el género y la sexualidad se volvieron algo privado y elegido, ahora son
la fe y el amor. Otros ámbitos para las nuevas identidades son el cuerpo y la reproducción,
gracias a la ingeniería genética. Esta privatización hace que la vida parezca un menú de
opciones en el que los individuos pueden elegir y combinar sus identidades como quieran. Así,
las “biografías reflexivas” sustituyen la determinación de la clase por los estilos de vida. La
gente cree que vive su vida como un conjunto de elecciones y hacen de su identidad un relato
construido.

Los peligros aparecen como problemas personales a los que uno debe enfrentarse solo. Al
mismo tiempo, la incertidumbre y la duda que promueven la individualización ayudan al boom
de la psicología, transformada en un saber popular y en un lenguaje moral dominante. Así, el
mercado de respuestas se hace cada vez más amplio y está al alcance de todos. Anclados a
ese personalismo hemos perdido lo social: la privatización significa una autocrítica compulsiva,
no tener a nadie a quien echar la culpa por la propia desgracia, buscar las causas de las
propias derrotas en nuestra pereza y no encontrar otros remedios que esforzarse cada vez
más. Así, mientras que la enfermedad, la adicción, el desempleo… antes eran vistas como
cosa del destino, ahora se pone el énfasis en la culpa y la responsabilidad individual. Por
tanto, vivir tu vida implica responsabilidad para las desgracias individuales. Así, la reflexividad y
la individualización se unen en la responsabilidad reflexiva, que es un sentimiento político
aunque se defina por su apoliticismo. El individuo siente ansiedad por no poder resolver solo
los problemas que la sociedad de riesgo, individualizada o líquida le presenta como si fueran
producto de su acción y no como producto de algo colectivo. Así, la culpa se echa sobre uno
mismo y se traduce como una incapacidad interna de resolver los problemas. La
responsabilidad reflexiva es un sentimiento moral nuevo, anclado a una visión del mundo que
ha conseguido borrar las causas sociales de los problemas individuales.

En estas circunstancias de difuminación de lo colectivo, la confianza cobra una nueva


importancia ya que es central en una sociedad que pide a sus miembros que acepten los
riesgos y que soporten la ansiedad que generan. Según Bauman, la confianza es la otra cara
del autocontrol, ya que denomina una relación como segura cuando sólo existe la palabra. La
confianza que se tenía durante la modernidad sólida en la sociedad pasa a los demás, que no
consiguen sostener nuestra estabilidad. No puede haber confianza en unas identidades
temporales que se definen por la capacidad de cambiar de una expresión psicológica a otra:
sólo unas instituciones sólidas pueden servir de referencia, y ni el barrio ni la familia ni la pareja
ni el trabajo nos ofrecen seguridad, por lo que desaparece la confianza institucional. Con la
quiebra de la confianza disminuye la seguridad y aumenta la ansiedad. La seguridad de estatus
de la modernidad sólida se sustituye por la incertidumbre de destino de la modernidad líquida,
ya que el individuo no es el agente decisivo de su existencia.

Todo se reduce a la propia habilidad y capacidad de solución, es decir, a la inteligencia


emocional, lo que supone aumentar el poder de los expertos. Según Bauman, los problemas
que nos impiden tener una vida digna son sociales y no psicológicos. En la sociedad
postmoderna de consumidores, el fracaso causa culpa y vergüenza en lugar de protesta
política. Así, la responsabilidad reflexiva libera a la política de las tareas públicas y las pone
sobre los individuos, que no saben cómo traducir lo público en privado y viceversa.

Bauman habla sobre el cuidado de uno mismo como estrategia para huir de la muerte. Dicha
estrategia se centra en el cuerpo. Ese esfuerzo en la remodelación del cuerpo es como el
empeño premoderno por el trabajo. Así, el homo faber resucita en el consumo de la propia
identidad: no hacer ejercicio es sinónimo de abandono y anuncio de una decadencia merecida.
La gimnasia, junto con la dieta alimenticia obsesiva, pretenden posponer la muerte. Para
trascender la mortalidad, los hombres actuales también quieren cuidar su alma, su autoestima.

Basándose en la creencia de que la identidad es autoconstruida, caen en manos de los


expertos. Así, se desarrolla el culto de los especialistas, que crean una nueva confianza. La
autoridad de los expertos encuentra su equilibrio en la baja autoestima de los no especialistas.
La industria psicoterapéutica actúa con mayor fuerza en la esfera privada y sobre todo en la
concepción del amor.

2. Amor líquido

La modernidad líquida destaca el amor como una de las estrategias para negar la muerte.
Se busca la inmortalidad a través de otro ser mortal, pero las condiciones de la modernidad
hacen del amor algo frágil. Bauman habla de la naturaleza trágica del amor moderno, y dice
que “las altas expectativas han aumentado la posibilidad de fracaso. Las derrotas generan
impaciencia e inquietud, ya que la búsqueda del amor verdadero puede estar a la vuelta de la
esquina. La consecuencia es la fragilidad del amor: las parejas rompen ante el primer obstáculo
y ambos prefieren un camino nuevo en vez de negociar los obstáculos del antiguo. Es decir,
ahora se corta en vez de intentar reconstruir el antiguo equilibrio. En el amor, se piensa que si
no se intenta interpretar el bienestar del otro, eres culpable de indiferencia, pero sino, le robas
su autonomía. Cuanto más cuidado se quiera dar al otro, mayor intimidad se necesitará, pero
también será mayor la posibilidad de dependencia y de fragilidad. Luego, mayor la posibilidad
de perder el respeto al otro y menor interés y cuidado.

En el amor surge la ambivalencia: se nutre, por una parte, del deseo de cuidar y de proteger al
otro y, por otra, de la necesidad de su destrucción, es decir, de devorar, ingerir, digerir y
aniquilarlo. Como el otro es el reflejo de mi propia capacidad, quiero cambiarlo a mi imagen.
Con esta perversión de querer cambiar al otro está la de querer agradarle siempre.

Bauman defiende la idea de dependencia, especialmente en el ámbito de los sentimientos.


Unas de las fuentes teóricas de la independencia son el liberalismo y la filosofía kantiana, que
entiende la autonomía como autocontrol. La modernidad liberal ha hecho que la dependencia,
que se muestra en el amor, la amistad o la relación entre padre e hijo, quede reprimida por la
idea de que es vergonzosa. El respeto supone que el otro sea visto como alguien cuya
presencia importa.

Las 2 estrategias que los hombres han inventado para huir de la inseguridad del amor son: la
fijación y la flotación.

• Fijación: lucha contra la inseguridad. La pareja fija su compromiso con el matrimonio,


buscando cuidado y prometiendo responsabilidad. El amor es sustituido por el deber,
por sus reglas, por sus rutinas y por sus obligaciones. Conviene al más débil, que
tradicionalmente ha sido la mujer.
• Flotación: propia de la postmodernidad. Huye de la inseguridad, buscando la
seguridad en otro lado, en otra figura que pare la movilidad de los efectos de la
individualización. La ideología de la flotación es la igualdad, pero conviene al más
fuerte, que tradicionalmente ha sido el hombre. La relación se inicia eliminando todo
elemento moral, es decir, las relaciones amorosas postmodernas implican la
eliminación de la responsabilidad del otro y, para Bauman, la responsabilidad es la
materia de la moral. Nadie puede pedir cuentas al otro por el abandono, el daño, el
descuido, el desprecio o el desamor en una “relación pura” que, según Bauman, es la
intimidad de las personas que suspenden su identidad de sujetos morales. La
estrategia de la flotación abre la promesa de la libertad y la inseguridad, y permite la
ruptura de la relación sin que el abandono tenga significación moral. Así, se basa en el
derecho a huir del dolor del otro.

Lo fundamental de la modernidad es la reflexividad, la cual se vincula con la propia


modernidad. La reflexividad tiene que ver con una sociedad que produce información constante
y contradictoria. Así, la confianza se da junto al rechazo, que coexisten difícilmente en una
sociedad que relaciona las actividades individuales con los sistemas expertos. La confianza en
unos sistemas expertos incontrolables genera desmovilización colectiva, pero surge la
reflexividad para guiar a los hombres. Así, la vida moderna se vive reflexivamente.

Bauman insiste en que la identidad es una condena más que una tarea. El compromiso se ha
convertido en esforzarse en la negociación. Concepto que forma las relaciones afectivas en la
modernidad tardía:

• La relación pura, que sólo existe por las recompensas que pueda dar a los
integrantes. Adopta el principio de la duda radical, propio de la modernidad tardía, que
es la idea de que todo compromiso está abierto a revisión y siempre puede
abandonarse. Ni el matrimonio, ni los bienes compartidos ni los hijos son referentes
que mantengan la duración y el compromiso. Lo que mantiene la relación pura es que
cada uno obtiene un beneficio suficiente, lo que hace que merezca la pena continuarla.
Así, la relación pura se basa en la satisfacción que da, lo que lleva a un
cuestionamiento continuo de la conducta de quienes la integran. La reflexividad se
multiplica y el compromiso se disminuye mientras que la relación pasa de ser un
disfrute de las 2 personas centrado en la intimidad a ser un trabajo continuo, un
esfuerzo sobre el que hay que reflexionar y hablar. Además, esta reflexividad les lleva
a una inseguridad permanente. La defensa de una relación basada en el deseo, en el
autodominio, lleva a afirmar que lo que importa en la relación pura es que cada
persona debe conocer la personalidad del otro. El carácter transitorio de “hasta nuevo
aviso” supone una inconsecuencialidad. Es decir, una relación episódica y no
definitiva, en la que el “hasta que la muerte nos separe” es un vínculo breve, una
relación basada en el deseo de permanecer juntos siempre que eso sea beneficioso
supone inconsecuencialidad. El beneficio que supone la libertad de tener vínculos
episódicos y sin consecuencias reduce el coste de la pérdida cuando se acaba la
relación. El modelo de individuo de Bauman es un portador de un impulso moral. Sin
embargo, la relación pura es inmoral, y cuando se ve amenazada deja a los hombres
con un vacío. Una vez acabada la relación, la reflexividad se vuelven un ejercicio de
buscar cuál fue la causa, entendida como psicológica, es decir, como un fallo personal.
Para Bauman, relación pura, amor confluyente y sexualidad plástica son aspectos de la
mercantilización de las relaciones humanas, y señala la inseguridad que generan.
Bauman observa relaciones frágiles ya que son la encarnación de la búsqueda de la
seguridad y el temor al compromiso. El universo de las relaciones puras condena la
dependencia, convirtiéndola en enfermedad. Hay que ser flexibles, es decir,
independizarse tanto del amor que siento hacia él como del que él siente hacia mí, el
cual se vuelve una carga. Todo ello se traduce en la pérdida de las capacidades de
sociabilidad, de empatía, de solidaridad y de responsabilidad.

En la modernidad postmoderna o líquida, la inseguridad se reemplaza por la incertidumbre de


la identidad, y entre las ruinas de la identidad se desarrolla la cultura psicoterapéutica. El amor
contemporáneo se basa, por un lado, en la libre elección pero, por otro lado, ésta se tiene que
construir día a día para que tome cuerpo el deseo y la libre voluntad. Hay varias “formas de
estar juntos” que combinan amor, sexo y erotismo:

• La propia de la premodernidad, donde lo importante es la reproducción, es decir, el


sexo. Las instituciones (sobre todo la iglesia) refuerzan una idea del sexo unido a la
reproducción. El amor es sólo un adorno.
• La romántica, propia de la modernidad líquida, donde lo importante es el amor. El
amor romántico se basa en la identificación. El romance y la satisfacción íntima son lo
importante.
Estas 2 estrategias asumen que la manipulación y la rutinización del sexo necesitan
una justificación racional en el amor, al no ser capaz de valerse por sí mismo y por su
propia finalidad.
• La postmoderna, donde el erotismo se vuelve autosuficiente, ya que es un erotismo
sin compromiso y desatado, por lo que es libre de entrar y salir cuando quiera. Este
erotismo implica un sujeto que busca y colecciona sensaciones, que acapara
experiencias siempre diferentes. Esta sexualidad se centra en su efecto orgásmico y su
posibilidad de descubrir sensaciones placenteras y nuevas pero, debido a estas altas
expectativas, la decepción siempre puede aparecer. La tarea principal de la actividad
sexual es proporcionar experiencias cada vez más intensas, variables y nuevas, por lo
que la experiencia sexual definitiva es una tarea que siempre está por delante y
ninguna experiencia sexual real es del todo satisfactoria. La decepción viene por la
creencia de que hay que mejorar y perfeccionar la técnica sexual. El sexo
autonomizado es clave en el proceso de privatización que separa a los individuos. La
reflexividad en torno al sexo constituye nuestra modernidad: el propósito del
entrenamiento es proporcionado por el orgasmo múltiple, es decir, un cuerpo en forma,
ayudado por una mente en forma, es capaz de experimentar una repetida y continua
intensidad de sensaciones, un cuerpo siempre abierto a todas las oportunidades de
experiencia que el mundo le puede proporcionar. El sexo no se ha liberado, sino que se
ha sobrecargado, y ahora tiene más significado que nunca. El individuo, empeñado en
relaciones puras, se juega su identidad en la sexualidad.
La relación entre la búsqueda permanente y el deseo del encuentro lleva a una identidad
incompleta, sin definir y sin finalidad. Así, el individuo está condenado a permanecer
incompleto y no realizado: sólo se aprende que lo único que los demás pueden dar es el
consejo de cómo sobrevivir en la soledad y que la vida está llena de riesgos que tiene que ser
afrontados en soledad. El discurso psicoterapéutico genera unas patologías de la personalidad
narcisista. Las “parejas semiadosadas” (que no comparten ni piso ni hijos) aprenden en el
mercado psicoterapéutico los placeres de la compañía y el horror de cerrarse a otras opciones.
El amor aparece como una capacidad que hay que aprender. Así, el lenguaje psicoterapéutico
lo extrae de lo moral y da un paso más en la autonomización del erotismo. Los expertos dicen
que el amor es una inversión de la que se espera seguridad. Antes, el amor era compañía en la
soledad, consuelo en la derrota y aplauso en la victoria pero ahora, el amor agrava la
inseguridad: buscas una relación con la esperanza de acabar con la inseguridad de tu soledad,
pero la terapia ha inflamado los síntomas y ahora te sientes menos seguro que antes. Los
expertos recomienzan hacer una inversión mínima, es decir, no enamorarse: ser prudentes, no
bajar la guardia, tener la cabeza fría.

El amor líquido crea comunidades de ocasión, afines a las identidades percha, y responde a
un deseo de consumo. El amor líquido es un buen aliado del mercado, el cual quiere hombres
libres de cargas. Internet y el móvil proporcionan una comunicación rápida pero superficial por
la que nos creemos relacionados y menos solos. Este engaño está acompañado del dogma
psicoterapéutico de mantener las opciones abiertas, acompañado de la ansiedad de perder
otras oportunidades si se está con alguien.

Los psicoterapeutas culpan a la gente de no tener suficiente seguridad en sí misma o de no


cuidar lo suficiente de sí mismos. Volvemos a encontrar la responsabilidad reflexiva en un
mundo de valores cambiantes y reglas inestables. El resultado de amar al prójimo como a ti
mismo es un crecimiento de la humanidad y el paso desde el instinto de supervivencia a la
moral.

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