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WLADYMIR BERNECHEA
TEXTOS POR:
GUILLERMO MACHUCA
VICTOR DÍAZ
PAULA ARRIETA
DIEGO MAUREIRA
VANIA MONTGOMERY
JORGE LORCA
MACARENA ABARCA
CAMILA CARIS
ENTREVISTA POR :
MARCO ARIAS
Prólogo
Entre todo el ambiente fiestero, un compañero del posgrado me dijo: «Yo creo
que le gusta la cosa naca». Naco quiere decir flaite en chileno. Y claro, viendo
su obra, muchas giraban en torno a lugares donde se notaba claramente lo pop-
ular o tercermundista. Sumado a esto, varias personas me corroboraron que el
artista belga vivía en Tepito, la colonia más peligrosa de Ciudad de México. Pi-
enso que probablemente Alÿs no debió ser el primero en ascender artísticamente
comparado con sus contemporáneos europeos. Él podría haber sido igual o más
bueno que ellos, sin embargo, eligió vivir en Tepito, entre narcos y fiestas religio-
sas. En ese momento me puse a pensar algo que me pareció relevante y decidor
para el momento que vivía. Francys Alÿs no tomó la línea vertical del éxito: se
fue por todas las horizontales y ramificaciones que surgen del quehacer artísti-
co. Por esta misma razón, no me parecía raro que se hubiera tomado años en
hacer una nueva obra/exposición, o que se tomara el tiempo que fuese necesa-
rio para hacer algo, cualquiera cosa. Porque a final de cuentas, Alÿs no pretendía
nada, solo seguir siendo la persona que eligió Tepito en lugar de su natal Amberes.
Hoy en Chile, los caminos rectos (verticales en ascenso) son probablemente los
más alabados por el endogámico aparataje, circuito o escena del arte contemporá-
neo. Las obras pareciesen estar siempre en estado de alerta, esperando el momento
justo para mostrar sus consistentes marcos teóricos y sus referencias validadas
por posgrados y saberes universitarios. El arte chileno se ha envuelto en la necesi-
dad de una inscripción académica mucho mayor a la necesidad de libertad a la
hora de producir obra. Al parecer, a las artes visuales les da escalofríos no estar
bajo los estándares científicos de calificación. Estos caminos son construidos lo-
gro tras logro, ganando concursos, diplomas, palmadas en la espalda, bienales,
ferias internacionales, concursos de alta costura y elocuencia en inauguraciones.
A los artistas ya validados por los imaginarios foráneos fácilmente podríamos en-
contrarlos en algún tomo Taschen calificando como creadores de primera cate-
goría. Categoría que por lo demás no corre riesgos, no falla, no se ensucia, no tiene
hedor, no tiene gritos por las noches –como diría Dostoievski–, o una descarna-
da desesperación. Todo está obedientemente considerado dentro de los higiéni-
cos imaginarios mundiales. Sin embargo, a pesar de esto, existen bifurcaciones.
Caminos que toman formas múltiples, llenas de dolores y fracasos (un amigo hace
poco me decía que la historia está plagada de gente que fracasó una y otra vez). Las
experiencias fuera de la academia son las que llevan a las obras a volverse reales,
llenas de barro y rodillas raspadas. Aquí no hay un afán de inserción en un circuito
artístico, sino una simple necesidad de creación. Pero, ¿por qué sería necesario hac-
er una obra? Sabemos que las artes visuales se sientan en su inutilidad, sin embar-
go, podemos decir que hay hitos –no muchos– que son necesarios. Esas pequeñas
luminarias son las que realmente vale la pena buscar: alejarse del camino recto y
buscar en zigzag o en una forma laberíntica. Como dice Neil Young: «he estado en
mi mente, es una línea tan delgada, que me mantiene buscando un corazón de oro».
Este compendio de obras y textos que el lector tiene en sus manos es producto de
un sinfín de aciertos y fracasos, un tránsito entre un lugar y otro, una búsqueda por
tener al menos un lugar al que llegar –aunque sea solo una posibilidad–. Es por eso
que los textos aquí presentes no vienen del análisis duro o científicos de exposi-
ciones, más bien se revelan desde la experiencia concreta de vivir en el mundo y INVIERNO
encontrar algo que sea significativo. Lo sensible en la performance literaria revive
una relación que siempre ha estado presente pero que se ha enfriado en el último
tiempo: la visualidad de las palabras y lo literario de las imágenes. Artistas visuales
y escritores tienen un vínculo profundamente cercano (teóricos, críticos, filósofos,
investigadores, novelistas, poetas, cronistas, etc.). Si hablamos de lo necesario, esta
unión es una de las cosas importantes en el campo de lo artístico. La misión de
evocar las cosas indecibles, prohibidas, inmateriales, inclasificables, y todas las co-
sas que escapan a las descripciones. En fin, cosas que no están en el camino recto.
Wladymir Bernechea
que fue; no hay Duchamp sin su contraparte, y esto es precisamente lo que reco-
VICTORIAS MENORES bra a la tradición artística en su propia muerte.) Como es sabido, el arte tiene la
garantía de trabajar sobre la materia sin dar crédito, necesariamente, a las conven-
ciones culturales de las cosas. El arte transita la historia para desconocer las leyes
del tiempo diacrónico. Pero ajustarse al presente sin interpelarlo, ignorando los
cambios más profundos en el acercamiento al acto creativo, es un forma nefasta de
Lagrimeando, bajó la mirada hasta el charco de vómito. Un charco pálido, ocre rojizo, hacer justicia a nuestra condición moderna, la peor forma de salvar al arte de las
sembrado de sedimentos de limón amarillo brillante. Vistas desde un avión a baja altura, garras de la amnesia. “Hacer” una pintura, incluso como gesto irónico, es basura.
en una época del año desolada y marchita, las llanuras de África tal vez fueran de ese col-
or; acechando en la sombra de los vestigios cítricos había hipopótamos y osos hormigue-
Pero hablemos de las victorias menores. Las que más valen para el espíritu.
ros y cabras monteses salvajes. ¡Sujeta el paracaídas, coge tu rifle y salta con la velocidad
Charly García dijo una vez: «hay discos que tienen tantas canciones down que
de un saltamontes!
no son discos». Podría replicar esta cita y homologarla a la obra de Wladymir
Bernechea: Wladymir Bernechea tiene pinturas tan tristes, tan displicentes, que
Kenzaburo Oé no son pinturas. Su obra está fuera del obtuso dominio del talento o el impacto
del “motivo”. Los sustratos se cuelan hacia el filo primario: gesto, signo y mate-
Lucharon contra el pasado con instrumentos del pasado. ria. Todo esto, por supuesto, dentro del régimen análogo. (Aunque este punto no
deshabilita del todo sus rendimientos como imagen reproductible, o sus posibles
Luis Camnitzer
“otros” sentidos en el plano de la imagen en flujo.) Este nudo es determinante
para toda forma de arte visual. El camino más delgado es donde las cosas irrump-
en revelándose a sí mismas. No exclusivamente la gracia, el chiste o la textura,
sino la triste y cautivante imposibilidad de estos, su irremediable interdepen-
Todas las obras de arte hablan de los finales. Unas lo hacen mejor que otras. Está dencia. Las preguntas difíciles están reservadas a los espacios mínimos y a los
comprobado. Algunos –los que escriben– creen que los libros pueden provo- detalles. En el caso de Bernechea, se trata de la angustiante certeza de que un
car nuevas experiencias. ¿Pueden? ¿Y la pintura puede? Cómo podría hoy, den- signo, como información, requiere de un cuerpo, y una pincelada, que está en
tro de esta gran realidad cada vez más amplia y fragmentaria (dividida en pla- otra categoría, requiere de tiempo y espacio. Las cosas gobiernan aunque no lo
nos múltiples, análogos y también virtuales, interconectados pero ajenos). Tanto notemos: el arte debe encontrar la fisura o el destello de las fuerzas en disputa.
lo que crece como lo que corta requiere una fuerza. Es preciso para el arte po-
blar el nuevo imperio de la red informática y reajustar su presencia como fuer- Invierno direcciona el escenario creativo del artista hacia una de las veredas más
za en flujo. El arte debe transcender junto a la red y descubrir lo que no existe. distantes dentro de la pintura: lo incandescente, la ensoñación y la nada. O la
extrañeza de un paisaje que se confunde con un rápido vistazo videográfico. Su
Nada pueden hacer las palabras escritas sobre un papel. El lugar del texto hoy debe obra cierra caminos de forma tajante para trabajar desde la economía del medio.
reinstalarse en el campo de la información digital. Lo mismo pasa con el arte: una Economía de color, economía de signo, economía de gesto, alcanzando un punto
pintura es concreta cuando se puede tocar, pero una representación es por definición frágil y profundamente esquivo. Los paisajes de Wladymir Bernechea no están
una pantalla. ¿Qué contribución puede hacer al respecto la pintura tradicional de en ningún sitio más que en el soporte. Son visiones que se dan en el cuerpo y que
tubos de color? Su contribución a este mundo se reduce a algo nimio o abiertamente se instalan como imagen entre los sustratos de la materia pictórica. Su relato es
inoperante. ¿Qué es la pintura hoy? O un resabio de resistencia (la melancólica luz la sensación, no hay nada fuera del momento de contacto. Invierno, al igual que
oxidada encargada de recordar, como letanía, todos los tiempos de nuestra histo- buena parte de la obra de Wladymir Bernechea, es un contacto cuerpo a cuerpo.
ria) o un espacio gris de la materia donde los puntos se dispersan en un naufragio En este caso, la luz que golpea y ciega, y la luz que difumina y desvanece los obje-
mudo y proscrito (la pintura que reposa en la comodidad del talento, por ejemplo). tos. Pero, como se trata de pintura, somos huérfanos con la imagen. Este es justa-
mente el estado que defiende la pintura: ser uno con la cosa, sin reguardo objetivo.
Lo que fue hace algunos siglos el medio más válido de representación visual, hoy
es una forma obsoleta de creación. Obsoleta para el arte contemporáneo no sig- Diego Maureira
nifica excluida o descartable. (Duchamp lanzó una naturaleza muerta al futuro, en
el corazón mismo del arte: todo lo que vive en el presente tiene sentido gracias a lo
CRÍA CUERVOS
to, sin trabas ni desvíos y por lo mismo, a ratos se identifica de manera más exacta
RESEÑA: CRÍA CUERVOS y precisa con la música que con las artes visuales. De ahí que las frases vociferadas
en la melodía del fondo coincidan con las escritas sobre las hojas de la muralla.
«Hay algo del artista adolescente en la ejecución de estas obras –me dice– de
asumir una oscuridad interna, pero también de saber que todos hemos pasado
por momentos difíciles» –¿Por qué exponer la angustia, si ya terminó?– «Vivi-
mos en uno de los países con mayor índice de depresión, y eso nunca lo aborda
nadie, es siniestro, es siniestro que eso se haya normalizado y vivamos aquí sin
más». Al tocar esa nota pasamos al tema de lo siniestro. Nos sorprende descu-
brir que ambos sentimos una atracción por ese asunto y más particularmente,
por lo siniestro como categoría estética. Asimismo, los dos coincidimos en que
muchos lugares ocultan un pasado oscuro en Chile, que pasear por algunas
calles de barrios residenciales y toparse con pequeñas placas ubicadas sobre las
paredes, que anuncian los crímenes e identidades de cuerpos desaparecidos allí
hace cuarenta años –cuando se inventaban historias ficticias para justificar los
hechos– es siniestro. Las veredas, las calles, las casas, los espacios fueron recep-
tores de atrocidades que hoy no se enuncian y seguir la vida normal y cotidiana
en los mismos lugares sin saber lo que ahí sucedió es siniestro. No hay referencia.
En abril de este año nos juntamos a conversar con Wladymir Bernechea, compra- Al momento realizar la entrevista a Charly, Mariana Enríquez describió la casa
mos cervezas y escuchamos a Charly, mientras hablábamos de la devolución de donde el músico vivía: “Para amantes de las metáforas eficaces: la puerta principal
impuestos y lo poco que pagan por la suma de cosas en que cada uno trabaja. Nos no se puede abrir, la de servicio no se puede cerrar. En la heladera, hay Coca-Co-
contamos pequeñas anécdotas de nuestros años de estudiante. En ese tiempo to- la y Fanta para su vodka. Comida no, al menos a la vista. El televisor está roto,
davía no nos conocíamos. Llegamos a esos temas por su exposición Cría Cuervos. decorado a lo García también, en el medio del living, con el tubo agujereado. Ya
no es eléctrica compañía sino un cacharro pintado. El único sillón perdió tanta
Wladymir me va develando cómo nacieron las piezas expuestas, varias sin ser goma espuma que ya es casi un banco de plaza. Es posible que Charly García sea
hechas ni pensadas para mostrarse, sino partes de un cuaderno personal, con la única estrella de rock que vive así, en una intemperie cotidiana”. Sin embargo,
manchas negras muy cargadas que allanan el papel y otras concebidas como ejer- la vida bajo esas condiciones respondía a una decepción y pérdida de horizonte
cicios preparatorios. Se distinguen palabras y enunciados: «desaparecer», «no qui- más profunda, donde la falta de referencia y ancla para el músico tenía relación
ero volver nunca más», «calambres en el alma», «adiós» o «no me atrevo». Me con la falta de coherencia en las nuevas voces jóvenes: “antes se trataba de tener
algo para decir, de una búsqueda, no de contar cómo conociste a una minita una
cuenta con más detalles las cosas que lo hicieron sentir así, para querer cerrar la
vida. También confiesa que las canciones que estamos escuchando le llegan direc- tarde de lluvia y la querés mucho y son novios. Eso es todo para ellos. Es increíble.
Se fue todo al carajo. Ni hace falta saber música, aunque estaría bueno que se-
pan música, pero en fin... Con idealismo, aunque sepas tres tonos, eso es rock”.
Las letras de Charly friccionando la pintura de los óleos (y si fuéramos más pre-
cisos, «rasguñando») funcionan como pistas de aterrizaje en medio de la palidez
de los matices y nos entregan surcos para seguir la subjetividad de Wladymir. Lo
mismo con su traducción al japonés, que nos deja algo atónitos, estremecidos y
curiosos, sin llegar a entender a lo que refieren, al menos a la gran mayoría de
los chilenos, que no hablamos el idioma. Tampoco solemos aventuramos, ya sea
por la gracia del misterio o la inercia que a ratos nos apodera, a sacar el celular
y traducir los kanjis, sino que estos funcionan como parte de la totalidad de la
composición visual. Al mismo tiempo, en la inmensidad del blanco hay un con-
traste entre la ausencia de rostros y las palabras japonesas negras. Esto último me
recuerda a lo que Roland Barthes decía sobre el satori en relación a la fotografía:
“Ese algo me ha hecho vibrar, ha provocado en mí un pequeño estremecimien-
to, un satori, el paso de un vacío”, decía cuando comparaba ciertas imágenes fo-
tográficas con los haikús, donde todo viene dado y no se puede desarrollar. Así,
en Cría Cuervos ya estamos ahí, en medio de las marcas e inscripciones sobre lo
pálido, inmersos en los recovecos de la subjetividad del autor, sin tener que atrave-
sar el camino y los tapujos naturales para conocer los sentimientos de un sujeto
al desnudo. De alguna manera, al ingresar a la sala, nos topamos con ese estado
mental y sólo nos queda fijar pequeños detalles que nos permitan enarbolar un
relato interior. El «SABES QUE NO APRENDÍ A VIVIR» escrito en mayúscu-
las es un buen material para conducir la tónica de nuestra propia recepción.
, al terminar de conversar en el taller con Wladymir, cuando ambos ya debíamos em-
prender rumbo, coincidimos en que el álbum que se reproduce en su computador, La
hija de la lágrima es increíble. Más que notable. Casi hecho a medida para su exposición.
Vania Montgomey
QUEMAR LAS CORTINAS
Quemar las cortinas es, dentro de la producción del artista, una especie de pasaje
o corredor hacia un espacio físico entrecortado (su obra siempre ha tenido que
TODO LO QUE VES O ES ver con la atmósfera y el silencio de los lugares). Quemar las cortinas es la úni-
ca era del color posible dentro de este universo amurallado. Un desdoblamien-
to hacia el crepúsculo de las cosas. La cadencia de una canción que nadie escu-
cha rodar sobre una gastada noche de sábado. El lugar donde un cuerpo, tocado
levemente por la luz, respira oculto en la deformación inexorable del tiempo.
Se oyó el sonido de un disparo de pistola, y la cabeza de Van Gogh, cayó sobre su pecho.
–Vaya, este cabrón sí que lo consiguió –murmuró Yoshiyama
Ryu Murakami
¿Cómo te llamas? Couve. ¿Qué apellido es ese?, preguntó. Francés, le dije yo. ¡Ah! En Francia pintan
hasta los patos: matriculen a este niño en segundo año Diego Maureira
Wladymir Bernechea no corrige una pintura dando un paso atrás. Su modo de tra-
bajo es siempre la adición. Todo lo que muere, cambia o desaparece en su trabajo se
acumula en las partículas y sustratos que dan forma a la obra final. Wladymir Ber-
nechea es un pintor con todas sus letras: su obra nace del límite entre el gesto, el signo
y la materia. Nada se pierde en lo que vemos, todo el vigor del trabajo se encuentra
densamente concentrado. La actual exposición del artista, Quemar las cortinas, es
una curva cerrada y peligrosa por los senderos de la luz y la verdad de la materia.
De algún modo, esta idea de tránsito entre dos fuerzas límite es una propen-
sión insoslayable en nuestra aproximación a las cosas. «Alguna vez, sin falta»,
dice Banana Yoshimoto, «todos iremos dispersándonos en la oscuridad del ti-
empo y desapareceremos». Está claro, pero Bernechea –artista de los riesgos–
acumula una y otra vez experiencias dentro un cuadrado subterráneo y sin ti-
empo. Asfixia la luz. El artista acribilla la tela para forzar el proceso natural de
las cosas, para extirpar la oscuridad desde el punto en que se niega a tocarnos.
TRIÁNGULO DE AMOR BIZARRO
es minimalistas, dignos de una tramoya cinematográfica, soportes estrictamente
regulados bajo una estricta – y por tanto erotizada - estética de carácter japonés).
LA DELEGACIÓN NIPONA
Libro: Astronomos sin estrellas III
IV
VIII
Sus influencias como artista no vienen dadas solamente desde el campo de las
artes plásticas, Malevich por ejemplo, sino que proceden también del animé, del
cine y de la arquitectura. Estos influjos estéticos están presentes en las formas,
los espacios y en las maneras de configurar los cruces entre lo abstracto de las
edificaciones y los paisajes, los tonos y las superficies de emotividad. Todo ello
hace que la obra de Bernechea sea un encuentro entre la cultura pop y las ab-
sorciones propias que realiza el arte contemporáneo con el imaginario cultural.
Paula Arrieta G.
Lo que aquí vemos es una propuesta directa. Un plan secreto para vivir bajo los restos
de esta quietud insoportable. Y la propuesta, a la vez, es un manifiesto indiscreto. La
arquitectura de la fuga es de ayer, de antes de ayer, y se tuerce indistintamente frente al
movimiento, la pintura: precisamente, el rastro de la única humanidad de la escena.
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[1] “La invención del silencio”, de Alejandra Costamagna, cuento recopilado en
“Últimos Fuegos” (Ediciones B, 2005, Santiago, Chile).
Camila Caris
Imágenes desconcertantes, sin duda, son las que lleva desarrollando de un tiempo
a esta parte Bernechea, mediante una pintura descolorida o, mejor dicho, cuyo
motivo es la ausencia de color: los tonos y matices del gris, el empaste blanco o la
remarca negra, configuran representaciones muy próximas al imaginario fotográf-
ico tradicional, así como el uso puntual de la imagen fotocopiada en algunos de sus
trabajos —cuestión también vinculable a su inclinación por el dibujo— denotan
aquel acervo propio de la superficie fotosensible. Sin embargo, la propuesta de Ber-
nechea es pictórica, lo que queda demostrado no en el color, porque se ausenta, sino
en el grumo, en la mancha, en el gesto sutil, es decir, en la materia pictórica como
tal, que recubre los pequeños soportes, que empastan la imagen fotocopiada, que
construyen y rebasan con su derrame los contornos de las figuras allí representadas.
Por ello, tal vez el mejor modo de definir el enigma en las imágenes de Ber-
nechea, sea a propósito de ese talante atmosférico y fragmentario de su trabajo,
en otras palabras, dando cuenta de la imposibilidad de articular un relato lineal
y definitivo sobre lo que pareciera que ahí acontece y, por el contrario, hacién-
dose cargo de la incomodidad generada por el mutismo mortuorio y ruinoso de
aquellos lugares. En aquellos paisajes, en esas habitaciones, en tal arquitectura, la
pintura de Bernechea no cubre, sino que devela, la extrañeza que en ellas habita.
–Dios mío. ¿Es necesario tanto Wladymir Bernechea para el mundo? –¿Por qué?
–Claro que sí, jajaja. –Porque esta película me llevo a muchas otras. Comencé a ver mucho cine de
Europa Oriental. Conocí paisajes nuevos, de esos que se desvanecen en el blanco,
–Y ahora tienes una exposición en diciembre. en la nieve y la atmósfera. Ahí encontré otra sensibilidad que me llamó mucho
–Sí. Ahora en diciembre termino el 2018 con una exposición llamada “Invierno” la atención y la inyecté en mi trabajo: la relación de los límites entre un blanco y
en Galería PANAM. Para la ocasión nuevamente escribe Diego Maureira. otro. Fue un ejercicio muy Malevich. Creo que esta muestra, a diferencia de las
anteriores, que nacían desde una intensidad emocional, trata sobre sentimientos
más sutiles, incluso románticos, pero que de igual manera te mantienen el pecho –En ese sentido, ¿cuál es aquella idea única que ha conectado todos tus proyectos?
apretado. Incluye las exposiciones, las ponencias de animación japonesa y el escribir tu propio
libro.
–Aparte de esta exposición y el Nintendo, qué te ha tenido entusiasmado estos días. –Yo creo que, al menos desde Depresión Post Pop en adelante, me lancé hacía al
–He estado metido en los simuladores de citas. abismo japonés. Eso es lo que conecta todo. Mis muestras ahora son una mezcla
de toda la investigación que tenía sobre paisaje y arquitectura sumando los imagi-
–Simuladores de citas… narios japoneses. Ahí se mezcla todo.
–Sí. Son videojuegos que tratan sobre interactuar con otras personas, jajaja. Podría
decir que estoy jugando y trabajando con ellos al mismo tiempo. –Pero acótalo más. Una sola idea.
–La soledad. En eso radica cualquier cosa que pinte, dibuje o grabe en video. La
–¿Te sientes solo, Wladymir? sensación de vacío es lo que inunda todo lo que hago.
–Me entusiasma trabajar con los imaginarios de la soledad. Se ven muy ejemplifi-
cados en la cultura japonesa y me han servido para pensar en hartas obras nuevas,
que van desde lo medial hasta incluso un cortometraje. Cosas que no he explorado
aún y que quiero intentar. Hoy por hoy se da mucho que los artistas encuentran
una formula y siguen en eso durante años hasta que mueren de aburrimiento.
Creo que el artista que no piensa en sobrepasarse a sí mismo es un artista muerto.
Dormirse en los laureles es la muerte misma.
–¿Cuál crees tú que es el valor de exhibir tan pulsionalmente proyectos y obras? ¿No
te quedas sin ideas?
–No creo en las ideas en plural. Si uno ve la historia, la mayoría de los artistas
son personas con una sola idea y que han ido trabajándola durante toda su vida.
Ideas que cambian, mutan, se destruyen y vuelven a surgir, pero que son siempre
la misma. Creo en la posibilidad de volver a la ignorancia y hacer algo que uno
no maneja: esa posibilidad hace entretenido el quehacer artístico. Una muestra
mía puede tener una pintura de paisaje y luego un texto de dos metros de Charly
García en japonés. Esas cosas me quitan el tedio. Quien no toma riesgos es un
burócrata del arte.
PARTE 2
WLADYMIR EL SENSIBLE