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l.

ENUNCIADO Y CONTEXTO

EL SENTIDO DE UN ENUNCIADO

Para encarar de manera conveniente los enunciados no es posible


apoyarse en una concepción inadecuada del sentido. Por eso, en este
primer capítulo vamos a tratar de subrayar la complejidad de las
relaciones entre sentido y contexto.

Un proceso asimétrico

Habitualmente se considera que cada enunciado es portador de un


sentido estable, el que puso ahí el locutor. Este sentido selia el que
descifra el destinatario, que dispone del mismo código que el locutor,
ya que habla la misma lengua. En esta concepción de la actividad
lingüística, el sentido de algún modo se encontralia inscrito en el
enunciado, cuya comprensión, en cuanto a lo esencial, pasaría por un
conocimiento del léxico y de la gramática de la lengua; el contexto
desempeñaría un papel periférico, suministralia los datos que permi-
tirían salvar las ambigüedades eventuales de los enunciados. Si por
ejemplo uno dice «El perro ladra» o «Ahí pasó ella», el contexto no
serviría más que para determinar si «el perro» designa a un perro
particular o a la clase de los penos, a quién se refiere «ella», si «pasó»
se refiere a un movimiento o a un color, etcétera.
La reflexión contemporánea sobre el lenguaje puso sus distancias
respecto de tal concepción de la interpretación de los enunciados: el
contexto no está simplemente colocado alrededor de un enunciado

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que contendría un sentido parcialmente indeterminado, que el destina-
tario no tencb.ia más que especificar. En efecto, todo acto de enunciación
es fundamentalmente asimétiico: el que interpreta el enunciado re-
construye su sentido a partir de indicaciones dadas en el enunciado
producido, pero nada garantiza que lo que reconstruye coincide con las
representaciones del enunciador. Comprender un enunciado no es
solamente remitirse a una gramática y a un diccionario, es movilizar
saberes muy diversos, hacer hipótesis, razonar, construyendo un
contexto que no es un dato preestablecido y estable. La idea misma de
un enunciado que posea un sentido fijo fuera de contexto se vuelve
indefendible. Lo cual, por supuesto, no significa que las unidades léxicas
no signifiquen nada a priori, pero fuera de contexto no es posible hablar
verdaderamente del sentido de un enunciado, a lo sumo de coerciones
para que un sentido sea atribuido a tal secuencia verbal en una situación
particular, para que se convierta en un verdadero enunciado, asumido
en un lugar y un momento singulares por un sujeto que se dirige con
cierto propósito a uno u otros sujetos.

El estatus pragmático del enunciado

Imaginemos que en alguna administració_n vemos en la pared de una


sala de espera un cartelito de plástico de 30 centímetros por 20 en el
cual está escrito en letras mayúsculas rojas:

NO FUMAR

Aquí tenemos un enunciado de los más sencillos y cuya interpre-


tación parece inmediata. De hecho, su interpretación no parece
inmediata sino porque no somos conscientes de lo que debemos
movilizar para atribuirle un sentido.
Para querer interpretar lo que se encuentra en ese caitelito debemos
empezar· por considerarlo como una secuencia de signos, más precisa-
mente como una secuencia verbal, un enunciado. Esto implica que se le
atribuya una fuente enunciativa, pai·a el caso un sujeto que, recurriendo
a la lengua española, tencb.ia la intención de transmitir cierto sentido a
un destinatario. Las condiciones materiales de presentación desempe-
ñan un papel esencial para que el enunciado reciba ese estatus. En
efecto, supongan10s que en vez de un sobrio cartelito de plástico cubierto
de letras mayúsculas rojas tengamos un cartel abigan-ado, enmarcado,

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firmado en una esquina, donde las letras, poco legibles, de tamaños
desiguales y multicolores, dibujaran una curva caprichosa. La gente que
espera en la sala se sentirán en todo su derecho de pensar que se trata
de un objeto con valor decorativo, una obra de arte, y considerarán que
no tienen ninguna necesidad de descifrar de qué se trata.
Supongamos ahora que nuestro enunciado «No fumar» está esc1ito
en la pared con marcador, al lado del torpe dibujo de una flor grande y
de un corazón atravesado por una flecha; los clientes probablemente no
se sentirán obligados por lo que les resultará una especie de grafiti.
En cambio, de un cartel confeccionado según un modelo conocido, de
forma geométiica, dispuesto a una altura correcta y de tamaño
suficiente para que todos lo vean se pensará que no está ahí por azar,
que se trata de un enunciado de cierta importancia.
Pero todavía hay que determinar que uno está frente a una
prohibición. En efecto, este enunciado, como todo enunciado, posee
cierto valor pragmático, es decir, que pretende instituir cierta
relación con su destinatario. Para eso es muy necesario que muestre
de una u otra manera ese valor pragmático, el acto que pretende
realizar por su enunciación. Si el usuario no logra determinar cuál es
ese acto no adoptará un comportamiento adecuado en relación con el
enunciado: una prohibición no tiene las mismas consecuencias
prácticas para él que un deseo o un proverbio, una orden infringida
puede acarrear como mínimo una reprimenda, hasta una multa.
Una vez más, las condiciones materiales de presentación intervienen
de manera decisiva para determinar cuál es el valor pragmático
pertinente:
- puede tratarse, como en el caso de las señales ruteras, de carteles
convencionales de cierta forma y de cierto color que están reservados
a las prohibiciones. En este caso, el solo hecho de ver el cartel basta
para determinar el estatus del enunciado;
- al lado del enunciado propiamente dicho puede encontrarse una
indicación llamadaparatextual que explicita su estatus: «Extracto del
reglamento», «Decreto municipal del...», etcétera;
- es posible que no haya ni cartel convencional ni indicación
paratextual. Entonces hay que hacer intervenir el conocimiento de
los usos de nuestra sociedad. Por experiencia sabemos que los orga-
nismos (empresas, administraciones ... ) ponen en las paredes letreros
con valor práctico («Empujar», «Salida», etc.) o consignas («Prohibido
arrojar papeles», «No superar la línea amarilla», etcétera).

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No basta con identificar este enunciado como una prohibición regla-
mentaria; también hay que presumir que es serio, que la instancia
que lo comunica realmente tiene la intención de significar lo que
significa, de actuar de cierta manera sobre el destinatario.
En efecto, a menudo ocurre que no sepamos si un enunciado debe
o no tomarse al pie de la letra, si es irónico o si es una broma. Si
tuviéramos en la misma pared, al lado de «No fumar», otro cartel, de
la misma apariencia, que pusiera «Prohibido prohibir», podríamos
dudar de la seriedad de la prohibición, puesto que el contexto mismo
nos daría las indicaciones que descalifican el enunciado. En cambio,
si ese «Prohibido prohibir» estuviera esclito en forma de grafiti, por
el contrario eso no haría sino reforzar la seriedad de la prohibición de
fumar: uno pensaría que un revoltoso se alza contra toda coerción o
que un fumador manifestó su mal humor.
Un enunciado puede ser perfectamente serio, al menos desde
cierto punto de vista, pero tener que ver con el discurso literario. De
ser así, realiza un acto discursivo que no se puede poner en el núsmo
plano que los otros. Si en una esquina del cartel se leyera el nombre
de Jacques Prévert, el enunciado cambiaria completamente de
estatus.

LAS :MARCAS LINGÜÍSTICAS

El infinitivo

Sin embargo, tal vez se diga, la vía de acceso más sencilla al estatus
pragmático es todavía el mismo contenido del enunciado: basta con
comprender el sentido de las palabras y las reglas de la sintaxis para
ver que es una prohibición de fumar cigarrillos.
De hecho, una vez más las cosas no son tan inmediatas:
- el verbo fumar puede tener varios sentidos, y la elección del que
es pertinente en esta situación (no fumar cigarrillos) no se opera de
manera automática. No se estaría tan seguro de que se trata de
tabaco si uno se encontrara en una fábrica de embutidos y si el cartel
se encontrara ante una pila de jamones ... ;º
- la identificación del sujeto sobreentendido del verbo en infinitivo
· «Fumar" y «ahumar" se dicen de la misma manera en francés: fumer. [N.
del T.I

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tampoco es evidente. En este ejemplo tomado de un poema de
Mallarmé titulado «Brisa marina»: «¡Ay!, la carne es triste, y he leído
todos los libros./ ¡Huir! Allá, ¡huir! l. .. ]», el sujeto sobreentendido es
el propio enunciador. En cambio, en nuestro ejemplo ,,.No fumar» la
posición de sujeto es cumplida por el propio lector: no debe fumar el
que lee este cartel de «No fumar». La selección del referente del
sujeto se opera por distintas vías en «Fumar está prohibido» y «¡No
fumar!» o «¡Huir!»: el primero remite al conjunto de los individuos
susceptibles de fumar, mientras que en una proposición independien-
te, en el infinitivo el referente del sujeto no puede ser más que el
enunciador o el destinatario mismos de ese enunciado;
- un verbo en infinitivo no necesariamente expresa una exhorta-
ción o, en forma negativa, una prohibición. En una frase independien-
te, un infinitivo sin sujeto expresado no puede ser asertivo, vale decir,
plantear un enunciado como verdadero o falso. Cuando el enunciado
no es asertivo, por ejemplo: «¡Dejar la casa!», puede ser interpretado
como un deseo, un consejo, una orden... Por lo tanto, hay que
determinar entre los diversos valores no asertivos el que aquí es
pertinente, para el caso la prohibición;
- de hecho, si interpretamos «No fumar» como una prohibición, no
es a causa.sólo del sentido de «fumar», sino también porque sabemos
que los carteles en las paredes de las administraciones en general
expresan órdenes, y no deseos, que los médicos dicen que fumar
perjudica la salud, que el Estado promulgó leyes contra el tabaquis-
mo, que existen campañas de publicidad a tal efecto, etc. Así, estamos
inmersos en un interdiscurso, en un conjunto infinito de palabras
de todo tipo que vienen a orientar nuestra lectura de este cartel en
la sala de espera.

El anclaje en la situación enunciativa

Nuestro cartel «No fumar» está constituido por una sola frase, que
presenta la particularidad de constituir por sí solo un texto completo
y no in1plicar ni marcas de persona ni de tiempo. Se trata de una
situación poco común. En la inmensa mayolia de los casos, las frases
son portadoras de marcas de tiempo y de persona y se encuentran
insertadas en unidades más vastas, textos.
Supongamos que en vez de «No fumar» leemos en el cartel: «Esta
habitación es un espacio para no fumadores». En este caso no se trata,

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hablando con propiedad, de una prohibición, sino de una suerte de
comprobación, de aserto que clasifica a cierto lugar en cierta catego-
1ia. No es difícil imaginar situaciones muy vaiiadas donde un
enunciado semejante no tendría ningún valor de prohibición. Por
eje.mplo, el dueño del establecimiento puede hacer visitar el edificio
a la comisión de seguridad y decirle, al abrir la puerta: «Esta
habitación es un espacio para no fumadores».
A diferencia de «No fumar», el enunciado de este nuevo cartel
posee marcas de tiempo y de persona, así como el determinante
demostrativo «esta». El presente puede interpretarse de maneras
muy diversas. Así, en los siguientes enunciados:

(1) Tengo un poco de frío.


(2) María es depresiva.
(3) Dan «Blancanieves» en el Rex.

los presentes tienen una duración muy variable: (1) probablemente


no dura más que algunos minutos; (2) según los casos puede remitir
a una duración que va de algunas semanas a algunos años, hasta toda
la vida si se trata de un rasgo de carácter; en cuanto a (3), se puede
presumir que se refiere a un período de algunas semanas. Para «Esta
habitación es un espacio para no fumadores», el lector debe contar con
una duración indeterminada y no va a sacar el cigarrillo, listo para
encenderlo, a la espera de un cambio de cartel. Pero la situación sería
diferente si el cartel fuera un cuadrante con una presentación
numérica, y por tanto susceptible de variar, y si la sala fuera en
ciertas horas para los no fumadores y en otras para los fumadores.
Una vez más, no es solamente el conocimiento de la gramática y del
léxico del español lo que permite interpretar correctamente este
enunciado.
El demostrativo «esta» también posee un valor «deíctico» (véase
cap. 10), es decir, que designa un objeto que supuestamente es
accesible en el entorno físico de su enunciación.
Así, la mayoría de los enunciados poseen marcas que los fijan
directamente en la situación de enunciación: «esta habitación»,
«aquí» o «ayer», la desinencia de tiempo de los verbos, los pronombres
como «yo» o «tú» no·son interpretables a menos que se sepa a quién,
dónde y cuándo s.e·dice el enunciado. Incluso enunciados desprovistos
de este tipo de marcas implican de hecho una remisión a su contexto.

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Como vimos, es lo que ocurre.con «No fo.mar», o, todavía más
directamente, con «¡Qué auto!», por ejemplo, que constituye una
reacción del enunciador ante un auto accesible en el entorno de los
interlocutores.
Sin embargo, existen enunciados que parecen plantearse fuera
de todo contexto, precisamente los ejemplos gramaticales: «El
gato pe.rsigue al ratón», «A Max lo mordió un perro», etc. Pero es
una ilusión creer que se interpretan sin contexto. De hecho, estas
frases aparentemente descontextualizadas son inseparables de
ese contexto muy singular que es un libro de gramática, donde se
puede hablar de «Max» o del «ratón» sin preguntarse quiénes son
exactamente esos individuos, cuándo tuvieron lugar la mordida o
la persecución, etc. Cuando un lingüista propone tales ejemplos es
para ilustrar uno o varios fenómenos de lengua: «El gato persigue
al ratón», por ejemplo, ilustrará el hecho de que algunos verbos
son transitivos, o incluso que hay concordancia entre el artículo y
el nombre, etc. Carece de importancia que no se sepa de qué gato
se trata: aquí sólo se toman en cuenta la transitividad del verbo o
la concordancia.

Los CONTEXTOS

El cotexto

El contexto de un enunciado es ante todo el entorno físico, el


momento y el lugar en que se produce. Pero no solamente. Conside-
remos esta sucesión de frases de una novela:

OSS 117 se dirige indolentemente hacia el bar. Esta habitación es un


espacio para no fumadores.

El lector no puede identificar el referente de «esta habitación» sino


mirando el contexto lingüístico, que se llama el cotexto, es decir, aquí
la frase que precede, donde se encuentra «el bar».
Pero este cotexto puede ser recorrido de diversas maneras.
Supongamos que tenga la opción entre dos antecedentes posibles:

OSS 117 deja el salón y se dirige indolentemente hacia el bar. Esta

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habitación es un espacio para no fumadores y hace una hora que tiene
ganas de encender un cigarrillo y tomarse un buen whisky.

Más que «el bar», probablemente el lector va a escoger «el salón»


como antecedente de «esta habitación». Si ahora tenemos:

OSS 117 saca su paquete de cigarrillos, deja el salón y se dirige hacia


el bar. Esta habitación es un espacio para no fumadores: debe volver
al salón.

La frase «Debe volver al salón» lleva al lector a reconfigurar el


cotexto, apoyándose en su conocimiento del mundo y algunas reglas
de sentido común que le dicen por ejemplo que, normalmente, si
alguien saca un paquete de cigarrillos, es porque tiene ganas de
fumar, y que si quiere fumar, busca un espacio para fumadores.

Tres fuentes de información

Así, hemos movilizado tres tipos de «contextos», de los que pueden


extraerse elementos necesaiios para la interpretación:
- el entorno ñsico de la enunciación, o contexto situacional:
apoyándose en él se pueden interpretar unidades como «ese lugar»,
el presente del verbo, «yo» o «tú», etcétera;
- el cotexto: las secuencias verbales que se encuentran ubicadas
antes o después de la unidad que se debe interpretar. A diferencia de
enunciados autónomos como «No fumar», que sólo están constituidos
por una sola frase, la mayoría de los enunciados son fragmentos de
una totalidad más vasta: una novela, una conversación, un artículo
del diario, etc. Así, en este fragmento de una gacetilla:
«[ ... ] Desde la instalación de la familia en estagi-anjaque ellos
están acondicionando, Évelyne está muy fatigada. Todas las mañanas
ella se levanta a las 6 para ayudar a su marido[ ... ]», para comprender
los elementos en negrita hay que referirse a unidades introducidas
anteriormente en el texto (véase cap. 20). Este recurso al cotexto
solicita la memoria del intérprete, que debe poner una unidad-en
relación con otra del mismo texto;
- el papel desempeñado por la memolia es mucho más evidente
para la tercera fuente de información, nuestro conocimiento del
mundo, los saberes compartidos anteriores a la enunciación: por

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ejemplo, lo que designan tales nombres propios, los peijuicios del tabaco,
la forma reglamentaria de los carteles de prohibición, etcétera.

Los PROCEDlJ\IJENTOS PRAGllL'\.TICOS

Una interpretación derivada

De hecho, el lector del cartel «Esta habitación es un espacio para no


fumadores» no comprendió verdaderamente su sentido salvo que lo
interprete no como una comprobación, sino corno una prohibición.
Para lograrlo, debe recurrir a procedimientos que lo llevan a inter-
pretar cc:nw una prohibición lo que de hecho se presenta conw un
aserto. Esta es una situación muy común, que exige del lector del
cartel que apele a recursos que no son estrictamente de orden
lingüístico, a una suerte de razonamiento sobre la situación en que
se encuentra. Sin duda, va a presumir que una administración no se
hablia tornado el trabajo de colocar tal cartel si su contenido no
involucrara a la gente que se sienta en la sala; se dirá también que
no tiene gran interés para los clientes poner a semejante habitación
en la categoría de los espacios para no fumadores y por tanto que esta
información de hecho apunta a otro objetivo. Precisamente sobre
esta base tendrá que determinar cuál es probablemente ese otro
sentido que así quieren comunicarle indirectamente.

Instrucciones para interpretar

La necesidad de recurrir a una suerte de razonamiento para atribuir


un sentido a nuestro enunciado surge todavía con más fuerza si se
añade un segundo, introducido por pero:

Esta habitación es un espacio para no fumadores. Pero hay un bar


donde termina el corredor.

El lector tendrá que buscar una interpretación verosímil apoyán-


dose a la vez en el contexto y el sentido que posee pero en la lengua.
De hecho, ese sentido de pero es un conjunto de instrucciones
dadas al destinatario para que pueda construir una interpretación.
Emplear pero de alguna manera equivale a decir al destinatario algo

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así como: «En la serie de proposiciones P PERO Q (donde P y Q
representan dos proposiciones cualesquiera), busca una conclusión R
tal que P sea un argumento para R; busca también una conclusión no
R tal que Q sea un argumento en favor de no R y que sea presentado
como más fuerte que R».
Aplicado a nuestro ejemplo, esto da el siguiente esquema:

Esta habitación es un espacio hay un bar


para no fumadores donde termina el corredor

p PERO o

Argumento Argumento más fuerte


en favor de en favor de

R < no-R

(«Es imposible fumar») («Es posible fumar»)

Así, el destinatario dispone de instrucciones relacionadas con el


empleo de pero; provisto de estas instrucciones, apoyándose en el con-
texto debe hacer hipótesis para deslindar las proposiciones implícitas
R y no R. En el caso de nuestro cartel, en efecto, es únicamente el
contexto lo que permite interpretar «hay un bar donde termina el
corredor», como indicando un lugar donde es posible fumar.
Acabamos de dar dos ejemplos de procedimientos de tipos muy
diferentes: el pasaje de «Esta habitación es un espacio para no
fumadores» a .la interpretación «No fumar», y las instrucciones
vinculadas a pero. Se trata de procedimientos pragmáticos, por el
hecho de que apelan a un análisis del contexto por el destinatario y
no solamente a la interpretación semántica, a su conocimiento de la
lengua. Tanto en un caso como en el otro, ese destinatario no es
pasivo: él mismo debe definir el contexto del que va a sacar las
informaciones que necesita para interpretar el enunciado. A priori,
nunca hay una sola interpretación posible de un enunciado, y hay que
explicar según qué procedimientos el destinatario accede a la más
probable, aquella que debe preferir en tal o cual contexto.
A partir de ahí se desarrolla un debate importante: puesto que el
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conocimiento ele la lengua no es suficiente, ni mucho menos, para
interpretar un enunciado, puesto que hay que apelar a procedimien-
tos pragmáticos, ¿cuál es la parte respectiva del sentido lingüístico y
del sentido obtenido por los procedimientos pragmáticos? Uno se
figura que en este punto las opiniones están divididas, unos tratan de
integrar los procedimientos pragmáticos en la lengua tanto como sea
posible, los· otros, por el contrario, se esfuerzan por minimizar la
parte de la lengua en la interpretación.

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2. LAS LEYES DEL DISCURSO

EL PRINCIPIO DE COOPERACIÓN

Un conjunto de normas

Como vimos, para construir m1a interpretación el destinatario debe


hacer la hipótesis de que el productor del enunciado respeta ciertas
«reglas del juego»: por ejemplo, que el enunciado es serio, que fue
producido con la intención de comunicar algo que concierne a aquellos
a quienes está dirigido. Este carácter de seriedad no está en el enunciado,
a todas luces, pero es una condición de su buena interpretación: hasta
prueba en contrario, si encuentro un cartel con una prohibición de fumar
en una sala de espera voy a presumir que ese cartel es serio. No puedo
analizar la historia de ese cartel para verificarlo: el solo hecho de entrar
en un proceso de comunicación verbal implica que el locutor supuesta-
mente respeta las reglas deljuego. Esto no se hace mediante un contrato
explícito sino por un acuerdo tácito, consubstancial ala actividad verbal.
Nos enfrentamos con un saber mutuamente conocido: cada uno postula
que su compañero se ajusta a esas reglas y está preparado para que el
otro se ajuste.
Esta problemática fue introducida en los años sesenta por un
filósofo del lenguaje, el estadounidense Paul Grice, bajo el nombre de
«máx:imas conversacionales», 1 que también se llaman leyes del
discurso. Estas «leyes», que desempeñan un papel considerable en

1 «Logique et conversation», trad. fr. en Communications n" 30, 1979.

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la interpretación de los enunciados, son un conjunto de normas a las
que los participantes supuestamente se adaptan no bien participan en
un acto de comunicación verbal. Grice las hace depender de una ley
superior, que él llama «principio de cooperación»:

Que su contribución a la conversación, en el momento en que intervie-


ne, sea tal como lo requiere el objetivo o la dirección aceptada del
intercambio verbal en el que usted participa.

En virtud de este principio, supuestamente los que intervienen


comparten cierto marco y colaboran en el logro de esa actividad
común que es el intercambio verbal, donde cada uno se reconoce y
reconoce al otro ciertos derechos y deberes.
Este principio adquiere todo su peso en las conversaciones, donde
los que intervienen (dos o más) están en contacto inmediato y actúan
continuamente uno sobre el otro. Pero las leyes del discurso también
son válidas para cualquier tipo de enunciación, incluso en el escrito,
donde la situación de recepción es distinta de la situación de produc-
ción.

Los sobreentendidos

Por el mero hecho de que se supone que son mutuamente conocidas


por los interlocutores, las leyes del discurso permiten en particular
hacer pasar contenidos implícitos.
Supongamos que en vez de «No fumar» tengamos un cartel
semejante que diga «No levantar vuelo», colocado en la recámara de
un famoso gurú indio. Esta prohibición parece extraña; sin embargo,
el lector probablemente no va a atenerse a un diagnóstico de
extrañeza sino que va a desarrollar un razonamiento de esta clase:

El autor de este enunciado dijo «No levantar vuelo». No tengo ningún


motivo para pensar que él no respeta el principio de cooperación.
Según este principio, todo enunciado debe tener un interés para aquel
a quien está dirigido; el autor de este cartel lo sabe y también sabe que
quienes lo lean lo saben. Por lo tanto, presumo que si transgredió la ley
que dice que los enunciados deben ser interesantes, es sólo en
apariencia. En realidad, ese enunciado es interesante, pero de otra
manera: no hay que detenerse en su contenido literal sino buscar otra
interpretación, que sea compatible con el principio que dice que los

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enunciados tengan interés para sus destinatarios. Como el autor del
cartel no hizo nada para que yo me atenga al contenido literal, es porque
quiere que yo haga ese razonamiento.

Así, el lector se verá llevado a inferir una proposición implícita,


llamada implicatura, apoyándose en el postulado de que las leyes
del discurso son respetadas por el autor del cartel. Como se trata de
un gran gurú indio, él tratará de deslindar una implicatura compati-
ble con lo que sabe de la doctrina de ese gurú. En este caso, el principio
de cooperación realmente fue respetado por el locutor, pero de una
manera indirecta: el gurú en verdad me transmite un mensaje que
me atañe, pero ese contenido no es inmediatamente accesible, es
implícito.
Este tipo de implícito, que surge del vínculo del enunciado con el
contexto de enunciación, por intermedio del postulado de que se
respetan las leyes del discurso, es llamado sobreentendido. En
general se lo opone a otro tipo de implícito, los supuestos, que, por
su parte, están inscritos en el enunciado.
Por ejemplo, de:

Paul ya no fuma en la sala de espera

se puede sacar el supuesto de que antes fumaba. Este contenido


implícito, por su parte, se encuentra en el enunciado, sustraído a toda
impugnación, como si cayera por su propio peso (véase cap. 13).

Las tres dimensiones


de la comunicación verbal

El principio de «cooperación» no es más que una de las maneras de


expresar algo que es constitutivo de la comunicación verbal y que
muchos otros teóricos de los últimos decenios del siglo XX elaboraron
bajo variadas denominaciones. P. Charaudeau, por ejemplo, ve en el
fundamento de todo parlamento un «contrato de cornunicación» 2 que
implica:

- la existencia de normas, de convenciones aceptadas por los


"Véase por ejemplo los Cahiers de linguistique franqaise, n" 17, Ginebra, 1995:
«Le dialogue dans un modele de discours».

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participantes, para regir la comunicación; las «leyes del discurso» que
vamos a ver más en detalle son esta clase de normas;
- un reconocimiento ,nutuo de los participantes, de sus roles y del
marco de su comunicación. Con F. Flahault puede hablarse incluso
de relaciones de lugares: «No existe discurso que no sea emitido desde
un lugar y convoque al interlocutor a un lugar correlativo; ya sea que
este discurso presuponga solamente que la relación de lugares está
en vigor, o que el locutor espere el reconocimiento de su lugar propio,
u obligue a su interlocutor a inscribirse en la relación»; 3
- la pertenencia del discurso a múltiples géneros discursivos que
definan la situación de comunicación (véase cap. 5).

LAS PRINCIPALES LEYES

Pertinencia y sinceridad

La lista de las leyes del discurso y las relaciones que mantienen entre
ellas varían de un autor a otro. Algunas tienen un alcance extrema-
damente general. Por ejemplo, la ley de pertinencia o la de
sinceridad. .•
La ley de pertinencia recibe definiciones variadas, intuitivas o
sofisticadas:1 Intuitivamente, ella estipula que una enunciación debe
ser lo más apropiada posible al contexto en el cual interviene: debe
interesar a su destinatario aportándole informaciones que modifican
la situación. El cliente del gran gurú indio va a tratar de inferir un
contenido implícito de «No levantar vuelo» precisamente en virtud de
esta ley. Podría hacerse una observación del mismo tipo para «Esta
habitación es un espacio para no fumadores»: los lectores infieren de
esto que se les prohíbe fumar porque postulan que este aserto los
concierne y les da un mensaje susceptible de modificar su situación.
Toda enunciación implica que es pertinente; lo que lleva al
destinatario a tratar de confirmar esa pertinencia. Si un periódico
pone en su primera plana: «Daniel volvió a ver a la princesa

'La Paro/e intennédiaire, París, Le Seuil, 1978, pág. 58.


' Aludimos aquí a la «teoría de la pertinencia» de Dan Sperber y Deirdre Wilson,
para quienes la pertinencia constituye el principio fundamental que gobierna la
interpretación de los enunciados (La Pertinence (1986), trad. fr., París, Éditions
de Minuit, 1989).

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Stéphanie», por el solo hecho de decirlo implica que esta información
es pertinente allí donde está, como está y para el público a quien está
destinada. Del mismo modo, cuando el diario Le Monde pone en
primera plana el título:

lndra Nooyi pronto dirigirá el grupo PepsiCo.


(Le Monde, 17 de agosto de 2006.)

plantea como pertinente en la primera plana un tipo de información que,


a priori, habitualmente no figura en esa posición privilegiada en Le
Monde. Al plantear como pertinente semejante título, obliga al lector a
pensar que esta información es importante, que enriquece su compren-
sión del mundo, si tan siquiera la comprende como con-esponde.
La ley de sinceridad atañe al compromiso del enunciador en el
acto discursivo que realiza. Cada acto discursivo (prometer, afirmar,
ordenar, desear ... ) implica cierta cantidad de condiciones, de reglas
de juego. Por ejemplo, para afirmar algo se supone que uno puede
garantizar la verdad de lo que expresa; para ordenar debe querer que
se realice lo que ordena, no ordenar algo imposible o ya realizado, etc.
La ley de sinceridad, pues, no será respetada si el enunciador enuncia
un deseo que no quiere ver realizado, si afirma algo que sabe falso,
etc. El hecho de que la lengua disponga de adverbios de enunciación
como «francamente» o «sinceramente», por ejemplo, nos muestra
que esta ley en ocasiones entra en conflicto con otras que tienen que
ver con la cortesía, porque, normalmente, no tendiia que ser
necesario tener que aclarar que uno habla francamente o sincera-
mente ...

Leyes de informatividad y de exhaustividad

La ley de inforrnatividad se refiere al contenido de los enunciados;


ella estipula que no se debe hablar para no decir nada, que los
enunciados deben aportar informaciones nuevas al destinatario.
Pero una regla semejante sólo puede evaluarse en situación. Es en
virtud de esta ley como las tautologías («Un marido es un mari:io»)
obligan en general al destinatario a inferir sobreentendidos: si
Fulano dijo un enunciado que en apariencia no ofrece ninguna
información, es para transmitirme otro contenido. Es lo que ocurre
en esta publicidad para la marca Fiat:

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Para aquellos a quienes no les alcanzaba el Punto, aquí está el Punto.

Al comprobar que el enunciado no parece aportar nada nuevo, el


lector, apoyándose en la ley de informatividad, va a inferir que de
todos modos debe haber una información nueva, por ejemplo que se
trata de un nuevo Punto.
La ley de exhaustividad no refuerza la de informatividad. Ella
aclara que el enunciador debe dar la información máxima, tenien-
do en cuenta la situación. Cuando se lee en el artículo de un diario:
«Siete rehenes fueron liberados en la embajada de Japón», se
supone que el enunciado da la información máxima, es decir, que
siete rehenes en total fueron liberados. En efecto, desde un punto
de vista estrictamente lógico, decir que liberaron cinco rehenes no
habría sido falso. De igual modo, si en una guía turística de Brasil
se lee: «Río se en-cuentra a cierta distancia de Bahía», sin mayores
precisiones, se podrá considerar que la ley de informatividad fue
transgredida, teniendo en cuenta el contrato impuesto a este
género de libros, que apunta a dar informaciones prácticas. La ley
de exhaustividad exige también que no se disimule una informa-
ción importante. Sería el caso si un diario titulara: «Un grupo de
jóvenes agrede a un hombre» y si el hombre en cuestión fuera un
«policía de uniforme». En cambio, si el título fuera «Un grupo de
jóvenes agrede a un policía rubio de 77 kilos», la ley de exhausti-
vidad también sería transgredida por exceso de información. Pero
siempre se puede imaginar que haya circunstancias donde un
título de esta clase no sería insólito: la informatividad depende de
la pertinencia.

Las leyes de modalidad

Cierta cantidad de leyes de modalidad prescriben ser claro (en su


pronunciación, la elección de sus palabras, la complejidad de sus
frases ... ) y ser sobrio (buscar la formulación más directa). Eviden-
temente, estas normas son relativas a los géneros discursivos,
porque no puede existir una norma universal de la claridad: las que
prevalecen para un artículo de filosofía o de física cuántica, por
ejemplo, no son las mismas que las que rigen una conversación
familiar.

26
A comienzos de los años noventa, la marca de detergente Orno
había hecho una campaña publicitaria donde unos monos vestidos de
hombres producían enunciados que transgredían manifiestamente
las leyes de modalidad. Por ejemplo:

«Ké numéro SOS mini ripou» (imagen de la familia que mira al


pequeño aplaudiendo de alegría porque tiene un babero limpio).

«Loukati papinou» (el pequeño levanta el vaso a la foto de su abuelo)."

Aquí la comprensión sólo puede ser muy parcial; los enunciados


no están destinados a ser comprendidos en el sentido habitual de
la palabra, sino a suscitar la búsqueda lúdica de su significación.
Esta inteligibilidad parcial se vuelve verosímil por el hecho de que
los locutores mismos sólo son parcialmente humanos (monos
vestidos de hombres). Como nos enfrentamos con una lengua
«humanoide», el lector no va a tratar de deslindar un sobreenten-
dido: el hecho de que se trate de publicidad y que los locutores sean
monos provoca una suerte de suspensión de las normas usuales de
la comunicación verbal. Pero sólo en un primer nivel; porque en
el nivel superior la enunciación funciona normalmente, respeta
las leyes de modalidad: como mensaje publicitario destinado a
alabar la superioridad del detergente Orno, es perfectamente
claro: el mensaje de promoción de Orno pasa entonces por otras
vías, en particular por las imágenes.

LA PRESERVACIÓN DE LAS CARAS

Caras positiva y negativa

Como la comunicación verbal es también una relación social, es


sometida como tal a las reglas de lo que se llama comúnmente la
cortesía. Transgredir una ley del discurso (hablar fuera del tema,
ser oscuro, no dar las informaciones requeridas, etc.), es exponerse

· En esos años era usual y muy festejado el lenguaje-mono en las publicidades


de Orno (lenguaje que se llamaba «poldomoldave,-). La traducción aproximada de
estas frases vendría a ser: «Este chico ... ¡Socorro, qué suciedad!» y «Mira esto,
abuelito••. IN. del T.l

27
a ser tachado de «descortés». El solo hecho de dirigir la palabra a
alguien, acaparar su atención, es ya una intrusión en su espacio, un
acto potencialmente agresivo. Estos fenómenos de cortesía fueron
integrados en la te01ia llamada «de las caras» desarrollada desde
fines de los años setenta, en particular por P. Brown y S. Levinsoi:i, 5
que a su vez se inspiran en el sociólogo estadounidense E. Goffman. 6
En este modelo se considera que todo individuo posee dos caras:
- una cara positiva, que corresponde a la fachada social, a la
imagen valorizadora de sí que se esfuerza por presentar al exte1ior.
«Cara» debe tomarse aquí en el sentido que tiene este término en una
expresión como «perder la cara»;·
- una cara negativa, que corresponde al «territo1io» de cada uno
(su cuerpo, su vestimenta, su vida privada ... ).

Como la comunicación verbal supone por lo menos dos participan-


tes, hay al menos cuatro caras implicadas en la comunicación: la cara
positiva y la cara negativa de cada uno de los interlocutores.
Todo acto de enunciación puede constituir una amenaza para una
o vaiias de esas caras: dar una orden val01iza la cara positiva del
locutor pero desvaloriza la del interlocutor, dirigir la palabra a un
desconocido amenaza la cara negativa del destinatario (se hace una
intrusión en su tenitorio) pero también la cara positiva del locutor
(que se expone a que lo consideren descarado). Distinguimos así:

- las palabras amenazadoras para la cara positiva del locutor:


confesar una falta, disculparse ... , que son otros tantos actos humi-
llantes;
- las palabras amenazadoras para la cara negativa del locutor: la
promesa, por ejemplo, compromete a realizar actos que van a
requerir su tiempo y energía;
- las palabras amenazadoras para la carapositiva del destinatario:
la crítica, el insulto, etcétera;
- las palabras amenazadoras para la cara negativa del destinatario:
preguntas indiscretas, consejos no solicitados, etcétera.

A partir del momento en que una misma palabra corre el riesgo de


5
Politene:ss, Cambridge, Cambridge UniYersity Press, 1987.
n Les Hites d'interaction, trad. fr., París, Éditions de l\Iinuit, 1974.
«Hacer el ridículo». 1N. del T. 1

28
amenazar una cara queriendo preservar otra los interlocutores se
ven constantemente obligados a establecer convenios, negociar. En
efecto, deben arreglarse para preservar sus propias caras sin amena-
zar la de su compañero. Por lo tanto se desarrolla toda una panoplia
de estrategias discursivas para encontrar un convenio entre esas
exigencias contradictorias.

Donde nadie es culpable de pereza

Así, consideremos este primer párrafo de una publicidad para el


whisky J ack Daniel's; lo precede una foto donde, sentado junto a un
gran tonel de alcohol, en una semioscuridad, un obrero sostiene una
taza en la mano:

A LA HORA DEL PRIMER CAFÉ, el Sr. Me Gee ya hizo más que la


mayoría de nosotros en una sola jornada.

Este texto se esfuerza por presentar a Me Gee como el empleado


modelo de la destile1ia Jack Daniel's. Si dijera «la mayoría de
ustedes», la cara positiva de J ack Daniel's sería valorizada (levantar-
se temprano es una prueba de coraje) pero la cara positiva del lector
se vería amenazada, porque pareceiia decir que los compradores
potenciales del producto son perezosos. Al escribir «la mayoría de
nosotros», el texto hace un convenio: la cara positiva de la empresa
es valorizada a través de su empleado modelo, pero el «nosotros»
generalizador incluye al locutor de la publicidad en el conjunto de
aquellos que no se levantan temprano. Este convenio, sin embargo,
tiene un costo: se expone a amenaza!' la cara positiva del locutor, o
sea, la empresa J ack Daniel's, que puede aparecer constituida de
empleados que no hacen esfuerzos. Este conflicto se resuelve en el
siguiente párrafo:

Richard Me Gee se levanta mucho antes del alba. En la frescura y el


silencio de las mañanas de Tennessee, hace rodar los pesados
toneles de Jack Daniel's a través de las bodegas de envejecimiento.
Lentamente; a su ritmo; siempre el mismo. En Jack Daniel's nunca
hacemos nada a los apurones.

La frase «en J ack Daniel's nunca hacemos nada a los apurones,,

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permite, por el deslizamiento de un «nosotros» generalizador a un
"nosotros» que remite solamente a los empleados de la empresa,
eliminar la idea de que algunos empleados tendrían un comporta-
miento diferente del de Me Gee.

Discurso publicitario,
discurso periodístico y caras

No por nada tomamos este ejemplo de la publicidad. En efecto, en este


punto existe una diferencia importante entre discurso publicitario y
discurso periodístico. Para el primero, el problema de la preservación
de las caras es primordial pues su enunciación está por esencia
amenazada:

- el solo hecho de solicitar su lectura constituye a la vez una


amenaza a la cara positiva del responsable de la enunciación, la
marca (que se expone a ser considerada como «pesada»), y una
amenaza a las caras negativa y positiva del destinatario (a quien
tratan como algo sin importancia al solicitarle que se tomen el tiempo
de interesarse en el enunciado publicitario);
- todo enunciado publicitario apunta a solicitar dinero al lector-
consumidor, lo que representa una amenaza a la cara negativa de este
último, así como a la cara positiva del locutor, que se encuentra
ubicado en posición de solicitante.

Hacer una publicidad que sea seductora, es decir, que dé placer al


destinatario, es anular imaginariamente esta amenaza a las caras
que es constitutiva de la enunciación publicitaria.
En cambio, el discurso periodístico está de alguna manera legiti-
mado de antemano, a partir del momento en que es el mismo lector
quien lo compró. El diario trata de presentarse como respuesta a
demandas, explícitas o no, hechas por sus lectores. Cuando propone
una sección «Salud» o «Resultados deportivos», valoriza la cara
positiva del lector al interesarse en sus gustos o sus necesidades,
mostrando que son legítimos porque responde a ellos; también
valoriza su propia cara positiva de locutor presentándose como
preocupado por el bienestar de sus lectores.

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