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ENUNCIADO Y CONTEXTO
EL SENTIDO DE UN ENUNCIADO
Un proceso asimétrico
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que contendría un sentido parcialmente indeterminado, que el destina-
tario no tencb.ia más que especificar. En efecto, todo acto de enunciación
es fundamentalmente asimétiico: el que interpreta el enunciado re-
construye su sentido a partir de indicaciones dadas en el enunciado
producido, pero nada garantiza que lo que reconstruye coincide con las
representaciones del enunciador. Comprender un enunciado no es
solamente remitirse a una gramática y a un diccionario, es movilizar
saberes muy diversos, hacer hipótesis, razonar, construyendo un
contexto que no es un dato preestablecido y estable. La idea misma de
un enunciado que posea un sentido fijo fuera de contexto se vuelve
indefendible. Lo cual, por supuesto, no significa que las unidades léxicas
no signifiquen nada a priori, pero fuera de contexto no es posible hablar
verdaderamente del sentido de un enunciado, a lo sumo de coerciones
para que un sentido sea atribuido a tal secuencia verbal en una situación
particular, para que se convierta en un verdadero enunciado, asumido
en un lugar y un momento singulares por un sujeto que se dirige con
cierto propósito a uno u otros sujetos.
NO FUMAR
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firmado en una esquina, donde las letras, poco legibles, de tamaños
desiguales y multicolores, dibujaran una curva caprichosa. La gente que
espera en la sala se sentirán en todo su derecho de pensar que se trata
de un objeto con valor decorativo, una obra de arte, y considerarán que
no tienen ninguna necesidad de descifrar de qué se trata.
Supongamos ahora que nuestro enunciado «No fumar» está esc1ito
en la pared con marcador, al lado del torpe dibujo de una flor grande y
de un corazón atravesado por una flecha; los clientes probablemente no
se sentirán obligados por lo que les resultará una especie de grafiti.
En cambio, de un cartel confeccionado según un modelo conocido, de
forma geométiica, dispuesto a una altura correcta y de tamaño
suficiente para que todos lo vean se pensará que no está ahí por azar,
que se trata de un enunciado de cierta importancia.
Pero todavía hay que determinar que uno está frente a una
prohibición. En efecto, este enunciado, como todo enunciado, posee
cierto valor pragmático, es decir, que pretende instituir cierta
relación con su destinatario. Para eso es muy necesario que muestre
de una u otra manera ese valor pragmático, el acto que pretende
realizar por su enunciación. Si el usuario no logra determinar cuál es
ese acto no adoptará un comportamiento adecuado en relación con el
enunciado: una prohibición no tiene las mismas consecuencias
prácticas para él que un deseo o un proverbio, una orden infringida
puede acarrear como mínimo una reprimenda, hasta una multa.
Una vez más, las condiciones materiales de presentación intervienen
de manera decisiva para determinar cuál es el valor pragmático
pertinente:
- puede tratarse, como en el caso de las señales ruteras, de carteles
convencionales de cierta forma y de cierto color que están reservados
a las prohibiciones. En este caso, el solo hecho de ver el cartel basta
para determinar el estatus del enunciado;
- al lado del enunciado propiamente dicho puede encontrarse una
indicación llamadaparatextual que explicita su estatus: «Extracto del
reglamento», «Decreto municipal del...», etcétera;
- es posible que no haya ni cartel convencional ni indicación
paratextual. Entonces hay que hacer intervenir el conocimiento de
los usos de nuestra sociedad. Por experiencia sabemos que los orga-
nismos (empresas, administraciones ... ) ponen en las paredes letreros
con valor práctico («Empujar», «Salida», etc.) o consignas («Prohibido
arrojar papeles», «No superar la línea amarilla», etcétera).
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No basta con identificar este enunciado como una prohibición regla-
mentaria; también hay que presumir que es serio, que la instancia
que lo comunica realmente tiene la intención de significar lo que
significa, de actuar de cierta manera sobre el destinatario.
En efecto, a menudo ocurre que no sepamos si un enunciado debe
o no tomarse al pie de la letra, si es irónico o si es una broma. Si
tuviéramos en la misma pared, al lado de «No fumar», otro cartel, de
la misma apariencia, que pusiera «Prohibido prohibir», podríamos
dudar de la seriedad de la prohibición, puesto que el contexto mismo
nos daría las indicaciones que descalifican el enunciado. En cambio,
si ese «Prohibido prohibir» estuviera esclito en forma de grafiti, por
el contrario eso no haría sino reforzar la seriedad de la prohibición de
fumar: uno pensaría que un revoltoso se alza contra toda coerción o
que un fumador manifestó su mal humor.
Un enunciado puede ser perfectamente serio, al menos desde
cierto punto de vista, pero tener que ver con el discurso literario. De
ser así, realiza un acto discursivo que no se puede poner en el núsmo
plano que los otros. Si en una esquina del cartel se leyera el nombre
de Jacques Prévert, el enunciado cambiaria completamente de
estatus.
El infinitivo
Sin embargo, tal vez se diga, la vía de acceso más sencilla al estatus
pragmático es todavía el mismo contenido del enunciado: basta con
comprender el sentido de las palabras y las reglas de la sintaxis para
ver que es una prohibición de fumar cigarrillos.
De hecho, una vez más las cosas no son tan inmediatas:
- el verbo fumar puede tener varios sentidos, y la elección del que
es pertinente en esta situación (no fumar cigarrillos) no se opera de
manera automática. No se estaría tan seguro de que se trata de
tabaco si uno se encontrara en una fábrica de embutidos y si el cartel
se encontrara ante una pila de jamones ... ;º
- la identificación del sujeto sobreentendido del verbo en infinitivo
· «Fumar" y «ahumar" se dicen de la misma manera en francés: fumer. [N.
del T.I
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tampoco es evidente. En este ejemplo tomado de un poema de
Mallarmé titulado «Brisa marina»: «¡Ay!, la carne es triste, y he leído
todos los libros./ ¡Huir! Allá, ¡huir! l. .. ]», el sujeto sobreentendido es
el propio enunciador. En cambio, en nuestro ejemplo ,,.No fumar» la
posición de sujeto es cumplida por el propio lector: no debe fumar el
que lee este cartel de «No fumar». La selección del referente del
sujeto se opera por distintas vías en «Fumar está prohibido» y «¡No
fumar!» o «¡Huir!»: el primero remite al conjunto de los individuos
susceptibles de fumar, mientras que en una proposición independien-
te, en el infinitivo el referente del sujeto no puede ser más que el
enunciador o el destinatario mismos de ese enunciado;
- un verbo en infinitivo no necesariamente expresa una exhorta-
ción o, en forma negativa, una prohibición. En una frase independien-
te, un infinitivo sin sujeto expresado no puede ser asertivo, vale decir,
plantear un enunciado como verdadero o falso. Cuando el enunciado
no es asertivo, por ejemplo: «¡Dejar la casa!», puede ser interpretado
como un deseo, un consejo, una orden... Por lo tanto, hay que
determinar entre los diversos valores no asertivos el que aquí es
pertinente, para el caso la prohibición;
- de hecho, si interpretamos «No fumar» como una prohibición, no
es a causa.sólo del sentido de «fumar», sino también porque sabemos
que los carteles en las paredes de las administraciones en general
expresan órdenes, y no deseos, que los médicos dicen que fumar
perjudica la salud, que el Estado promulgó leyes contra el tabaquis-
mo, que existen campañas de publicidad a tal efecto, etc. Así, estamos
inmersos en un interdiscurso, en un conjunto infinito de palabras
de todo tipo que vienen a orientar nuestra lectura de este cartel en
la sala de espera.
Nuestro cartel «No fumar» está constituido por una sola frase, que
presenta la particularidad de constituir por sí solo un texto completo
y no in1plicar ni marcas de persona ni de tiempo. Se trata de una
situación poco común. En la inmensa mayolia de los casos, las frases
son portadoras de marcas de tiempo y de persona y se encuentran
insertadas en unidades más vastas, textos.
Supongamos que en vez de «No fumar» leemos en el cartel: «Esta
habitación es un espacio para no fumadores». En este caso no se trata,
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hablando con propiedad, de una prohibición, sino de una suerte de
comprobación, de aserto que clasifica a cierto lugar en cierta catego-
1ia. No es difícil imaginar situaciones muy vaiiadas donde un
enunciado semejante no tendría ningún valor de prohibición. Por
eje.mplo, el dueño del establecimiento puede hacer visitar el edificio
a la comisión de seguridad y decirle, al abrir la puerta: «Esta
habitación es un espacio para no fumadores».
A diferencia de «No fumar», el enunciado de este nuevo cartel
posee marcas de tiempo y de persona, así como el determinante
demostrativo «esta». El presente puede interpretarse de maneras
muy diversas. Así, en los siguientes enunciados:
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Como vimos, es lo que ocurre.con «No fo.mar», o, todavía más
directamente, con «¡Qué auto!», por ejemplo, que constituye una
reacción del enunciador ante un auto accesible en el entorno de los
interlocutores.
Sin embargo, existen enunciados que parecen plantearse fuera
de todo contexto, precisamente los ejemplos gramaticales: «El
gato pe.rsigue al ratón», «A Max lo mordió un perro», etc. Pero es
una ilusión creer que se interpretan sin contexto. De hecho, estas
frases aparentemente descontextualizadas son inseparables de
ese contexto muy singular que es un libro de gramática, donde se
puede hablar de «Max» o del «ratón» sin preguntarse quiénes son
exactamente esos individuos, cuándo tuvieron lugar la mordida o
la persecución, etc. Cuando un lingüista propone tales ejemplos es
para ilustrar uno o varios fenómenos de lengua: «El gato persigue
al ratón», por ejemplo, ilustrará el hecho de que algunos verbos
son transitivos, o incluso que hay concordancia entre el artículo y
el nombre, etc. Carece de importancia que no se sepa de qué gato
se trata: aquí sólo se toman en cuenta la transitividad del verbo o
la concordancia.
Los CONTEXTOS
El cotexto
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habitación es un espacio para no fumadores y hace una hora que tiene
ganas de encender un cigarrillo y tomarse un buen whisky.
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ejemplo, lo que designan tales nombres propios, los peijuicios del tabaco,
la forma reglamentaria de los carteles de prohibición, etcétera.
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así como: «En la serie de proposiciones P PERO Q (donde P y Q
representan dos proposiciones cualesquiera), busca una conclusión R
tal que P sea un argumento para R; busca también una conclusión no
R tal que Q sea un argumento en favor de no R y que sea presentado
como más fuerte que R».
Aplicado a nuestro ejemplo, esto da el siguiente esquema:
p PERO o
R < no-R
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2. LAS LEYES DEL DISCURSO
EL PRINCIPIO DE COOPERACIÓN
Un conjunto de normas
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la interpretación de los enunciados, son un conjunto de normas a las
que los participantes supuestamente se adaptan no bien participan en
un acto de comunicación verbal. Grice las hace depender de una ley
superior, que él llama «principio de cooperación»:
Los sobreentendidos
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enunciados tengan interés para sus destinatarios. Como el autor del
cartel no hizo nada para que yo me atenga al contenido literal, es porque
quiere que yo haga ese razonamiento.
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participantes, para regir la comunicación; las «leyes del discurso» que
vamos a ver más en detalle son esta clase de normas;
- un reconocimiento ,nutuo de los participantes, de sus roles y del
marco de su comunicación. Con F. Flahault puede hablarse incluso
de relaciones de lugares: «No existe discurso que no sea emitido desde
un lugar y convoque al interlocutor a un lugar correlativo; ya sea que
este discurso presuponga solamente que la relación de lugares está
en vigor, o que el locutor espere el reconocimiento de su lugar propio,
u obligue a su interlocutor a inscribirse en la relación»; 3
- la pertenencia del discurso a múltiples géneros discursivos que
definan la situación de comunicación (véase cap. 5).
Pertinencia y sinceridad
La lista de las leyes del discurso y las relaciones que mantienen entre
ellas varían de un autor a otro. Algunas tienen un alcance extrema-
damente general. Por ejemplo, la ley de pertinencia o la de
sinceridad. .•
La ley de pertinencia recibe definiciones variadas, intuitivas o
sofisticadas:1 Intuitivamente, ella estipula que una enunciación debe
ser lo más apropiada posible al contexto en el cual interviene: debe
interesar a su destinatario aportándole informaciones que modifican
la situación. El cliente del gran gurú indio va a tratar de inferir un
contenido implícito de «No levantar vuelo» precisamente en virtud de
esta ley. Podría hacerse una observación del mismo tipo para «Esta
habitación es un espacio para no fumadores»: los lectores infieren de
esto que se les prohíbe fumar porque postulan que este aserto los
concierne y les da un mensaje susceptible de modificar su situación.
Toda enunciación implica que es pertinente; lo que lleva al
destinatario a tratar de confirmar esa pertinencia. Si un periódico
pone en su primera plana: «Daniel volvió a ver a la princesa
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Stéphanie», por el solo hecho de decirlo implica que esta información
es pertinente allí donde está, como está y para el público a quien está
destinada. Del mismo modo, cuando el diario Le Monde pone en
primera plana el título:
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Para aquellos a quienes no les alcanzaba el Punto, aquí está el Punto.
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A comienzos de los años noventa, la marca de detergente Orno
había hecho una campaña publicitaria donde unos monos vestidos de
hombres producían enunciados que transgredían manifiestamente
las leyes de modalidad. Por ejemplo:
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a ser tachado de «descortés». El solo hecho de dirigir la palabra a
alguien, acaparar su atención, es ya una intrusión en su espacio, un
acto potencialmente agresivo. Estos fenómenos de cortesía fueron
integrados en la te01ia llamada «de las caras» desarrollada desde
fines de los años setenta, en particular por P. Brown y S. Levinsoi:i, 5
que a su vez se inspiran en el sociólogo estadounidense E. Goffman. 6
En este modelo se considera que todo individuo posee dos caras:
- una cara positiva, que corresponde a la fachada social, a la
imagen valorizadora de sí que se esfuerza por presentar al exte1ior.
«Cara» debe tomarse aquí en el sentido que tiene este término en una
expresión como «perder la cara»;·
- una cara negativa, que corresponde al «territo1io» de cada uno
(su cuerpo, su vestimenta, su vida privada ... ).
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amenazar una cara queriendo preservar otra los interlocutores se
ven constantemente obligados a establecer convenios, negociar. En
efecto, deben arreglarse para preservar sus propias caras sin amena-
zar la de su compañero. Por lo tanto se desarrolla toda una panoplia
de estrategias discursivas para encontrar un convenio entre esas
exigencias contradictorias.
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permite, por el deslizamiento de un «nosotros» generalizador a un
"nosotros» que remite solamente a los empleados de la empresa,
eliminar la idea de que algunos empleados tendrían un comporta-
miento diferente del de Me Gee.
Discurso publicitario,
discurso periodístico y caras
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