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Cuando quiero llorar no lloro

Miguel Otero Silva ©1970


©1977 Círculo de lectores 1 93 págs.

He debido leer esta novela de Otero Silva por el año 2010, quizá. Siempre suelo decir
que un lector suele guardar no solo recuerdos de lo que lee, sino también del contexto en
que lo leyó. Acerca de esta novela no recuerdo nada del contexto en que la leí, y apenas si
recordaba momentos de la trama. Esta edición es un libro de mi mamá, de su época de
bachillerato, supongo, y que encontré en la biblioteca de la casa de mis abuelos. Por
supuesto, decidí que lo heredaría de una vez.
He dicho, y dije no tan bien, que apenas si recordaba algo acerca de la trama de la
novela. La verdad es que, todavía hoy, persistían en mí los recuerdos que guardaba de una
telenovela que vi, cuando era niño, basada (un poco) en esta novela de Otero Silva. Claro
está, al enfrentarme a la relectura, me recordaba que la novela no guardaba mucha relación
con la telenovela transmitida en VTV en los años 90’. Recuerdo, esto sí bastante claro, que
me llegué a decir, mientras leía la novela, “ajá, ¿y cuándo le dicen a la mamá de Victorino
Moya (Es verdad que les cambiaron los apellidos. La novela, creo, era colombiana. Debo
buscar.) que cuando se encuentre con otro Victorino y otro Victorino, Victorino morirá?”.
Por supuesto, comprendí que una cosa era la telenovela. Otra, la novela de Otero Silva. En
aquellos días de la primera lectura no estudiaba aún acerca de las reescrituras.
De Miguel Otero Silva recuerdo que solo he leído Casas muertas. Intenté leer Fiebre¸
volumen que tengo en Mérida; pero las ocupaciones en la facultad, las lecturas obligadas,
me impidieron tomarla en serio. Ahora que lo pienso, es posible que leyera Cuando quiero
llorar no lloro cuando cursé Venezolana II. No lo sé. Sé que no fue lectura sugerida. La
sugerida fue Casas Muertas. En todo caso, la referencia es 2011 o 2012.
A lo que me evoca cuando leo el nombre de esta novela de Otero Silva es a los versos
del poema de Rubén Darío llamado “Canción de otoño en primavera”:
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin querer.
Seguramente es a esos versos a los que hace referencia Miguel Otero Silva; sobre todo
si se piensa en los jóvenes protagonistas. La juventud de los Victorinos (¡y tantos
Victorinos de diferentes nombres!) es un tesoro que ya no ha de volver… Claro, quizá sea
esta una lectura forzada. El poema habla del avance del tiempo y la llegada de la vejez. En
la novela… Bueno, digamos que la juventud no se pierde por causa de la vejez.
En cuanto a la narrativa de la novela, podemos decir que no es una novela tradicional.
Tiene, de hecho, una narrativa experimental (digamos así), que resulta por un lado
compleja, pero, a la vez, y paradójicamente, desenfadada, sencilla. Bien. Quizá esta
definición es un tanto ambigua: digo algo sin decir nada. Lo cierto acerca de la voz
narrativa en Cuando quiero llorar no lloro es que no hay una sola voz, hay múltiples voces.
Claro, está esta voz principal, digamos; pero, cuando menos lo esperamos aparece una voz
diferente. Esto lo podemos ver desde el principio, con el “prólogo cristiano con
abominables interrupciones de un Emperador romano”.
Acerca de este prólogo no recuerdo nada de mi anterior lectura. En esta ocasión fue
como si lo leyera por primera vez. Es posible que en aquella ocasión me lo saltara, o que no
le diera la suficiente importancia. Con esta lectura estoy convencido de que esta sección es
una pequeña obra maestra. La forma, el lenguaje, los personajes; el cómo reinventa la
historia, cómo, haciendo uso de la ironía, logra dar vida ¡y qué vida! a unos personajes casi
desconocidos de hace más de mil seiscientos años.
Ese prólogo nos presenta a un voz narrativa poco común, una voz con la que hay que
estar atentos porque así como te va narrando la historia, parece distraerse en situaciones
ajenas a la trama, o que, al menos, considera que el ambiente se puede colar a través de los
espacios narrativos y hablar. Ejemplo de esto es el mismo inicio de la novela. “Cuatro
soldados, Severo Severiano Carpóforo Victorino, surcan los vericuetos del mercado, a
conciencia de que van a ser detenidos” (p. 9). Hasta aquí una voz narrativa “normal”, eso sí,
con esa llamativa enumeración de nombres sin separación por comas. Y es que la Iglesia
celebraba a estos 4 mártires en un solo día, casi como uno solo santo. La voz narrativa
continúa:
Sus cuatro cascos emplumados gaviotean airosamente por entre el humo de los
sahumerios y los pregones de los vendedores ambulantes, llévate esta cinta azul para
los tobillos del efebo por quien suspiras, higos más dulces que la leche de Venus
madre, refrescantes tisanas de avena para el gaznate de los sedientos…
De la cita he de llamar la atención sobre, 1, el verbo “gaviotear”; sobre el cual no
puedo decir mucho en este momento; habría que revisar en bases de datos a ver si es común
o si ha sido un neologismo usado por Otero Silva. 2, el paso entre la narración de la acción
y los “pregones de los vendedores ambulantes”, el cual ha sido a la vez violento que sutil.
Nada más sino una coma separa ambas partes.
Terminada la presentación de los mártires inician las interrupciones del Emperador
Diocleciano, interrupciones que tienden ser abruptas, tan abruptas que en ocasiones los
párrafos quedan completamente cortados, en medio de conjunciones, preposiciones o
artículos. Estos cortes, por supuesto, solo se generan cuando la voz narrativa da voz a
Diocleciano; y de nada sirve buscar el término de la idea en la siguiente sección. No hay
relación. No obstante se comprende, y es que la voz narrativa deja las ideas al aire que
pueden ser completadas por la imaginación… A buen entendedor… Cosa que, por otra
parte, rompe con el pacto sobreentendido entre narrador y lector de exponer las cosas tal
como son, sin dejar cosas ambiguas. Si, supongamos, existe tal pacto.
Ahora… transgresora; así puedo llamar a esta voz narrativa que se rompe
constantemente, que se transforma en otras voces y que obliga al lector a estar atento ante
la situación que se nos relata. El capítulo de Victorino Peralta en la página 161 es uno de
esas bofetadas que parece dar la voz narrativa, la transformación de esta en un personaje
secundario, y que ignora puntos y comas, las cuales desaparecen repentinamente de la
novela.
La novela de Miguel Otero Silva es llamativa, experimental. La historia, dividida,
muestra grosso modo un panorama bastante peculiar de las diferentes capas sociales que
componen la sociedad venezolana. Es una novela para volver a leer, y para prestarle
atención a los detalles.

Carlos Alfredo, agosto de 2021; 2 de diciembre de 2021

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