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Al poder del amor
STAFF ...................................................................................................................................................6
Orden de lectura según el grupo .......................................................................................................7
AVISO .....................................................................................................................................................8
Sinopsis .................................................................................................................................................9
Prólogo................................................................................................................................................10
Capítulo Uno......................................................................................................................................17
Capítulo Dos ......................................................................................................................................32
Capítulo Tres......................................................................................................................................39
Capítulo Cuatro .................................................................................................................................58
Capítulo Cinco ...................................................................................................................................73
Capítulo Seis ......................................................................................................................................90
Capítulo Siete ...................................................................................................................................116
Capítulo Ocho ..................................................................................................................................144
Capítulo Nueve................................................................................................................................163
Capítulo Diez ...................................................................................................................................184
Capítulo Once ..................................................................................................................................207
Capítulo Doce ..................................................................................................................................242
Capítulo Trece ..................................................................................................................................297
Capítulo Catorce ..............................................................................................................................335
Capítulo Quince ...............................................................................................................................377
Capítulo Dieciséis ............................................................................................................................413
Capítulo Diecisiete ..........................................................................................................................449
Capítulo Dieciocho ..........................................................................................................................492
Capítulo Diecinueve........................................................................................................................522
Capítulo Veinte ................................................................................................................................551
Epílogo ..............................................................................................................................................570
EXTRA ..............................................................................................................................................583
STAFF

Hada Fay
Hada Nisha
Hada DarkSky
Hada Dafne
Hada Calipso
Hada Sunshine

Hada Aerwyna Hada Aine

Hada Anjana
Orden de lectura según el grupo

Orden de lectura según la autora

(Four Dark Horsemen #1)

(Four Dark Horsemen #2)

Nota: Todos los libros de la autora V.F Mason se relacionan entre sí. Por lo tanto pueden
leerse siguiendo el orden que te recomendamos aquí o de forma independiente. La
autora deja su marca personal en cada libro, lo que te permite entender la relación entre
los personajes. ¡Qué disfrutes tu lectura! Team Fairies
AVISO
El libro original contiene muchas palabras en español dichas por el
protagonista. Muchas de las palabras contienen una nota de pie de
página, sin embargo dada la cantidad, evitamos agregar la nota a
todas las palabras. En su lugar aclaramos que la mayoría de las
palabras que están en cursiva están es español en el original. En el caso
de las narraciones en pasado las palabras en español se identifican
cuando no están en cursiva.
Sinopsis

Todo lo que quiero, lo consigo.


¿Y si algo se interpone en mi camino?
Lo conquisto y lo destruyo.

Soy un monstruo sin cualidades redentoras.


Un cazador que busca a su presa con tanta saña que nada puede
detenerme.
Mi presa se esconde en las sombras pensando que eso podría
salvarlo de mi ira.
No lo hará.

Un verdadero cazador conoce una regla:


Toda presa puede ser atraída fuera de la oscuridad con el cebo
adecuado.
Y yo acabo de encontrar el mío.
Su hija.

El monstruo dentro de mí anhela poseerla.


Una belleza que termina atrapada en un castillo por la horrible
bestia.
Seducirla y luego quebrarla será mi mayor conquista.

Después de todo, la vida es cruel.


Y yo también lo soy.
Prólogo

Un soplo áspero de angustia se desliza por mis labios cuando mi


agarre del ramo en mis manos se aprieta, las espinas de las rosas se
clavan en mi piel y probablemente me hacen sangrar.
La voz atronadora del sacerdote hace eco a través del espacio de la
iglesia, su sonrisa es tan brillante que me pregunto si le duele la cara.
¿O las criaturas despreciables no tienen idea de las emociones
devastadoras de los simples mortales?
—¿Tú, Briseis Dawson, tomas a este hombre… —Con cada palabra,
me alejo más y más de esta situación mientras el zumbido en mis
oídos reemplaza su voz oxidada. Apenas me contengo de escupirle
por lo que está permitiendo que suceda dentro de estas paredes que
deberían haber sido mi santuario.
En cambio, este lugar me dio de comer a los lobos para que
pudieran desgarrar mi carne en pedazos, sus dientes afilados
hundiéndose en mí con tanta dureza que no descansarán hasta que me
desangre en el suelo… con Dios como mi testigo.
Monstruos, horribles monstruos dirigidos por el diablo que…
Una solitaria lágrima resbala por mi mejilla, escondida tras mi
finísimo velo de tul. Nada más que lo mejor para la novia de este
novio, después de todo.
El novio, a quien prometí odiar hasta mi último aliento por lo que
le ha hecho a mi familia, permanece ajeno a mis suplicas, solo una
pequeña sonrisa en su cara mientras el placer por sus actos irradia de
él.
El Rey de la Oscuridad y el Engaño.
Él se ríe, y casi puedo imaginar cómo sus ojos azul zafiro brillan
con algo malvado, la única expresión que llena esos orbes cada vez
que su mirada se posa en mí y tengo que alejarme de él… bueno, tanto
como pueda en las circunstancias actuales, para evitarlo.
No es que me deje hacerlo por mucho tiempo; el maldito sádico
disfruta de mi incomodidad en su compañía, si sus constantes sonrisas
son algo por lo que pasar.
La locura tiene muchas formas y rostros en esta tierra, cubierta con
las máscaras de la belleza y el poder, acercándose sigilosamente
cuando menos lo esperas, atrapándote en su red de engaño y dolor
que te sigue donde quiera que vayas.
Sin embargo ¿su locura?
No tiene límites ni control. En cambio, absorbe todo el caos que lo
rodea.
El corsé de mi vestido de novia está increíblemente apretado en mi
cintura, y cada bocanada de aire se convierte en una lucha, la presión
me recuerda las cadenas invisibles que el hombre me ha puesto sin
forma de romperlas.
Desviando mi atención del sacerdote, observo esta iglesia inusual a
la que me llevaron con sus costosos cristales con colores en las
ventanas y el techo de forma ovalada que está tallado de forma que
casi brinda la experiencia de cuento de hadas.
Excepto que estoy atrapada en una pesadilla que, por mucho que
me pellizque, no se transforma en el cuento de hadas que he suplicado
durante toda mi vida.
A pesar de su belleza que tiene el poder de hacer que uno se quede
boquiabierto, el lugar apesta a fatalidad y desesperanza que ninguna
obra de arte costosa o diseño lujoso puede ocultar.
El anillo de compromiso de zafiro y diamante corte princesa en mi
dedo choca con una de las espinas, la piedra brilla bajo la luz
resplandeciente sobre mí, y resisto el impulso de arrancármelo y
tirárselo al novio, junto con una elección de coloridas palabras.
Capto la mirada del padre Paul sobre mí; emociones conflictivas
cruzan su cara junto con angustia que alivia con su suave sonrisa,
como si pudiera tranquilizarme.
Nada en esta tierra tiene el poder de tranquilizar el infierno que
arde en mi pecho o al monstruo que me reclama como suya porque así
lo desea.
Los labios del sacerdote dejan de moverse y me mira expectante
mientras frunzo el ceño, ya que no tengo idea de lo que quiere.
El pánico ensombrece su cara, y sus labios se mueven una vez más.
Niego con la cabeza esperando que el timbre desaparezca para poder
escucharlo.
Sin embargo, todavía nada y, en cambio, el latido de mi corazón se
acelera en mi pecho, latiendo tan rápido que tengo miedo que salte y
aterrice en el suelo donde el monstruo puede pisotearlo.
Literalmente esta vez, ya que ya lo ha hecho en sentido figurado.
Una fuerte mano se envuelve alrededor de mi cintura y me hace
girar tan rápido que mi cabeza se marea. Choco con los músculos
duros como ladrillos de su pecho mientras su otra mano captura mi
barbilla entre sus dedos, levantándola para que nuestras miradas
choquen.
—Te hizo una pregunta, mi novia1.
La ira me atraviesa con tanta violencia que por un segundo el aire
se atasca en mis pulmones mientras quiero gritar de desesperación por
no poder desatarla contra él con toda su fuerza.
Tal vez entonces se habría atragantado con sus palabras, porque
llamarme su novia es un insulto para todas las parejas casadas del
mundo.
La única palabra apropiada es cautiva.
Su voz profunda y ronca envía escalofríos por mi espina dorsal, y
la repugnancia me recorre con su toque, las espinas de la rosa se
clavan más afiladas esta vez, y me estremezco de dolor, sin encontrar
margen de maniobra en su agarre para dar un paso atrás y tirar el
estúpido ramo que nunca quise en primer lugar.
—¿Me tomas como tu amado esposo y prometes cuidarme y
amarme hasta el día de mi muerte? —Una sonrisa siniestra ensancha
su boca mientras me guiña un ojo—. O, en otras palabras, ¿hasta que
la muerte nos separe? —Su pulgar se desliza suavemente sobre mi

1 Español en el original.
mejilla, provocando miedo dentro de mí, recordándome como esta
mano puede matar a alguien con un solo golpe.
Giro mi rostro hacia un lado, evitando su caricia, pero él aprieta
sus dedos sobre mí, clavándolos dolorosamente en mi piel, y un
gemido de angustia se me escapa.
—La elección es tuya, amor2. —Prolonga la última palabra, como si
la saboreara en la lengua cuando se dirige a mí.
Deseo abofetearlo con fuerza, para que no vuelva a llamarme su
amor, entonces agarro un puño de la falda de mi vestido y, con mis
tacones altos resonando en el suelo de mármol, corro para travesar las
pesadas puertas de madera que se encuentran al final del pasillo de la
iglesia para esconderme lejos de aquí.
Siempre cumplo mi palabra querida.
No me perseguirá, otorgándome la libertad que prometió desde el
principio, y con el tiempo puedo olvidar todos los eventos que han
sucedido, como un mal sueño que nunca debería haberme
involucrado.
Sin embargo, toda esta cavilación no tiene sentido.
Permanezco en silencio, oleadas de conmoción corriendo a través
de mí, mientras me obligo a decir las palabras que todos esperan, pero
parecen atascarse en mi garganta, no queriendo pronunciarlas por la
destrucción que podrían causar en mi vida.
El novio suspira, guiñándome un ojo.
—Querida, me estoy empezando a aburrir. Y nunca es una buena
señal. —Alguien se aclara la garganta y cambio mi atención al banco

2 Español en el original.
de la izquierda donde un hombre de cabello rubio juega con un
cuchillo entre sus dedos mientras el hombre a su lado, atado con
cuerdas negras y apretadas, gime de dolor, la sangre se filtra de varias
heridas en su torso y su cabeza.
El hombre rubio pone la punta afilada en el cuello de la víctima y
corta la piel, riendo en voz baja, encontrando diversión en cómo su
víctima estalla en lágrimas, sus ojos suplicando misericordia que
nunca obtendrá de personas como ellos.
La víctima murmura algo a través de la cinta que le cubre la boca, y
no tengo que leer la mente para saber lo que piensa.
O más bien lo que quiere de mí.
Después de todo lo que me hizo pasar… todavía espera que lo
haga.
—Elige, Briseis —dice el novio, el aburrimiento se mezcla en su
tono mientras gira mi cabeza hacia él por lo que su cálido aliento
acaricia mi rostro, sus labios a centímetros de los míos—. O te
conviertes en mi esposa o mataré a tu padre. —Espera un poco y
agrega—. Elige sabiamente. No negocies con el diablo si no estás
preparada para las consecuencias, mi amor3.
Si, Santiago Cortez me ha dado a elegir.
Pero no importa el resultado… mi alma será aplastada como una
taza de porcelana golpeando el suelo.
Alejándome de él, enfoco mi atención en el sacerdote y finalmente
encuentro la fuerza para pronunciar las palabras que me cortan de
adentro hacia afuera, mientras el odio hacia mí misma llena todo mi

3 Español en el original.
ser junto con el odio que arde más con cada segundo que pasa hacia el
hombre junto a mí.
—Acepto.
Mi vida se ha vuelto una pesadilla.
Porque un pecador decidió poseerme.
Capítulo Uno
Todas las cosas que haces deberían darte placer.
De lo contrario ¿para qué sirven?
-Santiago

CHICAGO, ILLINOIS

Silbando con fuerza, entro en la arena, y una sonrisa se dibuja en


mi boca cuando la energía familiar de la perdición y el caos se asienta
sobre mí, unida al olor de la desesperación y el miedo que sacude mis
fosas nasales.
El miedo tiene un cierto tipo de aroma que solo un verdadero
cazador puede detectar, flotando en el aire de forma invisible, pero
que hace correr la adrenalina por mi sangre en previsión de una nueva
matanza.
Al fin y al cabo, no hay mayor placer en este mundo para mí que la
destrucción que causo a mis víctimas, ya que la verdadera gloria
reside en sus gritos de dolor.
Inhalando profundamente, abro los brazos y digo:
—Que la luz toque la oscuridad. —En el momento en que las
palabras salen de mis labios, una por una, las luces de arriba se
encienden, iluminando el lugar tanto que una persona podría
quedarse ciega por ello.
Si eres lo suficientemente iluso, puedes pensar que tu final te ha
encontrado, y que Dios te ha permitido entrar en el cielo de alguna
manera, sin sospechar que estás en el purgatorio participando en los
juegos previos al infierno sin fin, donde te espera el diablo.
Y una vez más, como cada vez, me asombra la belleza de mi propia
creación, que me ha llevado años conseguir, pero no me arrepiento de
haberla hecho.
La arena, de forma ovalada, se extiende horizontalmente tanto que
parece no tener fin, con mil bancos repartidos fuera del círculo. Los
espectadores observan con interés mi forma de tortura e incluso se
toman una copa del bar cercano, situado en la segunda fila, con una
amplia selección de licores.
Solo lo mejor para mí.
Un techo negro de hierro cubre el espacio cerrado de la arena, pero
con un clic en el mando a distancia, tengo el poder de deslizarlo para
mostrar el segundo techo acristalado, lo que permite a todos
contemplar las estrellas y preguntarse cómo han acabado aquí
conmigo.
O simplemente reflexionar sobre cuestiones filosóficas mientras los
gritos de las víctimas resuenan en la distancia añadiendo una
atmósfera "acogedora" a su alrededor.
Sin embargo, la verdadera belleza de mi coto de caza se encuentra
en el interior del círculo, donde varias mesas albergan innumerables
armas, desde los cuchillos más caros adquiridos en distintas partes del
mundo hasta venenos casi imposibles de encontrar si no se tienen los
contactos adecuados en el mercado negro.
Ah, mis colecciones son mis posesiones más preciadas, un legado
que habría podido dejar a las generaciones venideras sobre cómo
torturar adecuadamente a las personas.
Porque la verdadera belleza de la habilidad reside en las armas y
en lo que puedes hacer con ellas, y no en la rabia que alimenta tu
sangre cada día de tu vida.
Lástima que no tenga planes de tener hijos o alumnos.
—Por favor —murmura una voz, llamando mi atención hacia el
centro del círculo, donde un hombre que respira con dificultad está de
pie con una cadena apretada, que está unida al techo, enrollada
alrededor de su cuello. Sus dedos se clavan en el metal e intentan
arrancarla. Resopla exasperado.
Sacudo la cabeza, suspirando fuertemente al tener que lidiar una
vez más con la estupidez de la humanidad. Un día de estos, un idiota
acabará con todos nosotros, y no tendremos a nadie más que a
nosotros mismos para culparnos por ello.
Se lame los labios secos, se mueve un poco, sus pies descalzos
golpean el concreto mientras extiende una de sus manos hacia mí y
grazna:
—Por favor, ayúdame.
La súplica en su voz enciende la conocida excitación en la boca del
estómago, pero se apaga rápidamente con el aburrimiento que
últimamente ha sido mi compañero constante.
—¿Cuándo conseguiré por fin una víctima interesante que diga
algo original y actúe un poco más... no sé... valiente?
Mi risa resuena en el espacio ante esto. La idea que alguien me
desafíe es hilarante en sí misma. Me acerco a la mesa y cojo una botella
de tequila antes de verter una generosa cantidad en mi vaso mientras
él sigue suplicando.
—Alguien me ha secuestrado en el club. —Oigo el tintineo de la
cadena mientras doy un goloso trago a mi bebida, cerrando los ojos
cuando la sustancia ardiente me recorre, el sabor me conecta a tierra
en el presente y bloquea todo lo demás. Tose un poco antes de
añadir—: Creo que quieren un rescate. Por favor, ayúdeme.
Golpeando el vaso en la mesa, me doy la vuelta para mirarlo de
nuevo con una amplia sonrisa en los labios. Apenas me controlo para
no matarlo de un solo disparo, ya que su molesta voz me pone de los
nervios.
—¿Por qué debería hacerlo? —le pregunto, cogiendo la botella y
volviendo lentamente hacia él, mis botas golpeando el suelo y
haciéndole parpadear con cada uno de mis pasos.
Sacude la cabeza y murmura:
—Tengo dinero. Soy muy rico.
Mi mano se aprieta tanto con la botella que es un milagro que no se
rompa, aunque consigo mantener el tono uniforme, queriendo jugar
un poco más con mi víctima.
—¿Lo haces ahora?
Asiente con entusiasmo, la esperanza irradia de él como si por fin
hubiera encontrado la salida de la oscuridad y se aferra a ella con todo
lo que puede.
—Lo que quieras, será tuyo. Solo ayúdame, por favor, antes que
vuelva. —Traga con fuerza—. Me pusieron una bolsa en la cabeza y
me patearon tan fuerte que me duele todo. —Baja la mirada, sus
mejillas se calientan—. Incluso me quitaron la ropa.
Ah, cierto.
Está desnudo frente a mí, con varios tatuajes cubriendo su cuerpo,
y no me habría importado una mierda... si no fuera por el que tiene
justo en medio del pecho.
—Qué mala educación —digo, poniéndome la mano en el corazón
y suspirando dramáticamente antes de exclamar—: ¡No deberían
haberlo hecho! —Sacando las llaves de mi bolsillo, las hago sonar con
fuerza delante de su cara—. Apuesto a que ese grillete alrededor del
cuello te duele. —Alguien debería darme un premio por la
preocupación que encierran mis palabras mientras lo único que quiero
hacer es reírme en su cara—. Afortunadamente tengo la solución para
ello.
Vuelve a tirar de la cadena.
—Si tienes un teléfono déjame llamar a mi gente y vendrán.
Entonces tendrás tu recompensa. —Cuando me quedo quieto y no
obedezco su orden, frunce el ceño y hace una mueca—. ¿A qué coño
estás esperando? Usa la maldita llave y déjame llamar.
Todos los cobardes son valientes cuando creen que su dinero
gobierna a la gente que les rodea, pero a la luz del verdadero peligro,
suplican como los débiles hijos de puta que son.
Chasqueo la lengua.
—No lo creo.
Se congela, parpadeando al ver cómo se vuelve mortal mi tono, y
me inclino más cerca, susurrando, aunque bien podría haber gritado
por el impacto que tienen mis palabras en él.
—Eres muy llorón, Peter. ¿Tu padre no te ha educado bien?
Sus ojos se abren de par en par cuando el reconocimiento se instala
en su mirada, y retrocede, haciendo una mueca de dolor cuando la
cadena lo trae de vuelta hacia mí mientras un poco de sangre gotea del
grillete. Los bordes afilados del interior del collar se clavan en su piel.
—Primero, haz lo que te digo, y, aun así, a nadie le importan tus
deseos. —Le lanzo a la cara la frase que tanto le gusta decir antes de
dejar caer la botella al suelo, donde se hace añicos alrededor de sus
pies, grita cuando el cristal le corta, pero no le presto atención.
En su lugar, vuelvo a la mesa, cojo otra botella de tequila junto con
el cuchillo de plata y chasqueo los dedos cuando la música llena el
espacio, retumbando en la pista mientras grito por encima de ella.
—Bailemos, Peter. Como en los viejos tiempos, ¿te parece?
Levanto los brazos, balanceándolos al ritmo de la música mientras
bailo lentamente hacia él y añado:
—Vamos, Peter. ¿O quieres morir?
Tiembla un poco, pero empieza a moverse, haciendo una mueca de
dolor cada vez que sus pies descalzos pisan el cristal, mientras sus ojos
lloran. Se muerde el labio con fuerza, como si no quisiera llorar, pero
¿a quién le importa su actuación de tipo duro?
Los dos sabemos que es un pedazo de mierda inútil que nunca
debería haber venido a este mundo.
Volviendo a dar un trago al tequila, le tiro un poco a los pies,
escuchando sus gritos mientras más cristal lo lastima junto con el
alcohol que gotea en sus heridas abiertas.
—Peter, mueve las piernas. Arriba y abajo, arriba y abajo.
Le muestro, golpeando mis pies cada vez más fuerte mientras él
me sigue, con lágrimas cayendo por sus mejillas mientras canta:
—Lo siento. Lo siento. Lo siento. —Pero eso tampoco me importa
un carajo.
Cada vez que alguien me pide perdón, lo único que quiero es
cerrarle la boca y hacer que se atragante hasta que la vida le abandone
el cuerpo.
—Baila4, Peter. Cuando estés en el infierno, haz lo que diga el
diablo.
Bailando a su alrededor, dejando que la música me inunde, le doy
una fuerte patada en la espalda, y él cae hacia delante, doblándose en
dos, pero la cadena lo mantiene erguido, y mientras se ahoga en su
respiración, hace lo posible por enderezar su cuerpo.
Aplaudo con las manos, la piel se le pone de gallina con cada
palmada, y le anuncio:
—Mientras bailas, estás vivo. Vamos, baila5.
Él asiente, moviendo la cabeza al compás, y se levanta, moviéndose
sobre el cristal, su respiración ronca es un placer para mis oídos.
—Más energía, Peter. Baila como bailaste anoche en el club. ¿O no
puedes hacerlo sin las pastillas?

4 Español en el original.
5 Español en el original.
Deslizándome por el concreto, chasqueo los dedos repetidamente
para distraerlo de la música lo suficiente como para que no pueda
concentrarse en ella.
Puede que encuentre consuelo en ella, aferrándose a su miserable
vida, pero ¿qué gracia tendría eso?
Me detengo frente a él, notando cómo el sudor cubre su cara y su
cuerpo. Pisa cada vez más fuerte el cristal, con los labios agrietados de
tanto morderlos.
—¿Tal vez necesitas un poco más de ánimo?
—Lo siento, Santiago. Te prometo...
Su fuerte grito de dolor agonizante rebota en la arena cuando le
clavo el cuchillo en la clavícula, justo en medio de su puto tatuaje que
puedo dibujar en sueños, y luego lo retiro rápidamente, dejando que la
sangre salga de la herida mientras él rompe a llorar.
—Oh, Dios —susurra, poniendo la mano en la herida, pero no hace
nada para detener lo inevitable.
—El tiempo corre, Peter. Baila. Y mantén la boca cerrada mientras
lo haces —le aconsejo, y él palidece aún más, apretando las manos
antes de volver a bailar, apenas respirando por el dolor, ya que es
demasiado para él.
Me acerco a la mesa que está a unos metros de mí y deslizo los
dedos sobre varios frascos, leyendo cuidadosamente todas las
descripciones y reflexionando sobre cuál es el mejor para usar en él.
Finalmente decidiendo mi elección, me pongo los guantes de cuero
y envuelvo la mano en ella, vertiendo la sustancia en el vaso antes de
añadirle agua.
La sustancia brilla un poco, burbujeando antes de disolverse por
completo, y sonrío, anticipando mi próxima acción.
Cuando uno aprende a controlar sus emociones, se abre a tantas
oportunidades en lo que respecta al sufrimiento humano que a veces
resulta increíble.
Peter sigue bailando, murmurando en voz baja, pero por suerte no
lo oigo.
—Debes de tener sed, Peter —le digo y le acerco el vaso a la boca,
ordenándole—: Bebe. —Mueve la cabeza, sus ojos me piden que no lo
haga. Me río y le agarro la barbilla con los dedos, presionando la
mandíbula con tanta fuerza que casi se la rompo, y le meto el agua a la
fuerza antes de cerrarle la boca y la nariz para que no tenga más
remedio que tragar si quiere respirar.
¿Lo más curioso de la muerte?
Nadie quiere enfrentarse a ella. Incluso en el más despreciable de
los momentos de desesperación, en el que te tumbas en tu propio
vómito y deseas que el suelo se abra y te arroje a alguna parte... sigues
respirando y deseando, deseas tanto vivir que es sorprendente.
Una de las cosas que todavía no entiendo de nosotros los humanos.
¿Por qué estamos tan apegados a este mundo cruel que no tiene
piedad con los que más la necesitan y permite que los monstruos
prosperen?
Arrojando el vaso a sus pies también, estoy contemplando otra
arma, cuando su voz penetra a través de la niebla de mis cavilaciones.
—Tengo algo que quieres.
Su cabeza se hace a un lado cuando le golpeo con el puño, sus
huesos crujen bajo mi asalto, y gime, el alcance total del dolor de su
nariz rota ni siquiera se registra en su mente, probablemente debido a
la descarga de adrenalina que toda situación peligrosa inspira en una
persona.
Es la forma que tiene la naturaleza de protegernos durante el
peligro. Nos ponemos al día con todos los desastres una vez que la
tormenta ha pasado y la calma se ha instalado en nosotros.
Aunque la calma nunca llega para ninguna de mis víctimas, ¿y no
es eso magnífico?
Le digo con sorna.
—Te lo advertí, ¿no?
Sin embargo, el maldito estúpido centra su mirada vidriosa y llena
de dolor en mí y dice de nuevo:
—Tengo algo que quieres.
Empujo el brazo hacia atrás, preparado para asestar otro golpe,
cuando sus siguientes palabras detienen mis movimientos. Comienza
el familiar zumbido en mis oídos, junto con una neblina roja que me
envuelve en sus encantos con rabia y un dolor insoportable que
siempre debe ser contenido.
De lo contrario, tiene el poder de destruirme.
—Andreas está vivo.
Aprieta los ojos, respirando por la boca, y un gemido de angustia
brota de él antes de continuar.
—No murió hace tantos años.
Un rugido de negación me sube por la garganta mientras todo mi
cuerpo tiembla con una furia que lo consume todo. Respiro
profundamente, bloqueando por un segundo todo lo que me rodea, y
me pongo en la jaula mental de cristal que imaginé cuando era un
niño.
En esta jaula, no hay emociones, no hay angustia física, pero lo más
importante... nadie puede destruir mi paz. Si me concentro lo
suficiente, el tiempo pasará borroso a mi alrededor y podré salir de
ahí.
La mente humana es tan inteligente que nos salva incluso de
nosotros mismos cuando se siente amenazada.
Una respiración más, y pongo una tapa a la caja de Pandora que
vive dentro de mi alma y sonrío a Peter, que parpadea confundido,
esperando claramente una reacción diferente de mí.
—Qué trágico. No veo qué tiene que ver contigo. —Le doy una
fuerte patada en la ingle y él intenta doblarse en dos, su grito de dolor
es tan fuerte que podría despertar a los muertos, pero, de nuevo, ¿a
quién le importa?
La agonía devastadora es mi mejor banda sonora para bailar, y
estoy a punto de ir por el taladro eléctrico cuando vuelve a hablar.
¿No entiende la autopreservación? Algunos cabrones me asombran
tanto que me pregunto por qué me llaman el loco.
—Si no me matas, puedo contarte un secreto que nadie conoce.
Levanto la ceja y suelto una carcajada.
—No vas a salir vivo de aquí, Peter, así que guarda tus secretos. —
Tomo el taladro, presionando el botón, y el placer se extiende por mí
cuando el sonido drrrr rebota en las paredes, y le guiño un ojo a mi
víctima.
—¿Listo para la verdadera diversión?
Abre la boca, dispuesto a protestar, y suspiro dramáticamente,
harto de esta mierda. No es tan interesante como para perder tanto de
mi precioso tiempo.
Se lo acerco a la polla y la taladro, la sangre y la carne escupiendo
en diferentes direcciones mientras él grita tan fuerte que espero que su
garganta se desgarre de dentro a fuera y se calle de una vez.
Si hubiera sabido que era tan gritón, le habría tapado la boca con
cinta.
Finalmente, cuando su polla está destrozada y la sangre le cae por
los muslos, doy un paso atrás y cojo la llave, aburrido como una ostra,
y le quito el collar del cuello, sonriendo ante las profundas heridas
que, por desgracia, no han tocado ninguna arteria importante.
Cae sobre el cemento con un fuerte golpe, apenas respirando y
empapado de sangre y sudor, todo un contraste con el hombre seguro
de sí mismo que entró en mi club, con ganas de pasar la noche de su
vida.
Bueno, me acomodé a sus necesidades, ¿no?
—Tiene una hija —susurra, y me inclino más para oírle mejor—.
Tiene una hija y vendrá por ella.
Me quedo quieto, sin saber cómo reaccionar ante esta información,
y él gira la cabeza hacia mí, agarrándose muy fuerte por su inútil vida.
—Por favor, no me mates.
—¿Estás pidiendo clemencia?
Palidece aún más y rompe a llorar, sollozando con tanta fuerza que
las lágrimas se mezclan con su sangre.
—¿Has mostrado alguna vez piedad cuando alguien te la ha
pedido, Peter? —Hago una pregunta retórica, colocando el talón de mi
bota en su estómago, presionándolo hasta que se ahoga con la sangre,
escupiéndola sobre sí mismo—. No, no lo has hecho. ¿Por qué
entonces lo esperas de mí?
—Eres el hijo de Lucian Cortez —raspa, sus ojos en blanco, pero
sigue aguantando, sabiendo que, si sucumbe al sueño, morirá.
Mi corazón se estremece por primera vez en mucho tiempo
mientras me río, odiando este hecho, ya que siempre me devuelve a
mi infancia.
—Sí, lo soy —anuncio con orgullo y luego busco el mando dentro
de mi bolsillo, pulsando el botón rojo. Es entonces cuando se oye a lo
lejos el chirrido de las puertas de hierro al abrirse—. Hoy serás tú
quien pague por este hecho.
Y con eso, un rugido reverbera a través de las paredes tan fuerte
que me tapo los oídos, haciendo una pequeña mueca, aunque el
orgullo me llena el pecho al saber que a Leo jodidamente le gusta
presumir.
¿Y por qué no habría de hacerlo?
Los ojos de Peter se abren de golpe mientras el miedo se apodera
de él, y anuncio:
—He terminado aquí. Pero él tendrá su diversión.
Trata de girar la cabeza hacia el distintivo golpeteo en el concreto y
grita, aunque a estas alturas solo es un siseo angustiado cuando ve a la
magnífica bestia merodeando hacia él. Sus enormes patas se mueven
impecablemente mientras su pelaje dorado brilla bajo la luz, sus
bigotes tan largos se crispan un poco en su hocico cuando enseña los
dientes al ver a Peter.
—Te presento a mi mejor amigo y mascota favorita, Leo. —Peter
tiembla y me explayo—. Es un león, por si no te has dado cuenta.
Me dejo caer en la silla cercana y veo cómo hace pedazos a mi
víctima, que está consciente durante la mayor parte del tiempo,
porque le hice beber un veneno que lo mantiene despierto y aumenta
el dolor por mil, de modo que lo destruye de adentro hacia afuera.
Mi león casi nunca participa en mis crímenes, pero hago una
excepción con los que son como Peter. Se merecen cada maldita cosa
que les hace. Además, no se los come, solo juega con sus cuerpos como
si fueran sus juguetes.
Una vez que Leo se ha divertido lo suficiente, corre de vuelta a su
jaula, y yo cierro la puerta con un clic, mientras la información que
Peter pronunció se arremolina en mi mente una y otra vez.
Hasta que llego a la conclusión que quienquiera que sea la hija de
Andreas debe ser una mujer con mala suerte.
Porque acaba de convertirse en un daño colateral en mi plan.
Los monstruos y demonios tienen diferentes formas en esta vida,
sus estados de ánimo y estilos de matar se nutren de su cruel entorno.
Algunos se olvidan de sus pesadillas, viviendo la buena vida de la
gente perfecta, donde sus recuerdos no son más que un mal sueño.
Algunos sucumben a los monstruos que carcomen su alma cada
día y se vuelven aún peores, cometiendo crímenes tan horribles
mientras esas personas siguen vivas, y ninguna intervención divina
los detiene.
Y luego hay gente como yo.
Un monstruo que destruye a su propia especie para acabar de una
vez por todas con ella y que nadie más sufra por sus actos.
Sea quien sea su hija... más vale que se prepare para lo peor.
La vida es cruel6.
Y yo también lo soy.

6 Español en el original.
Capítulo Dos
Si lo hubiera sabido…
-Briseis

En el momento en que atravieso las puertas dobles del aeropuerto


de Chicago, respiro el aire que me rodea y cierro los ojos, levantando
el rostro hacia la brillante luz del sol, el calor me llena el pecho cuando
el olor familiar del hogar me golpea de lleno.
Algunas personas piensan que es una idea ridícula que un lugar
pueda tener un olor determinado, pero para mí... Chicago siempre
tiene esta aura especial que solo he asociado con esta ciudad, que me
recuerda mis raíces, y cómo pase lo que pase, encontraré paz y
consuelo dentro de los límites de esta metrópolis única y hermosa.
Una ciudad de la que he estado exiliada durante diez largos años.
—Si se queda aquí un día más, Howard, ¡que Dios me ayude! Tu bastarda
no puede quedarse en mi casa indefinidamente. Deshazte de ella.
La devastación familiar me recorre, perturbando viejas heridas que
ya deberían estar curadas pero que siguen goteando sangre invisible
gota a gota.
Mis ojos se abren de golpe para ver a un hombre con traje y
sombrero de chófer corriendo hacia mí.
—¡Señorita Dawson! —me saluda, arrebatándome rápidamente la
maleta y haciendo una pequeña reverencia—. Es un placer tenerla de
vuelta —anuncia, con una amplia sonrisa que no hace más que
ahondar en las arrugas de su cara, mostrando su avanzada edad. Debe
de tener ya más de setenta años y, sin embargo, sigue siendo devoto
de mi familia.
Debe de ser buena gente cuando no está tratando con la bastarda
de la familia.
Le doy una palmadita en el brazo y le guiño un ojo.
—Hola, Eliot. Yo también me alegro de verte.
Me señala el coche negro que está delante de nosotros con la puerta
abierta y, sin decir nada más, me meto dentro, apoyando la cabeza en
el asiento de cuero mientras el aire acondicionado me da de lleno en el
rostro.
El frío solo se suma a las garras que se clavan en mí, congelando
mis huesos hasta el punto que tiemblo un poco y me maldigo por no
haber traído una bufanda.
Mirando alrededor del espacioso vehículo vacío, reprimo una risa
amarga mezclada con decepción, porque otro de mis sueños se ha
roto, y no tengo a nadie a quien culpar sino a mí misma.
¿De verdad creía que mi propio padre vendría a recogerme cuando
ha ignorado toda mi existencia?
Salvo en las raras ocasiones en las que tuvo que lidiar con su
bastarda, para esconderme y que no manchara la reputación de los
Dawson.
Deslizando los tacones de mis pies, froto un poco las plantas,
haciendo una mueca de dolor cuando un dolor agudo se desliza por
mis pantorrillas y me recuerda que debería haber optado por otra
elección de zapatos en lugar de intentar impresionar a unos familiares
a los que, de todos modos, no podría importarles menos.
¿Cuándo aprenderé?
No importa lo que haga, nunca formaré parte de su círculo, porque
soy la hija de una puta.
O eso dicen. No tengo ningún recuerdo de mi madre. Me dejó en la
puerta de la casa de su amante con una carta y varios de sus diarios,
según el personal de la finca de mi padre. Estaban escritos en latín y,
aparte de saber su nombre, Flora, no sabía nada de ella. Sus diarios
están guardados en una de las cajas fuertes del banco.
No importa lo mucho que me devané los sesos a lo largo de los
años por una mirada de ella, para descubrir que al menos me amaba,
siempre me quedaba en blanco, así que me rendí.
Sacudiendo la cabeza de todos los recuerdos que me he prometido
encerrar en lo más profundo de mi corazón para que nadie tenga el
poder de hacerme daño con ellos, sonrío a Eliot, que entra y arranca el
vehículo, conduciendo suavemente por la estrecha carretera.
—Tu abuela está muy emocionada por tu llegada.
Cierto, más bien quiere ver si estoy lo suficientemente presentable
para la cantidad de gente que me presente.
Especialmente con la próxima carrera política en la que padre
quiere embarcarse, debe tener una reputación limpia, y la prensa
descubrirá rápidamente mi verdadera herencia.
Los excelentes periodistas pueden ser incluso mejores
investigadores que buscan la verdad hasta encontrarla y arrojar luz
sobre ella para que todos la vean.
Si no, ¿por qué me habría invitado en volver a Chicago a pesar de
haberme desterrado en primer lugar?
La abuela no ha seguido siendo la matriarca de la familia durante
cinco décadas por nada; la mujer es tan inteligente como despiadada.
Utilizará cualquier medio necesario para lograr su objetivo.
Como permanezco en silencio, clavando mi mirada en la ventana
donde el paisaje cambia en un caleidoscopio de imágenes con la
magnificencia que representa esta ciudad, Eliot sigue charlando.
—¿Qué tal Grecia? Apuesto a que disfrutó viviendo allí, ¿no? Un
lugar perfecto para sus estudios.
Me río en voz baja, pensando que esa era una forma de decirlo.
Aunque me encantaba Grecia, de eso no hay duda, hubiera
preferido mucho más estudiar aquí en lugar de vivir en internados.
Además, tener una licenciatura en Bellas Artes no significaba que
tuviera que quedarme en uno de los países que había sido cuna del
auténtico arte.
—Sí, es genial.
—¿En qué se especializa?
Mis manos se aprietan sobre mi regazo, mis uñas se clavan en las
palmas, pero me concentro en la acera mientras pasamos por calles
concurridas en las que la gente camina alegremente mientras hablan
con los demás o se apresuran tanto que se convierten en un borrón.
Edificios magníficos, restaurantes diversos y museos... sí, no hay
lugar como el hogar.
Si fuera posible abrazar una ciudad, habría saltado del coche y
abierto los brazos, dispuesta a besar Chicago por todas partes.
Enrosco los dedos de los pies en la alfombra del coche, con ganas
de correr por la ciudad y descubrir todos los lugares nuevos mientras
desaparezco en ella, empapándome de toda la energía que me rodea.
El carraspeo me devuelve a la conversación. Capto la mirada de
Eliot en el espejo retrovisor.
—Escultura. —Decido guardarme para mí el hecho que soy
pésima en eso, y la única razón por la que lo elegí fue para poder
convencer a todos los que me rodean que tengo talento.
Mi abuela dijo una vez que el amor de una madre es incondicional
mientras que el de un padre depende de tus logros, así que
convertirme en alguien famoso en la industria del arte parecía un gran
plan.
¿Pero la verdad?
Soy una idiota sin talento que debería estar lo más lejos posible del
arte, porque mi sola presencia cerca de los materiales artísticos es una
ofensa para todos los verdaderos artistas que hay.
—Eso es genial. Su abuela tiene un regalo para usted. Está en el
asiento de al lado.
Recojo el regalo cuadrado envuelto en papel rojo con un lazo
blanco y lo abro, jadeando cuando veo un libro allí.
—¡Es la Ilíada de Homero! —exclamo, uno de mis poemas griegos
favoritos que narra la guerra de Troya que duró diez largos años.
Todo porque un príncipe troyano, Paris, se enamoró de Helena, la
esposa del rey Menelao de Esparta, y la secuestró.
Una trágica historia de amor cobró muchas vidas. Me pregunto si,
al final de todo, sintieron que valía la pena.
¿Cómo es amar tanto a alguien que no te importan las
repercusiones de tus actos y poner en peligro a toda una nación?
—Es una de las primeras ediciones. Costó una fortuna —dice Eliot,
dando un giro brusco, y yo me apoyo en la puerta del coche,
agarrando el pomo—. Su regalo de graduación.
Pasando los dedos por las encuadernaciones desgastadas, lo abro.
Levantando el libro hasta la nariz, aspiro el familiar aroma a polvo y
papel viejo que siempre asocio con mi infancia, donde me olvidaba
entre las estanterías de la biblioteca, el único consuelo que tenía donde
nadie juzgaba cada uno de mis movimientos.
O toda mi existencia.
El calor me llena el pecho junto con la esperanza que tal vez mi
abuela realmente quiera verme de vuelta en casa después de todo, y
como todo el mundo tiene que acatar sus órdenes, nadie lo ha
cuestionado.
Incluso se acordó de mi obsesión por la Ilíada, solo porque papá
dijo que mamá me puso ese nombre cuando buscaba un nombre poco
común. De alguna manera, conectar con el libro me pareció una gran
idea, porque era el único vínculo que tenía con mi madre.
Apretando el libro contra mi corazón, sonrío y vuelvo a ponerme
los tacones, dispuesta a enfrentarme al mundo con nueva
determinación.
Tal vez si dejo de vigilar tanto mi corazón, la vida me dé una
nueva oportunidad de tender puentes con mi familia. La gente puede
cambiar, ¿verdad?
En lugar de quedarme en mi burbuja de dolor, aceptaré su rama de
olivo para un futuro más brillante.
Uno en el que no tendré que pedir perdón por respirar.
—¿Ha encontrado a su Aquiles, Briseis? —pregunta Elliot,
guiñándome un ojo mientras nos detenemos junto a las enormes
puertas de la mansión y los guardias de seguridad nos saludan antes
que las puertas se abran. El sonido chirriante se oye incluso dentro del
coche.
Se me escapa una risa alegre y sacudo la cabeza, preparándome
mentalmente para el encuentro que he deseado durante una década.
—No. Debe de estar en otro sitio con la mujer equivocada —
respondo en broma, acostumbrada a todas las burlas sobre mi nombre.
Los conocedores de la mitología griega saben que Aquiles, el mejor
guerrero de los griegos, se enamoró de Briseis. Las leyendas dicen que
ella estaba casada con un aliado de Troya, el rey Mynes de Liria. El
poderoso guerrero lo mató antes de matar a sus tres hermanos y
tomarla como premio de guerra, enamorado de su belleza. A pesar de
todo, se enamoraron entre la locura que les rodeaba y la gente que
intentaba separarlos.
Puede que su amor no fuera tan legendario como el de Paris y
Helena, pero aun así me llegó al corazón, aunque nunca lo entendí.
¿Cómo puedes enamorarte de un enemigo, o peor aún, de un
enemigo que ha venido a destruir a tu familia y nunca ha sentido
remordimientos por ello?
Puede que me llamen Briseis, pero nunca tendré un Aquiles en mi
vida.
Porque nunca, nunca podría estar con un hombre capaz de tales
actos.
Capítulo Tres
El demonio tiene tantas caras en esta tierra.
Me imagino que uno de ellos es tan guapo que la gente no puede evitar quedar
hipnotizada por él.
-Briseis

Los truenos retumban en el cielo, las nubes oscuras se agrupan en


una masa antes que los relámpagos brillen en ellas, arrancando una
sonrisa de mi cara cuando salgo a la terraza. Abro los brazos
esperando el siguiente movimiento de la naturaleza.
En cuestión de segundos, una fuerte lluvia cae sobre mí y sobre
todo lo que me rodea, empapándome al instante, pero lo único que
hago es quedarme bajo ella, dejando que el agua se lleve todo lo que
he hecho hoy mientras mi camisa abierta es arrastrada por una ráfaga
de viento que me hiela los huesos. Pero le doy la bienvenida.
Agradezco cualquier sensación de incomodidad que mi cuerpo
pueda experimentar, ya que solo entonces me siento realmente vivo,
porque la mayoría de las emociones me son ajenas.
Desde que tengo uso de razón, el agua ha sido mi elemento
favorito, experimentando una profunda conexión con ella, y puedo
pasar horas en el océano sin cansarme.
Puede adaptarse a cualquier circunstancia, sin importar lo que la
naturaleza le depare.
Si se encuentra con el frío, se convierte en hielo. Si se encuentra con
el calor, vuelve a ser agua. Y si se encuentra con el fuego... flota en el
aire en forma de vapor, sin dejar que nadie la destruya.
Hay mucho que aprender del agua y de la madre naturaleza. Por
desgracia, los humanos son demasiado estúpidos para aprender de
ella.
En su lugar, destruyen la naturaleza poco a poco, pensando que
nunca tomará represalias contra ellos.
Pero solo se puede pinchar a alguien o a algo durante un tiempo...
hasta que la parte perjudicada decide acabar con la amenaza de una
vez por todas.
O al menos esas son las lecciones que me enseñó mi padre.
Lucían Cortez.
Una risa hueca se escapa de mis labios cuando me llevo la botella
de tequila a la boca, engulléndola con avidez mientras se mezcla con la
lluvia.
Limpiando mi boca, cierro los ojos y levanto la cara hacia la lluvia,
dispuesto a ahogarme en ella hasta que me ponga azul de frío. Mis
pies descalzos golpean el concreto cuando avanzo y tiro la botella al
suelo, donde se hace añicos.
Vuelvo a abrir los ojos y coloco los pies sobre el cristal, el escozor
viajando a través de mí cuando el cristal se clava en la piel... ¿pero el
dolor?
Jodidamente nada.
Poniendo los ojos en blanco cuando me vienen a la mente los
recuerdos del llanto de Peter, ni siquiera me duele mucho. Qué puta
mierda. Vuelvo a entrar en mi ático, dejando huellas ensangrentadas
en el mármol blanco perfectamente pulido con el aire acondicionado a
toda velocidad, rompiendo la piel de gallina, pero solo sonrío ante
esto.
Me dejo caer en el sofá y subo las piernas a la pequeña mesa que
sostiene un tablero de ajedrez listo para que los jugadores asuman sus
posiciones y participen en la partida de su vida.
Ha sido diseñado específicamente para mí, con peones rojos y
blancos tallados en el mejor roble, lo cual es bastante apropiado,
teniendo en cuenta todo esto.
Al fin y al cabo, he venido a esta tierra para conquistar en un puto
caballo blanco, mientras que en el bando contrario juega el ángel
inexperto que ni siquiera sabe que su alma está en la línea de mi
destrucción.
Pero entonces...
¿Los engendros del diablo tienen siquiera un alma de la que
hablar?
El timbre de mi teléfono me llama la atención y lo acepto,
conectándolo al televisor.
Cojo el mando a distancia y enciendo el televisor que cuelga de la
pared de enfrente, y aparece un hombre.
—Me sorprende que hayas respondido a mi mensaje tan rápido, —
le digo, moviendo el mando a distancia entre mis dedos, lo veo
recostarse en su silla, dando un sorbo a su bebida y limitándose a
observarme a través de esos malditos ojos azules suyos. Me taladran, y
en cuanto a cabrones... este no me gusta mucho.
—Curiosidad —dice.
Lanzo una carcajada.
—¿Aún puedes tener curiosidad?
Deja su vaso sobre el escritorio con un golpe y asiente.
—Cuando uno de los Cuatro Jinetes Oscuros me pide ayuda, tengo
que decir que estoy intrigado. ¿Qué fue lo que dijiste la última vez que
visitaste Nueva York? —Se frota la barbilla, su cabello rubio brilla bajo
la dura luz—. Jódete, Lachlan, y tus reglas. Soy un Cortez, así que hago lo
que me da la gana. —Se ríe, aunque no se me escapa el tono mortífero
que es una advertencia en sí mismo que no aprecia mis palabras
pasadas, ni aceptará ninguna tontería de mi parte—. Cómo han caído
los poderosos.
Pasando los dedos por mi cabello mojado, me limpio las manos
antes de sacar un cigarrillo del paquete que tengo cerca y lo enciendo,
el codicioso tirón me calma al instante cuando el primer sabor de la
nicotina golpea mi lengua, extendiendo un placer temporal por todo
mi cuerpo.
Por lo general, la gente considera que fumar es malo, pero es una
de las cosas más raras que en realidad tiene el poder de ayudar a mi
mente a quedarse quieta y disfrutar del momento.
Tal vez porque siempre tendrá un aroma de libertad unido a él, así
que nunca jodidamente lo dejaré.
Exhalando el humo, con la cara de Lachlan temporalmente
bloqueada a la vista, hablo.
—Dime cuándo vas a terminar de regodearte, para que podamos
hablar de negocios.
—Oh, ni siquiera he empezado, Santiago.
Da unos golpecitos en el borde de su vaso, moviendo el dedo de un
lado a otro lentamente mientras empiezan a salir de él sonidos afilados
como cuchillas, lo que hace que me estremezca y chasquee los dientes,
conteniéndome a duras penas para ladrarle que se detenga, pero no
estoy en condiciones de hacerlo.
Lachlan Scott es el rey clandestino de Nueva York, uno de los
asesinos en serie más hábiles que he conocido, y conozco a tantos que
podría construir un puto estadio lleno de ellos. Gobierna a sus
protegidos con puño de hierro, y su reputación le precede.
Todo el mundo sabe que no hay que joderle a él ni a su puta
ciudad, porque las consecuencias son graves.
Sin embargo, nuestro patrimonio neto es más o menos el mismo, y
la mayoría de los días me importan un carajo sus deseos o sus
estúpidas reglas, aunque tengo que acatarlas, ya que no necesito que
su culo aparezca en Chicago y trate de dictarme.
Sin embargo, comparado conmigo, tiene más años de experiencia,
lo que significa que tiene la clave de la información que tan
desesperadamente busco.
Así que tengo que hacerme el simpático, aunque quiera hacerlo
pedazos.
—Tengo la información que quieres.
Me quedo helado, con el humo atascado en la boca antes de
expulsarlo, la excitación se extiende en mi sangre mientras espero
pacientemente sus siguientes palabras.
Coge la carpeta de su escritorio y la agita.
—Aquí está todo sobre el tema. No lo encontrarás en ningún otro
sitio.
Su cara permanece inexpresiva, sin que se mueva un puto
músculo, así que doy otro tirón mientras mi mente se arremolina con
miles de escenarios.
Por un segundo, pensé que el estúpido de Peter mentía, porque ese
cobarde habría hecho cualquier cosa para seguir vivo, pero si Lachlan
encontró todas las respuestas, significa que es verdad.
En todos mis años, no he estado tan cerca de la venganza, y casi
puedo saborear la victoria en mi boca, el sabor dulce y amargo
asentándose en mi lengua mientras mi cuerpo bombea rabia y placer
al mismo tiempo.
Todos los monstruos de este mundo tienen una debilidad, una de
las razones por las que yo no tengo ninguna.
Si hay una debilidad, siempre puede ser utilizada en tu contra por
tus enemigos, y ¿quién coño le da semejante poder a alguien?
Manteniendo la voz uniforme, pregunto:
—¿Qué quieres a cambio?
Todo en este mundo tiene un precio, ya sean nuestras acciones o el
dinero real. Nada se da gratuitamente, y si se da... hay que tener
cuidado.
El diablo siempre viene a cobrar cuando no te lo esperas, y como
tal, podrías morir más rápido de lo que pensabas.
Lachlan es un cabrón despiadado que no dudará en hacerte daño si
con ello se asegura su completa dominación. Pero es un cabrón
inteligente, una de las razones por las que lo respeto, aunque lo odie.
—Considéralo un regalo, Santiago.
Mi risa rebota en las paredes, casi haciéndome ahogar con el humo
mientras lo señalo con el cigarrillo.
—Muy bueno. Y ahora en serio, di tu precio.
Sonríe, aunque no le llega a los ojos.
—Ya te lo he enviado por correo electrónico. Haz lo que quieras
con él.
Le devuelvo la mirada, tratando de leer sus rasgos, pero sin
encontrar nada en su expresión fría como una piedra.
—¿Por qué tanta generosidad de repente?
—No todo en este mundo tiene un precio, Santiago. Sobre todo, el
pasado que nos persigue en nuestras pesadillas.
En este momento, casi me arrepiento de haberle pedido ayuda.
Arrojé luz sobre mi pasado que debería haber estado siempre oculto a
todo el mundo.
Mi única vulnerabilidad.
Sin embargo, rápidamente reestudio mis rasgos, esbozando una
amplia sonrisa, ya que las sonrisas son la única maldita cosa capaz de
salvarnos en los momentos más despreciables.
Cuando sonríes y ríes con la suficiente frecuencia, el monstruo que
se da un festín con tu carne y que acecha en la noche no sabrá cuánto
daño te hace y destruye tu alma; en cambio, gemirá de frustración sin
saber qué hacer contigo para obtener satisfacción.
Y entonces, cuando se sientan cómodos en tu compañía, podrás
golpearles con fuerza, asestándoles un golpe al que no sobrevivirán.
—Considerémoslo una deuda que puedes cobrar en cualquier
momento, Lachlan.
El infierno puede congelarse mil veces antes que vuelva a aceptar
cualquier regalo en este mundo.
Lachlan desconecta la llamada y, con el mando a distancia, hago
clic en la aplicación de correo electrónico de mi televisor, abriendo la
carpeta con la información mientras me pongo de pie, rodeando con
los dedos el peón del tablero en blanco y negro, colocándolo un par de
espacios más adelante.
Mirando el nombre que parpadea en la pantalla, me dirijo al peón.
—Briseis, estamos a punto de jugar una partida retorcida contigo.
Por sus venas viaja la sangre de Andreas; por tanto, su alma está
podrida y mimada, hambrienta del sufrimiento y el dolor de la gente
que encuentra en su camino.
Nada de lo suyo podría ser otra cosa.
Las enormes puertas dobles de roble marrón se cierran tras de mí
con un fuerte golpe cuando entro en la mansión.
Sonrío a Wilkinson, el mayordomo de la familia, que ya tiene una
taza de té humeante en una bandeja.
—Gracias. —Cojo la taza, inhalando el rico olor a manzanilla antes
de dar un pequeño sorbo, cerrando los ojos de placer cuando la bebida
caliente me calienta al instante—. Me alegra verte sano. —La mayoría
del personal aquí es viejo, pero ese es el lema de la abuela.
Hasta que estés demasiado enfermo para hacer el trabajo, te
presentas a él. Si no, la puerta siempre está abierta de par en par sin
una carta de recomendación.
—Sra. Dawson, ha vuelto. —Señala el pasillo—. Su abuela la está
esperando en la sala común.
Con una inclinación de cabeza, camino por el estrecho pasillo, mis
tacones chocan con fuerza sobre el impecable mármol dorado que
brilla bajo las pequeñas lámparas de araña que hay sobre mí. Estudio
el entorno que me rodea, notando que nada ha cambiado desde la
última vez que estuve aquí.
De las paredes cuelgan caros cuadros que muestran distintas
épocas de la historia, ya que a la abuela le encantan estos temas.
Además, varios retratos de la dinastía familiar te miran con juicio,
informándote que te están observando.
Una amplia escalera conduce a la planta superior, donde hay cinco
alas diferentes, para cada miembro de la familia y también para los
invitados, dando privacidad y la ilusión de independencia y
aislamiento a los que se alojan aquí... aunque sea falso.
Hagas lo que hagas, todo el mundo lo sabe.
El pasillo tiene varios cruces, uno que lleva a la parte trasera de la
casa a la espaciosa cocina, otro a la biblioteca y otro al despacho de mi
padre, la lúgubre habitación en la que me prohibieron entrar después
de la vez que derramé café sobre uno de sus importantes contratos.
El oro, el blanco y el beige dominan la combinación de colores en la
mansión, dando una sensación de paz, pero también de poder. Sutiles
indicios del legado que tiene esta familia.
Finalmente, llego al último cruce, que da paso a la sala común con
varios sofás y sillas, todos ellos de la mejor madera, junto con costosos
jarrones de cristal y la lámpara de araña que cuelga sobre nosotros.
Hay varias aberturas más que conducen al comedor, completado con
una mesa con capacidad para cincuenta invitados, y a una sala de
fiestas con un espacio abierto donde la gente puede deambular
libremente o bailar, según el estilo de la fiesta. Desde allí, las puertas
conducen a una terraza y a un magnífico jardín.
Según algunos, está considerada como una de las mansiones más
lujosas del país, y, sin embargo, estando aquí ahora mismo, no puedo
evitar sentirme sola y ligeramente perdida.
Tal vez porque las paredes de esta casa nunca me acogieron ni se
convirtieron en mi hogar; en cambio, parece que hasta el aire que
respiro aquí me juzga por manchar la dinastía con mi presencia.
Aprieto el libro con más fuerza contra mi pecho, recordando el
regalo que me hizo mi abuela, que significa que todo ha cambiado.
Ya no soy aquella niña que llegó aquí y a la que todos daban
patadas.
Al entrar, enseguida veo a la abuela ocupando su silla favorita en
la esquina derecha. Lleva un vestido púrpura perfectamente
planchado, tacones y un collar de perlas que adorna su cuello. Está
perfectamente peinada y maquillada. Da un sorbo al café, sosteniendo
un platillo en una mano y la taza en la otra.
Respirando hondo, dispuesta a afrontarlo todo por fin, le digo
alegremente:
—Abuela.
Ella parpadea y me examina de pies a cabeza, con una expresión
neutra.
Avanzo, queriendo acercarme a ella y envolverla en mis brazos, la
esperanza en mi pecho floreciendo aún más, pero su palma levantada
y extendida me detiene, y mis cejas se fruncen en confusión.
—Date la vuelta. —Demasiado aturdida por la petición, hago lo
que me dice, sin entender qué está pasando.
Cuando vuelvo a estar frente a ella, su rostro se llena de decepción
y sacude la cabeza.
—Bueno, debería haberlo sabido. No eras guapa de pequeña, y los
años no han hecho más que aumentar la temida imagen. Por no hablar
de esos ojos tuyos que pueden asustar a cualquiera que los mire. —Ni
siquiera me inmuto ante su valoración de mi aspecto; la mitad de lo
que dice es cierto de todos modos.
La belleza no es una palabra que la gente asocie conmigo,
especialmente los hombres, que nunca me miran dos veces.
Todavía demasiado confundida para captar una pista, digo:
—Quería agradecerte el libro. —Sus cejas se levantan—. Te has
acordado que me encanta.
Ella resopla.
—Eliot lo eligió. —Solo con esas tres palabras, aplasta la esperanza
de mi corazón, hundiéndome una vez más en agua helada, enfriando
mis huesos tanto que resisto el impulso de frotarme los brazos,
sabiendo bien que esta muestra de debilidad no pasará desapercibida.
—Ya veo —raspo a través de mi garganta seca, tomando
rápidamente unos sorbos de té, para que no note mis manos
temblorosas—. ¿Por qué me has permitido volver? —Decido que no
tiene sentido andarse con rodeos. Si no era una especie de reunión
familiar, entonces tiene que ver con su carrera política.
Es lo que pensé todo el tiempo. Entonces, ¿por qué crece este dolor
en mi pecho, que amenaza con enviarme de rodillas a llorar de
decepción?
—Como sabes, Howard finalmente decidió seguir los pasos de su
padre. Es un largo camino por recorrer, pero con la estrategia
adecuada, podría llegar a ser alcalde. Sin embargo, primero necesita
formar las conexiones adecuadas entre otras familias poderosas. Es un
tonto que no pensó en ello de antemano. —Papá es un esnob que solo
se fija en el patrimonio de la gente, y como ahora algunas de las
familias de clase alta vienen de abajo, no me sorprende mucho que no
le guste a nadie.
La abuela se termina el café y deja la taza en la mesita de al lado.
Coge un cigarrillo de ella y lo enciende, echando el humo alrededor, y
yo aprieto el libro con más fuerza, odiando su olor, porque siempre
me recuerda la vez que papá me pegó tan fuerte que apenas podía
respirar y luego me encerró en el sótano durante un día, donde
guardaban todos sus cigarrillos.
—Papi, por favor, déjame salir. —Golpeo la puerta, gritando cuando algo
roza mis pies descalzos, pero no puedo verlo en la completa oscuridad. Mi
pijama apenas me cubre del frío glacial de este lugar—. Papi, por favor, no me
dejes.
Sin embargo en lugar de abrirse la puerta, su áspera voz penetra a través
de ella.
—Te he dicho muchas veces que no me llames así.
—No lo volveré a hacer, por favor, señor Dawson. —Rompo a llorar
cuando la cosa vuelve a rozarme y oigo un siseo parecido al que hacen los
ratones en las jaulas. Me aprieto más contra la puerta, juntando las manos y
rezando a Dios para que me ayude a convencer a papá que me saque de aquí—
. Lo siento mucho. —Repito las palabras que canté todo el tiempo que la
hebilla del cinturón me golpeaba la espalda, todo el camino mientras me
arrastraba al sótano ante las risas de sus otros hijos, e incluso aquí, cuando
me tiró por las escaleras y me golpeé las rodillas contra el áspero concreto.
Tampoco sé por qué me disculpo. Simplemente se enojó mucho y bebió
demasiado antes de quitarse el cinturón del pantalón y gritarme que viniera a
él.
Tal vez no debería haberlo hecho.
—Cierra la boca, Briseis, antes que entre y te dé una paliza hasta que te
calles. —Me alejo de la puerta de un salto, como si me quemara, y me siento
en una de las escaleras, envolviendo mis manos firmemente alrededor de mis
rodillas. Unas lágrimas silenciosas corren por mis mejillas, pero me quedo
callada, aunque me duele todo el cuerpo.
No quiero tener más moretones.
Meciéndome de un lado a otro, tarareo diferentes canciones, haciéndome
compañía mientras las cosas me rozan una y otra vez, y con el tiempo,
encuentro calma en su presencia.
Porque en esta oscuridad y este frío, no estoy sola.
Aunque solo me haga compañía un ratón o una rata que podría morderme
en cualquier momento.
Así que se puede decir que odio la nicotina.
—¿Quieres presentarme a la alta sociedad para que no puedan
usarlo en su contra?
La abuela se atraganta con el humo y luego se ríe, el sonido burlón
hundiendo sus garras en mi piel y dejando cicatrices frescas.
—Probablemente no debería sorprenderme que esa idea se le
ocurriera a tu mente estúpida —dice una vez que recupera el aliento—
. Eres un sucio secreto que tiene mi familia y que nunca habría
ocurrido si mi hijo mantuviera los pantalones cerrados. —La ira se
refleja en su mirada, la furia se refleja en su tono, y me alejo
mentalmente del golpe, aunque sé que va a llegar—. Deshonró a mi
familia cuando engendró un hijo con una puta sin nombre. Eres una
Dawson, pero para mí no eres más que la hija de una puta. Nunca te
presentarán a la sociedad mientras yo viva. —Me lo ha dicho tantas
veces a lo largo de los años, que el dolor se ha grabado en cada parte
de mí, así que casi no reacciono a ello.
Casi, porque entonces veo mi reflejo en el espejo cercano, que me
recuerda que ya no soy una niña de siete años frente a esta mujer que
me da una lección cada vez que pido algo que tienen los demás niños
de esta casa.
No, tengo veintiún años, así que actúo como lo hacen los adultos.
Contraataco de una puta vez, harta que lancen insultos a mi madre.
—Si mi madre era puta... ¿quién es tu hijo entonces que se acostó
con ella? —Enderezo la espalda y alzo la barbilla—. Un Dawson tan
estúpido como para enamorarse de una puta. Quizá mi estupidez
venga de él.
La mandíbula de la abuela cae, la conmoción es evidente en cada
rasgo mientras sus ojos arden con tal furia que prácticamente vibra
con ella.
—¿Cómo te atreves...?
La corto antes que empiece a hablar de nuevo.
—No, abuela. Cómo te atreves a insultar a mi madre una y otra vez
en mi presencia —grito la última parte, y ella se echa hacia atrás, ya
sea por el shock o por lo que... no sé. La ceniza de su cigarrillo cae al
suelo, pero ninguna de las dos le presta atención.
—Ya es suficiente. No hables más de ella —le advierto,
preguntándome de dónde demonios ha salido esta nueva confianza,
pero es que llevo diez años viviendo sola.
Aprendí a cuidar de mí misma como nadie lo hizo nunca, y no
permitiré que nadie me rebaje de nuevo.
—¿O qué? —pregunta, pero esta vez algo más colorea su tono,
mientras su mirada se llena de... ¿curiosidad?
—O te arrepentirás. Si no piensas presentarme a la sociedad,
significa que quieres mantenerme oculta aquí de la prensa por si
empiezan a buscar información. —Aunque su expresión permanece
inexpresiva, no se me escapa cómo se tensa su mandíbula, y eso es una
respuesta en sí misma—. No voy a escuchar la mierda que me
escupiste durante años. Si tú o cualquier otra persona de esta casa
sigue diciendo mierda sobre mi madre, tomaré represalias. Y a
ninguno de ustedes les gustarán las consecuencias.
Si hay algo que la dinastía Dawson valora por encima de todo, es
su perfecta reputación. Y a nadie se le permite ensuciarla, pero yo lo
haré si eso significa tomar mi venganza.
La única razón por la que me contengo y juego con las reglas es
porque no quiero ser el centro de atención de toda esa gente... o más
bien lobos escondidos con piel de cordero.
Pongo el libro y la taza en la mesa cercana.
—Tampoco quiero tu regalo. Con tu permiso, me voy a mi
habitación. —Aunque, por mi tono, supongo que ella está adivinando
que en realidad no le estoy pidiendo permiso.
Me doy media vuelta, dispuesta a largarme de aquí, cuando ella
exclama en voz alta:
—¡Espera! —Suspira, moviendo la nariz—. Al menos tienes
carácter. No puedo decir lo mismo de tus hermanos. —Ignoro esta
afirmación; mis hermanos dejaron de interesarme cuando se rieron en
lugar de ayudarme durante el constante abuso al que me enfrenté de
su padre.
—Esta noche celebraremos su cumpleaños. Habrá una gran fiesta.
Tienes que asistir a ella. —Ella espera un momento antes de añadir—:
Luego te irás a Grecia o a cualquier ciudad de Europa para hacer lo
que quieras.
Claro, ¿cómo iba a olvidarme de la historia que se les ocurrió hace
tiempo?
A todos los efectos, soy la hija adoptiva de la que esta casa se hizo
cargo cuando murieron mis verdaderos padres. De este modo, nadie
juzgaría a Dawson, pero hay un pequeño detalle que parecen olvidar.
Mi registro de nacimiento debe mostrar la verdad, o eso dijeron;
por no mencionar que sería muy fácil averiguar quién soy realmente si
alguien quiere destruir las alianzas de papá.
Tener un bastardo era una cosa. La clase alta podría haber cerrado
los ojos ante eso, pero no cuando papá construyó toda su personalidad
como un esposo y padre devoto que ponía a su familia por encima de
todo y de todos.
Al final, lo hizo de todos modos cuando me echó.
Me concentro solo en la segunda parte y me cruzo de brazos.
—No voy a volver a Grecia. Me quedo en Chicago.
—¡No lo harás! —Su tono es acerado. Deja caer el cigarrillo y
golpea la mesa con el puño—. ¡Mostrarás la cara y te irás!
Qué conveniente para todos ellos.
La ingenua tonta que hay en mí jugaba con sus reglas, porque creía
que algún día me ganaría su amor, pero como eso nunca sucederá, ya
no deseo sacrificar mi vida en el altar de su egoísmo.
—No, abuela. Me quedaré aquí. Esas son mis condiciones.
—¿Tus condiciones? —escupe, levantándose de la silla y volviendo
a caer sobre ella, respirando con dificultad, y por un segundo, me
detengo, sin saber qué pensar.
Nunca antes me había mostrado ningún signo de debilidad, y me
pregunto si la carrera política que quiere para papá esconde realmente
el miedo a que muera pronto, y con ello intenta asegurar un buen
futuro para la estirpe de los Dawson.
—Haré mi papel, sonreiré con fuerza y actuaré en consecuencia,
pero solo si puedo quedarme. Si no, prepárate para que el mundo sepa
la verdad.
Mueve la cabeza con incredulidad, tosiendo un poco antes de dar
un gran sorbo a su vaso.
—¿Crees que puedes amenazarme con esto como quieras?
Me encojo de hombros.
—¿Por qué no? Tú eres quien me dio esa arma.
—Mocosa desagradecida —dice, con un odio evidente en cada
palabra, y a pesar que he construido muros protectores en torno a mi
corazón, todavía sigue contrayéndose dolorosamente en mi pecho,
recordándome las cicatrices que tiene y que nunca sanarán.
Y a la niña que aún vive dentro de mí y que anhela la aceptación y
el amor de su familia.
—Debería haberles dicho que te enviaran a una casa de acogida
cuando tu madre te dejó en nuestra puerta. En cuanto vi esos ojos
diferentes tuyos, fue la forma en que Dios me insinuó que traerías
problemas.
Al menos ya no me llama bruja.
—Cuando un científico invente una máquina del tiempo, te lo haré
saber. Quizá entonces puedas arreglar esto. Muevo la mano entre
nosotras y anuncio:
—Piensa en mi propuesta, abuela.
Ella se levanta rápidamente y se balancea un poco, pero mantiene
la postura erguida, con las manos en un puño, mientras prácticamente
tiembla de rabia y enojo. Espero que coja su bastón y me golpee con él.
Tampoco sería la primera vez.
—Bien. Sigue las reglas y podrás quedarte en Chicago.
—Espléndido.
Le mando un beso y ella aprieta los dientes.
—Me arrepiento del día en que naciste, Briseis.
¿Qué puedo decir a eso?
Con una última mirada hacia ella, me doy la vuelta y me dirijo
hacia el pasillo, enjugando las pocas lágrimas que resbalan por mis
mejillas y esbozando una brillante sonrisa, lista para enfrentarme al
personal o a cualquier otra persona que pueda encontrar de camino a
mi habitación.
La gente siempre tiene miedo de las lágrimas, sin saber qué hacer
con la persona que llora o cómo ayudarla.
Sin embargo, ¿algo curioso que no muchos saben?
Las sonrisas son mucho más peligrosas.
Porque algunas de las sonrisas más brillantes cubren algunos de
los dolores más punzantes.
Y solo los que han vivido en el infierno pueden dar fe de ello.
Capítulo Cuatro
¿Cuándo un hombre tiene que escoger entre la gloria eterna y un amor
prohibido… que escoge?
-Briseis

DE LOS DIARIOS DE FLORA


DIEZ DE OCTUBRE

Hoy me he enamorado.
Mis manos tiemblan mientras escribo estas palabras, mi corazón late tan
fuerte en mi pecho que trago el aire en mis pulmones.
Howard Dawson.
El hombre más guapo que he visto en mi vida.
Cuando entró en el despacho de mi padre, cabello oscuro, ojos
hipnotizantes y su cuerpo musculoso envuelto en un traje gris, mi estómago
dio un vuelco y, por un segundo, el mundo que me rodeaba dejó de existir.
Todo lo que pude hacer fue mirarlo fijamente, resistiendo el impulso de
correr hacia él y tocar su cara, para asegurarme de que era real.
Un sueño hecho realidad, el caballero blanco de brillante armadura, mi
verdadero amor que siempre estuvo destinado a venir al castillo y rescatarme
de mi estricto padre.
Sin embargo, mientras me quedaba maravillada con él, ni siquiera me
dedicó una mirada, dirigiéndose solo a mi padre, quien, con un movimiento
molesto de su mano, me ordenó que los dejara en paz, cosa que hice.
Tengo que escuchar sus órdenes, aunque mi hermana Matilda diga que no
tengo que hacerlo; según ella, debo mostrar un poco de rebeldía para cumplir
mis sueños.
Quizá por eso le hizo un gesto con el dedo corazón y se escapó con un
músico, gritándole a papá que no quería su dinero ni su influencia para
triunfar en este mundo.
Según los periódicos que las doncellas me cuelan en el castillo, se casaron
hace unos meses, y ella incluso ha empezado a cantar a dúo con él.
Cuando lo eligió a él, sentí resentimiento hacia ella. Me abandonó para
estar con un tipo cualquiera...
Después de conocer a Howard, creo que lo entiendo. Si se enamoró de su
chico como yo lo hice del mío... hizo lo correcto.
Mi amor siempre seguirá sin ser correspondido, así que no hay esperanza
que me ofrezca huir con él.
Pero estoy agradecida, ya que pensé que ni siquiera conseguiría eso en mi
protegida vida.
Tengo dieciocho años, y a pesar de todas las cadenas invisibles que mi
padre me ha puesto, mi alma se eleva por esta emoción abrumadora que me
calienta por dentro.
Un fuerte golpe resuena en la habitación cuando salgo del cuarto
de baño, secándome el cabello con una toalla, y como llevo albornoz,
digo:
—Entra.
Aparece una mano que sostiene una bolsa negra de ropa, seguida
de una despampanante pelirroja que se asoma al interior, me guiña un
ojo y exclama con los brazos abiertos.
—¿Qué pasa cuando tu mejor amiga vuelve y no te informa?
Dejando caer la toalla, grito de alegría, seguido de su risita, y me
precipito hacia ella, envolviéndola en un fuerte abrazo, con mis brazos
rodeando su cuello.
—¡Lenora! —Nos balanceamos de un lado a otro, el vestido
crujiendo entre nosotras mientras me inclino hacia atrás, notando lo
radiante que es su piel con pecas y lo esbelta que es su forma en su
vestido floral—. ¡No puedo creer que estés aquí!
Resopla exasperada antes de echarse el cabello hacia atrás y
recorrerme con la mirada.
—No, gracias a ti. Si no fuera porque la vieja bruja le escupió a mi
abuelo sobre tu falta de modales, todavía no tendría idea. Chica, te he
echado de menos. —Me río de como llama a la abuela, nunca oculta
sus emociones hacia ella a pesar de haberse criado en esta casa.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Parece dolida y con razón. Hemos
sido amigas durante los últimos dieciséis años. Después que me
desterraran de Chicago, Eliot dispuso que ella viniera a visitarme cada
verano, así que nuestro vínculo se hizo más fuerte con el tiempo.
Lenora es la única persona a la que puedo confiar mis secretos más
oscuros y no temer que los utilice en mi contra.
Suspiro con fuerza, dando un paso atrás.
—Porque soy una tonta.
Cierra la puerta con el pie y se adentra en la habitación, dejando la
bolsa en la cama con cuidado antes de poner las manos en la cadera
mientras me mira.
Gimo para mis adentros, sabiendo que es imposible esconderse de
sus ojos indiscretos.
—¿Creías que la vieja bruja te había invitado a una reunión
familiar? —Mi silencio es toda la respuesta que necesita, sus cejas se
fruncen y hace otra pregunta—. ¿No lo hizo?
—No. Solo quiere asegurarse que mantenga la boca cerrada. —
Recojo la toalla del suelo y la arrojo al cesto—. En resumen, no es nada
nuevo.
—Lo siento, cariño.
—Yo también. —Enhebro los dedos en mi cabello, revolviéndolo
un poco y casi llorando de angustia cuando noto que parte de él ya
está seco, lo que significa que no tendré mucho control sobre los
pesados mechones que ya se están formando en mi cabeza. Será un
infierno intentar alisarlos para la fiesta de esta noche.
Me dirijo al enorme espejo vertical de la esquina izquierda, justo al
lado de la puerta del balcón, donde la luz del sol entra en la habitación
a través de la cortina púrpura, creando una iluminación casi mágica
alrededor de la habitación.
Para mi sorpresa, todo aquí sigue igual: los muebles blancos que
consisten en la cama, dos mesillas de noche y un cómodo sillón en la
esquina derecha con la mesa redonda.
Un pequeño armario se encuentra justo al lado del cuarto de baño,
que solo tiene una bañera, ya que Clare, la mujer de mi padre, pensó
que tener una ducha allí también habría sido demasiado lujo para mí.
—Mira el lado bueno —dice Lenora, sentada en el borde de la
cama, resoplando un mechón de su cabello, y la miro expectante—.
Has vuelto a casa.
—Supongo que sí. —Aunque uno podría pensar que a los veintiún
años puedo hacer lo que me plazca y que no necesito el permiso de
nadie para nada, no es cierto cuando se trata de la familia Dawson,
que tiene contactos en todas partes.
Hasta que no se levante el veto a mi exilio, no tengo ninguna
posibilidad de volver. Dios sabe que lo he intentado muchas veces,
pero cada vez que iba más lejos y quería involucrar a las autoridades,
la abuela me llamaba para preguntarme si me gustaban los pabellones
psiquiátricos, porque uno me esperaba en cuanto aterrizara.
Me habría metido en uno para darme una lección de obediencia,
por no hablar de involucrar a los Dawson en un escándalo.
E irónicamente, nunca dudé de sus palabras. Prefiero que me
llamen débil y estúpida a pasar el resto de mi vida en un pabellón
psiquiátrico con gente creyendo que he perdido la cabeza.
Cuando estás solo en este mundo, no tienes a nadie más que a ti
mismo en quien confiar.
Una de las razones por las que trabajé como una loca en Grecia,
ganando dinero siempre que podía y sin tocar nunca las estúpidas
tarjetas de crédito que me enviaron cuando cumplí diecisiete años. Lo
único que pagaron fue mi educación, pero incluso eso cambió cuando
conseguí una beca para mi último año, ya que no quería deberles
nada.
Mi mirada se dirige a la bolsa y levanto la barbilla en su dirección.
—¿Qué es eso?
Ella golpea con los dedos en ella.
—Un pequeño regalo de bienvenida de mi parte. —Debe leer mi
confusión, porque pone los ojos en blanco y se levanta.
Se inclina hacia delante, abre la cremallera y saca un vestido caro
plateado, que sostiene con orgullo para que lo vea antes de exclamar:
—¡Ta-da! —Me quedo mirándolo y ella ladea la cabeza—. Bueno,
no te quedes ahí parada. Di algo.
—¿Te has comprado un vestido nuevo?
Una cosa que Lenora ama más que a su abuelo y a mí es la moda,
su mayor pasión y elección de carrera. Entró en una de las mejores
universidades gracias a sus diseños y tiene grandes planes de
convertirse en alguien famoso algún día.
—Sí, me he comprado un vestido y he decidido enseñártelo. ¿Estás
loca? —Agita el vestido en su mano, levantando su otra mano hacia
arriba y hacia abajo sobre él—. Esto es para ti.
—¿Para mí? —pregunto estupefacta, estudiando el vestido y
preguntándome por qué necesito algo tan bonito cuando no llevo
vestidos y me paso el día en pantalón corto esculpiendo.
El vestido sin tirantes es de longitud media, probablemente me
llega a las rodillas con una falda completa y una cintura estrecha, ya
que la parte superior tiene un corpiño. El plateado refleja la luz, y el
material sedoso casi me pide que lo toque.
—Para la fiesta de esta noche. Es precioso, ¿verdad? —Me incita y
me sonríe—. En cuanto lo vi en el almacén de Frankie, supe que sería
perfecto para ti.
La información tarda solo un segundo en grabarse en mi mente.
—¿Frankie, como Francesca, una de las mejores diseñadoras
nuevas del país? —O en camino de serlo: ahora está intentando
conquistar el mundo de la alta costura mientras su tienda online tiene
listas de espera de un año.
Lenora asiente alegremente y gimoteo.
—¿Cómo lo has conseguido? Es súper caro. —Lenora tiene dos
trabajos para mantenerse, negándose a que su abuelo la ayude. Lo
último que necesita es hacerme regalos caros—. Tienes que devolverlo.
Se echa a reír, se dirige a la percha de la puerta del armario y
engancha el vestido allí, ajustándolo cuidadosamente para que no se
arrugue.
—Mi jefa, alias Frankie, me lo regaló cuando le hablé de ti.
—¿Desde cuándo trabajas para ella? Además, ¿no vive y trabaja en
Nueva York?
—Desde que gané unas prácticas con ella. Ella es increíble.
También tiene un almacén aquí y viene dos veces al mes para
comprobar los suministros.
Respirando hondo, porque a veces coger el hilo de los
pensamientos de Lenora es como tirar de un gato por la cola, hago otra
pregunta.
—¿Nos lo ha alquilado? ¿Tenemos que devolverlo para mañana?
—Frankie te dio como un maldito regalo, Briseis, así que acéptalo.
—No necesito un vestido.
Lenora se vuelve hacia mí, cruzando los brazos.
—De acuerdo. ¿Tienes un vestido para la fiesta, entonces? —Ella ya
sabe la respuesta y echa una breve mirada a mi maleta aún sin hacer—
. Seguro que está llena de pantalones cortos y camisetas.
—La abuela me encontrará un vestido. Ya la conoces. Piensa en
todo por adelantado.
—Dame un respiro. Ella te dará... —Lo que quiera decir es
interrumpido por un fuerte golpe en la puerta antes que una de las
criadas la abra, inclinando la cabeza y diciendo:
—Siento molestarla, señora Dawson. Le he traído un vestido.
—Gracias. —Quiero quitárselo, pero Lenora se me adelanta,
arrebatándoselo a la criada, que se retira apresuradamente con un
movimiento de cabeza, cerrando cuidadosamente la puerta tras ella.
Lenora abre la funda y las dos parpadeamos cuando aparece el
espantoso vestido morado, con el aspecto de haber sido encontrado en
el arcén después que varios coches le hubieran pasado por encima.
No tengo que pensar mucho para saber quién me lo ha encargado.
—No te vas a poner esta mierda. —Tira el vestido en la silla y
señala el plateado—. Tienes que estar guapa esta noche para que todos
ellos se muerdan la lengua.
Por "ellos" se refiere a Clare y a sus dos hijas, Addison y Ava, que
nunca ocultaron su resentimiento hacia mí.
—Lenora, no me importa lo que piensen. Por no mencionar que
nunca podría competir con ellas en lo que se refiere a la apariencia.
Ambas son rubias platino impresionantes, con cuerpos perfectos y
los ojos verdes más brillantes que jamás hayas visto en una mujer. Las
cabezas de los hombres deben girar allá donde van; aunque,
sorprendentemente, siguen siendo solteras.
Aunque me ponga el vestido más bonito del mundo, solo seré una
piedra ordinaria al lado de los caros diamantes que son mis hermanas.
—Lo harás. —La ira destella en el rostro de Lenora cuando camina
hacia mí y me agarra por los hombros, clavando las uñas, y yo hago
una mueca de dolor ante su apretado agarre—. ¿Por favor, hazlo por
mí? La idea que te pongas ese horrible vestido entre toda la alta
sociedad me cabrea, ¿vale? Te ayudaré a prepararte.
—No soy Cenicienta. —Le hago saber, porque empieza a sonar
como si quisiera jugar a las hadas madrinas.
Me guiña un ojo, sabiendo que significa que estoy capitulando a su
petición.
—No. Tú eres Briseis. Así que tenemos que mimarte por si aparece
Aquiles.
Por primera vez, me río, rodeándola de nuevo con mis brazos y
murmurando en su oído:
—Gracias, Lenora. —Significa mucho para mí que intente
animarme a su manera—. Te quiero.
Me da una palmadita en la espalda y me abraza más fuerte por un
momento.
—Yo también te quiero. Y estaré trabajando en la fiesta. —Me
inclino hacia atrás, frunciendo el ceño con confusión—. El sueldo me
pagará las facturas de la comida durante las próximas dos semanas,
así que no podía negarme. Pero así estaré cerca de ti en caso que me
necesites, así que todos salimos ganando.
—Eres la mejor, ¿lo sabes?
—Por supuesto. Tú tampoco estás mal. —Las dos nos reímos, y
entonces ella señala la cama—. Siéntate. La fiesta es dentro de varias
horas, y tenemos mucho trabajo que hacer.
Efectivamente.
Si todo va bien esta noche, por fin tendré mi libertad, y esta familia
no será más que un recuerdo lejano.
Así que me aseguraré de darles la actuación de su vida.
La música clásica resuena en el espacio, y cierro los ojos, casi
imaginando que estoy frente a la orquesta después que el compositor
ideara esta magnífica obra maestra.
Creó una música que se hizo eterna, ¿y no es esa una de las cosas
por las que todos deberíamos esforzarnos?
¿Dejar algo atrás para que las generaciones venideras tengan algo
por lo que recordarnos?
Muevo el dedo al compás de la música mientras las notas altas del
violín suben, suben, suben antes de terminar con el bajo fuerte, y
continúa de nuevo, un instrumento cambiando a otro sin esfuerzo.
Sin embargo, mi nirvana dura poco, ya que la voz chillona y ya
rasposa por los constantes ruegos penetra a través de la música y grita:
—¡No sé nada!
Con un suspiro de disgusto, lo miro de pie en medio de la arena,
encadenado al barril que he instalado bajo el suelo y que, con solo
pulsar un botón, aparece siempre que lo necesito.
Se retuerce con fuerza, las cadenas metálicas que lo rodean por el
centro repiquetean con fuerza mientras traga saliva y lo intenta de
nuevo, con la cara crispada por el esfuerzo. El sudor cubre su ropa y se
desliza por su frente hasta la nariz y los labios agrietados.
Los rastros de su piel siguen pegados a la cinta adhesiva que tiene
a sus pies y que le he arrancado antes.
Presiono mi dedo índice sobre mis labios para hacerlo callar.
—Mark, es de mala educación interrumpir a un maestro. —
Parpadea, mirando a su alrededor, probablemente esperando ver a
alguien más, pero de nuevo, no espero que un cabrón como él aprecie
la grandeza que es la música clásica.
Sin prestar atención a mi advertencia, vuelve a gritar:
—¡No sé nada! —Se lame los labios antes de gritar de dolor, pero
aún encuentra la voluntad de continuar—. No he estado allí.
Cuando uno sigue molestando repetidamente, ¿qué puedes hacer?
—Mark, Mark, Mark —digo, cogiendo un cuchillo de sierra
recubierto de sal y caminando hacia él, mis botas golpeando tan fuerte
que sus hombros se hunden mientras me mira con recelo—. ¿Estás
seguro que mentir es el camino a seguir? Ya no valoro mucho tu vida.
—Abre la boca para decir algo, solo para gritar cuando le pongo el
cuchillo en los labios, disfrutando de cómo la sal, obviamente, hace
que el escozor se intensifique. Sus labios se enrojecen y un poco de
sangre resbala por ellos antes que vuelva a coger el cuchillo y le pase
la punta por la arteria, justo por encima del punto de pulso. Se queda
quieto, sin respirar, con los ojos tan llenos de miedo que casi puedo
saborearlo—. Voy a preguntar de nuevo, y esta vez espero una
respuesta.
Trazo el cuchillo hasta su clavícula y luego bajo para clavar la
punta en su estómago, expresando mi pregunta.
—¿Sabe Andreas lo de su hija?
Peter parecía convencido de tal idea. Sin embargo, uno no puede
confiar en un hombre que vendería su propia alma si eso significara
sobrevivir.
—¿Ahora Mark?
Una imagen totalmente diferente.
Adoraba el suelo que pisaba Andreas y se quedaba a su lado como
un puto perro, observando cómo hacía todas sus hazañas y
ayudándole cuando lo necesitaba. Esa lealtad dada a las personas
adecuadas es un magnífico regalo que uno puede ofrecer y que puede
ser apreciado a través de los años.
De lo contrario...
Te vas al puto infierno
Mark traga con fuerza, permaneciendo en silencio demasiado
tiempo para mi gusto, así que le apuñalo con fuerza en el estómago, y
su grito agónico resuena en todo el espacio antes que me retire y le
apuñale de nuevo, esta vez más abajo, disfrutando de cómo la sangre
brota de la herida.
Dejando el cuchillo dentro, chasqueo los dedos delante de su nariz
mientras él abre y cierra la boca, incapaz de pronunciar una sola
palabra.
—No aprecias la generosidad que te estoy mostrando, Mark.
Enfoca su mirada empañada y llena de agonía, mientras cuento
mentalmente. Tiene unos cinco minutos para hablar antes de
desangrarse, o me aburriré y aceleraré el proceso, ya que no me servirá
de nada.
Pisando su pie, aprecio cómo sus dedos crujen bajo mi pesada bota
y las lágrimas resbalan rápidamente por su mejilla.
Susurra:
—Sí.
Ah, el poder del dolor.
Incluso la más fuerte de las lealtades se desmorona bajo él.
—¿Viene a cobrar?
—Sí. Está enojado. —Oh, seguro. Su hija fue tratada como una
mierda toda su vida. Imagino que Andreas no lo aprecia mucho,
además de todas las mentiras que rodearon su nacimiento.
Hasta los monstruos pueden tener afecto por su carne y su sangre,
por muy podridos que estén.
—Eso es todo lo que quería escuchar.
El baile entre el cazador y la presa solo es interesante cuando la
presa busca el cebo que el cazador ha preparado para ella. Si no, ¿qué
sentido tiene perder el tiempo con Briseis?
—Si eso es todo lo que querías oír, ¿significa que me dejarás ir? —
pregunta, apoyando la cabeza en el palo, tragando saliva y mirando
sus heridas.
—Por favor. —Pasa un tiempo y entonces dice—: He sido amable
contigo, Santiago.
—Efectivamente. —Le doy la razón y me inclino más hacia él, para
que no se pierda ni una sola palabra—. Tu amabilidad bien podría
haber sido una bofetada en la cara mientras te quedabas mirando
cómo me destruía, sin hacer absolutamente nada. —El arrepentimiento
reluce en su cara; sin embargo, es demasiado tarde para esas
emociones.
Puede que Mark nunca haya participado en los horrendos
crímenes, pero su apoyo silencioso lo coloca en el mismo cajón que los
demás.
Acariciando su mejilla, le clavo los dedos con tanta fuerza que le
cruje la mandíbula y se sacude en el agarre, demasiado débil para
molestarse en gritar, y gracias a Dios. Tendría que clavarle un cuchillo
en la boca, ¿y qué gracia tendría eso?
—Voy a mostrarte la misma amabilidad que me mostraste a mí. —
Mueve la cabeza en señal de negación, el miedo se instala en sus
rasgos, y me río, el sonido siniestro en su naturaleza y alertando a
cada vello del cuerpo de Mark mientras la piel se le pone de gallina.
—Después de todo, lo justo es lo justo, ¿no?
Gime, suplicándome en silencio que detenga esta locura, mientras
solo me río.
Nada puede detener al monstruo que me carcome por dentro,
porque soy el producto de su creación.
Caminando hacia la mesa, me pongo los guantes de cuero antes de
rodear con la mano la hoja de plata y levantarla, viendo mi reflejo en
ella. Se agita en la sujeción, encontrando fuerzas después de todo para
luchar por su vida.
Cada elección que hacemos tiene consecuencias.
Y todas las elecciones que ha hecho Mark lo han llevado a este
momento. El placer se extiende a través de mí mientras doy golpe tras
golpe, antes que sus ojos sigan permanentemente con dolor y deje de
respirar.
Dejo caer la hoja recubierta de sangre al suelo, miro el reloj que
llevo en la muñeca y una sonrisa se dibuja en la comisura de los labios.
Me quito los guantes, arrojándolos a una papelera, y me dirijo
hacia el fregadero para lavar cualquier rastro de Mark, el maldito que
nunca será recordado.
Sin embargo, ahora mismo tengo una fiesta a la que asistir y un
cebo que pescar.
Capítulo Cinco
Sus ojos son como el océano claro y azul que te tienta a sumergirte y
descubrir todos sus secretos.
-Briseis

DE LOS DIARIOS DE FLORA


DOS DE NOVIEMBRE

Creo que olvidé cómo respirar.


Algo extraordinario acaba de suceder, y estoy tan sorprendida y feliz que
estoy a punto de estallar.
Mi corazón late tan rápido que temo que se me salga de mi pecho, porque
las emociones dentro de mí no pueden ser contenidas.
Me senté en una de las alcobas, dispuesta a leer mi libro, cuando apareció.
Sus ojos se posaron en mí mientras se sentaba a mi lado en el banco y
apoyaba su espalda contra él antes de preguntarme.
—¿Qué estás leyendo?
Le mostré el libro, Ilíada de Homero, mi historia favorita. Lo he releído
miles de veces.
La sorpresa parpadeó en su mirada antes de guiñarme un ojo y me
informó:
—Yo también lo he leído.
Se sentó conmigo bajo la luz de la luna durante una hora o más,
discutiendo los diferentes personajes, y me dijo quién era su personaje menos
favorito.
Apenas le escuchaba, solo me quedaba mirando su cara, bebiendo cada uno
de sus rasgos mientras su rico aroma masculino se mezclaba con las flores, y
me incliné más cerca de él, porque sabía que no duraría mucho.
Quería preguntarle qué estaba haciendo allí conmigo, pero tenía
demasiado miedo de dejar salir las palabras, porque entonces podría haber
terminado. Y si la vida te concede un milagro, ¿no deberías aferrarte a él con
todo lo que puedas?
Y luego, antes de saber lo que estaba pasando, cogió mi cabeza y la inclinó
hacia atrás, sus ojos vagando por mi rostro mientras se enfocaba en mis labios,
y susurró:
—Eres tan hermosa, Flora. —Estaba demasiado aturdida para hacer nada
y me limité a parpadear conmocionada cuando puso su boca sobre la mía, su
lengua lamió la costura de mis labios antes que me abriera para él, y
experimenté mi primer beso.
Fue mágico.
Después, fui tan tímida que me toqué las mejillas encendidas y salí
corriendo, cerrando la puerta de mi habitación, y ahora lo estoy escribiendo
todo aquí para nunca olvidarlo.
Incluso me pellizco cada pocos segundos para asegurarme que no estoy
soñando.
Me arden los labios solo por el recuerdo, y cada vez que los froto con mis
dedos, el beso me viene a la mente y mi cuerpo hormiguea por todas partes,
zumbando con alguna necesidad que no entiendo.
No estoy segura de lo acaba de pasar o de dónde estaba mi padre en ese
momento.
El beso podría costarme todo si el personal nos viera.
Sin embargo, una cosa es clara para mí.
Mi amor es correspondido.
Lo que significa que todo el miedo del mundo no puede detener la felicidad
que se extiende en mi corazón y me da esperanza para un futuro donde
Howard está conmigo.
Respirando profundamente, bajo las escaleras y veo a varios
camareros corriendo por ahí usando uniformes negros y sosteniendo
diferentes bandejas con pequeños sándwiches y bebidas.
El delicioso aroma de la comida italiana flota en el aire, tentando a
todos los invitados con lo que está por venir, mientras la risa y el
zumbido de las voces se mezclan con la música de jazz que se escucha
desde la sala común, alertándome que la fiesta ya está en pleno
apogeo.
Veo a Lenora entre el personal, saliendo de la cocina con una
botella de champán. Está a punto de entrar en la habitación cuando se
da cuenta de mí, y susurra:
—Briseis, llegas tarde. Ven aquí antes que alguien se dé cuenta. —
Hace un gesto hacía la puerta, pero niego con la cabeza, apoyada en la
barandilla, casi paralizada por el miedo de entrar a las puertas del
infierno. No tengo otra metáfora para esta maldita fiesta y para
enfrentarme a toda esta gente.
¿Qué pasa si cometo un error? ¿Comunico algo que no debería?
¿Avergüenzo el nombre de la familia?
La abuela limpiará el suelo conmigo y me encerrará. Puede que
actúe valiente con ella, pero no soy tan estúpida para pensar que todo
está bien.
Esta fiesta por la razón que sea, es una prueba, y si fallo, podría
despedirme de mi futura vida libre. Aceptó mi chantaje, porque
hablaba de sus crueles tendencias. Ella habría hecho lo mismo en mi
posición, lo que significa que toda mi valentía le sirve de diversión.
Sin embargo, un error de mi parte, y estoy acabada.
Lenora exhala pesadamente, mira alrededor antes de venir hacia
mí, y engancha su brazo en el mío, arrastrándome a la puerta mientras
murmura:
—Sal de ahí, Briseis. Ya no eres una niña. —Me sacudo en su brazo,
mi mente se llena instantáneamente de imágenes, una tras otra, de
aquella noche donde me tropecé con la pierna de Ava y derramé mi
bebida sobre un invitado cerca. La abuela me encerró en el sótano
durante tres días con varias botellas de agua pero sin comida como
castigo.
Lenora sacude mi brazo, devolviéndome al presente, y reúno una
sonrisa, odiando mi debilidad en este momento. Tengo veintiún años;
debería estar más... no sé qué... pero más.
Si mi mejor amiga hubiera sido la nieta de mi abuela... nunca
habría cedido bajo ninguna de sus órdenes o presiones.
Y este conocimiento solo me hace odiarme más, encontrando
extrañamente fuerza también en este odio. Nadie cambia sin
sacrificios.
Concéntrate en la meta.
La determinación reemplaza el miedo, y enderezo mi espalda.
Todos deberían ver a una mujer confiada frente a ellos que no se
detendrá ante nada para obtener su libertad de esta familia
demoníaca.
—Tienes razón. Que comience el espectáculo. —Me inclino más
cerca y susurro antes de entrar en la sala común—. No te acerques a
Clare ni a las hermanas malvadas. —Ella asiente, pone su mano en mi
espalda, y me hace pasar al interior, donde entro con fuertes clics de
mis tacones y noto varias personas sentadas en los sofás, en su
mayoría ancianos bebiendo whisky.
Asiento saludando a algunos de ellos que levantan la mirada hacia
mí, y luego me dirijo rápidamente hacia la zona de baile donde se
encuentra la mayoría de los invitados. Casi jadeo de asombro al
contemplar la belleza que me rodea.
La sala de fiestas se ha transformado en un lugar mágico con la
lámpara de araña brillando intensamente. La luz de la luna que entra
desde varios ventanales se suma a la atmósfera, casi invitando a uno a
pararse debajo de ella, a la espera del príncipe azul. Una puerta de la
terraza abierta deja entrar una ligera brisa, suficiente para refrescar la
piel acalorada y una mente mareada por el alcohol.
Varias mesas se extienden con comida y bebida mientras los
camareros continúan deambulando, ofreciendo copas a cualquiera que
esté dispuesto, mientras una banda toca en el escenario, cada nota
sobre sus instrumentos clásicos tan precisos y limpios, el cielo para los
oídos.
Las mujeres llevan vestidos caros, con collares y pendientes
pesados. Los hombres tienen puesto trajes a medida.
Sin embargo, todos los pensamientos desaparecen de mi mente
cuando encuentro a mis hermanastras y a su madre mirándome desde
la esquina derecha, bebiendo champán. Y aunque lo enmascaran bien
delante de los demás, no me extraña su odio, la forma en que se
desliza lentamente a través de mí como si quisieran apuñalarme con
un cuchillo invisible, y nada menos que mi muerte será lo
suficientemente satisfactorio para ellas.
Camino hacia ellas, tomando una copa por mi cuenta en el camino,
dando una sonrisa fugaz a uno de los camareros antes de finalmente
llegar a ellas.
—Hola, señoras —digo en voz baja, ya que la gente podría
escuchar nuestra conversación. La mayoría de ellos todavía están
averiguando quién soy.
Clare saluda a alguien a mis espaldas, la sonrisa en su boca tan
amplia que me pregunto si le duele, luego se dirige a sus hijas.
—Chicas, sean amables. Hay mucho en juego aquí. —Se dirige
hacia la persona a la que ha saludado, ignorándome por completo, y
contengo una risa amarga que quiere escaparse más allá de mis labios.
Clare decidió volver a su status quo, ignorando toda mi existencia
y escondiendo su cabeza en la arena. Además de esa vez que le gritó a
papá por traerme a su casa, nunca habló de mí o conmigo. Es como si
estuviera detrás de una pared, siendo invisible para ella.
Cuando me golpeaba, salía de la habitación, cerrando la puerta con
fuerza, y cada vez que yo hacía una mueca de dolor, ella leía
pacíficamente el periódico.
Clare no ha sido una malvada madrastra ni una buena madrastra;
ella solo estaba allí y siempre no hacía nada. Y de alguna manera, a
veces no hacer nada es más catastrófico que actuar.
Nunca la culpé por tal comportamiento. Me imagino que ninguna
esposa habría estado encantada de descubrir que su esposo la
engañaba y que trajo el producto de dicho engaño a la casa.
Sin embargo, eso no detuvo mi resentimiento; un poco de bondad
o amor maternal hacia mí no la habría matado.
Los hijos siempre pagan por los pecados de su padre, una verdad
universal que aprendí a una edad muy temprana, incluso cuando el
padre es perdonado de sus crímenes.
Tomo un gran sorbo, disfrutando de cómo el líquido refrescante se
desliza por mi garganta y lava mis emociones agitadas.
Addison abre la boca, echando su cabello hacia atrás.
—Hey, Briseis. —Ava asiente hacia mí también, sus cejas
frunciendo el ceño mientras el odio en sus ojos destella tan fuerte que
doy un paso atrás pero mentalmente me preparo para el siguiente
golpe.
Es por eso que casi me ahogo con mi bebida cuando Ava dice:
—La vieja perra invitó a la mitad de la sociedad, sin embargo, papá
todavía no está aquí. —Ella se ríe, tocando los dedos en el cristal—.
Oh, se enojará.
Addison choca su vaso con el de Ava, riéndose, y rápidamente se
cubre la boca con la palma de su mano.
—Se disculpará por toda la eternidad.
—Incluso podría golpearlo con el bastón.
—Amén a eso.
¿Dos perfectas niñas de papá... diciendo todo esto?
¿Por qué?
¿Y desde cuándo su abuela favorita que las adoró toda su infancia
se convirtió en una vieja perra?
No tienen ninguna razón para tener resentimientos en
comparación conmigo.
—¿Qué está pasando? —pregunto, dejando fingir una pequeña
charla, y Ava gira los ojos.
—Vamos, Briseis, han pasado diez años. ¿De verdad creíste que
seríamos las mismas mocosas mimadas? —Me da un codazo, su brazo
huesudo clavando dolorosamente en mis costillas—. Realmente
podemos formar una alianza.
Me quedo en silencio, y Addison se enfurece.
—Fuimos horribles en el pasado. Todo esto… —su voz cae
mientras ella hace un gesto con la mano hacia todos—… Es tanto una
dificultad para nosotras como lo es para ti.
Mis manos aprietan el vaso tan fuerte que temo que se rompa, y
me muerdo el labio inferior, impidiendo derramar mi bebida sobre las
dos.
¿De verdad pensaron que caería en esta mierda después de todo
este tiempo?
Mis ojos se abren cuando alguien me toca en el brazo, sacudiéndolo tan
fuerte que me vuelvo de espaldas para ver a Ava asomando sobre mí, poniendo
su dedo en sus labios cuando ve que quiero decir algo.
Se inclina más, susurrando:
—Addison y yo vamos a la cocina a tomar un poco de leche y leer en la
biblioteca. ¿Quieres ir con nosotras?
Parpadeo en confusión antes que mi pecho se caliente mientras la emoción
se construye dentro de mí por esta proposición.
He intentado tan duro jugar con ellas o iniciar cualquier tipo de contacto,
solo para que gritaran cada vez que me acercaba; esto es como el mejor regalo
de todos los tiempos.
Asintiendo, me siento, limpiando mis ojos con sueño, y miro el reloj de la
cama, jadeando cuando veo que es medianoche.
Preocupada, miro a Ava, que ya está al lado de la puerta, haciéndome
señas para que me acerque, y pregunto tentativamente, abrazando mi osito de
peluche a mi pecho.
—¿Estás segura? La abuela no permite caminar por la noche. —Es una de
las reglas de su libro, y prometió castigarme si no la escucho.
Ava sacude la cabeza.
—No lo sabrá. La abuela es mala, y no deberíamos escucharla. Vamos,
Briseis. —Ella inclina la cabeza hacia un lado, y algo cruza su rostro, pero lo
reemplaza con una sonrisa—. A menos que no quieras.
Aunque mi corazón late rápidamente en mi pecho con miedo ante la
perspectiva de encontrarme con mi abuela, no quiero rechazar esta oferta.
Quizás nos hagamos amigas, y no estaré tan sola en esta mansión.
En todos los libros que he leído, los amigos siempre vienen al rescate,
ayudando en las situaciones más horribles, los hermanos también.
Dándole un beso a mi osito de peluche, lo pongo en la cama y le tiro una
manta encima antes de saltar al suelo y seguir a Ava.
Ella me dice:
—Ve abajo ahora. Addison ya está allí. Cogeré un libro de mi habitación,
y podremos leer historias.
Hago lo que ella dice con una amplia sonrisa en mi rostro, mis pies
descalzos casi sin sonido en el mármol, y terminan en la cocina donde no hay
nadie a la vista.
Enciendo la luz, temblando en la oscuridad, y me siento en una silla,
esperando a las chicas, preguntándome dónde están.
Solo para que el personal me encontrara, porque las dos chicas corrieron
hacia mi abuela y le dijeron que me oyeron salir de la habitación.
Me castigaron con el bastón, no se me permitió comer nada más que sopa
durante una semana, y tuve que dormir en el suelo de la cocina tres noches
seguidas sin una manta. Tuve neumonía poco después.
Aprendí muchas lecciones en ese entonces.
Uno de ellos es nunca, nunca confiar en mis hermanastras.
—Es hilarante —digo, tragando el sabor amargo en mi garganta de
los recuerdos con champán.
Addison arrebata una fresa del camarero que pasa, preguntando
distraídamente:
—¿Qué es hilarante?
—Tu mierda.
Ella sacude la cabeza hacia mí, mientras Ava entrecierra los ojos, la
ira marcando sus facciones.
—Pequeña perra —grita Ava, dando un paso hacia mí, y Addison
le agarra su codo, calmando sus movimientos.
—No, Ava, la abuela se enojará. —Addison me envía una
advertencia, moviéndose incómodamente con el miedo cubriendo su
tono.
Ah, no es tan valiente ahora, ¿verdad?
—¿Pensé que era una vieja perra?
—Tú… —Todo lo que ella quiere decir muere en sus labios, cuando
las puertas dobles se abren con fuerza, el fuerte golpeteo de los
zapatos rebotando en las paredes, mientras que la energía a nuestro
alrededor cambia tan rápidamente que es como si el aire se hubiera
sobrecargado.
Un escalofrío corre por mi espina dorsal, y algo invisible se desliza
por mi piel, dejando huellas ardientes por todas partes, despertando
cada vello de mi cuerpo. Con la confusión viajando a través de mí, me
giro para hacer frente a los invitados inesperados para los que incluso
la música cambió a una melodía diferente, como si los saludara.
Los cuatro hombres desfilan en el interior, en perfecta sincronía
unos con otros, vistiendo trajes negros junto con un aura de dominio y
poder total, y la palabra caos viene a la mente como si destruyeran
todo lo que tocan. Todos son altos, probablemente cada uno de ellos
mide un metro ochenta, lo que solo se suma a su presencia casi
insoportable.
Aunque ahí es donde terminan sus similitudes y comienzan las
diferencias.
Los estudio de izquierda a derecha, empezando por el último
hombre.
Su cabello castaño cae por debajo de sus orejas, sus ojos oscuros
estudiando sutilmente todo lo que lo rodea, pero no lo adivinarías si
no le prestaras suficiente atención. Su cuerpo musculoso parece casi
fuera de lugar en un traje, recordando a todos que vino de los harapos,
y lo que sea que tenga, lo consiguió con sangre y sudor.
Y la ayuda de sus amigos, por supuesto.
Remi Reyes.
Cambiando mi atención al siguiente, parpadeo al ver cómo la
mitad de su cabeza está afeitada y el resto le cae sobre un lado de su
cara, cubriendo la furiosa cicatriz en su mejilla. Su fría mirada tiene el
poder de despertar a los muertos para hacer lo que él dice. Un bárbaro
atrapado en un traje cuyo cuerpo desgarrado está listo para salir de él
en cualquier momento.
Un hijastro de un magnate del petróleo que, según los rumores, lo
odiaba con pasión y le hizo la cicatriz que todos evitan ver.
Octavius Reed.
Deslizo mi mirada hacia el siguiente, uno de los hombres más
guapos que he visto, su cabello rubio brillando bajo la luz, y sus
brillantes ojos verdes me hacen pensar en la más clara de las
esmeraldas. En comparación con la mayoría de ellos, él está en el lado
más delgado, la ropa y la atmósfera le encaja como un guante,
mientras que la sonrisa malvada en su boca podría encantar a
cualquier mujer dispuesta a quitarse las bragas en tiempo récord.
Después de todo, sus costumbres de prostituto son legendarias.
Perteneciente a la exclusiva dinastía de los joyeros cuyas piezas se
exhiben por todo el mundo y cuestan una fortuna, es considerado uno
de los raros que consiguió el talento de su bisabuelo.
Florian Price.
Finalmente, jadeando interiormente para respirar, muevo mis ojos
al último hombre, ya sabiendo cómo mi corazón acelerará su latido en
el momento en que su completa belleza masculina aparezca a la vista.
Después de todo, siempre tengo esta reacción por las diversas fotos
que he visto de él en las revistas, así que en la vida real no debería ser
diferente.
Excepto que no es nada para lo que pudiera haberme preparado.
El aire se engancha en mi garganta al recibir un impacto tan fuerte
de su presencia que apenas puedo mantenerme erguida, pero aun así
pego mi mirada a él, sin perderme ningún pequeño detalle de él.
Su cabello oscuro acentúa su piel bronceada y enfatiza los altos
pómulos que no hacen más que llamar la atención sobre la perfecta
simetría que es su cara.
Su boca de labios carnosos se curva en una sonrisa, sin embargo, en
comparación con la de Florian, casi sirve como una advertencia para
que quien quiera acercarse esté preparado para enfrentar el resultado
de su decisión.
La camisa blanca debajo de su traje negro tiene varios botones
superiores abiertos, mostrando los tatuajes en su cuello y pecho,
mientras que su cuerpo musculoso pero delgado casi tienta a cualquier
mujer en las proximidades para descubrir lo que se esconde detrás de
la V de su escote.
Todo sobre él es impresionante, desde su carisma oscuro y
magnífico hasta la peligrosa energía que lo rodea dondequiera que
vaya, prometiendo una vida llena de secretos que nunca compartirá
con nadie.
Sin embargo, la parte más penetrante de su mirada son sus ojos
azules como el océano que son tan hermosos que me pregunto si está
usando lentes de contacto, porque nunca he visto un color tan puro en
nadie.
Sus ojos exploran el espacio para ver algo, y parte de mí casi desea
estar en el extremo receptor de su mirada, imaginando lo que se siente
cuando eres el centro de su atención.
¿Tienen promesas malvadas como todas sus fotos?
¿O tienen furia en ellos, tan ardiente que uno debe dar un paso
atrás para no quemarse?
He coleccionado tantas fotos de él, queriendo recrear su belleza en
mis estatuas pero siempre fallando, porque solo Dios mismo podría
haberlo hecho.
Santiago Cortez.
El hombre de mis sueños, si tan solo me atreviera a soñar con él.
Tres herederos de diferentes tronos y un rey hecho a sí mismo.
Cada uno poderoso por su cuenta, sin embargo su verdadera
fuerza reside en su unidad, ya que su valor combinado les permite ser
invencibles ante cualquier cosa.
Hombres para quienes las reglas y el orden no existen, porque los
aplastan bajo sus pulgares.
La vida es un juego sin fin, mientras que las mujeres no son más
que cuerpos intercambiables.
Dicen que no hay mujer viva que pueda resistirse a ellos o un
hombre que no se incline ante ellos.
Cada uno de ellos tiene un tatuaje en su clavícula que los
miembros de la prensa han visto, escribiendo artículos enteros sobre
él, especulando lo que podría significar, pero sin encontrar nunca una
respuesta.
En el caos prosperamos.
Los Cuatro Jinetes Oscuros.
Encuentro el objeto de mi búsqueda que se destaca de las otras dos
hermanas como una piedra preciosa costosa aún no tallada entre las
rocas.
Mírame poniéndome todo poético.
Sus pesados mechones marrones, que caen en cascada hacia la
parte baja de la espalda se mantienen en su lugar por un apretado clip
en un lado de su cabeza, aunque hace poco para contener la locura que
contrasta con su piel pálida a través de la cual cada vena de su cuerpo
es visible.
Especialmente su fuerte pulso.
Mi primer instinto debería ser imaginar sangre goteando
lentamente de ella, dejando moretones en la pálida perfección,
mostrando mi trabajo en toda su gloria.
En su lugar, quiero rozar mi cuchillo a lo largo de ella y ver como
se le pone la piel de gallina de miedo. Las imágenes eróticas destellan
y llenan mi mente con dos de las cosas en este mundo que me dan
placer.
El vestido plateado la abraza con fuerza, resaltando ante el mundo
cada curva y cada hueco de su cuerpo, desde sus pechos llenos a la
cintura estrecha y caderas anchas capaces de acunar un hombre entre
ellos mientras se pierde en su cuerpo.
Acúname.
Una ira y una posesividad desconocidas hierven mi sangre cuando
pienso en alguien más tocando a esta hermosa criatura que nunca
debería haber sido arrojada al infierno. Estas reacciones exigen que la
marque de una manera que no deje duda que me pertenece. Las
emociones son tan extrañas para mí que casi no las reconozco y me río
en voz baja, encontrando la reacción divertida.
Debería haber esperado eso. Incluso cuando era niño, nunca
compartí, así que ¿por qué iba a ser diferente?
Después de todo, ella es mi juguete más querido por el momento, o
debería decir llenando temporalmente el lugar hasta que consiga lo
que realmente quiero.
Sus misteriosos ojos me miran con curiosidad, atrayendo la
atención a su belleza, sus diferentes colores de verde y gris tan vívidos
en su rostro que uno no sabe en cuál debe centrarse más.
Para algunos, son espeluznantes, ¿pero para mí?
Nunca he visto nada más impresionante, y me pregunto cómo se
verán cuando pase mi lengua por toda ella, enseñándole todas las
formas en que un cuerpo humano puede experimentar placer y aún
anhelar más. ¿Se encenderán con fuego y deseo o se convertirán en los
colores de las piedras derretidas?
Mujer hermosa.
Ninguno de estos pensamientos había cruzado mi mente hasta que
mi mirada aterrizó sobre ella.
¿Qué coño pasa cuando el cazador empieza a querer el cebo tanto
como lo hace la presa?
Capítulo Seis
La gente dice que hay que tener cuidado con lo que se desea porque podría
hacerse realidad.
Tienen razón.
-Briseis

DE LOS DIARIOS DE FLORA


DIEZ DE DICIEMBRE.

¿Puede una persona morir de felicidad llenando su corazón hasta el


borde?
¿Puede tener miedo que se rompa?
Esa es la pregunta que me hago cada día desde aquella fatídica noche en el
jardín de Howard.
Al día siguiente de nuestro primer beso, encontré a mi padre haciendo un
trato con él, lo que significa que Howard sería un invitado en nuestra casa a
menudo.
No hace falta decir, que desde entonces nos besamos a escondidas; siempre
que pasa por aquí, encontramos tiempo para el otro, e incluso pagó a una de
las criadas para que guardara nuestro secreto cuando nos pilló.
Me promete que un día estaremos juntos, porque, para él, también fue
amor a primera vista.
Incluso papá está de buen humor; también le gusta su compañía.
Sin embargo, hay una cosa que me pone nerviosa.
Papá planea irse de viaje de negocios dentro de unas semanas, y esta vez
me quedaré sola con las criadas de la casa. Normalmente, me arrastra con él,
alegando que estoy protegida en su compañía.
Sin embargo, Howard lo convenció que puede vigilarme, y desde entonces
me sonrojo.
Sé lo que quiere, sus manos se vuelven más atrevidas con cada encuentro
mientras me enseña cosas nuevas y me susurra cosas muy ruborizantes.
No sé si estoy preparada para más, pero lo quiero mucho.
Sin embargo, odio esconderme; puede que mi padre no sea perfecto, pero es
un buen hombre. Mentirle está mal. Howard prometió armarse de valor para
hablar con él sobre nuestra relación.
Todo lo que tiene que hacer es pedirme que me case con él, y lo seguiré a
todas partes. Papá aceptará el matrimonio a tiempo. La única razón por la que
se opuso a la unión de Matilda fue porque el músico se negó a ponerle un
anillo en el dedo en ese momento.
Howard es diferente.
Él encontrará una manera para que estemos juntos. Confío tanto en él.
Apartando forzosamente mi mirada de Santiago, sin querer que mi
corazón se aplaste cuando sus orbes azules se posen en alguna belleza
a la que nunca podría llegar, pongo mi vaso vacío sobre la mesa
cercana, tragando saliva, y vuelvo a esbozar una sonrisa.
—Los cuatro oscuros han llegado. ¿Puedes creer esto? —La voz de
Addison se llena de emoción, y por el rabillo del ojo, veo cómo ajusta
su vestido y su cabello—. Rara vez honran tales fiestas con su
presencia a menos que una de sus familias sea la anfitriona.
Ava resopla.
—A menos que tengan una buena razón para hacerlo. —A pesar de
sus duras palabras, su tono implica que está tan enamorada de ellos
como el resto de la población femenina.
—¿Crees que vinieron por nosotras?
—La abuela dijo que tiene una sorpresa. Además, ha estado
eligiendo candidatos perfectos para nosotras por un tiempo.
¿Candidatos?
¿Para el matrimonio?
En nuestra sociedad, los matrimonios de conveniencia son una
práctica estándar, donde el dinero se casa por dinero para asegurar
alianzas entre las familias. Sin embargo, en la mayoría de los casos, las
partes involucradas se conocen entre sí sin la presión de sus familias,
instándoles a elegir a alguien.
A nadie le importa con quién te casas mientras tengan la fortuna de
expandir el apellido, en lugar de ensuciarlo. Sin embargo, parece que
la abuela ya ha hablado con los cuatro oscuros, y uno de ellos ha
acordado casarse con la familia.
¿Puede ser eso cierto?
Ajenas a mi conmoción, siguen hablando.
—¡No puedo creer que la abuela se las haya arreglado para
conseguirnos uno de ellos! —Ava aplaude—. Addison, creo que nos
escuchó cuando hablamos maravillas de ellos. —Sus cejas se surcan—.
¿Cuáles están aquí para nuestras manos?
—Mientras sea uno de ellos, no me importa. —Addison se detiene
un segundo y luego agrega—. Lo retiro. Espero que ninguna de las
dos se quede con Octavius. No se verá bien en las fotos de la boda.
Resistiendo las ganas de golpearla con algo por semejante
comentario, agarro una botella de agua y abro la tapa, necesitando
tener algo frío en mi boca para que pueda castigarme en el presente y
sacarme de mis pensamientos idiotas.
¿Por qué me importa esto de todos modos?
Santiago siempre ha estado fuera de mi alcance, ¿y qué si
últimamente he soñado demasiado con él?
Él no es responsable del enamoramiento que he albergado por él en
los últimos años, esperando noticias raras sobre él como si yo fuera
una adicta en busca de su próxima dosis.
Todo el pensamiento racional no detiene la ira irracional que
hierve mi sangre y la decepción que se desliza a través de mí al pensar
que Santiago quiere a una de mis medias hermanas.
De alguna manera, en mis sueños, nunca ha sido tan vanidoso y...
bueno, hiriente conmigo. Lo que prueba que no tenía por qué
enamorarme de él en primer lugar, ya que es el mismo tipo de imbécil
que todos los demás.
Sin mencionar que es diez años mayor que yo.
¡Felicidades! Oficialmente has perdido la cabeza, Briseis.
—Oh Dios mío. Santiago viene hacia nosotras. —Addison sacude el
brazo de Ava.
—Gracias a Dios —responde mi otra hermana, y muevo los ojos,
riéndome en voz baja por esta sorpresa “increíble” que el destino ha
decidido concederme. Pongo la botella de nuevo en la mesa y tomo
una de las fresas de la taza, mordiéndola sin importarme que me gotee
por todo el vestido.
Para eso estoy aquí, ¿verdad? Actúa educadamente, mantén la
boca cerrada y dale a la abuela lo que ella quiere. Una imagen de la
familia perfecta, aunque esté podrida y asquerosa de adentro hacia
afuera.
La banda elige este momento para reanudar su música, la melodía
suave es ideal si uno quiere participar en un baile lento. Escojo otra
fresa, ignorando el rápido latido de mi corazón cuando los pasos
resuenan detrás de mí y el calor me rodea de golpe.
Que locura, una persona no debe reaccionar tanto a alguien sin
siquiera conocerlo. Quizás yo también soy un poco vanidosa, ya que
tengo emociones muy fuertes por él solo por su belleza.
—¿Te gustaría bailar? —Su voz profunda y ronca me toca como la
mejor de las sedas, y mi pulso traicionero se acelera.
¿Cómo puede ser tan tentadora una maldita voz como para que
me vengan a la mente imágenes de mí tumbada debajo de él en la
cama, llenándola con mis oscuros y seductores deseos y cosas que no
tienen lugar en mi vida?
Me meto la fresa en la boca, necesitando hincar los dientes en algo
o podría gritar, preguntándome a cuál de las hermanas le ofreció este
baile. De espaldas a él, no oigo nada más que el silencio que sigue a su
petición.
—¿Te gustaría bailar? —repite su pregunta, y mis cejas se surcan
ante el extraño comportamiento de mis hermanas.
¿Se tragaron la lengua de la felicidad? ¿Por qué no están
aprovechando esta oportunidad, luchando por una oportunidad para
enganchar al soltero más elegible en su pequeño mundo?
—Briseis.
Me congelo cuando mi nombre se desliza más allá de sus labios,
sonando pecaminoso de alguna manera viniendo de su boca,
sosteniendo promesas por mi nombre de las que no soy consciente.
Lentamente me doy la vuelta, nuestras miradas chocan, y el aire se
engancha en mi garganta cuando su belleza masculina está tan cerca
de mí, junto con su presencia masculina que me envuelve en una
neblina seductora.
Y sus piscinas de zafiro.
Completamente centrado en mí, su mirada es tan dura. No me deja
ninguna duda que soy el centro de su atención, ya que su mirada se
llena de aprecio seguida de una frialdad que contrasta con el fuego
ardiente de sus orbes, casi quemándome de pies a cabeza con su
intensidad.
Sus ojos me prometen pasión y retribución al mismo tiempo, lo que
aumenta mi confusión general.
¿Cómo puede ser posible tal combinación?
Sacudiendo mi cabeza por la niebla en la que me ha aprisionado,
me quejo interiormente de mi estúpido silencio. Me olvido de todo y
de todos en su presencia, lo que solo prueba que mi obsesión con él
roza la locura.
Extiende su palma abierta hacia mí, sosteniéndola en el aire entre
nosotros cuando repite, una vez más para mi asombro:
—¿Te gustaría bailar conmigo?
Aturdida por su petición, me quedo boquiabierta ante él mientras
mi corazón hace miles de saltos mortales dentro de mi pecho, y por un
segundo, la felicidad se precipita a través de mí, despertando cada
vello de mi cuerpo ante la perspectiva de bailar con él.
Sentir bajo mis manos sus músculos perfectamente tallados que he
visto en las fotos, sus brazos envolviéndome mientras llego a conocer
lo que es ser una de las mujeres en las que Santiago Cortez se interesa.
Por una vez, no seré la simple Briseis en el vestido feo que nadie
escoge en esta sociedad rica.
Para ser la que elija entre todos los demás en esta fiesta mientras
toda la élite nos observa y...
Los furiosos ojos que se encuentran con los míos sobre su hombro
instantáneamente me sacan de mis sueños, llevándome de vuelta al
presente, donde no hay cuento de hadas para mí.
A pesar que la última vez que aterrizaron en mí fue hace diez años,
todavía recuerdo lo que significa su peligroso destello.
Un movimiento en falso y el sótano me espera al final de la noche
con algunas palizas en el medio.
Mi padre está de pie varios metros detrás de Santiago, y su postura
se mantiene indiferente mientras guiña un ojo a uno de sus viejos
amigos que pasa, pero todavía me envía la mirada de advertencia.
No te atrevas a estar de acuerdo.
Bien podría haber dicho esas palabras en voz alta.
Mi abuela se une a él, moviendo sutilmente la cabeza hacia mí, y
hace movimientos con la barbilla hacia mis hermanas, indicándome
que debería hacer lo que esperaba y darles la oportunidad de encantar
a un heredero de Cortez.
Cambiando mi atención de nuevo a Santiago, que me mira con
extrañeza, aprieto y finalmente respondo a través de mi garganta seca:
—Gracias. No sé bailar. —La mentira pasa por mis labios con
facilidad, y así no lo insulto por su generosa oferta. Aunque la idea
que alguien de los cuatro oscuros haga algo con su generosidad es
risible. Su egoísmo dicta su propia acción—. Mis hermanas son
grandes bailarinas. —Me lanzo hacia la terraza, queriendo escapar de
este lugar antes que él me escuche y el aire mismo me sofoca con el
odio de mi familia hacia mí.
Pronto. Pronto, seré libre.
Ni siquiera doy dos pasos antes que me agarre y me lleve al centro
de la pista de baile. Me aprieta contra él ante mi fuerte jadeo. Una de
sus manos cae sobre mi cadera, sus dedos clavándose en mi piel
mientras la otra se envuelve alrededor de mi mano, apretándola en su
palma.
—No es una respuesta que acepto, querida. Te enseñaré cualquier
cosa que no sepas. —La promesa fornida me llena las entrañas, y él
empieza a bailar, murmurando en mi oído—. Estamos bailando un
vals. Yo avanzo y tú das un paso atrás. Una y otra vez. Relaja tu
espalda —ordena y se balancea en la pista de baile, moviéndose sin
problemas sobre ella mientras me arrastra con él.
Nuestros movimientos se ajustan a la música, sus manos me
sostienen en sus brazos mientras nos hace flotar antes de empujarme
hacia un lado, donde apenas tengo tiempo de agarrar las puntas de
sus dedos antes que me atraiga de nuevo hacia él, girándonos.
Su olor llena mis pulmones, su cuerpo duro que sirve como un
escudo protector de todos los demás mientras mis ojos se mantienen
fijos en los suyos para crear una ilusión de nuestro aislamiento del
mundo exterior.
En este momento, solo él existe para mí, y cuando me presiona una
vez más contra su pecho, moviéndonos tranquilamente en el suelo,
trago saliva, mis uñas clavadas en su hombro, aferrándome a él en
esos asaltos de emoción que inspira en mí.
Inclinándose hacia mi oído, siento su aliento caliente en mi piel
antes que susurre:
—Mentirosa.
Me olvidé por completo de la mentira de mis habilidades de baile,
y mis mejillas arden de vergüenza, sin embargo, su control sobre mí
no se afloja. En cambio, me agarra aún más fuerte, casi sin dejar
espacio entre nuestros cuerpos, lo que es escandaloso en las
circunstancias actuales.
El vals no es un baile de pasión, sino de suave interés que inspira a
la gente a conocerse mejor y da la oportunidad de hablar.
O al menos eso es lo que la profesora de baile que la abuela
contrató para nosotras predicó. Insistió en que cada chica de la
sociedad debe saber cómo manejar el vals, porque es nuestro boleto a
un buen matrimonio.
La música todavía fluye a nuestro alrededor, los músicos tocando
acordes altos con sus instrumentos que conducen a la conclusión
épica, y trago saliva, antes de murmurar:
—Lo siento. —No estoy segura de cuál era su propósito
invitándome a bailar, pero aun así no merecía mi mentira o rechazo.
La sorpresa parpadea en sus piscinas azules, rápidamente
reemplazada por una ira tan feroz que me enfría la sangre, sus ojos
volviéndose aún más azules. Me hace girar de nuevo hacia un lado, sin
dejarme examinar más su expresión, me balanceo tan fuerte que casi
pierdo el equilibrio, pero me atrapa a tiempo, una vez más me levanta
en sus brazos, nos gira y me coloca de nuevo en el suelo justo a tiempo
con el último acorde del violín.
Da un paso atrás, mi cuerpo pierde su calor instantáneamente, y
pone sus labios en mi mano levantada. La sensación de su suave boca
envía temblores a través de mí, la piel que besó ardiendo, y sonríe,
aunque no llega a sus orbes.
No, se mantienen fríos, haciendo que parezca que soy un oponente
que planea destruir de la manera más cruel.
—Gracias, Briseis. —Me suelta, y solo entonces me doy cuenta de
cómo todos en la sala nos miran con asombro e incredulidad, las
mujeres lanzando dagas hacia mi manera mientras los hombres
parpadean confundidos, sin entender por qué Santiago se molestó en
bailar conmigo.
El resto de los cuatro oscuros están de pie en un círculo bebiendo
whisky mientras nos observan con aburrimiento, sin prestar atención a
las tres mujeres que se deshacen en halagos.
Las caras de mi familia casi hierven de ira, aunque lo cubren con
sonrisas, porque Dios no quiera que muestren su disgusto a un Cortez.
La mortificación viaja a través de mí ante la perspectiva de
enfrentar su ira cuando estaba tan cerca de finalmente ganar mi
libertad, y casi salto en su lugar cuando la voz de Santiago le devuelve
mi atención.
—No me mientas de nuevo. —Con esta última orden de no mentirle
de nuevo, se dirige hacia la salida, la gente se separa para darle
espacio mientras los otros cuatro oscuros lo siguen, el pesado golpeteo
de sus zapatos de cuero los únicos sonidos meciéndose de las paredes
hasta que las puertas dobles se cierran detrás de ellos.
Se han ido, y como siempre, no dejan más que caos a su paso.
—La cena está lista —anuncia alegremente Clare, señalando con su
mano cubierta de guantes hacia el comedor—. Por favor, todos, tomen
asiento. —Los invitados cumplen con su petición, claramente
perdiendo interés en mí. Papá me agarra el codo, sus dedos
prácticamente aplastando mi hueso bajo su agarre, y lloriqueo de
dolor, trayendo algunas miradas hacia nosotros, así que reúno una
sonrisa.
—Silencio. —Aprieta los dientes y me arrastra al pasillo que lleva a
su oficina, donde me arroja dentro.
Me tropiezo un poco, atrapando el respaldo de la silla a tiempo
antes de caer, y la puerta se cierra tan fuerte que las paredes vibran.
—Papá —digo cuando se me acerca—. Estoy tan feliz… —La dura
bofetada en mi mejilla me envía volando al suelo, mi piel ardiendo por
el golpe y mis ojos llorosos. El dolor instantáneo viaja por todo mi
cuero cabelludo, mis sienes palpitando, y por un segundo, ni siquiera
oigo nada aparte del zumbido afilado en mi oído.
—Un día. Un puto día. Eso es todo lo que necesitas para
recordarme por qué desprecio tu mera existencia. —Mis ojos se
arrugan ante sus duras palabras, mi corazón se aprieta y mis
pulmones arden por falta de oxígeno—. Santiago Cortez no fue
invitado a esta noche por ti. —Frotando mi mejilla y haciendo una
mueca cuando el más pequeño de los toques me trae dolor, poco a
poco me levanto ante continuo desprecio—. Aprende tu lugar, Briseis.
No eres nada en esta casa y nunca lo serás. Un error más como este, y
yo…
—¿Qué harás, Padre? —le pregunto, levantando mi barbilla y
encontrando su mirada sorprendida—. ¿Qué vas a hacer? —El
músculo de su mandíbula titila cuando me acerco—. ¿Qué puede
hacer un cobarde como tú?
Tira de su codo hacia atrás, listo para darme otro golpe, pero
agarro su mano en el aire, envolviendo la mía firmemente alrededor
de su muñeca y retorciéndola hasta que jadea antes de empujarlo hacia
atrás. Se estrella sobre la mesa, esparciendo varios bolígrafos y papeles
en el suelo y debajo de los muebles.
El shock, la incredulidad y la ira brillan en su cara, cambiando uno
tras otro rápidamente, porque probablemente no sabe en qué emoción
enfocarse para desatarlo completamente en mí.
Verlo indefenso así me hace agradecer todas las clases de
autodefensa que tomé en Grecia, desde que decidí volver a casa.
Estaba dispuesta a darles una oportunidad, incluso a mi abusivo
padre. Mi ingenuidad no borró mi sentido común, y aprender a
protegerme era la habilidad número uno que necesitaba entre los
monstruos.
—No vuelvas a golpearme, Padre… —La frialdad de mi voz es tan
escalofriante que tiene el poder de congelar incluso el fuego—… o te
romperé la mano. —Una extraña emoción corre por mis venas cuando
veo el miedo cruzando sus rasgos antes que lo enmascare con rabia,
las emociones alimentando alguna parte oculta dentro de mí, que
siempre asomaba la cabeza cada vez que escuchaba o veía historias
sobre personas que fueron torturadas por los actos despreciables que
habían hecho en el pasado.
Padre finalmente encuentra su voz y sacude la cabeza.
—Fuera de mi casa. ¿Me oyes? ¡Lárgate de mi casa!
Me río, poniendo un freno a todas las buenas emociones que he
sentido hacia mi familia, porque ninguno de ellos se lo merece, y me
arañan la lengua.
—No, Padre. Tenemos un acuerdo con la abuela. Ella dirige este
lugar, por si lo olvidaste. —Muevo mi dedo en el aire y le guiño un
ojo, dando la bienvenida al hielo que viaja por mis venas y cubre mi
corazón, creando una manta protectora sobre él que nada será capaz
de romper. Me encargaré personalmente de eso—. Ambos sabemos
que no decides nada por aquí. Tal vez por eso tienes que golpear a las
mujeres para sentirte como un hombre. —Suspiro pesadamente—.
Una pena realmente. Me pregunto cómo va a ir tu campana política si
la prensa ve esto. —Señalo mi mejilla, y su cara se enrojece. Lucha por
respirar y se tira de la corbata, aflojándola—. Así que sé amable,
Padre. De otro modo, la querida abuela podría repudiarte más rápido
que yo. —No le importaría que él me golpeara, pero ¿que yo lo hiciera
público?
Oh, incluso podría tener un derrame cerebral.
El chantaje es un arma poderosa. Podría conseguir lo que quiero
más rápido de lo que pensaba a este ritmo.
Jugar limpio nunca ayudó a nadie de todos modos. Cuando estés
en el infierno, juega con el diablo según sus reglas, ¿verdad?
Dando vueltas, me acerco a la puerta, pero sus palabras detienen
mis movimientos.
—Te pareces a ella. La viva imagen de Flora. —Pongo mi palma
extendida en la puerta, me giro hacia él mientras me observa, con
tristeza en su mirada, y algo parecido al arrepentimiento
En todos estos años, nunca me ha mencionado a mi madre, así que
no puedo mover mis piernas. En cambio, me quedo esperando a que él
se explaye, absorbiendo cualquier información que pueda sobre ella.
—Ella era un soplo de aire fresco en mi vida. Hermosa, amable,
amorosa. —Mis ojos se abren ante su suave voz; escucharlo casi me
hace creer que amaba a mi madre—. Flora... mi salvaje y floreciente
rosa. —Toda la dulzura se ha ido cuando su risa amarga se balancea
entre nosotros—. Me la quitaste. Tu existencia nos destruyó. —Un
latido y luego—: Y ahora mismo, has demostrado lo mucho que eres
de él. —Mis cejas se fruncen en confusión; ¿a quién se refiere con él de
todos modos?—. Sal de mi oficina, Briseis.
Haciendo caso omiso de su mandato, me paro junto a la puerta,
con los pies pegados al suelo hasta que encuentro el valor de hacer la
pregunta que me ha perseguido durante tantos años que he perdido la
cuenta.
Y tal vez con su respuesta, finalmente encontraré mi paz.
—¿Mamá... mamá... —Respiro profundamente y exhalo, mis
manos cerrándose en un puño—. ¿Mi madre me amaba?
Segundos, minutos, o tal vez las horas pasan mientras nos miramos
el uno al otro, mi corazón late tan fuerte que tengo miedo de hacer un
movimiento para no estropear este momento, sabiendo que
probablemente no tendré la oportunidad de preguntar nunca más. Ni
siquiera estoy segura de por qué compartió lo poco que acaba de
hacer.
—Estaba en su naturaleza ser amorosa, sin importar la mierda que
le hicieran. Su capacidad de amar me asombra hasta el día de hoy. —
Su risa entrelazada con la derrota y el odio a sí mismo hace eco a
través del espacio—. Aunque lo intentara, ella nunca pudo amarte de
verdad.
Un dolor que no se parece a nada que haya sentido antes me
atraviesa el pecho con la afilada flecha de sus palabras y es tan rápido
que me olvido de respirar por un momento. Miles de golpes físicos
que me ha dado mi familia no se pueden comparar con este; este dolor
casi me manda a arrodillarme y llorar ante la cruda verdad de mi vida.
Donde incluso mi madre nunca me amó o quiso, probablemente
detestándome por arruinar su relación.
—Gracias por tu respuesta —respondo como en un trance, antes de
torcer la perilla y salir, caminando entumecida hacia arriba, ignorando
a Lenora que llama mi nombre, ya que el único sonido que se registra
en mis oídos es el clic de mis zapatos en el mármol pulido.
Una vez dentro de la habitación, me siento en el borde de la cama,
arrebato una de las almohadas, envuelvo mis brazos alrededor de ella,
y entierro mi rostro en ella, gritando tan fuerte que mi garganta dolerá
durante días.
Cuando creces rodeada de gente a la que no le importa una mierda
tu dolor, aprendes a ocultarlo en tu habitación y desatarlo en los
objetos sin vida que nunca te delatarán con nadie.
Mis gritos se transforman gradualmente en sollozos, gemidos y
respiración pesada.
Sostengo la almohada hasta que absorbe mis últimas lágrimas y
estoy lista para enfrentar al mundo de nuevo, con mi armadura
intacta, anticipándome a la batalla que me espera.
Aquiles solía decir que es mejor morir en buena compañía que
vivir en la mala.
Extrañamente, creo que esta lógica también se puede aplicar al
amor.
Es mejor no amar a nadie que amar a los que no lo merecen.
Octavius estaciona el coche delante del club, y salgo antes que
apague el motor, el portero me saluda con un asentimiento mientras
quita la cuerda roja que bloquea mi entrada.
Dentro, camino por el estrecho pasillo que conduce a la recepción
con Samantha, nuestra anfitriona, sonriéndonos alegremente y
sosteniendo dos menús, pero su sonrisa rápidamente muere cuando se
da cuenta que soy yo.
—Santiago…
Mi mano levantada detiene cualquier otra cosa que tenga que
decir, porque no estoy de humor para escuchar ninguna actualización
en este momento.
Ella mira por encima de mi hombro, los pesados pasos golpeando
el suelo indicando que el resto de los cuatro oscuros me siguieron,
queriendo una explicación para esta noche.
Somos la unidad irrompible que destruye todo a su paso; sin
embargo, no operamos con secretos, y esta noche, entraron a ciegas.
Un precio que tendré que pagar más tarde, ya que todos ellos son
unos hijos de puta malvados dispuestos a cobrar deudas.
Al igual que yo.
Empujo a las puertas dobles prácticamente vibrando por la música,
y en el momento en que se abren, el olor del alcohol y los cigarrillos
me envuelven, junto con la música fuerte y el clic de los zapatos en el
parquet.
La gente se pierde en la pista de baile, frotándose entre sí, y
algunos incluso se involucran en pesadas sesiones de besos que
podrían transformarse fácilmente en follar en una esquina.
No es que nos importe una mierda, siempre y cuando paguen el
alto precio para venir aquí. El caos y la muerte son dos cosas en las
que prosperamos, así que ¿cómo podemos juzgar a otros que
participan en él?
Conocen las reglas y las siguen; de lo contrario, están muertos.
No damos segundas oportunidades.
Por costumbre, escaneo el lugar, asegurándome que todo está
funcionando sin problemas y no requiere nuestra interferencia, porque
nuestra reunión tomará un tiempo. Nuestro club es considerado uno
de los establecimientos más lujosos del país, con los huéspedes
pidiendo entrar en nuestra lista de espera que es una milla de largo,
mucho menos en el interior.
Ni una sola persona entró aquí por casualidad; la lista de invitados
siempre se revisa cuidadosamente para que sepamos con quién
estamos tratando y lo que nos pueden ofrecer si venimos a cobrar.
¿Cuál es el punto de poseer el club si no puedes chantajear a
algunas personas con sus acciones en él?
Aunque elegimos mujeres hermosas de vez en cuando para tener
sangre fresca para todos aquellos dispuestos a jugar, por lo general
Samantha las encuentra.
Cuanto más misterioso es el lugar, más demanda tiene entre la
sociedad que lo hace rentable, incluso si para nosotros no es más que
un juguete y una cubierta.
No nos importa este maldito club a pesar de las enormes
ganancias; es un cambio de bolsillo para gente como nosotros.
El lugar está decorado con colores plateados, rojos y negros que
representan a los jinetes, un toque agradable cortesía de Florian.
El bar se encuentra en la parte trasera, esquina derecha con cuatro
camareros ocupados preparando bebidas para todos, mientras que el
resto del personal navega fácilmente a través del club a las cabinas y
mesas en la esquina izquierda. Entregan pedidos de comida humeante
en platos de porcelana escogidos por Remi.
Cada uno de ellos lleva pantalones negros y camisas blancas con
botones.
Al elegir el diseño mobiliario, nos decantamos por unos sofás
redondos de cuero lo suficientemente cómodos para sentarse, junto
con mesas redondas y lámparas en ellos si alguien necesita hablar en
privado. Los VIP están en la segunda planta, que tiene varias
habitaciones insonorizadas con cámaras de vigilancia en caso que
surjan problemas y alguien pueda necesitar nuestra ayuda.
Cuatro jaulas cuelgan del techo con bailarines dentro usando ropa
provocativa, mostrando sus habilidades y flexibilidad al asombro de
todos los que miran. Los cristales en las lámparas de araña cambian en
la brisa del aire acondicionado, iluminando todo el espacio con luces
de colores.
Empujando a través de los cuerpos, pongo mi mirada en el pasillo
oscuro detrás de la barra que conduce al ascensor, que nos llevará
abajo. La planta de abajo tiene nuestra sala de reuniones y cojines
individuales siempre disponibles por si nos apetece.
No traemos a las mujeres a casa, demasiadas complicaciones. Lo
siguiente que sabes, es que empezarán a planear un futuro contigo, y
casi me río de esto.
Presionando el botón para el ascensor, me deslizo dentro y me doy
la vuelta para ver a los chicos que se me unen, permaneciendo en
silencio mientras bajamos hacía, la tensión aumenta entre todos
nosotros. Finalmente, salimos, yendo a la espaciosa sala de reuniones,
que tiene una enorme mesa redonda con cuatro sillas, un televisor
colgado en la pared, computadoras portátiles y cuatro tabletas.
Y una taza de oro justo en el centro de la mesa.
Octavius cierra la puerta detrás de nosotros, y todos nos sentamos
en nuestras sillas, los tres hombres mirándome mientras saco un
cigarrillo de mi bolsillo y agito el paquete a todos los demás.
Florian levanta la mano, se lo tiro y hago lo mismo con el
encendedor después de encender el mío.
—Empieza a hablar —ladra Octavius, y el cigarrillo se detiene a la
mitad de mi boca mientras la ira me llena la sangre.
—No eres el líder, Octavius, así que retrocede. —Aunque en
nuestro círculo les hacemos creer que lo es, para que pueda manejar
todas las negociaciones entre los diferentes territorios con asesinos en
serie. No somos un club de motociclistas con presidentes y ejecutores.
Cada uno de nosotros tiene el mismo poder en esta hermandad, y
por esta sola razón, hemos logrado ser parte de ella durante mucho
tiempo.
—Comenzaste una tormenta esta noche. Cuando llegue, nos
afectará a todos. Así que corta la mierda y habla. —Remi mira a su
reloj—. Preferiblemente antes, porque tengo mejores cosas que hacer
que pasar las noches contigo.
Apuesto a que sus "cosas mejores" incluyen acosar a su obsesión
una vez más; ha estado loco desde que la vio y no acepta un no por
respuesta.
—No vas a ir a Nueva York —dice Florian, echando humo y
señalando con el dedo a Remi—. Tengo que terminar un collar para
una subasta, y no estoy de humor para que me interrumpan para
salvarte el culo.
De alguna manera, entre todo este lío, todo el mundo ha llegado a
la conclusión, y por todos, quiero decir Lachlan, que Florian es el más
fácil entre nosotros, así que prefieren lidiar con él.
Hilarante como la mierda realmente, teniendo en cuenta las
acciones que hace en sus bayous bajo la luz de la luna, matando a la
gente de tal manera que incluso yo me estremezco.
—Jódete, Florian. No pedí ser salvado. Además, hago lo que me da
la puta gana.
—Cierto. Excepto que lo que quieres está en el territorio de
Lachlan, por no mencionar que es parte de su familia. Así que... —Me
desvío para joderlo porque sí y me río cuando gruñe.
Lachlan puede prohibirnos todo lo que quiera; no significa que
vayamos a escuchar o seguir sus órdenes.
Los Cuatro Jinetes Oscuros no escuchan a nadie más que a nosotros
mismos.
¿Y si alguien o algo se interpone en nuestro camino?
Lo destruimos hasta que tenemos lo que tanto anhelamos.
Sin embargo, Octavius ha tenido suficiente de esta mierda.
—Vamos a centrarnos en Santiago. Y tú —le dice a Remi—. Piensa
antes de actuar.
Consejo inútil, cuando Remi siempre actúa primero, pensando en
las consecuencias más tarde. Su naturaleza impulsiva nos metió en
muchos problemas en el pasado, y nada ha cambiado realmente desde
entonces.
—Estoy con Octavius en esto. Llamaste esta noche y nos dijiste que
fuéramos a la fiesta de Dawson. Bailaste con Briseis para que todos la
vieran. Y luego todos nos fuimos. Una especie de movimiento idiota
de nuestra parte. —Florian tamborilea con los dedos en el brazo de su
silla—. ¿Por qué tienes tanto interés en la chica Dawson?
—No estoy interesado en Briseis. Solo en lo que puedo conseguir a
través de ella. —Me levanto, yendo a un pequeño bar en una esquina
llena de nuestras bebidas favoritas y hielo. Sirviéndome un vaso de
tequila, añado—. Ella es la hija de Andreas.
Un silencio ensordecedor saluda mi declaración.
Me siento de nuevo en la silla, poniendo mis pies sobre la mesa
mientras muevo el vaso en mis manos, disfrutando de los cubos de
hielo tintineando unos contra otros y derritiéndose lentamente,
demostrando una vez más que incluso el material fuerte puede
romperse con el arma correcta.
—Los registros falsos muestran que Howard Dawson la adoptó,
aunque basado en información interna, ella es su hija biológica, al
menos todos en la familia piensan así. —Los tres me miran mientras
continúo con mi tono indiferente—. No hay registros de su madre, de
su vida pasada. Solo que un día un bebé terminó en su puerta con una
carta.
Una niña a la que han fallado tantas veces, exponiéndola a su duro
trato, porque su padre no podía cumplir sus votos matrimoniales.
El vaso en mis manos se rompe cuando aprieto fuerte, imaginando
a Howard en vez de eso, y la bestia dentro de mí quiere torturarlo de
la manera más agonizante por la pesadilla en la que convirtió la vida
de Briseis.
¿Apreciará que le corte las extremidades poco a poco, disfrutando
de los gritos de terror que salen de su boca mientras recojo su carne y
se la traigo, como un guerrero hace con sus trofeos?
Remi se aclara la garganta, sacándome de mis pensamientos
inaceptables, porque mi obsesión con Briseis nunca podría convertirse
en personal.
—¿Por qué crees que es la hija de Andreas, entonces?
—Un pajarito me lo dijo. —Decido no explayarme sobre el asunto.
A ninguno de nosotros nos importa lo que hacemos en nuestro tiempo
libre. No interferimos en nuestras torturas individuales, solo cuando
amenaza la unidad—. Todavía lo comprobaré, por supuesto, pero no
importa en el gran esquema de las cosas.
—¿Y eso por qué? —pregunta Florian.
—Andreas sabe o piensa que es su hija. —Cierro los ojos cuando
trago mi bebida, disfrutando del líquido ardiente que me trae el
malestar necesario y me saca de los recuerdos oscuros que siempre me
persiguen dondequiera que voy.
—Lo que significa que vendrá a recoger lo que es legítimamente
suyo —concluye Octavius y golpea su palma sobre la mesa, agitando
el tazón—. Maldita sea. —Se pasa los dedos por el cabello—. ¿Cuál es
tu plan?
—Antes de compartir algo con ustedes, necesito hacerles una
pregunta. —Todos se congelan, sus ojos se llenan de incredulidad, y
me encojo de hombros, siguiendo las putas reglas que establecimos
hace mucho tiempo en ese día lluvioso en la casa de Octavius cuando
nos conectamos por un asesinato a sangre fría.
Los Cuatro Jinetes Oscuros nacieron ese día, y junto con ellos
vinieron los votos y las reglas.
—Andreas es mi problema. Siempre ha sido mi problema. —
Aunque saben algunas piezas sobre él, no tienen ni idea del alcance de
lo que me pasó, y nunca voy a compartirlo. Nunca voy a volver a la
desesperanza y el terror que experimenté hace tantos años—. No
tienen que participar en esto. Se pondrá feo, desordenado y oscuro.
Todo lo que amamos podría ser destruido. No puedo ser razonable al
respecto. —En otras palabras, la locura se convertirá en mi segundo
nombre en la búsqueda de la captura de mi presa.
Operamos con unidad, creando un frente poderoso que nada
puede romper, y en esto, todos se mantienen alejados de nosotros.
Lo que significa que cualquier cosa pequeña puede sacudir la
unidad y llevar la caída a los cuatro involucrados, una de las razones
por las que hemos acordado votar sobre las decisiones.
Si un voto no está a favor de alguien, significa que uno de los
cuatro está por su cuenta y se ocupa de su situación por separado,
nunca poniendo en peligro a nadie más.
Sentado derecho y empujando mi vaso, retuerzo el anillo de zafiro
en mi dedo brillando en la dura luz y recuerdo el día en que Florian lo
hizo.
—¿Qué coño es esto? —pregunta Remi, recogiendo uno de los anillos con
una joya negra, examinándolo de cerca.
—Estos son nuestros anillos. —Florian nos da el resto, cada uno de ellos
tiene una piedra de color diferente en el centro que coincide con nuestros ojos,
mientras que la forma general y el platino que lo rodea es idéntico—. Con
esto, somos parte de los Cuatro Jinetes Oscuros, nuestra unidad.
—¿No es como una cosa de chicas? —Octavius pregunta, poniendo el
anillo en su mano. Curiosamente, todos se ven bien en nosotros, no se
destacan como accesorios innecesarios—. Voto por tatuajes a juego.
—Haremos eso también. —Remi nos muestra el diseño en su libreta junto
con la cita—. En el caos prosperamos.
—Eso es lo que nos hace sentir vivos —respondo, y todos nos reímos
mientras la oscuridad se asienta lentamente en nuestros corazones cuando el
significado completo de esto nos golpea.
Esos anillos siempre representarán una simple verdad.
Somos asesinos.
Al quitarme el anillo, lo tiro en la taza, donde suena fuerte, y
espero su decisión.
El reloj que cuelga en la pared hace tic tac, el único sonido que
llena la habitación, y me deslizo hacia abajo en la silla, descansando mi
cabeza en la parte posterior de la misma mientras mis ojos se cierran,
sin apurarlos.
Y sonrío cuando oigo tres sonajeros distintivos en la taza,
anunciándome su elección que nunca dudé en primer lugar.
Érase una vez, un grupo de chicos tomó una decisión.
Formar dos grupos de mejores amigos que serían capaces de
defenderse mutuamente si una pelea se produce entre los cuatro.
Y conectar entre sí con una hermandad.
Una hermandad que sellaría sus destinos juntos y la amistad que
nada sería capaz de romper.
Incluso la muerte.
Capítulo Siete
Aquiles consiguió a Briseis por la fuerza.
Ella era un botín de guerra, su posesión, su premio y recompensa.
Con el tiempo, ella llegó a amarlo.
O quizás aprendió a aceptar su destino en vez de soñar con lo imposible.
-Briseis

DE LOS DIARIOS DE FLORA


CINCO DE ENERO

Los sollozos sacuden todo mi cuerpo mientras escribo esta entrada, las
lágrimas cayendo gota a gota sobre el papel y lavando la tinta.
La felicidad ya no envuelve mi corazón. No, ahora la desesperación y la
agonía llenan cada arteria y el órgano me trae tanto dolor que quiero cortarlo
de mi pecho y tirarlo por la ventana.
Anoche, le di mi cuerpo y mi alma a mi Paris, y qué noche mágica fue... o
eso pensaba de todos modos.
Después de todo, le conté mis sueños sobre el matrimonio y tener a sus
hijos. Se tensó en mis brazos, pero no le presté atención.
Cuando casi me dormía, oí un teléfono sonar en la distancia.
Cuidadosamente se deslizó de debajo de mí, cogiéndolo en el quinto timbre, y
su áspera voz dijo:
—Clare, te dije que estoy en un viaje de negocios. Sí. Sí. Diles a las chicas
que papi las ama, y estaré en casa mañana.
Sin pensar, me senté mientras giraba, él en estado de shock por verme
despierta, y susurré:
—¿Papi? ¿Estar en casa mañana? —La comprensión de sus palabras me
golpeó, y trague saliva mientras él se recostó en la cama, abrazándome, las
lágrimas corrían por mis mejillas cuando todo se alineaba en mi cabeza.
Casado.
¡Está casado y tiene hijas!
Empujé sus brazos con tanta fuerza que probablemente lo lastimé, no es
que me importara en ese momento. Envolviendo la sábana a mí alrededor, me
puse de pie.
—Estás casado —seguí diciendo, poniéndome la ropa todo el tiempo que
él trató de suplicarme, y tal vez en su cabeza todos sus razonamientos
parecían legítimos, pero para mí, sin embargo…
Todos sonaban como excusas gigantes.
—Flora, escúchame. No es lo que piensas. No estoy con ella. No nos
queremos. —Solo sacudí mi cabeza, me puse mis zapatos, y corrí hacia la
puerta, solo para que me atrapara a mitad de camino, su mano rodeando mi
cintura y presionándome contra él—. Me quedo por las chicas —me susurró
al oído, meciéndome en sus brazos mientras me quedaba quieta en ellos. En
ese momento, todo el alcance de mi estupidez me golpeó tan fuerte que apreté
los ojos, esperando que todo fuera una pesadilla en lugar de mi horrible
realidad.
Puedo ser protegida, ingenua e inexperta cuando se trata de relaciones; sin
embargo, incluso yo sé que estas son las palabras que cada infiel utiliza para
justificar sus acciones y empañar la mente de una mujer con la que tiene una
aventura.
Finalmente, saliendo de mi shock, le di un rodillazo en las bolas, Matilda
me enseñó cómo hacerlo, y me escapé.
Y ahora estoy en mi habitación, escribiendo esto, así que nunca olvidaré ni
cambiaré de opinión sobre Paris.
No.
No puede ser mi Paris en las circunstancias actuales, ¿verdad?
Paris amaba a Helena de Troya incondicionalmente y nunca tuvo una
vida secreta fuera de su amor.
Ella era la que tenía marido, pero eso nunca detuvo a Paris. Incluso estaba
dispuesto a declarar la guerra.
Mis pensamientos traicioneros destellan en mi mente, formando una
imagen en mi cabeza de mi Paris sufriendo en un matrimonio que nunca
quiso, al igual que Helena.
Basado en lo que me dijo sobre sí mismo, su madre gobierna su vida y
nunca le permitió perseguir sus sueños, siempre insistiendo en una cierta
imagen que su familia debería tener.
Me odio por esto, de verdad, pero no puedo evitar que la emoción se
acumule dentro de mí, exigiendo que vuelva a él y escuche su verdad, la
verdad que podría poner un bálsamo curativo en mi herida sangrante.
Una voz dentro de mi cabeza me grita para que saque todos estos
pensamientos de amor de mi mente y me proteja del golpe inevitable que
siempre viene de asuntos y relaciones secretas como la nuestra.
Pero por más que lo intente, probablemente soy demasiado débil para
resistir el llamado del amor.
Y en este momento cuando estoy lista para correr de nuevo a sus brazos,
algo más entra en mi corazón, mezclándose con el amor que arde
brillantemente allí.
Odio…
Odio dirigido a Howard por destruir la pureza de nuestro amor con sus
mentiras, y a mí misma... por sujetar esposas invisibles alrededor de mis
muñecas que siempre me atan a él.
El amor no es una bendición.
No.
El amor es una maldición.
Encuentro un rincón en la biblioteca, pongo tranquilamente mi
tableta sobre la mesa y dejo caer mi bolso en una de las sillas.
Suspiro de alivio cuando me siento, me quito las cuñas y muevo
los dedos de los pies que lucen algunas ampollas de los tacones de
ayer.
Mirando hacia abajo, resoplo con exasperación por mi vestido
amarillo que termina levemente sobre mi rodilla, el que tomé de la pila
de la ropa que una de las criadas me entregó hoy en mi habitación.
Según ella, se supone que debo usarlos durante mi estancia en
Chicago por orden de mi abuela.
Sin embargo, todo el tiempo que pronunció las palabras, siguió
temblando y mirando por encima del hombro como si estuviera
mintiendo, lo cual era divertido en sí mismo, porque ¿quién más
habría enviado toda esa ropa hermosa y cara?
Mi teléfono vibra sobre la mesa, y veo un mensaje parpadeando en
la pantalla.
Lenora: Lo siento, llego tarde.
Yo: Está bien. Estoy en la biblioteca. La que está más cerca de mi
casa. No es enorme pero es lo suficientemente acogedora.
Lenora: ¿Todavía está por ahí? Quédate allí hasta que llegue y te
recoja. Diviértete *Inserta risa sarcástica*
Justo después de terminar mi ducha anoche, Lenora apareció y
anunció que teníamos que hacer algo divertido hoy.
Nuestros planes incluyen un largo paseo por Chicago, ponerme al
día sobre todos los lugares increíbles que la ciudad tiene para ofrecer y
tener una especie de cita con ella. Llegué un poco temprano y me
detuve en la biblioteca para esperar.
Reviso mis correos electrónicos y me siento derecha cuando uno de
mis profesores manda un mensaje. Me encontró un trabajo en el centro
de arte; necesitan ayuda para enseñar arte a los niños por diversión.
Dado que mis habilidades profesionales son casi inexistentes, es una
carrera alta para mí. Sin embargo, quieren ver uno de mis bocetos
primero, centrándose en algún mito.
Frunzo el ceño. ¿No deberían querer una entrevista conmigo y ver
mi trabajo real? ¿Cómo puede un boceto darles una idea de lo que
puedo hacer con él en la vida real?
Por otra parte, nunca he trabajado en la industria del arte antes, así
que ¿qué sé? Debería agradecer que al profesor le gustara lo suficiente
como para decirle una buena palabra a uno de sus mejores amigos.
Sonrío cuando el recuerdo de cómo le supliqué por eso aparece en
mi cabeza.
—Profesor Matías, ¡por favor! Necesito un trabajo en Chicago. —Hago
manos de oración, suplicando con mis ojos para que él esté de acuerdo—.
Cualquier trabajo.
—Niña, eres un desastre en mi clase. Tú y la escultura... —Se aleja,
probablemente buscando todas las palabras para describir mi mierda, así que
lo ayudo.
—¿Es una combinación horrible y un insulto al arte?
Él agita su mano en un gesto despectivo.
—Pérdida de tu tiempo y talento. —Frunzo el ceño, sorprendida por tal
conclusión, porque es lo último que esperaba—. Tu talento yace en ese
cuaderno de bocetos tuyo. —Mis mejillas se sonrojan cuando me doy cuenta
que sabe mi pequeño secreto, un secreto que guardé durante los últimos años,
e incluso Lenora no lo sabe—. ¿Por qué no trabajas en eso y dejas que la gente
te vea?
Mi cuaderno de bocetos contiene uno de mis secretos más oscuros, mi
dolor y angustia junto con algunas verdades que nadie quiere escuchar.
Invitar a la gente al mundo que he creado en papel, una historia que
consiste en imágenes, es como abrir mi corazón para todos y esperar su
escrutinio y juicio.
—Por favor, profesor.
—Bien. Le preguntaré a mi amiga Rebecca. Tiene varios estudios por todo
el país y un centro de arte. Ella debería tener algo para ti, al menos por el
momento.
Mis dedos se ciernen sobre el teléfono, listos para enviarle mi
agradecimiento, cuando el nombre de su amiga se registra en mi
mente. No presté atención en su oficina debido a mi felicidad sobre
convencerlo que hablara bien de mí.
Oh no.
Oh no no no.
Desplazándome hasta el final, mi estómago da vueltas cuando mis
sospechas se hacen realidad y su nombre completo aparece a la vista.
Rebecca Esmeralda Cortez.
Una de las mejores artistas del mundo en los últimos treinta y cinco
años y la madre de Santiago.
Se rumorea entre la élite que Lucian la cortejaba implacablemente,
pero ella no se rendía, así que la secuestró a Chicago y la chantajeó
para que se casara con él. Ella huyó de él cinco veces, y cada vez, la
arrastró de vuelta a casa. Aunque no creo en esas cosas, porque cada
vez que los veía en videos o en revistas, estaba claro que el
matrimonio era por amor.
¡Oh, Dios mío!
Me pongo una mano en la cabeza y gimo ante la perspectiva de
trabajar para Rebecca y tal vez chocar una vez más con su hijo.
Un hijo en el que hice todo lo posible para no pensar ayer y hoy,
alejando cualquier pensamiento sobre él, porque pensar en nuestro
baile y abrazo crea un caos en mi interior.
Cómo su cuerpo se movía con el mío, cómo sus brazos se
envolvían fuertemente alrededor de mí como si fuera la cosa más
preciosa que jamás había tenido, su voz pecaminosa susurrando...
Clavándome las uñas en las palmas de las manos, me obligo a salir
de ese estúpido enamoramiento de Santiago que ya ha durado más de
lo debido.
Porque a pesar que a la parte femenina de mí le encantó nuestro
pequeño momento de ayer, la parte racional de mí sabe que era un
juego retorcido que los hombres mayores ricos están jugando y no
tenía nada que ver con un verdadero deseo de estar en mi compañía.
Y de alguna manera este conocimiento trae más dolor y decepción
que cualquier verdad familiar.
—Has perdido la cabeza —murmuro antes de notar que Rebecca
tiene una solicitud específica para mi boceto de la entrevista. La
asignación debe representar el mito que ella ha elegido para mí.
Contando la historia solo con mis dibujos de una manera fácil e
interesante para los niños.
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Demasiado para no pensar en su hijo.
—Concéntrate —me ordeno, bloqueando los recuerdos de los
cuatro oscuros y decidiendo empezar a trabajar en el proyecto ahora
mismo.
Puedo ser conocedora de toda la mitología griega y romana; sin
embargo, no tengo idea de los cuatro jinetes.
Levantándome, camino en la dirección del bibliotecario que me
puede aconsejar dónde encontrar los libros apropiados, solo para
fruncir el ceño cuando me doy cuenta que no hay nadie alrededor. De
hecho, la biblioteca está vacía.
—¡Hola! —Llamo. Tal vez el bibliotecario fue a algún lugar en la
parte de atrás, pero solo el silencio me saluda—. ¡Hola! —Tiemblo un
poco cuando la explosión del aire acondicionado me golpea, y suspiro
de exasperación, estudiando varias estanterías para encontrar lo que
podría necesitar. En circunstancias normales, iría directamente a la
Biblia; sin embargo esta vez, voy a la sección de mitología, porque tal
vez alguien escribió un libro específicamente sobre ellos.
Me toma cuatro rondas de caminar hasta encontrar la estantería
correcta, pasando mi dedo sobre los libros mientras leo sus nombres y
me quedo corta cada vez, ya que ninguno de ellos cubre lo que
necesito.
Hasta que mis ojos se posan en el libro rojo brillante y con un
fuerte chillido lo agarro, abriéndolo y buscando a través del índice de
contenidos.
—¿Encontraste lo que necesitabas? —Una voz profunda y ronca
hace eco en el espacio, haciendo que las mariposas estallen en mi
estómago y los latidos de mi corazón se aceleren.
Dándome la vuelta, me encuentro cara a cara con Santiago, que se
encuentra entre los estantes en toda su hermosa gloria, con pantalones
y camiseta blanca, su chaqueta de cuero colgando sobre su hombro en
el dedo.
Me mira de arriba abajo, la apreciación brillando en sus ojos de
zafiro, antes de sonreírme.
—Podría ayudar con eso. —Señala el libro en mi mano, y
finalmente me saca de mi estupor.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Sus cejas se levantan ante mi
pregunta, y mentalmente me abofeteo; estamos en una biblioteca
pública donde cualquiera puede entrar—. Lo siento. No esperaba verte
aquí. —¿Cuáles son las probabilidades que me encuentre con Santiago
en la biblioteca de todos los lugares? No me pareció del tipo que las
frecuenta.
¿A menos que haya venido por mí?
—Y no, gracias. Lo resolveré todo por mi cuenta. —Con una
sonrisa falsa en mi rostro, pego mi mirada de nuevo en el libro, con la
esperanza que capte la indirecta y me deje en paz.
Lo último que necesito ahora es que Santiago me distraiga del
trabajo y juegue con mis emociones.
Sin embargo, en lugar de irse, se acerca, y su olor masculino me
inunda, perturbando mis sentidos mientras descansa su brazo sobre
mí en un estante y me atrapa entre él y su pecho duro.
—¿Es esto a lo que estás acostumbrada en la vida? —pregunta, y
no tengo más remedio que mirar hacia arriba, nuestras miradas
chocando. El aire en mis pulmones se entrecorta ante intensidad
ardiente en ellos que calientan mi cuerpo de adentro hacia afuera, casi
poniéndolo en llamas con su sola presencia—. ¿Manejando todos tus
problemas por tu cuenta?
Empujando un poco su pecho para salir de la prisión que creó a mí
alrededor y al no verlo ceder, respondo:
—Hacer una tarea para el trabajo no es un problema. Por favor,
aléjate.
Él, por supuesto, ignora mi petición.
—Bueno, entonces, negarse a la ayuda es uno.
—¡No tengo ningún problema! —grito y aprieto mi mano sobre mi
boca, gimiendo de frustración y vergüenza en caso que alguien la
escuchara. No quiero que me echen de la biblioteca, y quién sabe,
quizás hayan llegado nuevos visitantes como Santiago—. Mira, sea
cual sea el juego que estés jugando, no quiero ser parte de él.
La diversión parpadea en su mirada, y se inclina cada vez más
cerca, nuestras caras a centímetros de distancia la una de la otra. Me
dice:
—¿Juego?
Lamiendo mis labios secos mientras simultáneamente ordeno a mi
cuerpo a comportarse y a no convertirse en una pila de sustancia
pegajosa por sus pies, elaboro mi humillación.
—¿Apostaste por mí o algo así? —La ira cruza su cara ante esto, su
cuerpo tenso junto al mío, quitando la sonrisa engreída de su boca—.
¿Es por eso que bailaste conmigo y ahora me seguiste hasta aquí? —
Como se queda callado, me enderezo, presionando el libro contra mi
pecho y haciendo mi mejor esfuerzo para mantener mi voz firme, a
pesar que secretamente esperaba que hubiera negado mis
acusaciones—. No estoy segura de cuáles eran las condiciones, pero
puedes decirles que ganaste y dejar de molestarte fingiendo un interés
en mis problemas o yendo por ahí ofreciendo ayuda. —Me encojo de
hombros—. Por favor, deja de actuar como si estuvieras interesado en
mí.
No hay explicación más lógica para su interés que esta, y no voy a
dejar que mi corazón me engañe pensando lo contrario.
Aclarándome la garganta y moviéndome un poco, digo,
—Así que si tú…
Se traga el resto de mi sentencia con su boca mientras la deja caer a
la mía, conectándonos con un beso profundo y excitante cuando su
pulgar presiona mí barbilla hasta que se rinde bajo su asalto. Abro mi
boca para dar la bienvenida a su lengua, deambulando y deslizándose
sobre la mía en un duelo por el dominio.
Gimo contra él, el libro cayendo al suelo junto con su chaqueta
mientras mis brazos rodean su cuello. Me levanto de puntillas e
inclino la cabeza hacia atrás para darle un mejor acceso para
profundizar el beso, el deseo deslizándose por mi piel y despertando
cada vello de mi cuerpo mientras las flechas de la lujuria disparan a mi
núcleo.
He sido besada por varios hombres en mi vida, pero nadie me
besó como Santiago.
Apasionadamente, hambriento, y tan profundo como si quisiera
imprimirse para siempre en mi boca así que cada otro beso que
experimente no será capaz de compararse con este.
Sus manos se deslizan por mi cintura, apretando mi carne durante
su exploración, luego muerde mi labio inferior y lo tira hacia un lado,
dándome un respiro momentáneo antes de sumergir su lengua dentro.
Sus palmas se detienen bajo mi culo, y me levanta, mis piernas le
rodean, y gemimos cuando su erección presiona mi núcleo húmedo y
dolorido mientras me empuja contra el estante, varios libros cayendo
por el impacto.
—Esto es una locura —lloriqueo cuando sus labios se deslizan
hacia mi barbilla, mordiéndola con fuerza antes de calmarla con una
lamida, y miles de sensaciones viajan a través de mí, una más
poderosa que otra, mi cuerpo exigiendo satisfacción de la lujuria que
este hombre ha inspirado—. No deberíamos hacer esto.
—En la locura yace el caos, y donde hay caos, hay diversión,
querida —murmura contra mi piel, moviéndose hacia abajo a mi cuello,
y arqueo mi espalda, dando la bienvenida a cada lamida y mordisco
de su boca que me pone la piel de gallina.
Mi mente me insta a detener todo esto, mortificada por lo que
estoy permitiendo que este hombre me haga, sin embargo, su voz está
bloqueada por mi cuerpo y mi corazón que anhelan saber lo que es
ser el objeto del deseo de Santiago.
Mi coño se aprieta solo pensando en el bulto que hay detrás de su
cremallera, hambriento de él y lo que puede hacer dentro de mí.
Deslizando su boca hacia mi hombro, tira de la correa de mi
vestido hacia un lado con sus dientes antes de engancharse a mi piel,
chupándola tan fuerte que probablemente la marque. Con urgencia,
mis dedos encajan en su cabello, acercándolo más a mí, si es posible.
—Alguien nos verá —digo con mi última protesta, lo
suficientemente poderosa como para detenerme de hacer esto, pero en
lugar de escuchar el ligero temor que alguien tropiece con nosotros,
aprieto mi control sobre él, necesitándolo para cuidar de nuestras
necesidades mutuas que me vuelven loca.
—Nadie entrará sin mi permiso. —Nos aleja del estante,
transfiriendo su atención a mi otro hombro mientras nos mueve de
nuevo a mi asiento y me coloca en la mesa, justo debajo de la dura luz
que fluye sobre mí desde el techo acristalado—. Lo despejé para
nosotros. —Una emoción extraña se apodera de mí en su admisión.
Lloriqueo, arqueando mi espalda, y él se ríe.
Inclinándose hacia atrás, da la vuelta a mi vestido para que pueda
colocar su palma extendida en mi núcleo, sus dedos deslizándose
dentro de mis bragas de encaje, recorriendo mis paredes, arriba y
abajo, volviéndome loca con cada deslizamiento.
—Tan jodidamente mojado. —Me muerde el pezón a través del
vestido, dejando huellas húmedas en él mientras me penetra con dos
dedos, presionándolos tan profundamente que gimo—. La idea te
agrada, ¿verdad, mi sucia chica? —En este momento, estoy dispuesta a
ser su lo que sea, si sigue complaciéndome en la forma que nunca he
conocido antes.
Incluso si mi cerebro me grita que deje de ser tan patética y lo
empuje.
Su boca se desliza hacia mi otro pecho, atrapando mi pezón
cubierto entre sus dientes y tirando de él, enviando sensaciones a
través de mí y despertando cada vello de mi cuerpo.
Un jadeo se desliza más allá de mis labios antes que él lo succione
en su boca, humedeciendo la tela alrededor de él y gruñendo contra él.
Sus dedos ahondan más, de ida y vuelta, añadiendo más fricción a
la locura que se extiende lentamente dentro de mí. Arrastra su boca
hacia arriba y muerde mi clavícula y luego atrapa mi boca, su lengua
empujando hacia adentro, buscando la mía mientras se embarcan en
un duelo que tiene el poder de borrar cualquier cosa de mi mente.
Envolviendo mis piernas alrededor de él, lo acerco, enroscando mis
dedos en su cabello y maravillándome de los fuertes músculos que
presionan contra mis curvas. Es como si fuera la estatua tallada más
perfecta que ha cobrado vida.
Viva para darse un festín con mi carne, y con gusto lo dejaré.
Es dueño de mi boca, clavándose profundamente en mí como si
marcara permanentemente un territorio que no debería ser suyo en
primer lugar.
Cada pincel de su lengua me dice cómo este hombre toma lo que
desea, sin importarle una mierda lo que piensen los demás, y por
alguna razón enloquecedora, él ansía mi cuerpo ahora mismo.
Y por mucho que sé que esto no me traerá nada más que dolor, me
rindo a su abrazo, mis dedos se clavan en su cuello mientras los suyos
recorren mi interior, una y otra vez, aumentando el placer
deslizándose sobre mi piel rápidamente y calentando mi sangre, que
está a punto de estallar como un volcán y quemarme con su
intensidad, reclamándome.
El acalorado beso envuelve mis sentidos. El sofoco quema a través
de mis venas, y aprieto mi agarre alrededor de él, moviendo
ligeramente mis caderas hacia adelante, encontrando sus golpes a la
mitad, y jadeo en su boca cuando su pulgar golpea en mi clítoris. Mi
carne se humedece más, y empujo hacia arriba de nuevo, solo un poco
más de fricción y voy a llegar al borde, lista para caer en un charco de
placer.
Cierro los ojos cuando me suelta la boca y tiro la cabeza hacia atrás,
mostrando mi cuello para su asalto. Lo roza ligeramente con los
dientes, me chupa la piel y la marca para que todos la vean. Susurro:
—Por favor, Santiago. —Mi mano se desliza por mi estómago,
cubriendo su muñeca, empujándola más fuerte hacia mí; solo necesita
ir un poco más profundo—. Por favor —susurro, centrándome solo en
la necesidad de venirme y el placer que mi cuerpo tanto anhela,
exigiéndolo como mi próximo aliento.
—No, querida —murmura, su voz ronca envolviéndome en una
neblina, solo aumentando mi necesidad—. ¿Dónde estaría la diversión en
eso?
¿Dónde estaría la diversión en eso?
Muy lentamente, arrastra sus dedos hacia atrás, mi núcleo
apretándose alrededor de ellos y no queriendo soltarlos, pero los
quita, dejándome vacía de nuevo.
Mientras el fuego consume mi carne sin extintor a la vista.
Gimiendo en protesta, mis ojos se abren, y los azules de Santiago se
encuentran con los míos, quemándome con la necesidad de parpadear
en ellos, pero también noto diversión allí.
Mis manos pican por golpear su sonrisa arrogante, y abro mi boca
para decirle que puede ir al infierno, solo para congelarse cuando
levanta sus brillantes dedos a mis labios, cubriéndolos con mis jugos.
—Lame tus labios, querida —ordena, empujando mi cabello e
inclinando mi cabeza hacia atrás para que nuestras miradas choquen.
Nunca me había probado antes, y mis mejillas se calientan a su
pedido.
Mueve sus caderas hacia adelante, su erección golpeando contra mi
clítoris luego arrastrando arriba y abajo sobre mi carne excitada,
enviándome en una espiral de necesidad consumidora de nuevo.
—Si quieres venirte, querida, lame tus labios.
Rodando mi lengua, trazo mi labio inferior. Mi gusto me golpea a
la vez y curiosamente aumenta el placer dentro de mí, haciendo que
me empuje contra su erección, casi imaginándolo moviéndose dentro
de mí. Mi coño se contrae, intensificando la necesidad de correrme o
podría volverme loca.
—Así es como tu deseo por mí sabe. Solo yo. —Su voz es dura
como el acero. Se inclina más y atrapa mi labio entre sus dientes,
mordiéndolo tan fuerte que deja una picadura detrás. Un gemido
surge de mí cuando el sabor picante de mi sangre se mezcla con mi
propio gusto y golpea mi lengua, creando una extraña combinación
que envía una emoción a través de mi columna—. Mírate toda
necesitada y mojada, moliendo mi polla. —Su otra mano agarra mis
bragas, apretándolas en su puño—. Estas están empapadas. ¿Quién te
mojó tanto, Briseis?
Sin esperar mi respuesta, me captura en otro beso acalorado, sus
dedos raspando mi cuero cabelludo e inclinando mi cabeza, dándose
un mejor acceso. Su lengua vaga dentro de mí, limpiando toda duda y
culpa sobre el encuentro.
Apretando su cabeza, aprieto mi agarre sobre él, mis muslos lo
acunan mientras que el beso se profundiza, volviéndose más lento,
extendiendo la piel de gallina en mi piel mientras mis pulmones gritan
por oxígeno, pero no lo dejo ir, demasiado asustada de que pueda
terminar de nuevo.
Sin embargo, el cruel pero apuesto hombre aparta la boca y empuja
contra mí, la textura áspera de sus pantalones rasguñando contra mis
pliegues sensibles, y lloriqueo, la electricidad viajando sobre mí y
consumiéndome con una necesidad tan fuerte que temo que pueda
estallar.
—Respóndeme. —Me recuerda con dureza su pregunta anterior, y
respondo, dispuesta a decirle cualquier cosa, siempre y cuando se
garantice el fin de esta tortura diseñada para volverme loca.
—Tú. Solo tú.
En el momento en que pronuncio las palabras en español, se
detiene, y la energía entre nosotros cambia, creando una peligrosa y
malvada red a nuestro alrededor, envolviéndonos lentamente en un
capullo donde no existe nada más que este momento.
Un océano de deseo que todo lo consume está listo para golpearnos
con sus interminables olas.
—Quiero otra prueba, querida. —Aflojando su control sobre mí, me
empuja hacia atrás hasta que me acuesto sobre la mesa, su cuerpo se
cierne sobre el mío mientras sus ojos de zafiro vagan sobre mí,
dejando huellas invisibles en mi piel.
Arqueo mi espalda cuando se sumerge hacia adelante,
exponiéndome a sus besos mientras los rastrea desde la parte inferior
de mi barbilla hasta mi cuello, ocasionalmente chupando la piel antes
de desplazarse hacia abajo a mi clavícula, mordiendo la carne. Siseo,
levantando mis muslos más alto y tratando de cerrarlos a su
alrededor, pero sus palmas en mis rodillas no me dejan,
manteniéndolos separados mientras su erección todavía presiona
contra mí.
Su boca caliente viaja a los montículos de mis pechos,
mordiéndolos uno por uno, enviando sensaciones crepitantes
directamente a mi clítoris. Gimo en voz alta solo para cubrirlo
rápidamente con mi palma, temiendo que alguien pueda oírme e
interrumpir este momento.
—Haz mucho ruido, querida. Disfruto de los sonidos que haces, tu
cuerpo prácticamente rogándome que me lo folle —susurra,
deslizando su boca sobre mi estómago, dejando huellas húmedas en
mi vestido mientras muerde la piel a través de él. Y finalmente besa mi
núcleo sobre mis bragas, y esta vez, grito de frustración ya que este
toque solo intensifica la necesidad y no hace nada para calmarla.
Me echa el vestido hacia atrás, su aliento caliente se posa sobre mi
centro, y mi coño se cierra en previsión de su próximo movimiento.
Sus labios besan suavemente mi ombligo, su lengua traza la línea
de mis bragas y se desliza debajo de ella, solo para salirse de nuevo, su
cercanía jugando con mi cordura.
Sus manos se cuelan bajo mis muslos, separándolos con los
hombros. Sus cálidas palmas agarran mis caderas y las acercan a él,
mojándome tanto que la molestia se acumula junto con el deseo.
—Solo hazlo ya, Santiago —le digo, jadeando cuando sus palmas
se deslizan bajo mi culo, cada uno agarrando una mejilla y apretando
fuerte, enviando una avalancha de nuevas sensaciones que el dolor
solo resalta—. Por favor, por favor.
—¿Qué es lo que quieres, querida? Tienes que ser muy específica —
susurra, su tono callado teniendo la habilidad de hacerme venir por sí
mismo, y me lame sobre mis bragas, ganándose un gemido—.
¿Quieres que mis dedos dentro de ti, te abran para mi polla?
Sacudo la cabeza, mi piel revoloteando sobre la madera, aunque
probablemente no pueda verme.
Sus dedos se clavan más fuertes, y me estremezco, entendiendo
que quiere una respuesta.
—No. —Mi voz está tensa, mi garganta tan seca, mientras que todo
lo que puedo pensar es en su lengua dentro de mi núcleo, calmando el
infierno que me traga entera.
Tan perdida en el hambre profunda que él creó en mí, pongo mi
mano sobre mi montículo y deslizo las bragas a un lado, exhibiendo
mi núcleo que gotea, y su aliento caliente me inunda al instante.
Apenas encontrando palabras adecuadas, digo roncamente,
—Quiero que me folles con tu lengua.
Mi llanto lleno de placer hace eco en el espacio cuando su boca
cubre mi núcleo, su lengua apuñalando profundamente en mí
mientras lo besa, enviando sofocos a través de todo mi cuerpo.
Mis muslos le aprietan la cabeza, pero no le presta atención. Sus
manos aprietan mi culo más fuerte mientras me acerca cada vez más a
él, su lengua girando entre mis pliegues, follando más y más con ella
mientras mi espalda se arquea del placer que se extiende a través de
mí en olas. Siento sudor frío goteando sobre mi piel caliente que se
tensa sobre mis huesos.
Sus palmas se deslizan sobre mi culo antes que las tire de debajo de
mí y vuelva a abrirme mis muslos de par en par de nuevo, poniendo
sus manos a cada lado de mi coño mientras me lame de abajo hacia
arriba, chupando mis labios uno por uno. Gemidos de aliento brotan
de mí mientras mi mano se enrosca a través de su cabello, presionando
su cabeza más cerca.
Sus dedos pellizcan mis paredes, y muerde la carne, haciéndome
arquear contra él antes que atrape mi clítoris entre sus dientes,
mordisqueándolo y luego enrollando su lengua sobre él. Me mete dos
dedos tan profundo que grito.
—Por favor, por favor —susurro entrecortadamente, golpeando mi
cabeza y colocando mi pie sobre su hombro, abriéndome más para él,
rechinando su lengua y dedos, necesitando más del placer viniendo
lentamente hacia mí como una bola de nieve gigante lista para
reclamarme. Solo que en lugar de huir de ella, corro hacia ella,
necesitándola para sobrevivir y aliviarme de esta pasión que todo lo
consume y que quema todo a su paso.
—¿Mis dedos no son suficientes, querida? —pregunta, una vez más
quitándolos, y me quejo en protesta cuando el vacío me alcanza, solo
para que se transforme en un gemido cuando vuelve a meter la lengua
repetidamente, cada vez más profundo.
Presiona su pulgar contra mi clítoris, y jadeo, manteniéndolo aún
más cerca mientras continúa dándose un festín con mi carne, mi coño
apretando lentamente alrededor de su lengua.
Mi piel se vuelve tensa, mi respiración rasposa. Me quedo sin
aliento una y otra vez cada vez que él golpea mi carne y envía el calor
abrasador a través de mí; la piel se me pone de gallina en oleadas,
haciéndome cosquillas, y me muerdo el labio, el placer se vuelve casi
insoportable, haciéndome volar cada vez más alto, a punto de estallar.
Solo un poco más y...
—¡No, no, no! —grito cuando lo arranca de nuevo. Pero esta vez
tres de sus dedos entran en mí mientras él lame sobre mi carne,
calmándola con su toque.
Mis ojos se cierran de nuevo, y mi mano se desplaza hacia su cuello
donde le clavo los dedos en la piel, disfrutando de su siseo contra mi
núcleo. Me muevo sobre él y levanto mis caderas lentamente,
encontrando su ritmo que me está conduciendo hacia el deseo en la
distancia que me promete felicidad sin fin.
Solo para que se desvanezca una vez más cuando cambie de
táctica, volteando lugares con su lengua.
Juega conmigo una y otra vez, torturando mi carne como si fuera
su juguete personal, colgando placer delante de mi nariz, solo para
privarme de él más tarde mientras mi cuerpo gira debajo de él,
rogándole que se apiade de mí y me dé lo que busco.
Cada mordida, lamida, puñalada solo aumenta la necesidad y no
hace nada para calmarla.
Casi sucumbo a este sufrimiento sin fin cuando su boca se va y mis
ojos se abren. Lo veo asomándose por encima de mí otra vez,
limpiándose la boca con el dorso de su mano, sus esferas de zafiro
ardiendo de deseo tan fuerte que el aliento se engancha en mi
garganta.
—Podría saborearte durante horas, querida, pero la primera vez que
este lindo coño se venga estará alrededor de mi polla y no de mi
lengua.
Dios mío.
¡Sí, sí, por favor!
Lo veo quitar un condón de su bolsillo trasero. Lo rasga con los
dientes y luego lo envuelve sobre su longitud dura. Debe haber abierto
su cremallera mientras se deleitaba conmigo.
Mi coño se aprieta ante la idea de él dentro de mí, y él se ríe,
rodeando su polla y pasando su mano sobre ella. Me lamo los labios,
preguntándome cómo sabe. Se inclina hacia adelante, colocando una
mano a un lado de mi cabeza, y puedo oler mi olor en él.
A pesar de la necesidad y el deseo de conducir cada uno de mis
pensamientos, mis mejillas se calientan de nuevo, y él muerde en mi
barbilla.
—Chica codiciosa. —Su boca viaja a mis labios, trazando su lengua
sobre ellos—. Puedes chupar mi polla la próxima vez.
Estoy demasiado lejos para preocuparme por tales implicaciones,
porque no habrá próxima vez.
Esto es una locura, donde el sentido no existe, pero no volverá a
suceder.
Así que con este pensamiento en mente, envuelvo mis piernas
alrededor de él, empujándonos más cerca y, maldita sea la decencia
común, susurro:
—Por favor, fóllame, Santiago. —Su otra mano aprieta mi cadera,
sus dedos clavando profundamente en mi piel, mostrándome un
sentido de posesión que nunca había conocido antes, y gimo cuando la
corona de su polla golpea contra mi clítoris, deslizándose sobre mis
labios y sumergiendo solo la punta dentro, dándome una pista de lo
que podría venir—. Por favor.
—No hay necesidad de rogar, querida. —Y me golpea con un
poderoso empuje, estirándome fuertemente alrededor de su larga y
gruesa longitud. Un grito se desliza más allá de mis labios,
reverberando alrededor de la habitación—. Ahora eres mía.
No tengo tiempo para centrarme en las palabras mientras él tira
hacia atrás y luego vuelve a entrar, el movimiento empujándonos a
nosotros y a la mesa a través del suelo. Cogiendo mi jadeo con su boca,
me da un beso profundo mientras continúa plantándose
profundamente dentro de mí, electrizando la energía que nos rodea,
mordiendo nuestra piel y solo añadiendo más fuego consumiéndonos
a ambos.
Todo a mí alrededor y en mí es tan caliente que me temo que nada
me enfriará nunca, dejándome flotando sobre la dicha sin fin pero
nunca llegando a ella.
Envolviendo mis muslos alrededor de él, le rodeo el cuello,
arrastrándolo tan cerca que siento que su pecho roza mis pezones
puntiagudos que, a pesar de la tela que los cubre, son tan sensibles.
El deseo nos mantiene prisioneros, envolviéndonos en un capullo
protector donde el placer vive mientras continúa follándome tan duro
y a fondo que sé que nunca podré olvidarlo.
Cada tirón de sus caderas, los movimientos de su lengua, su
cuerpo musculoso pesando sobre mí, me empujan cada vez más cerca
al borde, enviando emociones a través de mis huesos, listo para
romperse mientras él lo esté haciendo.
Él me da pasión que nunca había conocido antes, y mi cuerpo ya es
adicto a ella, con miedo que pueda irse sin satisfacerme.
Cuando mis pulmones comienzan a quemarse por falta de oxígeno,
él se suelta, y yo tomo un trago para respirar mientras lo mezclo con
gemidos cuando él empuja mis manos, colocándolas sobre mi cabeza.
Empieza a enterrarse más en mí, sus caderas se aceleran, el sonido de
bofetadas llenando el aire a medida que el calor entre nosotros crece y
crece.
Empuje. Empuje. Empuje.
Cada vez, mi coño se aprieta a su alrededor, más y más apretado,
hasta que finalmente todo dentro de mí se rompe, el silencio se asienta
sobre mí antes que el placer devorador llene todos mis huesos,
deslizándose sobre mi piel y cabeza, enviando miles de olas una y otra
vez mientras lucho por respirar.
Arqueando mi cuello, abro mi boca para coger aire mientras me
alimento de la dicha que me envuelve en sus brazos mientras él
continúa golpeándome más y más rápido, buscando su liberación, y
con gusto lo dejo que me use como le parezca.
Pone la boca en el lugar entre mi cuello y hombro, chupando la
piel, y las ondas de placer continúan viajando a través de mi sistema
mientras gruñe contra mí, quieto dentro de mí con su longitud todavía
estirándome.
Sin pensar, lo abrazo cerca de mí, disfrutando de su boca en mi
carne mientras trato de absorber este momento tanto como puedo,
porque es la mejor experiencia sexual que he tenido.
Y solo entonces, la horrible realidad de lo que he hecho se me hace
evidente.
Respirando pesadamente en su cuello, me presiono más dentro de
ella, y sus muslos me aprietan fuerte, sus uñas raspando mi camisa
mientras la falda de su vestido se arremolina en mis brazos. Mis
manos se deslizan hacia arriba y hacia abajo por la piel lisa de sus
caderas, su coño se estremece a mi alrededor una vez más antes que
jadee en mi oído, el sonido y la tensión llenando su cuerpo
alertándome que la niebla de la lujuria se ha aclarado y ella tiene sus
sentidos de vuelta.
Y con la puta resistencia que a ninguno de los dos nos gusta, pero
ella por alguna razón insiste en tener.
Tira de sus manos hacia atrás antes de empujarme fuerte,
ordenando con su voz temblorosa:
—Suéltame.
Hago lo que ella dice instantáneamente, me alejo y me deslizo
fuera de ella mientras los dos gemimos y me meto dentro después de
quitar el condón y tirarlo en el cubo de la basura. Abro mis pantalones
mientras ella ajusta su vestido y salta al suelo, pasando los dedos por
su cabello.
Un trabajo inútil, ya que metí el puño tan fuerte en su cabello que
nadie dudará que estaba apropiadamente corrompida en la biblioteca
como una buena chica. Además, incluso si se las arregla para arreglar
su cabello, no será capaz de quitar los chupones que adornan su cuello
y hombros superiores, las marcas de mordeduras rojas enojadas que
estampan mi propiedad sobre su cuerpo delicioso.
Una sonrisa inclina mi boca; la satisfacción junto con la posesión
desconocida corre por mis venas ante la perspectiva que otros
hombres la vean en esta condición y sepan que ella pertenece a
alguien.
Me pertenece a mí.
Mientras participemos en este retorcido y oscuro juego mío, Briseis
es mía y solo mía, y si alguna vez hay un tonto que se interponga en
mi camino y trate de reclamar lo que ya me pertenece...
Bueno, puede enviar saludos a Dios y al diablo, porque firmará
una sentencia de muerte.
—Esto no debería haber pasado. Fue un error —susurra antes de
agarrar sus cosas y lanzarse hacia la entrada, sus pies descalzos sin
sonido en la alfombra mientras hace su retiro apresurado, dejando el
aroma de su perfume de lavanda flotando en el aire.
Su voz ronca cubre mi polla y la pone alerta, la bestia dentro de mí
queriendo correr tras ella y atraparla antes que pueda escapar y luego
follarla duro en el suelo, para que aprenda a no abandonarme nunca.
Mi hermosa y artística Briseis puede hacerme ir por su voz y
hacerme olvidar todo sobre mi plan.
Peligroso, tan peligroso, porque el plan siempre debe estar
primero.
Briseis no es más que una conquista para lograr mi objetivo, una
conquista muy tentadora y seductora, apasionada que el jinete busca...
cuyos ojos tienen el poder de perseguirme cada vez que cierro los
míos, su expresión atrayéndome hacia ella con la profunda necesidad
de calmarme.
Mi padre ama a mi madre como un loco. La vio y sabía que sería
suya. A pesar de sus resistencias obstinadas, con el tiempo, ella aceptó
su obsesión y se enamoró de él también. No le dejó otra opción,
porque nunca le habría permitido divorciarse de él.
Puede que no comparta muchas características con mi padre, pero
soy su hijo.
Amaré hasta el punto de la locura, en formas más obsesivas que
mis padres. Si alguna vez me dejo cuidar por una mujer, ella será el
centro de mi universo oscuro donde sin ella, la vida no tendrá sentido.
Sin embargo, el amor, el afecto, e incluso el apego son cosas que no
puedo permitirme en esta vida, porque son debilidades.
Debilidades que su maldito padre me enseñó a no consentir,
porque son las primeras cosas que se usan en tu contra si pasa algo.
Por lo tanto, anularé cualquier emoción creciente que no tenga
lugar y le mostraré mi naturaleza cruel, para que ella tampoco se deje
amar por mí.
¿Y para lograr eso?
Tengo que hacer algo imperdonable.
Capítulo Ocho
Fui creada en un romance ilícito...
-Briseis

DE LOS DIARIOS DE FLORA


DIEZ DE FEBRERO

Acepté a Howard de nuevo.


Me contó muchas historias sobre su matrimonio. Solo por esto, odiaba a
su esposa por ser tan fría con él cuando todo lo que quería era un poco de
amor de todas las mujeres en su vida. Se quedó solo por sus hijas, a quienes
ama con todo su corazón.
Me prometió que se divorciaría de ella, y estaríamos juntos una vez que
Clare firmara el papel.
Incluso me mostró fotos de la casa que nos compró.
Lo creí, perdonándonos por no tener el amor perfecto de cuentos de hadas.
Probablemente nadie experimenta algo así de todos modos.
Decidimos contarle a papá sobre nuestra relación pronto, y luego me
sacaría de aquí.
Viví en una dicha ilícita en tiempo prestado, esperando que la realidad se
me acercara sigilosamente y me mostrara que el reloj había dejado de
funcionar, y debería pagar.
Y hoy, finalmente lo hizo, y todas las lágrimas que he derramado desde
entonces no tienen poder para lavar esta cruel realidad.
Mi padre recientemente invirtió dinero en una importante compañía y
fusión. De alguna manera, el dueño convenció a papá que sería una buena
idea, y papá lo invitó a cenar.
Me dijo que me pusiera algo bonito y lo hice, solía entretener a sus amigos
que apenas me prestaban atención.
Sin embargo este…
Todo lo que hizo fue mirarme fijamente en el momento en que entró en la
sala, sus ojos casi como reptiles, barriendo sobre mí con interés y... Me
estremecí interiormente por el disgusto.
Mientras papá le hablaba de cuánto dinero estaba recibiendo de la
inversión y de cómo quería extender la sociedad a otra cosa, el hombre me
miró, masticando su comida, sus ojos siguiendo cada uno de mis
movimientos. Casi me sentí desnuda bajo su mirada, desesperadamente
queriendo huir de ella y tomar una larga ducha para lavar todos los rastros de
ella de mi piel.
Cuando llegó el postre, me levanté de mi asiento y le dije a mi papá:
—Si me disculpas, me gustaría ir a dormir. —Estaba lista para irme, solo
para detenerme abruptamente cuando papá sacudió la cabeza.
—Le prometí a nuestro invitado que le mostrarías la zona aislada del
jardín. Andreas planea construir un invernadero en su territorio, en algún
lugar que no se interponga en el camino de la gente. —Sonrió al hombre que
apenas le dedicó una mirada antes de empujar sus orbes hacia mí, sorbiendo
su vino lentamente—. Tengo una llamada de negocios en unos minutos, así
que espero que no te importe si Flora te muestra los alrededores. Podemos
discutir diseños mañana. —El hombre asintió, y papá sonrió—. Genial.
Cariño, por favor muéstraselo, y luego puedes irte a dormir.
Todo en mí gritaba a negarse, pero en cambio, caminé en silencio con él
hacia el jardín, y una vez que estábamos fuera, empecé:
—Este jardín es…
—No me importa el jardín, Flora. —Su voz tenía un efecto de frío helado,
el frío que te pone la piel de gallina—. Todo lo que quiero es a ti. —Con esto,
envolvió su mano alrededor de mí y me tiró bruscamente hacia su pecho,
sujetando su mano sobre mi boca mientras gritaba a pleno pulmón, aunque
solo surgieron sonidos amortiguados, y me arrastró hacia la pared más
cercana.
Mi espalda golpeó el ladrillo tan fuerte que gemí de dolor mientras trataba
de alejarlo de mí, pero ni siquiera se movió, susurrando:
—Tuve que esperar años para que se enamorara, y esta vez, no cometeré
errores. Esta vez, lo destruiré. —No entendí ninguna de sus palabras; no
tenían sentido. ¿Quién era él?
Por un segundo, su mano se deslizó de mi boca, y grité:
—¡Ayuda! ¡Por favor, que alguien me ayude! —Y puso su boca sobre la
mía, mordiendo duramente mis labios y sacando sangre. Todavía hice mi
mejor esfuerzo para golpear su pecho, solo para que él rasgara la parte
delantera de mi vestido, el sonido del desgarro me envolvió en un miedo,
señalando la condena inminente si no hacía algo, pero ¿qué podría haber
hecho?
Mi fuerza no fue suficiente para defenderme de su asalto cuando bajó la
cremallera de sus pantalones, subió mi vestido, y me violó allí mismo,
ignorando mis gritos mientras todo mi cuerpo estaba con tanto dolor que no
podía concentrarme en una fuente de él.
Mi garganta quemada, gritos constantes arrancados de ella atrapados por
su palma, y él continuó hiriéndome todo el tiempo sonriendo tan ampliamente
que me preguntaba si era humano o un demonio enviado a la tierra para
destruir almas inocentes.
Mis uñas se clavaron en su piel, arañándolo, y esperando que al menos
algo de la incomodidad detuviera sus acciones, pero nada lo hizo.
Hasta que finalmente gimió por encima de mí y retrocedió. Me caí al
suelo, sollozos sacudiendo todo mi ser mientras el semen entre mis muslos
seguía goteando, informándome que ni siquiera usó un condón.
Temblé por todas partes, el zumbido en mis oídos tan fuerte que los cubrí
mientras gritaba:
—¡Ayuda! —Solo para darme cuenta que mi voz se había vuelto ronca y
apenas audible en la noche.
Andreas ajustó su ropa, su voz penetrando a través de la niebla de la
agonía que sacudió todo mi cuerpo.
—Eres dulce como las jodidas rosas florecientes, Flora. Un nombre muy
adecuado. —Se agachó frente a mí, cogió mi cabello en un puño, y lo inclinó
hacia atrás mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, y escupí en su
cara.
Hizo una mueca de dolor y luego me abofeteó tan fuerte en la mejilla que
mi cabeza se giró a un lado y apenas podía mover la mandíbula. Él chasqueó
su lengua,
—¿Ves lo que me hiciste hacer? —Frotó la mancha y me tomó del cabello
más fuerte—. Dale recuerdos a Howard. Él sabrá lo que quiero decir.
—¡Ayuda! —Intenté gritar de nuevo, no queriendo nada más que poner a
este hombre tras las rejas, porque mi padre siempre me protegería. No
aceptaría ningún trato estúpido.
Todo pasó tan rápido que aún esperaba estar atrapada en una pesadilla y
despertar en cualquier momento.
La risa de Andreas resonó en la noche en cambio mientras que él sacudió
su cabeza, diversión que parpadeaba en sus ojos.
—Cuidado, miel. Si abres la boca, tu papá perderá todos sus bienes. —Me
quedé quieta, tratando en mi estado de comprender lo que estaba diciendo.
¿Papá invirtió todo?—. Su débil corazón no sobrevivirá, ¿verdad, amor? Ya
tuvo un ataque al corazón hace dos años. ¿Quieres ser la causa de otro? —Me
mordió en la mejilla, y la repulsión se apodero de mí y vomité en el suelo—.
En esta nota, me despediré. —Me tiró un pañuelo—. Sé una buena chica,
Flora, y mantén la boca cerrada. Tu padre no perderá nada, y no me volverás
a ver. —Levanté mis ojos hacia él. La luz de la luna que corría detrás de él
casi hacía que pareciera como si existiera en las sombras, la energía depravada
arremolinándose a nuestro alrededor. Guiñó un ojo—. A menos que estés
embarazada. Entonces, mi amor, tomaré a mi bebé y te dejaré para Howard. Si
te quiere después de eso. —Con eso, se marchó, aparentemente indiferente
sobre lo que me había hecho.
En un trance después de sus acciones y palabras, con mi cuerpo
recordándome su violación con cada herida, sostuve el vestido desgarrado en
mi pecho, yendo a mi habitación, entumecida, mis zapatos dejados en el
jardín.
Si me encontré con alguien en mi camino, no me fijé en ellos ni me
importó.
Cuando entré en mi habitación, fui directamente a la ducha, me senté en el
suelo mientras el agua caía en cascada sobre mí, empapándome a mí y al
vestido, mientras los sollozos rebotaban en las paredes.
Deseé que el agua me limpiara de sus caricias, que limpiara el horrible
encuentro que cambió para siempre mi vida, que quitara su olor de mí, pero
cuando cerré mis ojos, su olor y sus palabras fueron las que aparecieron frente
a mí.
Me froté cruda hasta que la sangre apareció en mi piel fruncida, luego
envolví una toalla alrededor de mí, sentada junto a mi silla habitual para
escribir esta entrada en mi diario.
Porque solo mi diario puede saberlo.
Padre no sobrevivirá a tal golpe, y su débil corazón podría rendirse.
¿Cómo me perdonaré por ello?
Tengo que llamar a Howard.
Él sabrá qué hacer al respecto y probablemente me llevará lejos. Sus brazos
son los únicos que pueden darme consuelo en esta pesadilla.
Tal vez puedan darme el indulto de las palabras de Andreas sobre el bebé,
su bebé dentro de mí también.
Rezaré cada día de mi vida para que no se haga realidad.
Prefiero morir que tener a su hijo.
Emergiendo de la ducha, envuelvo la toalla alrededor de mí y voy
al lavabo, limpiando la niebla del espejo, estudiando mi reflejo, pero
no encontrando nada fuera de lo común.
La mujer que me mira es la misma que vi esta mañana, pero todo
dentro de mí se siente diferente, desde el zumbido que experimenta
mi cuerpo constantemente hasta el palpitar entre mis muslos
recordándome lo que he hecho.
Aunque los chupones extendidos por todo mi cuello, hombros y
clavícula logran hacer el trabajo muy bien.
Pasando mis dedos sobre ellos, los froto suavemente y cierro los
ojos, las imágenes de mi encuentro con Santiago parpadean en mi
mente.
Sus ásperas pero suaves manos agarrando mis caderas.
Su boca deleitándose con mi carne.
Su voz envolviéndome en un capullo del que nunca quise
liberarme.
Jadeando, me apoyo en la encimera y la agarro firmemente,
odiando la lujuria traicionera que viaja a través de mi sangre,
alimentándola con el deseo de hacerlo todo de nuevo y encontrar a
Santiago para satisfacer esta necesidad mía que me está volviendo loca
a pesar de lo equivocada que está.
Personas como Santiago Cortez no se casan ni aman a las hijas
ilegítimas de las putas. Así que complacer su interés o lo que sea que
lo mantiene a mi lado por ahora sería un error de mi parte.
Me dejará en el momento en que se aburra, mientras que mi
corazón podría no sobrevivir a otra herida, desmoronándose bajo el
dolor.
Por el bien de mi cordura y futuro, debería alejarme de él, siendo
agradecida por esta apasionada cita.
Después de huir de él, cogí un taxi y salté dentro, solo dándome
cuenta que había olvidado mis zapatos. Llegué a casa en un tiempo
récord, y me metí en la mansión tan rápido que nadie tuvo la
oportunidad de ver mi mal estado.
Afortunadamente, Lenora tuvo que cancelar nuestra reunión, algo
con el nuevo desfile de moda que se acerca pronto, así que tuvo que
estar en el almacén.
Dado que el olor de Santiago aún permanecía sobre mí, me senté
en la bañera durante horas tratando de lavar cualquier rastro de él y la
incomodidad que mis músculos experimentaron.
Dios, nadie me dijo que el sexo podría ser tan caliente. Así de
intenso y necesitado, con todo el mundo desapareciendo mientras el
hombre conduce dentro de ti una y otra vez, llevándote al borde.
Quizás entonces hubiera experimentado más en Grecia.
Dejo caer la toalla y me pongo los pantalones cortos y la camiseta
colgando de la percha, pasando mis dedos a través de mi cabello
mojado. Dándome una última mirada en el espejo, salgo y frunzo el
ceño al ver el calor que hace.
No importa cuánto lo pidiera, Clare siempre se negaba a instalar
aire acondicionado en mi habitación.
Suspirando, me dirijo a la ventana y la abro, dando la bienvenida al
viento que se desliza dentro, ondulando la cortina blanca en diferentes
direcciones, y haciendo cosquillas en mi piel.
Los búhos silban en la noche junto con varios pájaros cantando
mientras las nubes oscuras se reúnen arriba. El relámpago parpadea
antes que el fuerte trueno haga eco a través del cielo, haciendo que las
aves vuelen de los árboles y susurren las hojas.
Por la fuerte humedad en el aire, preveo que comenzará a llover en
cualquier momento, y me pregunto si tengo tiempo para correr a la
alcoba profunda en el jardín para dibujar.
La lluvia siempre ha sido mi clima favorito, y en la lluvia, mi
creatividad florece, lo que me permite abrirme a todos los
sentimientos que hierven dentro de mí.
Dando la vuelta, estoy a punto de agarrar mi cuaderno de bocetos
y lápices, cuando oigo un fuerte grito reverberando a través de las
paredes y enfriando mi sangre.
Sin pensar, me abalanzo al pasillo solo para escuchar otro grito
lleno de dolor, pero esta vez acompañado de una risa repugnante.
—Es bonita, ¿verdad, Bill? —pregunta una voz desconocida
mientras alguien gimotea.
—Sí, lo es. Esos labios regordetes se verían bien envueltos
alrededor de mi polla.
La bilis en mi garganta se eleva junto con la necesidad de ayudar a
quien quieran lastimar, y me lanzo hacia abajo, tranquilamente
bajando y presionando mi mano a mi boca, calmando el grito de
conmoción listo para estallar cuando miro lo que hay en la primera
planta.
Wilkinson yace en el suelo, un charco de sangre lo rodea, la parte
posterior de su cabeza reventada con materia cerebral derramada a su
lado, una mirada de sorpresa en su rostro.
Un poco más lejos de él, la abuela se sienta junto a las escaleras, un
alambre alrededor de su garganta con sangre que se desliza de su
cuello, su rostro azul por todos los golpes que le dieron, y sus ojos
están cerrados, sin duda está muerta.
Me arrodillo, tocando suavemente su cabello con mis manos
temblorosas, queriendo sacudirla de alguna manera para que diga
algo y esté viva.
—No tenemos tiempo para esta mierda, Terry —murmura otra
voz, el fuerte golpeteo en la cocina diciéndome su ubicación.
—¡Nadie lo sabrá!
Apenas controlando mi reflejo nauseoso, para no vomitar por todas
las escaleras, distraigo la atención de mi shock. Lo cual, si lo dejo, me
paralizará y me dejará incapaz de funcionar en esta peligrosa situación
donde el miedo no puede ganar la batalla con mi instinto de
sobrevivir.
Saltando sobre el cuerpo de la abuela, voy a la sala común en busca
del botón de alarma, que tendrá a la policía llegando en breve. La
abuela lo instaló en caso de que algún ladrón viniera a robar algo
valioso, sus preciadas pertenencias queridas por su corazón.
Qué trágico e irónico que le robaran la vida.
Los hombres continúan hablando, su conversación se vuelve
borrosa por un segundo cuando veo a Clare tirada en la sala común,
heridas de cuchillo por todo su cuerpo, sus tripas derramadas a su
lado como si alguien la abriera solo para jugar con ella. Y la criada que
está a su lado tiene sus ojos tallados, y su rostro está tan cortado que ni
siquiera reconozco quién es.
—¿Cuál de estas putas chicas necesita el jefe?
—¿Cómo coño voy a saberlo?
—Bueno, hay dos de ellas. ¡Escoge una!
¿El jefe? ¿Las chicas?
Voy a uno de los sofás y me agacho, encontrando ciegamente el
botón y presionándolo rápidamente, esperando que su discusión dure
mucho más tiempo para que no maten a mis hermanastras.
Su belleza entre la élite es legendaria, así como su delicadeza y
amor por jugar con las emociones de sus pretendientes, creando
competiciones entre ellos para quien es más digno de su tiempo.
¿Alguien se hartó de todo y decidió secuestrar a una de ellas,
castigándolas en el proceso masacrando a su familia?
¿Un psicópata asesino en serie que no se detendría ante nada para
atrapar a su presa?
Las lágrimas fluyen por mis mejillas ante la devastación a mí
alrededor hecha a mi familia; fueron crueles y poco amables conmigo,
pero son mi familia y están muertos a causa de los monstruos que
vinieron a nuestra casa. Me aferro a los gemidos, no queriendo que
sepan de mí mientras le pido a Dios que me ayude a llegar a tiempo.
El autodesprecio me llena por lo cobarde que soy al esconderme
aquí, pero no tengo otra opción, o podrían hacer algo precipitado y
herir a mis hermanas.
—Tal vez no sea ninguna de las dos, ¿eh? —Otra risa repugnante—
. Entonces podemos jugar. Una para ti y otra para mí.
—Por favor, no me hagas daño —suplica Ava, y el sonido de una
bofetada resuena en las paredes seguido de sus fuertes sollozos.
—Cállate la boca, perra.
Cerrando mis manos en puños, miro a mi alrededor buscando
cualquier tipo de arma, porque esperar es imposible.
He leído que los criminales pueden jugar contigo, pero en el
momento en que se aburren, es cuando realmente planean matarte. Y
si bien tienen algún tipo de orden para una de las chicas, nadie sabe lo
que harán una vez que tengan una respuesta.
Cojo el caro y pesado jarrón de cristal de la mesa y voy al otro
extremo de la habitación con la pequeña abertura que conduce a la
cocina para que el personal pueda llevar fácilmente la comida al
comedor, mis pies silenciosos en el mármol.
Presionando mi espalda contra la pared, a centímetros de la
abertura, me asomo un poco hacia adentro para ver a dos hombres
vistiendo todo negro, incluso máscaras faciales, sus físicos
voluminosos asustan por su cuenta. Se ciernen sobre mis hermanas
sentadas en el suelo, abrazándose, mientras uno de los hombres
sostiene un cuchillo y el otro un arma sobre sus cabezas.
—O simplemente podemos agitar sus plumas un poco, ¿eh? Una
pequeña cicatriz aquí y allá, tal vez incluso cortarles el cabello. —A
juzgar por la voz, Bill sugiere y empuja un poco a Terry—. El placer
será divino. Olvidé la última vez que lastimé a una víctima viva. —
Gime con anticipación, lamiéndose los labios—. Oh, sí. Casi puedo
excitarme con eso.
Despreciables, despreciables seres humanos.
Mi agarre del jarrón se aprieta, y me acerco a ellos, ya que no
pueden verme desde esta esquina. Estoy escondida por el amplio
armario cuando Addison dice frenéticamente:
—Hay una chica más aquí. Briseis. Está arriba. —Pasa un tiempo
antes que agregue—. Ella es la que están buscando. Por favor, déjenos
ir. —La decepción corre por mis venas hacia ella lanzándome a los
lobos para salvar su propio culo, pero bloqueo la rabia junto con el
dolor que su admisión inspira dentro de mí.
Ninguna de mis emociones tiene lugar aquí. Mientras todos
perdieron su humanidad en el camino, yo todavía tengo la mía intacta.
Lo que significa que tengo que salvar a mis hermanas, incluso si no
se lo merecen.
Los hombres se detienen, intercambiando miradas, y uno de ellos
se frota la barbilla.
—Briseis. Cierto. Dijo que tendría un nombre extraño, ¿no?
Ava asiente con entusiasmo.
—Y tiene dos ojos diferentes. —Me acerco a ellos, levantando el
jarrón, listo para tirarlo a uno de ellos, cuando Addison apunta hacia
mí.
—Ella está justo ahí.
Sacudiendo mi cabeza con incredulidad por su estupidez, tengo
que preguntarme, ¿cree que cambiando su atención hacia mí estará a
salvo?
Rápidamente se giran para mirarme, y uno de ellos murmura,
—Sí, ella es su hija. —No me detengo en sus palabras, su extraño
significado me confunde aún más, y tiro el jarrón a uno de ellos
cuando se lanza hacia mí. Me doy la vuelta para correr de vuelta a la
terraza, con la esperanza de encontrar un escape en el jardín hasta que
llegue la policía.
Dos disparos mezclados con gritos llenan el espacio, haciéndome
cerrar los ojos, llorando por mis hermanas internamente mientras
corro con todas mis fuerzas a la terraza y abro las puertas dobles.
Salgo, y mi corazón, a pesar de todo, duele por mis hermanas que
acaban de morir.
Puede que odies a la gente que más te lastimó en tu vida, nunca
queriendo tener nada que ver con ellos, pero cuando llegan sus fines,
te afliges de todos modos.
Estoy casi dentro del jardín cuando una mano me atrapa por el
cabello, un grito de dolor se desliza más allá de mis labios, mientras
sisea:
—Puta de mierda. —Me retuerce y me agarra la barbilla
dolorosamente, clavando sus dedos en mi piel y dejando moretones
con seguridad—. Tú eres mis dos millones de dólares. —Sonríe,
mostrando sus dos dientes faltantes, y lo pateo fuerte en el estómago
antes de golpearlo en la mejilla con mi puño. Retrocede, gimiendo y
doblándose en dos.
Sin esperar a que el segundo corra hacia nosotros para alcanzarme,
corro a las puertas en su lugar, mi única oportunidad de permanecer
viva, porque tal vez decidan que soy una molestia demasiado grande
y se vayan en lugar de tomar sus posibilidades de ser capturados.
El viento golpea mis mejillas mientras me muevo en un borrón, mi
cabello soplado hacia atrás mientras mis pies golpean contra el
cemento, sin embargo, el dolor no se registra en mi cerebro.
Mi respiración pesada es el único sonido que suena en mis oídos, y
me concentro en eso, centrándome solo en mi supervivencia,
obteniendo fuerza de ello.
Estoy a medio camino de mi destino cuando una cuerda me atrapa,
envolviendo mi cuello y tirando de mí hacia atrás, y mi resistencia solo
me hace caer sobre mi culo, el dolor viajando a través de todo mi
cuerpo mientras Terry me alcanza.
Aprieta su agarre en la cuerda cuando camina a mí alrededor. El
aire sale lentamente de mis pulmones y mi visión se nubla.
—Te gusta guiar a los hombres en una persecución, ¿no? —Él se
acerca, sus zapatos me pisan el pie, y grito, aunque no es más que una
raspadura débil con la cuerda cortando mi suministro de aire—.
Bueno, ¿qué tal un pequeño castigo antes de ir con tu querido papá?
—Levanta su puño, listo para golpearme fuerte, y me tenso,
anticipándome al golpe, pero me sorprendo cuando la cuerda que me
rodea se afloja, y tropieza de nuevo.
Tosiendo pesadamente y tragando para respirar, me retiro y
parpadeo un par de veces para despejar mi visión solo para
asombrarme cuando veo a Santiago apuñalándolo con una espada
brillando a la luz de la luna. Luego la saca, dejando que la sangre
gotee sobre el concreto antes de agarrar las manos de Terry y
romperlas, el crujido de huesos zumbando en mis oídos.
Junto con su grito de dolor. Aunque todo lo que quiero hacer es
acercarme y patear a Terry, aumentando su sufrimiento.
Santiago maniobra a Terry para que se arrodille frente a mí, y se
quita el cinturón de los pantalones, el sonido silbante envía una
extraña emoción a través de mí, que rápidamente se convierte en
horror cuando rodea el cuello de Terry con él.
—¿Ves a esta mujer? —le pregunta, apretando su mano—. Ella me
pertenece. Y nadie lastima lo que me pertenece. —Con esto, corta el
oxígeno por completo, y el hombre se sacude en su agarre, tratando de
escapar, pero todos sus intentos son inútiles.
Su cara se enrojece, sus ojos se hinchan, y en poco tiempo su
cuerpo se queda flácido.
Santiago lo deja caer y da un paso hacia mí mientras me echo hacia
atrás una vez más, un tipo diferente de miedo envolviéndome
mientras estoy atrapada en la oscuridad y la expresión fría de sus ojos
con él matando tan fácilmente a una persona.
—Mantente alejado de mí. —Puede que no entienda un montón de
cosas en este momento por pánico y la adrenalina bombeando a través
de mi sistema; sin embargo, él tan fácilmente haciendo esto no es
normal—. Aléjate de mí. —Me rompo de nuevo cuando no escucha, se
arrodilla frente a mí y me toca la cabeza con las mismas manos que
acaban de estrangular a alguien hasta la muerte—. Aléjate… —
comienzo, luego frunzo el ceño cuando sus dedos presionan tan fuerte
en el lado de mi cuello que mi mente casi se apaga, y aunque quiero
huir o decir algo más, mis ojos se cierran lentamente y el olvido que
llama mi nombre me reclama.
Dejándome a merced de un monstruo y del caos.
Briseis pierde la conciencia, sus párpados cerrándose, y se relaja en
mis brazos donde la atrapo fácilmente, recogiéndola. Dando la vuelta,
camino a la mansión donde está el resto de los jinetes. Se esparcieron
por todo la primera planta, cada uno de ellos estudiando la situación
en la que entramos.
Mientras planeaba secuestrar a Briseis esta noche y matar a
Howard delante de ella, porque la tierra realmente no necesita un
pedazo de mierda inútil como él agraciándolo, no anticipé que mi
noche se convirtiera en una masacre con toda su familia asesinada.
¿O debería decir cabrones egoístas a los que nunca les importó una
mierda?
De alguna manera, por mucho que lo intente, y seamos honestos,
ni siquiera lo intento, no siento nada por sus muertes.
Volviendo a la terraza, veo a Howard tumbado en el suelo con los
brazos y las piernas extendidas, con una bata de baño.
Octavius coloca la punta de su zapato en la barbilla de Howard,
moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás mientras examina la
herida en su cuello.
—Usaron hilo de pescar. —Se golpea la nariz y la mandíbula—. Sin
embargo, primero le dieron una paliza. Increíble que todavía esté
respirando. —Levanta la mirada, inclinando la cabeza hacia un lado—.
¿Crees que era una orden?
—En cierto modo.
No jodes con la hija de uno como lo hizo Howard con Briseis sin
algún tipo de castigo por esas acciones. Andreas es un ser humano
horrendo cuya alma debería haber permanecido en el infierno, porque
lo único que el hombre desea es el poder y el sufrimiento de los que lo
rodean.
Sin embargo, incluso un monstruo vicioso que se excita con el
dolor y la tortura no se toma con amabilidad cuando alguien abusa de
su carne y sangre.
La masacre fue el resultado inevitable después que la familia
Dawson lo engañara y luego redujera a su hija a nada más que un saco
de boxeo.
Cambiamos nuestra atención a Remi que se acerca a nosotros,
cuidadosamente para no pisar los charcos de sangre derramada por
todas partes, ya que no necesitamos dejar ninguna evidencia que nos
rastree.
—Todos están muertos. Incluso dos criadas y el jardinero.
—Nada ha sido robado —dice Florian, saliendo de la oficina de
Howard—. O debería decir que no les dejamos robar lo que querían.
—Todo el mundo mira a Briseis en mis brazos, y la acuno más cerca de
mí, la bestia dentro de mí rugiendo a la vista de los moretones que se
forman en su piel pálida por el trato duro y la cuerda envuelta
alrededor su garganta. Apenas me detengo de perseguir al hijo de
puta que intencionalmente dejamos escapar para que le entregue las
noticias a su amo.
Incluso con el conocimiento de que Andreas mata a los que lo
decepcionan, por lo que sus días están contados, no frena mi ira.
Debería recordar que es un cebo, un medio para un fin y un daño
colateral en mi plan.
Nada más.
Además, lo que voy a hacerle le dolerá más que esta mierda.
—Salgamos de aquí antes que llegue la policía. Lo último que
necesitamos es explicarnos ante alguien. —Florian hace un gesto hacia
el pasillo—. Voy a limpiar, para que no encuentren ninguna pista que
los lleve a nosotros.
Dividimos la carga de trabajo entre nosotros hace mucho tiempo, y
desafortunadamente para Florian, significaba quedarse atrás después
de cada anhelo oscuro nuestro, con una cabeza clara sobre sus
hombros, y limpiar los desastres de nuestro caos.
La razón por la que nunca bebió más de un vaso durante las
salidas.
—Estaremos en mi mazmorra —le digo, y él asiente,
desapareciendo detrás de una de las puertas a medida que
retrocedemos por donde vinimos, deslizándonos en la noche como
sombras y trayendo la muerte con nosotros.
Después de todo, somos los Cuatro Jinetes Oscuros.
El caos, la muerte y el sufrimiento son inevitables dondequiera que
vayamos.
Capítulo Nueve
Me crucé con el cruel diablo de cabello oscuro que no se detendrá hasta
conseguir lo que quiere.
Sea lo que sea.
-Briseis

DE LOS DIARIOS DE FLORA


QUINCE DE MARZO

Han pasado dos meses, pero lo recuerdo todo como si hubiera sucedido
ayer. Su olor, su respiración y su risa sádica me despiertan por la noche, y su
cara parpadeando en mis pesadillas me hace despertar sudorosa mientras grito
pidiendo ayuda.
Tres veces, papá entró corriendo a la habitación, tratando de abrazarme o
calmarme, y nunca lo logró.
No quería sus abrazos, su toque, o el toque de nadie para el caso.
Lo único que quería era golpearlo y ordenarle que se callara, para que
dejara de mencionar tanto el nombre de Andreas o cuánto le ayudó invertir en
su negocio.
La única gracia salvadora en mi vida ha sido Howard, quien destruyó la
mitad de su habitación cuando se enteró de la injusticia que me habían hecho
y luego me meció en sus brazos, prometiéndome que me vengaría.
Siguió disculpándose por haberme arrastrado a esto, sin explicar nunca
del todo por qué Andreas lo odia tanto, y yo tampoco pregunté.
Todas las explicaciones del mundo no borrarán lo que me pasó.
Howard todavía me llamó por el teléfono que me regaló, vino y me habló
en voz baja, sin hacer ningún movimiento sobre mí, porque habría corrido en
una dirección diferente; solo la idea del sexo y todo lo que implicaba me
provocaba pánico.
En sus brazos, encontré consuelo tal como esperaba, un alivio temporal de
la agonía en la que se ha convertido mi vida.
Pero a pesar de toda la ternura que Howard me ha mostrado desde ese día,
vi algo más brillando en sus ojos cada vez que nuestras miradas se
encontraban, y siempre me provocaba escalofríos. Nunca comentó las palabras
de Andreas sobre el embarazo; el desapego que sentía en sus brazos era una
respuesta en sí misma a tal posibilidad.
Sin embargo, nada de eso creó el entumecimiento dentro de mí,
silenciando la despreciable voz que susurraba en mi cabeza y reemplazándola
con el grito interno que resonaba en mis oídos cada minuto.
No.
La prueba de embarazo positiva lo hizo.
¿Y la parte más horrible de todo esto?
No tengo idea de quién es el padre, porque la última vez que me acosté con
Howard fue el día antes que Andreas me violara.
La vida que crece dentro de mí es del hombre que amo con todo mi corazón
o del hombre que odio con toda mi alma.
Lo que significa que una parte de mí lo ama, y la otra lo odia tanto que
quiero apuñalarme con un cuchillo y sacármelo.
La prueba está a mi lado sobre la mesa como un recordatorio burlón de las
palabras de Andreas, aunque existe la posibilidad que no sea de él.
No le he dicho a nadie sobre eso. ¿Cómo puedo?
Mi primer instinto es, por supuesto, llamar a Howard. Pero al recordar su
mirada, sus orbes llenos de resentimiento, sé que será nuestro final.
Me dejará y esto me romperá el corazón si queda algo más por romper. Mi
amor de cuento de hadas quedará manchado para siempre con su reacción a
esta noticia.
Puede sonar débil y patético... pero Howard es el único hombre que existe
para mí.
Mi padre me prohibirá ver a Howard o perseguirá a Andreas para que me
case con él.
¿Y Andreas?
Prometió venir por su bebé si estoy embarazada, la anticipación y la
extraña emoción detectable en su voz me indica de alguna manera que un
niño es importante para él. Algún tipo de gran plan que planea, o
simplemente necesita un heredero al trono, probablemente nadie quiera vivir
voluntariamente con un monstruo.
Pensé en todas las opciones que tengo y solo una parece razonable.
No dejaré que este bebé viva. Lo odio con pasión, pero aun así una parte de
mí lo ama.
Este pequeño amor me impulsa aún más a cumplir mi objetivo y acabar
con esta locura que rodea mi vida.
Andreas es un monstruo que nunca debería haber nacido.
Y su bebé también.
DIECIOCHO DE MARZO

Tomé un par de decisiones hace tres días y actué antes de cambiar de


opinión.
Encontré la clínica, hice una cita y le pagué a una de las criadas para que
me llevara allí en silencio con nuestro conductor, encubriendo un problema de
dolores menstruales en caso que mi padre lo pidiera.
Todo salió según lo planeado y, afortunadamente, como tengo dieciocho
años, no necesitaba el permiso de nadie para abortar.
Solo que, cuando la enfermera me dijo que entrara a la habitación y me
preparara para el procedimiento antes que apareciera el médico, la puerta se
cerró detrás de mí con un fuerte clic y me di la vuelta para ver a Andreas
apoyado en ella con una sonrisa depredadora.
—Mi amor, ¿qué te dije del embarazo? —Me quedé quieta, alejándome de
él cuando se movió hacia mí hasta que la parte posterior de mis rodillas
chocaron contra la cama del hospital—. Me llevaré al bebé y te dejaré con
Howard. ¿No dije eso? —Su mano se envolvió alrededor de mi cuello y me
empujó contra la pared más cercana, un gemido de dolor se atascó en mi
garganta cuando me apretó demasiado fuerte.
Se inclinó más cerca, su repugnante aliento llenando mis oídos.
—¿Y qué hiciste en su lugar? Viniste a abortar —Chasqueó la lengua,
sacudiendo el lóbulo de mi oreja, y las lágrimas se formaron en mis ojos
mientras trataba de golpearlo para que aflojara la mano—. Sé agradecida por
el bebé en tu vientre, Flora, o te violaré de nuevo por desobediencia. —Me
soltó, y tragué saliva, mientras el miedo me atravesaba. Me devané la cabeza
pensando en cómo él podría saber acerca de mi condición, pero por supuesto
nadie me dio la respuesta a esa pregunta.
—No es tuyo —respondí con voz ronca, pasando mis dedos por mi cuello
y haciendo mi mejor esfuerzo para mantener mi voz tranquila en lugar de
encogerme de rodillas y gritar en voz alta por su presencia a mi lado—. Me
acosté con Howard varias veces.
La risa de Andreas retumbó en las paredes. Apreté los ojos, deseando que
desapareciera en lugar de enfrentar al abusador solo una vez más y
sumergirme en mi pesadilla interminable.
—No soy estúpido, amor. —Agarró mi barbilla con tanta fuerza que un
gemido de dolor se escapó de mis labios mientras inclinaba mi cabeza para que
nuestras miradas se encontraran—. Clare tuvo un segundo parto muy duro.
¿Lo sabías? Su madre insistió en una vasectomía. Apuesto a que olvidó
mencionar eso. —Me congelé, mi corazón latía tan fuerte que casi borró el
sonido de su voz cruel que no me dejaba ilusiones sobre mi embarazo—. Es mi
bebé. Y Howard nunca lo aceptará. —Una vez más, el odio envolvió su tono
como si Howard y él tuvieran una venganza personal; sin embargo, estaba
demasiado hundida en mi desesperación para examinarlo más a fondo—. No
le harás daño a mi bebé. Tengo demasiados planes para él.
—Te odio —susurré y palmeé mi estómago—. Y también odio a este bebé.
—Mi mano se cerró en un puño mientras me golpeaba con fuerza, apenas
notando el dolor mientras sostenía la cabeza en alto—. Puedes evitar que
aborte, pero no puedes evitar que haga otra cosa.
Una sonrisa curvó su boca, y exhaló pesadamente.
—Eres tan ingenua, no me extraña que Howard te haya engañado. —Me
soltó y me balanceé hacia un lado mientras sacaba un sobre manila de su
abrigo—. Revisa esta información y luego vete a casa, Flora. —Señaló mi
estómago—. Sé una buena chica y protege bien a mi bebé hasta que me lo
lleve.
—¡No quiero a este bebé! —grité, sin importarme quién pudiera oírnos,
porque toda mi vida se estaba desmoronando bajo mis pies.
Andreas se encogió de hombros, giró el pomo y me miró por encima del
hombro.
—No lo hagas. Todo lo que tienes que hacer es entregarlo de forma segura
y serás libre. —Abrí la boca para protestar un poco más, pero no me dio
oportunidad, desapareciendo tan rápido como apareció.
Pero me dejó el sobre y lo estudié bien.
Antes de agarrar mi ropa y salir corriendo de la clínica ante las miradas
sorprendidas de las enfermeras y mi criada.
Andreas también ganó esta ronda, porque la información que me presentó
no me dio otra opción que seguir sus órdenes. De lo contrario, podría matar a
mi hermana.
Dicen que tengas cuidado con lo que deseas, y finalmente lo entiendo
completamente.
Érase una vez, deseé un gran amor, como en los cuentos de hadas y
poemas.
Sin embargo, olvidé que toda historia de amor legendaria termina
trágicamente y tiene al mundo entero en tu contra.
¿Y este bebé dentro de mí?
Nunca lo aceptaré y con mucho gusto se lo devolveré a Andreas para que
pueda hacer con él lo que quiera.
Amar algo suyo es imposible.
Dolor de cabeza.
Ese es el primer pensamiento que entra en mi mente cuando me
estremezco, moviendo la cabeza hacia un lado y gimiendo de dolor. El
dolor afilado como una navaja viaja desde los dedos de mis pies hasta
las puntas de mi cabello, enviando un dolor por todo mi cuerpo.
El agotamiento llenando cada hueso me hace pensar que corrí un
maratón por última vez y fui pisoteada por todos los que corrían
delante de mí.
¿Qué hice con Lenora anoche? ¿Caminar por toda la ciudad con
tacones altos y nunca molestarme en pedir un taxi?
Poniéndome de lado, apoyo la mejilla en la almohada, deseando
inhalar el profundo aroma de la lavanda, solo para gritar cuando se
encuentra con una superficie dura, rascando mi piel, aumentando las
punzadas de dolor en mi cuero cabelludo.
Frotándome el cuello palpitante, trago, solo para gemir de angustia
cuando siento como si miles de cuchillos afilados perforaran mi piel a
la vez.
Extendiendo mi brazo, busco la botella de agua siempre presente
en mi mesita de noche, pero en lugar de madera pulida, solo el vacío
me saluda.
Frunciendo el ceño, me siento y me froto los ojos, crujiendo mi
cuello de lado a lado a pesar del dolor, con la esperanza de revivir mis
músculos adoloridos con los chasquidos que lo acompañan.
Junto con el repiqueteo de pesadas cadenas.
Me inclino hacia atrás, jadeando en estado de shock cuando veo
grilletes de acero apretados en mis muñecas.
—¿Qué está sucediendo? —murmuro, mirando a mi alrededor y
poniéndome rápidamente de rodillas, encontrándome en una
habitación irreconocible en la oscuridad excepto por la bombilla que
parpadea sobre mí.
Sacudiendo la cabeza del temor que llena mi sistema, el miedo que
se hunde en cada célula y contamina mis venas, cierro los ojos,
ordenándome despertar de esta pesadilla.
No sería la primera vez que los traumas de mi infancia por haber
estado en el sótano se transfirieron a mi subconsciente, esperando un
momento de debilidad para golpearme y luego reclamar mi alma para
que pueda revolcarse en la miseria y la locura.
—Despierta, Briseis. Despierta. No es real —canto una y otra vez,
inhalando y exhalando con fuerza, concentrándome solo en la
bocanada de aire que se desliza por mis labios antes de abrir los ojos
con la esperanza de ver las paredes de mi habitación color lavanda.
Sin embargo, la oscuridad una vez más me dice "hola".
La risa resuena a través del espacio, siniestra y burlona en su
naturaleza, frotando mi piel como cuerdas de algodón, deslizándose
arriba y arriba hasta que se envuelven alrededor de mi cuello con
tanta fuerza, dejando solo una emoción a su paso.
Miedo.
El pánico envuelve mis sentidos, se me pone la piel de gallina y
busco una explicación en mi mente hasta que me vienen a la mente los
eventos de lo que sucedió antes de perder el conocimiento.
Los asesinos matando a mi familia.
Cómo me persiguieron.
Uno de ellos asfixiándome.
¿Me atraparon y me trajeron aquí, a una especie de mazmorra?
—Papá, por favor, déjame ir.
Mi cuerpo por sí solo comienza a temblar violentamente, mis
dientes castañean por la dura frialdad del cemento y el aire helado a
mi alrededor mientras miles de recuerdos me desgarran, uno más
horrible que el otro, devolviéndome a estar desesperanzada y sola sin
forma de escapar.
La oscuridad ha sido mi mayor enemigo y dolor desde que tengo
memoria. Ni siquiera duermo sin mi lámpara encendida, demasiado
asustada para confiar en ella después de todos los años de sufrimiento.
Palmeando mi garganta, respiro con dificultad, controlando el
horror que empaña mi cerebro, y me obligo a concentrarme en
sobrevivir, porque la debilidad en este momento no puede ser una
opción.
Pero luego aparece otra imagen en mi cabeza, la de un apuesto
diablo de ojos azules que viene al rescate.
Santiago
—Nadie daña lo que me pertenece
Él me salvó. Él estaba ahí. ¿No fue así?
¿O era parte de mi sueño después que los asesinos consiguieran lo
que querían, un truco que me jugó mi imaginación para bajar la
guardia y responder a la tentadora llamada del olvido que me
prometía un puerto seguro?
Abro la boca para gritar con mis pulmones pidiendo ayuda cuando
las luces brillantes se encienden una tras otra con fuertes chasquidos,
cegándome con su intensidad, y me tapo los ojos con el brazo,
ajustando mi visión borrosa al nuevo entorno.
—Querido Dios —susurro, cuando todo a mí alrededor se vuelve
claro, mostrándome una arena que contiene varias mesas con
colecciones de cuchillos y otras armas.
El lugar apesta a desesperación, fatalidad y tortura, helando mi
sangre, y me trago un gemido de angustia, detestando mostrarles mi
vulnerabilidad y miedo.
Los monstruos se alimentan más de ellos.
Las largas cadenas tiran de mí en diferentes direcciones, como si
fuera una pecadora lista para ser castigada por un orden superior, y
salto solo para aterrizar de rodillas con un grito, las cadenas no me
dan suficiente espacio para moverme en cualquier lugar solo en el
círculo de su creación.
Las esposas apretadas me cortan la piel, probablemente creando
cicatrices y recordatorios de su tortura en los años venideros.
—Finalmente estás despierta, querida.
Con el miedo cubriendo mi corazón, levanto mi mirada hacia los
asientos sobre la arena para ver a Santiago apoyado en la barandilla,
una sonrisa victoriosa formando su boca mientras sus ojos
permanecen muertos, su color hielo tiene el poder de hacer que
cualquiera huya asustado de él.
Solo que es un lujo que no me puedo permitir en las circunstancias
actuales.
—¿Qué está sucediendo? —pregunto, mi voz serena y tranquila,
porque perderme en la histeria no ayudará a darle sentido a esta
situación o encontrar una solución a mi problema para largarme de
aquí con mi vida intacta.
Una reacción femenina normal probablemente habría sido pedir
ayuda a gritos, creyendo que Santiago apareció aquí para ayudarme y
cualquier otra mierda delirante que nuestras mentes le gusta alimentar
para creer en el bien mayor.
Sin embargo, me crie en el infierno con personas despiadadas que
no se detendrían ante nada para obtener lo que querían, secuestrando
y matando personas siendo una de ellas si amenazaba su reinado.
Y de alguna manera en el camino, mi familia se cruzó con un
Cortez, por lo que vino a cobrar, y como jodidamente siempre, terminé
siendo un daño colateral.
Todas las armas me recuerdan mi obsesión por los temas oscuros,
después de una conferencia particularmente interesante de uno de mis
profesores en la universidad, especialmente las mentes de los asesinos
en serie que arrastran a sus víctimas a lugares apartados y hacen con
ellas lo que les da la gana.
Ninguna cantidad de súplicas o lamentos me ayudará, así que ni
siquiera me molesto, y una parte de mí me odia por no haber visto este
lado de él. Tal vez entonces no habría dolido tanto, y no tendría que
poner un semblante fuerte cuando la perspectiva de enfrentarme a un
asesino en serie de la vida real casi desencadena mi reflejo nauseoso.
Lo dejé…
No. No es el tiempo ni el lugar.
Puedo concentrarme en mi corazón roto que fue lo suficientemente
estúpido como para creer que tenía un interés genuino en mí más
tarde.
Si vivo lo suficiente para examinarlo, eso es.
—Buena pregunta. ¿No es así? —Se dirige a alguien detrás de él, y
solo entonces me doy cuenta de tres hombres más descansando en
diferentes asientos, cada uno de ellos con una bebida en la mano.
Los Cuatro Jinetes Oscuros.
—Me gusta la falta de histeria —dice Octavius, frotando su cicatriz
con el vaso, una extraña expresión cruzando su cara—. No estoy de
humor para escuchar llorar a una mujer.
—Qué agradable sorpresa —concuerda Remi, encendiendo su
cigarrillo y exhalando el humo—. Una anomalía para todas las otras
víctimas por aquí.
Florian se lleva la mano al pecho y grita burlonamente:
—Por favor, ayúdame. Por favor, no me mates. —Se ríe—. Tan
jodidamente cansado de esa mierda. —Me guiña un ojo, saludándome
con su copa—. Por ti, Briseis.
—Atragántate con tu bebida, Florian.
La risa colectiva llena la arena después de mi burla, estos humanos
despreciables encuentran mis palabras divertidas.
¿Cómo podría uno luchar contra tal demencia y locura que no
conoce límites ni compasión?
Mis manos tiemblan cuando el miedo me golpea con fuerza,
metiendo el aire en mis pulmones, y empuño mis manos, apoyando
mi trasero en los talones de mis pies, manteniendo la compostura
mientras busco frenéticamente una salida y no encuentro ninguna.
La arena no tiene puertas que conduzcan a ninguna parte desde mi
punto de vista, la oscuridad oculta la mayor parte de lo que sucede en
sus bordes, ya que la luz no cae allí. Sin mencionar a los cuatro
hombres que observan cada uno de mis movimientos, la audiencia
divertida lista para el entretenimiento de la noche para verme luchar
por mi vida en esta arena antes que emitan un veredicto sobre mi
destino.
Tirando de una de las cadenas, sigo mi mirada tras la ola que hace
para verla pegada al suelo en la esquina más alejada, y lo mismo
ocurre con la otra, sin darme margen de maniobra para llegar a la
mesa de armas y destruir la cerradura de estas esposas.
Y luego tal vez herir o matar a uno de ellos para escapar.
Por extraño que parezca, la culpa ni siquiera cruza por mi mente
ante pensamientos tan oscuros.
—Trabajo de tontos.
Aprieto los dientes, la molestia chisporrotea a través de mí hacia él
adivinando tan fácilmente mis intenciones.
Santiago salta sobre la barandilla para adentrarse a la arena, el
fuerte golpe de su aterrizaje rebota en las paredes, y camina hacia mí,
girando su dedo en el aire.
—Bienvenida a mi dominio, Briseis. —Abre los brazos—. Donde
manda el terror y el dolor.
—¿Qué quieres de mí? —pregunto, ignorando su declaración,
aferrándome a mi cordura por un hilo delgado mientras el miedo
empuja a la superficie. Me insta a empezar a enloquecer en lugar de
quedarme en el limbo, poniendo imágenes de mi familia muerta en mi
cabeza, sin dejar que me aleje de las imágenes sangrientas—. Mataste a
mi familia —susurro, mi voz tiembla esta vez mientras mi corazón se
acelera ante la devastadora verdad—. Por eso estabas allí.
Podría haberme salvado de Terry, pero solo porque ordenó mi
secuestro, y Terry no escuchó bien. Soy su último juguete, después de
todo, y nadie jode con lo que Cortez quiere.
Santiago chasquea la lengua, acercándose a mí, y agarra una
espada en el camino, el acero brillando a la luz y llamando la atención
sobre su punta afilada. Automáticamente, envuelvo mis brazos
alrededor de mí, tratando de protegerme de cualquier cosa horrible
que planee hacerme.
—Es difícil llamar familia a las personas que te lastiman y te tratan
como una mierda.
Sus palabras traen la ira que tanto necesito dentro de mí, poniendo
un límite al miedo y permitiéndome enfrentarlo con la barbilla en alto.
—¡No merecían ser masacrados, bastardo! —grito, lanzándome
hacia él, pero la cadena me jala de nuevo a mi lugar.
Y me congelo cuando la punta de la hoja presiona la parte inferior
de mi barbilla, haciéndome sostener mi mirada con la suya mientras
inclina la cabeza hacia un lado.
—Siempre dije que la estupidez acabará con la humanidad. —
Frunzo el ceño ante su inesperado cambio de tema, y jadeo cuando la
punta viaja a mi mejilla y luego se desliza hacia mi cuello, flotando
sobre la arteria—. Empiezo a pensar que estaba equivocado.
Compasión. —La punta vuelve a mi mejilla, golpeándola ligeramente
y extendiendo aún más la piel de gallina en mi piel—. Abusaron de ti
y nunca te amaron todos estos años, pero muestras tantas emociones
por ellos. —Se inclina más cerca, frotando mis labios, y giro mi cabeza
hacia un lado, odiándolo, solo para gemir cuando agarra mi barbilla
dolorosamente—. Al final, tu corazón será tu perdición, querida.
Resulta que incluso los engendros del diablo los tienen. —El odio
enlaza sus últimas palabras, la ira destella en sus ojos y la punta de su
espada corta un poco de mi piel, aunque no lo suficiente como para
sacar sangre o causar algún daño permanente.
¿Odia tanto a mi padre que apenas se controla con su ira? ¿Qué
podría haberle hecho para merecer tal odio?
Trago con fuerza, ignorando el dolor en mi garganta, me lamo los
labios antes de responder, queriendo sacarlo de su odio, ya que podría
costarme la vida.
—Prefiero morir como un humano compasivo que ser un monstruo
sin corazón.
Él se ríe, ahuecando mi mejilla antes de deslizar su mano en mi
cabello, empuñándolo con fuerza y empujándome hacia adelante para
que no tenga más remedio que seguir la orden, de pie incómodamente
bajo las cadenas. Solo un movimiento hacia adelante me tirará de
vuelta al suelo.
—No hay necesidad de ser tan dramática, querida. Nadie te quiere
muerta. —Parpadeo confundida ante sus palabras, y él frota la línea
entre mis cejas, mis dientes rechinan con su toque, pero me quedo
donde estoy, queriendo escuchar lo que tiene que decir a
continuación—. Juega según mis reglas y serás libre. —Su aliento
aviva mi boca mientras inclina mi cabeza hacia atrás, nuestros labios
están separados por centímetros—. O no lo hagas, y serás libre. —Me
suelta y caigo sobre el cemento, silenciando el grito de dolor.
—Yo-yo no entiendo. —Nada de lo que dice cuadra en mi cabeza.
¿Por qué pasar por todo este problema de secuestrarme y
encadenarme en su calabozo cuando no planea matarme y, de hecho,
me promete libertad sin importar qué?
Mostrándome el lado oscuro de su vida, presentándome todas las
cosas de las que son capaces... ¿Espera que lo acepte y nunca lo
denuncie a la policía? ¡La masacre en mi casa será evidencia suficiente
para encerrarlos a todos por la eternidad!
—Paciencia, mi amor, paciencia —¿Paciencia? ¿Está bromeando en
este momento?
Volviendo al centro de la arena, aplaude dos veces y, al instante, el
ruido de las cadenas hace eco cuando dos jaulas oxidadas se deslizan
lentamente hacia el suelo. Me tapo la boca por la sorpresa cuando veo
a mi padre en una de ellas, magullado y golpeado, con un ojo cerrado
por la hinchazón. Susurra algo, su voz apenas audible. La jaula se
balancea un poco por encima del suelo, y él respira con dificultad,
apoyando la espalda en los barrotes.
—¡Déjalo ir! —grito, mis uñas hundiéndose en mis palmas y
probablemente sacando sangre, pero me importa una mierda—. Casi
lo matas.
—Nosotros no lo hicimos, Briseis. —La voz de Octavius me hace
volver a centrar mi atención en los asientos.
—¿Qué tan estúpida crees que soy para creer eso? —¿O el hecho de
que me acostara con su mejor amigo les hizo pensar que soy una tonta
que se come cualquier mierda que la gente me echa?
—Si hubiéramos hecho eso, todos estarían muertos —Remi se
levanta y se apoya en el pasamanos, señalando a mi padre—. No
dejamos cabos sueltos. —La repugnancia hormiguea en mi piel, sus
palabras me ensucian tanto que ni siquiera un largo baño podría
lavarla.
—No te creo.
—No me importa si nos crees o no. —Por supuesto que no le importa
si les creo o no; el bastardo cree que gobierna el mundo con sus jinetes,
como si fueran los verdaderos jinetes que llegaron cuando se abrieron
los sellos.
—¡Déjalo ir! —repito, y Santiago suspira, sacudiendo la cabeza.
—Querida, todo en este mundo tiene un precio. —Me congelo, sus
palabras anteriores jugando en mi mente mientras continúa—. La vida
de tu padre también.
—¿Y cuál es el precio? —El temor cubre mi voz en anticipación a
su horrible pedido.
—Cásate conmigo.
Todo dentro de mí se paraliza, mi corazón late salvajemente en mi
pecho mientras el zumbido en mis oídos se intensifica, y estoy segura
que no lo he oído bien.
Espero como el infierno haberlo escuchado mal.
Sonríe, levanta la palma de la mano y señala la segunda jaula a la
que cambio mi atención, y mis ojos se enganchan cuando veo un
vestido de novia colgado dentro.
—Cásate conmigo y no mataré a tu padre.
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
—¿Estás loco? ¡No me casaré contigo!
—Siempre cumplo mi palabra. Eres libre de irte si no quieres
casarte conmigo. —Saca un encendedor de su bolsillo, lo voltea entre
sus dedos antes de poner un cigarrillo en su boca—. Pero tu padre
morirá hoy.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, susurro:
—No. No. —Y hago lo único que me prometí que nunca haría
mientras estaba sujeta al abuso de los demás—. Por favor, por favor,
no me hagas esto, Santiago. No le diremos una palabra a nadie. Por
favor, déjanos ir —suplico, mis labios tiemblan mientras el miedo y la
conmoción de su propuesta llena cada poro de mi cuerpo, creando una
imagen terrible en mi cabeza de mi futuro donde la vida será un
sufrimiento constante.
Matrimonio con el monstruo, asesino en serie, daños colaterales
para cumplir un plan despreciable en su cabeza.
Sea lo que sea que eso signifique.
Aquí no existe una explicación racional. Si realmente quisiera
vengarse de mi padre, habría elegido a Addison o Ava, sus princesas.
No yo, una puta bastarda a la que nunca le importó una mierda.
¿Libre para irme?
Una risa amarga casi brota de mí, pero la contengo, con demasiado
miedo de hacer un sonido o de lo contrario me volveré loca.
Santiago permanece ajeno a mi súplica, enrosca sus dedos en mi
cabello y tira de él mientras me arrodillo frente a él.
—Elige, Briseis. Nuestra boda o el funeral de tu padre.
Un sinfín de recuerdos de mi padre aparecen frente a mis ojos,
reproduciéndose como una película colorida en un proyector,
mostrándome su cara enojada, comentarios, palizas y gruñidos. Su
cara se torcía en una mueca cuando estaba en mi compañía, su deseo
que yo nunca hubiera nacido, y finalmente cómo destruí su relación
con mi madre.
Pero por mucho que lo intento, no encuentro ningún recuerdo feliz
con él que pueda empujarme en la dirección correcta.
Mi boca se abre para rechazar su oferta, dejar que mi padre
enfrente las consecuencias de sus elecciones de vida, pero la otra parte
de mí, la que sangra por la compasión y la conciencia, no me permite
tomar una decisión despiadada.
Me insta a seguir siendo humana a pesar de haber sido engendrada
por un monstruo y superarlo, incluso si eso significa casarme con uno.
Nadie debería sacrificar su vida por otra persona, porque la gente
es malagradecida por defecto. Su naturaleza codiciosa quiere más y
más de ti hasta que no quede nada. Y luego pasan a otra víctima de su
egoísmo.
Sin embargo, ¿qué se supone que debe hacer una hija cuando la
vida de su padre está en peligro? Más importante aún, ¿podré vivir
con eso si elijo mal?
—Tic, Tac. Tic, Tac. Tic, tac —dice Santiago chasqueando los
dedo—. Estoy esperando, Briseis.
Finalmente pronuncio mi decisión, cada palabra raspando mi
garganta de nuevo y trayendo dolor, pero es silenciada por la agonía
que quema mi corazón.
—Me casaré contigo.
Cuando un monstruo engendra un hijo, sus emociones hacia él son
un poco diferentes a las de un padre normal.
Viven en sus delirios sobre su poder absoluto, creando un mundo a
su alrededor con dolor, agonía y engaño donde todos les temen.
Alimentarse del miedo los sostiene solo por un tiempo, antes que
sus mentes se arremolinen con otras ideas, cada una de ellas más
horrible que la otra.
La mayoría de ellos construyen imperios sobre los huesos de sus
víctimas, anhelando dejar un legado en este mundo para las
generaciones venideras, y es entonces cuando la idea de un niño cruza
por su mente.
Alguien con su sangre pura corriendo por sus venas, según ellos,
capaz de las mismas acciones que lanzan sobre personas inocentes, sin
preocuparse por la devastación que traen.
Aunque, ¿qué sé con certeza?
Los monstruos pueden lastimar, torturar y destrozar a sus hijos...
pero nunca los dejan solos o sin un propósito en este mundo.
—Santiago, piensa en el futuro. Las acciones y decisiones deben
planificarse en varios pasos por delante. Si quieres atrapar a tu presa, dale un
cebo irresistible.
El significado completo de sus palabras me golpeó después de
tener sexo con Briseis, mi mente estaba nublada por un deseo que
nunca antes había conocido, y fue entonces cuando me di cuenta.
Ella no era solo mi cebo, oh no.
Ella también era suya... para atraerme hacia él, o más bien para
hacer lo que anhela tan desesperadamente y probablemente ha
planeado durante décadas.
Una dinastía con mi maldito linaje.
Ni siquiera perdonó a sus gente favorita que le servía, poniéndolos
en la línea de fuego solo para que pudieran entregarme la información
sobre su hija y despertar mi interés.
Incluso la masacre de esta noche le sirvió de señuelo para acelerar
el proceso; de lo contrario, no habría enviado a esos idiotas a hacer el
trabajo. Además, castigó a Howard.
Andreas hizo que pusiera mis ojos en Briseis para dejarla
embarazada y finalmente tener a su nieto perfecto, a quien planea
ahogar en los charcos de sangre que su legado representa.
¿Con qué no contaba?
Con que me casara con su preciosa hijita... y como tal la convirtiera
en una Cortez.
Andreas ama el poder y la codicia; sin embargo, su odio por
cualquiera que tenga el nombre de Cortez supera todas las demás
emociones y ambiciones suyas.
Perderá la cabeza en cuanto reciba la noticia.
El cazador emocional ya no es un cazador.
¿Y luego?
Vendrá a recogerla, con la esperanza de que mi semilla ya esté
echando raíces dentro de Briseis.
Capítulo Diez
La lujuria es un arma poderosa.
Mientras viaja por tu sangre, hasta un santo puede convertirse en pecador.
¿Quién puede resistir su atracción tentadora?
-Briseis

DEL DIARIO DE FLORA


VEINTITRÉS DE OCTUBRE

Estoy atrapada dentro de la Torre de Marfil sin forma de escapar,


esperando que esta pesadilla termine mientras trato desesperadamente de no
apegarme a la vida que crece dentro de mí.
Después de mi intento fallido de aborto, llegué a casa y descubrí que mi
padre había recibido una oferta de Andreas para trabajar en la arquitectura de
un edificio en Francia. Papá se emocionó ante la idea, especialmente cuando se
mencionó que el edificio serviría como orfanato después de su reconstrucción.
Me anunció nuestro viaje de un año a Francia, la felicidad brotando por cada
poro.
Casi había terminado el bachillerato y solo me quedaban dos materias, que
podría terminar fácilmente en el monasterio. Debido a su horario de trabajo y
a la ubicación del edificio, papá predijo que no podríamos vernos mucho o
nada.
El proyecto estaba programado para estar listo para Año Nuevo, así que
podría regresar e inscribirme para el semestre de invierno.
Conociendo el plan de Andreas, anticipé esta solicitud y asentí aturdida
ante su alegría, empacando mis cosas mientras le escribía una carta a
Howard.
No podía llamarlo ni enfrentarlo por miedo a decirle la verdad sobre mi
condición. Sólo Dios sabe lo que nos habría hecho a Andreas o a mí.
O tal vez solo me protegí, porque imaginé que podría volver con él una
vez que todo esto terminara y él nunca se enteraría.
Viví con esta creencia en el monasterio entre las monjas que sabían de mi
condición, mientras estudiaba las materias y leía libros. Ignoré todo sobre el
embarazo, incluso cuando la doctora que me asignó Andreas seguía hablando
de mi evolución.
Lo único que tenía que hacer era tragarme todas esas pastillas de
vitaminas, porque Andreas quería un bebé sano.
Pasé mis días y noches soñando con volver a Howard, sus brazos
esperándome y la vida que construiríamos juntos algún día.
Todavía me escribía cartas después que le enviara mi dirección. Estaban
llenos de poemas de amor y devoción, prometiéndome un gran futuro para
nosotros.
Sus palabras me dieron consuelo en mi desesperación y agonía hasta que...
Hasta hace unos meses.
Hasta que ella pateó.
Hasta que vi la huella de su diminuto pie estirando mi estómago,
mostrándose a mí, y se formaron lágrimas en mis ojos de asombro.
Hasta ese momento, el bebé no era más que un engendro del diablo, creado
en el infierno de mi dolor, engendrado por el mismo demonio.
¿Después?
Después, se convirtió en un bebé, viva, moviéndose dentro de mí, y...
Mía.
Empecé a hablar con ella, notando su inquietud cuando estaba en silencio
y como amaba cuando leía libros en voz alta.
Cómo me escucharía si frotara mi estómago y le pidiera solo un momento
de alivio de sus patadas.
De repente, todo lo que decía el doctor era súper importante, y yo seguía
cada orden, queriendo que estuviera sana.
Y en algún lugar del camino, comencé a amarla.
Lo que me lleva a ahora.
Estoy aterrorizada de dar a luz a mi niña, o al menos creo que es una
niña. Aquí no hay ultrasonido; sin embargo, patea más cuando la llamo ella.
Mientras que antes no podía esperar la fecha del parto, ahora la temo con
todo mi interior, el miedo se hunde cada vez más en cada célula de mi cuerpo
ante la perspectiva de que Andreas me la arrebate.
No tengo idea de por qué necesita al bebé tan desesperadamente, pero estoy
segura que destruirá su vida.
Andreas es un hombre poderoso que no se detendrá ante nada para
conseguir lo que quiere.
A veces pienso que violar a una mujer tan fácilmente es solo la punta del
iceberg cuando se trata de sus actos.
Incluso las monjas y el médico le tienen mucho miedo y saltan cada vez
que llama, con el pánico grabado en sus caras. Nunca pone un pie en el
monasterio; después de todo, los hombres no pueden entrar. Sin embargo, su
presencia demoníaca flota en el aire, recordándome que el diablo está
observando cada respiración mientras espera a su heredero.
¿Cómo podría darle mi bebé?
O peor.
¿Qué pasa si mata a mi bebé en el momento en que ve que es una niña y
no un niño?
¿Cómo protejo a mi bebé cuando su padre es un monstruo?
19 DE DICIEMBRE

La doctora vino para su última visita antes del parto. Me hizo algunas
pruebas y me revisó internamente. En el momento en que vi el ceño fruncido
en su rostro reemplazado rápidamente por el miedo, haciendo que sus ojos
lucieran como si fueran a salirse, supe que algo andaba mal. Solo Andreas
tiene tal poder sobre sus emociones, y los mataría a todos si algo le pasara a mi
hijo.
Dijo que el bebé yace con los pies hacia abajo y que, sin el equipo médico
adecuado, no sabe qué tan seguro será el parto.
No podemos ir al hospital. Harán muchas preguntas y, por alguna razón,
Andreas quiere un parto lo más natural posible. Según él, su bebé es lo
suficientemente poderoso como para perseverar, pase lo que pase.
Al igual que su bebé en circunstancias similares.
Durante sus breves llamadas telefónicas, siempre menciona algún
misterioso él como si estuviera compitiendo con alguien. Al principio, pensé
que podría haber sido Howard, pero murmuró su nombre una vez.
Lucian.
Estoy inquieta, sin saber qué hacer con esta información.
Hace un mes, con el pretexto de necesitar aire fresco, intenté escabullirme
entre los guardias para encontrar a la policía y hacer que me escucharan.
Debería haberlo hecho en casa después de la violación, pero Andreas me
manipuló con miedo. Aturdida, dejé que me metiera más y más en la jaula
dentro de mi psique, donde casi me convenció de que el mundo entero se
vendría abajo si abría la boca.
No quiero jugar más a este juego, pero fallé en mi intento de escapar. Me
atraparon y esperaba que Andreas viniera con algún castigo. Sin embargo,
para mi sorpresa, las monjas no lo informaron, solo me susurraron que me
quedara quieta hasta que naciera el bebé.
Sin embargo, ¿cómo puedo hacerlo si puedo ponerla en peligro si me quedo
quieta?
Según la doctora, también existe la posibilidad de mi muerte, porque si
hay alguna complicación, ella no podrá ayudarme.
Esto también me asusta, dejar a mi hija para Andreas. Durante estos
pocos meses, incluso acepté el hecho de que estoy dispuesta a permanecer a su
lado mientras me deje estar con ella.
Así que después de reflexionar durante varias horas, encuentro la
solución, la única solución posible en estas circunstancias.
Haré todo lo posible para liberarme a mí y a mi hija del monstruo.
Y espero de todo corazón haber tomado la decisión correcta.
Después de todo, el fracaso no es una opción en el infierno.
—Excelente —dice y saca las llaves de su bolsillo trasero,
balanceándolas ruidosamente en el aire antes de hacerme un gesto con
la mano para que me levante. En cuanto lo hago, envuelve su palma
alrededor de mis muñecas, liberándolas una por una con sus pulgares
frotando mi piel dolorida.
Apartando su mano de un golpe, doy un paso atrás, mirando los
moretones de color rojo claro en mi piel, y me estremezco un poco
cuando me recuerdan mi infancia.
No pasa desapercibido para él.
—No dejarán marcas. Tenemos que ponerles ungüento.
—No hay necesidad de fingir que te importa. —Mi padre comienza
a toser ruidosamente, todo su cuerpo tiembla—. Papá —llamo,
lanzándome en su dirección y agarrando los barrotes de la jaula que se
balancea con el contacto—. Papá, ¿me escuchas? —Extiendo mi mano
hacia adentro, trato de alcanzarlo, pero termino solo tocando su
mejilla con la punta de mis dedos.
—Briseis, Briseis. —Su susurro apenas audible me sorprende, mis
ojos se agrandan al pronunciar mi nombre de todas las personas en
este momento de desesperación. Uno de sus ojos se abre, mirándome
fijamente—. Es tu culpa. Él vino por ti. Es tu culpa.
Retrocediendo, mis pies raspan contra el cemento, y la
incredulidad mezclada con la ira me recorre, mis labios están pegados,
porque de lo contrario mi grito de frustración haría eco en este lugar.
¿Cómo es que todo esto es mi culpa? Yo no fui la que se cruzó con
un Cortez. ¡Increíble!
—Qué típico. —Me sobresalto cuando Santiago se para detrás de
mí, su aliento me avienta la nuca, haciendo que se me erice el vello.
Florian salta sobre la barandilla, caminando hacia nosotros y
disfrutando del espectáculo. Todas esas mujeres no deben tener idea
de qué tipo de persona horrible se esconde detrás del hombre
carismático que es Florian.
—Tu padre es un pedazo de mierda que no es digno de tu lealtad,
pero hiciste un trato con el diablo. Estás obligada por el acuerdo.
—Si crees que eres el diablo, tal vez deberías internarte en una sala
psiquiátrica. Estás golpeado en la cabeza.
Me da la vuelta y me presiona contra él, su musculoso brazo me
bloquea en un fuerte abrazo, y empujo el agarre, golpeándolo fuerte
con mis puños.
No presta atención a mi resistencia, arroja su cigarro al suelo
donde Florian lo pisa, y frota sus nudillos sobre mi mejilla, el
repugnante olor a nicotina golpeando mis fosas nasales.
—Ah, querida. No puedes estremecerte ante el toque de tu
prometido.
Resoplando con incredulidad, empujo su brazo de nuevo y exhalo
con fuerza cuando ni siquiera se mueve, sino que solo moldea su
cuerpo más firme contra el mío. La sensación de un músculo
perfectamente tallado me hace sacudir la cabeza ante la electricidad
que pincha mi piel.
Mi cuerpo todavía recuerda nuestro encuentro; el sofoco que se
extiende a través de mí despierta cada vello de mi cuerpo. Sin
embargo, mi mente me grita que me aleje lo más posible de este
hombre, mostrando imágenes de sus actos oscuros de esta noche para
que sirvan como advertencia para nunca sucumbir a la lujuria que
arde en mis venas.
Hormonas
Mis hormonas aún pueden encontrar atractivo al hombre, mis
ovarios explotan por dentro al saber lo que puede hacerme, pero eso
no significa que nunca más volveré a actuar de acuerdo con esos
deseos.
De buena gana al menos.
Un pensamiento entra en mi mente, uno que no había tenido antes,
y su frialdad me golpea, helando mi sangre ante las dolorosas
posibilidades que me esperan. Las palabras brotan de mis labios antes
de registrarse en mi cerebro.
—Tu toque me repugna. ¿O la violación será parte de este
matrimonio? —Apenas logro terminar la oración antes que envuelva
su mano alrededor de mi cuello, apretándolo muy fuerte y cortando
mi oxígeno de inmediato.
Poniendo mis palmas sobre las suyas, trato de quitarlas,
necesitando desesperadamente respirar aire en mis pulmones, pero
Santiago continúa agarrándome, magullando la carne ya magullada.
—Suéltame —digo a través de mi garganta seca, abofeteándolo
mientras el mareo me inunda y aparecen puntos negros frente a mi—.
Suelta… —Finalmente me suelta, y tropiezo hacia atrás, aterrizando
contra los barrotes de la jaula y cayendo al suelo, mi mano
reemplazando la suya en mi cuello. Toso muy fuerte, tragando el aire
que tanto necesito mientras el escozor y el dolor me queman la
garganta.
Sin embargo, el odio y la rabia que brillan en su mirada borran
cualquier pensamiento de mi incomodidad. Me señala con el dedo,
listo para decir algo, pero luego lo retira, cerrando los ojos ante la ira
que todavía atraviesa claramente su sistema ante mi acusación.
Remi y Octavius marchan hacia nosotros, y Florian se para más
cerca como si quisiera detener a Santiago en caso que se abalance
sobre mi garganta otra vez.
La tensión sube en el aire, tan palpable que me pone la piel de
gallina y el miedo me quema, insinuándome que he hecho algo
horriblemente malo y que podría pagar el precio por ello.
Abriendo sus orbes azules, su mirada se posa en mí antes de
acercarse, entrelazando sus dedos en mi cabello, tirando de él con
tanta fuerza e inclinando mi cabeza hacia atrás mientras mi grito de
angustia rebota en las paredes.
—Nunca. Me. Acuses. De. Eso. —El veneno cubre cada una de sus
palabras, el odio hacia mí es tan fuerte que me encojo por dentro y
gimo cuando tira de mi cabello de nuevo—. ¿Lo entiendes?
En mi asentimiento, su toque cambia. Desliza sus dedos sobre los
puntos doloridos, aliviando la picadura masajeando mi cuero
cabelludo.
—Remi, sácala de aquí —ordena para mi sorpresa, ya que ninguno
de ellos me parece alguien que escuche a nadie y mucho menos las
órdenes de sus amigos.
Pero, de nuevo, no sé nada sobre su dinámica dentro del grupo.
Remi hace un gesto con la mano hacia un lugar lejano, justo
enfrente de nosotros, y le pregunta a Santiago sin quitarme los ojos de
encima:
—¿En dos horas en la iglesia?
—Sí.
—¿Mi padre? —Me estremezco. Hablar parece como si me
estuviera rasgando la piel de adentro hacia afuera, y Santiago se
encoge de hombros.
—Asistirá a la boda. —Su voz no admite discusión, así que sigo a
Remi sin siquiera preguntarle a dónde planea llevarme. —No hagas
nada estúpido, Briseis. Un error y está muerto.
Dándole a mi padre una última mirada, quien nos mira a todos con
horror en su único ojo, lo dejo a merced de los monstruos, porque
francamente, no puedo reunir una pizca de compasión después de su
anterior rechazo.
Cuando estamos casi junto a la puerta escondida en la oscuridad, la
voz de Santiago me inunda, y su significado perturba las cuerdas de
mi alma más de lo debido.
—Cuida su garganta. No la quiero con dolor.
El hombre que acaba de herir brutalmente les ordena que atiendan
mis heridas, confundiéndome sin fin, porque acciones como esas casi
me hacen creer que tiene un corazón enterrado en algún lugar bajo
toda la oscuridad que pesa sobre él.
Remi abre la puerta de una patada, bloqueo los pensamientos
sobre Santiago por el momento, y terminamos en un espacioso...
¿garaje? Sin luces, no veo mucho además de la silueta en la distancia,
por lo que probablemente uno de sus coches esté esperando listo para
conducir a donde sea.
Sin embargo, mi mandíbula golpea el suelo cuando Remi aplaude
y el lugar se ilumina, mostrando dos helicópteros ocupando la mayor
parte del amplio espacio vacío. Uno de ellos se encuentra en medio de
un pequeño círculo pintado en el suelo, su pintura negra pulida brilla
a la luz. Tiene cinco asientos disponibles, dos en la parte delantera y
tres en la parte trasera, y la inquietud me invade ante la perspectiva de
volar en esta cosa.
Si bien mucha gente sueña con subirse a uno de esos para hacer
turismo, la idea siempre me asustó muchísimo.
Remi levanta mi mandíbula con la punta de su dedo, haciéndome
fruncir el ceño, y se ríe, sus ojos oscuros llenos de diversión.
—Súbete. No queremos llegar tarde. —Camina alrededor del
helicóptero, y parpadeo varias veces cuando ocupa el asiento
delantero, ¡solo que ahora me doy cuenta de que planea pilotar la
maldita cosa!
Tragando el nudo que tengo en la garganta, entro en la cabina y
cierro la puerta con un ruido sordo.
Remi me da unos auriculares y me los pongo mientras él hace lo
mismo antes de pulsar un mando a distancia.
—Oh Dios —murmuro cuando empezamos a subir a la plataforma,
y agarro la manija de la puerta, presionándome más cerca del lado de
Remi—. ¿Qué está sucediendo? ¿Estamos en el techo?
—Bajo tierra. La plataforma nos llevará hasta donde podamos
volar fácilmente. —Miles de pensamientos pasan por mi mente ante
esta información, el más destacado de ellos es todo lo que hizo
Santiago para crear su mazmorra.
La escondió bien, y ni siquiera puedo comprender la cantidad de
trabajo que tomó construir algo como esto bajo tierra. ¿No necesita el
permiso del estado? ¿Cómo diablos encubrió sus oscuras acciones todo
este tiempo? ¿Nadie se molestó en revisar su arena con todas esas
acusaciones flotando a lo largo de los años?
Cierro los ojos, el aire se atasca en mis pulmones cuando nos
detenemos solo para que Remi presione varios botones, y la máquina
empieza a zumbar, el fuerte sonido de la turbina con sus rotores
principales y de cola arrancando, bloqueando cualquier otra cosa.
Siento que subimos lentamente, el helicóptero se balancea suavemente
de un lado a otro, y aprieto mis ojos con más fuerza, mi pulso se
acelera. La máquina comienza a moverse hacia adelante y luego
vuelve a subir más y más alto. Sensaciones de cosquillas me recorren
constantemente, y abro mucho mis orbes, pegando mi nariz a la
ventana para ver el círculo que se abre detrás de nosotros y la
interminable cantidad de tierra verde que lo rodea, que parece no
tener fronteras.
Vuela suavemente, las luces de la ciudad en la distancia me indican
que no estamos tan lejos de Chicago.
—¿A dónde vamos? —Con suerte, a sus prisioneros se les permite
hacer preguntas, porque ir a ciegas en los desastres sería la guinda del
pastel.
—A prepararte para la boda —responde, y me tenso cuando un
fuerte viento nos sacude en el aire y me rodeo con los brazos. Remi
apoya su espalda contra el asiento, ambas manos sosteniendo el
control entre sus piernas. —He estado haciendo esto durante diez
años, Briseis. No te preocupes. —Me tranquiliza, su voz incluso
uniforme y tranquila como si debiera confiar en su palabra, el asesino
en serie que participó en el asesinato de mi familia y se rio cuando su
amigo me torturó.
—Te creeré cuando aterricemos —grito, mirando hacia adelante,
sucumbiendo a mi deseo a pesar de mi determinación anterior de
absorber la belleza del mundo que me rodea. Las estrellas llenan el
cielo nocturno, la luna brilla intensamente, lanzando un hechizo
mágico sobre la magnífica ciudad que tenemos delante llena de vida, a
juzgar por lo iluminada que está y todos los coches en movimiento—.
Es bonito.
—Recuerdo mi primera vez volando esta cosa. Nada se compara
con el poder que se arremolina a tu alrededor con el helicóptero
totalmente bajo tu control, observando el suelo desde arriba y dándote
cuenta que nuestras posibilidades son infinitas si solo nos permitimos
soñar.
Lo miro boquiabierta por la descripción que da de volar, sin
esperar que un asesino en serie sea tan poético. Aprieto mis labios y
los enrollo mientras me concentro en el entorno, porque hablar con
Remi me confunde.
Cuando alguien peligroso actúa así de amable, debe haber un truco
escondido en alguna parte; tal vez me necesitan lo suficientemente
relajada antes de atacar de nuevo.
Llegamos a Chicago en unos minutos, sobrevolando la ciudad
donde tengo la oportunidad de mirar las aceras con gente corriendo,
algunos incluso bailando en las calles. Y tanta arquitectura asombrosa
se extiende por todas partes. Algunos de los edificios fueron creados
en el siglo XIX.
Cuando pasamos por Millennium Park, veo gente tomando fotos
cerca de Cloud Gate, y me quema el anhelo, porque nunca tuve la
oportunidad de hacer eso, y quién sabe si tendré esa oportunidad en el
futuro. Mi suerte no ha sido tan buena en los últimos días.
Una verdadera tortura realmente, vivir en una ciudad con piezas
de arte únicas disponibles por todas partes, solo para negarse a
apreciar el increíble talento que representan.
Los camiones de comida callejera tienen gente haciendo cola,
formando pequeñas multitudes en las calles, y los vehículos se
mueven sin problemas en la carretera, un poco más ocupadas de lo
habitual.
Considerándolo todo, Chicago podría ser mi único amor
verdadero, porque nada se compara con mi ciudad natal.
—También amo la ciudad. Nunca querría vivir en ningún otro
lugar —me informa Remi antes de dar un giro rápido y luego hacer
clic en algunos botones mientras aceleramos, dirigiéndonos al
rascacielos alto con el nombre de Cortez.
—A veces, no tenemos otra opción —le digo a Remi, haciendo
estallar mis dedos y disfrutando el crujido a pesar de la leve
incomodidad. Con todo el recorrido que organizó para mí, casi olvido
la verdadera razón de todo y cómo estoy a punto de participar en una
boda que bien podría ser mi funeral.
Remi aterriza fácilmente el helicóptero en el techo del edificio,
antes de apagarlo, y una mujer corre hacia nosotros, sosteniéndose el
cabello con la mano mientras pone una sonrisa falsa en su boca.
—¡Señor Dawson! Lo hemos estado esperando. —Me quito los
auriculares y miro a Remi en busca de una explicación.
Cuelga sus auriculares en su lugar, señalando a la mujer.
—Aly tiene todo listo para ti. Sólo síguela. —Una vez más junto
mis labios para que no se escape un grito de frustración, porque recibir
órdenes como una muñeca sin alma difícilmente puede ser agradable
para nadie, coloco mi pie en el escalón, lista para saltar, cuando su voz
congela mis movimientos.
—Siempre tenemos una opción. Tus elecciones siempre incluyen
ser una víctima. —Mirándolo por encima del hombro, abro la boca
para protestar, porque a la mierda él y su jodida forma de pensar, pero
su palma abierta me detiene—. No podemos cambiar nuestra infancia.
Pero podemos evitar que dicte nuestro futuro.
¡La audacia de este tipo!
—¿Así que debería haberlo dejado matar a mi padre y seguir mi
camino feliz? —Aly se aleja sutilmente varios pasos, probablemente
para darnos una sensación de privacidad durante nuestra
conversación—. ¿O debería haber muerto por su mano?
Una extraña expresión parpadea en sus ojos oscuros cuando
responde.
—La lealtad es una gran fortaleza de carácter. Sin embargo, dada a
las personas equivocadas, podría ser sofocante o estúpida. —Mi
silencio debe indicarle mi completa confusión en algún punto torcido
de su cabeza, así que elabora—. Dicen que la sangre es más espesa que
el agua, y la gente cree ciegamente en esta idea. La familia lástima,
destruye y se deleita con la carne de sus crías, y aun así las crías
vuelven a enfrentar más abusos. Se les ha inculcado desde sus
primeros años que deben esta lealtad, por lo que sacrifican todo por el
gran concepto, y rara vez es una realidad. —Se inclina más cerca de
mí—. La familia Cortez ama y protege a los suyos, y no piden
sacrificios. Lo mismo ocurre con los cuatro oscuros. Cuando llegue el
momento... elige bien tus alianzas y lealtades, Briseis.
—¿O qué? —Entiendo que Remi quiere comunicarme algo, pero no
veo cómo algo de esto es relevante para la situación actual.
Su amigo me chantajeó para que me casara. ¿Por qué importa mi
lealtad?
Una sonrisa siniestra curva su boca, la expresión mortal que se
asienta en sus rasgos transforma a Remi en un hombre peligroso cuya
poderosa energía de dominio me eriza la piel con miedo.
—O te arrepentirás. No damos segundas oportunidades. Si alguna
vez haces algo que ponga en peligro a la familia Cortez. —Su voz baja,
y cierro mis manos, apenas conteniendo el impulso de salir corriendo,
y levanto la barbilla, esperando su amenaza—. Santiago no será el que
acabe contigo. Lo haré por él. —Se recuesta en su asiento y me despide
con la mano—. Vete.
Y ahí es cuando mi parte vengativa y oscura vuelve a asomar la
cabeza, interviniendo para protegerme con la única arma disponible
que tengo, con el objetivo de lastimar a Remi solo un poco, si es
posible.
—Eres un ser humano repugnante, Remi, y es por eso que ninguna
mujer en su sano juicio estará jamás contigo. —Sus orbes oscuros
brillan con sorpresa, y me regodeo internamente, porque significa que
mis conjeturas sobre sus frecuentes viajes a otra ciudad eran correctas.
¡Acechar a Santiago junto con los cuatro oscuros finalmente valió la
pena!
Antes que pueda comentarlo, salgo del helicóptero y camino hacia
Aly, quien comienza a hablar rápidamente sobre los preparativos
rápidos que debemos hacer.
Mientras vamos al ascensor, pienso en las palabras de Remi y niego
con la cabeza con incredulidad.
El infierno podría congelarse mil veces, e incluso entonces no les
daría mi lealtad o mis alianzas a los asesinos en serie.
Cuando le doy una patada en el estómago, Howard gime de dolor,
se hace un ovillo y solloza violentamente mientras canta:
—Por favor. Por favor. Por favor. —El hijo de puta no se ha callado
desde que lo saqué de la jaula.
Si tan solo supiera que rogar por la salvación nunca funcionaría
para los pecadores como él, que están destinados a pasar una
eternidad en el infierno.
La ira se arremolina a través de mí, envolviendo todos mis
sentidos, y la bestia dentro de mí ruge ante la idea que mi Briseis sea
herida por todos esos hijos de puta que se hacen llamar su familia, y la
necesidad de matar a Howard de la manera más vil se vuelve tan
fuerte que apenas logro controlarlo.
Aún no.
—Voy a repetir mi pregunta de nuevo —digo, pateándolo en el
estómago con tanta fuerza que empieza a ahogarse con la sangre, y un
suspiro de placer se me escapa, cuando finalmente su puta voz deja de
perturbar mis oídos con súplicas inútiles—. ¿Cómo conseguiste a
Briseis?
Caminando hacia la mesa de armas, deslizo mis dedos sobre mi
colección de cuchillos hechos del mejor acero y plata, sus puntas
afiladas pueden perforar la carne tan fácilmente con una sola
puñalada, destruyendo órganos internos si la mano que las sostiene es
hábil.
Ah, y tengo toda la habilidad del mundo.
Cogiendo el que tiene el mango de espiga, me doy la vuelta para
mirar a Howard, quien finalmente murmura algo.
—Diarios. Diarios. —Volviendo hacia él, mis pasos pesados sobre
el cemento lo alertan de mi presencia y envían miedo a cada poro.
Miro a Octavius y Florian parados cerca, esperando mi próximo
movimiento.
Por lo general, ninguno de ellos cumple con mis peticiones, y
mucho menos con las órdenes; sin embargo, cuando nos involucramos
en la venganza de uno, seguimos las reglas.
Uno de ellas incluye dejar que el que quiere venganza dirija el
espectáculo.
Hago un gesto hacia Howard, y entienden mi significado al
instante.
Cada uno agarra uno de sus brazos, levantándolo para que pueda
pararse sobre sus rodillas tambaleantes, balanceándose un poco en su
agarre y respirando con dificultad. La sangre gotea de su frente,
cubriendo su cara. Otros moretones están dispersos por todo su
cuerpo, dejando casi ninguna carne sin rasgar por Andreas o por mí.
Aunque no es suficiente.
Nada será suficiente.
Hirió a mi Briseis.
Podría ser el monstruo que caza en la noche sin cualidades
redentoras, pero nadie puede lastimar a mi mujer además de mí.
—Flora escribió diarios —susurra, lamiendo sus labios y haciendo
una mueca, probablemente por la sangre que entra en su boca—.
Encontrarás tu respuesta allí.
Ladeando la cabeza hacia un lado, pregunto:
—¿Dónde están?
Tose, hundiéndose hacia adelante, pero los chicos lo levantan y me
mira con ambos ojos, el otro finalmente se abrió, para mi deleite.
Solo un verdadero asesino en serie aprecia la mirada de una
víctima durante un dolor inimaginable.
—En un banco. A salvo. —Un latido antes de añadir—: Andreas
violó a mi Flora. La única mujer que amaba.
La ira penetra cada uno de mis huesos, el deseo de matar a
Andreas se intensifica diez veces, porque sus horribles crímenes
parecen no tener fin, y debería haber sospechado que ese era el caso.
Andreas podía ser encantador cuando quería, pero incluso una
chica inocente como Flora habría visto su verdadera naturaleza.
—Nunca podría amar a Briseis. —Las palabras de Howard me
sacan de mis pensamientos, frunzo el ceño y aprieto mi mano, dándole
un golpe que no esperaba.
Su cabeza es arrojada hacia atrás, su gemido oscilando entre
nosotros, y limpio su sangre en mis pantalones. Mi odio es tan fuerte
en este momento que estoy pensando en faltar a mi palabra y matarlo.
Cualquiera que piense que los niños deben ser castigados por los
pecados de su padre no merece misericordia ni compasión.
La vida le confió a Howard una niña que fue engendrada por un
monstruo sin culpa propia, y él pudo haberle dado algo en lugar de
abuso y negligencia constante.
No debería hablar de amor, porque no entiende lo que eso
significa.
Si algo tan horrible le pasara a mi madre y ella quedara
embarazada y decidiera mantenerlo, mi padre nunca se habría rendido
con ellos.
Él habría amado al bebé, porque era parte de ella.
Pero no todos tienen el corazón de mi padre.
Comprobando la hora en mi reloj, me doy cuenta que solo nos
queda una hora y media para la boda, así que esta tortura
lamentablemente tiene que acelerarse.
—Extiendan sus brazos. —Me dirijo a los chicos y Howard
encuentra la fuerza para mirarme, la confusión cruza su cara cuando
mis amigos hacen lo que les pido—. Howard, le prometí a Briseis que
no te mataría y no lo haré. —Suspira aliviado, pero se congela cuando
le sonrío—. Pero ya ves, nadie lastima a mi mujer. Y esas manos
abusaron de ella una y otra vez. Así que permíteme dejar claro ese
punto.
Antes que pronuncie otra palabra, le corto la mano derecha y su
grito de agonía resuena en el espacio, trayendo un placer tan profundo
que me quedo quieto por un momento, absorbiendo los sonidos.
Luego, rápidamente hago lo mismo con la izquierda, sus dos
miembros amputados yacen a sus pies, y los piso, disfrutando el
crujido debajo de mis zapatos mientras la sangre brota de sus heridas.
—Ahora, la boda nos espera. —Cambio mi enfoque a Octavius—.
¿Puedes envolverlo y coserlo de una manera que no le muestre a
Briseis el estado de sus heridas?
Aunque todos tenemos conocimientos médicos básicos, Octavius
es el único que terminó la escuela de medicina a pesar que no la
práctica. El único propósito de sus estudios era curar a las víctimas en
caso que surgiera la necesidad o ayudarnos a todos en caso de
emergencia.
Para construir una hermandad duradera, debes pensar
estratégicamente.
—Sí —responde, enganchando una cuerda cercana, y Florian lo
ayuda.
—Vigílenlo en todo momento durante la ceremonia. —Dándome la
vuelta, corro hacia el baño, donde mi traje ya me espera, listo para
terminar con esto.
Una ceremonia de boda llena de lágrimas de la futura novia por las
injusticias que esta vida le ha entregado una vez más.
De alguna manera, nunca imaginé que mi boda fuera otra cosa.
Capítulo Once
Toda mi vida, busqué la verdad.
No esperaba que fuera tan cruel.
-Briseis

LA ÚLTIMA CARTA DE FLORA

Mi amado Howard,
Durante horas, he tratado de escribirte esta carta. Innumerables papeles
arrugados yacen a mí alrededor, cada uno de ellos con palabras que no habrían
sido adecuadas para mi última carta.
Finalmente decidí que no puede ser perfecta o hermosa, porque es
devastadora.
¿Cómo puedo ahorrarte este dolor si me llena cada hueso? Las palabras se
derramaron sobre este papel junto con mis lágrimas, dejando huellas borrosas.
Terminamos las cosas hace meses cuando dije la verdad y nunca
respondiste.
No estoy segura de sí es importante para ti o no. De alguna manera te
entendí y nunca me enojé por tu decisión.
El amor dentro de mí por ti es fuerte; disculpa todos tus defectos, y esto es
una señal para mí de que no habríamos durado de todos modos.
Te amo, Howard. Eres mi primer y único amor. A pesar de lo que pasó en
mi vida, estoy agradecida que hayas estado en ella y me hayas traído tanta
felicidad, incluso si duró solo un momento en el tiempo.
Una sonrisa se abre paso entre las lágrimas de mi rostro mientras te
escribo esto, recordando nuestros días y noches llenas de pasión.
Ha pasado menos de un año, pero parece que ha pasado toda una vida.
Soy una tonta ingenua, creyendo en cuentos de hadas y leyendas cuando
no son más que mitos. Y no sé si me usaste para tu propia diversión o
realmente me amabas, pero de cualquier manera, no me arrepiento de
nosotros.
Por ti, conozco el amor.
Lo que me lleva a esto.
Si has recibido esta carta, significa que lamentablemente no sobreviví a mi
plan. Al embarcarme en este viaje, sabía que era una posibilidad y aun así
asumí esos riesgos.
Estoy en algún lugar del cielo ahora, observándote leerla, esperando con
todo lo que hay en mí que cumplas mi última petición.
La carta tiene una dirección y una foto de mi hija adjunta.
¿No es hermosa? No espero que sea otra cosa. Ella es perfecta en mi
imaginación, aunque probablemente no tendré la oportunidad de verla si
tienes esta carta. La llamo ella, pero podría haber terminado siendo un niño
por lo que sé.
En el lugar indicado, la monja te estará esperando dentro de los próximos
dos meses con mi bebé.
La arranqué de las garras de Andreas, para que no la manchara con su
oscuridad y le hiciera cosas despreciables.
La monja también tiene tres de mis diarios. Este es el único legado que mi
hija tendrá de mí y quiero que sepa la verdad sobre su madre.
No soy perfecta, ni ideal. He cometido errores... pero al final de todo, la
amaba.
E hice todo lo que estaba a mi alcance para darle la oportunidad de una
vida mejor.
Espero que, mientras sea criada por otras personas, al menos sepa esto
sobre mí.
Por favor, Howard.
Si al menos una pequeña parte de ti me amaba, apreciaba nuestro tiempo
juntos... cuida a mi hija.
Sálvala de Andreas.
Y si pudiera tener un último deseo más...
Llámala Briseis.
Briseis amaba a Aquiles. ¿Pero lo más importante?
Aquiles nunca la lastimó y la amaba, así que eso es lo que deseo para mi
hija.
No es una historia de amor legendaria donde se hablaría de mitos sobre
ellos en los años venideros.
Pero un amor que dure.
Lamento el dolor que te trae esta carta o cualquier otra emoción. Tal vez
experimentes enojo porque incluso me atrevo a pedirte tal cosa. Sin embargo,
no hay nadie más en mi mente en quien pueda confiar con tal información.
Si la vida hubiera sido diferente.
Si tan solo Andreas nunca hubiera pasado.
Si solo…
En la realidad que estoy viviendo, sin embargo, "sí solo" no existe.
Te amo hasta mi último aliento, Howard.
Al igual que Paris hizo con Helena, finalmente me di cuenta de que estaba
equivocada en nuestro romance.
Yo soy Paris y tú eres Helena.
No puedo cambiar mi destino.
Aunque espero poder cambiar el de mi hija.
Siempre tuya,
Flora
—Terminamos —anuncia la maquilladora, Erica, rozando mi
mejilla con el rubor por última vez antes de dar un paso atrás y juntar
sus manos—. Te ves impresionante.
—Ella está en lo correcto. Realmente lo haces —dice Aly, y
tomando una respiración profunda, me enfrento al enorme espejo
vertical detrás de mí, jadeando en el momento en que mis ojos se
posan en mi reflejo, sorprendidos de verme tan…
Tan bellamente unida.
Mis mechones castaños tienen un elegante peinado largo, los
pesados rizos caen en cascada por mi columna, el alfiler de cristal que
los mantiene unidos por ambos lados me da una vibra de princesa con
el maquillaje perfectamente aplicado. Mis ojos son excepcionalmente
vivos en mi rostro y, a pesar de sus diferentes colores, de alguna
manera logran resaltar en mi piel pálida. El lápiz labial rojo llama la
atención sobre mi boca llena, mientras que el ligero rubor esculpe mis
pómulos altos.
Mi mirada se desplaza hacia el vestido blanco plateado, un color
inusual para un vestido de novia. Según Aly, Santiago lo escogió él
mismo. Para mi sorpresa, no era el que estaba colgado en la jaula.
¿Quizás eso fue solo un accesorio que usó para demostrar su punto?
El vestido de gala con hombros descubiertos tiene un corsé ceñido
con cordones que enfatiza mi cintura delgada, curvándose hacia mis
caderas anchas donde la seda interminable se desliza sobre la falda.
Los tacones de aguja plateados rematan la composición.
Si fuera una novia real a punto de casarme con el hombre de mis
sueños, sería la mujer más afortunada del mundo, llorando de
felicidad por lo increíble que resultó todo.
Excepto que todo lo que me rodea muestra una ilusión de su
creación destinada a traerme sufrimiento y dolor.
—Necesitamos algo viejo y azul —dice Erica, mirando a su
alrededor. Mueve el ramo de rosas rojas en su mano, haciendo juego
con el color de mi lápiz labial—. Lástima que no sean azules —Inhala
su aroma, suspirando soñadoramente—. Eres muy afortunada, Briseis.
Aly se ajusta las gafas en la nariz, sacudiendo la cabeza,
insinuando que deje de hablarme tan informalmente.
Después de llegar con Remi, descubrí rápidamente cuánto poder
posee realmente la familia Cortez cuando nos llevó al ascensor a través
de su enorme edificio de oficinas vacío mientras tocaba ferozmente en
su tableta, informándome que todo estaba listo.
Entramos en una amplia sala que consta de muebles caros, un
baño, candelabros de cristal y un equipo de personas listas para hacer
su magia conmigo.
Y todos ellos hicieron su trabajo de manera eficiente y silenciosa,
sin siquiera atreverse a levantar la vista hacia mí. Aly me trajo
medicamentos y té caliente con miel, lo que me alivió temporalmente
el dolor de garganta. La asistente me pidió varias veces que le avisara
si necesitaba algo y que mis deseos tienen prioridad sobre cualquier
plan programado.
La pobre chica se esforzó tanto en hacer su trabajo que no tuve
corazón para ser difícil o indiferente; después de todo, no es su culpa,
este es un juego falso que su jefe juega para...
Dios sabe para que realmente.
Estrujarme la cabeza durante una hora mientras era mimada por
diferentes profesionales no me dio ninguna pista de lo que Santiago
podría lograr con esta boda.
La única persona que me dejó sin palabras fue Erica, la chica
burbujeante que descubrí que puede hablar de cualquier cosa y de
todo, escupiendo un millón de palabras por minuto.
Suena el teléfono de Aly, y sus ojos se agrandan antes de lanzarse
hacia la puerta, y dado que estamos justo en el medio, asumo que uno
de los cuatro debe estar aquí para llevarme a la iglesia.
Agarrando la falda de mi vestido, empiezo a caminar tras ella
cuando Erica me agarra del codo, tirando de mí hacia el centro.
—Tenemos que ponerte el velo.
Un velo en ciertas culturas representa la pureza e inocencia de la
novia. En la antigüedad servía como protección contra los malos
espíritus que podían atacar a la novia o maldecir el matrimonio.
Excepto que las tradiciones de boda apenas me importan. Este
matrimonio está maldito desde el principio, y ningún velo rectificará
la situación.
—No lo necesito.
Erica abre la boca para protestar, pero unos taconazos fuertes
golpeando el mármol desvían mi atención hacia la nueva invitada que
camina hacia mí.
Mi mandíbula casi golpea el suelo.
En pocas palabras, nunca he visto a una mujer más hermosa, y por
la confianza que emana de ella, es muy consciente del hecho.
Tiene el cabello largo y negro cayendo por la espalda en pesadas
ondas, la luz brillante se refleja a través de los mechones sedosos, y
deben llegar a su parte inferior, fácilmente peinados en forma de
cascada.
Sus ojos azules me recuerdan el cielo azul claro en un día de
verano y se destacan como dos diamantes contra su piel bronceada. El
vestido de encaje sedoso envuelve su cuerpo, mostrando las generosas
curvas de sus pechos y su culo. El vestido termina ligeramente por
encima de sus rodillas, dejando al descubierto sus largas piernas, y
cuando se acerca, su aroma, rosas mezcladas con orquídeas y lavanda,
me envuelve.
Ella no tiene que presentarse.
Jimena Cortez.
La hermana de Santiago y heredera al trono cuyas formas
diabólicas vuelven loca a toda su familia.
Lo último que supe fue que obtuvo su licencia de piloto y anunció
su deseo de cruzar el océano sola.
Sus orbes azules me escanean de la cabeza a los pies, y una suave
sonrisa ensancha sus regordetas mejillas.
—Eres hermosa. —Levanta la mano con una caja cuadrada de
terciopelo negro—. Santiago me debe mucho por sacar esto a
escondidas de la oficina de papá. Casi me atrapan. —Mis cejas se
surcan en confusión, y ella se acerca, moviendo suavemente mis
mechones sobre un hombro—. Pero lo tengo. —Abre la palma de la
mano, esperando mi mano, supongo, así que se la doy, demasiado
aturdida para pronunciar una sola palabra, y finalmente abre la caja.
Parpadeo ante el hermoso anillo dentro de ella.
Rodeado de diamantes más pequeños, el anillo de zafiro puro y
claro de corte princesa brilla a la luz, reflejando nuestros rostros en él,
y la banda de platino solo se suma al lujo de la joya.
—El papá de Florian lo diseñó para el mío hace años cuando le
propuso matrimonio a mamá. Es un símbolo de su amor. —Lo desliza
en mi dedo, frotando la piedra y explicando la importancia que tiene
esta joya familiar—. En su trigésimo aniversario, papá le regaló otro y
decidieron guardarlo para Santiago. En secreto, creo que ambos
intentaron insinuarle que querían nietos. —Su voz se engancha en la
última palabra, algo parpadea en su rostro, pero lo cubre con una
sonrisa una vez más.
La mortificación me atraviesa ante esta información, y rápidamente
empiezo a quitármelo, odiando aún más a Santiago por tratar de
engañar a sus familiares de esta manera.
—No, no. —Jimena frunce el ceño, sacudiendo la cabeza como si
me hiciera una pregunta silenciosa, así que le respondo:
—Nuestro matrimonio no es… —Cierro la boca, temerosa de
hablar libremente en compañía de sus empleados.
¿Quién sabe qué podría hacerles Santiago si cree que son una
amenaza para sus planes?
Jimena debe adivinar mi hilo de pensamiento, porque despide a las
mujeres suavemente.
—Déjennos solas, por favor.
—Por supuesto —responde Aly, arrastrando a Erica afuera quien,
por lo que parece, habría disfrutado quedarse y escuchar nuestra
conversación—. El coche está esperando abajo cuando estés lista. —
Unos pocos pasos más y la puerta se cierra detrás de ellas.
Jimena me da una palmadita en la mano, indicándome que quiere
que me quede con el anillo, tira la caja en el sofá cercano y va a coger
el velo.
Agitándolo un poco, endereza el tule y comienza a sujetarlo a mi
cabeza, así que respiro hondo, decidiendo contarle todo y espero que
su hermana me entienda.
Todo lo que he oído sobre ella a lo largo de los años no ha sido más
que bueno.
—Nuestro matrimonio no se basa en el amor. Me chantajeó para
que lo hiciera. —Jimena se queda en silencio, recortando el velo con
fuerza, y vuelve a pararse frente a mí, colocando el tul sobre mi
hombro y asegurándose que mi cabello no estorbe—. De lo contrario,
matará a mi padre. —Le ahorro los detalles sangrientos de lo que le
pasó a mi familia; probablemente se enterará por las noticias muy
pronto—. Así que este anillo no debería estar en mi dedo. Quiere que
creas que es un matrimonio real pero no puedo mentir. Por favor,
ayúdame a escapar. —Exhalo pesadamente y espero que rompa a
llorar o jadee horrorizada antes de saltar para defenderme de su
hermano.
¿O tal vez llamar a su poderoso padre que puede ponerle una
correa a su hijo loco?
Aunque Jimena se ríe, y luego se transforma en una carcajada total.
Se dobla en dos, agarrándose el estómago, todo su cuerpo temblando
como si nunca hubiera escuchado nada más divertido. Traga saliva
para respirar, pero luego se echa a reír de nuevo, el sonido melódico
me llena de molestia y desesperación.
—No me crees —susurro, sintiéndome increíblemente estúpida por
mi confesión, y ella finalmente se endereza, secándose las lágrimas
que resbalan por sus mejillas.
—Oh, lo hago. La simple idea de que Santiago haga algo que no
quiere es divertidísima. —¿Qué?—. Así que confía en mí, este anillo es
tuyo. —Mira su reloj de platino con diamantes—. Y será mejor que nos
vayamos antes que él mismo irrumpa aquí y regañe.
¿Está loca, o es la locura un rasgo familiar del que no estaba al
tanto?
—Matará a mi padre —repito, pensando que tal vez no lo escuchó
bien la primera vez—. ¡Y él y sus amigos acabaron con toda mi familia
esta noche! ¡Todos están muertos! —grito la última parte, en este
punto sin importarme quién me escuche.
O examine cómo mis sentimientos son en su mayoría indiferentes a
ellos en este momento. Estoy triste de que alguien haya muerto y todo,
pero ¿emociones más profundas?
Sí, ausentes, lo que solo intensifica mi enojo con Santiago, porque
me hace enfrentar la dura verdad de mi frialdad hacia mis familiares.
Ante esto, las cejas perfectamente recortadas de Jimena se fruncen,
la preocupación brilla en sus rasgos mientras su cuerpo se tensa.
—¿Él realmente dijo eso?
¿Qué demonios pasa con ella?
—¡No, por supuesto que lo negó! —Se relaja, exhalando aliviada,
no es que me ayude ni un poco—. ¿No ves mi punto? Soy su
prisionera.
—Mi hermano tiene sus razones para todo lo que hace. —Mi boca
se abre en estado de shock, y ella agarra mi velo, arrojándolo sobre mi
rostro, así que la miro a través del tul, la incredulidad corre a través de
mi sistema, porque ¿qué clase de lógica jodida es esta?—. Lo más
importante para mi hermano es su libertad. —La tristeza atraviesa los
bordes de su tono, sus ojos se llenan de dolor y, a pesar de saberlo
mejor, mi corazón reacciona anhelando saber qué le pudo haber
pasado a Santiago para valorar tanto su libertad.
A pesar que es completamente idiota, considerando todas las cosas.
—Cuando la gente quiere venganza, hace lo que tiene que hacer
para ganar. —O al menos supongo que es venganza. De cualquier
manera, suena a venganza personal.
Jimena me abraza fuerte. Me quedo quieta, sin esperar el calor que
irradia de ella, y me aprieta entre sus brazos antes de susurrar:
—Mi hermano se casa contigo esta noche porque quiere hacerlo.
No porque tenga que hacerlo. —Se inclina hacia atrás—. Santiago
tampoco miente. Puedes confiar en su palabra. —Da un paso atrás y
señala con la cabeza hacia la puerta—. Ahora, realmente tenemos que
irnos.
Debería gritarle su estupidez y preguntarle dónde está su
solidaridad como mujer, cómo puede hacer a un lado todas mis
acusaciones como si no significaran nada y luego esperar que me case
felizmente con su hermano.
Debería hacer todas esas cosas.
Excepto que mi lucha no es con ella, sino con su hermano,
¿verdad? Entonces, ¿cómo puedo estar enojada con ella por no
involucrarse y posiblemente ponerse en la línea de fuego por el bien
de una chica extraña que acaba de conocer?
Sus palabras se repiten en mi mente mientras me doy la vuelta
para mirar por última vez mi reflejo en el espejo.
Si tuviera que creer eso…
Entonces tal vez Jimena tenga razón, y él no mató a mi familia, lo
que significa que está usando a mi padre como... cebo para que yo
caiga en su trampa.
Él es un cazador, y yo soy su presa que planea atrapar sin importar
el costo.
Los verdaderos asesinos en serie no te dejan decidir quién vive o
muere; hacen lo que quieren.
¿Será esta boda porque… Santiago me quiere, y no sabe cómo
pedir correctamente una relación?
No excusa lo que ha hecho estas últimas horas, pero al menos le da
un giro diferente... uno que puedo...
¿Qué?
¿Aceptar y construir una vida con él?
No importa su razonamiento, esta boda está mal de muchas
maneras, pero curiosamente la esperanza se desliza en mi pecho,
relajando mis pulmones, y mi corazón se contrae ante estos
pensamientos, la oscura realidad cambia a otra cosa.
Algo bastante curioso para mí, si no tengo que odiar al hombre por
lo que hace.
Además, su hermana lo ama y cree en él incondicionalmente a
pesar de su naturaleza oscura. Debe ser una señal que hay bondad
escondida dentro de él.
¿O tal vez esa es la lealtad de la que habló Remi, y simplemente no
la reconocí, porque nadie me amó incondicionalmente?
De cualquier manera, una cosa es muy clara.
A pesar que la oscuridad tiene colores negros, también tiene tonos
grises.
Y de alguna manera entre el gris, necesito encontrar respuestas a
mi pregunta y espero no volverme loca como todos los demás.
Remi tiene razón.
La lealtad dada a las personas equivocadas puede ser sofocante.
Así que tal vez necesito hablar con Santiago antes de la ceremonia,
entender qué diablos está pasando realmente, y luego él pondrá fin a
esto.
Si el hombre realmente tiene corazón, no me obligará a casarme
con él.
Saliendo de la iglesia a varios metros de distancia, muevo el
encendedor entre mis dedos mientras pongo un cigarrillo en mi boca y
lo enciendo, inhalando humo en mis pulmones, el placer instantáneo
hormiguea en mi piel cuando la nicotina que golpea mi lengua me da
una sensación momentánea de indulto.
No soy particularmente religioso ni me importa un carajo toda la
semántica que conlleva, pero la iglesia siempre ha sido una parte
importante de la vida de mis padres, así que me inculcaron ciertas
cosas desde la infancia.
Como no maldecir ni fumar en la iglesia, aunque por las cuantiosas
donaciones que la familia Cortez le da a esta en particular, debería
poder hacer lo que me dé la gana.
Florian me roba el encendedor de las manos y enciende su propio
cigarrillo mientras Octavius y Remi se paran con nosotros, creando un
círculo familiar lleno de tensión y anticipación.
Exhalando humo a nuestro alrededor, paso mi mirada sobre ellos.
—¿Qué está pasando? —Y luego me dirijo a Florian—. ¿Por qué no
estás adentro con Howard? —Aunque lo envolvieron fuertemente con
cuerdas y apenas puede respirar en ellas, no me gusta que mis
víctimas estén desatendidas.
Nuestra ausencia siempre les da la impresión de esperanza y
ayuda que llegará pronto, y eso lo desprecio. Ninguno de esos hijos de
puta merece ni un minuto de consuelo.
Deberían ahogarse en un estanque de desesperación y agonía.
—Está confesando sus pecados al padre Paul.
Me ahogo con el humo y me uno a la risa colectiva que resuena en
la noche, los pájaros vuelan en el cielo y las hojas susurran ante el
sonido, no contentos con nuestra intrusión.
—El hijo de puta realmente cree que limpiará su alma y Dios
evitará que lo matemos, concediéndole la expiación —Remi
reflexiona—. Lamentablemente, la estupidez es una enfermedad que
ningún medicamento puede curar.
El padre Paul es un querido amigo de mis padres, una de las
razones por las que patrocinaron esta iglesia donde tenía un refugio
para muchos niños abusados que no querían volver al sistema. Les dio
un hogar seguro y, a cambio, trabajaron en la tierra, estudiaron en la
escuela y esas cosas.
No es legal de ninguna manera, pero funcionó mientras nadie
causó problemas. Papá envía cheques mensuales a las familias que
debían acoger a los niños, por lo que el padre Paul continúa con sus
acciones.
—Este matrimonio —dice Octavius, sacándome de mis
pensamientos mientras levanto mi mirada hacia él—. ¿Cómo debemos
percibirlo?
—Buena pregunta. —Florian da unos golpecitos a su cigarrillo, la
ceniza cae al suelo—. ¿Es ella la novia o el cebo?
—¿La diferencia es...? —Remi se calla, esperando que Florian
aclare, y lo hace.
—¿Cómo debemos actuar con ella?
—Así que es como una ecuación. Los cambios constantes dependen
de la variable. —Remi señala a Florian—. Buena.
—O un veredicto médico —agrega Octavius—. Se puede obtener
un diagnóstico completamente diferente con un pequeño cambio.
—Como joyas. —Florián sonríe—. Cambias la piedra y su precio
sube o baja.
Contando mentalmente hasta diez para no apuñalar a mis amigos
que intencionalmente me vuelven loco con su charla midiendo mi
reacción, dejo caer la colilla al suelo, torciéndola con la punta de mi
zapato.
—Ella es ambas cosas.
Mi novia porque...
Briseis se ha convertido rápidamente en mi obsesión, el deseo de
poseerla y llenar su alma con nada más que yo es casi insoportable
mientras sacude los cimientos de mi control férreo que tardó décadas
en construirse. Necesito mis marcas de propiedad dibujadas en su piel,
mi anillo en su dedo, para que cada hombre cerca de ella sepa que
tendrá que lidiar conmigo si alguien respira mal en su dirección.
La locura que es ella me consume tanto que no es jodidamente
normal, y odio cada parte de esta profunda necesidad que casi me
ordena tomarla y nunca dejarla ir, envolverla tanto en mi oscuridad
que nunca encontrará una salida. En cambio, la ensuciará lo suficiente
como para quedarse conmigo en mi infierno para siempre, sin encajar
más con los santos de este mundo.
He tenido sexo con tantas mujeres a lo largo de los años que he
perdido la cuenta. Encuentros sin rostro, sin nombre y sin emociones
que me brindan alivio y control, borrando temporalmente las voces
que me susurran al oído sobre el horrendo pasado.
Nunca me acosté con nadie más de una vez.
¿Con Briseis?
Jodidamente anhelo atarla a mi cama y aprender todo lo que la
hace funcionar, así se volverá tan adicta a mi toque que no podrá vivir
sin él.
El odio y la lujuria son una combinación poderosa que puede atar a
una persona a ti, porque te conviertes en el único que puede darle la
satisfacción que busca.
Pero ella es mi cebo, porque...
Casarme con ella asegura que Andreas saldrá de su escondite, así
que puedo acabar con él cuando intente robármela delante de mis
narices.
La rabia estalla dentro de mí como un volcán ante la idea que él
ponga sus codiciosas manos sobre ella, poniéndola en peligro incluso
con mi presencia constante a su lado. El conocimiento de que no
puedo hacer nada para detenerlo me vuelve aún más loco.
Quiero partirme en dos por todas estas emociones conflictivas que
crecen rápidamente, porque ninguna de ellas tiene cabida en mi
venganza.
La lujuria es un pecado.
También lo es la locura.
Érase una vez, juré nunca, nunca amar a nadie.
Porque mi amor solo trae destrucción.
Irónicamente, este matrimonio pone fin a mi dilema,
permitiéndome pensar con la cabeza despejada sin que la locura y la
lujuria nublen todas mis decisiones.
Briseis me pertenecerá ahora, legal y emocionalmente.
Y si a ella no le gusta, me importa un carajo.
Nunca me había sentido antes así, y hasta que esta maldita
necesidad esté fuera de mi sistema, ella permanecerá a mi lado, quiera
o no.
El silencio saluda mi declaración antes que Florian chasquee la
lengua, expulsando humo.
—No, amigo. O tienes un diamante raro o una piedra normal que
cualquiera podría encontrar en las calles.
Ignorándolo, lanzo mi propia pregunta.
—¿De qué se trata esto realmente?
—Las reglas de los Cuatro Jinetes Oscuros, la número diez —dice
Octavius.
Bueno, por supuesto.
Cómo pude haberme olvidado de esa maldita regla que escribimos
porque Remi insistió. El cabrón era el único que planeaba casarse
algún día, alegando que el amor es un regalo que debemos agradecer.
Entre nosotros cuatro, es el romántico como la mierda, aunque
nunca se transfirió a todas las mujeres con las que folló.
Con un fuerte rasguño, Octavius termina de escribir en el pergamino que
ordenamos, mojando su pluma en tinta por última vez antes de ponerle un
punto.
—Así que nueve reglas en total, y tenemos que sellarlo con nuestra
sangre.
Florian toma el cuchillo, listo para cortarse la palma de la mano, cuando la
voz de Remi nos detiene.
—¿Qué pasa con las mujeres?
—¿Qué hay de ellas? Puedes follar a quien quieras. Solo usa protección
porque no necesitamos pequeños jinetes en nuestras vidas —digo,
estremeciéndome un poco ante la idea de traer un niño a este mundo y
someterlo a toda la crueldad que tiene para ofrecer.
—Jaja. Vete a la mierda, Santiago —ladra antes de elaborar—. Si alguno
de nosotros reclama a una mujer como propia, ¿qué sucede?
—Ehh, ¿depende de ti? —sugiere Florian, tan jodidamente confundido
con esta extraña conversación como el resto de nosotros. Además, ¿quién
diablos piensa en esto a los dieciocho años?
—Excepto cuando un hombre toma a una mujer, comparte todo con ella.
Ella se convierte en parte de ti. Contradice la regla número cinco en la que no
revelamos las verdaderas obras de la hermandad.
Gimo internamente por su basura poética. Lee demasiadas baladas
medievales sobre el amor verdadero. Florian se pasa la mano por la cara,
claramente tampoco está de humor para lidiar con eso.
Octavius, siempre el pacificador, encuentra su voz primero.
—Mira, Remi…
—No —responde con firmeza, sin siquiera dejarlo terminar. —No dejaré
esto al azar. Nos pondremos de acuerdo ahora mismo o esta hermandad
funcionará sin mí. —Lanza un ultimátum, y me levanto, enfrentándome a él,
la ira viaja a través de mi sistema y llena mi sangre con adrenalina, mis
puños ansiosos por pelear.
Una emoción constante desde que regresé a casa.
—¿Quién eres tú, Remi, para darme ultimátum?
—¿Quién eres tú para decirme que no puedo proteger a mi mujer? —Me
lanza de vuelta, y he tenido suficiente de esta mierda.
—Ella ni siquiera existe. Es un concepto mítico que crees que podrías
querer tener algún día. —Lo golpeo en el pecho, y él se balancea un poco antes
de recuperar el equilibrio rápidamente y lanzar su propio golpe, enviándome
volando hacia la pared, mi espalda golpeando la piedra con fuerza.
—¡Jodidamente discúlpate! —grita, moviéndose hacia mí rápidamente, así
que retiro mi brazo y lo golpeo justo en la cara.
Tropieza hacia atrás, empujando varias mesas en este estudio mientras el
resto de los chicos saltan.
—Lo siento, Remi. ¿Es esto una disculpa suficiente para ti? —Aprieto
los dientes, cada palabra mezclada con ira y sarcasmo mientras una amplia
sonrisa se extiende por mi boca cuando noto rastros de sangre en su cara.
Sin embargo, mi satisfacción dura poco cuando se lanza hacia mí y me da
un golpe en la cara mientras retrocedemos, pero me reacomodo rápidamente,
lo golpeo en el estómago y se dobla en dos.
—Suficiente, los dos. —Ninguno de los dos escucha a Octavius, y
seguimos golpeándonos, los crujidos reverberan a través del espacio mientras
un intenso dolor viaja a través de todo mi sistema, trayendo a colación el
familiar deseo de destruir a mi oponente con palabras, porque era la única
arma que tuve a mi disposición durante nueve largos años.
—¿Qué pasa, Remi? ¿Quieres una mujer para que pueda compensar tu
infancia? —Soy un maldito idiota por mencionarlo, pero cuando hablamos de
la carga que es el amor, rara vez me mantengo racional.
Golpea, golpea, golpea, y esta vez sus nudillos rozan mi barbilla,
cerrándome la boca.
—¡Cállate!
Lo empujo con más fuerza y cae sobre una de las mesas donde seguimos
dando golpes, solo para que me patee con fuerza y, como resultado, ambos
caigamos al suelo.
Un segundo, Remi está sobre mí, y al siguiente, su peso me abandona
mientras alguien me levanta por detrás.
—¡Basta, Santiago, basta! —Florian grita en mis oídos, envolviendo su
brazo alrededor de mí y alejándome de Remi mientras Octavius hace lo mismo
con él, ambos parados uno frente al otro, respirando con dificultad. La sangre
gotea de su frente a sus labios, ya se están formando moretones debajo de su
ojo y nariz.
Me imagino que no me veo mucho mejor, pero todavía no alimenta al
monstruo en mí que quiere más carne para darse un festín, desgarrarlo por
sacar a relucir el concepto del amor eterno.
La vida me privó de eso en el momento en que esos hijos de puta….
—Déjame ir —ordeno, pero Florian no me escucha.
—No hasta que ambos se calmen.
Remi se retuerce en los brazos de Octavius, pero luego exhala con fuerza,
la resignación cruza su cara antes de preguntar en voz baja:
—Por favor, déjame ir. Estoy bien. No voy a hacer nada. —Octavius
espera un segundo como si estuviera contemplando sus palabras y asiente, da
un paso atrás, y Remi se ajusta la camisa, se limpia la sangre y me señala con
el dedo—. Tienes problemas.
Florian finalmente me suelta y me acerco a Remi, sonriendo.
—Sí, tú también. —Nos miramos por un segundo antes de abrazarnos,
dándonos palmadas en la espalda, y él susurra—: Es importante para mí.
—Sí, lo sé.
Si existen almas gemelas de amistad en este mundo, entonces la mía es
Remi. Aunque somos un grupo de cuatro, él es mi mejor amigo, la segunda
mitad de mi alma. Él es la calma de mi tormenta, un romántico empedernido
cuando yo soy un gilipollas cínico y un bárbaro para mis sofisticados
encantos. No podríamos haber sido más diferentes si lo intentáramos, sin
embargo, en todo este mundo, no confío en nadie más.
—Escribe la ley —digo mientras nos reclinamos, y él cuelga su brazo
sobre mi hombro, instruyendo a Octavius que está de vuelta en su silla, la
pluma en la mano goteando tinta sobre el pergamino.
—Si uno de los Cuatro Jinetes Oscuros reclama a una mujer como su
esposa, ella se convierte en uno de nosotros. —La pluma raspa el papel
mientras Remi continúa—. Tiene nuestra lealtad y protección.
Florian se sirve whisky, dejando caer cubitos de hielo en el vaso y
haciéndolo ruidosamente para atraer nuestra atención hacia él.
—Espera. ¿Qué pasa si ella termina siendo una perra que no merece la
confianza?
Ah, Florian, mi pesimista favorito.
—Considerando quién está del otro lado… —Octavius se calla y deja de
escribir—. Acabamos con ella.
—No sin un voto. —Remi advierte, ya en un estado de ánimo protector.
Con nuestros asentimientos, esperamos hasta que Octavius termine y
cortamos nuestras palmas una por una, sellando nuestros juramentos con
sangre.
Remi me vuelve a preguntar.
—Entonces, ¿quién es ella, Santiago? ¿Una novia que aceptamos y
protegemos... o un cebo?
El coche negro que se detiene frente a la iglesia nos interrumpe, las
luces delanteras intentan cegarnos, y cuando se detiene, Jimena salta,
sus tacones golpeando el cemento mientras corre hacia mí,
abrazándome y poniéndose de puntillas para darme un suave beso en
la mejilla.
—Hola, hermano.
—Hola.
Engancha su brazo en el mío y me sonríe, recordándome una vez
más lo mucho que se parece a nuestra madre. La chica se adueñó de
mi alma oscura en el momento en que la conocí, sus ojos azules me
miraban con asombro y curiosidad, y en ese momento, supe una cosa.
Quizá nunca pueda amarla de verdad, pues llegó a mi vida
después de mi infierno, pero la protegería hasta mi último aliento,
rodeándola de lujos y de lo que ella desee.
Su inocencia y su confianza en el mundo… No quiero que nada ni
nadie la sacuda jamás, porque Jimena es mi salvadora.
Mi pequeña hermana se convirtió en un rayo de sol para mis padres
cuando más lo necesitaban. El pegamento que sostiene a nuestra
familia que podría haber sido destruida por el dolor que la sacudió
inesperadamente.
Si alguien la lastima... lo acabaré.
—¿Dónde está mi novia? —Aunque informar a Jimena sobre mi
próximo matrimonio no era exactamente parte del plan, necesitaba
que nuestra historia de amor fuera creíble para mis padres, y solo el
maldito anillo de papá serviría.
No dudo que Briseis le haya contado toda la verdad.
Jimena señala la puerta del coche que se abre del otro lado.
Escucho tacones suaves en el suelo y la agitación del vestido antes que
Briseis camine, y la luz muestra la hermosura que es ella a la vista.
Por primera vez en mi jodida vida, me quedo sin palabras,
absorbiendo la hermosa visión de blanco, una sirena seductora que
tiene el poder de atraer a todos los hombres cercanos. La seguirían a
ciegas, sin siquiera entender que iban a morir.
No, no porque mi Briseis les hiciera algo o de repente se convirtiera
en una bestia que busca la carne de sus víctimas.
Mi novia es incapaz de tales emociones.
Seré yo quien ponga fin a su enamoramiento, rompiéndoles el
cuello uno a uno hasta que no quede nadie dispuesto a quitármela.
Como descubrí después de conocerla, soy un monstruo posesivo al
que no le gusta que nadie vea, y mucho menos toque, lo que me
pertenece.
—Ahí está ella —susurra suavemente mi hermana, alejándose hacia
Remi, quien la abraza más cerca y le da un suave beso en la coronilla.
Desde que perdió a su familia, la mía se convirtió en suya, y sé que
nunca habrá nada entre ellos.
Porque si alguna vez lo hubiera... pondría fin a nuestra amistad.
—Mi novia —les anuncio a los chicos, y el aire se arremolina con
una energía diferente, las tensiones lo pinchan con fuerza cuando se
dan cuenta que tendrán que aceptarla esta noche en su círculo sin
vuelta atrás.
Las mejillas de Briseis se sonrojan cuando se quita el velo, sus
magníficos ojos están coloreados con confusión y... esperanza, para mi
asombro. Se acerca a mí y respira hondo antes de preguntar:
—¿Puedo hablar contigo?
—Vamos a esperar dentro. Le diré al padre Paul que se prepare —
dice Florian, y todos se mueven hacia la iglesia, permitiéndonos
privacidad, y me quedo en silencio, deseando que ella diga que
mierda le hizo tener esperanza.
—Jimena me dijo que si dices que no mataste a mi familia, es que
no lo hiciste.
Mis cejas se levantan ante esto, porque no es como me imaginaba
que sería esta conversación, una sonrisa se inclina en la comisura de
mi boca.
—No debes confiar en todo lo que te dicen los extraños. —
Parpadea sorprendida y se estremece un poco cuando el fuerte viento
azota sobre nosotros, haciendo volar su cabello hacia adelante—. Si
eso es todo...
—Por favor, no me obligues a casarme contigo. —Se lame los labios
carnosos; la pobre carne ha sido mordida varias veces, a juzgar por las
marcas, y me disgusta. No debe abusar de lo que me pertenece. Solo
mis dientes pueden hundirse en su piel—. Si no mataste a mi familia,
significa que tampoco matarías a mi padre. Santiago, por favor.
Prometo no ir a la policía. Papá tampoco. Hizo algo que te molestó, e
incluso me inclino a creer que tenías tus razones para…
Sin interés en cualquier otra mierda que tenga que decir, la tiro
hacia mí y envuelvo mis manos alrededor de su cintura, su respiración
áspera se balancea entre nosotros, y levanto su barbilla para tener toda
su atención.
—Yo no maté a tu familia.
Ella exhala aliviada, sus rodillas temblando mientras aprieta las
solapas de mi traje, la esperanza brillando ahora intensamente en su
rostro.
Ah, lástima que tengo que aplastarla.
—Esta noche, quería secuestrarte y matar a tu padre —Ella se
congela, sus ojos se agrandan, y trata de salir de mis brazos, pero no la
dejo—. Sin embargo, con la masacre esperándome, encontré la
oportunidad de aprovecharla a mi favor.
—Eres...
—Un humano despreciable, lo sé. Pero te olvidaste de eso después
de una sola afirmación de Jimena. —Me inclino más cerca,
presionándonos aún más para que no le queden ilusiones—. Soy un
monstruo sin cualidades redentoras. He matado a mucha gente y
mataré aún más. Nada más que oscuridad reside en mi alma, así que
nunca lo olvides una vez que entres en mi reino. No soy un príncipe
azul.
Ella tiembla en mis brazos, una desesperación tan profunda cruza
su rostro que, por primera vez, quiero ponerla por encima de mi plan,
no lastimar a esta inocente criatura a la que le queda algo de
ingenuidad.
Nunca he estado realmente expuesto a la dura realidad que posee
este mundo, del tipo que nunca olvidas.
Mi ángel en las tinieblas que vino al diablo, y terminó cortándole
las alas.
Ella sueña con volver al cielo, pero nunca podré liberarla de mi
oscuridad.
—Siempre cumplo mi palabra, cariño. Eres libre de irte si no
quieres casarte conmigo. —Mis palabras flotan en el aire antes que ella
me suelte el brazo, y la dejo, moviéndome hacia atrás mientras sus
manos temblorosas levantan su falda. Pasa junto a mí hacia la iglesia,
con la cabeza en alto, y por dentro la aplaudo.
Así es.
Mi futura novia no inclina la cabeza ante nadie.
Cuando llegamos a las puertas dobles, adelanta el pie, pero antes
de entrar, mira por encima del hombro y me dispara.
—Te odio, Santiago.
Bien.
Porque su amor nos destruirá a los dos.
Un suspiro áspero de angustia se desliza por mis labios cuando
agarro el ramo en mis manos con más fuerza, las espinas de las rosas
se clavan en mi piel y probablemente me hacen sangrar.
La voz atronadora del sacerdote hace eco a través del espacio de la
iglesia, su sonrisa es tan brillante que me pregunto si le duele la cara.
¿O las criaturas despreciables no tienen idea de las emociones
devastadoras de los simples mortales?
—¿Tú, Briseis Dawson, tomas a este hombre… —Con cada palabra,
me alejo más y más de esta situación mientras el zumbido en mis
oídos reemplaza su voz oxidada. Apenas me contengo de escupirle
por lo que está permitiendo que suceda dentro de estas paredes que
deberían haber sido mi santuario.
En cambio, me dio de comer a los lobos para que pudieran
desgarrar mi carne en pedazos, sus dientes afilados hundiéndose en
mí con tanta dureza que no descansarán hasta que me desangre en el
suelo... con Dios como mi testigo.
Monstruos, horribles monstruos, dirigidos por el diablo que...
Una sola lágrima se desliza por mi mejilla, escondida detrás de mi
velo hecho del tul más fino, nada más que lo mejor para la novia,
después de todo.
El novio, a quien prometí odiar hasta mi último aliento por lo que
supuestamente le hizo a mi familia, permanece ajeno a mis súplicas,
solo una pequeña sonrisa en su cara mientras el placer por sus actos
irradia de él.
El Rey de la Oscuridad y el Engaño.
Santiago se ríe, y casi puedo imaginar cómo sus ojos azul zafiro
brillan con algo malvado, la única expresión que llena esos orbes cada
vez que su mirada se posa en mí, y tengo que alejarme de él... bueno,
tanto como pueda en las circunstancias actuales, para evitarlo.
No es que me deje hacerlo por mucho tiempo; el maldito sádico
disfruta de mi incomodidad en su compañía, si sus constantes sonrisas
son algo por lo que pasar.
Remi y Jimena están a nuestro lado, actuando como testigos de esta
farsa, mientras que Octavius solo nos mira fijamente desde las bancos,
bebiendo de una botella de whisky sin respeto por el lugar en el que se
encuentra.
Por otra parte, ¿hay algo que realmente respeten?
La locura tiene muchas formas y rostros en esta tierra, cubierta con
las máscaras de la belleza y el poder, acechándote cuando menos lo
esperas, arrebatándote en su red de engaño y dolor que te sigue a
donde vayas.
¿Pero la locura de Santiago?
No tiene límites ni control. En cambio, absorbe todo el caos que lo
rodea.
Me lo demostró con su última declaración, despojándome de todas
las esperanzas y sueños estúpidos que plagaban mi mente.
El corsé de mi vestido de novia está increíblemente apretado en mi
cintura, y cada bocanada de aire se convierte en una lucha, la presión
me recuerda las cadenas invisibles que el hombre me ha puesto sin
forma de romperlas.
Desviando mi atención del sacerdote, observo esta iglesia inusual
con sus costosos y coloridos vidrios que llenan las ventanas y el techo
de forma ovalada que está tallado de forma que casi brinda una
experiencia de cuento de hadas.
Excepto que estoy atrapada en una pesadilla que, por mucho que
me pellizque, no se transforma en el cuento de hadas que he suplicado
durante toda mi vida.
A pesar de la belleza de la iglesia que tiene el poder de hacer que
uno se quede boquiabierto, el lugar apesta a fatalidad y desesperanza
que ninguna obra de arte costosa o diseño lujoso puede ocultar.
El anillo de compromiso en mi dedo choca contra una de las
espinas, la piedra brilla bajo la luz resplandeciente sobre mí, y resisto
el impulso de arrancármelo y arrojárselo a Santiago, junto con algunas
opciones de palabras coloridas.
Habría sido una ofensa para sus padres, quienes le confiaron una
reliquia familiar.
Por un segundo, capto la mirada del padre Paul sobre mí;
emociones contradictorias cruzan su cara junto con angustia que calma
con su suave sonrisa como si pudiera tranquilizarme.
Nada en esta tierra tiene el poder de calmar el infierno que arde en
mi pecho o el monstruo que me reclama como suya porque así lo
desea.
Los labios del sacerdote dejan de moverse, y me mira expectante
mientras frunzo el ceño, ya que no tengo idea de lo que quiere.
El pánico ensombrece su cara, y sus labios se mueven una vez más.
Niego con la cabeza, esperando que el timbre desaparezca para poder
escucharlo.
Sin embargo, todavía nada y, en cambio, el latido de mi corazón se
acelera en mi pecho, latiendo tan rápido que tengo miedo de que salte
y aterrice en el suelo donde Santiago pueda pisotearlo.
Literalmente esta vez, ya que ya lo ha hecho en sentido figurado.
Una mano fuerte se envuelve alrededor de mi cintura y me hace
girar tan rápido que mi cabeza se marea. Choco contra los músculos
duros como ladrillos de su pecho mientras su otra mano captura mi
barbilla entre sus dedos, levantándola para que nuestras miradas
choquen.
—Te hizo una pregunta, mi novia.
La ira me atraviesa con tanta violencia que el aire se queda
atascado en mis pulmones, mientras quiero gritar de desesperación
por no poder desatarla sobre él con toda su fuerza.
Tal vez entonces se atragante con sus palabras, porque llamarme su
novia es un insulto para todas las parejas casadas de todo el mundo.
La única palabra apropiada es cautiva.
Su voz profunda y ronca envía escalofríos por mi espalda, y la
repugnancia me recorre con su toque, las espinas de las rosas se clavan
más afiladas esta vez, y me estremezco de dolor, sin encontrar margen
de maniobra en su agarre para dar un paso atrás y tirar el estúpido
ramo que nunca quise en primer lugar.
—¿Me tomas como tu amado esposo y prometes cuidarme y
amarme hasta el día de mi muerte? —Una sonrisa siniestra ensancha
su boca mientras me guiña un ojo—. O, en otras palabras, ¿hasta que
la muerte nos separe? —Me congelo, mi pecho sube y baja
rápidamente mientras frota mi mejilla. Su pulgar se desliza
suavemente sobre mí, provocando miedo dentro de mí, recordándome
cómo esta mano puede matar a alguien con un solo golpe.
Giro mi rostro hacia un lado, evitando su caricia, pero él aprieta
sus dedos sobre mí, clavándolos dolorosamente en mi piel, y un
gemido de angustia se me escapa.
—La elección es tuya, amor —Prolonga la última palabra, como si la
saboreara en la lengua cuando se dirige a mí.
Deseo abofetearlo con fuerza, para que no vuelva a llamarme su
amor, entonces agarro las faldas de mi vestido y, con mis tacones altos
resonando en el suelo de mármol, atravieso las pesadas puertas de
madera que se encuentran final del pasillo de la iglesia para
esconderme lejos de aquí.
Siempre cumplo mi palabra, querida.
No me perseguirá, otorgándome la libertad que prometió desde el
principio, y con el tiempo, puedo olvidar todos los eventos que han
sucedido en la última semana como un mal sueño que nunca debería
haberme involucrado.
Sin embargo, toda esta cavilación no tiene sentido.
Permanezco en silencio, oleadas de conmoción me recorren
mientras me obligo a decir las palabras que todos esperan, pero
parecen atascarse en mi garganta, no queriendo pronunciarlas por la
destrucción que podrían causar en mi vida.
El novio suspira, guiñándome un ojo.
—Querida, me estoy empezando a aburrir. Y nunca es una buena
señal.
Alguien se aclara la garganta y cambio mi atención al banco de la
izquierda donde Florian lanza el cuchillo entre sus dedos mientras mi
padre está sentado a su lado, atado con cuerdas negras y apretadas,
gimiendo de dolor, la sangre se filtra de las diversas heridas en su
torso y cabeza.
Es posible que aquellos hombres que se creen invencibles nunca
mientan, pero eso no significa que cumplan sus promesas, utilizando
juegos retorcidos para girar la verdad a su favor.
Claramente hirieron a mi padre después que dejé la mazmorra,
probablemente disfrutando de sus gritos de dolor, buscando su
adrenalina alta como drogadictos para funcionar correctamente.
Ese es el futuro al que me estoy sometiendo. Sobrevivir entre
hombres que necesitan matar para vivir.
Florian pone la punta afilada en el cuello de padre y corta la piel,
riendo en voz baja, encontrando diversión en cómo estalla en lágrimas,
sus ojos suplicando misericordia que nunca obtendrá de gente como
ellos.
Padre murmura algo a través de la cinta que cubre su boca, y no
tengo que leer su mente para saber lo que piensa.
O más bien me pide.
Después de todo lo que me hizo pasar... todavía espera que lo
haga.
—Elige, Briseis —repite Santiago, el aburrimiento entrelazando su
tono mientras gira mi cabeza hacia él para que su cálido aliento
acaricie mi rostro, sus labios a centímetros de los míos—. O te
conviertes en mi esposa o mato a tu padre. —Espera un poco y
agrega—: Elige sabiamente. No negocies con el diablo si no estás
preparada para las consecuencias, mi amor.
Sí, Santiago Cortez me ha dado a elegir.
Pero no importa el resultado... mi alma será aplastada como una
taza de porcelana golpeando el suelo.
Alejándome de él, enfoco mi atención en el sacerdote y finalmente
encuentro la fuerza para pronunciar las palabras que me cortan de
adentro hacia afuera, mientras el odio hacia mí llena todo mi ser junto
con el odio que arde más con cada segundo que pasa hacia el hombre
de pie a mi lado.
—Acepto.
Mi vida se ha convertido en una pesadilla.
Porque un pecador decidió poseerme.
Capítulo Doce
"Para entender a un monstruo, hay que mirar en su pasado."
-Santiago

CHICAGO, ILLINOIS
SANTIAGO, SIETE AÑOS DE EDAD.

—Esto es tan estúpido —se queja Florian, clavando su pala en la tierra y


pisándola mientras Octavius se ríe, sentado bajo el árbol y lanzando su balón
al aire.
—¿Un poco de ayuda aquí, amigo? —pregunto, moviendo mi pala en el
aire, pero él niega con la cabeza.
—De ninguna manera. Perdiste la apuesta, y por eso es tu trabajo.
Me subo las mangas de la camisa, envuelvo las manos alrededor de la pala,
pongo el pie en el metal y empujo con mucha fuerza, exhalando aliviado
cuando rompo el suelo y empiezo a cavar un agujero más profundo con la
ayuda de Florian, que ya está sudando como un cerdo.
—Es curioso que la idea haya sido tuya y, sin embargo, seamos nosotros
los que lo hagamos —me responde Florian, limpiándose la frente y continúa
ayudándome mientras aprieto los dientes ante la risa de Octavius.
Si no fuera porque somos amigos desde... bueno, desde que nacimos, según
mamá, iría a darle un puñetazo como me enseñó papá, porque todo hombre
debe saber protegerse a sí mismo y a su familia si surge la necesidad.
Pero todos formamos parte de los cuatro preciosos, el apodo que nos
pusieron nuestros padres debido a que permanecemos juntos pase lo que pase,
y si alguien se mete con uno de nosotros, tiene que enfrentarse a todos.
Aunque la mayor parte se aplica a Remi, su familia trabaja como la ayuda
en mi mansión, y debido a ello, no encaja en nuestra escuela privada.
Al fin y al cabo, los tres venimos de las familias más ricas del país, con
tutores privados y las cosas más caras a nuestra disposición.
Una de las razones por las que, según la mayoría de la gente, utilizamos
un lenguaje demasiado maduro para nuestra edad, pero ¿qué podrían decir si
leemos viejos clásicos desde los cinco años?
Y como somos inseparables con Remi, es mi mejor amigo en todo el
mundo, mis padres decidieron pagar también toda su educación, para que no
se quedara fuera.
—Gané la apuesta limpiamente. Y ustedes son unos perdedores
resentidos.
—¿Pueden callarse todos? —sisea Remi a unos metros de nosotros,
asomándose entre los rosales que mamá plantó en el jardín vigilando el
territorio, asegurándose que ninguno de los invitados se dirija hacia aquí—.
Si quieren enterrar esta cosa, tienen que estar en silencio.
Florian frunce el ceño, escarba un poco más antes de señalar con un dedo
a Octavius.
—Espero que estés contento con esto. Si los padres de Santiago nos
encuentran aquí destruyendo su precioso árbol, estaremos en un gran
problema.
Niego con la cabeza ante eso, quedándome callado, sin querer perturbar su
ilusión, aunque lo que dicen no es cierto.
Mis padres nunca harían nada para lastimarme a mí o a mis amigos,
porque me aman mucho. Papá dijo una vez que si alguien me lastima que
vaya directo a él, porque él lo arreglará.
Miro hacia Octavius quien, aunque sonríe ampliamente, hace una mueca
de dolor cada vez que apoya su espalda contra el roble, tratando de encontrar
una posición cómoda, y se me revuelve el estómago, solo de imaginar lo que
encontraría si le levantara la camisa.
Cada vez que su padrastro regresa de sus viajes de negocios, Octavius se
gana nuevas cicatrices, furiosos cortes fruncidos que marcan su piel y que no
desaparecen durante semanas. Cuando las veo aprieto los puños y quiero ir
corriendo a contarle a papá todo esto para que tal vez pueda darle un puñetazo
al hombre malo, pero Octavius siempre me detiene.
Siempre me da la misma explicación.
—Es un buen hombre, y mamá lo ama. Además que él ama a
Estella. Me hace daño solo cuando está borracho, porque mi aspecto le
recuerda a mi padre. No le gusta recordar que mamá tuvo una vida
antes de él.
Nada de lo que dice tiene sentido para mí. Parece todo tan complicado,
pero mantengo la boca cerrada, esperando que algún día cese.
Después de recoger una generosa cantidad de tierra y arrojarla a un lado,
clavo la pala en el suelo, donde se queda quieta, y me limpio las manos.
—Creo que hemos terminado aquí. Es lo suficientemente profundo para la
caja.
Florian asiente y hace un gesto a Octavius para que se levante y traiga la
caja que está a su lado. La caja suena con fuerza mientras camina hacia
nosotros. Remi echa un último vistazo al perímetro antes de unirse a
nosotros, y abrimos la caja estudiando los objetos de su interior.
—¿Qué es todo esto? —pregunta, frotándose la barbilla.
—Todos ellos nos representan. —Señalo el zafiro azul que me regaló mi
abuelo—. Este soy yo. —Deslizo el dedo hacia el rubí rojo que le pedí a
Octavius que trajera—. Esto es Octavius. —Luego cambio mi enfoque hacia
el diamante amarillo, que es el que más brilla entre las piedras—. Esto es
Florian.
—¿Y la roca ordinaria, este soy yo? —Remi se ríe, aunque frunce el
ceño. Se cruza de brazos y se aleja de nosotros, un movimiento con el que
todos estamos familiarizados.
En el momento en que nuestras diferencias sociales salen a la luz, siempre
se pone en guardia, dispuesto a que lo echemos del grupo y sobrellevarlo sin
llorar.
Sin embargo, nunca, nunca lo haríamos, porque sin Remi, no hay
nosotros.
—No es una roca ordinaria, Remi. Es una esmeralda aún no tallada. La
robé del despacho de papá. —Sacudo la caja un poco, y las piedras preciosas
rebotan en el aire y luego vuelven a caer sólidamente—. Los enterraremos
aquí como señal de devoción a nuestra amistad.
—¡Woohoo! —exclama Octavius y luego gime al levantar demasiado el
brazo.
Florian sacude la cabeza y murmura en voz baja, aunque acabamos
oyéndole.
—Tendremos que ocuparnos de tu espalda después de esto.
—Tengo suministros en mi habitación. Nadie nos buscará allí —dice
Remi antes de volver a colocar la tapa en la caja y cerrarla—. Así que
hagamos esto, porque me muero de hambre.
Introduzco la caja en el agujero y luego la tapamos apresuradamente
mientras los búhos ululan en la noche y la música resuena desde la puerta
abierta de la terraza, lo que indica que la fiesta de mis padres sigue en pleno
apogeo sin que nadie note nuestra ausencia.
Y una vez que terminamos, corremos a la habitación de Remi donde
ayudamos a Octavius, que jadea horrorizado por la nueva herida que tiene en
la espalda, tan profunda que ni siquiera los analgésicos le sirven. Luego
jugamos a juegos de mesa, charlando sobre el futuro, donde nuestra amistad
será más fuerte que nunca.
Por último, una vez terminada la fiesta, me pongo el pijama antes de
saltar arriba y abajo en la cama, disfrutando de los chirridos que hace al
golpear el cabecero contra la pared, y me río cuando veo a mami apoyada en el
marco de la puerta. Todavía lleva el vestido rosa de la fiesta, pero está
descalza, lo que significa que todos se han ido.
—Alguien no está durmiendo.
Doy un respingo y caigo de rodillas, cogiendo rápidamente la manta y
poniéndomela hasta la nariz, murmuro:
—Pillado. —Ella entra en la habitación y se dirige hacia la ventana,
deslizándola y dejando que la ligera brisa se cuele dentro, echando hacia atrás
su cabello verde.
Lo cambia constantemente en los diferentes colores de un arco iris.
—¿Por qué te tiñes el cabello, mami? —pregunto, de repente muy curioso
al respecto, porque todas las demás mujeres que nos rodean nunca se tiñen el
cabello de azul o morado, y a veces veo cómo miran a mamá.
No sé cómo describirlo además de decir que no es agradable.
Se acerca, me atrapa el dedo del pie y me lo pellizca un poco para que me
ría antes de sentarse en el borde de la cama a mi lado, apoyando la espalda en
el cabecero.
—Lo he teñido durante años. Me ayuda a concentrarme en mi arte.
—¿Puedo teñirme el cabello también?
Me aparta los mechones oscuros de la cara y me acaricia la mejilla,
sonriendo cálidamente mientras me abraza a su lado.
—Por supuesto. Cuando cumplas quince años. —Me besa en la frente,
apoyando su mejilla en la parte superior de mi cabeza—. Incluso podemos
elegir un color juntos
—¡Falta mucho tiempo! —gimoteo, abrazándola más fuerte, su familiar
aroma a lavanda y rosas llena mis pulmones y me calma.
—Mi hijo no se teñirá el cabello. —La voz ronca de papá resuena en la
habitación, y miro hacia la puerta donde está de pie, su presencia dominante
asustando a todos los que le rodean menos a nosotros.
Lleva camisa y pantalones, su chaqueta hace tiempo que desapareció, y
entra en la habitación, poniéndose a mi otro lado, y nos rodea a mamá y a mí
con un brazo, casi envolviéndonos en un abrazo de oso en el que nada podría
hacernos daño.
Al menos así es como mami lo describe.
—Lucian. —Oh, no. Mamá suena enojada.
—Mi amor, tiene tus ojos. Mi hijo tendrá mi cabello. —Su tono no deja
lugar a la discusión, y siento el cuerpo de mamá vibrando. Frunciendo el
ceño, levanto rápidamente la cabeza para secar sus lágrimas, solo para
encontrarla riéndose en su palma de la mano.
—Eres imposible. —Extiende su mano, golpeando su barbilla, y suspira—
. Por eso te amo.
—Pensé que era por mi encanto y mi dinero.
—Por eso también. Después de todo, el artista hambriento tiene que
comer.
Papá le guiña un ojo, cogiendo sus dedos y besando ligeramente las
puntas.
—El artista hambriento que es dueño de varias galerías —añade y yo
exhalo con fuerza, acostumbrado a su confusa relación en la que empiezan a
discutir para besarse más tarde.
¿Esto es una cosa de matrimonio? ¡Los adultos son tan complicados!
—¿Tendré un hermano algún día?
—¿Por qué preguntas?
—El Sr. Reed cambió cuando nació Estella. Octavius siempre está herido.
—Concentro mi atención en papá—. ¿También me harás daño cuando tenga
una hermanita?
Mamá jadea, envolviendo sus manos con más fuerza alrededor de mí y de
papá, que inclina mi barbilla hacia arriba.
—Mi amor. —Es todo lo que dice.
Mamá me da unos dulces besos en la cabeza antes de levantarse,
murmurando suavemente:
—Dulces sueños, cariño. Te veré mañana. Nos vamos al zoo. —Me da un
último beso y sale de la habitación, cerrándola suavemente.
Papá me acerca a él y mantiene el contacto visual mientras responde a mi
pregunta.
—Nunca les haré daño a ti o a tu madre. Sin embargo, si alguna vez lo
hiciera... tu madre me dejaría en un santiamén.
—¿Cómo lo hizo la madre de Florian? —Ella huyó del señor Price hace
mucho tiempo, y él no ha sido el mismo desde entonces.
La ira cruza la cara de papá.
—No. Te llevaría con ella.
Oh, claro.
—Eres la persona más importante en nuestras vidas, hijo.
Papá me aprieta el hombro.
—Recuerda siempre eso.
Me besa en la frente, se levanta y me arropa, asegurándose que la manta
me cubre de pies a cabeza.
—Dulces sueños, hijo.
Enciende la lámpara de la mesilla de noche, la cálida luz azul llena la
habitación, y se dirige a la puerta, lanzando por encima del hombro.
—Recuerda, eres muy amado.
Con esto, se va, y con una sonrisa en la cara, me duermo, contento con
saber que mis padres siempre me amarán y protegerán.
Pero me despierto de golpe en mitad de la noche cuando alguien me tapa la
boca con su mano enguantada, presionando tan fuerte que todos mis gritos de
auxilio se convierten en gemidos apenas audibles. El hombre enmascarado
golpea la jeringuilla en su mano antes de clavármela en el brazo, y el sueño
vuelve a reclamarme lentamente, mi determinación y mis golpes se debilitan
en la cama hasta que todo se vuelve oscuro.
Con esta inyección, mi vida se dividió en un antes y un después del
infierno, que fue mi constante durante ocho interminables años.
Mi padre siempre me ha enseñado a estar orgulloso de mi apellido
y mi herencia, a recordar que soy hijo de Lucian.
Su único heredero.
Sin embargo, ¿en esos ocho años de infierno…?
No pasó un solo día en el que no deseara no ser su hijo.
—Los declaro marido y mujer. Ahora puedes besar a la novia —
anuncia felizmente el padre Paul mientras Santiago me mira a la cara
después de retirar el tul, su pulgar limpiando suavemente la única
lágrima que se desliza por mi mejilla, y aprieto mis ojos, la
repugnancia corriendo por cada poro ante la perspectiva de que me
bese delante de todos y exija algo que no debería ni soñar a estas
alturas.
Me atrae hacia él y luego presiona suavemente sus labios sobre mi
frente, murmurando sobre mi piel con su voz ronca pero profunda,
capaz aún de provocar escalofríos en mi columna. Mi mente y mi
corazón se desgarran, situándose en diferentes lados de la valla,
partiéndome en dos y exigiendo que escuche a uno de ellos mientras
ignoro al otro.
—Bienvenida a mi vida, esposa mía.
Inclinándose hacia atrás, desliza su mano hacia mi cuello, y
aparece una sonrisa torcida en su cara. Sus ojos de zafiro encierran
tantos secretos que quiero descubrirlos todos, a pesar de sus palabras
anteriores y de esta horrenda ceremonia con asesinos en serie y mi
apaleado padre como testigo.
¿Cuán patética soy?
Bienvenida a mi vida, esposa mía.
Me mira con tal intensidad y deseo que cualquiera podría pensar,
mirándonos ahora mismo, que estamos realmente enamorados y
unidos en una relación eterna, jurando nuestros corazones el uno al
otro.
Solo que...
Él nunca nos dio la oportunidad de desarrollar sentimientos
normales, ¿verdad?
Me aplastó antes que le confiara mi corazón.
Y además, los cuentos de hadas para villanos no existen; solo los
príncipes se quedan con las princesas, y la bondad siempre triunfa
sobre el mal.
Buscar un corazón donde ni siquiera debería estar sería una
tontería por mi parte.
Un destello de luz nos da en la cara, y ambos cambiamos nuestra
atención a Jimena, que nos saca varias fotos, guiñando un ojo.
—Estas son bonitas. Irán directamente al álbum familiar. —Abre
los brazos y grito de sorpresa cuando Santiago me empuja hacia ellos.
Me abraza con tanta fuerza que el aire se me atasca en los pulmones.
—Bienvenida a la familia, Briseis.
La calidez se extiende por mi sistema, sirviendo de algún modo
como bálsamo sobre mis heridas aún sangrantes, porque nunca he
sido bienvenida a la familia de nadie. Sin embargo, esta mujer apenas
me conoce y me acepta a pesar de esta farsa, asegurando que su
hermano tomó la decisión correcta.
¿Cómo es nacer en una familia así, en la que todos confían tanto en
tu criterio que nunca cuestionan tus decisiones y aceptan a todos por
defecto?
—Gracias —respondo, devolviendo el abrazo, no queriendo ser
grosera con ella mientras me abre su corazón. Aunque nunca debería
haber venido a esta boda.
Tarde o temprano, su hermano se aburrirá de esta obsesión suya
que me incluye y me dejará como un regalo no deseado.
Con suerte, antes que desarrolle el Síndrome de Estocolmo y me
enamore irremediablemente de mi captor, a pesar que mate a gente a
diestro y siniestro, o lo que sea su agenda de asesino en serie.
—Felicidades —dice Remi a continuación, con una expresión vacía
una vez que Jimena me suelta. Basándome en que actuó como testigo
y abraza a Jimena, supongo que la familia Cortez ocupa un lugar
especial en su corazón. Eso explica su amenaza en el helicóptero, pero
no le da un pase libre.
Sigue siendo un gilipollas en mi opinión.
Octavius levanta su botella hacia mí, y el padre Paul resopla en voz
baja.
—No bajo los ojos del Señor.
—El Señor tiene ojos en todas partes —replica Florian,
levantándose del banco con mi padre gimiendo, pero no hago ni un
solo movimiento hacia él.
De todos modos, no quiere mi compañía, y antes he oído cómo
Santiago ordenó a Remi que lo llevara al hospital para que pudieran
terminar el trabajo.
Sea lo que sea que eso signifique. Mientras reciba ayuda médica,
mi conciencia está tranquila.
Florian me tiende la mano.
—Felicidades.
Instintivamente, se la doy y él se la lleva a la boca, dándole un
suave picotazo antes de soltarla.
Para mi asombro, noto que la mirada de Jimena hacia él está llena
de dolor, y el sutil toque de Florian cuando la roza ligeramente con el
hombro mientras se aleja.
Si no lo supiera, pensaría que estos dos tienen una relación
romántica, pero al ritmo que Florian se prostituye, lo dudo. Jimena
tampoco me parece una chica que suspire por el mejor amigo de su
hermano mientras él se follaba todo lo que se movía.
Con todos ellos rodeándome ahora, tomo una decisión temporal,
para no volverme loca mientras dure este matrimonio. Actuar de
forma histérica y melancólica no me llevará a ninguna parte; por no
mencionar que enemistarse con los malos nunca es una buena idea.
Solo con la cabeza fría y la mente racional podré sobrevivir entre los
monstruos, interpretando el papel que me han asignado mientras
preparo una huida.
Su poder en esta ciudad y en este país es casi absoluto, así que
correr a la policía sería una tontería. Además me prometió que nunca
me tocaría sin mi permiso, ¿verdad?
Así que estoy a salvo en este sentido; mientras mantenga la cabeza
baja y siga las reglas, esto debería ser pan comido. Aunque nunca puso
una fecha de finalización a este matrimonio, sé que llegará.
Los monstruos no se apegan a sus juguetes por mucho tiempo,
encontrando mucho más interés en adquirir nuevos para su colección.
Santiago enlaza su mano con la mía, tirando de mí hacia el pasillo
que lleva a la salida mientras se dirige a Remi.
—Lleva a Jimena a casa. —Sin molestarse en esperar una respuesta,
me arrastra hasta el exterior, moviéndose con tanta rapidez que tengo
que correr un poco con mis tacones para seguirle el ritmo, y en
cuestión de segundos, respiro el aire fresco del otoño, agradeciendo el
duro viento que me abofetea en las mejillas y refresca mi acalorada
piel.
Sin embargo, Santiago no me deja disfrutar por mucho tiempo, ya
que me empuja a entrar por la puerta abierta del coche, el conductor
George de pie con una amplia sonrisa en la boca.
—Felicidades, Sra. Cortez.
Sra. Cortez.
Qué extraño es escuchar que alguien me llame por el nombre que
garabateaba en mis cuadernos de dibujo cuando era adolescente
mientras me permitía soñar con Santiago y sus inquietantes ojos
azules.
Tendría que haberme enamorado del príncipe azul, porque está
claro que obtengo lo que quiero: ¡solo tengo que escribirlo en mi
cuaderno de dibujo!
Agarrando mi falda fluida, me meto dentro, acomodando toda la
seda a mi alrededor, y él cierra la puerta. Cuando se abre la otra y
entra Santiago, desliza la mampara que nos separa del asiento
delantero justo a tiempo para que George se aleje de la iglesia. En unos
minutos, estamos en la estrecha carretera que lleva a la autopista que
debería llevarnos a Chicago en unos veinte minutos.
Apoyando la cabeza en el asiento, hago una mueca de dolor,
frotándome la cabeza cerca de la pinza del velo que lleva una hora
clavada y que probablemente me ha magullado el cuero cabelludo.
Por no hablar que me tira tanto del cabello que me duelen los ojos.
Santiago me agarra la palma de la mano y la aparta mientras se
inclina para quitarme el velo de la cabeza, y gimo de placer cuando
siento un alivio instantáneo, sin importarme que me frote el punto de
dolor antes de dejar caer el velo sobre mi regazo.
—¿Por qué te pusiste esa maldita cosa si te dolía? —me pregunta,
con un tono peligroso, y lo miro, sorprendida de ver la ira en su cara.
¿Mi incomodidad le disgusta tanto?
Me río a carcajadas mientras su ceño se levanta en forma de
pregunta, aunque una extraña satisfacción se instala en sus ojos en la
forma en que me miran desde que dije acepto.
—Es curioso que te importe, ya que me has dado esto. —Señalo las
ligeras marcas rojas en mi garganta que solo escuecen un poco de vez
en cuando y luego extiendo mis muñecas magulladas—. Y estas
también.
Una expresión ilegible cruza sus rasgos y me agarra las muñecas,
llevándoselas a la boca y besando la carne magullada, la piel se me
pone de gallina y se me entrecorta la respiración.
—Lo siento, Briseis. —Me duele el corazón ante su disculpa, pero
luego arde de furia cuando añade—, a veces las presas tienen que
saber quedarse quietas.
Se las arrebato.
—Eres asqueroso.
Se ríe.
—Ah, el fuego ha vuelto. Empezaba a pensar que te habías tragado
la lengua en la iglesia.
Abro la boca para replicar, pero recuerdo mi decisión anterior de
actuar con inteligencia y no dejar que este hombre me moleste.
Respirando hondo, desestimo su afirmación y hago mi propia
pregunta.
—¿Adónde vamos?
—A casa.
El miedo me revuelve el estómago.
—¿A la mansión de tus padres?
—No.
Gimiendo interiormente de frustración, mis uñas picando con
ganas de aruñar su maldita cara engreída, lo invito a que se explaye
sobre el tema.
—Entonces, por casa, ¿te refieres a...?
—Mi casa. ¿Qué más?
Saca un cigarrillo del bolsillo, dispuesto a encenderlo, pero se lo
arrebato, cerrando el puño y dejándolo caer al suelo.
—No fumes cuando estoy cerca. —Puede que siga las reglas, pero
me niego a ser un felpudo en este matrimonio, dejando que me
pisotee.
Santiago se golpea la barbilla con el dedo índice.
—La nicotina me proporciona placer y un respiro temporal de la
oscuridad que es mi vida. —Parpadeo ante esto, nunca esperé que
compartiera algo así conmigo—. Sin embargo, me inclino a no fumar
en tu compañía.
—Bien —digo, apoyando la cabeza en la ventanilla y
concentrándome en el paisaje siempre cambiante, dándome cuenta
que estamos casi dentro de la ciudad solo que, en lugar de conducir en
línea recta, George gira a la derecha.
—Todo tiene un precio, Briseis. ¿Qué ofreces a cambio? —Mi
cabeza gira hacia él, y una sonrisa siniestra perfila su boca, su voz baja
a un susurro áspero que me abrasa la piel—. ¿Placer de la carne?
Nuestros ojos se miran fijamente. Por un momento, me vienen a la
cabeza imágenes de la biblioteca: cómo me agarró por las caderas,
empujando dentro de mí mientras la lujuria llenaba cada uno de mis
poros, la necesidad de él tan fuerte que pensé que me volvería loca sin
su cuerpo musculoso que me inmovilizaba en el escritorio. Mis
mejillas se enrojecen y la necesidad me recorre, llegando directamente
a mi núcleo, y jadeo ante el inesperado deseo que arde en mi interior
por un solo recuerdo.
—¿Qué es lo que quieres, querida? —Enreda los dedos en mi
cabello, tirando de mí hacia él, y mis palmas se posan en su pecho,
mientras él se acerca, con su boca a centímetros de la mía.
—¿Mi lengua trazando las paredes de tu coño antes de chupar tu
clítoris? —Mis uñas se clavan en su pecho, mis dedos se aferran a las
solapas de su chaqueta, y mis ojos se cierran, despreciándolo por
ponerme más imágenes en la cabeza.
—¿O mis dedos empujando dentro de ti, estirándote para mi polla
forzando mi cremallera? —Se me aprieta el corazón y una respiración
áspera se me escapa, pero él sigue hablando, sus suaves murmullos
son tan pecaminosos que deberían estar prohibidos.
—¿Te gustaría, querida, que te follara duro y rápido?
Me muerde la barbilla, sus dientes se hunden en mi carne antes de
deslizar su lengua sobre ella, calmando el escozor pero intensificando
la lujuria que sacude mi sistema.
—¿O agonizantemente lento hasta que gimas debajo de mí por la
necesidad, e incluso entonces te negaré, deslizándome dentro de ti
hasta que tu coño se apriete a mi alrededor, sacando el semen de mí?
Arqueo la espalda cuando sus labios se dirigen a mi cuello,
chupando mi piel con tanta fuerza que lo acerco, odiando la emoción
que me recorre ante la idea que su chupón se extienda por mi carne,
para advertirle a cualquier otro.
Sé que mientras sea suya, nadie volverá a hacerme daño.
—Pídeme que te folle, querida —me ordena, mordiendo el
montículo de mi pecho mientras su mano toma el otro y lo aprieta con
fuerza, poniéndome la piel de gallina. Me quedo sin aliento.
—Pregúntame. —Arrastra sus labios a mi boca abierta, sumergiendo
su lengua dentro y encerrándonos en un beso profundo y apasionado.
Domina mi boca como si fuera suya, rozando su lengua sobre la
mía, incitándola a participar en un duelo. Cuando su pulgar presiona
mi barbilla, dándose más espacio, se traga mi gemido, y entonces me
chupa la lengua y me devora una vez más. Cuando me tira del cabello,
una horquilla se desliza bajo su asalto, y mis mechones caen
libremente por mi espalda.
Con cada deslizamiento de su lengua, el placer se extiende más y
más a través de mí, mi núcleo se humedece mientras lo arrastro más
cerca aunque no quede espacio para moverse entre nosotros.
Su aroma masculino me rodea, creando un capullo que nos separa
del cruel mundo exterior. Mis manos se deslizan sobre su chaqueta,
apartándola de sus hombros, y mis dedos se ciernen sobre los botones
de su camisa, necesitando sentir su piel desnuda bajo mis palmas.
Continúa follando mi boca, imitando la forma de hacer el amor
empujando más y más profundamente, buscando la entrega total.
La locura.
Solo la locura puede explicar mi reacción ante él, alimentando mi
sangre con una necesidad carnal y perversa, borrando el sentido
común y la felicidad ante la perspectiva de vivir bajo su protección.
Excepto que es el monstruo que hace daño a todos.
Mi mente me grita, ordenándome que escuche su llamada, echando
agua fría sobre mi cabeza. Aparto la boca y me desplazo hacia la
puerta del coche, apoyando la espalda en ella, tapándome la boca con
la palma de la mano mientras nos miramos, respirando con dificultad.
Sus orbes de zafiro están dilatados, el fuego que arde en ellos me
abrasa, pero ignoro el dolor dentro de mí, el dolor traicionero al que
no le importa nada con tal que algo lo calme.
¡Incluso acostarse con un asesino en serie!
Se lanza hacia mí, pero mi palma extendida lo detiene.
—No —digo, poniendo a prueba mis límites, y suspiro aliviada
cuando me escucha, cumpliendo su palabra de no tomarme por la
fuerza.
Apartando la mirada de él antes de sucumbir a la llamada de mis
hormonas, miro a la ventana, solo para parpadear y darme cuenta que
estamos parados en unas puertas de hierro con seguridad de pie.
Saluda antes de pulsar un mando y las puertas se abren sin ruido.
Unos segundos más tarde, George entra en el estrecho camino de
concreto rodeado de una enorme extensión de terreno con robles y
campos verdes, un espacio abierto sin fin.
—Bienvenida a mi casa, Briseis —anuncia Santiago, su voz áspera
me indica que está tan afectado por nuestro encuentro como yo.
Sin embargo, eso no cambia nada, ¿verdad?
Nuestra ecuación siempre acaba teniendo un negativo.
Volviendo a pegar mi nariz a la ventana, observo a lo lejos una
enorme casa de ladrillo de un solo nivel, extendida horizontalmente
justo en el centro del terreno, con una cantidad obscena de ventanas.
¿Acaso a su oscuridad le gusta disfrutar de la luz del sol?
Innumerables luces se esparcen por el césped, iluminando el lugar,
combinando con la luz de la luna que proyecta sombras en el suelo, y
casi parece que estamos en el bosque, lejos de la civilización.
Mis cejas se fruncen cuando el coche se acerca a la casa, y me bajo
antes que Santiago pueda detenerme, resoplando y luchando con la
estúpida falda larga para poder pisar el cemento. Mis tacones
chasquean con fuerza mientras parpadeo al ver que todo lo que me
rodea es...
Insípido.
Él es Santiago Cortez; todos los lujos que ofrece esta vida están a
sus pies. Podría haber tenido a los mejores diseñadores convirtiéndolo
en un sueño sacado directamente de las revistas que toda persona
sentiría envidia por las cosas que tiene.
¿Quién en su sano juicio sentiría envidia de esta casa que tiene un
aspecto tan aterrador y que se ajusta a su verdadero carácter?
Ni siquiera me he dado cuenta que mi mandíbula se ha abierto
hasta que Santiago la cierra con el dedo, ni que George ya se ha
marchado, mi única vía de escape de este lugar, dejando atrás nada
más que polvo.
—¿Sorprendida? —pregunta, dirigiéndose a la casa y marcando un
código junto a la puerta, que se abre con un fuerte clic—. ¿Esperabas
una choza subterránea que mantuviera prisioneras a mis víctimas? —
Abre la puerta de una patada y me hace un gesto con la cabeza para
que entre—. Te prometo que no las traigo a mi casa.
Sí, de acuerdo. Está claro que no tiene ningún problema en sacar a
relucir su faceta de asesino en serie.
—No. Es solo que tu madre tiene un jardín tan bonito; todo el
mundo alaba sus rosas. Me sorprende que tengas toda esta tierra
desperdiciada. —La hierba y los árboles no cuentan realmente, ya que
están plantados al azar está claro que ya estaban allí, así que el terreno
no parece completamente desnudo.
Agarrando mi falda, entro en la casa, y al instante el olor a tabaco
golpea mis fosas nasales mezclado con... ¿rosas?
Santiago aplaude una vez e inmediatamente la luz ilumina el lugar,
mostrando una espaciosa y amplia sala común compuesta por dos
sofás y sillas de cuero con una pequeña mesa entre ellos. Tienen un
jarrón lleno de rosas florecidas, que me recuerdan a las que tuve en mi
ramo de novia. Un enorme televisor de pantalla plana cuelga de las
paredes, por lo demás desnudas. La pintura blanca es casi cegadora, y
desvío mi atención hacia la cocina, que está separada por un arco pero
no tiene puerta. Los platos de plata que hay detrás de la encimera
brillan a la luz, probablemente incluso se vea nuestro reflejo en ellos,
así de pulidos están. En la encimera hay varios cuchillos separados,
¿para facilitar el acceso, capaz?
En un rincón hay una pequeña barra con varias botellas de alcohol,
y por el hecho que la mayoría están medio vacías, no cabe duda que a
Santiago le gusta beber tanto como fumar.
Dando pasos tentativos sobre el mármol negro, me adentro en la
sala para divisar un pasillo que conduce a tres puertas diferentes. La
sala común tiene puertas dobles correderas que dan a la terraza y se
abren a la vista del terreno.
Santiago señala la puerta de la izquierda.
—Nuestra habitación. Frente a ella, mi despacho, y la tercera es
una habitación de invitados.
Mis cejas se levantan.
—¿De verdad tienes invitados aquí? —Toda la casa tiene una
vibración de “jódete”, así que no puedo imaginar a nadie queriendo
quedarse aquí de buena gana.
Es tan fría y sosa por dentro como por fuera.
Entonces sus otras palabras se registran en mi mente, y me quedo
quieta.
—¿Nuestra habitación?
Una sonrisa siniestra perfila su boca, sus ojos brillando divertidos
mientras se dirige a la barra y deja caer varios cubitos de hielo en un
vaso antes de servirse tequila.
—Por supuesto, nuestra habitación. ¿Dónde si no iba a dormir un
matrimonio?
Inhalo profundamente y me ordeno que siga siendo racional,
aunque quiera arrancarle de un puñetazo la puta sonrisa de su cara.
—Voy a dormir en la habitación de invitados —anuncio, y él se
encoge de hombros, dando un gran sorbo mientras sus orbes de zafiro
permanecen pegados a mí, con secretos que parpadean en ellos como
si supiera algo que yo no sé, y por su ligera risita, no me va a gustar.
—Como quieras, querida.
Un poco sorprendida por su fácil claudicación, alzo la barbilla y me
dirijo hacia la habitación de invitados, con la intención de cerrársela en
la cara y quedarme escondida allí hasta que se vaya en la mañana. Por
lo que sé, el hombre rara vez se queda en un lugar por mucho tiempo,
siempre buscando entretenimiento mientras no está destruyendo a
alguien. Por no hablar que el negocio familiar probablemente también
le lleve su tiempo.
En resumen, le pido a Dios que mi nuevo esposo se olvide de mi
existencia mientras yo permanezco en esta prisión llamada casa,
esperando a que se le pase su estúpida obsesión.
Llego a la puerta en tiempo récord, giro el pomo y la abro, dando
una palmada para encender la luz. Supongo que toda su casa está
conectada de esta manera, y doy un grito de sorpresa cuando ilumina
la habitación.
O más bien un espacio vacío.
Está completamente vacía: no hay cama, ni mesitas de noche, ni
siquiera un colchón. Solo una habitación vacía con una enorme
ventana que da a la vista de la hierba resplandeciente con la luz de la
luna atravesando el cristal.
¡Ni siquiera tiene baño!
—El aire acondicionado funciona sin parar aquí. No soporto el
calor —dice Santiago desde detrás de mí, y me giro para mirarlo
mientras apoya su hombro en el marco de la puerta—. Dormir en el
mármol frío será un asco. —Señala con su vaso la falda de mi vestido
mientras le envío dagas, lo que no hace más que aumentar su
diversión, a juzgar por su sonrisa de satisfacción—. Por suerte, tienes
este vestido de novia para dormir. —Me guiña un ojo antes de saludar
con su bebida—. Buenas noches, mi bella esposa.
Algo dentro de mí se rompe y, dando unos pasos hacia él, golpeo
su vaso y le salpica el tequila por todas partes. Cuando el vaso cae al
suelo, el fuerte golpe resuena en el espacio mientras me quedo
congelada, esperando que se rompa en pequeños trozos, pero, para mi
sorpresa, no lo hace. Simplemente rueda hacia la pared más cercana.
¿De qué está hecho? ¿De ladrillo?
—Eres un bastardo enfermo, Santiago.
Sin quitarme los ojos de encima, se quita la chaqueta mojada y la
deja caer al suelo. La camisa blanca pegada contra su pecho, por
salpicaduras de humedad.
—Te ofrecí la habitación amueblada, pero la rechazaste. —Hace un
gesto sobre el espacio que nos rodea—. Cosechas lo que siembras,
querida. Cuando rechazas la amabilidad que te ofrece este mundo, no
te sorprendas de la crueldad que te lanzan.
Sacudiendo la cabeza con incredulidad, siseo:
—Esto no es amabilidad. Me has puesto en una situación
desesperada, así que no tendré más remedio que dormir en tu
habitación.
Se acerca, su aroma masculino me envuelve junto con el aliento a
tequila que me abanica el rostro.
—Siempre tenemos una opción, mi amor. Solo que puede que no te
gusten las opciones. —Endereza la espalda y hace un gesto con la
cabeza hacia el pasillo—. Mi invitación a acompañarme en el
dormitorio principal sigue en pie.
Sin dignarme a responder, lo empujo y corro hacia la habitación lo
más rápido posible con este estúpido y pesado vestido. Me meto
dentro y le cierro la puerta en sus narices mientras giro la cerradura,
suspirando aliviada cuando el clic resuena en el lugar.
Apoyando la espalda en ella, exhalo con fuerza, solo para gemir
interiormente cuando su voz penetra a través de la madera.
—Sabia elección, Briseis. —De alguna manera, todo este desafío
palidece y se vuelve menos satisfactorio cuando él da su aprobación,
porque parece que mi desobediencia solo lo excita, y eso es lo último
que quiero. Según mi plan, su obsesión debería apagarse, no
encenderse aún más.
Dando una palmada, doy un pequeño respingo cuando una luz
brillante me ciega, y parpadeo varias veces, ajustando mi visión, solo
para fruncir el ceño cuando la habitación aparece a la vista. Todo lo
que tiene es una cama grande, dos mesitas de noche, una puerta que
conduce a un amplio armario y un baño.
Deslizándome de mis tacones y gimiendo un poco cuando mis pies
doloridos tocan el mármol frío, me dirijo hacia el baño y abro la puerta
para ver una gran bañera, una ducha y un lavabo, lo mínimo e
indispensable. Es como si Santiago no sintiera nada, porque la
habitación bien podría haber sido la de un hotel, ya que carece de
cualquier objeto personal.
Al acercarme al armario, enciendo la luz y veo la ropa colgada en
su interior, en su mayoría trajes oscuros junto con algunos pantalones ,
camisas y zapatos. Pero no es eso lo que me llama la atención. Lo
hacen los innumerables vestidos de colores confeccionados con la más
fina seda y encaje que cuelgan en el lado derecho, cuyos sofisticados
diseños demuestran que quien los eligió posee un gusto increíble para
la ropa.
Todos tienen etiquetas nuevas, lo que me indica que Santiago tenía
planeada esta boda desde hace mucho tiempo. Me pican las manos
para romper cada uno de ellos en pedacitos antes de pisotearlos para
no tener que verlos nunca más.
Pero debajo de todo esto, enterrado en lo más profundo de mi
corazón, el dolor encuentra una manera de echar sal sobre las heridas
aún abiertas que su engaño y chantaje infligieron, solidificando mi
creencia que se ha casado conmigo por algún plan más grande que se
niega a compartir.
Este hombre casi mató a mi padre esta noche. ¿A quién le importan
sus razones, verdad? Excepto a mí, porque por mucho que me diga
que lo odio... no puedo evitar querer y responder a él.
Mi mayor debilidad y vergüenza reside en mi deseo hacia un
monstruo apuesto que me engañó.
Respirando profundamente, exhalo con fuerza y me doy una
palmada en las mejillas, deseando calmarme y salir por fin de este
estúpido remolino emocional que no me está trayendo nada bueno de
todos modos, y luego le arrebato una de sus camisas blancas antes de
cerrar la puerta.
Tengo que dormir con algo cómodo esta noche, pero lo más
importante es que quiero deshacerme de este precioso vestido que se
burla de todos mis sueños de felices para siempre.
Tuerzo el brazo para tirar de la cremallera de la espalda y así poder
quitarme por fin este vestido, solo para encontrar botones bajo mis
dedos.
—Dios mío —gimo, recordando las palabras de Erica cuando me
doy cuenta.
—Lo mejor de este vestido son los pequeños botones de la espalda... ya que
el novio tendrá que tomarse su tiempo para desabrochar cada uno de ellos.
¡Debe ser excitante! No me extraña que lo haya elegido.
Su actitud despreocupada después de mi huida y su humor en
general tienen mucho sentido ahora.
Tampoco me extraña que haya elegido este vestido.
Resoplando de frustración, corro hacia el baño, con la falda
arrastrándose por el suelo, y me doy la vuelta, mirando por encima del
hombro para estudiar los botones y tratando de tantear uno. Pero cada
intento es infructuoso, y los omóplatos empiezan a dolerme por mi
postura rígida.
—¡Imbécil! —exclamo y busco a mi alrededor un objeto afilado
para poder rasgar el vestido, pero no encuentro nada a la vista.
Marchando hacia la puerta, la abro de un tirón y voy corriendo a la
cocina, dispuesta a coger un cuchillo y acabar con mi miseria, con la
esperanza de evitar al querido esposo en el proceso. Pero la suerte,
como siempre, no está de mi lado.
Santiago se apoya en la encimera, con las dos manos agarrando la
madera, mientras cruje el cuello de un lado a otro, la luz de la luna que
entra por la puerta de la terraza mostrándolo claramente en el espacio
oscuro. Se me escapa un jadeo cuando veo que está sin camiseta.
Pero no por la desnudez, sino por lo que se escondía debajo de la
tela.
Un sinfín de cicatrices se extienden por toda su piel bronceada. Las
furiosas marcas fruncidas lo recorren desde la nuca hasta la parte baja
de la espalda y se extienden en patrones tan agitados que no dejan
lugar a dudas que el abuso era a menudo y cruel.
Las cicatrices más pequeñas y desvaídas se entrelazan con las más
grandes y se curvan en su costado. Se aparta del mostrador y se gira
para mirarme, y me pongo la mano en la boca, demasiado aturdida
para decir algo cuando su pecho queda a la vista.
Cicatrices similares marcan también esa piel, aunque hay varias
diferentes, marcas de quemaduras e incluso de cigarrillos a juzgar por
su forma, dejando apenas piel para admirar.
Hay varios tatuajes superpuestos, aunque no logran cubrir el daño
que le han hecho, y probablemente por eso el tatuaje de los Cuatro
Jinetes Oscuros se encuentra en su clavícula, donde hay pocas
cicatrices.
En todas las fotos que he visto de él a lo largo de los años, ni una
sola vez ha estado sin camiseta o desnudo; incluso en las del yate,
siempre era el raro que llevaba pantalones y camisas largas.
Incluso en la biblioteca, no me permitió explorarlo mucho ni
quitarle la camisa. Concentró todos sus esfuerzos en mí hasta que no
pude pensar con claridad, y mucho menos prestar atención a sus
cicatrices.
La vergüenza junto con el arrepentimiento me llenan, y
rápidamente me acerco a él, colocando la palma de mi mano extendida
sobre su pecho, mis dedos frotando sobre una marca particularmente
furiosa que destaca entre todas ellas, y susurro:
—¿Cómo te hiciste esta?
—Un hacha. Alguien me apuñaló por accidente.
¿Cómo se puede apuñalar a alguien con un hacha por accidente?
No, debería hacer una pregunta diferente.
¿Cómo sobrevives a que alguien te apuñale con un hacha?
Sin quitar la mano de su pecho, levanto los ojos hacia los suyos, su
intensa mirada despierta algo en mi interior, y me dispongo a hacer
una pregunta jugando en mi mente, dibujando horribles imágenes en
mi cabeza, que traen a colación mi propia infancia.
—¿Tus... tus padres lo hicieron?
Una risa hueca resuena entre nosotros, helándome los huesos
mientras él niega con la cabeza.
—No, nunca lo habrían hecho.
—¿Entonces quién?
¿Quién podría haber hecho daño a un Cortez? Su padre habría
limpiado el suelo con quien se atreviera a tocar a su hijo.
Basado en todas las cicatrices, debe haber continuado durante
años, ¿o tal vez es el resultado de algún deporte peligroso en el que los
cuatro oscuros participan?
Santiago pone su mano sobre la mía, la aprieta ligeramente y se
inclina hacia delante, su voz me envuelve como una red sedosa lista
para atraparme en cualquier momento mientras su pregunta apenas se
registra en mis oídos.
—¿Por qué? ¿Mis cicatrices cambian algo? —Levanta la otra mano
y mueve el mechón que cuelga de mi frente, guiñándome un ojo—.
¿Me hace más atractivo a pesar de mis actos despreciables? —Tiro de
la palma de la mano, pero él no me deja, solo se aprieta más contra mí
mientras lanza otra pregunta—. ¿Si yo también sufro, eso justifica
hacer daño a otras personas?
—¡No pongas palabras en mi boca! —le grito, odiando la verdad
que recubre sus palabras y cómo ha ensuciado mi preocupación
tergiversándola en algo horrendo.
—Entonces no sientas pena por mí, querida. —Me empuja, y
tropiezo un poco, antes de agarrar la encimera, estupefacta ante la
expresión de frialdad de su cara y su ira apenas controlada—. Nunca
te dejes llevar por tus emociones. Será tu perdición. —Sale a la terraza
y me ignora por completo.
Sin embargo, extrañamente, mi ira no aparece y, en cambio, me
pregunto si he tocado un nervio al hurgar en cosas que no son de mi
incumbencia.
Soy una falsa esposa que no tiene derecho a hacer preguntas a su
esposo sobre su pasado, y mucho menos a decepcionarse porque me
haya dejado aquí en lugar de hacer las cosas habituales que hace.
Como fastidiarme hasta la saciedad y no respetar mis límites
personales.
Pero tiene razón: mi compasión no tiene cabida aquí, porque un
monstruo puede haber sangrado en el pasado... pero eso no significa
que sea automáticamente un santo en el presente. De hecho, sé que no
lo es.
Tomando el cuchillo cerca del fregadero de la cocina, tiro de mi
vestido y lo deslizo entre mi espalda y los botones, dispuesta a
rasgarlo.
—¿Qué coño estás haciendo?
—Estoy sacándome este vestido. —Acerco la hoja a la tela, solo
para hacer una mueca de dolor cuando, en cambio, me toca la piel y
me deja un escozor—. Ouch.
Una mano fuerte coge mi muñeca, me quita el cuchillo y lo vuelve
a tirar sobre la encimera.
—¿Qué estás haciendo? —Aprieto los dientes, ignorando el alivio
que me produce que haya vuelto a invadir mi espacio, y odiándome
por ello.
Siento su aliento caliente en la nuca, el aire se me corta en la
garganta cuando sus dedos fríos rozan mi piel, desabrochando
lentamente varios botones.
—Lo que todo novio hace en su noche de bodas —dice, su voz se
desliza sobre mí como la más fina seda, dejando piel de gallina a su
paso y creando un frenesí a mí alrededor que no debería estar ahí.
—Solo rásgalo para que se abra —digo, odiando lo tensa que
sueno. Se ríe, y el estruendo de su pecho me hace vibrar.
Sus dedos se desplazan a otro, el corsé se afloja ligeramente a mi
alrededor, y trago saliva, aunque no hace nada por calmar mis
acelerados latidos.
—¿Dónde estaría la diversión en eso? —pronuncia las mismas
palabras que me dijo en la biblioteca.
Cerrando los ojos, dejo que nuestro encuentro en la biblioteca se
reproduzca en mi cabeza, recordando cómo ese hombre me folló sobre
la mesa: sus caricias, sus largos dedos estirándome antes de calmarme
con su lengua y follarme con fuerza. Dios, ¿fue hace solo unas horas?
Parece una eternidad, y lo odio. Odio cada molécula de mi cuerpo
que anhela a este monstruo, porque él es el único que me ha enseñado
cómo se siente el verdadero placer. Solo para arrancármelo cuando su
naturaleza monstruosa salió a la luz.
Mi respiración agitada llena la habitación, mis palmas sudan
mientras las aprieto contra mi pecho.
—Tu piel lisa que sigue siendo un lienzo impecable, está
terriblemente sonrojada, querida —susurra y se inclina más cerca de mi
oído, sus caderas chocando con mi culo—. ¿Hay algo que quieras? —
Sus labios rozan mi oreja y sus dedos se dirigen a otro botón—.
¿Recuerdas lo que se siente con estos dedos dentro de tu apretado
coño?
—No. —No dejaré que utilice mi cuerpo traicionero en su
beneficio; puede que no controlemos nuestra reacción física ante
ciertas personas, pero eso no significa que deba sucumbir a la
tentación. O darle un aumento de ego aún mayor.
—Mentirosa. —Desabrocha rápidamente el resto de los botones y
finalmente se detiene en el último. Jadeo cuando siento su presencia
caliente en mi espalda expuesta, mis manos aprietan la tela por
delante, lista para salir corriendo en cualquier momento.
—Si no fueras tan terca, te desnudaría. —Con una lentitud
agonizante, desabrocha el último—. Te colocaría en mi cama y
recorrería con mi lengua este delicioso cuerpo que no he tenido la
oportunidad de admirar. —Agarra los lados de mi vestido,
apretándolos con fuerza y acercándome a él. Sus rígidos músculos se
clavan en mí, y un gemido se desliza por mis labios ante las imágenes
que crea en mi cabeza—. Te follaría con la boca durante horas hasta
que me suplicaras, y ni siquiera entonces te daría el alivio que querías.
—Me pone las manos en las caderas, agarrándome con tanta fuerza
que un sofoco recorre mi sistema, alertándome del peligro que acecha
en su voz. Pero me quedo congelada en el sitio, deseando escuchar lo
que tiene que decir a continuación—. ¿Lo hubieras querido, querida?
¿Tener mi boca para ti sola para excitarte a tu antojo?
Mi núcleo se estremece, recordándome los talentos que posee y
cómo me tortura sin descanso.
Mordiéndome el labio inferior, atrapo el gemido que está a punto
de brotar en mi garganta y sacudo la cabeza, sin dejar que el deseo que
recorre mi sistema e hierve mi sangre se muestre ante él.
Aunque me seduzca ahora mismo, sabrá que me he resistido y no
me obligará a nada.
Santiago se ríe en mi oído, su aliento abanica mi cuello, y casi
espero que me bese, pero en lugar de eso mis ojos se abren de golpe
cuando me aparta, y la frialdad se cuela en mis huesos cuando su calor
corporal desaparece.
—Qué pena. Los dos habríamos disfrutado. —Me doy la vuelta
para que mi espalda desnuda no esté de cara a él, y lo miro mientras
se dirige a la terraza, y debe de notar mi sorpresa porque chasquea la
lengua, con un tono divertido—. Si quieres que tu marido te folle,
querida, pídele que lo haga.
—Nunca lo haré —le digo, odiándolo tanto en este momento,
porque la necesidad que recorre mis venas y humedece mi carne me
empuja implacablemente, rogándome que le pida que la calme, y tal
vez así olvide la realidad. Y todo lo desastroso que hay en ella.
¡Por qué no puede tomarlo de una puta vez!
Algo parpadea en su cara antes de enmascararlo con indiferencia,
pero se acerca a mí una vez más, levantando mi barbilla con el dedo
índice.
—Pide, querida. Pide y el placer será tuyo. —Su pulgar roza mi
mejilla, su suave caricia contrasta con su dura personalidad, y mi boca
se abre para hacer lo que dice.
Pronunciar las palabras y acabar con nuestra miseria.
He sido una buena chica toda mi vida, cumpliendo todas las reglas,
intentando ganarme el afecto y el amor de la gente a la que no le
importo una mierda.
¿Por qué no puedo, por una vez, permitirme algo que me dé placer,
aunque sea malo y me sienta culpable después?
La culpa ha sido una constante toda mi vida, pesando sobre mí
como una cadena invisible, mostrándome mi lugar en este mundo,
castigándome por los pecados que cometieron mis padres.
Así que, ¿qué cambiará un sentimiento más de culpa?
Al menos el hombre que tengo delante nunca ha fingido ser
alguien que no es ni me ha prometido sol y rosas mientras me daba
truenos y espinas.
Apretando el vestido con más fuerza, exhalo una pesada
respiración y tomo una decisión que, de todos modos, no cambiará
mucho en mi vida.
Porque el hombre que tengo delante siempre será una bestia que
no se transformará en un príncipe, y debo recordarlo siempre.
Puede que mi cuerpo anhele el suyo, pero mi estúpido e ingenuo
corazón... mi estúpido corazón tendrá que permanecer ajeno a todas
las emociones que viven en su interior, para no caer ante el monstruo.
Dejo que la tela se deslice entre mis dedos, el vestido cae de mis
hombros a mis pies, dejándome solo en mis bragas blancas de encaje y
medias hasta los muslos, completamente expuesta a la mirada
hambrienta de Santiago mientras sus ojos de zafiro se vuelven
líquidos, golpeándome con un deseo tan intenso que me cuesta
respirar.
—Por favor —susurro, la energía entre nosotros se carga a mil
megavatios burlándose de mi piel y rompiendo los límites que nos
puse.
Su mano se dirige a mi cabello y lo agarra con fuerza, haciendo que
las horquillas salgan despedidas hacia el suelo, y me obliga a echar la
cabeza hacia atrás, sus dedos me arañan el cuero cabelludo, pero
agradezco el dolor.
El dolor me hace sentir viva en este momento y acalla la voz en mi
cabeza que me grita que detenga esta locura.
Porque al final de este viaje solo me espera la angustia.
—¿Por favor qué, querida? —Nuestros pechos chocan entre sí, y siseo
cuando mis pezones rozan los suyos, intensificando el remolino de
calor en mi interior—. Dilo.
Mojando mis labios secos y sosteniendo su mirada con la mía, digo:
—Por favor, calma la necesidad que me cabalga con fuerza,
residiendo profundamente dentro de mí, a pesar de que te odio —
siseo la última parte, la rabia mezclada con la lujuria tan fuerte que
quiero salir corriendo, pero sabiendo que no encontraré solución sin
él.
Jadeo en su boca y él captura la mía en un acalorado beso,
hundiendo su lengua en lo más profundo, buscando la mía, y luego se
entrelazan, consolidando mi decisión de una vez por todas.
El beso es crudo, apasionado, despertando cada nervio de mi
cuerpo, exigiendo el placer que promete, y rodeo su cuello,
empujándome más cerca de él, y gimo cuando no es suficiente.
Nada será suficiente hasta que él alimente la lujuria que me corroe
por dentro.
Sus calientes palmas se deslizan por mi piel, apretando mi cintura
como si se adueñaran de mi carne antes de bajar a mi culo, me levanta,
lo envuelvo con mis piernas y las cruzo en su espalda.
Respirando por la nariz, enrosco mis dedos en su cabello y
profundizo el beso, si es que es posible. Pruebo el sabor del tequila
junto con el del tabaco en su boca, y entonces su erección choca contra
mí.
Oigo un traqueteo, seguido de algo frío que me toca la columna,
pero no le presto atención, concentrándome únicamente en el fuego
que se arremolina a nuestro alrededor.
Solo dentro del infierno que enciende soy capaz de respirar y vivir
sin preocupaciones.
Su beso se vuelve más contundente; mis uñas clavadas en sus
hombros me hacen ganar un siseo, y mis pulmones piden un respiro,
así que separo mi boca. Arqueo el cuello cuando sus labios chupan la
piel allí. Sé que dejará marcas rojas y furiosas, que son señales de neón
que le pertenezco para cualquiera que las mire.
La luz de la luna brilla con fuerza a través de todas las ventanas,
iluminando la oscuridad lo suficiente como para crear un manto a
nuestro alrededor que nos separa del mundo, de la gente, del bien y
del mal. En este momento, estamos en otra realidad en la que sus
oscuros actos y mis miedos se desvanecen.
Aquí casi puedo fingir que estoy teniendo una noche de bodas real
con el hombre que plagó mis sueños y fantasías durante mucho
tiempo.
Sus labios se deslizan hasta mi barbilla, la muerden, sus ojos
perforando los míos.
—Eres mía, Briseis. Mía y solo mía.
Una extraña emoción me invade ante tal idea, teniendo a este
hombre posesivo reclamando su derecho sobre mí, porque por muy
malo que sea, nadie se atrevería a hacer daño a su esposa.
Estaré protegida tras la fortaleza del castillo de la bestia, y
cualquiera que se atreva a pensar en hacerme daño pagará el precio
con su vida.
Mi núcleo se estremece, goteando contra su erección cubierta por el
pantalón, que se burla de mi clítoris a cada paso que da para llegar al
dormitorio.
Mientras le aprieto, mi otra mano se desplaza de su hombro a su
pecho, maravillada por los músculos tallados, pero mi corazón llora
ante las cicatrices que tiene repartidas por todo el cuerpo.
La piel fruncida es áspera y desigual bajo mi palma, y cuenta una
historia de angustia y sufrimiento que me toca la fibra sensible. Sin
pensarlo, pongo varios besos pequeños en las que puedo alcanzar,
esperando que de alguna manera pueda servir de bálsamo para las
viejas heridas que nunca se curarán del todo.
Un gruñido escapa de Santiago. Su mirada se oscurece cuando
entra en la habitación, llega a la cama en tres breves pasos y me deja
caer sobre ella, donde aterrizo con un grito, rebotando un poco pero
incorporándome rápidamente.
Mis ojos se abren cuando veo que tiene una cubitera y una botella
de tequila en la mano. ¿Es esto lo que he sentido antes contra mi
columna?
Lamiéndome los labios hinchados, tiernos por el intenso beso que
hemos compartido, le pregunto:
—¿Qué piensas hacer con ello?
Una sonrisa perversa perfila su boca cuando lo deja sobre la mesita
de noche.
—Mi inocente, inocente chica. —Su mirada me recorre, abrasando
mi piel, y me ordena—. Separa las rodillas, querida.
Tragando ante su voz ronca, que tiene el poder de tentar a
cualquier santo a pecar, hago lo que me dice, separando bien los pies.
Los dedos de mis pies se enroscan en el colchón cuando me expongo a
su ardiente mirada, y un sofoco me recorre, mis mejillas se calientan
ante mi posición. Instintivamente, mis manos se sacuden, listas para
cubrirme, pero su gruñido me detiene.
—Demasiado tarde para ser tímida, nena. Eres mía. Toda mía.
Mi núcleo se humedece aún más, el encaje húmedo irritando la
suave piel, y un gemido de necesidad se desliza por mis labios, mi
cuerpo anhelando la satisfacción que solo él puede proporcionar.
—Santiago.
—Muéstrame tu coño, Briseis. —Poniendo la mano en mi
estómago, la deslizo hasta mis bragas y las muevo a un lado, jadeando
cuando mis nudillos rozan mi carne, haciendo cosquillas bajo el aire
frío.
—Ah, estás goteando. Toda mojada para mí. Desliza un dedo
dentro. —Hago lo que me dice sin vacilar, gimiendo cuando mi núcleo
absorbe el dedo, deslizándose dentro de mí con facilidad, trayendo
solo un ligero alivio ya que apenas hace nada para calmar la necesidad
que crece en mí.
—Buena chica. Dentro y fuera, nena. —Moviéndome al ritmo,
intento penetrar lo más profundo posible mientras él me observa
atentamente, mi humedad empapa mis dedos y no hace más que
aumentar la necesidad a proporciones épicas.
Echando la cabeza hacia atrás, dejando que mi cabello caiga por la
columna, presiono la palma de la mano sobre mi clítoris,
estremeciéndome bajo la sensación y el placer deslizándose
lentamente en mis huesos. Ahora las leves ondas comienzan a
sacudirme mientras empujo el dedo hacia adentro y luego presiono la
palma hacia abajo, creando una fricción que puede...
—Para.
Me paralizo ante su orden, el aire se me atasca en los pulmones por
la anticipación.
Se desabrocha los pantalones, liberando su polla, y gimo al verla, el
líquido pre-seminal goteando de la punta, la vena azul palpitando
salvajemente. Sin esperar otra orden, me siento sobre mis rodillas,
acercándome a él. De repente, mi dedo parece ahora un patético
sustituto de esta bestia.
Envolviendo su palma alrededor de él, Santiago lo aprieta antes de
darle una larga caricia.
—Dame tu dedo de comer. —Se lo llevo a los labios y lo chupa.
Gimoteo al sentir su lengua aterciopelada, imaginándola dentro de mí,
al tiempo que mis ojos permanecen fijos en su gruesa longitud, con la
boca haciéndose agua, deseando conocer su sabor.
Me suelta con un ligero chasquido y se da otra fuerte caricia antes
que su otra mano se enrosque en mi cabello, echando mi cabeza hacia
atrás y apartando mi mirada de su polla. Me arrastra hacia él y me da
un beso brutal, su boca domina la mía, haciendo que mi cabeza se
maree con las diversas sensaciones que me recorren una tras otra.
Compartimos un suspiro cuando lo termina, sus dedos se clavan
en mi cuero cabelludo, y bajando la voz pregunta:
—¿Quieres saborearlo, querida?
—Sí, por favor —susurro, sin importarme ya lo lujuriosa que suene
o el poder que pueda darle.
En esta burbuja de nuestra creación, solo quedan el placer, la
necesidad y el deseo, que guían cada una de mis respiraciones y
deseos.
Retrocede y me acerca la cabeza a su erección.
—Abre esos labios carnosos que saben a pecado y rodea mi polla
con ellos. —Me inclino hacia delante y saco la lengua para pasarla por
la cabeza; sus caderas se sacuden al contacto y disfruto del sabor
amargo y almizclado antes de cerrar la boca alrededor de ella.
Gime por encima de mí, sus dedos se aferran a mi cabello, y relajo
mi garganta, tomándolo profundamente, pasando mi lengua por la
suave piel.
—Joder, ¿mi querida no tiene reflejo nauseoso? —Al oír el placer en
su tono, se me escapa un gemido, enviando vibraciones a través de su
longitud, y él sisea.
—Lo disfrutas, ¿verdad?
¿Volverlo loco?
Oh, sí.
Apartando su otra mano, pongo la palma en la base, apretándola
un poco, y él empuja más adentro de mí. Maravillada por el órgano
palpitante en mi boca, deslizo mi mano hacia arriba y hacia abajo,
acariciándolo al tiempo que mi lengua lo trabaja.
Cada contacto con su polla hace que mis venas se llenen de deseo,
que mi clítoris reciba electricidad y que mi vello se vea afectado, y mis
bragas se empapen mientras mi mirada se mantiene fija en él.
La forma en que sus ojos azules se oscurecen, dilatándose con
pasión, sus músculos hundiéndose, su pesada respiración llenando el
aire y mezclándose con la mía.
El hombre más guapo que he visto nunca y que merece sus propias
estatuas donde la gente pueda admirarlo. Ver su preciosa cara
retorcida por el placer que evoco me hace casi marearme; el saber que
está a mi merced, y justo en este momento, tener este poder me excita
por sí solo.
Deslizando mi boca hacia atrás, chupo la cabeza antes de soltarlo.
Luego recorro su longitud con la nariz, su aroma masculino me
estremece las fosas nasales y me abrasa.
Gimoteando, me muevo en la cama y vuelvo a metérmelo en la
boca, pasando la lengua por encima. Me echa la cabeza hacia atrás, veo
en su mirada que ha recuperado algo de control, me pregunta:
—¿Sientes tu coño necesitado, esposa mía? —Su voz cambia al
pronunciar la última palabra, la posesividad lo enlaza. Me quedo
quieta, sintiendo su pulso en mi garganta, y luego gimo, dándole mi
respuesta silenciosa ante lo húmedo que está el interior de mis muslos.
¿Por qué siempre me vuelve tan loca que me olvido de cualquier
decencia?
Me palmea la cabeza y espero que se introduzca más en mí,
preparada para su asalto, pero en lugar de eso retira su polla de mi
boca, dejándome vacía por todas partes.
—No, no, no. —No escucha mis súplicas y me lanza de nuevo a la
cama.
Mi cabello salpica a mí alrededor mientras me tumbo de espaldas y
veo a Santiago quitándose los pantalones, mostrándose en toda su
gloria desnuda, y Dios mío, este hombre es magnífico.
Se cierne sobre mí, colocando sus rodillas sobre el colchón,
separando mis piernas. Sus palmas se deslizan por mis muslos,
gruñendo en las medias. Está claro que disfruta de la vista. Casi espero
que me las quite, pero me aprieta las bragas y arqueo la espalda
cuando se frota contra mi cuerpo, lo que hace que el placer recorra
todo mi cuerpo, volviéndome loca y ávida de más. Solo que no dura
mucho, porque me las arranca y las tira por encima del hombro.
Coge la cubitera de la que me había olvidado, y mis cejas se
fruncen de nuevo por la confusión.
Saca unos cuantos cubitos de hielo colocándolos en mi garganta,
clavícula y estómago. Me estremece el contacto frío, la sensación casi
dolorosa en mi piel caliente y tensa.
Me quedo quieta, demasiado hipnotizada y curiosa ante sus
acciones como para pronunciar una sola palabra. Vuelve a dejar la
cubitera en la mesita de noche y coge la botella, desenroscándola.
La levanta y bebe varios tragos con avidez, veo su nuez de Adán
moviéndose, pega su boca a la mía, y jadeo, casi tosiendo cuando me
doy cuenta que está llena de tequila.
El líquido me quema la garganta, viajando a través de mí y
calentándome de pies a cabeza, despertando todo en mí mientras
nuestras lenguas bailan en un duelo, el beso de sondeo compartiendo
nuestro sabor combinado e intensificando el fuego.
Doy un largo suspiro cuando mueve su boca hacia mi barbilla, con
la garganta dolorida por el alcohol. Mi cabeza está un poco mareada.
Atrapa el hielo de mi cuello con los labios y lo lame antes de deslizarlo
hasta mi boca. Acojo con agrado la textura refrescante y la chupo
salvajemente mientras se derrite lentamente en mi lengua,
arremolinando extrañamente la energía a mí alrededor y aumentando
el placer que experimenta mi cuerpo.
Santiago se instala entre mis piernas, rozando con sus labios mi
clavícula y atrapando otro cubito de hielo entre sus dientes,
arrastrándolo hacia mi pezón y deslizándolo sobre el pico puntiagudo,
volviéndome loca con cada pasada.
—Santiago —susurro. Enroscando los dedos en su cabello, lo
aprieto contra mi pecho y gimo con fuerza cuando el hielo se mezcla
con su boca caliente que está creando una sensación embriagadora,
extendiendo olas de piel de gallina y temblores a través de mí.
Levanto las caderas, buscando su erección, pero sus manos me agarran
no dejándome mover un músculo—. Por favor.
Me pasa la lengua por el pezón y luego lo rodea con los labios y lo
chupa con fuerza, mordiendo la carne sensible y aliviando cualquier
escozor con otra chupada. Después de prestarle suficiente atención,
pasa la lengua por última vez y se dirige a mi otro pecho, tirando del
cubito de hielo y repitiendo sus acciones. El hielo se derrite mientras él
mordisquea mi carne, gruñendo contra ella, el estruendo va directo a
mi clítoris. Aprieto mis muslos en torno a él, buscando algún tipo de
fricción que ponga fin a la tortura. Su polla desnuda roza mi núcleo,
pero apenas le da lo que necesita.
—Por favor, Santiago.
—Paciencia, mi amor. Paciencia.
Le tiro del cabello con más fuerza, y él gruñe contra mi estómago
mientras se desliza por la cama, sus dientes rozando mi piel mientras
deja ligeros besos que agradezco. El hielo que vuelve a tener en la boca
alivia al menos el fuego que me quema por dentro.
Sus palmas se deslizan bajo mi culo mientras me chupa la parte
interna del muslo, marcándola, y se desplaza al otro, justo por encima
de la línea de las medias.
—Tendremos que comprarte más. Sospecho que me gustará
follarte duro solo con ellas.
Deslizando mi mano por mi estómago hasta mi núcleo, abro los
labios, sintiendo por fin su aliento caliente en él, y digo:
—Puedes empezar por follarme con la lengua mientras las tengo
puestas.
—Chica codiciosa. —Me agarra del culo, levantándome hacia su
boca, y cubre mi coño, hundiendo su lengua tan profundamente que
casi me corro allí mismo.
Gritando, me aferro a él, arqueando la espalda mientras mi cabeza
se retuerce de un lado a otro cuando me penetra una y otra vez,
follándome de hecho con su lengua y manteniéndome tan cerca que su
nariz roza mi clítoris, lo que no hace sino aumentar las sensaciones
que sacuden mi sistema. Como si fuera un barco preparándose para la
tormenta que me aplastará contra las rocas, y nada volverá a ser lo
mismo.
El calor me abrasa, el placer cubre cada hueso y cada molécula de
mi cuerpo mientras Santiago presta toda su atención a mi carne. Me
aprieto a su alrededor, dispuesta a molerme contra él hasta alcanzar
mi punto álgido.
Lentamente, saca su lengua, ante mi fuerte y doloroso gemido. Me
chupa los labios, uno por uno, lamiéndolos de abajo a arriba como si
estuviera dibujando algo en ellos. Entonces atrapa mi clítoris entre sus
dientes y tira un poco de él.
Mis caderas se agitan. Planto los pies más firmemente en la cama,
abriéndome más mientras él vuelve a pasar su lengua por mis
pliegues, arremolinándose entre ellos, empujando dentro de mí,
entrando y saliendo, recogiendo mi humedad. Gimo con cada
lametazo, anhelando el olvido que su tacto me promete.
El calor me rodea. El sudor cubre mi piel y empapa las sábanas
debajo de mí. Me enfurece, así que le tiro del cabello, instándole a
seguir, pero el hombre no siente dolor ni me escucha.
No, sigue demostrando lo experto que es con su lengua, sabiendo
cuándo pellizcar, tocar y lamer para dejarme a punto de estallar, solo
para dejarme insatisfecha mientras disfruta jugando con mi cuerpo.
Vuelve a llevar sus manos a mis caderas, sujetándome mientras me
da una larga lamida sobre mi carne, chupando de vez en cuando mi
clítoris. Finalmente, su boca recorre mi vientre hasta llegar a mi pecho,
mientras se instala de nuevo entre mis muslos y cierro las piernas en
torno a él.
Su mano me rodea la garganta, haciendo imposible mirar a otro
sitio que no sea él, mientras susurra:
—Eres mía, Briseis. —La punta de su polla se desliza por mis
pliegues, arriba y abajo—. Dilo. Me perteneces.
Apretando los ojos, niego con la cabeza, sin querer darle el poder
ni permitirle tener mi admisión.
Esta es mi burbuja de fantasía; ¿por qué quiere romperla?
Sus dedos sobre mí se tensan y ordena:
—Dilo, esposa. Te pertenezco, Santiago.
—No, por favor —susurro entrecortadamente, sin querer ceder,
porque entonces perteneceré a un monstruo vicioso.
Un monstruo del que no podré huir por la mañana.
Aquí, con la luz de la luna como único testigo, esto es solo una
fantasía que nadie conocerá.
El sexo no significa nada, solo un encuentro de la carne.
Lo que él quiere es algo más.
Algo que me destruirá si no tengo el suficiente cuidado.
—Dilo.
Mis ojos se abren de golpe, encontrándose con los suyos, con algo
ilegible parpadeando en ellos, y casi puedo sentir el latido salvaje de
nuestros corazones como si este momento fuera importante.
Admitirlo será el mayor error de mi vida.
Sin embargo, al mirarlo ahora, la forma en que se cierne sobre mí,
todo poderoso, listo para reclamarme, recuerdo sus cicatrices y cómo
en el fondo la vulnerabilidad vive dentro de su alma oscura.
Y tal vez un corazón.
Érase una vez, una bestia que se enamoró de la bella y se convirtió
en un elegante príncipe.
Solo que mi vida nunca ha sido un cuento de hadas, así que la
esperanza ya no reside en mi alma.
Sin embargo, mi corazón traicionero reacciona al extraño anhelo de
su voz y sucumbe a su ruego y a la posesividad que por ahora calma
mis heridas, aunque mañana todo será diferente.
Volveremos a ser enemigos que luchan en lados opuestos.
La oscuridad y la luz no pueden convivir en paz. Una de ellas
siempre gana.
Tragando, le respondo, y todo su comportamiento se transforma,
volviéndose más indómito y acalorado.
—Te pertenezco. Soy tuya. —Y grito cuando me penetra de un solo
empujón, estirando mis paredes alrededor de su dura longitud,
conectándonos, haciéndonos uno.
Me cubre la boca y me da un beso apasionado y enloquecedor que
sacude todo lo que hay dentro de mí mientras se retira para volver a
penetrarme, moviéndonos sobre la cama.
Sus embestidas son implacables, su cuerpo implacable mientras se
introduce más y más en mí, mientras intercambiamos besos adictivos,
mientras el deseo crece y crece en mi interior, listo para estallar en
cualquier momento, llenándonos a los dos de una felicidad infinita.
Desplazando sus manos hacia abajo, engancha mis muslos sobre
sus codos, dándose un mejor acceso, y sus empujones se vuelven aún
más fuertes cuando se planta profundamente, empujando y
empujando contra mí, acercándome al borde. Le rodeo el cuello con
los brazos, necesitando que esté conmigo en este momento.
Nuestras bocas se separan por un segundo mientras tragamos para
respirar antes de volver a conectar. Sus movimientos se aceleran y
siento que las sensaciones de cosquilleo me llenan de pies a cabeza, y
mi cuerpo se aprieta cada vez más a su alrededor mientras él da sus
potentes golpes.
Mis uñas rasgan su espalda, haciendo que se arquee en mis brazos
mientras se introduce en mí, aumentando la presión que empuja hacia
la superficie, cada vez más cerca, hasta que el placer que todo lo
consume estalla dentro de mí y arranco la boca, gritando mientras
monto las olas.
Ligeros temblores continúan sacudiéndome mientras enfoco mi
mirada en Santiago. La amplitud de las emociones que este hombre
puede evocar en mí debería estar prohibida por lo poderosas que son.
Uno, dos, tres empujones más y se pone rígido dentro de mí y se
corre, mi núcleo se estremece a su alrededor, mientras me muerde el
labio inferior, y sé que me escocerá más tarde.
Solo entonces me doy cuenta que debe haberse puesto un
preservativo en algún momento, ya que no se ha derramado dentro de
mí.
Se hace a un lado, se deshace del preservativo y la frialdad me
rodea, mi cuerpo ya echa de menos el suyo, y casi se me escapa un
gemido, pero lo reprimo.
En la oscuridad, el monstruo puede reclamar a su novia, pero en la
luz, se separarán una vez más.
Puede que sea su esposa legalmente, pero nunca podré serlo de
verdad, porque ¿qué mujer en su sano juicio aceptaría ese trato?
Quiero salir corriendo, el sentimiento dentro de mí es demasiado
crudo para pensar con claridad o resistir la culpa que está a punto de
golpearme, cuando él se tumba de espaldas y me pone boca abajo para
que descanse sobre su pecho.
Empuja mi cabeza hacia su duro pecho, pasándome la mano por el
cabello, y murmura:
—Duerme, esposa mía. Cuidaré tus sueños.
Y solo por un rato más, me permitiré ser suya.
Porque solo en los brazos del monstruo, encuentro la paz.
Briseis finalmente se queda dormida mientras su delicioso cuerpo
se posa sobre mi pecho, su respiración uniforme me hace cosquillas en
la piel. Con mi mano enredada en sus sedosas hebras, sostengo su
cabeza sobre los latidos de mi corazón para que sepa que poseo el
órgano del que tanto habla.
A lo largo de los años, me he reído de la gente que culpa a su
corazón de sus tonterías o que habla de él como si fuera otra persona a
la que no pueden controlar. Es un órgano interno que sirve para
bombear la sangre del cuerpo y nada más.
No duele. No sufre. No siente ni te insta a realizar acciones cuando
deberías quedarte quieto.
O al menos el mío siempre se mantuvo en silencio hasta el punto
que olvidé que tenía uno.
Hasta esta noche.
Esta noche, al verla derramar lágrimas sobre mis diversas cicatrices
antes de besarlas con suavidad, recuerdos dejados por todos esos
cabrones del pasado, mi puto corazón se apretó tanto que me faltó el
aire, amenazando con ahogarme en emociones que me negué a
reconocer hace años para sobrevivir.
Cuando no sientes nada, no hay armas en el mundo lo
suficientemente poderosas para destruirte.
La risa siempre ha sido mi armadura, pero mi hermosa esposa
consiguió agrietarla, acercándose peligrosamente a descubrir una
verdad que odio tanto que me arden las entrañas.
Debería haberla encerrado en esta habitación después de
desabrochar el maldito vestido para que llorara hasta quedarse
dormida y pensara en un monstruo que se convirtió en su marido.
Entonces no se haría ilusiones conmigo.
Porque su afecto ahora no es sincero.
Está jugando a ser la Bella atrapada en un castillo por una horrible
Bestia que le quitó la vida a cambio de la de su padre. Su atracción por
mí crea una falsa sensación de seguridad a su alrededor, que la insta a
conocer a la Bestia y tal vez a enamorarse de él, porque algún día se
convertirá en un príncipe apuesto.
Ella busca y se concentra en la bondad, cerrando los ojos ante la
oscuridad, fingiendo que no existe.
Excepto que cada molécula de mi cuerpo está formada por una
oscuridad tan horrible que ninguna persona cuerda quiere estar cerca
de ella.
Mi teléfono suena con fuerza en el espacio silencioso; el sonido
chirria en la habitación y Briseis gime en sueños, acurrucándose en mi
pecho.
Me pongo de lado y la acomodo suavemente en la almohada,
donde suspira con fuerza, con sus mechones castaños extendidos
sobre la almohada. Le echo una manta por encima antes de alcanzar
mis pantalones en dos cortas zancadas, sacar el teléfono del bolsillo y
deslizar Aceptar en la pantalla sin comprobar quién llama.
Odio a quienquiera que sea, a pesar de todo, por perturbar mi
tiempo con mi nueva esposa, por romper el mundo imaginario que
hemos conseguido construir por un momento.
Jodido infierno.
Incluso yo me creí la ilusión, encontrando paz en mi vida que no es
más que tormentas.
—Más vale que sea algo jodidamente bueno —ladro al teléfono, me
dirijo a la puerta de la terraza y me deslizo fuera, dando la bienvenida
al aire gélido y a la ráfaga de viento en mi piel desnuda. El sol se eleva
en la distancia, arrojando lentamente una luz sobre mi tierra, y me
dejo caer en el columpio, disfrutando de la perfecta vista de la creación
de Dios.
Como la persona al otro lado de la línea permanece en silencio, le
pregunto:
—¿Y bien? Habla de una puta vez.
El tono profundo y peligroso, lo suficientemente poderoso, incluso
después de todos estos años, me hace sentarme derecho cuando
finalmente habla.
—Hijo, usa ese vocabulario una vez más dirigido a mí e iré
personalmente a cortarte la lengua. ¡Muestra algo de respeto!
¡Mierda!
Alejando el teléfono de la oreja, veo por fin el nombre de mi padre
parpadeando en la pantalla y maldigo todo lo sagrado por no haberlo
comprobado antes. Aclarándome la garganta me disculpo.
—Lo siento, Papá. —Espero un momento antes de añadir—: No
esperaba tú llamada tan temprano.
—No he dormido en toda la noche. No todos los días tu único hijo
se casa y no te invita a su boda. Mejor aún, ni siquiera se molesta en
informarte que piensa casarse. Me he tenido que enterar por una puta
publicación en las redes sociales. —La ira se apodera de mí ante su
tono, mis manos pican por estrangular a quienquiera que haya filtrado
nuestras fotos antes de lo previsto mientras intento encontrar palabras
que puedan apaciguar a mi padre, pero no encuentro ninguna.
Así que voy por las únicas que tengo.
—Puedo explicarlo.
—No, no puedes explicarlo. —Su tono duro no deja lugar a
discusiones ni a justificaciones por mis actos. Lucian Cortez emitió un
veredicto de culpabilidad sin opción a la libertad condicional, y todo el
mundo debería acatar la puta ley.
Un hombre terco, impulsivo y arrogante que solo se escucha a sí
mismo y que se joda lo que piensen los demás.
Y por desgracia para los dos, yo soy igual que él.
—Suficiente, Papá. No soy un niño que tiene que informar de todos
mis movimientos.
Su risa áspera me llena el oído, y me muerdo el puño por la rabia
irracional que crea un infierno en mi interior cada vez que hablo con él
sin que mi madre o mi hermana estén presentes.
Una de las razones por las que lo evito a toda costa.
—Oh, ya no eres un niño, de acuerdo. Un punto que dejaste
perfectamente claro hace dieciséis años. —Dejo caer el teléfono en el
asiento de al lado, conteniendo el rugido que amenaza con brotar de
mi garganta, y puedo imaginar que mi padre hace lo mismo al otro
lado de la línea.
Enroscando los dedos en mi cabello, tiro de él con fuerza,
necesitando que el dolor físico me haga aterrizar en el presente y no
me permita volver al pasado, un lugar al que siempre voy a parar cada
vez que hablo con mi padre.
O mejor dicho, no sabemos cómo hablar, así que acabamos
insultándonos o peleándonos de nuevo.
A veces me pregunto si el hombre de mi infancia que era mi héroe
existió o si yo lo construí a él y a nuestra conexión en mi cabeza.
Sin embargo, cada vez que le veo u oigo, solo me viene a la cabeza
un recuerdo.
Cómo me miró después de mi regreso, su mirada buscando al niño
que perdió hace mucho tiempo y sin encontrar trozos de él en mí,
porque lo maté.
Tuve que hacerlo para sobrevivir en el infierno.
Y una parte de mí, la que aún sentía algo, estaba resentida y odiaba
a mi padre por ello.
Respirando por la nariz, a duras penas consigo refrenar todas las
emociones contradictorias que hay en mi interior y vuelvo a levantar
el teléfono hasta la oreja, sin sorprenderme que siga en la línea.
En todas nuestras peleas, siempre he sido yo el que cierra la puerta,
cuelga el teléfono o ignora sus llamadas, dándole la espalda que creía
que se merecía.
Y también lo odiaba por ello. Haciendo que parezca que soy el
malo que no le deja arreglar nuestra relación cuando fue él quien la
rompió en primer lugar.
—¿Eso es todo? —pregunto, las ganas de fumar me golpean tan
fuerte que vuelvo a entrar en la casa, merodeando hasta la cocina
donde me espera un paquete en la encimera.
—Cena familiar esta noche para celebrar tu boda. Estate aquí a las
seis en punto.
¿Para que podamos sentarnos en silencio mientras mamá y Jimena
se desviven por entablar conversaciones y siempre fracasan, porque
nos negamos a participar en ellas? Sí, no gracias.
—Tengo otros planes.
—Tu madre quiere verte. Aprendí hace mucho tiempo a no esperar
que hicieras nada de lo que te pidiera.
Y haré cualquier cosa por mi madre o por Jimena; mi padre
también lo sabe.
—Estaremos allí —digo, y mi padre finalmente cuelga.
Mi teléfono cae sobre la encimera con un fuerte estruendo mientras
golpeo mis dos puños en él, rugiendo de rabia. Por suerte, mi
habitación tiene paredes insonorizadas, porque Briseis no necesita
verme así.
Roto, sin control, reviviendo constantemente mi pasado, una y otra
vez.
Mi creciente obsesión por Briseis no tiene explicaciones racionales
y empieza a recordarme la mierda del amor a primera vista.
Lo que significa que no puedo permitir que esta emoción crezca
aún más.
Porque si lo hago...
Destruirá la caja de Pandora de mi alma que esconde todo mi dolor
guardado a lo largo de los años, y su erupción será similar a la de un
volcán, quemando a todos a su paso.
Puede que no sobreviva a él.
Y no he llegado hasta aquí para dejar este mundo sin obtener mi
venganza primero.
Capítulo Trece
"Un apellido te protege.
Un apellido permite que todos sepan a quién perteneces.
Un apellido hace que la gente te tema si eres lo suficientemente poderoso.
Pero a veces un apellido se convierte en una maldición que te destruye."
-Santiago

LOCALIZACIÓN DESCONOCIDA, ESTADOS UNIDOS


SANTIAGO, SIETE AÑOS

El agua fría que se derrama sobre mí me hace despertar. Abro los ojos con
sorpresa y sacudo la cabeza para intentar esquivar el líquido helado, pero por
mucho que me gire, sigue rociándome.
—Detente —murmuro, rodando hacia un lado y gritando de dolor cuando
algo afilado se clava en mi estómago y mi mejilla golpea el duro concreto.
Oh, no. ¿Me he vuelto a caer al suelo mientras dormía?
—Ya basta. El pequeño cabrón está despierto.
Sigo la dirección de la voz del desconocido y jadeo cuando veo a dos
hombres que se ciernen sobre mí, sosteniendo una manguera de agua mientras
sonríen ampliamente, recordándome a todos los villanos de los dibujos
animados.
El agua finalmente se detiene y me froto los ojos hasta que se me aclara la
vista, y entonces grito de horror cuando la imagen que me rodea no me
recuerda en nada a mi habitación en casa.
En su lugar, me reciben paredes oxidadas y un suelo manchado de pintura
roja. La única bombilla del techo se enciende y apaga, iluminando ligeramente
la oscuridad que me rodea. Un desagradable olor a podrido flota en el aire y
un sonido de goteo resuena en la distancia. Es entonces cuando veo un lavabo
y un retrete en la esquina derecha, todo embadurnado de algo marrón y con
moscas volando sobre él, mientras dos cuencos para perros yacen a su lado
junto a un sucio colchón donde yacen dos ratas muertas.
Tragando con fuerza, miro detrás de ellos y encuentro una única puerta
que probablemente conduce al exterior, y me lanzo hacia ella, queriendo
escapar de esta situación, porque debe ser un mal sueño.
Papá me aseguró que mientras luchara por una salida en mis pesadillas,
siempre despertaría en casa donde me protegerían.
Todo es posible en los sueños y en las pesadillas, ¿verdad? Así que los
voluminosos y temibles hombres con cuchillos en las manos no me detendrán.
No consigo dar ni dos pasos antes que las pesadas cadenas atadas a mis
muñecas y tobillos me tiren hacia atrás, donde caigo de rodillas y con los
codos en el suelo, un fuerte grito escapando de mis labios. Los hombres se ríen,
el sonido asusta cada parte de mi interior mientras los latidos de mi corazón
se aceleran tanto que pulsan con fuerza en mi cuello.
—No está mal. —Espera un momento antes de ordenar—: Mírame, chico.
Aprieto los ojos, sacudiendo la cabeza, y recito:
—Eso no es real. Eso no es real. Eso no es real.
—Ya has oído la orden, cabrón —dice otra voz, menos paciente que la
primera, y detecto la ira persiste en su tono, pero centro mi mirada en la
pintura roja embadurnada en el suelo, rogando a Dios que acabe con esto.
—No es real. Es solo una pesadilla. No es real.
Sin embargo, no importa cuánto cante para que estos hombres
desaparezcan, no sucede. En cambio, veo la punta de sus zapatos acercarse
cada vez más a mí hasta que se detienen a centímetros.
Gimo cuando uno de ellos me tira del cabello y me echa la cabeza hacia
atrás, temiendo que me arranque el cabello.
—Cuando un perro oye una orden, escucha, joder —me grita en la cara,
sus uñas se hunden en mi cuero cabelludo, y gimoteo, intentando librarme de
su agarre, pero las cadenas de mis extremidades no me dejan libertad. Son
demasiado cortas.
—¿Lo entiendes? —Me agarra el cabello con más fuerza, sacudiéndome
un poco hasta que me chasquean los dientes mientras sus ojos oscuros me
taladran, la rabia brotando de él.
—¡Papá! —grito, esperando que oiga mis gritos a través de la pesadilla y
venga a mi habitación a matar a todos los monstruos como siempre ha hecho
en el pasado.
—¡Papá! ¡Papá! Ayúdame por favor. —La ira tuerce la cara del hombre
y empuja su codo hacia atrás. Lo siguiente que sé es que su puño me golpea
con fuerza en la nariz, que se resquebraja por la agresión, y un dolor tan
agónico llena mi cuerpo que un fuerte grito sale de mi garganta.
El dolor llega en oleadas una tras otra, golpeándome cada vez más fuerte,
recorriendo toda mi cara y mi cuero cabelludo hasta que no queda más que un
zumbido en mis oídos. Me suelta, la sangre gotea en el suelo mientras lucho
por respirar.
Las lágrimas corren por mis mejillas, cayendo rápidamente y mezclándose
con la sangre, pero no puedo ni siquiera gemir, porque el más mínimo
movimiento me produce dolor.
—¿Qué coño has hecho, Peter? El jefe nos dijo que cogiéramos al chico.
—Necesitaba una lección de obediencia.
—Espero que tengas la maldita razón. Si no, estamos los dos muertos.
—¿Cuántos chicos hemos secuestrado a lo largo de los años? Los vende, y
eso es todo. —Me da una patada en el estómago, y caigo de lado, respirando
con dificultad mientras la sangre sigue saliendo, mi estómago se revuelve
antes de vomitar por todo el suelo y mis rodillas, el amargo olor llena el aire y
me hace dar más arcadas.
—Este no será diferente.
Mi cabeza se marea. Todo a mí alrededor da vueltas mientras me siento
tan mal que me pregunto si me estoy muriendo. Nunca me había dolido tanto,
ni siquiera cuando me caí del muro del jardín y me rompí el brazo.
Mamá y papá me cuidaron entonces, horneando galletas y yendo a los
parques conmigo.
¿Dónde están ahora?
¿Dónde está mi padre?
—Papá —susurro, deseando desesperadamente que aparezca y castigue a
todos estos hombres horribles que me han hecho daño, aunque solo existan en
mi imaginación, pero no ocurre nada de eso.
Siguen hablando, y mis párpados caen lentamente, mi respiración se
calma, pero sigo aguantando, incapaz de volver a dormirme.
O más bien despertar en mi realidad.
—Es el hijo de Lucian.
—¿Qué? —grita Peter, y se pasa los dedos por el cabello, paseando por la
habitación, o quizá sea un sótano, de un lado a otro.
—¿Lucian de Lucian Cortez? ¿Ese puto Lucian?
La puerta detrás de ellos por fin se abre, la luz brillante se cuela dentro de
la oscuridad, y mi corazón se estremece, mi visión se nubla mientras vuelvo a
dormir lentamente, relajado.
Papá ha venido.
Ahora me salvará.
Ese es el último pensamiento que pasa por mi mente antes de cerrar los
ojos, respirar profundamente y que el mundo a mi alrededor se desvanezca.

El pitido perturba mis oídos, mi nariz se agita un poco, y gimo


dolorosamente cuando un pinchazo recorre mi cara.
Al ponerme la mano en la nariz, siento algo bajo mis dedos y mis ojos se
abren, enfocándose en mi nariz cubierta de vendas y unos cables de máquina
atados a mis muñecas.
Estoy tumbado en una cama enorme con el colchón más blando;
prácticamente me traga entero mientras mi cabeza descansa sobre una
almohada esta vez y ninguna cadena me sujeta.
Se me escapa un suspiro de alivio, porque la pesadilla ha terminado, y
probablemente papá me ha traído de vuelta a su cama para que no me vuelva a
asustar y...
Mi nariz.
¿Por qué me sigue doliendo la nariz incluso después de haberme
despertado? No debería sentir ningún dolor.
Parpadeando un par de veces confundido, me incorporo rápidamente,
arrancando en el proceso un cable atado a mí, y gimo en la palma de la mano,
mi nariz palpitando tan fuerte que ni siquiera puedo respirar a través de ella.
—Papá —susurro entrecortadamente, mirando a mi alrededor, porque la
pesadilla no ha terminado y se sigue reproduciendo en una dimensión
diferente ahora. ¿Es posible? ¿Permanecer tanto tiempo en una pesadilla?
—¡Papá!
Por fin, alguien responde.
Pero el tono tranquilo y áspero no pertenece a mi padre.
—Santiago, estás despierto.
Giro la cabeza hacia el sonido y observo a un hombre sentado en una silla
cercana con un libro en la mano. Me recorre de pies a cabeza con sus ojos. Me
recuerdan a los de una serpiente; así de concentrados están en mí.
Sacudiendo la cabeza una vez más, ignoro el dolor y casi me abofeteo para
despertarme por fin en mi cama, porque papá no oye mis gritos de auxilio,
pero el entorno no cambia.
—Despierta. Despierta. Despierta. —Me digo, queriendo ir a la tierra
donde el dolor y el sufrimiento no existen, porque todos me quieren y me
protegen.
Quiero ir a casa.
—No estás durmiendo, chico. —El descontento se adueña de su voz, y
vuelvo a mirarlo, el miedo me envuelve con tanta fuerza que me aprieta los
pulmones, no me deja respirar mientras intento entender qué está pasando.
—¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy?
—Me llamo Andreas. Esta… —hace girar su dedo en el aire—, es tu
nueva realidad y tu hogar.
—No, no es cierto —susurro, sacudiendo la cabeza de nuevo, y es
entonces cuando aparece en mi mente el recuerdo de alguien entrando a
hurtadillas en mi habitación y apuñalándome con una inyección. Jadeando,
grito—: ¡No!
Secuestro.
¿Es uno de esos hombres malos que se llevan a los niños ricos y piden un
rescate por ellos?
El hermano de Florian fue secuestrado así hace dos años, y su padre pagó
mucho dinero para recuperarlo. Pero los hombres malos le mintieron y solo
recibieron su cadáver en una caja.
Desde entonces, papá contrató más seguridad para vigilar la casa para que
no me pasara. ¡Pero me pasó!
—Papá, mi papá me salvará.
La ira cruza su cara, pero sigue sonriendo mientras se levanta,
acercándose a mí. Sus zapatos golpean el suelo y me encojo interiormente,
esperando otro golpe.
Pero lo soportaré.
—Hijo, si alguna vez te pasa algo, y yo no estoy ahí... sobrevive,
sobrevive hasta que puedas vencerlos. ¿Entiendes?
Sin embargo, el golpe nunca llega. Su mano palmea suavemente mi cabeza
antes de darme unos golpecitos en la nariz.
—Lucian no te salvará. Te ha perdido por mí. —Se ríe y desliza su mano
hacia mi nuca, la repugnancia me recorre ante el tacto. Me muevo hacia un
lado, pero su agarre mortal no me deja—. Nunca debió darme la espalda. —
Envuelve su mano alrededor de la mía y la aprieta con tanta fuerza que temo
que mis huesos se rompan. Me muerdo el labio, atrapando los gritos que están
a punto de escapar de mi boca.
Ahora que sé que no estoy en una pesadilla, no puedo mostrar debilidad.
Papá me enseñó a no ser nunca vulnerable ante los enemigos, y solo tengo que
esperar un poco más.
Mi papá es Lucian Cortez. Él moverá cielo e infierno.
Me encontrará.
—Ah, valiente como tu padre. —Su otra mano me pellizca la barbilla
entre los dedos, y me sostiene la mirada mientras me los clava tan
dolorosamente en la mandíbula que aumenta el dolor de mi nariz—. La sangre
de Lucian corre por tus venas. Pero tu alma... tu alma se pudrirá en el
infierno mil veces. Para cuando termine contigo, no quedará nada de tu
valentía y moral. —Me aprieta la garganta y me corta el aire. Trago saliva,
golpeo su mano y retrocedo, pero es inútil contra su fuerza—. Pensó que me
había destruido hace siete años. Y ahora le he quitado lo más preciado delante
de sus narices.
Se ríe en mi cara y me echa hacia atrás. Jadeo y lleno mis pulmones.
—No más lágrimas, Santiago. El futuro heredero de mi trono no puede
tener genes débiles. —Mis cejas se fruncen. No entiendo nada de lo que dice,
y papá conoce a este hombre ¿cómo?—. Odio a todos los Cortez, pero no se
puede negar su fuerte linaje. Y la victoria será mía. —Se levanta de la cama,
caminando hacia la puerta, y por encima del hombro lanza —: No me
decepciones, Santiago. Puede que no te gusten las consecuencias. La primera
prueba está a punto de empezar.
—¿Primera prueba? —repito, con las manos apretando la sábana.
—Supera todas, Santiago, y la libertad será tuya. Falla alguna de ellas... y
entregaré tu cuerpo mutilado en bandeja de plata a la puerta de tus padres.
Me lanzo tras él mientras me cierra la puerta en las narices, girando el
pomo y golpeando.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir! ¡Déjame ir! —Quizá alguien me oiga y se
apiade de mí. Todo mi cuerpo tiembla de miedo por sus palabras.
¿Primera prueba? ¿Qué quiere decir?
¿Qué puedo morir aquí? ¡No moriré aquí!
—Sobrevive, sobrevive hasta que puedas vencerlos.
—Está bien, papá. Por favor, ven pronto —susurro y luego me sobresalto
cuando de repente empieza a caer agua del techo, como una lluvia torrencial,
empapándolo todo. Miro a mi alrededor en busca de un lugar seguro donde
esconderme, pero no encuentro ninguno, así que me tiro bajo la cama,
evitando el agua que sigue cayendo, las gotas golpeando el mármol, hasta que
se detiene bruscamente.
Exhalo con alivio hasta que el aire acondicionado empieza a zumbar con
fuerza y, poco a poco, la habitación se vuelve gélida, el aire helado me golpea.
Salgo de debajo de la cama, el suelo de mármol está demasiado frío para
tumbarse. Solo que todo a mi alrededor está mojado y no hay ninguna manta
a la vista.
Mi cuerpo empieza a temblar, mis dientes chocan entre sí mientras me
froto los brazos, esperando darme calor, pero es inútil. La temperatura sigue
bajando cada vez más; casi me recuerda al clima invernal. Me subo a la
esquina de la cama, rodeando las rodillas con las manos, meciéndome de un
lado a otro, esperando que el movimiento me dé algo de calor.
¿Prueba? ¿Es esta la prueba?
Todo mi cuerpo tiembla tanto que ni siquiera puedo concentrarme en mi
corazón, que late rápidamente y está a punto de estallar cuando el miedo le
pone una fuerte correa, construyendo imágenes en mi cabeza en las que
aparezco muerto y el hombre malvado me envía con mis padres.
Mamá no podrá soportarlo. Lloraría, y no me gustaría que llorara.
Así que me balanceo más fuerte, concentrándome solo en la voz de mi
padre en mi cabeza, ordenándome que sobreviva.
Sobrevivir pase lo que pase.
Pasan los segundos, los minutos o las horas hasta que mis nudillos se
vuelven azules y el sueño me llama, arrullándome sobre la almohada húmeda
y prometiendo el alivio de este malestar si solo cierro los ojos.
Pero los mantengo abiertos con toda la fuerza que poseo en mi pequeño
cuerpo, porque le prometí a mi papá que sobreviviría.
Los hombres Cortez siempre cumplen su palabra.
Sin embargo, al cabo de un rato, ni siquiera mi determinación me ayuda, y
mis párpados se cierran.
Abrazando la oscuridad que es extrañamente más acogedora que la
brillante realidad de esta habitación.

—Dos horas. Impresionante. —La voz de Andreas me despierta esta vez,


y temo abrir los ojos, sin querer ver lo que esta nueva realidad me prepara a
continuación.
—Y has sobrevivido. —Me pone la mano en la frente—. Con un poco de
fiebre, pero aun así. —¿Es por esto que todo mi cuerpo arde y mi garganta
está tan seca que estoy a punto de pedir agua?
Por fin lo miro mientras se cierne sobre mí, la sonrisa maligna se
encuentra en su boca antes que acoja mi mejilla, pero ni siquiera tengo fuerzas
para apartarme.
—Ahora espero que sobrevivas. Entonces podremos empezar por fin tu
entrenamiento.
Y durante la siguiente semana, piso la delgada línea que separa la vida de
la muerte, muriendo cada día de dolor y sin encontrar ninguna ayuda a mí
alrededor.
Rezando para que Dios venga, pero él permanece sordo a todas mis
súplicas.
Esperando que mi padre irrumpa en la puerta para venir a buscarme y
mostrarme cariño durante mi neumonía en lugar de arrastrarme por las
medicinas mientras sus asquerosas risas resuenan a mí alrededor.
Pero mi padre también me falla.
En dos semanas, me recupero por completo.
Y cuando Andreas exige más de mi alma, deseo no haberlo hecho.
Porque su entrenamiento mató para siempre al verdadero Santiago Cortez
dentro de mí, y el monstruo de su creación nació dentro de mí.
Me tumbo de lado y hundo la cabeza en la almohada, suspirando
por la suavidad y gimiendo por el dolor que me produce el
movimiento. Tengo los músculos tan doloridos que hasta mover un
dedo del pie me duele.
Parpadeando un par de veces, miro a mí alrededor, centrándome
en las paredes blancas y desnudas y en la mesita de noche negra con
agua y aspirinas.
Sentada en la cama, cojo la nota pegada a la tapa y la leo en voz
alta. “En caso de dolor de cabeza, bebe y toma la pastilla”. Aprieto la
nota en el puño, la tiro y hago una pequeña mueca de dolor cuando se
intensifican las punzadas en las sienes. Resoplo de exasperación
porque ha acertado una vez más, me trago la pastilla, disfrutando del
agua tibia que alivia mi garganta seca.
Vuelvo a dejar el vaso sobre la mesa, me envuelvo en la manta y
balanceo las piernas hacia un lado, con los dedos de los pies curvados
por el frío mármol. Al levantarme, miro a mí alrededor, buscando a
Santiago, pero para mí alivio, no está a la vista.
No estoy preparada para encontrarme con él desnuda, con el
cuerpo dolorido en los lugares más desconocidos por su forma de
hacer el amor.
Follar.
Debería decir follar, incluso si suene crudo para mí, porque eso es
lo que pasó, ¿no?
Dos personas que cedieron a la tentación de la carne, la lujuria
superando cualquier sentido común y el deseo vergonzoso que no lo
puede quitar ninguna verdad.
Sin embargo, insistir en ello me hace parecer un disco rayado, y lo
último que quiero hacer es revolcarme en mi autocompasión,
agotándome en el proceso.
La lujuria que despierta mi cuerpo cada vez que él está cerca será
mi cruz para soportar hasta mi último aliento.
Las cosas ilícitas me complacen a pesar del cuerpo sexy que
pertenece a un monstruo, pues no tiene nombre ni personalidad para
mí.
O eso dicen las mentiras que me inventé para perdonarme.
Incluso su atracción hacia mí puede ser utilizada en mi beneficio si
se usa bien.
Sí, seguro.
Pongo los ojos en blanco y me río en voz baja, porque solo la idea
es risible. De camino al baño, cojo un ligero vestido de verano del
armario. Dejo caer la manta antes de entrar y me meto en la ducha
para abrir el agua caliente.
Solo para dar un grito de sorpresa cuando me giro y veo a Santiago
mirándome a través de la puerta de cristal.
—¿Qué haces aquí? Fuera.
No quería estar desnuda y vulnerable delante de él.
Una sonrisa siniestra levanta la comisura de su boca cuando abre la
puerta, entrando sin más ropa que un pantalón de deporte que cuelga
peligrosamente, mostrando la V perfecta.
Dios, ¿por qué diablos tiene que ser tan guapo? Me pican las
manos por tocarlo de nuevo.
Aunque solo sea para quitarle la sonrisa de satisfacción de la cara.
—Fuera —repito, cubriéndome con las manos todo lo que puedo
aunque, a estas alturas, lo ha visto todo.
Permitir sus caricias en la oscuridad donde alejo la realidad es una
cosa. Construir la intimidad y ser familiar durante el día es un nivel
totalmente diferente.
Mi débil y estúpido corazón no tiene suficiente armadura contra él.
Bajo ninguna circunstancia puedo enamorarme de un monstruo.
—El desayuno está listo. ¿O debería decir el almuerzo? Eres toda
una bella durmiente. —Le envío dagas con mis ojos, manteniendo mi
barbilla en alto, y él me guiña un ojo.
—Date prisa. Tenemos que asistir a una cena.
Mis cejas se fruncen y me olvido momentáneamente de mi
desnudez.
—¿Qué? ¿Por qué? —¿Este matrimonio incluye que vayamos
juntos a actos sociales? ¿O cualquier otra cosa que implique ser su
esposa? ¿Por qué él querría eso?
¡No suena para nada como un hombre que planea un divorcio en el
futuro cercano!
—Porque mis padres quieren conocerte, querida. —Cierra la puerta
al salir y me quedo quieta, con el agua cayendo en cascada sobre mí,
pero la calidez ha desaparecido y la frialdad y el pánico la sustituyen.
¿Sus padres? ¿Tengo que conocer a sus padres?
Oh, Dios mío.
Mi propia familia me desprecia por ser ilegítima. Puedo imaginar
lo que Lucian y Rebecca piensan sobre la elección no tan buena de su
hijo. Probablemente esperaban que se conformara con alguien famoso
y bello cuya familia adorara a su princesa como lo hacen con Jimena.
Un punto que dejarán claro durante la cena de esta noche.
Golpeo el azulejo con el puño ante la idea de ser sometida al
escrutinio una vez más y no poder hacer nada para evitarlo.
Casi desearía que me hubiera dado un contrato antes de este
matrimonio; al menos habría tenido claro por qué me quiere y cuáles
son mis responsabilidades.
Termino rápidamente de lavarme el cabello y el cuerpo, me seco y
me pongo la ropa, apenas me miro en el espejo mientras me lanzo
hacia la cocina.
Santiago está sentado en el sofá, con las piernas apoyadas en la
mesita, mientras hojea los canales de noticias en la televisión
silenciada, sin decidirse por nada, y sin mirarme dice:
—El desayuno está en la encimera. —Veo una taza blanca
humeante y un plato lleno de huevos y tostadas, además de un
aguacate.
Mi estómago ruge con fuerza. Mis mejillas se calientan y
rápidamente cojo el tenedor, clavándolo en los huevos. Doy el primer
bocado y cierro los ojos cuando el sabor llega a mi lengua. Disfruto
rápidamente de unos cuantos bocados más antes de volver a centrar
mi atención en la televisión, dispuesta a masticar mi tostada.
Sin embargo, hago una pausa a medio camino de mi boca cuando
leo el titular de las noticias.
Aparecen imágenes de la casa junto con el reportaje que muestra
algo en el fondo, y exclamo:
—¡Sube el volumen!
—No tiene sentido. No han encontrado nada y no saben quién ha
sido. Tu padre está en un hospital cercano y los médicos le están
curando las heridas —responde despreocupadamente, apagando el
televisor y volviendo a apoyar la cabeza en el sofá.
Me sube la bilis a la garganta cuando me vienen a la cabeza todos
esos cadáveres, y pierdo el apetito, rodeando la taza con las manos y
llevándola a mi boca, inhalando el aroma de menta en mis pulmones
antes de tomar un sorbo tentativo.
—La policía tendrá preguntas para él. Es el único sobreviviente.
Deberías estar preparado. —Papá no dudará en incriminarlos,
buscando retribución por la humillación a la que lo sometieron.
—Puede que lo intente. —Viene la respuesta divertida, como si
supiera un secreto que yo desconozco.
Es entonces cuando me doy una palmada en la frente.
—También querrán interrogarme a mí, ¿verdad? —De alguna
manera, no debería tener miedo de la policía, teniendo en cuenta los
últimos acontecimientos, pero no puedo mentir. Sabrían que algo va
mal.
Me acerco a Santiago, que sigue con los ojos cerrados, con la cara
relajada, y me pregunto cómo es no tener puto miedo en esta vida.
Debe ser extremadamente agradable.
—Es muy poco probable. Su prioridad ahora mismo es Howard.
Además, tienes una coartada.
La boda.
¿Es por eso que nos apresuró a ello? ¿Para qué sus amigos y
nosotros tengamos una buena tapadera en caso que aparezca la
policía? Incluso invitó a Jimena e informó a sus padres.
Excepto que hay una pequeña falla en su plan.
—Podría seguir siendo sospechosa. La hija ilegítima que quería
vengarse de su familia. —Las palabras tienen un sabor amargo en mi
boca; sin embargo, son la verdad.
Según la ley, tengo un motivo. Y ocurrió justo después de que
volviera a casa. No dudarían en sumar dos y dos.
—¿Has visto tu partida de nacimiento?
Mis cejas se fruncen.
—No. La necesité una vez para el internado, pero la abuela dijo
que se encargaría de ello. Y obviamente su gente se encargó de todos
mis documentos. ¿Qué importancia tiene esto ahora?
Por fin abre sus vibrantes ojos, su intensidad me golpea de nuevo
con fuerza, y doy un gran sorbo, haciendo una mueca de dolor cuando
me quema la lengua, pero mantengo mi atención en él.
—El nombre de Howard nunca apareció en tus registros de
nacimiento. Tienes el apellido Dawson, sí, pero la sección del padre
está en blanco. —Espera un poco, permitiéndome digerir esta
información, y brevemente añade—: Legalmente, nunca fuiste de ellos.
Tampoco te incluyeron en sus testamentos. No recibes ni un céntimo
de sus muertes. Cualquier caso que la policía intente construir sobre ti
está destinado a fracasar.
Un poco perdida, susurro:
—No lo entiendo. Legalmente, tenían...
—No hay derechos. ¿Por qué crees que te educaron en casa? ¿Y
luego te enviaron a Grecia hasta que cumpliste los veintiún años?
—Participé en funciones públicas. La gente me veía. —A pesar de
haberme dado cuenta de ello, espero equivocarme.
No pueden haber sido tan diabólicos, ¿verdad?
—Participaste en dos o tres actos en los que te presentaron como la
hija de su amigo muerto. Querida, donde hay dinero hay poder. La ley
seguramente no habría llamado a su puerta solo para comprobar si es
cierto o no.
Me duele el corazón, las heridas de la infancia se abren de nuevo y
sangran con tanta fuerza que me olvido de respirar cuando me doy
cuenta de su engaño.
Todas sus formas de control sobre mí, sus amenazas, su
comportamiento degradante hacia mí...
¿Lo he soportado todo para nada? A los ojos de la ley, nunca
podrían haberme hecho daño ni haberme metido en un psiquiátrico...
Incluso acepté casarme con Santiago para salvar el culo de papá,
¡sacrificando mi vida y mi libertad!
Entonces sus otras palabras se registran y mi corazón se detiene, su
significado completo golpeando en mí y casi me hace caer de rodillas,
pero pego mis pies al suelo, demasiado temerosa de moverme por
miedo a romperme.
En blanco.
Mi padre dijo que los destruí, a él y a mamá, y que ella no podía
quererme por mucho que lo intentara.
Mi abuela nunca me aceptó, aunque supuestamente su sangre
corría por mis venas, y yo era la hija de su hijo. Ella nunca habría dado
la espalda a una verdadera Dawson.
Excepto que yo no lo era.
Oh, Dios mío.
¡Nunca fui de ellos!
La taza se me escapa de los dedos, la porcelana golpea el suelo y se
rompe en pedacitos, el sonido resuena en mis oídos. El té caliente me
quema los pies, pero no le presto atención.
¿Cómo puedo hacerlo, si toda mi existencia ha sido una mentira?
—Mierda —murmura Santiago, me coge en brazos y llega a la
encimera en pasos cortos, los trozos crujiendo bajo sus zapatos.
Me pone sobre la encimera, va al congelador y vuelve con una
bolsa de hielo. Me levanta el pie, lo presiona y hago una mueca de
dolor. El frío que se hunde en mi dolorida piel me saca por fin de mi
estupor.
—Gracias. —Mi voz apenas supera un susurro, miles de
pensamientos pasan por mi mente tan rápido que no sé en cuál
concentrarme o escuchar—. No me he quemado mucho. El té estaba
tibio.
No dice nada, pero por lo apretada que está su mandíbula, sé que
no le importa mucho que le tranquilice.
—Howard no es mi padre, ¿verdad? —Se tensa y presiona la bolsa
de hielo un par de veces antes de examinar mi pie—. ¡Respóndeme! —
¿Ha abierto él mismo la maldita caja de Pandora y ahora duda en
hablar de ello?
Levanta los ojos hacia mí, tira la bolsa de hielo a un lado y me pone
una mano a cada lado de las caderas, aprisionándome en su abrazo,
mis piernas se mueven ligeramente para dejarle espacio entre ellas.
—No, no lo es.
Exhalo con fuerza.
—¿De verdad?
—Sí.
¡Y es entonces cuando el dolor que me parte en dos, que ha estado
presente toda mi vida, desaparece, y lo sustituye una felicidad tan
grande que podría estallar!
Mi risa resuena en las paredes y mi cuerpo se estremece con ella.
Santiago frunce el ceño, así que lo rodeo con mis brazos,
apretándolo con fuerza. Al fin y al cabo, es él quien ha dado la noticia.
—Muchas gracias —le digo en el cuello y luego me inclino hacia
atrás, con los brazos todavía rodeándolo—. Nunca he sido más feliz.
—Y entonces me doy cuenta de lo que he hecho, y mis mejillas se
calientan de vergüenza.
En cualquier momento, podríamos empezar a actuar como un
verdadero marido y mujer.
Le empujo el pecho para que se aparte, y él lo hace al instante,
permitiéndome volver a saltar al suelo.
—Siento lo de la taza. Voy a limpiar.
No doy ni dos pasos hacia el fregadero de la cocina cuando su
mano atrapa la mía, haciéndome volver a situarme frente a él mientras
sus ojos revisan mi rostro.
—¿No estás triste? No entiendo.
Por supuesto que no lo entiende. Creció en un hogar lleno de amor,
donde la gente adoraba el suelo que pisaba. Probablemente habría
quedado devastado al descubrir que Lucian no era su padre.
¿Yo, sin embargo? Una historia totalmente diferente.
—Me han hecho daño toda mi vida. Es un alivio saber que no son
mi familia. Al menos puedo vivir sabiendo que mi padre no es un
imbécil. —Quiero decir que obviamente no tengo ni idea de quién me
engendró, pero ¿cuánto peor puede ser realmente? Es difícil superar a
Howard en ese aspecto.
A pesar de todo, no quiero encontrar a mi verdadera familia,
porque los Dawson me marcaron de por vida. Saber que no soy de
ellos es suficiente.
Tal vez no soy tan difícil de amar después de todo.
Una emoción conflictiva cruza su cara al oír mis palabras, su agarre
se hace más fuerte, sus dedos se clavan en mí hasta el punto de dolor.
El miedo me invade, un pensamiento horrible me asalta cuando sus
cicatrices aparecen en mi cabeza, listas para revelar un oscuro secreto
que podría cambiar mi vida. Abro la boca para expresar mi
preocupación, cuando veo pasar un borrón amarillo-dorado por la
ventana de la terraza, y luego el borrón vuelve a pasar en la otra
dirección.
Olvidando momentáneamente nuestro tema, me acerco a la
terraza, estrechando los ojos sobre el borrón, y cuando lo hago, mi
pulso se detiene antes que empiece a latir tan jodidamente rápido que
tengo que poner una mano sobre mi corazón para que no salte.
Un león.
Un león recorre el perímetro, sus patas se posan con fuerza en la
hierba, dejando huellas a su paso mientras enseña los dientes,
paseándose por el terreno como si fuera el dueño.
Su hocico tiene los bigotes muy largos, y su melena dorada y
desgreñada brilla bajo la luz del sol; su poderoso cuerpo no hace más
que aumentar la magnífica imagen que presenta el animal salvaje.
Se detiene al notar mi atención en él y sus bigotes se agitan. Gira su
cabeza hacia mí, con los ojos casi muertos, centrándose en mí. Su
mandíbula se abre y veo carne pegada entre los dientes. Se me
revuelve el estómago, porque un animal peligroso me ha visto y ¡Solo
nos separa una maldita ventana de cristal!
Doy un paso atrás pero choco con el pecho de Santiago, sus manos
se posan en mis hombros, manteniéndome firme mientras el león
sigue mirándonos fijamente, su concentración es tan absoluta que me
pregunto si es así como se sienten las presas en la naturaleza cuando
un cazador las persigue.
Toda su vida pasando frente a sus ojos mientras el miedo se hunde
en cada hueso, donde la mente grita una sola cosa.
Corre. Corre. Corre.
—Un león. Hay... un león —digo finalmente, instando a Santiago a
hacer algo, porque tal vez no lo ha visto. Si no, ¡por qué está parado
detrás de mí sin hacer nada!
—Sí, estoy al tanto. Te presento a Leo. Di hola.
—Hola —saludo al león como una idiota antes que las acciones se
registren en mi mente y finalmente arranco mi mirada del animal para
enfrentar a Santiago.
—¿Leo? ¿Le pusiste nombre a un león?
Todavía tengo la esperanza que el animal haya entrado en su
territorio accidentalmente. Quizá tenga un vecino al que le gusten los
gatos o haya un zoológico cerca...
Una sonrisa tira de su boca.
—Por supuesto. Es mi mascota. ¿Quién más le pondría un nombre?
—Y así, mis esperanzas mueren.
¡Me he casado con un hombre que tiene un puto león como
mascota!
Tomando una respiración profunda para calmar mis nervios que
probablemente son inexistentes a estas alturas con toda la emoción
que sigo consiguiendo debido a Santiago, pregunto:
—¿Es siquiera legal tenerlo como mascota?
Se encoge de hombros.
—No en nuestro estado. Tenemos una prohibición en cuanto a
animales peligrosos. Pero tampoco anuncio el hecho que lo tengo.
—Estás enfermo, ¿lo sabías? ¡Los animales salvajes no deberían
estar enjaulados, pertenecen en la naturaleza! —Algo golpea el cristal
y miro por encima del hombro para ver que el hocico de Leo está muy
cerca.
Santiago se ríe.
—Sí, lo estoy. Sin embargo, no sobreviviría en la naturaleza. Así
que le di una mejor oportunidad.
—¿Por qué?
—No habría sido capaz de cazar. Cojea de una pata. Tropezó con
una trampa cuando era un cachorro. Le destrozó los huesos, así que
nunca se recuperó del todo. —Señala su pata trasera derecha, y noto la
ligera cojera cuando empieza a pasearse de un lado a otro, golpeando
de vez en cuando el cristal con la pata—. Lo encontré así en un bosque.
El dueño probablemente no quería lidiar con el más débil de la
camada.
¿Débil? Es tan enorme... pero, por otra parte, tampoco sé cuánto
pesa en promedio un león ni qué aspecto tiene de cerca.
—Aun así, deberías haber...
Me tapo los oídos cuando un fuerte rugido hace sonar la ventana,
tamborileando en mis oídos y enviando escalofríos por toda mi
espalda. Se me pone la piel de gallina y el miedo se instala en lo más
profundo de mi sangre. Mi mente me pide que salga de aquí mientras
esté intacta.
—Tiene hambre.
¿Y qué? ¿Piensa darme de comer como su almuerzo?
Se dirige a la nevera, coge un plato lleno de filetes y vuelve a la
puerta de la terraza, dispuesto a deslizarla para abrirla, pero mi mano
lo detiene.
—¿Qué estás haciendo? No puedes abrir esa puerta. Entrará aquí.
—No puede entrar en la casa. Mi león tiene modales.
—Oh, bueno, si tiene modales, entonces no debería preocuparme
—respondo con despreocupación antes de darle una palmada en el
pecho—. ¿Estás loco? ¡Podría matarme!
—Difícilmente. —Trata de abrir la puerta de nuevo, pero me
aprisiono contra ella y me meto entre su pecho y el cristal.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Conociéndote, probablemente
se coma a todas tus víctimas. —Miro el plato en su mano, las náuseas
golpeándome y apenas controlo el reflejo nauseoso—. Por favor, dime
que no es carne humana.
Santiago pone los ojos en blanco antes de darme un pequeño golpe
en la frente.
—¿Ahora quién está loca? Es de vaca. ¿Con tu permiso me gustaría
alimentar a mi león?
Me empuja, abriendo finalmente la puerta, y le grito por la espalda:
—¡No, no tienes permiso para alimentar a tu león! —Cierro
rápidamente la puerta tras él y veo cómo le lanza un filete a Leo, que
lo atrapa con facilidad, mordisqueando la carne antes de empujar su
hocico hacia el pecho de Santiago, pidiendo más.
Le lanza otro y otro, el león come tan rápido que no puedo apartar
la vista de sus enormes dientes, súper agradecida de estar al otro lado
del cristal. Finalmente, parece que se termina todo el plato en cinco
minutos.
En este punto, mi nariz está pegada al cristal, estudiando cada uno
de sus movimientos, mientras el león corre hacia Santiago, rodea su
pierna con una pata y parece que lo abraza.
No sé qué es más loco.
Que anoche me haya casado con un asesino en serie o que dicho
asesino en serie abrace a un león ahora mismo.
Aunque una emoción corre por mis venas, al verlo tan confiado
con la criatura salvaje, sin una pizca de miedo que marque su cara.
¿Hay algo a lo que este hombre le tenga miedo?
El león se tumba de espaldas, exponiendo su vientre a Santiago, y
entiendo, por mis limitados conocimientos, que se está sometiendo a
él. Considera a Santiago el alfa de su manada, así que probablemente
nunca lo atacaría.
No muerdas la mano que te da de comer, ¿verdad?
Santiago le rasca suavemente detrás de la oreja, el león tiene toda
su atención y le golpea ligeramente con una pata cuando se detiene
momentáneamente.
Una sonrisa se dibuja en mis labios ante tal comportamiento de
gato doméstico, pero Santiago no comparte mi diversión.
Su cara se queda en blanco. Mira la pata y luego a Leo, diciendo lo
suficientemente alto como para que yo lo oiga.
—No. —Su mirada dura varios segundos antes que el animal
apoye la cabeza en sus patas, aceptando la orden. Santiago se levanta,
se dirige a la casa y entra, apestando a olor felino.
—Tienes que ducharte. No estoy segura que tus padres quieran
oler a gato en ti —digo, agitando la mano y dispuesta a dar la vuelta.
Necesito pensar en mi vida, dejando de lado el juicio y lo que la
sociedad dice que debemos sentir hacia ciertas cosas.
Si un asesino despiadado puede ser tan amable con un animal,
¿significa esto que me he llevado una impresión equivocada? ¿No
experimentan algunos asesinos en serie primero con animales antes de
atreverse a tocar a los humanos?
¿Qué tan malos son sus actos de todos modos?
No viola a las mujeres, no hace daño a los animales y, según los
rumores, nunca es grosero con su personal, lo que significa que
probablemente no abusa de su poder con ellos.
Incluso sus amigos le muestran una gran lealtad que no tiene nada
que ver con el secreto que comparten; están dispuestos a apoyarse
mutuamente en lo que sea, y esos lazos se ganan, no se dan como un
derecho.
Quizá solo mata a los malos que han cometido crímenes horribles y
nadie les ha castigado por ello. ¿Los condena él mismo al infierno
mortal en busca de justicia?
No es que eso cambie nada en la gran escala de las cosas. Sigue
siendo un asesino en serie, y las mujeres cuerdas nunca deberían estar
con él.
Excepto que empiezo a pensar que no hay nada cuerdo en mí.
—Qué excelente idea, querida. —La boca de Santiago se curva en
una sonrisa malvada mientras camina hacia mí, y doy un paso atrás,
evitando la taza destrozada en el suelo, mi pulso se acelera al
reconocer la expresión de su cara—. ¿Asustada, verdad?
—No tengo miedo, y no me voy a duchar contigo, si es lo que estás
insinuando. —Cruzando los brazos, alzo la barbilla cuando sus
zapatos tocan mis pies, enviando electricidad a través de mí en el
contacto, pero me mantengo firme, ignorándolo.
Aunque empiezo a entender por qué Helena se escapó con Paris y
no le importaron las consecuencias. La lujuria es una emoción tan
poderosa que bloquea cualquier sentido común.
Mi comportamiento de anoche es una prueba gigantesca de ello.
—Muy bien. —Esa es toda la advertencia que recibo antes que se
agache y me lance por encima de su hombro.
Mi chillido resuena en el espacio mientras cuelgo de su espalda,
con la cabeza terriblemente cerca de su culo, y empiezo a golpearlo
con fuerza en la parte baja de la columna, intentando levantarme un
poco mientras se dirige hacia el dormitorio.
—¡Suéltame! —Y entonces grito de asco cuando un olor y pelo
felino, junto con algo pegajoso acaba en mis manos—. ¡Ewww! ¡Estás
sucio!
Su profunda risa es la única respuesta que obtengo mientras
continúo pateando y agitándome en sus brazos, esperando que un
doloroso golpe debilite su decisión, pero no sucede tal cosa.
En su lugar, una vez más, acabamos en el baño en varias zancadas
cortas. Me pone de nuevo de pie, pero antes que pueda salir corriendo,
nos arrastra al interior de la cabina de ducha.
Cuando pulsa el botón, el agua fría empieza a caer en cascada
sobre nosotros, empapándonos, y chillo, apretándome hacia un lado,
intentando evitarla. Pulsa otro botón y, poco a poco, el agua fría se
transforma en caliente mientras me aprieta con fuerza contra la pared,
su corazón late uniformemente bajo mi palma mientras una sonrisa de
satisfacción adorna sus facciones.
En este punto, mi ira ha alcanzado proporciones épicas, y me
sorprende que no me salga vapor por las orejas.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Quiero ducharme con mi esposa. ¿Es eso un crimen?
—¡Sí! —Moviendo mi mano entre nosotros, añado—: ¡Nadie se
ducha con la ropa puesta!
Se ríe.
—No podía dejar que te fueras. Ahora no puedes.
—Eres un idiota. —Resoplando con frustración por la diversión
que se desprende de su tono, detesto que mi cuerpo reaccione a su
proximidad y que se me ponga la piel de gallina cuando se acerca.
Nuestras narices se tocan y él pone sus manos a ambos lados de mi
cabeza, aprisionándome entre su duro pecho y la fría baldosa.
—¿Lo soy? Creía que no tenías miedo.
—¡No lo tengo! Eso no significa que quiera pasar cada minuto
contigo. Lo que pasó anoche...
—Pasará una y otra vez.
Su respuesta arrogante hace que se me caiga la mandíbula.
—Solo fue sexo. No significa que tengamos algún tipo de relación.
—Querida, eres mi esposa. No hay relación más profunda que esa.
—Me chantajeaste para que me casara contigo.
—Nadie te chantajeó con nada. Te convertiste en mi esposa en
todos los sentidos por tu elección. No puedes retractarte y fingir que
no ocurrió. Tú eres mía. —Mi estómago se voltea ante sus palabras,
suavemente murmuradas, que hacen algo en mi corazón y me
contagian de calor, porque en este mundo solitario, nadie me ha
querido para sí.
Solo que su obsesión roza la locura; lo cual, a su manera, es muy
sospechoso.
Porque las obsesiones de un asesino en serie siempre son efímeras
y acaban con la muerte en algún punto del camino.
—¿Solo matas a la gente mala? —pregunto, y la energía cambia,
volviéndose más oscura, y su sonrisa desaparece. Sus ojos se vuelven
cristalinos, la frialdad se cuela en ellos, y se echa hacia atrás, abriendo
de una patada la cabina de ducha mientras sale.
Lo observo a través del vapor y el cristal, estudiando la postura
rígida de su espalda, las cicatrices aún más visibles bajo una luz tan
intensa mientras se quita los zapatos y se da vuelta, con las manos en
el pantalón de deporte pegado a sus piernas.
Imagino que mi vestido está igual ya que me pesa, y anhelo
quitármelo pero no puedo.
Durante el día, no puedo fingir que esta oscuridad no existe y
entregarme libremente al monstruo.
—No estamos viviendo en un cuento de hadas, Briseis.
Salgo de la ducha, de pie frente a él, el agua goteando en el suelo.
—¿Por qué no puedes responder a mi pregunta? —Casi grito la
última parte, y su risa me produce escalofríos por lo burlona que es.
—¿Para que puedas construir una imagen en tu cabeza que te
permita ceder a esta relación sin ningún tipo de culpa o miedo? —Se
acerca, su presencia me da poder una vez más mientras el vapor nos
rodea, haciéndonos respirar con dificultad, pero no puedo despegar
mi mirada de la suya—. Lo siento, querida. No lo haré. No soy una
bestia que se convertirá mágicamente en un príncipe si me das una
pizca de cariño. —Enhebra sus dedos en mis mechones húmedos y
jadeo cuando me empuja hacia el espejo, mostrándonos en todo
nuestro esplendor. Empuja mi frente contra el lavabo para que no
tenga más remedio que poner las manos sobre él, manteniendo el
equilibrio. Se coloca justo detrás de mí, con su pelvis presionando mi
culo, y me inclina la cabeza de forma que no pueda evitar su mirada
en el reflejo del espejo.
—Mato a quienes creo que lo merecen. —Pone su otra palma en mi
cuello, su pulgar rozando mi pulso—. Ah, hace que tu corazón lata
más rápido por el miedo. Un pensamiento aterrador, ¿verdad? A
quien encuentro merecedor de la muerte y la tortura. Lloran, ruegan,
suplican, y yo nunca los escucho. Los mato a todos porque, a mis ojos,
no merecen una segunda oportunidad.
El aire se me atasca en la garganta, mi pulso se acelera mientras un
ligero escalofrío me recorre, despertando cada vello de mi cuerpo. Mi
cabeza me grita que me aleje de él, que corra a algún lugar lejano para
que el monstruo no me encuentre, aunque sé que eso no me ayudará.
Este tipo de monstruo lleva tanto tiempo cazando que nada le
impide atrapar a su presa.
Me suelta solo para hacerme girar, y nuestros pechos chocan entre
sí mientras me atrapa en otra jaula.
—No te hagas ilusiones sobre quién soy. Eres mi esposa y lo
seguirás siendo. Puedes aceptar a la bestia o esperar al príncipe que
jodidamente nunca aparecerá. Si lo hace, lo mataré.
—Estás loco —susurro, odiando la posesividad y la veracidad de
su última afirmación. Este hombre mataría a cualquier tipo que
insinuara quererme, y es una locura a otro nivel.
—Matas a la gente para tu propia diversión. No te elegí. —Pero
aunque diga estas palabras, no siento que suenen a verdad.
Dijo que aquellos que se lo merecen a sus ojos. Seguramente, la
gente inocente no se lo merece a sus ojos. El creció en un hogar
amoroso. ¿Podría ser que mate a los que cree que hacen daño a los
menos afortunados?
¿O es solo una ilusión de mi parte?
—Difícil, porque soy todo lo que tienes. Dime, Briseis, ¿a quién
más le has importado una mierda todos estos años? —Su respuesta se
interpone en mis cavilaciones, y me estremezco cuando me vuelve a
tirar del cabello, inclinando mi cabeza hacia atrás, y se adelanta,
clavando sus caderas en las mías mientras nuestros labios están
separados por unos centímetros—. A nadie. Has jugado a ser una
chica buena toda tu vida, ¿y cómo te ha pagado la vida, además de
darte una mano de mierda?
Cierro los ojos, evitando su mirada penetrante mientras alejo
internamente todos mis malos recuerdos y la poca felicidad que tuve.
Incluso cuando me rompí la pierna de pequeña, nadie me abrazó ni
me dijo que todo estaría bien. Tuve que aguantar durante horas hasta
que alguien llamó por fin a un médico.
—Deja de resistirte a la atracción y acepta esta relación, sabiendo
que el monstruo del castillo no dejará nunca que nadie te trate como si
no valieras nada. —Sus dedos arañan mi cuero cabelludo, así que
vuelvo a abrir los ojos cuando se inclina más cerca, sus labios rozando
los míos ahora—. No puedes poner límites a esto, porque no lo
permitiré. Utilizaré este cuerpo descaradamente, follándote hasta la
sumisión, y te odiarás a ti misma cada vez.
Mi respiración se vuelve áspera, una protesta atascada en mi
garganta, porque sé que tiene razón.
Después de lo de anoche, no me dejará rehuir de él durante el
tiempo que planea tener esta obsesión conmigo.
¿Cuántas veces me acostaré con él hasta que empiece a odiarme
con una pasión que rivalice con lo que está explotando entre nosotros?
El odio a mí misma ha sido una constante en mi vida desde el día
en que pronuncié mi primera palabra, y es una emoción insoportable;
agota tanto a las personas que empiezan a pensar que todo el mundo a
su alrededor tiene razón.
Los resultados pueden ser catastróficos.
Si acepto esta relación y le doy una oportunidad, tratando de
comprender al hombre que se convirtió en mi marido, podría
encontrar respuestas a mis preguntas y vivir en paz, aunque sus actos
me asusten. ¿Qué otra opción hay realmente, cuando soy su cautiva,
aunque me haya dado el estatus de esposa?
Pero, ¿me está haciendo daño? ¿O me duele lo que hace y lo
considero incorrecto porque él no es un santo, y yo me enamoré hace
mucho tiempo de un pecador que no coincide con mi descripción del
príncipe?
En cualquier caso, tiene razón.
Voy a aceptar este giro del destino, tratar de sobrevivir entre las
espinas y esperar que la bestia de este castillo no sea un monstruo.
Porque es la única manera de mantener la cordura.
Tomando su cabeza con una mano, lo miro a los ojos mientras se
encienden de deseo, junto nuestras bocas, trazando sus labios con la
punta de mi lengua antes de deslizarla dentro, buscando la suya.
Gimo cuando sus manos caen sobre mi cintura, apretándola con
fuerza y presionándonos aún más, su erección empujando contra mi
núcleo necesitado, haciendo que todos los pensamientos vuelen lejos.
Recuperando el control cambia de táctica y me devora con su beso
apasionado de boca abierta, que hace que mi cuerpo se caliente,
electrificando mis terminaciones nerviosas y extendiendo el fuego por
mi sangre.
Derritiéndome en sus brazos bajo semejante calor, rodeo su cuello,
poniéndome de puntillas y deseando encontrarme con cada caricia
mientras me froto lentamente sobre él, disfrutando de la pesada
protuberancia que presiona mi clítoris y que no hace más que
aumentar el placer que crece lentamente entre mis pliegues.
Gruñe en mi boca, empujándome hacia atrás, y mi culo choca
contra el lavabo, el espacio entre nosotros es inexistente, y gimo ante la
ropa mojada que roza mis pezones excitados, que piden alivio. Me
muevo un poco, dándole un mejor acceso para que pueda profundizar
el beso mientras es dueño de mi boca. Me está llevando al límite, pero
agradezco su invasión, que me devuelve al presente y me permite
encontrar una orilla temporal en este interminable océano de calor.
Al oír nuestros gemidos mutuos, rompe el beso y se aparta,
mientras observo todos sus movimientos.
Se quita el pantalón de chándal y su erección se hace visible, me
muerdo el labio al verla, con mi núcleo húmedo deseando sentirla
dentro de mí de inmediato.
—Quítate el puto vestido, Briseis. —Por lo tensa que suena su voz,
sé que está al borde de su control, y un estremecimiento se apodera de
mí al saber lo mucho que nos afecta nuestro encuentro.
Rápidamente hago lo que me dice, tirando el vestido, mientras me
quedo solo en bragas, con mi cuerpo bien abierto para el suyo. Sus
orbes azules recorren todo mi cuerpo, mientras su mano acaricia su
polla, y buscando en el cajón del otro lavabo junto a mí, saca un
condón de la caja nueva. Luego rompe la envoltura con los dientes.
La palma de mi mano se desliza por mi estómago, dispuesta a
introducirse dentro de mis bragas y estirarme para él, y alimentar el
hambre que me invade, exigiendo una satisfacción inmediata, cuando
su gruñido me detiene.
—Pon las manos en la encimera y agárrate fuerte, nena. —Viendo
cómo enrolla el condón en su gruesa longitud, sigo la orden y jadeo
cuando se arrodilla frente a mí, con su aliento caliente en mi núcleo.
Sus pulgares se enganchan en la cintura de mis bragas y las baja
hasta mis pies. Me quito las bragas y siseo cuando me pone el muslo
sobre su hombro.
Me abre bien con dos dedos y luego pone toda su boca sobre mí.
Mis caderas se agitan hacia él. Gimiendo, le aprieto el cabello y echo la
cabeza hacia atrás mientras él lame mi carne excitada, arrastrando su
lengua por mis labios, chupando cada uno de ellos antes de introducir
su lengua profundamente, endureciéndola dentro de mí. Su pulgar y
su dedo pellizcan mi clítoris, y mi grito llena el espacio.
El fuego en mi interior crece, las lamidas recorren mi piel y me
hacen arder, deseando quemarme por completo si eso significa que
sigue dándose un festín con mi carne, cada uno de sus lamidas
arrastrándome más al borde del precipicio.
Mi núcleo se aprieta en torno a él, apretando su lengua de
terciopelo, dispuesta a aceptar el placer que me ofrece mientras su
pulgar vuelve a rozar mi clítoris. Pero entonces me abandona,
apartando su boca y deslizándola hasta mi estómago, donde muerde y
se desplaza hacia arriba, hacia arriba, hasta que se pone de pie de
nuevo.
Sus manos cogen mis pechos; inclina su boca hacia uno, chupando
el pezón con dureza, cubriéndolo de su saliva antes de trasladar su
atención al siguiente, burlándose de mi necesidad que es casi
insoportable.
Subo mi pierna a su cadera, clavando mi talón en su culo, lista a
que su polla se frote sobre mis pliegues y se deslice dentro de mí, pero
él tiene otros planes.
Agarrando mi muslo con tanta fuerza que probablemente me deje
moretones, vuelve a poner mi pierna en el suelo y me da la vuelta,
inclinándome ligeramente hacia delante para que mis manos tengan
que agarrarse al lavabo mientras mi culo sobresale.
Su brazo rodea mis pechos; su piel áspera rozando mis picos
puntiagudos me hace gemir, e inclino la cabeza hacia atrás mientras él
se aprieta contra mí.
Su palma cubre mi núcleo goteante y dolorido, presiona mi clítoris
mientras su dedo corazón me frota arriba y abajo, volviéndome loca
con cada deslizamiento, y le ruego:
—Santiago, por favor. Fóllame de una vez.
Un grito sale de mi garganta cuando me penetra con su polla tan
profundamente que creo que voy a llegar al orgasmo allí mismo,
estirándome sobre su órgano palpitante.
Se aparta. Su palma presiona mi clítoris, y entonces vuelve a clavar
sus caderas en mí, el borde de la encimera corta mi estómago mientras
el placer se desliza dentro de mí por su ritmo continuo, sin darme
alivio de la euforia que me provoca.
El vapor se eleva a nuestro alrededor creando una niebla de lujuria
en la que solo vive la pasión, los sonidos de la carne golpeando contra
la carne haciendo eco, solo hacen que tenga espasmos más fuertes
alrededor, persiguiendo el olvido que me señala con el dedo en la
distancia.
Me quita la mano de encima, dejando que mis pechos se agiten con
cada movimiento de sus caderas, y en su lugar me aprieta las nalgas,
hundiéndose cada vez más en mí, empujando contra una barrera
invisible que está a punto de romperse y destruirme de la forma más
magnífica.
Gimo y luego gruño de confusión cuando se detiene, saliendo de
mí, y luego me hace girar de nuevo, levantándome para sentarme en la
encimera, sus brazos agarran mis muslos mientras hace espacio para sí
mismo y me penetra de nuevo. El cambio de ángulo me hace jadear
mientras lo abrazo, clavando mis uñas en su espalda y probablemente
dejando marcas allí también.
Y esa sola idea aumenta el calor que me invade, pues me encanta el
hecho de que todo el mundo sepa que este hombre me pertenece, y
que todas deberían mantenerse alejadas.
Supongo que sus tendencias posesivas también se me están
pegando.
Sus movimientos se aceleran. Vuelve a encontrar mi boca, nuestras
lenguas se conectan y se enredan en un beso abrasador que quema lo
último de mi resolución. Mi cuerpo se aprieta en torno a él,
necesitando correrse con urgencia.
Sus caderas empiezan a golpear con más fuerza contra las mías. El
placer aumenta rápidamente, persiguiendo la liberación que está casi
al alcance de mi mano y, finalmente, la alcanzo.
Jadeando mientras mi cuerpo se estremece en la nueva tierra
donde solo reside el placer, arqueo la espalda y Santiago planta su
boca en mi hombro, chupando la piel con fuerza. Siento cómo se tensa
contra mí luego de unas cuantas caricias más dentro de mí, y gruñe
sobre mi hombro, uniéndose a mí en el éxtasis.
Mientras recuperamos el aliento, el vapor sigue subiendo a nuestro
alrededor, manteniendo nuestra burbuja intacta. Me roza la oreja con
la nariz antes que sus labios me hagan cosquillas en la piel, cuando
susurra:
—Bienvenida a mi mundo, querida. Te prometo que te gustará estar
aquí. Solo tienes que confiar en mí y no creer todo lo que ves.
Un escalofrío me recorre mientras asimilo sus palabras, esperando
que tenga razón y que el lado oscuro del que tanto habla no me trague
entera, sin dejar nada.
Me he jugado la vida.
Espero no arrepentirme después.
Capítulo Catorce
“Mi padre dijo que sobreviviera.
Y eso hice, sobreviví.”
-Santiago

LOCACIÓN DESCONOCIDA, ESTADOS UNIDOS


SANTIAGO, NUEVE AÑOS

Un potente golpe me hace salir despedido hacia atrás, mi espalda


estrellándose contra la pared, reprimo un gemido entre los labios,
enderezándome rápidamente y limpiándome la sangre de la frente.
Asumiendo de nuevo la posición de lucha, le sonrío a Gary, que salta de
un lado a otro, con su musculoso cuerpo empapado de sudor, mientras se
queja.
—¿Todavía no es suficiente, cabrón? —Levanta los brazos hacia el
público que se ríe con él, animándolo para que termine la pelea mientras bebe
alcohol—. ¿Qué debo hacer? —les pregunta, y sus palabras llenan mis oídos,
mientras gritan con fuerza.
—¡Mátalo! ¡Mátalo! Mátalo!
La intensa luz que se filtra por encima me hace daño a los ojos, ya que mi
visión se nubla un poco por mis diversas heridas, pero no dejo que me detenga
y le observo con atención.
Es tres veces más grande que yo y me dobla la edad. Su voluminoso físico
asusta a la mayoría de los hombres que ocupan sus asientos mientras su
dueño levanta la copa en alto ante Andreas, que se sienta en su puto trono
sobre nosotros en el balcón de esta arena improvisada que ha construido
recientemente.
Se cree el rey del mundo, y nosotros no somos más que un
entretenimiento, que participa en sus juegos.
Juegos mortales, porque la única manera de sobrevivir al juego es ganarlo.
Gary puede ser más grande que yo, pero carece de resistencia; y, lo más
importante es que se excita con toda la atención que le presta el público, se
regodea en ella durante demasiado tiempo y descarta a sus oponentes como si
no merecieran su tiempo.
Un error, un gran error.
Nunca subestimes a tu enemigo, porque te mostrará su verdadera fuerza y
te sorprenderá con sus acciones cuando menos lo esperes.
Gary se lanza hacia mí, extendiendo su puño, listo para asestar su
siguiente golpe, pero me agacho en el último momento, estrellando mi puño
contra su vesícula biliar, y se dobla en dos, gimiendo dolorosamente. Antes
que pueda reagruparse, corro hacia la espada que hay en la alfombra y la cojo,
apuntando directamente a su espalda, atravesándola hasta que la punta queda
a la vista al otro lado.
Se arquea, cayendo de rodillas y se ahoga con la sangre que le sale de la
boca mientras lo rodeo lentamente.
La multitud se calla y miro directamente a Andreas, cuya felicidad brilla
en su cara mientras el jefe de Gary palidece, probablemente contando ya
cuánto le costará esta derrota.
—Gané.
—Increíble, Santiago —me dice, pero lo ignoro, pasando entre la multitud
con dos guardias a mi lado, que me acompañan hacia la sala trasera que lleva
al sótano, donde ya me espera una puta celda.
Una vez que las puertas se cierran tras de mí, me dirijo al lavabo,
cogiendo jabón y restregándome las manos con tanta fuerza que mi piel se
enrojece y duele como la mierda, apareciendo restos de sangre, pero no le
presto atención y sigo restregándome.
Joder, lo haré hasta que me sienta limpio de nuevo y no piense en lo que
acabo de hacer.
He matado a una persona.
Otra vez.
Apoyando las manos en los laterales del fregadero y agarrándolo con
fuerza, hago acopio de todo mi coraje antes de contemplar mi reflejo en el
espejo, viendo a un chico con los labios amoratados, varias heridas en la frente
y la nariz, profundos moretones en el cuello con la forma de las yemas de los
dedos de Gary cuando intentaba estrangularlo hasta la muerte.
El espejo no muestra las otras heridas que tengo en el cuerpo desde hace
dos años.
Como varias costillas rotas, la nariz, los brazos.
Huellas de cigarrillos quemados y de un hierro de marcar cuando nos
marcaban como a las vacas para que nadie confundiera de quién eran los
productos.
En este mundo en el que he estado viviendo últimamente, todos los chicos
que están atrapados aquí conmigo no son considerados humanos, oh no.
Solo somos productos, acciones que adquirieron e invierten en diversos
actos para conseguir dinero.
Aunque según Andreas, soy su genética perfecta, lo que significa que debo
sobrevivir en las circunstancias más despreciables.
Solo este tipo servirá para sus nietos.
Sea lo que sea que eso signifique.
Mi neumonía había sido solo el comienzo, e irónicamente la mierda más
fácil que he experimentado aquí.
Me pegaban, me hacían pasar hambre e incluso me echaban agua a la
fuerza en la boca y luego no me daban permiso para hacer mis necesidades
para ver cuánto tiempo podía aguantar.
Decían que así podía fortalecer mi determinación y mi carácter.
También me dejaron con ratas en los sótanos durante días, disfrutando de
cómo me mordían la piel y viendo cómo me defendía de ellas a través de una
cámara.
Si en algún momento duraba menos de lo que ellos preveían, de lo que él
preveía, me castigaban.
Interminables palizas seguidas de tirarme a piscinas frías donde añadían
sal para irritar mis heridas.
Hasta que también se aburrieron de ello y Andreas encontró algo nuevo.
Peleas en las que apostaban una cantidad demencial de dinero y el que
ganaba se lo llevaba, con la condición que uno de los luchadores tenía que
morir.
¿Si no, dónde está el puto entretenimiento, verdad?
Y también lo hice, para poder sobrevivir, aunque vomitaba cada vez que
ocurría.
Pero de alguna manera, después de mi quinta muerte, ya no quería
vomitar. Incluso el disgusto conmigo mismo ya no me sacude en la agonía.
Poco a poco, con el pasar del tiempo todas las emociones me han abandonado y
se han convertido en un recuerdo fugaz.
Al volver a mirar mi reflejo, una risa amarga se desliza por mis labios
cuando las palabras de mi padre resuenan en mi mente.
Sobrevive, sobrevive hasta que puedas vencerlos.
Lo he hecho todo para sobrevivir porque mi padre debía venir a salvarme.
Debía jodidamente encontrarme.
Pero después de una de las muchas torturas despiadadas sin ningún
resquicio de esperanza, renuncié a ella y la sustituí por una ira ardiente.
Una ira dura y vengativa que también exigía que sobreviviera, pero solo
para poder encontrar a mi padre y demostrarle que no lo necesito para vivir.
Los monstruos nacen en la oscuridad de la desesperación y la agonía, en la
tierra donde los sueños no existen y solo quedan las pesadillas.
Cerrando el agua, me dirijo al colchón del rincón y me dejo caer sobre él,
apoyando la espalda en la pared, y cierro los ojos para descansar, con el cuerpo
demasiado agotado para pensar siquiera, porque me espera otra lucha.
Había una vez un niño llamado Santiago Cortez.
Cuyos padres no lo querían lo suficiente como para buscarlo.
Así que lo único que lo mantenía vivo y lo arrullaba para luego
despertarlo en este mundo cruel que lo lastimaba constantemente eran los
pensamientos de venganza.
Venganza contra todos aquellos que destruyeron al niño y lo convirtieron
en un monstruo.
Un monstruo que no puede soportar su propio reflejo.

El ruido de la puerta de la celda me hace abrir los ojos al instante, mi


cuerpo se tensa y me incorporo, controlando mis facciones para que nadie vea
mi lucha interna o, Dios no lo permita, mi dolor.
Los monstruos y las personas vulnerables mueren rápidamente, por eso
hay que llevar siempre una armadura irrompible.
Cubriendo mis ojos de la intensa luz que ilumina la oxidada celda, me
concentro en el suelo, donde aparecen unos zapatos negros de cuero pulido
que se pasean despreocupadamente por el interior, y cuyo dueño
probablemente esté sonriendo también.
Andreas.
—Me alegro mucho de verte, Santiago —dice. Parpadeando los puntos
borrosos en mis ojos, encuentro su mirada, inclinando la esquina de mi boca
hacia arriba.
—No puedo corresponder al sentimiento.
Se ríe, siempre encuentra mis comentarios graciosos, porque se elogia a sí
mismo por mi valentía.
¿Qué valentía?
Solo el instinto de supervivencia; la valentía implica una moral elevada y
cualquier otra cosa que tengan esas personas nobles.
Lo perdí todo en el momento en que maté a la primera persona.
Además, actuar con miedo y rogarle piedad me haría ganar unas cuantas
visitas al sótano con las ratas. Las probé al principio y aprendí a no volver a
hacerlo nunca más.
Andreas chasquea los dedos y un guardia entra sosteniendo una silla que
coloca en el centro de la zona donde Andreas se sienta cómodamente, mientras
se desabrocha la chaqueta.
—Tu victoria de esta noche ha consolidado mi decisión. —Pasa su mirada
por mi figura antes de continuar—. Has superado todas mis pruebas. Ahora,
cuando termine el periodo de prueba, pasaremos al último nivel. Si
demuestras que eres digno, por fin podrás volver a casa.
Todo en mi interior se congela, mis sentidos se ponen en alerta ante esta
información, ya que él no ha hablado ni una sola vez que vaya a volver a casa,
pero no muestro ninguna reacción exterior.
—Vivirás en una habitación de invitados en la segunda planta durante el
próximo mes. Quiero que estés completamente curado antes de emprender tu
último viaje. Incluso te daré de comer todos los días. —La satisfacción
resuena en su tono, y solo por eso, supongo que su amabilidad en este
momento no tiene nada que ver con la generosidad. Lo más probable es que el
plan requiera que esté en mi mejor forma.
—Bueno, ¿qué tienes que decir a eso?
El aburrimiento adorna mi tono cuando respondo.
—Nada. Hagas lo que hagas, no me importa.
La ira cruza su cara mientras levanta la mano y se inclina hacia delante,
queriendo golpearme, pero se detiene a medio camino de mi cara. Se echa hacia
atrás en su silla, y ésta se balancea un poco por la fuerza.
—No, hoy es un día precioso. No voy a permitir que lo estropees.
Pongo los ojos en blanco, no estoy de humor para sus monólogos
dramáticos sobre sus emociones y planes, en los que habla durante horas
pensando que me importa.
—Da igual.
—Seré padre dentro de unos meses, Santiago. Y como tal, ha llegado el
momento de darte una oportunidad. —Mi mente digiere sus palabras.
Siempre son las únicas que no tienen sentido para mí.
En los últimos dos años, Andreas ha hablado varias veces de sus hijos,
afirmando que pronto tendría uno, solo para decir unos meses después que la
perra lo había perdido o que tenía un hijo, por lo que tenía que deshacerse de
él.
Nunca entendí por qué estaba tan obsesionado con tener un hijo. Esa
gente no debería reproducirse, pero me asustaba la forma en que siempre
relacionaba mis habilidades y mi sufrimiento con sus futuros hijos.
Pero lo primero es lo primero.
El último nivel.
Sea la mierda que sea lo que implique, también lo superaré.
¿Qué tan malo podría ser, de todos modos?

Me pongo la chaqueta de terciopelo y me miro por última vez en el espejo,


el chico sano que me devuelve la mirada no me recuerda en nada a la versión
golpeada que vi hace un mes. Salgo de la habitación y bajo rápidamente las
escaleras.
Andreas me espera en la entrada y sonríe ampliamente mientras la
indiferencia se instala en mis rasgos. Mi actitud despreocupada le cabrea, ya
que su mandíbula se tensa, pero me dicta una orden.
—Dame tu mano. —Lo hago, y él me pone un reloj caro en la muñeca—.
Esto le hará saber a Philip lo especial que eres para mí. —Me guiña un ojo y
murmura la última parte—. Y cómo me gustaría ver que te rompes.
Permanezco en silencio, sin darle el placer de ver mi miedo a lo
desconocido, pero también la emoción, porque este sufrimiento podría
terminar pronto, y podría volver a casa.
Andreas me ha informado que me va a enviar con un tipo llamado Philip,
uno de sus amigos que está dispuesto a entrenarme, y si juego bien mis cartas,
ambos conseguiremos lo que queremos.
Lo dudo mucho, joder, pero es una oportunidad para salir de todo este lío,
así que por supuesto que la acepto.
Me da una palmadita en la cabeza, y me inclino hacia un lado, odiando su
contacto y luchando por no herirlo de alguna manera. Pero la libertad que
aparece en el horizonte es mucho más tentadora.
Algún día también vendré por Andreas, pero no hoy.
—Pórtate bien, Santiago, y no me decepciones. No tengo tiempo para
entrenar a otro para mi florecilla.
Sin molestarme en pensar en sus extrañas palabras, me meto en la
furgoneta y el hombre cierra rápidamente la puerta. La sonrisa malvada de
Andreas es lo último que veo antes que la oscuridad me rodee y el hombre se
suba al asiento delantero.
Conducimos durante varias horas a juzgar por la hora que marca el reloj
mientras me pregunto qué sentido tiene toda esa ropa cara que llevo y hasta el
cabello peinado, como si se hubieran esforzado en hacerme parecer guapo.
El miedo me llena el estómago, y varias imágenes aparecen en mi cabeza.
La realización me golpea, mi pulso se acelera y trago saliva, contando
mentalmente en español para detener el familiar ataque de pánico y alejar esos
oscuros pensamientos.
Nadie me ha tocado así. Andreas lo prohibió cuando alguien lo intentó, y
mató al hombre.
Pero, ¿y si...?
No consigo pensar más en ello, porque de repente nos detenemos. Oigo
varias voces fuertes que discuten y luego abren la furgoneta. Tenso
interiormente por esta realidad desconocida, frunzo el ceño cuando arrojan
otro cuerpo al interior antes de cerrar las puertas y volver a conducir pronto.
El niño aterriza en el asiento de enfrente; parece tener mi edad o quizá
menos. Tiene todo el cuerpo golpeado, sangre seca en la nariz y el olor a
quemado que desprende casi me provoca arcadas.
¿Qué demonios?
Golpeo la ventanilla y grito:
—¿Quién es?
—Cierra la boca, Santiago. Es un regalo adicional —responde el guardia,
y mis ojos se abren. ¿Seremos los dos?
Como el chico está inconsciente, decido quedarme callado y darle un
tiempo para que descanse antes de hablarle voluntariamente.
Será el primero en mucho tiempo, porque nunca me he fiado de nadie en el
infierno de Andreas y, además, cualquier interés podría ser utilizado en mi
contra.
Pasan unas horas en el viaje lleno de baches, la furgoneta se mueve tan
rápido que me golpeo constantemente la cabeza, pero el chico que yace frente a
mí sigue inconsciente.
¿Por qué sigue durmiendo? ¿No debería estar ya despierto y al menos
preocuparse por su paradero? He aprendido a dormir ligero en mi cautiverio,
sabiendo que un minuto podría decidir si vivo o muero.
Ya que se metió en problemas, ¡su sueño no debería ser tan profundo!
O quizás esté... ¿muerto?
—Oye, amigo. ¿Estás vivo? —Le doy una palmada en la mejilla y le
abro los párpados a la fuerza con los dedos, suspirando de alivio cuando el
chico por fin se despierta—. No me han metido en una furgoneta con un
cadáver, ¿verdad? ¡Esto es una mierda! —Pasar una semana con dos
cadáveres hace un año fue suficiente, muchas gracias, así que le doy otra
bofetada para que no vuelva a dormirse.
A tenor de sus heridas, uno no sabría decir si es lo suficientemente fuerte
para sobrevivir a este paseo, y más vale que viva mientras dure. No estoy
seguro de lo lejos que está el lugar al que nos llevan, pero un cadáver huele a
mierda. El olor está impreso para siempre en mi cerebro, y no necesito que se
repita.
Grazna a través de su garganta seca:
—Para. —Y abre sus profundos ojos grises, como de plata líquida,
mirándome con asombro.
Sí, joder.
Una enorme sonrisa se dibuja en mi boca al oír su voz y aplaudo.
—Estás vivo. ¡Bien! —Sus cejas se fruncen, probablemente por mi
español, pero tendrá que acostumbrarse.
Pero el áspero estruendo del suelo bajo el vehículo lo hace volar en
dirección contraria, y se golpea el hombro contra la pared, solo porque la
furgoneta se mueve muy rápido.
Supongo que a Philip no le gusta esperar.
—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿A dónde vamos? —dice las preguntas,
apretando la espalda contra el lateral del vehículo, y hace una mueca de dolor,
lo que no me sorprende. Sus heridas deben dolerle mucho.
Me dejo caer en el asiento de enfrente, estudiándolo con interés en lugar
de responder a su pregunta. Así que él hace lo mismo, y sus cejas se fruncen
cuando se fijan en mi reloj de oro.
—Me llamo Santiago Cortez. —Finalmente me presento, poniendo énfasis
en mi apellido, y calculo su reacción, pero su cara permanece inexpresiva.
Solo esto me hace saber que no pertenece a la sociedad rica, así que no lo han
robado de una familia rica—. Nos han secuestrado y nos llevan con un tipo
llamado Philip. Aquí… —hago girar mi dedo en el aire—, es donde nos han
retenido durante horas.
—¿Horas?
—Sí. —Le enseño otra sonrisa y extiendo las manos, haciendo sonar los
dedos con fuerza.
—Me estaba aburriendo mucho, así que pensé en despertarte. —Parpadea
varias veces confundido, encontrando claramente extraño mi comportamiento.
Me río, me río y me río, pero no me permitiré llorar.
Nunca más.
—La vida no fue amable contigo, amigo. ¿Por eso te llevan?
Se sienta más erguido.
—No, no lo fue. ¿Qué haces aquí? —pregunta, con la curiosidad
recubriendo su voz, como si no pudiera imaginar que alguien rico acabara a
su lado.
Así que respondo, aunque odio cada una de las palabras que pronuncio.
—Estoy aquí porque soy el hijo de Lucian Cortez.
Asiente con la cabeza.
—Me llamo Artem.
Sonrío ante este nombre inusual.
—Ah, ¿eres ruso?
—Mi bisabuela lo era.
—Me alegro de tener tu compañía, Artem —anuncio, lo digo en serio,
porque nadie sabe lo que va a pasar después. Tal vez no volvamos a dirigirnos
la palabra, o tal vez nos convirtamos en aliados para intentar salir del
cautiverio.
Pero por su postura débil, sé que no tiene, por ahora, la determinación de
aguantar. Así que actuando por impulso, me dejo caer a su lado y le susurro:
—Mi padre me dijo algo una vez. —Parpadea varias veces, confundido
por mí cambio de tema, pero termino mi frase, necesitando que se convierta en
un luchador y no en un débil que se romperá—. Si no puedes vencer al
enemigo, sobrevive. Sobrevive hasta que puedas vencerlo.
Estábamos destinados a salir juntos.
¿Qué era lo que no sabíamos entonces?
Necesitábamos conocer a una persona más antes de cumplir nuestro
destino.
Me enfundo en el vestido tubo azul marino que apenas me llega a
las rodillas, alisando las líneas invisibles en la seda antes de apretar las
palmas de las manos húmedas y tomar una respiración profunda,
aunque no me calma mis nervios.
De hecho, hace lo contrario.
Los latidos de mi corazón se aceleran y exhalo con fuerza,
apoyando la cabeza en la ventanilla, sin siquiera prestar atención a las
vistas mientras conducimos por Chicago hasta las afueras de la ciudad
donde se encuentra la mansión Cortez. George conduce el vehículo sin
problemas mientras la sola idea de esta cena me produce urticaria.
Según mi experiencia, todas estas cenas nunca terminan bien, y ya
he tenido toda la emoción que puedo soportar. ¿No debería la vida
darme una pausa para recuperar el aliento?
—Relájate —me ordena Santiago, con un tono de acero, y lo miro,
molesta por la forma posesiva con que recorre mi figura—. Nadie va a
hacerte daño allí.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Deben estar furiosos. —Y en
cierto modo, los entiendo. A mí tampoco me haría ilusión que mi hijo
se casara sin decírmelo.
Sin embargo, rara vez alguien le echa la culpa a su chico de oro, así
que dirigirán su furia hacia mí mientras tendré que quedarme ahí
como un felpudo, escuchando sus tonterías.
Se encoge de hombros.
—Probablemente. Pero están enojados conmigo, no contigo. Nunca
se desquitarían contigo. —La confianza que resuena en sus palabras
me tranquiliza un poco.
Santiago coge un sobre entre nosotros, lo abre y saca un teléfono,
dándomelo.
Agarrándolo, deslizo el pulgar por la suave pantalla y me explica:
—Tu nuevo teléfono. El otro era una mierda, no te ofendas. —Sí,
me imagino que mi teléfono de hace cinco años, que ha hecho el
trabajo de enviar mensajes de texto y llamar sin problemas,
probablemente pareció antiguo—. Tu SIM ya está dentro; solo tienes
que encenderlo.
Presiono rápidamente el botón, extrañamente necesitando tener la
conexión con el mundo exterior y no sentirme tan aislada y sola en mi
situación.
Aunque solo sea una ilusión.
Lo más probable es que rastree todas mis llamadas, así que no
puedo tramar nada a sus espaldas.
La generosidad es un rasgo noble del que carecen los demonios de
este mundo, porque cada una de sus acciones está dictada por la
codicia y lo que pueden conseguir con ellas.
De inmediato, los mensajes y las llamadas perdidas comienzan a
aparecer uno tras otro, sonando con fuerza mientras apenas puedo
seguirlos a todos.
Y todos pertenecen a una persona.
Mi mejor amiga.
<Lenora> Voy a pasar por allí esta noche. Siento no haber podido
ir hoy.
<Lenora> ¿Estás durmiendo?
<Lenora> ¿Por qué hay policías en tu casa?
<Lenora> ¡Dios mío! Briseis, ¿dónde estás? Esto es una locura.
Todos están muertos.
<Lenora> ¡Briseis! No te han encontrado dentro y tu teléfono no
funciona. ¿Dónde diablos estás?
<Lenora> Mi abuelo está bien, en caso que te lo preguntes. Ha
viajado a visitar a mi tía hoy mismo, así que no se ha enterado de la
tragedia.
<Lenora> Llevo horas llamando y mandando mensajes, pero los
ignoras. Espero que estés viva, ¡porque me pican las manos por las
ganas de estrangularte!
<Lenora> ¿Jodidamente te has casado sin mí? Es oficial. Corre por
tu vida cuando nos veamos la próxima vez. Te voy a matar.
<Lenora> Por cierto... estabas muy guapa, y me encanta esta foto.
Deberías haberme dicho que el chico del quien estabas enamorada en
secreto te propuso matrimonio. Llámame mañana o voy a armar un
infierno en la tierra para verte.
Sonrío, el calor me llena el pecho ante sus palabras, porque al
menos hay una persona en este mundo que se preocupa por mí y me
anima, aunque ahora mismo debe estar súper cabreada. De alguna
manera, saber que mi mejor amiga nunca se habría dado por vencida
hasta encontrarme y que no me olvidara me da fuerzas. Invierto
energía en recordarme que todo el abuso al que me he enfrentado
antes no fue por mi culpa.
Así que si los padres de Santiago deciden herirme verbalmente, me
protegeré.
Soy una sobreviviente, y los sobrevivientes siempre encontramos
una manera de seguir adelante, sin importar los obstáculos que se
interpongan en nuestro camino.
—Tienes una buena amiga —comenta, su profunda voz me
devuelve al presente, y yo asiento, dejando caer el teléfono en mi
regazo.
—La mejor.
—Puedes llamarla ahora si quieres.
Apretando los dientes para no chillar frente a él, o más bien contra
su orden casual, como si necesitara su permiso para llamar a mi mejor
amiga, niego con la cabeza.
—Pronto estaremos en casa de tus padres. Esto podría ser una
larga conversación. —Además, no quiero que grite en mi teléfono
sobre mi supuesto enamoramiento y la posibilidad de que Santiago lo
escuche. El tipo ya se cree superior; su ego se dispararía, y de todas
formas no es que yo suspire por él.
No obstante, le escribo un mensaje para que deje de preocuparse
por mí.
<Yo> Lo siento mucho. Te llamaré esta noche.
Su respuesta llega al instante.
<Lenora> Más te vale. ¡Te quiero!
Santiago vuelve a hurgar en el interior del sobre, y esta vez veo en
su mano una pequeña cartera de cuero, que de nuevo me entrega.
—Dentro encontrarás varias tarjetas de crédito y dinero en efectivo
por si lo necesitas. También hay tarjetas de acceso a los edificios
Cortez; todos mis empleados ya saben que deben seguir tus órdenes si
las hay. Quiero que puedas acceder a todo lo nuestro en cualquier
momento.
Me quedo sin palabras, demasiado sorprendida por sus regalos, sin
saber cómo reaccionar mientras me limito a mirar entumecida la
cartera y el teléfono.
Más bien lo que representan, en realidad.
Poder y recursos.
Esencialmente, ha puesto el poder en mis manos, uno que siempre
puede arrebatar, pero aun así. ¿Un verdadero monstruo habría hecho
eso a su víctima?
Incluso mi abuela nunca me dio códigos de acceso ni me permitió
mandar entre su gente, recordándome que no era nada mientras vivía
de su caridad.
Así que el hombre sentado a mi lado...
¿Tiene buenas cualidades en él? ¿No estaba equivocada después de
todo?
Aclarando mi garganta, finalmente encuentro mi voz y le
pregunto:
—¿Por qué haces esto?
Sus cejas se fruncen.
—¿Hacer qué?
—Esto. —Levanto sus regalos, su pesadez quemando mi piel.
—Noticia de última hora, para vivir en nuestra sociedad, uno
necesita dinero y la documentación adecuada. Además, he
comprobado tu cuenta bancaria, más bien la falta de ella, así que he
tenido que crear una. —Se frota la barbilla, comprobando algo a través
del cristal tintado, y dice—: Estamos cerca.
Sin embargo, lo ignoro a él y su declaración sobre mis finanzas,
concentrándome solo en sus palabras que me producen más
confusión, pero también... ¿alivio?
Alivio que debería aplastar antes que me dé una falsa impresión.
—Los cautivos no tienen esos. Además, voy a quedarme en casa
durante este matrimonio, así que ¿qué puedo hacer exactamente con
ellos?
Se mueve con tanta rapidez que apenas tengo tiempo de jadear
cuando me rodea la nuca con la mano, tirando de mí hacia él, y mis
palmas caen sobre su duro pecho, presionando contra él. Sus orbes de
zafiro destellan peligrosamente, su tono es bajo. Sin embargo, no paso
por alto la rabia que se desprende de su voz cuando aprieta los
dientes.
—Eres mi esposa. No mi cautiva. —Me enreda los dedos en el
cabello, inclinando mi cabeza hacia atrás, y me muerde suavemente la
barbilla—. El mundo entero está a tus pies para que hagas con él lo
que te dé la gana. Lo único que nunca podrás hacer es dejarme. Estás
atada a mí para siempre. —Su agarre sobre mí se aprieta. y gimo
cuando introduce su lengua en mi interior, rozando la mía, antes de
besarme hambrientamente, borrando momentáneamente todos los
pensamientos de mi cerebro, y solo queda el deseo que se arremolina
en mi estómago.
Apretando su camisa, inclino la cabeza hacia atrás para que pueda
acceder más profundamente, pero el beso termina tan rápidamente
como empezó, su boca me abandona mientras mi vergonzoso gemido
de protesta permanece entre nosotros. Me pongo la mano en la boca,
intentando controlar mi respiración.
—Vivir en una jaula de oro no cambia mi estado, Santiago. —Por
mucho que tergiverse nuestra situación, las oscuras variables de la
misma no cambian.
Su risa amarga, extrañamente burlona hacia él mismo, me hace
saltar en mi sitio, y me frota la mejilla, antes de susurrar:
—No sabes lo que es una puta jaula, querida. —El dolor me
atraviesa ante la agonía de sus palabras, recordándome una vez más
las cicatrices de su cuerpo que deben ser el resultado de algún horrible
incidente del que se niega a hablar. Deseo locamente calmarlo, pero
una expresión de cautela ya se instala en sus rasgos, su voz muerta
anuncia:
—Ya llegamos.
Decidida a indagar sobre esto más tarde esta noche cuando
estemos solos, me aferro a la puerta del coche mientras estudio el
entorno al que nos dirigimos, las puertas de hierro negro se abren,
revelando un estrecho camino de asfalto rodeado de hierba verde
esmeralda.
A medida que nos adentramos en la propiedad, aparece un
magnífico jardín en el que diferentes tipos de rosas, orquídeas y otras
flores en flor están dispuestas de diferentes formas, creando un lugar
mágico en el que uno puede perderse durante horas.
A lo lejos, varias alcobas salpican el lugar, de cuyas paredes crecen
diversas flores, y apuesto a que son los lugares perfectos para leer un
buen libro. También veo a lo lejos un invernadero, cuyas paredes
acristaladas muestran otras plantas en maceta.
También hay dos jaulas de cristal con lienzos y varias pinturas
dentro, e incluso una silla.
Y entre toda esta belleza, justo en el centro, se levanta una enorme
casa de estilo victoriano que se extiende horizontalmente por la
propiedad, hecha de ladrillo y con rosas trepando por las paredes, lo
que aumenta el aura misteriosa general que posee este lugar.
Tiene tres niveles e innumerables habitaciones, a juzgar por los
ventanales, escaleras de mármol que conducen a las puertas dobles de
color marrón que brillan a la luz del sol cuando George acerca el coche
junto a ellas, donde un hombre ya está al pie de las mismas para
recibirnos.
Abre la puerta, se inclina un poco y dice:
—Bienvenida, señora Cortez. —Me tiende la mano y me ayuda a
salir del coche mientras inhalo un par de veces, absorbiendo la energía
que florece a mí alrededor.
Poder. Poder. Poder.
Escalofríos corren por mi espina dorsal, el miedo me golpea de
nuevo, mientras todos mis desastres sociales pasan por mi mente.
Espero no meter la pata en esta ocasión.
Puede que aún no me entregue del todo a este matrimonio, pero
quiero gustarles a sus padres o al menos que me toleren lo suficiente
como para no hundirme o hacerme pedazos.
Me sobresalto cuando Santiago entrelaza nuestros dedos, llevando
nuestras manos unidas a su boca y depositando un suave beso en la
mía, murmurando sobre mi piel.
—Relájate, querida. Mi familia no ataca a los suyos.
Trago más fuerte.
—Genial, así que tú estás a salvo y yo no. En lo que respecta a las
garantías, Santiago, esta es una mierda.
—Eres una Cortez. Mi mujer. Mía —enfatiza la última palabra, su
voz y sus ojos me abrasan con su intensidad, prometiendo retribución
a quien piense lo contrario—. Eso te hace nuestra. —Mi corazón se
calienta, y le hago un gesto con la cabeza mientras me conduce hacia la
puerta, diciendo de camino al mayordomo:
—Hola, Pablo. ¿Cómo estás?
—Estoy bien, gracias. ¡Felicidades!
—Gracias —respondo, y subimos rápidamente las escaleras. Antes
de llegar a las puertas, éstas se abren con Jimena de pie al otro lado
comiendo una manzana. Lleva un pantalón deportivo y una camiseta,
el cabello largo peinado en un moño desordenado con algunos
mechones por el rostro libre de maquillaje.
Mis cejas se fruncen ante esto, y miro a Santiago, que lleva
pantalones y camisa junto con una chaqueta de terciopelo, lo que no
hace sino aumentar su masculinidad, y me pregunto si me he vestido
demasiado para esta ocasión.
Pero en mi defensa, no esperaba que la cena familiar en esta
mansión fuera informal o... bueno... ¿normal?
—Llegan tarde. —Nos informa, dando un gran bocado.
—Son las seis y cinco. Apenas llegamos tarde —le dice Santiago
cuando entramos, y un grito ahogado se me escapa al ver el interior de
la casa, no menos magnífico que el exterior.
El rojo, el dorado y el marrón dominan la combinación de colores
de este espacioso lugar, y el suelo de mármol brilla bajo las distintas
luces. De las paredes cuelgan cuadros caros que muestran ciertos
acontecimientos de la mitología, algunos de la antigua Grecia y otros
de la antigua Roma si se miran con atención.
Un pasillo conduce a varias puertas en forma de arco, que
probablemente consisten en salas de comedor, comunes y de terraza,
como en nuestra casa, a juzgar por un artículo de una revista de
diseño.
Los caros muebles de roble fabricados por famosos diseñadores
llenan el lugar, mientras que la lámpara de araña dorada que cuelga
en su sala común ha sido la comidilla durante décadas, y se rumorea
que Lucian la compró en el mercado negro porque a Rebecca le
gustaba mucho.
A lo lejos, oigo voces que discuten sobre el servicio de la cena, y
supongo que es el personal de la cocina. Los deliciosos olores flotan
alrededor, tentando mis fosas nasales, y mi estómago gruñe con
fuerza, indicando que hoy no he tomado nada más que el desayuno.
Mis mejillas se calientan y pongo la mano sobre él, gimiendo
interiormente y esperando que deje de emitir sonidos en un momento
tan importante.
En definitiva, esta mansión debería estar prohibida por lo lujosa
que es, pero curiosamente la casa tiene una energía pacífica a su
alrededor, no te impone con su riqueza. Más bien, te invita a entrar,
permitiéndote descorrer lentamente el velo y asomarte a su vida.
Un privilegio que rara vez se concede a alguien, porque la familia
Cortez no ha organizado ninguna reunión en veinticuatro años, y
nadie pisa sus tierras sin un permiso especial, o podría acabar muerto.
Frunciendo el ceño, busco en mi mente cierta información, y me
vienen a la cabeza varios recortes de periódicos que intentan
mostrarme algo del pasado que explique tal postura y cómo papá, o
más bien Howard, mencionó una vez que Santiago debía tener un
fuerte linaje, porque resistió... algo.
¿Podrían esos dos eventos estar conectados con las cicatrices en su
cuerpo? ¿Qué sucedió en esta mansión que cambió la forma en que
esta familia vivía y se relacionaba en público?
La risa de Jimena me arranca del inquietante descubrimiento y me
devuelve a la conversación que tenemos entre manos. Termina su
manzana y deja caer el corazón en el cubo de basura cercano.
—Dile eso a mamá.
Santiago sonríe con suficiencia, aunque no llega a sus ojos; de
hecho, su expresión muerta y fría como una piedra me hiela un poco la
sangre, como si fuera un depredador preparado para afrontar un
ataque en cualquier momento, su cuerpo tensándose en el momento
en que entramos en esta casa.
Qué raro. Pensaría que los que han crecido con amor ven la casa de
sus padres como un puerto seguro donde nada podría hacerles daño.
—Soy su favorito, así que creo que estoy a salvo. —Antes que
Jimena lo vea venir, él le alborota el cabello y ella intenta evitarlo, pero
él la atrapa en el pliegue de su brazo, despeinándola aún más antes de
soltarla.
Jimena lo mira fijamente.
—Eres un imbécil. —Le saca la lengua y engancha su brazo al mío,
arrastrándome hacia la sala común, charlando por el camino—. Estoy
tan contenta de que estés aquí. Por fin puedes responder a todas sus
preguntas. No me dejaban dormir. —Pone los ojos en blanco y luego
baja la voz a un murmullo—. Sabía que debería haberme quedado en
mi apartamento, pero para ser sincera, no me lo podía perder.
Ella es un año más joven que yo, por lo que vive más cerca de su
universidad en el centro de Chicago mientras obtiene su título después
de volver del extranjero, donde cursó la secundaria.
—¿Perder qué? —pregunto con confusión, y ella abre la boca para
responder, pero es entonces cuando entramos en la sala común para
encontrar a sus padres sentados en un sofá de terciopelo rojo.
Rebecca agita el papel que tiene en la mano con un boceto mientras
Lucian la aprieta más a su lado.
—¿Estás hablando en serio? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
Su marido se ríe, las arrugas de su cara se hacen más profundas.
—Querías una opinión sincera.
Ella pone una mano en su cadera y estrecha los ojos hacia su
marido.
—Sí, y una opinión sincera no incluye que destruyas mis planes.
—Mi amor, el invernadero no necesita renovación.
—Sí la necesita.
—No. No lo necesita. —Atrapa su barbilla entre los dedos, atrae su
rostro hacia él y la besa ligeramente en la boca—. Solo estás enojada.
Dedica tu energía a otra cosa —dice con suavidad, el amor brilla entre
ellos, y casi me doy la vuelta para no entrometerme en el momento
íntimo.
Sabía que se amaban. Solo que no sabía que sus sentimientos
siguieran siendo tan intensos todos estos años.
Lo que trae otra pregunta.
¿Cómo es posible que un matrimonio tan cariñoso pueda dar lugar
a un asesino en serie, frío ante cualquier vínculo emocional, fingiendo
que en su corazón solo existe la obsesión y la locura?
¿No debería al menos respetar a las mujeres, teniendo en cuenta
que ama a su madre y a su hermana?
—Por supuesto que lo estoy. —Vuelve su atención hacia nosotros,
y me paralizo. Sus ojos de zafiro brillan con ira, pero me doy cuenta
que su cabello púrpura cae en ondas por su columna, tan inusual pero
que sigue encajando con su atuendo artístico.
Se levanta, su maxi vestido amarillo de verano llega hasta el suelo
donde asoman sus pies descalzos, y se mueve en nuestra dirección
mientras me preparo mentalmente para su ira, esperando ser capaz de
resistirla...
Solo para parpadear dos veces cuando me pasa de largo y señala
con el dedo a Santiago.
—Mi bebé tuvo una boda sin mí.
—¡Ja, ja! —exclama Jimena—. ¿Quién es su favorito ahora?
Su madre ignora el comentario y continúa dirigiéndose a él
mientras su dedo se clava en su pecho, y él se queda quieto,
escuchando obedientemente su arrebato.
—Un post en las redes sociales. Así me entero que mi primogénito
se ha casado. —Santiago abre la boca, pero la palma extendida de ella
detiene lo que quiere decir—. Porque por lo visto en esta familia, mi
hijo de treinta y un años cree que no tiene que informarme de ello.
¿Quién soy yo, después de todo? Solo una madre.
Lucian se levanta del sofá, y arrancando mi mirada de madre e
hijo, estudio de cerca al hombre que se convirtió en mi suegro.
Y es como mirar a Santiago, apenas treinta años mayor, la misma
altura y la piel bronceada con el sedoso cabello oscuro, solo que el de
Lucian tiene varios mechones grises. Sus pómulos altos resaltan la
perfecta simetría de su cara, y sus ojos oscuros me miran fijamente,
como si buscaran en el fondo de mi alma respuestas a todas las
preguntas que tiene.
Lucian me sonríe y rodea a Jimena con su brazo, besándola en la
cabeza mientras ella apoya su mejilla en el pecho de él, ambos
observando a Rebeca y a Santiago.
Me inquieta la facilidad con la que confía en su padre, encontrando
consuelo en sus brazos, algo que nunca he conocido en este mundo.
Tal vez porque el toque de Howard siempre implicó abuso.
—Estoy muy dolida, Santiago.
Una emoción cruza la cara de él, pero desaparece tan rápido que
no tengo tiempo de examinarla. En su lugar, una sonrisa demasiado
familiar inclina su boca. Empiezo a pensar que sus sonrisas son
mecanismos que utiliza para ocultar su confusión.
—Lo siento, mamá.
—¿Por? —pregunta ella, cruzando los brazos.
—Por no decírtelo.
—¿Pero no por casarte sin mí?
Santiago me apunta con sus orbes mientras recorren mi figura, la
posesividad brillando en ellos para que todos la vean.
—No. No sería tu hijo entonces, si me disculpara por reclamar a mi
mujer, ¿verdad?
Pasa un tiempo entre ellos, el reloj de madera en la pared hace tic-
tac ruidosamente antes que Rebeca estalle en carcajadas y rodee con
sus brazos la cintura de Santiago, abrazándolo cerca de ella. Y aunque
apenas es visible, él se tensa en su abrazo, pareciendo ligeramente
perdido.
Sus manos tardan unos segundos en depositarse en su espalda,
donde la acaricia torpemente antes de apartarse suavemente,
liberándose de su abrazo y guiñándole un ojo. Enmascara la lucha
interna que se libra en su interior, ya que la expresión ilegible vuelve a
aparecer en sus rasgos.
Rebecca suspira con fuerza y susurra.
—Felicidades, hijo mío.
Mis cejas se fruncen ante su interacción, o la falta de ella. Ha
crecido con padres cariñosos; ¿por qué no sabe cómo reaccionar
cuando uno de ellos le abraza?
Su vida inspira muchas preguntas, pero nadie tiene respuestas
para ellas.
—Gracias, mamá.
¡Quién me iba a decir que rogar a mi compañera de cuarto
argentina de que me enseñara español iba a ser tan jodidamente útil
ahora!
Todos los pensamientos se desvanecen rápidamente cuando
Rebecca se da la vuelta y me toca el rostro tan rápido que apenas tengo
tiempo de parpadear.
—Bienvenida a la familia, Briseis. —La felicidad y la aceptación
llenan su voz mientras su sonrisa hace que la vergüenza recorra mi
sistema. Mis mejillas se calientan ante todas las mentiras pronunciadas
esta noche, porque no soy realmente la elección de su hijo.
Solo una obsesión para sus oscuros deseos adquiridos en medio de
la locura.
Nadie me había acogido en ninguna familia, y una que lo hizo sin
preguntas ni desprecios... acaba siendo aquella a la que nunca podré
acercarme a pesar del amor que todos comparten entre sí.
Porque este oscuro cuento de hadas terminará algún día, y yo
estaré rota una vez más y sola. Ya me enfrento a un posible desamor,
porque este estúpido órgano dentro de mi pecho late salvajemente
cada vez que mi marido está cerca.
Pero, ¿perder a una familia que me mostró amabilidad en lugar de
desprecio y me aceptó mientras otros me rechazan?
Sí, será un golpe demasiado fuerte para soportarlo.
Tragando más allá del nudo en la garganta, susurro.
—Gracias. —Jugueteando un poco con mis dedos ante la mirada de
todos sobre mí, me muevo incómoda—. Siento lo de la boda.
Me palmea las mejillas y pone los ojos en blanco, resoplando.
—No hace falta que te disculpes. Conozco a los hombres Cortez
mejor que nadie. Si se proponen algo, es imposible detenerlos.
Como nuestra estatura es más o menos la misma, me abraza,
meciéndonos ligeramente, y su olor me envuelve junto con el calor que
irradia de ella. Su suave cuerpo acuna el mío mientras me pasa
suavemente la mano por el cabello.
—Siento lo de tu familia, cariño.
Un dolor familiar resuena dentro de mi pecho, pero rápidamente
me sacudo la tristeza, porque nunca fueron realmente mi familia,
¿verdad?
Sí que me entristece que les hayan arrebatado la vida de una forma
tan despiadada, y espero que la policía encuentre a sus asesinos,
porque no estoy segura de lo que les ocurrió a esos dos horribles
hombres. Sin embargo, cuando se trata de sus muertes, estoy casi
muerta por dentro, la calma con la que lo acepté me sorprende incluso
a mí.
Pero tal vez la compasión solo dura un tiempo antes que dejes de
sentir algo hacia aquellos que te hacen daño, y solo atribuyas
cualquier cosa que ocurra a tu alrededor a eventos desafortunados.
Me aclaro la garganta y respondo.
—Gracias de nuevo, señora Cortez.
Se echa hacia atrás y me acaricia la mejilla por última vez, antes de
decir:
—Llámame madre o mamá, lo que prefieras. —Parpadeando
sorprendida por su generoso ofrecimiento, me quedo paralizada, con
miles de emociones chocando contra mí tan rápidamente que ni
siquiera puedo nombrarlas o respirar adecuadamente.
Si has crecido sin madre, estas palabras significan mucho para ti.
Aunque un cuchillo afilado se clava en mí, retorciéndose de lado a
lado, recordándome que esto es una ilusión, la bondad que esta mujer
me está mostrando, porque confía en su hijo.
Sin saber cómo el hijo la engaña.
Se me llenan los ojos de lágrimas, pero no caen mientras Lucian
me envuelve en un abrazo de oso, sus brazos apretándome tan fuerte
que el aire se me atasca en los pulmones.
—Bienvenida a la familia. —Se dirige al resto—. Vamos al comedor
ahora. La cena está lista. —Y con esto, me suelta, colocando su mano
en la espalda de su esposa, guiándola hacia la puerta en forma de arco
mientras Santiago hace lo mismo conmigo.
Debe leer mi expresión de estupefacción y se ríe, con sus nudillos
recorriendo mi mejilla.
—Te dije que mi familia no va contra los suyos. —Abro la boca
para responder, cuando mis ojos se abren al ver el comedor. Una
espaciosa mesa marrón de forma ovalada se extiende justo en el
centro. La porcelana dorada y roja con varios platos está colocada al
alcance de cinco lugares. El personal está de pie junto a la puerta, con
los platos en la mano, probablemente esperando a que nos sentemos,
pero lo único que puedo hacer es contemplar con asombro el techo de
cristal de colores, que distorsiona la luz del sol en un despliegue de
colores que se cierne sobre nosotros, creando una experiencia de
cuento de hadas. Las puertas de la terraza muestran las fuentes y su
famoso jardín en todo su esplendor, su belleza llamando mi nombre.
Me pican los pies por quitarme los tacones y experimentar la hierba
esmeralda bajo mis pies descalzos.
—Es tan… —Me faltan las palabras y suspiro—, bonito.
—Diseñado por mi mujer —dice Lucian, retirando la silla para ella
y Jimena mientras se sientan, y Santiago hace lo mismo para mí
mientras nos acomodamos en la mesa, mi estómago gruñe más fuerte
esta vez... y quiero morir, todos empiezan a reír.
—Creo que podemos discutirlo todo más tarde. María, trae la
comida —ordena Rebeca, y al instante el personal empieza a
revolotear a nuestro alrededor, colocando platos con filetes, judías,
arroz y otras cosas que huelen tan bien que se me hace la boca agua.
Las siguientes palabras de Lucian me hacen olvidar
momentáneamente mi hambre.
—Un amigo me ha llamado hoy. Me ha dicho que la policía te está
buscando, así que es cuestión de tiempo que aparezcan en nuestra
puerta.
Presa del pánico, miro a Santiago, que encuentra mi mano por
debajo de la mesa, la aprieta ligeramente y luego me suelta,
dirigiéndose en cambio a su padre.
—¿Cuál es el motivo?
—No creen que lo haya hecho ella ni nada parecido, pero tienen
curiosidad por si conoce a alguien que lo haya hecho. Su padre no
puede hablar; quienquiera que fuera le cortó la lengua. —Jadeo
asombrada y le doy una fuerte patada a Santiago, pero ni siquiera se
mueve, ¡se ríe en voz baja como si fuera jodidamente divertido!
¡Por eso no le preocupaba que hablara! Dios mío, esto es increíble.
Puede que ese hombre tan horrible no sea mi padre, pero abusar de mí
difícilmente le hace merecedor de todas las crueldades de este mundo.
¿A menos que Santiago sepa algo que yo no sepa?
Dios, ¿ahora también encuentro formas de excusar su
comportamiento? ¿Por qué no adquiero un letrero intermitente que
diga Santiago Cortez me tiene como una idiota y termino con esta
guerra interna mía?
—No lo sabe —responde Santiago mientras Lucian se sirve un
plato de patatas.
—Lo sabemos, pero hay muchos cadáveres y ningún sospechoso a
la vista. Así que tenlo en cuenta.
Rebeca da una palmada, enviando una mirada de advertencia
hacia su marido, que solo le lanza un beso, antes de centrar su mirada
en nosotros.
—No hablemos más de asesinatos y muertes. Mi bebé se ha casado.
Quiero saber todos los detalles. Cuéntenmelo todo —exclama, con la
emoción brillando en su rostro, mientras el personal me pone un plato
de ensalada al lado, les doy las gracias antes que desaparezcan,
dejándonos solos para cenar—. ¿Cómo y desde cuándo se conocen?
¿Dónde se comprometieron?
Bueno, mierda.
Gimiendo para mis adentros por su curiosidad, me devano los
sesos buscando una buena explicación o una historia lo bastante
creíble como para que nuestro precipitado matrimonio tenga sentido.
Aunque es un trabajo condenadamente difícil con tres pares de ojos
que me observan como halcones, captando el más mínimo cambio
emocional en mi rostro, y miro a Santiago, que permanece ajeno a
todo, masticando su comida como si no fuera gran cosa.
Imbécil arrogante.
¡Excitante, y apasionado imbécil arrogante que me vuelve loca, que
creó este lío en primer lugar y aparentemente no tiene planes de
ayudarme!
Las risas de Lucian rompen el silencio y clava el tenedor en el filete
y se dirige a su mujer.
—Mi amor, déjales comer primero.
—¡Si les dejo comer primero, puede que no consiga ningún detalle
jugoso! —Ella golpea con los dedos su copa de vino, mirándonos con
expectación—. ¿Y?
Abro la boca para responder, pero hago una mueca de dolor
cuando mi garganta se vuelve demasiado seca como para pronunciar
una sola palabra, así que envuelvo mi mano alrededor de mi vaso de
agua, sorbiendo lentamente, retrasando lo inevitable, solo para
escupirlo de nuevo en el vaso cuando la voz ronca de Santiago
finalmente responde a su madre.
—La chantajeé.
Tosiendo el agua rápidamente agarro una servilleta y me limpio la
boca mientras mi mirada se pega a sus padres, que parpadean ante la
admisión, compartiendo una mirada mientras su padre se frota la
barbilla, con las cejas fruncidas.
¿Qué demonios está haciendo Santiago? ¿Quién admite algo así? Y
además, su padre podría acabar con todos sus planes, sean los que
sean, con un movimiento de su dedo.
¿Por qué iba a arriesgarlo todo?
—Ya veo —dice finalmente Rebeca, levanta el vaso a la boca y da
un goloso trago antes de volver a dirigirse a su hijo.
—¿Qué implicaba el chantaje?
Me quedo quieta, la anticipación recorriendo mi cuerpo, ignorando
todos los sonidos a mi alrededor y concentrándome solo en la voz de
Santiago, esperando escuchar cómo el monstruo escurridizo retuerce
el comentario que lanzó tan descuidadamente.
Probablemente transformándolo en alguna mierda romántica
donde uno chantajea a otro con su corazón y…
—Ella tenía que elegir. O mataba a su padre o se casaba conmigo.
Eligió lo segundo, como ves. —Mi mandíbula casi golpea la maldita
mesa ante su honestidad, sus palabras quedan suspendidas en el aire y
provocan un cambio de energía entre todos nosotros.
Esta vez, el silencio dura un poco más, solo interrumpido por el
golpeteo de los cubiertos de Jimena en el plato. Lucian finalmente
habla.
—Jimena, ¿lo sabías? —Ella sigue mordisqueando su arroz, sin
prestarnos apenas atención. Quiero decir, obviamente sabe la verdad,
ya que se lo he contado, pero ¿no debería estar al menos un poco
preocupada?
—Respóndeme.
—Sí.
—¿Le dijiste la verdad antes de la boda para que te ayudara? —
Rebecca aclara, y yo asiento con la cabeza lamentablemente,
confundida por su extraña reacción.
¿No deberían estar... no sé... indignados, porque su hijo obligó a
una mujer a casarse?
U olvidar el matrimonio.
¿Que su hijo amenace con asesinar para conseguir lo que quiere?
¿Cómo pudo deshonrar a esta familia de esa manera?
Rebecca golpea el brazo de Lucian.
—Sí que es tu hijo.
—Lo sé. —Asiente con satisfacción en su tono y señala a Santiago
con el tenedor—. Aunque mi hijo es más inteligente que yo.
—No tienes que sonar tan engreído al respecto.
—¿Cómo no voy a hacerlo? La chica aceptó ser suya a la primera.
Pedí cinco veces.
—Estoy muy orgulloso, hijo —le dice a Santiago.
Mis manos empujan la servilleta mientras la ira me hierve la
sangre, y quiero gritarle a Lucian que está loco, pero me muerdo la
lengua, porque ir en contra del patriarca de la familia no me hará
ganar ningún favor.
Demasiado para pensar que podría repudiar o castigar a su hijo. En
cambio, elogia sus acciones, y me sorprende que no lo abrace o le
prometa un regalo en ese momento.
—¿Pediste? —exclama Rebecca con indignación, echando el cabello
hacia atrás y entrecerrando los ojos a su marido—. Más bien
chantajeaste. Incluso prometiste destruir mis galerías para que ningún
artista acudiera a mí si no aceptaba.
—Semántica, mi amor. —Se inclina hacia adelante, sus narices casi
se tocan cuando sus caras están a centímetros de distancia—. Además,
sabías que nunca lo haría. Amas tanto tu arte.
—¡No podía estar segura!
Mi cabeza sigue moviéndose como una pelota de ping pong,
cambiando mi atención de uno a otro mientras hablan rápidamente;
sin embargo, sus hijos permanecen ajenos a ello, comiendo su comida,
porque aparentemente escuchar cómo tu padre chantajeó a tu madre
para que se casara es algo jodidamente normal en esta casa.
—¿No deberían preocuparse que me haya chantajeado con un
matrimonio que no quería? —Las palabras se me escapan antes que
pueda detenerlas, y la atención de todos se vuelve hacia mí. Todos
dejan de comer mientras me lamo los labios secos, encontrando fuerza
interior para seguir hablando—. ¿O preguntarme si necesito ayuda
para escapar?
Rebecca parpadea sorprendida, con la comprensión clara en su
rostro, pero antes que pueda decir nada, la voz baja pero firme de
Lucian retumba entre nosotros.
—Howard es un cobarde de mierda que siempre ha sido un
cobarde, y probablemente también morirá como tal. —¿Qué mierda?
De alguna manera, Howard se cruzó con Lucian también, porque la
oscuridad que brilla en sus ojos me asusta un poco, e
inconscientemente me desplazo hacia Santiago—. Sea lo que sea que
recibió, se lo merecía. A mí me parece que estás absolutamente bien, y
no tiemblas en presencia de mi hijo. Además, conozco a mi hijo. Ahora
le perteneces a Santiago, porque lo aceptaste por voluntad propia. —
Ni siquiera me da la oportunidad de protestar. ¿No ve que todo esto
está mal? Darle a una persona la posibilidad de elegir en
circunstancias extremas no es una elección—. Ahora eres una Cortez,
así que tienes nuestra lealtad, y tu lealtad debería pertenecer siempre a
nosotros. —El acero se une a su última frase, su mirada es tan intensa
que doy un pequeño respingo cuando Santiago me rodea los hombros
con su brazo, tranquilizándome en silencio.
—Cuidado con cómo le hablas a mi mujer, papá.
—Solo me aseguro que entienda las reglas —señala.
Está listo para tomar otro sorbo, pero su vaso se detiene a mitad de
camino, cuando Santiago pregunta:
—¿O qué?
—O siempre hay consecuencias.
Santiago se tensa, su tono se mantiene parejo, pero no echo de
menos la ira que baila en los bordes del mismo.
—¿Es eso una amenaza?
—Es un hecho.
—De lo contrario, no será mi esposa, ¿verdad? Siempre hay que
pagar las consecuencias por llevar el apellido Cortez.
Lucian golpea su vaso sobre la mesa, la vajilla sonando con fuerza
bajo el golpe, y el pánico barre las facciones de Rebecca, antes que me
diga:
—Pasemos de esto también. Los niños lo resolverán. ¿Sigues
interesada en el trabajo?
¿Qué? ¿El trabajo...? Oh, ¿se refiere al trabajo de escultura?
—Mateo envió altas recomendaciones sobre ti, y creo que a los
niños les encantaría aprender sobre los mitos de una manera tan
divertida.
—¿Cuándo terminará esto, Santiago? ¿Cuándo cada una de mis
palabras dejará de ser un trapo rojo para el toro que es tu rabia?
Jimena hace un gesto de dolor ante el duro tono de su padre,
raspando el tenedor con fuerza sobre el plato, como si tuviera el poder
de detener la pelea que se está gestando y que está a punto de estallar
sobre nosotros.
—Sí, todavía estoy interesada. —Aprovecho la oportunidad,
esperando que mi conversación con Rebecca desvíe su atención de la
discusión—. Aunque no estoy segura de cómo enseñarles a través de
la escultura.
—Oh, no. Pensé que podríamos hacerlo a través de tus bocetos.
Tienes un talento tan grande cuando se trata de esto. Las historias
cobran vida en tus páginas.
Hago una pausa para cortar mi filete, levanto mi mirada
sorprendida hacia ella, y frunzo el ceño.
—¿Mis bocetos? —¿Es por eso me pidieron que los dibujara
primero?
Ahora que lo pienso, nunca mencionaron la escultura en su correo
electrónico, solo que trabajaría con niños. Supuse que se trataba de
escultura.
Rebecca asiente con entusiasmo y abre la boca para dar más
detalles. Pero, ¿cómo demonios sabe ella que existen mis bocetos, y
mucho menos que tienen potencial?
De repente, Lucian ladra, interrumpiendo de nuevo nuestra
conversación.
—¡Respóndeme, Santiago!
—Ya no soy un niño para recibir órdenes, padre.
Cierro brevemente los ojos ante sus palabras, gimiendo
interiormente, porque la cara de Lucian se enrojece, y se levanta tan
rápidamente que su silla raspa contra el suelo antes de caer hacia
atrás. El golpe resuena en el espacio, pero Rebecca lo ignora, aunque
sus manos agarran la servilleta con tanta fuerza que veo que sus
nudillos se vuelven blancos.
A juzgar por todo este comportamiento, llego a la única conclusión
lógica que puedo. El padre y el hijo deben pelearse todo el tiempo, así
que las mujeres de la familia hacen todo lo posible por calmar la
situación, aunque no entiendo por qué.
Si este tipo de rabia latente se los come vivos a los dos, ¿no
deberían intentar enfrentarse a ella en lugar de enterrar la cabeza en la
arena?
Pero es su casa, así que jugaré con sus reglas.
—Mateo me los mostró. Son muy bonitos. Creo que será
interesante para los niños una vez que termine este proyecto.
—No debería haberlo hecho. Son privados. —Logro decir
lastimeramente, mis latidos se aceleran ante la perspectiva que Dios
sabe cuántas personas vean lo que hay en lo más profundo de mi
alma.
Rebecca me envía una sonrisa tranquilizadora.
—Son geniales. Y me encantaría que exploraras este talento. Por
eso te pedí que hicieras un boceto sobre los Cuatro Jinetes.
—¡Sigues siendo mi hijo! —brama Lucian, y me meto rápidamente
más arroz y verduras en la boca. Uno podría enfermar comiendo en
tales circunstancias.
La risa hueca de Santiago me invade, enviando escalofríos por mi
espina dorsal y congelando mis huesos ante el odio que la recubre.
—¿Soy tu hijo? Eso es muy irónico. ¿Siempre he sido tu hijo, papá,
o lo has recordado hace poco? —Él también se levanta, su silla se echa
hacia atrás mientras arroja una servilleta sobre la mesa, asomándose
por encima de mí, exhalo con fuerza, refrenando mi pánico.
Un silencio mortal sigue a sus palabras. Todos y todo lo que nos
rodea se congelan, aunque me sorprende algo más. Puede que la gente
en circunstancias normales no lo note, pero yo he vivido con un dolor
oculto toda mi vida.
Por eso reconozco que debajo de la ira y el arrebato, el dolor
resuena tan fuerte en las palabras que escupe que no deja lugar a
dudas que sigue dolido por lo que sea que haya pasado en el pasado.
Dios mío, ¿qué le hizo Lucian?
Me dijo que sus padres no le hicieron las cicatrices, sino que
alguien de su confianza se las hizo, ¿y por eso guarda resentimiento?
Los dos hombres se enfrentan, la energía cambia rápidamente en la
habitación y se convierte en algo peligroso, con una furia que se
arremolina a nuestro alrededor, lista para estallar espontáneamente.
—Lucian —susurra Rebecca, agarrando su mano y apretándola con
fuerza mientras cierra los ojos como si le doliera ver lo que está
pasando entre ellos. Sus manos se aprietan en puños, miles de
emociones destellan en su cara, y finalmente la indiferencia se instala
en él.
Inclinándose hacia delante, le da un suave beso en la palma de la
mano, la deja de nuevo sobre la mesa y recoge su silla. Se aclara la
garganta y se dirige a mí.
—Mis disculpas, hija. De ninguna manera pretendía asustarte.
Simplemente señalaba que con nuestro nombre, siempre tendrás
nuestra protección. Sigamos con esta cena y podremos hablar un poco
más de tus bocetos. —Se deja caer en su asiento y da un sorbo a su
whisky, mientras miro a Santiago, que se queda mirando a su padre
durante lo que parece una eternidad.
Por una fracción de segundo, la decepción y la agonía cruzan su
cara tan rápidamente que apenas la capto, ya que lo enmascara con
indiferencia casi de inmediato.
Y entonces cambia su enfoque hacia su madre.
—La cena ha estado genial como siempre, mamá. Ya he terminado.
Hasta la próxima —anuncia. Me señala a mí—. Confío en que puedas
cuidar de mi novia. Jimena, llévala a casa cuando hayas terminado. —Y
con esto, se aleja, dejándome sola en la casa de sus padres, con sus
pesados pasos resonando en la distancia hasta que la puerta se cierra
con tanta fuerza que hace temblar las paredes que nos rodean y solo
consolida el caos que evoca a su paso.
Capítulo Quince
“Érase una vez, conocí a dos niños en las circunstancias más despreciables.
Su fuerza me sorprendió.
Su coraje me inspiró.
Nos unimos en una pesadilla que no terminó por mucho que oráramos.
Conocerlos tenía un propósito.
Porque solo nuestra unidad nos permitió sobrevivir hasta que pudimos
vencerlos.”

LOCACIÓN DESCONOCIDA, ESTADOS UNIDOS


SANTIAGO, DOCE AÑOS

El coche se detiene abruptamente, enviándonos a Artem y a mí hacia


adelante, pero gracias a Dios no nos golpeamos la cabeza contra las paredes
de la camioneta.
—Este gilipollas no sabe conducir —murmuro pero luego me encojo de
hombros—. Menos mal que estos días de conducción han terminado.
Artem me lanza una mirada incrédula, pensando claramente ¿cómo en la
mierda lo que estamos a punto de enfrentar ahora es mejor que los tres años
anteriores?
Bueno, soy optimista de corazón.
Mientras no vuelva a Andreas, estoy bien.
—Bueno, al menos estás feliz.
Le guiño un ojo, golpeándolo en la espalda pero asegurándome de no tocar
ninguno de los moretones infligidos por los clientes de Philip.
—Ese es el espíritu.
La puerta de la furgoneta se abre, cegándonos por un momento, e
intentamos bloquear la luz del sol con nuestros brazos, pero no nos dejan.
—Jodidamente salgan. —Un hombre ladra la orden; es de mediana edad
con barba y un pesado llavero colgando del cinturón envuelto alrededor de su
vientre—. No tengo todo el jodido día para ustedes. —Nos apunta con un
arma mientras varios guardias están detrás de él.
Hacemos lo que él dice. Hemos aprendido de la manera difícil que
resistirse al arma podría resultar en que nos disparen solo por la maldita
diversión. Nos paramos en el suelo con los pies desnudos, justo en frente de
una enorme mansión.
Es un edificio de ladrillo espacioso y horizontal que es tan grande que me
pregunto por qué uno podría necesitar tanto espacio para tal negocio. Hay al
menos veinte ventanas, lo que me permite saber que quien dirige este lugar
trata con clientes ricos que pagarían cualquier precio para disfrutar de sus
antojos pervertidos.
Todo lo que Philip tenía era un almacén tonto donde vendía nuestros
culos dos veces por semana, y el resto de la semana, limpiábamos después de
ellos o tolerábamos sus borracheras.
Una vez a la semana, nos golpeaban tan fuerte que sangrábamos y
vomitábamos por todo el suelo, solo para que presionaran nuestras caras en él
suelo y nos ordenaran que lo laváramos rápidamente. Les gustaba recordarnos
que los chicos como nosotros no eran más que suciedad debajo de sus uñas, y
que jodidamente no teníamos derechos.
Como Philip predicó, esto debería habernos enseñado a respetarlo y
temerlo.
Jodidamente odiábamos al tipo y le deseábamos la muerte de la manera
más cruel posible, y finalmente el deseo fue concedido cuando uno de sus
grandes jefes descubrió que le había robado.
Apuesto a que Andreas les avisó para que pudiera crear otro jodido desafío
para mí y probar mi resistencia.
A la mierda él y su último nivel.
Mataron a Philip justo delante de nuestros ojos, haciéndolo beber gasolina
mientras lo apuñalaban como cien veces. Sus hombres lo siguieron poco
después, sus gargantas cortadas cerca de las arterias donde se derramaba su
sangre, empapándolos de rojo y quitándoles la vida para siempre.
Nunca una vista había sido tan satisfactoria para nosotros.
Solo me arrepentí de no ser el que sostenía el cuchillo, de sentir su piel
sumergirse debajo de la punta, sacando sangre lentamente mientras luchaban
en mis brazos por sobrevivir y fracasaron.
Si alguna vez tengo la oportunidad de castigar a cabrones como los que
nos mantienen cautivos, los veré ahogarse durante horas con una sonrisa en
mi cara y enviaré mis saludos al diablo mientras lo hago.
Solo necesito salir.
Y jodidamente saldré, lo haré, porque puedo sobrevivir en cualquier
circunstancia.
Dios sabe que los últimos tres años lo han demostrado.
Suspirando dramáticamente, digo:
—Qué aburrida mansión de estilo victoriano. —Sé que es ese estilo,
porque mamá solía hablar de arquitectura todo el tiempo.
Mi corazón se contrae dentro de mi pecho al pensar en ella, un hermoso
espejismo que aparece en mi mente de vez en cuando y me trae tanto dolor que
siempre lo alejo.
Rebecca Cortez tuvo un hijo, hace tiempo, a quien amaba.
Pero ese hijo murió hace mucho tiempo, y ya no tengo derecho a soñar con
ella.
Ella estaría disgustada con su hijo pequeño ahora y probablemente me
escupiría en la cara si alguna vez supiera lo que había hecho.
Como siempre, cuando el dolor amenaza con abrumarme, destruyendo mi
control y permitiendo que la locura se cuele en mi piel, ensancho la boca a la
fuerza con una sonrisa brillante para que nadie lo sepa.
Prefiero ser un psicópata para los que me rodean que vulnerable.
No importa cuántas veces me violaron, me golpearon o me apuñalaron...
Nunca derramé una lágrima ni les di nada más que mis sonrisas, que los
enojaron tanto, pero ¿a quién le importaba un carajo?
Como dije, que se jodan.
—Pensar que esperaba un palacio. —Aunque no tengo ninguna duda, que
a pesar del cambio de ubicación, tendremos la misma habitación de mierda.
Artem pensó que alguien aparecería con un rescate para salvarme, pero
lamentablemente nadie se molestó en buscarme.
¿Uno de los hombres más poderosos de Chicago no pudo encontrar a su
hijo durante tantos años?
Sí, malditamente correcto.
Aparentemente, su pequeño no era tan importante como me hicieron
creer.
—Deja de hablar y muévete. —El viejo nos patea con fuerza, y hacemos lo
que él dice, ya que la punta de su arma está clavada en el omóplato de Artem.
Entramos para enfrentarnos a innumerables estatuas y retratos extraños,
todo mientras las paredes pintadas de rojo huelen a lujo.
—Directo a la puerta.
Obedecemos, nuestros pies descalzos se acolchan sin sonido sobre el
mármol frío, y nos frotamos un poco la piel donde pica por toda la suciedad en
la que estamos cubiertos.
Philip no creía en las duchas, solo nos bañaba con agua fría una vez al
mes cuando tenía que examinar nuestra piel.
El hombre presiona un código en una cerradura, ordenando:
—Dentro.
Bajamos las escaleras hacia un sótano pequeño y podrido.
¿Estoy sorprendido?
No.
El aire acondicionado está zumbando fuerte y el aire frío crea piel de
gallina en mi piel desnuda.
Hay un solo colchón sucio en el suelo rodeado de cadenas largas y pesadas
que probablemente te permitan deambular por la habitación pero no te dejarán
ir muy lejos, como llegar a las escaleras.
Hay un fregadero en la esquina izquierda, goteando agua poco a poco, y el
sonido que puedo imaginar podría volver loca a una persona a tiempo.
También hay dos cuencos sucios con sobras en ellos.
Olores repugnantes llenan el aire, perturbando mis fosas nasales,
mientras algo parecido a la sangre se mancha en el suelo.
Bueno, este lugar se siente más como a lo que estamos acostumbrados.
Incluso hasta alimentarnos como perros.
Pero entonces mis ojos ven a un niño con una camisa de franela blanca,
más un vestido en realidad. Su cabello desordenado metido en un moño
mientras nos mira con sorpresa, como si estuviera viendo a un niño por
primera vez en mucho tiempo.
Por los moretones y la suciedad que tiene sobre él al igual que nosotros, no
es difícil adivinar que la vida tampoco ha sido muy amable con él.
Se levanta rápidamente, pero luego gime de dolor, y mi mirada viaja de
regreso a su tobillo, donde la pesada cadena se envuelve tan fuertemente a su
alrededor que hay sangre.
Explica las manchas rojas.
—Tienes compañía, Callum —anuncia el hombre, caminando detrás de
nosotros, y luego escucho que la puerta se cierra.
A veces, en raras ocasiones, cuando tenía varios momentos de paz por la
noche, miraba fijamente al techo y pensaba en todos los monstruos que
adornaban esta tierra que de alguna manera escaparon del infierno y me
preguntaba por qué nadie hace que su misión sea atraparlos y torturarlos de
tal manera que serviría como ejemplo para los demás.
Ah, qué trabajo tan divertido habría sido matar a todos estos cabrones, sus
gritos agonizantes sirviendo de bálsamo en todas las heridas que marcan mi
piel.
¿Me sentiría limpio de nuevo entonces? ¿Entero? ¿Inocente?
¿O todas estas cosas me son robadas para siempre?
—Siéntate en el suelo. —Elegimos un lugar más cerca del otro chico y nos
sentamos, y luego apuntándonos con el arma, se dirige a Callum—. Y tú,
envuelve esas cadenas alrededor de ellos.
Todos nosotros seguimos la orden, y en breve estamos en la misma
posición.
Puedo sentir físicamente la mirada del chico sobre nosotros,
probablemente encontrando nuestras similitudes, y tal vez se pregunte por
qué estamos usando solo pantalones.
Philip no creía en las camisas. Pero decido no explicar eso, porque el chico
no se ve estable, así que quién sabe qué hará a continuación.
La vida me ha enseñado a estudiar a una persona primero antes de
proclamarla un enemigo o un aliado.
—Jueguen bien entre ustedes. —Se ríe, el sonido aumenta la rabia en mí,
y me pregunto cómo se vería con la cabeza volada.
Lástima que matar a uno solo no tenga sentido, porque siempre somos
superados en número y perderemos.
Sin embargo, perder no es una opción; Voy a sobrevivir jodidamente a
esto.
—Ustedes dos tendrán un trabajo que hacer pronto. Callum, eres libre
hasta mañana. —Con esto, sale y nos deja solos mientras el silencio se asienta
sobre el lugar.
—Hola —Callum raspa y envuelve su mano alrededor de su cuello, y solo
entonces noto la huella de un cinturón en él—. Mi nombre es Callum.
No estoy seguro de por qué siente la necesidad de presentarse,
considerando que el tipo acaba de hacer eso, pero Artem lo acepta.
Además, ¿quién sabe cuánto tiempo ha estado aquí el chico? Tal vez
nunca ha hablado con otro chico.
Lo que significa que podría ser un aliado que estará de nuestro lado si
surge la oportunidad de escapar.
—Artem
Los ojos color avellana de Callum viajan detrás de Artem, y enfoca su
mirada en mí.
—Santiago. —Mi boca se curva en una sonrisa, y Callum parpadea en
estado de shock, pero se acostumbrará.
Artem lo hizo, aunque a veces todavía me mira con cautela, no es que lo
culpe.
El silencio vuelve a caer después de eso, pero es incómodo, ya que el chico
continúa mirando, por lo que Artem pregunta:
—¿Cuánto tiempo has estado aquí?
—Dos años.
Joder, ¿todo solo?
—¿Vienen detrás de ti todos los días? —Artem prefiere conocer los
horarios con anticipación, como si prepararse con anticipación lo ayudara a
lidiar con eso.
—En su mayoría, sí.
—Está bien —murmura y cierra los ojos, cantando un poema ruso para sí
mismo. Siempre lo calma... así que, lo que sea.
—No te preocupes, Callum. Estamos aquí ahora para compartir la carga
—lanzo, apoyando mi mano sobre mi rodilla de manera descuidada.
Su cara cae, pero rápidamente la recompone, una expresión indiferente se
asienta en sus rasgos, y secretamente lo admiro.
Tal vez esperaba algunas palabras de tranquilidad, como si alguien viniera
a salvarnos. Pero entonces, ¿por qué perder el tiempo en palabras inútiles
cuando en cambio puede construir determinación y un día convertirse en un
aliado?
—No hay escapatoria de aquí —dice Callum, y sonrío, asintiendo.
—Y es por eso que no luchamos. Destino.
Con Callum, nuestras posibilidades aumentan, y tal vez el destino
finalmente nos dé una oportunidad.
Eso es todo lo que necesitamos.
Una jodida pequeña oportunidad.

SANTIAGO, 15 AÑOS
TRES AÑOS DESPUÉS

Artem, Callum y yo caminamos por el pasillo mientras Jonathan nos sisea


enojado.
—Nadie quiere hacer un trabajo aquí, ¿verdad? ¿Qué soy yo, una niñera
para recogerlos a todos de diferentes habitaciones? —No reaccionamos a sus
palabras, no es como si no cantara la misma canción una y otra vez, y luego
continuamos caminando hacia el sótano mientras pasamos junto a varios
guardias con armas que saludan a Jonathan.
—Edward tiene que aumentar mi salario por esto.
No esta mierda otra vez. Todo el mundo aquí sabe que no hay mayor
cobarde en este mundo que Jonathan.
El maldito imbécil que ha estado supervisando cada uno de nuestros
movimientos durante los últimos tres años no tiene idea de las palabras
dignidad y respeto. Tal vez por eso es que ha permanecido siendo la perra de
Edward tanto tiempo y baila a cada una de sus órdenes.
—Entonces definitivamente deberías plantear eso en tu próxima reunión.
—El golpe en mi cabeza llega rápidamente, pero ni siquiera me estremezco,
solo sonrío, lo que hace que los ojos de Jonathan brillen de ira, pero no me
golpea de nuevo.
—Cierra la boca Santiago, si quieres comer hoy.
Antes que pueda decir algo, Artem me da un codazo, insinuándome que
escuche, porque mis travesuras podrían costarnos comida. Ya hemos estado
hambrientos durante tres días después de mi última broma sobre Edward, que
terminó con castigo y hambre.
Las heridas supurando en nuestras espaldas por un cuchillo cortando la
piel pueden dar fe de ello.
Ah, a veces me olvido de mis hermanos de dolor, porque qué más hay para
llamarlos, no tenían un entrenamiento tan rígido antes de terminar en este
infierno, así que no puedo ponerlos en peligro.
Han llegado a gustarme tanto como es posible en las circunstancias
actuales y nunca les causaría daño a propósito.
—No sería tan arrogante si fuera tú —advierte Jonathan mientras nos
acercamos a la puerta del sótano—. Pronto, serás demasiado grande para que
lo disfruten. Y tan jodidamente alto. Y entonces todos ustedes estarán
muertos o… —Se frota la barbilla y luego dice—: O puede venderte a algún
prostíbulo. Depende de su fascinación por ti, imagino.
Bien, joder.
Fascinación es una palabra que Callum no puede soportar.
Esta vez, el codo de Artem se clava en él, estableciéndolo en el presente
para que no se pierda en sus dolorosos recuerdos, y finalmente asiente con la
cabeza.
En cambio, le responde al maldito:
—Veremos lo que el destino nos depara.
Los ojos de Jonathan se entrecierren ante su respuesta, y se detiene
abruptamente, tirando de las cadenas que nos mantienen a todos juntos, y
tropezamos hacia atrás, golpeándonos en los hombros y gimiendo, ya que
nuestra piel todavía tiene heridas frescas que derraman sangre.
—¿Piensas que como eres su juguete favorito, puedes hablarme así? —
grita y luego golpea a Callum en la cara con la llave, rascándose la mejilla
mientras continúa gritando—: ¡Imbéciles desagradecidos! Después de todo lo
que he hecho por ustedes.
Sí, a la mierda él y lo que dice.
Esta vez, Artem no hace ningún movimiento para detener a nadie, porque
todos preferiríamos morir con dignidad que agradecerle por prostituirnos y
tratarnos peor que la mierda de perro.
—¿Hacer qué? ¿Nos encadenas y nos envías a ser violados? Sí,
jodidamente gracias —le dice Callum, compartiendo una risa con nosotros.
—Pedazo de mierda. —Levanta la mano pero se congela con ella en el aire,
y sus ojos se ponen vidriosos antes de gemir, agarrando su corazón.
—Llamen a alguien —susurra, apoyado en la pared y deslizándose
lentamente hacia abajo—. Llamen a alguien —dice de nuevo, pero ninguno de
nosotros se mueve.
Ninguno de nosotros quiere perderse esta espectacular vista.
Sus ojos giran hacia atrás lentamente y exhala su último aliento, cayendo
sobre su culo mientras su cabeza cuelga hacia un lado, muerto.
—Ataque al corazón —concluye Artem, con la voz vacía de cualquier
emoción.
Compartimos una mirada con Callum antes de encogernos de hombros.
A través de los años, Artem siempre mostró conocimientos en mierda
médica, por lo que terminó curándonos o tratando nuestras heridas. Nunca
hicimos preguntas, porque su expresión cautelosa nos insinuaba que no
quería compartir.
Se arrodilla y presiona sus dedos en el pulso de Jonathan, abriendo los ojos
a la fuerza con el otro, buscando cualquier señal de vida.
—Sí, muerto. —Nos mira por encima del hombro y anuncia—: ¿Quién
quiere llamar a los guardias?
Nuestra risa colectiva, apenas audible, llena el espacio, pero luego me
acerco, arrastrando a Callum conmigo, ya que la cadena nos conecta, y
alcanzo las llaves en la palma de Jonathan.
Abro rápidamente nuestras cadenas y nos frotamos las muñecas. Los
cabrones no nos dejarían vivir aquí sin ellas. Incluso tenemos que ducharnos
con ellas puestas mientras Jonathan tiraba de ellas y nos hacía resbalar sobre
las baldosas.
Así que sí, cabron, que nunca descanses en paz y ardas en el
infierno por la eternidad.
Le arrebato el cuchillo y el arma al gilipollas y le paso uno a Callum.
—¿Qué quieres que haga con eso?
A juzgar por la reacción de Artem, tiene una pregunta similar, que solo
me recuerda lo inocentes que son, a pesar de todo. No han matado a nadie, y
tal vez por eso las armas los asustan.
Sin embargo, esta es nuestra oportunidad, y no podemos perderla, por lo
que tienen que ponerse al día rápidamente.
—Disparar o apuñalar, supongo. Podemos matar a los guardias. —Sigo
hablando, ajeno a su escepticismo—. Hay cinco guardias adentro y luego
algunos en el jardín. —A lo largo de los años, Edward nos ha permitido
caminatas mensuales bajo estricta supervisión. Salíamos al jardín con
diferentes diseños y las estatuas y flores más extrañas.
Al igual que haces con los perros con correa, sacarlos fuera a tomar un
soplo de aire fresco antes que regresen a casa, para saber quién es su dueño.
No hace falta decir que odiábamos jodidamente todos esos paseos.
Una valla de hierro rodea el lugar con más guardias, y nunca vemos a
ningún otro chico. Jonathan una vez se emborrachó y derramó que otros
chicos están en una zona diferente, manejada por un tal John.
Edward solo nos trae aquí, porque somos sus juguetes más queridos y los
de sus clientes favoritos.
—Estás hablando de huir —dice Artem y se levanta, robándome el
cuchillo y golpeando la punta con su dedo.
Por el brillo en sus ojos y cómo se fijan en la hoja, sé que la oscuridad
también se ha asentado en él. La necesidad bombea en su sangre, exigiendo
venganza tanto que puedes probarla en tu lengua.
La verdadera belleza de la oscuridad radica en el hecho que da la
bienvenida a cualquiera con los brazos abiertos.
—Necesitamos matarlos antes que den la alarma. —Artem frota la punta
en su barbilla, con cuidado de no extraer sangre, considerando que es afilada.
Más dolor para las víctimas.
—Así que necesitamos...
—El control remoto —dice Callum, y Artem asiente.
Los guardias generalmente los usan para abrir las puertas cuando tienen
entregas.
—Roccko tiene un control remoto.
Fruncimos el ceño ante nuestro recuerdo del tipo robusto que tiene
músculo sobre músculo en su cuerpo y se para al lado de las puertas. Matarlo
en nuestra condición y sin entrenamiento es imposible. Basado en cómo
balanceó su espada la última vez, es muy hábil, y enfrentarlo sería un suicidio
y nada más.
Sin embargo, aun así.
El destino nos ha dado una oportunidad. ¿Cómo podemos darle la
espalda?
Ocho años.
Ocho largos, dolorosos, agonizantemente lentos años he esperado este
momento, y que me condenen si me quedo aquí con miedo por más tiempo.
No importa lo que la vida me haya arrojado, he sobrevivido.
Entonces, ¿por qué no puedo confiar en mi destino ahora?
Callum mira entre nosotros, una emoción pasando en sus ojos, pero se ha
ido tan rápido que no puedo rastrearla, y habla con determinación en su voz.
—Me encargaré Roccko si puedes arreglar todo lo demás.
—¿"Encargarte" de Roccko, qué significa exactamente?
¿Su muerte?
Pues joder no, amigo.
Frunciendo el ceño, decido hacerlo entrar en razón, ya que no necesito a
alguien que busque la muerte en nuestra misión y comience a hablar.
—Bueno, no creo… —Sin embargo, no tengo la oportunidad de terminar
mi punto, ya que la sirena fuerte, casi ensordecedora que resuena en toda la
casa, me interrumpe.
Alarma de incendios.
En el silencio estirado, la tensión se eleva a través de la mesa, la
mirada de todos se centra en mi reacción o falta de ella. Finalmente
salgo de mi shock, respirando profundamente en mis pulmones y
dispuesta a calmarme y encontrar una solución a mi problema.
Me las he arreglado para vivir bien sin Santiago, así que no
necesito que me tome de la mano todo el tiempo, aunque cuando lo
vuelva a ver, escuchará muy bien lo que tengo que decir sobre
abandonarme aquí.
¿Me dejó en el fuego de su creación y espera que me queme junto
con su familia?
¡Está muy equivocado!
—Todavía no he empezado a trabajar en mis bocetos. Ayer fui a la
biblioteca, pero luego... bueno.
El alivio que se apodera instantáneamente de todos en la mesa es
palpable, y está claro que temían responder cualquier pregunta que
pudiera tener con respecto a este conflicto.
Francamente, no estoy tan interesada, o tal vez en el fondo tengo
miedo de mirarlo de cerca, porque podría presentar al hombre que
conozco bajo una luz diferente, y luego...
Entonces, ¿cambiaría mi visión de él y sus acciones?
Aunque, ¿a quién estoy engañando?
Ya excuso tanta mierda que hace y le permito tocarme libremente,
dormir conmigo y todo lo demás, así que también podría caerme por
la madriguera del conejo.
Jimena toma su servilleta, se limpia la boca y me guiña un ojo.
—Has venido al lugar perfecto. —Ella se recuesta en su silla, y noto
cómo se da unas palmaditas en el estómago ligeramente, casi
suavemente tocándolo, lo que levanta sospechas en mí, pero sus
próximas palabras no me dejan detenerme mucho en ello—. Santiago
durante años recopiló información sobre los cuatro jinetes. En un
momento dado, estaba tan obsesionado que me pregunté si había
perdido la cabeza. —Ella se ríe, envolviendo su mano alrededor de su
vaso de agua y llevándoselo a la boca—. Sin embargo, ese es su rasgo.
Si está obsesionado con algo, el pensamiento o la persona lo consume.
Sus palabras cuelgan en el aire, sin duda insinuando algo para mí.
Pero una vez más, lo ignoro, porque la obsesión es una emoción poco
saludable de corta duración, por lo que no creo que deba hablar de ello
con tanto orgullo.
—Libros, ¿quieres decir? ¿O la Biblia? Para ser honesta, no sé
mucho del tema, así que no estoy segura de dónde más podrían haber
aparecido.
Rebecca sacude la cabeza, una sonrisa falsa en su rostro, pero no
pasa desapercibido cómo sus manos tiemblan ligeramente mientras
bebe su vino.
—Santiago tiene una colección completa sobre los Cuatro Jinetes
del Apocalipsis en la casa de huéspedes. Creo que podría resultarte
interesante. —Vuelve a poner el vaso sobre la mesa, junta las manos y
luego apoya la barbilla sobre ellas, con los ojos azules mirándome
fijamente—. También podríamos enviar este trabajo a algunos de mis
amigos, así que tómate todo el tiempo que puedas necesitar, aunque
preferiblemente termínalo en dos meses... justo a tiempo para la
próxima apertura de mi galería.
—¿Amigos? —pregunto estupefacta, un poco sorprendida por su
oferta, pero también la emoción se acumula dentro de mí a pesar de la
escena anterior, porque tales oportunidades no caen en el regazo de
nadie.
Rebecca está conectada con muchos artistas y galeristas que
significan algo en este país y tiene varios amigos de alto rango en el
extranjero, así que si alguno de ellos ve mi trabajo y le gusta... De
hecho, podría tener la oportunidad de triunfar en la industria.
Porque una vez que todo esto termine, no tendré nada más que mi
carrera, ¿verdad? Así que debería trabajar duro en este proyecto a
pesar que el miedo me llena las venas en este nuevo viaje donde
puedo fracasar una vez más.
Aunque esta vez, el fracaso no puede ser una opción.
—Sin embargo, primero, tienes que crear un producto digno. No
trabajaré con nada ordinario o aburrido. —Asiento ausente mientras
ella sonríe una vez más, solo para que se le escape de los labios cuando
Lucian se levanta, una expresión tormentosa todavía grabada en sus
facciones, pero también hay rastros de algo más en ella.
Algo parecido a un dolor profundo que probablemente nada en
este mundo podrá calmar.
—Tengo una llamada de negocios en breve. Con tu permiso. —Besa
a su esposa en la frente, deteniéndose un poco mientras ella aprieta la
manga de su suéter antes que él dé un paso atrás y camine hacia mí,
dándome palmaditas suavemente en la espalda—. Bienvenida a la
familia una vez más, Briseis. Si alguna vez necesitas algo, no dudes en
decírmelo. —Espera un poco y agrega—: Nuestro abogado ya sabe
sobre el caso, así que no hables a solas con la policía. Solicita su
presencia en todo momento. Él estará esperando tu llamada.
—Gracias, eso es tan... —Sale del comedor incluso antes que yo
tenga la oportunidad de terminar la oración, al igual que hizo su hijo
antes, Rebecca suspira pesadamente, palmeando su mejilla y
poniéndose de pie también.
—Tengo un ligero dolor de cabeza, así que me voy a acostar en el
invernadero. Ustedes, chicas, disfruten de la cena. Hay pastel de
chocolate para el postre. Nuestro cocinero hornea lo mejor de la
ciudad, créeme. —Ella besa a su hija antes de alcanzarme y poner un
suave beso en mi mejilla—. Podemos discutir los bocetos más tarde. Te
llamaré mañana. —Se mueve en dirección a la terraza pero se detiene,
girando rápidamente para mirarnos—. Preparé la casa de huéspedes
con la esperanza de que ustedes se quedaran por la noche. No hemos
tenido un desayuno familiar en años, así que si no te importa, por
favor quédate.
—No tengo una muda de ropa. —Rápidamente se me ocurre la
excusa más razonable, pero ella solo agita la mano.
—Ya he comprado algunas cosas, así que tu habitación tiene todo
lo que necesitas. A menos que te sientas incómoda... —Ella se aleja,
esperando mi reacción, y maldigo a mi marido de siete maneras al
infierno por ponerme en esta situación.
Obviamente, su reacción a nuestro matrimonio les hizo perder
algunos puntos en mi libro, pero supongo que no puedo mantener en
su contra su deseo de estar del lado de su hijo, y todavía me siento un
poco mal por lo que acaba de suceder, porque está claro como el día en
que aman a su hijo y todo esto los mata a ambos.
Lo último que quiero es pasar la noche aquí sola y tomar un
desayuno aún más incómodo cuando mi querido marido no aparezca,
lastimando a sus padres una vez más.
Sin embargo, esa es la parte racional de mí; el lado rebelde que
aparentemente existe dentro de mí disfruta de la perspectiva de volver
loco a mi marido y anhela ir en contra de sus estúpidas órdenes.
Entonces, reuniendo una sonrisa brillante en mi rostro, respondo:
—Eso suena encantador.
La felicidad brilla en su rostro mientras responde:
—Gracias. —Dándose la vuelta, reanuda su caminata hacia el
jardín, llegando a las puertas de la terraza en cinco pasos. El silencio
una vez más se extiende a nuestro alrededor, y me recuesto en mi silla,
cubriéndome el rostro con las manos y gimiendo en ellas.
¿En qué demonios me metió Santiago?
—No te castigues. Después de cinco o seis cenas de este tipo, te
acostumbrarás. —Miro a Jimena, notando que me mira mientras se
apoya en sus codos, sus ojos azules brillando—. Así que considero que
esta cena es un éxito. Duró casi quince minutos.
—¿Cuánto tiempo suelen durar?
Ella se encoge de hombros.
—Cinco o diez minutos. Dependiendo de la resistencia de papá a
los golpes sutiles de Santiago. Aunque hubo una excepción cuando la
cena duró treinta minutos. —Ella frunce el ceño, chasqueando los
dedos varias veces antes de apuntarme con el índice—. Fue en el
cumpleaños de mamá, y ella le rogó a Santiago que se quedara hasta
que cortáramos el pastel. En el momento en que ella dejó de cortarlo,
él desapareció como el viento.
—Ya veo. —Porque, ¿qué más hay que decir en tal situación? Dudo
mucho que preguntarle la razón de la misma sea de alguna ayuda de
todos modos, así que abro la boca para comentar la invitación a
quedarme aquí y tal vez revisar la biblioteca y los recursos que
Santiago tiene sobre los cuatro jinetes.
Mis bocetos siempre me ayudaron en mis horas más oscuras, mi
alma encontró consuelo entre las páginas blancas pálidas y la
capacidad de purgar cualquier emoción sobre ellas. Encontré algo de
alivio de la tristeza interminable que me comía viva. Tal vez trabajar
de nuevo me traiga paz hasta que esta situación termine.
Mi corazón me duele dolorosamente en el pecho ante la
perspectiva de no volver a ver a Santiago, y me odio en este momento,
despreciando su debilidad.
Aunque me quedara y él cambiara... ¿Podría alguna vez vivir con
un hombre que es un monstruo?
Un depredador que ya ha probado la sangre en su lengua nunca,
nunca se convertiría en alguien que la deja ir voluntariamente.
No, continuará cazando a sus presas hasta el día en que muera,
persiguiéndolas a todas, una tras otra.
Sin embargo, el fuerte zumbido en mi bolso detiene mis
intenciones, y rápidamente lo saco, viendo el nombre de Lenora
parpadeando en la pantalla.
—Lo siento —le digo a Jimena, quien hace un gesto en un
movimiento de "no te preocupes", y toco el ícono de Respuesta,
levantándolo hacia mi oído solo para alejarlo cuando la voz chillona
de Lenora grita.
—¿Qué demonios, mujer?
—Hola...
—No me jodas, oye. El día casi ha terminado, ¿y me has llamado?
No. Tengo que hacerlo todo por mi cuenta.
—Sí, bueno, acabo de recuperar mi teléfono como hace una hora,
así que…
Mi excusa no significa nada para ella, no es que pensara que lo
haría. Y además, no es como si pudiera decirle que me chantajearon
para casarme, ¿así que no tenía medios para comunicarme con ella de
todos modos?
—¿En serio? No lo puedo creer. ¿Sabes lo preocupada que estaba?
Especialmente cuando vi todos esos cuerpos cubiertos de sábanas
blancas... —Su voz tiembla un poco, y suspiro, deseando que mi mejor
amiga esté aquí para poder envolver mis brazos alrededor de ella y
asegurarle que estoy bien—. Y luego me entero que te escabulliste
para casarte. Honestamente, estás en un gran problema, Briseis.
—Haré todo lo posible para compensarlo.
—Mejor. —Exhala pesadamente antes de preguntar, esta vez con
preocupación en su tono, y una sonrisa tira de mis labios, porque es
una reacción de Lenora. Se enoja rápidamente, pero debajo de todo, el
amor empuja siempre a la superficie, porque se preocupa mucho por
las personas que la rodean—. ¿Estás realmente bien?
Oh, cómo deseo decirle todo a mi mejor amiga y rogarle que venga
aquí. Entonces yo, al menos, tendría a alguien en mi esquina que
estaría de mi lado entre todas estas personas que aman ferozmente a
Santiago y que me lanzan amenazas o me advierten sobre lo que pasa
si no tienen mi lealtad.
Para que me abrace y pueda llorar sobre su hombro, porque todo
esto es un desastre.
Pero lo más importante, quiero decirle cómo mi cuerpo y mi
corazón anhelan a un hombre con el que ninguna mujer cuerda
debería estar.
Sin embargo, ninguna de esas cosas es una opción, ya que no
quiero que ella sea parte de este chantaje retorcido.
—Sí, estoy bien. Un poco sacudida, considerando todas las cosas,
pero estoy bien; no te preocupes. —Como permanece en silencio,
agrego—: Nadie me lastimó anoche tampoco.
—Eso es bueno, porque me pregunté... No importa. ¿Cuándo
podemos vernos? Pasaría por tu casa, pero no quiero interrumpir a los
pájaros del amor —bromea, riendo suavemente mientras mis mejillas
se calientan, porque es tan jodidamente cierto, lo cual es un hecho
molesto en sí mismo.
—Tendré que preguntarle a Santiago sobre eso. —Aunque
basándome en nuestra conversación en el coche, asumo que las visitas
están permitidas, ya que me dijo que ¿puedo vivir mi vida
normalmente?
Sin embargo, de ninguna manera en el infierno estoy invitando a
mi amiga mientras ese maldito león vive en el territorio. Me encantan
los animales y todo, ¡pero tales criaturas bestiales deben admirarse a
distancia y no correr por mi patio soñando con comerme para el
almuerzo o la cena!
Ella resopla exasperada.
—Hablado como una buena esposa. Está bien, pregúntale a tu
querido marido y házmelo saber. Viajaré a Nueva York en una
semana, así que tenemos que reunirnos antes de eso.
—Oh, ¿por qué?
—Amalia Scott se va a casar pronto, y quiere que Frankie diseñe su
vestido. Frankie, sin embargo, tiene tantos proyectos que me ofreció
diseñarlo en su lugar, prometiéndole a Amalia que le encantaría mi
trabajo. ¿Te lo imaginas? Tengo a la mejor jefa.
—¡Oh, Dios mío! Eso es increíble.
—Sí, si ella aprueba mi diseño, estaré en todas las revistas. Me
abrirá muchas puertas —chilla emocionada—. Su novio es un
compositor famoso, así que es un ganar-ganar. —Una extraña nota
suena en sus palabras, especialmente en la parte del novio—. De todos
modos, ambos son ricos, hermosos y magníficos. La pareja perfecta.
—Voy a hablar con Santiago, y luego... —Jimena me arrebata el
teléfono. Tengo un momento para parpadear de sorpresa ya que de
alguna manera terminó a mi lado, y habla por teléfono en voz alta.
—¿Lenora? ¡Hola! Soy Jimena Cortez. Me preguntaba si estás libre
esta noche por casualidad —Ella mira su reloj—. Podríamos reunirnos
en el club de mi hermano en dos horas. ¿Cómo suena eso?
—¿Qué? —Hablo, tratando de recuperar mi teléfono, pero Jimena
solo me da una palmada en la mano, mientras que estoy mortificada y
un poco curiosa por su propuesta.
A lo largo de los años, he escuchado varios rumores sobre su club y
lo que la gente hace allí, especialmente los sexualmente provocativos,
incluida la vez que una mujer tuvo un “quinteto” dentro de ella y amó
cada minuto que pasaba allí.
Sus palabras exactas.
Ni siquiera sé cómo logró tener uno. ¿Dónde pones todas esas
pollas?
Lenora y yo planeamos visitarlo algún día, pero cada vez que
revisábamos los precios o requisitos de entrada, no calificamos ni
siquiera para uno de ellos.
Sin embargo, tan ansiosa como estaba por visitar en el pasado... No
tengo ningún deseo de visitar un lugar donde mi marido
probablemente escogió un interminable número de mujeres.
Jimena frunce el ceño cuando Lenora le explica algo.
—No te preocupes por eso. Solo ven al club y diles tu nombre.
Informaré a la seguridad y a Sam. —¿Quién demonios es Sam?—.
Genial. Nos vemos allí. —Ella cuelga, deja caer el teléfono en mi
regazo y anuncia—: Voy a prepararme rápidamente y podemos ir a
divertirnos.
—No puedo irme.
—¿Por qué no?
—No puedo salir sin su permiso. —La última frase me duele
decirlo, y mis entrañas lo desprecian con todo mi ser; sin embargo,
sigue siendo cierto—. Él hace las reglas.
Jimena resopla.
—Mi hermano fue lo suficientemente estúpido como para dejarte
aquí. ¿Por qué deberías sufrir? Lo pasaremos bien y podrás ver a tu
amiga. —Bueno, cuando ella lo pone así...—. Además, será hilarante
ver su reacción. —Ella se ríe, y eso me inquieta, aunque al pensar en su
incomodidad, me animo, queriendo castigarlo un poco por salir
corriendo de aquí.
O tal vez simplemente agitar sus plumas, incluso si me voy a
arrepentir más tarde.
Empujando a través de las puertas principales de la mansión de
Octavius, camino directamente hacia el sótano, que se encuentra al
final del pasillo. Mis zapatos golpean con fuerza en el piso de mármol
dorado perfectamente pulido, que brilla bajo la dura luz que ilumina
todo el maldito lugar, porque mi amigo no puede soportar ninguna
oscuridad.
Su mayordomo, que nos conoce a todos desde que teníamos cinco
años y solía perseguirnos por el jodido jardín afuera, me sigue
pisándome los talones, saludándome mientras ambos caminamos
hacia mi destino.
—Sr. Cortez, qué agradable es finalmente verlo de nuevo.
—A ti también, Antonio. —Llego a la puerta de metal que conduce
al sótano, presiono rápidamente el código de acceso y se abre con un
fuerte clic mientras continúa hablando.
—El joven maestro y el resto ya están abajo.
—Bien —respondo justo antes de deslizarme dentro mientras la
puerta se cierra en su cara, y luego agarro una de las linternas que
cuelgan de la pared. La enciendo y bajo las escaleras de ladrillo, el
sonido reverbera a través del espacio mientras escucho débiles ecos en
la distancia, una sonrisa da forma a mi boca cuando reconozco los
gemidos.
Espero reemplazar las palabras de mi padre que se reproducen en
mi mente una y otra vez, a pesar de que he hecho todo lo posible para
bloquearlas.
—¿Cuándo terminará, Santiago? ¿Cuándo cada una de mis palabras
dejará de ser un paño rojo para un toro que es tu rabia?
Apenas me contuve de gritar la respuesta, así tal vez finalmente
detenga toda esta mierda y se rinda ya.
Nunca.
Su remordimiento, sus intentos de arreglar una cosa rota, su deseo
de encontrar al chico dentro de mí que ya no existe... nunca dejará de
enojarme, porque mi padre nos destruyó para siempre cuando dejó de
buscarme.
A pesar de que afirman que hicieron todo lo que pudieron, no lo
creo. Con sus recursos, ¿cómo no pudieron encontrarme?
Nunca podré perdonarlo ni olvidarlo, por lo que la relación que
busca es imposible.
¿Por qué no puede simplemente aceptarlo para que podamos hacer
felices a las mujeres en nuestra vida con esas cenas que no son más
que sufrimiento para nosotros?
Podría haber perdido a un héroe durante mi cautiverio, pero mi
padre perdió a su hijo.
Y a veces también lo odio por eso.
Ya no siento que me considere suyo, y sorprendentemente eso
todavía tiene la capacidad de traerme dolor, a pesar que pensé que la
emoción se había perdido para siempre para mí.
El rostro de Briseis parpadea ante mis ojos, su expresión perdida y
conmocionada plagando mi mente hasta aquí, y algo parecido a la
culpa se estrella contra mi pecho por dejarla allí sola, pero no lo
suficiente como para conducir de regreso al infierno en la tierra.
Porque irrevocablemente, eso es en lo que se convirtió la casa de mi
infancia, un museo de los recuerdos de mis padres sobre el niño que
ya no existe. Pero buscan desesperadamente traerlo de vuelta a la
vida.
Apretando mi puño, lo golpeo en la pared cercana y doy la
bienvenida al dolor que viaja a través de mi brazo y reemplazo las
emociones confusas que arden en mi pecho por la mujer que nunca
debería haber tocado en primer lugar, sin embargo, nuestro destino
nos conectó hace mucho tiempo, sin pedir nuestro permiso o voluntad.
Después de todo, ella fue traída a este mundo para convertirse en
mía, y mía se quedará, sin importar cuánto dolor le cueste.
Gemidos más fuertes penetran a través de mis pensamientos, y
borro cualquier imagen de mi esposa en mi cabeza. Ella no puede
existir en las cámaras de tortura, ya que es mi único punto brillante en
la vida. Guardo mis sentimientos por ella en un lugar especial del que
nadie podría enterarse.
Finalmente llego a la sala de tortura de Octavius, el espacio tan
jodidamente blanco que el color me ciega, y me cubro los ojos con el
brazo, murmurando:
—Joder. —Y luego, rápidamente, mi visión se ajusta, los puntos
blancos desaparecen uno por uno solo para abrir la vista en la sala de
operaciones estéril con varias máquinas zumbando a mi alrededor,
varias mesas quirúrgicas que contienen todo el equipo necesario.
Hay dos camas, alrededor de seis lámparas duramente brillantes y
diferentes medicamentos almacenados en varios mostradores de
estantes.
Sin embargo, antes de entrar, agarro el jabón cercano, me lavo y
luego agarro una toalla. Una pulsación en el botón permite que las
puertas se abran, y el olor a antisépticos contrae mis fosas nasales
mientras el suelo limpio e impecable chirría debajo de mis zapatos de
cuero.
Octavius, que ya lleva su uniforme médico y su máscara, se pone
los guantes mientras el hombre acostado en una de las camas gime,
dando vueltas, pero apenas puede moverse debido a las correas de
cuero que lo mantienen en su lugar.
—No lo hice. Son mentiras. Por favor, escúchame.
Octavius apenas me dedica una mirada mientras abre una jeringa y
saca un poco de medicamento líquido de uno de los estantes, luego
inserta la aguja en el vial.
Voy a la habitación con una pared acristalada a varios metros de
distancia donde Remi y Florian ya están sentados en el sofá, con las
piernas apoyadas en la pequeña mesa frente a ellos, whisky en las
manos, esperando el espectáculo.
—¿Desde cuándo Octavius nos permite ver?
Remi toma un gran sorbo de su vaso, se desliza más abajo en el
sofá para apoyar su cuello en la parte posterior del mismo, e ignora mi
pregunta, tragando la bebida en voz alta. Miro a Florian, que se encoge
de hombros, respondiendo en silencio a mi pregunta de qué coño le
pasa a Remi.
Aunque, teniendo en cuenta que Florian es la última persona a la
que Remi acudiría con lo que le preocupa, no estoy tan sorprendido de
que no lo sepa.
Si no fuera por su profunda amistad con Octavius, no creo que
fuera parte de nuestra hermandad. Siempre ha sido el polla más
grande, además que no le importaba un carajo con quién follaba.
—Circunstancias extremas —me dice Florian, inclinándose hacia
adelante agarrando una botella del suelo y luego extendiéndola hacia
mí, pero la rechazo.
Cierto. Podría haber tenido prisa por dejar el lugar de mi padre,
pero la única razón por la que no traje a Briseis conmigo fue porque
Remi nos envió un mensaje sobre una reunión urgente. La mierda
estaba a punto de estallar, y a ninguno de nosotros nos gustaría.
Solo una reunión urgente tiene el poder de permitir que Octavius
entre en su santa sala de tortura donde se transforma en un malvado
médico que tuerce el juramento hipocrático que hizo hace mucho
tiempo, y en lugar de salvar a la gente, los mata a todos con su
conocimiento médico.
No lo culpo mucho.
Durante la tortura, puedes aprender tanto sobre la víctima como
sobre el asesino en serie. Si estudias sus palabras, métodos y armas lo
suficiente, es posible que encuentres todos sus puntos vulnerables,
construyendo su imagen de la infancia con bastante rapidez, lo que a
su vez te permitirá controlarlo o al menos tratar de jugar bien hasta
que puedas usar dicha información en el futuro.
Y nuestras vulnerabilidades son sagradas para nosotros.
—Oye, Remi, ¿quieres compartir lo que es tan urgente que tuviste
para convocarnos aquí? —Acercándome, le doy un codazo, con la
esperanza de sacarlo de lo que sea que esté sucediendo dentro de su
cabeza.
Dejarlo demasiado tiempo para pensar suele llevar a algún
desastre, porque, joder, el hombre no tiene riendas cuando se trata de
sus impulsos.
—¿Qué sucede contigo? Nos convocaste aquí. Permíteme recordarte
que tuve que dejar a mi mujer en casa. Me gustaría volver con ella. —Y
todos no necesitan saber cuánto me lleva la necesidad de ver si está
bien, asegurándome de que no acabó llorando en nuestra casa donde
Jimena probablemente ya la ha llevado.
Y esto debería ser una señal suficiente para que me mantenga
alejado pero aún mantener un ojo vigilante en ella, porque Andreas
atacará en cualquier momento, aunque no en un futuro cercano.
No.
El carbón esperará hasta que haya pasado el tiempo suficiente para
que la embarace.
Remi finalmente abre sus ojos, tal rabia parpadeando allí que
probablemente habría enviado a otra persona corriendo, pero no a mí.
Mi frente se levanta y él rueda los labios antes de saltar, lanzarse hacia
la puerta y abrirla, antes de gritarle a Octavius.
—¿Te importaría terminarlo jodidamente más tarde? Mis planes
para esta noche no incluyen admirar tu gran trabajo.
Octavius frunce el ceño y luego cambia su mirada hacia mí,
buscando respuestas que no puedo darle, y después de un tenso
segundo en silencio, da un paso atrás, se quita los guantes, los tira a la
basura y se acerca a nosotros, deslizando su máscara por su cara.
—Ya que lo pediste tan amablemente —dice, aunque por su tono
áspero, no pasa desapercibido cómo está a minutos de perder los
estribos.
—Hoy temprano, recibí un correo electrónico de una dirección
desconocida. No le presté mucha atención hasta que recibí otro y otro,
la línea de asunto siempre me prometía encontrar algo interesante. —
Remi coge el teléfono del bolsillo y hace clic en un video mientras nos
paramos a su alrededor.
Un video en blanco y negro comienza a reproducirse, y en el
momento en que entiendo lo que es, la sangre en mis venas hierve
mientras la rabia viaja a través de mí, ola tras ola, alertando a cada
instinto de caza dentro de mí.
Florian habla primero mientras todos vemos la pesadilla de
nuestro pasado. La noche en la que colectivamente cometimos un
crimen se reproduce frente a nuestros ojos como si no hubiéramos
memorizado ese día en nuestras mentes.
—¿Es esto...
—Sí. Alguien tiene imágenes de nosotros matando al hijo de puta
—dice Remi y luego pasa a otro video—. O más bien cómo ayudamos
a Octavius a salirse con la suya.
Octavius permanece absolutamente quieto y en silencio, con los
ojos pegados a la pantalla.
—¿Qué quieres decir? —pregunto mientras desliza hacia la
derecha nuevamente, y esta vez, el video muestra al hombre huyendo
de Octavius, gritando de miedo.
—Cada video se centra en Octavius y lo que hizo.
—En otras palabras, si los policías lo consiguen, será acusado de
asesinato.
Remi asiente con la cabeza ante las palabras de Florian, y concluyo:
—Y seremos culpables por asociación.
—El hijo de puta es bueno. —Florian tira de su cabello mientras
resopla exasperado—. Y paciente. Ha logrado esperar durante tanto
tiempo.
Quienquiera que sea este hijo de puta, claramente tiene cierta
venganza contra los Cuatro Oscuros y no tiene miedo de
amenazarnos. ¿Y qué tan poderoso o inteligente debe ser para
chantajear a hombres de nuestro calibre?
—¿Has rastreado la dirección IP?
—Sí, conduce a otro país.
Florian anuncia:
—Tenemos que encontrarlo para poder matarlo.
Ignorando nuestras palabras, Octavius se vuelve medio hacia
Remi.
—¿Qué quiere él a cambio?
—Ella.
—¿Qué? —Todos exclamamos al unísono, y la boca de Remi se
inclina en una media sonrisa.
—Es una mujer. Ella quiere obtener información sobre cierto
asesino en serie que vagaba por las calles de Chicago hace unos quince
o veinte años.
En cuanto a las solicitudes de chantaje, esta es jodidamente inusual,
por decir lo menos.
¿Y ella? ¿Una mujer realmente nos desafió?
Florian enciende un cigarrillo, tomando un tirón codicioso antes de
exhalar el humo a nuestro alrededor.
—Déjame aclarar esto. ¿Una mujer quiere atrapar a algún asesino
en serie, así que decidió chantajearnos por ello? —Se ríe, asfixiándose
un poco con el humo antes de limpiarse la boca—. Tiene pelotas.
—Ella quiere que Octavius le diga la información. —Todos lo
miramos mientras se congela, su mandíbula se contrae mientras
aprieta y relaja sus manos; una miríada de emociones cambia
rápidamente en su cara, y finalmente la indiferencia se asienta una vez
más, sin dejarnos ver lo que realmente está pensando.
—Podría haber bloqueado su dirección IP, pero basado en el
asesino en serie, fue fácil encontrarla. —Desliza hacia la derecha una
vez más, y la imagen de una mujer aparece a la vista, su cabello
castaño y su apariencia simple no me suenan.
Florian chasquea los dedos.
—La conozco. Ella estaba en la boda a la que asistimos en Nueva
York. Isla.
—Sí. —Remi asiente, y finalmente el nombre se registra en mi
mente.
—¿Una policía? —Y una pésima en eso, porque es lo
suficientemente estúpida como para jugar con gente como nosotros.
—Investigadora privado ahora.
Una risita se desliza por mis labios.
—Esto es muy gracioso.
Florian comparte mi risa mientras Remi sonríe.
—Sí, también me pareció divertido.
—¿Era una buena policía? —Supongo que Remi ya ha hecho su
tarea en este caso.
—Sí, ella es buena. También apoya a su abuela en un hogar de
ancianos, ella es su única pariente viva.
—Bueno, no podemos destruirla ahora —digo. Podemos estar
locos, pero no vamos por ahí matando a personas inocentes—. Pero
necesitamos agitar un poco sus plumas y...
—Lo manejaré. —Octavius le arrebata el teléfono a Remi,
rápidamente se envía sus fotos y videos a sí mismo antes de
eliminarlos, luego le devuelve el teléfono a Remi—. Ella es mi
problema. Sé lo que quiere. —Desliza la máscara de nuevo—. Ahora,
pueden salir del infierno. —Con esto, se va, cierra la puerta y se pone
guantes nuevos mientras todos parpadeamos confundidos.
—Bueno, ciertamente fue más fácil de lo que esperaba —dice Remi
mientras Florian exhala humo nuevamente.
—¿Acaba de aceptar manejar a una mujer? Pensé que las evitaba
como la peste.
Nunca sale con citas ni permite que las mujeres cuelguen de sus
brazos; ninguno de nosotros lo hace. Sin embargo, la diferencia de
Octavius radica en cómo paga enormes cantidades de dinero por
escorts caras una vez al año para satisfacer su deseo sexual, supongo.
Lo cual es casi inexistente si folla solo una vez al año.
—Huelo problemas en el aire. —Más como una obsesión, porque
por un segundo allí, juro que capté el interés en sus ojos, casi una
mirada posesiva barriendo sobre la mujer, y mi amigo no se apega a
nada ni a nadie.
No después de la noche que destruyó para siempre su vida.
Y un asesino en serie y una policía juntos no son solo problemas.
Es un desastre que realmente tiene el poder de destruir para
siempre esta unidad.
Remi se encoge de hombros.
—Ya veremos. —Su teléfono suena y una sonrisa malvada se
extiende por su boca—. Hablando de problemas. Sam ama a tu esposa.
—¿De qué estás hablando?
Gira su teléfono, mostrándome la foto de Briseis en nuestro puto
club charlando con Sam con una bebida en la mano, su rostro
brillando de felicidad mientras Jimena está a su lado. Junto con varios
otros hombres que la miran desde las cabinas cercanas.
La ira y la rabia anteriores se mezclan, la bestia dentro de mí lista
para rugir y reclamar. ¿Está jodidamente loca por ir a un club sin mí?
¿Mientras que Andreas podría atraparla en cualquier momento?
Sin pronunciar una sola palabra, empujo a mi amigo sonriente y
me lanzo hacia la salida, listo para atrapar a mi esposa.
Lo de encontrarse con su padre es solo una excusa, y la locura que
es ella me consume; bueno, espero que esté lista para las
consecuencias.
Ah, querida. Estamos a punto de jugar un juego muy retorcido y lleno de
lujuria.
Capítulo Dieciséis
A veces, los monstruos se esconden detrás de las máscaras más bellas.
A veces, la bondad reside en los humanos más despreciables.
Averiguar en quién se puede confiar de verdad se hace muy difícil, ya que nos
rodea un sinfín de engaños.
Ángeles y monstruos, un enfrentamiento que lleva siglos gestándose.
En cada batalla, el bien y el mal se enfrentan, dispuestos a luchar hasta el
último aliento, hasta que su bando gane.
Pero...
¿Qué implica el bien?
-Santiago

UBICACIÓN DESCONOCIDA, ESTADOS UNIDOS


SANTIAGO, QUINCE AÑOS

Unos pesados pasos resuenan en el pasillo y Callum ordena:


—Rápido, chicos, pónganse las esposas antes que entren. —Artem y yo
escondemos las armas un segundo antes que aparezca Roccko.
—¿Qué coño ha pasado aquí? —Nos quedamos callados cuando revisa a
Jonathan y maldice—. El viejo cabrón por fin ha muerto. Que le vaya bien. —
Intercambiamos miradas entre nosotros, pero seguimos guardando silencio.
Entonces cambia su atención hacia nosotros y nos escanea de pies a
cabeza.
—Síganme. Hay un incendio en la parte del ala de Edward. —Hace un
gesto con la mano y nosotros hacemos lo que nos ordena.
Puede que seamos perros para ellos, pero somos los perros más queridos de
su jefe, así que debería protegernos muy bien. Lo que juega a nuestro favor,
porque entre el caos, podríamos encontrar una oportunidad para
escabullirnos, especialmente con nuestras esposas fuera del camino.
Roccko habla por el micrófono de su chaqueta.
—Todos los guardias de la puerta entren. Edward está atrapado en su ala.
Alguien en la radio responde:
—En ello.
Hago una doble toma cuando Roccko hace algo inesperado.
Me da las llaves y ordena:
—El coche está junto a la puerta. Está abierto ahora mismo, porque el tipo
trajo el suministro de pólvora. Tienen que correr tan rápido como puedan.
¿Me entienden? —Nos quedamos boquiabiertos, sorprendidos hasta la
médula.
¿El hijo de puta más malo de todos ha decidido ayudarnos?
—Ahora tú —se dirige a Artem—, "toma esto". —Le da un cuchillo de
gran tamaño y luego le da el arma a Callum. Así que soy el único que se
queda sin arma a pesar de mis habilidades. ¡Qué puta broma! No deberíamos
haber dejado caer las otras—. Y tú, sé que tienes las manos sin esposas, así
que puedes soltarlas.
Soltamos las cadenas mientras nos escondemos detrás de la pared cuando
el caos estalla a nuestro alrededor.
—Los llevaré a la puerta principal y entonces me dispararán.
—¿Qué? —exclama Callum, claramente demasiado asustado para matar
a alguien.
Roccko ignora sus palabras.
—Después, correrán hasta la puerta, que estará vacía. Tendrán un
máximo de dos minutos antes que los alcancen. Es la única oportunidad que
puedo darles —le dice al cadáver de Jonathan—. Después de deslizar la
píldora en la bebida de este imbécil, eso es.
—Por qué? —Artem hace la pregunta que probablemente está en la mente
de todos nosotros, y Roccko nos da una sonrisa triste.
—Ya no puedo trabajar de incógnito para esa mierda, y no quieren poner
en peligro sus posibilidades.
¿Así que es un agente?
¿Mi padre no pudo encontrarme ni siquiera con un agente trabajando de
incógnito y que me veía a diario por lo que podría haber reconocido mi cara de
una base de datos de niños desaparecidos?
Joder, ¿por qué me duele?
Los pasos que golpean el suelo indican que no tenemos más tiempo para
explicaciones ni para que me revuelque en la autocompasión, y nos hace un
gesto para que vayamos tras él. Avanzamos rápidamente por el pasillo, donde
todos los guardias corren en distintas direcciones. El olor a humo es fuerte
debido al incendio que se está produciendo en las otras alas.
Roccko ladra:
—Ahora.
Las manos de Callum tiemblan tanto que no puede apretar el gatillo, así
que, con una maldición murmurada, me pongo a su lado y envuelvo mis
manos sobre las de Callum para estabilizarlo. Participamos juntos en esto, así
que, si alguna vez tiene pesadillas sobre esto en el futuro, puede calmarlas
sabiendo que no lo ha hecho solo, y ambos disparamos al pecho de Roccko.
Él gime con fuerza y luego ruge:
—Vamos, vamos, vamos.
Los guardias ya gritan:
—¡Le han disparado a Roccko!
A pesar de los malos tratos y la desnutrición, corremos con todas nuestras
fuerzas hacia la puerta, mis pies descalzos arden en el concreto mientras la
dura luz del sol nos ciega, ya que llevamos mucho tiempo dentro del sótano.
Corremos como si nos persiguieran miles de perros, porque es nuestra
única oportunidad de sobrevivir. Más tarde podremos concentrarnos en el
dolor y la respiración dificultosa.
Divisamos el coche y grito:
—¡Yo conduzco!
Callum sacude la cabeza con incredulidad.
—Ninguno de nosotros sabe conducir.
¿Y jodidamente qué? Nada puede detenerme ahora. No voy a dejar que un
pequeño bache en el camino arruine este regalo que el universo me ha
concedido.
Chasqueo los dedos, jugueteando con las llaves.
—Yo me encargo.
Abre la boca para discutir cuando se da cuenta que Artem está congelado,
parpadeando ante la pólvora que hay en la furgoneta abierta. Además, hay un
alijo de encendedores y cigarrillos, y como al cabrón le gustaba fumar,
probablemente sea otra entrega.
—Artem —llama Callum, mientras me meto en el vehículo y estudio
varios botones, dándole vueltas a la mente que hace saltar diferentes recuerdos
en mi cabeza. Recuerdo vagamente cómo una vez George me sentó en su
regazo mientras esperábamos a que mis padres terminaran de trabajar, y
jugamos a un juego en el que yo era el conductor.
¡Piensa, Santiago, piensa! ¿Qué fue lo que dijo?
Por el rabillo del ojo me doy cuenta que Callum le tiende la mano a Artem,
que es más bajo que nosotros, probablemente también más joven, para que
pueda entrar con seguridad en la furgoneta.
Solo que el tipo tiene otros planes, ya que Artem pasa los dedos por
encima de los productos, casi acariciando las cosas, hipnotizado por la vista al
parecer, y Callum frunce el ceño.
—¿Qué demonios estás haciendo, Artem? —sisea, mientras juego con las
llaves del coche, intentando arrancarlo, pero sin conseguirlo. ¿Qué otra cosa
podía hacer para arrancar un coche? Había algo más, ¿no?
—¡Sube dentro! —Sin embargo, Artem ignora las palabras de Callum y,
en su lugar, coge la pólvora y los encendedores, y se apresura a entrar en la
puerta. Comienza a clavar su cuchillo en un árbol, como si quisiera cortar una
rama.
—Por el amor de Dios, ¿qué está haciendo? —La pregunta de Callum
flota en el aire mientras vuelvo a girar la llave del coche y murmuro:
"Mierda", cuando no ocurre nada, pero entonces una bombilla parpadea en
mi mente y piso el pedal. Finalmente, el motor ruge y exclamo—: ¡Gracias,
Dios!
—¡Ni siquiera sabes conducir esta cosa! —grita Callum, y le envío una
sonrisa de satisfacción.
—¿Qué tan difícil puede ser? El coche está encendido, y solo tengo que
conducir lo suficientemente rápido para sacarnos de aquí, y eso es todo. —
Señalo mis piernas con mucha más confianza de la que siento—. Aquí está el
pedal de velocidad y el freno. No te preocupes, no haré que nos maten —le
aseguro, y su mandíbula casi se cae al suelo.
—No, tienes razón, no lo harás. ¡Porque Artem malditamente nos matará
antes que tú! —Callum finalmente pierde su mierda, coge el arma y baja de
un salto, corriendo hacia él mientras me dice por encima del hombro—:
Prepárate para salir en cualquier momento. No muevas el culo.
Le doy un pulgar hacia arriba. Es divertidísimo verlo ponerse en plan
capitán con nuestros culos, ya que siempre tiene la boca cerrada. Veo una
gorra de béisbol en el asiento de al lado, me la pongo y veo mi reflejo en el
espejo retrovisor.
Tengo los labios agrietados, varios arañazos recientes en las mejillas y
toda la cara embadurnada de suciedad, ya que el último cliente me empujó la
cara al suelo cubierto de ceniza.
Un reflejo asqueroso, repugnante, pero no importa.
Solo la supervivencia.
Volviendo mi atención a los chicos, veo a varios guardias salir corriendo
de la casa en llamas, disparando balas contra ellos, pero Artem continúa
cortando la madera. ¿Qué demonios piensa hacer con ella?
—¡Tenemos que irnos ya! —le grita Callum mientras dispara a los
guardias, pero su puntería es una mierda y acaba por no darle a ninguno—.
¡Artem!
Finalmente, Artem recoge lo que tomó de la furgoneta, y esparce la
pólvora que encontramos en una línea y luego enciende la rama, dejándola
caer. Al instante, las llamas brillan a nuestro alrededor, extendiéndose a
través de la pólvora y la hierba, conduciendo directamente a la casa.
¿Se las arregló para hacer todo esto en tan poco tiempo?
Y me llaman psicópata.
—Bravo, amigo —susurro, satisfacción llenando cada poro ante la idea
de que estos hombres queden atrapados en un infierno de nuestra creación.
Los guardias se detienen bruscamente mientras Artem corre hacia el otro
lado y repite sus acciones, haciendo imposible que nadie huya.
El fuego alcanza ahora a los guardias, y aunque algunos de ellos
consiguen escapar, veo a dos de ellos arder en llamas, mientras Artem
observa, completamente quieto e hipnotizado.
Sin embargo, por muy agradable que sea este magnífico espectáculo, ya no
tenemos tiempo que perder, así que, por desgracia, el nirvana de Artem tiene
que terminar.
Sus gritos llenan el jardín, y entonces silbo, haciendo un gesto a Callum
para que golpee a Artem y lo traiga.
Callum agarra el brazo de Artem, sacándolo de su trance, y lo arrastra
fuera de la puerta mientras ordena:
—Nos vamos. Vamos, joder. —Durante todo el camino hasta el vehículo,
Artem sigue mirando el fuego, sin apenas moverse, haciendo que Callum
utilice todas sus fuerzas a juzgar por su fuerte jadeo.
Se meten dentro, y aprieto el pedal de la velocidad, el coche se mueve tan
rápido que la brisa de las ventanillas abiertas nos golpea en las mejillas
mientras Artem vuelve a contemplar su creación.
Levantando la cara hacia el duro viento y el aire fresco que llena mis
pulmones, inhalo profundamente antes de animarme.
—Esto es la libertad.
He sobrevivido.
La victoria tiene un sabor amargo en mi lengua, ya que no descansaré de
verdad hasta que todos se pudran en el infierno, donde el diablo puede darse
un festín con su carne, destruyendo sus almas y cuerpos hasta que pidan
clemencia.
Pero incluso entonces, nadie se las concederá.
Me han convertido en un monstruo incapaz de cualquier emoción
humana.
Mataron mi espíritu y mi alma, embadurnándome para siempre de sangre
y agonía que siempre se me pegará como una segunda piel.
La vida es cruel.
Y voy a demostrar a todos estos cabrones cuánto lo es.
—¿Quiere algo más, Sra. Cortez? —Lenora resopla, y yo le doy una
ligera patada por debajo de la mesa, por lo que acaba atragantándose
con su bebida.
Desde que llegamos, me han llamado señora Cortez tantas veces
que he perdido la cuenta. Parece que todo el mundo se esfuerza por
presentarse a mí o por indicarme que sabe quién soy.
Al principio, apenas me di cuenta, porque estaba demasiado
ocupada estudiando el club con la boca abierta, desde el colorido
diseño hasta el sofisticado y amplio interior.
La forma en que todo aquí grita éxito y poder, cómo el personal se
mueve impecablemente y la gente disfruta de su vida al máximo casi
me hizo pensar que estaba en un mundo diferente cuando entré.
Un mundo en el que reinaba el placer y el deseo.
Un fuerte gemido proviene de la cabina de al lado donde veo a una
mujer sentada con dos hombres, que aparentemente saben cómo
excitarla, a juzgar por cómo ha estado gimiendo y chillando durante
los últimos veinte minutos.
La camarera, Emma, se sonroja y ofrece:
—¿Le gustaría cambiar de cabina? Santiago tiene una en la
segunda planta. Es privada y nadie le va a molestar allí.
Lenora llegó poco después de nosotras y me abrazó tan fuerte que
pensé que me rompería las costillas antes de regañarme de siete
maneras hasta el domingo, y solo consiguió calmarse cuando el
propio club desvió su atención.
Después me perdonó rápidamente.
Sam nos ofreció la cabina de Santiago, pero todas nos negamos,
porque queríamos sentir el ambiente del club en toda su extensión.
Sin embargo, a juzgar por la forma en que la gente se muele entre
sí en la pista de baile y por los sonidos procedentes de otra cabina, la
primera planta está llena de gente dispuesta a tener sexo donde sea, y
no estoy segura de necesitar las imágenes ahora mismo. O nunca.
—Puede que lo hagamos. Te avisaremos cuando Jimena esté de
vuelta.
Emma asiente y se marcha, ya corriendo hacia los clientes recién
llegados.
Lenora empuja su copa vacía y apoya la barbilla en sus manos
entrelazadas mientras pone sus codos sobre la mesa.
—Ya que tu cuñada está en el baño, dime la verdad.
Oh, mierda. Debería haber esperado algo tras su alegre
personalidad la última hora sin hacer ninguna pregunta. Debería
haber sabido que preguntaría en cuanto Jimena nos dejara solas.
—¿Qué verdad?
Sus ojos se encuentran con los míos, sosteniendo mi mirada y sin
permitirme apartar la vista, porque probablemente necesita ver mis
emociones.
—¿Estás enamorada de Santiago y te casaste con él porque querías?
—Ella levanta la mano en señal de alto y añade—: Los rumores sobre
ellos y sus actos han sido notorios. Por eso me parece sospechoso que
el día en que toda tu familia fue masacrada, él se casara contigo. —Se
encoge de hombros—. Parece una locura, pero tengo que asegurarme.
Trago más allá del nudo en la garganta y respiro profundamente,
porque honestamente, ¿cómo se le miente a una persona que te conoce
tan bien que probablemente huela mis mentiras a una milla de
distancia? Sin embargo, mentir es la mejor solución hasta que averigüe
qué es lo que realmente sucede a mi alrededor y en mi matrimonio.
Mientras esperaba a que Jimena se preparara, reflexioné un poco y
llegué a varias conclusiones.
A Santiago le pasó algo horrible hace mucho tiempo, algo tan
devastador que aún le guarda rencor a su padre por ello, y la
propuesta de matrimonio surgida de la nada... plantea la pregunta de
por qué yo.
Puede que me desee obsesivamente, pero su interés por mí empezó
mucho antes de verme. Que viniera de repente a una cena organizada
por la abuela no fue una coincidencia, ¿y que luego ignorara a
Addison y Ava?
Sí, vino esa noche para ver y formar una conexión conmigo.
¿El encuentro en la biblioteca y la ceremonia de boda que siguió?
Santiago actúa como si nuestro tiempo estuviera corriendo y todo
podría girar sobre su eje en cualquier momento.
Lo que probablemente no sería tan extraño si uno piensa que es un
asesino en serie obsesionado con una mujer que lo rechaza, excepto...
¿Lo rechacé?
Sucumbí a nuestro deseo y le entregué mi cuerpo antes que
surgiera su oscuridad, así que por muy ingenua que parezca, sé que
este matrimonio no tiene nada que ver conmigo y sí con otra cosa.
Su pasado.
Solo el pasado de un monstruo tiene el poder de sacudir tanto los
cimientos de su vida que toma decisiones inusuales.
Si su temporizador no estuviera en marcha, nunca habría revelado
lo que realmente se esconde detrás de la imagen perfecta y temeraria
que es Santiago Cortez.
Necesito descubrir lo que realmente ocurrió hace tantos años, y
será la clave de toda la angustia que me corroe.
Soy impotente para detener mi atracción por él, mi cuerpo siempre
responde al suyo, y tal vez... Solo tal vez si su explicación es lo
suficientemente buena, podría cerrar los ojos a todos sus actos y vivir
esta vida como su esposa.
La obsesión de su padre no ha disminuido con los años, así que
¿por qué iba a hacerlo la suya?
Es una locura que esté dispuesta a atarme a un psicópata, pero esa
es mi fea verdad, y tengo que asumirla.
Jugar al juego de empujar y tirar me agota.
Tal vez si no me hubiera enamorado de él durante años desde la
distancia, no habría actuado de esta manera o incluso habría
agradecido su contacto.
O más bien, si hubiera conocido el afecto y el amor humano
normal, no habría estado tan hambrienta de ellos ni tan dispuesta a
aceptarlos de él y de su loca familia, que cree que chantajear a alguien
para que se case es una gran idea.
En algún lugar, un psicólogo probablemente sacuda la cabeza ante
mis pensamientos.
Lenora me da un pequeño empujón con el pie, y vuelvo al tema
que nos ocupa, mientras ella incita:
—¿Y bien?
—Sí, estoy enamorada de él. Ya sabes todas las historias de que su
padre se volvió loco por su madre, ¿verdad? —Ella asiente—. Nos
conocimos una vez en Grecia y hablamos mucho por teléfono después
de eso. —Ella deja caer las manos sobre la mesa sorprendida por mí
tontería rápida—. Me propuso matrimonio, así que decidí vivir el
momento. ¿Por qué esperar? La vida es demasiado corta.
Lenora recorre en silencio sus orbes sobre mí, digiriendo esta
información mientras estoy sudando balas. Finalmente, una enorme
sonrisa se dibuja en su rostro.
—Oh, Dios mío. Es verdad. Soy muy feliz, y debemos brindar por
ello. —Ella envuelve su mano alrededor de su vaso y lo levanta—. Por
la novia y... oh, mierda, olvidé que está vacía. —Llama a un camarero
que pasa por allí, pero nadie le presta atención, sobre todo porque
nuestra cabina está aislada en una esquina y apenas hay luz aquí. Lo
que funciona espléndidamente para la mujer que está a punto de tener
su primer orgasmo—. Ni siquiera puedo brindar por mi mejor amiga
encontrando a su hombre.
Golpeando en la mesa, le muestro un botón.
—Se supone que debes pulsar aquí en lugar de llamar.
Lenora se levanta en su lugar y se ajusta su florido vestido,
guiñándome un ojo.
—Creo que me voy al bar. Volveré pronto.
—Claro —respondo distraídamente, mirando hacia el pasillo del
baño, y frunzo el ceño, sin ver a Jimena por ningún lado.
¿Cuánto tiempo lleva ahí, unos quince minutos? ¿No debería haber
salido ya?
Dejo el vaso sobre la mesa, me levanto de un salto y me dirijo al
baño, queriendo asegurarme de que está bien, porque se sentía mal
durante el viaje.
Navegando a través de los diversos cuerpos en la pista de baile
presionando unos contra otros, veo varias manos deslizándose dentro
de pantalones o vestidos, donde no estarían en lugares más decentes.
Acelero un poco y finalmente termino en el estrecho y negro pasillo
que conduce a las brillantes puertas del baño que muestran mi reflejo.
Cuando estoy a punto de atravesarlo, oigo dos voces que vienen de
mi derecha y doy unos pasos atrás, notando otro pasillo que lleva a la
puerta del ascensor, y a juzgar por cómo nadie deambula por aquí,
debe ser la zona que lleva al "espacio de chicos" que Sam mencionó
antes.
—Necesito hablar contigo. —Reconozco ahora la voz de Jimena,
me acerco de puntillas y me apoyo en una de las columnas, espiando
sutilmente para que no se den cuenta de mi presencia. Veo a Jimena y
a Florian para mi sorpresa, ya que Sam nos dijo que los cuatro oscuros
no pensaban venir aquí esta noche.
Espiarlos está mal en muchos niveles, pero no quiero interrumpir
lo que sea que esté pasando ahora y ponernos a todos en una situación
incómoda. No puedo volver ahora sin que me oigan; mis tacones
chirrían con fuerza, ya que la música del club ha cesado
temporalmente.
Florian pulsa el botón del ascensor. La frialdad cubre su voz
cuando le responde, lo que me hace sentir incómoda, y me pregunto
cómo Jimena no da un paso atrás.
—Qué pena. Mis planes para esta noche no te incluyen.
Se frota los brazos, haciendo una pequeña mueca como si le doliera
físicamente oírle decir eso, pero endereza la espalda a pesar de todo,
mientras presiona:
—Es importante, Florian. La noche que pasamos juntos hace
meses...
Él no la deja terminar, interrumpiéndola enseguida.
—No significa nada para mí. —Jimena palidece un poco, y yo
sacudo la cabeza incrédula ante su crueldad, mientras la rabia se
enciende dentro de mí, mis puños pican por dar un puñetazo a Florian
y que se atragante con sus palabras.
¿Se acuesta con la hermana de su mejor amigo y luego le dice que
no significó nada? Siempre supe que era un gigolo, pero al menos
pensaba que era un gigolo decente, no un imbécil.
—Lo sé. Lo dejaste absolutamente claro. —Se retuerce las manos y
sigue hablando, aunque por cómo su pecho sube y baja, sé que le
cuesta un gran esfuerzo—. Hay algo que deberías saber.
Su risa gélida resuena en las paredes, y se enreda los dedos en el
cabello, antes de escupir:
—Nunca he tenido a alguien tan pegado a mí después del sexo. —
Jimena se queda paralizada y él le levanta la barbilla para que sus ojos
se encuentren mientras se acerca—. Nadie se siente atraído por la
desesperación, y tú, cariño, apestas a ella. —Mira el reloj de platino
que lleva en la muñeca y anuncia—: Tengo que ir a un trío. A menos
que no te importe acompañarme. Puedes quedarte a mirar si quieres.
—Le da un golpecito en la nariz—. Podrías aprender un par de cosas.
Su bofetada llega tan rápido que apenas tengo tiempo de
parpadear, su palma rebota en la mejilla de Florian y deja una huella
roja en su piel.
La mandíbula de Florian hace un tic, pero por lo demás no muestra
ninguna reacción exterior, mientras Jimena respira con fuerza y cada
una de sus palabras es más dura que la anterior.
—¿De verdad creías que querría estar contigo después de que
huyeras como un cobarde? ¿Cómo puedes ser tan iluso? —Ella le clava
el dedo en el pecho, con nada más que furia visible en su rostro—.
Noticia de última hora, cariño, ninguna polla de este planeta es lo
suficientemente buena como para convertirme en un felpudo. Y menos
la tuya. —Se echa el cabello oscuro hacia atrás, los mechones caen
sobre su hombro mientras sus manos alisan su vestido rojo de
verano—. Estoy embarazada. Pensé que te merecías oírlo de mí. Así
que ahora, sinceramente, vete a la mierda, Florian. —Se da la vuelta y
pasa por delante de mí, sin siquiera mirarme mientras el ascensor
suena y abre sus puertas.
Florian mira en su dirección antes de entrar, y le veo golpear la
pared con el puño tan fuerte que lo sacude antes que la puerta cierre
su rugido.
—Dios mío —susurro.
Jimena está embarazada y Santiago va a matar a Florian en cuanto
se entere.
Una palabra que describe perfectamente esta situación es lío.
Tal vez por eso la gente no debería meter las narices en los asuntos
de los demás y escuchar a escondidas.
Frotándome la cabeza por el dolor de cabeza que se está formando,
me doy la vuelta y vuelvo lentamente a la zona principal, con la
música tan alta que el suelo vibra bajo mis zapatos mientras el olor a
cigarrillos y alcohol flota en el aire.
Al ver a Jimena y a Lenora en la cabina, me recompongo para que
no se me noten las emociones en el rostro y para que la noche no sea
una mierda para todos los involucrados.
Porque, al parecer, donde están los Cortez, el drama los sigue.
Alguien me agarra el codo y veo a un hombre de mi edad
dándome una sonrisa juvenil que resalta los hoyuelos de sus mejillas.
—Hola, hermosa. No te había visto antes. ¿Te gustaría bailar?
Sonrío agradablemente y retiro con cuidado mi codo de su agarre.
—No, gracias.
—¿Entonces me dejas invitarte a ti y a tus amigas a una copa?
Como homenaje a tu belleza. —Abre la boca para decir algo más, pero
sus ojos se nublan de confusión, transformándose rápidamente en
miedo, y retrocede cuando una mano fuerte y musculosa rodea mi
cintura y me empuja a un pecho musculoso. El olor masculino que
llena mis sentidos me permite saber de quién se trata sin necesidad de
volverme. Aunque lo habría reconocido por el calor que irradia su
cuerpo, que me calienta al instante de pies a cabeza—. Santiago —lo
saluda, sonriendo nerviosamente y metiendo las manos en los
bolsillos.
—Nadie toca a mi esposa, Steven. —Su voz se mantiene tranquila y
uniforme, pero no se me escapa la posesividad que resuena en cada
palabra—. No vuelvas a repetir ese error.
—Tomo nota. No sabía que era la novia. Enhorabuena por la boda,
hombre. —Ni siquiera me dedica una mirada mientras se aleja hacia la
barra.
—No deberías haber hecho eso —le digo, dándole una palmada en
el brazo e intentando zafarme, pero él solo lo aprieta a mi alrededor,
pasando su nariz por mi cuello y haciendo que se me ponga la piel de
gallina.
—No debería haberte tocado. —Su otra mano se desliza por mi
brazo, el pulgar rozando suavemente mi codo, pero la voz áspera que
me susurra al oído es todo lo contrario—. Y no habría tenido la
oportunidad si no hubieras venido aquí sin mí.
Me erizo de fastidio, ignorando los rápidos latidos de mi corazón y
el calor abrasador que recorre mi sistema ante sus maneras
cavernícolas que me excitan a pesar del sentido común.
—Entonces, quizá no deberías haberme dejado en casa de tus
padres.
Poniendo sus labios en mi cuello, muerde la piel con fuerza, y se
me escapa un gemido cuando inmediatamente lame la carne dolorida
antes de chuparla, dejando sin duda un chupón.
¡El imbécil territorial me marca como si fuera un caballo!
El deseo corre por mis venas, a mi cuerpo aparentemente no le
importa una demostración pública de atención mientras signifique
tener su toque en mí. Tiro de su brazo, queriendo avanzar, y
sorprendo momentáneamente a Jimena y Lenora mirando a cualquier
parte menos a nosotros.
Sin embargo, puedo sentir físicamente los ojos de casi todo el
mundo sobre nosotros, y eso me inquieta, mis mejillas se calientan, así
que vuelvo a darle una palmada en el brazo.
—Basta ya. La gente está mirando —siseo y suspiro aliviada
cuando me suelta, solo para jadear cuando me hace girar, me abraza
tan fuerte que mis curvas se amoldan a cada uno de sus músculos y
me provoca sofocos por todo el cuerpo.
Me enreda los dedos en el cabello, apretándolo con tanta fuerza
que me lloran los ojos, y luego me echa la cabeza hacia atrás,
inclinándose más cerca, con su aliento abanicando mis mejillas.
—Dejemos claro para todos los que están aquí a quién perteneces,
¿de acuerdo? Para que todos sepan que eres mi esposa. —Pega su boca
a la mía, tragándose mi gemido cuando su lengua se mete dentro,
explorando mi boca, mientras busca la mía, rozándola una y otra vez
mientras me acerca más y más a él, casi sin dejarme respirar.
El beso que me da es apasionado, caliente y tan profundo que
parece que quiere grabarse en mí para siempre, hacer que solo
recuerde su boca en la mía y que nunca me cuestione quién tiene tanto
poder sobre mi cuerpo.
Haciendo caso omiso del sentido común y de las voces que se oyen
de fondo, en su mayoría silenciadas por la música, le rodeo el cuello
con los brazos y me aprieto contra él mientras sigue devorando mi
boca. Envía pinchazos a través de mí y llena mi núcleo de un intenso
deseo que exige ser calmado aquí y ahora.
Respiramos con fuerza en la boca del otro mientras él atrapa mi
labio inferior entre sus dientes, tirando de él y mordisqueándolo un
poco, dejando un escozor antes de pellizcar mi barbilla y volver a unir
nuestras bocas. Esta vez, sin embargo, la intrusión es más suave, su
lengua luchando perezosamente con la mía mientras sus manos se
deslizan hacia mis caderas y sus dedos agarrándome tan fuerte que
gimo. Su erección empujando sutilmente en mí me vuelve loca, y mis
pezones irguiéndose contra el sedoso material del vestido.
Me tiene prisionera en su abrazo, su boca domina la mía como si
fuera el dueño de mi cuerpo y mi alma. El mundo exterior deja de
existir, dejando solo a mi marido, que es un monstruo disfrazado, pero
la lujuria que llena cada poro y calienta mi sangre hace que sea
imposible resistirse a él.
La necesidad de él me consume, el deseo de estar cerca de él y a la
vez huir a la guerra. El hecho de no saber qué se esconde detrás de su
corazón me confunde, mientras que el deseo de conocer todos sus
secretos me asusta.
El hombre que debería ser mi mayor enemigo es, de alguna
manera, el único hombre de este planeta en cuyos brazos me siento
segura y protegida, pero también querida, aunque su chantaje me
haya traído hasta aquí.
Santiago termina lentamente el beso, dándome ligeros picotazos
sin dejar de abrazarme. Mis ojos se abren de golpe cuando su pulgar
roza mis labios que deben estar hinchados, sus orbes de zafiro
flameando con tanta fuerza que no deja lugar a dudas de que los
deseos similares lo impulsan. Me abraza, moviendo mechones de mi
cabello a un lado mientras apoya su cabeza en el hueco entre mi
hombro y mi cuello, susurrando en mi oído.
—Querida, tu boca debería estar prohibida.
Temblando un poco, pregunto:
—¿Por qué?
—Porque con un solo beso, lo único que quiero es follarte duro
sobre la barra del bar y reclamarte para que todos te vean. —Gimoteo,
y él se ríe, haciéndome cosquillas en el cabello de la nuca—. Eso te
gustaría, ¿verdad? Yo separándote los muslos y comiéndote mientras
todos ven cómo tu piel se enrojece. Escuchar esos putos gemidos que
se deslizan por tu boca, que son un problema con mayúsculas, y cómo
te deshaces en mis brazos. Toda mujer desearía ser tú mientras todo
puto hombre querría cambiarse conmigo. —Me muerde el lóbulo de la
oreja antes de pasar la lengua por encima, las imágenes que crea en mi
cabeza me mojan tanto que me da miedo moverme, pero aun así
continúa—. Podría hacer esto y miles de cosas más dentro de mi club,
y nadie pestañearía. —Sus dedos agarran mis caderas de forma tan
dolorosa que me muevo con angustia, pero por supuesto no me deja—
. Sin embargo, no voy a hacer ninguna de esas cosas, por mucho que la
necesidad me acelere, porque me perteneces a mí y solo a mí. No
comparto a mi mujer con otros hombres. Ni siquiera la idea de ella. —
Se echa hacia atrás y me palmea la cabeza, una sonrisa perfilando su
boca mientras me guiña un ojo—. Así que recuérdalo cuando vengas a
mi club sin mí.
Es entonces cuando me doy cuenta que casi todo el mundo nos está
mirando, algunos incluso haciendo fotos, por lo que nuestro beso
probablemente estallará en todas las redes sociales, y la vergüenza
familiar me llena una vez más por lo fácil que sucumbí a él, pero más
aún delante de todos los demás.
Y quién sabe quién más experimentó esto con él aquí.
Apartándome de él, le digo en voz baja:
—Espero que hayas disfrutado del espectáculo.
Él niega con la cabeza.
—No fue un espectáculo. Solo les estoy haciendo saber quién es el
dueño de este cuerpo. Así que, si alguien se atreve a dejarse tentar por
él, pagará un alto precio.
Ni siquiera me molesto en comentar esta ridícula declaración.
—¿También eras así de posesivo y obsesivo con tus otras mujeres,
o ellas tuvieron la suerte de tener la experiencia del mostrador del bar?
—Me arrepiento de las palabras en el momento en que las suelto, no
solo porque están recubiertas de celos, lo que probablemente le
divierte mucho, y muestran mi vulnerabilidad.
Sino también porque tengo miedo de lo que dirá, y entonces no
volveré a pisar este club nunca más.
No estoy segura de por qué me importa, considerando todas las
cosas. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.
Como él matando a gente.
Sin embargo, Santiago no se ríe ni se burla de mí. En cambio, me
dice:
—Nunca he besado a nadie antes. —Parpadeando sorprendida por
esta revelación, lo miro incrédula, porque... ¿qué? ¿Cómo es posible?—
. No hace falta que te pongas territorial, querida. No me obsesiono ni
soy posesivo con nadie más que contigo. Tampoco me involucré en
demostraciones públicas de afecto en el pasado. —Me pasa la mano
por el cabello—. Eres muy especial.
Las mariposas revolotean en mi estómago, este conocimiento
calienta mi estúpido corazón al que le gusta la idea de ser algo especial
para él, pero sigo enojada por su comportamiento.
No puede decirme que me va a tratar como a su mujer para luego
dejarme tirada como si no tuviera opinión y darme órdenes sobre
dónde ir y con quién.
Así que le digo antes de lanzarme hacia la cabina:
—Bueno, he besado a muchos chicos. —No es exactamente la
verdad, creo que cinco chicos apenas cuentan como muchos, pero
entonces él no necesita saberlo, ¿verdad?
Consigo llegar a la mesa antes que me alcance, la mirada oscura en
sus ojos haciéndome saber que voy a pagar por ello más tarde, y un
escalofrío me recorre la espina dorsal.
Mis cejas se levantan al ver a Remi sentado con ellas, fumando un
cigarro, mientras las chicas entablan alguna conversación, pero no me
pierdo las sutiles miradas que Lenora lanza a Remi.
Me sonríe.
—La novia ruborizada ha vuelto de su sesión de besos. Empezaba
a pensar que te irías bailando a tu luna de miel.
Me toco las mejillas encendidas y le saco la lengua, ella se ríe y
luego cambia su enfoque hacia mi marido—. No nos conocemos, pero
no importa. Amo a mi amiga, así que, por favor, trátala bien. Si no,
vamos a tener problemas. —Le tiende la mano—. Lenora.
La boca de Santiago se inclina divertida. Le da la mano y dice:
—Funciona en ambos sentidos. Si no la tratas bien, no tendrá una
amiga. —Me pongo tensa al oír esto, reconociendo la verdad que
resuena en su frase y haciendo saber claramente a Lenora que le
importan un carajo sus amenazas y que, en cambio, reparte las suyas.
Y comparado con ella, él puede cumplir, al menos en su mente.
Aprenderá a aceptar esta amistad si quiere una relación duradera.
—Sabía que me ibas a gustar. Tenías un aura sobre ti. —Ella le
devuelve la mano y comprueba la hora en su teléfono—. Creo que me
voy a ir ahora. Tengo una llamada matutina con Amalia para revisar
varios diseños antes de volar a Nueva York.
El cigarro de Remi se detiene a medio camino de su boca, y arranca
sus orbes de la pista de baile y le presta toda su atención a mi amiga,
con los ojos entrecerrados una fracción.
Apartando el humo que nos rodea, respondo:
—Claro. Espero que tengas tiempo y podamos vernos antes que te
vayas. —No hemos conseguido interactuar mucho esta noche y,
además, solo era para asegurarle que estoy bien de todos modos.
—Me parece bien. —Se levanta y abre los brazos, abrazándome con
fuerza y meciéndonos de lado a lado—. Odio no haber sido la dama de
honor, pero estoy muy, muy feliz de que hayas encontrado al elegido
—murmura solo para mis oídos y se echa hacia atrás, cogiendo su
teléfono—. Voy a pedir un taxi y ponerme en camino.
Remi se levanta, sus movimientos son tan gráciles e impecables
que me recuerdan a una pantera merodeando por el bosque.
—Te llevaré a casa.
Los ojos de Lenora se abren, pero rápidamente sacude la cabeza.
—No hace falta. No quiero molestar a nadie.
—Estaba a punto de irme de todos modos. —Luego le ofrece a
Jimena—: ¿Necesitas que te lleve a casa también?
Jimena, que ha permanecido callada durante casi todo el
intercambio, reúne una sonrisa para él, aunque todavía puedo ver
rastros de la tristeza que tan bien enmascara.
—Si no te importa. —Ella se desliza y él la atrae hacia él, pasándole
el brazo por los hombros y besándola en la mejilla.
—Por supuesto que no, cariño. ¿Cuándo lo he hecho?
Ella le acaricia el pecho, y aunque el abrazo podría haberse
considerado romántico, ni siquiera se siente así. Pero me hace
preguntarme por qué se enamoró de Florian cuando puedo ver a Remi
siendo tan cariñoso con ella...
A no ser que el hecho de que la familia de ella prácticamente lo
haya criado tenga que ver con eso, y que se vean como hermanos.
Nos lanza un beso a Santiago y a mí.
—Nos vemos mañana en el desayuno.
—Adiós, cariño —dice Lenora cuando pasan junto a nosotros, y
Remi me hace un gesto con la cabeza mientras Santiago lo despide
levantando el mentón.
Una vez que están en la pista de baile, abriéndose paso entre las
parejas para salir, digo:
—Remi no ha sido mi persona favorita, pero dale las gracias por
ser amable con mi amiga.
Santiago resopla.
—Amable, una mierda. Nunca hace nada si no le beneficia o le
hace avanzar hacia su objetivo.
Cogiendo el vaso, lanzo mi propia pregunta.
—¿Y llevar a mi amiga le beneficia en qué sentido?
Pero no contesta, aunque no me importa mucho mientras el tipo no
le haga daño a mi amiga. Al menos puedo estar segura sabiendo que
le gusta una mujer en Nueva York.
Un momento...
Santiago no me deja pensar en ello, ya que debe recordar las
palabras de despedida de su hermana, porque me pregunta:
—¿Desayuno?
—Tu madre nos invitó a quedarnos con ellos esta noche, y yo he
aceptado. Así que mañana tendremos un desayuno familiar.
Si las miradas pudieran matar, ahora mismo estaría muerta.
Un camarero pasa por delante de nosotros y Santiago arrebata la
botella de tequila de la bandeja. Después de golpear la tapa y dar un
trago, se limpia la boca con el dorso de la mano.
—¿Qué acabas de decir? —Aunque su tono se mantiene tranquilo y
uniforme, la ira y la rabia se perciben en los bordes de la misma,
enviando escalofríos por mi columna. Retrocedo un poco, el asiento de
la cabina chocando contra mi muslo.
—Ella quería un desayuno familiar, así que acepté.
—Aceptaste. —Repite mis palabras, una risa hueca se desliza por
sus labios, y traga más de su bebida antes de continuar—. ¿Mi
conversación con papá no te dio un pequeño indicio de que no me iba
a gustar esta decisión?
Trago más allá del nudo en la garganta mientras veo que aprieta la
botella con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos. Como
tengo miedo que se rompa en cualquier momento, le respondo:
—Desde que me dejaste allí sola, tus sentimientos no tuvieron en
cuenta mi decisión.
Sus ojos parpadean peligrosamente, la mirada gélida arde tan
intensamente que me encojo por dentro, odiando cómo en cuestión de
minutos ha pasado de ser el hombre que no podía esperar a follarme, a
un hombre cuyas manos probablemente ansían estrangularme el
cuello.
En cambio, vuelve a levantar la botella, tragándola con avidez. Su
nuez de Adán se balancea, llamando la atención sobre su impecable
cuello, y luego deja la botella sobre la mesa.
—Esta vez has ganado, esposa mía. —Se inclina más, atrapando mi
barbilla entre sus dedos e inclinando un poco mi cabeza para que no
pueda escapar de su mirada—. Que sea mi disculpa. —Jadeo cuando
sus dedos se clavan con más fuerza en mi piel antes que sus nudillos
recorran mi mejilla mientras su voz se reduce a un frío susurro—. Pero
si alguna vez te pones del lado de alguien más, ya sea mi madre o mi
enemigo contra mí… —Se detiene, dejando que mi imaginación
construya mis propias imágenes de lo que supondrá ese castigo, pero,
por alguna razón, la culpa me recorre cuando no oigo ira en su voz.
Más bien, un dolor irracional, como si el hecho que yo haya
ignorado sus sentimientos al respecto hubiera aplastado alguna parte
de él. Eso es imposible, ¿verdad?
Los monstruos no experimentan el dolor y el daño. Lo infligen a
otros.
¿Por qué entonces me pesa el corazón ante la mirada en su cara que
enmascara rápidamente? Todo lo que hay dentro de mí grita que lo
haga bien, y abro la boca para explicarle que su madre me puso en una
situación a la que no podía negarme, cuando una voz profunda y
ronca procedente de detrás de él nos congela a los dos.
—Ah, ¿ya se ha acabado la felicidad conyugal?
Santiago da media vuelta, maniobrando para que me apriete a su
lado, y mis ojos se abren cuando se posan en los dos hombres que
están frente a nosotros.
Ambos son altos, casi de la misma altura. Sus anchos hombros
muestran sus físicos musculosos mientras sus auras gritan peligro y
poder a todo lo que les rodea.
No me cabe duda que rara vez alguien se cruza con estos dos
hombres, y si alguien es lo suficientemente estúpido como para
hacerlo... paga un alto precio por ello, lo que probablemente divierte a
los dos, a juzgar por las frías sonrisas que marcan sus rasgos.
Sin embargo, ahí acaban las similitudes y empiezan las diferencias.
Centrando mi mirada primero en el de la derecha, me fijo en su
cabello oscuro que termina ligeramente por debajo de las orejas,
mientras que sus ojos marrones parecen guardar secretos que nadie
descifrará jamás. Lleva una chaqueta de cuero, unos pantalones y una
camiseta pegada al pecho que muestra perfectamente su tallado
paquete de seis. Aunque la belleza del hombre desaparece
rápidamente cuando detecto el filo arremolinándose a su alrededor
como si advirtiera de su naturaleza cruel.
Cambiando mi atención al de la izquierda, mi mirada lo recorre y
empiezo a pensar que quizás el de la derecha no sea tan malo, porque
éste es positivamente letal.
Lleva el cabello recogido en un moño, pero el inusual azul con las
puntas coloreadas en naranja me recuerda al fuego extendiéndose
mientras los mechones naranjas se entrelazan con el azul. Sus ojos
grises permanecen absolutamente fríos, sin ninguna emoción o
expresión visible en ellos, haciendo que parezca que ni siquiera es
humano. Varios tatuajes que marcan su cuello y su pecho son visibles
gracias a la V de su camiseta, que se ciñe a su forma. Él también lleva
unos pantalones azules. A pesar del clima ligeramente más frío, el
hombre parece no inmutarse por ello, ya que no lleva ninguna otra
ropa.
Cada centímetro de su cuerpo grita dolor y estragos, como quién
destruya después dependiera de su estado de ánimo.
Sus apariencias y cómo Santiago se mantiene imperturbable ante
su presencia me hace saber que probablemente participen en las
mismas cosas oscuras que mi marido y que, por lo tanto, debo
mantenerme lo más lejos posible de ellos.
Trato de lanzarme hacia adelante, queriendo volver a la pista de
baile o a otro lugar para no estar en su compañía, pero Santiago solo
me sujeta más fuerte, su mano recorriendo mi brazo con movimientos
tranquilizadores.
—Ya sabes lo que dicen. El sexo de reconciliación es el mejor. —
¿Me está tomando el pelo ahora mismo? Además, ¿quién le prometió
sexo de todos modos?
Aunque, he sido tan débil cuando se trata de él, ¿es de extrañar que
espere cosas de mí?
El chico de cabello azul se frota la barbilla, frunciendo las cejas,
mientras pregunta:
—¿Es eso lo que era? —Entonces su mirada se posa en mí, y
finalmente se presenta—. Arson Scott. Felicidades por la boda, Briseis.
—Su nombre no me suena, ¿pero no debería, ya que es amigo de
Santiago?
El otro tipo asiente a su declaración y me extiende la mano, con la
palma hacia arriba.
—Callum MacRae. —Solo para retirarla con una risa cuando mira
a Santiago.
Santiago saca su teléfono del bolsillo trasero, se lo pone en la oreja,
y cuando la persona al otro lado contesta, ordena:
—Sam, ven aquí. —Cuelga, y entonces nuestras miradas se
conectan mientras me dice—: Ella te hará compañía mientras hablo
con mis invitados. —Sus dedos se clavan en mi piel y me abraza más
fuerte, haciendo imposible pensar en nada ni en nadie más que en él—
. No hagas ninguna tontería. —Presiona sus labios contra mi frente y
luego me empuja hacia la cabina, de modo que aterrizo allí justo
cuando Sam aparece junto a nosotros—. Ojos en ella todo el tiempo. Si
se va de aquí, estás despedida. —Emite su advertencia y luego pasa
por la pista de baile y el pasillo que lleva a su sala privada mientras los
hombres me echan una última mirada antes de seguirlo, pero creo que
lo hacen solo porque necesitan discutir algo con él.
Por lo demás, creo que nunca siguen las órdenes de nadie.
Mientras observo sus espaldas, me pregunto quiénes son esos
hombres, pero, sobre todo, por qué están aquí.
Si te casas con un jinete oscuro, no habrá un momento aburrido en
tu vida.
Y, por desgracia, eso incluye conocer a los hombres más temibles
del país.
En el momento que estamos dentro de la sala de conferencias de la
segunda planta, cierro la puerta y señalo el bar.
—¿Alguien quiere una copa?
—Sí, porque he venido a beber tequila. —Arson camina alrededor
y se deja caer en una silla cercana mientras Callum se sienta a su lado,
deslizando el cenicero más cerca de ellos mientras saca un paquete de
cigarrillos del interior de su chaqueta.
—Me parece justo —respondo, sentándome en la silla e
inclinándome hacia atrás, levantando las cejas—. ¿Por qué están aquí?
Arson mueve el encendedor entre sus dedos suavemente,
casualmente encendiéndolo mientras Callum se inclina hacia delante
para encender el suyo también antes de volver a jugar con él, su
juguete constante desde que creó aquel fuego cuando escapamos hace
tantos años.
Cuando Artem murió y Arson nació en su lugar.
Y le cogió el gusto a quemar gente viva mientras le rogaban que no
lo hiciera.
—¿Así que está bien cuando vienes a nuestras ciudades, pero
necesitamos una explicación para una pequeña visita? —Callum se
pregunta en voz alta, enviando humo a nuestro alrededor. Se dirige a
Arson—. Huele a doble moral, ¿no?
Arson no se molesta en responder a esa afirmación, pero, de nuevo,
ninguno de nosotros lo espera. Es un depredador silencioso que
estudia cada uno de tus movimientos antes de atacar donde más te
duele, para utilizarte como mejor le parezca.
Amigo o enemigo, nadie está a salvo en su compañía; tal vez esa
sea una de las razones por las que me gusta tanto irritarlo y aparecer
en Nueva York cuando me ha pedido repetidamente que no lo haga,
ya que le trae problemas con Lachlan.
Además, detesto que alguien me prohíba algo, así que, de
cualquier manera, funciona.
Callum, sin embargo, es una bestia totalmente diferente; ese cabrón
sonreirá y seducirá a cualquiera y a cualquier cosa antes de mostrar su
verdadero yo, y luego torturará a alguien tanto que desearía no
haberse cruzado nunca con él.
Mortal, despiadado, sin corazón.
¿Quién iba a pensar que un niño tranquilo que temblaba cada vez
que se abrían las puertas y lloraba después de toda la mierda que le
infligían se convertiría en un hombre cuyo único placer en la vida es
destruir a ciertas personas?
Un hombre que ha permanecido solitario y que reside en Houston,
sin creer en hermandades o amigos, prefiriendo confiar solo en sí
mismo. La única razón por la que está aquí es porque tiene una deuda
conmigo.
La voz de Arson me devuelve al presente.
—Un viento me susurró al oído acerca de tus planes. Encontraste a
Andreas.
Me apoyo en la mesa y sonrío ampliamente, aunque por la frialdad
que recubre mi tono, pueden oír mis verdaderas emociones al
respecto.
—No sabía que Lachlan era tan chismoso.
—Vi el expediente. No era difícil adivinar quién necesitaría esta
información.
Callum hace un gesto con la cabeza hacia Arson.
—Lo compartió conmigo y pensamos que convenía hacer una
visita. ¿No estás de acuerdo? —Golpea su cigarrillo en el borde del
cenicero—. Sobre todo teniendo en cuenta que te casaste con su hija.
Supongo que a estas alturas el enfrentamiento es inevitable. ¿Alguna
idea de cuándo podría ocurrir?
—Si se casó con su hija, significa que el cabrón quiere un heredero,
¿no? —pregunta Arson, volteando su encendedor entre los dedos
antes de encenderlo y mirar las motas azules y naranjas que se
entrelazan—. Así que supongo que uno o dos meses... dependiendo de
lo mucho que piense trabajar en ello.
Callum resopla, presionando la colilla en el cenicero.
—Qué gran plan. Despiadado también. —Chasquea la lengua, el
sonido me enerva los nervios, y mi mano se aprieta.
—Hace honor a su reputación. En el caos prosperan. —Arson se
burla del lema de los cuatro jinetes y se inclina más, bajando la voz
mientras dice—: Aquiles estaba dispuesto a abandonar la guerra
cuando le quitaron a Briseis. Debe estar decepcionada.
—No estar a la altura de su homónima. Qué destino tan
lamentable.
—A menos que ella no sepa sobre su querido padre.
—Hmm... Interesante punto.
Pensé que les debía una por toda la mierda que les hice durante
años mientras me encantaba joder con sus personas, pero mi paciencia
tiene un límite.
A. La. Mierda. La. Deuda.
—Suficiente. ¿Qué quieren?
Callum tamborilea con los dedos sobre la mesa.
—Personalmente, no queremos nada. ¿Y tú?
Mis cejas se fruncen en confusión mientras intento procesar lo que
quiere decir con eso. Seguro que no se han presentado en mi ciudad
para ofrecerme ayuda.
Apenas salen de sus ciudades a menos que ocurra algo urgente, y
como me han demostrado, no me consideran un asunto urgente.
Arson debe leer mi pregunta silenciosa, porque responde.
—Está enfermo y, personalmente, nos encantaría participar en esta
misión para poder acabar con él y con todos sus conocidos. —Espera
un momento antes de añadir—: Y ayudarte a ti.
—En resumen, estamos aquí para ti. Solo dinos si necesitas algo
—dice Callum mientras ambos me miran fijamente, cada uno más
cerrado que el otro, lo que no me permite calibrar sus verdaderas
intenciones. Así que les devuelvo la mirada con mi expresión
indiferente para que no se den cuenta de cómo me choca su
declaración.
Su comportamiento, incluso después de nuestro cautiverio
compartido, no implicaba más que desagrado por mi persona y
cualquier recuerdo, mucho menos el deseo de pasar tiempo en mi
compañía. Siempre que me he metido en sus asuntos, han tenido que
aceptar mí ayuda, pero nunca me la han pedido.
¿Y ahora quieren pagar una deuda y están dispuestos a extender
una rama de olivo?
Qué jodidamente hilarante y triste al mismo tiempo.
—En comparación con ustedes, creo en las amistades y las
conexiones. Tengo a mis jinetes oscuros que me cuidan la espalda. —
Me levanto, con las patas de la silla rozando el suelo, y golpeo con las
palmas de las manos extendidas sobre la mesa, asomando por encima
de ellas mientras mi voz se vuelve gélida—. Mi venganza lleva
veinticuatro años preparándose. Nada me detendrá ni se interpondrá
en mi camino. No interfieran en mi lucha. —Dando un paso atrás, les
digo—: Pueden quedarse todo el tiempo que quieran, y lo que pidan
esta noche corre de mi cuenta. ¿Si quieren reunirse después y recordar
viejos tiempos? Me apunto. ¿Quieren torturar a unos malditos
enfermos en mi ciudad? Adelante. Pero nunca hablen de Andreas. No
necesito ayuda en lo que a él se refiere. —Me doy la vuelta y me dirijo
hacia la puerta, mi mano rodea el pomo, cuando las palabras de
Callum detienen mis movimientos.
—Los jinetes oscuros no vivieron en el infierno contigo. Nunca
entenderán tu deseo de venganza.
—No importa. Estarán a mi lado. —Esto lo sé con absoluta certeza,
porque si los años me han demostrado algo... es que nuestra unidad es
inquebrantable e inamovible.
Lo miro por encima del hombro, pero mis ojos se dirigen a Arson,
quién habla.
—Eso harán. Sin embargo, no saben lo importante que es ese
impulso que llevas dentro para destruir al enemigo. No puedes fallar,
Santiago. Y solo nosotros tres sabemos por qué.
—Estamos a una llamada de distancia. Solo tienes que saberlo —
dice Callum, y miles de recuerdos aparecen en mi cabeza, uno más
horrible que el otro, reproduciéndose como una colorida película en
mi mente, mostrando nuestros años en la mansión de Edward y los
horribles crímenes que nos hicieron.
Una pesadilla interminable que deja cicatrices tan profundas que
nunca desaparecen.
El tipo de cicatrices que solo puede entender alguien que las haya
vivido.
Estas cicatrices nunca se curan, pero pueden dejar de supurar una
y otra vez, si finalmente se castiga al responsable de ellas.
Y esto es algo que ellos pueden entender y mis jinetes oscuros
nunca sabrán.
—Gracias —digo finalmente y les guiño un ojo, apartando todas
mis emociones y devolviendo al mundo el Santiago despreocupado
que puede joderte con una sonrisa—. Pero no lo necesitaré.
Esta vez, salgo de la sala, dejándolos solos y mientras me lanzo
hacia mi esposa, por primera vez en mi vida, entiendo por qué nunca
me dieron la bienvenida en sus ciudades.
A veces, los recuerdos se vuelven tan vívidos que revivo cada cosa.
Y a veces, el dolor que viene con ello es tan fuerte que una vez más
no sé cómo sobrevivir a él.
Pero mi mayor dolor no vino de las heridas que me infligieron, no.
Vino después.
En el lugar donde mi esposa aceptó pasar la noche.
Capítulo Diecisiete
El hogar familiar lo es todo, dicen.
Siempre eres bienvenido allí, dicen.
Nadie puede hacerte daño tras sus muros, dicen.
No es cierto, digo yo.
-Santiago

CHICAGO, ILLINOIS
SANTIAGO, QUINCE AÑOS

El taxista se detiene junto a la enorme mansión que es la casa de mi


familia, un poco lejos de las puertas de hierro custodiadas por varios hombres,
y se inclina un poco hacia delante como si intentara examinar a través del
parabrisas.
—¿Estás seguro que estamos en el lugar correcto? —Me lanza una
mirada por encima del hombro, sus ojos escudriñan mi aspecto poco estelar,
ya que todavía llevo pantalones rotos y una pequeña camiseta mientras mis
pies siguen ensangrentados y desnudos, apestando como el infierno y
recordándome que las heridas se infectarán si no me ocupo de ellas pronto.
Pero, de nuevo, ¿qué es otra cicatriz en mi cuerpo, ¿verdad?
Limpiándome las manos en los pantalones, saco el billete de cien dólares
que le prometí cuando aceptó llevarme a cualquier dirección que le pidiera.
Todos los demás me rechazaron basándose solo en las apariencias.
Mi paseo con los chicos no duró mucho. Conduje el coche tan rápido como
me permitieron mis limitadas habilidades hasta que chocamos contra un árbol
y nos golpeamos fuertemente la cabeza, pero por suerte nadie resultó herido.
Oímos pasar de cerca un tren, encontramos la estación donde esperamos
unos minutos y nos metimos dentro. Como había arena y materiales de
construcción apilados alrededor, nadie notó nuestra presencia.
Solo entonces pudimos respirar tranquilos, abandonando la zona que
tanto dolor nos había causado.
Sin embargo, permanecer juntos era peligroso y, además, no estaba seguro
de que nadie tuviera ganas de hacerlo. El destino nos conectó por el dolor
mutuo, pero ese mismo dolor casi nos hacía sentirnos resentidos, ya que
servíamos como recordatorios vivos de lo que nos había sucedido.
Aunque yo estaba menos resentido por ello y no me importaría
encontrarlos algún día si sobrevivían. No estoy seguro de Artem y Callum, ya
que no mostraron ningún deseo de seguir en contacto cuando les ofrecí darles
mi dirección o que vinieran a mi casa conmigo. Sabía que no tenían dónde ir.
Encontramos varios montones de ropa dentro del tren y nos pusimos
rápidamente las camisas, e incluso conseguimos encontrar dinero para
aumentar nuestra suerte. Tomé solo cien para poder llegar a casa y no
involucrar a la policía. Ya no confiaba en nadie con respecto a mi seguridad y
seguro que no le daría a Andreas la oportunidad de agarrarme de nuevo antes
de llegar a casa y recuperar todos mis derechos.
Nos dirigimos a diferentes estados. Callum eligió nuestra primera parada:
Texas. Me bajé en la siguiente estación, despidiéndome de Artem en mi
camino, que se establecería en Nueva York, porque era la última parada y
realmente no tenía elección.
Y así, nuestros destinos se separaron para siempre.
—Amigo, ¿me oyes? ¿Estás seguro que esta es la dirección correcta?
Porque esos guardias no parecen amistosos. —Miro por la ventanilla a dichos
hombres, que fruncen el ceño y murmuran entre sí antes que uno de ellos se
acerque y dé unos golpecitos en el techo.
El taxista baja la ventanilla y saluda.
—Hola.
—¿Quién es usted? —pregunta el hombre, y el taxista me señala con el
pulgar.
—Acabo de traer a un pasajero.
El hombre cambia su enfoque hacia mí, su mirada es intensa, y mis manos
se cierran en un puño, conteniéndome a duras penas de darle un puñetazo en
la cara, porque odio que la mirada de cualquier hombre se detenga en mí más
de lo necesario.
Mi cuerpo siempre guardará las cicatrices y los recuerdos de las cosas
malas que le han hecho. La necesidad imperiosa de lavarme una y otra vez
hasta que esos toques desaparezcan para siempre de mi cerebro se vuelve tan
abrumadora que tengo que respirar profundamente para calmarme.
Creando un espacio dentro de mi mente donde solo existe la frialdad, la
furia y el deseo de venganza.
Le doy al taxista el dinero, casi me lo arranca de las manos, y salgo del
coche diciendo:
—Gracias. —Considerándolo todo, me ha mostrado su amabilidad cuando
la mayoría no lo hizo, aunque esta amabilidad requería dólares.
Se marcha en cuanto cierro la puerta, claramente temeroso de que me
echen y no reciba su dinero.
El guardia me estudia durante un segundo, sus ojos se abren un poco al
mirar mi cara, y una sonrisa torcida se extiende por mi boca.
Oh, sí, ¿cómo podría olvidarlo?
Mis ojos, al igual que los de mi madre, son tan llamativos que todos
quedan hipnotizados por ellos. Deberían ayudarle a hacer la conexión bastante
rápido.
"Dios, mirar tus ojos hace que quiera hacerte aún más daño, chico."
Aprieto los dientes, bloqueando las voces despreciables, y en su lugar me
dirijo al guardia.
—Me llamo Santiago Cortez.
Alguien por detrás de él se ríe, y me encuentro con otro guardia que me
señala y dice:
—Claro. Muévete, chico. Nadie te va a creer.
No le presto atención y, en cambio, vuelvo a mirar al guardia que tengo
delante, que sigue mirando fijamente, aunque no me dice que me vaya.
Es bueno saber que mis padres todavía tienen a alguien inteligente en el
personal.
En cambio, saca su teléfono, marca un número y espera un poco, mientras
dirige su mirada hacia mí. Me cruzo de brazos y me esfuerzo por quedarme
quieto y no permitir que mi pasado me persiga en este momento.
—¿Derek? —saluda el hombre, y mis cejas se levantan, porque el nombre
me suena. ¿No era él el jefe de seguridad hace tantos años?—. Hay un chico
aquí que dice llamarse Santiago Cortez. —Se queda en silencio y continúa—:
Sucio, de unos quince años, supongo. Ojos azules. Sinceramente... mierda. —
Asiente con la cabeza—. Vale. —Cuelga—. Estará aquí en un segundo.
Tendremos que esperar.
—Qué mierda. Este chico...
La mano levantada del hombre detiene los insultos.
—Cállate, Dave. —Hace un gesto hacia las puertas—. Acércate. —Me
mira a los pies, pero paso por delante de él, acarreando sobre el asfalto ardiente
y haciendo una pequeña mueca de dolor cuando agrava mis heridas. Pero no
es suficiente para darles poder sobre mí y que piensen que no podré correr si
hacen algo.
En este mundo, aprendí a no confiar nunca en nadie, ni siquiera en los
guardias de las mansiones familiares.
La avaricia y los deseos egoístas gobiernan este mundo y, por ello, se
convierten en una tentación casi imposible de resistir. Si prometes a la gente
las cosas que tanto anhelan y buscan... traicionarán a cualquiera y a cualquier
cosa en un instante.
La verdadera lealtad es un don poco común que no se le concede a todo el
mundo, e incluso cuando se concede... debe vigilar sus espaldas.
Porque la gente y el destino pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Cerrando los ojos, levanto la cara hacia el sol y dejo que la brisa fresca me
bañe mientras el olor de las rosas y las orquídeas de mi madre me llena las
fosas nasales, transportándome a mi infancia, donde solía correr por nuestro
jardín mientras mamá pintaba, riéndose de mis travesuras.
O cómo papá jugaba conmigo a los piratas y teníamos nuestros propios
barcos de juguete. La puerta servía de límite del mundo donde a nadie se le
permitía aventurarse fuera. Dejaba juguetes llamados tesoros bajo diferentes
árboles, para que yo pudiera terminar felizmente cada búsqueda.
Las puertas blindadas comienzan a moverse lentamente, y mis ojos se
abren de golpe cuando me acerco, solo para ser agarrado por el codo. Al
instante, me empieza a picar la piel como si miles de insectos bailaran sobre
ella, y la bilis en mi garganta sube junto con la furia y el enojo superando
cualquier otra emoción.
Dave me sujeta con fuerza y sisea:
—No tan rápido, chico.
Apartando el codo de él, doy un paso atrás y respondo con mi voz
controlada:
—Si vuelves a tocarme, te arrepentirás. Si valoras tu trabajo, discúlpate
conmigo ahora mismo.
Dave se ríe, dispuesto a agarrarme una vez más, pero soy rápido y le doy
un fuerte puñetazo en la cara. Al instante, el dolor me recorre mientras él
apenas se mueve, aunque un pequeño goteo de sangre se desliza por su nariz.
—Pequeño...
—Será mejor que lo escuches, Dave —llega la voz profunda desde lejos, y
miro a Derek que está de pie al otro lado de la puerta, sus ojos verdes me
recorren mientras traga con fuerza.
—Hola, Derek —lo saludo, pero él lo ignora, y en su lugar hace su
propia pregunta.
—Si un conejo ve a un lobo cazando, ¿qué debe hacer el conejo?
¿De qué diablos está hablando?
Y entonces el recuerdo de hace mucho tiempo aparece en mi cabeza.
—Si un conejo ve a un lobo cazando, ¿qué debe hacer el conejo?
Me río, cogiendo un crayón para colorear en mi cuaderno de
dibujo.
—¿Decirle hola?
Derek se ríe y me alborota el cabello.
—No, pequeño. Debe huir siempre.
Sosteniendo su mirada, le digo:
—Debería huir siempre.
Jadea, con tantas emociones reproduciendo en sus rasgos habitualmente
estoicos, y se lanza hacia mí, pero retrocedo, sin recibir su abrazo.
Lo entiende enseguida, la oscuridad se instala en su cara, y sus ojos hacen
preguntas que no me molesto en responder.
Puede que sea el amigo íntimo de mi padre, pero para mí, a partir de
ahora, no es nadie.
—Supe que eras tú cuando hablaste en el tono de tu padre con los ojos de
tu madre. —Saca su teléfono, probablemente listo para llamar a mi padre,
pero mis palabras detienen sus movimientos.
—No hace falta. Solo déjame entrar. —Asiente, y avanzo mientras tiro
por encima del hombro a Dave—. Estás despedido.
Joder, si voy a aceptar que me falte el respeto cualquier cabrón que piense
que está bien ser un imbécil con un niño inofensivo.
Mientras merodeo por el estrecho camino que lleva a la casa principal, me
doy cuenta que casi nada ha cambiado a mi alrededor, aunque de alguna
manera este jardín ha perdido su encanto.
No es tan vívidamente bello como lo recordaba y ya no grita lugar mágico.
A medida que avanzo, los recuerdos siguen golpeándome, mostrándome
cómo una vez este fue mi hogar, donde era tan amado.
Donde era el único que nunca sufrió a manos de mis padres en
comparación con mis amigos.
Donde mis sueños y deseos importaban, donde yo importaba y no solo era
un perro y un juguete para ser pateado, violado y utilizado como los cabrones
consideraran oportuno.
Yo era Santiago Cortez, un hijo, un heredero, un amigo y un buen
estudiante.
El futuro querido de la sociedad.
Ahora... ¿quién soy?
Un asesino, una víctima, una rara estadística.
De alguna manera, todo esto me hace pensar que ya no pertenezco a este
lugar, y si no pertenezco a mi casa... ¿Dónde está mi lugar en esta tierra?
Mientras estoy llegando lentamente a la enorme casa, una risita llama mi
atención y veo a una niña con un vestido rosa sentada en la hierba, cepillando
el cabello de su muñeca mientras un instrumento musical se encuentra a su
lado.
¿Cómo se llama? ¿Un arpa?
Deja la muñeca a un lado y luego pasa los dedos por las cuerdas,
frunciendo un poco el ceño y mordiéndose la lengua como si no supiera cómo
obtener una nota concreta.
Resopla con frustración y se sienta de nuevo, cruzando los brazos, con sus
mechones negros volando en diferentes direcciones cuando el viento pasa
junto a ella.
Estoy demasiado hipnotizado con la pequeña imagen que crea para hacer
nada cuando levanta sus ojos hacia mí, y casi me caigo del impacto que tiene
en mí.
Porque esos ojos son de un azul marino puro como los míos, lo que no me
deja ninguna duda de quién es la niña.
Mi estúpido resentimiento tiene un sabor amargo en mi lengua, y aunque
la vergüenza llena cada uno de mis huesos por tales pensamientos, no puedo
evitar sentirme así.
¿Es por eso que se dieron por vencidos conmigo?
¿Tienen una hija, así que el hijo se puede ir a la mierda?
Jadea, agarra su muñeca y la abraza con fuerza contra su pecho.
—¿Quién eres tú? —Se levanta y ladea la cabeza—. Estás sucio.
¿Son las primeras cosas que pregunta cuando ve a un desconocido? ¿Qué
tal si corre y grita pidiendo ayuda?
Dios, ¿mis padres no aprendieron nada? Su hijo fue secuestrado en su
propia cama; deberían vigilarla las veinticuatro horas del día y enseñarle a no
hablar nunca con extraños, y punto.
Todavía sin acercarme a ella para que no se asuste, le respondo:
—Soy Santiago.
Se queda con la boca abierta, jadea de nuevo y se lanza hacia mí tan rápido
que apenas tengo tiempo de prepararme para que se abalance sobre mí y
abrace mis rodillas tan cerca que no tengo espacio para moverme sin tropezar.
—Tú eres mi hermano. —Sus risas melódicas oscilan entre nosotros
mientras inclina la cabeza hacia atrás y levanta las manos—. ¡Arriba, arriba!
En cambio, me arrodillo, agarrándola por los hombros y abriendo la boca
para regañarla por confiar tanto en un desconocido. Aunque sepa mi nombre,
eso no significa...
Mis pensamientos se interrumpen cuando me rodea el cuello y se aprieta
contra mí con fuerza, con sus risitas llenando mis oídos.
Y para mi sorpresa, le devuelvo el abrazo, estrechándola contra mí
mientras me invaden varias emociones, cada una de ellas diferente, aunque
ninguna de ellas es amor, porque ya no sé lo que es.
Ni soy capaz de devolverlo.
En este mundo, el amor es un lujo que los monstruos no se pueden
permitir, porque para sobrevivir con sus demonios, renuncian a la posibilidad
de experimentarlo alguna vez.
Sin embargo, el resentimiento anterior de repente ya no existe, y queda un
feroz instinto de protección, en el que me juro que nunca permitiré que le
hagan ningún daño para que no pierda esta ingenuidad y siga pensando que
este mundo es un lugar perfecto formado por gente perfecta que siempre tiene
las mejores intenciones en su mente.
Nunca le fallaré.
Nunca será como yo, una máquina sin corazón cuyo corazón bombea para
matar a los que le hicieron daño.
No la regañaré ni le enseñaré a tener miedo. Me mantendré en las
sombras para asegurarme que nada ni nadie la toque.
Seré el tipo de hermano que nunca levantará la mano a su hermana... pero
romperé o cortaré la mano que la lastime.
Porque en este mundo, en este lugar, en mi vida real... ella es la única que
nunca conocerá al Santiago anterior, y de esta manera su cariño es puro y
verdadero.
Ella amará al hermano que ya se convirtió en un monstruo y no esperará
nada más.
Tal vez la sangre realmente sea más espesa que el agua; de lo contrario,
¿qué podría explicar mi apego instantáneo y la necesidad de mantenerla a
salvo a toda costa?
—¿Cuál es tu nombre? —Menos mal que todos estos años seguí
hablándome en español en mi cabeza, o lo habría olvidado todo.
—Jimena. —Se echa hacia atrás y me palmea la cabeza, riéndose de nuevo,
con el sol reflejándose en sus ojos. Pero entonces frunce el ceño y su labio
inferior empieza a temblar, y al instante mis instintos se ponen en alerta
cuando mira a lo lejos y me susurra—: Mami está llorando.
Todo en mi interior se paraliza; los latidos de mi corazón se aceleran, mi
pulso late tan fuerte que lo siento en mi garganta. Tomando algunas
respiraciones, alejo a Jimena un poco y me levanto, aún sin darme la vuelta.
Miedo.
El miedo me recorre las venas, porque no creo que esté lo suficientemente
estable emocionalmente como para soportar su rechazo en el momento en el
que no vea a su hijo en mí.
Miedo de que no me acepte.
Miedo de que mi madre ya no me quiera, incluso si ese amor pertenece a
un chico que murió dentro de mí hace mucho tiempo.
Para mi asombro, mis ojos se humedecen; lágrimas que creía secadas hace
tiempo están a punto de emerger, pero no las dejo, componiéndome.
Las lágrimas son una debilidad, y una debilidad siempre será utilizada en
tu contra. Reiré y sonreiré, pero no volveré a llorar.
Vuelvo a respirar hondo y por fin me doy la vuelta, encontrándome cara a
cara con mi madre, que está de pie a varios metros de nosotros, con su cabello
rubio natural brillando a la luz del sol mientras su vestido de verano se agita
con la brisa.
Está descalza, sus manos tapándose la boca mientras las lágrimas corren
por sus mejillas, su mirada vagando sobre mí, pero no aparece el conocido
asco.
Oh, no.
Quiero que mi madre me mire, que de alguna manera encuentre rastros
del chico que solía amar, y me acepte.
Una vez escuché que los padres siempre saben cuándo haces una mierda o
si has hecho algo malo; es un instinto que tienen.
¿Sabe ella que soporté la violación? ¿Sabe que maté? ¿Sabe que habría
cometido mil crímenes más si eso significara sobrevivir, y que al diablo con el
código moral?
¿Puede adivinar todo eso con solo mirarme?
Jimena corre hacia ella, tirando de su vestido, y le ordena:
—Por favor, no llores. —Pero ella no la escucha, los sollozos se le escapan
de los labios mientras da un paso tentativo en mi dirección.
Otro, luego otro, y otro, sus pies casi sin sonido sobre la hierba. El único
sonido que llena el espacio es el roce de las hojas, mi pesada respiración y sus
sollozos.
Sé que probablemente debería acercarme a ella cuando cae de rodillas,
apretando la mano contra el pecho mientras surgen más sollozos, lágrimas
que ahora brotan de sus ojos, pero no me atrevo.
No me atrevo a ir a tocarla a menos que me demuestre que está bien y no
me eche de esta casa.
Ella traga saliva, se levanta sobre sus piernas tambaleantes y vuelve a
encontrar el equilibrio, todo ello mientras sus ojos de zafiro, mis ojos,
permanecen pegados a mí como si temiera que pudiera desaparecer.
Un paso.
Dos pasos.
Tres pasos.
Está de pie frente a mí, ahora soy ligeramente más alto que ella. Su
familiar aroma a flores me llena los pulmones y vuelvo a ser un niño pequeño
que la acompañaba allá donde iba.
Sus manos temblorosas me tocan la cara. Frota sus pulgares sobre algunas
de las cicatrices de las mejillas y me mira a los ojos y espero que el asco cruce
sus rasgos, pero nunca llega.
En cambio, me mira como solía hacerlo, con amor.
Tanto amor que ya no merezco.
Y por eso, soporto su contacto mientras quiero llorar de desesperación y
no dejar que las manos de nadie vuelvan a tocar mi piel.
He sido magullado y abusado durante tantos años que quiero un alivio de
todo el dolor agonizante, pero esta es mi madre.
Mi madre a la que a veces creí que no volvería a ver.
—Santiago —susurra, controlando a duras penas sus sollozos, pero
sacude la cabeza para decir—: Mi bebé. —Sus manos se deslizan hacia mi
pecho, y retrocede cuando nota los numerosos cortes rojos en mi piel. Más
lágrimas, si es posible, llenan sus ojos y se echa un poco hacia atrás—. Mi
bebé. —Consigo atraparla antes que se caiga, y ambos acabamos de rodillas
mientras sus manos me abrazan con tanta fuerza que no puedo respirar.
Y no quiero hacerlo, porque mientras estamos aquí sentados, yo en sus
brazos mientras ella solloza tan fuerte y llora tanto, me rompe las partes de mi
corazón que aún me quedan, casi haciéndome creer que el tiempo se ha
detenido y que soy el chico que ella perdió.
Soy el chico que esperaba.
Soy el chico que nunca fue lastimado.
Por un segundo en el tiempo... mis pesadillas nunca destruyeron al niño
que llevaba dentro.
—Sabía que estabas vivo. Lo sabía. Mi bebé. —Me mece en sus brazos.
Aprieto los ojos con fuerza, mis manos rodean lentamente su cintura y
devuelven el abrazo, aunque mi cuerpo se rebele contra la idea.
He sobrevivido al infierno.
Por mi madre, puedo sobrevivir a que sus brazos asfixiantes calmen
algunas de las cicatrices que hay dentro de mi alma y que nunca sanarán.
—Está bien, mamá —pronuncio las palabras que creí que no volvería a
pronunciar, aunque nada está jodidamente bien.
Las palabras no tienen poder para borrar el dolor, la angustia, la rabia.
Nuestras vidas nunca serán las mismas.
—Mi bebé. Mi bebé —continúa cantando, pasando sus manos por mi
espalda y abrazándome aún más, todo mientras llora tan fuerte que temo que
pueda enfermar.
Jimena se revuelve angustiada, frotándose las manos como si no supiera
qué hacer, y luego vuelve corriendo hacia nosotros, abrazándome por detrás y
colgándose básicamente de mi cuello.
Dios, he sobrevivido a tantos males, pero estoy dispuesto a sobrevivir a su
aceptación y a no estallar cuando no es bien merecida.
Sin embargo, los años de cautiverio me han enseñado a estar siempre
alerta, y cuando siento una mirada fija sobre mí, levanto la cabeza para ver a
mi padre a unos metros de distancia, algo más delgado de lo que lo recuerdo,
pero con su poderosa energía flotando a su alrededor.
Lucían Cortez en carne y hueso aparece por fin, pero he tenido que venir a
él yo mismo.
Ha permanecido sordo a todos mis gritos a lo largo de los años.
Mi padre me mira directamente, captando mis ojos, y entiendo que lo sabe.
Sabe todo lo que hice, todo lo que pasé y todo lo que probablemente haré.
Lo sabe todo, comparado con mi madre y mi hermana que me colman de
afecto y amor que no merezco.
Y lo sé, porque mi padre no da un paso hacia mí.
No intenta abrazarme.
Me rechaza.
Al menos en mi mente.
Un rechazo por el que le castigo desde entonces.
George acerca el coche a la mansión y murmura:
—Que tengan una buena noche. —Me bajo como si mi culo
estuviera ardiendo, porque el juego silencioso en el que Santiago
decidió participar desde que me agarró del codo y prácticamente me
arrastró fuera ante las miradas curiosas de su personal me pone de los
nervios.
Lo odio con pasión; si alguien está enojado, debería gritar o
regañar, pero no darme el tratamiento de silencio. Para mí, este castigo
es peor que cualquier otra cosa, porque no sé qué esperar ni cómo
protegerme si surge la necesidad.
Sin esperarlo, marcho hacia la casa, cuando su voz ronca me
detiene.
—Dirección equivocada, querida. —Mirando por encima de mi
hombro, veo que saca un cigarrillo de su chaqueta y señala hacia el
jardín—. Nos alojamos en la casa de huéspedes.
Me froto la frente confundida. ¿Por qué no tiene una habitación
dentro de esta enorme casa? Me doy la vuelta y observo que los orbes
de Santiago brillan con diversión mientras enciende su cigarrillo y le
da una codiciosa calada, soplando el humo a nuestro alrededor. Lo
sacudo.
—Pensé que habías prometido no fumar en mi compañía.
Su ceño se levanta.
—Dije que podrías persuadirme si me ofrecías algo más a cambio.
—Se acerca, su aroma masculino mezclado con tequila y tabaco me
estremece las fosas nasales y me produce escalofríos—. ¿Estas
ofreciendo, mi bella esposa? —Abre los brazos, la ceniza cae sobre el
asfalto—. El matrimonio es cuestión de compromisos, ¿verdad?
—Sigue soñando —respondo con un resoplido, cruzando los
brazos y levantando la barbilla, lo que solo parece divertirle más, ya
que ladra una carcajada.
Vuelve a hacer un gesto con la cabeza hacia el jardín.
—Vámonos antes que mi madre se despierte y decida entablar otra
conversación que acabará mal cuando mi padre se una.
Pisa el césped perfectamente cortado, paseando en línea recta entre
unos arbustos y varios robles enormes con sus ramas casi rozando el
suelo, así que le sigo.
—¡Ay! —murmuro cuando mis tacones se clavan en el suelo. Me
detengo, me los quito y los recojo, gimiendo de alivio cuando la hierba
fresca toca mis pies descalzos y proporciona a la carne maltratada el
alivio que tanto necesita.
Sin embargo, tengo que apresurarme para alcanzarlo, ya que nos
adentramos en el bosque, y esta parte de su casa nunca apareció en
ninguna revista, así que voy a ciegas.
Al divisar los rosales en el camino, chillo y me apresuro a
acercarme a uno, envolviendo mi mano alrededor una rosa roja en
plena floración. Me inclino hacia delante para inhalar el magnífico
aroma en mis pulmones.
—Esto es tan bonito —murmuro, sacando mi teléfono y tomando
unas cuantas fotos antes que una ráfaga de viento me haga temblar
ligeramente.
Doy un salto de sorpresa cuando Santiago me coloca su chaqueta
en los hombros, calentándome al instante de pies a cabeza.
Coloca la palma de la mano sobre la mía y la tira con fuerza,
dañando la rosa, y un grito ahogado se escapa de mis labios.
—¿Por qué has hecho eso? —Atrapo la rosa antes que caiga al
suelo, pasando el pulgar por los suaves pétalos y frotándola contra mi
mejilla—. La mataste.
—No sé cómo voy a dormir por la noche con semejante pecado
pesando sobre mí —responde. Me quita los tacones y me hace avanzar
suavemente—. Acelera, querida. No tenemos toda la noche.
Todavía inhalando la rosa, lo sigo y me agacho un poco cuando
separa las ramas, dándonos espacio para caminar. Pregunto
distraídamente:
—¿Tienes algún plan urgente para esta noche que desconozco? —
Tal vez planea irse a alguna parte con esos dos hombres misteriosos
que aparecieron antes.
Su risa mientras aparta varias ramas más me hace saber que sí
tiene planes, pero muy diferentes.
—Ni siquiera pienses en ello.
—Oh, pienso en muchas cosas, Briseis. ¿En cuales exactamente?
Tengo dos escenarios reproduciéndose en mi cabeza. Uno en el que te
arrastro al interior de la casa, te subo este vestido y te follo con fuerza
contra la pared. —Detengo mis movimientos y lo miro mientras se
detiene a mi lado. Los robles nos rodean, casi aislándonos del mundo
exterior. Los búhos ululan en la distancia y la luz de la luna ilumina el
espacio que nos separa—. O romperlo, tirarte sobre la mesa y darte
placer con mi boca. —Baja la voz a un susurro ronco, el brillo perverso
de sus ojos de zafiro me quema la piel—. ¿Te gustaría, eso querida?
Incluso te dejaría elegir mi polla o mi lengua.
Mientras dice todas estas palabras, siento una extraña vibración a
su alrededor, y cuando todos nuestros encuentros pasan por mi mente,
llego a una inquietante conclusión.
—¿Por qué lo haces siempre?
—¿Hacer qué?
—Empezar a hablar de sexo cada vez que tenemos una
conversación. ¿Acaso sabes hablar con las mujeres sin lanzar
insinuaciones sexuales?
Sorpresa cruza su cara antes que lo enmascare.
—No me involucro en insinuaciones sexuales, como dices, con
otras mujeres. —Supongo que no tenía que hacerlo, desde que las
mujeres querían a los cuatro oscuros solo por su aspecto y posición
social.
Sin embargo, todos nuestros encuentros han tenido una. Incluso
esta noche en el club, él estaba tan celoso, y yo esperaba que estallara
en mi cara, pero cambió a otra conversación sobre lo que quería
hacerme.
Ahora debe estar enojado, porque estamos en casa de sus padres,
pero lo encubre con el deseo una vez más.
¿Es posible que yo evoque ciertos sentimientos dentro de su oscuro
corazón, y él no sabe cómo lidiar con ellos, así que hace lo único que
sabe que me acercará a él?
¿El sexo?
Porque es un área en la que nunca me he negado a él, ¿verdad? E
irónicamente, es lo único que realmente nos conecta, ya que nunca
hemos hablado de nada significativo.
—¿Por qué estás tan enojado con tu padre? —pregunto, y la
energía que nos rodea cambia. Su cara se vuelve inexpresiva y toda la
alegría desaparece, dejando solo a un depredador listo para
abalanzarse sobre su presa por atreverse a hacer semejante pregunta.
Salto en mi sitio cuando los truenos resuenan en la noche, los
relámpagos rozan el cielo. Nubes oscuras se juntan, listas para verter
una fuerte lluvia sobre nosotros en cualquier momento.
—Vamos. —Me agarra del codo, tirando de mí hacia delante, y en
dos breves pasos salimos por fin de debajo de las ramas. Me quedo
boquiabierta al ver la pequeña casa a lo lejos, con puertas acristaladas,
la luz ya encendida, que me permite ver una espaciosa y larga
habitación que tiene varias estanterías con libros, una gran cama, un
sofá y una televisión. Otra pequeña puerta conduce probablemente al
baño. —Mamá preparó todo —murmura y se dirige hacia ella
mientras acelero una vez más, ya que las ligeras gotas de lluvia ya
están cayendo sobre nosotros.
Nos deslizamos dentro justo antes que más truenos sacudan el
cielo y empiece a llover con fuerza, las gotas salpican contra el asfalto
ruidosamente mientras Santiago señala con la barbilla la cama.
—Siéntete libre de descansar. —Por lo distante que se ha vuelto su
voz, asumo que el sexo ya no está sobre la mesa y que prefiere no
hablar en absoluto, en lugar de responder a mi pregunta.
Aprieta la colilla en el cenicero y deja la puerta ligeramente abierta,
lo que permite que el olor fresco se cuele y nos envuelva mientras el
viento sopla dentro, ondulando las cortinas en distintas direcciones.
Colocando la rosa en la mesa redonda junto al sofá, centro mi
atención en las estanterías que albergan decenas de libros que hablan
de mitos; tres de ellos tienen los cuatro jinetes en el título en alguna
variación.
Acercándome, me quito la chaqueta y les paso los dedos por
encima antes de enganchar uno y abrirlo de un tirón, encontrando
explicaciones y mitos sobre ellos.
Es la fuente de información perfecta para mi investigación, que me
permitirá presentarla a los niños de forma adecuada y divertida. Al fin
y al cabo, probablemente tenga todos los libros que pueda haber sobre
el tema, así me salvaré de cometer cualquier error.
Santiago se quita los zapatos y luego se quita la camisa, arrojándola
al cesto, y una vez más me duele el corazón al ver las cicatrices que
marcan su piel bronceada.
Sin decir una sola palabra, él sale afuera, y parpadeo sorprendida
cuando echa la cabeza hacia atrás, dejando que la lluvia caiga sobre él
y lo empape, y sus pantalones se vuelvan azul oscuro.
Apretando el libro contra mi pecho, me acerco a él.
—Te vas a enfermar.
Su boca se curva en una sonrisa, sus ojos permanecen cerrados,
mientras responde:
—Difícilmente. Lo he hecho muchas veces y nunca he enfermado.
—Otro trueno retumba y miro con recelo hacia el cielo.
—Es peligroso estar afuera mientras hay rayos. ¿Qué pasa si te
alcanza uno? —Mostrar lo mucho que me preocupa su bienestar
probablemente le da material para burlarse de mí sin fin, pero no me
importa.
Estoy empezando a pensar que todo lo que siempre pensé sobre
Santiago Cortez estaba mal.
—Entonces serás una viuda muy rica —anuncia como si no fuera
gran cosa, mientras me limito a observarlo confundida, sin entender
nada.
¿Por qué? Está claro que el hombre no está enamorado de mí. ¿La
obsesión de un monstruo es tan profunda que se dedica a su presa
favorita? Nos conocemos... ¿cuánto? ¿Dos días? Tres si contamos ese
desastroso baile.
Yo tengo una excusa para enamorarme de él; ¿cuál es la suya?
¿O es que Santiago no valora su vida, por lo que no le importa el
futuro y vive el momento, entregándose plenamente a sus deseos,
porque puede que no duren mucho?
Mirando de nuevo el libro, hago una pregunta diferente.
—¿Por qué se llaman los Cuatro Jinetes Oscuros?
El silencio acoge mis palabras, otro rayo aparece en el cielo, y me
apoyo en el marco de la puerta, extendiendo mi pie descalzo para
sentir la cálida lluvia en mi piel.
—Nuestras madres se conocen desde que éramos pequeños, y
todos congeniamos de forma innata. Nos metíamos tanto en líos que
nos llamaban en broma los cuatro jinetes que podrían causar un
apocalipsis algún día. —Su voz divertida atrae mi mirada hacia él—.
Nunca entendí lo que significaba. Hasta que cumplí diecisiete años y
mis padres no sabían qué hacer conmigo, así que me buscaron un
nuevo terapeuta, ya que todos los anteriores renunciaron. O más bien
mi padre los despidió. —Se ríe, aunque carece de humor—. En
comparación con todos mis anteriores, la mujer realmente me escuchó
y me sugirió que leyera la Biblia, donde tal vez encontraría respuestas.
Abre los ojos, sus orbes azules brillando en la noche, pero no hace
ningún movimiento para entrar, sigue de pie bajo la lluvia.
—En ese momento, la religión no significaba nada para mí, y de
todos modos no creía en Dios, así que me reí en su cara y le deseé un
buen día. A la mañana siguiente, Jimena derramó accidentalmente
jugo de naranja sobre mí, y estallé, grité tanto que ella corrió a la
esquina y se sentó allí, tapándose los oídos por miedo. Sin embargo,
no podía pensar en ella. Lo único que hice fue revivir el momento en
que otra persona me derramó su jugo y ordenó... —Traga con fuerza,
su nuez de Adán se balancea, pero no profundiza en la parte del
jugo—. Tenía tanto miedo en los ojos hasta que apareció papá, me
apartó para que me callara de una vez y la cogió en brazos. —Se
detiene, inhalando una bocanada de aire, y por cómo cambia su tono,
sé que hasta el día de hoy se tortura a sí mismo por eso—. No se
acercaba a mí y me llamaba Santiago malvado.
Apoyando la cabeza en el marco de la puerta, susurro:
—¿Así que volviste al terapeuta?
Niega con la cabeza.
—No, no pudieron ayudarme, porque me negué a compartir mis
problemas. No quería que curaran mis instintos ni mi rabia. La
necesitaba para sobrevivir. Si no, todas mis pesadillas habrían sido
inútiles.
Empiezo a pensar que fue secuestrado de niño, ya que es la única
conclusión lógica, pero ¿no debería haberse mencionado esta
información en alguna parte?
—Decidí leer la Biblia. Y me topé con el versículo sobre los cuatro
jinetes. Me interesó tanto el tema y la idea de cuatro seres magníficos
que traen tanto caos que empecé a investigar.
—La terapeuta tenía razón, entonces —digo, aunque creo que tenía
otra cosa en mente cuando sugirió que encontraría respuestas en la
Santa Biblia—. ¿Volviste a su consulta?
La lluvia disminuye, dejando solo ligeras gotas que se posan en su
cara. Se limpia el agua de la cara y vuelve a entrar, me alejo
rápidamente para dejarle espacio.
Coge la toalla de la percha cercana y empieza a secarse el cabello,
haciendo que las gotas vuelen por todas partes.
—Solo para hablar del libro. Por desgracia para ella, ya era
demasiado tarde para salvar algo en mi psique en ese momento.
Renunció después que le dijera que matar me excitaba mucho más que
su charla sobre el perdón y la aceptación.
Al notar una pequeña tetera eléctrica llena de agua a varios metros
de distancia en la pequeña mesa de la esquina, me dirijo a ella y la
enciendo. El zumbido llena el espacio y acalla mi voz interna que me
grita que deje de hacer preguntas sobre su pasado.
Sin embargo, es imposible frenar mi curiosidad ahora, y tendré que
vivir con las consecuencias que se presenten.
Dejo el libro junto a la tetera y me giro para mirar a Santiago, que
está cogiendo una botella de whisky del pequeño bar de la esquina.
—Creía que solo bebías tequila.
Me sonríe antes de abrir la tapa y de inclinar la botella hacia arriba,
tragando con avidez la sustancia marrón que debe quemarle la
garganta.
—El whisky es mi segundo favorito. A veces me recuerda a los
hombres que deseo olvidar. Pero desde que mamá encontró mi alijo de
tequila cuando tenía dieciséis años, lo prohibió en nuestra casa. —Se
deja caer en el sofá, sin importarle su estado de humedad, sus
pantalones estirados contra sus piernas musculosas, y continúa
nuestra anterior conversación.
—Empecé a reunir toda la escasa información que había sobre los
cuatro jinetes, y lo que más me gustó fue una metáfora. Dios los envió
como un castigo en la tierra. Qué gran concepto, ¿no? Algunos
humanos no merecen piedad. —Su voz es de acero, sus ojos se vuelven
absolutamente muertos, y un ligero escalofrío recorre mi columna en
anticipación... y no del tipo bueno. Como si estuviera a punto de
descubrir la verdad—. También dicen que aparecerán el día del juicio
final para acabar con el tiempo y poner la tierra a descansar.
Conquista, Guerra, Hambre y la Muerte.
La tetera se agita salvajemente sobre la mesa, y la apago, vierto
agua en la taza y la envuelvo con las manos, agradeciendo que el calor
me envuelva ya que la puerta sigue abierta. En un principio lo preparé
para Santiago, pero no creo que lo necesite con la forma en que está
bebiendo el whisky.
—¿Y esto te habló de alguna manera?
—Me encantó la metáfora, porque representaba la cura para la
oscuridad y la maldad en este mundo que existe en las sombras lista
para golpear a cualquier inocente que se interponga en su camino y
mancharlos para siempre en un sufrimiento interminable. Un
sufrimiento al que a veces la gente no sobrevive. Esa gente, en la gran
escala de las cosas, nunca es castigada.
Mis cejas se fruncen.
—Tenemos leyes y...
—Es cierto, las tenemos. ¿Crees que la ley atrapa a todo el mundo?
¿O que todos los delitos se denuncian? —Agita la botella en sus
manos, observando cómo el líquido se desliza por sus paredes—. Ni
de lejos. A veces, las personas más malvadas vagan libremente,
haciendo lo que les da la gana. Así que solo el castigo divino los mata.
No merecen morir en paz.
Mis manos tiemblan cuando levanto la taza a la boca, sorbiendo
suavemente mientras medito sobre sus palabras que deberían hacerme
salir corriendo, pero sigo pegada a mi sitio, sosteniendo su mirada tan
hueca que parece que ningún alma reside en el magnífico cuerpo que
tengo delante.
—Entonces, ¿qué significa todo esto? ¿Te asocias con cuatro jinetes,
pensando que traes la justicia a este mundo dañando a los malos?
Al menos tengo eso, ¿no? El conocimiento de que no daña a los
inocentes, aunque en la situación actual, no parece mucho.
Se ríe.
—¿Justicia? Claro que no. La oscuridad es como la codicia, querida.
Contamina tu mente hasta que te consume tanto que ya no reconoces
tu reflejo en el espejo. Tu fuerza motriz se convierte en el seductor olor
del miedo que siempre está unido a tus víctimas. Lo llamo revancha y
venganza que no todos necesitan o quieren.
—¿Y qué quieres decir con eso?
—Miles de personas y niños pasan por una mierda terrible. La
mayoría son personas fuertes, que eligen el lado bueno y aprenden a
seguir adelante con sus experiencias, porque éstas no les definen.
Siempre hay una luz al final del túnel. Pero para el pequeñísimo
porcentaje, es demasiado tarde. No necesitamos la maldita luz.
Queremos que la gente sufra en nuestra oscuridad. —Se toca la sien—.
La clave es tener la cabeza fría. Si no tienes cabeza fría, entonces solo
vagas vilmente por las calles, viendo el más mínimo detalle de tu
pasado y actuando según esos impulsos, dañando a quienes no lo
merecen. Una delgada línea que uno debe saber no cruzar.
Sus palabras, su tono tranquilo, la ausencia de cualquier emoción
de remordimiento en su cara indican sin duda que nunca se
arrepentirá de sus actos y que siempre los verá como la forma correcta
de vivir. Sin embargo, matar a hombres malos que cometen crímenes
horribles no le convierte en un santo; es un pecador como el resto.
Un asesino a sangre fría que disfruta con los gritos y el dolor de sus
víctimas. Un depredador dispuesto a clavar sus garras en cualquier
presa que considere adecuada para el crimen.
Un hombre que aprendió a canalizar su rabia y angustia en una
causa creada por él mismo en lugar de buscar ayuda cuando tenía
todos los recursos.
Familia amorosa, dinero, estatus social.
Sin embargo, eligió el lado oscuro, y prospera en él, arrastrando a
sus mejores amigos con él, desde que formaron esa estúpida
hermandad.
¿Por qué?
Clavando las uñas en la taza, doy un sorbo más antes de volver a
dejarla sobre la mesa. Inhalando profundamente, doy un paso hacia
Santiago, que me observa atentamente mientras coloca la botella sobre
la mesa y apoya la mano en el respaldo del sofá, flexionando el bíceps,
lo que no hace más que devolver la atención a todas las cicatrices y
tatuajes que tiene.
Deteniéndome frente a él, donde una pequeña mesa nos separa, me
cruzo de brazos y finalmente hago la pregunta que me traerá todas las
respuestas que necesito en esta niebla de confusión constante que ha
creado a mí alrededor.
—¿Qué te pasó?
Se congela, sus pestañas oscuras cayendo sobre sus pómulos antes
de abrir los ojos de golpe. La familiar sonrisa burlona, que es falsa en
su naturaleza, se extiende por su boca y luego se convierte en una
carcajada en toda regla, cuyo eco es tan frío que me hiela la sangre y
no tiene nada que ver con el viento que aún se arremolina a nuestro
alrededor.
—Ah, querida. ¿Por qué? ¿Si sabes la verdad, dejaré de ser un
monstruo?
—No, lo serás hasta el día de tu muerte.
Su mandíbula se crispa, pero es la única reacción que obtengo de
mi afirmación.
—Piensa en todos los crímenes horribles que se le pueden hacer a
un niño.
Me quedo quieta; esta vez la frialdad me cala hasta los huesos y
casi me aplasta cuando varias imágenes se reproducen en mi cabeza a
partir de sus palabras desprendidas.
¿Varios crímenes? ¿No solo uno?
Se levanta y viene hacia mí, sus dedos desnudos tocando los míos,
me agarra mi muñeca, llevando mi mano extendida hasta colocarla
sobre la cicatriz roja que tiene en medio del pecho.
—Secuestrado a los siete años. Golpeado, hambriento y torturado
hasta los nueve. —Arrastra la palma de mi mano hasta su clavícula
con las débiles marcas de quemaduras de cigarrillos o Dios sabe qué
más—. Violado, golpeado hasta los doce años. —Desplaza mi mano
hacia su paquete de seis hasta varias marcas de quemaduras por
encima de la cicatriz del hacha—. Violado y golpeado en un lugar
diferente hasta que tuve quince años y finalmente escapamos. —
Jadeando, me cubro la boca con la mano libre, con lágrimas en los ojos
ante la verdad, pero él no me deja llorar por él... oh, no. Mi corazón se
aprieta con fuerza, a punto de romperse por la verdad descubierta que
encierra tanto dolor oculto—. Su crueldad dio a luz a un monstruo
hace tantos años, y tienes razón, querida. Lo seré hasta el día de mi
muerte. —Me atrae con fuerza hacia él para que nuestros pechos
choquen entre sí, y se inclina más hacia mí, su aliento abanicando mis
mejillas mientras baja la voz a un susurro—. ¿Te duele el corazón por
mí, cariño?
Las lágrimas caen rápidamente por mis mejillas, probablemente
manchando mi maquillaje, y él me limpia una lágrima cuando asiento
con la cabeza, porque ¿cómo podría no llorar por un niño pequeño que
nunca debería haber experimentado esto? ¿Cómo ha podido
sobrevivir a todo esto sin volverse loco? ¿Y aun así se las arregló para
volver a una vida semi-normal?
—No lo hagas. Nada de lo que me hicieron en el pasado excusa lo
que hago en el presente. —Parpadeando confundida, inclino la cabeza
hacia atrás para que nuestras miradas choquen, y el cinismo familiar
reluce en su cara cuando me aprieta el cabello, haciéndome estremecer
cuando tira de él dolorosamente—. Elegí la oscuridad hace mucho
tiempo y nunca miré atrás. Porque soy una causa perdida, pero otra
persona podría no serlo. —Pasa un tiempo y continúa—: Por
desgracia, te has convertido en mi obsesión, querida. Lo que deseo, lo
obtengo, y ésa es tu cruz. Nunca serás libre, así que no te compadezcas
de mí ni construyas una imagen en tu cabeza de algún salvador que
trae la bondad a este mundo borrando a la gente mala. La bondad
muere cuando eliges el asesinato y el caos en lugar de seguir adelante
y vivir una vida normal. No soy una bestia que se convertirá
mágicamente en un príncipe si lo amas lo suficiente. Estaré maldito
para siempre.
Los truenos resuenan en la noche cuando su agarre se afloja y se
aleja, dispuesto a dejarme sola después de pronunciar su discurso.
Pero mi mano agarra la hebilla de su cinturón, manteniéndolo quieto,
y una pregunta brilla en sus ojos mientras mi otra palma sigue en su
pecho. Pero esta vez, me deslizo hasta su corazón, notando por
primera vez su salvaje latido, mostrando las emociones que aún siente,
a pesar de sus palabras.
Observándolo ahora, iluminado por la luz de la luna mezclada con
la luz tenue, veo las cicatrices de su piel y su hermosa belleza
masculina bajo una luz diferente, pues ya no es un diablo tentador
atrayéndome a su infierno donde seré quemada viva.
No.
Es un hombre cuyo corazón conoció tanto desamor que aún no
puede perdonar a sus padres por no protegerlo lo suficiente,
principalmente a su padre.
Un hombre cuya infancia fue arrancada tan repentinamente que la
única forma que conoció de sobrevivir fue disfrutar de la oscuridad
que proporciona matar.
Un hombre que empujó su dolor tan profundo que probablemente
ni siquiera es consciente de que todavía le corroe el alma.
¿Es por esto por lo que me enamoré de él? ¿Sentí la atracción
instantánea hacia él, a pesar que mi subconsciente me gritaba que
dejara de ser patética?
Un alma torturada reconoce a otra igual que la suya, buscando
calmar todas las grietas que tiene y llenarla de cosas brillantes,
superando la oscuridad. Pero eso es imposible.
Porque no se pueden borrar años de angustia. Nadie olvida lo que
le han hecho. Pero es posible apreciar el futuro sin condenar a la
persona.
Lamiéndome los labios secos, susurro:
—No te amo. —Se me escapa una risa nerviosa, y me acerco un
poco más, absorbiendo sus rasgos y disfrutando al ver la ligera
confusión en su cara, como si no supiera realmente por qué aún no
estoy huyendo—. ¿Cómo podría hacerlo? Nos conocemos tan poco.
—Yo tampoco te amo —responde, con la honestidad resonando en
su voz, y luego frunce el ceño—. Te deseo obsesivamente, y esta
necesidad no tiene explicación.
Para un hombre como él, eso es casi una declaración de amor, pero
se basa en sus ansias dañadas. Cuando la vida le quita a una persona
todo lo que tenía, incluso su humanidad... se aferra a las cosas que
quiere y se aferra con fuerza por miedo a que se las vuelvan a
arrebatar. Desean tan desesperadamente el amor que muestran toda
su naturaleza monstruosa a la vez, con la esperanza de que alguien los
ame a pesar de sus pecados.
Santiago Cortez nunca habría deseado a nadie de una manera
diferente, nuestros caminos habrían conducido a un rápido
matrimonio independientemente de sus razones para casarse
conmigo, que aún estoy por descubrir.
Apuesto a que es Conquista, porque todo en la vida lo conquista.
Sus circunstancias, su psique, su vida, mientras caza a las presas
que intentan evitarlo como la peste pero que nunca lo consiguen.
Y yo me convertí en una de sus conquistas, a la que recogió en su
caballo y me llevó a su infierno donde existe una perspectiva
diferente.
Mi marido es un monstruo que no tiene intención de dejar de
matar gente. Esto por si solo debería hacerme buscar ayuda para
examinar mi cabeza.
Sin embargo, si solo mata a quienes lo merecen... puedo vivir con
ello.
Y me asusta, tanto que me tiembla el cuerpo, pero me asusta más la
perspectiva de no saber nunca, jamás, lo que es amar.
En este mundo, él es la única persona que me ha necesitado tanto,
y quiero empaparme de su calor, descubrir si el tiempo puede
intensificar esas emociones y darme calor.
Para no volver a tener frío.
El amor es un privilegio que no todas las personas tienen, y por
primera vez en mi vida, quiero ser egoísta.
Le acaricio la cabeza. Se sacude un poco bajo mi contacto, y
arrastro su cabeza más cerca mientras me pongo de puntillas para que
nuestras bocas estén a centímetros de distancia, mientras digo:
—Pero puedo enamorarme del monstruo sin intentar cambiarlo.
Sus labios suaves y carnosos tocan los míos casi con timidez, como
si no estuviera segura de la acogida que podría recibir tras su
declaración, y yo le palmeo la cabeza, agarrándola con fuerza,
mientras miles de emociones desconocidas me recorren, unas más
raras que otras, pero todas con algo en común.
El asombro.
Porque la hermosa mujer que me mira a los ojos no me rechaza tras
mi confesión. Por el contrario, me acoge entre sus brazos, regalándome
una dulzura que nunca antes había conocido.
Por primera vez desde que nuestras miradas se conectaron en
aquella fiesta que organizaron los Dawson, sus orbes verdes y grises
están libres de dudas o resistencia.
No tengo que utilizar el chantaje o la seducción para tentarla; ella
da el primer paso en mi dirección por sí misma.
Mi querida ya no desea escapar, aceptando el monstruo que hay
dentro de mí cuyas heridas aún sangran, y ningún bálsamo en esta
tierra podrá curarlas.
Las cicatrices que llevo en mi alma siempre guardarán mi dolor,
pero solo su presencia trae paz a las partes que creí que siempre se
enfurecerían, buscando destruir.
—Santiago —susurra, sus labios rozando los míos, y mi nombre
rodando por su lengua me muestra cómo finalmente hizo su elección
sin ninguna reserva.
Mi esposa eligió una bestia y no espera que me transforme en un
príncipe, dándome una oportunidad.
Una oportunidad que es el regalo más raro que he recibido, porque
ella confía en mí para nunca cruzar las fronteras de mi oscuridad y
dejar que me reclame para la eternidad.
Colocando mi boca sobre la suya la abro, empujando mi lengua
dentro de ella mientras inclino su cabeza hacia atrás para poder
empujar más profundamente, maravillado por su suave cuerpo junto a
mí, que absorbe toda mi atención.
Pone sus cálidas palmas en mi cintura mientras se eleva un poco
más, su lengua se arremolina en torno a la mía mientras provoca mi
boca con un beso lento, apasionado, adictivo, lleno de lujuria y
urgencia.
Este beso consolida la entrega de la bella a la bestia mientras él
promete desearla para siempre, aunque no entienda ni la mitad de
esas emociones.
No estoy seguro de ser capaz de experimentar el amor, pero a ella...
a ella la deseo tanto que la necesidad obsesiva solo crece, y no hay
cura a la vista.
Y si hubiera una, la destruiría antes que pudiera alcanzarme.
Tengo la intención de mantenerla a mi lado para siempre.
Ella calma al monstruo que llevo dentro lo suficiente como para
mirar hacia el futuro, donde la venganza no existe y mis pesadillas no
me atormentan, hirviendo mi sangre.
Algo se agita dentro de mi oscuro corazón, algo además de la ira y
la rabia que solo le pertenece a ella.
Algo que casi me hace creer que aún queda esperanza para alguien
como yo, a pesar de mi horrendo pasado que me rompió en pedacitos
que nunca podré volver a alinear perfectamente.
Pero tal vez... Solo tal vez... esta mujer me ame, aunque tenga
grietas y trozos perdidos... llenándome lo suficiente con los suyos para
ahuyentar el vacío que reside en lo más profundo de mi alma.
Mi mujer.
Mi bella esposa.
Nuestro beso ardiente y devorador continúa, un calor abrasador
viaja por mis venas, y la sangre fluye hacia mi polla que se pone dura,
empujando contra la cremallera de mis pantalones, necesitando su
húmedo coño estirado a su alrededor.
Ella gime en mi boca, y pongo mi mano en su espalda, encontrando
su cremallera y bajándola, mi pulgar trazando la piel lentamente
expuesta, disfrutando de la piel de gallina que se rompe en ella, y se
estremece ligeramente por el viento que todavía sopla fuera.
No debería preocuparse; siempre la mantendré caliente.
Sus manos se deslizan hasta la hebilla de mi cinturón,
desenganchándolo, y sus dedos desabrochan mis pantalones antes de
bajar la cremallera y dejar que mi polla se libere.
Un gruñido hace vibrar mi garganta cuando ella rodea mi longitud
con su mano, apretándola lo suficiente como para hacerme retroceder
del beso, respirando el aire que me rodea mientras pone sus labios en
la cicatriz del hacha que tengo, gracias al cliente de Edward, que...
Aprieto los ojos, deseando que todos los recuerdos se desvanezcan.
No quiero recordar el dolor ni a nadie más que a esta mujer.
Porque sus caricias son las únicas que importan.
Ella besa la cicatriz. Sigo la acción, sin entender por qué no le
repugnan. ¿No son horribles para ella?
Pasa a otra, luego a otra, dejando besos de mariposa a su paso
mientras su lengua traza sus formas y su textura. Su mano me acaricia
la polla, con el pulgar rozando la cabeza, y noto cómo mi pre-semen
gotea en su dedo.
El deseo sacude todo mi organismo; la necesidad de arrojarla sobre
la superficie plana más cercana y follarla duro hasta que su garganta
se quede ronca por los gritos que le inspiro cuando me monta. Mi
mano se aferra a su espalda.
Sin embargo, no actúo según mis impulsos. Sus labios cubren las
partes de mí que me producen más dolor, porque la representación de
lo que me hicieron estropea para siempre mi piel, pero ella me
produce emociones mucho mayores.
Como la luz que se desliza por debajo de la puerta y finalmente
ilumina la oscuridad, hipnotizándome con su belleza.
—Briseis —murmuro su nombre, saboreándolo en mi lengua, y ella
pone su mano libre en mi abdomen, mi músculo contrayéndose bajo
su tacto, mientras sigue trabajando mi polla, jugando con su juguete
personal.
Porque lo es.
Cada parte de mí es suya.
Nunca pensé que una mierda tan romántica saldría de mí, pero
subestimé lo que es no tener que ocultar tu verdadera naturaleza.
Donde el afecto de la mujer no es condicional.
Donde no te juzgan por tus pecados pasados.
¿Cómo podría alguien resistirse a eso?
Casi me deshago cuando veo que sus ojos brillan con lágrimas.
—Qué valiente debes haber sido para sobrevivir a todo esto. —Su
palma extendida cubre una de las cicatrices mientras deposita otro
beso en una de las marcas de quemaduras de mi pecho—. Odio estas
cicatrices, porque alguien te hizo mucho daño. —Beso—. Pero también
las amo, porque por mucho que quisieron romperte... no lo hicieron.
—Beso. Beso. Beso—. No deberías ocultarlas. Un guerrero lleva sus
victorias con orgullo.
Estaba equivocado.
Sus palabras, sus besos y su afecto a mis cicatrices sirven de
bálsamo a las heridas sangrantes, haciéndome creer por un segundo
que algún día podrían sanar por completo, solo guardando ecos de
dolor.
—No te dejaré ir. Nunca. Estás atrapada en mi castillo para siempre
—digo las duras palabras, esperando a medias que se desprenda de mi
agarre y tal vez detenga las emociones que me aplastan en oleadas,
emociones que un monstruo no debería sentir, porque son demasiado
poderosas para permanecer insensibilizado.
Se congela, retira su mano de mi polla y retrocede, y una risita de
autodesprecio amenaza con detener su movimiento.
Se ha vuelto a asustar y ahora...
Frunzo el ceño cuando se quita el vestido, la seda se desliza hasta
los pies sin esfuerzo, dejándola desnuda delante de mí, con su
precioso cuerpo en plena exhibición, desde sus más que abundantes
tetas, su curvilínea cintura y esas piernas suyas que me acunan tan
jodidamente bien que no quiero salir nunca de la puta cama.
—¿No hay ropa interior? —Mis ojos se encienden, la rabia me cala
hasta los huesos cuando aprieto los dientes—: ¿Todos esos cabrones
admiraron a mi mujer mientras tú estabas jodidamente desnuda
debajo?
Una sonrisa burlona se forma en su boca, y coloca las manos sobre
sus pechos, acariciándolos y gimiendo, el sonido hace que mi polla se
sacuda, y entonces sus palmas extendidas se deslizan sobre su cintura.
—Solo tú puedes tocar mi cuerpo. —La bestia posesiva se calma
un poco dentro de mí, aunque sigue queriendo matar a cualquiera que
piense en mi mujer, y mucho menos que le ponga las manos encima.
Es solo mía.
Nadie puede tocar lo que me pertenece.
Hago un movimiento para rodearla con el brazo, pero ella sacude
la cabeza, escapando de mi alcance, y todos mis instintos vuelven a
estar alerta. ¿Por qué demonios huye?
—Ven aquí —gruño, tirando de mis pantalones y quitándomelos
apresuradamente, y la satisfacción masculina alcanza su punto
máximo cuando ella se muerde el labio inferior, recorriendo su mirada
por todo mi cuerpo. Haciendo un gesto con el dedo, me alejo varios
metros hasta que la parte posterior de mis pantorrillas choca con la
cama, y vuelvo a ordenar—: Ven aquí, querida. Apuesto a que tu coño
está goteando, deseando sentir mi lengua o mi polla dentro,
llenándolo hasta el borde.
Jadea, frotando sus muslos y finalmente se acerca a mí, moviendo
las caderas de un lado a otro. Es una sirena destinada a atraerme con
su belleza, haciendo que cualquiera se ciegue al peligro que
representa.
Si no eres lo suficientemente cuidadoso, puede adueñarse de tu
alma; por suerte, le daré con gusto la mía y mataré a cualquiera que se
atreva a ofrecerle otra.
Esta sirena en particular vino a esta tierra solo por mí.
—Querida —digo con impaciencia, bebiendo de la bondad frente a
mí y necesitando mancharla con mi persona para que su piel se cubra
con las marcas rojas de mi propiedad.
Se acerca, su aroma a lavanda me hace estremecer la nariz, y dice:
—Quiero jugar. —Su voz se vuelve sensual, envolviendo mi polla
como la más suave seda, la nota ronca en ella hace insoportable
mantener la calma—. Mi boca echa de menos tu polla. —Me coge la
mano, la pone en su coño, frotando sobre su calor húmedo, y mis
dedos se curan. Ella gime, acercándose y susurrando—: La idea de tu
sabor en mi lengua hace que me duela.
Que me jodan.
¿Cómo puede un hombre decir que no a eso? Es un puto milagro
que mi polla no se corra ahora mismo. Controlo la necesidad por un
fino hilo, decidiendo darle lo que me pide.
Todo lo que necesite en esta vida, se lo daré.
Estará tan mimada que no recordará lo que era vivir en el infierno.
—Todo tuyo, cariño. —Sus coloridos y singulares ojos se iluminan,
y me empuja sobre la cama donde caigo de espaldas, más para su
diversión que para su fuerza real, y se sube encima de mí, arrojando
sus piernas sobre mis caderas mientras acomoda su culo cerca de mi
polla.
Su cabello oscuro cae alrededor de ella en pesados mechones,
ocultando sus grandes tetas a mi mirada.
—Joder —murmuro, y ella se ríe—. ¿Encuentras mi tormento
hilarante, querida?
—Halagador es la palabra que yo usaría. —Empuja hacia delante,
deslizando su húmedo coño sobre mi estómago, y llega a mi boca,
capturándola en un acalorado beso donde nuestras lenguas se
encuentran, enredándose entre sí, y profundizamos el beso antes que
ella lo termine, dándome un último picotazo.
Sus labios se desplazan hacia mi cuello, y siguen aliviando mis
cicatrices con sus besos y lametones, despertando el deseo en mí,
extendiendo el placer por mis venas, lo que no hace sino aumentar mi
tortura cada vez que mueve el culo.
Su cabello me hace cosquillas en la piel cuando muerde mi paquete
de seis, rozándolo con sus dientes antes de pasar su lengua por el
músculo definido, ronroneando en ellos.
—Me encanta tu cuerpo, Santiago. Me recuerdas a una estatua —
siseo cuando sus uñas se clavan en mi piel, dejando seguramente
marcas, y ella me sostiene la mirada, su voz pierde toda la jovialidad
por un segundo—. A ti tampoco te toca nadie.
—A mi esposa no le gusta compartir. —Me estremezco cuando sus
garras se clavan con más fuerza, casi rompiendo la piel—. Todo tuyo,
querida. —Apenas me fijaba en las mujeres en el pasado, y mucho
menos ahora, cuando poseo tanta belleza.
Reanuda su recorrido por mi cuerpo, besando la piel fruncida de
mi ombligo hasta que se desplaza sobre mi regazo, deslizando sus
muslos hasta mis piernas, su cabello cae a un lado mientras acaricia mi
polla, su aliento caliente abanicando la punta y volviéndome loco.
Mis caderas se sacuden cuando ella pasa su lengua de la base a la
punta, recorriendo la vena palpitante y respirando mi aroma. Chupa
la cabeza, su calor húmedo me da la bienvenida mientras abre más la
boca, absorbiendo mi longitud, y gimo, un torrente de calor me invade
mientras disfruto del paraíso que es ella.
Se adentra todo lo que puede, lamiendo mi sensible piel, y su mano
se cierra en la base, deslizándose arriba y abajo al ritmo de su boca,
proporcionándome tanto placer que me pregunto si es real.
Todo mi cuerpo arde, toda mi atención concentrada en mi polla
que derrama más pre-semen en ella, y ella gime, la vibración me hace
golpear la cama.
Apretando su cabello, coloco su cabeza en el ángulo correcto,
empujando mis caderas hacia arriba y metiéndome más en su
garganta. El calor húmedo que me rodea, combinado con sus suaves
caricias, hace que mis pelotas se contraigan, deseando follar su boca
con fuerza, encontrando alivio en el paraíso que me ofrece.
Nada en esta vida se ha sentido como ella, pura dicha donde
existen infinitas posibilidades y el cielo.
Arrastra su boca hacia arriba, soltando e inspirando
profundamente, sus labios carnosos se enrojecen y los lame, la mirada
salvaje me insinúa que está mojada y necesitada.
Y mi mujer que sufre en la necesidad simplemente no lo hará.
Sus chillidos resuenan en la noche cuando la agarro por las caderas
y la tumbo de espaldas, pero rápidamente se convierten en fuertes
gemidos cuando empujo sus muslos hacia arriba y coloco mi boca en
su empapado coño, pasando la lengua por sus pegajosos pliegues,
disfrutando de su sabor. Mis dientes atrapan su clítoris, haciendo
rodar mi lengua alrededor de él, sus caderas se levantan, pero mi
gruñido las devuelve a la cama.
—Santiago, por favor, por favor —suplica y se agarra a mi cabello,
meciéndose suavemente al ritmo de mi boca cuando vuelvo a trazar
sus paredes, chupando la carne con fuerza. Sus gemidos no hacen más
que aumentar el frenesí que nos rodea—. Por favor. —Deslizando mi
lengua hacia arriba y hacia abajo, finalmente la endurezco y empujo
dentro de ella. Su coño se aprieta al instante, succionándola y no
queriendo soltarla.
Sus jugos resbalan por mi barbilla mientras me doy un festín con
ella, queriendo imprimir para siempre su olor y su sabor en mí, para
darle tanto placer que no pueda pensar con claridad, y luego lo
volveré a hacer siempre que la apegue a mí.
Seducirla será siempre mi mayor conquista.
—Santiago. —Su gemido gutural me dice que está a punto de
correrse, y por mucho que quiera que se corra encima de mí para
poder restregar mi cara por su coño, ahora mismo, necesito follarla
con fuerza.
No.
No follarla.
Esto es lo que la gente, creo, llama hacer el amor, sea lo que sea que
signifique.
Pero cuando una mujer se somete completamente a ti, confiándote
su vida y su fe... no se puede llamar follar.
Le doy un último lametón en el coño y sigo subiendo con la boca,
mordiéndole de vez en cuando la piel, hasta que llego a su clavícula y
me acomodo entre sus muslos abiertos, con los ojos vidriosos de un
deseo tan profundo que anhelo memorizarlo en una foto. Quizá un día
de estos lo haga.
Sus dedos se aferran a mi cuello y me empuja hacia abajo, nuestras
bocas se encuentran y la penetro.
Ambos gemimos mientras nos besamos cuando su coño se estira a
mi alrededor, envolviéndome por completo, y me chupa tan
profundamente como si no quisiera dejarme ir. Nada puede
detenerme en este momento.
Agarrando sus muslos con mis manos, deslizándome lentamente
hacia atrás para que ella sienta cada deslizamiento, vuelvo a empujar
dentro de ella, haciendo temblar la cama a nuestro alrededor, pero no
le prestamos atención, sino que nos seguimos besando
apasionadamente mientras los truenos vuelven a retumbar en la
distancia.
Mis movimientos cambian y empujo dentro de ella con más fuerza,
la necesidad salvaje que nos rodea, y ella aparta su boca, jadeando
mientras gime en silencio, suplicando que termine esto y nos dé lo que
ambos queremos.
O más bien lo que su cuerpo anhela, porque quiero prolongarlo
todo lo posible, cambiando mi ritmo a uno más lento, hundiéndome
en ella más profundamente. Me aferro a su pezón, chupándolo en mi
boca mientras empujo mis caderas hacia adelante y hacia atrás,
ignorando el placer que se extiende a mí alrededor, concentrándome
solo en su necesidad.
Ella arquea la espalda, su respiración se agita y sus manos se
deslizan hacia mi espalda, sus uñas arañando mi piel mientras me
aprieta el cabello y aparta mi boca de su pecho. Me besa de nuevo y su
coño se aprieta cada vez más a mi alrededor mientras las sensaciones
familiares empiezan a recorrer mi columna. Mis manos se tensan.
Empujo con más fuerza, más rápido, metiendo y sacando una y otra
vez hasta que los dos encontramos la liberación al mismo tiempo,
nuestras bocas alimentándose mutuamente mientras la naturaleza
sigue haciendo estragos en el exterior.
Mi Briseis.
Esta noche, se ha convertido realmente en mía.
Y nada ni nadie me la quitará.
Capítulo Dieciocho
“Ella no pertenece a mi oscuridad, y yo no pertenezco a su luz. Cuando un
monstruo y un ángel se enamoran... ¿dónde construyen su hogar?”
-Santiago

CHICAGO, ILLINOIS
SANTIAGO, DIECIOCHO AÑOS.

La música rock suena en los altavoces de la casa de invitados cuando salgo


del baño, con el vapor siguiéndome.
Al coger mi teléfono de la mesilla de noche, me doy cuenta que hay varios
mensajes sin leer y veo el nombre de Agnes parpadeando en la pantalla.
<Agnes> Mis padres están fuera el fin de semana. ¿Quieres venir?
Sacudiendo la cabeza, dejo caer el teléfono sobre la mesa y me dirijo al
armario, cogiendo una camisa blanca y unos pantalones azules junto con
unas botas oscuras, poniéndomelas rápidamente.
Hay gente que no entiende el concepto de una aventura de una noche,
aunque se lo expliques claramente.
Rara vez me doy el gusto de tener sexo, solo cuando el dolor de cabeza se
vuelve insoportable. Anhelo el alivio y la mente despejada de las voces que
gritan en mi cabeza, tratando de atraerme hacia el placer enloquecedor que
promete, que matar a alguien en la calle finalmente me traerá.
Cualquier cosa y cualquier persona puede desencadenarme, su aliento, sus
ojos, sus comentarios, y solo hace falta un segundo para que cualquier hombre
al azar se fusione con alguien del pasado, y me lleve de vuelta a la oscura
celda, hambriento y golpeado.
La única razón por la que todavía consigo contener mis oscuros impulsos
es el pensamiento de Andreas y de cómo me vengaré de él pronto... en cuanto
se presente la oportunidad.
Todo lo que tengo que hacer es encontrarlo.
Cuando regresé hace tres años, mis padres llamaron al médico y al FBI
que se había encargado de mi caso originalmente. Me hicieron miles de
preguntas, en las que les conté brevemente lo que me había pasado, omitiendo
algunos detalles escabrosos, ya que mis padres se negaron a salir de la
habitación.
Aún recuerdo la expresión de horror de mi madre ante la verdad; todavía
me asalta la mente, sus interminables lágrimas y sollozos resonando en mis
oídos, y cómo deseaba correr al baño para limpiarme y ser digno de estar en su
presencia.
¿Y mi padre?
Tenía una expresión jodidamente estoica durante todo el proceso, y no se
le movía ni un músculo de la cara.
Me revisaron todas las heridas y acabé en el hospital durante dos meses,
ya que tuvieron que volver a romper algunos huesos para que sanaran bien,
trabajaron en mis cicatrices y en cualquier infección, por no hablar que me
asignaron un psiquiatra que me preguntaba a diario si quería hablar.
No, yo quería largarme. Sin embargo, mi opinión no importaba.
Me pusieron varias vías intravenosas de vitaminas y me alimentaron
mucho, porque, según ellos, tenía que recuperar las fuerzas. A pesar de todo,
mi madre permaneció a mi lado, prometiéndome que todo iría mejor. No me
atreví a decirle que mejorar ya no era una opción.
Mis amigos de la infancia aparecieron en la segunda semana, pero me
negué a reunirme con ellos, no quería preguntas ni su amistad. El chico que
ellos conocían ya no existía, así que no veía ningún sentido en continuar
nuestra relación. Además, nuestras experiencias diferían tanto que ni siquiera
creía que tuviéramos nada en común. Y lo último que quería era ser una
mierda de laboratorio que estudiaran bajo el microscopio debido a su
curiosidad.
Mis padres no estaban de acuerdo, pero no presionaron.
Curiosamente, Remi presionó, entrando a hurtadillas en la habitación y
hablando conmigo mientras yo ignoraba su culo.
Aparecía todos los días trayendo juegos o libros o incluso putas películas,
molestándome tanto que finalmente pedí una orden de alejamiento.
Obviamente, mis padres también ignoraron esa petición, pero finalmente
pusieron límites.
Remi se limitó a reírse y aun así se presentó una última vez antes que lo
escoltara la seguridad.
Una vez que salí del hospital, mis padres contrataron a muchos tutores
cuyo trabajo consistía en ponerme al día con todo lo que me había perdido lo
más rápido posible. Absorbí toda la información que pude, porque el
conocimiento es poder.
Me tomó dos años, estudiando nueve horas al día junto con el
entrenamiento físico para ponerme en forma y poder finalmente volver a la
escuela y quedarme solo con un año de retraso. Puede que no tuviera las
mejores notas ni supiera más que lo básico de las asignaturas, pero era lo
suficientemente bueno como para entrar en la universidad. Además, seguía
teniendo tutores que iban tres veces por semana.
A pesar de todo, luché contra mis deseos mientras pensaba en Andreas
todos los días. Contraté costosos piratas informáticos que intentaron
rastrearlo, pero no consiguieron nada, aunque seguí pagándoles para que lo
localizaran en algún lugar.
Afirmaron que probablemente había muerto, pero me negué y sigo
negándome a creerlo.
Adquirí algunas armas, queriendo aprender a usar todo lo que un puto
torturador puede ofrecer, pero nadie quería enseñar a un chico sin nombre. Ni
de coña iba a poner el nombre Cortez en juego.
Hasta que finalmente encontré un contacto dispuesto a trabajar conmigo;
prometió enseñarme todo lo que había sobre armas, tortura y trabajo con
cuchillos con dos condiciones. Nunca debía verle la cara, ya que llevaba una
máscara, y nunca debía hablar con él, ya que se quedó en silencio.
Así que una vez al mes entrenábamos juntos, donde él buscaba algún
violador y me dejaba practicar con ellos mientras gritaban a pleno pulmón. La
técnica del hombre era tan única, tan tranquila e interesante, que me
hipnotizaba y odiaba el hecho de que nunca pudiéramos hablar de ella.
Sin embargo, gracias a él, tengo todo lo que necesito para cazar y
enfrentarme a Andreas, pero los deseos crecientes en mi alma superan con
creces las sesiones de enseñanza. Quiero cazar a mis propias víctimas y
construir mi propia mazmorra en la que las paredes estén permanentemente
empapadas de su sufrimiento y su sangre.
Tres golpes me sacan de mis pensamientos, y miro hacia la puerta donde
irrumpe Remi, sonriendo y abriendo los brazos.
—¡Amigo! —me saluda, y entonces me doy cuenta que sus pantalones
negros rasgados y su camisa azul marino se le pegan al pecho por el sudor,
mientras que sus botas tienen restos de suciedad.
Su cabello oscuro está recogido en un moño. Se limpia la frente, lo que me
permite saber que estaba ayudando a su padre en el jardín, ya que todavía
trabaja para nosotros.
A pesar de que bebe tanto que a veces apenas puede mantenerse en pie,
porque no puede soportar la muerte de su esposa, mis padres lo mantienen
solo para poder vigilar a Remi, a quien bien podrían haber adoptado.
Le pagan todos los gastos de la escuela, su ropa, lo dejan quedarse en casa
para que pueda estudiar en paz sin escuchar los improperios de su padre. Pero
ha valido la pena, ya que Remi tiene tantas ofertas de becas que puede elegir
entre las mejores.
Incluso le han regalado un coche.
No es que lo use ni que pase el tiempo de fiesta por ahí.
Trabaja en el jardín o en la tienda local, ganándose su dinero. Rechaza
educadamente a mis padres cada vez que intentan darle dinero, porque así es
Remi.
Un jodido gran tipo que nunca debería mezclarse con un monstruo como
yo, porque mi oscuridad lo arruinaría.
Lo mancharía tanto que podría perder cualquier posibilidad de alcanzar
todos los sueños que tiene.
Por eso sigo ignorando su culo y nunca entablo conversaciones largas a
pesar de sus esfuerzos y los de mis padres.
A decir verdad, no entiendo por qué no se ha rendido como hicieron
Florian y Octavius, que apenas me dedican miradas. Seguro como la mierda
que no intentaron sermonearme sobre la amistad.
Pero supongo que aún se tienen el uno al otro, mientras que Remi es un
solitario.
—No soy tu amigo. No recuerdo haberte permitido entrar —respondo
fríamente. Agarro mi teléfono y los cigarrillos de camino y lo empujo para
salir al exterior, respirando el olor fresco que me rodea mientras paseo por el
jardín hasta la casa principal, donde ya me espera mi coche.
Hoy pienso dar por fin rienda suelta a mis oscuros deseos, pero para ello
necesito cazar y cambiarme de ropa, para lo que por suerte me vendrá bien el
apartamento que mis padres me han comprado en la ciudad.
—Sigues siendo mi amigo. ¿A dónde vas? —pregunta, sin inmutarse por
mis palabras y marchando a mi lado, igualándome paso a paso.
—No es asunto tuyo.
Chasquea la lengua.
—Es mi asunto, porque...
La ira chispea en mi interior, corriendo por mis venas, y la amargura me
llena la boca cuando escupo:
—¿Por qué? ¿Porque mi padre te lo ordenó? —Aunque sé que es una
estupidez, no puedo evitar que las emociones me golpeen y me recuerden cómo
Lucian puede hablar durante horas con mi amigo e incluso reírse de lo que
diga, pero se pone totalmente serio en mi compañía.
Y cada vez que se dirige a mí, siempre acaba en una discusión o en una
pelea, porque ninguno de los dos sabe controlarse.
Sus cejas se fruncen.
—No, no dijo nada. Solo quiero saberlo para asegurarme que no piensas
hacer ninguna estupidez como la última vez. —Con la última vez se refiere a
cuando quemé mi coche solo para ver a mi padre irritado, esperando que por
fin hiciera estallar su expresión estoica, pero una vez más se lo tomó todo en
silencio y se limitó a comprarme otro.
¿Alguna vez recibiré una pizca de emoción de él además de la ira, o soy
ahora demasiado sucio para merecerla a sus ojos?
—Espera. —Estoy a punto de pisar el asfalto cuando Remi me agarra por
el codo y me hace girar para que me enfrente a él, con la rabia brillando en su
cara—. ¿Es por esto que ya no somos amigos? ¿Estás jodidamente celoso?
Tirando de mi brazo hacia atrás, le empujo el pecho.
—No me toques, y vete a la mierda. ¿Quién eres tú para cuestionarme de
todos modos? No quiero ser tu amigo. Deja de intentarlo, joder. ¿Cuándo lo
entenderás por fin? No eres más que el hijo del jardinero en esta casa. Conoce
tu lugar. —Las palabras se derraman de mi boca antes que pueda detenerlas,
presionando el único botón que siempre ha perseguido a Remi en la escuela,
ya que a todos les encantaba recordarme que él no era nadie importante, y que
la única razón por la que lo dejaron de molestar fue porque les dimos una
patada en el culo.
Dios, realmente soy un maldito imbécil.
Remi da un paso atrás, con la incredulidad cruzando su cara, y sacude la
cabeza antes de reírse, aunque carece de humor.
—¿En serio? ¿Estás dispuesto a caer tan bajo para alejarme? No va a
funcionar.
Y sin más, mi ira vuelve a aparecer, y le sonrío, aunque mis ojos
permanecen muertos.
—Cuidado, Remi. ¡Tú actuación de ex novia pegajosa está empezando a
ponerme de los nervios! —grito la última parte, y el cabrón sonríe.
—Bien. Y mantengamos el lenguaje preciso. Mi acto de amigo pegajoso.
—Choca con mi hombro, su rabia se ha ido de forma innata, pero así es él.
Se enciende en un segundo y con la misma rapidez se tranquiliza.
Una voz a unos metros interrumpe mi respuesta a esta tontería; ¿cómo
puedes ser amigo de alguien si no lo has sido en once años?
—Ah, los tortolitos se están peleando de nuevo.
Contando mentalmente hasta diez para calmarme, aunque sirve de poco
en este sentido, miro a Florian de pie cerca de mi coche mientras el suyo está
estacionado en la distancia. Nos guiña un ojo, con un traje que lo abraza como
una segunda piel.
—¿Qué coño haces aquí?
—Hola a ti también, Cortez. —Dirige una breve mirada a Remi—. Hola,
hombre. —Remi no se molesta en contestar, pero tampoco han seguido siendo
amigos.
Se rumorea que Florian se acostó con la novia de Remi y éste le dio una
paliza.
—Estoy aquí para terminar la tarea y poder seguir con mis planes y hacer
un trío esta noche.
—¿Qué tarea? —pregunto, y Remi me explica.
—Es lo que mencioné antes. La directora Margaret nos ordenó hacer una
presentación sobre los cuatro jinetes del apocalipsis como castigo por nuestro
apodo.
Florian profundiza en esta idea idiota, porque es obvio que no sé a qué se
refiere.
—No le gustó que destruyéramos la cafetería. —Se ríe—. Se enojó y
gritó, para ser exactos, pero tu padre se encargó de ello. Hacemos la tarea,
escuchamos su mierda delante de toda la escuela, y no lo pone en el registro,
jodiendo nuestro papeleo.
—¿Qué pasó en la cafetería?
—David le hizo un comentario a Remi que no debería estar en nuestra
escuela, ya que no aceptamos casos de caridad, y por supuesto nuestro amigo
le dio un puñetazo en la nariz. —Le guiña un ojo a Remi—. Es bueno con su
gancho de derecha.
—Cállate, Florian —interrumpe Remi y continúa la historia—. Sus
amigos se unieron a la pelea y Octavius acudió en mi defensa para ayudarme.
La cosa se complicó.
Florian se pone la mano en el pecho.
—No podía soportar no ayudar a Octavius, así que me arremangué y
golpeé algunos culos. Antes que apareciera la seguridad, destruimos unas
cuantas mesas, rompimos una ventana y alguna otra mierda que requiere
reformas. Tu padre también pagará por eso.
—¿Qué tiene que ver conmigo?
Remi se frota la barbilla.
—La escuela seguía diciendo que lo habían hecho los cuatro oscuros, que
habían empezado los cuatro oscuros, y una mierda, ya que sabes que nos
llamaban así en su día. De todos modos, el director asumió que estabas allí, así
que eres culpable por asociación.
Ladro una carcajada.
—A la mierda. No voy a hacer esta tarea. Buena suerte. —Ya paso
demasiado tiempo en su compañía y odio lo a gusto y familiar que se siente
estar rodeado de ellos.
A veces parece que casi puedo olvidarme de mi pasado y aprender a vivir
en el presente, obteniendo placer de esta vida lujosa, pero eso significaría
renunciar a mi venganza.
Y no lo haré nunca.
Me dirijo a mi coche y estoy a punto de entrar, cuando las palabras de
Florian detienen mis movimientos.
—Echará a Remi del colegio. Ya conoces al padre de David y su poder.
Afectará a su beca si se incluye en su expediente. —Lo miro por encima del
hombro mientras Remi sigue de pie en la hierba, con los brazos detrás de la
cabeza y reflexionando sobre algo, pero sin hacer siquiera un movimiento para
hacerme cambiar de opinión.
No, Remi no lo haría, ¿verdad?
Demasiado orgulloso para rogar, porque todo en la vida lo consigue con
mucho trabajo. En comparación con el resto de nosotros, que hemos nacido
con una cuchara de plata en la boca.
Apoyando el codo en la puerta del coche, le pregunto:
—¿Tanto te importaba Remi cuando te follabas a su novia?
Florian sonríe, aunque el asco cruza sus rasgos, y tanto odio llena su
mirada que me hace detenerme, ya que parece estar dirigido a sí mismo.
—Yo mismo estoy sorprendido.
Puede que sea un gilipollas, pero no tanto como para arruinar el futuro de
Remi solo porque David sea un bocazas. Espero que Remi le haya roto algo
más que la nariz.
—¡Remi! —lo llamo por primera vez desde que volví, y su cabeza se
mueve en mi dirección, con una sorpresa evidente en su cara, y le hago un
gesto para que venga hacia mí.
Corre hacia nosotros y, cuando está cerca, le anuncio:
—Acabemos rápido y, con suerte, no tendré que ver ninguna de sus caras
en mucho tiempo. —Se van a graduar este año, así que no debería ser difícil.
Me concentro en Florian—. ¿Dónde está Octavius?
—Debería estar aquí. —Frunce el ceño, saca su teléfono y le marca. Pasa
un rato antes de decir—: No contesta.
Remi habla.
—Se fue a casa después del colegio.
Florian vuelve a marcar pero obtiene el mismo resultado; la tensión entre
nosotros aumenta, ya que probablemente un pensamiento similar se asienta
en nuestras mentes.
Su padrastro ha vuelto a casa después de una larga ausencia, y si se entera
de lo que pasó en la escuela... las repercusiones podrían ser graves.
Con Octavius sin contestar, podríamos necesitar actuar rápido. Se me
ponen los vellos de punta solo de imaginar lo que podría hacerle; la rabia
desbordante amenaza con ahogarme mientras me pica el deseo de darle una
paliza al hombre que se consideraba invencible y que hizo daño a un niño
confiado a su cuidado.
—Tenemos que ir a su casa. Florian, ven con nosotros. —Su padrastro se
preocupa tanto por la imagen que no se atreverá a hacerle daño delante de
nosotros.
Todos entramos rápidamente mientras me pongo un cigarrillo en la boca,
encendiéndolo y esperando que no haya pasado nada malo y que esta estúpida
misión sea lo último que haga junto a ellos.
Sin embargo, al recordar todo lo que sucedió esa noche, entiendo
que el destino estaba actuando una vez más en mi vida.
Estábamos destinados a convertirnos en una unidad fuerte capaz
de resistir cualquier cosa.
Una hermandad única de nuestra creación.
Y no existe ninguna hermandad oscura sin sangre en las manos de
sus miembros.
Cuando termino de dibujar un caballo en el papel blanco, dejo caer
el lápiz sobre la mesa y estiro los brazos por encima de la cabeza,
gimiendo cuando cada músculo dolorido de mi cuerpo me recuerda
que he pasado horas en esta posición.
Aunque no me arrepiento, ya que mi dibujo está casi terminado. El
último jinete se sienta majestuosamente en su caballo negro, listo para
unirse a todos los demás en la fiesta de destruir todo a su paso.
Abro la carpeta que tengo sobre la mesa, saco mis tres dibujos
anteriores y los coloco en el orden correcto.
Cogiendo mi taza de té, doy un gran sorbo y pienso si esto sirve
para mi próxima presentación. Rebecca me aseguró que tengo libertad
creativa.
Aunque, después de ver mi primer boceto, estuvo de acuerdo
conmigo en que no funcionaría para los niños y que era mejor
presentarlo como una forma de arte independiente. Además, según
ella, siempre podríamos trabajar en todo el título de los cuatro jinetes
oscuros que cuelga sobre sus cabezas y darle más publicidad.
La madre de Santiago se empeñó en darme todas las
oportunidades para que pudiera existir sin su ayuda, lo cual era raro
en sí mismo.
—Solo podemos quedarnos con alguien si tenemos la posibilidad de elegir.
Si no, todo lo demás es forzado o un acomodado.
Sus palabras han resonado en mis oídos durante los últimos dos
meses, desde aquella fatídica noche en su casa en la que le di una
verdadera oportunidad a Santiago, y nada ha sido igual.
A la mañana siguiente, tomamos un desayuno tranquilo en el que
Lucian y Santiago permanecieron en silencio; era obvio que no podían
esperar a que todo terminara. Nos invitaron a quedarnos más tiempo,
pero Santiago se negó, alegando que necesitaba espacio para trabajar
en mi arte, y como prometí estar siempre a su lado, me limité a asentir.
Aunque seguía evitando a su padre como la peste, a pesar de todas
nuestras charlas sobre cómo sus padres eran víctimas igual que él, no
me escuchaba, así que dejé de intentarlo.
Santiago se encargó de mostrarme Chicago, y exploramos juntos la
ciudad, yendo a museos, restaurantes, o simplemente paseando por el
parque bajo el cielo iluminado por miles de estrellas. Mientras que en
casa... tuvimos sexo en todas las superficies disponibles, mis mejillas
se calientan solo de recordarlo.
Aunque sus amigos no me recibieron exactamente con los brazos
abiertos, tampoco eran hostiles, y a veces nos reuníamos con ellos en el
club o en otros lugares, lo que me permitía tener tiempo para
estudiarlos para mis bocetos. Así descubrí que Florian era realmente
divertidísimo, mientras que Octavius podía obsesionarse con la cosa
más insignificante e investigar tanto sobre ella que uno podría pensar
que estaba loco. Apenas he visto algo de Remi, que últimamente viaja
casi siempre de aquí para allá, e incluso cuando se une a nosotros, se
queda callado.
En definitiva, probablemente todo habría estado bien, y me atrevo
a decir... lo más feliz que he sido nunca, si solo mi marido no se
metiera a veces en la noche y no volviera a casa durante horas, o
viajara a lugares y nunca me dijera nada. Pero cuando llegaba a casa,
todo su comportamiento apestaba a una energía peligrosa que me
trasladaba a su calabozo, y sabía que había matado a alguien.
Alguien malo, pero aun así, había matado a una persona y me
tocaba después con una expresión calculada, casi mirando fijamente a
mi alma, como si quisiera captar cualquier asco que apareciera en mi
rostro, o poner a prueba mis límites.
Y aunque el asco no estaba presente, la tristeza en mi corazón
crecía al comprender que nunca cambiaría de verdad. Él me advirtió,
pero las mujeres siempre tratan de creer en el bien mayor, ¿verdad?
Que, de alguna manera en la relación, un hombre cambiará para mejor
en diferentes circunstancias.
¡No! Los hombres nos muestran quiénes son desde el primer día, y
debemos aceptarlo tal como es o dejarlo.
Echo un vistazo a mis bocetos que podrían ser mi boleto a una vida
gloriosa.
Cuando finalmente tenga que elegir, ¿mi elección será diferente?
¿Elegiré alejarme en lugar de quedarme con él?
El chantaje inicial que tenía sobre mi cabeza ya no existe, ya que
Howard falsificó todos los documentos sobre mí. Vendió la mansión
en la que vivía su familia y, tras el funeral al que asistí, se mudó a una
ciudad más pequeña, para no volver a saber de él. Intenté conseguir
los diarios de mi madre para traducirlos o pedirle a Santiago que me
los leyera, porque él domina el latín, pero en el banco me dijeron que
ya no los tenían.
Howard debió destruirlos, ¡el muy cabrón!
Aunque los policías me hicieron preguntas, concluyeron que los
ladrones los habían matado y cerraron el caso rápidamente.
Santiago juró no dejarme ir nunca... ¿pero realmente me obligará a
quedarme si le ruego que no lo haga? La respuesta es probablemente
sí, lo hará, porque es un monstruo, y también me asusta.
¿Puede florecer el amor en mi corazón cuando mi marido es mi
captor? ¿Hasta qué punto son auténticas esas emociones, y hasta qué
punto es solo mi psique la que intenta protegerme de morir en la
desesperación y, en cambio, me insta a enamorarme de Santiago?
Puede que haya creado una burbuja en torno a mi vida, pero tarde
o temprano una aguja la reventará, y entonces ¿qué pasará?
Un golpeteo me sobresalta y mis ojos vuelan hacia la puerta de la
terraza, situada a varios metros de distancia.
Resoplo con exasperación cuando Leo vuelve a golpear su hocico
contra ella, su mandíbula ligeramente abierta mientras se sienta en la
hierba.
La mascota personal de Santiago o "compañero", como le gusta
llamarlo, se ha convertido en la perdición de mi existencia.
Resulta que Leo se queda principalmente en un zoológico privado
propiedad de un amigo de Santiago, donde cuidan de animales que
han sufrido la crueldad de sus anteriores dueños y ya no pueden vivir
en la naturaleza. Sin embargo, desde que Santiago lo encontró cuando
era un cachorro, el león le tiene un súper apego, por lo que pasa aquí
alrededor de una semana cada mes o, de lo contrario, les da un
infierno a los cuidadores del zoológico. Corren juntos por las mañanas
por la finca, luego se pasa el día tumbado al sol o se sienta a los pies de
Santiago cuando éste trabaja o lee. Por no hablar de que le encanta
toda la carne cara que le trae su dueño. En esos momentos me siento
como una intrusa y me quedo en casa, ya que el león me sigue
mirando mal.
Santiago me ha arrastrado fuera varias veces, extendiendo mi
mano y dejando que Leo la oliera mientras yo temblaba en sus brazos,
temiendo tener un miembro mordido en cualquier momento, pero el
león se limitaba a olfatearla. De todos modos, solía volver corriendo al
interior, así que eso era todo.
Normalmente se quedaba en casa con más frecuencia cuando el
león estaba aquí, pero la semana pasada ocurrió algo importante en la
compañía, así que ahora pasa la mayor parte del día en la oficina
mientras yo hago bocetos. Lenora sigue en Nueva York preparando la
boda, y Jimena... bueno, Jimena tiene tantas cosas en la vida ahora
mismo que no tiene tiempo para nada más.
—Deja de molestarme, Leo. —Sin embargo, sigue mirando
fijamente, y exhalo, levantándome y colocando mi taza sobre la
mesa—. No te voy a dar filetes. —Ladea la cabeza, sus ojos de
depredador siguen clavados en mí, porque juro que es igual que su
dueño: no le gusta oír un no y espera que baile a su son—. No confío
en ti. —Muevo el dedo, presionándolo sobre el cristal justo por encima
de su nariz, y él abre más la mandíbula, chasqueando sus dientes, así
que doy un salto hacia atrás, frunciendo el ceño—. Exactamente por
eso.
Me encantan los animales, de verdad, pero confiar en uno salvaje al
que probablemente no le gusto mucho no sería inteligente, ¿verdad?
Aunque estoy de acuerdo en que es magnífico, y la forma en que
quiere a Santiago es entrañable. No dudo que el león moriría si eso
significara salvarlo.
Un hombre que tiene tanta lealtad no solo de sus amigos sino
también de un animal no puede ser un monstruo.
Mi boca se ensancha en una sonrisa, la calidez llena mi corazón, y
golpeo el vaso una vez más, guiñando un ojo a Leo.
—Pronto estará en casa. Tú y yo aún no tenemos una relación
seria, león. —Sus bigotes se mueven ligeramente—. Tienes que ganarte
mi confianza. —Y de alguna manera, creo que funciona en ambos
sentidos.
Me doy la vuelta y estoy a punto de volver a terminar mi boceto,
cuando un golpe en la puerta detiene mis movimientos.
Normalmente, nadie entra en esta propiedad. Santiago tiene varios
guardias de seguridad junto a las puertas por este motivo. Sin
embargo, el patio que se abre desde la terraza, por donde deambula el
león, está vallado para que no mate accidentalmente a uno de los
guardias en caso que necesiten algo.
Abro la puerta y sonrío a Marvin, el guardia más joven que fue
contratado hace un mes, y le pregunto:
—¿Todo bien?
Sonríe, aunque sus ojos permanecen un poco recelosos, lo que me
parece extraño. ¿No deberían ser estos tipos tan fríos como una
piedra? Pero, de nuevo, tal vez el león lo inquieta, con valla o sin ella.
—Siento molestarle, pero Jenkins se ha golpeado la mano con un
martillo y tenemos que ponerle hielo. Nuestra nevera no tiene
ninguno.
—Dios mío. ¿Está bien? Debería ir al hospital. —Ya me apresuro
hacia la nevera, cojo un cuenco cercano y empiezo a ponerle hielo,
mientras él responde distraídamente desde detrás de mí.
—Sí, está bien.
Estoy en medio de abrir una segunda fila de cubitos de hielo
cuando capto su reflejo en una pequeña pieza de metal brillante en la
parte trasera de la nevera y me quedo quieta, con el aire pegado a mis
pulmones cuando su cuchillo brilla a la luz del sol.
"Nunca abras la puerta a nadie que no conozcas bien."
Dios, ¿cómo pude ser tan estúpida? Santiago se negó a decirme por
qué se casó realmente conmigo, pero sé que el hombre que le arruinó
la vida sigue por ahí intentando atraparlo.
Parece que por fin ha encontrado el camino.
Reanudando la recolección de hielo, continuó parloteando
mientras pienso frenéticamente qué hacer a continuación. Porque si
está aquí, significa que le han hecho algo a la seguridad, y correr a la
puerta principal no me convendría.
—Espero que no se haya roto ningún hueso. —Abro la tercera fila,
aunque mi cuenco ya está lleno, y me sorprendo en el reflejo cuando se
lanza hacia mí. Me inclino ligeramente, moviéndome hacia un lado, y
el falla, lo que me da tiempo a cerrarle la puerta con la mano dentro, y
su grito de dolor vibra en las paredes.
Corro a su alrededor, pero su otra mano me atrapa, mientras
murmura:
—Maldita perra. —Le lanzo todo el hielo, golpeando el cuenco
sobre su brazo y me escabullo de su agarre, corriendo hacia la puerta
de la terraza justo cuando otro hombre entra por la puerta principal.
Marvin grita—: ¡Atrápenla! —El hombre salta sobre mí, con su mano
agarrando mis codos, pero empujo mi otro brazo hacia atrás y le doy
un puñetazo en la nariz mientras mi rodilla golpea su ingle, haciendo
que se doble por la mitad.
Dado que hay más hombres corriendo detrás de él, cojo
rápidamente mi teléfono y, sin pensarlo, deslizo la puerta de la terraza
para salir volando y correr con todas mis fuerzas mientras intento
llamar a Santiago, solo para descubrir que la línea no funciona.
¿Cómo es posible? ¿También han bloqueado los teléfonos?
¿Quiénes son estas personas?
Antes que pueda pensar en ello, otro me agarra por la cintura y nos
tira al suelo, donde acabo de espaldas.
—¡Suéltame! —grito, intentando zafarme y golpearlo de alguna
manera, pero éste acaba siendo más listo que los dos anteriores y
esquiva mis golpes, atrapando mis rodillas y mis manos, sonríe como
si hubiera atrapado la presa.
Saca un paño blanco de su bolsillo, y supongo que tiene algo en él
para dejarme inconsciente.
Ambos nos quedamos quietos cuando un fuerte rugido llena el
aire, tamborileando tan fuerte en mis oídos que empiezan a doler.
Y entonces Leo se abalanza sobre el hombre, quitándomelo de
encima, y le hunde sus dientes gigantescos en el hombro ante mi jadeo
sorprendido y horrorizado. Mi corazón galopa y el alivio me invade,
mezclado con el miedo, porque estoy al descubierto con un
depredador que acaba de probar la sangre.
¿Seré yo la siguiente?
El hombre grita de dolor, pero no le presto atención y le arrebato el
arma de la funda del cinturón mientras el león sigue desgarrándolo y
retrocede cuando por fin se calla.
Veo a unos hombres corriendo hacia nosotros, y disparo el arma
sin pensarlo, golpeando sus piernas y brazos mientras Leo salta hacia
ellos, golpeándolos en el culo mientras intentan reagruparse tras
recibir un disparo.
Aunque debería estar aterrada al ver cómo destroza sus cuerpos,
no siento ni una pizca de remordimiento, porque que se jodan.
¿Es así como se siente siempre Santiago?
Leo termina con el último y luego me mira. Mi corazón está en mi
garganta en este punto, y luego se lanza tan rápido hacia mí que se
convierte en un borrón. Estoy pegada al sitio, apretando los ojos con
fuerza, esperando ser la siguiente, y el arma tiembla en mis manos,
pero no pasa nada.
En cambio, siento un aliento caliente en mi pecho y abro los ojos
para verlo de pie frente a mí, acariciándome como si comprobara que
estoy bien. Coloco mi mano sobre su cabeza, deslizándola sobre su
pelaje.
Tiemblo tanto de alivio que caigo de rodillas, donde Leo aún me
permite tocarlo sin que me haga daño, y aunque la sangre gotea de su
boca, no detiene mi sonrisa, mientras susurro:
—Gracias. —Este momento es increíblemente conmovedor para
mí, aunque entiendo la psicología que hay detrás.
Para él, Santiago es el alfa de su manada, y su alfa me presentó,
mostrándole que soy importante. Por defecto, Leo me considera parte
de su manada, así que me protege cuando vienen extraños.
Nada más que instinto animal.
Deslizando mi mano por su pelaje una última vez, le estoy
rascando bajo la barbilla, cuando un disparo resuena en el espacio. Los
pájaros dejan de piar y las ramas se agitan al salir volando, señalando
el peligro a nuestro alrededor.
Bang. Bang. Bang.
Leo es tan enorme que bloquea todo lo que hay detrás de él, así que
al principio no entiendo lo que está pasando, pero luego ruge, se
sacude ligeramente y tropieza antes de caer de lado mientras respira
con dificultad. Jadeo y se me llenan los ojos de lágrimas cuando veo
varias heridas sangrientas en él, y sacudo la cabeza.
—No, no. —Coloco mis manos sobre ellas, pero él solo ruge de
nuevo, claramente con mucho dolor—. ¡No, no!
—Por eso nunca debes resistirte a mis deseos, Briseis. Siempre hay
consecuencias. —La fría voz se cuela en mis venas, parando el mundo
a mi alrededor, y miro en su dirección. Veo a un hombre vestido de
blanco de pie, sosteniendo un arma mientras me sonríe, con el veneno
llenando sus ojos verdes como el cristal.
Varios hombres están detrás de él, apuntándome con sus armas,
aunque a juzgar por su líder, no van a disparar.
Leo ruge una vez más, y vuelvo a centrar mi atención en él.
—Shhh... Tenemos que llevarte al hospital. —Le doy una
palmadita en la cabeza, ignorando al hombre y esperando que todo
esto sea solo un mal sueño, porque el león no puede morir, ¿verdad?
Me levanto, buscando el arma a su lado, solo para saltar cuando el
hombre dispara de nuevo a mis pies, no permitiéndome cogerla—. No
valoro la vida humana. ¿Por qué crees que me importa si el león vive o
no? —Le da la vuelta a Leo—. La criatura está bien como muerta, así
que deja de hacerme perder el tiempo. —Ordena a sus hombres—:
Atrápenla.
Me agarran por ambos lados antes que pueda correr, y me
arrastran hacia su jefe mientras clavo mis pies descalzos en el suelo,
agitándome en su poder.
—¡No, déjame ir! ¡Leo! —grito, necesitando conseguir algo de
ayuda para él o morirá—. ¡Déjame ir! —Tiro de mis manos, pero es
inútil.
Por fin me acercan tanto al hombre que lo miro bien, sobre todo lo
despreciables que son todos sus rasgos, que me hacen saber que nada
humano reside en su alma. Atrapa mi barbilla, clavando sus dedos con
tanta fuerza que siseo de dolor, escupiendo:
—No me toques, cabrón. —Me da una bofetada tan fuerte que mi
cabeza se tuerce hacia un lado, y un dolor instantáneo recorre mi
cuello, adormeciendo mi mandíbula, y apenas consigo respirar.
Hace un sonido de desaprobación.
—Ahora, cariño, ¿es esa la forma de saludar a tu padre?
¿Mi... Padre?
La idea ni siquiera se me pasa por la cabeza cuando me inserta una
aguja en el cuello, y poco a poco todo mi cuerpo pierde la fuerza
mientras mis ojos se cierran.
Hojeando las estadísticas de nuestras últimas transacciones en mi
tableta, pulso el intercomunicador y oigo a Anna responder:
—¿Sí, señor?
—Estoy revisando los informes del club. Dos bailarinas han roto
sus contratos. —El club no nos aporta dinero real; sin embargo,
seguimos necesitando llevar el negocio para que nos sirva de tapadera
para atraer a nuestras víctimas o presentar una coartada a la policía.
Por no hablar que nos gusta pasar el rato allí, donde podemos ser
nosotros mismos sin que la prensa nos respire en la nuca.
Y el club fue creado enteramente con nuestro dinero, que ganamos
con nuestras transacciones comerciales sin el patrimonio de nuestras
familias.
Los monstruos también pueden ser sentimentales.
Aparentemente, sin mi supervisión, el club se desmorona.
¿Qué coño está haciendo Remi? Debería ser su responsabilidad
supervisar esta mierda.
Florian es demasiado artístico para ocuparse de las finanzas y de
cualquier papeleo, prefiriendo centrarse en sus diseños o en el interior
en caso de necesidad; además, es bueno con la publicidad. Las mujeres
acuden al club solo por su interés en él.
Octavius ya tiene su plato lleno con su imperio petrolero. Sin
embargo, siempre investiga cosas para hacer los clubes más atractivos
e inserta nuevas estrategias publicitarias.
Tengo que ayudar a papá. Trabajo en la división de marketing y
trato con todos los empleados, que me consideran el más agradable
para hablar.
¿Y qué coño hace Remi?
Oigo a lo lejos a Anna hacer clic en su portátil, antes que me
responda:
—Sí. Hemos intentado encontrar sustitutas, pero no ha habido
suerte.
—No quiero sustitutas, Anna. Quiero a estas bailarinas. —Son las
mejores del sector, y algunas personas vinieron solo para verlas.
—Lo siento, señor, pero han dicho que ya no quieren trabajar aquí.
Me froto la barbilla, la rabia se instala en mi interior por la abrupta
marcha después de que no hayamos sido más que amables con ellas, y
lanzo otra pregunta.
—¿Dónde trabajan ahora?
Vuelve a teclear varias veces.
—Han encontrado un trabajo en Dungeon of Burlesque. Lachlan
Scott, el propietario, fue el que pagó la multa de sus contratos. Ah, y
también perdiste a la cocinera —dice, con miedo en su voz, como si
probablemente no supiera cómo voy a reaccionar a eso.
—¿Algo más que deba saber?
—No, pero varios camareros han expresado su deseo de irse.
Tienen familia en Nueva York y el sueldo que les ofrecen es mejor. En
el mismo club —termina con desgana, desconecto, echándome hacia
atrás en la silla y frotándome los ojos, porque el panorama se me hace
bastante claro.
Lachlan no es un hada madrina que va por ahí haciendo que los
sueños se hagan realidad; el muy cabrón solo hace cosas que le
benefician, y básicamente está atacando nuestro club nocturno.
Es la primera señal de guerra.
—Mierda. —Me levanto, demasiado furioso para pensar con
claridad, y observo el paisaje cambiante a través del enorme ventanal
de mi despacho mientras pienso en los varios problemas que tengo
entre manos.
¿Cómo voy a centrarme en Lachlan, cuando todavía estoy
intentando atrapar a Andreas, que yace tan bajo que ninguna de las
personas a las que he torturado en los últimos dos meses sabe dónde
está?
Sin embargo, sé que está cerca; mis instintos están siempre alerta
en previsión de su ataque que nunca llega. Sin embargo, el estudio de
todas las mansiones, almacenes y grandes edificios cercanos no da
ningún resultado.
¿Espera a que mi esposa se quede embarazada para hacer un
movimiento?
La rabia llena todos mis huesos con el pensamiento de mi Briseis,
que se ha convertido en algo vital para mi vida, en sus manos.
Estoy obsesionado con cada uno de sus movimientos y
respiraciones, la necesito como el aire, y cada día, solo empeora,
convirtiéndome en un loco tal y como me temía.
¿Esto es amor?
Un amor maldito, porque si alguna vez intenta dejarme, la traeré
de vuelta cada vez.
Irónicamente, ahora entiendo muy bien a mi padre. Aunque dar a
una mujer tanto poder sobre uno mismo da miedo, y nada asusta a los
monstruos.
Nada más que perder a quien ilumina su infierno.
Las puertas de mi despacho se abren de golpe, y en el reflejo del
cristal veo entrar a Remi.
Nos miramos durante varios segundos antes que me gire para
mirarlo de frente y apretar los dientes.
—¿Qué hiciste?
Se mete los pulgares en los bolsillos de los pantalones y me dedica
una sonrisa torcida.
—Mejor pregunta es qué no hice.
La ira se dispara en mi interior, pero la contengo, ordenando que
vuelva el control, porque uno de los dos tiene que mantener la
cordura.
—¿Qué hiciste? —repito, y él abre la boca para responder, cuando
la puerta se abre de nuevo de golpe y un furioso Octavius entra, con
Florian justo detrás—. Por supuesto, entren en mi despacho como
quieran. —El sarcasmo se filtra en mi voz, y Florian se limita a
encogerse de hombros, claramente imperturbable por la tensión en el
aire.
Pero, ¿cuándo le ha importado algo o alguien a Florian? Su única
salvación fue dejar de prostituirse hace unos dos años. Justo cuando
Jimena volvió del extranjero. O se volvió extremadamente selectivo o
simplemente hizo un juramento de celibato, lo cual es una idea
ridícula por sí misma.
—Acabo de perder un acuerdo petrolero de mil millones de
dólares —anuncia Octavius, y como mi expresión sigue siendo
inexpresiva, ¿por qué coño siente la necesidad de decirnos eso?, se
explaya—. He trabajado en este acuerdo durante un año. ¿Y sabes
quién lo consiguió?
Oh, joder.
—Lachlan.
Aplaude varias veces.
—Sí. —Una risa hueca se desliza por sus labios—. Esto es una
señal de guerra.
—Soy consciente. También se llevó a nuestras bailarinas y a
nuestra cocinera.
Y preveo más golpes en el futuro cercano que son más severos que
los negocios. Esto es solo el comienzo.
La guerra será sangrienta y cambiará para siempre la dinámica
entre todos los que conocemos, porque tendrán que elegir bando.
Todo el mundo centra su atención en Remi, que ahora se cruza de
brazos, enderezando la espalda, y se encuentra con nuestras miradas
de frente.
—¿Qué hiciste? —Esta vez, Octavius pregunta, y su tono no deja
duda de que espera una respuesta ahora.
Mi teléfono vibra en el bolsillo y lo saco esperando ver el nombre
de Briseis parpadeando en la pantalla, pero en su lugar aparece un
número desconocido con un mensaje de vídeo.
Escalofríos corren por mi columna por primera vez en más de una
década, lo abro, presiono el vídeo y todo mi interior se paraliza
cuando aparece la cara de Andreas.
Más viejo que hace veinte años, pero sigue siendo la misma puta
cara que deseo destruir.
Los chicos se dan cuenta de mi expresión y se colocan a mi
alrededor mientras todos miramos la pantalla, y aprieto tanto la
mandíbula que me sorprende que no se me rompan los dientes.
Andreas guiña un ojo a la cámara antes de dar un paso atrás,
señalando el lugar donde Briseis yace en el suelo mientras un médico
le toma una muestra de sangre.
—Mira quién está aquí, Santiago. Tu preciosa esposa y mi hija. —
Chasquea—. Deberías haber prestado más atención, pero empiezo a
pensar que es un rasgo familiar. Secuestrar a cualquiera en las narices
de un Cortez es jodidamente fácil.
Agarro el teléfono con tanta fuerza que se resquebraja ligeramente,
y Florian lo sujeta rápidamente mientras Octavius y Remi me agarran
los brazos por ambos lados para que no ruga ni destruya todo lo que
me rodea sin ver el vídeo hasta el final.
Andreas acaricia suavemente la cabeza de Briseis, sonriendo con
maldad.
—Mi hija. No es muy guapa, pero ha conseguido llamar tu
atención, y eso es lo único que importa. —Desliza la mano hacia su
estómago y la coloca allí—. Ella por fin me dará un heredero fuerte
que podrá resistir cualquier cosa. Como su padre y su madre. —
Vuelve a mirar a la cámara, acercándose—. Todo lo que necesito es
una prueba de que está embarazada. Su madre se quedó embarazada
enseguida, no debería ser diferente aquí.
Octavius salta a mi portátil, que ya haciendo clic frenéticamente,
probablemente hackeando el sistema y tratando de rastrear de dónde
vino el video mientras tantas emociones me inundan que no sé si dejar
que el miedo se hunda en mis huesos o lanzar el teléfono a la pared.
El médico termina de extraer la sangre, la coloca en una caja y hace
una ligera reverencia a Andreas antes de alejarse.
—Esto debería enseñar a un Cortez a no joder nunca conmigo.
Siempre consigo lo que quiero. —Suspira con fuerza—. Lástima que
no seas tú, pero me conformaré con tu semilla. —Está a punto de
pulsar la desconexión, pero su dedo pasa por encima de la pantalla
antes de ponerlo de nuevo y su boca se ensancha en una sonrisa tan
enorme que mis manos pican para arrancarle los dientes—. Ah, y por
cierto... Tu león ya debe estar muerto. Intenta encontrarme, Santiago.
No me importaría matarte finalmente después de que hayas cumplido
tu propósito.
La pantalla se queda en blanco, y Florian deja caer el teléfono sobre
la mesa junto a Octavius mientras ambos trabajan en él mientras todo
mi cuerpo tiembla. Remi intenta hacerme entrar en razón.
—Santiago, la encontraremos.
Le arrebato mi codo, lo empujo y me dirijo a mi vestuario,
quitándome el puto traje y poniéndome un jersey negro y unos
pantalones junto con unas botas mientras mis amigos buscan un lugar
que sé que encontrarán.
No permito que los sentimientos salgan a la superficie. En su lugar,
los encajono en mi mente para mantenerme frío y racional.
Los sentimientos no tienen cabida en la venganza; de lo contrario,
no podré ayudar a mi esposa.
Sí, mi esposa, porque sé con certeza que no está embarazada.
Nunca habría puesto en peligro a mi mujer y a mi hijo así, sabiendo
que Andreas andaba suelto.
Lo que significa que tengo muy poco tiempo para salvar a mi
Briseis.
Cuando descubra que no tiene el heredero que tanto desea, la
matará.
Y bajo ninguna circunstancia dejaré que eso suceda.
Él me quitó todo.
No puede llevársela a ella también.
Capítulo Diecinueve
“La gente dice que la fea verdad es mejor que las bonitas mentiras. Y
probablemente tengan razón. Sin embargo, ahora mismo... desearía no saber
nunca la verdad. Porque me duele tanto que no sé cómo respirar.”
-Briseis

CHICAGO, ILLINOIS
SANTIAGO, DIECIOCHO AÑOS

George detiene el coche junto a la mansión de Octavius, y Florian sale


volando, con el teléfono aún pegado a la oreja. Lo ha estado llamando sin cesar
durante los veinte minutos que ha durado el viaje hasta aquí.
Remi y yo lo seguimos.
—Puedes irte a casa, George. Nosotros estudiaremos aquí. —Él asiente,
sé que mantendrá la boca cerrada pase lo que pase.
Nos conoce a todos desde que estábamos en pañales, después de todo.
—¡Contesta, joder! —exclama Florian, y corremos hacia la puerta
principal, que está ligeramente entreabierta, y sorprendentemente Antonio no
sale corriendo a recibirnos.
La inquietud me recorre, porque eso significa que algo va mal, y cuando
empezamos a subir las escaleras, oímos música rock a todo volumen por los
altavoces, haciendo sonar las paredes. Intercambiando miradas, aceleramos el
paso, y Florian irrumpe con nosotros chocando con su espalda.
La oscuridad nos da la bienvenida junto con el olor a alcohol saturando el
aire. Florian enciende la luz, y aparece la casa normal y limpia mientras nada
parece fuera de lo normal.
Bueno, aparte de la música rock que se hace más fuerte cuanto más nos
adentramos, una música que está prohibida en esta casa, porque el padrastro
de Octavius ordena que todos escuchen solo música clásica.
—Tal vez exageramos. Tal vez aún no está en casa. —Remi rompe el
silencio, aunque no parece convencido, mirando hacia el interior del salón—.
¿Hay alguien aquí? —Pero nadie responde, lo que en circunstancias normales
no habría sido tan sorprendente, ya que en esta casa solo está Antonio, un
chófer y dos criadas, porque sus padres creen en un enfoque minimalista de la
vida.
Su padrastro incluso se niega a tener seguridad vigilando su propiedad, y
las puertas de hierro que la custodian tienen un código especial que permite
entrar.
Florian es uno de los pocos que lo sabe.
Sin embargo, justo ahora, cuando la música está tan alta que me empiezan
a doler los tímpanos, su silencio es extraño y alarmante.
Florian me empuja a un lado y luego se lanza a la segunda planta, sus
botas golpeando fuertemente el mármol, y lo seguimos mientras la música se
hace cada vez más fuerte, viniendo de la dirección del dormitorio principal.
Esta vez, sin embargo, otro sonido se une a él, un fuerte gemido seguido
de un grito de dolor que eclipsa la música.
¡Mierda!
Está claro que el padrastro más querido ha empezado el castigo, y por eso
el personal está ausente; probablemente ha enviado a todos a casa para poder
torturar adecuadamente a Octavius.
Como si la cicatriz en su mejilla no fuera suficiente para servir de
recordatorio permanente de su odio hacia él.
—¡Ese maldito imbécil! —Florian murmura, abriendo la puerta de una
patada. Entramos corriendo, pero nos detenemos en seco cuando vemos lo que
realmente ocurre.
El Sr. Reed está en la cama, agitándose mientras gime algo incoherente. O
al menos lo intenta. Octavius le aprieta la boca con la mano mientras con la
otra sostiene un cuchillo cuando empieza a apuñalarlo una y otra vez, su ropa
se empapa de sangre mientras las sábanas blancas se vuelven escarlatas.
—¡Cállate, cállate, cállate! —grita Octavius, levantando la mano y
apuñalándolo de nuevo con fuerza, probablemente encontrando una arteria
mientras la sangre le salpica, y la visión de la misma finalmente nos hace salir
de nuestro shock.
—Octavius, no. Detente. —Florian se lanza por él primero, gritando—:
¡Para! —Intenta agarrarle el codo, pero Octavius lo empuja hacia un lado, y
Florian pierde el equilibrio, cayendo de culo junto a la cama y gimiendo.
Remi se precipita a continuación, aunque rodea con sus brazos los
hombros de Octavius y tira de él hacia atrás, intentando separar los cuerpos
ensangrentados, lo que solo consigue que Octavius se gire todavía arrodillado
sobre su padrastro. Le lanza el cuchillo a Remi, cortándolo profundamente en
el brazo por lo que parece, mientras Remi sisea, saltando a un lado y
uniéndose a Florian en el suelo.
Octavius vuelve a apuñalar a su padrastro una y otra vez, sin dejar de
corear:
—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
—¡Lo estás matando! ¡Para de una puta vez, Octavius! —Florian se
levanta rápidamente, atrapa el brazo de Octavius entre las palmas de sus
manos, intentando arrastrarlo hacia un lado, pero no tiene ningún efecto
sobre su amigo, que ya está en la zona.
Una zona con la que estoy demasiado familiarizado.
Florian vuelve a caer de culo, y es entonces cuando me acerco desde un
ángulo diferente, atrapando la muñeca de Octavius mientras la levanta, su
cuchillo goteando sangre entre nosotros. Su mirada es vidriosa de furia. Esta
expresión vacía asustará a todos los que la encuentran, y así entiendo que el
pensamiento racional ha abandonado su cabeza.
Se sacude en mi agarre, listo para asestar otro golpe, cuando retiro el
brazo y le doy un fuerte puñetazo en la cara.
Cuando una persona está en la zona bajo el efecto de esta rabia, hablarle
no sirve de nada, porque no te oye.
Solo oyen la voz de su agresor susurrando al oído lo inútiles y débiles que
son, borrando cualquier autocontrol o dignidad que tengan.
Y la necesidad de matar se vuelve tan insoportable que lo hacen sin darse
cuenta de lo que ocurre o de quién está delante de ellos.
Octavius retrocede a trompicones, cayendo al suelo de rodillas mientras el
cuchillo se le escapa de los dedos, aterrizando con un fuerte estruendo.
Florian ya se desliza hacia él y le pone la mano en el hombro, apretándolo
con brusquedad, pero no provoca ninguna reacción en su amigo.
Se limita a mirar al espacio, con el pecho subiendo y bajando con cada
respiración cada vez más pesada, las palmas de las manos extendidas sobre el
mármol, dejando huellas sangrientas.
Remi vuelve a sisear mientras se lleva la mano a la herida, así que me
acerco a él.
En cuclillas, alejo su mano para examinar la herida. Aunque la punta ha
golpeado profundamente y podría dejar una cicatriz en su hombro, no ha
tocado ninguna arteria importante. Debería estar bien siempre que le
pongamos puntos pronto, para que no se infecte. Teniendo en cuenta que el
cuchillo estaba en un cuerpo ahora muerto hace unos segundos, quién sabe lo
que Remi podría coger de ese cabrón.
—¿Estás bien? —Asiente con la cabeza, mirando por encima de mi
hombro a los chicos antes de cambiar su atención al cuerpo—. Está muerto —
le digo, esperando que no estalle en histeria, ya que es la primera vez que se
encuentra con un cadáver.
El de ellos, en realidad, ya que ambos se empeñaron en detenerlo. Solo me
uní cuando terminó el trabajo.
El único pensamiento que sobrevuela mi mente es el de, hasta nunca,
pero decido no expresarlo. Además, todos deben estar en shock.
Remi sonríe, una mirada fría se instala en su mirada, y luego escupe a un
lado.
—Buen puto viaje. —Luego vuelve a hacer una mueca de dolor mientras
estudia su herida antes de arrancarse un trozo de camisa y presionarlo contra
el hombro.
Qué. Mierda.
¿Eso es todo lo que tiene que decir?
Mis cejas se levantan sorprendidas y, al notarlo, susurra:
—No eres el único que tiene secretos, amigo.
Bueno, ¿a quién le importa? Si él está bien, entonces significa que solo
tendré que lidiar con...
—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunta Florian con calma, acariciando
la espalda de Octavius, que ahora se sienta en el suelo y se abraza las rodillas
contra el pecho, meciéndose de un lado a otro, todavía en trance.
Probablemente ni siquiera comprende lo que ha hecho.
Me levanto, rodando los hombros mientras centro mi atención en Florian,
que tiene una expresión de aburrimiento en su cara. La única preocupación
que muestra es cuando su mirada se posa en Octavius. Sin embargo, el cuerpo
sobre la cama solo se gana un gruñido y un murmullo de:
—Púdrete en el infierno, cabrón.
Una vez más.
Qué. Mierda.
¿Por qué mis amigos de la infancia, que vivían en un cuento de hadas
mientras yo ardía en el infierno, no se inmutan por todo esto?
¿Por qué no están entrando en pánico, gritando, corriendo por ahí
sujetándose la cabeza y llorando, porque esta mierda es muy oscura?
Los aparté a todos, para que mi oscuridad no los manchara ni los atrajera
accidentalmente.
Sin embargo, parece que la oscuridad ya los ha reclamado, a juzgar por
sus reacciones.
—Cumplió dieciocho años el mes pasado. Si llamamos a la policía, lo
meterán entre rejas —digo finalmente.
—Puede alegar defensa propia. —Remi se levanta, siseando un poco al
mover el brazo—. Podemos servir de testigos.
Florian niega con la cabeza.
—Esto no contará como defensa propia. Llevaba un puto cuchillo en la
mano y lo apuñaló muchas veces. No tiene ninguna herida. —Levanta la
camisa de Octavius, y aunque su espalda puede rivalizar con la mía en el
departamento de cicatrices, no hay heridas recientes en su piel—. Probar
defensa propia será casi imposible.
—Todavía le caerán años entre rejas. Así que de cualquier manera, va a
terminar en la cárcel. —Apoyo su punto—. Ni siquiera los años de abuso y
un psiquiatra que diga que no estaba en su sano juicio lo salvarán.
—¡Joder! —exclama Remi, acercándose a Octavius.
Sigue balanceándose en el lugar, coreando:
—Cállate. Cállate. Cállate. —Una y otra vez, con sus pies descalzos
golpeando el suelo y solo manchando más sangre en su piel.
—Si no llamamos a la policía de inmediato, nuestros culos también
estarán en juego. —Decido abordar el elefante en la habitación—. Cuanto más
tardemos, más culpables seremos.
Florian se tira del cabello, se levanta también y se pasea de un lado a otro.
—Tienen cámaras de seguridad. Eso podría ser una buena prueba.
—¿Y cómo piensas conseguirlas? ¿Antonio no supervisa esta mierda? No
dudo que...
Un duro estruendo resuena en el espacio, interrumpiendo a Remi
mientras los cristales se rompen en pequeños trozos a nuestro alrededor, y
todas nuestras cabezas giran hacia el marco de la puerta donde se encuentra el
hombre en cuestión, con una bandeja a sus pies.
Joder, otro testigo que está a punto de poner fin a nuestra discusión.
Mi culo terminando en la cárcel no estaba en ninguno de mis planes tras
volver a casa.
Nos miramos fijamente durante unos instantes, la mirada de Antonio
pasa de uno a otro mientras se posa finalmente en Octavius y luego viaja
hasta enfocar el cadáver.
Jadea, se tapa la boca y tiembla ligeramente.
Varias emociones aparecen, ola tras ola, en su cara antes de enderezarse
finalmente, ajustarse la chaqueta de mayordomo y dirigirse a Remi.
—Estella ha ido a visitar a su amiga con el chófer, y las criadas tienen
hoy el día libre. —Su voz tranquila es apenas audible—. La grabación de la
cámara está abajo, en el sótano. —Mira entre nosotros—. ¿Qué debo hacer?
Esta noche se está volviendo más que extraña si hasta el mayordomo está
dispuesto a encubrir un asesinato.
Se me escapa una risita. Florian me empuja en el hombro, y toda la
diversión desaparece al instante.
—¿Qué es tan gracioso, Santiago? ¡Octavius podría acabar en la cárcel!
—grita la última parte, levantando el brazo, pero lo bloqueo y le doy un
puñetazo en la tripa en su lugar, por lo que retrocede a trompicones.
Puede que sepa un par de cosas sobre asesinatos, pero está claro que no
tiene la suficiente resistencia.
—Entonces no debería haber matado a su padrastro para que todo el
mundo lo viera —respondo con indiferencia, porque las emociones no ayudan.
Nunca ayudan, solo complican las cosas.
—¡Vete a la mierda! —escupe Florian, abalanzándose de nuevo sobre mí.
Pero Remi se interpone entre nosotros y grita:
—¡Cállense los dos! Cállense. Pelear ahora mismo no servirá de nada.
Tenemos que pensar.
Octavius gime, palmeando su cabeza, y su balanceo se vuelve más
violento, llamando nuestra atención hacia él. Hago todo lo posible por
contener la ira que llevo dentro.
Tal vez porque en cierto modo entiendo su dolor.
O porque el niño que aún está dentro de mí recuerda que, hace tiempo,
estos tres chicos eran mis mejores amigos, y que habría hecho cualquier cosa
por ellos.
Aclarándome la garganta, le ordeno a Antonio:
—Borra toda la grabación de la cámara ahora mismo. —Asiente con la
cabeza, listo para salir corriendo, pero mis palabras lo detienen—. Si alguna
vez hablas con alguien de lo que ha pasado esta noche serás culpable también.
Tenlo en cuenta. —Ni en un millón de años habría imaginado amenazar al
tipo que era prácticamente un abuelo para todos nosotros, pero el miedo tiene
un poder tan fuerte que no tengo elección.
Vuelve a asentir con la cabeza y se aleja mientras me enfrento al resto de
los chicos.
—¿Alguna idea de cómo manejarlo? Piensen rápido. A estas alturas,
todos seremos culpables del crimen. Nuestros abogados no podrán ayudarnos.
—Tenemos que esconder el cuerpo —dice Florian, frotándose la cara y
luego abriendo su traje.
Remi cierra los puños antes de golpear sus caderas.
—Hay sangre por todas partes, su ADN y sus huellas dactilares. No
podemos esconderlo. Lo buscarán; es uno de los tipos más ricos del país.
Además, ¿cómo piensas deshacerte de él de todos modos?
—No lo sé, Remi. ¿Qué soy yo? ¿Un asesino en serie a la puta caza? —
Florian escupe, y yo chasqueo los dedos cuando una idea aparece en mi mente.
—Asesino en serie. Tenemos uno en el país ahora mismo, ¿no?
—Sí. Lo han mencionado en las noticias. ¿Qué hace...? —Los ojos de
Remi se amplían—. Él podría ser la cobertura que necesitamos.
Florian abre la boca para comentar, cuando Octavius susurra:
—Florian. —Se precipita hacia él y aterriza de rodillas, atento a no pisar
la sangre, y le pone las manos sobre los hombros—. ¿Qué he hecho, Florian?
—Su voz suena por fin con conciencia, y nos mira por encima del hombro—.
¿Qué he hecho? —Una expresión de horror cruza su cara y sacude la
cabeza—. Lo maté. Joder, lo maté. —Se le llenan los ojos de lágrimas—.
Estella. Se quedará sola —susurra la última parte.
—No, tenemos un plan.
—¡No! —grita, golpeando su puño en el pecho—. La culpa es mía. Yo
cometí el crimen. Salgan. Salgan todos y llamaré a la policía. Me entregaré.
solo promete cuidar de Estella —le dice a Florian y añade—: Por favor.
Florian aprieta más a Octavius, su voz se vuelve mortal.
—Haré cualquier cosa por ti, amigo, pero no esto. Encontraremos una
manera.
—¡No hay una puta manera! ¡Soy un asesino! Fuera!
Poniendo los ojos en blanco ante este acto de mártir que a nadie le importa
una mierda, voy hacia él y le doy una fuerte bofetada en la cara.
—¡Joder, Santiago! —Florian ruge, pero lo empujo hacia atrás también,
sosteniendo la mirada de Octavius que por fin se ha despejado, y sus charcos
marrones comprenden la información.
—Nadie va a ir a la cárcel por culpa de tu culo irresponsable. Nuestro
futuro está en juego. Ahora sal de tu maldito shock. Tenemos que ocuparnos
de tu desorden, y no tenemos tiempo para consolarte. —Parpadea, y respiro
profundamente, recordando que estos tipos nunca han estado expuestos a la
mierda que yo he visto.
Al menos no en la misma cantidad, porque no sé qué pensar de sus
extrañas reacciones.
Sin embargo, eso no cambia las variables de esta ecuación en la que, para
sobrevivir en este momento, tenemos que permanecer juntos.
Así que eso es lo que hacemos.
Ese día, tuvimos que volver a ser amigos, ya que estábamos
conectados por un secreto, y todo el mundo observó nuestros
movimientos durante mucho tiempo.
Poco a poco, no al instante, nos convertimos en una unidad
inquebrantable, destruyendo todo lo que se interponía en nuestro
camino.
Como la oscuridad ya los manchaba, ya no tenía que temer
mancharlos con la mía. Acepté su amistad mientras hacíamos crecer
nuestros imperios y perseguíamos nuestros propios demonios, con la
seguridad de saber que no importa lo que hagamos, adónde vayamos
o lo que necesitemos... nos tenemos los unos a los otros para contar
con ellos.
Los Cuatro Jinetes Oscuros.
Solo en la unidad sobrevivimos, porque en el caos prosperamos.
Dolor.
Es lo primero que se me ocurre al abrir los ojos. La palpitación en
mi mandíbula me produce punzadas en todo el cuero cabelludo.
El suelo de mármol que hay debajo de mí está casi helado,
haciendo que mi cuerpo se estremezca. Respirando con dificultad, me
incorporo y me pongo la mano en el pecho mientras intento
comprender dónde estoy.
Me quedo paralizada cuando una voz habla, y con esto, todos los
recuerdos vuelven a aparecer.
—Por fin estás despierta, Briseis. Todo lo que hizo falta fue dejarte
caer al suelo. —Sin prestar atención a su asquerosa voz, me limpio las
lágrimas que resbalan por mis mejillas al pensar en la hemorragia de
Leo.
Espero que Santiago haya logrado llegar a él a tiempo; la hermosa
criatura no merece morir por culpa de la locura de este monstruo.
—Vete al infierno, seas quien seas —le digo, mirando a mi
alrededor para estudiar mi entorno, y mis ojos se abren ante el
panorama que me rodea.
Debemos estar en una enorme mansión, porque estoy en la sala
común rodeada de un espacio infinito que solo tiene cuadros colgados
en las paredes, una gran silla tipo trono y una mesa al lado justo en el
centro, a varios metros de mí. Un hombre está sentado allí, cruzando
las piernas y sorbiendo whisky mientras sus orbes brillan de placer
ante mi arrebato.
Detrás de él hay dos guardias, cada uno con dos armas en sus
fundas, que me miran fijamente.
Bebe otro sorbo antes de responder:
—No me gustan las bocas descaradas. —Asiente con la cabeza, y el
aire se atasca en mis pulmones cuando uno de los guardias avanza y
me agarra del cabello, arrastrándome por el suelo, mientras intento
detener sus movimientos, el dolor golpeando contra mí por las heridas
anteriores, pero es inútil.
Me acerca al hombre y acabo a sus pies. Su zapato de cuero me
levanta la barbilla para que nuestros ojos se encuentren, y el asco se
refleja en su cara.
—Si no hubieras nacido tan sencilla, serías realmente mi obra
maestra. —Me muevo en su agarre retrocediendo, pero el guardia me
sujeta con más fuerza y me mantiene inmóvil mientras la punta del
zapato me golpea en la mejilla—. Pero fue suficiente para Santiago. —
Se ríe—. Estos hombres Cortez tienen extraños gustos en cuanto a
mujeres. —Se inclina hacia delante y su whisky se derrama un poco
por el suelo—. El hecho que seas mi hija no le impidió enamorarse. —
Vuelve a tocarme la mejilla—. Bien hecho, cariño, papá está orgulloso.
Chasquea los dedos y el guardia me suelta. Me duele el cuero
cabelludo mientras me palmo la cabeza, pero sigo mirando al hombre,
reflexionando sobre sus palabras, que sin embargo no tienen mucho
sentido para mí.
¿Mi padre?
¿Este monstruo... es mi padre?
—Estás mintiendo. No soy tu hija —respondo, echándome hacia
atrás, y un escalofrío recorre mi columna cuando su risa resuena en las
paredes.
—Ah, ¿el queridísimo marido no compartió su pasado contigo y
del monstruo responsable? —Sus palabras calan dentro de mí; mi
respiración se acelera mientras lentamente, a pesar de mi estado, lo
que dice empieza a tener sentido en mi cabeza.
Cómo Santiago dijo que Howard no era mi padre.
Cómo quería atrapar al hombre que lo secuestró y vengarse.
Cómo se casó rápidamente conmigo y se negó a decirme por qué lo
hizo.
Incluso los diarios de mi madre.
¿Los escondió intencionadamente para que yo no descubriera
nunca la verdad sobre mi padre? ¿O su conexión?
Así que todo este tiempo...
—Cebo —dice—. La palabra que buscas es cebo. El mío y el suyo.
Cebo.
Algo que dos cazadores utilizan para atrapar a la presa, ¿y me
convertí en un daño colateral una vez más?
Escudriñando mis rasgos para que no vea mi lucha interna, alzo la
barbilla.
—No te creo. ¡Eres un psicópata que debería pudrirse en el
infierno por lo que haces! —grito la última parte y luego grito cuando
me da una patada en el hombro, haciéndome volar por el suelo.
—Cuida tu boca, o tu vida con Howard parecerá un sueño. Ni
siquiera me importará mi nieto en tu vientre.
¿Qué?
Mi mano temblorosa cubre mi estómago mientras noto un pequeño
y ligero moretón alrededor de mi vena, como si alguien me hubiera
sacado sangre recientemente. Mi cabeza se tambalea con esta
información y el shock me recorre.
No estoy embarazada. Ninguno de los dos quería tener hijos ahora
y, además, ¿cómo iba a ser tan descuidada con un hombre al que
podría tener que dejar debido a sus formas sádicas?
Aunque mirando al hombre que dice ser mi padre, empiezo a
pensar que incluso los monstruos de este mundo tienen diferentes
razas, y algunos de ellos realmente traen más bondad que daño.
—No te daré a mi bebé —le digo, siguiéndole el juego mientras
gano tiempo, porque la locura reside en su mirada, y actuar podría
matarme.
Solo tengo que esperar a Santiago.
Él vendrá a salvarme. Pase lo que pase, me encontrará, porque
puede que yo haya sido su cebo, pero siente algo por mí.
Todo su comportamiento hacia mí lo demuestra.
Y este conocimiento me permite calmarme un poco, pensar
racionalmente y apartar todas mis emociones.
El llanto puede esperar.
Andreas suspira, coge la botella que tiene a sus pies y se sirve más
whisky.
—Ya he oído eso antes. Tu madre dijo lo mismo cuando te dio a
luz. Andreas, ella es mía. No la tendrás. —Abre los brazos—. Sin
embargo, tu vida muestra cómo le funcionó eso. —Saca algo y me lo
lanza, la foto cae sobre mis rodillas.
Una mujer joven que se parece a mí mira fijamente a la cámara,
sosteniéndome en sus brazos, apoyando su espalda contra la cabecera.
Incluso a través de la foto, puedo sentir su dolor, y mi corazón se
aprieta en mi pecho, viendo a mi madre por primera vez, aliviando
algunas heridas dentro de mí, porque ella me amaba.
Después de todo, no trataría de retenerme si no lo hiciera, ¿verdad?
Pasando el dedo por la foto, susurro:
—Mataste a mi madre. —Un dolor profundo me golpea, calando
en mis huesos y aplastándolos de nuevo. Antes, mi madre era una
criatura mítica, una persona de la que no sabía nada.
Ahora, tiene el rostro de esta chica, y no es difícil imaginar lo que
Andreas le hizo.
Chasquea la lengua.
—Fue la única mujer que logró darme a luz una hija sana. Estaba
dispuesto a recompensarla y dejarla volver con Howard. —Baja la voz
como si compartiera un secreto conmigo—. Tuvo una aventura con un
hombre casado antes que yo apareciera.
—Ella se enamoró de ti, y tú destruiste su vida.
Por eso Howard me odiaba; mi existencia probablemente acabó
con su aventura.
—No, solo se la robé. Como eres mi hija, te ahorraré los detalles de
lo que ocurrió en el pasado. Puedo ser generoso cuando quiero. —Esta
extraña afirmación me parece extraña, y la inquietud me recorre
mientras la sospecha baila en mi mente, pero su siguiente afirmación
no me permite centrarme en ella—. Justo después de que se tomara esa
foto, comenzó una grave hemorragia, y el resto es historia.
Complicaciones del parto, dijeron. —Se me escapa una lágrima y me la
limpio rápidamente—. Dejó todas las instrucciones para salvarte, y las
estúpidas monjas pensaron que yo no conocía el plan. Verás, hija... —
Se levanta, acercándose a mí, y tengo que levantar la vista para
encontrar su mirada—. Siempre fuiste un cebo. Pero incluso el cebo
tiene que ser entrenado
Apretando la foto contra mi pecho, pregunto:
—¿Entrenado?
—Howard me odiaba a muerte, porque le quité su Flora. Sabía que
se desquitaría con un niño, a pesar de la petición de tu madre de
salvarte. Trabajó conmigo cuando establecí mi negocio. No le
importaba cuando vendíamos mujeres. Pero se opuso cuando me
interesé por los niños para expandir mi imperio. Me traicionó, así que
le quité lo que más quería. A ella. —El ácido me llena la garganta y
controlo mi reflejo nauseoso, tapándome la boca.
Dios mío.
Hombres horribles, que no deberían pisar la tierra.
Santiago y sus amigos tienen razón al querer matarlos a todos.
—Tenías que tener una voluntad fuerte, ya que estarías cargando a
mi nieto. Todos los castigos que Howard te infligió me alegraron el
corazón. A pesar de ser una tonta ingenua, terminaste siendo una
chica fuerte.
Oh, Dios. ¿Cómo puede un padre alegrarse cuando su hijo está
herido?
—Bueno, no soy fuerte —le digo, porque esa es la verdad de Dios.
Él sonríe.
—Tu fuerza está en tu carácter. —Debe leer mi expresión de
estupefacción, porque se explaya—. Psicológicamente, los hombres
como Santiago son protectores, por lo que se sienten atraídos por
aquellos a los que tienen que salvar. Y tu lamentable vida jugó a tu
favor. Sabía que no podría resistirse, porque tienes esa mirada
vulnerable.
Toda mi vida anhelé saber la verdad, por qué Howard me
despreciaba tanto y por qué mi madre me dejó pudrirme en el
infierno.
Y finalmente, lo sé todo, y la verdad es tan devastadora que casi
desearía no haberla oído nunca.
La ignorancia es una bendición y no tiene poder para hacerte daño.
Pero todo esto es la historia de mis padres, y no la mía.
La mía no tendrá un final triste como el de ellos, y seguro que mi
hijo nunca sufrirá por la locura de mi padre.
—Estás loco y te va a matar. —Finalmente hablo, y sus cejas se
levantan, con diversión en sus ojos verdes—. Me encontrará pase lo
que pase.
—¿Por qué? ¿Porque te ama tanto?
Sacudo la cabeza, aunque mi corazón se contrae dentro de mi
pecho ante tal idea. ¿Cómo podría amar a la hija de su enemigo?
Puede que no sea capaz de controlar su obsesión por mí, y por eso
quiere retenerme para siempre, pero mi principal propósito en su vida
es una cosa.
Y finalmente, puedo darle lo que tanto desea.
—No. Porque quiere su venganza.
Una emoción cruza su cara, pero no tengo tiempo de examinarla
cuando un hombre trajeado entra en la sala, con la cara pálida y las
manos temblorosas donde sostiene un papel en la mano.
—Aquí están los resultados de su sangre.
Coge el papel, lo escanea y, por lo oscura que se vuelve su cara, sé
que no ha conseguido lo que tanto buscaba.
El alivio me invade, pero dura poco, ya que tira el papel al suelo y
le dice al hombre:
—Me ha decepcionado, doctor. Y los que me decepcionan no
viven. Mátenlo —ordena, y mis gritos llenan el espacio cuando un
guardia le dispara directamente en la frente, y el hombre cae de
espaldas.
Andreas desplaza su mirada hacia mí, intensa en su odio.
—Me has fallado, Briseis. Tenías una cosa que hacer y te las
arreglaste para arruinarla. No eres mi semilla. No trajiste más que
decepción cuando naciste.
De repente, las alarmas suenan a nuestro alrededor, y me tapo los
oídos porque empiezan a dolerme, provocando aún más dolor de
cabeza.
Pero también la felicidad se extiende dentro de mi pecho, porque
sé que está aquí.
Ha venido.
Santiago me va a salvar.
La única persona que me ha protegido.
Sin embargo, me quedo quieta cuando Andreas dice:
—Después de todo, ha venido. Bueno, entonces vamos a usarte
como cebo una última vez, ¿te parece? —Coge el arma de su guardia y
me golpea con ella en la nuca, y todo se vuelve negro de nuevo.
Con Remi conduciendo, el coche vuela a través de las puertas
mientras dejamos cadáveres a nuestro paso. Mi ventanilla está bajada
y mato a todo el que se interpone en mi camino.
Octavius y Florian conducen detrás de nosotros, y le digo a Remi:
—Más rápido. —Acelera el coche, el viento nos golpea en la cara
cuando la mansión aparece a la vista, un edificio recién construido,
vendido hace dos semanas.
Octavius encontró la ubicación en quince minutos, y como estaba a
una hora de la ciudad, situada en las afueras, nos metimos en el coche
mientras una furia sin igual sacudía todo mi cuerpo.
Me han robado a mi esposa, y mi león yace actualmente en una
mesa de operaciones mientras intentan salvarlo.
La furia alimenta mi sangre, y me doy cuenta que un guardia se
esconde detrás de los arbustos. Le disparo en la cabeza y, finalmente,
Remi desvía el coche hacia un lado. Cuando salimos, más balas se
dirigen a nosotros.
Hay unos diez guardias, así que no debería ser difícil matarlos.
Octavius estaciona su vehículo en ángulo recto con el nuestro,
creando una forma de L y bloqueándonos del ataque de las balas.
Cambiando los cargadores de mis armas, muevo los hombros,
dispuesto a ponerme en la línea de fuego, cuando el brazo de Remi me
detiene.
—Piensa racionalmente, Santiago. No vayas a... ¡Joder! —exclama
cuando me pongo de pie y luego giro rápidamente para hacerles
frente, disparándoles mientras aparecen más guardias por el lateral,
dispuestos a vigilar la puerta, y es así como sé que Andreas está
dentro.
El maldito cobarde siempre utilizaba a los demás para proteger su
culo.
Remi y Florian me cubren el costado mientras Octavius vigila mi
espalda mientras nos movemos como una unidad hacia la puerta, más
cuerpos cayendo hasta que no hay moros en la costa.
Subo las escaleras a toda prisa y entro en la casa, y al instante el
familiar aroma a whisky asalta mis fosas nasales, junto con la voz que
irrumpe en la sala común.
—Lo has conseguido. Nunca debí dudar de ti.
Escucharlo de nuevo me produce escalofríos, me trae recuerdos, y
mi cuerpo se estremece con tanta furia que me congelo, pero me
recuerdo que ya no se trata de mí.
Se trata de mi mujer.
Caminando dentro, lo veo sentado en su puto trono mientras da un
sorbo a su bebida, sonriéndome alegremente.
Apuntándole con mi arma, aprieto los dientes.
—¿Dónde está? —Se limita a dar otro sorbo y me acerco, gritando
esta vez—: ¿Dónde está?
—Noo, Santiago. Un paso más o una bala dirigida a mí, y me
mataré. —Pone la hoja en su mano hacia su arteria, con un brillo en
sus ojos—. Y nunca la encontrarás.
Todo mi organismo se llena de ira y odio, porque una vez más
estoy indefenso ante este hombre.
—¿Dónde está? —repito, esperando que aún no haya descubierto
la verdad.
Sin embargo, sus siguientes palabras aplastan mi esperanza.
—No está embarazada, así que no tiene ningún valor para mí. O al
menos eso creía. —Desliza ligeramente la punta de la hoja sobre su
arteria—. Ella sabía que vendrías a vengarte. Pero creo que la amas. —
Se ríe, y mi puño pica para arrancarle los dientes—. Tu linaje produce
hombres fuertes capaces de resistir cualquier cosa. Sin embargo, al
igual que Aquiles, tienes un talón, una debilidad.
Ignorando sus palabras, pregunto:
—¿Qué quieres? —Si no está muerta, la sigue usando como cebo.
Aprovecha cualquier oportunidad para conseguir lo que desea.
¿Es tan iluso como para pensar que todavía puede conseguir a su
heredero si me chantajea?
Continúa como si no me hubiera escuchado.
—Sus mujeres. Esa es una debilidad que borra toda bondad. ¿Sabes
que tu padre y yo solíamos ser los mejores amigos? —Todo dentro de
mí se calla, solo queda la voz de Andreas—. Nos conocimos en una
jaula. Experimentamos una mierda similar a la tuya, solo que, créeme,
peor. Soñábamos con salir y construir imperios.
Se me revuelven las tripas al pensar que mi padre experimentó
semejante mierda, y diga lo que diga, nunca creeré que participó en
tratos oscuros.
Sin mostrar ninguna reacción exterior a su afirmación, vuelvo a
repetir:
—¿Qué quieres? —Cree que me importa que se vaya por el carril
de los recuerdos, pero me importa un carajo.
Lo que me pasó no puede cambiarse, pero mi mujer necesita mi
protección ahora mismo, así que a la mierda esta venganza.
Lo mataré, porque le hizo daño a ella, no porque me haya robado
la infancia.
El odio recubre cada una de sus palabras.
—Solo Lucian quería usar su imperio para matar a los malos, y yo
ansiaba su poder. Y en cuanto supo lo que implicaba mi negocio,
decidió matarme. Me dio la espalda, ¿y para qué? ¿Para poder vivir
felizmente con Rebecca? ¿Salvar a todas esas mujeres y niños? —Su
risa hueca resuena en el espacio—. Podríamos haber permanecido
juntos, construyendo un legado, uniéndonos a ti y a Briseis en una
unión sagrada que nos daría generaciones de guerreros.
El hombre ha perdido la puta cabeza. Nunca he escuchado una
mierda más grande en mi vida.
—Pero su maldito corazón valiente nunca habría aceptado herir a
alguien inocente. Así que tomé lo que él y su esposa valoraban y
amaban más. A ti. —Termina su bebida y lanza el vaso por encima del
hombro—. Una vez compartió su mayor temor. No quería que su hijo
acabara como él. Un monstruo con una infancia robada. Así que eso es
lo que te hice —Se ríe—. Ah, un plan realmente brillante.
No puedo dejar que sus palabras me afecten, no puedo
concentrarme en esta verdad, no puedo dejar que me sacuda.
No ahora, y quizás nunca.
Porque entonces la culpa me abrumaría.
—¿Dónde está? —Oigo más disparos y algo explota en la distancia,
sacudiendo un poco la casa, y Andreas me informa.
—No pensaste que no traería refuerzos, ¿verdad? Esta tierra tiene
tantos guardias que tus tres amigos estarán muertos para cuando
terminemos. —Me guiña un ojo—. Pueden divertirse mientras yo uso
mi helicóptero para salir volando. Si sobreviven, incluso podríamos
continuar nuestro juego.
—Te mataré si haces un movimiento. ¿Dónde está ella?
—Tan impaciente. —Coge la tableta de la mesa que tiene a su lado
y hace clic en ella, una sonrisa ensancha su boca antes de girar la
pantalla hacia mí, mostrando a Briseis tumbada dentro de algo—. Está
en un ataúd. Despertando lentamente. —El miedo corre por mis venas,
deteniendo todos mis sentidos mientras los latidos de mi corazón se
aceleran—. La tumba está preparada, y ahora mismo han empezado a
bajarla. Por ahora, obtiene el oxígeno de los pequeños agujeros del
fondo. Lo crearon específicamente para la tortura. —Veo que Briseis
abre los ojos, ligeramente desorientada antes de gritar—. Pero en el
momento en que la superficie toque el suelo, su suministro de oxígeno
se cortará. Lo que significa que tienes aproximadamente de cinco a
siete minutos para salvarla antes que tenga un daño cerebral
permanente. Está dentro del perímetro, dentro del jardín.
No.
No, no, no.
Disparo el arma, y está vacía, lo que solo hace que se ría más.
—¿No hay balas? Yo no perdería el tiempo con ellas, Santiago, si
piensas salvar a mi hija. O déjame decirlo así. —Levanta las manos—.
Puedes matarme o salvar a mi hija. ¿Qué será? —pregunta.
Desde el momento en que acabé en mi cautiverio, soñaba con
castigar a Andreas.
Cada nuevo moretón, cada dolor, cada cicatriz me recordaba a él,
mi odio hacia él crecía más y más, donde imaginaba destruirlo con
diversas torturas.
Matarlo siempre fue la misión de mi vida, la razón por la que
sobreviví y me convertí en un asesino en serie.
El odio llenaba mi corazón, y nada existía allí.
Nada hasta Briseis.
Y a pesar de la agonía y de todo lo que he vivido de su mano, mi
amor por ella es mayor que cualquier maldita venganza del mundo.
El chico no sobrevivió para odiar.
Sobrevivió para amar.
Sin embargo, hay otros innumerables chicos que probablemente
experimentaron el mismo destino, y me comprometo a encontrarlo
más tarde y matarlo para que no vuelva a destruir a nadie más.
Arrojando el arma, estoy listo para decirle mi decisión y correr
hacia el jardín para salvar a mi mujer, cuando una voz detrás de mí me
congela.
—Mi hijo no tiene que elegir. Te mataré por él.
Mi padre aparece a la vista vestido completamente de negro, y en
este atuendo, todo encaja, su pasado y el aura que he detectado a su
alrededor durante años, sin encontrar nunca una buena explicación a
por qué me daba esas vibraciones.
El asesino en serie de la máscara que nunca hablaba y me enseñaba
todo era mi padre.
Oh, Dios.
—Lucian —dice Andreas conmocionado y se levanta—. ¿Cómo
encontraste este lugar?
—No debiste haberme enviado el vídeo.
¿Qué carajo?
—Papá.
—Vete —ordena, apartándome—. Ve y salva a tu mujer. Mis hijos
nunca serán tuyos, Andreas.
Y finalmente hago lo que me dice, dejando que mi padre luche
contra el monstruo de mi infancia.
Finalmente apareció cuando menos lo esperaba.
El caos me saluda cuando salgo al exterior, con innumerables
cuerpos cayendo uno tras otro en la embestida de las balas, y veo la
propiedad ardiendo a nuestro alrededor mientras el olor a gasolina
llena el aire.
Varios hombres gritan mientras se queman vivos, el fuego se los
traga rápidamente, y veo un arma apuntándome, solo para que Remi
me bloquee, recibiendo él mismo la bala.
—Joder —murmura, con el pecho empapado de sangre mientras
cae de rodillas—. Ve a buscarla —ordena, sabiendo ya que estoy
huyendo.
Corriendo por el campo, otra arma apunta hacia mí. Cuando lo
matan, veo a Callum de pie detrás de él.
Y entonces Arson deja caer el mechero sobre otro grupo de tipos, y
entiendo que han venido a salvarme, aunque no se lo he pedido. ¿Me
han espiado?
Pero me alegro mucho de que lo hayan hecho.
Octavius y Florian siguen matando a todo el mundo, aunque con
Arson bloqueando el camino de los guardias con el fuego, no tenemos
mucha más gente que matar.
Dando media vuelta, empiezo a correr lo más rápido posible hacia
la visión borrosa en la distancia donde dos hombres agarran palas, el
aire se me atasca en la garganta y mis pulmones arden en busca de
oxígeno, pero no me detengo.
No, acelero aún más mientras el viento me golpea y los pájaros
graznan con fuerza por encima de mí.
La última vez que corrí tan rápido fue cuando escapé de la
mansión de Edward, persiguiendo mi libertad con dos chicos que
querían vivir tanto como yo.
Como si se tratara de una señal, de ambos lados, los mismos dos
chicos que ahora son hombres aparecen, igualando mi velocidad y
corriendo a mi lado hacia mi mujer de la que ahora depende mi vida.
Si ella muere, mi oscuridad me tragará por completo y nadie podrá
devolverme.
Solo un poco más y la alcanzamos, Callum dispara a los guardias,
y veo el ataúd ya cubierto un poco por la arena.
Agarrando las cuerdas con las que lo bajaron por un lado y con
Arson sujetando el otro, tiramos de él, gimiendo por el peso.
Callum se pone rápidamente a mi lado, tirando con todas sus
fuerzas mientras lentamente, demasiado jodidamente lento ya que
cada segundo es oro, lo sacamos y lo desplazamos hacia un lado
donde cae bruscamente.
El puto ataúd tiene un candado. Agarrando una pala, la golpeo
varias veces antes que se rompa y abrimos la tapa.
—Briseis —susurro, encontrándola sin vida, y arrastro su cuerpo al
exterior, bajándola al suelo—. Briseis.
Arson me empuja y le dice a Callum:
—Sujétalo. —Antes de arrodillarse sobre Briseis.
Callum me rodea con sus brazos mientras intento escapar, pero no
me deja, manteniéndome en el lugar donde lo único que puedo hacer
es observar a mi amigo intentando salvarla.
Arson le pone la mano en la garganta y, sin sentir el pulso, empieza
a hacerle la reanimación cardiopulmonar. Sacudo la cabeza,
lanzándome hacia ella, pero los brazos de Callum son fuertes.
—Suéltame. —Sin embargo, todas mis súplicas son desoídas. El
golpeteo en mi pecho es tan rápido que oigo los latidos de mi corazón
en mis oídos y deseo compartirlos con ella para que por fin se
despierte, viva.
Sigue haciéndole compresiones, pero ella no reacciona, y estoy
dispuesto a rugir ante la injusticia de todo esto.
¿Cómo puede la vida volver a ser tan cruel después de habérmela
dado?
Así que hago algo por primera vez en dos décadas, algo que pensé
que nunca podría volver a hacer, porque no creía en ello, y todos
cayeron en oídos sordos de todos modos.
Rezo.
Rezo y espero que esta vez Dios me escuche.
Capítulo Veinte
“Trae amor a mi oscuridad, y te prometo que nunca haré que te arrepientas...”
-Santiago

El pitido me irrita los oídos, rodeando mi cabeza y presionándola


con tanta fuerza que me estremece, solo para gemir cuando el dolor
recorre todo mi cuero cabelludo como si miles de pieles de gallina me
recorrieran, una y otra vez.
Mis ojos se abren de golpe y se cierran de nuevo cuando la luz
cegadora que entra por la ventana cae en cascada sobre mí y me
quema.
Levantando mi brazo para bloquear parte de la luz, intento abrir
los párpados de nuevo y, finalmente, mi visión se ajusta lentamente.
Jadeo de sorpresa cuando veo un monitor cardíaco conectado a mí que
muestra mi acelerado ritmo cardíaco y una vía intravenosa metida en
la otra mano que está dormida debido a la persona que está tumbada
en mi brazo.
Mis entrañas se calientan mientras estudio a Santiago, el cansancio
está escrito en sus rasgos, y lleva un jersey arrugado que tiene tanta
suciedad que me sorprende que le hayan permitido entrar en la
habitación del hospital.
Una sonrisa se dibuja en mi boca, y frunzo el ceño cuando la
respiración se hace difícil, recién ahora me doy cuenta de la máscara
de oxígeno que tengo puesta. Me la quito rápidamente, respirando
profundamente, y trago más allá de la saliva acumulada en mi boca,
solo para gemir cuando me produce dolor en la garganta seca.
Un gemido se escapa de mis labios, las lágrimas se forman en mis
ojos y se deslizan por mis mejillas mientras un alivio masivo me
inunda, dejando que el horror que he experimentado se desvanezca
lentamente como un mal sueño que nunca debería haber ocurrido.
—Shhh... No llores, mi amor —susurra Santiago, sentándose e
inclinándose hacia mí, sus nudillos limpiando mis lágrimas una a una
mientras su otra mano acaricia mi mejilla, su pulgar rozando
suavemente mi piel mientras su intensa mirada se centra en mí—.
Estás a salvo. No te hará más daño.
Mis dedos se aferran a su jersey, acercándolo a mí para que
nuestras bocas estén a un suspiro de distancia la una de la otra, y él
apoya su frente contra la mía.
—¿Lo has matado tú? —Puede que Andreas sea mi padre de
sangre, pero no siento ninguna emoción hacia él aparte del asco por
haber arruinado la vida de Santiago de la forma en que lo hizo. Mi
sufrimiento a merced de Howard ni siquiera se compara con el que
sufrió mi marido.
Y por mi madre, que fue lo suficientemente ingenua como para
enamorarse del hombre equivocado, y por ello, el malvado infligió su
venganza a través de ella. Nunca pude culparla, pero le agradezco que
me diera una oportunidad de vivir, a pesar de odiar a mi padre.
Espera un momento antes de responder.
—No, creo que mi padre lo hizo. —Mis ojos se abren,
sorprendidos, y su boca se inclina en una sonrisa—. Es una larga
historia, mi amor. Te la contaré más tarde. Lo único que me importa…
—Levanta la cabeza y retira un mechón que cae sobre mi nariz y
deposita un suave beso en mi frente, susurrando sobre mi piel—, es
que estás viva y bien en mis brazos ahora mismo.
¿Qué? ¿No le importa que su venganza sea completa?
—Santiago
Me pone el dedo índice en los labios, haciéndome callar, y entonces
nuestros ojos vuelven a encontrarse. Esta vez, reconozco la emoción
que parpadea allí, una emoción que probablemente él también vea en
la mía.
Amor.
—Nada ni nadie en este mundo es más importante para mí que tú.
—Una respiración áspera me abandona, seguida de las lágrimas que
vuelven a gotear en mis mejillas, y él las recoge con sus labios,
arrastrándose tras ellas y dejando besos de mariposa a su paso—.
¿Quieres escuchar una historia?
—Siempre —murmuro, y él se levanta de nuevo, mis lágrimas se
detienen momentáneamente mientras desliza su mano hacia mi cuello,
su pulgar presionando ahora mi pulso como si necesitara sentir los
latidos de mi corazón para asegurarse que estoy viva.
—Érase una vez un niño llamado Santiago Cortez, que acabó en
una pesadilla. —La respiración se me corta en la garganta y abro la
boca para decirle que se detenga, no ahora, no cuando el dolor de
Andreas está tan crudo en nosotros, pero él niega con la cabeza—.
Todos los días se preguntaba por qué el Dios al que sus padres tenían
tanto cariño permitía que le sucediera toda esa mierda oscura. Nunca
obtuvo una explicación, solo más monstruos para darse un festín con
su carne. —Exhala un suspiro—. El dolor dentro de su corazón creció
tanto que tuvo que bloquearlo para sobrevivir.
Mis dedos se dirigen a su clavícula, colocando la palma de mi
mano allí y sintiendo el calor de su piel bajo ella.
—Hasta que un día encontró un ángel que no encajaba en su
infierno, pero se empeñó en conservarla. —Su mirada me recorre—.
Un ángel que calmó el dolor, haciéndole creer que, a pesar de su
pasado, era capaz de experimentar algo más que odio, rabia y dolor
cubierto por la indiferencia. —Coge mi palma y la lleva a su corazón,
donde late rápidamente—. Te amo, Briseis.
Me aprieta la mano, su voz se vuelve más áspera mientras las
lágrimas vuelven a brotar de mis ojos. Mi cuerpo tiembla ligeramente
ante las emociones que me invaden, llenándome de tal felicidad que
temo poder estallar.
—No me importa la sangre que corra por tus venas, porque eres
mía y solo mía. Nada más importa. Finalmente acepto este oscuro
destino mío, porque me llevó a ti.
Aunque mi aparición en su vida apenas compensa toda la mierda
que le han hecho, me conmueven mucho sus palabras. Palabras que
escucho por primera vez en mi vida.
—Yo también te amo —digo rápidamente cuando una expresión
vulnerable por mi prolongado silencio se instala en su cara—. Nadie
me había amado antes. Gracias. —Respirando profundamente, digo—:
Te amo sin reservas y con toda tu oscuridad. No estoy esperando a
que un príncipe aparezca. Soy feliz con mi bestia.
Esta oscuridad en la que se convirtió está permanentemente unida
a él, una segunda piel que clava sus garras en él y nunca lo dejará ir.
Acepto esta oscuridad y aprenderé a coexistir con ella, siempre y
cuando conozca sus límites y no lo arrastre más al infierno.
Amarlo nunca será fácil, pero no me importa.
Pasa un latido mientras nos miramos fijamente, y entonces él
captura mi boca, introduciendo su lengua en el interior y
entrelazándola con la mía mientras me da un beso suave y profundo
como si cimentara nuestra confesión, y a pesar de que me duele el
cuerpo, el placer me recorre.
Un fuerte golpe en la puerta rompe nuestro momento, y el beso
termina demasiado pronto ante mi gemido de desagrado. Santiago se
ríe, pasando su mano por mi cabello, y luego se aparta un poco
cuando vemos que la puerta se abre y la gente irrumpe dentro.
Rebeca está de pie junto a Jimena, que sostiene un pesado ramo de
rosas rojas, mientras sonríen ampliamente y me saludan. Lucian está
detrás de ellas y sus ojos marrones se suavizan ligeramente cuando se
posan en nosotros.
—¿Podemos entrar, hermano? —pregunta Jimena, entrando y
caminando hacia mí, sin importarle mucho la respuesta de su
hermano—. Hola, chica. Por favor, no nos asustes así en el futuro. —Se
acerca y me da un suave beso en la mejilla, y el aroma de las rosas me
hace cosquillas en las fosas nasales—. Recién salidas del jardín de
mamá. Voy a ponerlas en un jarrón.
Se aleja hacia la mesa, donde hay un jarrón, esta habitación debe
de costar una fortuna, haciendo espacio a Rebecca, que me da unas
suaves palmaditas en la cabeza, con su mirada maternal recorriendo
mis facciones antes de exhalar con fuerza.
—Estaba muy preocupada, pero gracias a Dios estás bien. —Me
abraza con fuerza, bueno, tanto como es posible en mi situación,
prácticamente siendo tragada por las suaves almohadas—. Con suerte
que el resto de tu vida de casada será aburrida, así que no me saldrán
más canas.
Me río ante esto, y ella acaricia mi mejilla antes de apartarse, y
Lucian se limita a acercarse para darme un beso en la frente sin
ninguna palabra, aunque el gesto en sí significa mucho. Me acepta en
su familia y me ve a mí y no a la mala semilla de Andreas a la que
debería odiar.
El carraspeo procedente de la puerta me hace volver a mirar hacia
allí, donde el resto de los cuatro oscuros están apoyados en el marco
de la puerta, cada uno con una reacción diferente.
Florian me guiña un ojo, y luego su mirada se detiene ligeramente
en Jimena, que ignora su culo. Octavius me saluda, pareciendo ya
aburrido de todo esto. Sin embargo, el pecho de Remi, está desnudo,
ya que tiene una venda sobre él y lleva un uniforme. ¡Oh no, debe
haberse herido durante esto!
Pero me hace una leve inclinación de cabeza, y entiendo el gesto de
inmediato.
Elige bien tus alianzas y lealtades, Briseis.
Mientras miro alrededor de la familia que Santiago me regaló
cuando se casó conmigo, desde sus padres y su hermana hasta sus
mejores amigos, sé que estas son las personas que estarán a mi lado a
pesar de todo.
Que me protegerán pase lo que pase.
Su amor y su lealtad no se basan en algo; te aman porque uno de
los suyos te eligió, y como tal, pasas a formar parte de la familia.
Elegí bien mis lealtades.
Todos viven en el lado oscuro... pero su lado oscuro tiene mucho
amor.
Y eso es lo único que me importa.
Mientras mi familia colma de amor y atención a Briseis, salgo y
cierro la puerta tras de mí.
Mis tres mejores amigos se colocan a mí alrededor, y Florian me
pone al día de las últimas noticias, ya que he estado atrapado en el
hospital durante las últimas veinticuatro horas. Aunque los médicos
dijeron que no sabían qué tipo de daño había sufrido el cuerpo o el
cerebro de Briseis, la retuvieron toda la noche y le hicieron diferentes
pruebas mientras le colocaban una máscara de oxígeno, ya que sus
pulmones podrían no haber funcionado correctamente.
Durante este tiempo, el cuidador del zoo me informó de que Leo
había superado la operación, y ahora solo tenemos que esperar a ver si
mejora. Sin embargo, creo en mi león; es un superviviente.
Arson y Callum se quedaron a mi lado, esperando a que el médico
le diera el alta y me dijera que solo necesita reposo. Puede que nunca
me consideren un amigo, pero estoy muy agradecido de que hayan
aparecido cuando más importaba.
Y esa es nuestra relación, ¿verdad?
Estar ahí cuando la mierda golpea el ventilador, porque nuestros
recuerdos siempre serán el pegamento que mantiene nuestra lealtad
intacta.
—Destruimos el lugar después de encontrar el papeleo con los
nombres de sus socios comerciales. Lo enviamos a la policía desde un
servidor irreconocible, así que deberían arrastrar el resto.
—¿Algún niño? —pregunto, odiando solo una cosa por haber
encontrado a Andreas en este momento. Los niños seguían sufriendo a
causa de su locura.
Octavius sacude la cabeza.
—Aquí no, pero en el almacén que tiene en Nueva York había
niños. Lachlan se encargó de eso.
Suspiro, el alivio golpeando en mí finalmente que esta situación
haya terminado, y pongo mi mano en el hombro de Remi, observando
su expresión y no encontrando ningún dolor.
—¿Estás bien?
Él sonríe.
—Sí. No hay arterias importantes tocadas. Han tenido que sacar la
bala y han gritado que no camine, pero estoy bien. —Aunque dice
estas palabras, veo un ligero sudor en su frente y su respiración
agitada.
Con cuidado, le doy un abrazo de hombre, dándole una palmada
en la espalda, y le susurro:
—Gracias por recibir una bala por mí. —Aunque no digo nada
más, le aprieto más, porque estoy tan agradecido por tantas cosas
cuando se trata de él.
Si él hubiera renunciado a mí hace tantos años, me habría quedado
solo en este mundo y nunca habría sabido lo que es tener la seguridad
de que tu mejor amigo te seguirá hasta el fin de los tiempos.
—Siempre. —Se echa hacia atrás y anuncia—: Octavius, llévame a
mi habitación, porque voy a desmayarme a los pies de Florian y la
gente podría pensar que estoy enamorado de él. Se agarra la barbilla,
apretándola—. Después de todo, es tan bonito.
Florian le saca el dedo medio mientras Octavius y yo compartimos
una risa antes de arrastrar a Remi al otro extremo del pasillo.
—Yo también me voy a ir. Tengo que terminar el papeleo del
hospital con Remi y luego pagar las facturas. —Florian me da una
palmada en el brazo y se dirige a los ascensores, dejándome solo
donde puedo oír las risas de Briseis en su habitación del hospital, lo
que, a su vez, produce mi propia sonrisa.
Mi esposa.
Pero dura poco cuando se abre la puerta y mis ojos se encuentran
con los de mi padre, que se dirige a mí como siempre ha hecho en los
últimos dieciséis años. Nunca, jamás, he iniciado una conversación con
él de buena gana.
—Tu madre quiere un café. Voy a buscarlo abajo. Probablemente
me lleve un rato, así que puedes volver a entrar. No estaré allí para
molestarte. —Se mueve en la misma dirección que Florian.
¿Es esto lo que piensa? ¿Que salí de la habitación porque él estaba
en ella?
¿Qué otra cosa podría pensar?
No he dado más que dolor a mi propio padre, al que he castigado
por algo que estaba fuera de su control.
Le eché la culpa a la víctima, cuando en lugar de eso, debería haber
intentado comprenderlo, hablar con él de mis miedos, escuchar lo que
pasó en esos años que no estaba, y ver mi dolor a través de sus ojos.
Incluso me enseñó a ser un asesino en serie para matar a Andreas,
compartió todos sus conocimientos de incógnito, anteponiendo mis
necesidades y mi seguridad al deseo de establecer una conexión
conmigo.
Innumerables recuerdos de cómo fui un idiota con mi padre se
reproducen en mi mente.
Negándome a verlo.
Convirtiendo todo en una discusión.
Sin ocultar mi odio hacia él y cerrándole las puertas.
Solo por nombrar algunos.
Al aceptar a mi madre y a mi hermana, incluso a mis amigos, le
dejé claro a mi padre que él tenía la culpa de todo lo que me pasó y
que me arrepentía de ser su hijo. Quería que experimentara el dolor
todos los días, para que no encontrara la paz.
¿Y por qué?
Porque tenía demasiado miedo de que me rechazara, así que lo
rechacé a él primero.
Mi héroe de la infancia, que transformé en un villano en mi cabeza.
—Papá —lo llamo antes de perder el valor.
Se detiene en seco y se gira para mirarme, una sorpresa evidente en
su cara. Me aclaro la garganta, intentando sacar las palabras que
debería haber dicho hace dieciséis años.
Y Dios, ahora me siento como ese chico de quince años.
Muerto de miedo al mirar a su padre, las lágrimas se forman en
mis ojos por primera vez en veinte años, y encuentro el valor para
enfrentarme por fin a mi mayor miedo.
—Sobreviví hasta que pude vencerlos. —Mis palabras son apenas
audibles en el pasillo vacío, mis pulmones ardiendo junto con mi
corazón que late tan rápido que escucho el tamborileo en mis oídos.
Quiero desesperadamente tragar saliva, pero tengo demasiado miedo
para hacer el más mínimo movimiento.
Mi cuerpo tiembla; las estúpidas lágrimas se esparcen por mis
mejillas y gotean en el suelo mientras nos miramos.
Me las limpio, despreciándome por esta debilidad, pero ya no soy
un monstruo parado frente a Lucian Cortez, ¿verdad?
No, soy su hijo que anhela tanto su aceptación.
Los ojos de mi pa,dre brillan, y tardo un segundo en darme cuenta
de que tiene sus propias lágrimas, y no estoy seguro de quién hace el
primer movimiento, pero acabo en sus brazos, abrazándolo con fuerza
mientras sus enormes brazos me envuelven con tanta fuerza,
llevándome de vuelta a mi infancia, cuando este hombre tenía el poder
de hacer que todo estuviera bien en este mundo.
Un sollozo amenaza con escaparse, pero lo contengo, llorando en
silencio, permitiéndome finalmente hacerlo, porque mi padre está aquí
para atraparme, y mató al demonio que destruyó mi vida.
Me aprieta aún más fuerte y, borrando cualquier otra voz en mi
cabeza, dice:
—Por supuesto que sí. Eres mi hijo.
Aprieto los ojos cuando el significado de sus palabras se asienta en
mí, deslizándose por cada grieta rota de mi alma y calmando el dolor
que pesa sobre mí desde hace décadas.
Porque esa es la verdad, ¿no?
No importa lo que me haya pasado... siempre seré su hijo.
Siempre seré digno de su amor.
Y finalmente, el niño dentro de mí que aún sangra hasta el día de
hoy, encuentra la paz.
Arrullado por su padre que lo mece en sus brazos.
Mis zapatos golpean con fuerza sobre el concreto al bajar las
escaleras, las paredes oxidadas me saludan mientras me vienen a la
cabeza recuerdos de cómo estas paredes no conocían más que los
gritos de desesperación de mis víctimas.
Varias de ellas tienen incluso marcas de arañazos de aquellos que
pensaron que podrían salir de aquí solo porque no los até a la silla o a
la mesa.
A veces, al cazador le gusta que la presa crea que puede escapar,
solo para atraparla una vez más, viendo la agonía brillar en su rostro.
Dejo que la conocida excitación corra por mi sangre, bombeando
adrenalina en mis venas y despertando deseos que he mantenido a
raya durante mucho tiempo.
Desde que conocí a mi mujer, que aceptó ser mía, pero solo si
dejaba de matar con tanta frecuencia como lo había hecho antes de
conocerla.
Una de las razones por las que nos trasladamos permanentemente
a Chicago desde Nueva York hace más de treinta años, en lugar de
vivir entre dos ciudades, para que mí pasado nunca nos siguiera.
Qué equivocados estábamos.
Todas mis víctimas cometieron crímenes horribles; no merecían
vivir, y yo solo le hice un favor a este mundo matando a esos pedazos
de mierda.
Pero había una persona más que no merecía mi bondad, un amigo
que se convirtió en mi compañero en la pesadilla que ambos vivimos,
alguien en quien confiaba, porque nunca esperé que se pasara al lado
oscuro.
No después de lo que nos hicieron.
También debería haberle cortado el suministro de oxígeno; sin
embargo, cuando me enteré de sus crímenes, ya era demasiado tarde.
Me engañó lo suficiente como para hacerme creer que estaba
muerto, y ese fue mi segundo error.
Un error que pagué muy caro cada día, viendo los horrores de mi
pasado reflejados en los ojos de mi hijo.
Cada vez que le enseñé a usar un cuchillo en esta misma
habitación, a torturar a todos esos cabrones y a distinguir entre los
diferentes tipos de venenos.
Ni en mis más locas pesadillas podría haber imaginado enseñarle
eso a mi hijo, y sin embargo no podía no hacerlo, porque él necesitaba
esa información. Preferí que estuviera a salvo en lugar de perder la
cabeza y empezar a matar a todos los que le rodeaban.
Mi niño. Mi primogénito. Mi heredero.
Lo sostuve en mis brazos minutos después de nacer, acercándolo a
la ventana donde las luces nocturnas iluminaban Chicago, y le prometí
un mundo a sus pies donde sería muy amado, donde nadie le haría
daño.
Donde su padre estaría siempre con él.
Fracasé en todas mis promesas, porque olvidé quién era.
Un cazador no puede dejar de serlo; sus instintos son los que lo
mantienen vivo a él y a sus seres queridos.
Cuando pisas el camino de la oscuridad, te quedas pegado a él de
por vida, porque siempre habrá enemigos esperando para destruirte o
quitarte lo que más quieres.
El monstruo que reside en mí creyó en el felices para siempre
cuando una magnífica mujer se enamoró de él.
No debería haberlo hecho.
Un quejido resuena en el espacio seguido de un gemido doloroso,
y una sonrisa da forma a mi boca cuando vuelvo al presente,
ignorando mis remordimientos y centrándome en cambio en mi
presente, donde por fin puedo hacer lo que debería haber hecho hace
treinta y cinco años.
Me dirijo al hombre clavado en la pared de metal, con las cadenas
enrolladas alrededor de él y tirando en diferentes direcciones, dejando
su pecho abierto para cualquier asalto.
—Andreas, apenas unas horas dentro de mi cámara de tortura y
ya gimes como una pequeña perra. —Sus ojos se centran en mí
mientras la sangre gotea a través de la corona con bordes afilados que
le coloqué en la cabeza, su cabello empapado de sudor mientras su
cuerpo desnudo mantiene varias heridas infligidas con mi cuchillo
cuando luchamos en la mansión.
Andreas se volvió arrogante y olvidó todo lo que la vida nos
enseñó, y probablemente nunca esperó encontrarse conmigo.
Por eso siempre me apuñalaba por la espalda en lugar de
enfrentarse a mí como un verdadero hombre cuando, en su opinión, lo
traicionaba.
Un hombre que nace cobarde también muere cobarde.
Nunca debí considerarlo un lobo de mi manada; en cambio, era
una serpiente a la que calenté en el pecho solo para que me inyectara
un veneno que casi mata a mi familia.
Sus ojos se abren, su cabeza se inclina hacia un lado y mueve sus
labios.
—Mátame, Lucian —susurra, con una ligera sonrisa en la boca
mientras continúa—, lo torturaba todos los días. Sufrió y sufrió.
Mátame, Lucian. Venga a tu hijo.
Cada frase hace hervir la ira en mi interior junto con el
insoportable dolor que me golpea ola tras ola. Amenaza con ponerme
de rodillas solo con imaginar lo que vivió mi hijo, sabiendo de primera
mano lo que es estar a merced de hombres codiciosos y despreciables.
Se ríe cuando me acerco a él, cogiendo una hoja de plata de la mesa de
armas cercana.
—Tu heredero se convirtió en nada más que un perro con correa.
Porque yo lo convertí en uno. Vamos, Lucian. Clava esa daga en mi
corazón y...
Le doy un puñetazo en la cara, golpeando su cabeza hacia atrás
donde choca contra la pared, y su nariz se rompe y se le caen varios
dientes.
Grita de dolor, la sangre le llena la boca, y le doy otro golpe,
arrancándole algunos dientes más antes de atrapar su lengua entre mis
dedos mientras se agita en mi agarre.
—No puedes atar a un lobo con una correa, Andreas. —Llevo el
cuchillo a su lengua, y su ojo se ensancha. Sacude la cabeza,
intentando cerrar los dientes que le quedan alrededor de mí, pero es
inútil con la lengua fuera—. Pero un pedazo de mierda como tú nunca
entenderá este concepto. —Deslizo lentamente la hoja a través de su
carne de un lado a otro, cortando su lengua mientras la sangre se
derrama entre nosotros, él gime, con los ojos húmedos por las
lágrimas.
Su lengua cae al suelo, y la piso, retorciendo mi pie mientras él se
ahoga con la sangre, pero eso no es suficiente para mí.
Clavo mi cuchillo en su polla, sus gritos resuenan en las paredes, y
ahora una sonrisa curva mi boca. Ah, por fin.
La verdadera belleza de la tortura radica en la gran agonía de
aquellos que jodidamente se la merecen.
Su polla se une a la lengua en el suelo mientras la sangre brota de
diferentes vasos, y me dirijo a mi mesa de armas, escudriñando todos
los dispositivos que hay en ella y preguntándome cuál será mi
próxima elección.
Al fin y al cabo, acabo de empezar.
Recogiendo una botella, me doy la vuelta para enfrentarme a él de
nuevo mientras sus ojos me suplican que finalmente me aleje de él,
para que no experimente mi ira, y casi me río de esto.
Dios, cuando perdió la cabeza, debió de olvidarse de mí.
No olvido.
No perdono.
No doy segundas oportunidades.
Pero lo más importante...
No tengo piedad.
Mi rabia y agonía por lo que le ha hecho a mi hijo nunca
desaparecerá.
—¿De verdad creías que contándome todo esto habrías me
convencido para que te matara antes? —Parpadea confundido,
respirando más fuerte mientras vuelvo lentamente hacia él, mis botas
golpeando el suelo alertándole de cada uno de mis pasos mientras se
queda quieto, midiendo mi próximo movimiento.
—Andreas, sufrirás hasta el día que me muera. Te torturaré, y
luego los médicos te recompondrán, para que yo vuelva a torturarte.
Tu vida será una pesadilla interminable llena de sangre y dolor donde
la salvación no llega ni existe. —Sacude la cabeza, murmurando algo y
tosiendo. Solo para volver a murmurar, tirando de sus ataduras como
si eso pudiera ayudarle—. Y disfrutaré cada segundo de ello.
Con esto, le arrojo veneno mientras grita con tanta fuerza que
probablemente se desgarre la garganta, mientras veo cómo su piel se
destruye lentamente, el placer sádico se extiende por mis venas.
Esto nunca borrará el dolor que infligió a mi hijo o a otros
innumerables niños.
Sin embargo, su sufrimiento me divertirá al máximo y me
permitirá finalmente extraer una verdadera venganza por lo que ha
hecho.
Después de todo, la vida es cruel.
Y nosotros también.
Epílogo
“Mi amor... te amaré hasta el día de mi muerte.”
-Santiago

CHICAGO, ILLINOIS
DIEZ AÑOS DESPUÉS

Entro en la galería de mi madre, donde instantáneamente el


zumbido de varias voces me saluda junto con la música clásica que
suena de fondo
Mierda.
Tengo tres horas más de esta tortura antes de poder llevarme a mi
mujer.
Navego entre los cuerpos y veo a mi padre, que admira las
colecciones de bocetos expuestas en una pared.
—Hola, papá. —Se vuelve hacia mí, sonriendo antes de envolverme
en un abrazo, y ya no me tenso en sus brazos ni quiero huir.
No, agradezco el abrazo y se lo devuelvo.
Aunque nos ha costado llegar hasta aquí, nuestro abrazo en el
hospital ha servido de trampolín para arreglar nuestra relación,
aunque seguimos actuando de forma incómoda el uno con el otro.
Tuvimos que aprender a hablar el uno con el otro, a discutir
nuestro pasado y nuestro presente sin tener miedo a ser juzgados por
el otro.
A medida que íbamos alineando poco a poco todos los ladrillos de
nuestra relación que se habían destruido en una estructura nueva y
sólida que pudiera soportar cualquier cosa, el vínculo se formó
finalmente sin que esperáramos que el otro lo rompiera. Eso, a su vez,
me permitió pasar algún tiempo en la mansión familiar e incluso
quedarme a dormir un par de veces al mes cuando mamá planeaba
todos esos desayunos familiares. El hogar familiar volvió a ser un
puerto seguro, donde las risas existían y los fantasmas desaparecieron.
Papá sonríe, dando un sorbo a su café.
—Sus bocetos son siempre increíbles. Es brillante mostrando todos
estos mitos de una manera única. —Mira la descripción al lado—. La
guerra de Troya. Una historia de amor. Interesante. —Señala el boceto
que muestra a un guerrero de cabello dorado mirando a la mujer que
le devuelve la mirada con odio en los ojos—. Aquiles tiene sus ojos. —
Se ríe—. Supongo que no tengo que preguntarme de dónde sacó su
inspiración, ¿verdad?
—¿Qué puedo decir? Tengo la apariencia para inspirar a los
artistas. —Le dedico una sonrisa torcida, y él se ríe mientras mis ojos
buscan a una hermosa mujer de cabello oscuro y gruño en voz baja
cuando no la encuentro.
¿Dónde coño está?
Briseis se hizo un nombre tras su primera exposición en una galería
con los cuatro jinetes, lo que le valió el reconocimiento de su nombre y
el interés por su obra. Se especializó en representar mitos antiguos con
giros, dándoles toques modernos, y eso atrajo a sus compañeros y
compradores por igual, estableciéndola en el campo. Viajamos varias
veces al año a sus diferentes exposiciones, y la mayoría de los días los
pasa en su estudio creando, ya sea en la ciudad o en casa.
Papá me coge la barbilla entre los dedos y mueve la cabeza hacia la
derecha. Y, efectivamente, ahí está ella, echando la cabeza hacia atrás,
su risa melódica envolviéndome en un cálido capullo mientras
escucha algo que dice mi madre mientras están de pie junto a unas
estatuas de gran tamaño.
—Gracias, papá. Hasta luego. —Me acerco a mi mujer, admirando
su grácil cuello y cómo ese puto vestido rojo la abraza con fuerza,
dejando a la vista todo su precioso cuerpo.
Mi mujer.
Mía y solo mía.
Por suerte, un anillo en su dedo sirve de recordatorio para todos
los que la rodean, sin dejar ninguna duda de a quién pertenece.
Tenía razón todos esos años; soy el hijo de mi padre.
La amo obsesivamente, la necesito constantemente y soy posesivo
hasta la locura.
Todo en ella y cada parte de ella me pertenece, mi gracia salvadora
y mi salvación en la oscuridad.
Y nadie más que yo disfruta de su luz.
Mi madre aparta su mirada de Briseis, guiñándome un ojo, le
murmura algo al oído, haciendo que mi mujer sonría antes que mamá
empiece a alejarse. Sin embargo, se detiene al pasar junto a mí.
—Hola, mamá. —Le doy un beso en la mejilla, rozando su brazo, y
sus ojos se suavizan como siempre.
Sin embargo, su voz es más fría que el acero cuando ordena:
—No la lleves a ninguna parte. Tenemos su presentación de trabajo
en treinta minutos.
Siseando entre los dientes y suspirando con disgusto, me gano una
palmada en el pecho y una sonrisa.
—Bien.
—¡Bien! —Alguien la llama por su nombre, y ella les saluda con la
mano, yendo ya en su dirección.
Enrollo mis brazos alrededor de la cintura de mi mujer,
arrastrándola hacia mí, apretando su espalda contra mi pecho con
fuerza, su aroma floral llenando mis pulmones, calmando la bestia
primitiva que se desata en mi interior cada vez que estoy cerca de ella.
Jadea y luego coloca sus manos sobre las mías, apoyando su cabeza
en mi hombro, e inclina la cabeza para encontrarse con mi mirada.
—Sr. Cortez. Qué sorpresa verlo aquí. —Se ríe cuando la muerdo
en el cuello—. Creía que considerabas las exposiciones de arte una
pérdida de tiempo.
—Debes haberme oído mal. He dicho que las considero una
pérdida de tiempo, porque en lugar de eso podría follarte duro en tu
estudio. Me encanta el puto arte.
—Oh, Dios mío. —Se da la vuelta y me tapa la boca con la palma
de la mano, mirando a su alrededor como si me importara una mierda
si alguien me ha oído o no—. Basta ya. —Una sonrisa se desliza por
sus labios cuando su mano toma mi mejilla, su pulgar recorre una
nueva cicatriz en mi cuello.
Esta noche me preguntará por todo ello y se lo contaré, sin
ocultarle mi vida. Ella aceptó mi lado oscuro, pero nunca quiso estar
en la oscuridad al respecto a ella. No, mi mujer quería saber todos los
detalles y el porqué del castigo a mis víctimas.
Me hizo saber hace siete años que si alguna vez perdía la cabeza y
me convertía en un monstruo incontrolable que necesitaba sangre y
asesinatos para sobrevivir a diario, dejaría mi culo usando todas las
armas de su arsenal.
Le dije que podía intentarlo, pero que nunca la dejaría dar dos
pasos antes de atraparla una vez más; sobrevivir sin ella no es una
opción. Puede que se haya enamorado de mí, pero eso no cambia el
hecho que la haya chantajeado con esta unión.
Y como la amo, la amo de verdad, y no puedo respirar si ella no
existe en mi mundo, no voy a perder nunca la cabeza.
Y menos aún después de que ella me los diera.
Cojo su mano, levantándola a mi boca y le doy un beso suave.
—Solo es un rasguño.
Me estudia durante varios segundos antes que sus brazos rodeen
mi cuello y se acerque más, sin dejar espacio entre nosotros.
Sujetándola con una mano y retirando un mechón de cabello de su
rostro con la otra, le susurro:
—No vivimos en un mito.
—Aquiles tenía una debilidad.
—Yo también la tengo. Eres tú.
Ella exhala con fuerza, y cierro mi boca sobre la suya, mordiendo
sus labios. Su jadeo me permite sondear mi lengua más profundo,
buscando la suya, y luego las rozo, vagando dentro de su boca,
dándole un beso profundo.
Ella gime en mi boca, apretándose más contra mí, y la piel se le
pone de gallina mientras mi mano aprieta su cabello, inclinando su
cabeza hacia atrás para que pueda profundizar el beso, que se vuelve
más apasionado cada segundo.
Finalmente, la música atraviesa la bruma que se ha instalado sobre
nosotros y me recuerda que no estamos solos, y que nadie puede
llegar a ver a mi mujer al límite.
Apartando mi boca, froto sus labios hinchados y le digo:
—Eres mía una vez que termine la presentación.
Un fuerte estruendo que resuena en las paredes, seguido de varios
jadeos horrorizados, interrumpe nuestro momento, y gimo, sabiendo
ya de antemano que este desastre me va a morder en el culo.
Debería haberlo previsto.
Nos lanzamos hacia el mármol blanco esparcido en pequeños
trozos por todo el suelo, lo que solía ser una pequeña estatua, mientras
los culpables de esta destrucción se sitúan cerca de ella.
Los cuatro.
Javier, Miguel, Amai y Carina.
Mis cuatrillizos de siete años siempre están en el epicentro de los
problemas y, a estas alturas, debería abrir una cuenta bancaria
dedicada a todas sus cagadas.
—Oops —murmura Amai, echando su cabello oscuro hacia atrás
mientras sus ojos azules se vuelven redondos—. Se ha roto de verdad.
—Se vuelve hacia Javier—. Tenías razón. No deberíamos haber corrido
alrededor de ella. El suelo está demasiado resbaladizo. —Saca una
chocolatina del bolsillo y se la da, los ojos oscuros de mi hijo brillando
de victoria.
Incluso hincha el pecho, jodidamente hincha el pecho, mientras
todos los miran, y sonríe.
—Te lo dije.
Carina ofrece:
—Vamos a apostar por otra cosa. Quiero mi chocolate de vuelta.
Miguel mueve los dedos.
—No. Eres una mala perdedora, hermana.
—Santiago —susurra Briseis, con un tono mortificado mientras la
gente sigue mirando y murmurando entre sí.
Le doy un ligero apretón, con la esperanza de aliviar su vergüenza.
Pero ya debería estar acostumbrada. Los niños nacieron infernales, y
ninguna cantidad de crianza puede arreglarlo.
Dios sabe que todo el mundo lo ha intentado, hasta mis amigos
asesinos en serie, siempre me deseaban buena suerte después de pasar
tiempo con ellos.
Callum todavía me sigue mostrando el dedo por cómo destruyeron
sus orquídeas favoritas.
Todavía recuerdo lo horrorizado que me quedé cuando el médico
nos dijo cuántos bebés llevaba Briseis. ¿Cómo iba a proteger a todos
esos pequeños seres humanos que dependían de mí de la oscuridad
acechando en cada esquina? Pero eso fue hasta que oí un latido, y
entonces todos mis instintos ferozmente posesivos y protectores se
pusieron en marcha.
Les daría todo lo que quisieran, para que solo conocieran
monstruos imaginarios.
Porque papá mataría a todos los demás.
Acabamos teniendo dos niñas y dos niños idénticos, el embarazo
fue difícil, pero no cambiaríamos nada. Tenerlos en brazos por
primera vez me rompió el corazón en más de un sentido, porque eran
muy frágiles, pero ya los quería con todo lo que tenía.
Fue entonces cuando perdoné completamente a mi padre,
comprendiendo su dolor.
Carina lo señala con un dedo acusador.
—¡Solo porque uno de ustedes me empujó!
Miguel les hace un gesto para que se callen cuando por fin se
percatan de nuestra presencia, jadeando antes de ponerse en fila frente
a nosotros, las manos cerradas a la espalda, encontrándose con
nuestras miradas de frente.
—Hola, papá. —Me saludan al unísono justo cuando un hombre
corre hacia nosotros, tirándose del cabello.
Exclama:
—¡Mi estatua! —Se agacha para recoger un trozo, pasando el dedo
por encima, y una sola lágrima rueda por sus ojos—. ¡Destruida!
—Oh. —Carina saca un pañuelo del bolsillo de su vestido y se lo
extiende—. Lo siento, señor.
Acepta el pañuelo, y Amai dice:
—Era muy bonita. —Todos asienten, y Elton se endereza un poco,
desapareciendo parte de su pena—. Tiene mucho talento.
—Ah, gracias, cariño. —Le da unas palmaditas en la cabeza, pero
sigue mirándonos.
Gimiendo, me disculpo con él.
—Lo siento, Elton. Pagaremos la estatua, el doble del precio.
—No se trata del dinero. —Aunque su estado de ánimo mejora
rápidamente para un hombre que no se preocupa por el dinero.
Briseis se dirige a él.
—Sabemos que no es una compensación por todo el trabajo duro,
pero casi todas tus piezas se han vendido hoy, así que estaremos
encantados de presentar tu próxima obra.
En ese momento, Elton sonríe, claramente feliz por todo esto, y en
el momento oportuno, mi madre aparece junto a nosotros y lo arrastra,
probablemente dispuesta a hablarle y adularlo mientras papá se ríe a
varios metros de distancia.
Todo lo que hacen sus nietos le parece divertido.
La gente también se aleja lentamente mientras el equipo de
limpieza viene a barrer el desorden.
—¿Estamos en problemas? —pregunta Carina, y Briseis asiente con
las manos en las caderas.
—Un gran problema. Han roto el trabajo de alguien. Ha pasado
meses creándolo. Les dije que tuvieran cuidado y no corrieran.
Javier intenta defenderlos.
—¡No lo hicimos a propósito! Fue un accidente.
—Sí, solo fue una apuesta.
—¡Una apuesta complicada, mamá!
Ella ignora todos los lloriqueos.
—¿Quién empujó la estatua? —Siempre hace la misma pregunta
con diferentes variaciones.
Intercambian miradas, y sonrío cuando responden de la misma
manera que siempre.
—Todos lo hicimos.
Mis cuatrillizos son tan unidos, siempre se protegen entre sí y
nunca permiten que nadie se interponga entre ellos.
Mis cuatro jinetes que trajeron el amor, la paz y la felicidad a mi
vida oscura, iluminando mi mundo de una manera que nunca había
previsto.
—Bueno, entonces ayuden a limpiarlo. —Asienten y luego jadean
indignados cuando añade—: Nadie jugará con Leo esta semana
tampoco.
A pesar de su avanzada edad, mi león sigue quedándose en
nuestra casa una vez al mes, disfrutando de tenerme cerca, aunque
ahora se mueve más lentamente y no tiene dientes, por lo que los
niños interactúan fácilmente a su alrededor, conmigo presente en todo
momento. A los niños les encanta correr a su alrededor o sentarse
junto a él mientras leen o juegan. A veces pienso que lo consideran un
gato doméstico.
Mis cejas se fruncen cuando recuerdo el último regalo de Arson
para ellos, un maldito loro parlante que no se calla.
Sabía que no podría deshacerme de él una vez que los niños lo
vieran, así que lo hizo a mis espaldas.
—¡Mamá!
—¡Es injusto!
—¡Leo nos echará de menos!
—Es cruel. ¡Piensa en el gatito!
Briseis levanta su mano extendida. Ellos cierran la boca y ella
vuelve a señalar el desorden.
—Pónganse a trabajar.
Carina y Amai corren hacia mí, rodeando mis caderas, e inclinan la
cabeza hacia atrás.
—¿Papi? ¿Podrías traer a Leo la semana que viene y no mañana?
Así podremos jugar con él en el jardín —pide Carina.
—Se enojará si le ignoramos. Es mayor. No lo entenderá —
interviene Amai.
Apenas conteniendo una carcajada, mis astutos infernales que
saben manipular cualquier castigo a su favor, les doy una palmadita
en la cabeza.
—Ya veremos. —Luego les doy la vuelta por los hombros y las
empujo hacia sus hermanos, que ya han cogido las escobas—. Limpien
el desorden, muchachas.
Resoplando, empiezan a barrer los trozos pequeños.
Cojo a Briseis por la cintura y la atraigo hacia mí. Le brillan los ojos
y sé que apenas está aguantando la risa, aunque se muestra severa con
los chicos.
—¿Ya veremos? Tonto. —Me da una palmada en el bíceps—. ¿Por
qué sonríes, Santiago? No tiene gracia.
—Estoy orgulloso. Además, no deberían haber estado aquí, y lo
sabes. Nunca saben sentar el culo, ni siquiera en las reuniones
familiares, y menos aquí.
—¿Orgulloso?
—Sí, no crié soplones, y eso es una victoria de la crianza.
Y me veo diciendo esta frase muchas veces en el futuro, pero ¿a
quién le importa?
Mientras mis hijos sean felices y sepan respetar a la gente que les
rodea, considero que nuestro trabajo está bien hecho.
Se ríe y tira de mi corbata, acercándome, dándome un beso y
susurrando contra mi boca:
—Te amo.
Todo dentro de mí se congela cada vez que me dice esas palabras,
palabras que pensé que nunca diría a alguien ni experimentaría las
emociones abrumadoras que sacuden mi sistema.
El amor era un sueño perdido para el niño en una jaula.
—Yo también te amo. —Puede que no diga esas palabras a
menudo, pero las digo en serio cada vez.
—¡Es hora del abrazo familiar! —grita Javier, y cuatro pequeños
cuerpos se abalanzan sobre nosotros, cubriéndonos por todos lados
mientras se ríen a nuestro alrededor.
Siempre pensé que los felices para siempre no existían para los
villanos de este mundo.
Nuestros corazones han visto tanta oscuridad y se han roto tantas
veces, que creer que algo más podría llenarlos era imposible.
Hasta que ella llegó a mi vida y me lo dio todo.
Mi princesa que aceptó al villano y vio debajo de su atuendo
monstruoso, en lugar de convertirme en el príncipe que nunca sería.
Todos tenemos nuestro destino.
Todo el dolor, la agonía y el desamor del mío me llevaron a este
momento, en el que sostengo todo mi mundo en mis brazos,
conociendo la felicidad a pesar de la oscuridad que siempre me
poseerá, porque nunca renunciaré a lo que hago.
Mi destino ha sido cruel, pero también fue amable conmigo.
Me dio la oportunidad de no morir en la oscuridad.
Sobreviví, así que la vida me concedió el regalo más valioso.
A ella.
Mi Briseis.
Y la apreciaré a ella y a nuestra familia hasta el día de mi muerte.

El fin
EXTRA

Me dejo caer en el sofá del salón, estudio la mesa redonda frente a


mí sosteniendo un tablero de ajedrez mientras mis dos hijos de diez
años se sientan en los extremos opuestos, con expresiones serias que se
reflejan en sus idénticas caras.
Sin levantar la mirada del tablero, Javier sisea:
—¡Haz un movimiento, Miguel!
—No me apresures.
—¿Cómo no voy a apresurarte? Llevas siglos pensando en el
próximo movimiento —gruñe en voz baja, y sus ojos se cruzan
mientras una ligera sonrisa de satisfacción dibuja la boca de Miguel,
haciéndome negar con la cabeza.
Juro que a mi hijo le encanta jugar peligrosamente y poner de los
nervios a la gente. A veces tengo la impresión que no disfruta con el
juego en sí, sino con el efecto que produce en la gente que le rodea.
Y Javier cae en la trampa cada vez que le insta a moverse más
rápido, pero su gemelo nunca le hace caso, solo prolonga el
espectáculo.
Más vale que Miguel dedique su tiempo a ejercitarse en el futuro, o
le darán una patada en el culo a menudo. La rabia familiar se enciende
en mi sangre; imaginar que alguien se atreve a hacer daño a mi hijo me
hace entrar en una espiral de locura, dispuesto a destruir a cualquiera
que lo mire mal.
Sin embargo, me contengo, sabiendo que, para sobrevivir en el
mundo exterior, necesita saber cómo defenderse. Aunque me
encantaría protegerlos de todo, incluso de la presión de sus
compañeros, es imposible predecirlo todo, y algunas experiencias hay
que vivirlas.
Como la de recibir una patada en el culo por ser tan engreído.
Se me escapa una risita cuando el recuerdo aparece en mi cabeza.
Florian me dio una paliza a los siete años cuando escondí su libro de
poemas debajo de un árbol y él no pudo encontrarlo cuando le llegó la
inspiración. Fue muy entretenido de ver hasta que se dio cuenta de mi
participación y procedió a demostrar cuánta más fuerza tenía
entonces. Remi y Octavius interfirieron, revolcándose con nosotros en
la hierba en el proceso antes que Antonio nos encontrara y ofreciera
un helado para resolver la discusión de una vez por todas.
Ah, buenos tiempos.
Espero que en el futuro mis hijos tengan también un círculo de
amigos leales, que se queden a su lado a través de cualquier cosa y los
apoyen sin importar qué.
—Paciencia, hermano. —Miguel levanta un peón de la derecha, lo
desliza hacia delante y luego apoya la barbilla en sus manos
cerradas—. Tu turno. —Pulsa el cronómetro a su lado, mientras
prácticamente puedo ver cómo los pensamientos se arremolinan en la
cabeza de Javier mientras clava su mirada en el tablero,
probablemente pensando en unas cuantas jugadas.
Mi hijo aplica la estrategia a todo, prefiere reflexionar sobre las
cosas durante un tiempo antes de llegar a cualquier decisión, pero
luego esa decisión meditada suele dar sus frutos. Y esa es una de las
razones por las que se pasa horas con los juegos de mesa, leyendo
todos los libros sobre ellos, escuchando programas, e incluso me ha
pedido que contrate a un tutor, porque le encanta cómo entrena la
mente.
Su hermano le sirve de compañero cuando no hay nadie más.
Javier no juega solo. Lo encuentra extremadamente aburrido, porque
no impulsa su vena competitiva.
Javier se frota la barbilla, desliza el dedo índice por las piezas de
un lado a otro como si estuviera dispuesto a decidirse por una, pero
luego se echa hacia atrás, cruzando los brazos.
Miguel resopla exasperado, sin encontrar ninguna gracia o
diversión en la espera, y gira la cabeza hacia mí.
—¿Crees que me da tiempo de ir corriendo a hacer un dibujo antes
que termine?
¿Otra cosa interesante sobre mi impaciente hijo?
Tiene el talento de su abuela y de su madre cuando se trata de arte.
Expresa todos sus pensamientos en lienzos blancos y siempre tiene un
lápiz pegado a la oreja, listo para dibujar sobre cualquier cosa si le
llega la inspiración.
Nuestras paredes, así como varios manteles embadurnados de
diferentes colores, pueden dar fe de ello.
Una vez, incluso dibujó en el vestido de mi madre en medio de un
acto, completamente ajeno a los espectadores que se quedaban
boquiabiertos.
—No lo creo, hijo. —Mi frente se frunce, ya que tiene su cuaderno
de dibujo a varios metros de distancia—. ¿Estás trabajando en algo
concreto?
Sus ojos se iluminan y salta para sentarse a mi lado en el sofá.
Javier apenas se da cuenta, su mirada sigue pegada en el tablero.
—Sí. Es un proyecto secreto. —Pasa un momento, y se explica, con
la emoción familiar que irradia en oleadas, anunciando al mundo
entero lo apasionado que está por ello, lo que me provoca una rara y
genuina sonrisa—. Un soneto de amor, en cierto modo.
Que mi hijo conozca la palabra soneto no me sorprende mucho; al
fin y al cabo, tiene acceso a una de las mejores escuelas y tutores del
país.
Sin embargo, todo el asunto del amor lo hace, y se me ponen los
vellos de punta, los instintos de caza me alertan del peligro que se
avecina y que puede no parecer grande ahora mismo, pero que tiene el
poder de transformarse en una tormenta, destruyendo todo a su paso.
—¿A quién?
Sonríe, con la picardía cruzando su cara, mientras responde:
—A la ciudad, Papá. —Su respuesta me llena de alivio, agradecido
que aún no haya tenido su primer enamoramiento, y lo agarro por el
cuello, acercándolo—. Por favor, papá —exclama cuando le doy un
beso en la parte superior de la cabeza, dando la bienvenida a la paz
que siempre se instala en mi interior cuando estoy rodeado de mi
familia.
Y mi hermosa mujer, el amor de mi vida, mi querida, sin la cual
seguiría viviendo en la oscuridad, enfrentando cada mañana contando
los días que faltan para que mi muerte acabe con mi eterna agonía y
las pesadillas que asolan mi mente y me llevan al borde de la locura.
Una mujer que me ama y me acepta con todos mis defectos.
Javier finalmente agarra el alfil, lo mueve varios pasos y le dice a
Miguel:
—Jaque mate. —Una profunda satisfacción resuena en su tono
mientras su gemelo se limita a encogerse de hombros, volviendo a su
silla y echando una última mirada al tablero.
—Genial. —Los hermanos comparten una mirada y luego Miguel
pregunta—: ¿Quieres ver mi dibujo?
Javier recoge todas las piezas de ajedrez dentro del tablero, cierra
la tapa y asiente.
—Sí.
A pesar de todas sus diferencias, mis hijos están pegados el uno al
otro y nunca dejan que nadie se interponga entre ellos.
Aunque eso incluye a dos personas más en su círculo, lo que hace
que casi no busquen amigos ni formen vínculos con nadie fuera de la
relación que comparten en la familia.
Hablando de quiénes.
En el momento oportuno, un fuerte golpeteo de zapatos rebota en
las paredes, y cambio mi atención hacia la puerta principal, por donde
aparecen mis otros gemelos, el resto de los cuatrillizos.
Mis hijas, Amai y Carina, respiran con dificultad mientras alisan
sus vestidos blancos... en los que noto restos de suciedad.
Amai recupera el aliento primero y mira a Carina.
—¡Me empujaste! —señala sus sandalias—. ¿Ves? ¡Me tropecé y
ahora tengo suciedad en los calcetines!
—¡No fue a propósito! Leo salió de la nada. —Carina se defiende y
extiende su pierna derecha hacia delante—. ¡Mi sandalia arruinada es
la prueba!
¿Cómo diablos mi león, que a su edad apenas se mueve y se limita
a holgazanear bajo el sol, se involucró en esta discusión?
Amai se queda quieta, parpadeando varias veces, y luego sonríe.
—Ah, claro. De acuerdo entonces. Lo siento. —Se abrazan, y la
pelea termina incluso antes que haya empezado de verdad.
Aunque sean idénticas en cuanto a su aspecto, mis hijas no podrían
ser más diferentes si lo intentaran.
Amai toma clases de esgrima, aprendiendo técnicas de diversas
estrategias de lucha, y ya nos ha informado que también quiere
aprender karate. Es franca, ruidosa y siempre dice las cosas antes de
pensarlas. Le encanta estar en grandes multitudes y encuentra amigos
con facilidad, encajando bien en cualquier grupo.
Carina toca el violín, prefiere los momentos de tranquilidad en la
biblioteca y odia las reuniones ruidosas si sus hermanos no están con
ella. Se queda en un rincón, demasiado tímida para entablar una
conversación con alguien más, y suele acabar paseando por las casas o
lugares en busca de instrumentos musicales.
Sin embargo, cuando mis hijos están juntos, presentan un vínculo
estrecho e irrompible en el que nadie se interpone, ni siquiera
nosotros, sus padres, y vigilan sus fronteras ferozmente, aplastando a
cualquiera que se atreva a hacer daño a cualquiera de los cuatro.
De alguna manera, todas estas combinaciones de caracteres han
transformado a mis cuatrillizos en infernales. Llevan el caos allá donde
van y se proponen los retos más extraños, aunque son conscientes de
no hacerse daño a sí mismos ni a nadie mientras lo hacen.
Yo lo apruebo, aunque se lo oculte a mi mujer, que probablemente
también lo apruebe en secreto.
Al fin y al cabo, son sanos y felices, respetuosos con los demás,
¿qué más necesita un niño?
Carina da una palmada, sacándome de mis pensamientos, y centro
mi atención en ella cuando anuncia:
—Tienes que salir, papá. —Hay un tono extraño en su voz, y la
anticipación brilla en la mirada de Amai, lo que me hace reflexionar
sobre la petición.
Puede que mis hijos sean unos gamberros malcriados porque mi
amor por ellos es inexplicable, pero son criaturas escurridizas que
siempre encuentran la oportunidad de apuntarme a algo inesperado.
¿Y lo peor? Que siempre estoy despistado y acabo pareciendo un
ingenuo ante mi mujer, que siempre se ríe de su astucia.
¿Quién iba a pensar que un monstruo como yo, con un pasado de
abusos, machacado hasta la saciedad y casi muerto por dentro por
todo el dolor que albergaba mi alma, sería un día padre de cuatrillizos
y se dejaría envolver por sus dedos?
Pero todo merece la pena por saber que mis hijos se sienten
seguros en su casa y que los monstruos despiadados que cazan en la
noche en busca de carne inocente para destruir nunca llegarán a ellos,
porque su papá estará ahí para protegerlos.
Sin importar qué.
Amai se explica:
—Tenemos algo planeado. —Hace girar sus mechones en los
dedos, fijando su mirada en mí mientras Javier y Miguel se colocan a
ambos lados de ellas, observándolas con curiosidad.
—Creo que es una trampa —dice Javier, y las mejillas de Carina se
enrojecen mientras pone las manos en las caderas.
—No lo es.
Se encoge de hombros.
—Lo que sea. Me apunto. —Se acerca a ella, le revuelve el cabello y
se ríe de su mirada.
Miguel sin embargo se queda a mi lado, alborotando a sus
hermanas.
—Seguro que es una trampa. Mira sus caras de culpabilidad.
—¡Nunca lo haríamos! —grita Amai, y luego sisea—: ¡Miguel,
cállate!
Él ignora de su orden de callarse y, en cambio, continúa.
—Desaparecieron por arte de magia durante una hora. —Se acerca
a ella, dándose un golpecito en la barbilla—. Sin nosotros. —Amai
abre la boca para, sin duda, darle su punto de vista, pero se detiene
cuando él dice—: ¡Ah-ha! Hay un secreto.
—No es un secreto. —Ella resopla exasperada—. Déjalo, Miguel. Y,
Papá —vuelve a centrar su atención en mí—, ven con nosotros fuera,
por favor.
—De acuerdo. Pero si es una trampa, Leo no vendrá aquí el mes
que viene. —Esto es una mierda, por supuesto; todos sabemos que soy
blando cuando se trata de mis hijos y fomento su comportamiento al
no castigarlos por las mierdas que hacen.
Gracias a Dios, mi mujer tiene más fortaleza cuando se trata de
disciplina.
Carina suspira.
—Ninguna batalla se ganó sin sacrificios. Lo aceptamos.
Javier nueve la cabeza ante eso mientras Miguel solo sonríe,
encontrando finalmente la idea interesante, porque le gustan los
problemas más que a los otros.
Amai extiende su mano a Javier.
—¿Juntos, pase lo que pase? —Ese es el lema con el que viven, y él
asiente con resignación, agarrando su mano. Caminamos hacia la
puerta de la terraza, dirigiéndonos al exterior, con las chicas bailando
a su paso, claramente emocionadas por lo que nos espera allí.
Si Briseis las viera ahora mismo...
Este pensamiento me hace detenerme, recordando la rapidez con la
que salió antes de la casa, excusándose con alguna urgencia laboral en
la galería y a duras penas conteniendo la risa.
Ah, mi mujer estaba metida en esto.
Una sonrisa malvada se dibuja en mi boca, y un tipo diferente de
anticipación corre por mis venas. Ya estoy imaginando las formas en
que le haré pagar por esta pequeña mentira mientras me suplica que le
dé placer para que se lo niegue una y otra vez.
Después de todo, ¿no debería el placer lujurioso durar para
siempre?
En el momento en que mis pies descalzos tocan el concreto frío, el
brillante sol que brilla en el despejado cielo me ciega, haciéndome
tapar los ojos con la mano mientras oigo rugir a mi león en la
distancia.
Frunzo el ceño, porque rara vez lo hace delante de los niños. Y,
además, en su vejez, ¿para qué molestarse, ya que le traen la comida?
Miro en su dirección y lo veo justo en medio de un contorno en forma
de corazón hecho con pétalos de rosa.
Está tumbado junto a una mesa redonda preparada para cinco
personas, su cola se balancea de un lado a otro, indicando su disgusto,
y ahora me doy cuenta de la razón.
Porque una capa roja cubre su cuerpo, terminando justo debajo de
su melena, y vuelve a rugir, aunque con mucha menos intensidad que
la primera vez, y muestra su boca carente de dientes.
Lo encontré cuando era un cachorro y siempre tendrá un lugar
especial en mi corazón. Nunca me hizo daño ni trató de dañar a mi
mujer, solo disfrutaba pasando tiempo en nuestra casa antes de volver
al zoo. Puede que tenga instintos, pero nunca los utilizó en la
naturaleza, viviendo esta vida desde que nació y nunca la cuestionó,
ya que nunca mostró rebeldía a ninguna orden. Pero aun así nunca
hubiera confiado en que mis hijos estuvieran en su compañía si le
quedaran garras o dientes para hacerles daño.
No podemos predecir la naturaleza de los animales, ni siquiera de
los que conocemos desde hace más de una década, y nunca pondría en
peligro la vida de mis hijos.
—¿Qué le han hecho a Leo?
—Es un león real, papá. No podía lucir igual para la fiesta del té. —
Casi puedo oír el "duh" al final de su frase mientras nos acercamos,
pisando los pétalos de rosa, lo que me permite estudiar la mesa con
más detalle.
Cinco platos de color dorado, con pequeñas cucharas y tenedores
al lado, tienen tarta de fresa, su favorita. Las tazas humeantes están
llenas de té de menta, a juzgar por los olores que llegan a mis fosas
nasales. Por último, un jarrón con margaritas se encuentra en el centro.
Un mantel rojo crea una imagen bastante majestuosa que las sillas
altas no hacen sino enfatizar, y Leo encaja perfectamente en la
decoración.
Arrodillado, le rasco detrás de la oreja mientras me pregunto cómo
algo así puede haber inspirado todos los comentarios de la "trampa" y
cuál es el truco aquí.
Sus palabras anteriores se registran en mi mente.
¿Fiesta del Té? ¿Qué coño se supone que significa eso exactamente?
¿No tienen suficiente con esto de Briseis, que reúne diferentes tés por
todo el mundo? Tiene toda una colección de ellos, porque ella ama el
té por encima de cualquier bebida que no sea agua.
Carina decide hablar primero y me anuncia:
—Es una fiesta del té, Papá. Tienes que participar en ella con
nosotros. —Se acerca a la silla que está en el centro, sus pies sin sonido
en la hierba, y da unas palmaditas en el asiento que sostiene una bolsa
de lona—. Los accesorios están aquí. Tienes que ponértelos.
Amai asiente con entusiasmo, cerrando las manos a la espalda,
balanceándose sobre sus pies.
—Sí. Es muy importante. Tenemos que ganar.
—¿Ganar qué? —pregunto mientras Miguel y Javier ni siquiera se
preocupan por una explicación; simplemente se dejan caer en los
asientos y cogen sus tenedores dispuestos a zambullirse en la tarta,
aunque se detienen cuando Carina les envía una mirada fulminante.
—Una competencia —responde Amai y luego jadea, tapándose la
boca mientras Carina gime.
—¡Chismosa! —señala a su hermana, y los chicos se limitan a
reírse, hurgando en la tarta y masticándola, ignorando los gemidos de
las chicas—. Has arruinado la sorpresa.
La vena competitiva que hay dentro de mí chispea con interés,
adivinando ya que esta farsa tiene que ver con mis otros amigos
oscuros que probablemente también acabaron en esta situación sin
saberlo.
Dejo que mis hijos me preparen para una competición, pero para
ser justos, no pueden guardar un secreto para salvar su vida, y
necesitan gritar sobre cualquier cosa y cualquier persona a todo
pulmón en cuanto saben algo.
Al llegar a mi silla, abro la bolsa y saco una larga capa de seda
junto con una corona y una especie de bastón dorado de metal, porque
son demasiado pesados para ser de plástico. Agitándolos en mis
manos, digo:
—Explícate.
Carina suspira pesadamente, retorciendo un pie sobre la hierba.
—Todas las mamás se pusieron de acuerdo para hacer una
competencia de quién es el mejor papá de la fiesta del té. Creo. —Sus
cejas se fruncen—. No estoy segura, Papá, pero tienen que hacer una
foto como prueba. —Su voz se reduce a un susurro—. Mamá está
escondida detrás del roble ahora mismo y sacará una foto cuando
todos estemos tomando el té.
A duras penas contengo la risa que está a punto de brotar de mi
garganta, porque incluso han tirado a su propia madre debajo del
autobús para salvar sus culos y probablemente ni siquiera se dan
cuenta.
Como he dicho, quiero a mis hijos, pero nunca les confío un
secreto. Ya aprenderán a manejar ciertas cosas en el futuro; no hay
necesidad de acelerar su aparición como adultos.
—Tenemos que ganarlo, papá —dice Amai, enderezando su
columna—. Un Cortez siempre gana. Eso dice el abuelo.
Astuta, astuta.
En toda mi vida, nunca he oído a mi padre decir algo así; en
cambio, predica que, aunque te caigas, puedes volver a levantarte y
conseguir lo que quieras.
—Qué mentira, pero buen intento. —Le alboroto el cabello y
gruñe—. ¿Qué les parece, chicos? —Me dirijo a mis hijos, que ya se
han comido la mitad de su tarta y dirigen su atención hacia mí, con la
boca llena de postre—. ¿Quieren ganar esto?
—¿Por qué tienen que decidir ellos? ¡Es nuestra fiesta! —exclama
Carina, con el fastidio reflejado en sus facciones; su expresión de
terquedad me recuerda a la de su madre cada vez que decide llevarme
la contraria.
Nunca dura mucho, pero sigue siendo muy entretenido de ver.
—Porque era una trampa. Y necesitas nuestra participación. —
Parpadea, así que añado—: Las batallas no se ganan solas, cariño.
Todos tus combatientes deben conocer las reglas antes de aceptar
obtener una victoria para ti.
Ella suspira, poniendo los ojos en blanco.
—Supongo. Así que, chicos... —Los perfora con su mirada—. ¿Cuál
es su respuesta? Y recuerden que el mes que viene es su competición
de carreras, y no la ganaran sin nosotras. —Esta vez, permito que mi
risa resuene por el jardín, asustando a algunos pájaros que graznan en
las ramas y vuelan en lo alto del cielo.
Ah, mi pequeña negociadora ni siquiera esperó para chantajear a
sus hermanos.
Los chicos levantan sus dedos en señal de aprobación, y las chicas
chillan, corriendo hacia los asientos y ordenándome:
—Ponte todo, papá. Ponte lo mejor posible. —Me pongo la capa
alrededor del cuello, sujetándola bajo la barbilla, y me cae por la
espalda.
Luego me ajusto la corona en la cabeza, la maldita cosa es tan
pesada que me va a doler la cabeza, y luego envuelvo mi mano
alrededor del bastón.
En combinación con mi león, que vuelve a rugir de disgusto,
revolcándose en su capa y tratando de quitársela, los dos parecemos
malditamente ridículos e inspiraríamos risas a los extraños que pasan
por allí.
¿Pero a quién le importa exactamente?
Mis hijos crecerán algún día y se convertirán en adultos que
tendrán un montón de recuerdos felices de su infancia, una infancia en
la que no existen las pesadillas, porque he hecho todo lo posible para
asegurarlo.
Su felicidad es lo único que importa, así que aprecio este momento
en el que sus caras se iluminan y todos aplauden cuando me inclino
ante ellos.
—Bien, princesas y príncipes, ¿qué tipo de pose necesitamos?
—Preciosa.
—Bonita.
—Cualquiera.
—La que nos haga ganar, Papá —dice Miguel mientras traga el
último bocado, cogiendo su taza de té.
Amai dice:
—Duh, Miguel, ninguno de nosotros pensó en eso.
Decido llamar a la artillería pesada, a mi artista que reconoce la
belleza en todo lo que se posan sus ojos.
—Querida, ¿por qué no sales de tu escondite y nos ayudas?
Después de un segundo, ella entra a la vista a través de las ricas
ramas verdes que casi tocan el suelo, su vestido de verano acariciando
sus piernas por la ligera brisa, y bebo en la belleza de mi mujer por un
segundo, dando la bienvenida a las emociones que solo ella tiene el
poder de inspirar en mí.
El amor de mi vida.
Su larga y oscura cabellera se agita mientras grita:
—¡Pensé que nunca me lo pedirías! —Llega hasta nosotros en un
tiempo récord, pasando por encima de los pétalos, y viene
directamente a mis brazos, poniéndose de puntillas para depositar un
beso en mis labios, murmurando—: Te amo.
Rodeando su cintura con mi brazo y acercándola, le respondo:
—Solo llámame tu rey, querida.
—En tus sueños, mi amor. —Me golpea en el estómago,
haciéndome sisear, y luego me besa de nuevo antes de dar un paso
atrás—. Bien, chicos. Hagamos esto.
Los "woohoos" colectivos llenan el aire mientras mi mujer nos
indica a todos que nos sentemos en la mesa, sosteniendo nuestras
tazas en alto, e incluso el pobre Leo se levanta, acercándose a mí y
sentando su culo a mi lado.
Sonriendo alegremente, dejamos que nos haga varias fotos, y
entonces Briseis saca el trípode, lo ajusta y se deja caer en mi regazo
antes que la cámara saque nuestras fotos familiares, los niños en este
punto riendo y embadurnados de tarta.
Solía decir que la vida es cruel.
Y en cierto modo lo es para algunos monstruos, sobre todo para los
que se cruzan en mi camino, ya que sus actos nunca me permiten
dejarles respirar otra vez.
Sin embargo, la vida también es hermosa.
Sobre todo, cuando uno tiene una mujer como la mía y unos hijos
que me quieren pase lo que pase.

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