Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene
costo alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro
logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo. No olvides que
también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes sociales,
recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro. Por favor no menciones por
ningún medio social donde pueda estar la autora o sus fans que has
leído el libro en español si aún no ha sido traducido por ninguna
editorial, recuerda que estas traducciones no son legales, así que cuida
nuestro grupo para que así puedas llegar a leer muchos libros más en
español.
Instagram: Team_Fairies
Hada Zephyr
Hada Maca
Hada Fay
Hada Aine
Hada Zephyr
Sinopsis
Un mes después…
Apenas una hora más tarde, soy cuarenta y seis dólares más
pobre y estoy ante las puertas de la residencia Henley. Son de
bronce, adornadas y lo suficientemente grandes como para que
pase un crucero.
—Que me jodan —murmuro antes de dirigirme a la cabina de
seguridad de cristal escondida entre los setos.
Un vistazo al guardia uniformado que está dentro de la cabina
me dice que está armado como para una intensa guerra. Es
extraño. ¿En qué me he metido?
Golpeo el cristal.
—Hola, disculpe. Esta es la residencia Henley, ¿sí?
El guardia me mira a través de sus lentes de sol. Es un hombre
bajo y voluminoso, con rasgos toscamente cincelados. Parece que
su cara podría resquebrajarse si se le ocurriera sonreír.
—Sí. ¿Quién pregunta?
Su inglés está ligeramente acentuado. Me resulta familiar de
alguna manera, pero no puedo ubicarlo.
—Mi nombre es Willow Powers —digo, cayendo en mi
apellido de soltera casi instintivamente—. Tengo una cita en cinco
minutos con... el... propietario de la residencia.
Olvidé preguntarle a Marjorie el nombre del propietario. Strike
uno y aún no he cruzado las puertas.
Me mira con frialdad, ocultando todos sus pensamientos tras
esos lentes de sol oscuro. No lo veo moverse ni mover un dedo,
pero de repente oigo un zumbido y la puerta lateral se abre.
—Adelante —ordena—. Espérame al otro lado.
Hago lo que me dice. Cuando me reúno con él en el interior
del recinto, me señala un carrito de golf aparcado fuera de la vista.
Al igual que él, esta cosa está preparada para la guerra. Blindado,
totalmente ennegrecido, con varias docenas de compartimentos de
aspecto ominoso. Decido no preguntar qué contienen o por qué el
propietario considera necesario todo esto.
Tragándome los nervios, me subo al asiento del copiloto. Él se
pone al volante y aceleramos. El motor es silencioso. Debe ser
eléctrico.
Atravesamos el terreno tan rápido que el viento me hace saltar
las lágrimas. Antes de darme cuenta, estamos frente a una amplia
cascada de escalones de mármol en la parte delantera de la mayor
mansión que he visto en mi vida.
—Supongo que esta es mi parada —bromeo mientras bajo del
vehículo.
El guardia no se ríe. Se aleja acelerando y no mira ni una sola
vez hacia atrás. Buen tipo.
Solo hay tres tramos en la escalera, pero son tan grandes que
siento haber caminado tres docenas cuando asciendo a la enorme
puerta de madera. Parece sacada de un castillo medieval, toda ella
de madera antigua y desgastada, reforzada con tachuelas y
herrajes de latón.
Una enorme aldaba negra con forma de cabeza de león me
mira fijamente. Hay algo que me eriza la piel. Ignoro la aldaba y
opto por el pintoresco botón del timbre.
Cuando la puerta se abre, lo hace con una facilidad
sorprendente. Especialmente, teniendo en cuenta que la mujer que
está al otro lado es una mujer mayor y menuda con el cabello gris
rizado.
—Um, hola, soy...
—La estábamos esperando, Srta. Powers.
—Oh. Bien. Eso es, uh... bueno.
En teoría, supongo que lo es. Pero en realidad, se me ponen los
pelos de punta y se me revuelven las tripas.
Para ser justos, eso probablemente tenga al menos algo que ver
con la casa absurdamente intimidante que estoy atravesando. Mi
atención oscila de un lado a otro, tratando de captar cada detalle.
Pensaba que Casey y yo vivíamos bien, en nuestra gran casa de
dos plantas con un exceso de comodidades. Pero esto es otro nivel.
Esto es verdadero lujo.
En mi cabeza se forma una imagen del hombre al que debo
conquistar en menos de una hora. Un hombre mayor y bullicioso
con la cabeza llena de cabello teñido y docenas de anillos de oro
en los dedos, sin duda. El tipo de hombre que fuma puros y
compra arte caro porque sí.
En cuanto a lo que estoy haciendo aquí, es bastante obvio, este
lugar es enorme e impecable. Debe hacer falta un ejército para
limpiarlo tan a fondo.
Sigo a la anciana a través de un pasillo adoquinado tras otro
durante diez minutos y todavía no hemos llegado a donde sea que
vayamos. Entonces, por fin, la mujer se detiene.
Estamos frente a una puerta de hermosa madera oscura. Puedo
ver los vagos contornos de mi propio reflejo en el profundo barniz
carmesí.
—Te está esperando —me informa.
Al igual que el guardia de la puerta, desaparece sin
despedirse. En mi opinión, no les vendría mal mejorar sus
modales, si me preguntas.
Suspiro y vuelvo a concentrarme. Necesitas este trabajo, Willow.
De un tirón, empujo la puerta y entro, tratando de reducir mi
ritmo cardíaco.
La estancia es tan enorme y lujosa como el resto de la casa,
pero no tengo tiempo de quedarme embobada. Mis ojos se dirigen
inmediatamente al hombre alto y de hombros anchos que está
junto a las ventanas.
Está de espaldas a mí, pero puedo ver lo suficiente como para
saber que estaba equivocada.
Sin cabello teñido. Sin cigarro. Sin anillos de oro en los dedos.
Este no es el viejo magnate que esperaba.
—¿Disculpe? —digo, aclarándome la garganta de forma
cohibida—. Su... ama de llaves acaba de...
—Hola, Willow.
Me congelo al oír esa voz. No puede ser.
Leo Solovev lleva días invadiendo mis sueños y pensamientos.
Tal vez mis ensoñaciones están empezando a convertirse en mi
realidad. Tal vez estoy perdiendo la cabeza.
Porque no puede ser él.
Pero entonces se gira y veo lo equivocada que estoy.
—Oh, Dios mío —jadeo—. ¿Leo?
Estoy impresionada. Él, en cambio, no parece sorprendido en
absoluto.
—¿Por qué no te sientas? —sugiere—. Parece que estás a punto
de desmayarte.
Mis rodillas se estremecen un poco. Consigo avanzar a
trompicones hasta los sillones de cuero, frente a su extenso
escritorio de teca.
—Yo... me cuesta asimilar esto —suelto.
Se une a mí en el escritorio y se reclina en su asiento.
—¿Por qué?
—Bueno, esto es… esto es una especie de extraña coincidencia,
¿no?
Se encoge de hombros.
—No creo en las coincidencias.
—¿El destino, entonces?
No responde. Solo me mira con una expresión melancólica y
curiosa.
Siento que estoy alucinando. Solo han pasado un puñado de
días desde que este hombre estuvo dentro de mí. Desde la noche
que sacudió los cimientos de mi mundo.
Me hizo sentir deseada, libre. Me hizo sentir poderosa. Y luego
se fue, tan rápido como llegó...
Llevándose todo ese poder.
—No pensé que volvería a verte —murmuro.
—¿Te he decepcionado?
Hace la pregunta como si no tuviera ningún interés en mi
respuesta. Pero espera a que le responda.
Me doy cuenta de repente que me tiemblan las manos.
—Yo... no —digo torpemente mientras las aprieto—. No estoy
decepcionada.
Sonríe por primera vez. Me hace apretar mis muslos contra
una oleada de hormigueo. ¿Qué demonios me pasa?
Una noche de sexo caliente fue la venganza. Era justo, incluso
justificado. Cualquier otra cosa... y se convierte en una aventura.
Se convierte en una elección.
—He ido a la agencia de trabajo temporal esta mañana —
explico, tratando de ocultar mi rubor—. Me hablaron de un
trabajo aquí en la residencia Henley. No tenía idea que fueras el
propietario.
—¿Por qué lo harías?
—Cierto... cierto. Es que... estoy en shock, eso es todo. —
Respiro profundamente y trato de orientarme. Me siento con la
espalda recta—. Sigo con ganas de aprender sobre el trabajo.
Ser profesional es la única manera de salvar esta situación y de
ignorar el calor que florece en mi estómago.
—¿Trabajo?
Parece confundido. Pero no hay ni una pizca de confusión en
sus ojos color avellana.
Mi centro palpita cuando se levanta de repente, rodea su
escritorio y se apoya en él. Sigue estando a un brazo de distancia
de mí y, sin embargo, la tensión entre nosotros está tan al rojo
vivo como la noche en que nos conocimos. Tan caliente como
cuando se enterró dentro de mí.
—Yo… Marjorie, es decir; es mi agente temporal, me dijo que
el puesto no estaba realmente especificado, pero que podría tener
algo que ver con el mantenimiento de la casa...
Sacude la cabeza.
—Ella lo entendió mal. El puesto es... bastante singular.
—¿Oh? —Se me cae el estómago.
Las viejas inseguridades asoman la cabeza. ¿Y si no estoy
cualificada? ¿Y si no puedo hacer el trabajo? ¿Y si la única razón
por la que me contrata es porque quiere volver a acostarse
conmigo?
Esta última parte no me horroriza tanto como debería.
E irónicamente, eso es lo que más me horroriza.
—¿Qué es entonces? Si no te importa que te lo pregunte.
—Vas a ser mi esposa —dice con frialdad, sin apartar los ojos
de mi rostro.
Espero el chiste. No llega. Así que lo miro fijamente, segura de
haber escuchado mal.
Cuando Leo sigue sin explicarse, le digo:
—Lo siento. Creo que debo haberte escuchado mal.
No quita sus ojos de los míos.
—Si me escuchaste decir 'esposa', entonces no escuchaste nada
mal.
Hay algo extraño que sube por mi garganta. Sabe a bilis y a
pánico.
—¿Es esto una especie de broma pesada? ¿Hay cámaras
ocultas o algo así?
—Nada de esto es una broma, Willow.
Busco en su rostro señales que pueda estar bromeando, pero
no hay ninguna. Oh, Dios. Oh, Dios. Oh Dios...
Lo dice en serio.
Esto es serio.
Me pongo de pie lentamente, recelosa como si estuviera en
presencia de un depredador salvaje.
—Bueno, está claro que he venido a la entrevista de trabajo
equivocada. Si me disculpas, justo me mostraré yo misma la
salida.
Sin esperar a que hable, me doy la vuelta y me dirijo
directamente a la puerta negra. Pero cuando intento abrirla, no se
mueve.
—¿Disculpa, Leo? —digo, volviéndome para mirarlo—. La
puerta está cerrada.
Se levanta del escritorio.
—Entiendo tus dudas, Willow —suspira—. Pero entrarás en
razón.
Tiro de la manilla de la puerta. No pasa nada.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué parte de "Vas a ser mi esposa" fue confusa?
Abandono el pomo de la puerta y me vuelvo hacia él con
incredulidad.
—Estás loco.
Me regala una sonrisa que traiciona mi suposición de
inmediato. Este hombre no está loco, es calculador. Es inteligente.
Ha... planeado esto.
—¡No puedes hacer esto! —grito mientras el pánico acaba por
consumirme como las aguas oscuras.
Pulsa un botón en el borde de su escritorio. Una puerta oculta
se abre y dos guardias de rostro pálido entran a toda prisa,
apuntando directamente hacia mí.
—Me temo que ya lo he hecho.
7
La habitación es tranquila.
Piotr está de pie justo fuera de ella, encorvado contra el marco
de la puerta. En cuanto me ve, se endereza.
—Sir.
—¿Cuánto tiempo ha estado callada?
—Solo unos quince minutos más o menos. Me imagino que se
quedó sin aliento.
Reprimo una risa. Por lo visto, Willow es aún más luchadora
de lo que yo creía. Asiento hacia Piotr. Desbloquea la puerta y la
abre de golpe.
Willow está sentada en el borde de la cama, una diminuta
muñeca de porcelana comparada con la enorme habitación.
Tiene los ojos llorosos, pero me doy cuenta que están secos. Lo
que queda es fatiga, miedo y algo nuevo. Algo que se parece
mucho a la resiliencia.
—Leo —susurra. Su voz es ronca.
—Si yo fuera un hombre cuyos planes pudieran frustrarse con
gritos, nunca conseguiría nada —le digo.
Da un escalofrío involuntario.
—¿Esto es real?
—Mucho.
—¿No me estabas gastando una especie de broma pesada?
—¿Me veo como un tipo bromista?
Su ceño se frunce.
—Eres mafia.
Me oscurezco inmediatamente.
—Esa no es una metedura de pata que muchos otros Don de la
Bratva tolerarían.
—Mafia, Bratva, lo que sea. ¿No significa lo mismo?
—Ni remotamente.
Ella mira alrededor de la habitación aturdida.
—Bien, bueno, dejando la semántica a un lado, ha sido
interesante que me introdujeran en tu... um... vida —dice
torpemente—. Pero creo que es hora que siga con la mía.
Levanto las cejas.
—¿Qué vida es esa? ¿Trabajar y dormir en el sofá mientras tu
marido se folla putas en vuestro dormitorio?
Sus ojos nadan con veneno.
—Tengo una vida, imbécil. Y no tenías derecho a atraerme
aquí con falsos pretextos y encerrarme en tu jodido acuerdo.
Me burlo.
—La Bratva no pide permiso. Tomamos lo que queremos.
—¿Como lo hiciste conmigo?
—Por la forma en que te levantaste la falda, parecías bastante
dispuesta a...
—No es lo que quise decir.
Me encojo de hombros.
—Si insistes.
—No entiendo por qué me querrías en primer lugar —
musita—. ¿Quién soy yo para ti?
—Tienes algo que quiero.
Sus ojos se abren desconcertados.
—¿Qué es? Pídemelo y te lo daré.
—No hace falta que me des nada, kukolka —le digo con calma,
sabiendo que las palabras sobrevuelan su cabeza—. Tomo lo que
quiero, ¿recuerdas?
Su cara se inunda de pánico.
—Esto es ridículo. ¡No pueden retenerme aquí! Esto es un
secuestro.
—Semántica aparte, estás aquí ahora —digo—. Si huyes, te
traerán de vuelta. Pateando y gritando, si es necesario.
—La gente me buscará, ya sabes. Mucha gente.
Me acerco y sonrío.
—¿Es eso cierto? ¿Y qué personas son esas, exactamente? Tu
marido infiel es todo lo que tienes.
Se encoge al darse cuenta de lo mucho que sé sobre su vida.
No solo lo que he investigado en los años que precedieron a
nuestro encuentro, aunque eso es mucho más detallado de lo que
ella podría imaginar, sino simplemente la información que me
ofreció voluntariamente momentos antes que la follara hasta la
muerte.
Estoy medio tentado de hacer exactamente eso de nuevo, más
que medio tentado, en realidad. Solo para escuchar esos ruidos
una vez más...
Lleva un pantalón azul desteñido y una blusa blanca de manga
larga a la que no le vendría mal otra pasada de plancha. Lleva el
cabello negro recogido detrás de la cabeza en una larga cola de
caballo. Por un momento, me imagino usando esa cola de caballo
para manejarla. Tirar de su cabeza hacia mí y arrancar esos
gemidos de su garganta.
Pero las medias tentaciones tendrán que esperar. No importa.
He estado frenando mis propios deseos desde que tenía edad
suficiente para entender que algunas recompensas merecen la
demora.
—No solo él —suelta bruscamente—. Tengo otras personas en
mi vida.
—No a tus padres —digo en voz baja—. Te separaste de ellos
hace años, ¿recuerdas?
—Yo... yo tengo amigos.
—¿Sí? ¿Tienen nombres?
—Simone —responde casi inmediatamente—. Elsa y... Anna.
—¿Son amigas o personajes de dibujos animados?
Sus ojos azul glaciar se estrechan hacia mí.
—Eres mucho más gilipollas de lo que recordaba.
—Es bueno ver algo de lucha en ti —le digo—. ¿Dónde estaba
cuando Casey vino a buscarte como un chucho desbocado?
—No creo que puedas hablar mal de él a estas alturas. La olla
llama a la tetera negra y todo eso.
Ladeo la cabeza hacia un lado y espero mientras su ira se
desahoga.
Su ceño se frunce. Cuanto más dura el silencio, más se agita y
se retuerce. Pero estoy acostumbrado al silencio y los gritos por
igual. Puedo soportarlo todo para ayudarla a ver la situación real.
Que yo tomo las decisiones, ahora.
—No te quedes ahí como una jodida estatua —suelta
finalmente—. Di algo.
—Hablo cuando tengo algo que decir.
—No me gustan los silencios largos.
—Eso me he dado cuenta.
Mira a un lado como si estuviera decidida a evitar mis ojos.
—Por favor, déjame ir —susurra finalmente.
—Me temo que no puedo hacerlo.
Aprieta los puños.
—No entiendo por qué.
—Tal vez si te sientas en silencio el tiempo suficiente, lo
descubrirás.
Los ojos de Willow se dirigen a los míos y se alejan de nuevo.
Intenta mantener el miedo a raya, pero es obvio para cualquiera
que está perdiendo la batalla.
—Esto no tiene que ser tan difícil, sabes. Podemos ayudarnos
mutuamente —digo—. Formar una especie de alianza.
—Esa es una palabra terriblemente amable para la mierda que
estás haciendo aquí.
—Es la correcta. Tú necesitas una salida y yo una entrada.
—Te das cuenta que eso no tiene ningún sentido para mí,
¿verdad? —dice—. Como, ¿ninguno en absoluto?
Sonrío.
—Soy consciente. Cuanto menos entiendas, mejor. Por el bien
de ambos.
Gime con frustración.
—Me empieza a doler la cabeza.
—Entonces déjame simplificar: me necesitas, Willow.
Se levanta de la cama y me señala con un dedo.
—Aclaremos una cosa: no te necesito. No necesito a nadie.
Suspiro. Es una pena que hayamos llegado a esto.
—Tienes un marido maltratador al que intentas dejar, ¿tengo
razón?
Se detiene en seco.
—Yo... bueno...
—Y aún vives con él, ¿no?
—Sí...
—Entonces creo que ya es hora que salgas de esa casa y entres
en la mía.
Frunce el ceño, arrugando la nariz. Honestamente, es
jodidamente adorable.
—Ya estoy en tu casa.
—Excelente. ¿Ves cuánto tiempo te he ahorrado?
Me mira con curiosidad.
—¿Eres realmente un Don de la Bratva?
—Lo soy.
—He oído hablar al respecto, historias y esas cosas. Rumores
en la ciudad —dice—. Pero nunca en relación con el nombre
Solovev.
—¿No? ¿Qué nombre has escuchado?
—No presto atención a las historias de mafia …
—Bratva —corrijo con dureza—. No vuelvas a cometer ese
error.
Se sonroja y se mueve.
—Sí. Bratva. De todos modos, el nombre era Michael algo.
Mikhail. No lo recuerdo bien.
Hago una mueca.
—Mikhailov.
—¡Claro! Sí, eso.
—Olvídalo. El nombre Solovev es el único que importa ahora
—digo ferozmente.
Puedo sentir mi pulso golpeando en mi frente. Desde hace
siete años, el nombre Mikhailov me hace hervir la sangre.
Durante siete años, he planeado mi regreso al trono de la
ciudad.
Finalmente ha llegado el momento de recuperar lo que
siempre ha sido mío.
—¿Es eso algo bueno? —pregunta Willow, sacándome de mis
pensamientos. Sigue agarrada al poste de la cama, utilizándolo
para mantenerse firme. Su rostro marcado por la incertidumbre,
aunque comienza a calmarse.
—Lo es siempre y cuando te alíes con las personas adecuadas.
—¿Como tú? —pregunta.
Me acerco a la puerta.
—Pareces hambrienta.
—No lo estoy.
—Haré que una de las criadas te traiga la cena.
—No quiero tu comida —suelta, aunque su estómago ruge
audiblemente de hambre.
—El orgullo no evitará que te mueras de hambre, ¿sabes?
De repente, su comportamiento cambia. Sus ojos se agrandan.
—Esto es una locura. Una locura total. ¡No puedes
simplemente secuestrar a la gente de la calle!
Volvemos a lo mismo. Odio hablar en círculos.
—Pero yo no he hecho nada de eso, ¿verdad? —Señalo—.
Entraste en mi casa por tu propia voluntad.
—¡Porque pensé que estaba aquí para una entrevista de
trabajo!
—Y has conseguido el trabajo —digo con una sonrisa—.
Enhorabuena.
Arquea una ceja.
—Parece que has olvidado un detalle muy importante.
—¿El hecho que ya estés casada?
—Eso es —dice con un movimiento de cabeza.
Despejo el problema con un movimiento de la mano.
—No lo he olvidado. Mi abogado ya está en ello. Lo único que
tienes que hacer es firmar.
Me mira con incredulidad.
—¿Quieres que me divorcie de mi marido y me case contigo?
—Estabas planeando dejarlo de todos modos.
—Sí, para recuperar mi libertad. No para casarme con un
fanático del control diez veces superior. ¿Por qué me casaría
contigo?
—Porque, Willow, no te voy a dar opción.
Sus ojos rebosan con todo tipo de cosas: rabia, miedo y quizás
una pizca de curiosidad.
Aunque la curiosidad, por supuesto, es lo que mató a kiska4.
Debería tener cuidado en mi mundo.
—No será tan malo —le digo—. Piensa en todas las ventajas.
—¿Ventajas?
—Por ejemplo —digo, saboreando la reacción que voy a
obtener—. Disfrutaste con mi polla dentro de ti, la otra noche
Se congela al instante. No he visto un rubor tan intenso en toda
mi vida. Me gusta hacerla retorcerse. Hacerla jadear. Hacerla
gemir.
Planeo hacer mucho de eso.
Tartamudea y balbucea mientras intenta encontrar palabras
para combatirme.
—Yo... eso fue... me engañaste.
—Ya hemos discutido tu disposición —la reprendo.
—Fue... un error de juicio. Estaba enfadada con mi marido. Se
trataba de una venganza...
Frunzo los labios y asiento con la cabeza como si fuera
comprensivo, como si lo entendiera. Y cuando mi voz sale, es
enfermizamente dulce. De nuevo, más que nada, para ver esas
mejillas enrojecer.
—¿La venganza te excita? ¿Es por eso que estabas tan
húmeda?
6 Pro bono es una expresión latina que significa “para el bien público” y que se usa para
referirnos al trabajo voluntario que realizan distintos profesionales. Generalmente, se relaciona con
el servicio que los abogados prestan de forma gratuita.
Puede que sea una hermosa bestia, pero nunca podré olvidar
cuál de esas dos palabras es más importante.
—Ese es mi problema, no el tuyo.
Suspira.
—Muy bien. —Saca algo de su bolsillo y, por un loco
momento, creo que es un arma. Estoy a punto de agacharme,
cuando gira su mano para revelar...
Mi teléfono.
Entonces, para mi total asombro, me lo entrega sin decir nada.
Tan pronto me da el teléfono, gira sobre sus talones y
desaparece por la puerta. Se cierra con tanta fuerza que los
cuadros que están colgados, cimbrean contra las paredes. De
nuevo sola, miro la pantalla y me pregunto si está preparada para
explotar en mi mano.
Esto tiene que ser una prueba, ¿verdad? ¿Solo otro juego para
su retorcida diversión?
Pero pasan unos minutos y no sucede nada. Cuando se me
pasa el susto, desbloqueo el teléfono y voy directamente al
registro de llamadas.
Noventa y ocho llamadas perdidas. Todas de Casey.
Mis mensajes de texto son incluso peores. La pequeña burbuja
roja dice "237". Y cada uno de ellos, también es de Casey.
En contra de mi buen juicio, toco el icono de texto y abro el
hilo. Mal movimiento. Es como recibir repetidas bofetadas en la
cara.
Cariño, ¿dónde estás? He intentado llamar y no respondes.
Willow, en serio. No me vuelvas a hacer esta mierda.
¿Cuándo vas a dejar de hacer estas putas tonterías y bajar la
cabeza de las nubes? Soy un hombre paciente y me estás poniendo
de los nervios.
Me desplazo hacia abajo durante un rato, deteniéndome solo
cuando encuentro un mensaje escrito en mayúsculas.
¿QUE MIERDA ERES, PEQUEÑA ZORRA?
Hay más inmundicia repulsiva después de ese mensaje y
luego, veintitrés textos más tarde, el remordimiento entra en
acción.
Cariño, lo siento. No debí hacerlo... pero me estás volviendo
loco. Preocupado. Estoy tan jodidamente preocupado...
Sigo desplazándome. Como era de esperar, el remordimiento
no dura mucho.
Cuando descubra dónde estás, lo lamentarás.
Te voy a dar una paliza hasta que se te desprenda la piel.
Lo lamentarás.
Recuerda quién es tu puto amo, puta perezosa.
Perra.
Puta.
Cierro el hilo y dejo caer el teléfono al suelo. No quiero volver
a tocarlo.
Pensé que el teléfono sería mi salvación, pero no hay nada que
encontrar.
No tengo a nadie. No tengo nada.
Lo único que queda por hacer es llorar.
11
La libertad de pasear.
Libertad para escapar.
Ahora tengo oportunidades y no pienso desperdiciarlas.
Me reuniré contigo para hablar del divorcio. ¿Tal vez en una
cafetería?
Si la abogada de Leo está confundida por mi texto, no lo
demuestra. Su texto de respuesta es solo una dirección.
Inmediatamente, compruebo dónde está exactamente en relación
con la casa de Casey, donde todavía están escondidas las últimas
de mis escasas posesiones.
Veinte minutos a pie. Once en coche.
Puedo hacerlo.
Solo tengo que ser inteligente y estar calmada. Y rápida. Por
encima de todo, tengo que ser rápida.
He estado revisando mi lista de contactos desde que Leo me
devolvió el teléfono. Necesito un amigo que no se moleste por el
tiempo que ha pasado desde la última vez que hablamos. A quien
no le importe que ahora le pida un favor.
Jane siempre fue dulce, pero ella y yo nunca fuimos
particularmente intimas en primer lugar.
Gillian es irritable como el infierno. No es probable que
perdone el hecho que hayamos hablado tal vez dos veces en los
últimos cuatro años.
Sue-Lin regresó a Hong Kong.
Cindy se casó y tuvo un hijo. Lo último que necesito es meter a
un niño en este lío.
Madeline sería una buena apuesta, pero lo último que supe de
ella fue un mensaje de texto masivo en el que decía a todo el
mundo que se deshacía de su teléfono. Se encontraba en una fase
del budismo, y no tengo la menor idea si todavía está en ella.
Ignoro el nombre de Dustin al principio, pero a la tercera vez
que lo veo, las cosas son lo suficientemente sombrías como para
detenerme en él.
Tuvimos una aventura en nuestro primer año. Seguimos
siendo amigos después que termináramos, pero me parece mal
llamar a un ex novio para pedirle ayuda.
Si lo descarto, entonces se me acabó la suerte. Pero no me
atrevo a hacerlo.
Es difícil negar ahora lo sola que estoy en este mundo. Al
casarme con Casey fue cuando corté los últimos lazos con otras
personas, pero había comenzado a hacerlo incluso antes de
conocernos. Cortando mis relaciones una por una.
Solo quedan dos nombres: Mamá y papá.
Cierro el teléfono y suspiro. Eso tampoco es una opción.
Lo que significa que estoy sola.
Una parte de mí no cree que Leo vaya a dejarme salir del
recinto. Pero le digo al guardia que está fuera de mi habitación
que tengo una reunión con Jessica en una hora, y lo siguiente que
sé es que me están escoltando hasta las puertas principales.
Un brillante Mercedes me espera delante de la mansión. A
través de los cristales tintados, veo que el conductor lleva un traje
negro y una gorra de chófer. En comparación, me siento poco
vestida. En mi habitación había un armario repleto de ropa,
probablemente de mi talla perfecta, si los otros preparativos de
Leo sirven de referencia, pero los ignoro y opto por el vaquero y la
blusa que llevé en la "entrevista" que dio comienzo a toda esta
pesadilla.
Percibo los ojos del conductor mientras me dirijo al vehículo,
pero cuando me subo al asiento trasero, me doy cuenta que no
puedo verlo en absoluto a través de la mampara tintada. Hay algo
que me da escalofríos.
Respiro profundamente y trato de calmarme. Es demasiado
pronto dentro del plan para estar asustada.
Mantén la calma, chica.
El fracaso no es una opción. Tampoco lo es renunciar. Si me
quedo, no soy solo una mujer maltratada, soy una mujer
maltratada que ha decidido aceptar su suerte en la vida. Y no
puedo ser esa chica.
No seré esa chica.
Antes de darme cuenta, estamos llegando a nuestro destino. La
puerta del vehículo se abre automáticamente, y entro con la
cabeza alta en la elegante cafetería.
Está diseñada al estilo de un bistró francés, extremadamente
elegante. Más elegante de lo que sugieren mi vaquero y mi
camisa. Me pongo rígida, pero trato de no vacilar. No importa, en
realidad. Pronto saldré de aquí.
Veo a Jessica sentada en una elegante mesa en el rincón.
—¿Ya estás aquí? —pregunto mientras me acerco.
—Siempre soy puntual con los clientes —dice—. Y debo tener
un cuidado especial contigo.
—¿Debido a Leo?
—Precisamente. —Sonríe—. Nunca querría decepcionarlo.
Mi estómago se retuerce de celos. Sinceramente, tengo que
poner en orden mi cuerpo y mi cabeza. Ambos intentan hacerme
sentir cosas que no tengo tiempo de sentir.
Hoy lleva un vestido rojo intenso, pero su maquillaje es sutil y
elegante. A diferencia del severo recogido de ayer, su cabello está
perfectamente planchado y cae sobre sus hombros como una
cascada. Es tan brillante que juro que puedo ver mi propio reflejo.
No puedo evitar imaginarme a Leo pasando las manos por él...
—¿Willow?
Parpadeo para alejar la imagen no invitada.
—Lo siento.
—¿Adónde has ido?
—A un lugar desagradable —admito, omitiendo que ella era
en gran medida, parte de lo desagradable.
—Escucha, soy muy buena en lo que hago. No tendrás que
preocuparte por este divorcio. En absoluto.
Ella cree que estoy preocupada por el divorcio de Casey. Que
en realidad es en lo que debería estar centrada. Más aún, es lo que
necesito que Jessica piense que estoy concentrada.
—¿Y si se defiende? —pregunto, asegurándome de inyectar un
sutil temblor de miedo en mi voz. No es difícil de fingir. A pesar
de lo mucho que palidece en comparación con el reino del terror
de Leo en mi vida, Casey todavía me asusta. En cierto modo,
siempre lo ha hecho.
—Oh, tengo todas las razones para creer que lo hará —dice
Jessica con una sonrisa confiada—. De hecho, espero que lo haga.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—No sería divertido si simplemente da la vuelta y me deja
hacer lo que quiera con él.
Levanto las cejas.
—Apuesto a que hay bastantes hombres a los que no les
importaría que te salieras con la tuya.
Se ríe amablemente, pero su rostro vuelve a ser neutral.
—Desgraciadamente, no tendrá elección. Estoy de tu lado, lo
que te convierte en la afortunada. Ahora, tengo algunas preguntas
que me gustaría repasar contigo, si no te importa. Puntos de hecho
para confirmar.
—Por supuesto. Dispara.
—¿Cuánto tiempo hace que estás casada?
Pienso en el momento en que se arrodilló y me propuso
matrimonio. Desde luego, no esperaba una proposición de
matrimonio. Tenía diecinueve años. Todavía estaba tratando de
entender mi vida.
Pero era más fácil dejar que me arrastrara a su mundo.
—Siete años —admito—. Tenía diecinueve años cuando me lo
propuso. Veinte cuando nos casamos.
—¿Algún hijo?
—No, gracias a Dios —digo con evidente alivio. Ella sonríe y
yo siento la necesidad de explicar—. Es que...
—No es necesario dar explicaciones —dice levantando una
mano—. Hace las cosas mucho más fáciles cuando no hay niños
de por medio.
—Siempre los quise —suelto antes de poder detenerme—.
Pero supongo que fue algo bueno que nunca sucediera.
Espero que Jessica pase por alto esa afirmación con su fría
profesionalidad característica, pero me mira con simpatía en los
ojos.
—¿Alguna vez lo has intenté?
—No realmente —admito—. Casey siempre dijo que quería
esperar a establecerse antes que tuviéramos hijos. Y yo era muy
joven cuando nos casamos. Tenía sentido esperar. Pero a medida
que fui madurando...
—¿Los problemas entre ambos empeoraron? —deduce Jessica.
Suspiro.
—Sí. Sucedió tan lentamente que apenas me di cuenta. Como
hervir una rana o como sea esa estúpida expresión7.
—Eso es lo que suele ocurrir. —Hace una pausa y luego
pregunta—: Estoy en lo cierto al suponer que era abusivo, ¿no?
Me tenso un poco, preguntándome si mis explicaciones la
satisfarán. Pero me parece poco sincero mentir.
—En realidad nunca me ha pegado, si eso es lo que preguntas.
Deja el bolígrafo en la mesa y junta las manos.
—El abuso físico no es la única forma de abuso, Willow.
Asumir que una mujer está bien simplemente porque no tiene
hematomas de pies a cabeza es un error. El abuso mental y
emocional puede ser igual de devastador. Igual de dañino.
Ella insiste en el incómodo silencio.
—¿Alguna vez lo denunciaste?
Me río amargamente.
—¿Qué habría dicho? ¿Que casi me pega? No estoy segura que
eso hubiera funcionado. Cualquier policía se habría reído en mi
cara.
Me hace un gesto comprensivo.
7 Hace referencia a la analogía tomada del libro "La rana que no sabía que estaba hervida...y
otras lecciones de vida"
—Entiendo que te sientas así, pero la verdad es que hay líneas
telefónicas a las que puedes llamar para denunciar todo tipo de
abusos. Y dices que a un policía no le importaría, pero el
departamento de policía de esta ciudad es realmente bastante
bueno en el manejo de ese tipo de denuncias. Créeme, no digo eso
de todos los departamentos de policía de este país. Hay recursos a
tu disposición, Willow. Solo tienes que pedir ayuda.
Respiro profundamente para evitar que esta extraña y
turbulenta emoción surja y me estrangule. Se siente extraña estar
sentada aquí, en este pequeño e idílico café, discutiendo algo que
me resulta tan desagradable. Distorsionado. Antinatural.
Por no hablar del hecho que esto se ha convertido en una
reunión en toda regla, y solo pretendía que fuera un paréntesis en
el camino hacia mi gran fuga.
Repito las palabras de Jessica en mi cabeza. Hay recursos a tu
disposición. Solo tienes que pedir ayuda.
Pero se equivoca. No tengo amigos, ni refugios, ni recursos. No
tengo ningún lugar al que ir.
Pero eso no importa.
Lo único que importa es que me vaya.
No me quedaré sentada y seré una víctima más.
—¿Willow?
Sacudo la cabeza, avergonzada por haberme desentendido de
Jessica dos veces.
—Uh, lo siento —murmuro torpemente—. Todo esto es un
poco... abrumador para mí.
—Por supuesto —dice ella—. Lo entiendo.
—¿Puedo tener un momento? —pregunto—. Solo necesito...
usar el baño.
—Está justo después de la decoración floral. —Me señala para
que sepa a dónde ir.
No hay ni una mínima sospecha en su rostro mientras me
deslizo fuera de mi asiento, dirigiéndome al pasillo del fondo.
Antes de doblar la esquina, miro hacia atrás. Jessica ni siquiera me
mira. Su atención está fijada en su teléfono.
Me deslizo más allá del baño y entro en el pasillo de servicio
del personal.
Un camarero pasa por delante de mí, y luego retrocede.
—Señora, esta zona es solo para empleados. Los comensales no
deben estar aquí atrás.
—Lo siento —digo rápidamente, pensando en mis
movimientos—. Solo trato de evitar una mala cita. ¿Hay una
salida por aquí?
El camarero es un tipo de unos treinta años. Parece
inmediatamente comprensivo.
—Oh, mierda, está bien, claro. Simplemente tiene que caminar
hasta pasar la cocina y girar a la izquierda. La salida está justo ahí.
Buena suerte.
—¡Bendito seas! —jadeo, ya corriendo por el pasillo.
La parte trasera del restaurante da a una calle estrecha en lugar
de a un callejón, que no es lo que tenía en mente, pero en realidad
funciona perfectamente. Un taxi se acerca a la acera justo cuando
salgo. Una casualidad, pero el momento no podría ser más
perfecto.
No llevo mucho dinero encima, pero la casa de Casey no está
lejos. Le doy al taxista mi dirección y le digo que se apure.
El corazón me retumba contra las costillas durante todo el
trayecto. Cada vez que oigo un bocinazo o el sonido de una sirena,
asumo que es para mí. Como si Leo pudiera llamar a la policía por
mí. ¡Ayuda, oficiales, mi víctima de secuestro se ha escapado!
En el momento en que el taxi estaciona frente a la casa, arrojo
el billete a la parte delantera y salgo de un salto. El coche de Casey
no está en la entrada, gracias a Dios. Tengo la oportunidad de
coger mis cosas y salir pitando de nuevo.
Ni siquiera había pensado en la posibilidad que Casey me
atrapara. Decidí dejar de lado la preocupación a menos que
realmente necesitara enfrentarlo. Es el menor de los males en este
momento, de todos modos.
La casa está silenciosa y tranquila cuando uso mi llave para
abrir la puerta y entro corriendo. No dudo que Jessica ya habrá
informado a Leo de mi ausencia, así que tengo que ser rápida.
Subo las escaleras de dos en dos y saco la bolsa de lona del
armario. No presto demasiada atención al estado de la casa, pero
un vistazo es todo lo que necesito para saber que Casey no ha
estado haciendo muchas tareas de limpieza. Pensar en él
manejando una fregona o una aspiradora es lo suficientemente
ridículo como para hacerme reír a carcajadas.
Vierto mi joyero en la bolsa de mano. No es que me importe
una mierda empezar mi nueva vida en la carretera con un aspecto
glamuroso, pero puedo empeñarlas para conseguir algo de dinero
rápido. Lo más probable es que si Casey no ha congelado ya todas
mis tarjetas de crédito, lo haga pronto. O el FBI lo hará. El que
llegue primero.
Estoy echando unos cuantos puñados de ropa al azar en la
bolsa cuando escucho el rugido de un motor.
Me quedo paralizada en el sitio, con el corazón palpitando. Al
acercarme a la ventana, mi pánico adquiere un nombre.
Casey.
Supuse que sería Leo. Es mediodía; Casey debería estar en el
trabajo. Pero está aquí, y no sé si estoy más aterrada o aliviada por
quién no es.
—Por favor, por favor, por favor. —Susurro una oración
mientras recorro la casa de puntillas, esperando que se materialice
una salida.
Estoy en el rellano de la escalera cuando escucho el portazo de
la puerta principal. He oído suficientes portazos suyos para saber
que no está de buen humor.
Intento respirar a través de las extrañas manchas rojas que veo.
Apoyando la bolsa en la cadera, lo último que necesito es que mi
torpe trasero tire algo al suelo y lo alerte de mi presencia, bajo las
escaleras sigilosamente.
A mitad de camino, me detengo y espero. Si lo escucho venir
hacia aquí, me retiraré y me meteré en el dormitorio de invitados.
Pero no se mueve.
Me quedo justo donde estoy. Pasan tres minutos y él sigue en
el salón. Prácticamente puedo oír el ceño fruncido en cada
respiración, cada uno de sus movimientos de ropa.
Si se queda ahí, probablemente pueda colarme por la puerta
principal e irme antes que me alcance. El único problema es el
espacio abierto de dos metros entre la escalera y la puerta
principal. En el ángulo equivocado, existe la posibilidad que me
vea.
Y si eso sucede...
No, me digo. Tengo que ser fuerte.
No puedo permitirme perder más tiempo aquí. Si Casey no me
atrapa, entonces Leo lo hará. De alguna manera, la idea que Leo
me atrape me asusta mucho menos.
Pero puede que sea mi cuerpo el que hable.
El pensamiento errante casi me hace soltar una carcajada entre
dientes. Sinceramente, ¿qué me pasa? el pánico, claramente me
está dando vértigo.
Si Casey me atrapa, me defenderé. Ese pensamiento me da la
suficiente confianza para ponerme en marcha. Aprieto los dientes
y obligo a mis temblorosos pies a dar el primer paso hacia abajo.
Solo faltan unos pocos pasos para llegar a la planta baja. Me
agacho para mirar a través de la barandilla y ver el terreno.
Casey no está a la vista.
Estiro el cuello para intentar ver el salón. Está despejado, lo
que significa que está en la cocina. Ahora es mi oportunidad. Es
hora de moverme como si mi culo estuviera en llamas.
Me siento como Neil Armstrong aterrizando en la luna cuando
mi pie toca el suelo. Territorio inexplorado: un pequeño paso para
Willow, un gran salto para la especie Willow.
La puerta está a dos largos pasos. Media docena de metros, tal
vez menos. Puedo hacerlo. Casi sin casa.
—¿Qué demonios?
El miedo que serpentea por mi espina dorsal ante esas
palabras es tan agudo que me hiela el cuerpo.
Giro en el lugar para encontrar a Casey de pie en el umbral de
la cocina. Él también parece congelado en su sitio. Hay sorpresa
en su rostro al verme.
Pero, como siempre, veo que la ira se va apoderando poco a
poco.
—Casey —digo, asegurando la bolsa en mi hombro—.
Escucha, no quiero ningún problema, ¿vale? Solo he venido por
mis cosas. Ya me voy.
—¿Te vas a dónde? —gruñe—. No tienes ningún sitio al que ir.
—Me las arreglaré. Ya no soy tu preocupación.
—Eres mi maldita esposa.
Sacudo la cabeza.
—No por mucho tiempo. —Es difícil no sonar orgullosa
cuando añado—: Me estoy divorciando de ti.
Sus ojos se estrechan, lo que atrae mi atención hacia las ojeras
que los rodean. Su piel está flácida e hinchada. Tiene la nariz roja.
Ha estado bebiendo. Mucho, por lo que parece.
—Te vas a divorciar de mí —repite lentamente, como si tratara
de asimilar el concepto.
—Eso es. Y no hay nada que puedas hacer al respecto.
—Oh, se me ocurren algunas cosas —suelta—. ¿Olvidaste que
estoy pasando por una pequeña dificultad profesional en este
momento?
Frunzo el ceño.
—¿Qué tiene que ver que robes a tu empresa conmigo?
—Tengo suficiente a mi disposición para incriminarte junto a
mí. Si yo caigo, tú caes.
Mis ojos se desorbitan por la sorpresa. De todas las cosas que
esperaba de Casey, esta no era una de ellas.
—¿Hablas en serio?
—¿Parece que esté bromeando?
—¡No tuve nada que ver con nada de esa mierda! ¡Ni siquiera
sabía que estaba ocurriendo!
—Pero puedo hacer que parezca que lo hiciste. Que tú me
animaste —dice con sorna—. Y seamos realistas, estabas
cosechando los beneficios.
Sacudo la cabeza como si pudiera aclarar este lío.
—No se te ocurrirá.
—Creo que descubrirás que sí. En cualquier caso, lo hice por ti.
—Estás loco.
—Hice lo que hice para darte las mejores cosas de la vida —
dice—. Hice lo que hice para mantenerte feliz.
—¿Es por eso que te follaste a... cómo se llamaba Mabel? ¿Fue
para mantenerme feliz también?
—¿Cuándo vas a olvidarte de eso y seguir adelante? Por el
amor de Dios, siempre te fijas en la mierda.
—Ya lo he superado —suelto bruscamente—. Por eso no me
creo ninguna de tus gilipolleces ni un segundo.
Parpadea estúpidamente, confundido por este repentino giro
de los acontecimientos. Nunca me gustó la confrontación con él.
Sobre todo, porque sabía que no podía ganar.
Pero esto es diferente.
He encontrado mi voz y mi fuerza. Y no voy a renunciar a
ninguna de ellas.
—Debería haberte dejado hace mucho tiempo, Casey. Pero me
convenciste que no era nada. Y fui lo suficientemente estúpida
como para creerte.
—Alguien te ha dicho lo contrario, ¿eh?
No me molesto en dignificar eso con una respuesta.
—Me voy ahora. Haz lo que quieras.
Giro hacia la puerta para salir, pero la correa de la bolsa de
lona se engancha en la barandilla. Vuelvo a tropezar y Casey me
agarra con fuerza.
Exhala vapores tóxicos en mi cara mientras ruge:
—Todavía no has visto lo peor de mí, zorra.
Me arranca la bolsa del hombro y me arrastra al salón por el
pelo. El dolor me atraviesa el cuero cabelludo. Me agito para
intentar liberarme de él, pero nada funciona.
—¡Suéltame! —grito—. ¡No puedes hacer esto!
Me tira hacia él.
—Jodidamente mírame. —Luego me lanza contra la mesa de
café.
Mi espalda choca con el borde afilado, sacando el aire de mis
pulmones. Pero no tengo tiempo ni de gritar de dolor antes que
Casey se abalance sobre mí.
Y a pesar de toda la determinación que llevo dentro, todo el
fuego que me anima a seguir adelante y luchar...
No lo hago.
Me quedo tumbada sin poder hacer nada, intentando que el
dolor de mi espalda no me haga llorar. No es que importe
realmente; hay mucho más dolor por venir. Puedo ver la promesa
de eso en el rostro de Casey.
Levanta el puño. Cierro los ojos. Tal vez sea una cobardía, pero
no quiero ver nada más.
Entonces escucho una explosión como si la casa se estuviera
desmoronando.
En nombre de Dios, ¿qué...?
Mis ojos se abren de golpe. Solo veo a Casey, pero ya no me
mira. El color ha desaparecido de su rostro. Está mirando con la
boca abierta los restos de su puerta destruida.
Y cuando sigo su línea de visión, todo lo que puedo pensar
es...
Gracias Dios.
Está aquí.
13
Me duele la columna.
Estoy de espaldas al espejo, girando el cuello todo lo que
puedo para ver el hematoma que se ha extendido.
Nunca me había dejado una marca. No una significativa, al
menos.
Aunque hubo una vez, hace unos años en la fiesta de Navidad
de su oficina, en la que hablé con uno de sus colegas sin su
permiso.
Eso no le gustó.
En cuanto me vio atreviéndome a disfrutar de la interacción
humana con un miembro de la especie masculina que no era
Casey, este interrumpió la conversación y me llevó a un almacén.
Me preguntó por qué me estaba comportando como una puta.
—¿Disculpa?
—Me has oído. Estás actuando como una maldita zorra,
exhibiendo tus tetas delante de ese viejo pervertido.
—Por el amor de Dios, Casey, solo le estaba preguntando por
España —argumenté—. Dijo que acababa de volver de…
—¿Crees que soy estúpido? Reconozco el coqueteo cuando lo
veo.
—Estás loco.
—Y tú eres una maldita puta —había siseado.
No fue un golpe físico, aunque bien podría haberlo sido.
Hasta entonces, sus insultos habían sido medidos, sutiles. Pero
esto...
Había estallado en lágrimas allí mismo, en aquel pequeño y
sucio almacén. Casey se había puesto inmediatamente a pedir
disculpas.
—Cariño, cariño, no llores. Deja de llorar.
—¿Por qué me dices eso? Solo era una conversación. —Había
sollozado—. Intentaba dar una buena impresión a tus colegas.
—Lo sé. Lo sé, cariño. Es que... me puse muy celoso. Porque
eres mía, y me volvió loco. —Me agarró y me acercó—. No podía
soportar la forma en que te miraba con ese vestido.
—¡Tú querías que me pusiera este vestido! Lo compraste para
mí.
—Sé que lo hice. Y te ves muy sexy en él. Ese es el problema.
Todos los hombres que te ven te desean. No es que pueda
culparlos…
—¿Pero puedes culparme?
—Cariño, dije que lo sentía. ¿Vas a hacer de esto algo grande?
Así es como siempre fue con Casey. Él comenzaba la pelea,
luego se molestaba si yo reaccionaba. No se me permitía sentir
nada.
Él era el que tenía el temperamento, los celos y las acusaciones.
Y yo era la que tenía que lidiar con ellos.
Al principio, lloraba. Hacia el final, solo bajaba la cabeza. Me
quedaba callada. Esperaba en silencio que las cosas mejoraran,
sabiendo que nunca lo harían.
Pero esos días han quedado atrás. Esconderse detrás de la
negación ya no es una opción. Tampoco lo es rechazar la ayuda
que necesito desesperadamente.
Leo puede ayudarme con mi divorcio. Y una cosa está clara,
necesito librarme de Casey.
Me bajo la camisa y camino con cautela en el dormitorio. Me
duele todo el cuerpo. Necesito dormir. Pero mi cerebro no deja de
dar vueltas, incluso cuando estoy inconsciente.
Sueño con la última vez que vi a mis padres.
Sueño que Casey se cierne sobre mí, una figura tan grande que
tapa el sol.
Sueño con demonios colgando de mi espalda, clavando sus
oxidadas uñas en mi columna y retorciéndose, retorciéndose,
retorciéndose...
Me despierto gritando.
La luz se cuela por los huecos entre las cortinas onduladas.
Siluetea la alta figura que está junto a mi cama.
—¡No! —grito, todavía medio dormida—. ¡No! ¡Aléjate de mí,
Casey! ¡Aléjate de mí!
Se lanza hacia mí, sus manos buscan mi garganta.
O espera, tal vez no.
No mi garganta. No está tratando de estrangularme.
Está tratando de calmarme.
—Soy yo —dice—. Willow, cálmate. Soy yo.
El alivio borra el pánico teñido de rojo.
—¿Leo? —susurro su nombre como una oración.
Lentamente, mis ojos se adaptan a la oscuridad. Su perfil es
una obra de arte. Cincelado e impecable. Alargo la mano y toco su
mejilla como si no pudiera creer que sea real.
—Leo... —Vuelvo a decir.
—Estabas gritando en sueños —dice.
Se sienta en la cama. Una mano está ahora en mi brazo. La otra
se apoya en mi muslo. Su presencia se traga mis sueños y los
convierte en nada.
Ahora mismo soy vulnerable, especialmente ante un hombre
como él. Físicamente, mentalmente, emocionalmente. Pero estoy
demasiado cansada para preocuparme.
—Estaba teniendo un mal sueño —admito.
—¿Acerca de Casey?
Asiento con la cabeza.
—Te dije que no tienes que preocuparte por él. Ya no.
—Tiene amigos, Leo —susurro—. Amigos poderosos. Me
amenazó con arrastrarme con la mierda de la malversación.
—Deja que lo intente —gruñe Leo. Hay tanta rabia en su tono
que retrocedo.
—Estoy casada con él. No será tan difícil para él hacerme
parecer culpable.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de preocuparte
por ese mudak? —pregunta Leo.
—¿Por qué no debo preocuparme?
Se inclina hacia delante. Ahora lo veo más claramente. Puedo
ver el color avellana de sus ojos, la oscuridad de sus pupilas. Ese
ámbar con reflejos verdes, fundido y cambiante. No sé cómo pude
confundirlo con Casey. No podrían ser más diferentes.
—Debido a mí —dice.
Sin embargo, es difícil concentrarse en lo que dice por la forma
en que me toca. Sus dedos suben y bajan por mi brazo. Arriba y
abajo. Arriba y abajo.
—Casey es un don nadie —continúa—. Tiene contactos, pero
tiene que hacerlo porque necesita ayuda. No puede depender solo
de sí mismo. ¿Pero yo? Soy el amigo que todo el mundo desearía
tener.
Por un momento, me permito asimilarlo. Mi instinto me hace
creer que está exagerando. Pero por lo que he visto hasta ahora,
Leo no necesita exagerar.
Me está diciendo la verdad. Y extrañamente, me siento más
segura por ello.
La espalda me palpita de repente por la forma en que estoy
tumbada haciendo una mueca de dolor, tanto real como por lo
rememorado.
—Ha estado a punto de golpearme varias veces —me oigo
decir—. Pero... esta vez ha sido diferente.
—¿Cómo de diferente?
—Creo que me habría matado a golpes.
—Nunca habría tenido la oportunidad.
—Leo...
No sé por qué digo su nombre. Pero hay algo en él, su sólida
presencia, su innegable carisma, su oscuro y seductor aspecto, que
me atrae. Saca de mis labios cosas que nunca pensé que diría en
voz alta.
Lo alcanzo y envuelvo mis manos alrededor de su cuello,
subiéndome a su regazo.
No hay sorpresa en sus ojos mientras sus palmas se posan en
mis caderas. ¿Es posible sorprender a este hombre? ¿Puede algo
perturbar su compostura?
Una parte de mí reconoce el error colosal que puede acabar
siendo. Pero es una pequeña parte. Una parte silenciosa. Una
parte fácilmente ignorada.
Porque el resto de mí es un océano de necesidades. De
protección y comodidad y de todo lo que hay en medio.
Y nadie encarna eso más que el hombre que tengo frente a mí.
Cuando me inclino hacia él y lo beso, hay una desesperación
en ello. Anhelo el calor de su cuerpo y todo lo que representa.
Él no instiga el beso. Ni siquiera me anima, en realidad. Sus
manos permanecen en mis caderas, aunque sus labios no me
proporcionan más que calor.
Me alejo ligeramente para poder ver sus ojos. No transmiten
nada.
—Te estás buscando problemas, kukolka —advierte.
Asiento con la cabeza, temblando.
—Entonces, dámelos.
La voz que sale de mí no se parece en nada a la mía. Es áspera
por la lujuria y el miedo.
Me aprieto contra él. Está duro como una piedra entre mis
muslos y eso solo me hace desearlo aún más.
—Quiero la ayuda de Jessica, Leo —le susurro al oído—. Esta
vez de verdad. Quiero el divorcio.
Espera pacientemente.
—¿Y?
—... Y quiero que me folles.
Sus ojos se oscurecen de deseo. Mi coño palpita hambriento.
—Repite eso —ordena.
—Fóllame, Leo. Te deseo.
Planta su palma en mi garganta empujándome contra la cama.
Colocándose encima, me recorre la clavícula con sus labios de
forma tan tenue que apenas los siento. Solo un pequeño rastro
ardiente.
Quiero más. Mucho más.
Pero cuando intento tocarlo, agarra mis manos y las presiona
contra la cama a ambos lados.
—Bien, ahora —dice—. Haz lo que te digo.
Desliza sus caderas hacia las mías y presiona contra mí. Tengo
los pezones duros y estoy empapada, pero no parece tener prisa
por darme lo que quiero.
No me sorprende. Lo hace todo a su manera. A su propio
ritmo.
Todo lo que puedo hacer es esperar.
Tiemblo mientras desgarra la tela del fino camisón que llevo
puesto. Los botones saltan y vuelan. La ráfaga de aire frío contra
mis pezones los endurece más y no puedo evitar gemir.
—Leo —gimo—. Por favor...
—Por favor, ¿qué? —gruñe. Suena casi enfadado. ¿Por qué eso
me excita tanto?
No puedo formar las palabras que está esperando. Así que, en
su lugar, empujo mis caderas contra él. Me desea, lo noto por la
erección clavándose en mi muslo. Pero está alargando el
momento. Me está torturando.
¿No he pasado ya por suficiente?
—Quieres que te haga venir otra vez, ¿eh? —pregunta,
susurrando en mi oído.
Arqueo la espalda y asiento con la cabeza, desesperada por
que entierre su calor entre mis piernas.
—No puedo esperar. No puedo esperar más...
—Si no dejas de hablar ahora, te voy a amordazar con mi polla.
—Un fogonazo de deseo recorre mi cuerpo al oír esas palabras. A
él tampoco se le escapa—. Pero eso es exactamente lo que quieres,
¿no?
Ya he superado el punto de orgullo. Así que me limito a
asentir como la mujer desesperada que soy, sabiendo que él puede
ver el ansia en mis ojos, en mi cuerpo, en cada célula de mí.
Sube por mi cuerpo y se desabrocha la cremallera hasta que su
polla queda a la altura de mi cara. Empieza a pasar su polla por
mis labios. Mi boca se abre de buena gana y él empuja la punta.
Hay algo carnal, casi bárbaro en esto. Soy un juguete a su
disposición. Mis manos están atrapadas. Mi boca está abierta para
que la use a su antojo.
Y me encanta.
Gimo a su alrededor y me introduce más profundamente su
polla en la boca. Más profundo, más profundo, hasta que está en
mi garganta, cumpliendo su amenaza de amordazarme.
Me empuja hasta el borde antes de retirarse lo suficiente como
para dejarme espacio y aspirar una bocanada de aire.
Luego vuelve a entrar.
Su sabor y su tamaño son abrumadores. Me folla la boca hasta
que vuelvo a luchar por respirar, pero cada segundo de agitación
hace que me humedezca más y más.
Cuando estoy al límite, se retira y vuelve a deslizarse por mi
cuerpo. Su pecho cae sobre el mío.
Entonces se alinea y se introduce en mi interior.
La conexión se produce sin esfuerzo. Me abre las piernas y
empuja sus caderas hacia delante con una fuerza salvaje. Mi
cuerpo está desesperado por atraerlo lo más profundo posible.
Mantengo las manos donde él las puso, aunque me aferro a las
sábanas para ayudarme a soportar las sensaciones que me
desgarran. Cada vez que mis ojos amenazan con cerrarse de puro
éxtasis, me obligo a mantenerlos abiertos.
Quiero verlo.
El hambre en su rostro. La brutalidad. El salvajismo. El poder.
No sabía que el sexo pudiera ser así. Lleno de esta especie de
intensidad que te hace morder las uñas, este deseo abrumador,
estremecedor, provocando anhelar cada embestida como deseas
cada respiración.
Nada más importa salvo esto.
Todo lo que puedo pensar, todo en lo que puedo enfocarme, es
Leo, Leo, Leo.
Grito cuando llego al máximo. En lugar de aminorar la
marcha, me folla más duro, más rápido y más agresivamente. Mi
segundo orgasmo es aún mayor que el primero, y cuando acaba
conmigo, apenas puedo moverme. Estoy aturdida.
Solo soy vagamente consciente de los gruñidos de Leo
mientras se descarga una y otra vez. Y cuando termina la última
embestida, cuando su cuerpo se estremece en la quietud, el calor
seguro que he estado persiguiendo desde el momento en que me
desperté me envuelve como un sueño.
No me besa ni me abraza después. Nunca esperaría algo así de
alguien como él.
Le pedí que me follara, y eso es lo que hizo. Eso es todo lo que
hizo.
Mañana, puede que recuerde esto como un error. Pero por
ahora, estoy contenta. Y cuando me vuelvo a dormir, no sueño con
nada.
15
ACTUALIDAD
¿Qué he hecho?
Ese es mi primer pensamiento cuando me despierto con las
sábanas desordenadas a mi lado y un dolor entre las piernas.
No está aquí, no es que espere que esté. Me sorprendería que
estuviera.
Me levanto de la cama y me estiro. Me duelen todos los
músculos del cuerpo. Una parte es el tipo de dolor bueno, el que
te hace sentir satisfecha y descansada. La otra es el dolor
persistente de los hematomas que me causó Casey.
Mientras me dirijo al cuarto de baño, veo las furiosas manchas
de color índigo que me suben por la espalda y los muslos.
Temblando, me doy la vuelta y empiezo a bañarme.
Ver correr el agua me trae el recuerdo de ayer. Leo estuvo
sobre mí todo el tiempo, con sus ojos recorriendo mi cuerpo.
Debería haberme sentido amenazada. Pero ni una sola vez hizo un
movimiento para tocarme. Al menos no sexualmente. Incluso la
forma en que me desnudó me pareció... bueno, no del todo
distante. Pero tampoco expectante.
Me sumerjo en el agua durante mucho tiempo,
preguntándome cómo voy a enfrentarme a él. No solo hemos
vuelto a dormir juntos, sino que lo que es peor, he sido yo quien lo
ha iniciado.
Me subí a su regazo.
Le pedí, le rogué, que me follara.
El mero hecho de revivir el recuerdo me hace estremecer de
vergüenza. Él va a tener esto sobre mí, lo sé. Pero ya es demasiado
tarde para retractarse.
Lo hecho, hecho está.
Después de mi baño, me doy cuenta finalmente que voy a
tener que ponerme algo del armario de ropa que me ha dejado
Leo. Resignada, me envuelvo en una toalla y voy a examinar las
opciones expuestas.
Es una cornucopia de marcas de diseño exclusivas. El tipo de
nombres que aparecen en las vallas publicitarias de todo el
mundo: Gucci, Prada, Fendi, Dolce & Gabanna. También hay
marcas francesas desconocidas de las que nunca había oído
hablar. Cada detalle de cada prenda es asombrosamente fabuloso.
Pero si Leo cree que voy a arreglarme para él, que se lo piense
mejor.
Elijo unos vaqueros negros de Rag & Bone que me sientan
como un guante y un jersey verde claro con un tejido que deja ver
pequeños retazos de mi piel. No es lo que yo llamaría "modesto",
pero tampoco es digno de una alfombra roja.
Cuando estoy vestida, me siento mejor. Más como yo misma.
Lo que también hace darme cuenta de lo inquieta que estoy ahora
mismo. Camino de un lado a otro unas cuantas veces antes de
decidirme y dirigirme a la puerta.
Casi espero que esté cerrada con llave, pero no lo está. La
manilla gira suave y silenciosamente.
Sintiéndome más que insegura, salgo al pasillo y miro a mi
alrededor. No hay nadie a la vista. Sin guardias, sin criadas.
Sin Leo.
Salgo de mi habitación y bajo de puntillas al segundo piso. Es
la primera vez que puedo apreciar realmente la casa. No soy una
experta en diseño de interiores ni en arquitectura. Lo único que sé
es que este lugar tiene buena apariencia. Tiene un cierto encanto
acogedor, que no coincide exactamente con el de su propietario.
Leo tiene encanto, sí. Pero su encanto tiene una arista. Una
inclinación oscura que te hace desconfiar, advirtiéndote que no te
acerques demasiado.
Asomo la cabeza en la primera habitación que veo. Está vacía.
La siguiente también está vacía. Y la siguiente.
Ni una sola de las habitaciones en las que miro alberga otro ser
humano.
Sin embargo, una de las habitaciones me llama la atención. Es
una especie de estudio, pero el escritorio está completamente
vacío. Compruebo que estoy sola y entro para echar un vistazo.
Mis ojos se dirigen a una gran fotografía colgada en la pared.
Es en blanco y negro, tomada profesionalmente, con el grano, el
desenfoque y el ángulo de un fotógrafo que ama su oficio.
El hombre de la foto ha sido fotografiado desde una cierta
distancia. Lleva un jersey negro y un Rolex plateado, mira hacia
un lado y sonríe a algo que no puedo ver. Apuesto, sin duda. Y no
solo eso, sino atractivo de una forma que juraría reconocer.
Se parece a Leo.
Pero no exactamente como él. El hombre que aparece en la
imagen es más delgado, no escuálido, pero no tiene la complexión
de Leo y sus rasgos son un poco más largos, un poco más
sombríos y tristes. Sus ojos son profundos y están inclinados hacia
abajo. Incluso su boca parece tener una inclinación hacia abajo,
aunque esté sonriendo. Todo irradia melancolía.
Doy un paso hacia ella, mirando más de cerca, cuando...
—¿Has encontrado algo interesante?
Doy un brinco en el aire y suelto un grito muy desafortunado y
poco femenino. Suena como un camionero cincuentón que acaba
de golpearse el dedo meñique del pie.
El rostro de Leo esboza una sonrisa divertida, pero al menos
no se ríe en mi cara. No es que eso disminuya la vergüenza en
absoluto.
—Yo, eh... Diablos, no lo sé.
Se apoya en el marco de la puerta del estudio, observándome
con ojos ilegibles.
Me trago el miedo.
—¿Es... es tu hermano?
—Pavel —confirma Leo—. Ese es él.
—Es una imagen hermosa.
Asiente con la cabeza, pero no le presta verdadera atención.
—Fue tomada hace ya casi diez años.
—¿La hiciste tú? —No sé por qué, pero de repente me parece
totalmente natural que Leo sea capaz de captar algo tan hermoso.
Me parece el tipo de hombre que es bueno sin esfuerzo en todo lo
que intenta.
Sacude la cabeza.
—Su prometida lo hizo.
Mi corazón se contrae un poco.
—¿Dónde está ella ahora?
—Él murió antes de la boda —dice secamente Leo—. Ella se
reinventó y siguió con su vida.
Asiento.
—Supongo que no queda más que seguir adelante.
—No todo el mundo tiene esa opción —dice Leo, con una
pizca de amargura en su voz.
—¿Cómo murió?
Sus ojos se fijan en los míos. El color avellana en ellos parece
cristalizarse.
—Fue asesinado en lo que se suponía que iba a ser una reunión
de caballeros.
—¿Una qué? —pregunto.
—Donde los dones de un determinado territorio se reúnen
para discutir intereses comerciales, agravios entre ellos, alianzas.
Ese tipo de cosas. El acuerdo es sencillo: vienes desarmado. Te vas
intacto. Es una cuestión de honor.
Lo entiendo incluso antes que termine la historia.
—Alguien no respetó las reglas.
Leo asiente, volviéndose hacia la fotografía de su hermano.
—Él y sus Vors más cercanos fueron asesinados durante esa
reunión. Y así, sin más, me convertí en Don.
Su expresión es plana, pero puedo decir que su hermano
significaba mucho para él. Si no, ¿por qué habría una fotografía
enmarcada del hombre colgada en su casa?
Me doy cuenta de repente que esta habitación no es un
estudio.
Es un santuario.
—¿Quieres serlo? —pregunto—. Don, quiero decir. ¿Querías
ser Don?
—No, joder. —Se ríe inmediatamente—. Aunque, por otra
parte, siempre se entendió que nunca tendría que serlo. Me
conformaba con ser la mano derecha de mi hermano. Fue él quien
insistió en que me quedara en casa ese día. Quería asistir a la
reunión con él. De hecho, mi nombre estuvo en la lista hasta el
último momento.
—¿Crees que sospechaba algo?
—No. Si lo hubiera hecho, habría estado mejor preparado. Solo
estaba siendo demasiado cauteloso. Iba a reunirse con alguien que
consideraba peligroso. No quería mostrar su mano.
Es un mundo extraño el que me está explicando. No puedo ni
empezar a entenderlo. ¿Pero perder a alguien que te importa? Eso
lo entiendo. Con eso puedo empatizar.
—¿Estabas fisgoneando o buscabas algo en particular? —Su
tono áspero rompe el momento íntimo en fragmentos.
Frunzo el ceño.
—No estaba fisgoneando. Solo miraba a mi alrededor.
—Eso no me molesta —dice encogiéndose de hombros—. Solo
me sorprende que puedas caminar directamente después de lo de
anoche.
El color sube a mis mejillas inmediatamente. Es lo
suficientemente cruel como para seguir mirándome a los ojos todo
el tiempo, también. Sin piedad.
—Yo... eso fue... anoche fue...
—Te he dejado sin palabras. Debe haber sido bueno.
—Jesús, ¿quieres parar?
—Detener, ¿qué? —pregunta inocentemente.
—La pasada noche fue un error. Fui vulnerable.
—Parecía que tenías el control de las cosas cuando te
arrastraste a mi regazo y me pediste que te follara.
Me estremezco. Crudo, pero preciso.
—No tienes que recordármelo. Sé lo que pasó.
—¿Y te arrepientes esta mañana?
No parece estar herido, obviamente. No creo que Leo pueda
sentirse "herido" de esa manera. Él es simplemente práctico. Ajeno
a cualquier respuesta que pueda dar.
—Bueno, es seguro decir que probablemente no fue la mejor
idea.
No dice una palabra y, como de costumbre, el silencio se
apodera de mí por todos lados. Me muerdo el labio inferior,
esperando que eso me impida hablar, pero sé que es cuestión de
segundos que suelte algo lamentable.
Aparentemente, él también lo sabe. Solo me da más silencio
para colgarme.
—Estaba en shock después de... después de, ya sabes —
murmuro—. Después de lo que pasó con Casey.
—¿Y querías alejar tus problemas?
Me vuelvo a encoger.
—Solo estaba... vulnerable…
—Eso ya lo has dicho.
—¿Tienes que ser un asno?
Sonríe.
—Solo intento ayudarte a sacar esta explicación. Parece que te
cuesta.
—¡Porque es vergonzoso!
—Nunca te avergüences de tomar lo que quieres, Willow. ¿No
hemos pasado por esto antes?
—Si, lo hemos hecho —digo bruscamente—. Y como te dije
antes, no tengo los mismos beneficios de género que tú. No tengo
una gran polla oscilante para hacer que este mundo se ajuste.
Se ríe.
—Eso es algo bueno. Si lo hicieras, definitivamente no te
habría dejado arrastrarte a mi regazo anoche.
Entorno los ojos hacia él. Dos pueden jugar a este juego.
—¿Intentas hablar de anoche para que no tengamos que hablar
de tu hermano?
Parpadea, totalmente imperturbable.
—No tengo que desviar la atención en absoluto. Cuando
termine de hablar de algo, lo diré. Pero entiendo que pienses que
eso es lo que estaba tratando de hacer.
—¿Por qué?
—Porque es lo que estás tratando de hacer en este momento —
dice—. Siempre presupones de los demás lo que es cierto de ti
misma.
Frunzo el ceño, irritada por lo transparente que soy para él. Y
aunque sé que puede ver a través de mí, lo único que se me ocurre
hacer es negar, negar, negar.
—Yo... eso no es...
Vuelve a sonreír.
—Cálmate, Willow. Solo dime lo que quieres decir.
—Anoche fue un error. —Me estremezco—. Estaba muy
decaída y quería sentir... algo. Cualquier cosa que no fuera miedo.
Fue un error de juicio por mi parte. Y déjame asegurarte que no
volverá a ocurrir.
Me mira con una expresión fría y desinteresada.
—Si tú lo dices.
—¿No me crees?
—No he dicho eso.
—Tu expresión dice lo contrario.
Pone los ojos en blanco.
—Entonces estás leyendo demasiado en ello. No me interesa
obligar a una mujer a follar conmigo. No cuando tengo tantas
dispuestas a abrirse de piernas en cuanto miro hacia ellas. ¿No
quieres volver a tener sexo? No extrañaré tu coño. Ya he tenido mi
ración dos veces.
Las palabras son más duras, más agudas y más insultantes que
si me hubiera abofeteado. Me siento como si midiera cinco
centímetros en el calor de esos fulminantes ojos color avellana.
Que yo le suplique que me folle no me hace especial y no hace
que nuestra conexión sea única. Me pone en el mismo saco que
todas las demás chicas que se lanzan por una noche con el Don.
Me sacudo la imagen de la cabeza antes que pueda instalarse
allí de forma permanente.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—¿Qué te hace pensar que algo anda mal?
—Porque tu cara está haciendo algo raro.
Me alejo de él con un resoplido.
—Estoy bien. Deja de interpretar las cosas. —Oigo una risa
detrás de mí y me doy la vuelta inmediatamente—. ¿Qué es tan
jodidamente gracioso?
—Tú lo eres —dice sin perder el ritmo—. ¿Te he decepcionado
hace un momento? ¿Debía caer de rodillas y suplicar por las
dulces delicias de tu coño?
Mis mejillas se encienden de vergüenza. ¿Cómo puede ver a
través de mí con tanta facilidad, cuando ni siquiera puedo
empezar a penetrar los muros de piedra que mantiene a su
alrededor?
—Que te den, gilipollas.
Mantengo la cabeza alta mientras trato de pasar por delante de
él para salir del estudio. Pero justo cuando estoy a su alcance, me
agarra y me empuja contra la pared. Jadeo cuando su peso me
presiona el pecho.
—¿Quieres que proteste? —exhala sarcásticamente en mi
cara—. ¿Que suplique una segunda oportunidad? ¿Intentar
convencerte que sigas follando conmigo porque te necesito
mucho?
Si antes estaba siendo un imbécil, ahora es un monstruo.
Alardeando de su poder sobre mí, burlándose de mis
inseguridades.
¿Y lo peor?
Todavía lo deseo.
Ni siquiera quiero apartarme. Antes que pueda detenerme,
inhalo una bocanada de su confiado aroma, todo hombre y
almizcle. Puro poder de mierda.
Me tiene inmovilizada contra la pared y, en lugar de miedo, lo
único que siento es un deseo candente. Se concentra entre mis
piernas, pero todo mi cuerpo está encendido con él. Me siento
como una estrella que arde en el cielo nocturno.
—Yo... n-no, eso no es lo que... Nunca dije eso...
—Lo has dicho con tus ojos, kukolka. Con esa mirada furiosa y
acusadora que acabas de lanzarme. Lo dijiste con tu cuerpo
mientras me dabas la espalda enfadada. ¿Estoy leyendo bien todo
eso?
—No me conoces —digo bruscamente, tratando de rechazarlo
con mi cuerpo.
Me doy cuenta casi inmediatamente que no es una buena idea.
Lo único que hace es ponerme los pezones muy duros, muy
rápido. Y hace que la creciente humedad entre mis piernas sea
mucho más difícil de ignorar.
—Te conozco, Willow. Sé mucho, mucho más de lo que crees
que sé.
—Suéltame.
—Di por favor.
—Creo que en vez de eso diré: "Vete a la mierda".
—Es como si quisieras que te castigara —musita—. Tu cuerpo
te delata, cariño. Me muestra todo lo que necesito saber.
Vuelvo a empujarlo con fuerza. La única razón por la que
funciona esta vez es porque él lo permite. Me suelta y vuelve a
entrar en el estudio, mirándome con una sonrisa de satisfacción.
—Que te den. —Parezco un disco rayado, pero estoy
demasiado enfadada y nerviosa para que se me ocurra algo mejor.
—¿He herido tus sentimientos, pequeña?
—No te hagas ilusiones —replico, pero mi voz es débil. Sueno
jadeante y patética.
—Permíteme que te compense.
—Créeme, eso no es necesario —siseo—. En todo caso, puedes
compensarme manteniéndote jodidamente alejado.
—Si te refieres a eso, se puede arreglar fácilmente. —Se da
unos golpecitos en la barbilla, pensativo—. Pero de alguna
manera, no creo que lo hagas.
—Cristo. Sinceramente, tienes el mayor ego de todos los
hombres que he conocido.
—¿Pero sabes la diferencia? —pregunta, dando un paso hacia
mí—. ¿Entre los otros hombres que has conocido y yo?
Cómo anhelo su calor. Su peso contra mí. Estoy tan húmeda
que me pone nerviosa que pueda olerlo.
—¿Cuál es la diferencia? —pregunto, mordiendo el anzuelo a
pesar de mis mejores instintos.
Se inclina hacia mí, tan cerca que sus labios rozan mi oreja
mientras dice:
—Tengo los bienes que lo respaldan.
Antes de conocer a Leo Solovev, pensaba que el término "débil
de rodillas" era solo una expresión. ¿Pero ahora? Ahora entiendo
lo real que es el fenómeno.
Porque cuando lanza ese tipo de confianza arrogante, apenas
puedo mantenerme en pie.
Y como siempre, lo percibe. Lo ve en mí sin siquiera tener que
mirar.
—Cena conmigo esta noche —dice, enderezándose—. Y
dejaremos atrás este pequeño incidente.
—No ceno —murmuro estúpidamente.
Levanta las cejas e inmediatamente quiero que el suelo se abra
y me trague. ¿Por qué tengo que ser tan torpe y extraña con él?
¿Por qué no puedo ser una criatura ágil y elegante cuyos
movimientos son un aprendizaje de seducción?
No es que quiera seducirlo, me digo. Solo quiero que me desee
tanto que le joda la cabeza como está jodiendo la mía ahora
mismo.
—Eso es, eh, lo que quiero decir es que... no tengo hambre.
—La cena es dentro de ocho horas —dice—. Las cosas pueden
cambiar de aquí a entonces, me imagino.
—¿Y si digo que no?
—Entonces supongo que tendré que invitar a alguien más.
Lo dice tan a la ligera que al principio no veo la amenaza. Pero
a medida que se asienta, me doy cuenta de lo que está
prometiendo exactamente.
—Voy a cenar contigo —digo—. Pero voy por la comida. No
por ti.
Su boca se inclina hacia arriba en una sonrisa arrogante.
—Mientras vengas, kukolka.
Querido Señor...
¿En qué me he metido?
17
El sexo con Casey siempre fue una tarea. Algo que había que
soportar, no disfrutar.
¿Sexo con Leo?
Es algo totalmente distinto.
Me conduce a mi cerebro animal y en ese estado, todo lo que
quiero es a él. Su cuerpo, su polla, el delicioso subidón que me da
cada vez que me saca un orgasmo.
La forma en que ardo por él no es normal. No puede serlo,
sobre todo teniendo en cuenta la montaña rusa emocional en la
que hemos estado los últimos meses.
Es mi captor. Debería odiarlo. Debería luchar contra él y
quitármelo de encima.
En cambio, estoy de espaldas y su cabeza está entre mis
piernas. Y espero que nunca jamás termine.
Ningún hombre me ha penetrado así antes. Es como si
realmente quisiera estar allí. Esto no es solo el primer paso
necesario antes de llegar a algo mejor.
Pero no puedo decir una palabra.
No hables. No gimas. No grites.
Lo repito como un mantra. Pero por la forma en que me está
devorando, sé que solo me quedan unos minutos antes de
correrme en toda su cara.
Su lengua se desliza por mi coño y encuentra mi clítoris. Me
muerdo para no gemir, pero de todos modos sale un hilillo que
delata toda la tensión que se desata en mi interior.
—Vamos, Willow —me instiga—. Dime cuánto te gusta mi
lengua.
No. Me niego a darle la misma satisfacción que me está dando
a mí.
—¿No? —pregunta—. Lástima.
Dos dedos se deslizan dentro de mí justo cuando él pasa su
lengua por mi dolorido clítoris.
Un gemido, más fuerte que el primero, estalla de mis labios
antes de poder atraparlo. ¿Qué me pasa? ¿Soy realmente tan
débil? ¿Estoy cediendo tan fácilmente?
Mis muslos empiezan a temblar de forma incontrolada
mientras él mete y saca sus dedos de mí. Ese familiar apretón en
mi vientre aumenta, cada vez más caliente, más alto y más denso.
Trato de apretar las piernas para evitarlo, pero no sirve de
nada. En todo caso, lo empeora. Las sensaciones se apoderan de
mí y él tiene el control total.
Muerdo, con la esperanza de retener los sonidos, pero es inútil,
el orgasmo se desata y no puedo evitar gritar.
Leo se ríe sombríamente, como si hubiera ganado con
lamentable facilidad. Lo siento sonreír contra mi centro mientras
caigo hacia abajo, hormigueando de pies a cabeza con los restos de
lo que me ha hecho.
Pensé que eso sería el final.
Me equivoqué.
Se levanta, enorme, tatuado e inquietante, atrapándome entre
sus manos. Su polla se cierne entre mis piernas. Incluso ahora,
después de todo lo que ha hecho, no puedo dejar de admirar lo
verdaderamente hermoso que es. Todo él, desde las oscuras ondas
de su cabello hasta la palpitante lanza de su polla, me hacen la
boca agua.
Empuja un poco, lo justo para que su punta entre en mí. Todo
mi cuerpo se tensa con anticipación.
Luego se retira de nuevo.
Me encojo de decepción.
—Dime cuánto deseas mi polla, Willow.
Sacudo la cabeza, pero él solo sonríe y repite la tortura.
Se escupe en la mano, se moja la punta de la polla y me da otro
medio centímetro, quizá menos, antes de volver a sacarla. Jadeo
de frustración, pero él solo se ríe.
—Supongo que no te interesa entonces —dice con una fría
sonrisa—. Tal vez vaya a buscar a otra persona. ¿Jaime, tal vez?
Mis ojos se dilatan antes de pensar en controlar mis
expresiones faciales.
—Te acuerdas de Jaime, ¿verdad? ¿La criada a la que tanto
apreciaste?
Lo fulmino con la mirada, sintiendo que mi ritmo cardíaco
aumenta contra mi voluntad. Quiero fingir que no me importa,
pero me aterra la idea que, haciendo un trabajo convincente,
cumpla su amenaza y la encuentre. No sé qué resultado sería
peor.
—Puedo tenerla gritando mi nombre en cinco malditos
minutos. ¿Es eso lo que quieres?
Mientras habla, empuja su polla dentro de mí un poco más.
Incluso para hacerme sisear antes de retirarse una vez más.
—Pregunté si eso es lo que quieres, Willow —retumba—.
¿Quieres el apretado coñito de Jaime envuelto en mi polla en lugar
del tuyo?
Odiándolo, odiándome a mí misma... Sacudo la cabeza en un
silencioso No.
—No te oigo, kukolka.
Ahora, está pidiendo demasiado. Aprieto los dientes y lo miro
fijamente, a esa sonrisa sádica, a esa hermosa mandíbula, a esos
dientes blancos y brillantes.
Arquea una ceja.
—¿No? Muy bien entonces.
Me empuja y se aleja. Me incorporo mientras él recoge su ropa
desechada con una mano, saca el móvil y escribe un mensaje
rápido.
Mi pulso se duplica. ¿Qué ha hecho?
No me mira mientras deja el teléfono en la mesa junto a la
ventana. No se pone la ropa ni se mueve para salir. Espera.
Un minuto después, llaman a la puerta. Me duele el corazón.
La mirada de Leo gira hacia mí.
—Contesta.
No puedo hacer esto.
—Detente —susurro.
Leo ladea la cabeza hacia mí.
—¿Has dicho algo? —se burla—. No he podido oírte.
—Por favor, detente —digo de nuevo. Tengo la voz ronca de
contener gemidos interminables mientras Leo me la chupaba.
—Repítelo.
Me aclaro la garganta y digo por tercera vez:
—Por favor, deja de torturarme.
Eso hace el truco. Se levanta, asintiendo y sonriendo con los
ojos brillantes como la miel.
—Así está mucho mejor, kukolka. Estás aprendiendo.
Se pone los pantalones, sin molestarse en subir la cremallera, y
se acerca a la puerta. Cuando la abre, tengo el suficiente ángulo
para ver una masa de cabello rubio cayendo en cascada sobre
unas tetas turgentes que se levantan con una camiseta escotada.
—¿Me ha llamado, señor? —dice la criada con un canturreo
seductor.
—Ya no se te necesita —dice Leo con suavidad—. Puedes irte.
Sus ojos se abren.
—¿Estás... estás seguro?
—Estoy seguro —dice.
—Pero, estaba pensando que podríamos...
Leo empieza a decir:
—He dicho que puedes... —pero antes que pueda terminar su
pensamiento, salto de la cama y siseo:
—¿Estás sorda? Ha dicho que puedes irte.
Todas las miradas se vuelven hacia mí. Mi pecho se agita
contra las sábanas que he sujetado para cubrir mi desnudez y mi
cabello se pega al sudor de mi nuca. Me siento ligeramente
desquiciada, y solo cuando veo la lenta sonrisa en el rostro de Leo
me doy cuenta que probablemente eso es exactamente lo que
buscaba.
Malditos juegos mentales interminables. Lo odio. Lo odio.
Pero estoy demasiado metida en esto como para volver atrás.
Jaime nos mira a Leo y a mí durante un rato. Luego, con un
apretón de mandíbula, se da la vuelta para irse.
Sin embargo, antes que desaparezca de la vista, la oigo
murmurar en voz baja:
—Maldita perra.
Se me cae la mandíbula. Esta vez, Leo es el que interviene
antes que pueda formular una respuesta.
—Jaime —gruñe.
Se detiene, gira sobre sus talones y lo mira con desdén.
—Si vuelves a llamar perra a mi esposa, yo mismo te cortaré la
lengua.
La amenaza es pronunciada con calma, pero sin pestañear. No
hay duda que lo dice en serio.
Sus ojos se redondean de miedo. Le hace una leve inclinación
de cabeza y se vuelve hacia mí.
—Yo... lo siento, señora. —Luego desaparece por el pasillo tan
rápido como puede.
Me vuelvo hacia Leo cuando cierra la puerta. Está apoyado en
el marco de la puerta, con un brazo levantado, mirándome con
curiosidad.
—Estás llena de sorpresas, pequeña —murmura.
Todavía estoy acalorada por la rabia, los celos, el hambre... por
todo el millón de emociones que Leo Solovev enciende en mí.
Y solo hay una forma de apagar el fuego.
Me acerco a él, le palmeo la polla aún dura y lo miro fijamente
a los ojos mientras le digo:
—Cállate y ven a follarme, marido.
33