Está en la página 1de 606

¡IMPORTANTE!

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene
costo alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro
logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo. No olvides que
también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes sociales,
recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro. Por favor no menciones por
ningún medio social donde pueda estar la autora o sus fans que has
leído el libro en español si aún no ha sido traducido por ninguna
editorial, recuerda que estas traducciones no son legales, así que cuida
nuestro grupo para que así puedas llegar a leer muchos libros más en
español.

Instagram: Team_Fairies

Facebook: Team Fairies


Staff

Hada Zephyr

Hada Maca

Hada Fay
Hada Aine

Hada Zephyr
Sinopsis

¿Qué harías si descubrieras a tu marido engañándote?


Te diré lo que hice:
Salir corriendo por la puerta sin nada más que la ropa que
llevaba puesta.
Un mes después, estoy sin dinero, sin trabajo, casi sin hogar.
Después, mientras trabajaba de camarera en un restaurante de
lujo, me tropecé y caí en el regazo de un magnífico desconocido.
Una cosa llevó a la otra y acabamos enrollándonos.
Luego, él se fue.
Eso es todo... ¿verdad?
FALSO.
Porque al día siguiente, mi agencia de trabajo temporal me
propuso un trabajo que parecía demasiado bueno para ser verdad.
Y cuando llego a la entrevista, me quedo boquiabierta.
Es el desconocido.
Resulta que es rico. Muy rico.
Y poderoso. Como, muy poderoso.
Y esta es su oferta:
"Vive en mi casa.
Sé mi esposa.
Ten mi bebé".
No hace falta decir que empiezo a flipar.
Me levanto y tartamudeo: "Um, te lo haré saber más tarde..."
Y él responde:
"Lo has entendido mal.
No era una pregunta.
No vas a ir a ninguna parte. "
1

Odio los espejos en esta casa.


Seis de ellos se alinean en el delgado vestíbulo como sacados
de una feria, reflejando lo que pasa entre ellos hasta el infinito. Al
pasar por el vestíbulo, un millón de Willows se despliegan en la
radiante profundidad.
Intento no mirar. No quiero mirar. ¿Qué sentido tiene, cuando
sé exactamente lo que voy a ver?
Pero miro de todos modos. Y efectivamente, lo veo.
La miseria en mis ojos.
La caída derrotada de mis hombros.
Veo a una mujer rota.
Así que sí, odio los espejos de esta casa. No solo porque sean
demasiado grandes, demasiado imponentes, demasiado
ostentosos.
Es porque muestran demasiado la verdad.
Por supuesto, cuando expresé mi opinión sobre el tema, Casey
me dijo que dejara de hablar y me dedicara a mi trabajo, que es
limpiar espejos, no elegirlos. Ahora, cada vez que me veo en ellos,
eso es lo que oigo, el aguijón de su voz en mi cabeza. Ceñuda.
Menospreciando.
Cada rincón de este lugar y cada pequeña cosa en él tiene un
recuerdo como ese ligado a él.
Por eso me gusta salir de casa siempre que puedo. Hacer la
compra, por ejemplo, que es de donde regreso. Durante una hora,
soy mi propia mujer. Puedo poner lo que quiero en la cesta. El
helado de menta y chocolate, no el de vainilla. El detergente rosa,
no el amarillo.
Durante una hora, soy yo.
Aunque, técnicamente hablando, ni siquiera debía estar en la
tienda de comestibles. Casey me programó una cita para
arreglarme el cabello esta mañana, cuando nos levantamos.
—Está demasiado largo —dijo con naturalidad—. Sabes que
me gusta más corto. Te lo vas a cortar.
Pero cuando llegó el momento, lo único que quería era esa
hora de libertad. Así que me salté la cita y me fui de compras.
Pronto pagaré por esa elección. Pero está bien. Ha merecido la
pena.
Me dispongo a su enfado mientras subo las escaleras hacia
nuestro dormitorio. Espera verme el cabello más corto esta noche,
y ya estoy pensando qué decir para calmarlo, cuando me doy
cuenta de algo: la puerta del dormitorio está abierta.
Casey está en la cama.
Y también alguien más.
Me detengo en silencio en el umbral. Pero mi marido está tan
absorto en la rubia de piernas largas que se está follando que ni
siquiera se da cuenta que estoy allí.
La mujer, sea quien sea, está a cuatro patas, con sus enormes
pechos rebotando alegremente mientras él la folla por detrás. Ella
tampoco se da cuenta de mi presencia. Su cuerpo está resbaladizo
por el sudor y el de ella también, lo que significa que llevan un
rato haciéndolo.
Es una sensación extraña, ver a tu marido tener sexo con otra
mujer. Te da una extraña clase de objetividad.
¿Siempre se pone así de sudoroso? ¿Siempre pone esa cara?
¿Sus nalgas se aprietan así cuando soy yo la que está en la cama
con las piernas abiertas?
¿Está fingiendo como yo?
¿Está rezando para que se acabe pronto como hago yo?
Quiero salir de la habitación, pero la idea de dejar que
terminen mientras espero en silencio fuera me parece humillante a
otro nivel.
Y lo sabría. Soy una especie de experta respecto a la
humillación. Un matrimonio con Casey Reeves provoca eso a una
persona.
Así que me quedo clavada en el sitio, aturdida, e intento
pensar en la mejor manera de manejar esta situación, incluso
mientras mi mente da vueltas sin rumbo como un avión
intentando aterrizar en una tormenta.
Finalmente, es la mujer la que me ve primero. Gira la cabeza
hacia un lado lo suficiente como para que sus ojos se abran
enormes. Suelta un grito agudo y cae contra la cama, luchando
por envolverse en las sábanas.
Frunzo el ceño cuando coge mis sábanas de Laura Ashley y se
las pasa por los pechos desnudos. Lo único que puedo pensar es
que, ella va a dejar su sudor sexual sobre ellas.
—¡Maldito infierno, Willow! —gruñe Casey, como si fuera yo
la que ha sido sorprendida haciendo algo malo.
La rubia baja las piernas de la cama y corre hacia el sillón
orejero que hay junto a la ventana. Su ropa está doblada en el
asiento en una pila ordenada.
—Se supone que debes estar en tu sesión de peluquería —
añade.
Levanto las cejas.
—¿Por eso insistías tanto en que hoy me cortara el cabello?
Sus ojos se dirigen a la rubia, como si quisiera protegerla.
—Mabel, creo que deberías irte.
¿Mabel? Casi ladro de risa. Esta mujer no puede ser una Mabel.
Una Mabel es la anciana de la calle que reparte caramelos en
Halloween. Una Mabel es la compañera de bridge de tu madre.
Una Mabel nació con sesenta años y nunca miró atrás.
¿Esta rubia abrumadoramente atractiva? No, no puede ser. No
le sienta nada bien.
Pero nadie más parece reírse. Mabel coge su ropa y casi corre
hacia el baño, arrastrando con ella mi costosa ropa de cama. En
cuanto se cierra la puerta del baño, Casey se acerca a mí. Tiene
una expresión de remordimiento cuidadosamente elaborada en su
rostro, pero si eso es lo que está vendiendo, estoy segura que no lo
compraré.
—Cariño, escucha, lo siento. Eso fue... eso fue... un momento
de debilidad de mi parte.
—¿Un momento de debilidad? —me burlo—. ¿Cuántos
“momentos de debilidad” has tenido con ella?
—No es importante —canturrea, extendiendo la mano para
tocarme.
Me encojo.
—No lo hagas.
Casey suelta el brazo y su cara se agria.
—Se supone que no deberías estar aquí —dice, como si de
alguna manera llegar temprano a mi propia casa fuera mi culpa.
Supongo que, en cierto modo, lo es.
—Pero mira, está bien. Te perdono. Y te prometo que no
volverá a suceder.
—Te das cuenta que todavía estás desnudo, ¿verdad?
Mira hacia abajo, pero parece no importarle su estado de
desnudez.
—Willow, mi Willow... eres mi todo. Lo sabes, ¿verdad?
Le señalo con la barbilla su pequeña y rechoncha polla.
—De hecho, todavía la tienes dura.
—¡Jesús! —suelta enfadado. Levanta las manos mientras
vuelve a la cama y recoge su ropa del suelo—. Estoy intentando
hablar contigo, por el amor de Dios.
Se viste enfadado. Permanezco en mi posición. Un segundo
después, se abre la puerta del baño y sale Mabel. Lleva un vestido
blanco abrazando sus curvas y mostrando su amplio escote.
Mira a Casey.
—Yo, eh... me voy, ahora.
Casey no dice una palabra, por lo que me rodea y se apresura a
salir por la puerta. Me giro y la veo irse. Tropieza en la escalera, lo
que me produce una extraña y mezquina sensación de
satisfacción.
—Cariño —dice Casey por milésima vez, agarrándome de la
mano y obligándome a mirarlo.
Hubo un tiempo en el que deslizaba mis dedos por su cabello
rubio y me maravillaba el hecho que ese hombre fuera mío. Una
época en la que miraba fijamente sus ojos ámbar oscuro y me
sentía agradecida que alguien como Casey Reeves pudiera
interesarse por una chica como yo.
¿Quieres saber la parte realmente triste?
Incluso ahora, todavía lo siento.
Es un sentimiento mucho más pequeño. Mucho menos
absorbente de lo que solía ser. Pero sigue ahí. Junto con el resto de
mis arrepentimientos.
Antes, tenía amigos.
Tenía sueños.
Tenía padres.
Ahora, tengo un armario lleno de ropa bonita y zapatos caros.
Tengo una casa hermosa y solitaria. Tengo un marido que me
acaricia como a un perro en público y se folla a otras mujeres
cuando no estoy en casa.
Entregué mi alma y a cambio obtuve... esto.
El sudor de Casey se funde en la camiseta que acaba de
ponerse, convirtiendo las axilas en oscuros círculos. Miro la forma
en que me coge la mano. Posesivo. Apretada.
—Cariño, olvidemos todo esto, ¿vale? Puedes prepararme la
cena y más tarde, te demostraré cuánto te quiero.
Levanto los ojos hacia su rostro y miro fijamente al repentino
desconocido que tengo delante. ¿De verdad está sugiriendo que
nos acostemos el mismo día que le sorprendo follando con una
mujer cualquiera? Ni siquiera quiero ir por el camino de
desenredar esa fantasía supremamente jodida.
—¿Quién es ella? —pregunto en su lugar.
Suspira cansado, como si le molestara que no haya superado
esto ya.
—¿Importa?
—Dímelo.
—Mabel Sheridan.
—¿Se llama como su abuela o algo así?
—Entiendo que estés molesta, pero ella no significa nada para
mí. Ella es solo alguien con quien trabajo.
—¿Así que vas a verla mañana en el trabajo?
—Está dirigiendo el departamento en Chicago. Solo estará aquí
unas semanas más.
Me doy cuenta de la destreza con la que evita responder a la
pregunta. Lo que, por supuesto, es toda la respuesta que necesito.
—¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo?
—Nena —dice, con un tono acerado en su voz. Normalmente,
eso haría sonar una campana de advertencia: alerta roja, no vayas
más allá, ¡explosión de Casey inminente!
Pero no me importa. Estoy empezando a estar jodidamente
harta de esa palabra.
—Me voy.
Arquea una ceja.
—¿Y dónde vas a ir tú? —se burla—. No tienes a nadie más,
Willow. Solo me tienes a mí.
—Buscaré un motel o algo así.
—¿Y cómo vas a pagarlo? —pregunta con sádica diversión—.
No tienes un trabajo. No has trabajado un solo día en tu vida.
Todo lo que dice es cierto, pero le faltan matices. Le falta
contexto. Como el hecho que la única razón por la que no tengo
trabajo es porque él insistió en que no quería que trabajara. Lo
exigió, en realidad.
—Eres mi reina —siempre me decía—. Y voy a cuidar de ti.
Ahora entiendo lo que realmente quería decir: eres mi propiedad y
quiero controlarte.
—Yo... yo conseguiré un trabajo —tartamudeo, luchando
contra las lágrimas de rabia—. No te necesito.
Se ríe, y me dan ganas de vomitar en la mullida alfombra
blanca que me compró en nuestro primer aniversario de boda,
hace seis años.
—Adelante, cariño —me dice—. Será divertido ver cómo lo
intentas.
Todavía riendo, sale de la habitación.
Y a mí me toca hacer la cama en la que acaba de follar con otra
mujer.

Un mes después…

—¿Eres la trabajadora temporal?


El maître es un hombre de nariz aguileña con una expresión de
fastidio permanente en su rostro. Me crucé con él antes, al entrar
en el restaurante, y fui testigo de cómo gritaba a otra camarera
como si fuera un perro callejero.
—Sí, señor —asiento, tratando de ajustar el pequeño delantal
blanco alrededor de mi ajustado uniforme negro—. El señor
Connelly me contrató.
Me mira con ojo crítico.
—No llevas los zapatos adecuados —dice, echando un vistazo
a mis zapatillas negras.
—Lo sé, lo siento. Pero fue una llamada de última hora de la
agencia comunicándome este puesto literalmente media hora
antes de comenzar el turno. Tuve que...
Levanta la mano para silenciarme.
—No me interesa la historia de tu vida. Hay un grupo VIP en
una de nuestras salas privadas. ¿Puedes encargarte de servir las
bebidas?
Trago más allá del nudo en la garganta.
—Oh, eh, sí. Por supuesto. Claro.
Asiente con la cabeza remilgadamente.
—Déjate el cabello suelto y ábrete un botón de la blusa —
ordena con cara seria y adusta—. Esos hombres de ahí esperan un
cierto nivel.
No tengo idea de lo que significa, pero hago lo que dice.
Cada vez que tengo alguna duda sobre mi búsqueda de un
auténtico trabajo, escucho la risa de Casey en el fondo de mi
cabeza, lo que aumenta mi determinación de perseverar.
Hablando del diablo literal, mi teléfono empieza a vibrar en mi
bolsillo.
Sé que es él. Nadie más me llama.
—Oh, y ¿chica?
Miro al maître.
—¿Sí, señor?
—Estos son los jodidos hombres más importantes que
atenderás esta noche. Solo estás aquí porque una de mis
camareras decidió romper algunos platos y abrirse la mano en el
proceso. No lo jodas.
El nudo en mi garganta se duplica. Hago lo posible por
mantener la voz firme mientras digo:
—No lo haré.
Asiente una vez más, tan engreído como siempre, y se va.
Es hora de continuar. Me giro y entro en la sala privada con el
corazón martilleando con fuerza contra mi pecho.
Me doy cuenta de tres cosas, de inmediato, dos de las cuales
son completamente intrascendentes.
Una, la estatua desnuda de una mujer con unos pechos
absurdamente enormes alzándose regiamente en la esquina.
Dos, la alfombra a cuadros blancos y negros bajo mis pies,
cubriendo la totalidad del espacio.
Y tres —lo único que importa, lo único que importará de ahora
en adelante es el hombre sentado en medio del lujoso sofá blanco,
con las manos extendidas a lo largo del respaldo como si fuera su
dueño.
No, como si fuera el dueño de toda la habitación.
No, como si fuera el dueño de todo el restaurante. Toda la
ciudad. El mundo entero.
Sus ojos se posan en mí. Una sensación extraña asciende por
mi espalda hasta mi pecho.
A primera vista, la razón de mi reacción ante él es obvia: es el
hombre más atractivo que he visto en toda mi vida, y no es una
exageración.
Pero hay algo más. Algo más profundo. Extraño.
Porque nunca he visto a este hombre antes.
Pero me mira como si supiera exactamente quién soy.
2

Tranquilízate. Si el maître se queja a la agencia de trabajo temporal,


no te pagarán.
Me adentro más en la sala privada, tratando de ignorar la
vibración en mi bolsillo lateral. El hombre al que no puedo dejar
de mirar está rodeado por otros dos. Los tres hombres me miran,
pero ninguno con tanta intensidad como el primero.
Sus ojos son de un suave color marrón avellana y su cabello de
un rico castaño otoñal. Pero a pesar de su colorido aspecto, no
desprende ni un ápice de calidez. Es como mirar una estatua
tallada en hielo.
—Uhm, hola —digo, encogiéndome internamente por mi falso
tono brillante—. Seré su camarera esta noche.
El hombre de ojos avellana no responde. Ni siquiera sonríe.
Solo sigue mirando fijamente a mi alma.
Los dos hombres a su lado parecen un poco menos intensos.
Decido centrarme en ellos.
Eso no quiere decir que no sean aterradores por sí mismos.
Solo que, comparados con el de ojos color avellana, no me hacen
sentir las piernas como gelatina.
El de la izquierda tiene el cabello tan negro como el mío y unos
ojos tan oscuros que apenas se le ve el iris. Está cubierto de
tatuajes de pies a cabeza.
El hombre sentado a la derecha es el polo opuesto. Es igual de
alto, pero enjuto en lugar de fornido. Su cabello rubio es escaso,
rozando lo descuidado. Sus ojos azules serpentean por mi rostro
con un desnudo interés.
Una cosa es segura, el maître no bromeaba cuando dijo que
estos hombres eran importantes. Me pregunto si lo que realmente
quiso decir fue peligroso.
—¿Qué puedo ofrecerles para beber esta noche, caballeros? —
pregunto, procurando no sentirme afectada por la forma en que
me observa el hombre de los ojos avellana, a pesar que mi piel está
ardiendo y erizándose al mismo tiempo.
—Todavía no nos has dicho tu nombre —comenta. Su voz es
rica, profunda y oscura. Se adapta perfectamente a su aspecto.
—Oh. Ya. Soy Willow.
—Willow —repite—. Tráenos una botella de vodka Absolut
Crystal.
—Y una botella de Glenlivet del 67 —añade el tatuado.
—Y mucho hielo —dice el rubio.
Asiento y salgo de la sala tan rápido como puedo sin decir
nada más. Le doy al camarero su pedido.
—¿Quieren el Absolut y el Glenlivet? —pregunta con la
mandíbula abierta—. ¿Botellas enteras de ambos? ¿Son
conscientes que eso son como treinta mil dólares en licor?
—No creo que les importe una mierda —digo.
Él silba.
—Debe ser agradable ser tan rico. Tengo que ir a sacar eso de
la cámara de seguridad. Vuelvo enseguida.
—Entendido. Apúrate, por favor.
Mientras espero, compruebo mi teléfono.
—Mierda —susurro en voz baja.
Tengo cinco llamadas perdidas de Casey y toda una avalancha
de mensajes. Se vuelven cada vez más irritables a medida que
avanzan.
Mensaje uno: Hola, cariño. Estaba pensando en llevarte a
cenar esta noche. ¿Qué te parece?
Mensaje dos: ¿Willow? ¿Cariño? Intenté llamar y no
contestaste. ¿Dónde estás? No me digas que estás en esa estúpida
agencia temporal de nuevo.
Mensaje tres: ¿Dónde coño estás y por qué no contestas al
teléfono?
Mensaje cuatro: Estoy harto de esta mierda independiente en
la que estás metida. Es un jodido sin sentido. Sabes que no vas a
ser capaz de ganar dinero de verdad. Dejaste la universidad,
¿recuerdas? ¡No tienes un título ni experiencia laboral! Lleva tu
culo a casa ahora. ¡Y llámame, joder!
—¿Quieren una botella entera de whisky? —pregunta el
camarero.
Levanto la vista distraídamente.
—Yo, eh... sí. Sí. Botella entera.
Se encoge de hombros y se gira para buscarlo. Vuelvo a mirar
mi teléfono. Sé que no me voy a librar de no contestar, así que
abro nuestro hilo de mensajes y escribo un mensaje rápido.
Te dije que iba en serio lo de conseguir un trabajo. Estoy
trabajando esta noche en The Black Lotus. Es un turno de noche,
así que no me esperes despierta.
Guardo el teléfono y cojo la bandeja cargada antes de dirigirme
a la sala privada.
A medida que avanzo, vuelvo a sentir esa sensación ahora
familiar subiendo por mi columna. Como si me quemara y
congelara al mismo tiempo. ¿Excitación? No, esa no es la palabra
correcta. Además, ni siquiera conozco al hombre.
Pero mis ojos viajan directamente a él en el momento en que
entro en la sala. Me acerco y coloco la bandeja con las bebidas en
la mesa circular entre los tres.
—¿Quiere pedir la comida ahora o más tarde? —pregunto.
—Olvidaste el hielo —me dice el rubio.
Miro la bandeja y palidezco al instante.
—Joder... oh, mierda. Quiero decir… lo siento mucho...
Disculpen, iré rápidamente al bar a traérselo.
Con las mejillas encendidas, me dirijo al bar. Si se quejan al
maître, estoy jodida.
Tardo solo uno o dos minutos en volver a la sala privada con el
cubo de hielo en la mano. Cuando lo hago, me doy cuenta que los
dos hombres de cada lado han desaparecido.
Solo queda uno, el Dios de ojos avellana.
Intento no parecer demasiado sorprendida o nerviosa cuando
dejo el cubo de hielo en la bandeja.
—¿Dónde fueron sus amigos?
—Necesitaban un descanso para fumar.
Asiento, tratando de mantener un aire de profesionalidad.
—Lamento haberme olvidado del hielo.
—Siéntate.
Mi cabeza se levanta hacia él.
—¿Perdón?
—Siéntate —repite de nuevo, con tanta autoridad que, de
hecho, empiezo a sentarme en la silla que está justo detrás de mí
antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo.
—Ahí no —dice, haciendo que me congele a mitad de camino.
Señala el espacio vacío a su lado—. Aquí.
Solo haz lo que dicen; son hombres muy importantes. Eso es lo que
me dijo el maître. Esto es inofensivo de todos modos, ¿no? Solo
estoy sentada un minuto. No te preocupes en absoluto. Hakuna
matata.
Camino alrededor de la mesa con piernas temblorosa
sentándome a su lado, pero me aseguro de mantener una buena
distancia entre nosotros.
—No estoy segura que deba...
—Eres nueva aquí.
Mis mejillas se colorean al instante.
—¿Es tan obvio?
—¿Para mí? Sí. Puedo sentir el estrés que irradias.
Su mano descansa en el respaldo del sofá, lo que significa que
está a centímetros de mi cuello. Algunos mechones de mi cabello
rozan sus dedos.
Respiro profundamente. Se siente bien admitirlo.
—Estoy un poco estresada, sí. Realmente necesito hacerlo bien
en este trabajo.
—¿Por qué?
—Porque... bueno, si no lo hago, es menos probable que la
agencia de trabajo temporal que utilizo me recomiende para otros
puestos.
—Agencia temporal —musita como si fuera un concepto
extraño.
—Es solo por el momento —tartamudeo para explicar—.
Intenté otras formas de conseguir trabajo, pero resulta que no hay
mucha gente que esté dispuesta a contratar a una joven de
veintisiete años que no terminó la universidad, sin experiencia
laboral y sin habilidades perceptibles.
—Suena como si hubieras tenido una carrera difícil.
—Solo en las últimas tres semanas, he limpiado orinales,
fregado baños públicos, lavado platos en un restaurante de
comida rápida y limpiado media docena de casas de arriba a
abajo. El trabajo apesta y la paga es una completa basura, pero
¿qué otra opción tengo?
—Todo el mundo tiene una opción.
Lo miro. Algo en la forma en que dice eso, sugiere que está
sucediendo algo más de lo que no tengo idea. ¿Sabes, cómo la
gente dice una cosa cuando quiere decir otra?
Pero no revela nada. Sus ojos color avellana son complejos.
Motas doradas, grises y verdes se revelan en breves destellos cada
vez que se mueven bajo la lámpara de araña. Una cicatriz curvada
recorre su cuello, gruesa y nudosa. Me hace sentir un cosquilleo
en las piernas sin previo aviso.
—Yo no —digo—. Necesito ser económicamente
independiente. Y sé que es patético que una persona de veintisiete
años lo admita, pero sí, actualmente no soy económicamente
independiente.
—Eso ¿por qué?
—Fui estúpida.
Sonríe, y esa sonrisa -Jesucristo- hace algo en mi cuerpo.
Sacudo la cabeza como si hubiera tomado unas cuantas copas
de más y estuviera tratando de aclararme. Pero estoy totalmente
sobria. ¿Qué demonios está pasando ahora?
—¿Cómo es que fuiste estúpida?
—Yo... bueno, me enamoré —me escucho decir, aunque parece
que otra persona está usando mi cuerpo, manejando mi voz por
mí. Estoy diciendo las cosas que se supone que debo decir. Pero
solo Dios sabe la última vez que las dije de verdad—. Conocí a mi
marido en la universidad. La dejé para casarme con él. Y no he
estudiado ni trabajado desde entonces.
—¿Fue tu decisión?
Mi pecho se aprieta al afrontar todos los errores que me han
llevado a este momento.
—En realidad, no. Fue de él. En ese momento, él hizo que
pareciera...
—Como si te estuviera haciendo un favor.
—Sí, exactamente.
Nos miramos fijamente durante un momento y me doy cuenta
que no solo nuestras rodillas se tocan, sino que de alguna manera
me he deslizado más cerca de él en el sofá.
O tal vez se ha acercado a mí.
Y luego me percato que he compartido la historia de mi vida
con un completo desconocido. Un completo desconocido al que se
supone que debo servir esta noche.
—Oh Dios, lo siento mucho. No sé por qué he dicho todo eso...
—Porque yo lo pregunté—dice con firmeza.
—Yo... Er, cierto. Lo hizo.
Sus dedos se giran hacia arriba y envuelven un mechón de mi
cabello. Me quedo paralizada, insegura de lo que está sucediendo
en este momento.
—Parece que no tienes a nadie con quien hablar —me dice.
Esas palabras me provocan un dolor agudo en el corazón. Miro
hacia abajo.
—Supongo que no.
—¿Qué hay sobre tus padres?
Sacudo la cabeza.
—Me desligué de ellos hace años.
No puedo creer que mis secretos más profundos se me escapen
de la lengua al menor empujón de un desconocido. Puede que sea
intensamente hermoso, pero, aun así, ¿Cómo es que todo esto me
resulta tan fácil de compartir con él?
—¿Por qué?
—Porque no querían que abandonara la universidad y me
casara con Casey. Les dije que lo sabía mejor. —Levanto mis ojos
hacia los suyos—. Resulta que no lo sabía.
—Todo el mundo comete errores —dice, todavía acariciando
ese mechón de mi cabello entre sus dedos—. Bueno, excepto yo.
Sonrío.
—Qué suerte tiene.
—No tienes idea.
Ahí está de nuevo: diciendo una cosa y queriendo decir algo
diferente, algo más, algo mucho más. Me da un escalofrío
incontrolable.
—¿Y los amigos?
—Todos nuestros amigos son sus amigos. No tengo ninguno.
—Cuánta soledad.
No puedo apartar la mirada de sus ojos color avellana. ¿Por
qué siento que puede ver dentro de mí? ¿Como si pudiera abrirme
la cabeza si quisiera y escudriñar mis pensamientos?
¿Siquiera sé su nombre?
—Es solitario...
Mis ojos se posan en sus labios. Nunca me he fijado en los
labios de un hombre. Pero los suyos son... son tan...
—¿Willow Reeves?
La puerta del salón privado se abre y me pongo en pie de un
salto. Me vuelvo hacia la puerta y encuentro al maître de pie, con
una furia apenas controlada en su rostro.
Supongo que ese control es para el beneficio del invitado.
Desde luego, no para el mío.
—Por favor, discúlpeme, Sr. Solovev. —Hace una mueca—.
Voy a necesitar a su camarera un momento.
Solovev. El nombre tiene un sabor a Europa del Este. Ruso, ¿tal
vez?
No espero a que nadie diga otra palabra. Murmuro una
disculpa apresurada y me dirijo directamente a la puerta con la
cara encendida.
En cierto modo, agradezco la distracción. Me sentía como si
me estuvieran drogando allí. Acercándome cada vez más de
puntillas a... bueno, no sé muy bien dónde habría acabado.
Pero en ningún lugar bueno.
Esa gratitud se desvanece en cuanto salgo al pasillo y alguien
sale de las sombras. Mi cuerpo se enfría de miedo.
Es Casey.
3

Willow está justo fuera de la sala VIP, así que su voz se


transmite a través de la rendija de la puerta. Ni siquiera tengo que
levantarme de mi asiento para escuchar.
No es que importe. Ya sé todo lo que hay que saber sobre
Willow Reeves.
—¿Qué haces aquí? —Willow parece asustada.
—¿Qué mierda quieres decir? —gruñe—. Te he llamado como
una docena de veces.
—Y te respondí el mensaje. Estoy trabajando, Casey.
Prometiste que me darías espacio.
—A la mierda con eso. Estoy harto de esta fase tuya...
—¡No es una fase!
Me impresiona que se defienda. No me pareció de ese tipo,
pero nadie realmente lucha contra mí. Nadie que viva para
contarlo, al menos.
—Escucha —interviene el maître—: Realmente no necesito
ningún problema aquí. Si no puedes dejar tu equipaje en casa,
entonces puedes entregar tu delantal ahora mismo.
—No, puedo terminar mi turno. Por favor —suplica Willow—.
No me despida.
El hombre, Casey, resopla.
—Jesucristo. Que te despidan sería lo mejor para ti ahora
mismo.
—Te refieres a lo mejor para ti —suelta.
—Si puedo interrumpir un momento... —La voz del maître
gotea ácido.
—No, no puedes —replica el imbécil intruso. Hay arrogancia
en su voz. Prepotencia.
Tal vez alguien debería librarle de eso.
Alguien como yo.
Se mueven y, a través de una rendija de la puerta, veo que el
imbécil le entrega al maître un crujiente billete de cien dólares.
—Danos un minuto —dice.
—Por supuesto, señor. —El maître se desliza de la vista.
Willow se pone rígida en el momento en que están solos.
Como si la ausencia de un tercero la hiciera sentir mucho más
vulnerable.
—Casey, por favor —dice ella—. Necesito hacer esto.
—¿Por qué? —exige—. He puesto un techo sobre tu cabeza. Te
he dado la ropa que llevas puesta. Todo lo que jodidamente
necesitas, te lo he dado.
—Y te encanta recordármelo —exclama ella—. Bueno, se acabó
lo de ser la esposa felpudo. ¡Quiero mi propia vida!
Así que este es el marido. Interesante.
El púrpura de la ira en su rostro indica que hace tiempo que no
usa sus palabras. En su lugar, con un movimiento practicado,
agarra las muñecas de Willow y la sacude como a un muñeco de
trapo.
—¿Por qué? —gruñe—. ¿Para que me dejes?
—Me gustaría tener la opción —escupe de inmediato.
Hay fuego en su tono y en su cara. Hace que me pregunte
cómo una mujer como ella se convenció a sí misma que debía vivir
con este repulsivo hijo de puta.
Ella se merece algo mejor.
Ella me merece.
—No importa el puto dinero que tengas, zorrita —le gruñe en
la cara—. Nunca me vas a dejar. Estoy harto de esta mierda de
Miss Independiente. Cuando llegue a casa, espero que estés ahí
para recibirme.
—¿Debería saludarte de la misma manera que tú me saludaste
a mí? —pregunta ella—. ¿Follando con otra persona en nuestra
cama?
Eso hace el resto. Se echa hacia atrás y la abofetea.
Es hora que intervenga.
Abro la puerta de la sala VIP de una patada. Se golpea contra
la pared enviando ondas vibratorias resonando a nuestro
alrededor.
El hijo de puta del marido se vuelve hacia mí con los ojos muy
abiertos. Willow también me mira fijamente, con aspecto
completamente mortificado.
—Lo siento mucho, Sr. Solovev —tartamudea, buscando el
tono de voz adecuado—. No queríamos molestarlo.
—No lo hiciste. —Vuelvo la mirada hacia el gilipollas—. Él lo
hizo.
El marido de Willow parpadea con una confusión estupefacta.
No está acostumbrado a que le hablen despectivamente. Está
claro, desde la gomina grasienta de su cabello peinado hacia atrás
hasta la parte superior desabrochada de su costosa camisa: cree
que maneja una mierda.
Y diablos, tal vez en su mundo, lo hace. Tal vez tiene
secretarias que le adulan y rivales que echan humo cada vez que
gana un negocio delante de sus narices.
Pero lo que no sabe es que ya no está en su mundo.
Está en el mío.
Y aquí, no es más que una cucaracha bajo mi talón.
—¿Quién coño eres tú?
—¡Casey! —exclama Willow. Sus mejillas están ruborizadas de
vergüenza—. Lo siento, Sr. Solovev. Llevaremos esta conversación
a otro lugar.
Mi polla se endurece cada vez que dice mi nombre. Podría
acostumbrarme a eso. Me acostumbraré a eso.
—No lo creo —le digo—. Creo que vuestra conversación ha
terminado.
El cabrón estrecha los ojos hacia mí y se hincha hasta alcanzar
su máxima altura. Es razonablemente alto, por lo menos un metro
ochenta. Pero sigue estirando el cuello hacia arriba para encontrar
mi mirada.
—¿Acabado? —repite, tratando de sonar intimidante—. Ella es
mi maldita esposa, y tú eres... ni siquiera sé quién demonios eres.
Yo decidiré cuando nuestra conversación haya terminado.
Doy un paso adelante. Casey retrocede inmediatamente,
instintivamente. Su cuerpo sabe lo que su cerebro es demasiado
lento para comprender todavía: esta no es una pelea que pueda
ganar.
—Me importa una mierda quién es ella para ti, mudak1 —
respiro—. Espero que mi camarera vuelva a esa sala en dos
minutos.
—No va jodidamente a suceder, hombre.
Me muevo tan rápido que no puede hacer nada para
detenerme. Lo agarro de la parte delantera de la camisa y lo tiro
contra la pared.
—¡Suéltame! —grita—. ¿Estás jodidamente loco? Mis abogados
van a...
—No va a ir a ninguna parte contigo esta noche.
—¡Hijo de puta, soy su marido!
—Eso es lo que sigues diciendo —digo con voz aburrida—.
Pregúntame si me importa una mierda. Ahora, creo que es hora
que te vayas.
Sigue ahogándose y haciendo aspavientos en mi agarre.
—No me iré sin Willow.
Le doy un fuerte tirón y la parte posterior de su cabeza choca
contra la fría pared. Grita de dolor.
—Te voy a dar una advertencia más —gruño en su cara—.
Después de eso, he terminado de ser amable.

1 Mudak o мудак: insulto en ruso, gilipollas, estúpido,


Puedo sentir los ojos de Willow sobre mí, observando cada
uno de mis movimientos, absorbiéndome. No parece molesta.
Como si la violencia de los hombres no fuera nada nuevo para
ella.
—¿Quién demonios eres tú? —ruge el cabrón.
Ah, ahí vamos. Finalmente está comenzando a comprender
que tal vez no debería estar jugando con un tipo como yo.
Mi respuesta es sencilla.
—El tipo de hombre que se sale con la suya en todo momento.
Lo suelto un segundo después y doy un paso atrás. La
expresión de Casey es conflictiva. Está claro que intenta decidir si
vale la pena luchar en esta batalla.
Si es inteligente, correrá hacia las malditas colinas. Sin
embargo, algo me dice que no es tan inteligente.
Sus ojos se dirigen a Willow. Pero cuando sus hombros se
encogen, sé que he ganado.
—Deberías irte ahora —digo.
En ese momento, la puerta del personal se abre de nuevo y el
maître con cara de pocos amigos vuelve a salir. Me echa una
mirada y se pone un poco más erguido.
—Sr. Solovev, espero que esta pequeña refriega no los haya
molestado a usted y a sus amigos. Tenga la seguridad que me
estoy ocupando de ello. La joven será removida y...
—Espero que sea mi camarera durante el resto de la noche —
interrumpo—. Solo ella. ¿Entendido?
Palidece y traga más allá del nudo en la garganta.
—Oh, por supuesto, señor. Por supuesto.
Me vuelvo hacia Casey, que por alguna razón olvidada por
Dios sigue de pie en la boca del pasillo.
—¿No deberías estar en camino?
No espero a que se vaya. Abro la puerta a Willow. Tras dudar
un instante, se desliza en la sala VIP con una única y tímida
mirada hacia atrás. Me complace enormemente cerrar la puerta
tras nosotros.
Me dirijo de nuevo al sofá y bebo un sorbo de mi vodka.
—Ahora —digo fríamente—, ¿dónde estábamos?
Sus mejillas se encienden con incertidumbre. Antes, solo era
un cliente rico. Ahora, me he transformado a sus ojos. Me he
convertido en algo más arriesgado, más peligroso.
Todavía no está cerca de entender el verdadero alcance de las
cosas.
Avanza unos pasos, pero no hace ningún movimiento para
sentarse.
—¿Quién eres? —susurra con una voz tímida que envía rayos
directamente a mi polla.
—Leo Solovev.
—Leo Solovev —murmura—. ¿Debería reconocer su nombre?
—No veo por qué lo harías.
—No es un príncipe de un país extranjero o algo así, ¿verdad?
Resoplo.
—Soy lo más alejado que existe a un príncipe. Aunque me
halaga que pienses así.
Se sonroja un poco. Mira al techo, a las paredes, al suelo entre
sus pies. Como si se preguntara cómo demonios ha acabado aquí
conmigo.
Pero lo sé.
Sé exactamente cómo.
Lo he planeado.
—Willow.
Su cabeza se inclina hacia mí.
—Siéntate.
Duda un momento más. Luego, apretando la mandíbula como
si se preparara para saltar de un avión, pasa por alto los dos
sillones individuales y se sienta en el lujoso sofá blanco junto a mí.
Como antes, mantiene una distancia innecesaria entre nosotros.
—Yo… lo siento mucho —murmura, con la mirada clavada en
sus zapatillas de ballet negras—. Eso ha sido vergonzoso.
—Para él.
Me mira, con las mejillas encendidas, pero no dice nada.
—Te estás sonrojando —comento.
—Estoy avergonzada.
—¿Por qué?
—Siento que he dicho demasiado antes. Básicamente vomité
mi lacrimógena historia en su regazo. Es... humillante.
—Habiendo conocido a tu marido ahora, diría que es
comprensible. —Doy un sorbo a mi vodka—. Un tipo encantador.
Suspira y cierra los ojos.
—Realmente se cayeron bien —dice arrastrando las palabras.
Me río y cruzo el tobillo sobre la rodilla.
—¿No me comporté bien?
—Depende de su idea de modales, supongo.
—Inexistentes.
Sus ojos parpadean y me impresiona su vibrante tono azul. En
todos mis meses de planificación, no esperaba que fuera tan
llamativa.
Su cabello negro azabache parece poco natural al principio,
pero cuando lo miras más de cerca, te das cuenta de lo oscuras
que son realmente sus raíces. Medianoche en una cueva. Ónix
bañado en aceite. Es fascinante.
No hay nada falso en esta mujer.
—Quiero tener algo propio —confiesa en un suave susurro—.
No quiero tener que depender de él toda mi vida.
Niega con la cabeza. Su frustración presionando sus hombros.
—Lo sorprendí acostándose con su compañera de trabajo hace
un mes —continúa—. Esa misma noche, le preparé la cena
mientras él se sentaba y me contaba todas las maneras en que
tenía suerte de tenerlo.
—Como dije, un tipo encantador.
Una burbujeante risa escapa de sus labios, pero se corta casi
inmediatamente.
—Lo único que quería hacer esa noche era irme. Pero sabía que
no podía. Sin amigos. Sin dinero. Lo perdí todo cuando acepté
casarme con Casey. Y era tan ingenua e idealista en ese momento
que realmente pensé que era yo la quien ganaba la lotería.
Un latigazo de intensa ira se agita en mi pecho. Pero la
reprimo, por ahora.
—Tuve que dormir en esa cama la misma noche que lo pillé
engañándome —continúa—. Fue la máxima humillación. Se
podría pensar que a estas alturas ya me he acostumbrado.
—¿Cómo ha conseguido ese hijo de puta convencerte que no
eres lo suficientemente buena para él?
Ella se burla.
—¿Qué te hace pensar que lo soy?
—Mírate.
Alargo la mano y acaricio su rostro suavemente con un dedo.
Ella contiene la respiración, no se mueve. Como si un movimiento
erróneo nos hiciera caer al vacío.
—La mejor venganza es vivir mejor —le digo.
—Desafortunadamente, vivo con él.
Me inclino hacia ella.
—Pero no tienes que hacerlo.
Con el deseo recorriendo mi cuerpo, presiono mis labios contra
los suyos. Ella se queda paralizada durante un segundo, su cuerpo
se tensa. Luego se inclina hacia el beso.
Ya nada me toma por sorpresa. Nada me sorprende. Hace años
que tengo el control. Soy el dueño de mi destino. Soy el capitán de
mi alma.
He planeado este momento durante mucho tiempo.
Y sin embargo, este beso... me toma por sorpresa.
4

Mi primer pensamiento coherente es, Dios, esto se siente bien.


¿Quién sabría que es posible que un beso pueda ser tan
intenso? ¿Que pueda hacerte sentir poderosa? ¿Que pueda volver
a unir a una persona rota?
Mi segundo pensamiento es: no son los labios de mi marido los
que estoy besando. Hay un momento de culpa, seguido rápidamente
por una ola de ira.
Casey me engañó follando con una desconocida en nuestra
cama... y aquí estoy, sintiéndome culpable por un pequeño beso
inocente y sin sentido.
Excepto que la detallista que hay en mí se ve obligada a
reconocer que ningún beso es inocente.
Especialmente este.
El cosquilleo de mis labios se ha extendido a todo mi cuerpo.
Por primera vez en años, siento que mi coño vuelve a palpitar. He
pasado tanto tiempo pensando que estaba rota por dentro.
Destrozada sin remedio.
Tan solo ahora me doy cuenta que mi pérdida de deseo sexual
de los últimos años no tiene nada que ver conmigo, y todo que ver
con Casey.
La mano del hombre envuelve mi cintura. Jadeo mientras me
acerca a su regazo.
Se siente diferente, de alguna manera. Tan sólido y fuerte.
Es una observación extraña, teniendo en cuenta que Casey es
un hombre grande de por sí. Pero algunas noches, mientras sufro
bajo las embestidas y gruñidos sudorosos de mi marido, tengo la
sensación que es insustancial. Como arena en mis manos. Intento
aferrarme y él parece desvanecerse.
¿Pero este hombre? Se siente vivo.
Lo respiro. Bajo el vodka, huelo a roble, a menta, a cuero. Si la
confianza tuviera un olor, sería este.
Cuando noto su erección entre mis muslos, me alejo con otro
pequeño jadeo. Mis ojos encuentran los suyos. En un súbito
momento de lucidez, me doy cuenta de la posición en la que me
encuentro.
Estoy a horcajadas sobre un desconocido. Mis brazos se
aferran a sus hombros para apoyarse. Sus manos me sostienen por
la cintura como si pudiera partirme por la mitad si quisiera.
—Yo... ¿cómo has dicho que te llamas? —tartamudeo.
Sinceramente, no lo recuerdo.
—Leo.
—Leo —repito—. Dios, ¿qué estoy haciendo?
—Dejándote ir.
La punta de su dedo serpentea bajo el dobladillo desabrochado
mi uniforme. Siseo ante el contacto piel con piel y retrocedo.
—No, no... No podemos...
—¿Por qué no?
No parece en absoluto desanimado por mi vacilación. De
hecho, parece un poco intrigado por ella. El tipo de hombre al que
le gustan los retos.
—Porque... porque estoy casada, para empezar. El hecho que
él me haya engañado no significa que yo tenga derecho a hacerlo.
—¿No lo es?
Su dedo acaricia la piel desnuda de mi cadera y mis ojos
revolotean de deseo. Leo no lo está poniendo nada fácil.
—Sigue siendo mi marido.
—No pierdas tu tiempo siendo fiel a gente que no lo merece.
¿Quieres algo, Willow? Joder, tómalo.
—¿Qué sabes tú de lo que quiero?
—Sé que me deseas.
Vuelvo a fruncir el ceño, más profundamente.
—Eso no lo sabes. No me conoces en absoluto.
Sus ojos brillan.
—Sé todo lo que hay que saber sobre ti, Willow Powers.
Hago una doble lectura. Hay una sensación de un misterio
turbulento bajo esas palabras. Me asusta de una manera
estimulante. Como nadar en las profundidades del océano y
temblar cuando te das cuenta del tipo de monstruos que acechan
bajo tus pies.
—¿Q…qué quieres decir?
Ignora la pregunta.
—Dime lo que quieres, Willow.
Durante un buen rato, me quedo mirándolo.
Pero una vez que las palabras se asientan, también lo hace el
poder.
Es la primera vez en mucho tiempo que me siento poderosa.
Así que hago lo que Leo me dijo que hiciera: Tomo lo que quiero.
Me inclino y lo beso. Es caliente y posesivo. Siento fundirme
con él. Como si me abandonara a mí misma y dejara que Leo
Solovev me consumiera completamente.
Levanto mis piernas para que pueda deslizar mis bragas de
debajo de la falda. Sus dedos bailan sobre mi muslo y lo separan.
Me roza el clítoris con un ligero toque.
—Eso es, buena chica —murmura Leo. Ardo de vergüenza por
lo excitada que me ponen esas cuatro palabritas.
Casey suele preferir llamarme "puta" o "zorra" cuando tenemos
sexo. Probablemente me ofendería más si tuviera que soportar
más de dos o tres minutos seguidos. Pero él es un tipo de tres-
bombeos-y-listo si alguna vez hubo algo, así que solo duele un
poco.
El sexo con Casey, o sea, la vida con Casey, gira en torno a él.
Su codicia. Su egoísmo. Su incapacidad para verme como algo
más que un medio para su placer.
Pero la forma en que Leo me está tocando ahora mismo es el
puto polo opuesto.
Toca mi centro y mira fijamente en lo más profundo de mi
alma. Cuando murmura:
—¿Quieres correrte para mí? —Sé que eso es exactamente lo
que quiere que haga.
Y lo que es más importante, es lo que quiero hacer por él.
Así que lo hago. Me corro, duro y sin arrepentimiento.
Y cuando se abre la cremallera y asoma su polla, me pongo a
horcajadas, me hundo sobre él y empiezo a cabalgar. Igual de
duro. Igual de inocente.
Leo es mucho más grande que Casey, más grueso y más largo.
Pero no es solo su tamaño. Es la forma en que lo usa.
Controla desde abajo. No hay duda que es él quien manda. Me
folla, me inmoviliza y no me deja más remedio que aferrarme a
sus hombros y gemir con cada embiste salvaje.
Después de cincuenta, cien o un millón de embestidas, pierdo
la capacidad de contar muy pronto, me tumba de espaldas en el
lujoso sofá. Estoy sudando cuando extiende su cuerpo sobre el
mío.
La primera embestida enciende mi clítoris. Me lame, muerde y
besa desde el cuello hasta la clavícula. Lo único que puedo hacer
es enganchar los talones a su espalda y empujarlo más y más
profundo en mí interior.
Me abre la blusa con una mano antes de enterrar su rostro
entre mis pechos. Cuando muerde mi pezón entre los dientes,
grito.
Leo se ríe.
—Pequeña kukolka2 sensible, ¿verdad?

2 Куколка o kukolka: crisálida en ruso.


Si pudiera hablar, le diría que nunca había sido así. Pero como
no puedo hablar, solo gimo y me abro más para él.
Se levanta, me aprieta las caderas y empieza a tirar de mí hacia
él. Está tan profundo como es posible, y la ligera presión de su
pulgar sobre mi clítoris es lo último que necesito antes de estallar
de nuevo.
Mis ojos se ponen en blanco y todo mi cuerpo se deshace en
escalofríos y piel de gallina.
Clavo las uñas en la parte posterior de sus muslos mientras me
lleva al orgasmo. Da unas cuantas brutales embestidas más, y
entonces siento cómo se extiende un nuevo calor dentro de mí,
pegajoso y familiar.
Después de vaciarse en mí, suspira. Me pasa su lengua por mis
pezones y se apoya en el sofá.
Inmediatamente, está tranquilo y calmado, como si nada
hubiera sucedido. A mí me cuesta un poco más orientarme.
Cuando finalmente consigo incorporarme junto a él, mi corazón
sigue acelerado. Mi respiración agitada.
Al bajar de la euforia, la conmoción de lo que acabo de hacer se
apodera de mí.
Me he follado a otro hombre.
No solo otro hombre, sino un completo y total desconocido.
¿En qué estaba pensando?
¡Podría estar enfermo! Podría estar loco. Podría estar casado o
ser buscado por la policía. Es casi seguro que es muy, muy
peligroso. Una mirada a sus ojos acerados es suficiente para
confirmarlo.
Me va a dar un ataque de pánico si sigo pensando en ello. Así
que mientras me coloco la ropa en su sitio, intento respirar. Evitar
el ataque de pánico.
Todo el tiempo, Leo está reclinado en el sofá, observándome.
—Yo... debería irme —le digo—. Lo siento...
—¿Por qué te disculpas?
Miro hacia él, con las mejillas encendidas.
—No deberíamos haber hecho eso.
—¿Tú querías?
Me vuelvo hacia él, sorprendida por su tranquila franqueza.
—No lo sé.
—Esa no es una respuesta.
—Yo... sí —admito—. Lo hice.
Asiente con la cabeza.
—Bien. Nunca te disculpes por lo que quieres. No lo hago.
—Eres un hombre —digo automáticamente—. Los hombres se
pueden librar de cosas que las mujeres no pueden.
—Eso suena a excusa.
—Es así como funciona el mundo.
Sacude la cabeza.
—El mundo funciona como tú lo hagas funcionar, Willow. O lo
entiendes y lo moldeas como quieras... o sigues siendo ignorante y
dejas que otros decidan las reglas. La elección es siempre tuya.
—¿Has leído eso en una galleta de la fortuna? —exclamo con
amargura. En cuanto las palabras salen de mi boca, me siento
culpable. No era mi intención quedar como una zorra.
Estoy a punto de disculparme, cuando recuerdo lo que acaba
de decir: Nunca te disculpes.
De todos modos, no importa. Después de esta noche, no voy a
volver a verlo. Me sorprende que esa constatación venga
acompañada de un toque de decepción.
Una vez vestida y con un aspecto medianamente presentable,
me fijo en el cubo de hielo de la mesa. Está medio derretido.
—Yo... ni siquiera he tomado tu pedido —digo torpemente.
Sonríe y se pone de pie. Es alto, jodidamente alto. No me di
cuenta de eso mientras estábamos... ocupados.
—No es necesario —me dice—. Ya obtuve lo que quería de
esta noche.
—Oh. Sí.
No es que entienda en absoluto lo que quiere decir con eso. De
nuevo, me siento como si estuviera flotando en las profundidades
del océano. No hay tierra a la vista y algo enorme me roza el pie.
Me estremezco.
Se me ocurre algo más.
—¿Leo?
—¿Si?
—Gracias. Por... por lo que hiciste. Con Casey.
Asiente solemnemente con la cabeza.
—No me des las gracias todavía.
Luego se va. Cuando sale de la habitación, no mira atrás.

Paso como una sonámbula el resto de mi turno. Cuando


finalmente entrego mi uniforme, es con un alivio insuperable. Solo
unos pocos obstáculos más me separan de la dichosa
inconsciencia.
El primero de esos obstáculos es roncar como una tormenta en
el sofá del salón cuando llego a casa. Paso furtivamente a Casey y
entro en el baño principal.
Me salpico un poco de agua fría en la cara y miro mi reflejo en
el espejo. ¿Puedes ver lo que ha sucedido en mi cara? ¿Hay
señales físicas de infidelidad grabadas en mi piel?
Es extraño porque parezco la misma, pero por dentro me
siento tremendamente diferente. Como si este fuera el primer
momento del resto de mi vida. Seguramente debo lucir diferente
de alguna manera, aunque sea para conmemorar eso. Para marcar
la transición.
Pero no veo nada. ¿Por qué me siento decepcionada?
—¡Willow!
—¡Jesús! —Me doy la vuelta cuando la puerta del baño se abre
de golpe.
Casey está de pie en el umbral, mirándome con el ceño
fruncido como una bestia sacada de una película de terror. Tiene
los labios contraídos sobre los dientes y los ojos inyectados en
sangre. Puedo oler el alcohol que desprende su ropa. La mancha
de whisky en su camisa lo confirma.
Entra en el cuarto de baño, arrinconándome.
—Es jodidamente tarde.
—Te dije que estaba…
Golpea su mano contra la pared justo al lado de mi cabeza. Me
encojo y me muerdo la mejilla para no gritar.
He escuchado historias sobre mujeres maltratadas y, por
supuesto, me he compadecido. ¿Cómo podría no hacerlo? Pero
siempre desde la perspectiva ajena. Porque nunca podría imaginar
cómo una mujer se quedaría con un hombre que la tratara así.
Hasta ahora.
De pie, con la espalda presionada contra la pared de azulejos y
sin salida, me doy cuenta de algo; sucede tan lentamente que
apenas reconoces las señales de alarma. Como el agua en una olla
calentándose cada vez más hasta que, de repente, empieza a
hervir.
Pones excusas y justificaciones. Pretendes que eres diferente a
todas las mujeres que han sido destrozadas y utilizadas por
hombres malos.
Entonces algo sucede. Una bofetada en la cara, el cierre
amenazante de un puño. Y, de repente, comprendes la verdad:
están abusando de mí.
Si otra mujer me hubiera dicho que le pasó esto, mi consejo
habría sido inmediato: huye. Pero cuando llegó mi turno en la
trinchera, mi objetividad voló por la ventana.
Junto con mi sentido común.
Junto con mi valentía.
Junto con todos esos pedazos de mi corazón que rompí y
regalé para conseguir encajar en la persona que él quería que
fuera.
—Casey —le ruego—. Por favor...
Me encierra entre sus brazos. Sus ojos son oscuros por la ira de
la borrachera, pero también veo desesperación. Aquí está pasando
algo más.
—¿Te lo has follado? —grita.
Intento que no se note el terror.
—¿De qué estás hablando?
—Ese gran hijo de puta del traje. ¿Has. Follado. Con. Él?
—No.
Me mira fijamente. Por un momento horrible, estoy segura que
puede ver la mentira en mis ojos.
Entonces, de la nada, empieza a llorar. Grandes y feos sollozos
salen de su pecho y se derrumba sobre mí. Me arrastra hasta el
frío suelo del baño mientras Casey se aferra a mí como un enorme
bebé.
—No puedes dejarme, Willow, simplemente no puedes. Te
amo... Prometiste perdonarme...
Miro fijamente al hombre gigante que llora en mi regazo, y
siento...
Nada.
—Casey... —No me atrevo a abrazarlo como él quiere. Mis
manos cuelgan sin fuerza por debajo de sus codos.
—Estoy en problemas, nena. Por eso te necesitaba esta noche.
Estoy en un puto problema.
—¿Qué quieres decir?
—Me han acusado de m-m-malversación de fondos —se
atraganta. Los mocos gotean de su nariz a mi camisa—. La
empresa me ha demandado. Si me declaran culpable, podría ir a la
cárcel durante mucho tiempo.
Me siento extrañamente indiferente a su confesión. Bien podría
ser un documental de crímenes reales en la televisión. Me
pregunto si seguiré sintiéndome así mañana.
—Te necesito, cariño. Necesito tu apoyo —gime—. Estarás ahí
para mí, ¿verdad? ¿No me dejarás?
—Yo... No —digo con voz robótica—. No, no te dejaré.
—Gracias —dice entre dientes—. Gracias, Dios mío. Gracias a
ti.
Pero todo lo que puedo pensar es, no me des lo agradezcas
todavía.
5

DOS DÍAS DESPUÉS

—Estamos listos para expandirnos —le digo a Jax, mirando la


hoja de cálculo punteada entre nosotros—. Hace tiempo que
deberíamos haberlo hecho.
—Estoy de acuerdo —dice—. Pero esta mierda es arriesgada,
Leo. Ya no podremos volar bajo el radar. Los Mikhailov serán un
problema.
—Puedo con los putos Mikhailov—gruño.
Jax me mira con una expresión cautelosa.
—Hemos sido cuidadosos hasta ahora. ¿Por qué avivar el
fuego? No necesitamos una disputa, aunque estés seguro que
ganaríamos.
—Esta es mi jodida ciudad —le digo a mi teniente—. He
terminado de esconderme en las sombras.
Suspira. Sabe que no debe discutir conmigo.
—¿Están todas las piezas en juego?
—Por supuesto.
Jax mira hacia los papeles que cubren mi escritorio.
—Esto sería más fácil si nos dijeras lo que estás tramando, ya
sabes.
Sonrío.
—Paciencia, Jax. Lo sabrás con el tiempo.
—¿Cuándo?
—Cuando haya ganado.
Mueve la cabeza con irritación.
—Al menos háblame de la chica.
Pienso en mi noche con Willow. Han pasado dos días y
todavía está en el centro de mi mente.
—Ella es... no lo que yo esperaba.
—El eufemismo del año. —Se ríe Jax.
Levanto las cejas.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que es un jodido bombón. Las fotos que tenemos
de ella ciertamente no le hacen justicia.
Mis ojos se dirigen automáticamente a la carpeta marrón que
está en la parte superior de mi pila. El nombre de Willow está
impreso en el frente. He hojeado esa carpeta innumerables veces
en los últimos meses. Conozco cada palabra que contiene. Cada
ángulo de cada fotografía.
Y Jax tiene razón, verla en persona fue una experiencia
totalmente diferente.
—¿Dónde está su sombra?
—En camino —dice Jax—. Aparentemente, no hay mucho que
informar.
—¿Todavía está trabajando en la agencia temporal?
—Así parece.
—¿Y el gilipollas del marido?
—Jodido. Nuestro hombre en la oficina del fiscal acaba de
decir que están iniciando una investigación criminal que lo
involucra.
Pongo los ojos en blanco.
—Jodidamente típico. La verdad es que me decepciona el
cliché que es. ¿De qué se le acusa? Espera, déjame adivinar...
¿malversación?
—Ding ding. Buena suposición.
—Bastardo predecible.
—Hablando de bastardos predecibles —dice Jax—, ¿alguna
vez me vas a decir por qué la chica es tan importante?
—Cuidado, priyatel' —digo riendo. Jax es un amigo, pero
algunas líneas no se pueden cruzar.
—¿Así que eso es un no, o...?
Sé que le molesta que lo mantengan al margen, pero no es algo
personal. Solo sé lo fácil que es que los planes se desmoronen. La
información es poder. También es un lastre.
—Es suficiente para ti saber que ella es importante.
Aprieta los dientes.
—Bien. El secreto continúa. ¿Y estás seguro que esto no te
distraerá?
Entrecierro los ojos.
—¿Qué coño se supone que significa eso?
—Bueno, a menos que follársela fuera parte del plan maestro...
—¿Estuviste escuchando en la puerta?
—No, no estaba tratando de hacerlo. —Me da un encogimiento
de hombros sin disculparse.
—No, no era exactamente parte del plan —admito entre
dientes apretados—. Pero algunas cosas simplemente suceden.
—¿Y no comprometerá nada para nosotros en el futuro?
—Absolutamente no. De hecho, creo que podría ayudar.
Jax parece inseguro, pero me respeta de todos modos. Vuelvo
a centrar mi atención en el mapa que tengo sobre mi mesa.
Los puntos calientes de los Mikhailov se han marcado en azul,
mientras que los intereses de los Solovev están marcados en rojo.
A primera vista, alguien que no sepa nada de esta guerra pensaría
que los Mikhailov están arrasando con mi Bratva.
Pero no saben lo que he estado haciendo durante años. Desde
el ataque, he estado acumulando activos en costas extranjeras.
Cuentas bancarias ocultas, escondites secretos, ejércitos de
hombres listos para llevar la maldita lucha a las puertas de los
Mikhailov tan pronto como dé la orden.
Una oleada roja se acerca.
No sabrán qué les golpeó.
—Spartak está en Rusia en este momento —me informa Jax—.
¿Crees que deberíamos aprovechar su ausencia?
—¿Cuánto tiempo estará fuera?
—Una semana.
Sacudo la cabeza.
—No es tiempo suficiente para planear un ataque
contundente. Tenemos que asegurarnos que, después de
golpearlo, no pueda volver a levantarse.
—En ese caso, el viejo está aquí —señala Jax—. Eliminar a
Semyon supondría la mitad de nuestro problema.
—Semyon Mikhailov no es la mitad de nuestro problema. No
es ni siquiera una cuarta parte de nuestro problema —explico—.
Ahora es un perro viejo y enfermo. Es Spartak Belov el que
manda.
—Eso es solo un rumor…
—Es la puta verdad —insisto.
—¿Cómo lo sabes?
—Llámalo intuición —respondo—. La cuestión es que matar al
viejo no resuelve nada. Belov es el verdadero líder de la Bratva
Mikhailov. Semyon es solo el testaferro. Hoy en día,
probablemente tenga que pedir permiso a Spartak para limpiarse
el culo.
—Gracias por la imagen. —Jax se estremece de asco—. ¿Y la
hija? Anya Mikhailov no es una tímida alhelí. No hemos hecho
ningún plan para ella.
—Ni lo haremos —digo yo—. Ella debe quedarse al margen.
—¿Por qué?
—Porque no es una jugadora importante.
—¿Me estás tomando el pelo? —Jax se resiste—. Es la única
hija viva de Semyon.
—Los dos no han estado en buenos términos en años.
—¿Qué tiene que ver eso? —protesta—. Tiene sangre
Mikhailov en sus venas, ¿no es así? Y si los rumores son ciertos, ha
matado todos los maridos que ha tenido. Eso no me parece
insignificante, Leo.
—Rumores es la palabra clave.
—Leo…
—¿Estás casado con ella?
Pone los ojos en blanco.
—Vamos...
—No lo creo. Así que no veo por qué estás preocupado.
Jax abre el archivo de Mikhailov y revisa las fotos. Saca una
imagen de Anya Mikhailov tomada hace dos años.
Lleva lentes de sol oscuras para que no se le vean los ojos, pero
hay algo en la mujer que me eriza la piel. Algo afilado y mortal.
—Vamos, Leo —dice Jax de nuevo—. Rumores, mi culo.
Definitivamente lo hizo, joder. Solo mírala.
Miro su imagen con una nueva objetividad. Tengo esa foto
archivada desde hace dos largos años, pero hacía tiempo que no la
miraba realmente de cerca.
Anya Mikhailov.
Todo el mundo esperaba grandes cosas de ella. Tiene la
crueldad y la supremacía de su padre. La rara princesa de la mafia
que realmente merece el título. Merecedora del trono, tal vez.
—Parece permanentemente cabreada —observa Jax—. Para ser
honesto, es un poco caliente.
Pongo los ojos en blanco.
—Tal vez deberías preocuparte por esta viuda negra de mujer
después de todo.
—Tengo algo con las princesas de la mafia. Demándame.
—Lástima que ninguna de ellas te dé la hora. —Me río.
Jax resopla.
—Lo harán cuando vean mi polla.
Anya no sería la primera en ser víctima de mi teniente en ese
sentido. Jax es como el crack para las mujeres que ansían el
peligro.
Es una bestia de hombre, y fue criado desde las profundidades
del inframundo. Su madre era una prostituta y su padre un
estafador que ganaba dinero estafando a los ricos y poderosos.
Como cualquier estafador, sus días estaban contados desde el
principio. Cuando Jax tenía doce años, encontró dos balas en la
nuca de su padre. Se fue de casa y nunca miró atrás.
Teniendo en cuenta ese sórdido comienzo, a veces me
sorprende que Jax sea el que tiene un interminable sentido del
humor. En comparación, mi otro teniente Gaiman tuvo una
infancia idílica. Sin embargo, es el hijo de puta más gruñón del
mundo.
—Sí, seguro que la admirarán —digo con una sonrisa de
satisfacción—. Justo antes que te la corten.
—Cuando la vean, no tendrán más remedio que inclinarse.
Me río en su cara.
—¿Es ese tu plan para Anya Mikhailov? ¿Mover tu polla en su
cara hasta que se desmaye?
—Dices eso como si no fuera a funcionar.
Sacudo la cabeza con consternación.
—Subestimas a las mujeres de Bratva.
—Vosotros, los rusos necesitan relajarse —dice—. Y yo soy el
hombre adecuado para el trabajo.
—¿El hombre para qué trabajo, exactamente? —Gaiman se
inmiscuye, entrando en mi despacho.
—Jax cree que puede jodidamente hacer sonreír a un par de
princesas de la mafia rusa.
—Una princesa de la mafia en particular —aclara Jax.
—Oh —dice Gaiman, poniendo los ojos en blanco—. Anya. Me
había olvidado de tu fijación.
Resoplo.
—¿Esto es realmente una cosa?
Gaiman asiente con irritación.
—Desgraciadamente. Este idiota cree que la perra Mikhailov
puede ser domada.
—Me gustan los desafíos —insiste Jax.
—Ella no es de nuestra incumbencia, Jax. —Me aseguro que mi
tono transmita una orden debajo de la conversación
desenfadada—. Ella no es un problema en este momento. No la
convirtamos en uno.
—No me estropees la diversión. ¿Por qué incluirla en el
archivo si está fuera de los límites?
—Porque sigue siendo parte del legado de su padre, por
pequeño que sea.
Gaiman sacude la cabeza, con una sonrisa irónica en su rostro.
—Parece que su papel es inexistente. Aparentemente no quiere
tener nada que ver con el legado de su padre.
—¿Puedes culparla? —pregunta Jax—. El viejo cabrón eligió a
uno de sus perdedores Vors como sucesor. Pasó por encima de
ella. Yo estaría cabreado.
—Por el amor de Dios, sobrat —digo, lanzándole una sonrisa
divertida—. ¿También tienes memorizados su grupo sanguíneo y
su número de Seguridad Social? Estás muy preocupado por la
mujer.
—Sí —replica él—. Casi tan preocupado como tú por la tipa de
cabello negro de la otra noche.
Gaiman parece alarmado.
—¿Te ha dicho por qué es importante?
—No. —Jax no intenta ocultar su fastidio—. Aparentemente,
nuestra acreditación de seguridad no llega hasta ahí.
La expresión agria de Gaiman se vuelve un poco más agria.
—Se supone que somos tu mano derecha, Leo.
—No seas tan malditamente inseguro. No es tu trabajo saber
todo. Tu único trabajo es hacer lo que te mando.
Jax suspira.
—Sí, Su Alteza.
—Su Majestad —interviene Gaiman con una reverencia al
mismo tiempo.
Me río y el ambiente se aligera de nuevo.
—Que los jodan a los dos.
Todavía estamos riendo cuando el teléfono de Gaiman suena.
Le echa un vistazo superficial, pero en cuanto lee el mensaje de
texto, desaparece la sonrisa de su rostro.
—¿Qué sucede? —pregunto. La estancia está en silencio,
llenándose de tensión.
—Agente 23 —dice Gaiman.
Me pongo rígido de inmediato.
—Léelo en voz alta.
—“La cuenta ha sido descubierta. Es solo cuestión de tiempo.
Asegura la clave antes que lo haga”. —El ceño de Gaiman se frunce
mientras levanta sus ojos hacia los míos—. ¿Qué clave? ¿Qué
cuenta? ¿Qué diablos significa todo esto?
Aprieto el puño.
—Significa que no hay espacio para la delicadeza. Tengo que
acelerar mi plan.
—El plan del que no tenemos idea.
Asiento con la cabeza.
—Es mejor así, amigo mío.
—¿Significa que vas a manejar esto por tu cuenta? —pregunta
Gaiman—. ¿Esto tiene que ver con la chica, entonces?
Asiento con la cabeza.
—Ha llegado el momento de mostrarle hasta dónde llega este
agujero de conejo.
6

—Tengo buenas noticias para ti —dice Marjorie, sentándose en


su silla giratoria frente a mí.
Tiene una gran carpeta roja en las manos y, por una vez, una
sonrisa en la cara. Marjorie lleva casi tres meses ofreciéndome
trabajos temporales, y es la primera vez que parece emocionada
por la perspectiva. Por lo general, es más bien una mueca cuando
me desliza el expediente.
—¿Esta vez la paga es decente? —pregunto esperanzado.
—Mejor que decente. —Se echa el cabello por encima de un
hombro y abre el expediente—. De hecho, esto no es un trabajo
temporal en absoluto.
Mi corazón da un vuelco.
—¿No lo es?
—Es una entrevista de trabajo. Y si va bien, podrías tener un
trabajo permanente a tiempo completo.
Mis ánimos se disparan, pero trato de calmarlos
inmediatamente. No cuentes tus pollos antes que nazcan y todo
eso.
—¿Cuál es el trabajo?
—Es para el puesto de... —Se interrumpe mientras mira el
papel en su carpeta roja—. Huh. Extraño.
Mi ánimo vuelve a caer en picado. Esto no ha durado mucho.
Ya tengo náuseas por esta montaña rusa emocional.
—¿Marjorie? —pregunto—. ¿Cuál es el trabajo?
—Hmm —murmura sin apartar la vista del expediente.
—No es prostitución, ¿verdad? —bromeo con desgana—. ¿No
me estás prostituyendo?
Levanta la vista solo el tiempo suficiente para lanzarme una
mirada molesta, y luego vuelve a hojear los papeles. Me muerdo
la lengua y trato de ser paciente.
—Hm. Sí. De acuerdo entonces —dice, levantando la vista de
su expediente—. Parece que el puesto se tratará a la llegada.
—¿Quieres decir que no tengo idea de lo que estoy
solicitando?
—Es seguro asumir que el trabajo es una tarea de limpieza
interna.
Frunzo el ceño.
—¿Pero solo estás suponiendo?
—Bueno, es un puesto en la residencia Henley Estate. En South
Gate.
—South Gate —repito—. ¿Rich People Central?
—Ese es el lugar —dice—. Envío gente allí todo el tiempo. Las
casas son enormes y emplean a todo el personal. Criadas,
jardineros, todo.
—Jesús —Respiro—. Más dinero con el que no saben qué
hacer.
Se ríe.
—Si consigues este trabajo, te haces de oro. Lo mejor es que el
contratante no busca a alguien con credenciales específicas. Así
que lo más probable es que no le importe que no tengas estudios o
experiencia.
Se me revuelven las tripas ante sus últimas palabras. Sé que no
ha querido decir nada. Nada malicioso, al menos. Y dice más
sobre mí que sobre ella que, exponer los hechos de mi vida me
haga sentir tan mal.
Pero horrible es exactamente lo que siento.
—¿Cuándo es la entrevista? —pregunto.
—Dentro de una hora.
—¿Hoy? —Jadeo—. Estás bromeando.
—No lo hago. De hecho, será mejor que te pongas en marcha.
—South Gate está al otro lado de la ciudad —protesto—. Yo...
voy a necesitar un taxi si quiero llegar a tiempo.
Marjorie me hace señas hacia la puerta.
—Entonces, ¿a qué esperas?
Rebusco en mi bolso e intento averiguar cuánto dinero llevo
encima.
—Mierda. Mierda.
—Willow, deja de entrar en pánico y muévete —dice
Marjorie—. ¿Quieres este trabajo? Ve a buscarlo.
Estoy de pie cuando algo más me golpea.
—Espera... ¿dijiste que era un trabajo con interinidad?
—Pensé que te gustaría esa parte.
Respiro profundamente.
—Realmente necesito conseguir este trabajo.
Ella asiente.
—Buena suerte, querida. Encanta a ese rico viejo bastardo.
La saludo con aplomo y salgo de la agencia con renovada
determinación. Es la primera gran oportunidad que tengo desde
que empecé a buscar trabajo.
Necesito que esto funcione.
Llamo a un taxi al final de la calle y le doy la dirección al
taxista.
—¿South Gate a esta hora? —Silba—. Va a ser una tarifa muy
alta.
—¿Cuánto dirías aproximadamente?
—Treinta, cuarenta dólares por lo menos.
Tragando saliva, compruebo mi bolso. Solo tengo un billete de
cincuenta. Pero decido no avisar al taxista. Si el taxímetro se pasa,
ya me encargaré yo.
—Bien, vamos —le digo—. Tengo prisa.

Apenas una hora más tarde, soy cuarenta y seis dólares más
pobre y estoy ante las puertas de la residencia Henley. Son de
bronce, adornadas y lo suficientemente grandes como para que
pase un crucero.
—Que me jodan —murmuro antes de dirigirme a la cabina de
seguridad de cristal escondida entre los setos.
Un vistazo al guardia uniformado que está dentro de la cabina
me dice que está armado como para una intensa guerra. Es
extraño. ¿En qué me he metido?
Golpeo el cristal.
—Hola, disculpe. Esta es la residencia Henley, ¿sí?
El guardia me mira a través de sus lentes de sol. Es un hombre
bajo y voluminoso, con rasgos toscamente cincelados. Parece que
su cara podría resquebrajarse si se le ocurriera sonreír.
—Sí. ¿Quién pregunta?
Su inglés está ligeramente acentuado. Me resulta familiar de
alguna manera, pero no puedo ubicarlo.
—Mi nombre es Willow Powers —digo, cayendo en mi
apellido de soltera casi instintivamente—. Tengo una cita en cinco
minutos con... el... propietario de la residencia.
Olvidé preguntarle a Marjorie el nombre del propietario. Strike
uno y aún no he cruzado las puertas.
Me mira con frialdad, ocultando todos sus pensamientos tras
esos lentes de sol oscuro. No lo veo moverse ni mover un dedo,
pero de repente oigo un zumbido y la puerta lateral se abre.
—Adelante —ordena—. Espérame al otro lado.
Hago lo que me dice. Cuando me reúno con él en el interior
del recinto, me señala un carrito de golf aparcado fuera de la vista.
Al igual que él, esta cosa está preparada para la guerra. Blindado,
totalmente ennegrecido, con varias docenas de compartimentos de
aspecto ominoso. Decido no preguntar qué contienen o por qué el
propietario considera necesario todo esto.
Tragándome los nervios, me subo al asiento del copiloto. Él se
pone al volante y aceleramos. El motor es silencioso. Debe ser
eléctrico.
Atravesamos el terreno tan rápido que el viento me hace saltar
las lágrimas. Antes de darme cuenta, estamos frente a una amplia
cascada de escalones de mármol en la parte delantera de la mayor
mansión que he visto en mi vida.
—Supongo que esta es mi parada —bromeo mientras bajo del
vehículo.
El guardia no se ríe. Se aleja acelerando y no mira ni una sola
vez hacia atrás. Buen tipo.
Solo hay tres tramos en la escalera, pero son tan grandes que
siento haber caminado tres docenas cuando asciendo a la enorme
puerta de madera. Parece sacada de un castillo medieval, toda ella
de madera antigua y desgastada, reforzada con tachuelas y
herrajes de latón.
Una enorme aldaba negra con forma de cabeza de león me
mira fijamente. Hay algo que me eriza la piel. Ignoro la aldaba y
opto por el pintoresco botón del timbre.
Cuando la puerta se abre, lo hace con una facilidad
sorprendente. Especialmente, teniendo en cuenta que la mujer que
está al otro lado es una mujer mayor y menuda con el cabello gris
rizado.
—Um, hola, soy...
—La estábamos esperando, Srta. Powers.
—Oh. Bien. Eso es, uh... bueno.
En teoría, supongo que lo es. Pero en realidad, se me ponen los
pelos de punta y se me revuelven las tripas.
Para ser justos, eso probablemente tenga al menos algo que ver
con la casa absurdamente intimidante que estoy atravesando. Mi
atención oscila de un lado a otro, tratando de captar cada detalle.
Pensaba que Casey y yo vivíamos bien, en nuestra gran casa de
dos plantas con un exceso de comodidades. Pero esto es otro nivel.
Esto es verdadero lujo.
En mi cabeza se forma una imagen del hombre al que debo
conquistar en menos de una hora. Un hombre mayor y bullicioso
con la cabeza llena de cabello teñido y docenas de anillos de oro
en los dedos, sin duda. El tipo de hombre que fuma puros y
compra arte caro porque sí.
En cuanto a lo que estoy haciendo aquí, es bastante obvio, este
lugar es enorme e impecable. Debe hacer falta un ejército para
limpiarlo tan a fondo.
Sigo a la anciana a través de un pasillo adoquinado tras otro
durante diez minutos y todavía no hemos llegado a donde sea que
vayamos. Entonces, por fin, la mujer se detiene.
Estamos frente a una puerta de hermosa madera oscura. Puedo
ver los vagos contornos de mi propio reflejo en el profundo barniz
carmesí.
—Te está esperando —me informa.
Al igual que el guardia de la puerta, desaparece sin
despedirse. En mi opinión, no les vendría mal mejorar sus
modales, si me preguntas.
Suspiro y vuelvo a concentrarme. Necesitas este trabajo, Willow.
De un tirón, empujo la puerta y entro, tratando de reducir mi
ritmo cardíaco.
La estancia es tan enorme y lujosa como el resto de la casa,
pero no tengo tiempo de quedarme embobada. Mis ojos se dirigen
inmediatamente al hombre alto y de hombros anchos que está
junto a las ventanas.
Está de espaldas a mí, pero puedo ver lo suficiente como para
saber que estaba equivocada.
Sin cabello teñido. Sin cigarro. Sin anillos de oro en los dedos.
Este no es el viejo magnate que esperaba.
—¿Disculpe? —digo, aclarándome la garganta de forma
cohibida—. Su... ama de llaves acaba de...
—Hola, Willow.
Me congelo al oír esa voz. No puede ser.
Leo Solovev lleva días invadiendo mis sueños y pensamientos.
Tal vez mis ensoñaciones están empezando a convertirse en mi
realidad. Tal vez estoy perdiendo la cabeza.
Porque no puede ser él.
Pero entonces se gira y veo lo equivocada que estoy.
—Oh, Dios mío —jadeo—. ¿Leo?
Estoy impresionada. Él, en cambio, no parece sorprendido en
absoluto.
—¿Por qué no te sientas? —sugiere—. Parece que estás a punto
de desmayarte.
Mis rodillas se estremecen un poco. Consigo avanzar a
trompicones hasta los sillones de cuero, frente a su extenso
escritorio de teca.
—Yo... me cuesta asimilar esto —suelto.
Se une a mí en el escritorio y se reclina en su asiento.
—¿Por qué?
—Bueno, esto es… esto es una especie de extraña coincidencia,
¿no?
Se encoge de hombros.
—No creo en las coincidencias.
—¿El destino, entonces?
No responde. Solo me mira con una expresión melancólica y
curiosa.
Siento que estoy alucinando. Solo han pasado un puñado de
días desde que este hombre estuvo dentro de mí. Desde la noche
que sacudió los cimientos de mi mundo.
Me hizo sentir deseada, libre. Me hizo sentir poderosa. Y luego
se fue, tan rápido como llegó...
Llevándose todo ese poder.
—No pensé que volvería a verte —murmuro.
—¿Te he decepcionado?
Hace la pregunta como si no tuviera ningún interés en mi
respuesta. Pero espera a que le responda.
Me doy cuenta de repente que me tiemblan las manos.
—Yo... no —digo torpemente mientras las aprieto—. No estoy
decepcionada.
Sonríe por primera vez. Me hace apretar mis muslos contra
una oleada de hormigueo. ¿Qué demonios me pasa?
Una noche de sexo caliente fue la venganza. Era justo, incluso
justificado. Cualquier otra cosa... y se convierte en una aventura.
Se convierte en una elección.
—He ido a la agencia de trabajo temporal esta mañana —
explico, tratando de ocultar mi rubor—. Me hablaron de un
trabajo aquí en la residencia Henley. No tenía idea que fueras el
propietario.
—¿Por qué lo harías?
—Cierto... cierto. Es que... estoy en shock, eso es todo. —
Respiro profundamente y trato de orientarme. Me siento con la
espalda recta—. Sigo con ganas de aprender sobre el trabajo.
Ser profesional es la única manera de salvar esta situación y de
ignorar el calor que florece en mi estómago.
—¿Trabajo?
Parece confundido. Pero no hay ni una pizca de confusión en
sus ojos color avellana.
Mi centro palpita cuando se levanta de repente, rodea su
escritorio y se apoya en él. Sigue estando a un brazo de distancia
de mí y, sin embargo, la tensión entre nosotros está tan al rojo
vivo como la noche en que nos conocimos. Tan caliente como
cuando se enterró dentro de mí.
—Yo… Marjorie, es decir; es mi agente temporal, me dijo que
el puesto no estaba realmente especificado, pero que podría tener
algo que ver con el mantenimiento de la casa...
Sacude la cabeza.
—Ella lo entendió mal. El puesto es... bastante singular.
—¿Oh? —Se me cae el estómago.
Las viejas inseguridades asoman la cabeza. ¿Y si no estoy
cualificada? ¿Y si no puedo hacer el trabajo? ¿Y si la única razón
por la que me contrata es porque quiere volver a acostarse
conmigo?
Esta última parte no me horroriza tanto como debería.
E irónicamente, eso es lo que más me horroriza.
—¿Qué es entonces? Si no te importa que te lo pregunte.
—Vas a ser mi esposa —dice con frialdad, sin apartar los ojos
de mi rostro.
Espero el chiste. No llega. Así que lo miro fijamente, segura de
haber escuchado mal.
Cuando Leo sigue sin explicarse, le digo:
—Lo siento. Creo que debo haberte escuchado mal.
No quita sus ojos de los míos.
—Si me escuchaste decir 'esposa', entonces no escuchaste nada
mal.
Hay algo extraño que sube por mi garganta. Sabe a bilis y a
pánico.
—¿Es esto una especie de broma pesada? ¿Hay cámaras
ocultas o algo así?
—Nada de esto es una broma, Willow.
Busco en su rostro señales que pueda estar bromeando, pero
no hay ninguna. Oh, Dios. Oh, Dios. Oh Dios...
Lo dice en serio.
Esto es serio.
Me pongo de pie lentamente, recelosa como si estuviera en
presencia de un depredador salvaje.
—Bueno, está claro que he venido a la entrevista de trabajo
equivocada. Si me disculpas, justo me mostraré yo misma la
salida.
Sin esperar a que hable, me doy la vuelta y me dirijo
directamente a la puerta negra. Pero cuando intento abrirla, no se
mueve.
—¿Disculpa, Leo? —digo, volviéndome para mirarlo—. La
puerta está cerrada.
Se levanta del escritorio.
—Entiendo tus dudas, Willow —suspira—. Pero entrarás en
razón.
Tiro de la manilla de la puerta. No pasa nada.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué parte de "Vas a ser mi esposa" fue confusa?
Abandono el pomo de la puerta y me vuelvo hacia él con
incredulidad.
—Estás loco.
Me regala una sonrisa que traiciona mi suposición de
inmediato. Este hombre no está loco, es calculador. Es inteligente.
Ha... planeado esto.
—¡No puedes hacer esto! —grito mientras el pánico acaba por
consumirme como las aguas oscuras.
Pulsa un botón en el borde de su escritorio. Una puerta oculta
se abre y dos guardias de rostro pálido entran a toda prisa,
apuntando directamente hacia mí.
—Me temo que ya lo he hecho.
7

—¿Dónde está ella? —pregunta Jax.


—En uno de los dormitorios del sur.
Jax me dedica una sonrisa sugerente.
—Justo a la vuelta de la esquina de la tuya. Conveniente.
—No me interesa follármela —suelto, a pesar que mi polla
sigue haciendo un esfuerzo doloroso en mis pantalones—. Ya lo
he hecho.
—No actúes como si nunca volvieras por una segunda.
—No desde que soy lo suficientemente mayor para saberlo.
Se ríe.
—No sé, hay algo que decir sobre la vieja doble inmersión.
Una vez que las mujeres se abren, te dejan hacer las cosas raras.
—Eso nunca ha sido un problema para mí —respondo.
Gaiman entra segundos después. Parece agotado. No es nada
nuevo, pero como tenemos un invitado especial en la casa, tengo
que preguntar.
—¿Y bien?
—Ella sigue gritando como una loca —suspira—. Por suerte,
tus vecinos están demasiado lejos para escuchar.
—¿Es necesario un sedante?
—Guau. —Silba Jax—. Realmente estás tratando de
conquistarla, ¿eh?
—Se acabó el tiempo de juegos —digo—. Tuve que adelantar
mis planes. De ahí que...
—¿Secuestro? —Jax ofrece inocentemente.
—Fue necesario.
—¿Por qué?
Sonrío.
—Te lo diré cuando necesites saberlo. Pero de momento, basta
con que esté aquí. Bajo mi control.
—“¿Bajo tu control?” ¡Ja! ¿Has pasado por su habitación
últimamente? —pregunta Gaiman—. Pensé que ella era del tipo
pasivo.
Agito la mano con desprecio.
—Se calmará con el tiempo.
—¿Una vez que te hayas... casado con ella? —pregunta Jax.
—Precisamente.
No levanto la vista, pero sigo viendo la mirada que cruza entre
Gaiman y Jax. Gaiman sabe que no debe preguntar, pero Jax es
mucho más terco. Una gran cualidad para un Vor, incluso si es
jodidamente molesto.
—¿La boda va a ser de etiqueta? —pregunta—. Puede que
necesite un poco de tiempo para que me hagan el traje a medida.
—¿Quieres callarte, hijo de puta parlanchín? —gruño—. Tengo
una mierda real que discutir.
—No sé, sobrat3, diría que tu boda es bastante importante.
—No es un matrimonio. Es una estrategia —replico—. Y eso es
todo lo que diré sobre el tema. Gaiman, saca los planos.
Hace lo que le digo mientras Jax pone mala cara. Una vez que
los planos están extendidos frente a nosotros, tomo un par de
alfileres y los clavo en dos lugares específicos del mapa.
Los ojos de Jax se amplían cuando ve dónde he apuntado.
—¿El puto Silver Star y el puto Manhattan Club?
—¿Hay algún problema?

3 Sobrat o собрат: hermano en ruso.


—¡Varios malditos problemas, Leo! —dice—. Derribar el
negocio en cualquiera de esos lugares -por no hablar de los dos-
no va a ser fácil. La seguridad de los Mikhailov es estricta.
—Soy consciente. Por eso no voy a derribar los negocios. —
Hago una pausa, en parte para que surta efecto y en parte para
que se enfade—. Estoy derribando los edificios.
Se produce un asombroso silencio.
Gaiman se recupera primero.
—A ver si lo entiendo: ¿vas a volar dos propiedades enteras de
Mikhailov?
—Tu comprensión auditiva es tan buena como siempre, amigo
mío. Jax, intenta seguir el ritmo.
Jax me muestra un dedo. Sin embargo, Gaiman tiene más
preguntas.
—¿Cómo demonios piensas hacer eso?
Pongo las dos palmas sobre la mesa y me inclino sobre el
mapa.
—Fácil. Bombas. Una en cada edificio. Cuando diga la
palabra... boom.
—Así que... van a ser grandes bombas —dice Jax.
Asiento con la cabeza.
—Las más grandes hijas de puta que jamás hayas visto. Todo
lo que tenemos que hacer es plantarlas.
—Bien, pero ¿cómo piensas sacar a todos del edificio? No
podemos exactamente tocar el timbre y advertirles —dice Jax.
—Semyon y Spartak no nos dieron ninguna advertencia —le
recuerdo fríamente.
Jax hace una mueca.
—Claro, sí. Por supuesto que no. Solo quise decir...
—¿Crees que avisaron a mi hermano antes de meterle una bala
en el puto cerebro durante lo que se suponía, era una reunión de
caballeros?
Sacude la cabeza.
—No, no lo hicieron —ladro—. Así que nosotros tampoco lo
haremos.
Gaiman rompe la tensión.
—Vale, así que básicamente, ¿el plan es matarlos a todos?
—Más o menos.
Jax se retuerce las manos.
—Se supone que habrá unas cuantas peleas decentes entre
medias, ¿no? Porque he estado entrenando mucho últimamente
Gaiman mira sus músculos con desagrado.
—No se nota.
—Jodido celoso.
—¿Celoso de qué? —pregunta Gaiman—. ¿De parecer un pavo
relleno?
Jax enseña los dientes como un animal salvaje.
—¿Quieres enfrentarte a este pavo relleno? Me apunto.
—¿Quieren callarse los dos? —Chasqueo los dedos—. Cuando
hayamos acabado con la Bratva Mikhailov y hayamos matado a
ese hijo de puta de Spartak, estaré encantado de patearles el culo a
los dos.
Jax murmura algo en voz baja sobre poder conmigo, pero
suspira y se calla cuando lo fulmino con la mirada. Los dos
sabemos que no puede respaldarlo.
—Prepara dos equipos separados —ordeno—. Pon uno en
cada propiedad y asegúrense de tener turnos de trabajo las
veinticuatro horas del día. Necesito saber cada detalle. Quién
viene, quién se va, quién orina. Si vamos a lograr esto, no
podemos perdernos nada.
—No sé sobre este insensible, pero me pondré a ello, Don —
dice Gaiman.
—Que te den —le suelta Jax—. Mi equipo va a patear el culo a
tu equipo.
Gaiman sacude la cabeza.
—Eres un niño.
—Hemos terminado aquí. Vosotros dos, pónganse en marcha.
—Me pongo de pie y me dirijo a la puerta justo cuando el silbato
para lobos de Jax atraviesa el aire.
—¿Vas a proponerle matrimonio a tu ruborizada futura
esposa? —bromea.
Lo miro por encima del hombro.
—¿Celoso?
El gran bastardo se encoge de hombros.
—¿Puedes culparme? Es jodidamente hermosa.
Por alguna razón, me pongo rígido.
—No la elegí por su aspecto.
Antes que ninguno de ellos pueda hacerme otra pregunta, me
voy.
Y me dirijo directamente a la habitación de Willow.

La habitación es tranquila.
Piotr está de pie justo fuera de ella, encorvado contra el marco
de la puerta. En cuanto me ve, se endereza.
—Sir.
—¿Cuánto tiempo ha estado callada?
—Solo unos quince minutos más o menos. Me imagino que se
quedó sin aliento.
Reprimo una risa. Por lo visto, Willow es aún más luchadora
de lo que yo creía. Asiento hacia Piotr. Desbloquea la puerta y la
abre de golpe.
Willow está sentada en el borde de la cama, una diminuta
muñeca de porcelana comparada con la enorme habitación.
Tiene los ojos llorosos, pero me doy cuenta que están secos. Lo
que queda es fatiga, miedo y algo nuevo. Algo que se parece
mucho a la resiliencia.
—Leo —susurra. Su voz es ronca.
—Si yo fuera un hombre cuyos planes pudieran frustrarse con
gritos, nunca conseguiría nada —le digo.
Da un escalofrío involuntario.
—¿Esto es real?
—Mucho.
—¿No me estabas gastando una especie de broma pesada?
—¿Me veo como un tipo bromista?
Su ceño se frunce.
—Eres mafia.
Me oscurezco inmediatamente.
—Esa no es una metedura de pata que muchos otros Don de la
Bratva tolerarían.
—Mafia, Bratva, lo que sea. ¿No significa lo mismo?
—Ni remotamente.
Ella mira alrededor de la habitación aturdida.
—Bien, bueno, dejando la semántica a un lado, ha sido
interesante que me introdujeran en tu... um... vida —dice
torpemente—. Pero creo que es hora que siga con la mía.
Levanto las cejas.
—¿Qué vida es esa? ¿Trabajar y dormir en el sofá mientras tu
marido se folla putas en vuestro dormitorio?
Sus ojos nadan con veneno.
—Tengo una vida, imbécil. Y no tenías derecho a atraerme
aquí con falsos pretextos y encerrarme en tu jodido acuerdo.
Me burlo.
—La Bratva no pide permiso. Tomamos lo que queremos.
—¿Como lo hiciste conmigo?
—Por la forma en que te levantaste la falda, parecías bastante
dispuesta a...
—No es lo que quise decir.
Me encojo de hombros.
—Si insistes.
—No entiendo por qué me querrías en primer lugar —
musita—. ¿Quién soy yo para ti?
—Tienes algo que quiero.
Sus ojos se abren desconcertados.
—¿Qué es? Pídemelo y te lo daré.
—No hace falta que me des nada, kukolka —le digo con calma,
sabiendo que las palabras sobrevuelan su cabeza—. Tomo lo que
quiero, ¿recuerdas?
Su cara se inunda de pánico.
—Esto es ridículo. ¡No pueden retenerme aquí! Esto es un
secuestro.
—Semántica aparte, estás aquí ahora —digo—. Si huyes, te
traerán de vuelta. Pateando y gritando, si es necesario.
—La gente me buscará, ya sabes. Mucha gente.
Me acerco y sonrío.
—¿Es eso cierto? ¿Y qué personas son esas, exactamente? Tu
marido infiel es todo lo que tienes.
Se encoge al darse cuenta de lo mucho que sé sobre su vida.
No solo lo que he investigado en los años que precedieron a
nuestro encuentro, aunque eso es mucho más detallado de lo que
ella podría imaginar, sino simplemente la información que me
ofreció voluntariamente momentos antes que la follara hasta la
muerte.
Estoy medio tentado de hacer exactamente eso de nuevo, más
que medio tentado, en realidad. Solo para escuchar esos ruidos
una vez más...
Lleva un pantalón azul desteñido y una blusa blanca de manga
larga a la que no le vendría mal otra pasada de plancha. Lleva el
cabello negro recogido detrás de la cabeza en una larga cola de
caballo. Por un momento, me imagino usando esa cola de caballo
para manejarla. Tirar de su cabeza hacia mí y arrancar esos
gemidos de su garganta.
Pero las medias tentaciones tendrán que esperar. No importa.
He estado frenando mis propios deseos desde que tenía edad
suficiente para entender que algunas recompensas merecen la
demora.
—No solo él —suelta bruscamente—. Tengo otras personas en
mi vida.
—No a tus padres —digo en voz baja—. Te separaste de ellos
hace años, ¿recuerdas?
—Yo... yo tengo amigos.
—¿Sí? ¿Tienen nombres?
—Simone —responde casi inmediatamente—. Elsa y... Anna.
—¿Son amigas o personajes de dibujos animados?
Sus ojos azul glaciar se estrechan hacia mí.
—Eres mucho más gilipollas de lo que recordaba.
—Es bueno ver algo de lucha en ti —le digo—. ¿Dónde estaba
cuando Casey vino a buscarte como un chucho desbocado?
—No creo que puedas hablar mal de él a estas alturas. La olla
llama a la tetera negra y todo eso.
Ladeo la cabeza hacia un lado y espero mientras su ira se
desahoga.
Su ceño se frunce. Cuanto más dura el silencio, más se agita y
se retuerce. Pero estoy acostumbrado al silencio y los gritos por
igual. Puedo soportarlo todo para ayudarla a ver la situación real.
Que yo tomo las decisiones, ahora.
—No te quedes ahí como una jodida estatua —suelta
finalmente—. Di algo.
—Hablo cuando tengo algo que decir.
—No me gustan los silencios largos.
—Eso me he dado cuenta.
Mira a un lado como si estuviera decidida a evitar mis ojos.
—Por favor, déjame ir —susurra finalmente.
—Me temo que no puedo hacerlo.
Aprieta los puños.
—No entiendo por qué.
—Tal vez si te sientas en silencio el tiempo suficiente, lo
descubrirás.
Los ojos de Willow se dirigen a los míos y se alejan de nuevo.
Intenta mantener el miedo a raya, pero es obvio para cualquiera
que está perdiendo la batalla.
—Esto no tiene que ser tan difícil, sabes. Podemos ayudarnos
mutuamente —digo—. Formar una especie de alianza.
—Esa es una palabra terriblemente amable para la mierda que
estás haciendo aquí.
—Es la correcta. Tú necesitas una salida y yo una entrada.
—Te das cuenta que eso no tiene ningún sentido para mí,
¿verdad? —dice—. Como, ¿ninguno en absoluto?
Sonrío.
—Soy consciente. Cuanto menos entiendas, mejor. Por el bien
de ambos.
Gime con frustración.
—Me empieza a doler la cabeza.
—Entonces déjame simplificar: me necesitas, Willow.
Se levanta de la cama y me señala con un dedo.
—Aclaremos una cosa: no te necesito. No necesito a nadie.
Suspiro. Es una pena que hayamos llegado a esto.
—Tienes un marido maltratador al que intentas dejar, ¿tengo
razón?
Se detiene en seco.
—Yo... bueno...
—Y aún vives con él, ¿no?
—Sí...
—Entonces creo que ya es hora que salgas de esa casa y entres
en la mía.
Frunce el ceño, arrugando la nariz. Honestamente, es
jodidamente adorable.
—Ya estoy en tu casa.
—Excelente. ¿Ves cuánto tiempo te he ahorrado?
Me mira con curiosidad.
—¿Eres realmente un Don de la Bratva?
—Lo soy.
—He oído hablar al respecto, historias y esas cosas. Rumores
en la ciudad —dice—. Pero nunca en relación con el nombre
Solovev.
—¿No? ¿Qué nombre has escuchado?
—No presto atención a las historias de mafia …
—Bratva —corrijo con dureza—. No vuelvas a cometer ese
error.
Se sonroja y se mueve.
—Sí. Bratva. De todos modos, el nombre era Michael algo.
Mikhail. No lo recuerdo bien.
Hago una mueca.
—Mikhailov.
—¡Claro! Sí, eso.
—Olvídalo. El nombre Solovev es el único que importa ahora
—digo ferozmente.
Puedo sentir mi pulso golpeando en mi frente. Desde hace
siete años, el nombre Mikhailov me hace hervir la sangre.
Durante siete años, he planeado mi regreso al trono de la
ciudad.
Finalmente ha llegado el momento de recuperar lo que
siempre ha sido mío.
—¿Es eso algo bueno? —pregunta Willow, sacándome de mis
pensamientos. Sigue agarrada al poste de la cama, utilizándolo
para mantenerse firme. Su rostro marcado por la incertidumbre,
aunque comienza a calmarse.
—Lo es siempre y cuando te alíes con las personas adecuadas.
—¿Como tú? —pregunta.
Me acerco a la puerta.
—Pareces hambrienta.
—No lo estoy.
—Haré que una de las criadas te traiga la cena.
—No quiero tu comida —suelta, aunque su estómago ruge
audiblemente de hambre.
—El orgullo no evitará que te mueras de hambre, ¿sabes?
De repente, su comportamiento cambia. Sus ojos se agrandan.
—Esto es una locura. Una locura total. ¡No puedes
simplemente secuestrar a la gente de la calle!
Volvemos a lo mismo. Odio hablar en círculos.
—Pero yo no he hecho nada de eso, ¿verdad? —Señalo—.
Entraste en mi casa por tu propia voluntad.
—¡Porque pensé que estaba aquí para una entrevista de
trabajo!
—Y has conseguido el trabajo —digo con una sonrisa—.
Enhorabuena.
Arquea una ceja.
—Parece que has olvidado un detalle muy importante.
—¿El hecho que ya estés casada?
—Eso es —dice con un movimiento de cabeza.
Despejo el problema con un movimiento de la mano.
—No lo he olvidado. Mi abogado ya está en ello. Lo único que
tienes que hacer es firmar.
Me mira con incredulidad.
—¿Quieres que me divorcie de mi marido y me case contigo?
—Estabas planeando dejarlo de todos modos.
—Sí, para recuperar mi libertad. No para casarme con un
fanático del control diez veces superior. ¿Por qué me casaría
contigo?
—Porque, Willow, no te voy a dar opción.
Sus ojos rebosan con todo tipo de cosas: rabia, miedo y quizás
una pizca de curiosidad.
Aunque la curiosidad, por supuesto, es lo que mató a kiska4.
Debería tener cuidado en mi mundo.
—No será tan malo —le digo—. Piensa en todas las ventajas.
—¿Ventajas?
—Por ejemplo —digo, saboreando la reacción que voy a
obtener—. Disfrutaste con mi polla dentro de ti, la otra noche
Se congela al instante. No he visto un rubor tan intenso en toda
mi vida. Me gusta hacerla retorcerse. Hacerla jadear. Hacerla
gemir.
Planeo hacer mucho de eso.
Tartamudea y balbucea mientras intenta encontrar palabras
para combatirme.
—Yo... eso fue... me engañaste.
—Ya hemos discutido tu disposición —la reprendo.
—Fue... un error de juicio. Estaba enfadada con mi marido. Se
trataba de una venganza...
Frunzo los labios y asiento con la cabeza como si fuera
comprensivo, como si lo entendiera. Y cuando mi voz sale, es
enfermizamente dulce. De nuevo, más que nada, para ver esas
mejillas enrojecer.
—¿La venganza te excita? ¿Es por eso que estabas tan
húmeda?

4 Kiska, en ruso es gato, pero también coño.


Se aleja de mí bruscamente.
—Jo-jodido imbécil, eres un hijo de puta...
—¿Pasa algo, Willow? —pregunto inocentemente mientras me
acerco. Observo sus movimientos, haciéndola retroceder al mismo
tiempo, hasta que la cama le toca la parte posterior de las rodillas.
Se sienta en el colchón con un oof sorprendida—. ¿Te estoy
asustando? ¿O te preocupa no poder resistirte a mí si me acerco
demasiado?
Sus mejillas siguen estando escarlatas, pero sus ojos arden aún
más.
—Me has manipulado —acusa—. ¿Estabas planeando esto
desde el principio? ¿Desde el momento que nos conocimos?
—No. He estado planeando esto durante mucho, mucho más
tiempo.
Ella se estremece.
—¿Por qué?
—Por venganza —le digo sin rodeos—. Deberías estar
familiarizada con el sentimiento.
Respira profundamente.
—¿Puedes... puedes por favor encontrar a alguien más?
—No.
—¿Por qué no?
—Cuanto menos sepas, mejor. ¿Recuerdas?
—Me has colocado en una celda. Me obligas a casarme contigo.
¿Y ni siquiera me dices por qué?
—No seamos dramáticos. Tienes ventanas.
—No puedes salirte con la tuya —dice por enésima vez.
Empiezo a aburrirme.
—Oh, kukolka, te sorprendería lo mucho que puedo salirme con
la mía.
—Casey vendrá por mí —dice desesperada—. Alertará a la
policía y entonces…
—No, no lo hará. No va a alertar a nadie, porque hasta donde
él sabe, lo has dejado. Y la prueba estará en los papeles del
divorcio que le llegarán en breve.
Me mira fijamente, con la boca abierta.
—Tú...
—Tienes que dejarlo, Willow. Te estoy dando una salida.
—¡Atrapándome en algo peor!
—Te casaste por amor una vez y mira cómo resultó —le
recuerdo—. Tal vez si enfocaras el matrimonio de forma más
práctica, tendrías más posibilidades de éxito.
—Dios mío —respira—. Vas en serio. Lo dices jodidamente en
serio.
—Mi mundo es complicado, pero te acostumbrarás a él.
—No quiero acostumbrarme, imbécil.
—Desafortunadamente para ti, no tienes elección. Y no tiene
nada que ver conmigo.
—¿De qué estás hablando? —Su nariz se arruga en señal de
confusión.
Las cosas se están desenredando. Debería irme antes que la
parte medio tentadora de mí se imponga.
—Quizá algún día te lo cuente —digo mientras me giro hacia
la puerta.
—¡Espera!
Le devuelvo la mirada por encima del hombro.
—¿Sí?
—Mis amigos —dice desesperada—. Mis amigos sabrán que
algo va mal. Se lo dirán a la policía.
Sonrío.
—La gente de ficción no puede llamar a la policía.
—Que te jodan, son reales —tartamudea.
Bien. Picaré.
—Tengo curiosidad. Estos amigos, ¿son cercanos a ti?
—Mucho.
—¿Y hablas con ellos a menudo?
—Todos los días.
Asiento con la cabeza y saco su móvil del bolsillo.
Sus ojos se abren desorbitados.
—Pensé que se me había caído.
—No es lo único que tomé.
Bajo su enfado, hay una chispa de diversión. Tomo nota de
ello. Hay mucho rebosando bajo la superficie de Willow.
Afortunadamente, tendré mucho tiempo para sondear las
profundidades.
—Es curioso... Todos esos nombres que has mencionado, no
están en tu teléfono.
—Yo... ¿Cómo... entraste en mi teléfono?
—Sí.
—¡Está bloqueado! Protegido con contraseña. Necesitas mi
huella digital...
—No pido lo que quiero —le recuerdo de nuevo—. Lo cojo.
¿Cuántas veces necesitas que te lo explique?
—¡Ahí está mi información privada! —grita.
—Al contrario, aquí no hay nada —le digo—. Un puñado de
conversaciones groseras con ese mudak repulsivo con el que te
casaste, un historial de búsqueda lleno de búsquedas de trabajo y
abogados de divorcio, y ni una sola llamada perdida de alguien
que no sea tu marido.
Ella no dice una palabra. Sabe que tengo razón.
Me meto el teléfono en el bolsillo y me dirijo a la puerta. Se
abre desde fuera cuando llamo, pero antes de irme, me vuelvo
hacia ella una vez más.
—Te estoy haciendo un favor, Willow. Te estoy dando la
oportunidad de empezar de nuevo. Si eres inteligente... la
aceptarás.
8

Leo no me está dando una oportunidad. Me está tendiendo


una trampa.
Debería saberlo. Caí en una el día que conocí a Casey.
El recuerdo duele como si estuviera fresco. Casey sonriéndome
y mostrando su dinero, su influencia. Fui lo suficientemente
estúpida como para seguir encontrando esas cosas atractivas. Me
hizo sentir como si fuera la única chica del mundo. El hecho que
fuera mucho mayor solo lo hacía más halagador. ¿Un tipo como
él, interesado en una pobre y don nadie como yo? No podía ser.
Pero lo fue.
Solo que no de la manera que yo pensaba.
Cuando me dijo que cuidaría de mí, era una trampa.
Cuando me compró una casa en un estado lejano, a miles de
kilómetros de todo y todos los que había conocido, eso fue una
trampa.
Y me lancé a ello con los dos pies.
Mi arrepentimiento me ha enseñado una lección muy
importante; si algo o alguien parece demasiado bueno para ser
verdad, es porque lo es.
Nadie va a cuidar de ti. O salvarte. O te ofrecerá un "felices
para siempre".
No existe tal cosa.
La vida no es un cuento de hadas. El príncipe azul no es real. Y
las verdaderas damiselas en apuros siguen en apuros a menos que
aprendan a espabilarse y a salvarse por sí mismas.
Así que mientras estoy aquí, frente a otro aspirante a príncipe
azul, sé que no es así. Esto es una trampa. Él es la trampa. Y si no
tengo cuidado, caeré en ella como lo hice con Casey.
—Te estoy haciendo un favor, Willow. Te estoy dando la
oportunidad de empezar de nuevo. Si eres inteligente... la
aceptarás.
—Soy inteligente —digo en voz baja. Leo está a punto de
marcharse, pero se vuelve hacia mí cuando añado—. Solo creo que
en algún momento del camino... olvidé que lo era.
Sus ojos brillan.
—Creo que eso podría tener algo que ver con las estúpidas
decisiones que sigues tomando.
—La mayor fue acostarme contigo esa noche —replico—. Una
noche juntos no te da una especie de propiedad retorcida sobre
mí.
—¿Sabes lo que me hace dueño de algo? —me gruñe en la
cara—. Tomarlo.
Da un paso hacia mí. Todo lo que veo son hombros anchos y
ojos oscuros. Es un hombre enorme, el tipo de bestia que se traga
el aire de la habitación con su presencia, consumiéndolo todo.
—Puedes fingir todo lo que quieras kukolka, pero veo a través
de ti. Todavía no te arrepientes de esa noche. Me dejarías follarte
de nuevo ahora mismo si quisiera. Sería fácil. Tan jodidamente
fácil.
Esta vez, cuando acorta la distancia entre nosotros, retrocedo.
Es peligroso estar demasiado cerca. La última vez que me tocó,
aunque solo fuera un roce de piernas, le conté cosas que no había
contado a otra alma viviente en años.
—Eso es lo suficientemente cerca —digo, extendiendo la mano.
La mira con diversión.
—¿Crees que puedes detenerme, pequeña?
Vuelve a dar un paso adelante, lo suficiente para que mi palma
se encuentre con la sólida pared de su pecho. Puedo sentir su
calor, su pulso irradiando a través de mí como una descarga
eléctrica.
—He dicho que estás lo suficientemente cerca.
Suspira. Como si todavía no lo entendiera.
Entonces me agarra la muñeca con su enorme mano, la tuerce
por encima de mi cabeza y me empuja hacia atrás hasta golpear
contra la pared.
Ahora está sobre mí. Todo su cuerpo pegado al mío. Su aliento
es caliente y pesado sobre mi piel. Su presencia embriagándome
de una manera que nunca antes había experimentado.
Si tocarlo con una mano fue como una descarga estática, esto
es como dar dos puñetazos a una valla eléctrica. Estoy ardiendo
con él.
Trato de parpadear, de controlarme.
—¡Suéltame!
—Tus ojos están dilatados.
—¿Disculpa?
—Y tu corazón late violentamente. Estás sudando. Estás
sonrojada. —Sus palabras susurradas vibran a través de mí—. Tus
labios pueden decir una cosa, Willow... pero tu cuerpo te delata.
Al igual que lo hizo la noche que nos conocimos.
Trago y aprieto los dientes.
—Bien. ¿Quieres sinceridad? Me sentí atraída por ti. Pero eso
es solo porque entonces no sabía quién eras.
—¿Cuál es tu excusa ahora?
—¿Vas a violarme? Sería mejor decirlo directamente. Quiero
saber a qué atenerme.
Levanta las cejas, pero no hace ningún movimiento para
darme más espacio.
—¿Crees que lo haría?
—Tú mismo lo has dicho, coges lo que quieres.
—No quiero eso.
—Podrías engañarme.
—Te follé una vez —me recuerda con vicioso placer—. ¿Qué
sentido tendría volver a follar contigo?
La forma en que lo dice es deliberadamente cruel, y tiene el
efecto deseado. Las palabras escuecen. No debería importarme,
pero me importa.
Especialmente porque puedo sentir su erección presionada
contra mi muslo.
Cree que soy una perra en celo que puede manipular para
conseguir lo que quiere. Pero no soy la única que siente la
electricidad cuando nos tocamos.
No soy la única con los ojos dilatados y sudor en la nuca.
Él también me desea. Por mucho que intente negarlo.
Puedo usar eso.
Obligo a mi mano a bajar entre nosotros y apoyo mi palma en
su enorme bulto.
—Tu cuerpo te delata, Leo Solovev.
Su mandíbula se aprieta con fuerza. Por un momento, me
siento tan poderosa como él.
No dura mucho, por supuesto. En lugar de negarlo, presiona
más su polla contra mi toque.
—La diferencia entre tú y yo es que yo no soy esclavo de ello.
Es un farol. Tiene que serlo.
—Puedes ser capaz de controlar muchas cosas, pero no puedes
controlar tus sentimientos.
Vuelve a empujar sus caderas contra mí. Mi coño palpita.
—Para empezar, estás asumiendo que tengo sentimientos.
—Eres humano, ¿no?
—Lo más lejano a eso. Nací en el inframundo —dice con
rudeza—. Mi corazón fue cortado hace mucho tiempo. Es la razón
por la que puedo cogerte y marcharme. Es la razón por la que
puedo secuestrarte sin un ápice de culpa. Es la razón por la que
tomo lo que quiero y nunca, nunca miro atrás.
Forcejeo debajo de él, pero eso solo me excita más.
—No me asustas.
Me sujeta la cara con su mano libre y me aprieta.
—Vas a tener que aprender a mentir mejor que eso.
Aparto su mano.
—No soy un blanco fácil, sabes. Por eso me elegiste, ¿no?
Pensaste que era una indefensa y pasiva abusadora. Una damisela
en jodidos apuros que saltaría ante la oportunidad de ser salvada
por un grande y apuesto bruto como tú.
Ladea la cabeza.
—Apuesto, ¿eh?
Resoplo. El hombre tiene una forma de atravesar todas mis
defensas con solo una o dos palabras. Me excita, me cabrea, me
aterroriza... todo ello sin ningún esfuerzo aparente.
—Si voy a quedarme aquí —suelto—, creo que tengo derecho a
saberlo todo.
Sacude la cabeza.
—¿Derecho? ¿Qué derecho? Esta es mi Bratva. No doy nada
gratis. Todo debe ser ganado.
—¿Incluyendo mi libertad?
—Eso está por ver.
Mis ojos se dirigen a su bolsillo derecho, donde ha escondido
mi teléfono. Quizá si lo recupero, pueda llamar a alguien. Alguien
que pueda ayudarme a salir de aquí.
¿He hecho todo mal? Tal vez debería haber interpretado el
papel que él me ha asignado, dócil, complaciente, a su merced, en
lugar de oponerme a cada paso del camino.
—Yo en tu lugar no lo haría —advierte.
—¿No haría qué?
Saca el teléfono del bolsillo y lo agita delante de mi cara.
—Intentar quitármelo. Eso no acabará bien.
—Cómo lo...
—Lo sé todo. —Lo dice con tal convicción que me encuentro
creyéndole—. Sé que estás aislada, Willow. Sé que la única
persona con la que cuentas en el mundo es el hombre que más te
lastima. Sé que la policía se está acercando a él por robar a sus
jefes. Y estoy seguro que te gustaría estar bien lejos de él antes que
eso suceda.
—Yo... Tú... ¿Cómo diablos sabes todo eso?
—¿Qué te acabo de decir? — me reprende—. Lo sé todo.
Sacudo la cabeza.
—Me has estado vigilando durante un tiempo, ¿no?
—Alguien lo ha hecho.
—¿Hablas constantemente con acertijos, o es solo para mi
beneficio?
Su pulgar roza bruscamente mis nudillos.
—Ponte cómoda, Willow. Vas a estar aquí un tiempo.
—No puedes obligarme a casarme contigo.
Se ríe cruelmente.
—Creo que descubrirás que puedo hacer lo que quiera.
Mi corazón golpea dolorosamente contra mi pecho. Pero la
adrenalina también está bombeando. Entre las dos cosas, me estoy
quedando sin pensamientos coherentes y lógicos. Así que actúo
por instinto ciego y de pánico.
Me abalanzo sobre el teléfono que tiene en la mano.
Segundos después de haber hecho mi movimiento, me doy
cuenta de lo estúpida que fue la decisión.
Leo es muy rápido, que no es más que un borrón. Gira hacia
un lado agarrándome por la cintura. Luego me echa por encima
del hombro y me tira encima del edredón como un saco de
patatas.
Está sobre mí antes de comenzar a procesar lo que ha
sucedido. El peso de su cuerpo, manteniéndome cautiva,
indefensa. Todo lo que puedo ver son sus ojos color avellana. Y a
diferencia de la noche en el restaurante, ahora no hay calor en
ellos. Ni un solo rastro de calor o humanidad.
Tenía razón, tendré que aprender a mentir mejor.
Porque ahora mismo, estoy aterrorizada.
Casey podría haber dado miedo, pero este hombre... Este
hombre es completamente peligroso. Letal. Y por alguna razón, ha
decidido que soy importante.
—Te di muchas advertencias —gruñe—. Demasiadas, de
hecho.
Su erección presiona entre mis piernas. Cuando siento la
oleada de calor líquido que provoca en mi centro, me estremezco.
Odio la forma en que mi cuerpo responde a él. Espero que esté
demasiado enfadado para notar que mis pezones están duros.
—En caso que no te hayas dado cuenta —le respondo—. Soy
testaruda. Especialmente, si mis captores están involucrados.
Por un momento, pienso que podría sonreír, pero no lo hace.
—Puedo ser paciente. Pero prefiero no serlo.
—Puedo ser un felpudo —respondo con brusquedad—. Pero
prefiero no serlo.
Presiona su polla contra mí. Dejo escapar un jadeo
involuntario, más parecido a un gemido.
—¿Ves? —Se ríe mientras se aparta de mí—. Quieres esto más
de lo que estás dispuesta a admitir.
—No confundas deseo con amor —me oigo decir.
—¿Amor? —repite. Parece asombrado por la palabra—. El
amor no tiene lugar en mi mundo. Nunca lo ha tenido. Así que no
te preocupes, kukolka, no espero ni quiero amor de ti.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Obediencia.
—La obediencia es para los perros. Soy un maldito ser
humano.
Quiero gritar. Quiero luchar. Quiero patear, patear y patear.
Esto es precisamente de lo que intento escapar, de hombres
que se creen con derecho divino de controlarme. Y de alguna
manera, justo cuando pensaba que me estaba liberando de ello, me
encuentro de nuevo en la misma situación.
No, no es lo mismo.
Peor aún.
Casey tiene dinero. Tiene una cierta cantidad de poder, en
forma ordinaria y mezquina. Pero no el poder de la Bratva. No el
dinero de la Bratva.
—Si esperas obediencia de mi parte, te vas a decepcionar —
siseo.
Levanta las cejas.
—¿Es eso un reto?
—Es una promesa. No voy a dejar un mal matrimonio por
otro. Seré la primera en admitir mis malas decisiones. He sido
ingenua y tonta. Pero no soy tan ignorante como para cometer los
mismos malditos errores una y otra vez.
Incluso mientras lo digo, me pregunto si es verdad. Esto fue
una trampa desde el principio, ¿no?
Nuestra noche juntos no fue un encuentro fortuito; fue un
elaborado engaño. Leo era encantador, sí, pero ese era
precisamente el papel que estaba representando. Y me lo creí.
Ahora puedo ver al hombre detrás del falso encanto. Quiero
fingir que no me importa, pero siento que he perdido algo.
—Podrías conseguir a cualquier mujer que quisieras —digo
con la voz quebrada, tratando de ignorar la presión de su cuerpo y
su polla dura como una roca—. ¿Por qué yo?
—Pregunta correcta —murmura—. Momento equivocado.
Su aliento me hace cosquillas en la nariz mientras me mira.
Tengo que morderme el labio para no gemir.
¿Por qué me hace sentir así? Sé que quiere utilizarme, pero la
forma en que me toca... me siento deseada.
Necesito recordar que está tratando de extorsionarme. De
utilizarme. Mi cerebro lo entiende. ¿Por qué mi cuerpo no se
convence?
—¿Te vas a comportar? —pregunta Leo.
Me río amargamente.
—No es probable.
Frunce el ceño.
—Eso no me hace muy feliz, Willow.
—Acostúmbrate. Nunca te voy a hacer feliz.
Eso parece divertirle.
—¿Por qué la gente piensa que el matrimonio y la felicidad son
mutuamente excluyentes? En la mayoría de los casos, es lo
contrario.
—No te entiendo —digo desconcertada. En un momento me
está amenazando y al siguiente está hablando con poesía sobre el
enigma de la felicidad conyugal. Es suficiente para hacer que mi
cabeza dé vueltas.
Sonríe.
—No eres la primera.
Se aparta de mí repentinamente. Me deja temblando. El
fantasma de su toque persiste como una cruel burla.
Me incorporo cuando se aleja de la cama. Sus ojos están fijos en
mí, buscando Dios sabe qué. Le devuelvo la mirada.
Todavía tiene mi teléfono, pero está fuera de la vista una vez
más. Su erección, sin embargo, no lo está. Se empuja contra la
gruesa tela de sus pantalones, exigiendo atención.
—Casi puedo sentir esa mirada —comenta—. Algunos dirían
que te lo estás buscando.
Desvío la mirada inmediatamente, atrapada en el acto.
—No es nada de lo que haya que avergonzarse —añade con
una burla gutural—. La mayoría de las mujeres necesitan tiempo
para procesar lo que les hago sentir.
Eso hace la diferencia. Levanto los ojos del suelo y enfrento su
mirada con la mía.
—No soy como la mayoría de las mujeres.
—No —acepta solemnemente—. No lo eres.
Luego sale de la habitación.
Lo veo irse, con el corazón retumbando en mi pecho. Incluso
cuando la puerta se cierra y la cerradura hace clic, sé una cosa con
toda seguridad, no puede retenerme aquí.
No me importa lo sexy que sea, no me importa lo mucho que
lo desee, no me permitiré hacerme la víctima. En algún momento
de mi vida, decidí simplemente aceptar las cosas, convirtiéndome
en una mujer maltratada.
Y esa admisión provoca un efecto en mi alma, despeja el
camino para que las cosas sean diferentes a partir de ahora.
Me pongo de pie. No me quedaré sentada en esta cama
llorando. Voy a luchar contra él con uñas y dientes.
Recorro la habitación y examino todo cuidadosamente,
tratando de encontrar una salida.
La puerta está cerrada con llave y fuertemente reforzada, por
lo que es imposible.
La claraboya del cuarto de baño es demasiado alta y
demasiado pequeña para escapar por ella.
Entonces deteniéndome frente a las ventanas del dormitorio y
apartando las cortinas, me fijo en los paneles deslizantes a ambos
extremos del cristal. Mi aliento queda atrapado en mi garganta.
—No —susurro para mí—. Eso es demasiado fácil...
Pero cuando pruebo los paneles deslizantes, abriéndose como
si estuvieran recién engrasados, un aire fresco golpeando mi cara
y huelo a libertad.
Miro alrededor de la habitación, tratando de determinar si se
trata de un movimiento estúpido o valiente.
Me decido por lo segundo. Sobre todo, porque quedarse
significa cometer el mismo error dos veces.
Y como le dije al hijo de puta que me trajo aquí...
No volveré a hacerlo.
9

Llego a mi oficina justo a tiempo para el espectáculo.


El cabello negro de Willow ondea suavemente con el viento
mientras se asoma a la ventana y mira a la izquierda, luego a la
derecha. Incluso en las borrosas imágenes del circuito cerrado de
televisión, puedo ver la determinación en sus ojos.
Está en la planta más alta, por lo que hay una gran caída hasta
el suelo. Saltar es imposible, a menos que esté interesada en
romperse las piernas. Es tan testaruda que no me extrañaría que lo
hiciera.
Pero un matorral de hiedra rastrera se enrolla a lo largo del
enrejado. Si puede descender lo suficiente, podría conseguir un
pie seguro allí.
—¿Uh, Leo? —dice Jax, asomando la cabeza en mi oficina—.
Tengo el equipo r…
Levanto la mano y se calla inmediatamente. En lugar de
preguntar qué sucede, se acerca y mira los monitores. Solo tarda
un momento en darse cuenta en qué vídeo estoy mirando.
—¿Va a huir?
—Sin duda lo va a intentar.
Jax no aparta la vista de los monitores mientras sacude la
cabeza.
—Nunca lo va a conseguir.
Sonrío.
—Mil dólares dicen que lo hace.
—Jodido tacaño. —Jax se resiste por un segundo—. Bien, de
acuerdo.
—Podemos añadir un cero si lo prefieres. Para mí no hay
diferencia.
—No, no, no puedo arruinarte de una vez. Seré amable.
—Querrás decir cobarde.
Me hace un gesto con el dedo y mira más de cerca.
—Ella volvió a entrar. ¿Se acobardó?
—No —digo—. Solo está tratando de reunir el valor para
hacerlo realmente.
Me mira de forma incrédula.
—¿Qué te hace pensar que la conoces tan bien?
—Intuición.
Resopla.
—Ese podría ser el ego hablando, sobrat.
Sonrío.
—Observa y aprende, mi despistado amigo.
Tarda otros treinta segundos, pero tal y como estaba previsto,
acaba asomando la cabeza de nuevo por la ventana. Todavía está
nerviosa. Aterrada, en realidad. Puedo verlo en la forma en que se
muerde el labio inferior.
Pero no habrá vuelta atrás para ella, por mucho que Jax piense
lo contrario. Ella ha tomado una decisión. Estaba en proceso de
hacerlo cuando la dejé.
Todo lo que necesitaba era un poco más de tiempo para
reflexionar.
—Maldición...
—¿Qué? —pregunto, distraído por la inflexión en el tono de
Jax.
—Nada. Solo admirando la vista.
Mi piel del cuello se eriza al instante. Le lanzo una mirada
violenta.
—¿Qué? —dice, con toda la inocencia con la que un hombre
como él puede decir algo—. Está muy buena. Ese cabello, esos
ojos... es una combinación ganadora.
La mayoría de los hombres tienen la perspicacia, o al menos un
sentido de conservación puro y duro, para saber cuándo deben
cerrar la boca. Pero Jax nunca ha tenido ese sentido. Habla y actúa
sin pensar. A veces es útil, aunque Gaiman y yo hemos tenido que
sacarlo de apuros a lo largo de los años.
—¿Y ese cuerpo? Asesino —continúa, ajeno a los ojos como
daga que le dirijo—. Ese culo está firme con una F mayúsculas.
Pero tampoco parece un cuerpo de gimnasio, ¿sabes? Natural.
—Jodido Cristo —gruño—. ¿Sigues hablando?
Me lanza una sonrisa ladeada.
—¿Estaba apretada? Ya sabes... por dentro.
—Estás a dos segundos de perder los dientes.
Sus ojos se abren como platos.
—Un momento, ¿estás cabreado?
Eso es lo que pasa con Jax, no puedes estar enfadado con él
durante mucho tiempo. Porque realmente es así de obtuso. El hijo
de puta no puede captar una indirecta para salvar su vida. Lo
habría estrangulado hace años si no entendiera que sus
intenciones son realmente buenas.
Así que simplemente suspiro.
—Te das cuenta que va a ser una esposa Bratva, ¿verdad?
Vuelve a mirar la pantalla.
—Supongo que no te creí del todo cuando dijiste que te ibas a
casar con ella.
—¿Por qué no?
—Porque, bueno... ella no es nadie, Leo. No me malinterpretes,
es preciosa. Pero necesitas una mujer que eleve tu posición. No
que la hunda.
—Nadie puede hundirme —señalo—. Aclaremos eso primero.
En segundo lugar, me importan dos mierdas las elevaciones o el
estatus o cualquiera de esas mierdas basadas en la apariencia.
Tengo mis razones para casarme con la chica. Y antes que
preguntes: no, no te lo voy a decir, joder.
—¿Por qué cojones no? —suelta, exasperado.
—Porque cuando estás borracho y cachondo, se te suelta la
lengua.
Me mira fijamente.
—Eso fue una maldita vez. Y Kirill ya me ha perdonado por
haberle hecho perder la mano. Le va bien con una sola. Además,
ahora me toca pagar la cuenta cada vez que salimos a beber. Y
además, esa chica en particular era...
—Jodidamente fenomenal en la cama —termino por él—. Sí, lo
sé. Ya he oído la historia y las excusas antes. Ahórrame la
repetición.
—Bien, por el amor de Dios. Dejaré de mirar a tu mujer —
dice—. Alguien se ha vuelto muy posesivo rápidamente.
Sonrío. No siempre es tan testarudo como parece.
—Aquí está de nuevo —digo mientras Willow emerge una vez
más.
Se queda mirando fijamente durante mucho tiempo. Tanto
tiempo, de hecho, que Jax empieza a celebrar antes de tiempo.
—Paga, hermano. Me debes diez de los grandes.
—¿No querrás decir uno?
Finge ignorancia.
—Tú eras el que hablaba de subir la apuesta. Así que la subí.
—Bien —digo encogiéndome de hombros—. Diez mil,
entonces.
—Solo acepto dinero en efectivo —dice con orgullo,
extendiendo su mano, con la palma hacia arriba.
La aparto de un manotazo.
—La partida aún no ha terminado.
El momento perfecto. Justo cuando dirigimos nuestra atención
de nuevo a la pantalla, Willow lanza una pierna sobre el alféizar
de la ventana y comienza a escurrirse.
Lo que está haciendo es estúpido. Pero valiente. Incluso yo
tengo que admitirlo.
Se cuela por el hueco de la ventana corrediza, despacio y con
cuidado, temblándole las manos.
—Podría caer —señala Jax—. ¿No le preocupa, señor posesivo?
—A veces es necesario caer para aprender.
—Amor duro, ¿eh?
—Algo así.
Su pecho sube y baja. Sus mejillas están sonrosadas por el
esfuerzo. Vuelve a respirar hondo, clava los dedos de sus
bailarinas de ballet en las ranuras de la pared de ladrillo y
comienza a descender.
Baja la pared con cuidado. Otro paso hacia abajo. Y otro más.
Entonces su zapato se engancha a una liana. Se libera, llevándose
la liana con ella.
—¿Debemos decirle que esas malditas enredaderas son más
viejas que ella? Nos va a costar una fortuna arreglar el paisaje.
Le lanzo una mirada interrogativa.
—¿Nos cuesta? —Aclaro—. ¿O me cuesta?
—Bien —acepta a regañadientes—. Estaba usando el 'nosotros'
real, pero da igual. No eres un gran jugador de equipo.
Riendo, mantengo la mirada fija en Willow. Estoy
impresionado hasta ahora. Es increíblemente ágil... flexible. Me
doy cuenta que Jax piensa lo mismo, pero se esfuerza por
mantener a raya las bromas e insinuaciones, para variar.
Entonces llega el momento de la verdad: el enrejado.
Está justo encima, aferrada al lateral de la casa como una
araña. Lentamente, estira su pie hacia abajo y encuentra el borde
superior del enrejado. Nadie sabe si será lo suficientemente fuerte
como para soportar su peso.
Un dedo a la vez, suelta el peso de su cuerpo sobre uno de los
tablones de madera blanca. Un poco más, un poco más, se ve
bien...
Se agrieta.
Pero no del todo. No lo suficiente como para hacerla caer al
suelo. Solo lo suficiente para aterrorizarla. Su boca se abre en un
grito que no puedo oír.
Me obligo a mantener mi posición y observo cómo se las
arregla para conseguir un agarre firme de nuevo. El enrejado
gime, pero no se rinde todavía.
—Maldita sea —jura Jax, dándose cuenta que podría perder
esta apuesta—. Lo está haciendo realmente.
—Te lo dije.
—No parece del tipo.
—Oh, ella es del tipo —digo—. Esa jodida relación suya la hizo
olvidarse de sí misma. Pero en el fondo es una luchadora.
—Y tú eres el hombre que va a ayudarla a encontrar su
camino, ¿eh? Qué buen samaritano eres. Desinteresado,
realmente. El hombre del año del Times. La Madre Teresa no tiene
nada que hacer contigo. —Jax me mira—. Puedo seguir, si quieres.
—Cállate y vacía tu billetera, gilipollas —digo impaciente—.
Se acabó.
Mueve el dedo.
—Todavía no ha tocado fondo.
Pongo los ojos en blanco y espero. No tengo ninguna duda que
llegará hasta abajo. Casi haciéndome lamentar lo que voy a hacer
a continuación.
Casi.
Sus manos se trasladan del alféizar al enrejado. Lo hace
lentamente, pero sus movimientos son meditados. No más sustos.
Todavía no.
Cuando está a un par de metros del suelo, me pongo en pie.
—Creo que iré a felicitarla.
—Voy contigo.
—No —digo con firmeza—. Tienes que ir a buscar mi jodido
dinero. Puedo manejar esto por mi cuenta.
—Eres un gran vencedor, Leo —dice con sorna. Me muestra un
dedo una vez más mientras salgo.
Está casi abajo cuando llego al final del enrejado. Es agradable
prescindir de los monitores y ver esto en directo.
Está de espaldas a mí, así que no sabe que estoy allí. No hasta
que se empuja desde el enrejado y aterriza en el suave césped
recién cortado.
Se quita el polvo de las manos y levanta el cuello para ver la
altura de la que acaba de bajar. Puedo ver lo suficiente de su perfil
para notar la sonrisa de orgullo.
—Que te den, gilipollas —susurra Willow en voz baja.
Cuando se da la vuelta, su sonrisa se borra al instante.
—¡Jesucristo! —sisea. Se pone una mano sobre el pecho—.
¿Cuánto tiempo has estado mirando?
—¿Crees que hay algo que ocurre en esta casa que yo no sepa,
Willow? —Avanzo hacia ella, arrinconándola contra los ladrillos
cubiertos de enredaderas—. He estado observando desde el
momento en que abriste la ventana.
Se pasa una mano por el cabello revuelto. Trata de mantener la
calma y fracasa estrepitosamente.
—No. No. Lo comprobé antes de comenzar a bajar.
Definitivamente no estabas allí. A menos que estuvieras
escondido en los arbustos o algo así.
Sonrío.
—No del todo.
—¿Qué significa eso?
—Significa que tengo un sistema de seguridad completo. No
puedes estornudar sin que yo lo sepa.
—Eres un jodido bastardo —sentencia.
—Vamos, vamos. ¿Es esa la forma de hablarle a tu prometido?
—¡No eres mi prometido! Por el amor de Dios. Tengo un
marido.
—No hay mucho de eso. Ni siquiera se molesta en buscar a su
esposa desaparecida.
Estudio su expresión en busca de una pista de cómo se siente.
¿La noticia de la indiferencia de Casey la decepciona? ¿Me odia
tanto como para querer que ese maldito cobarde venga a
rescatarla?
Finalmente, su labio se curva.
—Bueno, que se joda.
—¿Ah sí?
—No necesito que me rescaten —dice—. Saldré de aquí e
iniciaré mi propia vida. Conseguiré un trabajo. Encontraré un
pequeño apartamento. Me romperé el culo todos los días si eso
significa que puedo librarme de él para siempre. Por no hablar de
estar libre de ti.
—Noble, pero equivocado, kukolka. Tu camino a la libertad es a
través de mí. No hay otras opciones.
Sus ojos se estrechan en rendijas.
—Apártate de mi camino.
Sería bonito que pensara que puede dar órdenes en mi casa... si
no fuera tan exasperante. Puede intentar esa mierda con las
criadas y los guardias. Tal vez algunos de ellos incluso escuchen.
Pero no funcionará conmigo.
—Creo que tenemos que aclarar algunas cosas. —Le pongo
una mano alrededor de su bonito cuello y la inmovilizo contra la
pared—. Soy el único que ladra órdenes por aquí.
Luego, de un tirón, me la subo al hombro con el culo al aire y
entro en la casa.
—¡Bájame, hijo de puta! —Me araña la espalda. Cuando eso no
funciona, me muerde con fuerza en el hombro.
Le doy una bofetada en el culo. Y no con suavidad.
—No te lo hagas más difícil, pequeña.
—¡Suéltame, imbécil!
—No va a suceder. —Subo las escaleras de dos en dos. Una
tarea difícil ya que mi polla está en plena atención. Su cuerpo se
agita contra el mío. Sus gemidos son calientes en mi oído. Es
difícil concentrarse—. Mejor suerte la próxima vez. Pero te felicito
por tu audaz plan de fuga.
Grita y forcejea durante todo el trayecto por las escaleras. No
la suelto hasta que llegamos a su habitación. Entonces la deposito
en su cama. Rebota con un "oof" antes de caer en el mullido
colchón.
Vuelvo a peinar mi cabello en su lugar.
—Debo decir que fue entretenido ver eso. Y me has hecho diez
mil dólares, más rico. Jax te subestimó.
Me mira fijamente.
—¿Hiciste una apuesta?
—Gané una apuesta.
Coge una almohada y me la lanza. Me agacho y ella grita de
frustración.
—¿Por qué eres tan gilipollas?
—Acepta tu destino y esto será mucho más fácil para ti.
—¿Y se supone que debo confiar en ti? ¿Confiar en que todo
esto se resolverá a mi favor?
—Confiaste en mí la noche que nos conocimos.
Eso la detiene en su camino.
—Estaba... Me pillaste en un momento bajo.
—Supongo que la mayoría de tus momentos con ese marido
tuyo han sido bajos, ¿no es así?
Mira hacia otro lado, su ira se suaviza un poco. Luego se
levanta de la cama.
—Me estás confundiendo. Estás tratando de meterte en mi
cabeza. Como hiciste aquella noche. Bueno, esta vez no voy a caer
en la trampa. Ya te dije que no voy a cambiar a un hijo de puta por
otro.
—Si te dejo ir, estarás en peligro —digo, interrumpiendo su
perorata.
Ella arquea una ceja oscura.
—¿Me estás tomando el pelo?
Me encuentro con su mirada.
—¿Alguna vez lo hago?
—Bueno, ¿te importaría explicarlo?
—Hay hombres peligrosos que te persiguen. —Debería estar
agradecida por la información, es más de lo que he compartido
con Jax o Gaiman—. Y soy el único que puede mantenerlos a raya.
—Estás mintiendo.
—¿Alguna vez lo hice? —repito.
Sacude la cabeza.
—¿Esperas que simplemente… me crea toda esta mierda? Lo
que dices es una locura.
—Seamos claros, me importa un bledo quién o qué creas. Solo
digo que será más fácil para ti si al menos actúas como si confiaras
en mí.
Ella frunce el ceño.
—Bien. Te seguiré el juego por ahora. ¿Quién me persigue?
—No los reconocerías, incluso si quisiera darte nombres.
—Sería de gran ayuda para generar confianza.
—Cierto —Estoy de acuerdo—. Pero como he dicho, no estoy
realmente interesado en obtener tu confianza.
Parece que quiere abofetearme. Una parte de mí, realmente
desea que lo haga. Me daría mucha justificación para
inmovilizarla.
Y a mi cuerpo le gusta sentirla debajo de mí.
—¿Realmente esperas que me crea que un matrimonio forzado
me mantendrá a salvo?
—¿Cómo me llamo?
Ella parece confundida.
—¿Qué?
—Cual. Es. Mi. Nombre?
—Uh... Leo —murmura.
—¿Leo qué?
—Leo Solovev.
—Correcto —digo—. Ese nombre tiene poder. ¿Crees que
alguien vendrá por ti cuando compartas mi apellido?
Está lo suficientemente cerca como para ver como se le pone
piel de gallina. Y, por primera vez, tiene el acierto de parecer
debidamente asustada.
—Hay mucho más en todo esto, ¿no? —pregunta en voz baja.
—Mucho más de lo que has visto, sí.
—¿Y de alguna manera estoy en medio de ello?
—Sí.
Se muerde el labio inferior mientras sopesa mis palabras. Es un
gesto inocente e inconsciente. Sin embargo, me dan ganas de
empujarla sobre la cama y meter mi polla entre esos labios.
—Y si esta supuesta "amenaza" se resuelve...
—Te liberaré —digo inmediatamente.
—¿Cómo puedo estar segura de ello?
—No puedes.
—¿Pero podremos divorciarnos?
—Tal vez con el tiempo. Si eso es lo que quieres —le digo. Eso,
al contrario de lo que acabo de decir, es mentira. No tengo
intención de dejarla ir nunca.
Pero por ahora repartiremos la verdad en pequeñas dosis. La
preciosa Willow no puede soportar mucho más que eso.
—Por supuesto que es lo que quiero.
Me encojo de hombros.
—No estés tan segura.
—¿Qué te hace decir eso?
—Las mujeres han ofrecido cosas más locas que el matrimonio
por repetir una noche conmigo. —Bajo la voz—. El placer puede
ser adictivo.
Las mejillas de Willow se vuelven rosas.
—En tus sueños, imbécil —sisea.
Riendo, salgo de su habitación. Hemos cubierto suficiente
terreno por una noche, pero lo mejor está por llegar.
Puede que no la conserve para siempre, pero seguro que voy a
disfrutar mientras esté aquí.
10

Me quedo dormida un par de veces a lo largo de la noche, solo


para despertarme de nuevo, preguntándome si Leo está mirando.
Si va a irrumpir por la puerta.
Así que, como si ser secuestrada no me pusiera de bastante
mal humor, ahora estoy agotada.
Mi plan era ser fría con todas las personas que entraran por la
puerta. Pero eché un vistazo a la dulce señora mayor que llevaba
la bandeja del desayuno y no pude hacerlo.
—Buenos días, señora —saluda.
Me levanto para ayudarla.
—Permítame, por favor. Esa cosa parece pesada.
—Lo es —suspira—, pero soy más fuerte de lo que parece.
Yo también, creo. El pensamiento me sorprende. Lo guardo
para más adelante. Voy a necesitar reservas de confianza para
sobrevivir a esta pesadilla.
La bandeja está cargada de beicon, huevos, salchichas y un
cestillo de pan. Huele tan bien que inmediatamente abandono mis
planes a medio forjar de hacer huelga de hambre. También hay
zumo recién exprimido y un plato de frutas.
—No creo que pueda comer todo esto.
—No te preocupes: lo que no comas, lo comerá el personal —
dice sin perder el ritmo—, pero no digas a nadie que te has
enterado por mí.
Se me escapa una carcajada. Demasiado como para hacerse la
distante.
—¿Cómo te llamas?
—Carol —dice—. Y tú eres la señorita Willow.
—Solo Willow está bien.
—Siempre me han gustado ese tipo de nombres —dice—. Ash.
Rain. Lily. Nombres de la naturaleza5.
—Oh. cierto. Nunca había pensado en eso —admito—. Ni
siquiera estoy segura si soy una persona amante de la naturaleza.
Ella levanta las cejas.
—¿Cómo llegas a los veinte años y no lo sabes?
—Bueno... no lo sé, para ser sincera. Supongo que he pasado la
mayor parte de mi vida tratando de entender a otras personas.
—Y te olvidaste de entenderte a ti misma en el camino, ¿hm?
Esto se volvió personal, muy rápidamente. Es hora de
retirarse. Miro hacia mi bandeja de desayuno.
—Gracias por traerme esto para mí.
Sonríe dulcemente, sin parecer ofendida por mi sutil rechazo.
—Por supuesto, señorita Willow. Debe estar hambrienta. La
dejaré en paz.
Paz es un concepto irrisorio. Mi cabeza da vueltas con un
millón de pensamientos diferentes. La paz está muy lejos de ser
posible.
Me siento junto a la ventana y picoteo a regañadientes una
tostada. Ignoro todo lo demás de la bandeja. Las salchichas tienen
un aspecto delicioso, pero no estoy segura de poder soportarlas.

5 Hace referencia a ello, porque Willow significa, sauce.


Está claro que Leo está vigilando todos mis movimientos. Lo
que significa que escapar de este complejo no es realmente una
opción.
¿Cómo le convenzo que me lleve a otro lugar si ya he
demostrado que corro riesgo de fuga?
Me muerdo las uñas y pienso en mis padres. Hace varios años
que no hablo con ninguno de ellos. "Hablar" es la palabra clave.
Los he escuchado. A mi madre, concretamente.
La llamé, quizá hace unos once meses. Contestó al teléfono y
me quedé helada. Apreté el auricular y me pregunté cómo iniciar
una conversación después de años de silencio.
Lo siento.
Tenías razón.
Debería haberte escuchado.
Perdóname...
Nada de eso parecía suficiente.
Cierro los ojos e intento recordar cómo olía.
Como a ajo, clavo y romero fresco.
Cuando era niña, tenía un columpio junto al huerto donde ella
cultivaba verduras frescas, delimitado por un pequeño muro de
ladrillos. Me gustaba impulsar el columpio tan alto como podía,
elevándome en el aire para poder mirar hacia abajo mientras ella
se afanaba en la tierra, canturreando para ella misma,
continuamente.
Siempre quería que me uniera a ella allí, en la tierra. A veces lo
hacía. Pero cuando llegué a los diecisiete años, me interesaban
más las fiestas y los chicos.
Me avergonzaba cada vez que sacaba el tema del jardín. Me
parecía que era lo único de lo que hablaba a veces. Por alguna
razón, me hacía pensar menos en ella.
—¡Solo son jodidas verduras! —le grité un día. Maldije, a pesar de
saber que la haría estremecer. Tal vez incluso porque sabía que la haría
estremecerse—. Si tuvieras una vida, no estarías tan obsesionada con
ellas.
Se quedó allí con el dolor salpicado en su rostro. Pero nunca fue una
persona que levantara la voz.
—Amo mi huerto porque es la forma de alimentar a mi familia. Tú y
tu padre sois las dos personas más importantes de mi vida. Las comidas
que preparo son mi forma de decir lo mucho que significáis para mí.
—¿Por qué molestarse en cultivar la propia cuando se puede tomar la
de otra persona? Después de todo, eso es lo que te gusta hacer, ¿no?
¿Tomar cosas que no te pertenecen y fingir que son tuyas?
Intentó responder. Pero las lágrimas ahogaron sus palabras.
En el presente, me estremezco. El recuerdo es tan vívido y
nítido que incluso ahora, años después, mi visión se difumina tras
un velo de lágrimas.
Dejo la tostada y dejo que la imagen de mi madre enmarcada
en el umbral de la cocina me desgarrare.
No se merecía eso. Mis dos padres pasaron por mucho antes
que yo llegara a sus vidas. Y cuando llegué, pensaron que era una
bendición.
¿Cómo pagué su amor incondicional?
Hostilidad. Agresividad. Desacato.
Un golpe en la puerta me sobresalta. Me apresuro a secar mis
lágrimas. Antes que pueda recomponerme del todo, se abre.
Me sorprende ver a una mujer bien vestida entrando en la
habitación con un par de zapatos de tacón verde azulado
complementados perfectamente con su traje blanco. Tiene un
bronceado deslumbrante y el cabello rubio brillante recogido en
una cola de caballo apretada e impecable.
Pero lo que más me llama la atención es el elegante maletín
negro que lleva en la mano. Lo maneja como un arma.
—Hola, Willow —dice con una voz que hace juego con su
mirada, segura, poderosa, controlada.
Frunzo el ceño.
—Uh, hola. ¿Quién es usted?
—Me llamo Jessica Armand. Siento que no me esperabas.
—¿Es usted abogada?
Ella levanta las cejas, pero hay una pequeña sonrisa en su
rostro.
—¿Tan obvio es?
—El maletín la delata un poco.
—Demonios. —Se ríe—. Y eso que me esfuerzo por no ser
predecible.
Es agradable inmediatamente, lo que no me parece
especialmente justo. Nadie debería ser tan encantadora y
organizada al mismo tiempo. No hay un solo cabello fuera de
lugar.
—¿Puedo? —Me señala el asiento de enfrente.
—Uh, claro, de acuerdo.
Ya se ha sentado cuando respondo. Es lógico, en realidad. Al
parecer la gente de este mundo pregunta solo como mera
formalidad. Al igual que el señor de la casa, todos hacen lo que
quieren.
—Siento interrumpir tu desayuno —añade a posteriori.
—No interrumpes nada —digo—. Ya he terminado. Pero
sírvete si quieres.
—Gracias, pero no gracias. He dejado los carbohidratos
durante unas semanas.
Observo su físico delgado y tonificado y me resisto a poner los
ojos en blanco. Entonces recuerdo que no estoy en posición de
juzgar las elecciones de vida de los demás. Eso acalla rápidamente
mi sentido de superioridad.
—Si has terminado de comer, ¿podemos mover la bandeja, por
favor?
Es indefectiblemente educada, aunque no puedo evitar notar el
tono cortante de su voz. No es grosera. Solo directa. El tipo de
mujer con la que no quieres meterte.
En el momento que muevo la bandeja, deja su maletín sobre la
mesa y lo abre. Me doy cuenta que sus iniciales están grabadas en
los laterales del cuero. Incluso huele a caro.
—Fue un regalo de mi esposo —dice, notando hacia dónde se
han dirigido mis ojos—. En realidad, ahora exmarido.
—Oh. Lo siento.
—¿Por qué? —Se ríe—. Conseguí el divorcio, una pensión
alimenticia y un maletín caro y personalizado. Gané.
Sonrío.
—En ese caso, felicidades.
—Gracias —dice en su tono brusco y comercial—. Ahora, tal
vez podamos concentrarnos en una forma de asegurarnos que tú
también ganes.
—A menos que estés aquí para ayudarme a demandar a Leo
Solovev hasta el olvido, no puedo imaginar que tú y yo tengamos
mucho que hablar.
Eso parece divertirla.
—¿El Sr. Solovev te ha estado irritando?
—“Irritante” es una palabra generosa —suelto—. Lo que ha
hecho es ilegal. Estoy aquí contra mi voluntad.
Se echa hacia atrás en su asiento y ladea la pierna para mostrar
las afiladas puntas de sus tacones. Mi admisión de ser
básicamente una prisionera en esta casa no la ha inquietado en
absoluto.
Lo que, por supuesto, sugiere que ella responde directamente a
él.
—Entiendo que esto es un poco un campo de minas ético...
Resoplo.
—El eufemismo del año.
—Pero estoy aquí con un propósito específico, Willow —
termina diciendo enérgicamente—. Y si no nos ceñimos al tema,
me temo que solo estaremos perdiendo el tiempo. No sé tú, pero
mi tiempo es valioso.
Mis ojos se dirigen a los enormes pendientes de diamantes que
cuelgan de sus orejas. Sus lóbulos están realmente caídos por su
peso.
—Supongo que sus servicios no son baratos.
Sonríe.
—Cobro un cuarto de millón de dólares de honorarios de
representación y tres mil por hora en concepto de consultas.
Cuanto más complicado es el caso, más alto es mi precio. Así que
no, no es especialmente barato.
—Bueno, odio tener que decírtelo, pero no fui yo quien te
llamó aquí.
—Soy consciente. Por eso tienes suerte. Obtienes todo mi
conocimiento y habilidades, sin costo alguno.
—Si trabajas para Leo, deberías aumentar tus honorarios.
Llámalo un impuesto para gilipollas.
Ella sonríe.
—En realidad, no le estoy cobrando.
—¿Cómo es eso?
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo.
La forma despreocupada en que lo dice me produce un
extraño y desagradable hormigueo en la parte baja del estómago.
Al instante me encuentro preguntándome cómo comenzó esa
relación. Cómo se ven los dos juntos.
No es asunto tuyo, Willow, me digo a mí misma con severidad.
No es de tu incumbencia.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto, decidida a terminar esta
conversación cuanto antes.
—Estoy aquí para ayudarte a conseguir el divorcio que
necesitas, de forma limpia y eficiente.
—Lo agradezco —digo con calma—. Pero no necesito tu
ayuda.
—¿Es eso cierto?
—Sí, lo es.
—¿Entonces no tienes interés en divorciarte?
—Tengo todo el interés en ello, en realidad. Pero no cuando se
utiliza como cebo. Si muerdo, estoy muerta.
Jessica me mira con calma. Luego respira profundamente y
cierra su maletín.
—Willow, ¿podemos tener una conversación honesta, de mujer
a mujer?
Suena horrible, pero me trago mis duda y asiento.
Cruza las piernas.
—He hecho la investigación en lo que respecta a tu marido.
Para decirlo sin rodeos, el hombre tiene dinero. No la clase de
dinero que tiene Leo, pero lo suficiente para poder contratar a un
tiburón de abogado.
—Estoy razonablemente segura que estará demasiado
preocupado por otras cosas como para preocuparse por llevarme a
juicio —digo. Pienso en las acusaciones de malversación de
fondos que le hicieron llorar en mi regazo la otra noche—. En
cualquier caso, no tengo nada por lo que merezca la pena pelear.
Ni dinero ni bienes. Todo lo que poseo fue comprado por él. Por
lo que a mí respecta, puede quedarse con todo. Simplemente dejar
que me vaya.
Estoy tan concentrada en el veneno que siento cada vez que
pienso en Casey que ni siquiera escucho las palabras que digo
hasta que se me escapan de la lengua. El estómago se me revuelve
con disgusto.
Pero esta vez, está dirigido a mí misma.
De alguna manera, mientras no estaba prestando atención, me
convertí en una mantenida. Una sanguijuela alimentándose de un
hombre poderoso. Es repulsivo.
—El divorcio no es tan sencillo como se crees —dice—. Puede
prolongar el proceso. Dolorosamente. Podrías estar casada con él
por años más de lo necesario. Y durante todo ese tiempo, vas a
acumular una enorme cantidad de deudas. Porque, como me
acabas de decir, no tienes ningún activo a tu nombre. ¿Es eso
cierto?
Realmente quiero que el suelo se abra y me trague entera.
—Yo... bueno... yo...
—No has pensado en todo esto —dice con un movimiento de
cabeza—. Lo entiendo. Pero el tiempo es esencial. Si lo hacemos
ahora, puedo hacer que te divorcies en cuestión de semanas.
—¿Semanas?
—Soy cara por una razón —dice—. Porque soy la mejor en lo
que hago.
Me pregunto en qué más es buena.
Tiene un cuerpo increíble, reconozco, mientras mis ojos se
mueven hacia abajo. Como una modelo, en realidad. En este
momento, parece elegante y profesional. Intimidante. Pero con el
vestido adecuado, sería absolutamente impresionante.
El tipo de mujer que quedaría perfecta del brazo de un hombre
como Leo Solovev.
Ni siquiera sé por qué estoy pensando en esto. No es de mi
incumbencia con quién se ha acostado en el pasado. No es de mi
incumbencia con quién se acuesta ahora.
—Estoy segura que eres fantástica en lo que haces... pero no
voy a cambiar de opinión. No voy a aceptar su ayuda.
—Leo no es del todo malo, ya sabes.
—Si hubieras sido secuestrada por el hombre, tal vez te
sentirías diferente.
Ella sonríe.
—Tienes fuego. Eso me gusta.
—Gracias por los elogios. Ahora, si no te importa, me gustaría
volver a mi soledad forzada.
Espero que se resista, pero, sorprendentemente, se pone en pie
y recoge su maletín con monogramas.
—Ha sido un placer conocerte, Willow.
No digo nada mientras ella se gira y abandona la habitación
con paso firme.
Me siento aliviada de verla marchar, pero una sensación
desagradable. ¿Se dirige a su dormitorio? La idea de los dos
enredados bajo las sábanas, desnudos y sudorosos, probablemente
riéndose a mi costa, revolotea por mi cerebro.
—Déjate de mierdas —siseo en voz baja.
Con un suspiro, me desplomo en mi silla y trato de averiguar
si he hecho lo correcto.
Pero mi tiempo de reflexión dura poco. Diez minutos más
tarde, la puerta se abre de nuevo de golpe. Esta vez, no hay ni
siquiera la cortesía de un golpe, por lo que sé que es Leo antes de
darme la vuelta.
—Has rechazado la ayuda de Jessica.
Hay algo en la forma en que dice su nombre que me molesta
muchísimo.
—Sí, rechacé la ayuda de Jessica. Ella no es tan impresionante
como crees.
—No la has visto en acción.
Las imágenes sudorosas y desnudas vuelven a inundar mi
mente. La alejo.
—Ni quiero hacerlo. Te diré exactamente lo que le dije a ella:
No quiero un abogado. Quiero mi libertad.
—¿Qué crees que estoy tratando de darte?
—¿Una celda más bonita? —Hago un gesto alrededor de la
cama con dosel y la lujosa decoración.
Se burla.
—No seas ingenua. La libertad viene en grados. Aquí es donde
empieza.
—Grandioso, entonces después de mi divorcio, ¿puedo usar a
Jessica para demandar tu trasero?
Sonríe. El brillo de la diversión eclipsa la irritación de sus ojos.
—Jessica es un tiburón. Pero es mi tiburón.
Mi estómago se retuerce de tantos celos que siento náuseas.
—Bueno, los dos podéis nadar juntos. Os merecéis el uno al
otro. Yo solo quiero salir.
—No te vas a librar de ese mudak marido tuyo sin mi ayuda —
dice.
—Sabes, creo que encontraré una manera.
—Dime cómo —reta—. Estás aislada de todas las personas que
han significado algo para ti.
—Muchos abogados trabajan pro bono6. Alguien por ahí me
ayudará. —Parece una tontería incluso cuando lo digo. Pero tengo
que decir algo. No puedo aceptar todo esto sin más.
Leo resopla.
—Esos hijos malditos cazadores ambulantes no moverán un
maldito dedo por ti. Especialmente no contra el tipo de abogado
que tu ex contratará.
Su lógica tiene demasiado sentido en este momento, pero la
ignoro y me mantengo firme. No me permitiré estar en deuda con
él.
No cuando todavía no sé qué es lo que espera a cambio.

6 Pro bono es una expresión latina que significa “para el bien público” y que se usa para
referirnos al trabajo voluntario que realizan distintos profesionales. Generalmente, se relaciona con
el servicio que los abogados prestan de forma gratuita.
Puede que sea una hermosa bestia, pero nunca podré olvidar
cuál de esas dos palabras es más importante.
—Ese es mi problema, no el tuyo.
Suspira.
—Muy bien. —Saca algo de su bolsillo y, por un loco
momento, creo que es un arma. Estoy a punto de agacharme,
cuando gira su mano para revelar...
Mi teléfono.
Entonces, para mi total asombro, me lo entrega sin decir nada.
Tan pronto me da el teléfono, gira sobre sus talones y
desaparece por la puerta. Se cierra con tanta fuerza que los
cuadros que están colgados, cimbrean contra las paredes. De
nuevo sola, miro la pantalla y me pregunto si está preparada para
explotar en mi mano.
Esto tiene que ser una prueba, ¿verdad? ¿Solo otro juego para
su retorcida diversión?
Pero pasan unos minutos y no sucede nada. Cuando se me
pasa el susto, desbloqueo el teléfono y voy directamente al
registro de llamadas.
Noventa y ocho llamadas perdidas. Todas de Casey.
Mis mensajes de texto son incluso peores. La pequeña burbuja
roja dice "237". Y cada uno de ellos, también es de Casey.
En contra de mi buen juicio, toco el icono de texto y abro el
hilo. Mal movimiento. Es como recibir repetidas bofetadas en la
cara.
Cariño, ¿dónde estás? He intentado llamar y no respondes.
Willow, en serio. No me vuelvas a hacer esta mierda.
¿Cuándo vas a dejar de hacer estas putas tonterías y bajar la
cabeza de las nubes? Soy un hombre paciente y me estás poniendo
de los nervios.
Me desplazo hacia abajo durante un rato, deteniéndome solo
cuando encuentro un mensaje escrito en mayúsculas.
¿QUE MIERDA ERES, PEQUEÑA ZORRA?
Hay más inmundicia repulsiva después de ese mensaje y
luego, veintitrés textos más tarde, el remordimiento entra en
acción.
Cariño, lo siento. No debí hacerlo... pero me estás volviendo
loco. Preocupado. Estoy tan jodidamente preocupado...
Sigo desplazándome. Como era de esperar, el remordimiento
no dura mucho.
Cuando descubra dónde estás, lo lamentarás.
Te voy a dar una paliza hasta que se te desprenda la piel.
Lo lamentarás.
Recuerda quién es tu puto amo, puta perezosa.
Perra.
Puta.
Cierro el hilo y dejo caer el teléfono al suelo. No quiero volver
a tocarlo.
Pensé que el teléfono sería mi salvación, pero no hay nada que
encontrar.
No tengo a nadie. No tengo nada.
Lo único que queda por hacer es llorar.
11

Jaime entra con un café. Sus ojitos coquetos se dirigen a mí


como un ratón que quiere ser atrapado.
—¿Cómo te va, jefe? —ronronea.
Le gusta llamarme "jefe". La dinámica de poder de todo esto.
Es bonita y menuda, y sus tetas son lo suficientemente
turgentes como para merecer algo de atención en otras
circunstancias. Pero hace tiempo que dejé de follar con mujeres
solo porque puedo.
Dejé atrás esos días cuando tomé el manto de Don.
—¿Y bien? —pregunto bruscamente, yendo al grano.
—Llevé su té como me pediste.
—¿Y? ¿Qué estaba haciendo?
Jaime deja mi café y se inclina sobre el escritorio. Se han
soltado los dos botones delanteros de su ya escotado uniforme de
sirvienta.
Me gustan las mujeres que saben lo que quieren. Pero esto es
exagerado.
—Llorando, señor.
Mis ojos se dirigen a la cara de Jaime. Está mostrando una
sonrisa tímida que me molesta mucho. Especialmente a la luz de
la información que acaba de revelar.
—¿Willow está llorando?
—Mhmm. Entré y ella estaba hecha en un ovillo, sollozando en
su almohada.
Suena innecesariamente feliz de hacer el informe. Como si un
competidor hubiera sido sacado de la carrera para mi atención.
—Dejé su bandeja y le pregunté si quería algo, pero no
respondió. Ni siquiera levantó la vista. Me fui y vine directamente
aquí.
Asiento.
—Puedes retirarte.
Se le cae la cara.
—Oh, um, bueno, está bien... ¿Necesitas algo antes que me
vaya?
—Solo un poco de tranquilidad.
Sus cejas se fruncen mientras se esfuerza por encontrar la
manera de quedarse un poco más.
—Pareces tenso. ¿Qué tal un masaje?
Resisto el impulso de poner los ojos en blanco.
Hubo un tiempo en mi vida en que esa oferta habría sido
bienvenida. Habría aceptado el masaje y luego me la habría
follado sobre mi mesa. Con una palmada en el culo, la habría
mandado a paseo. ¿Qué tal eso para aliviar la tensión?
Pero eso era antes.
Ahora, es un mundo muy diferente.
—No hace falta —digo—. Estoy seguro que tienes trabajo que
hacer.
Pone las manos sobre mi escritorio y se inclina lentamente,
aplastando sus tetas entre los brazos.
—Nada tan importante como atender sus necesidades, Sr.
Solovev.
Hay que admirar la persistencia de la chica. Pero ahora mismo,
no tengo paciencia para ello.
—Jaime.
—¿Sí, señor? —dice ella, elevando inmediatamente su tono.
Ella está anticipando una propuesta. Algo que implica que su
coño se apriete alrededor de mi polla. Sus ojos nunca se apartan
de mi rostro. Es perfecto para el mensaje que quiero transmitir.
—Tienes exactamente cinco putos segundos para salir de esta
oficina.
Sus ojos se agrandan y sus mejillas se ruborizan. En realidad,
no empiezo la cuenta atrás, pero ella se va antes que llegue a dos.
Una vez que se ha ido, me dirijo directamente a la habitación
de Willow.
No dudo en irrumpir en su habitación y cerrar la puerta tras
de mí por segunda vez en el día.
Sigue en la cama como dijo Jaime, pero ya no está acurrucada.
Ahora está sentada, con las rodillas pegadas al pecho y los brazos
rodeando las piernas. Sus ojos se amplían cuando me ve, pero ni
siquiera se molesta en limpiarse las lágrimas.
Incluso si lo hiciera, no serviría de nada. Han dejado huellas en
sus dos mejillas.
Avanzo y me apoyo en uno de los pilares de su cama con
dosel.
—¿Es esta tu manera de decirme que quieres recuperar a mi
abogado?
Me mira con incredulidad.
—Era una espía, ¿no?
—¿Quién? ¿Jessica?
—La pequeña putita que acaba de salir. La del té y la sonrisa
de "fóllame" —Willow prácticamente gruñe—. Dime, ¿te follas a
todas las mujeres que tienes contratadas? ¿Es parte del proceso de
contratación?
Vaya, vaya. No esperaba esto. La pequeña kukolka tiene una
vena celosa.
—¿Qué te hace pensar que me la he follado?
—Era obvio por la forma en que me miraba —Willow
chasquea—. Como si yo fuera la maldita competencia.
—¿Te molesta eso?
—¿Qué?
—¿Te molesta que me la haya follado?
Ella inclina la cabeza hacia un lado.
—¿Lo has hecho?
—No estás respondiendo a mi pregunta.
—¿Por qué debería hacerlo? —exige ella—. Nunca respondes a
las mías.
Se baja de la cama y se pone delante de mí, con las manos en la
cadera y los ojos encendidos.
—No quiero que suba más aquí. —Habla con tanta autoridad
en su voz. Me da una idea de lo que podría ser capaz si se le
permitiera florecer su personalidad—. No quiero ver su jodida
cara nunca más.
—Puedo arreglar eso —digo con un encogimiento de hombros
indiferente—. Le daré turnos extra en mi habitación.
Su expresión está llena de ira y dolor, pero me ha obligado a
hacerlo. Si los celos son la motivación que lleva a la joven Willow
a la acción... que así sea.
—Tal vez deberías forzarla a casarse contigo entonces.
—¿Forzarla? —pregunto—. No, no será necesario forzar a
Jaime. Se moja cada vez que me ve.
Su mandíbula se aprieta notablemente. Se esfuerza por
mantener la calma.
—Oh, espera —digo como una ocurrencia tardía—... Y tú
también.
—Maldito gilipollas —sisea Willow.
Da un paso hacia mí. Espero que se detenga en seco, que
guarde las distancias y me lance más insultos. Pero me sorprende.
En lugar de contenerse, se acerca y me empuja en el pecho tan
fuerte como puede.
La chica se pone física cuando se pierde.
Interesante.
No es que sirva de mucho, por supuesto. La empequeñezco en
todos los aspectos importantes. Ella no podría moverme ni con
una jodida excavadora.
Su mueca se ensombrece cuando se da cuenta de ello. Sus
dedos se crispan antes de caer inútilmente a sus lados.
—No me conoces —se burla ella—. No sabes nada de mí.
—Conozco tu cuerpo —le recuerdo—. Pero tú odias eso, ¿no?
—Nunca me habría acostado contigo esa noche si lo hubiera
sabido.
—Si hubieras sabido qué...
Ella no responde. Tal vez no lo haga. Tal vez simplemente no
puede. En cambio, intenta empujarme de nuevo. Es tan ineficaz
como la primera vez. Como golpear una pared de ladrillos.
—¿Por qué no devuelves el golpe? —pregunta de repente.
Por supuesto que se preguntaría. Ha pasado su vida con un
maldito cobarde. Un cobarde cuya única línea de defensa es
intimidar a la gente más débil que él antes que su cobardía quede
al descubierto.
—No peleo batallas injustas, Willow.
—¿Justas? —me mira boquiabierta—. Nada en esta situación es
justo. Eso no te ha detenido hasta ahora.
Me encojo de hombros.
—Todo es cuestión de perspectiva.
—¿Qué significa eso?
—Exactamente lo que he dicho.
—Eres exasperante. —Sus palabras tiemblan con el calor de su
frustración.
—También tú —digo—. Te estoy ofreciendo una salida y no la
aceptas.
—Una salida a otro matrimonio abusivo. Qué jodida
consideración de tu parte.
Mis músculos se ponen rígidos de negra ira. ¿Cómo se atreve a
compararme con ese puto gusano?
—Cuidado ahora —le advierto—. Estás entrando en territorio
peligroso.
Sus ojos destellan tanto miedo como valentía.
—¿Por qué? ¿Porque he tocado un nervio?
—Porque en la Bratva es peligroso lanzar acusaciones sin
fundamento.
—Oh, creo que hay una gran cantidad de méritos aquí —sisea.
La agarro del brazo y la atraigo hacia mí. Mis palabras son
calientes en su oído.
—Controlo a los hombres que me confían sus vidas. Y
destruyo a cualquiera que suponga una amenaza para mi mundo.
Pero no soy como tu marido —gruño—. No hago daño a la gente
sin un propósito. Especialmente a mujeres indefensas.
Es el código por el que he vivido desde que mi hermano me lo
repitió cuando tenía nueve años. —Puede que seamos criaturas del
inframundo, Leo. Pero eso no significa que no podamos seguir teniendo
principios. No dejes que nadie te los quite. Úsalos como un escudo y, con
el tiempo, se convertirán en un arma.
Solo tenía dieciséis años cuando me golpeó con esa joya. En
nuestro mundo, se crece rápido.
Willow se retuerce contra mí, intentando liberarse. Cuando
miro hacia abajo, veo una nueva emoción en sus ojos. Debajo del
miedo. Debajo de la bravuconería.
Lujuria.
De hecho, parece que se excita con nuestra proximidad.
Y no es la única. Mi polla está tan dura que se sacude
dolorosamente cada vez que respiro. El hecho de sentir sus tetas
presionando mi pecho no ayuda.
Demasiado para que la situación se agrave.
Suelto sus brazos, esperando que retroceda. Pero ella se limita
a lanzar sus delicados puños contra mi pecho.
—¡No soy como las putas a las que estás acostumbrado! No
voy a aceptar esto de brazos cruzados.
—¿Prefieres tomarlo inclinada entonces? —pregunto—. Me
parece bien. Eso se puede arreglar.
Hace una pausa lo suficientemente larga como para que pueda
apreciar realmente la sorpresa en su rostro. Tiene los labios
rosados y las mejillas enrojecidas.
Entonces empieza a golpear sus puños contra mí de nuevo.
Resulta graciosa la forma en que cree que puede herirme. Es tan
gracioso que sonrío.
Pero eso solo la anima aún más.
Me quedo de pie y recibo cada golpe. Podría bostezar, pero
decido no ser un imbécil al respecto. La pobre necesita
desahogarse, ¿no?
Tras unos cuantos golpes más, sus intentos son cada vez más
débiles. Finalmente, suelta las manos. El fuego de sus ojos se
atenúa.
—Crees que soy débil —dice en voz baja—. Crees que soy
patética.
—No. Solo creo que buscas el castigo en los lugares
equivocados.
Eso la toma desprevenida. Levanta la mirada para encontrarse
con la mía. Nunca se le ha pasado por la cabeza que quizá, solo
quizá, la conozco mejor de lo que cree.
—¿Por qué iba a hacerlo? —pregunta ella, tímidamente—.
¿Ahora eres mi psiquiatra?
—Seguro —digo en voz baja—. Acuéstate en mi sofá. Déjame
retirar tus capas.
Ella parpadea sorprendida. Luego se deja caer en el borde de
la cama. Una gruesa lágrima se desliza por el rabillo de sus ojos, y
siento la derrota en esa única gota.
Sin embargo, la conozco mejor. Mejor de lo que ella misma se
conoce.
Le queda más lucha.
—Yo... renuncié a tanto por él —admite sin mirarme. Hablar
en voz alta para sí misma parece ser la única forma en que puede
justificar abrirse a mí de nuevo—. Cuando pienso en todo a lo que
renuncié con tal de mantenerlo feliz...
—¿Como tus padres?
Se estremece ante la mención.
—Me... me encantaría poder culpar a Casey. Pero esa... esa es
totalmente culpa mía.
La vergüenza y el bochorno, el remordimiento en su tono... es
desgarrador. Me siento a su lado, pero no hablo.
Le doy espacio. Le doy su silencio.
Eso es todo lo que necesita.
—Tenía diecisiete años cuando me enteré que era adoptada —
comienza suavemente—. Probablemente fue entonces cuando
todo se fue a la mierda. Pero déjame adivinar, tú ya lo sabías, ¿no
es así?
No oculto la verdad.
—Hago mi trabajo para conocer las cosas.
—Eres despreciable —susurra, pero el insulto es débil y tenue.
Es curioso que sus insultos me exciten.
—Estabas en medio de una historia.
—El inciso era necesario.
Sonrío.
—Sigue.
—En retrospectiva, parece la razón más estúpida posible para
enfadarse. Pero en ese momento, lo sentí como una traición.
—¿Cómo te enteraste? —pregunto.
—Encontré mis papeles de adopción en el ático. En un cofre
marcado como Importante.
—Al menos no ponía Insignificante.
Resopla levemente.
—Ya estaba en camino de convertirme en una adolescente
malcriada. Y entonces encontré esto y… sacudió mi mundo.
—¿Qué dijeron tus padres cuando te enfrentaste a ellos?
—Dijeron que no creían que fuera lo suficientemente
importante como para decírmelo. Dijeron que yo era su hija en
todos los aspectos que importaban. Que esos papeles eran
necesarios para tenerlos cerca por razones legales.
—¿Y no te satisfizo esa respuesta?
Ella suspira.
—Yo era una perra en ese entonces.
—¿A diferencia de ahora? —Me mira fijamente y le hago un
gesto para que siga—. Continúa.
—El resultado es que usé eso como excusa para actuar. Iba a
muchas fiestas, elegía novios que sabía que les molestarían o
preocuparían. Era el típico cliché de adolescente, que hacía todo lo
posible para enfadar a papá y mamá. Y como si eso no fuera lo
suficientemente espeluznante, era lo suficientemente ingenua
como para creer que era única. Especial.
—Tal vez lo seas.
Me mira.
—¿Te estás poniendo sentimental?
—No he sido sentimental ni un día en mi vida. Solo estoy
señalando lo que bien puede ser un hecho.
—¿Basado en qué?
—Perspicacia.
—Me gustaría que dejaras de decir mierdas crípticas como esa
todo el tiempo —soltó Willow—. Está empezando a volverme
loca.
—No hay nada críptico en lo que te he propuesto, Willow. Te
he dicho exactamente lo que quiero —digo—. Es más, te he dado
todas las herramientas para hacer realidad lo que quieres. Pero tú
lo rechazas cada vez que puedes.
Me mira fijamente, la lucha aún arde en sus ojos. Veo que el
plan se está formando lentamente.
Oh, kukolka, suspiro en mi cabeza. Hay tantas cosas que no
entiendes de mi mundo. Crees que estás aprendiendo a desenvolverte
aquí. Y estás muy, muy equivocada en eso.
—¿Qué tal si hacemos un trato?
Finjo estar intrigado.
—¿Qué tienes para mí?
—Aceptaré tu ayuda y conseguiré el divorcio. A cambio, me
dejas pasear por la casa —dice ella—. Solo un poco de libertad.
Eso es todo lo que pido. Solo un poco de espacio para respirar.
—Es una petición razonable.
—¿Es eso un sí?
Asiento con la cabeza.
—Es un sí.
El triunfo brilla en sus ojos. Hoy hemos hecho progresos. Pero
tenemos un largo camino por delante, Willow y yo. Algunas cosas
no pueden apurarse.
Me pongo de pie y me despido sin decir nada más. Sin mirar
atrás.
Siento que sus ojos se clavan en mi espalda durante todo el
trayecto.
Estoy bajando las escaleras cuando Jax me alcanza.
—Oye —comienza—. Tengo una mierda que necesito discutir
con…espera, ¿por qué estás sonriendo?
—Willow ha accedido el aceptar la ayuda de Jessica para
conseguir el divorcio
—Te deja libre para casarte con ella —supone Jax—. Bonito.
¿Supongo que quiere algo a cambio?
Asiento.
—Quiere libertad de movimiento.
Jax se detiene en seco.
—¿Y estuviste de acuerdo?
—Sí.
—¿Porque confías en ella?
Resoplo.
—Joder, no. Va a usar esto para intentar escapar.
—Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto? —pregunta.
Mi sonrisa se estira un poco más.
—Voy a dejarla.
12

La libertad de pasear.
Libertad para escapar.
Ahora tengo oportunidades y no pienso desperdiciarlas.
Me reuniré contigo para hablar del divorcio. ¿Tal vez en una
cafetería?
Si la abogada de Leo está confundida por mi texto, no lo
demuestra. Su texto de respuesta es solo una dirección.
Inmediatamente, compruebo dónde está exactamente en relación
con la casa de Casey, donde todavía están escondidas las últimas
de mis escasas posesiones.
Veinte minutos a pie. Once en coche.
Puedo hacerlo.
Solo tengo que ser inteligente y estar calmada. Y rápida. Por
encima de todo, tengo que ser rápida.
He estado revisando mi lista de contactos desde que Leo me
devolvió el teléfono. Necesito un amigo que no se moleste por el
tiempo que ha pasado desde la última vez que hablamos. A quien
no le importe que ahora le pida un favor.
Jane siempre fue dulce, pero ella y yo nunca fuimos
particularmente intimas en primer lugar.
Gillian es irritable como el infierno. No es probable que
perdone el hecho que hayamos hablado tal vez dos veces en los
últimos cuatro años.
Sue-Lin regresó a Hong Kong.
Cindy se casó y tuvo un hijo. Lo último que necesito es meter a
un niño en este lío.
Madeline sería una buena apuesta, pero lo último que supe de
ella fue un mensaje de texto masivo en el que decía a todo el
mundo que se deshacía de su teléfono. Se encontraba en una fase
del budismo, y no tengo la menor idea si todavía está en ella.
Ignoro el nombre de Dustin al principio, pero a la tercera vez
que lo veo, las cosas son lo suficientemente sombrías como para
detenerme en él.
Tuvimos una aventura en nuestro primer año. Seguimos
siendo amigos después que termináramos, pero me parece mal
llamar a un ex novio para pedirle ayuda.
Si lo descarto, entonces se me acabó la suerte. Pero no me
atrevo a hacerlo.
Es difícil negar ahora lo sola que estoy en este mundo. Al
casarme con Casey fue cuando corté los últimos lazos con otras
personas, pero había comenzado a hacerlo incluso antes de
conocernos. Cortando mis relaciones una por una.
Solo quedan dos nombres: Mamá y papá.
Cierro el teléfono y suspiro. Eso tampoco es una opción.
Lo que significa que estoy sola.
Una parte de mí no cree que Leo vaya a dejarme salir del
recinto. Pero le digo al guardia que está fuera de mi habitación
que tengo una reunión con Jessica en una hora, y lo siguiente que
sé es que me están escoltando hasta las puertas principales.
Un brillante Mercedes me espera delante de la mansión. A
través de los cristales tintados, veo que el conductor lleva un traje
negro y una gorra de chófer. En comparación, me siento poco
vestida. En mi habitación había un armario repleto de ropa,
probablemente de mi talla perfecta, si los otros preparativos de
Leo sirven de referencia, pero los ignoro y opto por el vaquero y la
blusa que llevé en la "entrevista" que dio comienzo a toda esta
pesadilla.
Percibo los ojos del conductor mientras me dirijo al vehículo,
pero cuando me subo al asiento trasero, me doy cuenta que no
puedo verlo en absoluto a través de la mampara tintada. Hay algo
que me da escalofríos.
Respiro profundamente y trato de calmarme. Es demasiado
pronto dentro del plan para estar asustada.
Mantén la calma, chica.
El fracaso no es una opción. Tampoco lo es renunciar. Si me
quedo, no soy solo una mujer maltratada, soy una mujer
maltratada que ha decidido aceptar su suerte en la vida. Y no
puedo ser esa chica.
No seré esa chica.
Antes de darme cuenta, estamos llegando a nuestro destino. La
puerta del vehículo se abre automáticamente, y entro con la
cabeza alta en la elegante cafetería.
Está diseñada al estilo de un bistró francés, extremadamente
elegante. Más elegante de lo que sugieren mi vaquero y mi
camisa. Me pongo rígida, pero trato de no vacilar. No importa, en
realidad. Pronto saldré de aquí.
Veo a Jessica sentada en una elegante mesa en el rincón.
—¿Ya estás aquí? —pregunto mientras me acerco.
—Siempre soy puntual con los clientes —dice—. Y debo tener
un cuidado especial contigo.
—¿Debido a Leo?
—Precisamente. —Sonríe—. Nunca querría decepcionarlo.
Mi estómago se retuerce de celos. Sinceramente, tengo que
poner en orden mi cuerpo y mi cabeza. Ambos intentan hacerme
sentir cosas que no tengo tiempo de sentir.
Hoy lleva un vestido rojo intenso, pero su maquillaje es sutil y
elegante. A diferencia del severo recogido de ayer, su cabello está
perfectamente planchado y cae sobre sus hombros como una
cascada. Es tan brillante que juro que puedo ver mi propio reflejo.
No puedo evitar imaginarme a Leo pasando las manos por él...
—¿Willow?
Parpadeo para alejar la imagen no invitada.
—Lo siento.
—¿Adónde has ido?
—A un lugar desagradable —admito, omitiendo que ella era
en gran medida, parte de lo desagradable.
—Escucha, soy muy buena en lo que hago. No tendrás que
preocuparte por este divorcio. En absoluto.
Ella cree que estoy preocupada por el divorcio de Casey. Que
en realidad es en lo que debería estar centrada. Más aún, es lo que
necesito que Jessica piense que estoy concentrada.
—¿Y si se defiende? —pregunto, asegurándome de inyectar un
sutil temblor de miedo en mi voz. No es difícil de fingir. A pesar
de lo mucho que palidece en comparación con el reino del terror
de Leo en mi vida, Casey todavía me asusta. En cierto modo,
siempre lo ha hecho.
—Oh, tengo todas las razones para creer que lo hará —dice
Jessica con una sonrisa confiada—. De hecho, espero que lo haga.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—No sería divertido si simplemente da la vuelta y me deja
hacer lo que quiera con él.
Levanto las cejas.
—Apuesto a que hay bastantes hombres a los que no les
importaría que te salieras con la tuya.
Se ríe amablemente, pero su rostro vuelve a ser neutral.
—Desgraciadamente, no tendrá elección. Estoy de tu lado, lo
que te convierte en la afortunada. Ahora, tengo algunas preguntas
que me gustaría repasar contigo, si no te importa. Puntos de hecho
para confirmar.
—Por supuesto. Dispara.
—¿Cuánto tiempo hace que estás casada?
Pienso en el momento en que se arrodilló y me propuso
matrimonio. Desde luego, no esperaba una proposición de
matrimonio. Tenía diecinueve años. Todavía estaba tratando de
entender mi vida.
Pero era más fácil dejar que me arrastrara a su mundo.
—Siete años —admito—. Tenía diecinueve años cuando me lo
propuso. Veinte cuando nos casamos.
—¿Algún hijo?
—No, gracias a Dios —digo con evidente alivio. Ella sonríe y
yo siento la necesidad de explicar—. Es que...
—No es necesario dar explicaciones —dice levantando una
mano—. Hace las cosas mucho más fáciles cuando no hay niños
de por medio.
—Siempre los quise —suelto antes de poder detenerme—.
Pero supongo que fue algo bueno que nunca sucediera.
Espero que Jessica pase por alto esa afirmación con su fría
profesionalidad característica, pero me mira con simpatía en los
ojos.
—¿Alguna vez lo has intenté?
—No realmente —admito—. Casey siempre dijo que quería
esperar a establecerse antes que tuviéramos hijos. Y yo era muy
joven cuando nos casamos. Tenía sentido esperar. Pero a medida
que fui madurando...
—¿Los problemas entre ambos empeoraron? —deduce Jessica.
Suspiro.
—Sí. Sucedió tan lentamente que apenas me di cuenta. Como
hervir una rana o como sea esa estúpida expresión7.
—Eso es lo que suele ocurrir. —Hace una pausa y luego
pregunta—: Estoy en lo cierto al suponer que era abusivo, ¿no?
Me tenso un poco, preguntándome si mis explicaciones la
satisfarán. Pero me parece poco sincero mentir.
—En realidad nunca me ha pegado, si eso es lo que preguntas.
Deja el bolígrafo en la mesa y junta las manos.
—El abuso físico no es la única forma de abuso, Willow.
Asumir que una mujer está bien simplemente porque no tiene
hematomas de pies a cabeza es un error. El abuso mental y
emocional puede ser igual de devastador. Igual de dañino.
Ella insiste en el incómodo silencio.
—¿Alguna vez lo denunciaste?
Me río amargamente.
—¿Qué habría dicho? ¿Que casi me pega? No estoy segura que
eso hubiera funcionado. Cualquier policía se habría reído en mi
cara.
Me hace un gesto comprensivo.

7 Hace referencia a la analogía tomada del libro "La rana que no sabía que estaba hervida...y
otras lecciones de vida"
—Entiendo que te sientas así, pero la verdad es que hay líneas
telefónicas a las que puedes llamar para denunciar todo tipo de
abusos. Y dices que a un policía no le importaría, pero el
departamento de policía de esta ciudad es realmente bastante
bueno en el manejo de ese tipo de denuncias. Créeme, no digo eso
de todos los departamentos de policía de este país. Hay recursos a
tu disposición, Willow. Solo tienes que pedir ayuda.
Respiro profundamente para evitar que esta extraña y
turbulenta emoción surja y me estrangule. Se siente extraña estar
sentada aquí, en este pequeño e idílico café, discutiendo algo que
me resulta tan desagradable. Distorsionado. Antinatural.
Por no hablar del hecho que esto se ha convertido en una
reunión en toda regla, y solo pretendía que fuera un paréntesis en
el camino hacia mi gran fuga.
Repito las palabras de Jessica en mi cabeza. Hay recursos a tu
disposición. Solo tienes que pedir ayuda.
Pero se equivoca. No tengo amigos, ni refugios, ni recursos. No
tengo ningún lugar al que ir.
Pero eso no importa.
Lo único que importa es que me vaya.
No me quedaré sentada y seré una víctima más.
—¿Willow?
Sacudo la cabeza, avergonzada por haberme desentendido de
Jessica dos veces.
—Uh, lo siento —murmuro torpemente—. Todo esto es un
poco... abrumador para mí.
—Por supuesto —dice ella—. Lo entiendo.
—¿Puedo tener un momento? —pregunto—. Solo necesito...
usar el baño.
—Está justo después de la decoración floral. —Me señala para
que sepa a dónde ir.
No hay ni una mínima sospecha en su rostro mientras me
deslizo fuera de mi asiento, dirigiéndome al pasillo del fondo.
Antes de doblar la esquina, miro hacia atrás. Jessica ni siquiera me
mira. Su atención está fijada en su teléfono.
Me deslizo más allá del baño y entro en el pasillo de servicio
del personal.
Un camarero pasa por delante de mí, y luego retrocede.
—Señora, esta zona es solo para empleados. Los comensales no
deben estar aquí atrás.
—Lo siento —digo rápidamente, pensando en mis
movimientos—. Solo trato de evitar una mala cita. ¿Hay una
salida por aquí?
El camarero es un tipo de unos treinta años. Parece
inmediatamente comprensivo.
—Oh, mierda, está bien, claro. Simplemente tiene que caminar
hasta pasar la cocina y girar a la izquierda. La salida está justo ahí.
Buena suerte.
—¡Bendito seas! —jadeo, ya corriendo por el pasillo.
La parte trasera del restaurante da a una calle estrecha en lugar
de a un callejón, que no es lo que tenía en mente, pero en realidad
funciona perfectamente. Un taxi se acerca a la acera justo cuando
salgo. Una casualidad, pero el momento no podría ser más
perfecto.
No llevo mucho dinero encima, pero la casa de Casey no está
lejos. Le doy al taxista mi dirección y le digo que se apure.
El corazón me retumba contra las costillas durante todo el
trayecto. Cada vez que oigo un bocinazo o el sonido de una sirena,
asumo que es para mí. Como si Leo pudiera llamar a la policía por
mí. ¡Ayuda, oficiales, mi víctima de secuestro se ha escapado!
En el momento en que el taxi estaciona frente a la casa, arrojo
el billete a la parte delantera y salgo de un salto. El coche de Casey
no está en la entrada, gracias a Dios. Tengo la oportunidad de
coger mis cosas y salir pitando de nuevo.
Ni siquiera había pensado en la posibilidad que Casey me
atrapara. Decidí dejar de lado la preocupación a menos que
realmente necesitara enfrentarlo. Es el menor de los males en este
momento, de todos modos.
La casa está silenciosa y tranquila cuando uso mi llave para
abrir la puerta y entro corriendo. No dudo que Jessica ya habrá
informado a Leo de mi ausencia, así que tengo que ser rápida.
Subo las escaleras de dos en dos y saco la bolsa de lona del
armario. No presto demasiada atención al estado de la casa, pero
un vistazo es todo lo que necesito para saber que Casey no ha
estado haciendo muchas tareas de limpieza. Pensar en él
manejando una fregona o una aspiradora es lo suficientemente
ridículo como para hacerme reír a carcajadas.
Vierto mi joyero en la bolsa de mano. No es que me importe
una mierda empezar mi nueva vida en la carretera con un aspecto
glamuroso, pero puedo empeñarlas para conseguir algo de dinero
rápido. Lo más probable es que si Casey no ha congelado ya todas
mis tarjetas de crédito, lo haga pronto. O el FBI lo hará. El que
llegue primero.
Estoy echando unos cuantos puñados de ropa al azar en la
bolsa cuando escucho el rugido de un motor.
Me quedo paralizada en el sitio, con el corazón palpitando. Al
acercarme a la ventana, mi pánico adquiere un nombre.
Casey.
Supuse que sería Leo. Es mediodía; Casey debería estar en el
trabajo. Pero está aquí, y no sé si estoy más aterrada o aliviada por
quién no es.
—Por favor, por favor, por favor. —Susurro una oración
mientras recorro la casa de puntillas, esperando que se materialice
una salida.
Estoy en el rellano de la escalera cuando escucho el portazo de
la puerta principal. He oído suficientes portazos suyos para saber
que no está de buen humor.
Intento respirar a través de las extrañas manchas rojas que veo.
Apoyando la bolsa en la cadera, lo último que necesito es que mi
torpe trasero tire algo al suelo y lo alerte de mi presencia, bajo las
escaleras sigilosamente.
A mitad de camino, me detengo y espero. Si lo escucho venir
hacia aquí, me retiraré y me meteré en el dormitorio de invitados.
Pero no se mueve.
Me quedo justo donde estoy. Pasan tres minutos y él sigue en
el salón. Prácticamente puedo oír el ceño fruncido en cada
respiración, cada uno de sus movimientos de ropa.
Si se queda ahí, probablemente pueda colarme por la puerta
principal e irme antes que me alcance. El único problema es el
espacio abierto de dos metros entre la escalera y la puerta
principal. En el ángulo equivocado, existe la posibilidad que me
vea.
Y si eso sucede...
No, me digo. Tengo que ser fuerte.
No puedo permitirme perder más tiempo aquí. Si Casey no me
atrapa, entonces Leo lo hará. De alguna manera, la idea que Leo
me atrape me asusta mucho menos.
Pero puede que sea mi cuerpo el que hable.
El pensamiento errante casi me hace soltar una carcajada entre
dientes. Sinceramente, ¿qué me pasa? el pánico, claramente me
está dando vértigo.
Si Casey me atrapa, me defenderé. Ese pensamiento me da la
suficiente confianza para ponerme en marcha. Aprieto los dientes
y obligo a mis temblorosos pies a dar el primer paso hacia abajo.
Solo faltan unos pocos pasos para llegar a la planta baja. Me
agacho para mirar a través de la barandilla y ver el terreno.
Casey no está a la vista.
Estiro el cuello para intentar ver el salón. Está despejado, lo
que significa que está en la cocina. Ahora es mi oportunidad. Es
hora de moverme como si mi culo estuviera en llamas.
Me siento como Neil Armstrong aterrizando en la luna cuando
mi pie toca el suelo. Territorio inexplorado: un pequeño paso para
Willow, un gran salto para la especie Willow.
La puerta está a dos largos pasos. Media docena de metros, tal
vez menos. Puedo hacerlo. Casi sin casa.
—¿Qué demonios?
El miedo que serpentea por mi espina dorsal ante esas
palabras es tan agudo que me hiela el cuerpo.
Giro en el lugar para encontrar a Casey de pie en el umbral de
la cocina. Él también parece congelado en su sitio. Hay sorpresa
en su rostro al verme.
Pero, como siempre, veo que la ira se va apoderando poco a
poco.
—Casey —digo, asegurando la bolsa en mi hombro—.
Escucha, no quiero ningún problema, ¿vale? Solo he venido por
mis cosas. Ya me voy.
—¿Te vas a dónde? —gruñe—. No tienes ningún sitio al que ir.
—Me las arreglaré. Ya no soy tu preocupación.
—Eres mi maldita esposa.
Sacudo la cabeza.
—No por mucho tiempo. —Es difícil no sonar orgullosa
cuando añado—: Me estoy divorciando de ti.
Sus ojos se estrechan, lo que atrae mi atención hacia las ojeras
que los rodean. Su piel está flácida e hinchada. Tiene la nariz roja.
Ha estado bebiendo. Mucho, por lo que parece.
—Te vas a divorciar de mí —repite lentamente, como si tratara
de asimilar el concepto.
—Eso es. Y no hay nada que puedas hacer al respecto.
—Oh, se me ocurren algunas cosas —suelta—. ¿Olvidaste que
estoy pasando por una pequeña dificultad profesional en este
momento?
Frunzo el ceño.
—¿Qué tiene que ver que robes a tu empresa conmigo?
—Tengo suficiente a mi disposición para incriminarte junto a
mí. Si yo caigo, tú caes.
Mis ojos se desorbitan por la sorpresa. De todas las cosas que
esperaba de Casey, esta no era una de ellas.
—¿Hablas en serio?
—¿Parece que esté bromeando?
—¡No tuve nada que ver con nada de esa mierda! ¡Ni siquiera
sabía que estaba ocurriendo!
—Pero puedo hacer que parezca que lo hiciste. Que tú me
animaste —dice con sorna—. Y seamos realistas, estabas
cosechando los beneficios.
Sacudo la cabeza como si pudiera aclarar este lío.
—No se te ocurrirá.
—Creo que descubrirás que sí. En cualquier caso, lo hice por ti.
—Estás loco.
—Hice lo que hice para darte las mejores cosas de la vida —
dice—. Hice lo que hice para mantenerte feliz.
—¿Es por eso que te follaste a... cómo se llamaba Mabel? ¿Fue
para mantenerme feliz también?
—¿Cuándo vas a olvidarte de eso y seguir adelante? Por el
amor de Dios, siempre te fijas en la mierda.
—Ya lo he superado —suelto bruscamente—. Por eso no me
creo ninguna de tus gilipolleces ni un segundo.
Parpadea estúpidamente, confundido por este repentino giro
de los acontecimientos. Nunca me gustó la confrontación con él.
Sobre todo, porque sabía que no podía ganar.
Pero esto es diferente.
He encontrado mi voz y mi fuerza. Y no voy a renunciar a
ninguna de ellas.
—Debería haberte dejado hace mucho tiempo, Casey. Pero me
convenciste que no era nada. Y fui lo suficientemente estúpida
como para creerte.
—Alguien te ha dicho lo contrario, ¿eh?
No me molesto en dignificar eso con una respuesta.
—Me voy ahora. Haz lo que quieras.
Giro hacia la puerta para salir, pero la correa de la bolsa de
lona se engancha en la barandilla. Vuelvo a tropezar y Casey me
agarra con fuerza.
Exhala vapores tóxicos en mi cara mientras ruge:
—Todavía no has visto lo peor de mí, zorra.
Me arranca la bolsa del hombro y me arrastra al salón por el
pelo. El dolor me atraviesa el cuero cabelludo. Me agito para
intentar liberarme de él, pero nada funciona.
—¡Suéltame! —grito—. ¡No puedes hacer esto!
Me tira hacia él.
—Jodidamente mírame. —Luego me lanza contra la mesa de
café.
Mi espalda choca con el borde afilado, sacando el aire de mis
pulmones. Pero no tengo tiempo ni de gritar de dolor antes que
Casey se abalance sobre mí.
Y a pesar de toda la determinación que llevo dentro, todo el
fuego que me anima a seguir adelante y luchar...
No lo hago.
Me quedo tumbada sin poder hacer nada, intentando que el
dolor de mi espalda no me haga llorar. No es que importe
realmente; hay mucho más dolor por venir. Puedo ver la promesa
de eso en el rostro de Casey.
Levanta el puño. Cierro los ojos. Tal vez sea una cobardía, pero
no quiero ver nada más.
Entonces escucho una explosión como si la casa se estuviera
desmoronando.
En nombre de Dios, ¿qué...?
Mis ojos se abren de golpe. Solo veo a Casey, pero ya no me
mira. El color ha desaparecido de su rostro. Está mirando con la
boca abierta los restos de su puerta destruida.
Y cuando sigo su línea de visión, todo lo que puedo pensar
es...
Gracias Dios.
Está aquí.
13

Han pasado doce minutos desde que Willow se coló. Seis


minutos desde que Casey la siguió.
Me estoy jodidamente impacientando. Pero me obligo a
quedarme inmóvil.
Gaiman me lanza una mirada.
—¿Vamos a sentarnos aquí y esperar?
—Sí.
—¿Para qué?
—Para que se dé cuenta que me necesita.
Se necesita una cantidad desmesurada de energía para evitar
que mi pierna rebote hacia arriba y hacia abajo. Como Don, sé
cómo ser paciente. Pero esto es una tortura.
Entonces oigo el sonido lejano de un golpe en la estancia
delantera, y es la hora de entrar.
Salgo del coche en un instante. Gaiman se queda en el asiento
del conductor mientras yo atravieso a toda velocidad el camino de
entrada. Ignoro por completo el pomo de la puerta principal y
golpeo la madera con el pie. La casa parece bastante bonita por
fuera, pero la puerta se astilla como un palillo barato.
Paso por encima de los restos y examino la sala. Mi arma está
en la cadera por si la necesito.
Veo a Willow en el suelo del salón. Está tumbada de espaldas
en medio de lo que antes era una mesa de centro y ahora es poco
más que un montón de cerillas rotas.
Y sus ojos, puro miedo. Miedo puro, sin adulterar.
Me vuelvo hacia el hombre que lo provocó.
Lo que enciende mi ira pura y dura, sin adulterar.
Me mira a mí, luego a ella y vuelve a mirarme a mí. Antes que
ninguno de los dos pueda reaccionar, doy un paso adelante y
agarro al hijo de puta por el cuello.
—¡Tú! —jadea.
—Yo —asiento, antes de arrojarlo al suelo a mis pies.
Justo donde debe estar.
Intenta levantarse, pero antes que pueda ponerse de rodillas, le
lanzo un puñetazo en la cara. Se estrella contra el suelo. Su cráneo
cruje con fuerza contra el suelo de madera.
—No he dicho que puedas levantarte —suspiro con voz
aburrida—. Quédate en el puto suelo.
Ni siquiera estoy seguro que realmente pueda oírme en este
momento. Hay sangre saliendo de su nariz. Basándome en la
extraña dirección que apunta, estoy bastante seguro que se la he
roto. Si eso es lo peor que sufre hoy, en mi opinión.
Deja escapar un gemido de dolor. Para mí es suficiente. Sonrío
con satisfacción antes de dirigirme a Willow.
—Ey —digo en voz baja—. ¿Estás bien?
Parpadea y abre la boca. No sale nada.
—Estás en estado de shock —la tranquilizo—. Pero está bien,
ahora. No puede hacerte daño. Estoy aquí.
Parece que me entiende, aunque su voz todavía no coopera.
Sus dedos se mueven como si quisiera alcanzarme, pero tampoco
sabe cómo hacerlo.
El miedo la está devorando. Mis puños se curvan. Casey
debería morir por lo que ha hecho aquí.
—No mires lo que viene después —le digo.
Eso hace que reaccione. Sus cejas se levantan y, finalmente,
encuentra sus palabras.
—¿Vas... vas a... matarlo?
Me gustaría hacerlo. Pero algo me dice que presenciar ese acto
de retribución podría llevarla al límite. En este momento, es frágil.
Y ella es demasiado importante para mis planes. No puedo dejar
que se haga añicos.
—Voy a darle una lección.
Le doy la espalda y agarro a Casey por el pelo. Lo arrastro
fuera de la sala de estar y de su vista. El cabrón gime y se agita sin
fuerzas, pero no va a ninguna parte.
Lo pongo en pie y lo empujo contra la pared. Vuelve a gemir,
pero no le doy tiempo a recuperar el aliento antes de estrellar mi
puño en su estómago. La sangre burbujea entre sus labios.
—Creo que he sido jodidamente claro —gruño, mirándolo
directamente a los ojos inyectados en sangre—. Se va a divorciar
de ti. Voy a ayudarla a hacerlo. Y tú no te vas a resistir. Ni lo más
mínimo.
Sus ojos se abren ligeramente y, sinceramente, me impresiona
un poco que aún pueda transmitir emociones debajo de toda esa
sangre. Hablar, sin embargo, es un puente demasiado lejos para él
en este momento.
Murmura algo ininteligible. Aprovecho la oportunidad para
separarlo de la pared y volver a aplastarlo contra ella, dejándolo
sin aliento.
—No me hagas perder el tiempo. Habla de una puta vez o
cierra la boca.
—¿Estás... acostándote con ella? —consigue gruñir.
No me esperaba la pregunta, pero me alegro que la haga. Una
parte de mí puede incluso simpatizar. Yo tampoco soy un hombre
al que le guste que otros toquen mis cosas.
Pero hay una diferencia notable, Willow no es suya.
Es mía.
—¿Dormir con ella? —repito—. No, por supuesto que no.
El alivio colorea sus rasgos ensangrentados al instante.
—Gracias... Gracias a Dios...
Pero no he terminado.
—No —continúo—, no me acuesto con ella... me la follo. A
menudo y duro. Se ha corrido tantas veces en mi polla que es un
milagro que aún pueda caminar sobre dos piernas.
Eso provoca el efecto.
Incluso a través de todo el sudor, sangre y miedo, algo chispea
en él. Puedo ver la ira, la posesividad, los turbios celos que le dan
un segundo aire.
Grita y trata de golpearme, pero estoy preparado.
Descargo mi puño en su cara, justo en el centro. Se queda sin
fuerzas al instante. Le dejo caer.
BOOM—cae al suelo con un sonoro golpe. La casa tiembla.
Sonrío, paso por encima de su cuerpo y vuelvo a entrar en el
salón.
Willow sigue sentada donde la dejé, con un aspecto
completamente conmocionado. Me pongo en cuclillas frente a ella,
buscando algún sentido de comprensión en esos ojos azul cielo.
—¿Willow?
Sus labios se mueven, pero no emite ningún sonido. Pongo mi
mano debajo de su barbilla y la animo a levantarla para verse
obligada a mirarme a los ojos.
—L... Leo...
—¿Al menos intentaste devolverle el golpe? —Me burlo—. ¿O
guardas toda tu lucha para mí?
Eso provoca una reacción. Ella frunce el ceño.
Sonrío. Aunque sigo estando como un hilo vivo furioso al ver
lo que le ha hecho, ella me hace sonreír.
Las jodidas sorpresas no cesan.
La levanto en mis brazos y la saco de la casa. No protesta ni se
resiste. Me deja hacer, quedando flácida en mis brazos.
No hace ningún ruido cuando la deposito en el asiento trasero
del vehículo que nos espera. Me aseguro de abrocharle el cinturón
antes de cerrar la puerta y subir al asiento del copiloto.
Gaiman me lanza una mirada cautelosa.
—¿Qué?
—¿Nuzhno li mne otpravlyat' komandu po ochistke? ¿Tengo que
enviar un equipo de limpieza?
Le respondo en ruso.
—No. Volverá en sí en unas horas.
—¿Dejaste al hijo de puta vivo?
—Un inconveniente necesario.
—Eso no es propio de ti.
—Inogda veselo poigrat's yedoy pered yedoy —hago una mueca.
A veces, es divertido jugar con la comida antes de comer.

Cuando llegamos a la casa, abro la puerta a Willow, que sigue


con la mirada perdida.
—¿Te vas a bajar sola? —pregunto—. ¿O prefieres que te lleve?
Me aseguro que mi tono sea lo suficientemente burlón para
llamar su atención.
—No te molestes —murmura.
Me alegro que haya encontrado su voz, pero sigue sonando
temblorosa. No se parece en nada a la diablilla que era cuando
salió de aquí hace unas horas. Evita deliberadamente coger mi
mano mientras sale del vehículo.
Pero vacila en el último momento, tropieza y termina cayendo
en mis brazos de todos modos.
—Supongo que te llevaré entonces —digo, alzándola de
nuevo.
Solo suspira y no dice nada. Pero su cuerpo parece agitarse
incómodo. Las secuelas del shock. Me siento tentado de llevarla a
mi habitación para sacarle el malestar, pero decido no hacerlo.
Lo mejor es trazar líneas en la arena ahora.
La llevo a su habitación y directamente al baño. La dejo en el
borde de la bañera. Me mira, parpadeando una y otra vez, como si
el mundo no encajara como debería.
—¿Sabías dónde encontrarme?
—Sí.
Ella frunce el ceño, se vuelve hacia adentro.
—Pensé que iba a matarme.
—No habría dejado que eso sucediera.
—¿De verdad?
Tengo que asegurarme que no se lleve una impresión
equivocada.
—Sí. Todavía te necesito.
Su ceño se frunce.
—¿Lo... lo mataste?
Levanto las cejas.
—Si lo hice, ¿cómo te haría sentir eso?
—Lo sabré cuando me lo digas.
Ignoro eso.
—Voy a quitarte la ropa ahora.
—¿Por qué?
—Solo levántate y sigue las instrucciones por una vez en tu
jodida vida, Willow.
En lugar de devolver la mordida, se queda en silencio. Eso es
todo lo que se necesita para confirmar que no es ella misma en
este momento.
La desnudo con ternura, quitándole cada prenda con cuidado
y atención. No porque sea un tipo especialmente cuidadoso o
atento. Más bien porque mi polla está apreciando mucho la
experiencia de desnudarla.
He desnudado a mujeres en el pasado, por supuesto. Pero
apenas me concentraba en lo que estaba haciendo. Era un medio
para un fin.
Esto es diferente. La experiencia es sensual. Mi erección se
tensa brutalmente contra mi pantalón.
La ignoro con esfuerzo mientras desabrocho su sujetador con
un movimiento de mis dedos. Se estremece, pero no se mueve ni
se resiste. Cuando le retiro los tirantes de los hombros, sus pechos
se liberan. Espero que se cubra, pero, aun así, nada. No reacciona.
Sus manos permanecen inertes a los lados. Intento no
concentrarme, no fijarme, pero mis ojos son más rápidos que mi
cerebro consciente. La imagen de sus duros pezones se graba en
mis retinas.
Me obligo a seguir. Bajo su pantalón por los muslos y le
extraigo un pie primero y después el otro.
Entonces todo lo que queda son sus bragas. También se las
bajo.
Engancho los dedos en los laterales y tiro despacio, lento, muy
lento. Esta vez, ni siquiera intento no mirar. Mis ojos se centran en
esa V madura entre sus piernas. Sus labios inferiores están
hinchados y me pregunto qué encontraría si pasara un dedo entre
ellos. ¿Estaría húmeda?
No lo averiguaré. No puedo averiguarlo.
Pero joder, quiero hacerlo.
Me quedo helado cuando me giro y veo el enorme moratón en
su espalda. Empieza justo debajo de la columna y desciende hacia
la cintura. Una furiosa raya diagonal.
Ella siente la pausa. Sus hombros se ponen rígidos.
—Me... me empujó —explica antes que pueda preguntar—.
Contra la mesa. Sobreviviré.
—Él puede que no.
Su mano salta hacia mi codo. Todavía está débil, pero se aferra
a mí con sus finos deditos. Sus ojos líquidos se encuentran con los
míos.
—No lo mates —suplica en voz baja.
La forma en que lo dice hace que quiera matarlo aún más.
No son celos exactamente. Más bien una indignación furiosa.
¿Por qué hablar a favor del hombre que la hirió así? ¿Que la
lastimó tanto por dentro como por fuera, de manera que tardará
mucho tiempo en sanar?
—Dame una buena razón para no hacerlo.
—Porque te pedí que no lo hicieras.
—Solo hay una persona a la que he escuchado. Y se ha ido.
El pensamiento destapa un agujero de ira en mi interior. Es
oscuro y sin fondo, difícil de ignorar. Pero entonces...
—Leo... te lo ruego. ¿Por favor? —Sus dedos me aprietan el
brazo.
Mi rabia se retuerce, se desplaza. Mi erección se vuelve aún
más difícil de ignorar.
Aprieto los dientes y lo expulso de mi mente.
—Métete en el agua —ordeno.
Espero que proteste, pero tampoco lo hace. Levanta la pierna
como si estuviera en piloto automático y se mete en la amplia
bañera de mármol blanco.
Cuando se hunde en el agua, un suspiro brota de sus labios.
Sus ojos se cierran con alivio.
Me pongo al lado de la bañera y la observo.
Sus pechos sobresalen del agua. Sus dedos pisan la superficie
como si acariciaran las teclas de un piano. Con cada segundo que
pasa, el vapor descongela más de la conmoción helada que la
rodea.
Pasan unos minutos en relativo silencio, salvo por los sonidos
mezclados de nuestra respiración y el goteo del agua.
Solo cuando vuelve a abrir los ojos recuerdo el trauma de las
últimas horas.
—Gracias —murmura.
Levanto las cejas. —¿Disculpa?
—¿Me vas a hacer repetirlo?
—Al menos una vez.
Casi sonríe ante eso. Casi.
—Gracias... por aparecer cuando lo hiciste.
—Gracias a Jessica. Ella es la que llamó.
Ella estrecha sus ojos hacia mí.
—¿De verdad esperas que me crea que no sabías nada hasta
que Jessica te llamó?
Me encojo de hombros.
—Se llama confianza.
—Sé cómo se llama. Solo que no creo que tengas ninguna
cuando se trata de otras personas.
—Teniendo en cuenta que huiste, ¿me culpas?
Ella lo piensa por un segundo.
—¿Te das cuenta que no te has ganado exactamente mi
confianza?
—No lo estaba intentando, kukolka.
Pone los ojos en blanco, pero una sonrisa se dibuja en sus
labios. Sus dedos se tensan en el agua y sé inmediatamente lo que
quiere hacer.
—No lo haría —le advierto.
—¿No qué?
—Salpicarme.
Sus ojos se agrandan, traicionando su verdadera intención.
—¿Cómo lo has sabido?
—¿Qué te he dicho ya?
—Lo sabes todo —repite ella, con el labio fruncido en señal de
fastidio.
Asiento con satisfacción.
—Aprendes rápido.
—¿Sabías que huiría?
Pienso en mentir, pero ¿qué sentido tendría? No intento ganar
un concurso de popularidad.
—Sí —digo sin perder el ritmo—. Lo sabía.
—Y decidiste dejarme.
—Sí.
—¿Por qué?
—La dura experiencia es un buen maestro. Cuando la lógica y
la razón fallan.
Ella lo asimila por un momento.
—¿Intentabas darme una lección?
—Estaba tratando de mostrarte que soy tu mejor oportunidad
de sobrevivir.
Ella frunce el ceño, obviamente confundida por esa respuesta.
Pero no voy a explicárselo. No entiende ni una fracción de las
fuerzas que están en juego aquí.
—Esa es una declaración bastante arrogante, ¿no crees?
Sonrío para mis adentros. Si ella lo supiera.
—No. En realidad no.
—Cierto —se burla—, olvidé con quién estoy hablando.
—Entonces serías la primera. Ninguna otra mujer lo ha hecho.
La molestia destella en sus ojos, caliente y familiar.
—Bueno, hip hip hurra para ellas. ¿También las secuestraste?
—No eran lo suficientemente especiales para eso. No como tú.
Un rubor apenas perceptible sube por sus mejillas y trata de
ocultarlo con otro giro de ojos.
—¿Se supone que debo sentirme halagada ahora?
—Yo no lo estaría —admito—. Ser especial en mi submundo
no siempre permite haber un felices para siempre.
—No creo en los cuentos de hadas.
—Esa es la primera cosa inteligente que has dicho desde que
nos conocimos.
Ciertamente, esta mujer tiene algo. Solo que no puedo decidir
si es una cualidad que valga la pena aprovechar. O una que valga
la pena desechar.
Si llega el momento, sé que matarla será mi única opción. Pero
qué maldito desperdicio sería.
—Tengo una pregunta más.
Dejo escapar un suspiro cansado.
—De acuerdo.
—¿Quién fue la única persona a la que escuchaste? ¿La que se
ha ido ahora?
—No importa.
—Me secuestraste —replica ella—. Dos veces, en realidad. Lo
menos que puedes hacer es darme una respuesta directa.
—¿Estás negociando?
Se encoge de hombros, desplazando un poco de agua.
—Deberías estar acostumbrado. Se supone que eres de la
Bratva.
Casi me río. La mujer podría tener más potencial de lo que
pensé inicialmente. Si alguien más hubiera preguntado, no habría
dicho nada. Pero ella...
—Mi hermano —reconozco.
—Oh —dice ella. Su rostro se suaviza—. ¿Y él... murió?
—Hace siete años.
—¿Cómo se llamaba?
—Pavel.
—Pavel —repite ella. Su torpe acento es bonito—. ¿Estabais
unidos?
Miro hacia la puerta.
—Deberías descansar un poco, Willow.
Su expresión se endurece decepcionada.
—No hemos terminado de hablar.
—Sí.
—Eso no es justo —se queja.
—No, no lo es —le digo—. Será mejor que te acostumbres.
Me doy la vuelta para irme. Mientras me dirijo a la puerta, ella
hace su réplica.
—Nunca me voy a acostumbrar, Leo Solovev.
Escuchar mi nombre en sus labios me produce algo. Me
detengo.
—Puede que te agradezca lo que has hecho hoy —continúa—,
pero eso no significa que vaya a ser tu esposa.
Vuelvo a mirar por encima del hombro.
—Reto aceptado. —Luego cierro la puerta de golpe.
14

Me duele la columna.
Estoy de espaldas al espejo, girando el cuello todo lo que
puedo para ver el hematoma que se ha extendido.
Nunca me había dejado una marca. No una significativa, al
menos.
Aunque hubo una vez, hace unos años en la fiesta de Navidad
de su oficina, en la que hablé con uno de sus colegas sin su
permiso.
Eso no le gustó.
En cuanto me vio atreviéndome a disfrutar de la interacción
humana con un miembro de la especie masculina que no era
Casey, este interrumpió la conversación y me llevó a un almacén.
Me preguntó por qué me estaba comportando como una puta.
—¿Disculpa?
—Me has oído. Estás actuando como una maldita zorra,
exhibiendo tus tetas delante de ese viejo pervertido.
—Por el amor de Dios, Casey, solo le estaba preguntando por
España —argumenté—. Dijo que acababa de volver de…
—¿Crees que soy estúpido? Reconozco el coqueteo cuando lo
veo.
—Estás loco.
—Y tú eres una maldita puta —había siseado.
No fue un golpe físico, aunque bien podría haberlo sido.
Hasta entonces, sus insultos habían sido medidos, sutiles. Pero
esto...
Había estallado en lágrimas allí mismo, en aquel pequeño y
sucio almacén. Casey se había puesto inmediatamente a pedir
disculpas.
—Cariño, cariño, no llores. Deja de llorar.
—¿Por qué me dices eso? Solo era una conversación. —Había
sollozado—. Intentaba dar una buena impresión a tus colegas.
—Lo sé. Lo sé, cariño. Es que... me puse muy celoso. Porque
eres mía, y me volvió loco. —Me agarró y me acercó—. No podía
soportar la forma en que te miraba con ese vestido.
—¡Tú querías que me pusiera este vestido! Lo compraste para
mí.
—Sé que lo hice. Y te ves muy sexy en él. Ese es el problema.
Todos los hombres que te ven te desean. No es que pueda
culparlos…
—¿Pero puedes culparme?
—Cariño, dije que lo sentía. ¿Vas a hacer de esto algo grande?
Así es como siempre fue con Casey. Él comenzaba la pelea,
luego se molestaba si yo reaccionaba. No se me permitía sentir
nada.
Él era el que tenía el temperamento, los celos y las acusaciones.
Y yo era la que tenía que lidiar con ellos.
Al principio, lloraba. Hacia el final, solo bajaba la cabeza. Me
quedaba callada. Esperaba en silencio que las cosas mejoraran,
sabiendo que nunca lo harían.
Pero esos días han quedado atrás. Esconderse detrás de la
negación ya no es una opción. Tampoco lo es rechazar la ayuda
que necesito desesperadamente.
Leo puede ayudarme con mi divorcio. Y una cosa está clara,
necesito librarme de Casey.
Me bajo la camisa y camino con cautela en el dormitorio. Me
duele todo el cuerpo. Necesito dormir. Pero mi cerebro no deja de
dar vueltas, incluso cuando estoy inconsciente.
Sueño con la última vez que vi a mis padres.
Sueño que Casey se cierne sobre mí, una figura tan grande que
tapa el sol.
Sueño con demonios colgando de mi espalda, clavando sus
oxidadas uñas en mi columna y retorciéndose, retorciéndose,
retorciéndose...

Me despierto gritando.
La luz se cuela por los huecos entre las cortinas onduladas.
Siluetea la alta figura que está junto a mi cama.
—¡No! —grito, todavía medio dormida—. ¡No! ¡Aléjate de mí,
Casey! ¡Aléjate de mí!
Se lanza hacia mí, sus manos buscan mi garganta.
O espera, tal vez no.
No mi garganta. No está tratando de estrangularme.
Está tratando de calmarme.
—Soy yo —dice—. Willow, cálmate. Soy yo.
El alivio borra el pánico teñido de rojo.
—¿Leo? —susurro su nombre como una oración.
Lentamente, mis ojos se adaptan a la oscuridad. Su perfil es
una obra de arte. Cincelado e impecable. Alargo la mano y toco su
mejilla como si no pudiera creer que sea real.
—Leo... —Vuelvo a decir.
—Estabas gritando en sueños —dice.
Se sienta en la cama. Una mano está ahora en mi brazo. La otra
se apoya en mi muslo. Su presencia se traga mis sueños y los
convierte en nada.
Ahora mismo soy vulnerable, especialmente ante un hombre
como él. Físicamente, mentalmente, emocionalmente. Pero estoy
demasiado cansada para preocuparme.
—Estaba teniendo un mal sueño —admito.
—¿Acerca de Casey?
Asiento con la cabeza.
—Te dije que no tienes que preocuparte por él. Ya no.
—Tiene amigos, Leo —susurro—. Amigos poderosos. Me
amenazó con arrastrarme con la mierda de la malversación.
—Deja que lo intente —gruñe Leo. Hay tanta rabia en su tono
que retrocedo.
—Estoy casada con él. No será tan difícil para él hacerme
parecer culpable.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de preocuparte
por ese mudak? —pregunta Leo.
—¿Por qué no debo preocuparme?
Se inclina hacia delante. Ahora lo veo más claramente. Puedo
ver el color avellana de sus ojos, la oscuridad de sus pupilas. Ese
ámbar con reflejos verdes, fundido y cambiante. No sé cómo pude
confundirlo con Casey. No podrían ser más diferentes.
—Debido a mí —dice.
Sin embargo, es difícil concentrarse en lo que dice por la forma
en que me toca. Sus dedos suben y bajan por mi brazo. Arriba y
abajo. Arriba y abajo.
—Casey es un don nadie —continúa—. Tiene contactos, pero
tiene que hacerlo porque necesita ayuda. No puede depender solo
de sí mismo. ¿Pero yo? Soy el amigo que todo el mundo desearía
tener.
Por un momento, me permito asimilarlo. Mi instinto me hace
creer que está exagerando. Pero por lo que he visto hasta ahora,
Leo no necesita exagerar.
Me está diciendo la verdad. Y extrañamente, me siento más
segura por ello.
La espalda me palpita de repente por la forma en que estoy
tumbada haciendo una mueca de dolor, tanto real como por lo
rememorado.
—Ha estado a punto de golpearme varias veces —me oigo
decir—. Pero... esta vez ha sido diferente.
—¿Cómo de diferente?
—Creo que me habría matado a golpes.
—Nunca habría tenido la oportunidad.
—Leo...
No sé por qué digo su nombre. Pero hay algo en él, su sólida
presencia, su innegable carisma, su oscuro y seductor aspecto, que
me atrae. Saca de mis labios cosas que nunca pensé que diría en
voz alta.
Lo alcanzo y envuelvo mis manos alrededor de su cuello,
subiéndome a su regazo.
No hay sorpresa en sus ojos mientras sus palmas se posan en
mis caderas. ¿Es posible sorprender a este hombre? ¿Puede algo
perturbar su compostura?
Una parte de mí reconoce el error colosal que puede acabar
siendo. Pero es una pequeña parte. Una parte silenciosa. Una
parte fácilmente ignorada.
Porque el resto de mí es un océano de necesidades. De
protección y comodidad y de todo lo que hay en medio.
Y nadie encarna eso más que el hombre que tengo frente a mí.
Cuando me inclino hacia él y lo beso, hay una desesperación
en ello. Anhelo el calor de su cuerpo y todo lo que representa.
Él no instiga el beso. Ni siquiera me anima, en realidad. Sus
manos permanecen en mis caderas, aunque sus labios no me
proporcionan más que calor.
Me alejo ligeramente para poder ver sus ojos. No transmiten
nada.
—Te estás buscando problemas, kukolka —advierte.
Asiento con la cabeza, temblando.
—Entonces, dámelos.
La voz que sale de mí no se parece en nada a la mía. Es áspera
por la lujuria y el miedo.
Me aprieto contra él. Está duro como una piedra entre mis
muslos y eso solo me hace desearlo aún más.
—Quiero la ayuda de Jessica, Leo —le susurro al oído—. Esta
vez de verdad. Quiero el divorcio.
Espera pacientemente.
—¿Y?
—... Y quiero que me folles.
Sus ojos se oscurecen de deseo. Mi coño palpita hambriento.
—Repite eso —ordena.
—Fóllame, Leo. Te deseo.
Planta su palma en mi garganta empujándome contra la cama.
Colocándose encima, me recorre la clavícula con sus labios de
forma tan tenue que apenas los siento. Solo un pequeño rastro
ardiente.
Quiero más. Mucho más.
Pero cuando intento tocarlo, agarra mis manos y las presiona
contra la cama a ambos lados.
—Bien, ahora —dice—. Haz lo que te digo.
Desliza sus caderas hacia las mías y presiona contra mí. Tengo
los pezones duros y estoy empapada, pero no parece tener prisa
por darme lo que quiero.
No me sorprende. Lo hace todo a su manera. A su propio
ritmo.
Todo lo que puedo hacer es esperar.
Tiemblo mientras desgarra la tela del fino camisón que llevo
puesto. Los botones saltan y vuelan. La ráfaga de aire frío contra
mis pezones los endurece más y no puedo evitar gemir.
—Leo —gimo—. Por favor...
—Por favor, ¿qué? —gruñe. Suena casi enfadado. ¿Por qué eso
me excita tanto?
No puedo formar las palabras que está esperando. Así que, en
su lugar, empujo mis caderas contra él. Me desea, lo noto por la
erección clavándose en mi muslo. Pero está alargando el
momento. Me está torturando.
¿No he pasado ya por suficiente?
—Quieres que te haga venir otra vez, ¿eh? —pregunta,
susurrando en mi oído.
Arqueo la espalda y asiento con la cabeza, desesperada por
que entierre su calor entre mis piernas.
—No puedo esperar. No puedo esperar más...
—Si no dejas de hablar ahora, te voy a amordazar con mi polla.
—Un fogonazo de deseo recorre mi cuerpo al oír esas palabras. A
él tampoco se le escapa—. Pero eso es exactamente lo que quieres,
¿no?
Ya he superado el punto de orgullo. Así que me limito a
asentir como la mujer desesperada que soy, sabiendo que él puede
ver el ansia en mis ojos, en mi cuerpo, en cada célula de mí.
Sube por mi cuerpo y se desabrocha la cremallera hasta que su
polla queda a la altura de mi cara. Empieza a pasar su polla por
mis labios. Mi boca se abre de buena gana y él empuja la punta.
Hay algo carnal, casi bárbaro en esto. Soy un juguete a su
disposición. Mis manos están atrapadas. Mi boca está abierta para
que la use a su antojo.
Y me encanta.
Gimo a su alrededor y me introduce más profundamente su
polla en la boca. Más profundo, más profundo, hasta que está en
mi garganta, cumpliendo su amenaza de amordazarme.
Me empuja hasta el borde antes de retirarse lo suficiente como
para dejarme espacio y aspirar una bocanada de aire.
Luego vuelve a entrar.
Su sabor y su tamaño son abrumadores. Me folla la boca hasta
que vuelvo a luchar por respirar, pero cada segundo de agitación
hace que me humedezca más y más.
Cuando estoy al límite, se retira y vuelve a deslizarse por mi
cuerpo. Su pecho cae sobre el mío.
Entonces se alinea y se introduce en mi interior.
La conexión se produce sin esfuerzo. Me abre las piernas y
empuja sus caderas hacia delante con una fuerza salvaje. Mi
cuerpo está desesperado por atraerlo lo más profundo posible.
Mantengo las manos donde él las puso, aunque me aferro a las
sábanas para ayudarme a soportar las sensaciones que me
desgarran. Cada vez que mis ojos amenazan con cerrarse de puro
éxtasis, me obligo a mantenerlos abiertos.
Quiero verlo.
El hambre en su rostro. La brutalidad. El salvajismo. El poder.
No sabía que el sexo pudiera ser así. Lleno de esta especie de
intensidad que te hace morder las uñas, este deseo abrumador,
estremecedor, provocando anhelar cada embestida como deseas
cada respiración.
Nada más importa salvo esto.
Todo lo que puedo pensar, todo en lo que puedo enfocarme, es
Leo, Leo, Leo.
Grito cuando llego al máximo. En lugar de aminorar la
marcha, me folla más duro, más rápido y más agresivamente. Mi
segundo orgasmo es aún mayor que el primero, y cuando acaba
conmigo, apenas puedo moverme. Estoy aturdida.
Solo soy vagamente consciente de los gruñidos de Leo
mientras se descarga una y otra vez. Y cuando termina la última
embestida, cuando su cuerpo se estremece en la quietud, el calor
seguro que he estado persiguiendo desde el momento en que me
desperté me envuelve como un sueño.
No me besa ni me abraza después. Nunca esperaría algo así de
alguien como él.
Le pedí que me follara, y eso es lo que hizo. Eso es todo lo que
hizo.
Mañana, puede que recuerde esto como un error. Pero por
ahora, estoy contenta. Y cuando me vuelvo a dormir, no sueño con
nada.
15

—¿Estás seguro? —pregunta Gaiman.


Le dirijo una mirada cansada.
—Si me haces esa pregunta una jodida vez más...
—Pregunto porque es mi trabajo preguntar —dice Gaiman con
firmeza—. No se trata de un grupo aleatorio, prometedor y de
poca monta al que estamos tratando de aplastar. Se trata de la
maldita Mikhailov Bratva. Semyon ha controlado la Costa Oeste
durante décadas. No se queda atrás, Leo.
—Y ya es hora que las riendas las tome alguien que realmente
pueda hacer el jodido trabajo, ¿no crees? —pregunto con frialdad.
El mapa que tenemos ante nosotros solo tiene dos puntos de
referencia. Uno para el Club Manhattan. Uno para el Silver Star.
—Jesús, Gaiman —dice Jax, poniendo los ojos en blanco—. No
seas un maldito aguafiestas.
Gaiman lanza a Jax una mirada condescendiente.
—Tengo que pensar por dos Vors ya que el segundo carece de
poder cerebral.
—¿Segundo? —bromea Jax, como siempre centrándose en la
parte equivocada del insulto—. Soy el primer Vor, hijo de puta.
Gaiman resopla irritado y se vuelve hacia mí.
—Este es un plan peligroso, Leo.
—Soy consciente de ello —digo, sin apartar la vista del
mapa—. Por eso mismo funcionará.
—Si hacemos esto, estaremos atrayendo la ira de los Mikhailov
sobre nosotros.
—Y yo digo, tráiganla de una jodida vez —argumenta Jax—.
No podemos dejar que esos cabrones piensen que tenemos miedo.
—No es miedo —dice Gaiman—. Es precaución. Hay que tener
cuidado. Semyon Mikhailov no construyó una de las Bratvas más
poderosas del país jugando limpio.
—Y tampoco vamos a recuperar lo que es nuestro si jugamos
limpio —remato—. En cualquier caso, no tenemos que
preocuparnos por el viejo. Está muy enfermo. Gota 8. Tiene los días
contados.
Los ojos de Jax se agrandan con sorpresa.
—¿Gota? —se burla—. ¿Qué es esto, la Edad Media? ¿Cómo lo
sabes?
—Tengo mis fuentes.
Jax mira a Gaiman.
—¿Sabes de quién está hablando?
—La mayoría de las veces —dice Gaiman—, no tengo ni jodida
idea.
Sonrío ante la acritud de sus voces. No soy reservado por
despecho. Pero cuantas menos personas participen en cualquier
plan, mejor. Me parece que es mejor así.
Especialmente después de lo que pasó con Pavel.
Pero esta información en particular es algo que puedo
compartir con ellos. Son buenos tenientes. Merecen estar
involucrados en al menos algunos de mis planes.
—Agente 23 —les digo.
Gaiman y Jax me miran boquiabiertos.
—¿Has desplegado al Agente 23?

8 La gota es una enfermedad producida por el depósito de cristales microscópicos de ácido

úrico en las articulaciones, provocando su inflamación dolorosa.


A veces, estos cristales forman acúmulos que se pueden palpar -tofos-, o se depositan en los
riñones, provocando cólicos nefríticos o alteraciones en su función.
Asiento con la cabeza.
—Ya era hora. Nuestro espía lleva meses dentro.
—Meses —gruñe Jax—. ¿Y solo nos lo dices ahora?
Me encojo de hombros sin disculparme.
—No surgió.
—Así que el Agente 23 es tu fuente —dice Gaiman, sonando
impresionado—. Que me jodan. Nunca pensé que vería el día.
—El entrenamiento fue duro —Jax está de acuerdo—. Me
imaginé que no saldría bien.
Sonrío.
—La venganza es un poderoso motivador.
Los ojos de Gaiman se posan en mí.
—Tú lo sabrías, ¿no?
—No pretendo que esto no sea una venganza —digo—.
Absolutamente lo es. Pero también se trata de algo más que eso.
Se trata de recuperar el poder que teníamos antes que ese hijo de
puta nos apuñalara por la espalda.
—¿Te imaginas dónde estaríamos los tres si esa mierda nunca
hubiera ocurrido? —reflexiona Jax—. Estaría conduciendo por la
costa, follando con cada mujer que me sonriera.
—¿No lo haces de todos modos? —pregunta Gaiman.
La sonrisa de Jax se vuelve dentada.
—Bueno, sí... pero podría dejar de hacerlo si consiguiera una
chica que se pareciera a Willow. —Me lanza una sonrisa burlona.
Pongo los ojos en blanco y me burlo.
—Aunque lo hicieras, no serías capaz de mantener su atención.
—Tú te las arreglas.
—Porque puedo mantener una conversación.
—¿Y yo no puedo? —gruñe a la defensiva.
—A menos que se trate de tus abdominales o de tus conquistas
sexuales, no, no puedes.
Me fulmina con la mirada mientras Gaiman se ríe.
—El caso es que estamos intentando acabar con la Bratva
Mikhailov y tú estás divagando sobre las mujeres que te quieres
follar.
—¿Qué sentido tiene la vida sin mujeres a las que follarse?
—Jesús, Jax, ¿puedes concentrarte dos segundos? —le digo
bruscamente, señalando el mapa—. Tenemos que preparar estos
edificios lo antes posible.
—¿Tenemos una fecha en mente?
—Aún no. Tendremos que ver cómo se desarrollan las cosas.
Tengo demasiadas piezas en movimiento en este momento para
tomar una decisión firme.
—¿Qué más ha descubierto el Agente 23? —pregunta Gaiman.
Por supuesto que está intrigado por el secreto. Él es más
adecuado para el trabajo de espía, de todos modos. Pero lo
necesito al mando para dirigir a todos los subordinados que
luchan bajo el estandarte de Solovev.
Gaiman puede ser demasiado cauteloso. Jax puede ser
demasiado descarado. Pero puedo confiar en ambos y eso es lo
esencial. En este mundo "mi mundo" la confianza es tan rara como
los diamantes.
—Ese Spartak Belov es el que realmente dirige el espectáculo.
Spartak Belov. Vors de Semyon Mikhailov. Rey en la sombra de
la Bratva Mikhailov. Azote de mi maldita existencia.
Un hombre muerto caminando, si alguna vez hubo uno.
Se hace el silencio mientras su nombre se filtra en el aire tenso.
—Joder —respira Gaiman—. Me sorprende que la perra de
Mikhailov no lo haya asesinado ya.
No es de extrañar que Anya Mikhailov sea objeto de mucha
discusión en esta sala. Jax tiene una erección por ella. Gaiman está
cautivado por la reclusión de la mujer.
Pero tengo mis propias razones para estar interesado en ella.
—Ella está planeando algo —afirma Gaiman con convicción—.
Una mujer así no se va a conformar con jugar de segundona.
—Ella tuvo la opción de liderar toda la maldita Bratva —señala
Jax—. No la aceptó.
—Ella y el viejo se pelearon hace años.
Tanto Jax como Gaiman giran la cabeza hacia mí ante la
revelación.
—¿El agente 23 te dijo eso? —pregunta Gaiman.
Asiento con la cabeza.
—Aparentemente, hace años que no se hablan. Una década,
por lo menos.
—Bueno, no seas gilipollas, ¡danos todos los trapos sucios! —
insiste Jax, inclinándose como un viejo bípedo en la feria de la
iglesia.
—No tengo muchos detalles. No es fácil sacar información del
viejo bastardo. Su enfermedad lo ha ablandado, pero sigue siendo
un hijo de puta agudo.
—Un enfrentamiento, ¿eh? —reflexiona Gaiman—. Supongo
que sabemos por qué eligió a Belov antes que, a su propia hija,
entonces.
—Es un hombre sin principios —se burla Jax—. Pero eso ya lo
sabemos. Él es quien dio la orden que te convirtió en el Don de
esta Bratva.
Recuerdo ese día tan claramente. El día en que pasé de ser el
segundo hijo a Don de la Bratva Solovev de un solo golpe.
Todavía puedo oler el humo del cigarro mezclado con pólvora.
Para la mayoría de los hombres, sería un día de orgullo. Un día
para el que trabajan y se preparan. Un día que conlleva una gran
responsabilidad, sí, pero un honor incomparable.
Para mí, fue un día envuelto en oscuridad e ira.
Fue un día de muerte.

HACE SIETE AÑOS

Destruyo la mayor parte de la casa tras la ceremonia.


Arremeto contra los hombres que una vez fueron suyos, pero que
ahora me miran en busca de respuestas que no tengo.
No tuve tiempo para prepararme, ni para procesar. El manto de poder
se me impuso sin mi consentimiento. Estoy dispuesto a lanzarlo, hasta
que Gaiman y Jax entran en la habitación. Cada uno me aferra para
calmarme.
—Detente. —La voz de Gaiman me llega desde una gran distancia—
. Respira, Leo. Tienes que controlarte. Los hombres te están esperando
afuera.
—No voy a hablar con ellos, joder. No son mis malditos hombres.
Son suyos.
—Eran sus hombres. Ahora, son tuyos —dice—. Tienes que salir ahí
fuera. Y cuando lo hagas, vas a hablar como lo hizo él.
Sacudo la cabeza.
—Suéltame.
—¿Prometes no destruir nada más? —pregunta Jax.
—¿Estáis incluidos los dos en eso?
Jax suelta mi brazo y se pone delante de mí.
—No. Si quieres golpear algo, golpéame a mí.
—Jax —advierte Gaiman—. No seas estúpido.
—Hablo en serio —dice Jax, mirándome a los ojos—. Tienes que
golpear algo. Algo real, no yeso o ladrillo o cemento. Necesitas carne y
sangre bajo esos nudillos. Te hará volver a sentirte cuerdo. Confía en mí,
lo sé.
Puedo ver rastros del inframundo del que fue expulsado brillando en
esos ojos demasiado oscuros.
—No puedo golpearte. —Hago una mueca.
—¿Ayudaría si te golpeara primero?
—No tenemos tiempo para esto —Gaiman gruñe impaciente—. Don
Leo, tú…
—¡A la mierda! No estoy destinado a ser el Don —rujo—. Ese era él.
Ese era su camino. No el mío.
—Bueno, bravo —replica Jax, empujando mi pecho—. Eso es lo que
eres ahora. Eres Don Solovev.
Mis ojos arden de ira.
—No me llames así, joder. Ese no es mi nombre.
—Don Leo Solovev —Jax enuncia lentamente.
—¡Hijo de puta! —bramo, lanzándome sobre él.
Mi puño golpea su cara. Jax se tambalea hacia atrás, aunque no cae.
El hecho que siga de pie no me parece bien. Mi dolor requiere más.
Exige sangre.
Lo golpeo de nuevo. Casi pierde el equilibrio y los ojos le dan vueltas
en sus órbitas, pero se las arregla para mantenerse en pie, ese testarudo
hijo de puta. Me cabrea que esté erguido, que esté entero y, sobre todo,
que tenga razón en lo que necesito.
Romper la mierda no va a ayudarme.
Necesito carne bajo mis puños.
Necesito sentir cómo se rompen los huesos.
Necesito oler sangre.
—¡Suficiente! —grita Gaiman, interponiéndose entre nosotros—. Ya
es suficiente, joder.
—Míralo —Jax se ríe, tosiendo motas de sangre—. No es ni de lejos
suficiente. Pégame otra vez, Don Solovev. Más fuerte.
Esta vez, no necesito ánimos. Lanzo a Gaiman a un lado y vuelvo a
golpear a Jax.
No se defiende ni se protege en absoluto. Simplemente se traga el
golpe y se derrumba. Lo golpeo una y otra vez, esclavo de mi ira y mi
agonía, hasta que me doy cuenta que está cerca de la inconsciencia. Solo
por eso le doy el último golpe.
—¿Estás satisfecho ahora? —exige Gaiman, mirando a Jax—.
Malditos idiotas.
Se dirige a mí.
—¿Así es como vas a convencer a todos que eres apto para liderar?
—No quiero liderar. Nunca lo he hecho.
—Entonces, ¿entregamos la Bratva a Semyon Mikhailov? —
pregunta Gaiman.
Mi cuerpo se pone rígido por la tensión. La ira me recorre en oleadas
y mis puños se vuelven a apretar.
—Ese viejo cabrón va a morir. No sé cuándo ni cómo. Pero va a
morir en mis manos.
Gaiman se adelanta y me pone la mano en el hombro.
—Y vamos a estar a tu espalda todo el camino —me dice—. Pero
primero, tienes que hacerte lo suficientemente fuerte para devolver el
golpe. Tienes que convertirte en el Don para el que naciste.
Me vuelvo hacia Jax, que se incorpora lentamente y escupe sangre
sobre las alfombras. Me acerco a él, le ofrezco la mano y lo pongo en pie.
—Has dado el último golpe —acusa.
—No quería matarte.
Jax resopla.
—No es posible. Sé cuándo, cómo y dónde voy a morir. Y no será en
tus manos, amigo mío. —Me coge por el hombro y suspira.
Me giro hacia un lado y miro entre los dos hombres que han estado a
mi lado durante años.
—No tengo elección, ¿verdad?
—No si quieres que el legado que Pavel creó muera.
—No lo creó —corrijo—. Pero sí lo continuó. Y yo también lo haré.
Pero lo haré a mi maldita manera.
Gaiman asiente.
—Nunca tuvimos dudas.

ACTUALIDAD

Siete años. Siete malditos años desde que mi hermano fue


asesinado.
Muchas cosas han cambiado, pero Jax y Gaiman no. Y después
de tanta sangre, sudor y lágrimas, por fin estamos aquí, en la recta
final.
Puedo saborear mi venganza en el horizonte. Muy pronto, la
tendré.
—Nuestro objetivo va a ser Belov —les digo.
Jax me mira con incredulidad.
—¿Hablas en serio?
—Belov es el que está al mando ahora. Tiene que ser él
primero. Cuando esté a dos metros bajo tierra, entonces podremos
lidiar con el viejo. A menos que la gota se ocupe de él primero.
—No debería ser demasiado difícil —señala Gaiman—. A
menos, claro, que Anya Mikhailov decida desafiarnos.
—Yo me encargo de ella —dice Jax con una sonrisa de
suficiencia.
Sacudo la cabeza.
—La mujer es veneno. Aléjate de ella.
—¿Hay algo que no nos estás contando? —pregunta.
—Ya conoces los rumores. Todos sus maridos han muerto en
circunstancias misteriosas. ¿Quieres unirte a la lista?
—¿Por qué iba a matar a sus maridos?
—Porque los matrimonios fueron arreglados por Semyon —
explico—. Él quería hacer alianzas políticas, y ella envió a cada
uno al infierno.
Jax levanta las cejas.
—Vaya con los rumores. Parece que has demostrado que son
ciertos. Pero no tiene por qué ser algo malo. ¿Podría ser una
aliada?
Gaiman se detiene y frunce el ceño.
—Debo estar perdiendo la cabeza, porque... en realidad no
parece una idea horrible.
—Anya ni siquiera vive en el recinto de los Mikhailov —
señalo—. No lo hace desde hace varios años. Está apartada de la
vida, por eso no es un obstáculo.
—Espera, ¿sabemos siquiera dónde está? —pregunta Gaiman.
Sacudo la cabeza.
—Su ubicación es un misterio. Aparece de vez en cuando, pero
vuelve a desaparecer.
—Tal vez tengamos que vigilarla mejor —reflexiona Gaiman
en voz alta.
—Si es necesario, te lo haré saber —digo con firmeza—. Hasta
entonces, nos centramos en los principales protagonistas: Spartak
Belov y su Vors.
—Voy a sacar el archivo —dice Gaiman.
Jax se vuelve hacia mí.
—¿Qué pasa con la chica?
—Jessica está gestionando su divorcio —digo—. Haremos
planes una vez que eso esté resuelto. La boda es lo primero.
Quiero que la seguridad se prepare para ello.
Jax frunce el ceño.
—Dudo que a los Mikhailov les importe tu matrimonio con
una don nadie.
—Ahora no —digo—. Pero lo harán.
—Puedo oler una lucha en el horizonte. —Jax está tan
entusiasmado con la perspectiva que se olvida de protestar por no
saber todavía por qué Willow forma parte del plan.
He sido paciente a lo largo de los años. Esperando una pelea
que retrasé y retrasé hasta convertirme en el Don que sin duda
Pavel habría llegado a ser.
He aprendido de los errores de mi hermano. Y he cometido
algunos propios en el camino.
Así es como supe en qué dirección colocar el tablero.
Ahora, sin embargo, las piezas están en su sitio.
Lo único que queda por hacer es jugar.
16

¿Qué he hecho?
Ese es mi primer pensamiento cuando me despierto con las
sábanas desordenadas a mi lado y un dolor entre las piernas.
No está aquí, no es que espere que esté. Me sorprendería que
estuviera.
Me levanto de la cama y me estiro. Me duelen todos los
músculos del cuerpo. Una parte es el tipo de dolor bueno, el que
te hace sentir satisfecha y descansada. La otra es el dolor
persistente de los hematomas que me causó Casey.
Mientras me dirijo al cuarto de baño, veo las furiosas manchas
de color índigo que me suben por la espalda y los muslos.
Temblando, me doy la vuelta y empiezo a bañarme.
Ver correr el agua me trae el recuerdo de ayer. Leo estuvo
sobre mí todo el tiempo, con sus ojos recorriendo mi cuerpo.
Debería haberme sentido amenazada. Pero ni una sola vez hizo un
movimiento para tocarme. Al menos no sexualmente. Incluso la
forma en que me desnudó me pareció... bueno, no del todo
distante. Pero tampoco expectante.
Me sumerjo en el agua durante mucho tiempo,
preguntándome cómo voy a enfrentarme a él. No solo hemos
vuelto a dormir juntos, sino que lo que es peor, he sido yo quien lo
ha iniciado.
Me subí a su regazo.
Le pedí, le rogué, que me follara.
El mero hecho de revivir el recuerdo me hace estremecer de
vergüenza. Él va a tener esto sobre mí, lo sé. Pero ya es demasiado
tarde para retractarse.
Lo hecho, hecho está.
Después de mi baño, me doy cuenta finalmente que voy a
tener que ponerme algo del armario de ropa que me ha dejado
Leo. Resignada, me envuelvo en una toalla y voy a examinar las
opciones expuestas.
Es una cornucopia de marcas de diseño exclusivas. El tipo de
nombres que aparecen en las vallas publicitarias de todo el
mundo: Gucci, Prada, Fendi, Dolce & Gabanna. También hay
marcas francesas desconocidas de las que nunca había oído
hablar. Cada detalle de cada prenda es asombrosamente fabuloso.
Pero si Leo cree que voy a arreglarme para él, que se lo piense
mejor.
Elijo unos vaqueros negros de Rag & Bone que me sientan
como un guante y un jersey verde claro con un tejido que deja ver
pequeños retazos de mi piel. No es lo que yo llamaría "modesto",
pero tampoco es digno de una alfombra roja.
Cuando estoy vestida, me siento mejor. Más como yo misma.
Lo que también hace darme cuenta de lo inquieta que estoy ahora
mismo. Camino de un lado a otro unas cuantas veces antes de
decidirme y dirigirme a la puerta.
Casi espero que esté cerrada con llave, pero no lo está. La
manilla gira suave y silenciosamente.
Sintiéndome más que insegura, salgo al pasillo y miro a mi
alrededor. No hay nadie a la vista. Sin guardias, sin criadas.
Sin Leo.
Salgo de mi habitación y bajo de puntillas al segundo piso. Es
la primera vez que puedo apreciar realmente la casa. No soy una
experta en diseño de interiores ni en arquitectura. Lo único que sé
es que este lugar tiene buena apariencia. Tiene un cierto encanto
acogedor, que no coincide exactamente con el de su propietario.
Leo tiene encanto, sí. Pero su encanto tiene una arista. Una
inclinación oscura que te hace desconfiar, advirtiéndote que no te
acerques demasiado.
Asomo la cabeza en la primera habitación que veo. Está vacía.
La siguiente también está vacía. Y la siguiente.
Ni una sola de las habitaciones en las que miro alberga otro ser
humano.
Sin embargo, una de las habitaciones me llama la atención. Es
una especie de estudio, pero el escritorio está completamente
vacío. Compruebo que estoy sola y entro para echar un vistazo.
Mis ojos se dirigen a una gran fotografía colgada en la pared.
Es en blanco y negro, tomada profesionalmente, con el grano, el
desenfoque y el ángulo de un fotógrafo que ama su oficio.
El hombre de la foto ha sido fotografiado desde una cierta
distancia. Lleva un jersey negro y un Rolex plateado, mira hacia
un lado y sonríe a algo que no puedo ver. Apuesto, sin duda. Y no
solo eso, sino atractivo de una forma que juraría reconocer.
Se parece a Leo.
Pero no exactamente como él. El hombre que aparece en la
imagen es más delgado, no escuálido, pero no tiene la complexión
de Leo y sus rasgos son un poco más largos, un poco más
sombríos y tristes. Sus ojos son profundos y están inclinados hacia
abajo. Incluso su boca parece tener una inclinación hacia abajo,
aunque esté sonriendo. Todo irradia melancolía.
Doy un paso hacia ella, mirando más de cerca, cuando...
—¿Has encontrado algo interesante?
Doy un brinco en el aire y suelto un grito muy desafortunado y
poco femenino. Suena como un camionero cincuentón que acaba
de golpearse el dedo meñique del pie.
El rostro de Leo esboza una sonrisa divertida, pero al menos
no se ríe en mi cara. No es que eso disminuya la vergüenza en
absoluto.
—Yo, eh... Diablos, no lo sé.
Se apoya en el marco de la puerta del estudio, observándome
con ojos ilegibles.
Me trago el miedo.
—¿Es... es tu hermano?
—Pavel —confirma Leo—. Ese es él.
—Es una imagen hermosa.
Asiente con la cabeza, pero no le presta verdadera atención.
—Fue tomada hace ya casi diez años.
—¿La hiciste tú? —No sé por qué, pero de repente me parece
totalmente natural que Leo sea capaz de captar algo tan hermoso.
Me parece el tipo de hombre que es bueno sin esfuerzo en todo lo
que intenta.
Sacude la cabeza.
—Su prometida lo hizo.
Mi corazón se contrae un poco.
—¿Dónde está ella ahora?
—Él murió antes de la boda —dice secamente Leo—. Ella se
reinventó y siguió con su vida.
Asiento.
—Supongo que no queda más que seguir adelante.
—No todo el mundo tiene esa opción —dice Leo, con una
pizca de amargura en su voz.
—¿Cómo murió?
Sus ojos se fijan en los míos. El color avellana en ellos parece
cristalizarse.
—Fue asesinado en lo que se suponía que iba a ser una reunión
de caballeros.
—¿Una qué? —pregunto.
—Donde los dones de un determinado territorio se reúnen
para discutir intereses comerciales, agravios entre ellos, alianzas.
Ese tipo de cosas. El acuerdo es sencillo: vienes desarmado. Te vas
intacto. Es una cuestión de honor.
Lo entiendo incluso antes que termine la historia.
—Alguien no respetó las reglas.
Leo asiente, volviéndose hacia la fotografía de su hermano.
—Él y sus Vors más cercanos fueron asesinados durante esa
reunión. Y así, sin más, me convertí en Don.
Su expresión es plana, pero puedo decir que su hermano
significaba mucho para él. Si no, ¿por qué habría una fotografía
enmarcada del hombre colgada en su casa?
Me doy cuenta de repente que esta habitación no es un
estudio.
Es un santuario.
—¿Quieres serlo? —pregunto—. Don, quiero decir. ¿Querías
ser Don?
—No, joder. —Se ríe inmediatamente—. Aunque, por otra
parte, siempre se entendió que nunca tendría que serlo. Me
conformaba con ser la mano derecha de mi hermano. Fue él quien
insistió en que me quedara en casa ese día. Quería asistir a la
reunión con él. De hecho, mi nombre estuvo en la lista hasta el
último momento.
—¿Crees que sospechaba algo?
—No. Si lo hubiera hecho, habría estado mejor preparado. Solo
estaba siendo demasiado cauteloso. Iba a reunirse con alguien que
consideraba peligroso. No quería mostrar su mano.
Es un mundo extraño el que me está explicando. No puedo ni
empezar a entenderlo. ¿Pero perder a alguien que te importa? Eso
lo entiendo. Con eso puedo empatizar.
—¿Estabas fisgoneando o buscabas algo en particular? —Su
tono áspero rompe el momento íntimo en fragmentos.
Frunzo el ceño.
—No estaba fisgoneando. Solo miraba a mi alrededor.
—Eso no me molesta —dice encogiéndose de hombros—. Solo
me sorprende que puedas caminar directamente después de lo de
anoche.
El color sube a mis mejillas inmediatamente. Es lo
suficientemente cruel como para seguir mirándome a los ojos todo
el tiempo, también. Sin piedad.
—Yo... eso fue... anoche fue...
—Te he dejado sin palabras. Debe haber sido bueno.
—Jesús, ¿quieres parar?
—Detener, ¿qué? —pregunta inocentemente.
—La pasada noche fue un error. Fui vulnerable.
—Parecía que tenías el control de las cosas cuando te
arrastraste a mi regazo y me pediste que te follara.
Me estremezco. Crudo, pero preciso.
—No tienes que recordármelo. Sé lo que pasó.
—¿Y te arrepientes esta mañana?
No parece estar herido, obviamente. No creo que Leo pueda
sentirse "herido" de esa manera. Él es simplemente práctico. Ajeno
a cualquier respuesta que pueda dar.
—Bueno, es seguro decir que probablemente no fue la mejor
idea.
No dice una palabra y, como de costumbre, el silencio se
apodera de mí por todos lados. Me muerdo el labio inferior,
esperando que eso me impida hablar, pero sé que es cuestión de
segundos que suelte algo lamentable.
Aparentemente, él también lo sabe. Solo me da más silencio
para colgarme.
—Estaba en shock después de... después de, ya sabes —
murmuro—. Después de lo que pasó con Casey.
—¿Y querías alejar tus problemas?
Me vuelvo a encoger.
—Solo estaba... vulnerable…
—Eso ya lo has dicho.
—¿Tienes que ser un asno?
Sonríe.
—Solo intento ayudarte a sacar esta explicación. Parece que te
cuesta.
—¡Porque es vergonzoso!
—Nunca te avergüences de tomar lo que quieres, Willow. ¿No
hemos pasado por esto antes?
—Si, lo hemos hecho —digo bruscamente—. Y como te dije
antes, no tengo los mismos beneficios de género que tú. No tengo
una gran polla oscilante para hacer que este mundo se ajuste.
Se ríe.
—Eso es algo bueno. Si lo hicieras, definitivamente no te
habría dejado arrastrarte a mi regazo anoche.
Entorno los ojos hacia él. Dos pueden jugar a este juego.
—¿Intentas hablar de anoche para que no tengamos que hablar
de tu hermano?
Parpadea, totalmente imperturbable.
—No tengo que desviar la atención en absoluto. Cuando
termine de hablar de algo, lo diré. Pero entiendo que pienses que
eso es lo que estaba tratando de hacer.
—¿Por qué?
—Porque es lo que estás tratando de hacer en este momento —
dice—. Siempre presupones de los demás lo que es cierto de ti
misma.
Frunzo el ceño, irritada por lo transparente que soy para él. Y
aunque sé que puede ver a través de mí, lo único que se me ocurre
hacer es negar, negar, negar.
—Yo... eso no es...
Vuelve a sonreír.
—Cálmate, Willow. Solo dime lo que quieres decir.
—Anoche fue un error. —Me estremezco—. Estaba muy
decaída y quería sentir... algo. Cualquier cosa que no fuera miedo.
Fue un error de juicio por mi parte. Y déjame asegurarte que no
volverá a ocurrir.
Me mira con una expresión fría y desinteresada.
—Si tú lo dices.
—¿No me crees?
—No he dicho eso.
—Tu expresión dice lo contrario.
Pone los ojos en blanco.
—Entonces estás leyendo demasiado en ello. No me interesa
obligar a una mujer a follar conmigo. No cuando tengo tantas
dispuestas a abrirse de piernas en cuanto miro hacia ellas. ¿No
quieres volver a tener sexo? No extrañaré tu coño. Ya he tenido mi
ración dos veces.
Las palabras son más duras, más agudas y más insultantes que
si me hubiera abofeteado. Me siento como si midiera cinco
centímetros en el calor de esos fulminantes ojos color avellana.
Que yo le suplique que me folle no me hace especial y no hace
que nuestra conexión sea única. Me pone en el mismo saco que
todas las demás chicas que se lanzan por una noche con el Don.
Me sacudo la imagen de la cabeza antes que pueda instalarse
allí de forma permanente.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—¿Qué te hace pensar que algo anda mal?
—Porque tu cara está haciendo algo raro.
Me alejo de él con un resoplido.
—Estoy bien. Deja de interpretar las cosas. —Oigo una risa
detrás de mí y me doy la vuelta inmediatamente—. ¿Qué es tan
jodidamente gracioso?
—Tú lo eres —dice sin perder el ritmo—. ¿Te he decepcionado
hace un momento? ¿Debía caer de rodillas y suplicar por las
dulces delicias de tu coño?
Mis mejillas se encienden de vergüenza. ¿Cómo puede ver a
través de mí con tanta facilidad, cuando ni siquiera puedo
empezar a penetrar los muros de piedra que mantiene a su
alrededor?
—Que te den, gilipollas.
Mantengo la cabeza alta mientras trato de pasar por delante de
él para salir del estudio. Pero justo cuando estoy a su alcance, me
agarra y me empuja contra la pared. Jadeo cuando su peso me
presiona el pecho.
—¿Quieres que proteste? —exhala sarcásticamente en mi
cara—. ¿Que suplique una segunda oportunidad? ¿Intentar
convencerte que sigas follando conmigo porque te necesito
mucho?
Si antes estaba siendo un imbécil, ahora es un monstruo.
Alardeando de su poder sobre mí, burlándose de mis
inseguridades.
¿Y lo peor?
Todavía lo deseo.
Ni siquiera quiero apartarme. Antes que pueda detenerme,
inhalo una bocanada de su confiado aroma, todo hombre y
almizcle. Puro poder de mierda.
Me tiene inmovilizada contra la pared y, en lugar de miedo, lo
único que siento es un deseo candente. Se concentra entre mis
piernas, pero todo mi cuerpo está encendido con él. Me siento
como una estrella que arde en el cielo nocturno.
—Yo... n-no, eso no es lo que... Nunca dije eso...
—Lo has dicho con tus ojos, kukolka. Con esa mirada furiosa y
acusadora que acabas de lanzarme. Lo dijiste con tu cuerpo
mientras me dabas la espalda enfadada. ¿Estoy leyendo bien todo
eso?
—No me conoces —digo bruscamente, tratando de rechazarlo
con mi cuerpo.
Me doy cuenta casi inmediatamente que no es una buena idea.
Lo único que hace es ponerme los pezones muy duros, muy
rápido. Y hace que la creciente humedad entre mis piernas sea
mucho más difícil de ignorar.
—Te conozco, Willow. Sé mucho, mucho más de lo que crees
que sé.
—Suéltame.
—Di por favor.
—Creo que en vez de eso diré: "Vete a la mierda".
—Es como si quisieras que te castigara —musita—. Tu cuerpo
te delata, cariño. Me muestra todo lo que necesito saber.
Vuelvo a empujarlo con fuerza. La única razón por la que
funciona esta vez es porque él lo permite. Me suelta y vuelve a
entrar en el estudio, mirándome con una sonrisa de satisfacción.
—Que te den. —Parezco un disco rayado, pero estoy
demasiado enfadada y nerviosa para que se me ocurra algo mejor.
—¿He herido tus sentimientos, pequeña?
—No te hagas ilusiones —replico, pero mi voz es débil. Sueno
jadeante y patética.
—Permíteme que te compense.
—Créeme, eso no es necesario —siseo—. En todo caso, puedes
compensarme manteniéndote jodidamente alejado.
—Si te refieres a eso, se puede arreglar fácilmente. —Se da
unos golpecitos en la barbilla, pensativo—. Pero de alguna
manera, no creo que lo hagas.
—Cristo. Sinceramente, tienes el mayor ego de todos los
hombres que he conocido.
—¿Pero sabes la diferencia? —pregunta, dando un paso hacia
mí—. ¿Entre los otros hombres que has conocido y yo?
Cómo anhelo su calor. Su peso contra mí. Estoy tan húmeda
que me pone nerviosa que pueda olerlo.
—¿Cuál es la diferencia? —pregunto, mordiendo el anzuelo a
pesar de mis mejores instintos.
Se inclina hacia mí, tan cerca que sus labios rozan mi oreja
mientras dice:
—Tengo los bienes que lo respaldan.
Antes de conocer a Leo Solovev, pensaba que el término "débil
de rodillas" era solo una expresión. ¿Pero ahora? Ahora entiendo
lo real que es el fenómeno.
Porque cuando lanza ese tipo de confianza arrogante, apenas
puedo mantenerme en pie.
Y como siempre, lo percibe. Lo ve en mí sin siquiera tener que
mirar.
—Cena conmigo esta noche —dice, enderezándose—. Y
dejaremos atrás este pequeño incidente.
—No ceno —murmuro estúpidamente.
Levanta las cejas e inmediatamente quiero que el suelo se abra
y me trague. ¿Por qué tengo que ser tan torpe y extraña con él?
¿Por qué no puedo ser una criatura ágil y elegante cuyos
movimientos son un aprendizaje de seducción?
No es que quiera seducirlo, me digo. Solo quiero que me desee
tanto que le joda la cabeza como está jodiendo la mía ahora
mismo.
—Eso es, eh, lo que quiero decir es que... no tengo hambre.
—La cena es dentro de ocho horas —dice—. Las cosas pueden
cambiar de aquí a entonces, me imagino.
—¿Y si digo que no?
—Entonces supongo que tendré que invitar a alguien más.
Lo dice tan a la ligera que al principio no veo la amenaza. Pero
a medida que se asienta, me doy cuenta de lo que está
prometiendo exactamente.
—Voy a cenar contigo —digo—. Pero voy por la comida. No
por ti.
Su boca se inclina hacia arriba en una sonrisa arrogante.
—Mientras vengas, kukolka.
Querido Señor...
¿En qué me he metido?
17

Cuando Willow se reúne conmigo abajo a las seis en punto,


echa un vistazo a mi traje y sus ojos se abren con horror.
—¿Vamos a alguna parte?
—Cena.
—Yo... pensé que íbamos a cenar aquí.
—No esta noche.
Se mira a sí misma. Lleva unos vaqueros oscuros y una
camiseta blanca informal que le cae por un hombro.
—¿Supongo que es un lugar elegante al que vamos?
—Depende de tu definición de elegante —digo encogiéndome
de hombros.
—Leo.
—No te preocupes —le digo—. Vamos.
Ella sacude la cabeza.
—No puedo ir a un buen restaurante con esta ropa.
—Lo sé.
Salgo de la casa y ella se ve obligada a seguirme fuera.
—Leo, ¿qué significa eso? Puedo subir corriendo a cambiarme.
—No te molestes. Ya llegamos tarde a la cita.
Subo al coche, pero ella se detiene ante la puerta.
—¿No querrás decir reserva?
—Solo entra en el coche, Willow.
Hace lo que se le dice, pero está enfadada por ello.
—Podrías haber mencionado que íbamos a un lugar elegante.
—Se me debe haber olvidado.
Es sorprendente lo molesta que parece estar por esto. Fue una
omisión deliberada, por supuesto, pero ha conseguido una
reacción mayor de la que incluso yo esperaba. Irradia energía
nerviosa y se mueve inquieta, cada pocos segundos. Sus ojos
viajan a todas partes, pero no se posan en nada.
—¿Algo te molesta? —pregunto inocentemente.
—No quiero que me miren como si fuera un idiota que entra
en un restaurante snob vestida como una vagabunda.
—Estás conmigo.
Ella suspira.
—Nunca sé lo que quieres decir.
—Significa que nadie se atreverá a tratarte mal.
Ella frunce el ceño.
—¿Pero es sincero? ¿O solo tienen miedo?
—¿Te importa la diferencia?
Ella lo piensa por un momento.
—Un poco, tal vez.
—Entonces ese es tu primer problema —digo yo—. Te importa
una mierda lo que piensen los demás.
Ella suspira.
—No quiero parecer estúpida.
La miro mientras ella se queda mirando por la ventana. Su piel
es pálida, excepto por el color encendido alrededor de sus
mejillas. Sus ojos azules contrastan con la oscuridad de su cabello.
Podría ser modelo si tuviera más confianza en su propia piel.
Tiene el tipo de rostro del que no puedes apartar la mirada.
Dios sabe que no puedo.
—¿Qué te hace pensar que vas a parecer estúpida?
—Solo... Digamos que la alta sociedad no es para mí.
—¿Qué te hace decir eso?
Abre la boca y luego la cierra. Cuando habla, su voz es suave.
—Bueno, en realidad, Casey me decía mucho eso. Supongo
que se me quedó grabado.
—¿Alguna razón en particular?
Se encoge de hombros.
—Después de un tiempo, todo en mí parecía molestarlo. No le
gustaba cómo me sentaba, cómo comía, cómo hablaba con la gente
que me presentaba.
Es una lógica bastante fácil de seguir. Casey quería que Willow
fuera consciente de sí misma. Si ella buscaba constantemente sus
elogios y su aprobación, no tendría tiempo para darse cuenta de lo
mal que estaban las cosas en realidad. Y no tendría la confianza
para dejarlo y encontrar a alguien mejor.
La táctica de un cobarde.
Debería haberlo matado.
—Casey estaba tratando de mantenerte solo para él.
Ella levanta sus ojos hacia los míos.
—¿Crees que lo hizo por eso?
—Piensa en ello.
Se queda en silencio, cavilando. No hablamos hasta que el
vehículo se detiene. Ella frunce el ceño, mirando por la ventanilla.
—¿Tenemos que detenernos aquí? Es una tienda de ropa,
creo...
—Vamos a vestirte para la cena.
Sus ojos se amplían, pero no protesta mientras la ayudo a salir
del coche. Cuando nos acercamos, las puertas se abren para
nosotros desde el interior. Nos recibe una mujer mayor y bien
vestida que se presenta como Lois.
—Por favor, siéntase libre de mirar alrededor, señora —le dice
Lois a Willow—. Nuestros asociados estarán encantados de
atenderla. Tenemos Gucci, Prada, Versace y Monique Lhuillier.
Willow parece un poco abrumada mientras se gira en el lugar.
—Yo... no estoy segura por dónde empezar.
—Si lo prefiere, puedo elegir algunas piezas para usted y
llevarlas a su vestidor privado.
Willow me mira y yo le hago un sutil gesto con la cabeza.
—Claro —dice, dedicándole a Lois una sonrisa incómoda—.
Eso estaría bien.
Nos hacen pasar a una gran sala rectangular provista de
cortinas, haciendo las veces de vestidor. Hay sofás que se
extienden por la exuberante moqueta, colocados alrededor de una
mesita de centro con una serie de macaron, aperitivos y copas de
burbujeante champán dorado.
—¿Esto es de verdad? —me pregunta Willow con
incredulidad.
Tomo asiento en el sofá y cojo un sándwich del plato.
—A mí me sabe de verdad. Respira y relájate, Willow.
—¿No se supone que la tienda está cerrada ahora?
—Todo está abierto para nosotros.
—Para ti, querrás decir.
Me encojo de hombros.
—Te lo vuelvo a preguntar, ¿te importa la diferencia?
Como sospechaba, no se atreve a sentarse y esperar
pacientemente. Al igual que el silencio, la quietud le eriza la piel.
Se pasea por la habitación, maravillada por la decadente lámpara
de araña colgando sobre nosotros y por los revestimientos de
madera elaborados por expertos en los bordes de las paredes.
—Esto es una locura —reflexiona en voz alta—, ¿la gente vive
realmente así?
Las cortinas se abren y Lois sale con otros dos empleados que
arrastran un perchero plateado con ruedas. Lo introducen en la
habitación y lo colocan delante del sofá.
—Me he tomado la libertad de elegir algunas piezas para usted
de todas nuestras diferentes colecciones. Estoy segura que
encontrará algo que ponerse esta noche.
Willow se acerca al perchero y pasa los dedos por la ropa.
—Oh, Dios. Son... increíbles.
Miro hacia Lois y le hago un gesto seco con la cabeza. Sin decir
una palabra, ella y todo su personal salen de la habitación para
darnos un poco de privacidad.
Cuando volvemos a estar solos, me levanto y camino
alrededor del perchero hasta donde está Willow.
—¿Por dónde empiezo?
En respuesta, alcanzo los bordes de su camiseta y empiezo a
subirla.
Me sujeta la mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Mostrarte por dónde empezar —digo con voz áspera.
—Puedo desvestirme yo sola en el vestidor.
Levanto las cejas.
—Parece un desperdicio de todo este hermoso espacio.
Mira a su alrededor, notando que estamos realmente solos. No
hay nadie más en esta parte de la tienda.
El nudo de su garganta sube y baja mientras traga.
—Preferiría algo de intimidad —gruñe incómoda.
—¿Quieres que me dé la vuelta?
—Un caballero lo haría.
Resoplo.
—¿Qué demonios te hizo pensar que soy un caballero?
—¿Quieres mirar a otra parte, por favor?
—Te he visto desnuda antes, Willow. En caso que lo hayas
olvidado.
—Y en caso que lo hayas olvidado, dije que fue un error.
—Ah, ya veo —digo con una sonrisa omnisciente—. Estás
nerviosa.
La molestia se extiende por su rostro.
—Yo…
—Te preocupa que te mire fijamente a la fría luz del día. Te
preocupa lo que voy a pensar.
—Me importa una mierda lo que pienses.
—Entonces, ¿qué te detiene?
Me mira fijamente durante un momento ardiente. Luego
muerde el anzuelo.
Con su mirada tan firme como siempre, se arranca la camiseta
y se desabrocha el cinturón. Se baja los vaqueros por las caderas y
se los quita.
Cuando está en sujetador y bragas, parece darse cuenta de
dónde la han llevado su orgullo y su obstinación: justo donde yo
la quería.
—Eres exasperante, ¿lo sabías? —sisea.
No digo nada mientras coge un vestido de la estantería. Ni
siquiera estoy seguro que sepa lo que ha elegido. Simplemente
coge lo primero que ve para taparse.
Excepto que el vestido que eligió tiene una espalda profunda y
un solo cordón que lo mantiene unido.
Solo es capaz de subírselo por la cintura antes de darse cuenta
que no va a conseguir que el corpiño se levante lo suficiente como
para atarlo correctamente.
Puedo ver el problema. Y ella también.
Pero aprieta los dientes y sigue adelante, decidida a no
pedirme ayuda.
La observo pacientemente durante un minuto más, mientras el
vestido se desliza por su cintura repetidamente. Es un buen
espectáculo, pero su terquedad también es demasiado divertida
como para apartar la vista.
—Oh, sabes qué: olvídalo —suelta—. Este vestido no es para…
—Deja de forcejear y date la vuelta —le ordeno con firmeza.
Se queda quieta cuando mi mano toca su brazo. La hago girar
para que esté de espaldas a mí y agarro el cordón.
Tardo un minuto entero en pasar el material por encima de su
pecho y enrollar los cordones alrededor de su cuello, pero solo
porque estoy demasiado ocupado mirando la suave piel de su
espalda.
—Ya está —digo finalmente.
Se dirige a los numerosos espejos que flanquean la habitación
por todos lados y se mira.
El vestido es como la luz de la luna. La seda plateada abraza su
cuerpo y se desliza sobre sus curvas. El escote es arriesgado,
aunque no revela demasiado, pero el dobladillo susurra contra la
parte superior de sus muslos como una silenciosa promesa de
más.
Se mordisquea el labio inferior mientras resisto el impulso de
mordérselo.
—Eso es mucha piel —comenta.
—No me quejo —digo—. Pero si prefieres probarte otra cosa,
adelante.
Se prueba rápidamente tres vestidos más, y cada vez disimula
mejor su ansiedad. Siempre es el mismo ritual: se quita la ropa
interior desafiante y se apresura a ponerse la siguiente prenda
mientras se sonroja bajo mi ardiente mirada.
La última prenda es un combo de falda formal y crop top.
—No se puede llevar sujetador con ese —comento.
Ella hace una mueca.
—¿No te gustaría eso?
—Echa un vistazo a la parte superior y dime que me equivoco.
Frunciendo más el ceño, le da la vuelta a la camiseta y ve que
lleva un sujetador incorporado, tal y como pensaba. Eso no le
alegra precisamente el ánimo.
Mirándome con el ceño fruncido, se suelta el gancho del
sujetador y se da la vuelta para poder quitárselo. No veo sus
pezones rosados, pero sí la curva de sus pechos de lado.
Mi polla se pone dura inmediatamente.
No puedo evitar pensar en todas las cosas que quiero hacerle.
En lo dulce que sabrá. Lo suave y cálida que se sentirá.
Sobre todo...
Con qué facilidad se romperá.
Se las arregla para ponerse el top, con énfasis en el "crop". Se
recorta lo suficientemente alto como para dejar a la vista un
tentador indicio de la parte inferior del pecho. Y el escote redondo
me deja una gran cantidad de piel que me hace salivar. Brilla
como el champán con incrustaciones de diamantes.
La veo meterse en la falda como si se metiera en otra piel. Es
de talle alto, así que le cubre el ombligo, pero deja unos cuantos
centímetros al descubierto.
Por suerte para Willow, tiene la figura perfecta para lograrlo.
Por suerte para mí, también.
Mis ojos la recorren con aprecio. Luego observo su cara
mientras mira su reflejo en el espejo por un momento. Sus dedos
se posan en su vientre expuesto, pero hay un innegable asombro
en sus ojos.
Ella ve lo que yo veo: la maldita perfección.
—¿Qué estás pensando? —pregunto.
—Nada... es que... siempre he querido llevar algo así. Es una
estupidez decirlo, supongo, pero es cierto.
—¿Por qué no lo has hecho?
—Bueno... —Ella sacude la cabeza y su rubor se oscurece—.
No importa.
Intenta pasar junto a mí, pero me niego a apartarme de su
camino.
—Willow.
Suspira y se detiene.
—A Casey no le gustaba que llevara crop tops —admite—.
Nada demasiado sexy o arriesgado. No le gustaba que otros
hombres me miraran.
—Entonces era un tonto —gruño.
—No debería haber sacado el tema. —Se retuerce las manos
delante de ella—. Está bien. ¿Podemos irnos?
—No. Los zapatos primero.
Otra palabra a Lois, en la parte delantera de la tienda, y le
traen una selección completa de zapatos para que Willow elija.
Acaba eligiendo un par de zapatos de tacón de aguja negros con
una fina correa justo debajo de los dedos y otra que le rodea el
tobillo.
Cuando el look está completo, solo lanza una mirada
superficial hacia el espejo. Como si no estuviera segura de querer
seguir viéndose a sí misma.
Quiero matar a Casey de nuevo. Por herirla. Por hacerla dudar
del reflejo en el espejo.
Se merece algo mucho mejor.
Pero me trago la ira y me concentro.
—¿Preparada para ir?
Ella asiente en silencio.
Al salir, presiono mi tarjeta de crédito negra contra la
máquina. Así de fácil, la compra está hecha.
Cuando volvemos a subir al vehículo, me mira con una
expresión de preocupación en el rostro.
—No he comprobado cuánto cuestan todas estas cosas —me
dice—. Deben ser unos cuantos miles de dólares como mínimo,
¿no?
—Deja que yo me preocupe de eso.
El ceño se frunce.
—No puedo permitirme esta ropa.
—Menos mal que la compré.
—No debería haberte dejado.
Levanto una ceja.
—No era cuestión que me dejaras hacer nada. Hice lo que
quise, kukolka. Siempre lo hago.
Suspira y empieza a moverse de nuevo. Su torpeza se ve
extraña en el conjunto.
—No me gusta estar en deuda contigo —suelta un momento
después.
Sonrío.
—Te voy a conseguir el divorcio. El barco ya ha zarpado.
Frunce el ceño y parece acurrucarse en sí misma.
—Eso es lo que temo.

Llegamos al restaurante quince minutos después.


Hay una fila de aspirantes en la acera, esperando su propia
reserva o rezando para que se abra una. Willow los mira y luego
se mira a sí misma.
—Quédate aquí. —Salgo del coche y me dirijo a su lado.
Cuando abro su puerta, vuelve a mirar hacia abajo. Sin duda,
preocupada por si se le va a caer el mundo encima o se va a caer
de bruces al intentar salir del vehículo.
Le ofrezco mi mano. Y, a pesar de sus dudas, la toma.
Entramos juntos, la multitud de fuera se separa para nosotros
porque presienten lo que pasaría si se atrevieran a interponerse en
mi camino. El maître entra en acción cuando cruzamos la puerta y
nos indica una mesa en el centro del restaurante.
Mientras caminamos, los demás comensales miran a Willow.
Veo la mirada en sus ojos, primero, el brillo de la emoción al ver a
alguien hermoso. Casi de otro mundo.
Entonces sus miradas me encuentran y se encogen.
Instintivamente, reconocen el poder, aunque nunca lo hayan visto
antes.
Nadie se atreve a mirar a Willow por segunda vez, aunque
puedo decir que lo desean. Tardo un minuto en entender por qué.
Y cuando lo hago, no sé qué pensar.
Parece que estamos juntos.
Parece el tipo de mujer que un hombre como yo tendría del
brazo.
Si ella misma lo creyera.
En cuanto nos sentamos, coge el menú y esconde la cara tras él.
Cuando se da cuenta que el camarero y yo la estamos esperando,
se sobresalta y golpea la copa de agua del lado de su mesa.
Rápida como una serpiente, mi mano se extiende para
atraparla antes que caiga al suelo. Vuelvo a colocar la copa en su
sitio. La cara de Willow se sonroja.
—Oh Dios —jadea al camarero—. Lo siento mucho, no estaba
concentrada...
—Está muy bien, señora —dice—. ¿Está lista para pedir?
—No sé... todo se ve estupendo. —Me echa una mirada—.
¿Sabes lo que vas a pedir?
—Sí.
—Oh —dice ella, cada vez más ansiosa mientras el camarero se
cierne sobre nosotros—. ¿Tal vez deberías pedir por mí?
Asiento con la cabeza y me dirijo al camarero.
—El especial del chef, Alberto.
—Muy bien, señor —dice—. Y también tenemos una botella de
Screaming Eagle enfriada para usted.
—Tráigala.
Me hace una pequeña reverencia y se retira. Willow no podría
parecer más aliviada que se haya ido. Tiene los codos apoyados en
la mesa y las manos levantadas hacia la cara, como si intentara
esconderse detrás de ellas.
—¿Pasa algo? —pregunto.
Deja escapar una larga exhalación.
—Me siento como una idiota. Tal y como dije que haría.
—¿Por qué?
—Porque claramente no pertenezco aquí.
—¿Quién lo dice?
Dirige la cabeza hacia una mesa del otro lado de la sala.
—Lo dice esa mujer de allí que me mira como si acabara de
escupir en su sopa. Y el hombre de la esquina. Y el camarero, y el
maître, y todos los demás aquí.
—Solo están admirando tu atuendo. Deseando poder llevarlo
como tú.
—Que te devolveré, por cierto —añade, con un pequeño
chasquido en su tono.
Suspiro.
—Si insistes.
—¿Cuánto costó, con zapatos y todo?
—Doce mil trescientos cuarenta y tres dólares.
Se le cae la mandíbula.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—Bueno... que me jodan.
—¿Aquí mismo?
Me mira fijamente durante un momento. Luego su rostro se
descompone en una sonrisa. Finalmente, se permite reír. No se
alivia toda la tensión, pero parte de ella se disipa.
Progreso. Un pequeño paso a la vez.
18

—¿Puedo hacerte una pregunta, Leo?


Asiente con la cabeza.
—Puedes preguntar cualquier cosa. No hay garantía que vaya
a responder.
—Créeme, soy consciente. —Pongo los ojos en blanco—. Solo
me pregunto... ¿Por qué me has traído aquí?
No espero una respuesta. Es el tipo de pregunta que ha
rechazado innumerables veces desde que irrumpió en mi vida.
Pero estoy harta de las pretensiones, de los juegos, de los
secretos. Verme con este diminuto atuendo -y quizás más
importante, ver la forma en que Leo me miraba con él- me dio una
muy necesaria inyección de confianza.
Pero desde que llegamos al restaurante, ese brillo ha ido
desvaneciendo poco a poco. Quiero hablar con Leo antes que
desaparezca por completo.
A Leo, sin embargo, no le interesa.
—Necesitaba comer y los restaurantes hacen comida —
responde—. Me imaginé que tú también necesitabas comer.
—¿Pero por qué es necesario todo esto? —pregunto, señalando
los pesados manteles, las elegantes y modernas sillas, la tenue y
romántica iluminación—. Todo el mundo come. No todo el
mundo come así.
—Dime una cosa, Willow, ¿alguna vez has salido y has
disfrutado? —pregunta—. ¿Sin la sombra de tu marido sobre ti?
Instintivamente, miro a mi alrededor. Tal vez estoy buscando a
Casey. Tal vez esté buscando los fantasmas de mis propias
inseguridades escondidas en las esquinas de mis ojos. Sea cual sea
el caso, no encuentro ni lo uno ni lo otro. Solo un montón de
clientes que no me prestan ni un poco de atención.
Ni siquiera una mirada en mi dirección, pero me siento como
si me juzgaran y me encontraran deficiente.
No tiene nada que ver con ellos.
Tiene todo que ver conmigo.
Tiene que ver con el miedo que me invadía cada vez que salía
de casa en los últimos años. Porque no importaba lo que hiciera o
a dónde fuera, Casey lo sabía. Siempre estaba observando, y si no
le gustaba algo, nunca dejaba de hacérmelo saber.
Puede que me haya sentido como un rehén cuando Leo me
encerró, pero Casey me ha tenido como rehén durante años. Solo
ahora estoy empezando a verlo.
Idiota. Maldita idiota ingenua.
—Yo... no estoy acostumbrada a esto —admito.
—¿No estás acostumbrada a qué, exactamente?
—A no ser... criticada. Menospreciada en todo momento...
—Ya no está aquí para criticarte.
La forma en que lo dice, con los dientes apretados, me hace
preguntarme si desearía que Casey ya no estuviera en ninguna
parte. Después de todo, tuve que pedirle a Leo que no lo matara.
Solo Dios sabe lo que habría pasado si no hubiera rogado por esa
misericordia.
—Sin embargo, estás aquí.
—¿Tu punto?
—Hay algo en la forma en que me miras. —Siento que mi
última pizca de confianza se desvanece, tan endeble como la
camisa que llevo puesta—. Es como si me estuvieras mirando todo
el tiempo. Observándome.
Se inclina hacia delante, con los ojos entrecerrados.
—¿Eso te pone nerviosa?
—¿No te pondría nervioso? —Me detengo en seco—. Oh,
espera, es cierto, no te importa lo que los demás piensen de ti.
—No, no lo hago.
—¿Te importaba lo que tu hermano pensara de ti? —dejo
escapar antes de poder detenerme.
La chispa en los ojos de Leo se apaga de inmediato. Se queda
callado durante mucho tiempo y me pregunto si he arruinado la
cena antes que nos sirvan la comida.
—Él fue la excepción —dice finalmente Leo casi susurrando.
Al principio no digo nada. La culpa araña mi pecho. Fue un
golpe bajo, cruel e innecesario, y el silencio que sigue es peor que
cualquier insulto que Leo pudiera lanzarme. Me encuentro
intentando llenar el silencio con algo que me dé menos vergüenza
que mi propio comportamiento de mierda.
—Solía desear un hermano —confieso—. Cuando era más
joven. Hasta que cumplí doce años y me di cuenta que no iba a
suceder por mucho que lo deseara. —No dice nada, así que
continúo—. Incluso entonces, mis padres no me dijeron que no
podían tener hijos. Que concebir un bebé propio no estaba en sus
planes. Así es como me consiguieron en primer lugar, obviamente.
—Respiro profundamente—. Quizá debería haberlo visto antes.
Realmente no me parezco a ninguno de ellos.
Mi padre es alto y desgarbado como la arcilla estirada en
exceso. Todo en él es pálido, apagado, su palidez, su barba
marrón clara. Siempre supuse que me parecía a mi madre. Los
ojos azules son el único rasgo que compartimos, aunque los suyos
son pálidos. Como un huevo de petirrojo.
—Ellos querían que sintieras que realmente les pertenecías —
dice Leo sin mirarme.
Miro mi cubertería dorada. La imagen de mis padres se
difumina y se desvanece como la arena.
—Apuesto a que se arrepienten de su decisión.
—¿Qué decisión es esa?
—De adoptarme.
La idea lleva años dando vueltas en mi cerebro. Pero es la
primera vez que lo digo en voz alta.
—¿Realmente crees eso? —dice Leo. Finalmente me mira, con
sus ojos oscuros, penetrantes e inquebrantables.
Me encojo de hombros, tratando de hacer pasar la emoción por
despreocupación.
—Bueno, básicamente me volví contra ellos. ¿Y para qué? Mi
adopción era un hecho consumado, de todos modos. No es que
tuvieran ninguna información que darme sobre mis padres
biológicos. Hicieron todo lo que pudieron para darme la mejor
vida posible. Papá aceptó un segundo trabajo cuando yo tenía
diez años porque dije que quería aprender piano.
»Cada clase costaba veinte dólares; había un instructor
específico al que iban todas mis amigas, que tenía un título de
música de Julliard y todo eso. Fui durante casi un año antes de
dejarlo de golpe. Y papá nunca dijo nada al respecto. Solo sonrió,
asintió y dijo: "Como quieras, cariño". Mamá se enfadó, pero él se
limitó a decir que estaba ocupada encontrando mi pasión en la
vida, y que no debía tener miedo de probar cosas nuevas. ¿Qué es
eso sino amor?
Leo me mira en silencio, bebiendo cada palabra que digo.
Cuando me mira así, sigo hablando. Como si me hubiera
hechizado para sacar de mis labios verdades nunca vistas.
—Siempre hacía cosas horribles como esa, también. Probé
nuevos pasatiempos todo el tiempo, pero ninguno duró más de
unos pocos meses. Era demasiado desorganizada, demasiado
descuidada, demasiado centrada en las cosas equivocadas.
Me inclino hacia atrás, intentando evitar que las palabras
salgan a borbotones. Pero él sigue sentado en silencio,
arrancándome historias con solo Dios sabe qué poder.
—Realmente quería un perro —continúo—. Soñaba con un
cachorro labrador correteando por el patio trasero conmigo.
Normalmente, podía ir a mi padre y suplicarle y me salía con la
mía. Pero esta vez, mamá se puso firme y él se puso del lado de
ella. Dijo que no teníamos una casa lo suficientemente grande
para un perro. Además del gasto. Pero lo que realmente quería
decir es que ella sabía que perdería el interés en el perro después
de un año o dos. Entonces se quedarían con un animal que cuidar.
—Te lo tomaste como un insulto personal.
—Extremadamente personal —estoy de acuerdo, frustrada con
mi yo más joven en cada uno de esos recuerdos—. No hablé con
ella durante un mes por eso. Dios, fui una mocosa.
Incluso antes que quemara por completo el puente con las
únicas personas que alguna vez se preocuparon por mí, lo estuve
rompiendo durante años. Luchando constantemente contra los
únicos que me querían de verdad.
—Ciertamente lo parece —dice Leo.
Suelto las manos y lo miro fijamente.
—¿En serio?
Se encoge de hombros.
—¿Qué querías que dijera? ¿Que no estabas siendo una
mocosa?
—Algo reconfortante, tal vez —sugiero.
Sonríe.
—Has acudido al hombre equivocado para eso.
—Vaya, qué suerte tengo.
—Pensé que me estabas contando una historia, no buscando
consuelo.
—No buscaba… es lo que haría una persona normal.
Parece muy despreocupado por esa evaluación.
—Supongo que no soy normal entonces.
Casi sonrío. Leo Solovev es todo menos normal.
—Lo dices en serio, ¿no?
—¿Qué?
—No te importa en absoluto lo que la gente piense de ti.
Quiero decir, mucha gente dice eso. Pero lo dices en serio.
Asiente una vez con la cabeza.
—Lo digo en serio.
Recurro a mis últimas reservas de confianza.
—¿Ni siquiera yo?
Su sonrisa se vuelve inescrutable.
—Willow, no me conoces lo suficiente como para formarte una
opinión real de cualquier manera. Así que no. Tu opinión no me
importa más que la de los demás.
No sé por qué, pero sus palabras escuecen.
—Bueno, parece que crees que me conoces bastante bien —
digo bruscamente.
—Mejor de lo que puedas imaginar.
—¿Cómo es posible?
—Soy un observador.
—¿Y no crees que yo lo sea?
Sacude la cabeza.
—Hablas demasiado para prestar atención.
Ouch. Pero incluso yo puedo reconocer que tiene razón en eso.
Cojo mi copa de agua para dejar de hablar.
—Dudo que puedas evitar hablar toda la noche a base de
llenarte la boca con alguna cosa —observa Leo mientras yo bebo
un sorbo.
—Siempre puedo intentarlo —murmuro.
Afortunadamente, el camarero aparece con panecillos frescos y
la botella de vino que Leo pidió. Como todo lo demás, parece caro.
Cuando el camarero se retira, cojo un panecillo y me lo meto
en la boca. Leo se ríe.
—Cállate. —Frunzo el ceño, dando un mordisco. Cuando el
sabor y la textura llegan a mi lengua, jadeo—: Oh, mierda.
—¿Bueno?
—Mi madre hacía el pan así —digo después de haber tragado
mi primer bocado—. Era la cosa más deliciosa del mundo. Lo
comía solo en las comidas. Lo siento, estoy hablando mucho de
mis padres.
—Todo lo que escucho realmente es que los echas de menos.
Inmediatamente, las lágrimas no derramadas queman el fondo
de mis ojos. Porque, por supuesto, tiene razón. Los extraño
terriblemente.
Pero me advirtieron que estaba cometiendo un error, y fui
cruel, al enfrentarme. Ahora sus peores temores se han hecho
realidad, y ya no merezco su ayuda.
Cambia de tema, me digo. Cambia de tema antes de perder el
control.
—Tu infancia fue probablemente muy diferente a la mía, ¿eh?
—Se podría decir que sí.
Y eso es todo lo que dice. ¿Por qué no puede divagar como yo
por una vez? Solo dame algo, alguna pizca de humanidad. Algo
que me haga saber que siente lo mismo que yo.
Pongo los ojos en blanco.
—Sabes, todo esto del “hombre misterioso” está muy
sobrevalorado.
Sonríe.
—No entenderías mi infancia.
—Entonces, explícame. Hazme entender.
—¿Por qué te importa?
—Bueno, para empezar, porque actualmente vivo en tu casa y
llevo la ropa que me has comprado. —Me encojo de hombros—.
Creo que debería saber más sobre ti.
—¿Es eso un sí a mi propuesta?
Entorno los ojos hacia él. "Propuesta" es una curiosa elección
de palabras. No recuerdo que me hayas propuesto nada. Me
pareció más bien una orden.
—¿Haría alguna diferencia si me arrodillara y te lo pidiera? —
dice.
—No —respondo. Aunque realmente no me imagino a Leo
arrodillándose ante nadie, nunca.
Se ríe y se echa hacia atrás en su asiento.
—No me lo esperaba.
—¿Todavía vas en serio con todo esto del matrimonio?
—Mortalmente en serio.
—¿Por qué?
Estaría de acuerdo con su evasión y su silencio si respondiera a
esta pregunta. Pero, en cambio, se reclina cómodamente en su silla
y me sonríe.
—Tengo mis razones.
Levanto las manos.
—No te entiendo.
—Déjame ofrecerte una sugerencia: deja de intentarlo.
Estoy a punto de hacer el ridículo en este lujoso restaurante y
tirarle un bollo a la cabeza cuando nos interrumpe el plato
principal. Leo me ha pedido un matambre de cangrejo y gambas
bañado en una salsa dulce y picante que parece oro líquido.
El primer bocado es como una bofetada de sabor en la cara.
—Oh Dios mío, qué bueno está.
—Come —aconseja—. Últimamente has descuidado tus
comidas.
Arrugo la nariz.
—¿Supervisas mis comidas? ¿Las criadas te envían fotos del
antes y el después o algo así?
—No te sorprendas tanto, kukolka. Lo vigilo todo.
—No sé si sentirme halagada o extremadamente asustada.
—Deja de hablar. Come.
Hablando de descuidar las comidas, Leo descuida la suya. No
toca la suya ni dice una palabra. Solo se sienta y me observa. Las
pocas veces que me atrevo a encontrarme con su mirada, podría
jurar que veo dolor bajo el muro impenetrable de su rostro.
Al menos, así lo creo.
Tiene que haberlo, ¿verdad? Nadie pierde a un miembro de la
familia sin experimentar ningún tipo de trauma. Y su hermano era
tan joven. La muerte fue inesperada, trágica. Empujó a Leo a un
papel que no esperaba.
Si no me tuviera cautiva, casi me sentiría mal por él.
—Espero que no te confundas con lo que quiero —suelto,
dejando el tenedor.
Él levanta las cejas.
—¿Eh?
—Solo porque lleve el vestido que me compraste y acepte tu
ayuda en mi divorcio y tenga una conversación algo normal
contigo... no significa que no me moleste que me retengas en tu
casa contra mi voluntad.
—Te has olvidado de follar conmigo —dice—. Llevas el
vestido que compré, aceptas mi ayuda, mantienes una
conversación normal conmigo y de vez en cuando me follas. Así
que, para aclararlo, ¿fue eso contra tu voluntad?
Bajo la mirada inmediatamente, sonrojada como una tonta e
incapaz de encontrar sus ojos.
—¿Quieres bajar la voz? —siseo—. El camarero acaba de pasar.
Sonríe, pareciendo perfectamente relajado.
—¿Y te molesta que el camarero pueda saber que me estás
follando?
—¡Leo!
Se encoge de hombros.
—Si no querías que me llevara una impresión equivocada,
quizá no deberías haberme seducido anoche.
Lo seduje. Por alguna razón, la frase me hace reír.
Probablemente porque Leo parece ser ineducable. No puedo
imaginar que alguien tenga ese poder.
Abro la boca y la cierro un par de veces antes de pensar en lo
que quiero decir.
—En primer lugar, yo no soy la seductora en esta ecuación.
Tiene una mirada burlona e inocente.
—¿Qué quieres decir?
—¡Por favor! Sabes exactamente lo que estás haciendo
conmigo.
—¿Significa eso que nos iremos a la cama de nuevo esta
noche?
—No cometo el mismo error dos veces.
—Así lo has dicho. Pero estás cometiendo un error flagrante.
—¿Cuál es?
—No soy Casey.
—¿Cuál es la diferencia? Eres el mismo tipo de hombre.
Sus ojos se oscurecen, pero su sonrisa no varía. Solo se vuelve
fría y amenazante.
Me encuentro temblando, echando de menos la calidez de su
genuina diversión. Quiero disculparme, arreglar las cosas por
haber sido casualmente cruel una vez más.
Pero algo me dice que, si me echo atrás ahora, me echaré atrás
el resto de mi vida con Leo. O por el tiempo que esté con él.
Con suerte, no son la misma cosa.
—Dejemos clara una cosa, pequeña: No me parezco en nada a
Casey —gruñe venenoso. Se inclina hacia delante, cerniéndose a
mí—. No importa lo malo, lo terrible, lo vil que creas que es tu ex
marido... recuerda que yo soy mucho, mucho peor.
El silencio que sigue es gélido.
Si otro hombre hubiera dicho esas cosas, me habría reído en su
cara. Pero este hombre es diferente. Es algo de otro mundo,
diferente a todo lo que he encontrado.
Bajo la mirada a mi plato, porque realmente, ¿qué puedo
responder? ¿No te creo? Él verá la mentira en mis ojos. Me atrapará
como lo ha hecho en el pasado.
—Come —dice.
—¿Sabes qué? De repente, no tengo tanta hambre.
—Muy bien —dice encogiéndose de hombros—. Entonces
puedes verme comer.
No bromea. Come sin miramientos, incluso mientras yo estoy
sentada salivando por la increíble cena. Pasan cinco minutos y me
muerdo la lengua para evitar que se me escapen las palabras.
—Solo come, Willow —suspira al fin.
—No.
—¿Intentas demostrar algo?
—Tal vez.
Pone los ojos en blanco.
—Entonces estás siendo infantil.
—¿Estoy siendo infantil?
—Eso es lo que he dicho, sí.
—¿Estoy siendo infantil por negarme a que me mangonees?
—La madurez consiste en saber cuándo hay que rendirse.
—Eres un imbécil —digo con rotundidad, poniéndome en pie
tan rápido que la silla se cae por detrás de mí—. ¿Esto es tener
madurez?
Todo el restaurante se vuelve hacia nosotros. El calor me
abrasa las mejillas cuando me doy cuenta del espectáculo que
acabo de dar.
—¿Quieres volver a sentarte? —pregunta pacientemente,
ignorando a todos los comensales boquiabiertos.
—¡No!
Tiene razón: estoy siendo infantil. Pero he llegado demasiado
lejos en estos momentos para perder la cara ahora. Así que, como
rendirse ya no es una opción y porque tengo que hacer que me
respete si quiero salir viva de esta mierda, me doy la vuelta y
corro.
No sé muy bien adónde voy, pero veo unas puertas de cristal y
me dirijo directamente a ellas. Casi choco con un camarero que
parece alarmado y se aparta de mi camino.
—Señora, ¿puedo...?
—¿Es esta la salida?
—Lleva a los jardines, señora.
—Suficientemente bueno. —Me apresuro a salir.
El aire frío me golpea desde todos los ángulos. Es incómodo,
pero no lo suficiente como para obligarme a volver a entrar a
compartir el pan con el sádico imbécil que puso mi vida patas
arriba.
Un pequeño estanque brilla en la distancia, con peces koi
chapoteando en la superficie y un puente ornamentado arqueado
sobre las aguas.
Subo al puente y miro hacia atrás en la dirección de la que
vengo. Desde este lado del agua, el restaurante parece una joya en
la noche. Es un edificio hermoso y arqueado, iluminado con tanta
fuerza que me duele la vista si lo miro directamente durante
mucho tiempo.
Intento luchar contra ella, pero una sola lágrima se abre paso
deslizándose por mi mejilla. Miro el reflejo de las luces en la
superficie del estanque. Cuando la lágrima golpea, envía una sutil
ondulación, haciendo que las luces bailen.
¿Cómo he acabado aquí? En cada momento de mi vida, he
cometido errores. He elegido mal. Siento que me ha costado
mucho, una y otra vez.
Pero este es el peor coste hasta ahora.
—¿Te sientes mejor?
—¡Ah! —Salto casi fuera de mi piel cuando Leo se une a mí en
el puente—. ¿De dónde demonios has salido?
Se encoge de hombros.
—Nunca estoy lejos de ti, Willow. No estabas prestando
atención. Eso es lo que pasa cuando estás en tu propia cabeza.
¿Es eso lo que estoy haciendo? ¿Es eso lo que he estado
haciendo durante los últimos años?
Tal vez sea más fácil esconderse en los sueños que enfrentarse
a una fea realidad.
Entrecierro los ojos. Incluso en las sombras, su silueta es
hermosa y descarnada.
—Quiero estar sola —le informo.
—No todos conseguimos lo que queremos, ¿verdad?
—Los hombres como tú suelen conseguirlo —murmuro.
—No necesariamente.
Capto la mirada misteriosa y lejana en sus ojos.
—¿Estás pensando en tu hermano?
—En realidad, estaba pensando que tus tetas se ven
impecables con ese top.
—Jesús —refunfuño, apartándome de él mientras mis mejillas
se enrojecen—. Hay cosas que nunca cambian.
Se acerca más. Su mano cae sobre mi cadera. Sus dedos son
cálidos y me muevo hacia él instintivamente.
—Mis pensamientos no te conciernen, Willow —me susurra al
oído—. Todo lo que necesitas saber es que soy lo suficientemente
poderoso como para protegerte.
—No necesito protección.
Se inclina un poco.
—¿No es así?
Contengo la respiración porque estoy casi segura que va a
besarme. Pero en el último momento se aparta y el aire frío vuelve
a rodearme.
Caliente y frío, fuego y hielo, siempre es un extremo o el otro
con Leo. No hay término medio. No hay refugio seguro.
Es cielo o infierno. No hay purgatorio en el medio.
—Vamos.
—¿A dónde vamos?
—Vuelve a entrar, ¿dónde crees? —pregunta—. Todavía no
hemos llegado al plato principal.
19

—¿A dónde vamos?


En lugar de llevarme de nuevo al interior, Leo me conduce por
una estrecha escalera que rodea el lateral del restaurante.
—Deja de hacer preguntas.
Me muerdo la lengua y lo sigo por las escaleras. El rellano da
paso a unas puertas dobles de cristal, tras las cuales hay una sala
privada. Sus paredes son de cristal y tiene vistas al estanque y al
jardín que lo rodea.
Hay una mesa magníficamente colocada en el centro de la sala,
así como un carrito en un lateral con varias campanas plateadas.
—Vamos a trasladar nuestra cena aquí arriba —me informa
Leo—. Dado que no se puede contar con que te comportes en
público.
Me siento ligeramente avergonzada, pero sobre todo aliviada.
No quería tener que volver a ese restaurante y fingir que todo el
mundo no me miraba, preguntándose qué me había hecho perder
el control.
Me siento justo cuando los camareros aparecen de entre las
sombras para poner nuestro siguiente plato en la mesa.
Es un medallón de langosta en una salsa espesa de mantequilla
de ajo. Hay crostini9 en el lado y una generosa porción de caviar
descansando justo en la parte superior de la langosta.
—¿También vas a rechazar este plato? —pregunta Leo con un
brillo en sus ojos.
Recojo mi cuchillo y mi tenedor.
—Tienes suerte que tenga hambre.
—Toda la rabieta debe haberte dado apetito.

9 Los crostini es un aperitivo italiano consistente en pequeñas rodajas de pan tostado o a la


parrilla con ingredientes encima. Estos pueden incluir una variedad de diferentes quesos, carnes y
verduras, o pueden presentarse de forma más sencilla con un poco de aceite de oliva y hierbas o
una salsa.
Lo ignoro y doy un mordisco a la langosta. Se me desintegra
en la lengua y gimo tan fuerte que Leo levanta una ceja.
—Cuidado, los camareros podrían pensar que empiezo a
gustarte.
—Pensé que no te importaba lo que la gente piense.
—A mí no. Pero a ti sí.
Se siente como un insulto la forma en que lo dice. Estoy segura
que no es coincidencia.
El silencio se prolonga mientras comemos. Leo parece
perfectamente cómodo en él. ¿Qué ha dicho antes? Si te quedas el
tiempo suficiente en silencio, puede que encuentres respuestas.
Pero cuanto más permanezco en él, cuanto más lo miro, más
insegura me siento.
Leo es una contradicción envuelta en un enigma. Es caliente y
luego frío. Mi secuestrador y protector. Aun así, tengo la
sensación que hay una pieza del rompecabezas que no tengo. Una
clave que daría sentido a todo.
Pero por mucho que intente descifrarlo, su personalidad se
adentra aún más en la turbia oscuridad.
Mastico la langosta mientras reflexiono. La salmuera de la
salsa me recuerda a las truchas que papá traía a casa después de
sus viajes de pesca cuando yo era pequeña. Me sentaba a su lado
mientras limpiaba el pescado, retorciéndome todo el tiempo.
—¿Pescas? —pregunto de repente.
—¿Parezco el tipo de hombre que pesca?
Pensar en Leo metido hasta las rodillas en un río, pescando con
mosca con vadeadores y peto, es lo suficientemente ridículo como
para hacerme reír a carcajadas.
—Supongo que no.
Deja el tenedor, cruza los brazos y se inclina hacia delante.
—Mi turno. ¿Te tocas, Willow?
Mis mejillas se calientan al instante.
—¿Perdona?
Parpadea, completamente imperturbable.
—He preguntado si te tocas. ¿O esperas a que yo lo haga por
ti?
Dejo caer los cubiertos sobre la mesa con un ruido seco.
—Esa es una maldita pregunta bastante grosera para hacerla
en la cena.
—No es realmente una pregunta. Ya sé la respuesta.
—¿Ah sí? ¿Qué respuesta es esa?
—Que has estado húmeda por mí desde el momento en que
nos conocimos.
—Que te den —digo, con la mandíbula apretada—. No sabes
nada de mí.
—Como te he dicho antes, Willow, lo sé todo sobre ti. Dime una
cosa: si me acercara a ti y te pasara la mano por la falda, ¿qué
encontraría entre tus piernas?
Aprieto los muslos, dándome cuenta que la propia promesa de
esa amenaza ha hecho que su afirmación se haga realidad.
—No lo harías...
—Ya deberías saberlo.
—Quédate en tu lado de la mesa. —Obligo a las palabras a
salir con los dientes apretados. Todo mi cuerpo está tenso.
Mueve la cabeza lentamente, con fluidez.
—No hago promesas que no puedo cumplir.
—Leo... —digo en tono de advertencia. Pero solo sueno
asustada.
Su voz se convierte en una deliciosa y ronca acústica.
—Levántate.
Me pongo tensa, preguntándome cómo irían las cosas si lo
rechazo. Decido comprobarlo por mí misma.
—No.
Mueve la cabeza con tristeza.
—¿De verdad crees que soy el tipo de hombre que acepta un
no por respuesta? Levántate, Willow. No te lo volveré a pedir.
Antes de darme cuenta de lo que está pasando, me encuentro
poniéndome en pie.
Asiente y aprueba.
—Ven y ponte delante de mí.
Hago lo que me dice, distraída únicamente por la forma en que
mis entrañas bailan con anticipación. Sus ojos recorren mi cuerpo
de arriba abajo.
—Quítate la ropa.
Por primera vez desde que nos sentamos, recuerdo nuestro
entorno. Miro con nerviosismo las paredes de cristal.
—La gente va a ver.
—¿Qué gente?
—Los camareros…
—No vienen hasta que se les llama. Conocen su lugar.
—Leo.
—Quita primero la parte superior —dice en un tono que
sugiere que está a punto de arrancarla.
Temblando, me acerco a un lado y desabrocho primero la
cremallera. Cuando mis pechos se desprenden, sus ojos van
directamente a ellos. Durante mucho tiempo, se limita a
observarme.
—Ahora date la vuelta y quítate la falda.
Aturdida, lentamente, me doy la vuelta y bajo la cremallera de
la falda. Me cuesta un poco de esfuerzo rodear mis caderas con la
tela pegajosa e implacable. Luego tengo que agacharme para
quitarme el resto.
Los nervios suben y bajan por mi vientre, comprobando que
tenía razón, Estoy excitada. De pie, desnuda frente a él, con nada
más que un par de tacones demasiado altos, estoy más viva que
nunca. Tanto que apenas puedo pensar con claridad.
—De cara a mí.
Busco nerviosamente mis zapatos.
—¿Los tacones...?
—Déjalos.
Sin apartar los ojos de los míos, Leo introduce su mano entre
las piernas y libera su erección del pantalón de su traje. Surge en
su mano, dura, gruesa y palpitante. Me relamo los labios y separo
mi postura de forma inconsciente, automática.
Él hace un cortocircuito en mi cerebro. Mis pensamientos se
derriten, mi piel se estremece y lo único que puedo pensar es en lo
incompleta que estoy sin él, sin eso, encima de mí, dentro de mí,
consumiéndome.
Comienza a acariciar lentamente su propia polla.
—Nunca respondiste a mi pregunta, kukolka —murmura—. ¿Te
tocas a ti misma?
Su mirada dice que mentir no es una opción. Vuelvo a
humedecer mis labios y balbuceo.
—A veces.
—Muéstrame.
Siento los dedos como si no me pertenecieran mientras los
deslizo lenta y pausadamente a tocar la humedad entre mis
piernas. Leo sigue acariciándose mientras mira.
Mis ojos se cierran cuando rozo con la punta de un dedo mi
clítoris dolorido. Tengo que apoyar la otra mano en el tablero de
la mesa para no caerme cuando una oleada de caliente debilidad
me inunda.
—Eres una chica tan buena cuando escuchas, Willow —
comenta Leo.
Me estremezco, como siempre que dice cosas así. Puedo
odiarlo de día. Despreciarlo, aborrecerlo, desear que nunca
hubiera nacido o, al menos, que nunca hubiera profanado mi vida
como lo ha hecho.
Pero cuando cae la noche y su voz se hace más profunda y me
llama su kukolka, su niña buena...
Soy masilla en sus manos.
—Ven aquí ahora —ordena.
Me acerco a él y pongo una rodilla a cada lado de su regazo. Él
se posiciona con mi entrada.
Luego, con una mano en mi cadera, me incita a descender
llenándome con su enorme polla.
Los primeros centímetros me hacen babear. Mi visión es
borrosa e imprecisa. Me estiro, me abro, le entrego todo mi ser. Sin
embargo, lo único que hace es aumentar mi ardiente necesidad.
Quiero más, lo quiero todo, quiero...
—Puedo parar.
Se congela a medio camino dentro de mí. Sus ojos bailan con
esa sonrisa exasperante y arrogante.
El muy bastardo.
Me está poniendo a prueba.
Una mujer más fuerte podría haber dado la vuelta a la tortilla
y poner a prueba su determinación. Pero estoy demasiado débil
de necesidad. Demasiado ansiosa por sentirlo dentro de mí otra
vez.
—No te detengas —jadeo.
Alcanza a tirar de mi cabello como si estuviera tirando de las
riendas. Mi espalda se arquea, mostrando mis pechos al techo.
—No te oigo.
—No te detengas —digo de nuevo—. Por favor, no pares.
Leo asiente y sonríe.
—Vas a ser una buena esposa, Willow.
Entonces me arrastra hacia abajo el resto del camino.
Chisporroteo y jadeo. Todas las terminaciones nerviosas arden
mientras él me penetra con movimientos suaves y lentos. Me
abalanzo sobre él, juntando nuestras caderas para que cada parte
de mí pueda sentir cada parte de él, y es jodidamente glorioso.
Mi cabalgada es cada vez más rápida. Apenas soy consciente
de lo que estoy haciendo, de mi papel en todo esto. Todo lo que
puedo sentir es a él, y mi cuerpo sabe qué hacer con eso, aunque
mi cerebro no lo sepa.
El pulgar de Leo se desliza por mi clítoris y eso es todo lo que
necesito para llegar al límite. Me corro duro, arañando sus
hombros y enterrando mi frente contra su pecho.
Antes que el orgasmo termine conmigo, Leo se levanta y barre
todo lo que hay en la mesa con un brazo, utilizando el otro para
mantenerme sujeta a él. Los platos, los cubiertos y las copas caen
al suelo y rodando en todas direcciones.
Me deposita y presiona una mano en mi pecho para
recostarme en la mesa. Engancho mis talones detrás de su espalda
baja cuando empieza a penetrarme de nuevo. La mesa se
estremece con cada embiste salvaje. El sonido chirriante de los
tornillos perfora mis interminables gemidos.
Me voy a deshacer en pedazos. Cuatro o cinco golpes más
tarde, vuelvo a gritar. Leo mantiene su mano presionada en mi
garganta mientras ahogo su nombre como una oración.
Pero, al igual que en el primer orgasmo, no me deja terminar
este antes de volver a moverse. Me levanta y me pone de rodillas.
Jadeo sorprendida, pero no tengo tiempo de procesar lo que está
sucediendo antes que su polla esté en mi boca.
Me saboreo en él. Mi cuerpo sabe lo que tiene que hacer,
incluso ahora, así que me encuentro tomándolo todo.
Mi coño tiembla, pero está satisfecho. El placer ahora será ver a
Leo terminar. Saber que se lo he dado.
Miro a Leo y observo su rostro mientras me folla la boca. Su
expresión es tensa, cargada. Muestra más emoción de la que suele
exhibir. Cuando sus ojos se ponen en blanco, sé que está a punto
de correrse.
Un segundo después, siento su cálida semilla bajar por la parte
posterior de mi garganta. Y lo tomo todo, tragando hasta la última
gota.
En el momento en que termina, se retira, se sacude y sube la
cremallera.
Me quedo allí de rodillas. Desnuda y temblando,
preguntándome quién soy.
Y lo que quiero.
20

Estoy inmerso en mi trabajo cuando escucho su voz.


—¿Leo? —llama desde el lado opuesto de la puerta, seguido
de un golpe tembloroso.
Mi polla reacciona ligeramente.
—Adelante.
Entra, vestida con un impresionante traje blanco y negro. Me
alegra ver que por fin hace uso de la ropa con la que llené su
armario.
El pantalón es negro, ajustado en la parte superior y
ligeramente acampanados en la inferior. La chaqueta que lleva se
adapta perfectamente a su figura, y la camisa blanca ceñida
debajo, acentúa sus pechos sin revelar mucho. Lleva el cabello
recogido en un elegante moño.
Parece preparada para la guerra.
Pero en el momento en que mis ojos se posan en su rostro, esa
presencia imponente se desvanece. Bajo la sutil ferocidad de su
maquillaje, parece pálida. Nerviosa.
—Bonito traje.
—No me sienta bien. —Se agita en la puerta.
—¿Algo te molesta?
—Es que... todo esto está pasando muy rápido —dice—. Hablé
del divorcio con Jessica hace solo unos días. Luego me entero que
no solo se han notificado los papeles, sino que voy a ir a un bufete
de abogados hoy para discutir los detalles con Casey y su
abogado.
—Te dije que era buena.
—¿Es eso? —pregunta astutamente, acercándose a mí—. ¿Es
Jessica realmente tan buena? ¿O tú... hiciste que esto sucediera?
—Pregunta lo que quieras preguntarme, Willow. No des
rodeos.
Traga, se endereza y dice:
—Te pregunto si amenazaste a Casey en esto.
—Eso está mejor. —Me encojo de hombros—. Nuestro último
encuentro fue bastante amenazante, si recuerdas. No le culparía
por cambiar de opinión sobre el tema.
Se muerde el labio inferior, un hábito nervioso que tiene y que
me parece muy peligroso. Prácticamente está pidiendo que la
follen.
—Yo... Tú... ¿Qué le digo?
—“Vete a la mierda” parece un buen comienzo.
—Estoy hablando en serio, Leo.
—Yo también.
—Después de lo que pasó en nuestra... en su casa... después de
la pelea y lo que hiciste, va a pensar que nos acostamos.
Me acerco y ella retrocede. Doy otro paso para recuperar la
distancia.
En este pequeño baile, soy el líder.
—Nos estamos acostando —le recuerdo.
Su expresión se tuerce. Está claro que ha estado lidiando con el
limbo de la relación en la que estamos.
Ella me desea. Y ese simple hecho la aterroriza.
—Pero él no lo sabe —protesta ella.
La empujo contra la pared. Ella jadea cuando presiono mi
pecho contra el suyo.
—Confía en mí, lo sabe.
Me mira fijamente.
—¿Cómo iba a saberlo?
Levanto las cejas.
—¿Cómo crees?
—¡No lo hiciste! —dice ella—. ¿Se lo dijiste?
Estoy completamente erecto, ahora. Impulsado por su mohín
en su rostro y su jodido traje sexy. Nunca he apreciado tanto la
moda femenina. Pero cada puntada de este, está diseñada para
hacer que Willow irradie una intensidad con la que me identifico.
—Te queda bien esto. —Trazo la curva de su cadera,
acariciando la tela.
—Buen cambio de tema. —Ella empuja débilmente mi pecho—
. Tengo que irme. Jessica está fuera esperándome.
—Deja jodidamente que espere. Necesito asegurarme que estás
presentable.
—¿Cómo que no estoy presentable? —Intenta mirarse a sí
misma, pero sujeto su barbilla y alzo sus ojos hacia los míos.
—Has olvidado el perfume. Pero no te preocupes, me
encargaré de ello
—Leo…
Presiono mis caderas contra las suyas.
—Tienes que entrar ahí oliendo a otro hombre.
A pesar de sus débiles protestas, sus ojos revolotean. El deseo
que hay en ellos me enciende. No sé qué tiene esta mujer, pero no
importa cuántas veces me la folle, mi hambre de más nunca
desaparece.
Aparentemente, la suya tampoco.
Le retiro la chaqueta de sus hombros y miro su blusa blanca
ceñida. Sus tetas asoman a través de la fina tela.
Rozo con mis dedos sus duros pezones y ella se tensa.
—Todavía no has tenido suficiente, ¿verdad, kukolka?
Intenta pasar por delante de mí, pero la inmovilizo contra la
pared y le paso el dedo por el labio inferior.
—Intentaré no manchar tu lápiz de labios.
La empujo para que se arrodille. Ella va de buena gana.
Ella misma me baja la cremallera y saca mi polla con dedos
temblorosos. Su pequeña mano me envuelve y empieza a bombear
lentamente. Después de unos cuantos bombeos, se mete la punta
en la boca y chupa lentamente.
Dejo que ella controle el ritmo. Aunque estoy tentado de
follarle la cara como la última vez, hay una intensidad única en el
juego de la espera. La anticipación es jodidamente embriagadora.
Willow tiene una lengua experta, y después de unas cuantas
respiraciones de vacilantes, devora mi polla como si estuviera
hambrienta de ella.
Observo cómo mueve la cabeza de un lado a otro mientras
aprieto los dientes y lucho contra las ganas de explotar. Cuando
no puedo más, la agarro del cabello y la pongo en pie. La acerco a
mi escritorio, la sujeto por las caderas y la subo a la mesa.
Su culo aterriza justo encima del plan para acabar con la
Bratva Mikhailov. Hay algo casi poético en eso.
Le abro la cremallera del pantalón y se lo quito. Apartando sus
bragas de encaje, introduzco un dedo. Sus manos revolotean sobre
mis hombros y su labio tiembla.
Cuando se estremece, a punto de desmoronarse, saco mi dedo
y empujo mi polla dentro.
Le doy tres caricias lentas y fáciles para que se acostumbre a
mi tamaño.
Entonces empiezo a tomar lo que quiero.
La follo con furia. Le gusta duro, lo supe la noche que nos
conocimos. Nunca está más excitada que cuando la domino.
Durante el sexo, al menos. El resto del tiempo, es un dolor en el
culo al respecto.
Rodeo su garganta con la mano. Lo suficientemente suave
como para no estrangularla, pero lo suficientemente fuerte como
para darle a la follada una dosis adicional de intensidad.
Grita cuando está a punto de correrse y me araña. Sus piernas
se tensan alrededor de mi espalda mientras su cabello se suelta de
su elegante moño y deliciosos jadeos salen de sus labios.
Se está desmoronando por dentro y por fuera. Cuando echa la
cabeza hacia atrás por su orgasmo, también me dejo llevar.
Cuando me retiro, veo mi marca goteando en ella. Busca un
pañuelo de papel, pero la detengo.
—No.
Se congela, con la mano puesta sobre la caja de pañuelos.
—¿Qué?
—Dije que no. Vuelve a ponerte el pantalón.
Parece sorprendida por la sugerencia.
—Yo... voy a hacer un desastre...
—Me importa una mierda.
—El traje…
—Te compraré otro.
Sus dedos tiemblan sobre el pañuelo, pero le sostengo la
mirada.
—Si te limpias, tendremos que empezar de nuevo.
Por un segundo, no puedo saber si quiere ese castigo o no.
Pero entonces, con un suspiro resignado, suelta la mano y se sube
el pantalón.
Sonrío. Se divorciará del hijo de puta de su marido mientras yo
estoy goteando en ella.
Jodidamente hermoso.
—¿Habéis acabado aquí? —pregunta Jessica, con una mano
levantada frente a sus ojos.
—¡Oh, Dios mío! —Willow jadea horrorizada—. ¿Estuvo esa
puerta abierta todo el tiempo? ¿Por qué no dijiste nada?
—Confía en mí querida, he visto cosas mucho peores en mi
trabajo. —Reprime una carcajada—. De todos modos, ahora que
has tenido una despedida adecuada, pongámonos en marcha.
Con las mejillas encendidas como un fuego salvaje, Willow
sale corriendo de mi despacho sin mirarme.
Jessica se queda en la puerta y arquea una ceja perfectamente
formada hacia mí.
—¿Te has divertido?
Le lanzo una sonrisa de satisfacción.
—Ve a hacer tu trabajo.
Se gira para seguir a Willow.
—¿Y Jessica?
—¿Si?
—El fracaso no es una opción.
Me hace un gesto cortante con la cabeza.
—Entendido.
Unos minutos después que Jessica se haya ido, Jax y Gaiman
entran en mi despacho.
Está claro que ellos también escucharon la mayor parte de lo
que sucedió. Gaiman se ve impasible e incómodo. Jax, en cambio,
lleva una sonrisa bobalicona en su rostro.
—Ha sido todo un espectáculo —dice, dándome una palmada
en la espalda—. Estoy orgulloso de ti, amigo.
—No debes estar acostumbrado al genuino placer de una
mujer en la cama —dice Gaiman.
—Por favor, las mujeres con las que me acuesto se corren el
doble —argumenta Jax.
—Eso dice más del tipo de mujer dispuesta a irse a la cama
contigo que de los poderes de tu polla, sobrat.
—¿Quieres apostar?
Entrecierro los ojos.
—Claro. Todavía me debes cinco de los grandes de la última
apuesta que perdiste. ¿O eran diez?
Su expresión decae.
—Maldita sea. Te has acordado.
—Nunca lo olvido.
—Ya tienes suficiente dinero —se queja.
—¿Parezco el tipo de hombre que se conforma con lo
suficiente? —Me río—. Aceptaré el pago para mañana. Solo en
efectivo.
—Eres un bastardo despiadado, Leo Solovev.
—Eso es algo que tú nunca debes olvidar.
Gaiman se permite una pequeña sonrisa antes de dirigir su
atención a los planos colocados sobre mi mesa. Una de sus
esquinas está deliciosamente arrugada. Si Gaiman se da cuenta, no
dice nada.
—¿Recibiste noticias de los equipos? —pregunta
Me trago mi molestia por el primer intento fallido del segundo
emplazamiento.
—Lo hice. El equipo uno tuvo éxito. El segundo... no tanto.
—¿El Silver Star no está lista todavía?
—Todavía no.
—Espera. —Jax señala los planos arrugados—. ¿Te la follaste
en los planos de derribo?
Le envío a Jax una mirada mordaz.
—Prioridades.
—Confía en mí, mis prioridades están en orden. —Se carcajea.
—¿Podemos ir al grano, por favor? —pregunta Gaiman con un
resoplido.
—Gaiman, prioridades —regaña Jax en una torpe imitación de
mi voz.
—Jesús —gruñe Gaiman—. Algunos días, juro que podría
poner una bala en tu cabeza y no sentir ningún remordimiento.
Jax está a punto de soltar otra burla cuando hago callar a los
dos.
—Suficiente. Tenemos cosas que hacer. El fracaso del segundo
equipo significa que tengo que retrasar mis planes.
—¡Genial! Que se jodan las bombas —grazna Jax, haciendo
crujir sus nudillos—. ¿Así que podemos entrar y romper algunos
cráneos nosotros mismos?
—Ni hablar, amigo mío. El plan sigue siendo el mismo. Solo
que tomará un poco más de tiempo de lo previsto.
—Odio luchar guerras en las sombras —gruñe.
—Solo espera, entonces —digo—. Cuando esas bombas
estallen, tendremos antorchas gemelas ardiendo sobre la ciudad.
No quedará ninguna sombra.
Sonríe maliciosamente y rebota sobre las puntas de los pies.
—Cuento con ello.
Gaiman lo empuja lejos del escritorio.
—¿Eres tan tonto que crees que una guerra total con la Bratva
de Mikhailov nos va a servir?
—Por supuesto que sí. Tenemos que acabar con esas malditas
ratas de una vez por todas.
—Son poderosas —dice Gaiman—. Demasiado poderosas para
ser destruidas de una sola vez.
—Por lo que Leo está golpeando el Silver Star y el Manhattan
Club.
—¡No será suficiente!
—¿De qué coño estás hablando? —exige Jax.
—Gaiman tiene razón —digo de manera uniforme.
—¿Cómo es que Gaiman tiene razón? —pregunta Jax a la
defensiva—. ¿Estamos o no estamos volando su mierda por los
aires?
—Derribar dos puntos calientes de los Mikhailov paralizará su
base de poder, pero no los detendrá. El alcance de Semyon se
extiende más allá de lo que sabemos.
—Hay que olvidarse de los brazos de largo alcance y cortar la
cabeza de esta serpiente —subraya Gaiman.
Jax asiente en señal de comprensión.
—Semyon Mikhailov.
—No. Semyon es un problema menor. Podemos tratar con él
más tarde —digo—. Spartak Belov es la amenaza más inmediata.
Gaiman suspira.
—Él parece estar tomando todo. Pero, ¿sabemos cuán
involucrado está Semyon todavía en el funcionamiento de la
Mikhailov Bratva?
—¿A quién le importa? —replica Jax—. Los matamos a los dos,
problema resuelto.
La emoción de Jax quema la ira. Entiendo el sentimiento
completamente. No es nada si no es leal. Cada desaire a la Bratva
Solovev es como un insulto personal para él.
Pero no dejaré que la ira me gobierne como a él. No importa
cuánto aprecie el sentimiento.
—Me vengaré de mi hermano —digo con seguridad—. Pero
hacerlo bien lleva tiempo. Ya tenemos suficiente comida en el
plato. Es momento de celebrarlo.
Justo cuando termino de hablar, suena mi teléfono. Reconozco
el número imposible de localizar. Solo puede ser una de dos
personas.
Descuelgo al instante.
—Sabe lo de la llave —dice secamente la voz en la línea—. No
tienes mucho tiempo.
Entonces la llamada se corta.
Gaiman lee el cambio en mi expresión antes que pueda hablar.
—¿Leo? ¿Qué sucede?
—Junta un equipo —gruño—. Tenemos que llegar a ella antes
que él.
—¿Llegar a quién? —pregunta Jax mientras se dirige a la
puerta para seguir mi orden.
Cojo un arma del cajón superior de mi escritorio y me la
guardo en mi bolsillo.
—Willow.
21

Me detengo frente a las puertas de cristal bañadas en bronce


que me separan del que pronto será mi exmarido. Jessica se
detiene a mi lado.
—¿Estás lista? —pregunta.
¿No? Sí. ¿Quizá? Ya no lo sé.
Dejé toda la compostura que tenía en el escritorio de Leo.
Ahora, simplemente estoy siguiendo los movimientos.
Así que me limito a asentir, demasiado confundida para
hablar.
—Suficientemente cerca. —Jessica empuja la puerta
haciéndome pasar al interior.
El edificio es al menos un cincuenta por ciento de cristal y
espejo. Nos veo a ambas en una de las muchas superficies
reflectantes.
El traje rojo de Jessica capta la luz haciendo parecer que está
ardiendo. Sus tacones impactan en el suelo de baldosas con un
feroz clic clac.
La sigo, sintiéndome como la hermana fea a pesar de mi traje
de diseño. Gracias a Leo, mi cabello se ha deshecho del elegante
peinado en el que he pasado casi una hora esta mañana. Unos
mechones cuelgan alrededor de mi rostro, inusualmente pálido.
—¿Willow?
Miro hacia arriba. Jessica está de pie en el interior del ascensor,
sosteniendo las puertas abiertas para mí. Me apresuro a entrar y
las puertas se cierran.
Presiona el botón de la planta veintisiete y el ascensor se
dispara hacia arriba más rápido de lo que creo que es posible. La
presión aumenta en mis oídos. Me quedo mirando los zapatos
durante todo el trayecto.
Cuando las puertas se abren de nuevo, trago con fuerza. Mis
oídos estallan, pero el alivio palidece en comparación con el peso
de mis nervios.
Jessica me lleva en silencio por el pasillo de baldosas y gira
bruscamente a la izquierda por una puerta blanca abatible. Solo
cuando estoy dentro me doy cuenta que estamos en un baño muy
iluminado.
Doy un suspiro de alivio.
Esperaba entrar en una habitación y ver a Casey sentado frente
a mí. Esperando. Frunciendo el ceño. Pero solo somos Jessica, yo y
nuestros reflejos.
—Ahora —dice Jessica, volviéndose hacia mí—, vamos a
arreglarte.
—¿A mí?
Ella levanta sus esculturales cejas.
—Mira tu estado, cariño. Pareces petrificada. También un poco
desaliñada. Esa no es la sensación que queremos dar.
—Cierto. —Respiro—. ¿Qué sensación queremos dar?
—Calma y confianza —responde ella—. Tienes que mostrarle
el dedo corazón sin mostrarle realmente tu dedo corazón.
Me obligo a sonreír.
—Tú podrías lograrlo, pero no estoy segura de poder hacerlo.
—Solo se necesita práctica. ¿Crees que nací con confianza?
—Algunas personas lo hacen.
—¿Te refieres a quien creo que te refieres?
Me esfuerzo por no sonrojarme.
—Bueno...
Agita una mano.
—Olvídate de él. No es humano.
—¿Qué significa eso?
—Significa que es Bratva. Cuando naces, la vida te consume.
Leo tiene que ser más fuerte, más resistente y más despiadado que
la persona promedio. Compararte con él solo te llevará a la
decepción.
Frunzo el ceño, preguntándome si hay un significado oculto en
sus palabras. ¿Está tratando de decirme que no soy lo
suficientemente buena para él?
—Vamos entonces. Salpica un poco de agua fría en tu cara.
Me he maquillado, pero no estoy en posición de cuestionar a
Jessica. No estoy en posición de cuestionar a nadie, en realidad. El
conserje podría venir y decirme qué hacer y probablemente le
haría caso.
Así que me inclino hacia delante y me salpico la cara con agua.
Y, efectivamente, me ayuda. Inmediatamente, me siento más
despierta. Refrescada.
Mientras me seco la cara con una toalla de papel, Jessica saca
una bolsa de maquillaje de su bolso.
—No me extraña que tu bolso sea tan grande. —Me río
nerviosamente.
—Hay que tener un lugar donde esconder los cuerpos, ¿no?
Por no hablar de las armas de destrucción masiva. —Estoy
noventa y ocho por ciento segura que es una broma, pero ella no
se ríe mientras saca la base de maquillaje, el colorete, la barra de
labios y un estuche de brochas—. Ahora, vamos a arreglar tu cara.
—¿Está tan mal?
Ella sonríe y hace una pausa.
—Por supuesto que no. Eres una mujer hermosa, Willow.
Sinceramente, podrías ir sin una mísera gota de maquillaje. Pero
hoy estamos tratando de crear una imagen en la que se vea que no
eres una mujer con la que se pueda jugar. Piensa en el maquillaje
como una armadura. Siempre lo hago.
—Claro. Armadura.
Me gustaría tener una armadura real para usar. Haría más fácil
estar frente a Casey. La última vez que lo vi, estaba tratando de
matarme. Podría haberlo hecho, también, si Leo no hubiera...
—Ni siquiera sé quién es su abogado —digo.
—Reed Courtney. Es un gilipollas, pero desgraciadamente, es
un gilipollas con talento.
Me pongo tensa.
—¿Cómo de talentoso?
—No te preocupes, estoy más que a la altura de él.
—¿Así que te has enfrentado a él antes? —pregunto.
—En cierto modo. —Levanto las cejas y ella sonríe—. No es tan
bueno en la cama como parece.
Eso casi consigue hacerme reír.
—¿Has... tenido algún trato con Casey?
—No personalmente —dice—. Pero no necesito conocer al hijo
de puta para asustarlo. Ya está bastante asustado.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque ha aceptado darte el divorcio —dice ella.
Me sobresalto al ver la brocha de colorete que me pone en las
mejillas.
—¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste?
—No te muevas —suelta—. Todavía no he terminado.
Acobardada, vuelvo a ponerme en posición.
—Es que... no creí que se rindiera tan fácilmente —digo—.
Siempre ha sido muy posesivo. Pensé que se resistiría más.
Jessica me mira de forma directa.
—¿Estás decepcionada?
—No. Definitivamente no. Me alegro. Solo estoy...
conmocionada.
—Vale la pena tener amigos poderosos —comenta—. Y es un
buen plus cuando también saben lo que hacen en el dormitorio.
Me sonrojo al instante. Apenas hablé durante el trayecto en
coche porque estaba muy avergonzada por lo que debió de oír
desde el otro lado de la puerta del despacho de Leo.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué?
—Bueno, porque... es simplemente vergonzoso, supongo.
Ella parpadea, desconcertada.
—Eres una mujer atractiva y él es un hombre atractivo. Tiene
sentido que los dos estéis follando como conejos cada vez que
podáis.
—Eso... eso no es lo que está sucediendo…
Ella levanta las dos manos.
—No es asunto mío.
Me mira una vez más, y luego asiente, satisfecha, y empieza a
guardar sus herramientas de maquillaje.
—¿Puedo hacerte una especie de pregunta personal?
—Dispara —dice ella.
—¿Alguna vez Leo y tú estuvisteis... involucrados?
Ella sonríe.
—¿Quieres decir que si alguna vez follamos? Que yo sepa, eso
es lo máximo que Leo Solovev se involucra.
Asiento con la cabeza.
—Lo intenté —admite sin una pizca de vergüenza—. Oh,
cariño, cómo lo intenté. Pero a Leo no le gusta mezclar negocios y
placer. Cometí el error de ser su abogada, así que no me tocó.
Espero sentirme aliviada, pero solo puedo pensar en lo que
habría pasado entre ellos si ella se hubiera salido con la suya.
Cuando termina de guardar todo, saca un peine de su bolso.
—Date la vuelta para que pueda arreglarte el cabello.
—Me sorprende que no haya funcionado. Eres tan dominante
como lo es Leo.
Se ríe y luego se pone seria.
—¿Puedo darte un consejo?
—Eres mi abogada. Creo que para eso te pago.
—Lo que Leo me está pagando —corrige ella—. Lo que me
lleva a mi punto. En lo que respecta a Leo, deberías dejar tus
emociones en la puerta y disfrutar mientras dure. No es un
hombre fácil de satisfacer.
La miro.
—Pensé que habías dicho que no te acostaste con él.
—Hablaba en un sentido más general —dice—. He trabajado
para él durante un tiempo.
—Oh. Entiendo.
—Es intenso y melancólico. Hay que admitir que eso es parte
del atractivo. Pero cuando se trata de mujeres, su interés
disminuye rápidamente. Yo no me encariñaría demasiado si fuera
tú.
Jessica no está diciendo nada que no me haya dicho a mí
misma innumerables veces antes. Y, aun así, sus palabras me
dejan con una sensación de hundimiento en el estómago.
—Ya está —dice Jessica con un asentimiento satisfecho—.
Estás lista.
Me ha peinado el cabello con el elegante moño que llevaba
antes de tropezar y caer sobre la polla de Leo, y mi maquillaje
tiene mejor aspecto que cuando me lo aplico yo misma.
El efecto es sorprendente. Y tal como prometió, inyecta un
poco más de confianza en mi postura encorvada.
—Eso es, chica —dice—. Tienes que llevar ese traje; no dejes
que te lleve a ti. Y recuerda: dale a Casey el dedo corazón
invisible.
Asiento con la cabeza y la sigo fuera del baño. Me conduce a
una sala de arbitraje con una vista brillante de la ciudad. Los
rascacielos se asoman al horizonte en todas las direcciones.
Solo tengo un segundo para admirar la vista antes de darme
cuenta que Casey ya está allí. Está sentado en el lado opuesto de la
mesa junto a su abogado, un hombre de complexión ancha con
una impresionante melena castaña.
Su rostro se ha endurecido hasta convertirse en un ceño
fruncido, pero en el momento en que pone los ojos en Jessica,
estalla en una coqueta sonrisa. Sus ojos, sin embargo, siguen
siendo los mismos: fríos, muertos y planos, como los de un
tiburón.
—Reed —saluda Jessica con frialdad, sentándose y
haciéndome un gesto para que tome asiento a su lado.
—Jessica.
Los dos comienzan a hablar, pero los bloqueo. Casey me mira
fijamente. Ni siquiera parpadea mientras sus ojos recorren mi
cuerpo de arriba a abajo.
Le devuelvo la mirada. Porque Casey no se ve bien.
Está más delgado que la última vez que lo vi. Bajo lo que
parece maquillaje, puedo ver el hematoma que recorre el lateral de
su cara.
Leo no le dio el golpe.
Tan afectada como estoy por su aspecto, él parece tan afectado
por la mía. Definitivamente, nunca me había visto así. Casey me
prefería con atuendos modestos, pero femeninos, tacones altos,
prendas ajustadas, pero mostrando un mínimo de piel.
Este conjunto, en cambio, es todo poder y control.
Levanto la barbilla e intento manifestar algo del nivel de
confianza que poseen Leo y Jessica. Dejo que mi mirada se deslice
hacia atrás, hacia la ventana, como si su presencia no me
molestara lo más mínimo. Por dentro, es una historia totalmente
diferente: mis venas palpitan, mi corazón late con fuerza y el
sudor empieza a acumularse en mi frente.
—Buenos días, Sra. Reeves…
—Señora Powers —interrumpo inmediatamente—. El nombre
es Sra. Powers.
Parpadea y asiente con la cabeza.
—Por supuesto. Sra. Powers. He revisado el acuerdo que su
abogado envió. Los términos son aceptables para mi cliente.
Le doy a Casey solo una mirada superficial.
—Estupendo.
—¿Hay algo que necesite discutir? —pregunta.
—No. Solo quiero un divorcio rápido y limpio.
—Bueno, teniendo en cuenta que no ha pedido manutención ni
bienes, es fácil aceptarlo —dice, sonando bastante contento por
ello.
Casey, sin embargo, parece un poco menos satisfecho. Como si
hubiera sido forzado a esto a punta de pistola.
En cierto modo, eso no está tan lejos.
—Entonces solo queda firmar —dice Jessica—. Si puedes
entregar los papeles…
—¿Por qué tienes tanta prisa, Jess? —pregunta Reed.
—No la tengo, Reed. Mi cliente sí. Está ansiosa por acabar con
esta sentencia de cárcel de su matrimonio.
Reed la mira con recelo durante un largo rato. Luego, con un
suspiro, desliza una pila de papeles hacia mí. Echo un vistazo a la
letra pequeña, pero no leo nada.
Capto mi nombre y luego el de Casey. Jessica da un golpecito
con una uña cuidada al pie de la página. Respiro profundamente y
firmo en la línea de puntos.
Luego le paso los papeles a Casey. Él no los coge de inmediato.
Solo me mira hasta que el silencio se vuelve incómodo.
—Sr. Reeves —interviene Jessica—, comprendo que este debe
ser un momento difícil para usted, pero estamos en un momento
crucial. Y le prometo que tanto mis servicios como los de Reed son
bastante caros.
Mira a Jessica y su expresión se retuerce de ira. Se suaviza
cuando sus ojos se vuelven hacia mí.
Sin decir una palabra, se traga el resto de su ira -eso es una
primicia- y coge el bolígrafo. Deja una firma en su lugar, hace un
clic con el bolígrafo y lo lanza al otro lado de la mesa sin ningún
cuidado.
Jessica se pone de pie.
—Un placer trabajar juntos, caballeros. Buen día para ti, Reed.
Sr. Reeves. Willow, vamos.
¿De verdad puede ser tan fácil? pienso mientras la sigo fuera
de la habitación. ¿Está realmente hecho?
Ni siquiera llegamos a la mitad del pasillo cuando oigo a Reed
llamar a Jessica.
—Oye, Jess —dice—. ¿Podemos hablar?
Jessica me lanza una mirada de refilón.
—¿Me das un minuto?
—Por supuesto —digo—. Te espero junto a los ascensores.
Me dirijo a las puertas de bronce y espero allí a Jessica.
Todavía no he procesado nada de lo que ha pasado en los últimos
quince minutos. ¿O fue una hora? El tiempo no tenía sentido en
esa habitación.
Todo lo que sé es que estoy divorciada.
Mejor que eso: Soy libre.
—Willow.
Me tenso. No lo he visto acercarse, pero Casey se ha
materializado como un fantasma para situarse a medio metro de
mí. Está demasiado cerca para sentirme cómoda, pero no quiero
echar sal en la herida alejándome de él.
No se merece ninguna delicadeza, pero no puedo evitar
apiadarme del hombre.
Levanto la mirada lentamente para encontrarme con la suya.
Desde aquí puedo ver lo mal que disimula el maquillaje el feo
hematoma que tiene en la cara.
—Escucha, Casey —digo—. Ya se acabó...
—Sabes que fue él quien impulsó esto, ¿verdad? —
interrumpe—. Yo no... no habría...
Sé exactamente de quién habla, pero no lo confirmo ni lo
niego.
Casey, sin embargo, toma mi silencio como una complicidad.
Reduce a la mitad la distancia que nos separa, con los ojos
brillando con esa rabia ciega que tiene.
Mi instinto es retroceder. Pero de repente me doy cuenta que
ya no tengo que hacerlo.
El miedo ha quedado atrás. La huida ha quedado atrás.
Ahora soy una mujer nueva.
Y la Sra. Powers se niega a ser acorralada.
—Willow, es un hombre peligroso. Investigué un poco, y es un
tipo importante de la mafia. En realidad, ha matado a hombres.
Literalmente. También tiene un montón de negocios ilegales.
—¿Algo parecido a la malversación de fondos?
Sus ojos parpadean con odio.
—Lo digo en serio.
—Yo también —digo con brusquedad. Doy un paso adelante
para que estemos frente a frente.
Si fuera Leo, habría un calor irresistible entre nuestros cuerpos.
De eso estoy segura. Pero el calor que desprende Casey es
pegajoso e incómodo.
Tan pronto como pueda, voy a darle la espalda a Casey para
siempre.
Pero primero, tengo que hacerle entender mi punto de vista.
—Es un tanto pretencioso para ti hablar de Leo cuando has
cometido delitos. No solo los cometiste, sino que también
amenazaste con incriminarme.
—Esto es diferente. El hombre es peligroso —dice
agarrándome del brazo.
Arranco mi muñeca de su agarre.
—En primer lugar, no me toques. En segundo lugar, puede ser
peligroso para ti. Pero no para mí.
Me fulmina con la mirada.
—¿Es eso lo que crees?
—Nunca me ha golpeado.
—Yo... nunca te golpeé, tampoco.
—¿Quieres que te enseñe el hematoma de mi espalda? —
pregunto—. Porque todavía está ahí. Como ese hematoma que has
intentado tapar sin éxito. ¿Quieres saber la diferencia? Yo no me
merecía el mío.
—Va a hacerte daño. Tienes que...
—Willow.
La aguda voz de Jessica irrumpe en nuestra conversación
susurrada. Casey retrocede de inmediato. Me aliso el cabello y
trato de normalizar mi respiración.
—¿Todo bien? —pregunta Jessica, lanzando a Casey una
mirada despiadada.
—Solo estaba... despidiéndome. —Casey baja la mirada a sus
pies.
—Tú lo has dicho —respondo—. Adiós, Casey.
—Ya puedes irte —le informa ácidamente Jessica.
Deslizándose, se da la vuelta y sale por la escalera. Cuando la
puerta se cierra, se vuelve hacia mí.
—¿Estás bien?
Respiro profundamente y trato de tragar la adrenalina del
pánico de nuestro encuentro. Me sabe a ácido de batería en la
boca.
—Creo que sí.
—Si te estaba amenazando, puedo conseguir una orden de
alejamiento.
—No —digo rápidamente—. Está bien. Solo quería... Lo que
sea. No importa. Ya se ha acabado. Tengo mi divorcio.
Jessica asiente.
—Tienes tu divorcio.
Me esfuerzo por esbozar una sonrisa temblorosa.
—Gracias.
—No lo menciones. Ahora, salgamos de...
La interrumpe el sonido de su teléfono móvil.
—Un segundo, disculpa —murmura mientras mira la pantalla.
Su expresión cambia cuando coge la llamada—. ¿Leo?
Escucha atentamente durante unos cinco segundos, con las
cejas fruncidas. Luego asiente con la cabeza. Termina la llamada
sin responder.
Empiezo a decir:
—¿Qué fue...?
Pero las palabras se me arrancan de los labios cuando me coge
de la mano y me arrastra por el hueco de la escalera donde
acabamos de despedir a Casey.
De nuevo, mi primer instinto es someterme. Acompañarla.
Pero al igual que con Casey, quiero pasar página de un nuevo
capítulo de mi vida.
Después de días de ser arrastrada, estoy cansada que me
arrastren a todas partes. Estoy harta de ser muda, indefensa y
débil. Ahora quiero tomar mis propias decisiones.
Así que suelto mi mano de su agarre.
—Jessica, ¿qué demonios está pasando?
—No me corresponde a mí explicarlo.
Vuelve a coger mi mano, pero la esquivo.
—Explícate o no me voy.
—Todo lo que necesitas saber es que estás en peligro. Tenemos
que salir de aquí antes que desciendan.
—¿Quién? —exijo—. ¿Antes que quién descienda?
Me agarra del brazo una vez más y vuelve a remolcarme por
las escaleras a una velocidad vertiginosa.
—Hombres que definitivamente no quieres conocer.
22

Ni siquiera puedo procesar lo que eso significa antes que


Jessica meta la mano en su abrigo y saque un arma.
La miro boquiabierta.
—No estabas bromeando sobre las armas de destrucción
masiva.
Sonríe.
—Nunca se sabe cuándo se puede necesitar algo de potencia
de fuego.
Amartilla el arma con un gesto experto y me indica que la siga
por la escalera.
—Vas a tener que darme más explicaciones que eso. ¿Se trata
de Casey?
—No. Ya nos hemos ocupado de él.
—Entonces, ¿qué está pasando? —exijo.
Me mira con simpatía.
—Ojalá pudiera, cariño, pero realmente no tengo una
explicación que darte. Hago lo que me manda el jefe.
—¿Y ese sería Leo?
—Ese sería Leo —confirma ella.
Jessica se detiene en cada rellano, doblando la esquina con el
arma por delante antes que podamos seguir adelante. Es obvio,
por su comportamiento práctico, que este no es su primer rodeo.
Ya ha disparado antes.
Ella ha matado antes.
—¿Por qué vamos por las escaleras? Estamos como treinta
pisos arriba —le recuerdo.
—Los ascensores no son seguros. Nos estarán esperando allí.
—Me gustaría saber quiénes son "ellos", por favor.
Ella no responde. En su lugar, extiende la mano para
detenerme. Estoy a punto de quejarme de nuevo cuando lo
escucho.
Pasos.
Jessica se inclina por encima de la barandilla, con el arma
preparada, para intentar descubrir el origen del ruido. Al
principio era extraño verla con un arma, pero ahora parece más
una asesina entrenada que una abogada. No puedo imaginarla en
un tribunal.
Sus hombros se relajan.
—Sigamos avanzando. Tenemos que ser rápidas.
—Jessica, yo… esto no puede ser sobre mí. Alguien está
confundido —argumento—. Creen que soy otra persona. Leo me
ha confundido con otra persona.
—¿De veras? —dice ella, completamente desinteresada.
—Estoy hablando en serio. No tengo idea de por qué Leo está
interesado en mí, y mucho menos en un grupo de los llamados
"hombres peligrosos".
—No nos corresponde saberlo todo —dice—. Seguimos
órdenes y confiamos en que Leo sabe lo que hace.
Confianza. Eso es una broma. Es mucho más fácil decirlo que
hacerlo cuando se trata de Leo.
Jessica no da señales de disminuir la velocidad, pero el
descenso en espiral por la escalera me produce jadeos y náuseas.
Quiero sentarme y poner la cabeza entre las rodillas, aunque dudo
que Jessica acepte un descanso. Ni siquiera respira con dificultad.
¿Pero yo? No he respirado completamente desde el día que
conocí a Leo. Como si estuviera encadenada a un viaje del que no
me puedo bajar.
Cuanto más bajamos las escaleras y peor me siento, más
segura estoy que la explicación improvisada que le di a Jessica es
la verdad.
Leo me ha confundido con otra persona. Tiene que ser eso. Es
la única explicación posible de cómo he acabado aquí, huyendo de
los malos como si estuviera en una película de acción barata de
Hollywood.
Jessica se detiene bruscamente y choco con su espalda.
—Willow, ¿puedes quedarte en el ahora, por favor? —pregunta
con evidente irritación—. Te necesito aquí conmigo. No en La, La,
Land.
Asiento tontamente con la cabeza.
El zumbido normal de la gente y las charlas se eleva desde los
pisos inferiores, pero sigue pareciendo que estamos a kilómetros
de altura.
Jessica vacila en la puerta de la escalera.
—Espera aquí. Deja que compruebe este nivel.
No dura más de un minuto, pero parece una eternidad. Mis
sentidos se disparan. De repente soy muy consciente de cada
sonido, cada imagen, cada olor.
El persistente olor a humo de cigarrillo y a colonia floral en el
aire. Los grafitis grabados en la pared de hormigón. El zumbido
de la electricidad y de los cables del ascensor detrás de las
paredes.
Estoy tan inmersa en mis súper poderes momentáneos que
salto cuando la puerta se abre de golpe. Tengo que reprimir un
grito: es Jessica.
—Esta planta parece estar bien. Podríamos arriesgarnos con
los ascensores.
—Pensé que habías dicho que lo esperarían.
—No iremos hasta la planta baja —me dice—. Nos bajaremos
en la segunda y seguiremos desde allí.
Como no estoy en condiciones de discutir, la sigo a través de la
puerta.
Esta planta es casi idéntica a la que estábamos, aunque menos
iluminada. Todos los fluorescentes superiores están apagados. Me
mantengo cerca de Jessica mientras nos dirigimos al vestíbulo de
ascensores.
Hemos bajado doce pisos, pero todavía estamos a medio
camino hasta el suelo. Pensaba que esto era lo que quería, Dios
sabe que estaba lista para salir del infierno de la escalera, pero
cuando Jessica pulsa el botón de llamada y el zumbido del motor
se pone en marcha, mi ansiedad se dispara junto con él.
La tensión aumenta. El zumbido se hace más fuerte.
El ding señala la llegada del ascensor.
El agarre de Jessica al arma y a mi muñeca se tensan. Las
puertas suenan, clac, se deslizan y el ascensor está...
Vacío.
—Gracias a Dios —Respiro.
Jessica se ríe amargamente.
—No le des las gracias todavía. —Me arrastra al interior y
pulsa el botón de la segunda planta. Las puertas se cierran y
comenzamos el descenso.
Los pisos pasan. Catorce, trece, doce, once... cuatro, tres, luego
dos. Repetimos el mismo proceso nauseabundo desde el otro lado.
Los frenos se activan y nos detienen. Las puertas se preparan para
abrirse.
Y una vez más, cuando lo hacen, solo revelan un espacio vacío.
—¿Puedo darle las gracias ahora? —gruño.
La única respuesta es el sonido de Jessica revisando la
corredera del arma.
Sale del ascensor y comprueba que no hay moros en la costa en
ninguna dirección antes de indicarme que me una a ella. Nos
precipitamos por el pasillo y encontramos de nuevo la puerta de
la escalera.
El olor a cigarrillos y colonia ha desaparecido, sustituido por
potentes antisépticos que pican en mis fosas nasales. También hay
silencio. Solo el sonido de nuestros pasos resonando en las
paredes.
Estoy empezando a sentirme casi mareada. Leo y Jessica están
paranoicos, saltando a las sombras y viendo amenazas donde no
las hay. No hay nada que agradecer a Dios, porque no hay nada
de lo que preocuparse. Ciertamente nada que me involucre.
Finalmente llegamos al final de la escalera y Jessica me aparta
a un lado.
—Quítate la chaqueta y déjala aquí.
Parpadeo hacia ella.
—¿Esta?
—¿Llevas otra? —pregunta impaciente.
—Mi camisa que llevo debajo es un poco... reveladora.
—Me importa una mierda. Deja la chaqueta. Es demasiado
ostentosa.
—¿Soy ostentosa? —repito, incrédula—. ¡Estás vestida de
maldito rojo!
Sé que es completamente ridículo estar discutiendo por un
traje en este momento, pero mi sentido de la urgencia está
disminuyendo. Hemos bajado veintisiete pisos y no hemos visto
un alma. Estoy empezando a pensar que esto es una especie de
broma pesada.
Poniendo los ojos en blanco, Jessica enfunda el arma y se
adelanta para arrancarme el material aterciopelado de los
hombros.
—¡Oye!
Me ignora por completo y tira la chaqueta al suelo. Una
columna de polvo se levanta desde la esquina y se deposita sobre
la chaqueta blanca. Cruzo los brazos por encima de la blusa y me
estremezco ante la repentina irrupción de un aire acondicionado
demasiado entusiasta.
Antes que pueda quejarme, Jessica se quita la chaqueta y la
arroja junto a la mía. Levanto las cejas.
—¿Se supone que desvestirse nos hace invisibles?
Me agarra del brazo. Sus uñas se clavan en mi carne.
—Willow, nunca has estado en esta posición antes, así que he
sido paciente. Pero necesito que entiendas el peligro que
corremos. Deberías tener miedo. De hecho, deberías estar
jodidamente asustada.
Si el objetivo era asustarme para que guardara silencio, lo ha
conseguido.
Asiento en silencio como respuesta.
—Bien —dice Jessica—. Cuando salgamos, actúa con
normalidad. Finge que estás haciendo tus actividades cotidianas.
No mires al suelo. No camines demasiado rápido. Tenemos que
mezclarnos.
—¿Dónde está Leo? —pregunto, las palabras salen de mi boca
sin permiso. Es imposible sentirse insegura cuando él está cerca.
—Está viniendo —me asegura—. Pero tenemos que estar
preparadas por si no llega a tiempo.
Eso me hace estremecer, lo que no escapa a la atención de
Jessica.
—Bien, por fin tienes miedo. Pero tengo que recordarte que el
miedo también puede ser paralizante. No puedes dejarte abrumar
por él.
—Jesús, ¿qué quieres de mí? —La fulmino con la mirada—.
¿Debo tener miedo o no tenerlo?
No hay respuesta. Se mete el arma en la cintura del pantalón y
se saca la blusa por encima, luego empuja la puerta y me hace un
gesto para que la siga por el vestíbulo.
Hago lo posible por imitar su andar fácil. Mira a su alrededor
de forma casual, agradable, aparentemente despreocupada. Sin
saber nada de ella, asumiría que se dirige a una reunión. De
camino a comer. Que iba a almorzar, que continúa con su jornada.
No tengo la menor idea de mi aspecto. Y menos mal, porque si
tengo el aspecto que creo que tengo, probablemente no voy a
sobrevivir a lo que Jessica cree que va a suceder a continuación.
Atravesamos el atrio del rascacielos sin problemas. Nadie nos
presta atención.
Cuando salimos a la luz del día, parpadeo a contraluz. Me
parece que han pasado doce horas desde el encuentro con Casey y
no doce minutos. Entrecierro los ojos al sol.
El sol parece normal, ¿verdad? ¿No brilla de forma diferente a
la habitual? Los automóviles parecen normales. Los edificios
parecen normales.
Es un día normal. No va a pasar nada. Nada malo va a...
—Está bien, nos tienen vigiladas —dice Jessica en mi oído. Su
agarre en mi codo es fuerte.
—¿Qué? —Me sobresalto—. ¿Quién?
Ella avanza más rápido, sorteando a los peatones o
apartándolos de nuestro camino con la mirada. Apenas consigo
mantener el ritmo con mis tacones.
—Hay al menos dos hombres siguiéndonos. Apostaría a que
hay muchos más.
Miro inmediatamente a mi alrededor, buscando sicarios en los
callejones.
Jessica me sisea:
—¿Qué coño estás haciendo?
—Lo siento. Instinto.
—Jesús —refunfuña—. Más vale que valga la pena todo este
problema.
El pánico está creciendo rápidamente. Sé que probablemente
no sea muy feminista por mi parte querer la ayuda de un hombre
en el momento en que estoy en un aprieto, pero quiero a Leo. Lo
quiero tanto que me duele.
—Joder —murmura Jessica—. Vale, vamos a tener que
ponernos agresivas, ahora.
—¿Qué significa eso? —pregunto, con los ojos muy abiertos.
Como respuesta, saca su arma. Antes que pueda ver hacia
dónde apunta, dispara dos veces.
Grito. O tal vez es la mujer detrás de mí la que grita.
En cualquier caso, el caos estalla a nuestro alrededor.
Lo siguiente que sé es que Jessica me arrastra hacia el tráfico.
Un pequeño sedán azul toca el claxon y rechina hasta detenerse a
un metro de mi cadera.
Teniendo en cuenta que Jessica tiene su arma apuntando al
parabrisas, puedo entender por qué. Ella mantiene su arma
apuntando al conductor mientras corre hacia el lado del conductor
y golpea su puerta.
—Fuera —ladra.
El señor mayor palidece mientras sale a trompicones de su
vehículo.
—¿Qué haces? ¡No dispares! No tengo dinero.
Jessica lo ignora y me señala con la cabeza.
—Entra.
Hace tiempo que he dejado de discutir con ella. Salto al asiento
del copiloto mientras Jessica se pone al volante. En cuestión de
segundos, volamos por las calles entre la sinfonía de bocinas de
los coches.
—¡Jessica! —grito mientras ella esquiva por poco otro vehículo
que se aproxima.
Parece completamente imperturbable.
—No te preocupes, yo me encargo.
—¿Eres abogada, espía y piloto de carreras? —No puedo ver
esto. Me tapo la cara con las manos.
Un accidente de coche sería una forma horrible de morir. Por
otra parte, la alternativa es la muerte a manos de los hombres que
nos persiguen solo Dios sabe por qué razón. Tal vez un accidente
de coche no es tan malo en comparación.
Menos mal que Jessica parece ser tan competente al volante
como con un maletín, porque yo soy una inútil ahora mismo. Me
llega tanta información sensorial que apenas puedo seguirla.
—¡El perro! ¡El perro! —grito.
Jessica esquiva a un perro que lleva una correa larga y lo
esquiva por poco. Giramos bruscamente a la derecha en un cruce.
Vuelvo a gritar cuando algo destruye el espejo retrovisor de mi
lado.
—¿Qué diablos fue eso?
—Una flecha —dice Jessica con sarcasmo—. ¿Qué te parece?
Cometo el error de girarme en mi asiento para ver quién nos
sigue. Resulta que hay al menos dos SUV negros a nuestra
espalda.
Un hombre se asoma por la puerta del lado del pasajero del
SUV más cercano a nosotras. Tiene un aspecto amenazador, pero
me preocupa menos su ceño fruncido que el enorme rifle con el
que nos apunta.
Me doy la vuelta y dejo caer la cabeza, sintiendo que se me va
el color de la cara.
—Creo que voy a vomitar.
—Por favor, no hagas mi trabajo más difícil de lo necesario.
Antes de poder responder, nuestro vehículo empieza a
derrapar, con los neumáticos chirriando. Nos retorcemos
salvajemente mientras Jessica intenta recuperar el control. Tiene
los dientes apretados y los nudillos blancos, pero parece que no
puede hacer que el volante obedezca.
Y entonces escucho un silbido en medio de la cacofonía
dándome cuenta de lo que ha provocado el derrape en primer
lugar, una bala ha golpeado nuestro neumático.
Jessica pierde la lucha con el coche. Nos salimos de la carretera
y nos estrellamos contra una boca de incendios. Por algún
milagro, los airbags no se despliegan y nos golpean a ambas.
Pero el coche está destrozado. La boca de incendios ha
aguantado, reduciendo el capó delantero a un montón de
maquinaria humeante y destrozada. No vamos a ir más lejos en
esta cosa.
—¿Qué hacemos…?
—¡Sal del coche y corre! —grita Jessica.
Salimos del coche a trompicones, pero puedo verlos venir
desde mi visión periférica. Incluso si corro, tienen armas. ¿Quién
puede decir que no van a disparar?
—¡DETENTE!
La voz es profunda y dominante. Casi tan dominante como la
de Leo. Me paralizo al instante, justo cuando varios hombres de
negro salen de los SUV y nos apuntan con sus armas.
La cara de Jessica se tuerce en un ceño. Sé que no va a aceptar
órdenes.
Ella levanta su arma.
—Vete al infierno —murmura.
Estoy a punto de dar un puñetazo al aire en señal de
celebración cuando suena un disparo.
Pero entonces ella cae y me doy cuenta que no era su bala.
Me quedo clavada en el suelo, horrorizada, mientras Jessica se
lleva una mano a su muslo sangrante. Hay mucha sangre, tan roja
como su traje, pero ni siquiera grita.
El monstruo barbudo que ha disparado se acerca a nosotras.
¡Corre, corre, corre! grita la voz en mi cabeza, pero mi cuerpo no
responde.
Se dirige primero a Jessica. Agarrándola por la barbilla,
levanta su cara para que lo mire. Ella frunce el ceño y escupe, pero
es obvio que sus fuerzas se desvanecen rápidamente.
—Te dije jodidamente que te detuvieras —gruñe—. Las perras
obstinadas como tú nunca escuchan.
Luego le pone la punta del arma entre sus labios.
Quiero gritar. Quiero suplicarle. Suplicarle que le perdone la
vida. Pero mis labios no obedecen más de lo que lo hacen mis
piernas.
El tiempo se detiene. No puedo hablar. No puedo respirar.
Un solo pensamiento se mueve rápidamente por mi mente.
No.
No.
No.
Pero mis pensamientos no lo detienen. El hombre aprieta el
gatillo.
Creo que grito. Lo único que sé con certeza es que el disparo
reverbera dentro de mí tan fuerte que es doloroso. Casi como si
fuera yo quien recibiera el disparo.
Pero no lo fui.
La única razón por la que Jessica sigue erguida es porque el
hombre tiene agarrada su cabeza.
Lo que queda de ella, al menos.
Las manos de Jessica se vuelven inertes. Entonces el monstruo
que acaba de asesinarla a sangre fría la deja caer en la acera y se
vuelve hacia mí.
Probablemente debería correr. Por lo menos entonces tendrá
que dispararme en la nuca y no tendré que mirar fijamente el
cañón de una pistola.
El monstruo me mira, observándome con una expresión
interesada. Luego:
—Cogedla.
Media docena de hombres agrupados a su espalda comienzan
a avanzar para hacerme quién sabe qué.
Y antes que puedan dar siquiera un paso en mi dirección, una
nueva marea de caos se desata.
Se oye el chirrido de neumáticos. La explosión de más balas.
Entonces el monstruo que está a unos metros de mí cae al
suelo, con una bala enterrada en la frente. Sus ojos sin vida me
miran fijamente a menos de un metro de distancia, pero sigo sin
poder moverme. Mis piernas no funcionan.
Otros cuatro vehículos rechinan hasta detenerse junto a los
SUV negros. Los tripulantes del monstruo me dan la espalda para
enfrentarse a la nueva amenaza.
Sé que debería estar agradecida. Él está aquí. Ha venido.
Pero todo lo que puedo pensar es que llegas demasiado tarde.
El cuerpo de Jessica yace a varios metros de distancia. No me
atrevo a mirarla.
¿Cómo es posible que, hace solo unos momentos, fuera una
heroína de acción viviente?
Y ahora está muerta.
Por mi culpa.
Porque intentaba protegerme.
—¡Willow!
Levanto los ojos por encima de la muerte que tengo delante y
lo veo a lo lejos. Abriéndose paso hacia mí.
Los anchos hombros de Leo se balancean salvajemente
mientras golpea a un tipo en la cara antes de lanzarlo por encima
de su hombro. Un segundo después, dispara dos balas y continúa
su avance.
Leo se mueve con confianza, con gracia.
Un hombre entre niños. Un lobo entre ovejas.
Dos enemigos más lo tienen en la mira. Creo que Leo no se ha
dado cuenta. Quiero gritarle una advertencia, pero entonces,
debería haberme dado cuenta: Leo se da cuenta de todo.
Gira, levanta el brazo y dispara. Una bala encuentra una
garganta desnuda; la otra convierte un estómago en carne picada.
Ambos hombres caen muertos.
Entonces, con el arma aún caliente y el puño aún
ensangrentado, me atrae hacia sus brazos.
23

La pongo en el asiento trasero. En cuanto la suelto, se acurruca


en posición fetal. No me molesto en ponerle el cinturón.
Los últimos vestigios de la lucha siguen estallando a mi
alrededor, pero mi prioridad es sacar a Willow de aquí. He
manejado bastante bien a estos imbéciles, pero donde hay una
rata, hay muchas, y no quiero que Willow esté aquí si llegan
refuerzos.
Cierro la puerta sobre su cuerpo tembloroso y salto al asiento
del conductor.
Cuando salgo, veo a Jax en el espejo retrovisor. Está
recargando. Otra vez. Un mierdecilla feliz con el gatillo. Está en su
elemento y disfrutando cada maldito momento.
Gaiman se fija en mí y me hace un gesto solemne con la
cabeza. Llevamos el suficiente tiempo trabajando y luchando
juntos como para haber desarrollado un lenguaje propio.
Ve, me dice. Nosotros nos encargaremos a partir de aquí.
Pongo rumbo a uno de los refugios de la Bratva a una hora de
la ciudad. Distancia es exactamente lo que necesitamos ahora.
De vez en cuando miro a Willow por el espejo retrovisor, pero
no se mueve de su posición. Ni siquiera cuando me detengo frente
a la casa de dos pisos.
Salgo y abro la puerta trasera.
—Willow, vamos. Levántate.
No se mueve ni responde.
—Entiendo que esto es traumático para ti, pero tienes que
seguir adelante —digo—. Vas a tener que ser mucho más fuerte,
mucho más rápida. La gente que te persigue no se detendrá un
tiempo de espera mientras recuperas el aliento.
Se estremece ante esas palabras. Al menos sé que puede
escucharme.
No voy a ser un blanco fácil, me dijo no hace mucho. Bueno, ¿qué
diablos creía ella que era esto?
Finalmente, se obliga a levantarse. Puedo ver el esfuerzo que le
supone ese movimiento.
El agotamiento físico, puedo sacarlo fuera de ella. Pero el
agotamiento mental no es tan fácil. Y puede matarla más rápido
que cualquier otra cosa.
Un hombre más suave predicaría la bondad. La paciencia.
Diría que ella no es de mi mundo, que no sabe cómo funciona,
cómo comportarse y soportarlo.
Pero no soy un hombre blando, y seguro que no sé ser amable
o paciente. No cuando hay armas a nuestra espalda y los muros se
cierran.
Así que lo hacemos a mi manera. A la manera difícil.
—Bien. Yo te llevaré —gruño.
Apenas reacciona cuando la recojo en mis brazos. Nada que
ver con la forma en que pateó y gritó cuando la arrojé sobre mi
hombro la última vez.
Miro su rostro. Su expresión es inerte y distante. Las luces
están encendidas, pero no hay nadie en casa.
El sistema de seguridad de la puerta principal escanea mi
rostro y desbloquea la casa. La puerta se abre y entramos.
El interior de la casa es una insulsa pesadilla suburbana, igual
que el exterior. Pero ese es el objetivo de un refugio. Esconderse a
plena vista.
Como Willow está básicamente catatónica, la subo por las
escaleras hacia el dormitorio que da al pequeño y mísero patio
trasero. En un rincón, junto a la desvencijada valla, hay un
minúsculo jardín, en su mayor parte de malas hierbas.
La dejo encima de la colcha. Se queda exactamente como la
pongo, con las manos inertes en el regazo, y su mirada fija al suelo
enmoquetado.
Ahora ha dejado de temblar, lo que considero una buena señal.
Pero apenas se mueve. Tal vez no sea tan bueno.
Le sirvo un vaso de agua del grifo del baño.
—Bebe.
Levanta sus ojos hacia los míos. Puedo ver el dolor en ellos.
Este día la va a perseguir por el resto de su vida. Lo admito, es
una introducción cruel al inframundo.
Pero es honesto.
Es mejor que entienda cómo es esta vida ahora. Sobre todo,
porque no se le dará la oportunidad de decidir si quiere formar
parte de ella o no.
Intenta apartar el vaso que le ofrezco.
—Hazlo —repito—. O lo haré yo por ti.
Suspirando, toma el vaso y bebe un pequeño sorbo solo para
tranquilizarme.
Supongo que por ahora es suficiente. Me dirijo a la puerta,
pero ella hace un débil ruido detrás de mí.
Volviéndome, pregunto:
—¿Has dicho algo?
Sus ojos son enormes.
—¿A… a dónde vas?
—Abajo. Necesito contactar con mis hombres.
—¿No puedes... hacerlo desde aquí?
Me encuentro con sus ojos. El azul de sus ojos parece apagado,
desvanecido por el dolor y el pánico.
—Nadie va a hacerte daño mientras yo esté cerca —le digo—.
Nadie en su sano juicio se atrevería.
Luego salgo y cierro la puerta tras de mí.
No puedo cuidarla. Además, prefiero que esté enfadada
conmigo que temblando de miedo. Necesita estar preparada para
lo que viene. Puede pensar que soy cruel, pero la estoy ayudando
de la única manera que sé.
Recorro el estrecho pasillo y llamo a Gaiman.
—Hola, jefe —responde.
—Informa.
—Los tenemos todos. Veinticinco hombres en total. Todos
muertos.
—¿Ni siquiera un superviviente?
—Hubo dos que logramos atrapar —dice, su tono se vuelve
oscuro—. Pero a cada uno le habían dado píldoras de cianuro. Las
mordieron en cuanto empecé a interrogarlos.
—Joder —gruño—. Belov no se anda con chiquitas. ¿Dónde
está Jax?
—Ocupándose de los cuerpos —dice—. Retrasamos a los
policías hasta que pudimos trasladar todo fuera del lugar. Allí no
hubo problemas.
Asiento con la cabeza.
—¿Y... Jessica?
Solo había visto su cuerpo, pero era suficiente para saber que
no tenía posibilidades de sobrevivir. Lo único que lamento es no
haber llegado a tiempo para salvarla. Especialmente porque ella
murió salvando a Willow.
Pero Jessica conocía los riesgos de este trabajo. Estaba
dispuesta a ello. Emocionada, incluso. Nunca había suficiente
emoción en la sala para satisfacerla.
Ahora, todo lo que puedo hacer es darle un entierro
apropiado. La despedida de un guerrero.
—La tenemos —dice Gaiman—. Me encargaré personalmente
que su cuerpo sea cuidado.
—Bien.
—¿Qué pasa con la chica? —pregunta Gaiman.
—Está a salvo —le digo—. Voy a permanecer oculto durante
un tiempo antes de llevarla.
—¿Lo sabe ella? —pregunta Gaiman.
Es inteligente. Sabía que finalmente acabaría encajando las
piezas del rompecabezas.
—Mierda, no. No tiene ni idea.
—¿Cómo es posible?
—Es jodidamente obvio —digo—. Si solo prestas atención a
ciertas personas.
—Joder.
—Síp.
—Te mantendré informado de cualquier novedad.
Cuelgo y vuelvo a la habitación de Willow. Sigue en la cama
en la misma posición en que la dejé.
Pero esta vez me mira. Veo algo más que pánico ciego en su
expresión.
Plantando una mano en el colchón, se levanta lentamente.
Temblorosa, lo suficientemente frágil como para que un viento
fuerte la haga caer, pero se levanta. Un paso hacia mí. Otro. Otro.
Sus manos le tiemblan y creo que podría abofetearme, si puede
encontrar fuerzas.
Pero para mi sorpresa... me envuelve con ellas, en su lugar.
Sus temblores disminuyen cuando la sostengo. Se aferra a mí
como si fuera su salvavidas y, aunque se esfuerza por resistirse,
escucho el sollozo en lo más profundo de su pecho.
La llevo a la cama y la acuesto allí. Sin embargo, cuando
intento alejarme, me agarra como si tuviera miedo que vuelva a
desaparecer de nuevo.
—Leo —dice ella. Su voz es temblorosa.
No digo nada mientras me invade el sentimiento de
protección. La posesión es una emoción más fácil de manejar.
Poseo lo que es mío. Ningún hombre vivo puede quitármelo.
¿Pero esto?
Esto es algo más.
Esto es preocupante.
—Jessica...
Debe haber visto el disparo que terminó con la vida de Jessica.
Estaban a pocos metros de distancia. Lo suficientemente cerca
como para que la sangre salpicara.
—Jessica sabía en lo que se metía.
Los ojos de Willow se desorbitan por un momento. Luego
empiezan a chispear con ese viejo y familiar fuego.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—¿Sabía en lo que se metía? —repite incrédula—. ¿Eso es todo
lo que tienes que decir? ¿Ni siquiera te importa que haya muerto?
—No he dicho eso.
—Se suponía que me ayudaría a divorciarme. Pero entonces
estábamos en medio de un tiroteo... y ni siquiera te importa.
—Ese era su puto trabajo —digo bruscamente—. Y no hay
nada que pueda hacer para cambiar el resultado. Revivir a los
muertos es una de las pocas cosas que ni siquiera yo puedo lograr.
Sacude la cabeza y se aleja de mí. ¿Quiere compasión? ¿Dolor?
¿Pena? Tendrá que buscar en otra parte.
No lo encontrará en mí.
—¿Quiénes eran esos hombres que me seguían?
—Bratva.
—¿Bratva? —repite—. Pensé que eras Bratva.
—Lo soy. Y ellos también.
—¿Que gane la mejor Bratva? ¿Es eso? —dice sarcásticamente.
—Algo así.
—¿Entonces por qué creen que soy importante?
—Se han dado cuenta que eres importante para mí —le digo—.
Y querían utilizarte como ventaja.
No es la verdad, pero tengo que darle algo.
Frunce el ceño, claramente consciente que hay mucho más en
la historia. Más de lo que ella podría imaginar, en realidad. Pero
como le había dicho antes, en la Bratva todo tienes que ganarlo.
Incluso su propia historia.
—¿Soy importante para ti? —pregunta.
—No te emociones por eso. Eres importante para la misión.
Parece perpleja más que dolida.
—¿Qué misión?
—Eso es cosa mía.
Da un gemido bajo y se aleja de mí.
—Creo que merezco conocer toda la historia.
—¿Por qué?
—Porque... ¡porque hoy casi me matan! Me persiguieron por la
ciudad y me dispararon. ¡Y a mi abogada le volaron la cara!
—Los soldados de la Bratva no son conocidos por su
compasión.
Sacude la cabeza, las lágrimas comienzan a formarse en las
esquinas de sus ojos. La conmoción está empezando a romperse.
Solo Dios sabe qué torrentes de emociones la seguirán.
—¿Te consiguió el divorcio? —pregunto.
Sus ojos se dirigen a mi cara. Parece que la energía combativa
entre nosotros la hace revivir. Si eso es lo que se necesita, que así
sea.
—¿Eso es lo que te preocupa ahora?
—No me preocupa nada. Si Jessica no selló el trato, encontraré
a alguien que pueda hacerlo.
—Ella murió, Leo.
—Soy consciente.
—¿No sientes... nada? ¿No te sientes ni siquiera un poco
culpable?
—¿Acerca de qué?
Parece dispuesta a arrancarse el cabello.
—¿El hecho que alguien que trabajaba para ti esté muerto?
¿Que haya muerto cumpliendo tus órdenes? ¿Que haya muerto
protegiéndome?
—Escúchame, Willow —digo, acercándome a los pies de la
cama—. Puede que Jessica no tuviera la marca de la Bratva
Solovev. Puede que no haya sido una Vor. Pero era tan buena
como tal, y será honrada como tal. ¿En cuanto a la culpa? No
tengo nada de qué sentirme culpable. Ella sabía lo que implicaba
el trabajo. No se acobardó ante las misiones que se le
encomendaron. Todos tenemos que tomar decisiones.
—Excepto yo, aparentemente.
Pongo los ojos en blanco.
—Tengo mis razones para retenerte aquí.
—¿Y se supone que debo confiar en eso?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque solo estás aquí porque eres de utilidad —digo sin
inmutarme—. No querrás ver lo que le sucede a la gente que deja
de serme útil.
Sube las piernas a la cama. Está enfadada, por supuesto, pero
también hay otras emociones que bullen bajo la superficie.
Ella anhela mi presencia tanto como desearía no hacerlo.
—Vamos a quedarnos aquí una o dos noches —continúo—.
Asegurarnos que la situación es estable antes de trasladarte de
nuevo a la mansión.
—Yo... no puedo volver a mi vida, ¿verdad?
Me detengo a punto de reír.
—¿Qué vida, Willow?
—No lo hagas.
—Tienes que afrontar ciertas verdades, por difíciles que sean.
Tu vida implicaba un marido abusivo y poco más. Tal vez sea
bueno que estés aquí.
—¿Atrapada en otra relación controladora con un hombre que
me ha quitado todas las opciones? ¿En qué se diferencia eso? Es
más, de lo mismo.
—He terminado de darte explicaciones.
—¡Todavía no me has dado ninguna!
—No contengas la respiración por más.
Me dirijo a la puerta, pero ella me detiene.
—Leo.
—¿Qué?
—Yo... tengo miedo.
Asiento con la cabeza.
—El miedo es necesario.
—Jessica también lo dijo —dice en voz baja.
—Jessica fue inteligente —digo yo—. El miedo te recuerda que
quieres sobrevivir. Tienes que aceptar el miedo. Tienes que
acostumbrarte a una buena cantidad de él.
—¿No te vas a quedar conmigo?
—Estaré aquí cuando sea necesario —le digo—. Y ni un
momento antes.

Paso las siguientes horas coordinando con mis hombres y


haciendo los arreglos para el funeral de Jessica, así como los
funerales de otros once hombres que perdimos en el ataque.
En general, nuestras pérdidas fueron mucho menores de lo
que esperaba. Pero cada hombre que muere en el cumplimiento
del deber es como un trozo de mi alma que se desgarra. Siento
todos y cada uno de ellos con intensidad. Ese es mi papel, mi
obligación, mi promesa para con ellos.
Cuando vuelvo a la habitación para ver cómo está Willow,
creo que está durmiendo. Pero a medida que me acerco, me doy
cuenta que no lo está. Tiene los ojos muy abiertos. Su cuerpo está
tenso.
Me siento en la cama junto a ella. Sus ojos encuentran los míos.
—Leo —susurra—. Me siento entumecida. Y... frío. Hace
mucho frío.
Su cuerpo está acurrucado alrededor de una almohada. Desde
la última vez que la vi, se ha duchado y se ha deshecho de los
restos manchados de sangre del traje que llevaba.
Ahora, está vestida con...
—¿Es esa mi camiseta?
—Abrí uno de los cajones de allí. Esto fue lo único que pude
encontrar.
La tela es fina. Su pezón es firme y visible. Mi mano flota hacia
ella como si tuviera mente propia. Cada vez más cerca, hasta que
siento el calor de su cadera, la solidez de su curva. El aire entre
nosotros es tenso y crepitante.
No me aparta ni protesta de forma alguna. Aunque sus ojos
permanecen en mi cara. Creo que me está estudiando.
—Estás entumecida, ¿eh? —pregunto.
Ella asiente lentamente.
—Vamos a ver si puedo hacer que vuelvas a sentir algo.
La hago girar sobre su espalda tumbándome encima de ella.
Sus tetas me presionan el pecho y sus muslos desnudos se abren
para mí al instante. Sus ojos azules se han oscurecido en las
sombras, pero permanecen fijos en mí.
Me busca para que la consuele, para que la tranquilice.
Pero lo único que puedo darle ahora es distracción.
Me libero de los pantalones y la embisto de un tirón feroz y
hambriento. Ella grita y sus manos se clavan en el colchón a
ambos lados.
Es tarde y estoy agotado. He dormido un total de tres horas en
los últimos tres días. Pero con mi polla enterrada en su húmedo y
cálido coño, siento que la adrenalina me da el impulso que
necesito.
Gime desesperadamente en mis oídos. El sonido enciende la
bestia dentro de mí.
Me la follo con más agresividad, sin parar ni frenar lo
suficiente como para preguntarle si puede soportarlo. Sé que
puede. Ha nacido para soportarlo.
Sus muslos se aprietan alrededor de mis caderas,
empujándome hacia adentro. Me apoyo sobre mis manos para
poder mirarla mientras la follo.
Le subo la camiseta por encima del pecho y atrapo un pezón
duro entre mis labios.
—Oh Dios —jadea—. Leo.
Mi nombre en sus labios es suficiente para hacerme explotar
allí mismo. Pero me contengo. Un poco más. Un poco más.
Deslizo una mano entre nosotros y empiezo a frotar su clítoris
en tiernos círculos.
—Sí —gime mientras sus ojos se ponen en blanco—. Sí... así...
oh Dios...
Las vibraciones la recorren. Se aprieta alrededor de mi polla.
Su cuerpo quiere más de mí, todo lo que pueda conseguir.
No puedo darle todo.
Pero puedo darle lo suficiente.
Con un nuevo embiste salvaje, me libero, rechinando los
dientes ante la intensidad del orgasmo que me araña. Mis labios
chisporrotean, mis dedos sufren espasmos y, debajo de mí,
Willow maúlla como un animal en celo.
Cuando termino, sus ojos se cierran. Su espalda está todavía
un poco arqueada, como si se hubiera quedado congelada en el
punto álgido del orgasmo.
Paso mi mano por su cuello, entre sus pechos. Sigo la fina línea
de sudor frío que llega hasta su ombligo. Parece una jodida obra
de arte mientras las sombras juegan con las sensuales líneas de su
cuerpo.
Sin embargo, cuando por fin abre los ojos, me obligo a dejarla
marchar. Me levanto, me arropo y la dejo en una cama que huele a
nosotros dos.
Sé que quiere que me quede.
Por eso tengo que dejarla.
24

Me despierto con un peso en el estómago. Una pena y un dolor


físico a partes iguales.
Me revuelvo en la cama, tratando de encontrar un lugar que
me permita volver a dormir, pero nada me resulta cómodo.
Ni siquiera el lado vacío de la cama donde debería haber
estado él.
Cuando Leo se fue anoche, no esperaba que volviera. Me había
follado de una manera que necesitaba desesperadamente, y eso
fue todo. Una vez que él estuvo satisfecho, yo ya no era útil. Y Leo
no me necesita a menos que sea útil.
Lo dejó muy claro.
Los recuerdos del día anterior me invaden. Veo la mandíbula
apretada y los ojos entrecerrados de Jessica, su desafío nunca
vaciló. Incluso cuando el monstruo la agarró por la cabeza y
apuntó con su arma en la boca.
Se mantuvo firme hasta el último momento.
Cierro los ojos, intentando expulsar el recuerdo antes que
avance demasiado. Pero cerrar los ojos es como bajar la pantalla
de un proyector. Una superficie en blanco para que los recuerdos
vívidos se reproduzcan, una y otra vez.
Veo el dedo del hombre tenso sobre el gatillo.
Veo trozos de hueso y de cerebro que explotan de la parte
posterior de su cabeza.
Su cuerpo se derrumbó en el suelo...
Me pongo de pie como un rayo. Las náuseas me invaden.
Cuanto más intento no pensar en su muerte, más la veo.
—Oh Dios. —Salgo disparada de la cama y corro hacia el baño.
Llego al baño justo cuando empiezo a vomitar en seco.
Finalmente, sale algo que parece una bilis turbia. Mi estómago se
retuerce dolorosamente mientras vomito las tripas.
Cuando termino, me siento ligeramente mejor, pero el vómito
me ha quitado todas las fuerzas. Apenas puedo levantarme del
suelo del baño. Solo tengo la energía suficiente para lavarme la
boca y tirar de la cadena antes de volver a hundirme en la fría
baldosa.
Me gustaría poder esconderme tras un velo de negación como
solía hacer antes, pero mi cabeza da vueltas con pensamientos e
imágenes que parece que no puedo enterrar por mucho que lo
intente.
El alivio que me produjo el vómito comienza a retroceder
lentamente y vuelvo a sentir náuseas. Ni siquiera tengo tiempo de
echarme el cabello hacia atrás antes de volver a vomitar.
Oh, Dios, haz que esto se detenga, pienso desesperadamente
mientras escupo nada más que saliva.
No veo a Leo de pie en el umbral hasta que habla.
—¿Estás enferma?
—¡Jesús! —jadeo, volviendo la cara hacia otro lado—. ¿Has
oído hablar alguna vez de llamar a la puerta?
—Es mi jodida casa.
—Y es tu maldito mundo —digo irritada—. Como no dejas de
recordármelo. ¿Puedes irte?
—Parece que necesitas ayuda.
—Así que tal vez envíes a alguien útil aquí entonces —sugiero.
Ignora el sarcasmo y avanza. Me alejo de él. Odio ser tan
superficial como para preocuparme por mi aspecto en este
momento. Pero no puedo negar que me importa.
Antes que pueda pensar en una forma de fundirme en el suelo
o de tirar de la cadena para que Leo no me vea así, otro ataque de
náuseas se apodera de mí. Vuelvo a inclinarme sobre el inodoro
abierto mientras el espasmo recorre mi cuerpo.
Intento hacerlo con la mayor elegancia posible, si es que existe
tal cosa, cuando siento que me tiran del cabello hacia atrás.
El vicioso y magnífico Don de la Bratva Solovev me sujeta el
cabello mientras vomito.
Qué bonito.
Realmente el material del que están hechos los sueños.
Termino y me arrastro hasta el lavabo.
—¿Necesitas ayuda? —Suena más divertido que preocupado.
—¡No! —Me agarro al lavabo para ponerme en pie y me lavo
la boca y la cara.
En el momento en que termino, me cae una toalla en la cabeza.
Miro fijamente a Leo, que me mira con una sola ceja levantada.
—¿Mejor ahora?
Me limpio la barbilla.
—Ni siquiera cerca. —Le doy un empujón y vuelvo al
dormitorio. La habitación se agita en mi visión y tengo que
dejarme caer en la cama, sintiéndome más débil que nunca.
Leo, por supuesto, o no se da cuenta o le importa una mierda.
No hay premios por adivinar cuál de los dos es más probable.
—Nos vamos en unos minutos.
—¿A dónde vamos?
—Volver a la mansión. ¿Dónde más?
—¿Es seguro allí?
—Tengo un equipo de seguridad completo fuera de los muros
las veinticuatro horas del día. Estarás a salvo. —Se dirige a la
puerta—. Baja en dos minutos.
Murmuro una serie de maldiciones para mí misma y miro
alrededor de la habitación. Mi traje de ayer, lo que queda de él,
está metido debajo de la cama. No quiero volver a mirarlo, y
mucho menos ponérmelo. La sangre de Jessica está en esa cosa. Ya
no es una hermosa obra de arte.
Es un recordatorio revolviendo mi estómago.
Por desgracia para mí, no tengo otro pantalón. Me lo pongo,
intentando evitar más recuerdos del día anterior, y me quedo con
la camiseta de Leo. Volver a ponerme la chaqueta sería
demasiado.
Cuando bajo, está esperando en la puerta.
—Date prisa.
Con un suspiro resignado, lo sigo hasta el vehículo. Ahora, hay
otros dos vehículos estacionados detrás del de Leo.
Reconozco al tipo grande y musculoso de la sonrisa rápida. Me
sonríe mientras me acerco al vehículo de Leo.
No me molesto en devolver el gesto. Ni siquiera creo que mi
cara sea capaz de hacerlo hoy.
Me subo al asiento del copiloto y espero a que Leo termine de
hablar con sus hombres. Cuchichean entre ellos con expresiones
sombrías durante uno o dos minutos antes que todos asientan y se
separen.
En el momento en que entra en el vehículo, me vuelvo hacia él.
—¿Qué está sucediendo?
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero a que ayer me persiguieron por la ciudad un
montón de putos locos —escupo con frustración—. ¿Quiénes son
y qué quieren?
No responde a la pregunta mientras sale a la carretera.
—¿Vas a responderme?
—No.
Me muerdo la lengua, pero eso no ayuda en absoluto. Sobre
todo, porque todavía tengo el regusto del vómito en la boca.
—Para el coche.
Tampoco responde a eso.
—Voy a vomitar.
—No, no lo harás. —Cierra las puertas.
Lo fulmino con la mirada.
—Sabes la razón por la que hay un grupo de asesinos
psicópatas tras de mí. Realmente, realmente, me gustaría saber esa
razón.
Sus ojos permanecen fijos en la carretera. Sigue sin responder.
—¡Tú! —grito—. ¡Tú! Me arrastraste a tu loco mundo y ahora
soy un objetivo y ni siquiera sé por qué. No es justo.
—Tengo noticias para ti, kukolka: la vida no es jodidamente
justa.
Unas lágrimas calientes se agolpan en las esquinas de mis ojos.
Normalmente se me da mejor ocultar mis sentimientos. Casey me
lo enseñó. Odiaba lo que solía llamar mi "cara larga".
Pero después de lo de ayer, todo está saliendo a la superficie.
No puedo guardarlo todo dentro o explotaré.
—¿Es la gente de Mikhail?
—Mikhailov.
—Bien. Lo mismo. ¿Son ellos?
—Sí.
Tomo aire. El hermano de Leo murió en sus manos. Si me
quieren, esto debe ser serio.
Y para Leo, es algo personal.
—¿Es eso lo que inició la disputa? ¿El hecho que asesinaran a
tu hermano?
—Las tensiones estaban aumentando antes de eso —me dice
Leo—. Los Mikhailov habían reclamado históricamente la mayor
parte del poder. Pero estábamos ascendiendo rápidamente bajo el
liderazgo de mi hermano.
—Se sintieron amenazados.
Leo asiente.
—Todavía estábamos creciendo. Mi hermano era joven. Se
aprovecharon.
—¿Así que no es probable que esto termine pronto?
—No hasta que uno de nosotros esté muerto —dice sin rodeos.
Lo miro fijamente. Parece tan sólido. Demasiado testarudo
para morir. Pero después de ver lo que esos hombres le hicieron a
Jessica ayer, tengo miedo.
Y no solo por mí.
Lo que en sí mismo es bastante aterrador.
—Así que... los Mik... Mikhailov —digo, todavía tropezando
con el nombre—. Presumiblemente, ¿tienen un líder que es tu
homólogo? ¿Alguna otra gran polla oscilante con un ego del
tamaño de Júpiter?
—Lo tienen.
—¿Cómo se llama?
Me mira. Me pregunto qué contiene esa mirada. Sin embargo,
aparta la mirada de inmediato.
No es que sea capaz de descifrar nada de cualquier manera.
—Semyon Mikhailov —dice por fin—. Ahora es un anciano,
pero ha dejado suelto a un perro rabioso que dirige las cosas por
él.
—¿Debo saber el nombre de este perro rabioso?
—No veo por qué. Nunca va a poner sus manos en ti.
La forma en que lo dice es furiosa y posesiva. Una mirada a su
rostro y un escalofrío recorre mi columna. Si Semyon Mikhailov
pudiera ver a Leo ahora mismo, se replantearía ir contra él.
Es casi suficiente para disuadirme de hacer más preguntas.
Pero esto es lo máximo que he conseguido de él, así que decido
tentar a la suerte.
—¿Por qué querría ponerme las manos encima en primer
lugar? —pregunto.
—Te quiere, porque te tengo.
—¿Eso es todo lo que soy? —pregunto—. ¿Ventaja?
—Eso es lo que he dicho, ¿no?
—Eso aún no explica por qué decidiste tenerme.
—Necesito una esposa y un heredero algún día —responde
Leo—. Hace las cosas mucho menos complicadas si no hay
sentimientos de por medio.
Su tono es ligero y calmado, pero atraviesan el aire como un
látigo. ¿Es por eso que me eligió para este "trabajo"? ¿Porque sabía
que nunca desarrollaría sentimientos reales por mí?
No soy especial.
No soy elegida.
Soy la mujer que puede permitirse perder.
Las lágrimas vuelven a llenar mis ojos. Intento
desesperadamente evitarlas. ¿Qué me pasa hoy? Es como si mi
autocontrol fuera inexistente. Solo rezo para que no mire hacia mí
y vea lo cerca que estoy de desmoronarme.
Pero mi suerte de mierda persiste.
—¿Por qué lloras? —pregunta.
Vuelvo la cara hacia la ventana deliberadamente. Leo no
vuelve a preguntar. Recorremos el resto del camino en silencio.
En el momento en que cruzamos la puerta y nos detenemos
frente a la mansión, me desabrocho el cinturón y salgo del
vehículo. Paso entre sus hombres y entro en la casa. Cuando llego
a la habitación en la que me alojaba antes, me niego a pensar en
ella como mi habitación, cierro la puerta y me dirijo directamente
a mi cama. Me dejo caer en ella y finalmente, dejo que las lágrimas
caigan libremente.
Justo ayer, había estado montada con el subidón de un nuevo
divorcio. La posibilidad de un nuevo comienzo.
Pero ahora, estoy cautiva de un hombre que quiere casarse
conmigo. No por amor, ni siquiera por un deseo básico. Sino
porque necesita un heredero. Lo que me convierte en una vaca de
cría, esencialmente.
Supongo que así, si sus enemigos consiguen capturarme y
matarme, al menos no tendrá que perder el tiempo
entristeciéndose por ello.
La puerta se abre. Me levanto de golpe cuando Leo entra.
—Cerré la puerta —espeto.
Él levanta las cejas.
—¿De verdad crees que no tengo llaves de todas las
habitaciones de esta casa?
—Correcto —murmuro—. Porque es tu puta casa. Tus putas
reglas. Tu maldito mundo.
—Estás aprendiendo —dice—. Ahora, dime por qué estás
llorando.
—¿Acaso te importa?
—Llamémoslo curiosidad profesional.
Me deslizo fuera de la cama y me pongo delante de él.
—Dime una cosa, aquella noche en que nos conocimos en el
restaurante... ¿en qué pensabas cuando me viste?
Se queda callado durante un buen rato.
—Te diría que te ahorraras mis sentimientos —añado—, pero
ya sé que no lo harás.
Sus ojos se llenan de ira. Finalmente, responde con los dientes
apretados.
—Estaba pensando, ella es perfecta.
—¿Perfecta para qué? —pregunto.
—Para ayudarme a conseguir lo que quiero.
Me estremezco, aunque es la respuesta que esperaba.
—Solamente soy tan buena para ti como útil. ¿No es así?
—¿Qué quieres que te diga, Willow? ¿Quieres que te diga que
te quiero? ¿Que te deseo? No conseguirás eso de mí. Ahora estás
bajo mi protección —dice—. Eso debería valer más para ti que el
amor.
—¿Y qué ocurre si no lo es?
—Entonces tendrás que aprender a vivir con la decepción.
Porque no tengo nada que darte.
El hecho que duela tanto cuando afirma eso, me dice todo lo
que necesito saber. En algún momento, cuando no estaba
mirando, hubo un cambio en la tierra sobre la que Leo y yo
estamos parados. Un movimiento en las placas.
Siento algo por él.
No sé cómo llamarlo o cómo tratarlo. Pero no puedo negar que
está ahí. Ese sentimiento cálido en lo más profundo de mi pecho.
Doloroso y desesperado. El que flamea hacia arriba cada vez que
me mira, y que abrasa cada terminación nerviosa cada vez que
dice algo rompiendo mi corazón un poco más.
—¿De verdad vas a hacer que me case contigo? —susurro—.
¿Aunque yo no te importe?
Su expresión permanece impasible.
—En el momento en que te conviertes en mi esposa, te
conviertes en Bratva. Te conviertes en mía. Tendrás derecho a
todos los privilegios y protecciones que corresponden a una
esposa de la Bratva. Te estoy haciendo un favor, Willow.
—No sé cómo ser una esposa de la Bratva.
—Aprenderás.
No quiero aprender a vivir sin amor. No quiero aprender a ser
útil a Leo Solovev sin llegar a significar nada para él.
Tengo tantas ganas de decirle todo eso.
Pero me conformo con ir corriendo al baño a vomitar una vez
más.
25

Sus grandes ojos azules nadan con sueños rotos. Me suplican


en silencio todo lo que su orgullo le impide decir en voz alta.
Necesita más de lo que puedo darle.
El matrimonio con ese maldito abusivo la rompió. La hizo
sentir inútil y no deseada. Ahora, ella está luchando por el afecto
en todos los lugares equivocados. Busca la validación de todas las
personas equivocadas.
Todavía no es ella misma.
—Voy a hacer que un médico venga a verte —le digo cuando
sale del baño.
—No te molestes —responde ella—. Estoy bien.
—Es la tercera vez hoy que vomitas.
—¿Qué puedo decir? —dice en un tono despreocupado que no
le conviene—. Tú lo sacas a relucir en mí.
Le agarro la mano y la atraigo hacia mi cuerpo. Me golpea con
fuerza, pero el impacto dura solo un segundo antes que empiece a
forcejear contra mi agarre.
—¡Suéltame!
La empujo contra la pared y sus ojos se abren.
—Tienes que empezar a seguir órdenes.
—No soy uno de tus soldaditos de juguete —sisea—. No
puedes darme órdenes como haces con ellos.
—Maldita sea, obsérvame.
Intenta zafarse de mi agarre, pero presiono mi cuerpo contra el
suyo, inmovilizándola.
—Cuidado, kukolka. Puedo protegerte del mundo. ¿Pero quién
te va a proteger de mí?
—No me harás daño —gruñe—. Mi coño sigue siendo útil para
ti. ¿No es así?
Me sorprende el veneno de su tono, y me impresiona. Al
parecer, mi explicación de por qué la tomé ha caído mal. Se lo ha
tomado tan personalmente que ahora está actuando mal.
Un error por su parte.
Su reacción me está dando demasiada información. Está
siendo obvia acerca de su dolor, su decepción.
Me está dando todo el poder.
—Así es —digo con un movimiento de cabeza, deslizando mi
mano entre nosotros hasta llegar a sus piernas.
Intenta apretarlas, pero las separo con un movimiento de los
dedos.
—No te atrevas, joder —sisea ella.
Sonrío.
—Ya deberías saberlo.
Empujo dos dedos dentro de ella y sus ojos se agrandan
mientras sus labios se separan por la presión. Intenta resistirse a
mí, pero su cuerpo no puede ocultar la mentira. Está húmeda por
mí. Siempre lo está.
—Dices que quieres la libertad —le digo—. Pero lo que
realmente quieres es a mí. Por eso estás enfadada.
—Vete a la mierda...
El golpe de mi pulgar sobre su clítoris palpitante acaba con las
palabras de sus labios. Intenta apartarme, pero su intento es débil.
Solo quiere poder decirse a sí misma más tarde que ha hecho todo
lo que estaba en su mano.
—Patético —digo, encontrándome con sus ojos.
—Suéltame.
Aumento la presión y la intensidad mientras empiezo a follarla
con los dos dedos. Sus ojos se ponen en blanco. Se muerde el labio
inferior.
—¿De verdad quieres que te libere, nena? —siseo—. Entonces
hazme creerlo.
Ella no responde. En su lugar, se agita contra mis dedos,
cabalgando mi mano tan fuerte como puede. Sus jugos gotean por
mi palma. Así es como sé que hemos llegado al punto de no
retorno. Un poco más y esto estallará en algo más de lo que debe
ser.
Así que, aunque tenga que luchar contra todos los instintos de
mi cuerpo, saco los dedos igualmente.
Ella jadea mientras sus ojos se abren.
—Supongo que me libraré de ti entonces —digo con una
sonrisa malvada.
Doy un paso atrás. Willow sigue pegada a la pared, con los
pezones visibles a través de su fina camiseta.
Quiero arrancársela del cuerpo, pero también quiero burlarme
de ella.
Quiero castigarla.
Quiero que Willow sufra por mí.
—Esto es lo que quieres —gruño—. ¿No es así?
Me mira fijamente, con las emociones calientes en sus ojos.
—¿No te he dicho ya que te vayas a la mierda?
Levanto los dedos y le muestro la humedad que gotea por
ellos.
—Bueno, mira eso, una prueba de lo mucho que no me
quieres.
—Mi cuerpo es una cosa —dice—. Mi mente es otra.
—Menos mal que no me interesa tu mente.
La ira destella en sus delicadas facciones. Su pecho sube y baja
con fuerza. Está irritada, tanto sexualmente como en otros
aspectos.
No es la única. Mi polla la desea desesperadamente. Pero a
diferencia de ella, no soy esclavo de mi cuerpo. Aprendí a
controlar mis deseos hace mucho tiempo.
La muerte siempre espera al Don que no lo hace.
—Sé que hay algo que no me estás contando —dice ella.
—O quizás no te gusta la verdad.
Ella sacude la cabeza.
—No. Me estás ocultando algo.
Me encojo de hombros.
—Es cierto. Muchas cosas, de hecho.
—¿Porque no soy Bratva?
—Porque no estás preparada.
Se cruza de brazos.
—¿Quién eres tú para determinar eso?
Doy un paso hacia ella y se encoge contra la pared.
—Yo soy el puto Don.
—No mi Don —dice ella, tratando de infundir en su tono tanta
fuerza y confianza como yo.
Lo hace bien, al principio. Pero, como siempre, es el silencio
que sigue el que se convierte en su perdición.
La miro fijamente hasta que parpadea. Hasta que hace una
mueca de dolor y mira hacia otro lado.
—Tal vez deberíamos probar esa teoría —sugiero con acidez.
Me acerco. La lucha arde en sus ojos. Dice: Esta vez no. No otra
vez.
Pero ella no sabe realmente lo que le espera. Nunca me ha
gustado ser predecible.
Me agacho delante de ella y le arranco las bragas de un tirón.
Ella jadea cuando la tela cede.
Luego, arrojando la tela arruinada sobre mi hombro, deslizo
mi lengua por su abertura.
—D-Dios —se estremece.
Pero la lucha ha desaparecido. Todo lo que queda en ella, todo
lo que puede hacer, es la única cosa a la que la he conducido
desde el momento en que nos conocimos.
Rendirse.
Primero me burlo de ella, creando la expectación que dice no
sentir. Pero no me aparta ni cierra los muslos. Y cuando le agarro
la pierna y la subo por encima del hombro para poder saborearla
entera, sus dedos se enroscan en mi cabello, incitándome a
acercarme.
Ella arquea la espalda, mostrando su coño en todo su
esplendor. Lo saboreo todo con avidez.
Como siempre, se pone al límite casi al instante. Es tan fácil
hacer que la pequeña kukolka se corra. Y nunca se cansa de hacerlo.
Su cuerpo se tensa mientras lamo más rápido. Puedo sentirla
en la cima, lista para explotar en mi cara. Justo ahí, en el borde de
un acantilado, con un espacio infinito para caer abajo, esperando
el más mínimo empujón...
Entonces es cuando me detengo.
Dejo caer su pierna sin contemplaciones y me pongo en pie.
Willow se desploma contra la pared, solo el shock la mantiene
erguida. Me mira con ojos nebulosos y enloquecidos por el sexo.
Cuando me reajusto la polla en los pantalones, me doy cuenta.
Su expresión se vuelve agria.
—¿Quién es tu Don, pequeña? —pregunto.
Aprieta los dientes y se endereza un poco más. Sus tetas me
miran fijamente a la cara, redondas y duras, pidiendo que las
chupe.
Me lamo los labios. El gesto no pasa desapercibido.
—No lo voy a decir.
—Entonces no te correrás pronto.
—No estoy tan desesperada por un orgasmo. No vale la pena
mi dignidad.
—Tal vez no en este momento—digo—. Pero... lo estarás. Lo
será.
Entonces la dejo allí, hirviendo de rabia. Puedo sentir el calor
de su ira siguiéndome por la habitación, a través de la puerta.
La satisfacción de ponerla en su sitio me hace seguir hasta
llegar a mi despacho. Pero mi erección no baja fácilmente.
Sin embargo, cuando Jax y Gaiman entran, se calma casi
inmediatamente. Aparentemente, ellos dos son la ducha fría que
necesito.
—Hola, jefe —dice Jax con una sonrisa comemierda,
haciéndome recelar—. ¿Qué tal tu pequeña escapada?
—Jax, no seas un puto grano en el culo. No estoy de humor.
—¿Qué? —protesta—. Solo estoy preguntando. Debió ser
agradable estar encerrado en ese piso franco con tu sirena de
cabello negro.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Qué te acabo de decir?
—Apuesto a que tuviste que consolarla, ¿eh? ¿De la mejor
manera que sabes?
—Lo que haga con mi polla debería ser la menor de tus
preocupaciones ahora mismo —gruño—. Tenemos un problema
mayor.
Jax agita la mano despectivamente.
—Belov no es un problema. Podemos destruirlo como hicimos
con sus hombres.
—Tal vez —Estoy de acuerdo—. Pero hay más de ellos que de
nosotros.
—Bueno —gruñe Jax—. Entonces estaremos en igualdad de
condiciones.
Me gusta su forma de pensar. Estoy ansioso de sangre, ansioso
de acabar con la vida que se llevó la de mi hermano. Pero el Don
que hay en mí tiene que pensar en algo más que en la lucha que se
avecina.
Hay más piel en juego que la vida de un solo hombre. Incluso
un hombre tan letal como Spartak Belov.
—El hecho que sepa lo de Willow hace las cosas un poco más
difíciles —digo.
Jax se vuelve hacia Gaiman y luego hacia mí.
—Entonces... ¿es verdad? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Jesús —silba—. Aunque podrías habérnoslo dicho. Habría
estado bien saber qué estabas tramando.
—Todo lo que tienes que saber es que nunca hago nada sin
una jodida razón —digo. Luego, suspirando, añado—: Ella solo
estaba destinada a ser un plan de respaldo. Pero... las cosas
cambiaron. Ahora, ella es el plan.
Contaba con que Belov descubriera lo de Willow solo cuando
los explosivos estuvieran colocados y listos para detonar. De ese
modo, habría podido golpearlo con una bomba real mientras aún
se tambaleaba por las réplicas de la explosión de Willow.
Pero no basta con hacer planes. Hay que ser capaz de cambiar
de rumbo en cualquier momento.
Y no soy nada sino adaptable.
Lo comprobé cuando murió mi hermano. Nunca quise ser
Don. Seguro que no estaba preparado para ello. Pero me adapté.
Y ahora, estoy preparado para ganar la guerra que mi hermano
comenzó. Tengo una bomba colocada, otra en camino. Una vez
que ambos edificios estén listos para explotar, solo quedará un
gatillo para apretar.
Sin incluir el que está entre las piernas de Willow.
—Entonces, no nos tengas a todos en suspenso, Leo... ¿Cuándo
es el día feliz? —pregunta Jax.
—Pronto.
—Bien. Entonces solo hay una cosa más que tenemos que
resolver —dice Jax en serio, para variar.
—¿Qué? —Gaiman es lo suficientemente tonto como para
preguntar, pero lo sé mejor.
—¿Quién es el padrino? —termina Jax, con esa sonrisa
comemierda brillando al máximo—. Porque la decisión es
claramente una obviedad.
—Bueno, claramente —dice Gaiman—. Lo primero que pienso
cuando escucho “sin cerebro” es en ti, imbécil.
Resoplo entre risas mientras Jax golpea a Gaiman en el
estómago. Los dos caen a la alfombra, luchando y gruñendo
insultos el uno al otro.
Mientras tanto, miro fijamente los planos colocados sobre mi
mesa. Todo depende de la licencia de matrimonio que he pedido.
Y aun así, no estoy seguro que Willow esté preparada para
nada de esto. No solo el matrimonio en sí, sino todo lo que vendrá
después.
Me recuerdo a mí mismo que aquello para lo que esté
preparada no es de mi incumbencia.
Ella es la clave.
26

Llevamos una hora conduciendo y Willow ni siquiera me ha


mirado. Admiraría su determinación si no fuera tan molesta.
Estaciono el SUV en el aparcamiento.
—Bájate.
Por fin, mira, pero solo para fulminarme con la mirada.
Me acerco a su puerta y la abro de un tirón.
—Sal —repito.
—No. —Se queda obstinada en el asiento del copiloto.
—¿Tenemos que hacer este baile cada vez?
—Me obligaste a salir de la casa a pesar de mis objeciones. No
me obligas a salir de este vehículo.
Levanto las cejas y ella me devuelve la mirada. Me está
desafiando.
Maldito gran error.
La desabrocho mientras intenta apartar mis manos de un
manotazo. Entonces la agarro y la arrastro fuera del asiento.
—¡Leo! ¡Para! —grita.
—Tuviste tu oportunidad. —La cargo en mi hombro.
Willow golpea con sus puños mi espalda, y solamente
abandona la lucha cuando es consciente de la brisa salada
golpeando desde el norte.
—¿Dónde diablos me has traído?
—¿Qué te parece?
La dejo en el muelle justo delante del Ariel. Parece un castillo,
elevándose un par de pisos sobre el agua. Las luces azules
inundan el agua alrededor del yate, haciéndolo parecer flotar
sobre una nube. La pintura blanca y negra brilla a la luz de la
luna.
Willow se queda con la boca abierta mientras mira la lujosa
embarcación.
—¿Quién... va a conducirlo? O, cómo, navegarlo, o lo que sea.
Ya sabes lo que quiero decir.
—Yo.
—¿Sabes cómo...?
—Sé cómo hacer todo.
Pone los ojos en blanco.
—Excepto seducir mujeres, aparentemente.
Me río.
—También sé cómo hacerlo. Solo que nunca me has visto
intentarlo.
Se estremece, pero gira la cara rápidamente. No quiere que vea
toda la emoción en su rostro.
Un poco tarde para eso. Ha estado llevando sus sentimientos a
flor de piel durante los últimos días. Incluso más de lo habitual.
Un efecto secundario de su encuentro con los bastardos de
Mikhailov, sin duda.
Baja a trompicones por la pasarela y sube al yate, pero lo hace
sobre todo para poner distancia entre nosotros. También,
probablemente, para que no la arroje por encima de mi hombro de
nuevo.
Una vez a bordo, duda ante las escaleras. Debajo de la
cubierta, hay dos habitaciones privadas con baño, una cocina y un
bar. La cubierta superior cuenta con una gloriosa vista del océano
en todas las direcciones.
Sin embargo, tal vez todo eso sea demasiado para ella. Vacila y
se conforma con apoyarse en la barandilla y mirar el horizonte de
la ciudad más allá de los muelles.
Que así sea. Puede quedarse ahí por ahora.
La dejo atrás y dirijo el Ariel hacia el agua. Pasa otra hora antes
de echar el ancla y dejar el asiento del capitán para reunirme con
Willow.
En algún momento de la travesía, ella ha subido a la cubierta
superior. Parece un retrato de perfil, iluminado por la luna, las
sombras de su rostro son dramáticas y suaves.
Se pone rígida cuando me acerco.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunta sin mirarme—. No
vas a asesinarme y tirar mi cuerpo al mar, ¿verdad?
—¿Por qué me tomaría la molestia de secuestrarte si solo iba a
matarte?
—Así que no has terminado de utilizarme. ¿Es eso?
—Esto no es tan unilateral como lo haces parecer. Tú también
estás sacando algo de esto.
—¿Cómo qué?
—Como que ya conseguiste el divorcio que querías. De nada,
por cierto —declaro—. Y ahora, tienes mi protección.
—Protección que no necesitaría si no fuera por ti.
—Eso es discutible.
Ella arquea una ceja.
—¿Más secretos?
—En esta vida, siempre hay más secretos.
Su expresión se vuelve pensativa.
—No pertenezco a este lugar.
—Un sentimiento natural —le digo—. Nadie elige la Bratva. O
naces en ella o te obligan a hacerlo.
—¿Dices que incluso el todopoderoso Leo Solovev no podría
marcharse si quisiera?
La miro con interés. Debe ser agradable ver el mundo desde su
perspectiva. Para Willow, hay blanco y negro. Está lo correcto y lo
incorrecto. No tiene que embarrarse en todo lo gris que hay en
medio.
Sacudo la cabeza.
—No hay forma de alejarse de la Bratva.
—Pero si pudieras elegir, ¿lo harías?
—No estás escuchando —digo—. No hay elección.
—Estoy hablando hipotéticamente.
Hago una mueca.
—Eso es una pérdida de tiempo.
—Solo responde a la pregunta. Tú mismo dijiste que no
querías ser Don. ¿No sueñas con dejarlo todo?
—No quería los zapatos que mi hermano dejó para que yo los
llenara —aclaro—. Ese era su papel, su legado. Y se lo robaron.
Ella asiente lentamente mientras procesa eso. Es como si, cada
vez que abordamos este tema, descubriera otro pequeño
fragmento de mí que puede reconstruir. No está cerca de la
imagen completa, por supuesto. Pero el más mínimo progreso es
suficiente para aplacarla.
Por ahora.
—Puedo entender que quieras vengarte —reflexiona ella—.
Pero...
—No hay ningún 'pero' —interrumpo con dureza—. Solo hay
venganza.
—La vida podría ser más sencilla si…
—¿Sigues jodidamente sin escuchar? —Doy un paso hacia
ella—. Ser Bratva no es una cuestión de simplicidad. No somos
ciudadanos normales viviendo vidas normales. No somos gente
como tú.
Hay un insulto obvio en mi tono, y para su crédito, ella lo
reconoce inmediatamente. Se estremece, pero no retrocede.
—No hay nada malo en la gente como yo —dice con voz
suave.
—Excepto debilidad —digo—. Y las dudas. E inseguridades lo
suficientemente fuertes como para ahogarte hasta la muerte.
Sus ojos brillan con ira.
—La gente normal es complicada, y con matices, y... no como
tú. Solo eres un villano bidimensional que evita el amor real
porque lo ve como una debilidad. ¿Y sabes qué? Al final del día,
me das pena.
Ladeo la cabeza hacia un lado, pero ella se reafirma.
—Así es. Lo siento por ti. Porque nunca experimentarás el
poder y la fuerza que puede venir de amar a alguien total y
completamente. Y que esa persona te ame a su vez.
Pongo los ojos en blanco. Ni siquiera me molesto en ocultarlo.
—Jesús, ahórrame el discurso.
—La broma está en ti, Leo.
—¿Cómo es eso?
—Crees que puedes controlar todo. Tal vez el 99% de las veces
puedas. Pero no puedes controlar de quién te enamoras.
Pienso en Ariel. Pienso en Pavel.
Y mis entrañas se encienden de rabia por lo que ambos
tuvieron que soportar. Tal vez habrían afirmado que valía la pena.
Pero como observador externo, tengo que discrepar.
—Te olvidas: Puedo controlar todo.
Ella sacude la cabeza.
—¿Sabes una cosa más?
—Probablemente.
Pone los ojos en blanco y se inclina como si quisiera tocar el
agua.
—Creo que estás lleno de mierda. Estás mintiendo.
—¿Acerca de qué?
—Sobre no haber estado nunca enamorado.
Espero, divertido, a que me explique por qué cree que miento
sobre todo eso.
—Ningún hombre le pone a un maldito barco el nombre de
una mujer a menos que esté enamorado de ella —añade
triunfante.
Resoplo.
—Bueno, en eso tienes razón.
Sus ojos se amplían, y está claro que no esperaba que lo
aceptara tan fácilmente.
—Yo... ¿la tengo?
La aplaudo burlonamente.
—Con respecto a las observaciones, esa fue sorprendentemente
buena.
—Oh. Bien. Así que... Ariel, ¿eh? —tantea—. ¿Quién era ella?
Me pregunto hasta dónde debo llevar esto. Soy un depredador
jugando con mi comida, lo sé. Pero cuando se trata de Willow, no
puedo resistirme.
—Una chica que conocí, hace mucho, mucho tiempo.
—¿Y ella era importante para ti?
—Muy importante.
Su labio inferior se frunce un poco. Intenta luchar contra los
celos, pero de todos modos aparecen.
—¿Era guapa? —pregunta.
En el momento en que hace la pregunta, sé que se arrepiente.
—Extraordinariamente.
Mira hacia el océano, asegurándose de mantener el cabello a la
derecha de su rostro para que quede oculto. Su mandíbula está tan
apretada que puedo ver las estrías de los músculos, tensos por el
esfuerzo. ¿Y tal vez el brillo de una lágrima en su mejilla?
Tal vez esto haya ido demasiado lejos.
—Era la prometida de mi hermano —explico—. Este era el yate
de mi hermano.
Se vuelve hacia mí inmediatamente.
—Oh. Él debe haberla amado realmente.
—Creo que lo hizo.
—¿Dónde está ahora?
—Desaparecida —digo yo—. La muerte de Pavel la arruinó.
Una parte de ella nunca se recuperó. Decidió hacer una vida
diferente en otro lugar.
—Oh. Eso es tan... triste.
—La vida a menudo lo es.
—¿Sigues en contacto con ella?
—A veces.
—¿Cómo está ahora?
Estudio su rostro.
—Por favor, no me digas que eres una romántica.
Su expresión se aplana.
—No lo digas como si fuera un insulto.
—¿No es lo es?
—Supongo que lo es para un hombre sin alma.
—¿Ahora no tengo alma?
Se encoge de hombros.
—No he visto ninguna prueba de lo contrario.
Sonrío.
—Me parece justo. Mejor un hombre sin alma que un hombre
sin poder.
—Sí, de acuerdo. Espero que tu poder te mantenga caliente por
la noche.
—Te tengo a ti para eso.
Sus ojos se dirigen a los míos y da un paso atrás.
—No me tienes en absoluto.
Me encanta cuando se pone peleona. Me acerco un paso más.
—Oh, sí, lo hago, kukolka. Lo que quiero, lo consigo.
Extiende su mano y la coloca directamente sobre mi pecho.
—Eso es suficiente. No me interesa ser otro nombre en tu lista.
Resoplo con una risa fría.
—Creo que es un poco tarde para eso.
Abre la boca para replicar, pero se lo piensa mejor. Vuelve a
cerrar los labios, fruncidos por sus pensamientos, mientras se da
la vuelta y mira al otro lado del océano.
Sigo su mirada. La luna está baja y brillante en el cielo. Su
reflejo flota sobre el agua ondulante, plateado, etéreo. Hace media
hora que hemos dejado atrás la costa. Solo nos rodea el agua,
negra e interminable.
Willow retrocede un paso de la barandilla y, con un rápido
movimiento, se pasa el vestido por la cabeza. Se empapa en la
cubierta de madera junto a ella.
Debajo lleva un sujetador negro y un tanga a juego. Mi polla se
endurece al instante.
Sigo preguntándome qué está haciendo mientras se desprende
del sujetador y se lo quita con una confianza que solo había
vislumbrado antes en ella. Luego se quita las bragas y las deja
encima del vestido.
Por primera vez, no estoy del todo seguro de lo que Willow ha
planeado. Y no puedo evitar estar impresionado. Es como si
hubiera estado hurgando y empujando este potencial latente en
ella durante tanto tiempo, y finalmente, está cobrando vida.
La pequeña leona está despertando.
Sigue sin mirarme mientras se acerca a la barandilla y se sube.
Frunzo el ceño y me dirijo hacia ella.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto—. Willow, ¿qué demonios
estás...?
Su rostro es suave y tranquilo. Respira profundamente y
luego… salta.
Corro hacia la barandilla y miro hacia abajo, justo a tiempo
para ver su cuerpo hundiéndose en el agua sin hacer ruido. El
agua hace espuma blanca donde ella entró. Se desvanece, al igual
que las ondas, y las olas se tragan cualquier evidencia que alguna
vez se sumergió allí.
Contengo la respiración.
—Sube —gruño para mis adentros—. Sube de una maldita vez.
Entonces finalmente, vuelve a salir a la superficie. Su cabello
negro resplandece con un azul nocturno. Se retira el agua salada
de la cara y me mira con una leve sonrisa irónica en la comisura
de los labios.
—¿Vas a entrar?
Me quito la ropa y la tiro junto a la suya. No me molesto en
subirme a la barandilla exterior como hizo ella. Me lanzo por la
borda y entro en el agua.
El agua fría me apuñala desde todos lados y se siente
jodidamente increíble. Esclarecedora. Fortificante.
Los hombres como yo arden por naturaleza.
Pero el metal fundido debe enfriarse para ser útil.
Cuando subo a tomar aire, Willow está flotando a unos metros
de mí. Me acerco a ella y me detengo a pocos centímetros. Sus pies
rozan los míos bajo las aguas.
—Este matrimonio no tiene que ser una prisión, Willow —le
digo—. Puedes volver y terminar tus estudios, si lo deseas. Puedes
trabajar si quieres. Aunque no tendrás ninguna razón real para
hacerlo. Yo te proveeré.
—Una vez confié en un hombre para que me mantuviera —
dice.
—No era un hombre. Era una jodida serpiente —gruño—. Y le
he cortado la cabeza.
Ella levanta las cejas.
—Eso es... eso es solo una metáfora, ¿verdad?
—No tiene por qué serlo.
Su expresión se suaviza. No puedo decir si está aliviada o no.
—Lo dejaremos para más adelante.
—Tu elección.
Respira profundamente.
—Sin embargo, no tengo elección en esto, ¿verdad? ¿Me voy a
casar contigo me guste o no?
—Correcto —digo—. Pero algo me dice que te gusta.
Willow inclina la barbilla hacia la luna.
—¿Qué fue lo que me dijiste: sé lo suficientemente inteligente
para saber cuándo has perdido?
—¿He dicho eso? —pregunto—. Ser inteligente. Suena como
algo que deberías considerar.
Suspira sin decir nada. Sin darse cuenta, se desliza más cerca
de mí. Sus pechos me rozan el pecho y me agarro a sus caderas.
Su mirada se posa en la mía. Veo el deseo reflejado allí,
fundido y plateado como la luna.
—No te tomes esto como que quiero casarme contigo —
susurra débilmente.
—Tomo nota.
Mira hacia abajo, mordiéndose el labio con decepción.
—Debería poner más resistencia.
—¿Porque quieres o porque crees que debes hacerlo?
—¿Hay alguna diferencia?
Agarro su muslo con la mano.
—Una es una mentira. Otra no. Todo lo que tienes que hacer es
admitir cuál es cuál.
Ella exhala un suspiro triste.
—Yo... no puedo. —Sus dedos recorren mi pecho,
persiguiendo las gotas de agua mientras se deslizan por mi piel.
—Lo harás, pequeña —le digo con rudeza—. Lo harás.
27

Miro fijamente el teléfono y respiro profundamente.


—Solo hazlo —me digo con firmeza—. Solo malditamente
hazlo. Como una tirita.
Cojo el teléfono y marco el número. Todavía lo tengo
memorizado.
Pero en cuanto escucho la voz de mi madre, pierdo los nervios
y cuelgo.
—Maldita sea. —Tiro el teléfono contra las almohadas y
entierro la cara entre las manos—. ¿Qué me pasa?
—¿Quieres la lista corta o la larga?
Jadeo y me doy la vuelta para encontrar a Leo de pie en mi
puerta.
—¿Voy a tener intimidad cuando estemos casados al menos?
—No es probable.
Vuelvo a caer en mi cama. La sombra de Leo se cierne sobre
mí.
—¿Has intentado llamar a tus padres?
—¿Cómo lo sabes?
Se encoge de hombros.
—Eres fácil de leer.
Me siento.
—Ella... Ella contestó. Mi madre lo hizo. Y yo...
—Colgaste —dice—. Sí, estaba aquí durante esa parte.
Agacho la cabeza avergonzada.
—No sé qué debo decirles después de todo este tiempo.
—Diles la verdad.
—¿Qué? ¿Que tenían razón? ¿Que nunca debí dejar la
universidad o casarme con Casey? —pregunto—. ¿O que estoy a
punto de casarme con un Don de la Bratva?
—Todo lo anterior, si te apetece.
Suspiro.
—Es más fácil decirlo que hacerlo. Sé que debería dejar de lado
mi orgullo, pero admitir que te equivocas nunca es fácil.
Arquea una ceja perfecta.
—No lo sabría.
Pongo los ojos en blanco.
—Cierto, por supuesto. Eres el espécimen perfecto y todos
temblamos en tu presencia.
—El miedo es una pérdida de tiempo, Willow. —Se gira hacia
la puerta.
—Nunca te asustas, ¿verdad?
—No.
La respuesta llega con tanta facilidad, tan fácilmente, que
realmente lo creo.
Con Leo, es fácil creer que es una raza humana de otro mundo
que ha evolucionado más allá de pequeñas emociones como el
miedo y la debilidad.
Cuando se va, respiro profundamente y vuelvo a repetir sus
palabras. El miedo es una pérdida de tiempo.
Puedo hacerlo.
Vuelvo a marcar el número y, esta vez, cuando mamá coge el
teléfono, no cuelgo.
—¿Hola? —dice.
Aprieto el teléfono con fuerza y respiro. Todavía tardo un
momento en hablar.
—¿Hola? —dice de nuevo—. ¿Hay alguien ahí?
—M... ¿Mamá?
Me encuentro con un silencio sintiéndolo como una eternidad.
Entonces escucho una inhalación tan aguda que casi me absorbe el
auricular.
—¿Willow? —Su voz es suave, como si le preocupara poder
asustarme.
—Soy yo, mamá.
Otra respiración.
—Cariño...
Y esa única palabra. Esa palabra me quita el peso de encima.
Puedo volver a respirar.
—Mamá —digo, las palabras son cada vez más fáciles—. Lo
siento mucho.
—Oh, cariño, yo también.
—No te disculpes conmigo. No hiciste nada malo. Tú y papá
no fueron más que padres increíbles. Todo fue por mí. Yo era la
perra ingrata. Yo era la obstinada.
—No deberíamos haber intentado interferir —dice ella—.
Eras… eres… adulta. Puedes tomar tus propias decisiones.
Escucho el eco de mis propias palabras en su voz. Nuestra
última conversación es tan vívida, incluso ahora. Me imagino que
ella también recuerda cada palabra.

Nos sentamos en el salón. La misma sala donde solíamos ver películas


juntos y abrir los regalos de Navidad. El lugar familiar, el lugar feliz.
Hasta este momento.
—Ya soy adulta —solté—. No puedes decirme lo que tengo que
hacer.
—Entiendo que lo eres, cariño, pero aun así queremos ayudar —dijo
mamá—. Somos una familia.
—Tú sabes mejor que nadie que la familia se trata de a quien se elige.
—Me incliné hacia delante y les escupí las siguientes palabras como
dardos envenenados—. Y yo elijo a Casey.
La barbilla de mi madre tiembla y entonces las lágrimas aparecen.
—Cariño, él... él no es adecuado para ti —tartamudeó ella, tratando
de contener la marea de su llanto.
—Eres una adulta a los ojos de la ley. No es la edad —dijo
rápidamente mi padre—. El problema es el hombre.
—Es un buen hombre.
—Te mira como un premio, Willow —explotó mamá—. Te mira
como un premio y no como una persona.
—¿Qué hay de malo en eso? ¿No soy un premio?
—Un premio es una posesión —afirmó mamá—. Una persona es
mucho más que eso. Tú eres mucho más que eso. Y si no puede verlo...
Puse los ojos en blanco.
—Ni siquiera lo conoces.
—Sabemos lo suficiente.
—No puedo creer lo que hacéis. Habría pensado que seríais felices —
sentencié—. Es guapo y exitoso. Acaba de conseguir otro ascenso. Quiere
ser capaz de mantenerme. No tendré que mover un dedo.
—¿No quieres más para ti que ser una mantenida? —preguntó papá.
—Eso es curioso viniendo de ti. De los dos. ¿No eres una mujer
mantenida? —pregunté, volviéndome hacia mi madre.
—Elegí ser ama de casa —dijo a la defensiva—. Tu padre nunca me
exigió nada. Me dejó tomar mis propias decisiones.
—Bueno, tal vez Casey sabe lo que es mejor para mí.
—Oh, cariño...
Me aparté de los dos.
—Te equivocas con él.
—Amor.... —La voz de papá se impuso a los silenciosos sollozos de
mamá—. No te cases con él. No dejes la universidad.
—Dejo la universidad y abandono esta familia —solté—. Nunca fui
realmente parte de ella, de todos modos.
Papá negó con la cabeza.
—¿Qué estás diciendo? Por supuesto que sí. Eres nuestra hija,
Willow. Somos tus padres. Queremos...
—En realidad, no lo son —interrumpí—. No sois mis padres en
absoluto. Solo sois dos personas que intentaron llenar el hueco de sus
vidas con el hijo de otra persona.
Entonces me di la vuelta y me fui. Ni una sola vez miré hacia atrás.

El recuerdo de esa conversación se asienta como una piedra en


mi estómago. Quiero retroceder en el tiempo, volver atrás. ¿Cómo
pude ser tan cruel, tan testaruda, tan estúpida?
Me aferro al teléfono, rogando que las lágrimas que me
queman los ojos se queden quietas. No quiero convertirme en un
desastre lloroso.
—Os hice sentir como si no fueran realmente mis padres, y... lo
siento mucho —digo—. No debería haber hecho eso.
—¿Dónde estás ahora? —pregunta.
—Yo... he vuelto a casa.
—¿De verdad? Creí que te mudaste a Colorado —pregunta
sorprendida.
—Durante los primeros años. Luego el trabajo de Casey lo
trajo de vuelta aquí.
Se queda en silencio un momento. Siento la tensión incluso
desde el otro lado del teléfono.
—¿Mamá?
—¿Eres feliz? —pregunta ella—. ¿Son felices los dos juntos?
Ahora viene la parte difícil. Respiro profundamente.
—¿Está papá por aquí?
—Oh, por supuesto. Espera... ¡Ben! ¡Coge la extensión! —dice
en el fondo—. ¡Sí, ahora!
Un segundo después, oigo un clic.
—¿Nat? —le dice a mi madre—. ¿De qué se trata?
Estoy tan nerviosa que mi voz sale en un chasquido.
—Hola, papá.
—¡Dios mío! —jadea—. ¿Esa es mi Sauce?
Las lágrimas saltan de mis ojos inmediatamente. No me
llamaba así desde que tenía siete años, cuando le rogué que dejara
de hacerlo.
Pero ahora, me deleito con su sonido.
—Hola, papá —susurro—. Es bueno escuchar tu voz.
—Oh, cariño. —Me doy cuenta que está atragantado e intenta
disimularlo—. No tienes idea... ni idea de lo bueno que es saber de
ti.
—Sé que esta llamada se ha demorado mucho. Debería haber...
—Has llamado ahora —interviene mi madre—. Eso es lo que
importa.
No me merezco la aceptación fácil, el perdón que me ofrecen.
Pero no puedo evitar engullirlo como un perro callejero
hambriento de alimento.
—Cuéntanos todo, tesoro —dice mi padre—. ¿Qué ha pasado
en tu vida?
De repente, me gustaría haber encontrado el valor para tener
esta conversación en persona y no por teléfono. Quiero poder
verlos, abrazarlos. Y quiero que ellos también me vean. Que vean
que estoy bien.
—Me divorcié de Casey.
Sigue el silencio asombroso.
—Tú y papá tenían razón sobre él desde el principio —digo
yo—. No era un buen hombre. Era un monstruo controlador. Los
dos visteis a través de él después de una cena. Me llevó años...
—Estabas enamorada —dice mamá con dulzura—. La gente
toma decisiones tontas cuando está enamorada.
Pienso en mi situación actual. Por mucho que le diga a Leo que
es igual que Casey, sé que no es cierto. Estaba tan segura de la
perfección de Casey que me negaba a ver sus defectos.
Pero veo a Leo. Todo él. Me lo muestra sin un ápice de
vergüenza.
¿Y lo que siento por él, esa maraña irresoluble de emociones e
impulsos que no tienen nombre? Es intenso de una manera que
nunca antes había sentido. No nace de la ingenuidad y la ceguera.
Es un magnetismo crudo y animal del que no me puedo librar.
Incluso si pudiera sacudirlo... ¿lo haría?
—Era demasiado joven para entender lo que significaba
realmente el amor. —digo—. Pensé que Casey lo era todo, pero al
final... me hizo daño.
—Willow —susurra mi padre—, ¿por qué no viniste a
nosotros?
—Estaba avergonzada.
—¿Avergonzada?
—De la forma en que os traté a los dos. De las cosas que os dije
el día que me fui de casa. Tenías razón en todo y yo... no me sentía
con derecho a llamarte y pedirte ayuda cuando básicamente te
había escupido en la cara.
No necesito ver a mamá para saber que está llorando.
—Mamá, no llores. Por favor. Esto no fue tu culpa. Nada de
esto lo fue. Me advertiste.
—¿Eres feliz ahora, tesoro? —pregunta mi padre.
En el momento en que hace la pregunta, veo a Leo, meciéndose
en el océano interminable con el agua salada goteando de su
cabello como si fueran diamantes. Veo la curva de su clavícula,
siento el calor de las yemas de sus dedos en mis caderas. Saboreo
su lengua, siento su calor, caigo una y otra vez en el caramelo de
sus ojos.
—Soy mucho más feliz que antes —les digo.
No es una mentira.
—Eso es todo lo que siempre quisimos, Willow —dice mi
padre—. Eso es lo único que importa.
—Os quiero a los dos —digo ferozmente.
—Te queremos mucho, cariño —dice mamá entre lágrimas.
Mi padre añade:
—Nunca lo dudes.
Prometo volver a llamar pronto, nos despedimos y colgamos.
Cuando termina la llamada, me siento en la cama con el teléfono
en la mano.
Mi corazón se siente más ligero y a la vez me doy cuenta del
peso que he llevado durante años. La culpa y la vergüenza siguen
ahí, pero ya no me arrastran como antes. Ahora puedo liberarme
de ellos. Puedo empezar a avanzar.
Me pongo de pie y voy a buscar a Leo. Para... agradecerle,
supongo. Después de todo, fue él quien me animó a llamarlos
cuando yo no me creí capaz de hacerlo.
La puerta de su despacho está cerrada, pero lo oigo hablar al
otro lado. Levanto la mano para llamar, pero me detengo al oír mi
nombre.
—No importa una mierda —dice, con el tono cortado—. Tengo
a Willow. Ella es el arma secreta que me entregará cada uno de los
cráneos de esos hijos de puta.
Se me hiela la sangre. ¿De qué está hablando? ¿Cómo es que
soy un arma secreta?
—¿Por qué diablos crees que la recluté en primer lugar?
Casi se me escapa un sollozo, pero consigo contenerlo
mordiéndome los nudillos. El sonido de sus pasos se aleja y la
conversación se desvanece.
De todas formas, no importa, porque no creo que pueda
concentrarme en otra palabra.
Me doy la vuelta y vuelvo a mi habitación. De vuelta a la jaula
donde Leo me tiene encerrada. Porque eso es lo que soy, ¿verdad?
¿Una posesión que hay que encerrar? ¿Una baratija que hay que
vigilar?
Fue fácil convencerme de lo contrario anoche, con la ciudad y
todo lo que contiene reducido a nada más que un destello en el
horizonte. Ahí fuera, Leo era lo único que me mantenía a salvo,
que me mantenía a flote.
Lo deseaba en ese momento. Lo deseaba tanto que cada célula
de mi cuerpo ardía de necesidad.
Y podría jurar que también lo vi en sus ojos. Que me deseaba
como yo lo deseaba a él. No se mira una posesión así.
Simplemente no lo haces.
Solo lo miras en aquello que te hace alegrarte de estar vivo.
Pero las palabras que acaba de pronunciar y la forma en que
las pronunció van exactamente en dirección contraria. Dicen que
soy para él lo que siempre he sido para los hombres de mi vida...
Útil hasta que se desecha.
28

Cuando bajo a cenar, la mesa está puesta para dos con


servilletas de tela y cubiertos brillantes.
Pero a Willow no se le ve por ningún lado.
Mariska entra llevando una bandeja de fruta y evita el contacto
visual. Nunca sería cruel con mi servicio, pero eso no impide que
algunas de las sirvientas me tengan pavor de todos modos.
—¿Dónde está Willow? —pregunto.
La mujer parpadea, fingiendo ignorancia, pero sé que lo sabe.
En esta casa ocurren muy pocas cosas que las criadas no sepan,
deban o no.
—No se encuentra bien y no bajará a cenar —dice Mariska con
diplomacia.
Frunzo el ceño. Parecía estar bien cuando la dejé en su
habitación hace unas horas.
Le doy a Mariska una inclinación de cabeza indiferente, y ella
se escapa de vuelta a la cocina. Mientras tanto, me dirijo a la
habitación de Willow.
Cuando agarro el picaporte, está cerrada con llave. Ya debería
saberlo. Considero brevemente la posibilidad de derribarla de una
patada, solo para dejar constancia. Pero en lugar de eso, uso mi
llave para entrar en su habitación.
Está tumbada en la cama. Tiene la cara vuelta hacia la ventana
abierta. Es evidente que sabe que estoy aquí -observo cómo su
respiración se acelera y luego se calma, como si se obligara a
actuar con normalidad-, pero no se mueve en mi dirección ni
reconoce mi presencia.
No hasta que me siento en el borde de su cama. Entonces,
finalmente se incorpora lentamente y me dedica una pequeña
mirada.
—Mariska me dijo que estabas enferma. No pareces enferma.
—Yo... me sentía un poco rara antes —dice—. Pero ahora me
siento mejor.
Algo no está bien. No me mira a los ojos y su lenguaje corporal
es rígido y nervioso.
—¿Cómo fue la llamada con tus padres? —pregunto.
—Fue... difícil. Emotiva.
Lleva una camiseta negra ajustada que acentúa sus pechos. Su
escote es tentador, pero mantengo la mirada en su rostro. Nunca
es buena idea parecer demasiado preocupado. Aunque lo esté.
—Pero estuvieron maravillosos —dice con un suspiro
pesaroso—. Ni siquiera me dijeron 'te lo dije'.
—¿Es eso lo que esperabas?
—Es lo que me merecía. —Parpadea y empieza a juguetear con
las puntas abiertas de su cabello—. Intentaron con todas sus
fuerzas advertirme de él. Me negué a escuchar. ¿Qué fue lo que
me dijiste una vez: que había vivido algo, algo...
—La experiencia vivida es la única forma de convencer a
alguien donde la lógica y la razón fallan.
Vuelve a suspirar.
—Odio cuando tienes razón.
—Supuse que ya estarías acostumbrada.
—Creo que ya hemos establecido que nunca aprendo.
La observo con atención. Willow nunca ha sido la persona más
segura de sí misma, pero ha llevado su falsa valentía como una
armadura desde que nos conocimos. Verla así, tan autocrítica, tan
infravalorada... Es extraño. Inquietante.
—Quiero verlos —dice ella.
—Eso no es una buena idea en este momento.
—¿Por qué no?
—Porque los Mikhailov se están acercando. No deberíamos
hacer ningún viaje innecesario fuera de este complejo.
Ella asiente con rigidez, como si estuviera anticipando la
negativa.
—Puedes reunirte con ellos cuando las cosas se calmen —
añado.
—¿Después? —pregunta—. ¿Cuánto tiempo será eso?
—Ya veremos.
Se queda callada un momento, mordiéndose el labio inferior.
Es lo que hace cuando no está segura de si debe decir algo o no.
Solo espero. El silencio la sacará tarde o temprano.
Y, en efecto, después de uno o dos minutos, susurra:
—¿Quieres… abrazarme un poco?
Eso me sorprende.
—¿Por qué?
—Solo quiero sentir algo real.
Se da la vuelta y se tumba de lado, con una mano metida bajo
la almohada y las dos piernas dobladas hacia el pecho.
Considero la posibilidad de alejarme. Después de todo, es una
petición tonta, ella es un arma en mi arsenal, y yo no estoy en el
negocio de proporcionar apoyo emocional a las personas que
trabajan para mí.
Pero más que eso, es una petición peligrosa.
Porque si me acuesto junto a ella, no se sabe qué podría hacer
después.
Sin levantar la vista, oigo a Willow decir:
—Por favor, Leo....
Eso lo sella.
Suspiro y me acomodo a lo largo de su espalda. Con una mano
en su cadera, la atraigo hacia mí. Nos quedamos así durante no sé
cuánto tiempo. ¿Minutos? ¿Una hora? ¿Solo el lapso de unas
cuantas respiraciones?
Me esfuerzo al máximo para mantenerme a raya. Pero el olor
de la vainilla en su cabello y la calidez de su culo en mi polla me
están deshaciendo.
Y… por el amor de Dios, ¿me está moliendo de nuevo? Es tan
sutil al principio que ni siquiera lo noto. No conscientemente, al
menos.
Sin embargo, mi polla se pone en marcha de inmediato y se
pone a tono, palpitante. Y a medida que el reloj avanza, el ritmo
de sus movimientos aumenta, se intensifica.
Está de espaldas a mí, así que no puedo ver su cara para saber
si esto es a propósito. Si está dormida. Si estoy dormido.
Pero cuando mis dedos se deslizan automáticamente hacia la V
entre sus piernas y ella suelta un pequeño gemido, sé que no es un
sueño.
Willow se pone de espaldas, con una mano debajo de la
almohada y la otra buscando los rizos de mi cabeza. Tiene los ojos
entrecerrados y enrojecidos por el deseo.
—Tócame —susurra, en un tono tan bajo que casi lo pierdo.
Luego tira de mi cabeza hacia abajo hasta que mi boca se
encuentra con la suya.
Nuestras lenguas se entrelazan mientras Willow frota su
muslo contra mi erección. Gruño en su boca y le desabrocho los
vaqueros. Mi mano se desliza dentro de sus bragas y encuentra su
humedad. Vuelve a gemir, directamente en nuestro beso, mientras
la acaricio con delicadeza.
Se agita en mi palma. Otra oleada de sangre en mi polla
duplica el dolor. Estoy a punto de reventar los pantalones como
un puto adolescente cachondo que se tira en seco en el sótano de
sus padres solo por tocar a Willow entre las piernas.
—Kukolka, yo….
Entonces hace algo que no esperaba.
La mano que ha tenido atrapada bajo la almohada sale a toda
prisa. Y con ella...
Un cuchillo.
Presiona la hoja contra mi garganta desnuda. El acero es
brillante, pero no es rival para el brillo de sus ojos. Están llenos de
miedo. Nunca había usado un cuchillo como arma. Dudo que
haya usado alguna vez algo como arma.
Casi me enorgullece que intente algo tan audaz y tan estúpido.
Me detengo, aunque mi mano sigue atrapada dentro de sus
pantalones.
—¿Cuál es el plan, Willow? —gruño—. ¿Vas a cortarme el
cuello con mis dedos dentro de ti?
Puedo sentir la hoja temblando contra mi garganta.
—Yo... puedo hacerlo. Si te mueves, te mataré.
Curiosamente, este giro de los acontecimientos no ha hecho
más que endurecerme. Ahora mismo estoy a punto de reventar,
pero estoy luchando contra ello. ¿Quién iba a decir que ser
amenazado con un cuchillo durante los juegos preliminares podía
ser tan excitante?
—¿Cuánto tiempo has estado planeando esto?
—Treinta y siete minutos.
—Interesante. ¿Qué pasó hace treinta y siete minutos?
Parpadea con fuerza, forzando las lágrimas.
—Bajé a contarte lo de la llamada de mis padres, y... y... te oí.
No sé con quién estabas hablando. Pero…
—Me has oído decir que tú eras la llave.
—Te escuché decir mucho más que eso.
Su tono es sorprendentemente firme, pero su expresión se
retuerce como el viento. Parece que quiere derrumbarse, pero
tiene miedo a que, si lo hace, no haya nadie para recoger los
pedazos.
—Te dije desde el principio que esto era por venganza,
Willow. Se trata de poder. Si quieres amor, busca en otra parte. No
lo encontrarás aquí.
—¿Cómo soy la llave?
—¿Es eso lo que realmente te molesta?
Ella empuja el cuchillo un poco más fuerte contra mi garganta.
—Ahora soy yo quien tiene el control. Yo haré las preguntas.
—¿Tienes el control? —pregunto divertido—. No me parece
que sea así.
Abre la boca para responder, pero antes que pueda pronunciar
las palabras, le acaricio el clítoris con el pulgar. Ella jadea y
balbucea y la hoja se afloja contra mi garganta.
—¡Para! —grita roncamente.
—De alguna manera, pequeña, no creo que quieras decir eso.
—Tengo un arma presionando tu garganta. Deberías estar
asustado.
—¿Por qué?
—Un golpe y estarás muerto.
Me encojo de hombros.
—Entonces estaré muerto. Si tuviera miedo a morir, no habría
sobrevivido mucho tiempo en este mundo.
Ella frunce el ceño. Veo que su determinación se desvanece.
Pensó que tenía todas las cartas.
Se equivoca, como siempre.
—Estás tardando mucho en matarme —señalo—. ¿A qué
esperas?
—Yo...
—Adelante, si lo vas a hacer —digo—. Te dije que no soy un
hombre paciente.
—Estás jugando conmigo.
—Esto fue obra tuya. Preferiría estar follando contigo. Pero
tienes un cuchillo en mi garganta.
—¿Cómo pudiste? —pregunta ella.
Las palabras salen de sus labios y sé que ha hablado a su pesar.
Quería mantenerse alejada y distante. Quería mantener su
apariencia controlada. Pero por mucho que no quiera
preocuparse, lo hace.
Admito que tenerla al tanto de esto es un inconveniente.
Habría sido mucho más fácil si se hubiera mantenido en la
oscuridad hasta después de la boda.
Ahora, será aún más difícil llevarla al altar.
No es que me moleste una lucha. Simplemente no tengo
tiempo ni paciencia para lidiar con sus inseguridades cuando sus
muros se levantan.
Belov sabe que me muevo contra él, ahora. El reloj está
corriendo. Las armas han sido desenfundadas.
—Hice lo que tenía que hacer.
—Para ti.
—Para mi Bratva.
Ella pone los ojos en blanco.
—Lo mismo.
—Si supieras lo equivocada que estás.
Parpadea de nuevo, traga y redobla el agarre del cuchillo.
—Deja que me vaya. Prométeme que me dejarás salir de aquí y
te juro que no te mataré.
—Preferiría que me mataras ahora. Hay formas mucho peores
de morir que morir con mis manos dentro de una criatura tan
hermosa. Así que —digo con rotundidad—, hagamos lo que has
venido a hacer. Yo te ayudaré.
Muevo la otra mano hacia su muñeca y aprieto el cuchillo con
más fuerza en la garganta, llevándolo lentamente de un lado a
otro. La piel se rompe. La sangre cae en el hueco de mi clavícula.
Nos estamos precipitando hacia el punto de no retorno. Un
poco más fuerte, un poco más rápido, y la sangre de mi vida se
derramará sobre ella. Llevará la mancha de mi muerte mientras
sobreviva. ¿Puede soportar eso?
Ya sé la respuesta.
Por eso no me sorprende que cierre los ojos, abra la mano y
deje caer el cuchillo a la cama.
—Yo... no puedo... —respira.
Sonrío cruelmente.
—Lo sé.
Willow mira fijamente al techo. Las lágrimas que estuvo
conteniendo todo este tiempo ruedan silenciosamente por su
rostro.
Me bajo de la cama y reacomodo mi polla rígida, aunque
todavía me duele.
—Sabías desde el momento en que saqué el cuchillo que no
podía hacerlo —dice en voz baja. No es exactamente una
pregunta, pero se acerca bastante.
—Sí.
—¿Cómo?
La respuesta es obvia. Para ambos.
Pero se lo digo de todos modos.
—Sabía que no me matarías porque cometiste el error de
enamorarte de mí, Willow.
Luego me doy la vuelta y la dejo para que se ocupe de lo que
esas palabras pueden significar para los dos.
29

—Estás siendo convocada.


El hombre que está en el umbral de mi puerta no es nadie que
reconozca. Tiene unos rasgos oscuros y pesados y unos pequeños
ojos negros. Irradia violencia, lo que supongo que es la razón por
la que lo enviaron a buscarme en primer lugar.
Levanto las cejas con incredulidad.
—¿Perdón?
Pero no tiene sentido preguntar quién ha enviado a este
recadero aquí. En esta casa, solo hay un hombre que se dedica a
convocar.
No he visto a Leo en dos días enteros. No debería parecer
mucho tiempo, pero lo es.
De hecho, se siente como una vida.
Desde que me dijo que estaba enamorada de él, he estado
tratando de disuadirme. Dos días es mucho tiempo para estar en
el borde, me estoy dando cuenta.
¿Enamorada? Es una suposición atrevida. Y sin embargo, el
hecho que sea lo único en lo que puedo pensar cuarenta y ocho
horas después hace que parezca menos audaz.
—Puedes decirle a Don Solovev que se vaya a la mierda. —
Intento infundir toda la fuerza posible a mi voz.
La expresión del hombre no cambia, pero da un paso adelante,
cruzando el umbral y llegando a pararse con sus botas en la
prístina alfombra color crema. Se siente como una violación.
—Sal de mi habitación.
—Esta no es tu habitación. Esta es la casa de Don Leo. Lo que
significa que esta es la habitación de Don Leo.
—No me importa una mierda. Me quedo aquí ahora, lo que lo
hace mío. No puedes obligarme a salir de aquí.
—Esto será mucho más fácil si lo cumples.
Cumplir, qué palabra más agradable para un feo acto de
sumisión. Eso es lo que realmente quiere, ¿verdad? Mi sumisión.
Al diablo con eso. Si le doy a Leo una pulgada, él tomará una
milla. Un año luz.
Nunca se detendrá.
Así que aprieto los dientes y escupo.
—No voy a ninguna parte.
El hombre de ojos oscuros suspira. Luego, a la velocidad del
rayo, se lanza hacia adelante. Es sorprendente la cantidad de
terreno que cubre, y la rapidez con la que lo hace, sobre todo
teniendo en cuenta que debe medir cerca de dos metros y más de
cien kilos de músculo y tatuaje.
Ahora que lo pienso, su tamaño es probablemente la razón por
la que Leo lo envió aquí. Él sabía que llegaría a esto.
El bastardo realmente lo sabe todo.
—¡No! —grito mientras me sube a su hombro y me saca de mi
habitación—. ¡Maldito bruto! ¡Suéltame! ¡AHORA!
No sirve de nada. Me ignora y baja la escalera mientras grito
como una loca. Al final de los escalones, me pone de nuevo en pie.
Le empujo, lo que hace tanto bien como empujar una montaña.
Estoy a punto de darle una bofetada cuando me doy cuenta que
no estamos solos.
Hay una fila de hombres a ambos lados de mí. Todos ellos
están vestidos con trajes.
Me doy la vuelta.
—¿Qué demonios está pasando?
La línea a mi derecha se separa y dos hombres caminan hacia
mí. Los he visto a ambos antes. Incluso conozco sus nombres.
El malhumorado es Gaiman. El grande y musculoso tiene un
nombre que suena a arenilla y que de alguna manera choca con su
sonrisa encantadora. Jay, Jason... Jax. Eso es.
Me muestra esa sonrisa tan característica.
—Nunca había visto a una novia tan sudada y cabreada.
Normalmente, es todo, Mírame, estoy radiante de alegría. Haz una
foto y publícala.
El malhumorado pone los ojos en blanco.
—Cierra la boca, tío.
Un segundo después, las palabras de Jax computan.
—¿Novia? ¿De qué mierdas estás hablando?
Mira hacia abajo y hace un gesto hacia su atuendo.
—¿Crees que me pondría este traje de mono sin una buena
razón? Nos hemos arreglado para el gran día, princesa.
Miro por encima del hombro de Jax, a través de las puertas de
cristal del patio, y al jardín que hay más allá. No hay flores ni
sillas a la vista. Nada que indique que se va a celebrar una boda.
Espera: hay un escritorio en el extremo del césped. Detrás de él
se sienta un hombre con un grueso expediente delante.
Así que es real.
Está sucediendo.
Sacudo la cabeza.
—No me voy a casar con ese hijo de puta.
Jax se vuelve hacia Gaiman.
—Mil dólares a que ella dará pelea, pero Leo se saldrá con la
suya al final.
Gaiman parece muy poco impresionado.
—Es Leo —dice—. Siempre se sale con la suya. No hay trato.
—Nenaza.
—¿Dónde está? —exijo, interrumpiendo sus bromas.
—Saldrá en un minuto —responde Gaiman.
—Todos aquí son unos malditos ilusos si creen que va a haber
una boda. —le grito a la fila de hombres trajeados, pero ni siquiera
parpadean. Empiezo a preguntarme si son reales o si este piso se
convirtió en un museo de cera cuando no estaba mirando—. ¡Esto
es ridículo!
—Estoy de acuerdo —Jax hace una mueca con un movimiento
de cabeza—. Quiero decir, mira este lugar. ¿No podría haber
puesto algo de esfuerzo al menos? Tiene más dinero que Dios,
pero no se gasta en un puto arreglo floral. Lo único que hizo fue
ordenar a Artie por Internet.
—No. ¡Al infierno con el maldito no! —grito—. Vosotros dos
podéis ir a buscar a Leo y decirle que, si quiere utilizar a una
mujer para cualquier plan nefasto que esté cocinando, entonces
está ladrando al árbol equivocando. No doy mi consentimiento.
Jax frunce el ceño.
—Ser utilizado no suele requerir consentimiento.
—Lo ha entendido todo mal —digo medio enfadada, medio
suplicante—. Yo no soy la llave de nada. Tiene que encontrar a la
adecuada e ir a casarse con ella en su lugar. Arruinar su vida, no
la mía.
Jax me regala otra sonrisa con dientes.
—¿Has intentado alguna vez decirle a Leo que está
equivocado?
—Yo también puedo ser testaruda.
Arquea una ceja.
—¿Es eso lo que hace que el sexo sea tan caliente?
Lo miro fijamente, con la boca abierta.
—No te avergüences. —Se encoge de hombros—. Si tengo que
escuchar tu sexo ruidoso, entonces creo que eso me da derecho a
hacer bromas lascivas.
—Jax... —advierte Gaiman—. Deja a la chica en paz.
—Gracias —le digo—. Ahora, tal vez puedas...
—No te resistas a esto —dice, cortándome bruscamente—.
Hoy está de bastante mal humor.
Me desplomo. Parece que no encontraré ningún aliado entre
los amigos de Leo.
—Genial. Justo lo que toda chica quiere escuchar el día de su
boda.
Jax se ríe.
—Llámame loco, pero creo que este matrimonio va a ser
bueno. Creo que vosotros dos, niños imprudentes, podéis hacer
que funcione.
Gaiman murmura otra advertencia a Jax, pero no la escucho.
Toda mi atención se centra en la figura alta y oscura que acaba de
salir por una puerta lateral.
Está vestido con un traje como todos los demás. Pero todos los
demás personajillos parecen monaguillos comparados con él.
Avanza a grandes zancadas, con el cabello oscuro despeinado y
brillando con una profundidad oculta cuando la luz capta sus
rizos. Su barbilla está bien apretada, con un corte afilado.
Parece un dios.
Solo piensas eso porque estás enamorada de él.
Silencio al indeseado demonio en mi hombro, pero mi corazón
late un poco más rápido a pesar de todo. Me digo que es por las
circunstancias, no por el hombre que las ha arreglado. Pero
incluso la voz de mi cabeza se ríe de lo lamentable que es esa
mentira.
—Leo. —Me planto delante de él.
¿Es mi imaginación o sus ojos parecen un poco más avellana
hoy? Definitivamente parecen más brillantes. Y fríos.
Increíblemente fríos.
—No voy a hacer esto. No dejaré que me utilices.
Sus ojos se encuentran con los míos. Pero cuando me mira, es
como si mirara más allá de mí. A través de mí. Me asalta con su
indiferencia y su crueldad sin esfuerzo.
—Jax —ladra sin romper el contacto visual—. Gaiman.
Los dos hombres avanzan simultáneamente.
—Dice que no se unirá a nosotros. ¿Quieren ayudar?
Antes que entienda lo que está sucediendo, cada uno de ellos
me agarra de un brazo y empieza a arrastrarme en dirección al
jardín.
—¡No! —Clavo los pies en el suelo de mármol, aunque eso no
ayuda a frenar—. ¡No, no puedes hacer esto!
—¿Um, Leo? —dice Jax—. Tu novia lleva vaqueros y una
camiseta.
—Me importa una mierda —gruñe—. Necesito su firma. Eso es
todo.
Jax y Gaiman me acompañan a la hierba y al escritorio con el
hombre adusto sentado detrás. Leo sigue nuestros pasos.
Hacemos toda la procesión de la boda.
El hombre sentado detrás de la mesa se pone en pie cuando
nos acercamos.
—Te das cuenta que me están obligando a contraer este
matrimonio, ¿verdad? —le ladro.
—Me temo que eso no es asunto mío —dice.
—Por supuesto. Porque eres igual que todos estos tontos sin
cerebro: una marioneta.
Si el insulto cae, no ofrece ninguna señal de ello. Se limita a
echar una mirada a Leo y a asentir reverencialmente con la cabeza.
Leo viene a ponerse al lado de nuestro desgarbado trío.
—Soltadme —digo bruscamente a Jax y Gaiman.
—Si te imaginas que hacen algo sin que yo lo diga, entonces
eres más ilusa de lo que pensaba —suspira Leo.
—Entonces diles que me suelten.
Levanta las cejas.
—Pídelo amablemente.
Mi cara se enrojece de ira. Ya es bastante molesto que haga esta
mierda cuando estamos solos, pero delante de todos sus hombres,
se siente aún más degradante.
—No soy una maldita niña, Leo.
Se encoge de hombros.
—Entonces deja de actuar como tal. Deja de hacer un
espectáculo de ti misma.
—¿Yo estoy haciendo un espectáculo? —Miro a los hombres
trajeados que han salido de la casa para reunirse en filas
ordenadas detrás de nosotros—. Estás bromeando, ¿verdad?
Me ignora y se dirige al hombre que está detrás de la mesa.
—Acabemos con esto.
El hombre saca el documento. Está impreso en papel blanco y
nítido. Una formalidad.
Recuerdo haber firmado una vez una línea de puntos similar
con Casey. Entonces estaba emocionada y feliz. Nunca se me pasó
por la cabeza que estaba firmando mi propio encarcelamiento.
Pero esta vez, soy muy consciente de ello.
Miro fijamente a Leo mientras firma con un elegante golpe de
muñeca. Es tan ordenado, tan tranquilo. Nada de esto parece un
matrimonio. Es como un... trato de negocios.
Que, pensándolo bien, es exactamente lo que es esto.
No hay votos. No se derraman lágrimas. No del tipo feliz, al
menos. Es todo cortante y directo y seco como el infierno.
—Es su turno de firmar, Sra. Powers.
Las palabras me devuelven a mi cuerpo. De vuelta al momento
actual.
Miro fijamente al hombre que está detrás de la mesa. Sus ojos
son azules como los míos. Quiero encontrar algo familiar allí.
Algún tipo de conexión humana. Tal vez si lo encuentro, el
hombre se eche atrás. Tal vez me salve.
Pero entonces mira a Leo. Nervioso. Asustado.
Él no va a salvarme. Nadie lo hará.
Sacudo la cabeza.
—No puedo —susurro.
Leo se frota los ojos.
—Jax.
Desde atrás, me empujan la mano derecha hacia delante y me
plantan el bolígrafo entre los dedos. Jax pone una mano entre mis
omóplatos y me obliga a inclinarme sobre la mesa.
Lucho, pero me resulta difícil. Sé que no hay que luchar contra
ello. El daño ya está hecho.
Tomando una posición detrás de mí, Jax me agarra la muñeca
y la mueve en un burdo facsímil de firma. Aparece algo que se
parece a mi nombre.
Y entonces está hecho.
—Ya está —dice el hombre—. Os declaro marido y mujer.
Enhorabuena, Sr. y Sra. Solovev.
Miro a Leo con incredulidad. Ni siquiera me dedica una
mirada de cortesía. Se da la vuelta y vuelve a entrar en la casa.
Por encima de su hombro, ladra:
—Llévenla a la suite.
30

"La suite" podría resultar lujosa si no me hubieran arrastrado


aquí contra mi voluntad.
Ocupa la mayor parte de la tercera planta y se abre a un
amplio salón con un bar en la esquina, lo cual es estupendo,
porque Dios sabe que necesito una copa.
Me tropiezo, descorcho una botella de vodka y doy un largo
trago. Lo único que escucho es el trago en mis oídos. Lo único que
siento es el ardor en mi garganta.
Pero, afortunadamente, me quita el filo de las emociones. Y
Dios sabe que también lo necesito.
Dejo la botella y respiro en silencio un momento. Por eso no le
oigo entrar. No es hasta que se aclara la garganta cuando me doy
la vuelta en un momento de pánico.
—Las personas normales lo vierten primero en un vaso —
comenta despreocupadamente.
—¿Qué sabes tú de la gente normal? —le respondo
bruscamente.
Se ríe y se acerca a la barra, donde se sirve un whisky en un
vaso adornado.
Siento un lento temblor invadiendo mis entrañas. He
aprendido a ponerme nerviosa cuando los hombres beben. Casey
siempre se ponía ruidoso y descuidado cuando bebía. Cuando
estaba realmente borracho, se volvía francamente cruel.
Sobrio como una piedra, le tengo más miedo a Leo que a
Casey.
No estoy segura querer saber cómo es cuando está borracho.
Se gira y me observa mientras da un sorbo a su bebida. Sus
ojos serpentean por mi cuerpo, arriba y abajo. El silencio se alarga,
me pesa hasta que no puedo soportar la pesadez de la habitación.
—No sé cuál es tu plan, pero no va a funcionar —le digo.
—Y tú lo sabes... ¿por qué?
—Porque te has equivocado de chica.
Me echa una mirada apreciativa.
—¿Lo he hecho?
—Quienquiera que creas que soy, no lo soy. No soy una llave.
No soy un arma. Solo soy... yo.
Asiente con la cabeza.
—Todo es cierto.
—Entonces, ¿por qué me tienen aquí?
—Todo es cuestión de percepción, Willow —dice—. Puede que
no seas importante, pero si la gente cree que lo eres, eso es lo
único que importa.
—No... no entiendo. ¿Estás diciendo que los Mikhailov creen
que soy alguien que no soy?
—Algo así.
—¿Quién se creen que soy?
—Alguien a quien quieren lejos de mí.
No es una respuesta, en realidad, pero es más de lo que he
obtenido de él antes.
—¿Por eso me llevaste?
Sacude la cabeza.
—Te habría elegido a pesar de todo.
—Lo que dices no tiene sentido.
—Siempre tengo sentido. —Toma otro sorbo de su bebida—.
Simplemente no lo entiendes.
—¿Tiene sentido pedirte que me lo expliques?
—Ninguno en absoluto.
Suspiro y me acerco a la barra. Leo está arrellanado contra ella,
con la camisa desabrochada en el cuello para mostrar el curtido
bronceado de su clavícula. Es lo más reposado que le he visto
nunca.
Y sin embargo, todo en él sigue gritando intensidad.
—Casey solía beber mucho —digo para llenar el silencio.
Responde tomando otro sorbo.
—Bebía porque era un hombre enfadado al que no le gustaba
que las cosas no salieran como él quería —digo—. ¿Por eso bebes?
—No. Bebo para olvidar las cosas que he hecho.
Estudio el perfil de Leo. La inclinación de su nariz, el borde
cuadrado de su barbilla. Parece una estatua. Como un hombre
fundido en mármol, atrapado en medio de una pesadilla de la que
no puede escapar. Duro como la piedra, incluso cuando algo se
cuece bajo la superficie.
—¿Qué has hecho, Leo? —susurro.
—Me he ceñido al plan —dice—. Siempre me atengo al puto
plan.
Termina lo último de su segunda copa.
Por lo general, a estas alturas, Casey se ponía grosero.
Empezaba a tocarme y a hacer bromas lascivas a mi costa. Incluso
entonces, sabía que se debía a su propia inseguridad.
Pero no veo esa misma inseguridad en Leo.
Siempre tiene una mano en el volante. La otra, la utiliza para
controlar a todos los que lo rodean.
Leo no parece cansado, no parece nada menos que magnífico,
pero debe ser agotador, siempre tirando del hilo. No relajarse ni
un solo segundo. Nunca bajar la guardia por miedo a despertarse
con un cuchillo en la espalda.
Me siento, asegurándome de mantener un taburete entre
nosotros.
—¿Es real? —pregunto.
—¿El matrimonio?
Asiento con la cabeza.
—Sí. Es real.
—Supongo que el divorcio no es una opción.
Mira y estudia mi cara por un instante.
—No.
Respiro profundamente.
—¿Sabes por qué decidí llamar a mis padres en primer lugar?
No dice nada. Solo mira al frente, como si tuviera otras cosas
en la cabeza. Como si no me hubiera escuchado en absoluto.
Continúo de todos modos.
—Les llamé porque realmente creía que estaba en un lugar
mejor de mi vida. Quería demostrarles que me iba bien. “Eh,
miradme, mamá y papá. Me he divorciado del gilipollas
manipulador y emocionalmente abusivo del que me advirtieron y
estoy tomando las riendas de mi futuro”. —Me río entre dientes—
. Pero como dijiste: todo es cuestión de percepción, ¿no? Hace
unos días veía las cosas de otra manera. Ahora, mi percepción ha
cambiado.
—¿Qué creías que iba a pasar, Willow?
—Solo pensé... bueno, supongo que pensé...
—¿Pensaste que me despojaría de la máscara de monstruo y
me convertiría en un príncipe? —El desdén en su voz es puro
ácido.
—No, no del todo…
—Estás buscando un final feliz donde no lo hay —interrumpe
con dureza—. Bueno, déjalo. La felicidad es la mayor estafa de
todas.
Frunzo el ceño.
—¿Significa eso que no eres feliz?
Un hombre como Leo, poderoso, temido, dominante, debería
tener todas las razones para ser feliz. Nadie puede hacerle daño.
—Los únicos felices son los muertos. Todos los demás están
contentos en el mejor de los casos. Es una forma mejor de vivir.
Lo considero por un momento. Es morboso, como mínimo,
pero no está totalmente fuera de lugar, supongo. Es un hombre
duro, nacido en un mundo duro, que se ha abierto paso a través
de todo. No debería esperar sol y arco iris en su filosofía de vida.
Entonces, antes que pueda pensarlo mejor, suelto una
pregunta que lleva mucho tiempo dando vueltas en mi cabeza.
—¿Cómo era tu hermano?
Eso llama su atención. Cuando se vuelve hacia mí, parece que
me ve por primera vez desde que entró en la suite. Sus ojos
recorren mi cara, buscando... algo, supongo. Me pregunto si
encontrará lo que busca.
Si es así, no da señales de ello. Su mandíbula se aprieta.
—Era el mejor hombre.
Y eso es todo. Eso es todo lo que me da.
Pero es un vistazo. Un pequeño vistazo detrás de la cortina de
rostro pétreo de Leo Solovev. Y me muestra algo, puede ser el
bastardo más engreído que he conocido... pero no se cree
realmente perfecto.
—Pavel tenía amor en su vida y una mujer que lo correspondía
—digo yo—. Tal vez eso lo hizo más fuerte. Tenía la capacidad de
amar. Lo cual, anecdóticamente, es una cualidad de la que pareces
incapaz.
—Soy capaz. Solo que no me interesa. —Sus ojos se
estrechan—. No cometas el error de esperar más de lo que estoy
dispuesto a dar, Willow.
—Nunca te pedí nada.
Sus ojos se clavan en los míos y, de repente, deseo que evite mi
mirada.
—No tienes que decirlo en voz alta para pedirlo. Tus ojos, tu
lenguaje corporal... tu coño húmedo. Todo eso habla más que las
palabras.
Mis mejillas se sonrojan, mis puños se agitan y, justo en el
momento, mis muslos hormiguean con ese familiar murmullo
atrayente. Incluso después de todo lo que me ha hecho, sigo
deseándolo.
¿Qué tan enfermo es eso?
—Te equivocas, lo sabes —digo bruscamente, poniéndome en
pie de un salto—. No te deseo.
Se levanta y aparta el taburete que hay entre nosotros. El
taburete cae al suelo, pero mis ojos permanecen fijos en él. Estoy
tensa de pies a cabeza, hasta que me toca.
En cuanto sus dedos rozan mi cadera, me derrito.
Leo lo nota. Me separa suavemente las rodillas con las suyas y
se acerca lo suficiente a mí para que nuestro aliento se mezcle en
el aire.
—Mírame.
Si lo hago, me estoy sometiendo. Si no lo hago, estoy probando
su punto. En cualquier caso, pierdo. Así que lo miro a los ojos y
trato de eliminar toda emoción de los míos.
Me estudia con curiosidad. Hoy no hay suavidad en su rostro.
Por sí solo, el color de sus iris es precioso y vibrante. Me
recuerdan al otoño: ámbar y naranja intenso y casi melancólico, de
la manera más extraña.
Pero están llenos de profundidades interiores a las que parece
que no puedo llegar.
Cuando su mano recorre mi brazo desnudo, jadeo. La
electricidad que me recorre tan solo con su contacto me sorprende.
—Tienes que dominar tus reacciones si vas a mentir así.
Me separo de él y avanzo hasta el centro de la suite.
—Esto está tan, tan... mal. ¿Te das cuenta, eres consciente de lo
jodido que es todo esto? Me encontraste en mi punto más débil y
vulnerable y luego me manipulaste para... para...
Espera que encuentre las palabras.
Pero no lo hago. En lugar de eso, le clavo la mirada más dura
que puedo y le digo:
—Me merezco saber la verdadera razón por la que estoy aquí.
Quiero saber por qué crees que soy una especie de arma secreta.
Asiente con la cabeza, casi con orgullo, como si por fin hubiera
superado una prueba que estaba esperando que terminara.
—De acuerdo. Te lo diré.
Parpadeo, sin saber si le he oído bien.
—¿Lo harás?
—Lo haré. —Se mueve hacia mí lentamente—. Pero primero...
tenemos que consumar este matrimonio.
Y ahí está la trampa. Me puso la zanahoria delante, pero con él
nunca es tan fácil como estirar la mano y cogerla. Tengo que
trabajar por ella.
—¿Hablas en serio?
—Siempre hablo en serio. —Sonríe—. Abre las piernas para
mí, kukolka. Muéstrame hasta dónde estás dispuesta a llegar para
conseguir lo que quieres.
Es un desafío. No se trata de sexo; se trata de control.
Y sin embargo, mi coño grita a la vida. Todo mi cuerpo se
siente como si estuviera en llamas.
Lo único que puede apagarlo es él.
—Si hago esto, ¿me lo dirás?
—Sí.
Respiro profundamente.
—Que así sea.
Ladea la cabeza. Luego se acerca al sofá de cuero y se sienta.
Mantiene las piernas abiertas, y entiendo qué hacer a
continuación.
Avanzo, pero él levanta la mano para detenerme.
—Quítate la ropa.
Puede darme órdenes, puede retorcerme y empujarme a esto,
pero no puede obligarme a hacer todo exactamente como él quiere.
Así que a la mierda un striptease, a la mierda la tensión sexual, a
la mierda todo. Esto es una transacción. Nada más y nada menos.
Me apresuro a quitarme la ropa como si estuviera ardiendo,
dejándola en un montón en el suelo.
A Leo no parece importarle. Cuando estoy desnuda, me
arrodillo entre sus piernas y le bajo la cremallera con brusquedad.
Tampoco parece molestarse por mi agresividad. De hecho, parece
divertido.
Eso solo me hace enfadar más. Cuando saco su polla, aprieto
su eje más fuerte de lo necesario.
Ni siquiera se inmuta.
—Si estás tratando de hacerme sentir dolor, esa no es la
manera de hacerlo —dice—. Ahora, trágate mi polla, Willow.
Las palabras encienden mi ira. ¿Cómo te atreves? Quiero gritar,
pero también... deseo. Me inclino hacia delante y me lo llevo a la
boca.
Lo chupo con fuerza, haciendo girar mi lengua mientras sorbo
y me deslizo por su polla. De repente, se inclina hacia delante y se
introduce más profundamente en mi garganta.
Un segundo después, siento sus dedos en mi coño.
Empuja dentro de mí y grito, aunque el sonido es solo un
gemido apagado con su polla en mi boca.
Mueve sus caderas lentamente, follando mi boca mientras
explora mi coño. Estoy tan húmeda que noto mis jugos corriendo
por su mano.
Intento recuperar el control y retroceder, pero Leo enrosca sus
dedos en mi cabello y me sujeta contra él. Con sus dedos dentro
de mi coño y su polla en mi boca, es mi dueño.
Mis manos encuentran sus muslos mientras me aferro a su
vida. Me está llevando más allá de los límites que no sabía que
tenía. En un momento dado, creo que podría ahogarme con su
polla y desmayarme.
Pero justo cuando mi visión empieza a nublarse, se retira. Con
un grito ahogado, caigo de espaldas contra la suave alfombra, con
la saliva colgando de mis labios.
Permanece en su silla, mirándome con satisfacción.
—Has estado mojada mucho antes que te tocara esta noche.
No puedo negarlo. Solo sintió la prueba de ello.
—¿Estamos hablando o follando?
Sonriendo sombríamente, se levanta. Estoy a punto de pagar
por ese comentario.
Leo se quita el pantalón y se saca la camisa por encima de la
cabeza. Tiene los abdominales más definidos y hermosos que he
visto en un hombre. Tengo el repentino deseo de sentarme y
lamerlos como si fueran una tableta de chocolate.
Sin embargo, antes de poder hacer realidad ese deseo, está
encima de mí, empujándome contra la alfombra. Me agarra por las
muñecas y las clava en el suelo, obligándome a arquear la espalda.
Siento su polla en mi coño durante un segundo antes que se
introduzca en mi interior. Es sencillo, mi cuerpo traidor está más
que preparado para él. Se desliza sin resistencia llenándome por
completo.
Pero no hay nada que prepare mi cuerpo para la forma en que
me folla después de eso.
Se retira y se abalanza sobre mí una y otra vez. No disminuye
la velocidad ni me da un momento de respiro. Realmente siento
que está intentando follarme hasta la muerte.
Lo único que puedo hacer es gritar y retorcerme debajo de él,
soportando el placer que me hace sentir. Demasiado pronto, me
arranca un orgasmo. Me deja jadeando y balbuceando en busca de
aire.
Pero aún está lejos de haber terminado conmigo.
Me retuerzo y me agarro contra él, las sensaciones me
abruman hasta el punto de desmayarme, pero Leo no disminuye.
Mis pechos rebotan salvajemente y empiezan a doler por la fuerza
de sus embestidas. Veo sudor resbalándole por el pecho.
Después del primer orgasmo, deliro. Pero el segundo orgasmo
me reanima. El placer lo intensifica todo, y siento cada centímetro
de él dentro de mí, como si la realidad se hubiera elevado a un
once sobre diez.
Es una dulce tortura mientras me lleva al tercer y último
orgasmo. Este es silencioso y lo consume todo.
Después que abandone su control sobre mí, estoy completa y
totalmente agotada. Lo único que puedo hacer es tumbarme en la
alfombra mientras Leo se lleva hasta el final y explota dentro de
mí.
En cuanto termina, se aparta, poniéndose en pie. Estoy
jadeando, pero Leo no parece estar sin aliento. Solo sudado.
Quiero admirar las artísticas líneas de su cuerpo, pero mi
mente está preocupada por el premio por el que acabo de abrir las
piernas.
—Ahora dime —digo con firmeza—. Teníamos un trato.
—¿Lo hicimos?
Lo fulmino con la mirada.
—No juegues conmigo.
—Acabo de terminar de jugar contigo.
Cojo mi camisa y me la pongo por encima del cuerpo.
—Teníamos un trato, Leo. Lo prometiste.
Todavía me tiemblan las piernas por los orgasmos. Me pondría
de pie, pero no estoy segura de no caerme de bruces. El sexo casi
me incapacita.
Sin embargo, Leo parece estable. Me mira fijamente durante un
momento y luego levanta un hombro musculoso encogiéndose de
hombros.
—Mentí.
Sin decir nada más, se aleja, dejándome desnuda en la
alfombra.
31

—¿Está hecho? —pregunto.


La voz en el teléfono es segura.
—Sí, jefe. Hemos terminado el trabajo esta mañana.
—¿Sin ser detectados?
Espero que sea así. No estoy de humor para matar a nadie por
incompetente esta noche.
—Ha pasado dos horas y nadie ha venido a husmear.
Sonrío. Siete jodidos años y por fin todo empieza a encajar.
—Bien hecho —le digo—. Lleva al equipo esta noche. Al club
que quieran.
—Quieren ir al Rouge.
Por supuesto que lo querrían. Es el mejor club de striptease del
estado. Y por el precio adecuado, puedes tener un rato en privado
con la dama -o damas, en plural- de tu elección.
Mañana tendré que pagar una cuenta gigantesca, pero no voy
a negar a mis hombres su derecho a celebrarlo. Estoy feliz de
recompensarlos por un trabajo bien hecho.
—Díganles que lo celebren —digo yo—. Pero mañana, más
vale que estén preparados para volver al trabajo.
Cuelgo justo cuando Jax entra en la habitación, con Gaiman
cerca de él.
—¿Hablando contigo mismo otra vez? —pregunta Jax—. Oh,
dulce Jesús, ¿eso es una sonrisa en tu cara? ¿Significa eso que
Willow ha renunciado al tratamiento de silencio?
Lo ignoro.
—Ambas bombas han sido colocadas con éxito.
Gaiman no parece sorprendido, pero Jax se queda con la boca
abierta.
—¡Claro que sí, joder! Esto es lo que hemos estado esperando.
—¿Significa eso que es hora de moverse? —pregunta Gaiman.
—Todavía no.
—¿A qué demonios estás esperando? —pregunta Jax con
impaciencia.
—Agente Treinta y Uno.
—Agente Treinta y Uno —murmura Jax poniendo los ojos en
blanco—. Veintitrés, Treinta y Uno, Sesenta y Nueve... ¿Cómo se
supone que un hombre puede seguir el ritmo de todos estos
números?
—Algunos tenemos más de una neurona para ayudar —dice
Gaiman. Vuelve a centrar su atención en mí—. ¿El agente
comunicará el momento del golpe?
—Correcto —digo—. Quiero asegurarme que derribamos a
tantos miembros de alto rango de los Mikhailov como podamos
durante la detonación. Si cortamos la cabeza de la serpiente, el
resto de esos putos cobardes caerán a nuestros pies.
—¿Estás seguro que no te retrasas porque estás demasiado
ocupado con tu sonrojada novia? —pregunta Jax con una sonrisa
sugerente—. ¿O hay problemas en el paraíso? Hoy parece estar
deprimida.
Hago una mueca y finalmente lo reconozco.
—Está haciendo pucheros.
—¿Tu polla no es lo suficientemente grande para ella?
Sonrío.
—Tu preocupación por el tamaño de la polla es reveladora,
amigo mío.
—Sí, se puede decir que tengo una polla gigante —bromea.
—La palabra que buscas es "sobre compensar". Hay un
diccionario en ese estante para ayudarte.
—Lo sacaré ahora mismo y te lo mostraré. Puedes decidir si
estoy sobre compensado.
Pongo los ojos en blanco.
—Deja de comportarte como un chico de fraternidad
cachondo. Tenemos asuntos que discutir. ¿Tenemos un hombre en
Belov?
Gaiman asiente.
—Está en el país. Sus movimientos se han limitado a lugares
frecuentados por Mikhailov y a la finca principal.
—¿Vive allí ahora? —pregunto.
—Aparentemente, se mudó hace un año —interviene Jax.
—Interesante. ¿Algo más?
Gaiman sacude la cabeza.
—Nada perspicaz. El hombre tiene un enorme equipo de
seguridad que lo sigue a todas partes. Y ha aumentado desde que
se enteró de lo de Willow.
—¿Sabe lo del matrimonio?
—No lo creo —dice Gaiman—. Todavía no, al menos. Pero es
solo cuestión de tiempo. Aunque conociéndote, ya vas tres pasos
por delante. ¿Estoy en lo cierto?
—Como siempre, sobrat.
—¿Quieres compartir esos pasos con nosotros? —pregunta Jax
con tono irritado.
Antes que responda, se oye un golpe seco en la puerta,
acompañado de una voz.
—¿Jefe?
Jax avanza y abre la puerta.
—Chezny. ¿Qué quieres?
Chezny es un Vor menor. Solo lleva unos años, pero está
ansioso por complacer. A algunos de los otros hombres les
molesta, como un cachorro demasiado excitado. Pero lo único que
me importa es que sea un luchador hábil y leal. En unos años,
incluso podría ganarse la distinción.
—Necesito entregar esta carta a Don Leo.
—Yo se la daré. —Jax la alcanza, pero Chezny le retira la
mano.
—Me dijeron que pusiera la carta directamente en sus manos
—dice Chezny.
—Jax —le digo—, deja pasar al chico.
Con un gruñido resignado, Jax abre la puerta un poco más y
Chezny pasa aprisa. Tiene veintitrés años, pero parece más joven.
Tiene cara de niño. Ojos azules brillantes, también, siempre
abiertos y expectantes.
—Era yo el que estaba en la puerta cuando esto llegó —
explica—. Me lo entregaron personalmente. Un cabrón se acercó y
me lo entregó.
Inspecciono la carta. Sobre normal, grosor normal, nada fuera
de lo normal.
—¿La has hecho revisar?
Parece un poco aturdido.
—Yo... es una... ¿carta?
—No importa. Solo dámela —digo impaciente.
—Si morimos, es por tu culpa, mequetrefe —gruñe Jax,
eclipsando al chico por detrás.
La carta está dirigida a mí. No tiene remitente. Al abrirla, se
me ocurre algo. Me llevo la carta a la nariz y la huelo.
—Está perfumada.
—¿Perfumada? —dice Gaiman, avanzando—. ¿Deberíamos
revisarla primero?
—Hemos vivido tanto tiempo. ¿Qué es la vida sin un poco de
riesgo? —Abro el sobre. Pero antes de sacarlo, lanzo una mirada
mortal a Chezny—. ¿Hay alguna razón por la que sigas aquí?
Sale rápidamente de la habitación. Jax le cierra la puerta.
—¿Por qué lo tenemos cerca? —gruñe.
—Porque veo potencial en el chico.
—No siempre tienes razón —murmura.
—¿Qué fue eso? —pregunto con insistencia.
—Nada —dice rápidamente—. Nada en absoluto.
Tiene una boca inteligente, aunque realmente no es idiota. Al
menos no todo el tiempo.
Reprimiendo una sonrisa, saco la carta y la abro. Mis ojos se
dirigen automáticamente al nombre que aparece en la parte
inferior del papel.
—Jodido infierno. Ella escribió.
—¿Quién? —pregunta Jax.
Levanto la vista.
—Anya.
Gaiman parece tan sorprendido como Jax esta vez.
—¿Has dicho Anya? ¿Como la jodida Anya Mikhailov?
Asiento con la cabeza.
—La única.
—¡Blyat10'! —Jax lanza a Gaiman un puñetazo fuera de juego—
. La mismísima diablesa. ¿Qué dice?
—Cállate y tal vez te lo diga.
Los dos se quedan en silencio mientras leo su carta. Está escrita
a máquina, así que no hay forma de descifrar la letra y confirmar
la autenticidad.

10 Блять o Blyat. Mierda en ruso.


Don Solovev,
Debe saber que le escribo hoy sin el conocimiento de mi padre ni de su
perro rabioso, Spartak Belov. Ellos no aprobarían que me dirigiera a
usted. Pero creo que sabe por qué tuve que hacerlo.
Hay una petición que quiero pedirle y es el tipo de petición que
merece una conversación cara a cara. Solicito una reunión. Solo Ud. y
yo. Estaré en la dirección indicada a la hora indicada. Espero que venga
para que podamos hablar.
Su reputación recién sale a la luz, Don Solovev. Y debo decir... que
estoy impresionada. No lo digo a la ligera.
Anya Mikhailov
—Anya jodida Mikhailov —murmura Jax para sí mismo, como
si aún no pudiera creerlo. O tal vez sigue obsesionado con
acostarse con ella. Nunca se sabe con él.
Tiro la carta a un lado. Gaiman la recoge inmediatamente y la
revisa él mismo.
—Ya sabes lo que quiere.
—Todos sabemos lo que quiere —digo asintiendo—. Pero no
lo va a conseguir.
—¿Significa eso que no vas a quedar con ella? —pregunta
Jax—. Porque una reunión podría ser útil.
Entrecierro los ojos.
—Quiere reunirse a solas, Jax. No te llevaría conmigo.
—Al diablo con eso. Necesitarás seguridad.
—Soy mi propia seguridad.
—La mujer ha asesinado al menos a dos maridos. Vas a
necesitar seguridad —repite.
Pongo los ojos en blanco.
—Tú eres el que quiere ser su tercer marido. Tú necesitas la
seguridad, no yo.
—Leo, creo que es mejor evitar esto —dice Gaiman con
cautela.
—En este caso, la precaución es cobardía —afirma Jax—.
Tienes miedo.
Si hubiera sido cualquier otra persona que no fuera Jax el que
hubiera dicho eso, Gaiman le habría dejado sin palabras. Tal y
como está, mira a Jax con los puños apretados a los lados.
—La precaución es un signo de inteligencia. No es que seas
capaz de entenderlo.
—¡Es la única hija de Semyon! —insiste Jax—. Es la princesa
Bratva de las princesas de la Bratva. ¿Cómo podemos dejar pasar
la oportunidad de conocerla? ¡Ella podría ayudarnos!
—¿Ayudarnos a hacer qué? —pregunto.
—¡Derribar a los Mikhailov desde dentro!
Resoplo.
—Esa mujer no ha estado dentro de la Bratva Mikhailov desde
hace mucho tiempo. Ella y su padre apenas se hablan. Él entregó
su Bratva a otro hombre, ¿recuerdas?
—Más razón para conocerla. Está claro que quiere hundir a su
padre de mierda, igual que nosotros.
—Estás confundiendo el enfado con la deslealtad —digo con
frialdad—. Que esté enfadada con su padre no significa que vaya
a actuar contra él.
—Ella se puso en contacto contigo, ¿no? —señala Jax.
—Tiene un propósito específico para esta reunión. No tiene
nada que ver con hacer caer a su padre.
—No lo sabes.
—Esto es lo que sé —digo—. La mujer es una víbora. Puede
que haya dejado que la Bratva pase a otra persona sin luchar, pero
tiene una base leal de hombres que la siguen. No es la inocente
princesa exiliada como se presenta.
Los ojos de Jax se abren. La expresión de Gaiman no cambia,
pero noto que sus hombros se tensan.
—¿Tiene hombres?
—Muchos. Más que una seguridad estándar. Todavía no es lo
suficientemente fuerte como para desafiar a su padre, pero la
mujer es una líder. Es toda una alfa.
Gaiman asiente.
—Confiar en que está de nuestro lado es un error. Aliarse con
ella es uno aún mayor.
—Por el amor de Dios, ninguno de los dos está entendiendo
esto —ladro—. No necesito aliarme con nadie. He hecho todo esto
por mi cuenta, y también lo terminaré por mi cuenta.
Jax frunce el ceño.
—¿Así que no vas a quedar con ella?
Lo ignoro y me pongo en pie.
—Leo, ¿a dónde vas?
Yo también ignoro eso.
—Comprueba con Inteligencia. Quiero asegurarme que todas
mis piezas móviles siguen moviéndose.
—¿Cuál de nosotros?
—No me importa una mierda.
Con eso, los dejo en el despacho y subo a la suite. Hay una
bandeja de comida sin tocar frente a la puerta, con un solo bocado
de la tostada. Parece que la pequeña cree que con una huelga de
hambre conseguirá lo que quiere.
Como todo lo que está pasando, no tiene ni idea de lo
equivocada que está.
Me detengo con la llave en la puerta. No he subido aquí desde
la noche de bodas. He mantenido la distancia a propósito. Primero
tiene que entender quién soy.
Esto no es un cuento de hadas, y no soy un maldito príncipe
azul.
Soy el caballero negro que mata al hijo de puta del caballo
blanco.
Mientras la fría certeza fluye por mis venas como es debido,
me permito entrar. La encuentro en el sofá, vestida con un kimono
largo y vaporoso. No se me escapa que está sin sujetador. En
cuanto me ve, se pone en pie de un salto.
Debe de haberse lavado el cabello recientemente, porque le cae
por los hombros con unas ondas deliciosas.
—No has comido —comento.
Su rostro se retuerce con oscura diversión.
—¿Qué te importa?
—Te necesito viva si mi plan va a funcionar.
—Bueno, lo siento si no me importa tu nefasto plan maestro.
—Si no comes, te alimentaré a la fuerza. ¿Es eso lo que
prefieres, Willow?
Sus ojos se agrandan y traga con fuerza.
—Yo... no me he sentido muy bien últimamente.
La miro fijamente, buscando señales. Su tez es rosada y parece
fuerte. Vital. Tan tentadora como siempre.
La única diferencia notable que puedo ver es que parece haber
perdido un poco de peso. Sus clavículas siempre fueron
prominentes, pero ahora sobresalen de su cuerpo en puntas
afiladas. Preocupantemente afiladas.
—Si comes un poco más, te sentirás mejor.
—Tengo demasiadas náuseas para comer.
—Tal vez deberías dar un paseo por el recinto.
—No voy a salir de esta habitación.
—¿Ni siquiera si te dejo intentar escapar? Podría ser un juego
divertido.
Me lanza una mirada fulminante.
—¿Sabes qué? He terminado de hablar contigo.
Se deja caer en el sofá y coge el libro que tenía en la mano
cuando entré, fingiendo que lee. Pero sus ojos no se mueven.
Permanecen fijos en la página, esperando que yo diga algo.
Sonrío y camino hacia ella. Su cuerpo se pone rígido.
—Estás luchando una batalla perdida aquí, Willow —digo con
rudeza—. Puedo acabar con tu silencio si quiero.
Se muerde el labio. Se niega a abandonar su nueva táctica, lo
que me hace estar más decidido.
La agarro por los pies y tiro con fuerza, haciéndola deslizar
por el sofá hasta quedar mirando al techo. Antes que pueda
enderezarse, le abro la bata. Se rompe en mis manos como un
pañuelo de papel.
Jadea mientras miro fijamente su desnudez. Una mirada me
dice que está lista para mí. Sus pezones están duros como
diamantes. Quiero chuparlos hasta que gima.
En lugar de eso, me dejo caer entre sus piernas. Suelta un
sonido desgarrado e intenta apartarme, pero alejo sus manos y
presiono mi lengua contra su coño.
—J-j-oder —gime.
—¿Qué fue eso? —Me burlo.
Se muerde el labio y me mira fijamente con nueva
determinación.
—Está bien. Nos queda mucho por hacer, a ti y a mí.
Me vuelvo a inclinar y le paso la lengua por los labios. No
emite ningún sonido, pero noto que se estremece. Su cuerpo me
responde incluso cuando ella no lo hace.
Con cada vuelta de mi lengua, se estremece. Puedo sentir
cómo crece su humedad. Su rostro está herido por un deseo del
que quiere deshacerse desesperadamente. Pero en lugar de
apartarme, clava sus uñas en el cojín del sofá. Se resiste a dejarse
llevar porque sabe que voy a seguir. Está preparada para ello.
—Debes de sentirte muy sola sentada en esta habitación —
digo contra su centro—. ¿Pensaste en lo duro que te follé?
Se retuerce bajo mi boca, pero la inmovilizo con un
movimiento de lengua. Todo su cuerpo se tensa, a punto de
romperse.
—¿Cuántas veces te has tocado pensando en mí? —pregunto—
. ¿Fantaseaste con lo que estoy haciendo ahora?
Introduzco mi lengua dentro de ella y se incorpora con otro
jadeo involuntario. Pero un jadeo no es suficiente. No es lo que
vine a buscar.
Así que hago lo que mejor sé hacer, pongo mi mente en la tarea
que tengo entre manos. Y como todo en mi mundo...
No me detengo hasta conseguir exactamente lo que quiero.
32

El sexo con Casey siempre fue una tarea. Algo que había que
soportar, no disfrutar.
¿Sexo con Leo?
Es algo totalmente distinto.
Me conduce a mi cerebro animal y en ese estado, todo lo que
quiero es a él. Su cuerpo, su polla, el delicioso subidón que me da
cada vez que me saca un orgasmo.
La forma en que ardo por él no es normal. No puede serlo,
sobre todo teniendo en cuenta la montaña rusa emocional en la
que hemos estado los últimos meses.
Es mi captor. Debería odiarlo. Debería luchar contra él y
quitármelo de encima.
En cambio, estoy de espaldas y su cabeza está entre mis
piernas. Y espero que nunca jamás termine.
Ningún hombre me ha penetrado así antes. Es como si
realmente quisiera estar allí. Esto no es solo el primer paso
necesario antes de llegar a algo mejor.
Pero no puedo decir una palabra.
No hables. No gimas. No grites.
Lo repito como un mantra. Pero por la forma en que me está
devorando, sé que solo me quedan unos minutos antes de
correrme en toda su cara.
Su lengua se desliza por mi coño y encuentra mi clítoris. Me
muerdo para no gemir, pero de todos modos sale un hilillo que
delata toda la tensión que se desata en mi interior.
—Vamos, Willow —me instiga—. Dime cuánto te gusta mi
lengua.
No. Me niego a darle la misma satisfacción que me está dando
a mí.
—¿No? —pregunta—. Lástima.
Dos dedos se deslizan dentro de mí justo cuando él pasa su
lengua por mi dolorido clítoris.
Un gemido, más fuerte que el primero, estalla de mis labios
antes de poder atraparlo. ¿Qué me pasa? ¿Soy realmente tan
débil? ¿Estoy cediendo tan fácilmente?
Mis muslos empiezan a temblar de forma incontrolada
mientras él mete y saca sus dedos de mí. Ese familiar apretón en
mi vientre aumenta, cada vez más caliente, más alto y más denso.
Trato de apretar las piernas para evitarlo, pero no sirve de
nada. En todo caso, lo empeora. Las sensaciones se apoderan de
mí y él tiene el control total.
Muerdo, con la esperanza de retener los sonidos, pero es inútil,
el orgasmo se desata y no puedo evitar gritar.
Leo se ríe sombríamente, como si hubiera ganado con
lamentable facilidad. Lo siento sonreír contra mi centro mientras
caigo hacia abajo, hormigueando de pies a cabeza con los restos de
lo que me ha hecho.
Pensé que eso sería el final.
Me equivoqué.
Se levanta, enorme, tatuado e inquietante, atrapándome entre
sus manos. Su polla se cierne entre mis piernas. Incluso ahora,
después de todo lo que ha hecho, no puedo dejar de admirar lo
verdaderamente hermoso que es. Todo él, desde las oscuras ondas
de su cabello hasta la palpitante lanza de su polla, me hacen la
boca agua.
Empuja un poco, lo justo para que su punta entre en mí. Todo
mi cuerpo se tensa con anticipación.
Luego se retira de nuevo.
Me encojo de decepción.
—Dime cuánto deseas mi polla, Willow.
Sacudo la cabeza, pero él solo sonríe y repite la tortura.
Se escupe en la mano, se moja la punta de la polla y me da otro
medio centímetro, quizá menos, antes de volver a sacarla. Jadeo
de frustración, pero él solo se ríe.
—Supongo que no te interesa entonces —dice con una fría
sonrisa—. Tal vez vaya a buscar a otra persona. ¿Jaime, tal vez?
Mis ojos se dilatan antes de pensar en controlar mis
expresiones faciales.
—Te acuerdas de Jaime, ¿verdad? ¿La criada a la que tanto
apreciaste?
Lo fulmino con la mirada, sintiendo que mi ritmo cardíaco
aumenta contra mi voluntad. Quiero fingir que no me importa,
pero me aterra la idea que, haciendo un trabajo convincente,
cumpla su amenaza y la encuentre. No sé qué resultado sería
peor.
—Puedo tenerla gritando mi nombre en cinco malditos
minutos. ¿Es eso lo que quieres?
Mientras habla, empuja su polla dentro de mí un poco más.
Incluso para hacerme sisear antes de retirarse una vez más.
—Pregunté si eso es lo que quieres, Willow —retumba—.
¿Quieres el apretado coñito de Jaime envuelto en mi polla en lugar
del tuyo?
Odiándolo, odiándome a mí misma... Sacudo la cabeza en un
silencioso No.
—No te oigo, kukolka.
Ahora, está pidiendo demasiado. Aprieto los dientes y lo miro
fijamente, a esa sonrisa sádica, a esa hermosa mandíbula, a esos
dientes blancos y brillantes.
Arquea una ceja.
—¿No? Muy bien entonces.
Me empuja y se aleja. Me incorporo mientras él recoge su ropa
desechada con una mano, saca el móvil y escribe un mensaje
rápido.
Mi pulso se duplica. ¿Qué ha hecho?
No me mira mientras deja el teléfono en la mesa junto a la
ventana. No se pone la ropa ni se mueve para salir. Espera.
Un minuto después, llaman a la puerta. Me duele el corazón.
La mirada de Leo gira hacia mí.
—Contesta.
No puedo hacer esto.
—Detente —susurro.
Leo ladea la cabeza hacia mí.
—¿Has dicho algo? —se burla—. No he podido oírte.
—Por favor, detente —digo de nuevo. Tengo la voz ronca de
contener gemidos interminables mientras Leo me la chupaba.
—Repítelo.
Me aclaro la garganta y digo por tercera vez:
—Por favor, deja de torturarme.
Eso hace el truco. Se levanta, asintiendo y sonriendo con los
ojos brillantes como la miel.
—Así está mucho mejor, kukolka. Estás aprendiendo.
Se pone los pantalones, sin molestarse en subir la cremallera, y
se acerca a la puerta. Cuando la abre, tengo el suficiente ángulo
para ver una masa de cabello rubio cayendo en cascada sobre
unas tetas turgentes que se levantan con una camiseta escotada.
—¿Me ha llamado, señor? —dice la criada con un canturreo
seductor.
—Ya no se te necesita —dice Leo con suavidad—. Puedes irte.
Sus ojos se abren.
—¿Estás... estás seguro?
—Estoy seguro —dice.
—Pero, estaba pensando que podríamos...
Leo empieza a decir:
—He dicho que puedes... —pero antes que pueda terminar su
pensamiento, salto de la cama y siseo:
—¿Estás sorda? Ha dicho que puedes irte.
Todas las miradas se vuelven hacia mí. Mi pecho se agita
contra las sábanas que he sujetado para cubrir mi desnudez y mi
cabello se pega al sudor de mi nuca. Me siento ligeramente
desquiciada, y solo cuando veo la lenta sonrisa en el rostro de Leo
me doy cuenta que probablemente eso es exactamente lo que
buscaba.
Malditos juegos mentales interminables. Lo odio. Lo odio.
Pero estoy demasiado metida en esto como para volver atrás.
Jaime nos mira a Leo y a mí durante un rato. Luego, con un
apretón de mandíbula, se da la vuelta para irse.
Sin embargo, antes que desaparezca de la vista, la oigo
murmurar en voz baja:
—Maldita perra.
Se me cae la mandíbula. Esta vez, Leo es el que interviene
antes que pueda formular una respuesta.
—Jaime —gruñe.
Se detiene, gira sobre sus talones y lo mira con desdén.
—Si vuelves a llamar perra a mi esposa, yo mismo te cortaré la
lengua.
La amenaza es pronunciada con calma, pero sin pestañear. No
hay duda que lo dice en serio.
Sus ojos se redondean de miedo. Le hace una leve inclinación
de cabeza y se vuelve hacia mí.
—Yo... lo siento, señora. —Luego desaparece por el pasillo tan
rápido como puede.
Me vuelvo hacia Leo cuando cierra la puerta. Está apoyado en
el marco de la puerta, con un brazo levantado, mirándome con
curiosidad.
—Estás llena de sorpresas, pequeña —murmura.
Todavía estoy acalorada por la rabia, los celos, el hambre... por
todo el millón de emociones que Leo Solovev enciende en mí.
Y solo hay una forma de apagar el fuego.
Me acerco a él, le palmeo la polla aún dura y lo miro fijamente
a los ojos mientras le digo:
—Cállate y ven a follarme, marido.
33

—No estás comiendo —digo impaciente.


Se queda mirando hacia los jardines.
—No tengo hambre.
Algo ha cambiado en los últimos dos días. Willow ha estado
callada. Para ella, eso significa que algo está definitivamente mal.
Pero a falta de abrirle la cabeza y arrancarle el secreto, solo
puedo mirar y observar. Esperar el momento en que sea lo
suficientemente vulnerable como para revelar su mano.
No se trata de Jaime. La criada fue despedida al día siguiente.
Nadie le habla así a mi esposa mientras esté a mi servicio.
Recibo un mensaje en mi teléfono de Jax.
Están aquí.
No cambio mi expresión mientras vuelvo a mirar a Willow.
—¿Has hablado con tus padres últimamente?
Esa pregunta la toma desprevenida. Suspira y luego asiente.
—Dos veces. Ahora los llamo todos los días. Quiero...
—'Querer' es un juego peligroso, Willow.
Aprieta los dientes y sigue adelante.
—Quiero visitarlos.
—No. No quiero que dejes la mansión.
—No he visto a mis padres en años, Leo.
—Ese no es mi problema.
—Tienes razón. Nada de mí es tu problema. Yo soy mi propio
problema. —Se pone en pie—. ¿Sabes por qué? Porque voy y me
involucro con los malditos hombres equivocados.
—Es bonito que pienses que tienes algo que decir en esto.
—¿Qué?
—Te elegí a ti, Willow —le recuerdo—. No al revés. Supones
que, porque te acostaste conmigo aquella primera noche, se abrió
la caja de Pandora. No fue así. Todo esto iba a sucederte sin
importar lo que hicieras.
Sus ojos brillan con desafío, pero sabe muy bien que lo que
digo es cierto. No se puede negar.
Me doy la vuelta y me dirijo a la puerta.
—¿A dónde vas? —pregunta ella.
—Tengo cosas que hacer —gruño—. Por si lo has olvidado, soy
el Don de una jodida Bratva.
—No puedo pasar otro día caminando por este lugar. Lo he
visto todo y estoy cansada.
—Ve a nadar.
—No me apetece.
Exhalo bruscamente.
—Bien. Entonces sígueme.
Ella frunce el ceño, claramente sin esperarlo. Pero,
encogiéndose de hombros, decide no mirar a caballo regalado y
me sigue en silencio.
La acompaño a una de las salas de estar de la planta baja que
da a los jardines. En el patio más allá de las puertas francesas, dos
personas están de espaldas a nosotros, admirando el ambiente.
—Oh Dios mío —jadea Willow-. ¿Es eso... son esos...?
—Tus padres —digo con frialdad.
Se vuelve hacia mí, totalmente conmocionada.
—¿Cómo has podido hacer esto?
—Los llamé y me presenté. Luego los invité a comer aquí. Les
dije que vinieran temprano para que pudieran pasar un buen rato
contigo.
Me mira fijamente durante mucho tiempo.
—Yo... no sé qué decir, Leo.
—Entonces no digas nada.
Se sonroja, por sorpresa o por agradecimiento o por alguna
otra emoción sin nombre, no estoy del todo seguro. Pero es
entrañable. Es realmente bonito ver la sorpresa en sus ojos.
Siento la necesidad de besarla. Lo aborto inmediatamente.
Demasiado íntimo.
El sexo es diferente. Hay algo primario en él, que se sitúa en la
línea entre todas las grandes cosas que surgen entre Willow y yo.
¿Pero un beso sin más motivo que el propio beso?
Es como le dije arriba: "querer" es un juego peligroso. Uno al
que no pienso jugar.
No he llegado hasta aquí tomando decisiones sentimentales.
No voy a empezar ahora.
—Leo... esto significa mucho para mí.
—No me lo digas a mí. Díselo a ellos.
Asiente tímidamente y empieza a caminar hacia ellos. Luego se
detiene de repente y se vuelve hacia mí.
—Espera. ¿Cómo te presentaste?
Sé exactamente lo que está preguntando.
—Les dije la verdad. Les dije que era tu marido.
Es un poco chocante cómo sale esa palabra de mis labios.
Feroz, como un depredador marcando su territorio. Pero
también... orgulloso. Como un rey sintiéndose honrado de
compartir su trono.
Ella no dice nada. Solo asiente con la cabeza y atraviesa las
puertas correderas.
No me quedo a mirar. Me dirijo a mi oficina, donde me
esperan Jax y Gaiman.
—Ahí está —canturrea Jax al entrar—. Dinos, todos nos
morimos por saberlo, ¿aprueban los suegros a su nuevo yerno?
—Cállate, Jax —digo impaciente—. Dame la información.
Suspira.
—No es divertido. Pero bien. Belov ha estado encerrado en
uno de sus complejos durante los últimos dos días.
Asiento.
—Planeando algo. Probablemente por eso no he tenido noticias
del Agente Treinta y Uno todavía.
—¿Realmente tenemos que esperar a que nos den el visto
bueno?
—Sí.
—¿Por qué? La bomba hace boom, así que ¿a quién le importa
exactamente cuántos de esos repulsivos hijos de puta se hacen
humo con ella?
—Porque esta cosa necesita ser sincronizada perfectamente. Y
porque cuantos más leales a Belov eliminemos, mejor. Su círculo
íntimo es mortal, y ellos son los que van a dar pelea después.
Gaiman frunce el ceño.
—Los Mikhailov no se dejarán convencer tan fácilmente, Leo.
Estás depositando gran parte de tu fe en un matrimonio que
podría no significar nada al final.
—La carta de Anya demuestra que eso no es cierto —digo yo—
. ¿Hemos recibido alguna otra comunicación de ella?
—No hasta ahora —dice Gaiman—. ¿Has decidido qué hacer
con la reunión?
—Me inclino por un lado, pero ya veremos. Esperaba tener
noticias del Agente Treinta y Uno a estas alturas, pero
considerando los movimientos de Belov, tiene sentido que no
haya habido contacto.
—¿Crees que Belov lo sabe? —pregunta Gaiman.
—Nunca me subestimes, sobrat.
—A ti no. Pero las personas son falibles.
—El agente treinta y uno estaba preparado.
—Puede que estés dejando que los motivos personales nublen
tu juicio —advierte Jax.
—Todo este asunto es jodidamente personal —suelto—. Así
que no vayamos por ahí.
Jax y Gaiman se callan inmediatamente. Ya me conocen lo
suficiente como para saber cuándo hay que dejar de insistir.
—Sírveme una copa —digo a nadie en particular.
Es Jax quien se dirige al pequeño carrito de bebidas alcohólicas
que se ha colocado junto a la zona de estar. Nos sirve bebidas a los
tres y las acerca.
Tomo un vaso y doy un sorbo, reflexionando sobre todas las
piezas que están en juego.
—Una copa en mitad del día no es propio de ti —comenta
Jax—. ¿Te preocupa tu espía? ¿O te preocupa impresionar a los
suegros?
Sonrío y la tensión se rompe de inmediato.
—Ya están comiendo de mi mano. —Me río.
—¿Te basas en la única llamada que tuviste con ellos?
—Todo lo que se necesita es una prueba, mi amigo.
Jax se burla.
—Estás sobrestimando mucho tu encanto.
—Tu inventaste sobreestimar tu encanto, Jax. —Termino mi
bebida de un golpe y me pongo en pie—. Voy a planificar el
siguiente movimiento. Si el agente Treinta y Uno no se pone en
contacto conmigo en los próximos tres días, pensaremos en cómo
proceder sin la información.
Dejo a Gaiman y a Jax con sus tareas individuales y deambulo
sin rumbo por los jardines mientras cavilo. Mis pensamientos
están en todas partes, así que no debería sorprenderme que acabe
en la tumba de Pavel. El deambular sin rumbo siempre conduce a
esto.
La lápida está hecha de piedra caliza. Costó una fortuna el
envío desde Europa, pero valió la pena.
Pavel Solovev. Hermano. Esposo. Don.
Ariel había dado la orden de la inscripción ella misma.
—Quiero que diga “esposo”, —me había dicho—. No prometido. No
me importa si todavía no estábamos casados. Él era mío y yo era suya.
Eso es lo que importa.
Recuerdo la atormentada distancia que había en sus ojos en aquellos
primeros días, cuando todos estábamos curando nuestras heridas y
preguntándonos hacia dónde ir.
—De acuerdo —suspiré—. Lo que quieras.
Ariel negó con la cabeza.
—Yo solo... no puedo creer que se haya ido. ¿Qué hago ahora?
—Lo que tenemos que hacer todos, seguir adelante.
—¿Seguir adelante? —repitió ella—. ¿Cómo puedes decir eso?
—¿Cuál es la alternativa?
Ella bajó la mirada.
—Lo amaba, Leo. Y él me amaba a mí.
—Lo sé.
—No puedo seguir adelante. Prefiero morir.
—No querría eso para ti.
—Ya no tiene malditamente nada que decir —soltó—. Se ha ido. Me
ha dejado.
Mi ira creció y sacó lo mejor de mí.
—Él no te dejó, Ariel. Se lo llevaron. Lo asesinaron.
Ella volvió a negar con la cabeza.
—No importa. Se ha ido igualmente. Y no tengo idea de lo que sigue.
—¿Quieres saber qué es lo siguiente, Ariel? —pregunté—.
Venganza. Voy a matar al hombre que mató a mi hermano. Semyon
Mikhailov es un hombre muerto caminando. Spartak Belov, todos ellos.
Hasta el último hombre de Mikhailov arderá en el infierno cuando
termine.
—La venganza no nos devolverá a Pavel.
—Lo sé. Pero la justicia me ayuda a dormir mejor por la noche.
Sacudió la cabeza por tercera vez, y esta vez había algo diferente en
ella. Un nuevo tipo de tristeza, dirigida a mí.
—Después de este funeral, yo... necesito irme —dijo, con la voz
temblorosa por la emoción—. Tengo que ir a un lugar.
Al menos eso entendí. Tenía muchos recuerdos aquí. Demasiados,
que esperaban como trampas para osos para atraparla si no tenía cuidado
por dónde andaba. Tenía que dejar ir la vida que creía que podía tener, y
eso significaba darle la espalda a todo ello.
No tuve esa opción.
—Vayas donde vayas, debes saber que tú y yo siempre seremos una
familia. Puedes acudir a mí para cualquier cosa.
Se adelantó y me abrazó fuertemente.
—Sé el Don que no llegó a ser, Leo. Sé que puedes.
Luego se dio la vuelta y se fue.
Siempre había admirado la relación que compartían Pavel y
Ariel. Pero ahora, lo veo como la responsabilidad que es. La
muerte de Pavel destruyó a Ariel. Y no puedo permitirme ser
destruido así.
Si voy a ser el Don que mi hermano estaba destinado a ser...
Tendré que hacerlo solo.
34

—Lo siento mucho.


—Cariño —dice mamá, cogiendo mi mano y apretándola con
fuerza—. Te has disculpado una y otra vez. No tienes por qué
hacerlo. Todo el mundo comete errores.
—Hay errores, y está lo que hice. Nunca debí deciros esas
cosas.
—Eras joven y estabas enamorada —dice con un suspiro—.
Fuiste leal al hombre que amabas y eso no es malo. Solo que era el
hombre equivocado.
Asiento lentamente con la cabeza, maravillada por su fácil
amabilidad, su don para el perdón.
Nunca nadie me había regalado algo tan bonito.
Estamos sentados en una pequeña alcoba en la parte trasera
del jardín. Empezamos en un patio junto a la casa, pero necesitaba
poner algo de espacio entre la mansión y yo. Ahora, tenemos una
hermosa vista y privacidad.
—¿Eres feliz, cariño? —pregunta mi padre.
—Muy feliz —digo—. Os he echado de menos a los dos. No
sabéis cuántas veces en los últimos años he querido veros a
ambos. Echaba de menos hablar con mamá mientras preparaba el
desayuno los sábados por la mañana. Y papá, echaba de menos
tus abrazos.
—También te echamos de menos, tesoro. Pero me refería a tu
nuevo marido. —Papá se ríe—. Tu nueva casa es... realmente
impresionante. Y tu marido es ciertamente impresionante. Pero
eso no siempre equivale a felicidad. Por eso te pregunto.
Me tenso interiormente, pero trato de permanecer neutral. No
le debo nada a Leo. Y sin embargo, siento la necesidad de proteger
su imagen ante mis padres.
Tampoco quiero que mis padres piensen que soy tan estúpida
como para haber caído en un segundo mal matrimonio. Claro, las
circunstancias son diferentes. Pero se puede argumentar que, esta
vez... es mucho, mucho peor.
—Estoy feliz, papá —digo—. Sé que todo debe parecerte muy
repentino. Acabo de decirte que me he divorciado y ahora, aquí
estoy, ya casada.
—No nos importan los plazos, Willow —dice rápidamente
mamá—. Solo nos importa que te trate bien.
Sonrío y asiento con la cabeza. Parece robótico, pero mis
padres parecen convencidos.
—Es bueno conmigo —digo brevemente. Temo que decir algo
más complejo que eso revele muchas cosas que aún no estoy
preparada o no puedo expresar.
—¿Llegaremos a conocerlo pronto? —pregunta entusiasmada.
No sé qué decir. Preferiría mantenerlos separados
eternamente, pero no puedo decir eso exactamente. Así que me
conformo con:
—Eso espero. Está muy ocupado, pero estoy segura que en
algún momento ocurrirá.
Cuando Leo decida que es prudente, estoy segura.
Mamá asiente y de repente se pone seria.
—Mientras estamos a solas contigo, tu padre y yo tenemos
algo que decirte.
Levanto las cejas.
—Oh... esto parece serio.
—Bueno —dice ella, mirando hacia papá—, se podría decir
que sí.
Oh, Dios. Oh Dios. Oh Dios.
Mis pensamientos se vuelven oscuros inmediatamente. Cáncer.
Bancarrota. Alzheimer.
No puedo soportar ninguna otra mala noticia. Tal vez sea
egoísta, pero quiero huir antes que me digan nada. Enterrar la
cabeza en la arena como un avestruz y esperar a que pase la
tormenta.
Pero he pasado años siendo egoísta cuando se trataba de mis
padres. Tengo que madurar.
Así que aspiro profundamente, estremeciéndome, y me obligo
a preguntar.
—¿Qué es?
—Ahora, no te asustes —dice, viendo a través de mi fachada
de calma—. No son malas noticias.
—De acuerdo. Entonces, ¿qué es?
—Bueno, siempre íbamos a contarte esto algún día —
comienza—. Pero queríamos esperar a que fueras mayor. Hasta
que fueras adulta. Entonces... bueno, te fuiste, y... ya sabes cómo
fue eso.
Frunzo el ceño.
—Lo siento.
Mamá estira la mano y me la coge.
—Amor, sabes que tu adopción era cerrada11.
—Claro...
—Era cerrada —repite—, pero también hubo una condición.
—¿Qué tipo de condición?
Papá vuelve a tomar el relevo.
—Querían una adopción cerrada, pero también querían cuidar
de ti. Te crearon una cuenta. Todos los meses, desde el día en que
te entregaron a nosotros, ha entrado dinero en esa cuenta sin falta.
—Yo... Tú es... ¿En serio?
Mamá asiente.
—A la cuenta no puede acceder nadie más que tú. La cuenta se
abrió cuando tenías veintiún años.
—Por eso decidimos no decírtelo hasta que fueras mayor de
edad —dice papá—. No queríamos ocultarte un secreto, pero
contarte algo sobre lo que no podías hacer nada nos parecía casi
como una carga para ti.
—Eso tiene sentido —digo lentamente. No quiero que se
preocupen porque pueda molestarme. No estoy molesta, en sí,
solo... conmocionada—. Hiciste lo que creías que era mejor.

11 La adopción cerrada se refiere a un proceso de adopción donde no hay interacción de


cualquier tipo entre madres biológicas y las familias adoptantes. Esto significa que no hay
información de identificación proporcionada ya sea para las familias biológicas o familias
adoptivas.
—Solo tenías dieciocho años cuando nos hablaste de Casey.
Luego dejaste la universidad y te mudaste con él fuera del estado
—dice mamá—. Tuvimos muchas discusiones al respecto,
finalmente, no queríamos que Casey tuviera acceso al dinero que
le correspondía por derecho.
—Nosotros... pensamos que era el tipo de hombre que
esperaría manejar tus finanzas —dice papá con cautela.
—Bueno, tenías razón —digo con amargura—. No me habría
dejado conservar ese dinero. Me habría dejado seca en cuanto se
hubiera enterado.
Papá asiente.
—Después de ponerte en contacto con nosotros el otro día, tu
madre y yo decidimos que ya era hora. Ya eres adulta y confiamos
en que sabes lo que haces.
Sin embargo, ¿lo hago? Trago saliva.
—Bueno, estoy sorprendida, como mínimo. Pero os agradezco
que me lo hayáis contado.
Mamá saca una carpeta repleta de documentos y me la
entrega.
—Esto es todo lo que necesitas saber sobre la cuenta.
Tomo la carpeta y la miro fijamente. Tengo miedo de
preguntar, pero...
—¿Hay... hay nombres aquí? ¿Algo que diga quién me envía
este dinero? —pregunto.
Papá sacude la cabeza y mi corazón se rompe un poco.
Quizá sea lo mejor. Ahora estoy desarrollando una relación
sana con mis padres adoptivos. Si las personas que me dieron a
luz volvieran a irrumpir en mi vida...
No se sabe lo que podría suceder.
—Nada, dulzura —dice—. Hemos buscado. Todo lo que
conseguimos es la suma de dinero que entra en la cuenta cada
mes. Ningún detalle.
—Espera. ¿Sigue entrando?
—Así es. Quienquiera que sea, aparentemente quería que
estuvieras bien provista.
—Entonces... renunciar a mí no fue una cuestión de dinero —
digo lentamente.
Mamá y papá intercambian una mirada significativa.
—Sé que todo es muy confuso para ti —dice ella—. También es
un poco confuso para nosotros. Y esto es mucho para procesar,
pero... al menos ahora puedes tener algo de libertad financiera,
Willow.
Miro el archivo, pero no me atrevo a abrirlo.
—¿Cuánto hay en la cuenta? —susurro.
De nuevo, se miran, y de nuevo, no estoy segura de lo que
significa. ¿Diez mil? ¿Veinte?
—La mayoría de los meses llegaba la misma cantidad —dijo
mamá—. De vez en cuando, era un poco más. Pero por lo general
era alrededor de sesenta y siete mil dólares
Me quedo con la boca abierta.
—¿Hay sesenta y siete mil dólares aquí?
—No —Papá se ríe—. No, tesoro.
—Oh. —Me siento tonta—. Sí, eso tiene sentido. Eso habría
sido mucho…
—Ingresan sesenta y siete mil al mes —aclara—. En total,
contiene algo más de veintiún millones.
Silencio. ¿Qué puedo decir? ¿Qué podría decir a algo así?
Veintiún millones no es un número real. Es como lo que dice un
niño pequeño cuando intenta adivinar cuántas gominolas hay en
un tarro. Es como cuántos granos de arena hay en la playa o
cuántas estrellas hay en el cielo.
Segura como el infierno que no es la cantidad de dinero que
poseo.
Mamá sonríe y me acaricia el dorso de la mano.
—Úsalo con sabiduría, cariño. El dinero es una bendición, pero
también puede ser una maldición. Solo depende de lo que hagas
con él.
Asiento en silencio, todavía tratando de procesar, sin éxito, la
enormidad de ese número. Veintiún millones. Eso es una fortuna.
Y significa mucho más que la libertad financiera. Significa que
hay alguien ahí fuera que se preocupa por mí.
Están vivos.
Están en algún lugar.
Saben que existo.
—Yo... yo no sabría ni qué hacer con esa cantidad de dinero —
susurro.
—Sé que es una respuesta aburrida, pero invierte —dice papá.
Me muevo para sentarme entre ellos.
—Mamá, ¿qué harías tú?
—Oh, bueno, no lo sé. Supongo que probablemente compraría
una casa más bonita. Algún lugar con un gran terreno donde mi
jardín pudiera realmente florecer.
—Eso es todo, ¿eh? ¿No hay coches de lujo para ambos? ¿No
hay mansiones frente al mar?
—¿Qué diablos haríamos en un lugar así? —pregunta papá—.
No, es la vida sencilla que llevamos nosotros. Aunque debo decir
que la vida en la mansión parece gustarte.
Vuelvo a mirar la casa y me doy cuenta que la mansión de Leo
es ahora mi casa. Si supieran que esta vida de lujo tiene un precio.
—Te ves más radiante —coincide mamá—. Estás
prácticamente resplandeciente.
Intento que mi sonrisa esté a la altura de la descripción.
—Han sido unos meses agitados. Sinceramente, me alegro de
haber sacado a Casey de mi vida.
—Es sorprendente que no pusiera excesiva resistencia al
divorcio —dice papá—. Siempre me pareció un tipo obstinado.
—Supongo que tampoco se le da bien manejar el rechazo —
añade mamá.
—Bueno, tienen razón en ambos aspectos. Puede que haya
luchado más, pero Leo, eh... ayudó. Él es... influyente. Gracias a
Dios, también, porque sin él, probablemente estaría sin hogar.
En el momento en que lo digo, me arrepiento. La cara de papá
cae. Mamá se sienta más recta como si se hubiera electrocutado.
Extiende la mano y me la coge.
—Cariño, siempre nos tienes a nosotros para acudir.
Intento dar marcha atrás.
—Lo siento, no quise decir eso de la forma en que sonó. Sabía
que estaríais ahí para mí. Es que no creí que me mereciera vuestra
ayuda.
—Amor…
—No, déjame sacar esto —interrumpo—. Me sentí tan
avergonzada por cómo os traté a los dos antes de irme. Cuando
todo se fue a la mierda, supe que habíais tenido razón todo el
tiempo. Pero quería estar en un lugar mejor cuando me pusiera en
contacto con vosotros. De esa manera, sabríais que me ponía en
contacto con vosotros porque os quiero. Y no porque estuviera
desesperada.
Mamá me dedica una sonrisa triste.
—No nos habría importado de cualquier manera.
—Lo sé, y os quiero por ello —digo—. Sois los mejores padres.
Solo lamento no haberlo reconocido antes.
Papá me pasa el brazo por los hombros y me acerca un poco
más.
—Nos alegramos mucho que hayas vuelto, pequeña. No tienes
la menor idea de lo mucho que ha mejorado nuestra vida ahora
que sabemos que podemos descolgar el teléfono y contestarás.
—Llámame cuando quieras.
Mamá se ríe.
—Puede que te arrepientas de ese sentimiento.
—Nunca.
Me gusta tener a mis padres en mi vida. Es bueno que me
recuerden que hay personas que se preocupan por mí sin otra
razón más que la de ser yo.
Paseamos por el jardín. Me encanta ver a mamá admirar todo
el paisaje. Se enamora de cada rincón, lo cual es un punto a favor
de Leo. Consigue otro punto a favor de papá cuando volvemos al
patio y se está preparando una mesa con un almuerzo digno de
reyes.
—Cortesía del Sr. Solovev —explica una de las criadas—.
Lamenta no poder acompañarlos a comer, pero espera que se
diviertan.
Una pequeña parte de mí está decepcionada por su ausencia.
Pero estoy feliz de tener a mis padres para mí por un tiempo más.
El almuerzo es, por supuesto, delicioso. Es cocina rusa, que es
nueva para mis padres. Mamá y papá prueban todos los platos de
la mesa y les digo qué es cada cosa. He aprendido mucho de las
comidas entregadas en mis habitaciones las dos últimas semanas.
Hay strogonoff de ternera y pelmeni, que son las estrellas del
espectáculo. También Shashlik12.
—Como los kebabs rusos —dice papá con aprobación—.
Cariño, tendremos que hacerlos en casa.
—¡Todavía estoy intentando averiguar qué es esta sopa fría! —
Mamá se ríe.
—Okroshka —digo—. Es buena.
Papá descubre una bandeja de pirozhki13 y gime.

12 *Strogonoff o Stroganoff es un plato de filete de ternera cortado en tiras no muy gruesas y


acompañado con setas y salsa hecha de crema agria servido con patatas fritas cortadas en trozos
irregulares
*El pelmeni es un plato tradicional de Europa del este (principalmente de la cocina rusa). Se
elabora con relleno de pequeñas bolas de carne elaboradas de carne picada de cerdo, de cordero,
buey.
*El shashlik es una brocheta de carne asada muy popular en Rusia, el Cáucaso y Asia
Central.
13 *Los pirozhkí son panecillos rellenos típicos de las gastronomías rusa, bielorrusa2 y
ucraniana. Pueden ser horneados o fritos con levadura. Sus rellenos son de carne, verduras u otros
ingredientes.
—Estos panecillos huelen de maravilla.
—Eso es porque están rellenos de carne, viejo carnívoro.
Sus ojos se iluminan.
—¡Mejor aún!
Una vez que hemos devorado gravemente todas las bandejas,
mi padre se echa hacia atrás con las manos en el estómago.
—No puedo decir que haya comido nunca comida rusa, pero
estoy deseando pasar más comidas contigo si esto es lo que vamos
a comer.
—Esa es la forma que tiene tu padre de decir "gracias", cariño
—dice mi madre riendo y poniendo los ojos en blanco.
—No me des las gracias —digo—. Todo esto fue obra de Leo.
No tenía la menor idea que ibais a venir hoy. Pero me alegro
mucho que estéis aquí.
—Es encantador que sea el tipo de hombre que te sorprende —
comenta mamá—. Quiere hacerte feliz.
Casi me río a carcajadas. Nada en mi experiencia sugiere que
eso sea cierto. ¿Aunque...?
Dejo de lado la idea por ahora. No estoy segura que vaya a
tener tiempo suficiente para averiguar los motivos de Leo para
nada. Mejor ni intentarlo.
Papá se excusa para ir al baño antes del postre. En cuanto se
va, mi madre se acerca un poco más a mí.
—Cariño —dice ella—. No quiero entrometerme...
Levanto las cejas con diversión.
—¿Pero?
—Me preguntaba, ¿estás embarazada?
Me detengo en seco, sorprendida por la pregunta.
—¿Cómo lo has sabido?
Su cara florece de emoción.
—¡Oh, cariño!
—Shh —digo, haciéndola callar rápidamente—. No, lo siento.
Yo... no estoy segura todavía.
Ella frunce el ceño.
—¿Sospechas, pero no has ido al médico?
—Solo han pasado unos días.
—¿Prueba de embarazo?
Sacudo la cabeza.
—¿Por qué no? Me muero por saberlo.
—Empecé a sospechar —explico—. No he tenido la
oportunidad de averiguar qué hacer al respecto.
—Bueno, ¿te alegra la posibilidad? —pregunta mamá con
cautela.
—Supongo que no estaba preparada para ello —admito—. Leo
y yo... este matrimonio sucedió rápido. Pensé que tendría más
tiempo.
Mamá asiente con simpatía.
—¿Sabe algo?
—No.
Y gracias a Dios por eso. Todavía no sé cómo me siento ante
esa posibilidad, pero sé cómo se sentiría Leo. Se niega a decirme
por qué soy "la llave" de su disputa con los Mikhailov Bratva, pero
dijo que necesitaba un heredero. Si estoy embarazada, entonces
Leo -una vez más- obtiene exactamente lo que quiere.
Cualquier emoción que pudiera tener por un bebé está
enredada en eso. Es confuso, por decir algo.
—¿Cómo lo has adivinado? —pregunto.
—Solo intuición de madre —dice—. Y sigues tocando tu
estómago.
Levanto las cejas.
—¿Lo hago?
—Es muy dulce.
—Oh Dios.
Mamá se ríe.
—Estás emocionada, aunque no lo sepas todavía.
Respiro profundamente.
—¿Puedes hacerme un favor?
—Por supuesto.
—La próxima vez que vengas de visita, ¿te importaría traerme
una prueba de embarazo? —pregunto.
—Por supuesto —dice. Si piensa que es extraño que no compre
la prueba yo misma, no lo dice. Parece encantada de participar en
este momento.
—Gracias, mamá.
Se inclina y me abraza con fuerza.
—Mi niña va a tener un bebé. Estoy tan contenta de poder
formar parte de ello.
35

La primera vez que surgió el tema de los hijos, yo tenía


veintiún años. Casey y yo ya llevábamos dos años casados.
—¿No crees que ya es hora? —preguntó—. Somos jóvenes. Tengo
dinero. ¿Por qué no?
—Porque... bueno, porque tengo veintiún años —respondí—. Hay
más cosas que quiero hacer en la vida antes de empezar a tener hijos.
Frunció el ceño.
—¿Cómo qué?
—No sé. He estado pensando que tal vez debería volver a la
universidad. Terminar mi carrera.
Su cara se volvió de pétrea.
—Ya lo dejaste una vez.
—No fue así, más bien porque te conocí —dije—. Tú querías
mudarte. Yo quería ir contigo. Creo que renuncié a ello un poco antes de
tiempo.
—Oh, ¿así que ahora es mi culpa?
—¡No! No me arrepiento de nada —dije—. Solo desearía haber
gestionado las cosas de manera diferente.
—Esa es la definición de arrepentimiento. Si no entiendes eso, no sé
si la universidad es para ti, cariño.
Lo miré fijamente.
—¿Me estás llamando estúpida?
—Si el zapato encaja.
—¡Casey!
Normalmente, refunfuñaba algo y terminaba la conversación ahí.
Pero ese día, me miró fijamente.
—Que vuelvas a la universidad es una estupidez. No hay ninguna
razón para ello.
—Obtener un título es importante.
—Tengo uno. Es suficiente.
—No seas ridículo.
Su expresión se agudizó.
—No estoy siendo jodidamente ridículo. Tienes todo lo que podrías
querer o necesitar aquí mismo.
—¿Quién lo dice?
—¡Lo digo yo! —gritó—. Yo te mantengo, ¿no? Te compro ropa
bonita y te llevo a restaurantes elegantes.
—Y te agradezco todo eso —dije con toda la calma que pude. No
quería pelear—. Pero quiero hacer esto por mí.
—¿Qué sentido tiene? No es que vayas a tener un trabajo.
—Tal vez lo tenga.
Puso los ojos en blanco.
—Es una pérdida de tiempo.
—En realidad, esta conversación es una pérdida de tiempo.
Se movió tan rápido que no lo vi venir. Me agarró la muñeca con
tanta fuerza que me dolió y me tiró contra él.
—¡Casey, detente! Suéltame. Me estás haciendo daño.
Me sujetó la muñeca con fuerza durante otro largo momento, sus ojos
furiosos buscaban los míos como faros.
Luego lo dejó caer y dio un paso atrás. Levantando las manos, dijo:
—Bien, vuelve a la universidad. A ver si me importa, joder.
—¿De verdad?
—Seguro —dijo, todavía dándome largas—. Adelante. Diviértete.
Consigue tu estúpido título. Pero no voy a pagar ni un céntimo.
Me quedé helada.
—Pero... sabes que no tengo dinero.
Se encogió de hombros.
—Siempre puedes pedir ayuda a tus padres.
Fue una cruel vuelta de tuerca. Sabía que no tenía ningún otro sitio
al que ir. Nadie a quien recurrir. Y menos a ellos.
Las lágrimas quemaron en el fondo de mis ojos y parpadeé
furiosamente. No quería que lo viera.
Pero él vio. Por supuesto que lo vio. Casey lo vio todo.
—Anímate —me arrulló, caliente y frío como siempre. Alargó la
mano y me acarició la mejilla—. No vale la pena molestarse por ello.
¿Sabes por qué? Cuando tengamos nuestro primer bebé, te olvidarás por
completo de la universidad. Y de tus padres. Vamos a ser una pequeña
familia feliz. Nada más importará.
Como no dije nada, me sujetó la barbilla, obligándome a mirar hacia
él.
—¿Me has oído? He dicho que no te enfades. Sabes que odio que te
enfades. No quieres que nuestro bebé piense que no lo quieres, ¿verdad?
Sacudí la cabeza, sobre todo porque no se me ocurría otra cosa que
hacer.
Casey sonrió, complacido.
—¿Ves? Vamos a ser muy felices, cariño. Solo tienes que esperar.
De vuelta al presente, me estremezco. Hace tiempo que no
pienso en ese recuerdo.
En algún momento, Casey se dedicó a ganar dinero, a hacer
negocios turbios y a escalar posiciones. Estaba más interesado en
perseguir esos sueños que en tener una familia.
Y no se lo recordé. Sabía que quería tener hijos algún día,
pero... no así. No con él.
Me miro a mí misma, a mi mano presionada contra mi vientre
todavía plano. Mamá tiene razón, me toco mucho el estómago. Es
un hábito que necesito dejar.
Leo no puede saberlo.
Al menos, no hasta que descubra cuál es mi plan.
Casarse es una cosa. Pero tener un hijo juntos es un juego
completamente diferente. En cuanto tenga al heredero de la
Bratva Solovev creciendo dentro de mí, no habrá escapatoria para
mí ni para mi bebé.
Mi bebé. Esas palabras me producen un escalofrío de felicidad
y temor. Estoy en parte emocionada y en parte aterrorizada.
Quiero un hijo. Lo siento profundamente. Pero, ¿es este el
lugar adecuado? ¿Es este el momento adecuado?
¿Es este el hombre adecuado?
Estoy caminando por el jardín, esperando que el aire fresco me
despeje la cabeza, cuando veo a Leo de pie bajo uno de los árboles
más magníficos de la zona. Es alto, grueso, con una telaraña de
ramas retorcidas y nudosas que dan sombra a toda la esquina del
jardín. Las hojas caídas alfombran el suelo.
Leo está de pie cerca del tronco, con la cabeza agachada.
Avanzo, curiosa por saber qué está haciendo, pero me detengo
en seco. No quiero que las hojas crujan bajo mis pies y me delaten.
No es que me sirva de mucho.
—¿Vas a acercarte, o te vas a quedar en las sombras,
acechándome desde la distancia?
Doy un salto cuando habla.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? No hice ningún ruido.
—Eso es lo que tú crees.
Resignándome a que, de hecho, podría saberlo todo, me acerco
hasta él. Es entonces cuando veo lo que Leo estaba mirando.
Una lápida.
Antes incluso de leer los grabados, sé quién está enterrado
aquí. Su hermano. Pavel Solovev.
La única persona a la que Leo quería.
La lápida es preciosa. Suave, pulida y brillante. El grabado en
ella es claro y sencillo.
—Pavel Solovev. Hermano. Esposo. Don —leo en voz alta—.
Es una hermosa lápida.
Leo se encoge de hombros.
—Eso fue todo obra de Ariel.
No estoy segura de creerle, pero no quiero discutir. Si quiere
que piense que es un monstruo sin emociones, entonces está bien,
lo pensaré.
—Mis padres se acaban de ir —digo en lugar de contestarle
directamente—. Gracias por invitarlos aquí. Yo... realmente no me
lo esperaba.
No responde. Solo sigue mirando la tumba de Pavel, como si
esperara que su hermano se levantara de la tierra y que las cosas
fueran como siempre debieron ser.
—¿Cómo fue? —pregunto de repente—. ¿Crecer en la Bratva?
Finalmente, me dedica una mirada.
—Fue diferente.
—¿Es una situación del tipo "si me lo dices tendría que
matarte”?
—Ves demasiadas películas.
—Es todo lo que tengo, ya que no me dices nada —digo con
amargura.
Leo no responde.
—¿Cómo era? —Lo intento de nuevo.
Suspira.
—Era un hombre. Entonces estaba muerto.
—¿Dónde te dejó eso?
—Luchar para vengar lo que le quitaron a mi familia. Lo que le
quitaron a él. Lo que me quitaron a mí.
—No quiero decirle a nadie cómo llevar su duelo, pero... ¿es
saludable?
—Me importa una mierda —gruñe—. La venganza me ha
traído hasta aquí. Me llevará hasta el final.
—¿Y después? —reflexiono—. Después que te vengues,
¿entonces qué?
—Estaré muy ocupado.
No sé qué esperaba que dijera, pero la respuesta es
decepcionante. Y algo triste.
—¿Eso es todo? ¿Solo una vida de guerra con los enemigos y
tratando de mantener lo que has ganado? Suena agotador. Por no
mencionar sombrío.
—Es la única vida para mí.
Sé que Leo cree en lo que dice, pero tengo la esperanza que
haya algo más para él. Que haya un lado de sí mismo que esté
ocultando.
Quiero preguntárselo, pero no quiero descubrirme antes de
estar preparada. Leo parece saber si estoy mintiendo. Aun así,
tengo que arriesgarme.
Puede que no haya otro momento como este.
—¿Y si algún día tienes hijos?
—Serán Bratva —dice con firmeza.
Espero que diga algo más, pero no lo hace.
—Vale, bueno, ¿qué significa eso?
—Significa que serán criados para entender este mundo.
Entenderán por qué soy como soy. Y estarán preparados y
entrenados para continuar el legado que he creado.
Frunzo el ceño.
—¿Y si no es eso lo que quieren?
Vuelve a mirar hacia la tumba.
—No se les dará la oportunidad de elegir. A mí no me la
dieron.
Mi corazón late un poco más rápido. Mi mano flota hacia mi
estómago, pero la sujeto a mi costado. Incluso ahora, el impulso
de proteger la vida que llevo dentro es fuerte.
—¿No hay una alternativa a todo esto? ¿No es más importante
que tus hijos sean felices antes que poderosos?
—Si son poderosos, serán felices.
—¿Eres feliz?
—Soy poderoso —dice.
—Eso no significa que seas feliz.
—Salvo que sí lo hace—replica—. Como acabo de explicar.
—¡Eso es un círculo vicioso! No siempre tienes razón.
—Sí, lo tengo.
—Según tú —argumento.
—Exactamente. Y siempre tengo razón.
Aprieto los dientes. No se puede discutir con este hombre. No
se puede ganar con él. No importa lo que diga, él va a rebatir con
sus propios argumentos sesgados.
—¿Y si tienes hijas? —pregunto de repente—. ¿Se espera que
sean Bratva?
—Todos mis hijos serán Bratva, independientemente de su
sexo. No se trata de ser hombre o mujer. Se trata de fuerza.
Me encojo de hombros.
—No puedes culparme por asumir que las mujeres son solo
peones y objetos en tu mundo. No es que me hayan dado a elegir.
—Tienes muchas opciones, Willow —dice—. Solo eres
demasiado estrecha de mirada para verlas.
Esto fue un error. Estoy demasiado cansada para esta
conversación, para sus tonterías crípticas, para su falta de
voluntad de ceder un solo centímetro. Estoy a punto de irme por
donde he venido, hasta que Leo empieza a hablar de nuevo.
—Probablemente no recuerdes el nombre, pero Anya
Mikhailov tiene una gran reputación en los círculos de la Bratva.
Es una mujer, pero es temida y venerada en los bajos fondos.
—¿Anya Mikhailov? —repito—. Es la hija del viejo Don,
¿verdad?
Leo asiente. Parece impresionado que haya prestado atención.
—Ha matado a unos cuantos maridos y controla un
contingente de hombres propios, aunque es completamente
independiente de su padre y de la Bratva a la que debe su nombre.
Hace falta una mujer fuerte para ganarse el respeto de los
hombres en este mundo, pero es posible. Anya lo hizo.
—¿Debo estar impresionada? —pregunto.
—Si fueras inteligente, lo estarías.
—Si fuera inteligente. —Hago una mueca—. Tomaría una
página de su libro y mataría a unos cuantos maridos míos.
—Lo intentaste. —Se ríe sombríamente—. No te funcionó
demasiado bien.
Mis mejillas se enrojecen. Lo ignoro.
—¿Por qué debería estar impresionada por una mujer que
nunca he conocido? —pregunto.
—Porque tomó el control de su propio destino. Se negó a ser
una víctima.
—¿La admiras?
—No admiro a nadie en este mundo más que a mi maldito yo,
Willow. Creía que ya te habrías dado cuenta. Pero... —añade—,
siempre podemos aprender de los demás.
—Bien, llámalo como quieras. ¿Pero no se supone que los
Mikhailov son tus enemigos?
—Lo son. Pero Anya Mikhailov no tiene nada que ver con las
decisiones de su padre desde hace varias décadas. Ella no estuvo
involucrada en el ataque a mi hermano —dice Leo—. No te
equivoques, sigue siendo una Mikhailov. No me fiaría de ella para
nada. La mujer es mortal y sigue siendo un enemigo. Pero puedes
respetar a tus enemigos.
—Te tomo la palabra. Nunca he tenido enemigos antes.
—Eso cambiará.
Me vuelvo hacia él alarmada.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Pronto lo descubrirás.
Antes de poder presionarlo para que responda, suena su
teléfono. Se da la vuelta y contesta.
—¿Estamos listos para estallar? —pregunta y luego espera la
respuesta—. ¿Podrá salir?
Quienquiera que esté al otro lado de la línea dice algo
apresuradamente, solo un zumbido metálico que no puedo
descifrar.
Leo se pone rígido de repente.
—Entonces espera.
Sus palabras son brutalmente afiladas y frías. No se dirige a
mí, pero doy un paso atrás. Es el instinto humano. La auto
conservación.
Más charla de la persona que llama. Entonces:
—¡Me importa una mierda! —ruge—. Mis órdenes son
simples, No detonaré mientras haya uno solo de mis hombres ahí
dentro. Aguanta, joder. Esperen hasta que yo dé la orden.
Cuelga y se da la vuelta. No me molesto en fingir que no estoy
escuchando.
—¿Algo salió mal con uno de tus planes maestros? —
pregunto.
—Nada que no pueda manejar —gruñe—. Creo que deberías
volver a tu habitación.
En cambio, desafiante, me dirijo hacia él.
—No soy una niña. No puedes despedirme para quitarme de
en medio.
Él también da un paso adelante.
—Maldita sea, mírame.
—¿Temes que escuche tus planes y te delate a los malos? —
Estoy lo suficientemente enfadada como para querer provocarlo.
Aunque solo sea para forzar una respuesta de él.
Y lo consigo.
Leo me agarra y me atrae contra su cuerpo. Estamos tan cerca
que puedo sentir sus abdominales a través de su camisa. El pulso
de su corazón coincide con el mío.
—¿Me estás amenazando, kukolka? —pregunta en un áspero
susurro—. Porque no me gustan las amenazas, cariño. Incluso si
vienen de labios tan dulces como los tuyos.
Lucho contra él, pero la fricción entre nuestros cuerpos me
hace desear que me tire más fuerte.
—¡Suéltame!
—No sigas moviéndote así —gruñe.
Siento su erección contra mi muslo. Y como un reloj, mis
rodillas se debilitan ante la idea de tenerlo dentro de mí.
Pero esa ola de deseo se siente como una traición a mí misma.
No debería sentirme así por el hombre que me secuestró, se
casó conmigo a la fuerza y me atrapó en una vida que nunca pedí.
Y ahora nuestro hijo -nuestro posible hijo- se enfrenta al mismo
destino.
Sin embargo, su cuerpo es cálido contra el mío, y quiero
acurrucarme contra su amplio pecho.
Es como él dijo: "querer" es un juego peligroso.
—Leo…
Aplasta sus labios sobre los míos, robando lo que iba a decir de
mis labios. Debería luchar, pero no lo hago.
Porque cada vez que me besa, me siento segura y completa.
Su lengua se mueve contra la mía y me sumerjo en ella con la
misma facilidad que la respiración. Lo bebo y trato de aferrarme a
esta sensación, al confort recorriéndome como un pulso eléctrico.
Cuando esto ocurre, el mundo se acomoda. El universo tiene
sentido. Las cosas son como deben ser.
Tan rápido como comenzó el beso, termina. Me tambaleo al
perderlo, doliéndome de una manera que solo él puede hacer que
me duela.
—Vamos —dice sin mirarme mientras el sol se pone detrás de
él—. Tengo trabajo que hacer.
Asiento sin discutir. Porque una cosa está cada vez más clara:
es hora que descubra lo que realmente quiero...
Y cómo conseguirlo.
36

Me despierto a la mañana siguiente con una erección furiosa y


una fantasía de ojos azules en mi mente.
Me cabrea. Despierto o dormido, no puedo apartarla de mis
pensamientos.
Todavía no he ido a la suite. Me he mantenido alejado de su
cama. Lo último que necesito en la etapa final de mi plan es dejar
que Willow se meta en mi cabeza.
Pero mi polla se hincha solo de pensar en ella.
La imagino extendida en su cama, con su camisón de seda
subiendo por sus delgados muslos. Podría empujarlo hasta arriba
y deleitarme con la humedad entre sus piernas. Bastarían unas
pocas pasadas de mi lengua para que me rogara más.
Podría follar su boca, su apretado coño. Podía empujarla hasta
el límite y empujar en ella una y otra vez hasta que se corriera,
gritando.
Me masturbo furiosamente con la imagen, pero incluso cuando
estallo, la liberación es insatisfactoria.
No es lo mismo que estar dentro de ella.
Apenas despierto y ya con los nervios de punta, salgo de la
cama y me pongo el pantalón. Estoy buscando mi camisa cuando
llaman a mi puerta. Ya sé quién es.
—Estoy despierto, Jax.
Entra con una sonrisa bobalicona en la cara.
—¿Listo para la acción?
—Lo estoy —digo—. Pero no sé por qué estás tan animado. No
vas a venir conmigo.
—¿De qué demonios estás hablando? Estás llevando dos
vehículos con hombres. La última vez que lo comprobé, tú más yo
es igual a dos.
—Cierto. ¿Y tu punto?
Su rostro.
—¿Hablas en serio?
—Esto no admite discusión, Jax.
Su mandíbula se cierra al reconocer el tono. Sabe que no debe
insistir en el asunto en el momento en el que voy de Don con él.
Me abrocho la camisa y busco mi abrigo.
—¿Puedo preguntar por qué no estoy incluido en esta
reunión? —pregunta entre dientes apretados.
Él cree que esto es un castigo, pero no lo es. Si quisiera
castigarlo, haría mucho más que herir sus sentimientos.
—Porque tú y Gaiman son mis segundos. Junto a mí, sois los
dos hombres más importantes de la Bratva. Mi hermano eligió
dejarme atrás la última vez. Fue la decisión correcta.
—Puedo manejarme en un tiroteo, Leo.
—Sé que puedes, pero ese no es el punto. Te necesito aquí para
supervisar el resto de mis planes. Y lo más importante, te necesito
aquí para cuidar de Willow.
Jax se endereza un poco.
—Eres el único en quien le confiaría con ella —termino.
Jax asiente lentamente, y parte de su decepción desaparece. Me
sigue fuera de la habitación y por el pasillo. Justo antes de llegar a
la escalera, veo a Willow.
Está de pie frente a una ventana al final del pasillo. Se gira
hacia nosotros, con el cuerpo rígido y la mirada curiosa.
—¿Adónde vas?
—Tengo una reunión.
—¿Con quién?
—Anya Mikhailov.
Me doy cuenta que no esperaba que respondiera.
Normalmente, no lo habría hecho. Pero hay una cierta simetría en
decírselo. Ella no lo entenderá, pero yo sí. Lo sabré.
Ella levanta las cejas.
—¿Te vas a encontrar con ella? —Ahora sabe lo suficiente
sobre la mujer como para reaccionar adecuadamente.
—Eso es lo que acabo de decir, sí.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Ella pidió la reunión. Se siente bien.
—¿Vas preparado? —pregunta.
Si no me equivoco -y nunca lo hago-, hay una pizca de
preocupación en su voz. Willow no creció en este mundo, pero le
conté lo que le sucedió a Pavel. Ella conoce los riesgos.
Al igual que yo.
—Siempre estoy preparado.
—Especialmente cuando se trata de los bastardos de Mikhailov
—añade Jax.
Parpadea y mira a Jax, casi como si hubiera olvidado que
estaba allí.
—Espérame abajo —le digo—. Asegúrate que los hombres
estén preparados. Nos vamos en cinco minutos.
Jax asiente y se va. Cuando desaparece, acorto la distancia
entre Willow y yo. Después de semanas de estar delgada y cetrina,
por fin tiene algo de color en las mejillas. Aun así, parece cansada.
Se marchita bajo mi mirada.
—Mi madre va a venir a verme hoy. ¿Está bien?
Asiento.
—Lo que te convenga.
Ni siquiera sonríe, pero sus ojos azules me devuelven a mi
sueño. La sangre se precipita hacia abajo. Me vuelvo hacia la
escalera para que no se dé cuenta.
—¿Es bonita? —pregunta Willow antes que pueda dar un
paso—. Anya, quiero decir. ¿Es bonita?
Está claro que perdió la lucha por mantener esa pregunta
enterrada.
Suspirando, me vuelvo para encontrarme con los ojos de
Willow.
—Sí. Es muy hermosa.
Su boca se abre, pero la cierra casi inmediatamente. Pasa junto
a mí hacia su puerta, pero en el último momento mira hacia atrás.
—Ten cuidado, Leo.
Luego cierra la puerta.
Una parte de mí quiere derribarla y seguirla. Quiero hacer
todas las cosas sucias con las que he fantaseado esta mañana.
También quiero hacer cosas con las que ni siquiera me atrevo a
fantasear. Cosas como besar las lágrimas en sus mejillas. Atraerla
a mi abrazo, no para follarla, sino solo para sentir su calor, su
suavidad, su aura.
Pero no hay tiempo para nada de esa mierda.
Solo hay tiempo para la guerra.
Me dirijo a la planta baja. Mis hombres se están preparando en
el patio. Me dirijo directamente al SUV. Gaiman y Jax se ponen en
fila detrás de mí.
—Cuidado —advierte Gaiman—. Puede que tengas ventaja
ahora mismo, pero esta perra tiene dientes. Podría morder.
Sonrío.
—Estoy deseando ver cómo lo intenta.
La reunión se celebrará en un pequeño hotel de lujo en medio
de la nada, a una hora y media de la civilización. Para beneficio de
ambos, cualquiera que no pertenezca a este lugar destacará como
un pulgar dolorido.
El gerente del hotel nos recibe a mí y a mis hombres en la
puerta.
—Sr. Solovev. —Se inclina profundamente. Me pregunto
cuánto sabe sobre quién soy. Supongo que lo suficiente como para
tener miedo, porque el hombre está temblando.
Me hace entrar. El vestíbulo es pequeño, pero la alfombra es
lujosa y una gran lámpara de araña cuelga del techo, proyectando
reflejos brillantes en las paredes. Es un lugar romántico. A Willow
le gustaría.
Hay un salón abierto con invitados pululando por ahí, pero el
gerente nos lleva más allá, hasta un conjunto de puertas dobles
cerradas. Un cartel en la pared indica que se trata de un salón
privado.
—Su grupo está esperando al otro lado —explica el gerente.
Vuelve a inclinarse y se aleja, dejándome que abra la puerta yo
mismo.
Elegí a Aleksandr y Oleg para que me acompañaran a la
reunión. Me flanquean a ambos lados mientras empujo la puerta
para abrirla.
Tan pronto como lo hago, sé que la carta que recibí era falsa.
Porque no es Anya Mikhailov quien me espera.
Es Spartak Belov y Semyon Mikhailov.
Cada uno de ellos está sentado en uno de los cómodos sillones
dispuestos alrededor de una amplia mesa. Dos escoltas se sitúan a
sus espaldas.
La última persona en la sala es una mujer vestida con un
uniforme de enfermera. Su cabello es tan gris que parece plateado.
Sus ojos son filosos, pero no pasan por alto nada cuando se posan
en mí. Me dedica una mirada dura y luego baja la vista.
Su trabajo no es llamar la atención. Es mezclarse con el fondo
hasta olvidar que está ahí. Lo cual no es realmente un problema,
porque el hombre al que claramente ha venido a cuidar es el que
atrae toda mi atención.
O al menos, lo hizo una vez. Pero Semyon Mikhailov no parece
el hombre fuerte y capaz que era hace una década.
La gota ha avanzado tan severamente, que parece un sapo
disecado. Su piel está pálida y cetrina. Incluso su respiración
suena a mierda, poco profunda, áspera y con traqueteo en sus
pulmones. La respiración de un hombre al borde de la muerte.
Y sin embargo, sus ojos son agudos. Tan resistentes y mortales
como siempre.
Sin embargo, Belov es el hombre que hay que vigilar aquí. Es
el hombre que mueve los hilos. Mirándolo, quizá nunca lo sabrías.
Su cabello está oscuro, bañado en plata. Sus miembros son enjutos
como una mantis religiosa.
Tardo solo unos segundos en comprender que me han atraído
hasta aquí y en hacer un balance de quién está ante mí. Entonces
me pongo manos a la obra.
—¿Quién escribió la carta? —exijo.
Belov se vuelve hacia Semyon, aparentemente sometido a la
autoridad del anciano. Sería muy convincente... si no lo conociera
mejor.
—Lo hice —responde Semyon, con un tono grave.
Sus iris son del mismo azul oscuro que recuerdo, pero el
blanco de sus ojos se ha vuelto amarillo. Están salpicados de
puntos de color carmesí similares a coágulos de sangre. El hombre
inspira miedo, pero ahora de una manera diferente. Parece la peor
pesadilla de cualquier niño.
Avanzo con confianza y tomo la silla vacía de la mesa. Mis
hombres se colocan detrás de mí, mirando a sus homólogos que
están detrás de Spartak y Semyon.
Dos copas sudan condensación sobre la mesa. Huelo la fuerza
del roble del whisky saliendo de cada vaso de cristal.
—¿Una copa? —ofrece Belov, como si estuviéramos en su
salón personal.
—Nada para mí.
—No lo hemos envenenado. —Se ríe.
Sonrío.
—No es una cuestión de seguridad. Es una cuestión de
orgullo. No voy a compartir una copa con los hijos de puta que
asesinaron a mi hermano. Especialmente cuando me trajeron aquí
bajo falsos pretextos.
Belov mira hacia Semyon.
—Vamos, Leo. No estés tan tenso. Era la única manera de
traerte aquí. ¿Habrías venido si cualquiera de nosotros la hubiera
escrito?
No me gusta la forma familiar en que se dirige a mí. Como si
fuéramos viejos amigos, no enemigos.
Respiro lentamente y lo examino mejor. Sus rasgos afilados y
aristocráticos desentonan con su atuendo. Lleva un delgado
chaleco blanco con una gruesa cadena de oro alrededor del cuello.
Este hombre no es un líder de la Bratva. Es un gángster común
que juega a fingir.
La carta era un truco barato. Uno que debería haber visto
inmediatamente. Es solo otra forma en que Willow me ha
distraído, cuando menos puedo permitirme el lujo de distraerme.
—¿Qué quieres, Belov? —pregunto sin rodeos.
Sus ojos brillan de ira ante mi tono. Se ha acostumbrado
demasiado al respeto instantáneo durante el tiempo que la Bratva
Solovev estuvo en el desierto.
No le gustará lo que tengo planeado para él a continuación.
—No se trata de lo que yo quiero. Se trata de lo que quiere mi
Don. —Asiente hacia Semyon manteniendo la fachada de
deferencia y luego vuelve a dirigirse a mí—. Don Mikhailov
lamenta lo que pasó con tu hermano. Fue un... error.
Me recuesto en mi sillón y dirijo mi mirada al viejo bastardo
con gota.
—¿Es eso cierto, viejo?
Belov se sienta hacia delante, con los ojos brillantes.
—Puede que sea un anciano, pero sigue siendo el Don de esta
Bratva. Se le debe respeto.
Respondo a la mirada de Belov con una propia.
—No es mi Don.
—Suficiente —Semyon frunce el ceño—. No voy a exigirle
respeto. Sobre todo, teniendo en cuenta nuestra... historia.
Semyon se estremece al hablar, sus débiles músculos sufren
espasmos. Su rostro solo se calma cuando vuelve a guardar
silencio.
—Pero Belov tiene razón —continúa—. Lamento que un
encuentro entre nuestras Bratvas, derivara en violencia. Fue una
acción cobarde en lo que debió ser una reunión de caballeros. No
debió suceder.
Su respiración se entrecorta y una tos escapa de sus labios
grises. Una tos lleva a otra y, de repente, tose tan violentamente
que se siente como si la habitación estuviera temblando.
La enfermera se apresura a atenderlo. Lo levanta y sostiene el
pecho para que la tos sea más fácil de controlar.
Cuando se tranquiliza, ella le ofrece agua tibia y un puñado de
pastillas incoloras. Se las toma todas sin quejarse y ella vuelve a
desaparecer.
—Lo que Don Mikhailov estaba tratando de decir —suspira
Belov—, es que ha llegado el momento de arreglar las cosas entre
nuestras organizaciones. Como tal, estamos aquí para hacer una
ofrenda de paz.
Diría que esto sale de la nada, pero eso sería si les creyera.
Hay una trampa. Estoy seguro de ello. Los Mikhailov no hacen
ofrendas de paz. Hacen la guerra.
—No me comprarán tan fácilmente —gruño—. Ni la muerte
de mi hermano será olvidada tan rápidamente.
Belov me dedica una sonrisa que sugiere toda la aparente
sinceridad en su búsqueda de la paz. Ofrece a Semyon otra
mirada diferente antes de continuar.
—Respetamos y apreciamos la forma en que has construido tu
Bratva. De hecho, durante mucho tiempo asumimos que no te
interesaba dirigirla en absoluto tras el fallecimiento de tu
hermano.
—Asesinato —espeto—. Fue un asesinato. Llámalo como lo
que fue.
Los ojos de Belov se encienden con un odio lacerante, pero
rápidamente recupera la mirada plácida de su rostro.
—El punto es que reconocemos el error que se cometió, y nos
estamos moviendo para corregirlo ahora.
En otras palabras, me han subestimado. Ahora que saben que
tengo algunos ases en la manga, quieren hacer las paces.
Levanto una ceja y no digo nada. Prefiero que sea Belov quien
hable. Así puedo reunir más información.
—Te admiramos, Leo. Y queremos ofrecerte una alianza.
Me río.
—Esto, quiero escucharlo.
—Como sabes, Don Semyon me ha ofrecido el gran privilegio
de ser su sucesor. —Belov se sienta más recto—. Como tal,
después de su muerte me convertiré en Don.
—Soy consciente.
Miro a Semyon. La piel cetrina y fruncida del hombre cuelga
en los bordes. Está cubierto de manchas de hepatitis.
Reprimo un escalofrío repulsivo. Antes de pasar la antorcha,
deberían incinerarlo con ella.
—Necesito a un segundo fuerte para ayudarme a dar forma a
la Mikhailov Bratva según mi visión —dice—. Y creo que eres el
hombre adecuado para el trabajo.
Lo miro con incredulidad. Hasta sentirse incómodo y sus
extremidades de insecto se mueven nerviosas.
Sin apartar la vista, me inclino hacia él.
—¿Es una oferta seria?
—Lo es.
—¿Esperas que renuncie al título de Don para hacer de
segundo de a bordo al hombre que participó en el asesinato de mi
hermano?
Una bofetada en la cara sería menos insultante. Si no me
importara ser un hipócrita, mataría a Belov donde está sentado.
—Esta es la Mikhailov Bratva de la que estamos hablando, Leo
—dice Belov—. Somos la organización más fuerte y mejor
conectada del país. Nadie ha recibido ni recibirá nunca una oferta
como esta. Imagina la fuerza de los Solovev combinada con la de
los Mikhailov. Es una oferta muy generosa, debo decir…
—Es una jodida broma —suelto bruscamente—. No puedes
haber imaginado que me lo tomaría en serio.
Sus ojos se vuelven fríos.
—Asumí que eras lo suficientemente inteligente como para ver
la oportunidad aquí.
—No hay ninguna oportunidad —le digo—. Solo hay la
promesa de la sangre.
—Pero…
—No soy segundo de ningún hombre. No habrá alianza,
Belov. —Comienzo a salir, pero me detengo—. Y cuando te dirijas
a mí en el futuro, el nombre es Don Solovev.
Entonces me doy la vuelta y la espalda a los asesinos de mi
hermano.
La próxima vez que los vea, solo uno de nosotros saldrá vivo.
37

—¿Dónde está tu marido hoy? —Mamá está bebiendo a sorbos


el zumo que una de las criadas ha subido a mi habitación con el
desayuno. No lo toqué; el olor a cítricos me sentó mal.
—Fuera —digo—. Importante reunión de negocios.
Es humillante admitir que no sé a dónde va cuando sale de la
mansión. O qué hace cuando está fuera. O con quién. Sus palabras
de despedida de antes aún resuenan en mi cabeza.
Sí, es muy hermosa.
Ignorante, mi madre sonríe y me coloca en las manos una
bolsa de plástico de farmacia.
—He traído siete pruebas diferentes —dice—. Todas son de
alta calidad. Deberías tener una respuesta definitiva en unos
minutos.
La bolsa se siente pesada en mis manos. Como si me pesara lo
que significaría un resultado positivo. Para mí. Para el bebé...
—Siéntate mamá —le digo—. Vuelvo enseguida.
En el baño, saco las siete pruebas de embarazo y las alineo en
una fila ordenada. Lleno un vaso de agua del lavabo y lo vierto.
Ya estoy a punto de reventar. Hace horas que no voy al baño.
He estado esperando a que llegue mi madre. Esperando para
saberlo.
Se me revuelve el estómago de los nervios. Miro fijamente mi
reflejo en el espejo.
—Está bien —me digo—. Ya lo sabes...
Pero esa es la cuestión: no es lo mismo sentirlo en el estómago
que mirar la evidencia. Un bebé es importante. Lo cambiará todo.
No obstante, si me quedo aquí mirando este espejo, sin
moverme, sin probar nada, quizá el tiempo se congele y no cambie
nada en absoluto y no haya ningún bebé y un matrimonio
"ambos" resulten ser un producto de mi imaginación y me
despierte en mi cama a los dieciocho años, dispuesta a rehacer mi
vida de la manera correcta.
Vale la pena intentarlo, ¿verdad?
No dura mucho. Pero no por falta de intentarlo. La única razón
por la que puedo alejarme del espejo es porque realmente me voy
a orinar en el pantalón si me demoro más.
Utilizo tres de los palos en rápida sucesión y los equilibro en el
borde de la bañera boca abajo.
Me vuelvo a subir el pantalón y me lavo las manos sin mirar al
espejo. Sin mirar hacia la bañera. Durante unos segundos más,
finjo que las pruebas no están a un metro de distancia procesando
mi futuro.
Tic. Toc. Tic. Toc.
El reloj de la esquina es implacable, por mucho poder de
telepatía que pretenda dirigirle. Los segundos van y vienen,
arrastrándome cada vez más cerca del momento que no puedo
retrasarlo mucho más.
Intento caminar hacia la bañera, pero me alejo en el último
momento. Lo repito unas cuantas veces, caminando hacia arriba y
luego girando para alejarme de las pruebas cada vez que me
acerco demasiado.
—Vamos, Willow —murmuro—. No seas cobarde. Solo mira.
Finalmente, respiro profundamente y me dirijo a la bañera.
Giro la prueba más cercana antes de perder los nervios.
Inmediatamente, tengo mi respuesta. En lugar de un pequeño
signo de más o menos, las letras digitales deletrean mi destino en
la ventana de la prueba.
EMBARAZADA.
Es tan definitivo que no me molesto en mirar las otras dos
pruebas de inmediato. Me quedo mirando la palabra, leyéndola
para mí una y otra vez, dejando que la verdad se asiente.
Estoy embarazada de Leo Solovev.
Cuando la conmoción empieza a dar paso a una oleada de
otras emociones que aún no estoy preparada para procesar, doy la
vuelta a los otros dos análisis. Uno tiene dos líneas rosas. El otro
tiene un signo azul.
Estoy embarazada en tres diferentes lenguajes de prueba.
—¿Willow, cariño? —La voz de mamá entra por la puerta—.
¿Está todo bien? —Abro la puerta de golpe. Ella da un respingo y
tropieza hacia atrás—. ¿Y bien, cariño?
Asiento con la cabeza.
—Yo... estoy embarazada.
Mamá da una palmada y me abraza.
—¡Felicidades! Estoy tan feliz por ti.
Consigo darle una palmada distraída en la espalda antes que
me coja de la mano y me lleve a la cama. Me hundo en el colchón
con gusto. Siento las piernas como gelatina.
—Amor, ¿estás bien? Estás un poco pálida.
—Estoy bien —digo, forzando una sonrisa en mi rostro—. Es
solo un poco de sorpresa, eso es todo.
No puedo dejar que mamá sepa lo... complicadas, a falta de una
palabra mejor, que son las cosas entre Leo y yo. Necesito
preservar la imagen de un matrimonio feliz. Al menos hasta que
descubra lo que significa este bebé.
Se siente como un déjà vu. Me negué a llamar a mis padres
hasta que estuve libre de Casey y fuera de problemas.
Pero esto es diferente. Con Casey, se trataba de mi orgullo y
vergüenza. Ahora, se trata de la seguridad de mis padres. Cuanto
menos sepan del mundo de Leo, mejor para ellos.
Además, mis sentimientos por Leo son literalmente
indescriptibles. No existen palabras para describir lo frustrada, lo
viva, lo aterrada, lo fuerte que me hace sentir, todo a la vez.
—¿Pero eres feliz? —pregunta mamá.
Asiento con la cabeza tan convincentemente como puedo.
—Por supuesto.
Me coge la mano y la aprieta.
—La maternidad ha sido lo mejor que me ha pasado. No tengo
ninguna duda que será lo mismo para ti.
La escucho, pero no encuentro las palabras para responder. Mi
mente está a mil por hora. La confirmación del embarazo me ha
hecho comprender una cosa: no puedo quedarme aquí.
No importa lo mucho que me importe Leo. No importa lo
mucho que quiera un final de cuento de hadas con él.
Simplemente no es realista.
He sido ingenua durante mucho tiempo. Es hora de madurar y
anteponer los intereses de mi hijo. El primer paso es seguir
adelante.
¿Pero cómo? Mi marido es un Don de la Bratva. No se huye de
un hombre así sin un plan.
Al menos tengo la cuenta de la que me hablaron mis padres. El
dinero de mis padres biológicos me ha proporcionado los medios
financieros para marcharme, para cubrir mis huellas, para volver a
comenzar desde cero. Puedo mantenerme a mí y a mi hijo. Si soy
inteligente -aunque veintiún millones de dólares es una cantidad
tan alucinante que no veo cómo podría gastarlo todo- puedo vivir
con ello para siempre. No volveré a caer en la trampa en la que
estuve con Casey.
—¿Willow? —La voz de mamá irrumpe en mi planificación.
—Lo siento. Solo estoy... procesando.
—¿Será Leo feliz? —Veo el comienzo de la preocupación en los
pliegues de sus ojos.
—Por supuesto —digo rápidamente—. Por supuesto que sí.
Supongo que... tenía la idea de volver a la universidad. Terminar
mi carrera.
—Oh cariño —canturrea ella—. Todavía se puede hacer eso
con un bebé.
—Tal vez. —Suspiro y la miro—. ¿Cómo fue para ti,
convertirte en madre por primera vez?
Me dedica una sonrisa triste.
—Mi viaje hacia la maternidad fue muy diferente, cariño —
dice—. Tu padre y yo lo intentamos durante años antes de
consultar a un médico. Nos dijeron que concebir de forma natural
sería muy difícil para nosotros. Así que decidimos adoptar.
—¿No querías probar otras formas de tener un bebé? —
pregunto—. ¿Fecundación in vitro o gestación subrogada o algo
así?
Mamá sonríe.
—Todos eran muy caros y, siendo sincera, para tu padre y
para mí no se trataba de tener un hijo biológico. Eso nunca fue lo
importante para ninguno de nosotros. La familia se trata de a
quien eliges. Y nosotros te elegimos a ti. Nos gusta pensar que tú
también nos elegiste a nosotros.
Me oigo gritar a mis padres años antes, diciéndoles que había
elegido a Casey. Pero las duras palabras son ahora poco más que
un eco. Como un grito nocturno terrorífico que se desvaneció hace
tiempo a la luz del día.
Me inclino y pongo mi cabeza en su hombro.
—Me alegro mucho que estés aquí, mamá.
—Oh cariño, no tienes idea. Debo decir que estoy emocionada
de ser abuela.
—¿Te importaría hacerme un favor entonces, abuela? —
pregunto, sentándome de nuevo.
—Por supuesto.
—No le digas a nadie lo de mi embarazo todavía. Quiero decir,
puedes decírselo a papá. Pero a nadie más, ¿vale?
—¿A quién más se lo iba a decir, cariño?
Sonrío.
—Gracias.
—Por supuesto. —Se levanta y me señala con un dedo—.
Ahora, lo primero es lo primero, necesitas comer tres comidas
saludables al día. Ya has perdido demasiado peso. Y también
necesitas programar una reunión con un médico…
—No. —Mamá se detiene en seco, sorprendida, así que me
apresuro a enmendar mi afirmación antes que su intuición de
madre haga acto de presencia—. Lo siento, es que... quiero aplazar
la visita a un médico hasta que se lo diga a Leo.
—Oh. Por supuesto —dice ella—. Y me gustaría conocerlo
pronto. Debería conocer a mi yerno, sobre todo si estás
embarazada de él.
—Intentaré arreglarlo.
Pero mi corazón se hunde con solo pensarlo. No quiero que se
enamoren de un hombre al que ya estoy planeando dejar. No
tengo duda que Leo puede ser increíblemente encantador cuando
quiere.
Sin embargo, no puedo pensar en eso ahora. Dios sabe que ya
tengo suficientes preocupaciones.
Le digo a mi madre que estoy cansada y ella asiente enseguida.
—Descansa un poco —baja la voz hasta un susurro—. Y cuida
de mi nieto.
La acompaño hasta la puerta principal y la despido mientras se
aleja. Cuando vuelvo a subir las escaleras, oigo que se abre la
puerta.
Es Leo.
Y parece muy enfadado.
Su expresión negra se posa en mí, y creo que se suaviza un
poco antes de volver a endurecerse.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Bien.
Entonces se da la vuelta y entra furioso en su despacho.
Tendría que ser estúpida para ir tras él cuando está de ese
humor. La ira de Leo es desagradable, por decir algo. Pero
supongo que eso me hace estúpida, porque por alguna razón
desconocida, lo sigo.
Ha dejado la puerta abierta. Entro sin llamar, aunque me
detengo en el umbral de la puerta. Al otro lado de la sala, Leo se
sirve una bebida del carrito del bar.
Sin volverse, dice.
—¿Quieres una?
Lucho contra el impulso de llevarme una mano al estómago.
—No, gracias.
No vuelve a preguntar. Solo se bebe de un trago su bebida.
Inmediatamente se sirve otro.
—¿Salió algo mal en la reunión? —pregunto—. ¿Anya hizo
algo?
Los celos se retuercen en mi interior. No conozco a esta mujer,
pero él dijo que era hermosa. ¿Qué sucedió en su encuentro? Odio
que esta desconocida sepa algo de Leo que yo no sé.
Su respuesta es simplemente otro sorbo.
Haciendo una mueca, se dirige al sofá frente a la chimenea y se
sienta. Tras un momento de duda, me siento a su lado.
—¿Quieres hablar de ello?
—Ni siquiera empezarías a entenderlo. —Lo dice como si fuera
una reprimenda, y eso hace que me ponga a la defensiva al
instante.
—¿Puedo recordarte que fuiste tú quien me eligió? —digo con
dureza—. Si no te gusta que haga preguntas, deberías haber
elegido a una mujer más estúpida para casarte. Tal y como están
las cosas, quiero saber qué está sucediendo. Creo que me lo debes.
—No te debo ni una maldita cosa.
Sacudo la cabeza y me pongo de pie.
—Bien. Te dejaré entonces.
—Detente.
Leo nació para ser un líder. La sola palabra me detiene en mi
camino. Me muerdo el labio y me giro para mirarlo. Tiene las
piernas abiertas y el vaso sobre el reposabrazos. Tamborilea con
los dedos en el lateral.
—Ven aquí.
Soy un cuerpo dividido. Quiero resistirme a él -bueno, a decir
verdad, quiero mandarlo a la mierda por hablarle así a la madre
de su hijo-, pero no puedo contenerme. Avanzo hasta situarme
justo entre sus piernas abiertas.
—Siéntate —me dice.
Dudo solo un segundo, pero tiempo suficiente para tomarme
de la mano y tirar de mí hacia su regazo.
Su brazo me rodea por la cintura mientras me mira con una
intensidad, haciendo que un escalofrío recorra mi espalda. El
punto de su mirada es severo, concentrado, implacable.
Trago nerviosamente.
—¿Qué estás haciendo?
—Mirándote.
—¿Puedes no hacerlo?
—¿Por qué? ¿Esto te incomoda?
Alarga la mano y me toma un mechón de cabello, enrollándolo
alrededor de sus dedos. El gesto hace que mi estómago se agite
nervioso.
El latigazo emocional me está afectando. Un momento, estoy
planeando irme con su hijo no nacido para escapar del sangriento
mundo de la Bratva. Al siguiente, lo veo molesto y corro tras él
para... ¿reconfortarlo?
¿De qué serviría eso? ¿Qué bien puedo hacer por él? Leo no
necesita a nadie para nada. Y mucho menos para que lo consuele.
Y menos yo.
—Contéstame, Willow.
Asiento con la cabeza.
—Sí, estoy incómoda.
Ladea la cabeza.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Esa es la pregunta del millón. ¿Por qué estoy aquí? Me alejo de
él para ocultar mi rubor, pero sé que estoy luchando una batalla
perdida. El hombre lo ve todo. El hombre lo sabe todo.
—Pensé que podría ayudar —digo honestamente en voz
baja—. Parecías disgustado, y quería...
—Has elegido un momento curioso para elegir convertirte en
esposa de un Bratva —comenta con irónica diversión.
Me tomo esa diversión como algo personal. Lo dice como si
fuera imposible. Como si yo pudiera ser un activo para él. Nunca
seré más que una llave indefensa. Una carga a la que se encadenó
por necesidad, nada más.
Me bajo de su regazo. Él no me detiene.
También me lo tomo como algo personal.
—Ningún hombre es una isla, Leo —le digo—. Todos
necesitamos a otras personas. Incluso tú.
—Cierto —dice—. Y tomo lo que necesito.
—Lo sé —digo, royendo el interior de mi mejilla para contener
el torrente de emociones—. Lo sé mejor que nadie.
Nos miramos un momento más. Entonces no puedo soportarlo
más. Me doy la vuelta y huyo de la habitación tan rápido como
mis pies me llevan. Y, sin embargo, incluso cuando corro, incluso
cuando soy plena y completamente consciente que me estoy
preparando para el desamor, no puedo ocultar que una parte
desesperada de mí no quiere otra cosa que volver a arrastrarse a
su regazo.
Aparentemente, soy una masoquista.
Y Leo Solovev es mi tortura preferida.
38

Intento luchar contra ella, pero no puedo.


A decir verdad, ni siquiera quiero hacerlo.
Es tarde, pero camino por el pasillo hasta la suite que debemos
compartir. Willow está tumbada en la cama, envuelta en sábanas y
sueños. Sus pestañas revolotean suavemente y una pierna asoma
por debajo de las mantas, revelando toda la longitud de su pierna,
hasta el muslo.
Me acerco a ella y me doy cuenta que se ha deshecho por
completo de su camisón. No hay nada entre ella y yo más que la
sábana que cubre su cuerpo.
Me quito la ropa hasta quedar tan desnudo como ella. Luego
me meto en la cama junto a ella.
Se revuelve. La sábana se desprende para revelar la curva de
su pecho derecho. Mi polla, que ya está dura, salta de deseo al
verla.
Alargo la mano y le acaricio el pecho, haciendo girar el pulgar
sobre su pezón hasta que se endurece para mí. Ella gime y se abre
hacia mí.
Mientras duerme, no puede negar lo que tanto intenta
combatir cuando está despierta, que me desea de una forma que
las palabras no pueden captar.
Me inclino y le paso la punta de la lengua por el cuello. Deja
escapar un pequeño jadeo. Siento que se está despertando, así que
le retiro la sábana del cuerpo y sustituyo su calor por el mío.
Sus ojos parpadean mientras acomodo mi pecho sobre el suyo.
La confusión es palpable. Pero solo tarda un segundo en
orientarse.
Y cuando lo hace, ¿el enfado que espero?
Nunca llega.
En cambio, el deseo arde en sus ojos. Desliza su mano por mi
espalda hasta mi culo y tira de mis caderas hacia ella. Sus piernas
se abren un poco más, invitándome a entrar.
Me sitúo sobre ella, con mis labios a escasos centímetros de los
suyos. Sé lo que quiere, pero me resisto a dárselo. El hecho que
esté aquí me irrita.
Pero esta noche, decidí dejar la lógica en un segundo plano.
Dejé que el instinto y el deseo tomaran el control.
Puedo sentir las puntas de sus pezones contra mi pecho. Si
empujo dentro de ella ahora, sé que la encontraré húmeda y
deseosa.
Sus muslos tiemblan alrededor de mis caderas y se inclina
ligeramente hacia mí, pero aún no le doy lo que quiere. Sigo
provocándola.
Presiono mi polla contra su coño, presiono lo justo para
hacerla gemir, y luego la saco de nuevo. Sin permitirle ningún
alivio.
—Leo... —gime.
Maldita sea. No espero mi propia reacción cuando pronuncia
mi nombre. Mi cuerpo se pone rígido al instante. Una palabra y
siento que estoy listo para explotar sobre ella antes que me haya
deslizado dentro.
Mi mano se aprieta en su costado, dispuesta a darle la vuelta
para poder follarla por detrás. Pero entonces sus labios se fruncen
alrededor de una exhalación, sus párpados se cierran lentamente.
Es hipnótico.
Me doy cuenta de algo, quiero ver cómo se corre.
Vuelvo a presionar contra su abertura, pero esta vez cumplo la
promesa. Deslizo mi cabeza dentro de ella y sus labios hinchados
se estiran para acogerme. Sus caderas se levantan para encontrarse
conmigo y se traga toda mi polla.
—Alguien está ansiosa —gruño en su oído.
Su respuesta no es más que un gemido tembloroso.
Le agarro las dos manos y las sujeto al colchón. Luego,
presiono mis caderas contra su apretado coñito.
Fuera, y luego de nuevo, más fuerte esta vez. Otra vez. Y otra.
Sus pechos rebotan con cada embiste, lo que solo me anima a
follarla más rápido. Hasta que mis caderas son un borrón de
sudor, mis músculos arden y vibro de pies a cabeza con un
orgasmo que está a punto de golpearme como un tren desbocado.
Ella también lo está. Pero justo cuando está al borde, la
levanto.
Sus piernas me rodean la cintura y sus brazos me rodean el
cuello. Rebota sobre mi polla, con los pies apoyados en la cama,
mientras sus gemidos son cada vez más fervientes.
Entonces, cuando está preparada para encenderse, caigo de
espaldas. Ella se pone encima de mí. Sus ojos brillan con un nuevo
deseo. Empieza a montarme con fuerza.
Sus pechos rebotan en mi cara, y extiendo la mano y acaricio
cada uno de ellos mientras ella se deja caer sobre mí una y otra
vez. Una bofetada en su culo la hace apretar, gritar y cabalgar aún
más rápido.
Comienzan a formarse pequeñas gotas de sudor a lo largo de
su clavícula. Sus manos se plantan en mi pecho, echa la cabeza
hacia atrás, y entonces todo se acaba, se corre con pequeños y
suaves balbuceos de sus labios, con la columna arqueada al
máximo para poder gemir hasta el techo.
—Mírame cuando te corras —gruño. Levanto la mano y sujeto
su barbilla forzando su rostro hacia abajo. Tiene los ojos
entornados, sin ver nada, inundada de una sensación que no tiene
sentido. Las yemas de sus dedos tiemblan en mis pectorales.
Luego, una vez que ha terminado de atravesarla, suspira y se
desploma hacia delante, con la frente apoyada en el dorso de las
manos.
La contemplo, admirando la forma en que su cabello negro
fluye sobre sus hombros y contrasta con su piel lechosa.
Es una maldita visión. Afrodita encarnada.
Sus dedos trazan lentos círculos en mi pecho. Me quedo allí,
todavía dentro de ella. No parece tener prisa por cambiar eso
pronto. Yo tampoco.
Entonces algo cambia.
La calma en el aire se rompe. Sus ojos azules se amplían. En un
instante, levanta las caderas y salta sobre mí. Antes que pueda
incorporarme, está en el baño. Unos segundos después, la oigo
vomitar.
Sigo a Willow y la encuentro arrodillada en el suelo, abrazada
al inodoro como si fuera su vida. Se echa el cabello salvaje y
sudoroso hacia atrás y jadea una y otra vez hasta que no queda
nada por salir.
—¿Estás bien? —le pregunto cuando termina.
Su rostro está pálido, pero el color vuelve rápidamente. La
vergüenza pinta sus mejillas. Coge papel higiénico y se limpia la
boca. Lentamente, se levanta y se dirige al lavabo para quitarse el
mal sabor de boca.
—Willow.
Hace gárgaras y escupe el agua.
—Estoy bien. Solo... he pillado algún virus o algo así.
Observo cómo se mueve con cautela por el baño. Coge el
cepillo de dientes y se frota la lengua. No parece conmocionada
como yo esperaba. Casi como si... no estuviera sorprendida.
Su cuerpo desnudo está a la vista. Se ve bien. Sana, incluso.
Vibrante.
La última vez que la vi con un aspecto que no era bueno fue
cuando mataron a Jessica. Ese día también vomitó. En ese
momento, lo atribuí al shock, pero...
Sin darse cuenta, se pasa una mano por el estómago. Es rápido,
solo un roce de dedos sobre su abdomen. Pero en cuanto se da
cuenta de lo que ha hecho, Willow cierra la mano en un puño y la
deja caer a su lado.
Y en ese momento, sé todo lo que hay que saber.
—¿Estás embarazada?
En el espejo, sus ojos están muy abiertos. Se atraganta con la
pasta de dientes mientras se apresura a responderme.
—No. —Escupe y se limpia la boca con el dorso de la mano—.
No, no lo estoy. No lo estoy.
El engaño es mi arte. Mi oficio. Reconozco las mentiras en las
personas. Y puedo ver las mentiras escritas en ella.
No solo mi mujer está embarazada... lo sabe hace tiempo.
—¿Cuánto hace que lo sabes?
Sacude la cabeza en un patético intento de mantener la
mentira.
—No estoy... no estoy embarazada... solo estoy enferma. He
cogido un virus y eso es...
La agarro del brazo y la hago girar para que me mire. Ella cae
contra mi cuerpo. Los dos seguimos desnudos, y Willow parece
darse cuenta de inmediato. Sus mejillas se enrojecen. Se rodea la
cintura con el otro brazo y trata de apartarse de mí.
—Déjame ir, Leo.
—¿Cuándo ibas a decírmelo? —exijo—. ¿Cuánto tiempo ibas a
guardar este secreto?
Abre la boca para mantener la farsa. Pero una mirada al fuego
de mis ojos la convence de lo contrario. Veo que decide dejar de
actuar de una vez.
No tiene sentido mentir.
Sé la verdad.
—No sé —susurra—. No estaba segura que fuera a decírtelo.
Maldita respuesta equivocada.
—Esta es la parte en la que me dices que estás bromeando —
gruño—. O bien las cosas están a punto de ponerse muy, muy feas
para ti.
—¿Puedes culparme por querer mantenerlo oculto? —
pregunta con insistencia—. Has dejado claro que me estás
utilizando. Si te hablara de este bebé, nunca me dejarías ir.
—¿Qué te hace pensar que te dejaría ir de cualquier manera?
Empuja sus hombros hacia atrás y se mantiene erguida frente a
mí. El hecho que esté desnuda la hace parecer aún más feroz.
O tal vez es mi hijo creciendo dentro de ella lo que está
cambiando todo.
Doy un paso adelante, pero ella se mantiene firme. Aprecio la
lucha en ella, pero no importa. No importa lo fuerte que se crea
ella, yo soy más fuerte.
Se doblará.
Se romperá.
Ella cederá.
—Ahora eres mía, Willow.
—Nunca seré tuya. No puedes quitarme algo así. Tengo que
dártelo.
—Creo que lo acabas de hacer —digo salazmente, mirando
hacia las sábanas despeinadas.
—El sexo no es lo mismo que el amor.
—No quiero tu maldito amor —siseo—. Lo que espero es
obediencia. Lo que espero es jodida lealtad.
—Que te den —me ladra—. ¿Quieres esas cosas? Elige otra
mujer.
—Créeme: algunos días, desearía haberlo hecho. Eres casi más
problemática de lo que vales. Pero ya es demasiado tarde. Llevas a
mi bebé. Mi heredero. Así que eres mía, Willow Solovev. Para bien
o para mal, ¿recuerdas?
Ella se estremece.
—¿Qué te hace pensar que quiero tu bebé?
Deslizo mis dedos por su brazo. La piel de gallina brota con el
rastro de mi tacto.
—Porque me lo estás diciendo que lo haces de todas las
maneras posibles.
—Piensas demasiado en ti mismo.
—Te das cuenta que mi semilla está goteando por tus piernas
mientras hablamos, ¿verdad?
Intenta alejarme, pero bien podría ser como una pared de
ladrillos. No me muevo y ella se encuentra atrapada entre la pared
y yo.
—Déjame pasar.
—No.
Arrastra su mirada hasta encontrar la mía.
—Quiero más para mi hijo que la vida en la Bratva, Leo.
Mis ojos se enfrían. Si ella supiera.
—Lo que quieras es irrelevante. —Entonces me doy la vuelta y
me dirijo a la puerta—. Haré que un médico venga a revisarte
mañana. Hasta entonces, ve a dormir. Ahora llevas a mi hijo.
Espero que te cuides.
39

Tengo que salir.


Desde el momento en que Leo me abandona y da un portazo a
su paso, es todo lo que puedo pensar.
Tengo que huir. Tengo que correr. Tengo que salir de aquí.
Cada vez que parpadeo, veo su espalda desnuda, los músculos
tensos mientras se aleja de mí. Lo veo cerrar la puerta de golpe,
con los puños cerrados y la mandíbula apretada.
Sonaba más bien como una celda cerrada.
Hubo un tiempo en el que me habría tomado todo esto con
calma. Me habría quedado en la cama y habría llorado. Habría
aceptado mi destino como algo imposible de cambiar.
Pero soy una mujer diferente a la que era cuando entré por
primera vez en esta mansión.
Esa chica era ingenua. Una víctima.
Ahora tengo que ser más que eso, por mí y por el bebé que
crece dentro de mí.
Tengo que proteger a mi hijo.
¿Pero cómo?
El complejo tiene niveles de seguridad de Fort Knox. Incluso si
consiguiera pasar las cámaras de seguridad y los sistemas de
alarma con sensores de movimiento, hay hombres armados en
todas las salidas principales. Es una fortaleza en todo menos en el
nombre.
Pienso en llamar a mis padres, pero ¿cómo podría explicarles
todo esto por teléfono? ¿Y qué harían incluso si lo entendieran?
Por no hablar que, si mi teléfono está pinchado y esa llamada es
interceptada, los delataría antes de dar un solo paso fuera de esta
habitación.
Si quiero escapar, tengo que pensar de forma diferente. No
puedo tener otro intento fallido como cuando traté de escalar el
enrejado. Tengo que ser inteligente en esto.
Miro la hora. Dentro de un par de horas vendrá un médico
para examinarme y asegurarse que el bebé está sano.
Es entonces cuando me doy cuenta. El médico puede ser el
plan.
El médico no tiene que ir a mí. Puedo ir a él.
Mi plan está a medio formar cuando empiezo a correr por la
habitación en busca de algo afilado. Me fijo en el cuchillo de
mantequilla de la bandeja del desayuno. Es bastante romo, pero
con la suficiente presión servirá.
Me subo el vestido para dejar al descubierto mi muslo. La
mano me tiembla tanto que casi se me cae el cuchillo.
—Vamos, Willow. Puedes hacerlo —murmuro—. Tienes que
hacer esto... por tu hijo.
Con toda la fuerza que puedo, me clavo el cuchillo en la piel.
Hago el corte en lo alto de mi muslo, lo suficientemente alto
como para que parezca que la sangre viene de entre mis piernas.
Soy capaz de hacer tres cortes antes que el dolor me afecte.
Ahogo un grito en el codo y vuelvo a cortar, aunque solo sea para
demostrar que no soy cobarde.
Compruebo la herida. Ahora sangra libremente. Aprieto las
piernas para que haya sangre en ambos lados. Definitivamente
parece que estoy abortando.
Ya no hay vuelta atrás. He llegado demasiado lejos. Antes de
pensarlo demasiado, escondo el cuchillo bajo el colchón.
Si meto la pata en esta actuación, no solo estaré atrapada aquí
para siempre, sino que todos mis movimientos serán vigilados.
Tengo que vender esto.
Respiro profundamente...
Y entonces grito.
Los pasos retumban hacia mí inmediatamente. Una de las
criadas es la primera en entrar en la habitación. Es mayor, de
mediana edad por lo menos, con el cabello oscuro y canoso de
raíz. En cuanto entra, ve la sangre y se queda boquiabierta.
—Creo que... creo... —Me tropiezo con las palabras, me
tiembla la voz, ni siquiera en un montaje, sino con auténtico
miedo—. Creo que estoy abortando.
Sale de la habitación sin decir nada.
Mordiéndome el labio para no volver a gritar, me meto la
mano entre las piernas y me clavo un dedo en los cortes para que
la sangre siga corriendo.
Cuando escucho más pasos en el pasillo, más fuertes esta vez,
más furiosos, casi seguramente masculinos, me pongo rígida. Es la
hora. Este es el momento. Es mi única oportunidad.
Leo irrumpe en la habitación, con sus ojos buscando. Cuando
me ve, se acerca de inmediato. Controlado. Tranquilo. Seguro.
—¿Qué ha sucedido?
—Yo... no lo sé... he empezado a sangrar. —Inhalo
bruscamente, casi como un sollozo—. Puede que pierda al bebé.
—Se acerca a mí, pero doy un paso atrás—. ¡No me toques! Yo...
necesito ir a un hospital.
No discute. Solo me coge de la mano y me saca por la puerta al
pasillo. Jax ya está en lo alto de la escalera. Por una vez, no hay
ninguna sonrisa en su cara.
Cuando hay problemas, los hombres de Leo se mueven rápido.
—Trae el coche —ladra Leo—. Tenemos que llevarla a un
hospital. ¡Ahora!
Leo me agarra la mano y se mancha los dedos de sangre. Me
mira y, por un segundo, creo que me ha pillado. Va a saber que
me he hecho esto. Va a descubrirme.
Empiezo a temblar incontroladamente, lo que irónicamente
hace que la actuación sea aún más convincente.
Leo me mira con ojos oscuros.
—No te preocupes. No vas a perder a este bebé, Willow.
Parece tan seguro de sí mismo. No percibo ninguna duda en su
tono. Leo Solovev está tan seguro de sí mismo que cree que puede
controlar la muerte.
Y estoy tan destrozada que casi le creo.
Bajamos las escaleras lentamente. Leo me ayuda a subir al
asiento trasero del Wrangler y luego me sigue. Jax toma el asiento
del conductor y pisa el acelerador en cuanto estamos acomodados.
Hasta ahora, todo va bien.
Pero cualquier cosa puede pasar entre ahora y cuando
lleguemos al hospital. Tengo que encontrar el momento justo para
salir corriendo.
—¿Cómo te sientes? —pregunta Leo.
—Como si estuviera abortando —digo robóticamente.
Sus dedos se mueven. Por un momento, creo que va a
acercarse y cogerme la mano. Para consolarme en lo que parece un
momento de desesperada necesidad. Para abrazarme, para
decirme que todo va a salir bien, no porque pueda controlar el
resultado, sino simplemente porque le importa lo suficiente como
para capear el temporal junto a mí.
Pero cuando vuelvo a mirar su mano, está completamente
inmóvil.
Intento no parecer tan abatida por ello como me siento. Incluso
ahora, mientras promulgo mi huida, sigo esperando que Leo
cambie. Esperando que lo haga, en realidad. Quiero que me dé las
cosas que me ha jurado una y otra vez que no puede ni quiere dar.
Por eso tengo que irme.
Tengo que encontrar mi propio camino, separada de hombres
como él. Es hora que aprenda lo que es ser verdaderamente
independiente.
Nos detenemos frente a un extenso hospital privado. El sol lo
hace resplandecer de blanco. Me traen una silla de ruedas y una
enfermera mayor de rostro amable me ayuda a sentarme en ella.
Jax y Leo me acompañan mientras me llevan al interior.
—Tendrá que registrarse, señor —le informa la enfermera a
Leo.
Jax se despega para hacerlo sin que se lo pida. Leo se acerca a
mí. ¿Se va a ir alguna vez de mi lado? ¿Cómo voy a encontrar una
oportunidad para escaparme si él nunca me da un momento para
mí?
—Llévala a una habitación privada —le ordena a la
enfermera—. Quiero cuidados las veinticuatro horas del día. Lo
que tenga que hacer para proteger al bebé, hágalo.
—Por supuesto, señor.
Antes que pueda ladrarle otra orden, recibe una llamada
telefónica. Me preocupa que no responda. Pero para mi alivio, lo
hace.
Solo dice unas pocas palabras en un ruso duro, y luego su
expresión se vuelve negra. Me echa una mirada rápida y se aleja,
con la cabeza agachada, mientras gruñe al teléfono.
Todavía estamos en el vestíbulo. Las puertas están a solo unos
metros de distancia. Pero ya no puedo ver a Jax y Leo está
totalmente preocupado por su llamada.
Esta es la ventana de la oportunidad.
Miro a la enfermera.
—¿Puedo tomar un poco de agua, por favor?
—Tal vez cuando lleguemos a la habitación…
—Por favor, —exclamo—. Necesito algo de beber.
Ella mira a la espalda de Leo, y sé que recuerda su orden. No
es difícil imaginar lo que un hombre como Leo haría si ella
desobedece. Ella cede.
—Por supuesto, querida. Vuelvo enseguida.
Atraviesa una puerta a la izquierda y desaparece. Vuelvo a
mirar a Leo. Sigue de espaldas a mí, y ahora se ha alejado aún más
por el pasillo.
Esto es todo.
Lentamente, al principio. Me levanto y camino con decisión hacia
la puerta, moviéndome lo más rápido posible sin causar una
escena. Los ojos pasan por encima de mí y luego se alejan, sin
darse cuenta.
Y en el momento en que paso por la puerta, corro.
En el aparcamiento, me desvío hacia un lado y doy un rodeo
alrededor del enorme edificio principal. Atravieso un pequeño
aparcamiento, zigzagueando entre los coches, hasta llegar a la
acera.
En cuanto llego a la carretera principal, llamo a un taxi. Se
detiene justo a tiempo, como si todo estuviera diseñado para
suceder así. No lo cuestiono; simplemente me subo.
El conductor ni siquiera me mira cuando subo y le doy la
dirección de mis padres. Se limita a asentir con la cabeza y se pone
en marcha.
El cuentakilómetros sube lentamente mientras recorremos
kilómetros de autopista. Me doy la vuelta en mi asiento,
esperando ver una caravana de todoterrenos negros siguiéndome.
Leo tiene que saber que ya me he largado.
¿Qué cree él que ha sucedido? ¿Viene por mí?
Intento mantener la calma con respiraciones profundas, pero el
viaje parece durar una eternidad.
En cuanto el coche se detiene frente a la casa de mis padres,
abro la puerta y pongo un pie en el bordillo.
—¡Oiga, señora! —El conductor pasa un brazo por encima del
asiento del pasajero y levanta una ceja—. Me debe doce dólares
con sesenta.
Ni siquiera necesito mirar mi falta de bolsillos para saber que
no tengo dinero en efectivo.
—Lo siento, no tengo cambio. Déjame entrar y preguntar a mis
padres.
Se encoge de hombros.
—Mantendré el contador en marcha.
Asiento con gratitud y me apresuro hacia la puerta principal.
No llego a ver la casa de mi infancia como me hubiera gustado,
como siempre pensé que lo haría si alguna vez arreglaba las cosas
con mis padres. Solo puedo echar una rápida mirada mientras
subo a toda prisa por el camino.
Pero no parece que haya cambiado mucho. Un jardín
ordenado y bien cuidado con algunas plantas más grandes que
abren sus hojas alegremente en el porche. Cuando golpeo la
puerta principal, me doy cuenta que el color de la pintura es
ligeramente diferente al que recordaba. Es más crema que blanco.
Por alguna razón, eso hace que me duela el corazón.
—¡Mamá! —Llamo desesperadamente—. ¡Papá!
Odio hacerles esto. Odio aparecer en su puerta con la sangre
corriendo por mis piernas y otro matrimonio fallido en mi espejo
retrovisor.
Pero he aprendido la lección. No hay tiempo para el orgullo.
Tengo que hacer esto por mi hijo.
Sigo llamando a la puerta.
Nadie responde.
Miro por encima del hombro y el taxista está asomado a la
ventanilla mirándome.
—¡Mamá! ¡Papá!
Veo su coche aparcado en la entrada. Es demasiado tarde para
que aún estén en la cama y demasiado temprano para una siesta.
Desesperadamente, pruebo el pomo y, para mi alivio, está
abierto. La puerta se abre de golpe. Me apresuro a entrar. Sin
embargo, nada más entrar, me detengo en seco.
Algo se siente mal.
Entonces escucho el sonido de un motor acelerando y el
chirrido de las ruedas. Me vuelvo hacia la puerta abierta solo para
ver al taxista alejarse.
¿Por qué se iría sin su pasaje?
La piel de gallina se extiende por mis brazos mientras hago
una lenta pirueta en el lugar.
¿Es posible que Leo haya llegado antes que yo? ¿Que haya
predicho mis movimientos y me haya tendido una trampa?
—¿Mamá? —Llamo. Mi voz es increíblemente temblorosa
ahora. Con cada segundo que pasa, siento que mi determinación
se desvanece.
Entonces doblo la esquina y entro en la sala de estar.
Sobre el respaldo del sofá verde pastel, veo la parte superior
de la cabeza calva de mi padre. Se ha desplomado hacia atrás en
un ángulo extraño.
Y no se mueve.
—¡Papá! —Me precipito hacia delante, pero al rodear el sofá
veo a mi madre tumbada a su lado. Está tan encorvada que no la
vi desde el otro lado. Me pongo de rodillas—. ¡Mamá!
Una mirada a ellos, y sé que no están durmiendo.
—Por favor, no te mueras. Por favor, no te mueras —suplico.
Les agarro las muñecas para buscarles el pulso.
Antes que pueda sentir nada, una voz viene de la cocina.
—No te preocupes. No están muertos.
Es tranquilo y controlado... y claramente femenina.
Levanto la vista y veo a una mujer que entra en el salón. Es
preciosa. A pesar de todo, ese es el primer pensamiento que tengo.
Es alta y esbelta, lleva unos elegantes pantalones negros, botas
de cuero hasta la rodilla y un jersey negro de manga larga que
acentúa su figura. Su cabello rubio cae en elegantes ondas sobre
sus hombros y sus ojos verdes se clavan en los míos. La sonrisa de
su rostro es despiadada.
—Han sido tranquilizados —dice sin una pizca de
preocupación—. Al igual que tú estás a punto de serlo.
Escucho una pesada pisada detrás de mí y me giro justo
cuando algo afilado me pincha en el cuello. Abro la boca para
gritar, pero no sale ningún sonido.
Lo último que recuerdo es la caída. El mundo se vuelve de
lado.
Entonces todo se desvanece en negro.
40

No puedo ignorar esta llamada, por mucho que quiera. No del


Agente Treinta y Uno.
—Será mejor que esto sea bueno —siseo al teléfono.
—¿No es siempre así?
—No tengo tiempo para rodeos hoy. Escúpelo.
—El momento es ahora —dice ella—. Estará en el Club
Manhattan en una hora.
—¿Qué hay sobre mi hombre?
—Ya no está en el edificio. Las únicas muertes serán las de
Mikhailov.
Aprieto los dientes con satisfacción cuando la promesa de la
victoria empieza a hacerse tangible.
—Hay una cosa más —dice.
La creciente excitación en mi pecho baja al instante.
—¿Qué?
Pero antes de poder pronunciar otra palabra, la línea se corta.
—¡Mierda! —grito tan fuerte que los transeúntes me miran.
Los miro hasta que apartan la vista.
Jax se apresura hacia mí.
—¿Qué está sucediendo?
—Agente Treinta y Uno —digo con brusquedad—. Se ha
cortado la línea.
—Conocemos el motivo.
—Eso no significa que me guste.
Jax mira a su alrededor.
—La tengo registrada. ¿Ya han subido a Willow a su
habitación?
Me doy la vuelta. Busco a Willow y a la enfermera que estaba
con ella. Un segundo después, veo que la enfermera se dirige
hacia mí con un vaso de agua en la mano. Mira detrás de mí y sigo
su mirada para ver qué está mirando.
Una silla de ruedas vacía.
Al instante, todo encaja. Por qué Willow quería venir al
hospital. Por qué no quería que la tocara.
Esto no es una emergencia médica.
Es una fuga.
—Jesús jodido Cristo —gruño—. Se ha dado a la fuga.
Estoy cabreado. Absolutamente lívido. Pero maldita sea,
admiro sus agallas. La mujer tiene agallas.
—Leo…
—No te molestes —digo, ya saliendo a toda prisa del
hospital—. Sé dónde ha ido. Reúnete conmigo allí lo antes posible
con un equipo.
—¿Dónde? —me llama.
—¿Dónde más? —grito—. La casa de sus padres.
Corro hacia el Wrangler, me meto dentro y empiezo a correr
por las calles. Corto las esquinas y me salto los semáforos, pero al
final, sigo llegando demasiado tarde.
La puerta delantera no está completamente cerrada. Se abre
fácilmente. Y en el momento en que estoy dentro, sé que hay
demasiado silencio.
Saco mi arma y diviso el lugar, pero lo presiento: ella ya se ha
ido.
—Maldita sea, Willow —digo en voz baja.
Quiero estrangularla por esto. ¿Realmente pensó que podría
estar a salvo sin mí? ¿Después de todo lo que ha visto? ¿Después
de lo que le pasó a Jessica?
Entro en el salón y encuentro a sus padres desplomados contra
el sofá. Me arrodillo y compruebo sus pulsaciones.
Ambos están vivos y respiran. Han sido tranquilizados, no
asesinados. Y ambos vuelven en sí. Guardo mi arma y me siento
en la mesa de café justo delante de ellos.
La madre de Willow se despierta primero. Sus ojos se abren
con lentitud, pero en cuanto se posan en mí, se despierta por
completo. Instintivamente, se acerca, buscando a su marido.
Cuando lo ve a su lado, recostado en el sofá, grita su nombre.
—¡Benjamín!
Le agarra la parte delantera de la camisa y le da una sacudida.
Sus ojos, llenos de preocupación, encuentran los míos.
—¿Q-qué… está bien? ¿Qué le has hecho?
Mujer tonta. El pánico no resuelve nada. Tampoco la ira,
aunque tengo una buena cantidad de ella erizada bajo mi piel.
—No he hecho nada —digo—. Así es como los encontré a
ambos.
El padre de Willow comienza a revolverse.
—Tu marido está bien, ¿ves? Se está despertando.
Lo mira a la cara y el alivio colorea sus suaves rasgos.
—N... ¿Natalie? —balbucea.
Hay algo que decir de una pareja cuyo primer pensamiento
después de la inconsciencia es el del otro.
Benjamin se sienta. Entrelazan sus manos.
—Nat, ¿qué sucedió? —pregunta de nuevo. Entonces se da
cuenta que estoy sentado frente a ellos—. ¿Quién eres tú?
—Soy Leo —les digo—. Leo Solovev.
Puedo decir que reconocen el nombre. Natalie me mira con
curiosidad. Benjamin también lo hace, pero tengo la sensación que
me está evaluando más que nada.
Entiendo el impulso. Están tratando de proteger a su familia.
No servirá de nada. Pero admiro el instinto.
—¿Eres nuestro... yerno? —pregunta Natalie vacilante.
—Sí. ¿Puedes decirme qué recuerdas antes de desmayarte?
Intercambian una mirada y Ben sacude la cabeza.
—Había un hombre aquí. En la casa. Solo vi un destello de él
antes de... bueno, no puedo recordar. Simplemente me desmayé.
—Escuché un ruido y vine corriendo —comenta Natalie—. Vi
a Ben tumbado boca abajo en el sofá y había un hombre con él.
Eso es todo lo que yo... Leo, ¿qué está pasando?
—Voy a darte la versión corta porque no tengo tiempo para
nada más —digo—. Hay gente ahí fuera que quiere hacerme daño.
La forma más rápida de hacerlo es llegar a las personas más
cercanas a mí. Lo cual, en este momento, os incluye a vosotros
dos.
—¿Por qué? —pregunta inmediatamente Benjamin—. Ni
siquiera te conocemos.
—Sois los padres de mi esposa.
Natalie se da cuenta de repente.
—¡Willow! ¿Dónde está Willow?
—Mi creencia es que vino a veros —les digo. Omito el hecho
que ella estaba huyendo de mí en ese momento.
—Oh Dios —gime Benjamín—. ¿Estás diciendo que quien ha
venido aquí y nos ha dejado inconscientes podría tener a nuestra
hija?
La desesperación se convierte en rabia en el rostro de
Benjamin. El hombre de aspecto primitivo no parece que deba ser
capaz de esa emoción, pero veo que la devoción por Willow arde
profundamente en sus ojos.
Haría cualquier cosa para salvarla.
También admiro ese instinto.
Asiento.
—Estoy casi seguro de ello.
Casi. Ahí está esa palabra de nuevo. Odio no estar seguro.
Los ojos de Natalie se estrechan mientras me estudia.
—¿Quién eres, Leo? ¿Quién eres realmente?
—No soy un mentiroso —le digo—. Puedes confiar en lo que
te digo. Pero no hay mucho que pueda contarte.
—Entonces dinos lo que puedas.
—Soy un hombre poderoso —explico con sencillez—. Y como
resultado, tengo enemigos. Es la razón por la que les pedí a ambos
que acudieran a ver a Willow en lugar de al revés. Ella se resintió
por ello, pero mi casa está protegida. Vigilada. Segura.
—Dejó un marido controlador —señala Natalie—. Ella no
quiere otro.
—Casey estaba tratando de mantenerla prisionera. Yo estoy
tratando de mantenerla a salvo. Hay una diferencia.
Duda, se muerde el labio y asiente.
—Te creo.
Su marido mira entre los dos.
—Francamente, no me importa cuáles eran sus intenciones.
Hombres peligrosos tienen a nuestra hija ahora mismo. Por tu
culpa.
—No por mucho tiempo —gruño—. Voy a recuperarla. Y
cuando lo haga, me aseguraré que nadie la vuelva a tocar.
Parece que eso le llega a Benjamin.
—¿Eres lo suficientemente poderoso para hacer que eso
suceda?
—Sin una maldita duda.
Exhala temblorosamente y asiente con la cabeza.
—Bien.
—Está embarazada —exclama Natalie.
—¿Qué? —Benjamin se queda boquiabierto—. ¿Por qué no me
lo dijiste?
—Porque no estaba preparada para que nadie más lo supiera
hasta que se lo contara… —Se vuelve hacia mí y termina—. a ti.
—Lo sé.
Ella asiente, y sus ojos se vuelven conflictivos.
—¿También te habló de la cuenta bancaria? La que...
—No, no lo hizo —admito—. Pero ya sabía de esa cuenta
mucho antes que ella.
—¿Cómo? —pregunta Benjamin.
Sacudo la cabeza.
—Eso es algo que no puedo decirte.
Natalie y Benjamin intercambian una mirada. Están al borde
del pánico, pero intentan controlar sus emociones. Es mucho para
procesar, ciertamente. Mi mundo no es para los débiles de
corazón.
Oigo el chirrido de los neumáticos fuera de su casa. Natalie y
Benjamin se ponen rígidos, pero les hago un gesto para que no se
acerquen.
—Esos son mis hombres. Van a trasladaros a un lugar seguro.
—¿Quieres que abandonemos nuestra casa? —pregunta
Natalie, con los nudillos blancos apretando el reposabrazos del
sofá con miedo.
—No para siempre —le aseguro—. Solo hasta que tenga el
control de la situación. En cuanto esto esté controlado, os traeré de
vuelta aquí.
—No me importa mi casa, Leo —dice—. Me importa mi hija.
—Ya somos dos.
—¿La recuperarás? —pregunta.
—Lo haré.
—¿Y no dejarás de intentarlo hasta que lo consigas?
Comprendo su necesidad de tranquilidad. Está poniendo toda
su confianza en un completo desconocido. Yerno o no, sigo siendo
el hombre que irrumpió en su sala de estar con un arma en la
mano para ofrecerle una explicación vaga y desigual.
Miro a mi suegra fijamente a los ojos y le digo lo más
solemnemente que puedo:
—Nunca. Iré hasta el fin del mundo por ella.
Ella asiente, pero las lágrimas brillan en sus ojos.
La puerta principal se abre y Jax entra. Se detiene en seco
cuando nos ve a los tres en el salón.
—¿Estoy invitado a la fiesta de la lástima?
Tengo que luchar para no poner los ojos en blanco.
—Este es Jax —les explico—. Pueden confiar en él, a pesar de
su patético sentido del humor. Los va a llevar a un refugio seguro.
—¿Y luego qué? —pregunta Benjamin.
—Entonces voy a recuperar a tu hija.
Los dos asienten. Benjamin se levanta con las piernas
inestables y empieza a acercarse a Jax, pero Natalie se detiene para
plantarse delante de mí.
—Este tipo de vida no es lo que quería para mi hija. Por no
decir otra cosa. Pero por lo que he visto, por lo que ha dicho
Willow... creo que te ama.
Me impido preguntar por sus palabras exactas. No importa lo
que haya dicho Willow. Mis planes no cambiarán de ninguna
manera.
—Solo... —Natalie se ahoga en un sollozo—. Lo que tengas que
hacer para recuperarla... hazlo.
—Lo haré. —Me vuelvo hacia Jax—. Deja que reúnan algunas
cosas y luego llévatelos.
—Entendido, jefe.
Jax les hace un gesto a Benjamin y Natalie para indicarles, y
luego los acompaña al piso de arriba para hacer la maleta a toda
prisa.
Escudriño la sala de estar, buscando pistas, cualquier cosa que
pueda ayudarme a descubrir qué más ha sucedido aquí. Nada
parece fuera de lugar. Según todos los indicios, es una sala de
estar perfectamente normal. No tiene micrófonos ni está vigilada.
Gaiman entra en la habitación por la puerta principal abierta.
En cuanto lo veo, sé que son malas noticias.
—Esto se dejó en la mesa de la cocina. —Me entrega un sobre
blanco—. Está dirigido a ti.
Se parece a la carta que recibí de "Anya Mikhailov" no hace
mucho tiempo. La abro.
La escritura es desordenada y burdamente garabateada.
Te hice una generosa oferta de paz y la rechazaste. Me faltaste al
respeto y no me diste otra opción que responder.
Encuéntrame en el Almacén del Estudio esta medianoche o te
devolveré a tu novia en pedazos.
Don Mikhailov
La carta está firmada por Don Mikhailov, pero sé que es de
Spartak.
Tiro la carta y el sobre al suelo. Cuando lo hago, me doy
cuenta que la carta no era lo único que Spartak dejó para mí.
De la abertura sobresale un pequeño manojo de algo oscuro y
brillante. Lo recojo y reconozco al instante lo que es.
Ya he pasado mis manos por ese mismo cabello negro
azabache. Lo he visto extenderse sobre su piel desnuda, lo he visto
atrapar la luz de la luna, lo he visto gotear agua caliente en la
bañera mientras ella gemía mi nombre.
Es de ella.
—¿Y bien? —pregunta Gaiman.
Vuelvo a meter el mechón de cabello en el sobre y me lo
guardo en el bolsillo trasero.
—Tenemos una reunión esta noche. Prepara a los hombres.
—¿Es Semyon? —pregunta.
Sacudo la cabeza. "Semyon", "Spartak", no importa. De
cualquier manera, están muertos.
41

Mi cuerpo es consciente del problema que tengo antes que mi


mente pueda darle sentido.
Mi corazón late tan fuerte que me duele. Busco... algo,
supongo. Cualquier cosa que pueda tocar para decirme dónde
estoy y por qué parece que no puedo abrir los ojos.
Pero mis extremidades son pesadas y lentas y mi mano apenas
se mueve antes de volver a caer a mi lado.
Recuerdo un pinchazo en el cuello.
Recuerdo una hermosa rubia con una sonrisa despiadada.
Recuerdo los ojos abiertos y vacíos de mis padres,
desplomados en el sofá...
Mis ojos se abren de golpe. ¿Dónde están mis padres? Cuando
mi visión se aclara, intento incorporarme. Pero mi cuerpo se siente
desconectado, no responde.
Miro a mi alrededor y veo que estoy en una cama grande y
acolchada en una habitación grande, similar a la que me desperté
cuando llegué a la mansión de Leo.
Excepto que obviamente no estoy en la mansión de Leo.
Por un lado, las paredes son de un verde jade oscuro, aún más
oscuro por las pesadas persianas que cubren los grandes
ventanales. El suelo también es de ébano oscuro y los muebles se
han pintado a juego. Incluso la puerta es tan oscura que tardo un
segundo en encontrarla a lo largo de la pared, como si quien
diseñó el espacio quisiera evitar que el habitante encontrara
fácilmente la salida.
Me siento como en el fondo de un pozo. Los únicos puntos de
luz en toda la habitación provienen de las pantallas blancas de las
lámparas.
¿Dónde estoy?
Mi mano se dirige hacia mi estómago. No siento ninguna
diferencia. Aparte del dolor sordo de los cortes en la cara interna
del muslo, no creo que esté herida.
Me siento un poco más erguida y me vuelvo hacia la mitad
trasera de la habitación. Cuando lo hago...
Veo un par de ojos oscuros mirándome.
Grito. Un grito fuerte y espeluznante que sale de lo más
profundo de mí.
El hombre sentado en la silla no reacciona más allá de una
apretada sonrisa. Su cabello es de un blanco plateado, haciendo
juego con el chaleco blanco que lleva. De su cuello delgado como
un lápiz cuelgan cadenas de oro. Puedo ver todas las venas de sus
enjutos brazos.
Es una caricatura de un hombre del saco, como si fuera un
gángster, tan ridículamente exagerado que quiero reírme a
carcajadas.
Pero su expresión cuenta otra historia.
Dice que hay que tomarlo en serio.
—Has estado inconsciente mucho tiempo —me dice en voz
baja—. Estaba a punto de despertarte.
Me alegro que no lo hiciera. Lo único peor que despertarse en
una habitación extraña habría sido ser despertado por un extraño
en una habitación extraña.
—¿Quién eres?
—Un hombre que ha recorrido un largo camino —dice
simplemente.
Estudio sus rasgos. Es mayor que Leo, eso lo puedo decir.
Parece tener unos cuarenta años, tal vez cincuenta, pero tiene un
tipo de cabello plateado que podría pertenecer a un hombre
mucho más viejo o mucho más joven.
—Puedo ver las ruedas de tu cabeza girando —comenta con
voz cantarina—. No me hagas romper la rueda, cariño.
¿Romper la rueda? ¿Está amenazando con romperme la
cabeza? Me estremezco y su sonrisa se amplía.
—Me llamo Spartak Belov. ¿Sabes quién soy?
Sacudo la cabeza. Leo mencionó el nombre. Sé que está en el
mundo de la Bratva. Sé que estoy en la mierda.
Pero actuar como si no lo supiera, parece una apuesta segura.
Cuanto menos sepa, mejor, es lo que me dijo Leo.
Pero en el momento en que me hago la tonta, me doy cuenta
que he cometido un error. No es el tipo de hombre al que les gusta
pasar desapercibido. Desea ser temido. Venerado.
Lo he insultado sin darme cuenta.
—No importa —dice, sacudiendo su molestia—. Pronto sabrás
mi nombre.
—Yo... no soy de... no soy parte de este mundo —
tartamudeo—. Sea lo que sea o quien sea que creas que soy, no es
cierto. No soy esa persona.
Se acaricia la barbilla y me observa durante un largo rato.
Luego se levanta de la silla y se acerca a mi cama. Quiero alejarme
de él cuando lo tengo al alcance de la mano, pero me detengo en el
último momento.
No puedo dejarle saber lo asustada que estoy. No puedo
dejarle saber que me está afectando.
No le daré la satisfacción.
Se detiene a unos centímetros y se acerca a mí. Exhalo por la
nariz y me quedo quieta mientras él enrolla un mechón de mi
cabello en sus dedos. Necesito casi todo mi autocontrol para no
apartar su mano de un manotazo.
Los ojos de Spartak se cierran mientras inhala profundamente,
como un sommelier olfateando el vino.
—Huele a fresco —suspira.
Me hace falta todo mi autocontrol para no vomitar. Algo en su
mirada, en su forma de decir eso, me revuelve el estómago.
También sé que huelo a sudor y a miedo. Así que a menos que
le guste eso o el olor de la sangre seca entre mis piernas,
entonces...
Oh. Oh.
La sangre es exactamente lo que le gusta.
—Si eso te excita, puedo apuñalarte en el estómago... —le digo
antes que pueda detenerme.
Spartak se congela. Sus ojos se entrecierran y deja que mi
cabello caiga entre sus dedos.
—Hmm. Eres más de lo que esperaba.
No sé qué significa eso y decido no preguntar. No es que
busque una conversación, de todos modos. Los hombres como él
no quieren compartir el escenario. Solo quieren un público
cautivo.
Se inclina, y esta vez no puedo evitar apartarme de él, tratando
de evitar la forma en que su aliento caliente y agrio se pega a mi
piel.
Pero él no lo permite. Me acerca y acerca su cara a mi mejilla,
saca la lengua y lame un rastro húmedo desde mi mejilla hasta mi
barbilla.
Estoy tan sorprendida que no puedo gritar.
Ni siquiera cuando se sube encima de mí. Intento apartarlo,
pero no puedo. Mis músculos aún están flojos y débiles, y por
muy delgado que esté, hay fuerza en esos brazos enjutos.
Me inmoviliza. Siento su polla entre mis piernas, clavándose,
presionando contra la tela de mis bragas.
El pánico inunda mi cuerpo y solo se me ocurre una cosa.
Leo.
Nunca lo he necesitado tanto como en este momento.
Me parece que Leo ha estado ahí para salvarme en el momento
justo en todas las ocasiones anteriores. No es irreal esperar que
ocurra lo mismo ahora.
Pero mientras los labios de Belov escalan por mi cuello,
mientras sus dientes muerden mi carne, me doy cuenta que Leo
no va a venir esta vez.
Estoy sola.
—¿Interrumpo?
Mis esperanzas se elevan. No es Leo, pero reconozco la voz de
la mujer.
Spartak se aparta un poco, pero sonríe. Se aparta de mí y solo
entonces soy capaz de ver a la mujer que acaba de entrar por la
puerta.
Es la misma preciosa rubia de la casa de mis padres.
—Hola, kiska14 —dice Belov, con aspecto despreocupado y más
que divertido.
La rubia vuelve su mirada hacia la mía. Cuando lo hace, siento
como si me hubieran disparado. Es preciosa, pero sus ojos son
espeluznantes. Parecen sin vida. Planos. Como si cualquier
emoción real, cualquier suavidad y luz, hubiera sido
despiadadamente eliminada hace mucho tiempo.
Belov alarga la mano y vuelve a acariciar mi cabello.

14 Kiska o киска : coño en ruso.


—Mira qué bonita es, Brittany —dice, como si yo no fuera más
que una muñeca con la que quiere jugar—. Mira su cabello.
La mujer ha cambiado de atuendo desde la última vez que la
vi. Ahora lleva un vaquero azul y una camiseta blanca ajustada
mostrando sus perfectos pechos. Y el hecho de no llevar sujetador
remarca más el hecho.
Se acerca a la cama, sus largas piernas acortan la distancia en
solo tres zancadas.
—No creía que las morenas fueran tu tipo.
Con sus dedos aún enrollados en mi cabello, estira la mano y
agarra a la rubia. Brittany, la llamó. La atrae hacia él y le mete la
lengua en la garganta.
Espero que lo abofetee. Parece que quiere hacerlo. Pero en
lugar de eso, le pone una mano en el hombro y le devuelve el beso
apasionadamente. Un pequeño gemido escapa de sus labios.
Intento apartarme de los dos, pero sus garras se cierran sobre
mi cabello.
—Quédate, zorrita —me sisea Belov con una sonrisa mortal en
el rostro—. Te moverás solo cuando yo te lo diga.
Luego se vuelve hacia Brittany.
—Aunque me la folle, seguirás siendo mi reina. Eso nunca
cambiará, mi belleza.
Ella sonríe, pero no llega a sus ojos.
—Más vale que lo sea.
Su mirada se posa en mí. El miedo se retuerce en mi estómago.
Está tan loca como él. O, si no está loca, es insondablemente cruel.
El mundo de Leo puede estar lleno de monstruos.
Pero estos dos son los peores de todos.
—Tiene una cara pasablemente atractiva —dice Brittany, con
sorna—. Pero no entiendo a qué viene tanto alboroto.
Belov mira entre las dos con diversión.
—Quizá deberíamos desnudarla. Así podrías juzgar mejor su
atractivo.
Ella vuelve los ojos aburridos hacia él.
—No estoy aquí para cumplir tus jodidas fantasías, querido.
Se gira para irse, pero antes que pueda dar un paso, la mano
de Spartak se extiende y le agarra un puñado de cabello. La
arrastra hacia él, le da un tirón para dejarle el cuello al descubierto
y le sisea al oído lo bastante alto como para que yo lo oiga:
—Harás lo que yo quiera que hagas, querida.
Luego la suelta y su rostro se suaviza como si nada hubiera
pasado.
Brittany parece imperturbable. Aparentemente, esto es algo
normal para ellos. Una rutina que perdió su efecto impactante
hace mucho tiempo.
¿Es ese mi destino? Si salgo de aquí y paso a formar parte de la
vida de Leo, ¿no seré más que una mascota con la que jugar, a la
que patear, atormentar?
Mirando a la despampanante rubia que tengo delante, no
puedo imaginarme que ese sea el papel que desempeña. Es
viciosa, poderosa. Me doy cuenta con solo mirarla. En todo caso,
ella ha permitido que la coloque por debajo de él. Ella interpreta
este papel porque quiere.
—No te preocupes —le dice—. Es una cosa bonita, pero
prefiero las mujeres que muerden.
Brittany se lame los labios.
—Y tienes las marcas que lo demuestran.
Le pasa el pulgar por la mejilla. El gesto es casi dulce.
Sin embargo, cuando se vuelve hacia mí, la dulzura
desaparece.
—¿Cómo te gusta? —me pregunta—. ¿Lento y apasionado o te
gusta un poco de sangre en la mezcla?
Me alejo de él. Me castañetean los dientes, no de frío sino de
miedo.
—Mírala —Brittany se burla—. Maldito felpudo mudo. No
tiene nada que quieras, querido. Te aburrirás de ella después de
un polvo. Si es que sobrevive tanto.
—Sin embargo, Solovev no parece aburrido de ella.
No me quita los ojos de encima. Como si yo fuera un acertijo
que quiere resolver.
—Y todos sabemos por qué —se burla Brittany con una risa
fría.
—¿Por qué? —pregunto antes de poder detenerme.
Brittany se ríe.
—¿Escuchas eso, querido? Es tan despistada como aburrida.
No tiene la menor idea.
Las cejas de Belov bailan con alegría.
—Esto ha resultado ser mucho más divertido de lo que
esperaba.
¿Por qué todo el mundo habla de la vida como si fuera un
juego? No puedo entender cómo funciona este mundo. No puedo
imaginarme tener nada que ver con la gente que prospera en estas
sombras.
Pero parece que están interesados en tener algo que ver
conmigo.
—No te preocupes, preciosa —dice, estirando la mano para
tocarme el cabello de nuevo—. Pronto tendrás todas las
respuestas. Pero creo que lo más apropiado es que Leo te lo diga
él mismo.
Se pone en pie con un suspiro y se dirige a la puerta.
—Prepárala, Brittany —le ladra por encima del hombro—. Es
hora del espectáculo.
42

El punto de encuentro es el mismo que cualquier otro almacén


que siempre acoge este tipo de eventos. Suelos de cemento
desperfectos, vigas de hierro oxidadas, paredes de ladrillo que
han visto derramar sangre y han escuchado a hombres gritar su
último aliento. La mayoría de las ventanas han sido tapiadas, pero
las pocas que no lo han sido dejan pasar finos haces de luz
mugrienta.
Jax y Gaiman me flanquean a ambos lados mientras nos
acercamos al edificio. Los otros cuarenta hombres a mi espalda
tienen rostro pétreo. Están preparados para este combate. Han
tenido siete años para prepararse.
La mayoría de mis hombres de hoy, seguían a mi hermano.
Lloraron su muerte junto a mí. Y una vez muerto y enterrado, me
prometieron su lealtad.
La nuestra es una hermandad nacida de la sangre, y esta lucha
ha durado una década.
Me pregunto si Belov y Semyon pueden decir lo mismo de los
hombres que luchan bajo su bandera.
Atravesamos las puertas abiertas del almacén. La entrada del
otro lado está atascada con camiones tapados y tropas de
Mikhailov que van de un lado a otro. Cincuenta o más, si he
contado bien.
Belov no está entre ellos.
—¿Dónde diablos está? —gruñe Jax, desde mi hombro
izquierdo.
—Va a hacer una entrada a lo grande, con mucho ruido —digo
con desagrado—. Eso es una maldita certeza.
—¿Y si esto es una trampa? —pregunta Gaiman, dando un
paso más.
—Sin duda esconde algo en la manga. —Miro alrededor del
espacio, con los ojos entrecerrados—. Pero no va a ser obvio.
—Tú eres el que siempre lo sabe todo —dice Jax—. Como un
maldito adivino. Dinos lo que crees que va a hacer.
Tengo mis teorías, pero algo en Belov me hace dudar de ellas.
Él no es Bratva, no realmente. No fue criado con las mismas reglas
que nosotros. No tiene el mismo respeto por el honor, por la
tradición.
Incluso en la Bratva, incluso entre hombres violentos como yo
y los que me siguen, vivimos según un código.
Pero con Belov... es diferente.
Para él, la violencia es el código.
—Va a usar a Willow —digo—. Eso lo sé.
—No la matará, ¿verdad? —pregunta Jax.
Estoy seguro que no lo hará. Su propia identidad va a ser lo
que la proteja en esto. Pero no se sabe lo que deparará la próxima
hora.
—Espera —dice Jax con urgencia—. Entrando.
Noto que una sombra cae sobre la puerta. Luego, una figura
solitaria atraviesa las filas de los hombres de Mikhailov.
—Willow —susurro.
Se detiene justo en la puerta. El desconocido abrigo negro que
lleva es para una persona, el doble de su tamaño.
Está esperando algo, pero no estoy seguro de qué. No está
atada ni amordazada. Podría correr hacia mí si quisiera, pero no lo
hace.
¿Se lo ha dicho?
—¿Qué está sucediendo? —sisea Gaiman.
—Tal vez deberías ir con ella —sugiere Jax.
Si hubiera una trampa, sería esta. Sería ella.
—No —digo con firmeza—. Eso es lo que quiere. Manténganse
firmes. Todos.
Mis hombres no se inmutan ante la orden, pero Jax y Gaiman
me miran, con preocupación en sus ojos. Los ignoro y mantengo la
mirada fija en Willow.
Está demasiado expuesta, demasiado vulnerable. Mi hijo está
creciendo dentro de ella mientras hablamos. Si algo le sucede a
cualquiera de ellos...
Pero no comprometeré todo por lo que he trabajado.
Todos debemos hacer sacrificios.
Lo escucho antes de verlo.
—¿No quieres recuperar a tu esposa, Leo? —Su voz parece
resonar en las paredes del almacén.
Spartak aparece por la misma puerta por la que entró Willow.
Más hombres suyos entran detrás de él, junto con una rubia alta
cuyos ojos encuentran los míos inmediatamente.
Entonces las puertas se cierran lentamente detrás de ellos,
bloqueando la luz.
Belov se adelanta. Ninguno de sus hombres viene con él. La
única persona que lo acompaña es la rubia de la mirada de mil
metros, hasta que engancha su mano en el codo de Willow y
arrastra a mi mujer hacia delante con ellos.
—Vamos —gruño a Jax y Gaiman—. Nos encontraremos con
ellos en el centro.
Dejando atrás nuestros respectivos ejércitos, Belov y yo nos
detenemos en el centro del suelo del almacén, a pocos metros de
distancia el uno del otro.
—Qué amable eres al unirte a nosotros, Leo —se burla Belov—
. Don Mikhailov te manda saludos, pero no ha podido venir hoy.
—Corta el rollo, Belov —suelto—. Semyon no tiene nada que
ver con esta reunión.
—Me halagas. Pero solo soy su humilde servidor.
Pongo los ojos en blanco y me esfuerzo por no mirar a Willow.
Pero hay un miedo en ella que reverbera en su cuerpo. No
necesito mirarla para notarlo. Puedo sentirlo en mi piel como una
brisa helada.
—Permíteme presentarte a Brittany. —Belov señala a la rubia
cuyas uñas se clavan en el brazo de Willow—. Ella es mi chica
especial.
Da un paso atrás y agarra distraídamente un mechón de
cabello de Willow.
—Y no son necesarias las presentaciones en lo que respecta a
esta pequeña.
Se lleva el cabello a la nariz e inhala profundamente. Quiero
matarlo por tocarla. Pero no voy a traicionar mis emociones.
—Es muy bonita, Leo. Tuviste mucha, mucha suerte.
Jax no está tan tranquilo. Avanza medio paso, pero levanto la
mano para detenerlo. Se detiene bruscamente, con una furia que
irradia de él en oleadas calientes.
Belov le dedica a Jax una amplia sonrisa.
—¡Vaya, el perro sabe cómo taconear! Es bueno que los tengas
tan domesticados, Leo.
Jax se agita con rabia a mi lado, pero no se mueve. Incluso un
hombre con su temperamento sabe que Belov lo está provocando.
Los ojos de Belov brillan con diversión. A su lado, Brittany
estudia a todos minuciosamente, sin perderse nada.
—Fue un error rechazar mi oferta —comenta Belov.
Levanto las cejas.
—¿Pensé que solo eras el fiel servidor de Semyon? —
pregunto—. ¿Cuándo se convirtió en tu oferta?
Se encoge de hombros.
—Soy su mensajero. Estoy aquí hablando con su voz.
—Conveniente.
Me dedica una sonrisa de dientes.
—¿Qué darías por recuperar a tu preciosa mujercita?
—No estoy dispuesto a dar nada —digo sin rodeos—. Tomo lo
que quiero.
La sonrisa de Belov no hace más que aumentar. Ambos
sabemos que podría dominarlo fácilmente. Pero hay una trampa
aquí.
Belov no habría orquestado esta reunión si no tuviera un as en
la manga. Si actúo precipitadamente, podría hacerle el juego.
—¿Tomas lo que quieres? —repite divertido—. Supongo que
ciertamente podrías intentarlo.
Mete la mano en su abrigo y mis hombres se ponen rígidos. La
mano de Gaiman va a su arma. Lo mismo ocurre con los cuarenta
hombres a nuestras espaldas.
Pero Belov no saca un arma.
Saca una pequeña caja negra.
—Haz un movimiento que no me guste, y... —Belov hace la
mímica de pulsar el botón rojo en el centro de la cajita. "Boom". No
es demasiado potente. ¿Pero atado a su pecho así? Hará algo de
daño.
La miro a ella. El abrigo de gran tamaño tiene sentido ahora.
Belov ató una bomba al pecho de Willow.
Está temblando, pero tiene la barbilla fija y las manos cerradas
en puños a los lados. No encuentra mi mirada.
Intenta ser fuerte. Valiente.
Nunca la he querido más.
—¿Qué piensas, nena? —pregunta Belov, volviéndose hacia la
rubia—. ¿Debo ser magnánimo?
Ella lo mira con irritación.
—No veo el sentido, pero seguro.
Se ríe como si ella acabara de decir algo conmovedor.
—Por eso eres mi muñeca número uno. —Se vuelve hacia mí y
señala con el pulgar a Brittany—. Está completamente desprovista
de sentimentalismo. Ella maneja la muerte sin pestañear. Pero
folla como si fuera su trabajo. Me encanta eso en una mujer, ¿a ti
no?
—No podría decir —le digo—. Nunca he amado a ninguna
mujer.
—¿Entonces no te importará que le vuele la cabeza a esta? —
Mira a Willow y frunce el ceño—. En realidad, creo que sería una
pena. Porque es una cabecita muy bonita, ¿no crees?
Mi expresión no cambia. Ni siquiera me muevo.
Willow está allí con mi hijo en su vientre. Mi único instinto es
protegerla.
Pero a veces, protegerla significa mantenerse alejado.
—Tú eres el que tiene más que perder —señalo.
Los ojos de Belov se entrecruzan por un segundo. Le molesta
que no me ponga en sus manos. Que me niegue a bailar a su
antojo. Parece que se ha acostumbrado a ser el titiritero y, por un
momento, me pregunto si vamos a ver cómo aflora finalmente esa
violencia.
Pero borra la irritación de su rostro y opta por una sonrisa
simpática.
—Odio interponerme entre un marido y su mujer. Ve entonces
—le dice a Willow—. Ve con él.
Ella mira hacia Brittany, como pidiendo permiso. En respuesta,
la zorra la empuja tropezando hacia mis brazos.
La cojo para estabilizarla y, durante ese breve instante, me
siento tan jodidamente bien al tenerla a mi alcance. Sentir su calor
y el latido de su corazón. Saber que está conmigo, sin importar la
tormenta que nos rodea.
Entonces me obligo a soltarme.
—Leo —solloza—. Por favor, sácame de aquí. Sácame de esta
cosa.
La miro fijamente con ojos fríos. No puedo darle el consuelo
que está deseando. No ahora, no cuando su vida entera depende
de mi fuerza. Puede que me odie por ello... pero es lo correcto.
—¿Por qué huiste? —rechino.
Se estremece ante mi tono.
—Yo... tenía que proteger a mi hijo.
—¿Y cómo te funcionó eso?
El dolor llena sus ojos. Está desesperada y vulnerable. Me
necesita. Pero me alejo de ella, negándome a que parezca que es
algo más que un arma para mí.
—Está loco —susurra—. Los dos lo están. Me van a matar si…
—No te matarán —interrumpo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque…
—Se acabó el tiempo —interrumpe Belov, apareciendo entre
nosotros—. Tanto que hacer, tan poco tiempo. Una pena, de
verdad. Vuelve a donde estabas, pobrecita.
Belov chasquea los dedos y Willow le sigue hasta su lado del
almacén como un perro entrenado.
La observa, asiente con la cabeza y se vuelve hacia mí. Su
sonrisa parece un poco más maniática ahora.
—Un momento conmovedor. Te hace llorar, ¿verdad?
—¿Qué quieres, Belov? —exijo con impaciencia.
—¿No es obvio? —pregunta—. Quiero a la Bratva Solovev bajo
mi mando.
—Eso nunca sucederá.
—Yo creo que sí —dice Belov, agitando el detonador frente a
su cara.
Lo miro con expresión aburrida, desafiando todos los instintos
que me gritan Mátalo, sálvala, mátalos a todos.
—No vas a presionar ese botón, Belov.
—¿No lo voy a hacer?
Sacudo la cabeza y saco un detonador propio.
—No, no lo harás.
Los ojos de Belov se estrechan.
—¿Me estoy perdiendo algo?
—Estoy dispuesto a apostar que te pierdes muchas cosas —le
digo—. Ciertamente perderías el Silver Star y el Manhattan Club.
Si presiono este botón, ambos edificios se derrumban junto con
todos los hombres que están dentro.
Su mandíbula se tensa.
—Estás mintiendo.
—Sería mucho mejor para ti si lo hiciera.
La sonrisa que ha estado usando se desvanece. Ahora parece
mortalmente enfadado.
—Va de farol —gruñe Brittany desde detrás del hombro de
Belov.
—Puedo pulsar este botoncito ahora mismo y demostrar que
no lo es —digo con calma—. O puedes hacer la jugada inteligente
y tomarme la palabra. Porque a diferencia de este perro rabioso,
mi palabra significa algo.
Belov me mira fijamente como si intentara ver dentro de mi
mente.
—Tú...
—Dame la chica y no detonaré —digo.
Tras otro segundo, se encoge de hombros.
—Es solo hormigón y ladrillo. Puedo reconstruir.
—¿Puedes reconstruir a todos los hombres que se hundirán
con ellos?
Se queda en silencio durante un largo rato, acariciando su
barbilla pensativamente.
—¿Y es a ella a quien quieres? ¿Solo eso?
—Quiero tu cabeza en una puta bandeja, Belov. Pero me
conformaré con ella.
Eso es una mentira, y ambos lo sabemos. Pero me pregunto si
está dispuesto a aceptar la salida, a reconocer que ha mordido
mucho más de lo que puede masticar y escapar con su vida
intacta.
No tengo que preguntármelo por mucho tiempo.
Su mueca se tuerce y todo rastro de civismo desaparece de su
rostro.
—¿De verdad crees que entregaría a Viktoria Mikhailov por
cualquier cosa? —se burla—. Todos los hombres de mi Bratva
arderán en el infierno antes que te la entregue.
La barbilla de Willow se eleva. Sus ojos se posan primero en
mí, mientras la verdad se asienta. Luego mira a Belov.
—¿Viktoria Mikhailov? —repite, con la confusión reflejada en
sus rasgos—. Yo... Ese no es mi nombre. Te lo he dicho, les dije a
los dos: te has equivocado de chica...
Belov echa la cabeza hacia atrás y se ríe, el tipo de risa que te
hiela la sangre. Ahora puedo sentir su desesperación.
Entró aquí creyendo que tenía la ventaja. Pero la lucha se está
emparejando, y él se está volviendo más y más errático.
Sin embargo, he subestimado su orgullo. El hombre no va a
darme lo que quiero fácilmente.
—Ella realmente no tiene ni puta idea —dice asombrado—.
Bueno, entonces te diré lo que tu querido marido debería haberte
dicho desde el principio.
Willow me mira mientras Belov continúa, disfrutando de la
revelación.
—Tú eres Viktoria Mikhailov —sisea Belov—. La única hija de
Anya Mikhailov. La nieta de Semyon Mikhailov.
Willow sacude la cabeza y abre la boca para responder, pero
Belov continúa.
—Eres una princesa de la Bratva. Una Mikhailov de sangre.
Nacida enemiga de la Bratva Solovev.
Willow se queda en silencio durante mucho tiempo.
—¿Es esto cierto? —susurra.
No para él, sino para mí.
Me encuentro con sus ojos y asiento con la cabeza.
—Cada palabra.
—¿Por eso me llevaste?
—Sí.
Se muerde el labio inferior. Puedo ver todo el dolor que está
tratando de mantener dentro. Hay un millón de preguntas que
arden en sus ojos, pero no confía en ninguno de nosotros lo
suficiente como para hacerlas.
Después de todo lo que ha sufrido, no puedo culparla.
Belov se vuelve hacia mí con un gruñido.
—Me quedo con la princesa. —La agarra del brazo y la hace
girar hacia la salida.
Saco mi arma en un instante.
—No te muevas, maldita sea, Belov.
El sonido de cada persona en el almacén sacando sus propias
armas resuena en las paredes de metal. Jax y Gaiman se colocan a
ambos lados de mí. Brittany se pone al lado de Belov.
Las únicas dos personas desarmadas son Spartak y Willow.
Pero me mira fijamente y luego mira el botón que aún tiene en
la mano.
—Un movimiento, Leo. Un movimiento y la chica muere.
Mi dedo se flexiona sobre el gatillo. Nunca he deseado tanto
ver morir a alguien en toda mi vida. Pero un segundo después,
suelto el arma. Mis hombres hacen lo mismo, aunque gruñen de
infelicidad.
—Así es —dice Belov—. Los dos tenemos detonadores, Leo.
Pero el mío vale un poco más. No te preocupes: una vez que
estemos de vuelta en el territorio de Mikhailov, quitaré la bomba.
—Aparta la mirada de mí para arrastrarla sobre Willow—. Se la
quitaré yo mismo.
La amenaza es clara. Willow se estremece ante la implicación.
Brittany me mira con ojos oscuros. Antes que pueda distinguir
la promesa en ellos, se da la vuelta y sigue a Belov y a Willow
fuera del almacén.
Los Mikhailov salen en fila tras su titiritero. Una vez que se
han ido, Jax y Gaiman me rodean en un instante.
—¿Vamos a dejar que se vaya jodidamente de aquí? —Jax
pregunta con urgencia.
—No tenemos elección —responde Gaiman—. Matará a
Willow. Y al heredero.
—No, pero Belov tenía elección. —Levanto el detonador y
aprieto el botón—. Y eligió mal.
Continuará…
Próximo Libro

Mi marido no sabe nada de nuestro hijo.


Pero eso no será suficiente para mantenerlo a salvo. Porque
nuestro pequeño es el heredero de dos tronos.
Y hay muchos hombres malos que quieren impedir que los
alcance.
Así que corrí a las montañas.
A una pesadilla de mi propia creación.
Pensé que había escapado...
Pero estaba equivocada.
Incluso allí, en el frío glacial del medio de la nada, Leo me
encontró.
Y cuando lo hizo, mentí para mantener a mi bebé a salvo.
Pero debería haber aprendido hace mucho tiempo:
Leo Solovev lo sabe todo.
Excepto cómo terminará esta historia.

También podría gustarte