Está en la página 1de 473

CORONA DESTRUIDA

LA BRATVA SOLOVEV
LIBRO 1
NICOLE FOX
ÍNDICE

Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Corona Destruída

1. Willow
2. Willow
3. Leo
4. Willow
5. Leo
6. Willow
7. Leo
8. Willow
9. Leo
10. Willow
11. Leo
12. Willow
13. Leo
14. Willow
15. Leo
16. Willow
17. Leo
18. Willow
19. Willow
20. Leo
21. Willow
22. Willow
23. Leo
24. Willow
25. Leo
26. Leo*
27. Willow
28. Leo
29. Willow
30. Willow
31. Leo
32. Willow
33. Leo
34. Willow
35. Willow
36. Leo
37. Willow
38. Leo
39. Willow
40. Leo
41. Willow
42. Leo
Copyright © 2022 por Nicole Fox
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por ningún medio electrónico o
mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso
por escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
Creado con Vellum
MI LISTA DE CORREO

¡Suscríbete a mi lista de correo! Los nuevos suscriptores reciben GRATIS


una apasionada novela romántica de chico malo. Haz clic en el enlace para
unirte.
OTRAS OBRAS DE NICOLE FOX

la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo

La Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
CORONA DESTRUÍDA
LIBRO UNO DEL DÚO DE LA BRATVA SOLOVEV

¿Qué harías si descubres a tu esposo engañándote?


Te diré lo que yo hice:
Salí corriendo por la puerta sin nada más que la ropa que llevaba puesta.

Un mes después, me encuentro sin dinero, sin trabajo, casi indigente.


Pero entonces, estando de camarera en un restaurante de lujo, tropiezo y
aterrizo en el regazo de un hermoso extraño.

Una cosa lleva a la otra y terminamos haciéndolo.


Después, él se va.
Y eso podría ser todo... ¿verdad?

PUES NO.

Porque al día siguiente, mi agencia de trabajo temporal me propone un


trabajo que parece demasiado bueno para ser verdad.
Pero cuando llego a la entrevista, me quedo con la boca abierta.

Es el extraño.
Resulta que es rico. Pero, muy rico.
Y poderoso. Pero, muy poderoso.
Y esto es lo que me ofrece:

“Vive en mi casa.
Sé mi esposa.
Ten a mi bebé”.

No hace falta decir que empiezo a asustarme.


Me pongo de pie y balbuceo: “Hm, tendré que volver a llamarte...”.
Y él responde:
“Lo has entendido mal.
No era una pregunta.
No vas a ninguna parte.”

CORONA DESTRUÍDA es el Libro Uno del Dúo de la Bratva Solovev. La


historia termina en el Libro 2, TRONO DESTRUÍDO.
1
WILLOW

Odio los espejos de esta casa.


Seis de ellos se alinean en el estrecho vestíbulo como algo salido de una
feria, reflejando todo lo que pasa entre ellos hasta el infinito. Mientras paso
por el pasillo, un millón de Willows se extienden en la brillante distancia.
Intento no mirar. No quiero mirar. ¿Para qué? Sé exactamente lo que voy a
ver.
Pero miro de todos modos. Y por supuesto, lo veo.
La miseria en mis ojos.
La caída derrotada de mis hombros.
Veo a una mujer rota.
Así que sí, odio los espejos de esta casa. No solo porque son demasiado
grandes, demasiado imponentes, demasiado ostentosos.
Sino porque muestran demasiado de la verdad.
Por supuesto, cuando expresé mi opinión sobre el tema, Casey me dijo que
me callara y me dedicara a mi trabajo, que es limpiar los espejos, no
elegirlos. Ahora, cada vez que me veo en ellos, eso es lo que oigo: el
escozor de su voz en mi cabeza. Gruñendo. Menospreciando.
Cada rincón de este lugar y cada pequeña cosa en él tienen asociado un
recuerdo igual.
Por eso me gusta salir de esta casa siempre que puedo. A comprar
comestibles, por ejemplo, que es de donde regreso ahora mismo. Durante
una hora, soy mi propia compañía. Puedo poner lo que quiera en la cesta.
Helado de menta con chispas de chocolate y no el de vainilla. El detergente
rosa y no el amarillo.
Durante una hora, soy yo.
Aunque, técnicamente hablando, ni siquiera debía estar en la tienda de
comestibles. Casey me programó una cita en la peluquería esta mañana al
despertar. “Está demasiado largo” dijo con naturalidad. “Sabes que me
gusta más corto. Te lo vas a cortar”.
Pero cuando llegó el momento, todo lo que yo quería era esa hora de
libertad. Así que me salté la cita y me fui de compras.
Pagaré pronto por ello. Pero está bien. Valió la pena.
Me preparo para su enfado mientras subo las escaleras hacia nuestro
dormitorio. Estará esperando verme el pelo más corto, y ya voy pensando
qué decirle para calmarlo. Pero me doy cuenta de algo: la puerta del
dormitorio está abierta.
Casey está en la cama.
Y también hay alguien más.
Me detengo en un silencio en el umbral, conmocionada. Pero mi esposo
está tan absorto en la rubia de piernas largas que se está cogiendo que ni
siquiera se da cuenta de que yo estoy aquí.
La mujer, quienquiera que sea, está a cuatro patas, sus enormes pechos
rebotan alegremente mientras él se la coge por detrás. Ella tampoco me
nota. El cuerpo de él está resbaladizo por el sudor y el de ella también, lo
que significa que llevan un rato haciéndolo.
Es una sensación extraña ver a tu esposo teniendo sexo con otra mujer. Te
da un extraño tipo de objetividad.
¿Siempre se pone así de sudoroso? ¿Siempre pone esa cara? ¿Sus nalgas se
aprietan así cuando soy yo la que está en la cama con las piernas abiertas?
¿Está ella fingiendo, como yo?
¿Está ella rezando para que termine pronto, como yo?
Quiero salir de la habitación, pero la idea de dejarlos terminar mientras
espero en silencio afuera se siente humillante en un nivel completamente
diferente.
Y yo lo sabría. Soy algo así como una experta en el tema de la humillación.
Un matrimonio con Casey Reeves logra eso en una persona.
Así que me quedo clavada en el lugar, estupefacta, intentando pensar en la
mejor manera de manejar esta situación. Aún cuando mi mente da vueltas
sin rumbo fijo como un avión que intenta aterrizar en medio de una
tormenta.
Al final, es la mujer la que me ve primero. Ella gira la cabeza hacia un lado
lo suficiente y sus ojos se abren como platos por la sorpresa. Deja escapar
un grito agudo y cae contra la cama, luchando para envolverse en las
sábanas.
Frunzo el ceño cuando agarra mi sábana Laura Ashley y la coloca sobre sus
desnudos pechos. Lo único que puedo pensar es: ella la va a manchar con
su sudor.
“¡Maldita seas, Willow!” gruñe Casey, como si fuera yo a la que han
atrapado haciendo algo malo.
La rubia se baja de la cama y corre hacia el sillón con respaldo que está
junto a la ventana. Su ropa está doblada sobre el asiento en una pila
ordenada.
“Se supone que debes estar en tu cita en la peluquería” agrega él.
Levanto mis cejas. “¿Por eso insististe tanto en que me cortara el pelo
hoy?”.
Sus ojos van hacia la rubia, como si la protegiera. “Mabel, creo que
deberías irte.”
¿Mabel? Casi ladro de la risa. Esta mujer no puede ser una Mabel. Una
Mabel es la anciana de la calle que reparte caramelos en Halloween. Una
Mabel es la compañera del juego de cartas de tu madre. Una Mabel nació
con sesenta años y nunca miró hacia atrás.
¿Esta rubia abrumadoramente atractiva? No, no puede ser. No le queda nada
bien.
Pero nadie más parece reírse de eso. Mabel agarra su ropa y casi corre hacia
el baño, arrastrando mi costosa sábana con ella. En cuanto la puerta del
baño se cierra, Casey se acerca a mí. Tiene una expresión de remordimiento
cuidadosamente elaborada en su rostro, pero si eso es lo que está
vendiendo, estoy segura de que no lo compraré.
“Cariño, escucha, lo siento. Eso fue... eso fue... un momento de debilidad de
mi parte”.
“¿Un momento de debilidad?” me burlo “¿Cuántos ‘momentos de
debilidad’ has tenido con ella?” le contesto.
“No es importante” canturrea, extendiendo la mano para tocarme.
Me estremezco. “No lo hagas”.
Casey deja caer su brazo y su rostro se amarga. “No se suponía que debías
estar aquí” dice, como si llegar temprano a mi propia casa de alguna manera
fuera mi culpa.
Supongo que, en cierto modo, lo es.
“Pero mira, está bien. Te perdono. Y te prometo que nunca volverá a
suceder”.
“Te das cuenta de que todavía estás desnudo, ¿verdad?” le digo.
Mira hacia abajo, pero parece despreocupado por su desnudez. “Willow, mi
Willow… eres mi todo. Lo sabes ¿verdad?”.
Señalo con la barbilla su pequeño y rechoncho pene. “De hecho, todavía
estás erecto”.
“¡Por Dios!” espeta enojado. Levanta las manos mientras camina de regreso
a la cama y agarra su ropa del suelo. “Estoy tratando de hablar contigo,
maldición”.
Él se viste enfadado. Yo me quedo en mi lugar. Un segundo después, la
puerta del baño se abre y sale Mabel. Lleva un vestido blanco que abraza
sus curvas y muestra su amplio escote.
Ella mira a Casey. “Yo, eh... me voy a ir ahora”.
Casey no dice una palabra, así que ella pasa a mi lado y sale corriendo. Me
giro y la veo irse. Se tropieza en la escalera, lo que me da una extraña y
mezquina sensación de satisfacción.
“Cariño” dice Casey por milésima vez, agarrando mi mano y obligándome
a mirarlo.
Hubo un tiempo en que yo solía pasar mis dedos por su cabello rubio y me
maravillaba por el hecho de que él era mío. Una época en la que miraría sus
ojos color ámbar y me sentía agradecida de que alguien como Casey Reeves
pudiera estar interesado en una chica como yo.
¿Saben cuál es la parte realmente triste?
Incluso ahora, todavía lo siento.
Es un sentimiento mucho más pequeño. Mucho menos absorbente de lo que
solía ser. Pero todavía está allí. Junto con el resto de mis arrepentimientos.
Solía tener amigos.
Solía tener sueños.
Solía tener padres.
Ahora tengo un armario lleno de ropa bonita y zapatos caros. Tengo una
casa hermosa y solitaria. Tengo un marido que me acaricia como a un perro
en público y se coge a otras mujeres cuando no estoy en casa.
Yo entregué mi alma y, a cambio, obtuve... esto.
El sudor de Casey se adhiere a la camisa que acaba de ponerse,
convirtiendo las axilas en círculos oscuros. Miro la forma en que está
sosteniendo mi mano. Posesiva. Fuerte.
“Cariño, olvidemos todo esto ¿está bien? Anda a prepararme la cena y te
mostraré luego cuánto te amo”.
Levanto mis ojos a su rostro y miro fijamente al repentino extraño frente a
mí. ¿Realmente está sugiriendo que tengamos sexo el mismo día que lo
encontré cogiendo con una mujer al azar? Ni siquiera quiero ir por el
camino de esa supremamente jodida fantasía.
“¿Quién es ella?” pregunto en su lugar.
Él suspira con cansancio, como si le molestara que yo aún no lo haya
superado. “¿Acaso importa?”.
“Dime”.
“Mabel Sheridan”.
“¿Lleva el nombre por su abuela o algo así?” inquiero.
“Entiendo que estés molesta, pero ella no significa nada para mí. Ella es
solo alguien con quien trabajo”.
“¿Así que vas a verla mañana en el trabajo?”.
“Ella dirige el departamento en Chicago. Solo estará aquí por unas pocas
semanas”.
Me doy cuenta de lo hábilmente que evita responder a la pregunta. Que por
supuesto es toda la respuesta que necesito. “¿Por cuánto tiempo ha estado
ocurriendo?”.
“Cariño” dice, con un tono de acero en su voz. Normalmente, eso haría
sonar una campana de alarma: alerta roja, no sigas adelante, ¡Casey está
por explotar!
Pero no me importa. Ya me estoy empezando a hartar de esa palabra.
“Me voy” digo.
Él arquea una ceja. “¿Y adónde vas a ir?” se burla. “No tienes a nadie más,
Willow. Sólo me tienes a mí”.
“Encontraré un motel o algo así”.
“¿Y cómo vas a pagarlo?” pregunta con diversión sádica. “No tienes
trabajo. No has trabajado un solo día de tu vida”.
Todo lo que dice es cierto, pero le faltan algunos matices. Le falta contexto.
Como el hecho de que la única razón por la que no trabajo es porque él
insistió en que no quería que lo hiciera. Lo exigió, de hecho.
“Tú eres mi reina” me decía siempre. “Yo voy a cuidar de ti”.
Ahora, entiendo lo que realmente quiso decir: tú eres mi propiedad y yo voy
a controlarte.
“Yo... conseguiré un trabajo” tartamudeo, luchando contra mis lágrimas de
ira. “No te necesito”.
Él se ríe, y a mí me dan ganas de vomitar en la mullida alfombra blanca que
él compró en nuestro primer aniversario de bodas hace seis años.
“Adelante, cariño” dice sonriendo. “Será divertido verte intentarlo”.
Y él sin dejar de reír, sale de la habitación.
Y yo me quedo haciendo la cama en la que él acaba de tener sexo con otra
mujer.

U N M ES Después
“¿Eres la empleada temporal?” me pregunta el maître.
Es un hombre de nariz ganchuda con una expresión permanentemente
molesta en su rostro. Pasé junto a él antes, al entrar en el restaurante, y lo vi
gritarle a otra camarera como si fuera un perro callejero.
“Sí, señor” asiento con la cabeza, tratando de ajustar el pequeño delantal
blanco alrededor de mi ajustado uniforme negro. “El señor Connelly me
envió”.
Me mira con ojo crítico. “No llevas los zapatos adecuados” dice, mirando
mis zapatos planos negros.
“Lo sé; lo siento. Pero fue una llamada de última hora, la agencia me
informó de este turno literalmente hace media hora antes. Tuve que...”.
Levanta la mano para silenciarme. “No me interesa la historia de tu vida.
Hay un grupo VIP en una de nuestras salas privadas. ¿Puedes encargarte de
servir las bebidas?”.
Trago el nudo en mi garganta. “Oh, eh, sí. Claro. Por supuesto.”
Él asiente remilgadamente. “Suéltate el pelo y un botón de la blusa” me
instruye con cara seria y severa. “Esos hombres de allí dentro esperan un
cierto estándar”.
No tengo ni idea de lo que eso significa, pero hago lo que dice.
Cada vez que surge alguna duda en mi búsqueda de un trabajo real, escucho
la risa de Casey en el fondo de mi cabeza y eso me hace estar aún más
decidida a mantener el rumbo.
Hablando del diablo, mi teléfono comienza a vibrar en mi bolsillo.
Sé que es él. Nadie más me llama.
“Ah y ¿niña?”.
Miro al maître: “¿Sí, señor?”.
“Estos hombres que vas a manejar esta noche son muy importantes. Estás
aquí solo porque una de mis camareras decidió romper unos platos y abrirse
la mano en el proceso. No la cagues”.
El nudo en mi garganta se duplica en tamaño. Hago todo lo posible por
mantener la voz firme cuando digo: “No lo haré”.
Él asiente una vez más, tan presumido como siempre, y se va.
Entonces llega la hora de ir. Me doy la vuelta y entro en la sala privada con
el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho.
De inmediato me doy cuenta de tres cosas, dos de las cuales son
completamente intrascendentes.
Una, la estatua de una mujer desnuda, con pechos absurdamente enormes,
de pie majestuosamente en la esquina.
Dos, la alfombra a cuadros blancos y negros bajo mis pies que cubre la
totalidad del espacio.
Y tres, lo único que importa, lo único que importará de ahora en adelante, el
hombre sentado en medio del lujoso sofá blanco con las manos extendidas
sobre el respaldo del mueble como si fuera su dueño.
No, como si fuera el dueño de toda la habitación.
No, como si fuera el dueño de todo el restaurante. De toda la ciudad. Del
mundo entero.
Sus ojos se posan en mí. Una extraña sensación sube por mi columna
vertebral hasta mi pecho.
A primera vista, la razón de mi reacción ante él es obvia: es el hombre más
guapo que he visto en toda mi vida, y no es una exageración.
Pero hay algo más. Algo más profundo. Más extraño.
Porque yo nunca he visto a este hombre antes.
Pero él me mira como si supiera exactamente quién soy yo.
2
WILLOW

Tranquilízate. Si el maître se queja a la agencia, no te pagarán.


Me adentro más en la sala privada, tratando de ignorar la vibración en mi
bolsillo lateral. El hombre al que no puedo dejar de mirar está flanqueado
por otros dos. Los tres hombres me miran, pero ninguno tan intensamente
como el primero.
Sus ojos son de un suave marrón avellana, su cabello de un intenso castaño
otoñal. Pero a pesar de su aspecto, no exuda ni una onza de calidez. Es
como mirar una estatua tallada en hielo.
“Hm, hola” digo, encogiéndome internamente por mi falso tono entusiasta.
“Seré su camarera esta noche”.
El hombre de ojos color avellana no responde. Ni siquiera sonríe. Sólo
sigue mirando fijamente mi alma.
Los dos hombres a su lado parecen un poco menos intensos. Decido
centrarme en ellos.
Eso no quiere decir que no sean aterradores por derecho propio. Solo que,
en comparación con el de ojos color avellana, no hacen que mis piernas se
sientan como gelatina.
El de la izquierda tiene el pelo tan negro como el mío y los ojos tan oscuros
que apenas se le ve el iris. Está cubierto con tatuajes de pies a cabeza.
El hombre sentado a la derecha es el polo opuesto. Igual de alto, pero más
delgado que fornido. Su pelo rubio es escaso, rozando lo excesivo. Sus ojos
azules recorren mi cara con interés evidente.
Una cosa es segura: el maître no bromeaba cuando me dijo que estos
hombres eran muy importantes. Me pregunto si lo que realmente quiso
decir era peligroso.
¿Qué les puedo traer de beber esta noche, caballeros? pregunto, tratando de
no sentirme afectada por la forma en que el hombre de ojos color avellana
me mira, a pesar de que mi piel está ardiendo y erizándose como piel de
gallina al mismo tiempo.
“Aún no nos has dicho tu nombre” comenta él. Su voz es rica, profunda y
oscura. Combina perfectamente con su apariencia.
“Oh, sí. Yo soy Willow”.
“Willow” repite. “Consíguenos una botella de vodka Absolut Crystal”.
“Y una botella de Glenlivet ‘67” agrega el hombre tatuado.
“Y mucho hielo” dice el rubio.
Asiento con mi cabeza y salgo de la habitación lo más rápido que puedo sin
decir una palabra más. Le doy al cantinero su orden.
“¿Quieren el Absolut y el Glenlivet?” pregunta él, con la boca abierta.
“¿Botellas completas de ambos? ¿Estarán conscientes de que eso es como
treinta de los grandes en licor?”.
“No creo que ellos les importe una mierda” digo.
Él silba. “Debe ser agradable ser tan rico. Tengo que ir a sacarlos de la caja
fuerte. Vuelvo enseguida”.
“De acuerdo. Date prisa, por favor” le digo cuando se gira.
Mientras espero, reviso mi teléfono. “Mierda” susurro por lo bajo.
Tengo cinco llamadas perdidas de Casey y toda una avalancha de mensajes
de texto. Se vuelven cada vez más irritables a medida que avanzan.
Texto uno: Hola cariño. Estaba pensando en llevarte a cenar esta noche.
¿Qué te parece?
Texto dos: ¿Willow? ¿Cariño? Intenté llamar y no contestaste. ¿Dónde
estás? No me digas que estás en esa estúpida agencia de trabajo temporal
otra vez.
Texto tres: ¿Dónde carajo estás y por qué no contestas el teléfono?
Texto cuatro: Estoy harto y jodidamente cansado de esta pataleta que estás
haciendo. No tiene puto sentido. Sabes que no podrás ganar dinero real.
Dejaste la universidad, ¿lo recuerdas? ¡No tienes título ni experiencia
laboral! Trae tu trasero a casa ahora. ¡Y maldición, llámame!
“¿Estás segura de que querían la botella entera de whisky?” me pregunta el
cantinero con escepticismo.
Miro hacia él distraídamente. “Yo, eh… sí. Sí. Botella entera”.
Se encoge de hombros y se gira de nuevo para ir a buscarlo. Vuelvo a mirar
mi teléfono. Sé que no voy a salirme con la mía si no respondo, así que abro
nuestro canal de mensajes y escribo uno rápido.
Te dije que hablaba en serio sobre conseguir un trabajo. Estoy trabajando
esta noche en The Black Lotus. Es un turno de noche, así que no me
esperes despierto.
Guardo mi teléfono, tomo la bandeja con las dos botellas y regreso a la sala
privada.
A medida que avanzo, siento esa sensación ya familiar que me sube por la
columna vertebral de nuevo. Como si me quemara y me congelara al mismo
tiempo. ¿Excitación? No, esa no es la palabra correcta. Además, ni siquiera
conozco al hombre.
Pero mis ojos se dirigen directamente a él en cuanto entro en la habitación.
Me adelanto y dejo la bandeja con el alcohol en la mesa circular entre los
tres.
“¿Les gustaría pedir su comida ahora o más tarde?” pregunto.
“Olvidaste el hielo” me dice el hombre rubio.
Miro la bandeja y palidezco al instante. “Carajo... oh, mierda. Quiero decir,
lo siento mucho... Discúlpeme, iré al bar y se lo conseguiré enseguida”.
Con mis mejillas en llamas, me dirijo directamente al bar. Si se quejan con
el maître, estoy realmente jodida.
Solo me lleva uno o dos minutos regresar a la sala privada con el cubo de
hielo en la mano. Cuando lo hago, me doy cuenta de que los dos hombres a
cada lado no están.
Solo queda uno: el dios de ojos color avellana.
Trato de no parecer demasiado sorprendida o nerviosa cuando dejo el cubo
de hielo en la bandeja. “¿A dónde fueron sus amigos?”
“Necesitaban un descanso para fumar” me dice él.
Asiento, tratando de mantener un aire profesional. “Lamento haber olvidado
el hielo”.
“Siéntate” dice él.
Mi cabeza se sacude hacia él. “¿Disculpe?”.
“Siéntate” repite de nuevo, con tanta autoridad que empiezo a sentarme en
la silla detrás de mí antes de darme cuenta siquiera de lo que estoy
haciendo.
“No allí” dice, haciéndome congelar a mitad de camino. Señala el espacio
vacío a su lado. “Aquí”.
Solo haz lo que dicen; son hombres muy importantes. Eso me dijo el maître.
De todos modos, esto es inofensivo, ¿no? Sólo me sentaré un minuto. No
hay de qué preocuparse. Hakuna matata.
Camino alrededor de la mesa con piernas temblorosas y me siento a su lado,
pero me aseguro de mantener una buena distancia entre los dos. “Hm, no
estoy segura de que deba...”.
“Eres nueva aquí” pregunta.
Mis mejillas se colorean al instante. “¿Es tan obvio?”
“¿Para mí? Sí. Puedo sentir el estrés que irradias”.
Su mano se apoya en el respaldo del sofá, lo que significa que está a
centímetros de mi cuello. Algunos mechones de mi pelo rozan sus dedos.
Respiro profundamente. Se siente bien admitirlo. “Sí, estoy un poco
estresada. Necesito hacer bien en este trabajo”.
“¿Por qué?”
“Porque… bueno, si no lo hago, es menos probable que la agencia de
trabajo temporal que uso me recomiende para otros puestos”.
“Agencia temporal” reflexiona como si fuera un concepto extraño.
“Es... es sólo por el momento” tartamudeo para explicar. “Intenté otras
formas de conseguir trabajo, pero resulta que no hay mucha gente dispuesta
a contratar a un joven de veintisiete años que no terminó la universidad, que
no tiene experiencia laboral ni habilidades perceptibles”.
“Parece que has tenido una racha difícil” dice.
“Solo en las últimas tres semanas. Ya limpié orinales, fregué baños
públicos, lavé platos en un restaurante de comida rápida y limpié media
docena de casas de arriba a abajo. El trabajo apesta y la paga es una
completa mierda, pero ¿qué otra opción tengo?”.
“Todo el mundo tiene una opción”.
Le miro. Algo en la forma en que lo dice sugiere que hay algo más de lo
que yo sé. ¿Sabes que la gente dice una cosa cuando quiere decir otra?
Pero él no revela nada. Sus ojos color avellana son complejos. Motas
doradas, grises y verdes se revelan en breves destellos cada vez que se
mueve bajo la araña. Una cicatriz curva recorre su cuello, gruesa y anudada.
Me hace sentir un cosquilleo en las piernas sin previo aviso.
“Yo no” digo. “Necesito ser financieramente independiente. Y sé que es
patético que alguien de veintisiete años lo admita, pero sí, actualmente no lo
soy”.
“¿Por qué es eso?” inquiere él.
“Porque fui una estúpida”.
Él sonríe, y esa sonrisa: Jesucristo. Le hace algo a mi cuerpo.
Sacudo la cabeza como si hubiera tomado unas cuantas copas de más y
estuviera tratando de ordenarme. Pero estoy totalmente sobria. ¿Qué
demonios está pasando ahora?
“¿Cómo fuiste tan estúpida?” pregunta.
“Yo... bueno, me enamoré” me escucho decir, aunque se siente como si
alguien más estuviera usando mi cuerpo, operando mi voz por mí. Estoy
diciendo las cosas que se supone que debo decir. Pero solo Dios sabe la
última vez que realmente las dije de verdad. “Conocí a mi esposo en la
universidad. Me retiré para casarme con él. Y no he estudiado ni trabajado
desde entonces”.
“¿Esa fue decisión tuya?”
Mi pecho se aprieta mientras confronto todos los errores que me han
llevado a este momento. “En realidad no. Fue de él. En ese momento, él
hizo que pareciera...”.
“Como si te estuviera haciendo un favor”.
“Sí, exactamente” digo.
Nos quedamos mirando fijamente durante un momento y noto que no sólo
nuestras rodillas se tocan, sino que, de alguna manera, me he deslizado más
cerca de él en el sofá.
O quizás él se ha ido acercando más a mí.
Y es entonces que me doy cuenta de que he compartido la historia de mi
vida con un completo desconocido. Un completo desconocido al que se
supone que debo servir esta noche.
“Oh por Dios, lo siento mucho. No sé por qué acabo de decir todo eso...”.
“Porque yo te lo pedí” dice con firmeza.
“Yo... eh, cierto. Usted lo hizo”.
Sus dedos giran hacia arriba y los pliega sobre un mechón de mi cabello.
Me congelo, insegura de lo que está pasando en este momento.
“Parece que no tienes a nadie con quien hablar” me dice.
Esas palabras me hacen sentir un dolor agudo en el corazón. Bajo la cara.
“Creo que no”.
“¿Qué hay de tus padres?”.
Niego con la cabeza. “Me separé de ellos hace años”.
No puedo creer que mis secretos más profundos salgan de mi boca al menor
empujón de un extraño. Puede que sea intensamente hermoso, pero aún así,
¿cómo es que resulta tan fácil para mí compartir todo esto con él?
“¿Por qué?” inquiere.
“Porque ellos no querían que yo abandonara la universidad y me casara con
Casey. Les dije que yo sabía lo que hacía”. Levanto mis ojos hacia los
suyos. “Resulta que no lo sabía”.
“Todo el mundo comete errores” dice, todavía jugueteando con ese mechón
de mi cabello entre sus dedos. “Bueno, excepto yo”.
Yo sonrío. “Que suerte tiene”.
“No tienes ni idea”.
Ahí está de nuevo: diciendo una cosa y queriendo decir algo diferente, algo
más, algo mucho más. Me estremezco incontrolablemente.
“¿Qué hay de tus amigos?” pregunta él.
“Todos nuestros amigos son amigos de él. Yo no tengo ninguno”.
“Qué solitario se escucha”.
No puedo apartar la mirada de sus ojos color avellana. ¿Por qué se siente
como si pudiera ver dentro de mí? ¿Como si pudiera abrirme la cabeza si
quisiera y revisar mis pensamientos?
¿Siquiera sé su nombre?
“Es solitario...”.
Mis ojos caen en sus labios. Nunca me he fijado en los labios de un hombre.
Pero los suyos son... son tan...
“¿Willow Reeves?” escucho al maître desde la puerta.
La puerta se abre y me pongo de pie de un salto. Me giro hacia la puerta y
lo encuentro de pie allí con una ira apenas controlada en su rostro.
Supongo que ese control es para el beneficio del huésped, no para el mío.
“Por favor, discúlpeme, Sr. Solovev” hace una mueca. “Voy a necesitar a su
camarera por un momento”.
Solovev. El nombre tiene un toque a Europa del Este. ¿Ruso, tal vez?
No espero a que nadie diga otra palabra. Murmuro una disculpa apresurada
y voy hacia la puerta directamente, sintiendo mi cara en llamas.
En cierto modo, agradezco la distracción. Me siento como si me hubieran
estado drogando allí dentro. Como si cada vez me acercara de puntillas a...
bueno, no sé muy bien a dónde.
Pero seguro a ningún lugar bueno.
Pero entonces esa gratitud se desvanece tan pronto como salgo al pasillo y
alguien sale de las sombras. Mi cuerpo se enfría de miedo.
Es Casey.
3
LEO

Willow está justo afuera de la sala VIP, su voz se escucha a través de la


rendija de la puerta. Ni siquiera tengo que levantarme de mi asiento para
escuchar a escondidas.
No es que me importe mucho. Ya sé todo lo que hay que saber sobre
Willow Reeves.
“¿Qué estás haciendo aquí?” suena Willow asustada.
“¿Qué carajo quieres decir?” gruñe un hombre. “Te llamé como una docena
de veces”.
“Y yo te envié un mensaje. Estoy trabajando, Casey. Prometiste que me
darías espacio”.
“A la mierda con eso. Estoy harto de esta fase tuya...”
“¡No es una fase!” espeta Willow, evidentemente molesta.
Estoy impresionado de que ella se defienda. No me pareció de ese tipo, pero
claro, nadie se defiende de mí. Nadie que viva para contarlo, al menos.
“Oye” interviene el maître, “realmente no necesito este drama aquí. Si no
puedes dejar tus problemas en casa, mejor devuelve tu delantal ahora
mismo”.
“No, yo puedo terminar mi turno. Por favor” suplica Willow. “No me
despida”.
El hombre, Casey, resopla. “Por Dios. Que te despidan sería lo mejor para ti
en este momento”.
“Te refieres a lo que es mejor para ti” espeta ella.
“Si puedo interrumpir por un momento...” dice la voz del maître, dura y
ácida.
“No, no puedes” replica el intruso imbécil. Hay altanería en su voz.
Prepotencia.
Tal vez alguien debería librarlo de eso.
Alguien como yo.
Se mueven y, a través de la rendija de la puerta, veo que el imbécil le
entrega al maître un billete de cien dólares. “Danos un minuto” dice.
“Por supuesto señor.” El maître se pierde de vista.
Willow se pone rígida en cuanto se quedan solos. Como si la ausencia de un
tercero la hiciera sentir mucho más vulnerable.
“Casey, por favor” dice ella. “Necesito hacer esto”.
“¿Por qué?” exige él. “He puesto un techo sobre tu cabeza. Te he dado la
ropa que llevas puesta. Todo lo que puedas necesitar, te lo he dado”.
“Y te encanta recordármelo” grita ella. “Bueno, he terminado de ser la
esposa que se deja pisotear. ¡Quiero mi propia vida!”
Así que este es el esposo. Interesante.
El color casi púrpura de rabia en su cara me dice que hace tiempo que él no
usa sus palabras. En su lugar, con un movimiento practicado, agarra las
muñecas de Willow y la sacude como si fuera una muñeca de trapo.
“¿Por qué?” gruñe él. “¿Para que puedas dejarme?”.
“Me gustaría tener la opción” escupe ella de vuelta.
Hay fuego en su tono y en su rostro. Me hace preguntarme cómo una mujer
como ella alguna vez se convenció de vivir con este repulsivo hijo de puta.
Ella se merece algo mejor.
Ella me merece a mí.
“No importa cuánto puto dinero tengas, pequeña perra” le gruñe él justo en
la cara. “Nunca me vas a dejar. Estoy harto de esta mierda de Miss
Independiente. Cuando llego a casa, quiero que estés allí para recibirme”.
“¿Y debería recibirte de la misma manera que tú me recibes a mí?”
pregunta ella. “¿Cogiendo con alguien más en nuestra propia cama?”.
Eso hace la diferencia. Él se echa hacia atrás y la abofetea.
Es hora de que yo intervenga.
Abro la puerta de la sala VIP de una patada. Esta se golpea contra la pared,
enviando ondas de choque que reverberan a nuestro alrededor.
El maldito golpeador de mujeres se vuelve hacia mí con los ojos muy
abiertos. Willow también me mira fijamente, con aspecto completamente
mortificado.
“Yo... lo... lo siento mucho, Sr. Solovev” tartamudea ella, buscando el tono
de voz apropiado. “No queríamos molestarlo”.
“Tú no lo hiciste” digo y giro mis ojos hacia el imbécil. “Él sí lo hizo”.
El esposo de Willow parpadea estupefacto y confuso. No está acostumbrado
a que le hablen mal. Está claro, desde la crema grasienta en su peinado
cabello hasta la parte superior desabrochada de su costosa camisa: él cree
que manda.
Y diablos, en su mundo tal vez lo hace. Tal vez tiene secretarias que le
adulan y rivales que echan humo cada vez que gana un negocio delante de
sus narices.
Pero lo que no sabe es que ya no está en su mundo.
Está en el mío.
Y aquí, no es más que una cucaracha bajo mi talón.
“¿Quién diablos eres tú?” se resiste el hombre.
“¡Casey!” exclama Willow. Sus mejillas están rojas de vergüenza. “Lo
siento, Sr. Solovev. Llevaremos esta conversación a otro lugar”.
Mi miembro se agita cada vez que ella me nombra. Podría acostumbrarme a
eso. Me acostumbraré a eso.
“No lo creo” le digo. “Creo que tu conversación ha terminado”.
El hijo de puta me mira con los ojos entrecerrados y se infla hasta su altura
máxima. Es razonablemente alto, por lo menos un metro ochenta. Pero
sigue estirando el cuello hacia arriba para encontrar mi mirada.
“¿Terminado?” repite, tratando de sonar intimidante. “Ella es mi maldita
esposa, y tú eres... ni siquiera sé quién diablos eres. Pero yo decidiré cuándo
termina nuestra conversación”.
Doy un paso adelante. Casey retrocede de inmediato, por instinto. Su
cuerpo sabe lo que su cerebro es demasiado lento para comprender todavía:
esta no es una pelea que pueda ganar.
“Me importa un carajo quién es ella para ti, mudak” digo entre dientes.
“Pero yo espero que mi camarera vuelva a esa habitación en los próximos
dos minutos”.
“Eso no va a suceder, hombre” contesta.
Me muevo tan rápido que no hay nada que él pueda hacer para detenerme.
Agarro la parte delantera de su camisa y lo pego contra la pared.
“¡Suéltame!” gime él. “¿Estás jodidamente loco? Mis abogados van a...”.
“Ella no irá a ninguna parte contigo esta noche” le digo a la cara.
“¡Hijo de puta, soy su esposo!” chilla él.
“Eso es lo que tú dices” digo con voz divertida. “Pregúntame si me importa
una mierda. Ahora, creo que es hora de que te largues”.
Todavía se está ahogando y dando espasmos en mi agarre. “No me iré sin
Willow” dice.
Lo empujo fuerte y la parte de atrás de su cabeza choca contra la fría pared.
Grita de dolor.
“Te voy a dar solo una advertencia más” le gruño en la cara. “Después de
eso, dejaré de ser amable contigo”.
Puedo sentir los ojos de Willow sobre mí, observando cada uno de mis
movimientos, absorbiéndome. No parece molesta. Como si la violencia de
los hombres no fuera nada nuevo para ella.
“¿Quién diablos eres tú?” raspa aún el hijo de puta.
Ahí vamos. Por fin empieza a notar que tal vez no debería meterse con un
tipo como yo.
Mi respuesta es simple: “El tipo de hombre que si puede salirse con la
suya”.
Lo suelto un segundo después y doy un paso atrás. La expresión de Casey
está en conflicto. Claramente está tratando de decidir si esta es una batalla
que vale la pena pelear.
Si es inteligente, correrá bien lejos. Sin embargo, algo me dice que no es tan
inteligente.
Sus ojos se dirigen a Willow. Pero cuando sus hombros se encogen, sé que
he ganado.
“Deberías irte ahora” le digo.
Justo en ese momento, la puerta del personal se abre de nuevo y el maître
con rostro agrio vuelve a salir. Él me mira y se pone un poco más derecho.
“Señor Solovev, espero que esta pequeña refriega no les haya molestado a
usted y a sus amigos. Tenga la seguridad de que me ocuparé de eso. La
joven será removida y...”.
“Y yo espero que ella sea mi camarera por el resto de la noche” lo
interrumpo. “Solo ella. ¿Queda eso bien claro?”.
Él palidece y traga el nudo en su garganta. “Oh, claro, señor. Por supuesto”.
Me vuelvo hacia Casey, que por alguna razón olvidada por Dios sigue de
pie en la entrada del pasillo. “¿No deberías estar ya de camino?”.
Pero no espero a que él se vaya. Me giro y le abro la puerta a Willow.
Después de algunas vacilaciones, ella se desliza dentro de la sala privada
con una única y tímida mirada hacia atrás. Me complace enormemente
cerrar la puerta tras nosotros.
Me dirijo de nuevo al sofá y bebo un sorbo de mi vodka.
“Ahora” digo con frialdad, “¿por dónde íbamos?”.
Sus mejillas se encienden de incertidumbre. Antes, sólo era un cliente rico.
Ahora, me he transformado ante sus ojos. Me he convertido en algo más
arriesgado, más peligroso.
Todavía no está ni cerca de entender el verdadero alcance de las cosas.
Da unos pasos hacia adelante, pero no hace ningún movimiento para
sentarse. “¿Quién eres?” susurra con una voz tímida que envía electrizantes
rayos directamente a mi pene.
“Leo Solovev” le digo.
“Leo Solovev” murmura. “¿Debería reconocer ese nombre?”.
“No veo por qué lo harías”.
“No eres un príncipe de un país extranjero o algo así, ¿verdad?”
Resoplo. “Soy lo más alejado en la Tierra de un príncipe. Aunque me
halaga que hayas pensado así”.
Ella se sonroja un poco. Mira hacia el techo, a las paredes, al suelo entre sus
pies. Como si se estuviera preguntando cómo diablos terminó aquí
conmigo.
Pero yo si lo sé.
Sé exactamente cómo.
Yo lo planeé
“Willow” le digo.
Su cabeza se mueve entonces hacia mí.
“Siéntate”.
Duda un momento más. Luego, acomodando la mandíbula como si se
preparara para saltar de un avión, pasa por alto los dos sillones individuales
y se sienta en el lujoso sofá blanco junto a mí. Como antes, mantiene una
innecesaria distancia entre nosotros.
“Yo... lo siento mucho” murmura, con la mirada clavada en sus negras
zapatillas de ballet. “Eso fue vergonzoso”.
“Para él” digo.
Me mira, con sus mejillas en llamas, pero no dice nada.
“Te estás sonrojando” observo.
“Me da vergüenza”.
“¿Por qué?”
“Siento que dije demasiado antes. Básicamente vomité mi triste historia en
su regazo. Es... humillante”.
“Habiendo conocido a tu esposo ahora, diría que es comprensible” digo y
tomo un sorbo de mi vodka. “Un tipo encantador”.
Ella suspira y cierra los ojos. “Ustedes dos realmente se llevaron bien” dice
arrastrando las palabras.
Me río y cruzo mi tobillo sobre mi rodilla. “¿No me he portado bien?”
“Depende de su idea sobre los modales”.
“Inexistentes” digo.
Sus ojos parpadean y me sorprende su vibrante tono azul. En todos mis
meses de planificación, ciertamente no esperaba que fuera tan atractiva.
Su cabello negro azabache parece antinatural al principio, pero cuando
miras más de cerca, te das cuenta de lo oscuras que son sus raíces.
Medianoche en una cueva. Ónix bañado en aceite. Es fascinante.
No hay nada falso en esta mujer.
“Quiero tener algo propio” dice en un tono susurrado, como una confesión.
“No quiero tener que depender de él toda mi vida”.
Ella entonces sacude su cabeza en negación. La frustración presiona sus
hombros.
“Lo encontré teniendo sexo con una compañera de trabajo hace un mes”
continúa ella. “Esa misma noche, le preparé la cena mientras él se sentaba a
contarme todas las formas en que yo tuve suerte de tenerlo”.
“Como dije, un chico encantador”.
Una burbuja de risa casi escapa de sus labios, pero se cuaja casi al instante.
“Todo lo que quería hacer esa noche era irme. Pero sabía que no podía. No
tengo amigos. No tengo dinero. Lo perdí todo cuando acepté casarme con
Casey. Y fui tan ingenua e idealista en ese momento que realmente pensé
que era yo quien ganaba la lotería”.
Un latigazo de ira grave y retumbante se agita en mi pecho. Pero lo
suprimo, por ahora.
“Tuve que dormir en esa misma cama esa misma noche” continúa. “Fue la
máxima humillación. Cualquiera pensaría que a estas alturas ya me habría
acostumbrado”.
“¿Cómo logró ese maldito convencerte de que no eres lo suficientemente
buena para él?”
Ella se burla. “¿Qué le hace pensar que si lo soy?”.
“Sólo mírate”.
Extiendo la mano y acaricio su rostro suavemente con mi pulgar. Ella
contiene la respiración, no se mueve. Como si un movimiento erróneo nos
enviara a ambos al borde del abismo.
“La mejor venganza es vivir bien” le digo.
“Por desgracia, vivo con él”.
Me inclino hacia ella. “Pero no tienes que hacerlo”.
Con el deseo recorriendo mi cuerpo, presiono mis labios contra los suyos.
Ella se queda paralizada durante un segundo, su cuerpo se tensa. Luego se
inclina hacia el beso.
A mí ya nada me toma por sorpresa. Ya nada me asombra. He tenido el
control durante muchos años. Yo soy el amo de mi destino. Yo soy el
capitán de mi alma.
He planeado este momento durante mucho tiempo.
Y sin embargo, este beso... me toma por sorpresa.
4
WILLOW

Mi primer pensamiento coherente es, Dios, esto se siente bien.


¿Quién podría saber que era posible que un beso se sintiera tan intenso?
Que podría hacerte sentir poderosa. Que podría volver a unir a una persona
rota.
Mi segundo pensamiento es, Estos no son los labios de mi esposo. Hay un
momento de culpa, seguido rápidamente por una ola de ira.
Casey me engañó cogiendo con otra en nuestra cama... y aquí estoy yo,
sintiéndome culpable por un pequeño, insignificante e inocente beso.
Excepto que la purista en mí se ve obligada a reconocer que ningún beso es
inocente.
Especialmente no este.
El hormigueo en mis labios se ha extendido ahora por todo mi cuerpo. Por
primera vez en años, siento que mi coño vuelve a la vida. He pasado tanto
tiempo pensando que estaba rota por dentro. Destrozada sin posibilidad de
reparación.
Recién ahora me estoy dando cuenta de que mi pérdida de deseo sexual en
los últimos años no tiene nada que ver conmigo, y si todo que ver con
Casey.
La mano del hombre rodea mi cintura. Jadeo cuando me sube a su regazo.
Se siente diferente, de alguna manera. Tan sólido y fuerte.
Es una observación extraña, teniendo en cuenta que Casey es un hombre
grande por derecho propio. Pero algunas noches, mientras sufría bajo las
embestidas y sudorosos gruñidos de mi marido, tenía la sensación de que
era insustancial. Como arena en mis brazos. Intento agarrarme a él y él
parece desvanecerse.
Pero ¿este hombre? Se siente vivo.
Lo absorbo. Debajo del vodka, huele a roble, menta, cuero. Si la confianza
tuviera un olor, sería este.
Cuando noto su erección entre mis muslos, me echo hacia atrás con otro
pequeño jadeo. Mis ojos encuentran los suyos. En un repentino momento de
lucidez, me doy cuenta de la posición en la que me encuentro.
Estoy a horcajadas sobre un desconocido. Mis brazos se agarran a sus
hombros en busca de apoyo. Sus manos me agarran por la cintura como si
pudiera partirme por la mitad si quisiera.
“Yo... ¿cómo dijiste que te llamabas?” tartamudeo. Honestamente no puedo
recordar.
“Leo” dice.
“Leo” repito. “Por Dios, ¿qué estoy haciendo?”.
“Dejándote llevar” me dice.
La punta de su dedo serpentea bajo el dobladillo desabrochado de mi
uniforme. Siseo ante el contacto piel con piel y retrocedo. “No, no... no
podemos...”.
“¿Por qué no?”
No parece en lo más mínimo desanimado por mi vacilación. De hecho,
parece un poco intrigado por eso. Es el tipo de hombre al que le gustan los
desafíos.
“Porque… porque estoy casada, para empezar. El hecho de que él me hay
engañado no significa que yo tenga derecho a hacerlo”.
“¿Lo crees?” inquiere él.
Su dedo acaricia la piel desnuda de mi cadera y mis ojos parpadean de
deseo. Leo no lo está poniendo fácil en lo más mínimo. “Él sigue siendo mi
esposo” digo.
“No pierdas tu tiempo siendo fiel a personas que no lo merecen. ¿Quieres
algo, Willow? Carajo, tómalo”.
“¿Qué sabes tú de lo que yo quiero?”.
“Yo sé que me deseas”.
Frunzo el ceño de nuevo, más profundo. “Tú no sabes eso. No me conoces
en absoluto”.
Sus ojos brillan. “Sé todo lo que hay que saber sobre ti, Willow Powers”.
Lo miro de nuevo. Esas palabras encierran un enorme misterio. Me asusta
de una forma estimulante. Como nadar en las profundidades del océano y
estremecerte cuando te das cuenta de la clase de monstruos que acechan
bajo tus pies.
“¿Qué... qué quieres decir?”.
Él ignora mi pregunta. “Dime lo que quieres, Willow”.
Durante un buen rato, solo me quedo mirándolo.
Pero una vez que las palabras se asientan, también lo hace el poder.
Es la primera vez en mucho tiempo que me siento poderosa. Así que hago
lo que Leo me dijo que hiciera: Tomo lo que quiero.
Me inclino y lo beso. Es caliente y posesivo. Siento que me derrito en él.
Como si me abandonara a mí misma y dejara que Leo Solovev me
consumiera por completo.
Levanto las piernas cuando él intenta sacar mis bragas por debajo de mi
falda. Sus dedos bailan sobre mi muslo y lo separan. Me roza el clítoris con
un ligero toque.
“Eres una buena chica” murmura Leo. Me quemo de vergüenza por lo
caliente que me ponen esas cuatro pequeñas palabras.
Casey suele preferir llamarme su “puta” o su “zorra” cuando tenemos sexo.
Probablemente estaría más ofendida si fuera algo que tuviera que soportar
más de dos o tres minutos a la vez. Pero él es un tipo de “tres golpes y ya
está”, así que sólo me duele un poco.
El sexo con Casey, no, borra eso, la vida con Casey, se trata solo sobre él.
Su codicia. Su egoísmo. Su incapacidad para verme como algo más que un
conducto para su placer.
Pero la forma en que Leo me está tocando en este momento es el jodido
polo opuesto.
Cuando toca mi clítoris y mira fijamente en lo más profundo de mi alma.
Cuando murmura: “¿Quieres correrte para mí?” y sé que eso es exactamente
lo que él quiere que yo haga.
Y lo que es más importante, es que yo quiero hacerlo para él.
Así que lo hago. Me corro, con fuerza y sin culpa.
Y cuando él se abre la cremallera y su miembro salta, yo me siento a
horcajadas sobre él y empiezo a cabalgar. Con la misma fuerza. Igualmente
sin culpa.
El miembro de Leo es mucho más grande que el de Casey, más grueso y
más largo. Pero no es sólo su tamaño. Es la forma en que lo usa.
Lo controla desde abajo. Nunca hay duda de que él es el que manda. Me
penetra, me inmoviliza y no me deja otra opción que aferrarme a sus
hombros y gemir con cada salvaje embestida.
Después de cincuenta, cien o un millón de fuertes embestidas, no sé, pierdo
la cuenta muy pronto, él me tumba boca arriba en el lujoso sofá. Estoy
sudando mientras Leo coloca su cuerpo sobre el mío.
La primera embestida me enciende el clítoris. Leo me lame, me muerde y
me besa desde el cuello hasta la clavícula. Lo único que yo hago es
engancharme con mis talones a su espalda y empujarlo cada vez más dentro
de mí.
Entonces me abre la blusa con una mano y entierra su cara entre mis
pechos. Cuando pellizca un pezón entre sus dientes, yo grito.
Leo se ríe. “Pequeña kukolka sensible ¿no es así?”.
Si pudiera hablar, le diría que nunca había sido así. Pero como no puedo
hablar, gimo y me abro más para él.
Se levanta entonces, me agarra por las caderas y empieza a tirar de mí hacia
él. Me penetra hasta el fondo y una ligera presión de su pulgar sobre mi
clítoris es lo último que necesito antes de estallar de nuevo.
Ruedo mis ojos en blanco y todo mi cuerpo se deshace en escalofríos con
piel de gallina.
Clavo mis uñas en la parte posterior de sus muslos mientras él me lleva al
orgasmo. Da unos cuantos empujones más, y siento entonces un nuevo
calor extenderse dentro de mí, pegajoso y conocido.
Luego de vaciarse completamente dentro de mí, él suspira. Pasa la lengua
por mis pezones y se recuesta en el sofá.
De inmediato se tranquiliza, como si nada hubiera pasado. Yo tardo un poco
más en recuperarme. Cuando por fin consigo sentarme junto a él, mi
corazón sigue acelerado. Mi respiración agitada.
Al bajar de la euforia, la conmoción de lo que acabo de hacer se apodera de
mí.
Me he cogido a otro hombre.
No sólo a otro hombre, sino a un completo y total desconocido.
¿En qué estaba pensando?
¡Podría estar enfermo! ¡Podría estar loco! Casado o buscado por la policía.
Es casi seguro que es muy, muy peligroso. Una mirada a sus ojos de acero
es suficiente para confirmarlo.
Me va a dar un ataque de pánico si sigo pensando en ello. Así que, mientras
coloco mi ropa en su sitio, intento respirar. Evitar el ataque de pánico.
Todo el tiempo, Leo sigue recostado en el sofá, mirándome.
“Debería irme” le digo. “Lo siento...”.
“¿Por qué te disculpas?” inquiere, sin dejar de verme.
Miro hacia él, mis mejillas encendidas. “No deberíamos haberlo hecho”.
“¿Querías hacerlo?”
Me vuelvo hacia él, sorprendida por su serena franqueza. “No lo sé”.
“Eso no es una respuesta”.
“Yo... sí” lo admito. “Sí lo quería”.
Él asiente. “Bien. Nunca te disculpes por hacer lo que quieres. Yo no lo
hago”.
“Eres un hombre” digo automáticamente. “Los hombres pueden salirse con
la suya en cosas que las mujeres no”.
“Eso suena a excusa” dice.
“Así funciona el mundo”.
Sacude la cabeza. “El mundo funciona como tú hagas que funcione,
Willow. O lo entiendes y lo moldeas a tu gusto... o sigues siendo ignorante
y dejas que otros decidan las reglas. La elección debe ser siempre tuya”.
“¿Leíste eso en una galleta de la fortuna?” le suelto con amargura. En
cuanto las palabras salen de mi boca, me siento culpable. No quería parecer
una zorra.
Estoy a punto de disculparme, pero entonces recuerdo lo que me acaba de
decir: Nunca te disculpes.
De todas formas, no importa. Después de esta noche, no volveré a verle. Me
sorprendo al notar que al darme cuenta de ello, siento una gran decepción.
Una vez vestida y con un aspecto medianamente presentable, me fijo en el
cubo de hielo de la mesa. Está medio derretido.
“Yo... ni siquiera he tomado nota de su pedido” digo con torpeza.
Sonríe y se levanta. Es alto, muy alto. No lo noté antes, mientras
estábamos... ocupados.
“No hace falta” dice. “Esta noche ya he conseguido lo que quería”.
“Oh, está bien” le digo.
Y no es que entienda en absoluto de qué habla. Es que de nuevo, me siento
flotando en las profundidades del océano. No hay tierra a la vista y algo
enorme roza mi pie. Me estremezco.
De repente se me ocurre otra cosa. “¿Leo?” lo llamo.
“¿Sí?” contesta él.
“Gracias, por... por lo que hiciste hoy, con... con Casey”.
Él asiente solemnemente. “No me lo agradezcas todavía”.
Luego se va. Y cuando sale de la habitación, ya no mira atrás.

C AMINO SONÁMBULA durante el resto de mi turno. Cuando finalmente


entrego mi uniforme, siento un alivio insuperable. Sólo unos pocos
obstáculos me separan de la dichosa inconsciencia.
El primero de esos obstáculos son los ronquidos en el sofá del salón cuando
llego a casa. Me escabullo frente a Casey y paso al baño principal.
Me echo un poco de agua fría en la cara y miro mi reflejo en el espejo. ¿Se
refleja en mi cara lo que ha pasado? ¿Hay signos físicos de infidelidad
grabados en mi piel?
Es extraño porque me veo igual, pero por dentro me siento muy diferente.
Como si este fuera el primer momento del resto de mi vida. Seguramente
debería parecer diferente de alguna manera, aunque sólo sea para
conmemorarlo. Para marcar la transición.
Pero no veo nada. ¿Por qué me siento tan decepcionada?
“¡Willow!” escucho a Casey.
“¡Por Dios!” me giro cuando la puerta del baño se abre de golpe.
Casey está en el umbral, mirándome con el ceño fruncido como una bestia
salida de una película de terror. Sus labios están apretados sobre sus dientes
y los ojos inyectados en sangre. Huelo el alcohol que desprende su ropa. La
mancha de whisky de su camisa lo confirma.
Entra en el baño y me arrincona. “Es muy tarde”.
“Te dije que estaría...”
Golpea su mano contra la pared justo al lado de mi cabeza. Me estremezco
y me muerdo la mejilla para no gritar.
He escuchado historias sobre mujeres maltratadas y, por supuesto, me he
solidarizado. ¿Cómo no hacerlo? Pero siempre desde la perspectiva de un
extraño. Porque nunca he podido imaginar cómo una mujer puede quedarse
con un hombre que la trate así.
Hasta ahora.
Aquí de pie, con la espalda presionada contra la pared de cerámica y sin
salida, me doy cuenta de algo: sucede tan lentamente que apenas reconoces
las señales de advertencia. Como el agua en una olla que se calienta cada
vez más y más hasta que, de repente, comienza a hervir.
Inventas excusas y justificaciones. Finges que eres diferente de todas las
mujeres que han sido destrozadas y utilizadas por hombres malos.
Entonces algo sucede. Una bofetada en tu cara, un puñetazo amenazador. Y
de repente, comprendes la verdad: están abusando de mí.
Si otra mujer me hubiera dicho que le pasó esto, mi consejo inmediato
hubiera sido: huye. Pero cuando llegó mi turno en las trincheras, mi
objetividad voló por la ventana.
Junto con mi sentido común.
Junto con mi valentía.
Junto con todos esos pedazos de mi corazón que yo misma rompí y regalé
para hacerme encajar en la persona que él quería que yo fuera.
“Casey” le suplico. “Por favor...”.
Me encierra entre sus brazos. Sus ojos están oscuros por la ira de la
borrachera, pero también veo desesperación. Algo más está pasando aquí.
“¡¿Te lo cogiste?!” hierve él.
Trato de no dejar que el terror se muestre. “¿De qué estás hablando?” digo.
“Ese gran hijo de puta de traje. ¿Cogiste con él?”.
“No” digo tranquila.
Me mira fijamente. Por un momento horrible, estoy segura de que puede
ver la mentira en mis ojos.
Entonces, de la nada, empieza a llorar. Grandes y feos sollozos salen de su
pecho y se derrumba sobre mí. Me arrastra con él hasta el frío suelo del
baño mientras se aferra a mí como un enorme bebé.
“No puedes dejarme, Willow, simplemente no puedes. Te amo... tú
prometiste que me perdonarías...”.
Miro al hombre gigante que llora en mi regazo y siento...
Nada.
“Casey...” No me atrevo a abrazarlo como él quiere. Mis manos cuelgan
flojas en el suelo.
“Estoy en problemas, cariño. Por eso te necesitaba esta noche. Tengo tantos
problemas”.
“¿Qué quieres decir?” inquiero.
“Me han acusado de... de... mal... malversación de fondos” se ahoga. Sus
mocos gotean de sobre mi camisa. “La empresa me está demandando. Si me
encuentran cul... culpable, podría ir a prisión por largo tiempo”.
Me siento extrañamente ajena a su confesión. Bien podría ser un
documental de la televisión sobre un crimen real. Me pregunto si mañana
seguiré sintiéndome así.
“Te necesito cariño. Necesito tu apoyo” gime. “Estarás ahí para mí ¿eh?
¿No me dejarás?”.
“Yo... no” digo con voz robótica. “No, no te dejaré”.
“Gracias” balbucea. “Gracias Dios mío, gracias”.
Pero todo lo que puedo pensar es: No me lo agradezcas todavía.
5
LEO
DOS DÍAS DESPUÉS

“Estamos listos para expandirnos” le digo a Jax, mirando la hoja de cálculo


punteada entre nosotros. “Hace mucho tiempo que deberíamos haberlo
hecho”.
“Estoy de acuerdo” dice. “Pero esta mierda es arriesgada, Leo. Ya no
podremos pasar desapercibidos. Los Mikhailov serán un problema”.
“Yo puedo manejar a los jodidos Mikhailov” gruño.
Jax me mira con una expresión cautelosa. “Hemos tenido cuidado hasta
ahora. ¿Por qué avivar el fuego? No necesitamos una pelea, incluso si estás
seguro de que ganaremos”.
“Esta es mi puta ciudad” espeto. “Estoy cansado de esconderme en las
sombras”.
Mi teniente suspira. Sabe que no debe discutir conmigo. “¿Está todo listo?”.
“Por supuesto”.
Jax mira hacia los papeles que cubren mi escritorio. “Esto sería mucho más
fácil si nos dijeras lo que estás tramando ¿sabes?”.
Sonrío “Paciencia, Jax. Lo sabrás a su debido tiempo”.
“¿Cuándo es eso?”.
“Cuando yo haya ganado”.
Sacude la cabeza con irritación. “Al menos cuéntame sobre la chica”.
Pienso en mi experiencia con Willow. Han pasado dos días y aún está en mi
mente.
“Ella no era... lo que yo esperaba” digo.
“El eufemismo del año” se ríe Jax.
Levanto mis cejas. “¿Que se supone que significa eso?”.
“Significa que ella es un puto bombón. Las fotos que tenemos de ella
ciertamente no le hacen justicia”.
Mis ojos revolotean automáticamente hacia el archivo marrón que se
encuentra en la parte superior de mi pila. El nombre Willow está impreso en
el frente. He hojeado esa carpeta innumerables veces en los últimos meses.
Conozco cada palabra que contiene. Cada ángulo de cada fotografía.
Y Jax tiene razón: verla en persona fue una experiencia completamente
diferente.
“¿Dónde está su sabueso?” digo.
“En camino” dice Jax. “Aparentemente, no hay mucho que informar”.
“¿Ella sigue de empleada temporal en la agencia?”.
“Así parece” confirma Jax.
“¿Y el pendejo del marido?”.
“Jodido. Acabo de recibir noticias de nuestro contacto en la oficina del
fiscal que están iniciando una investigación criminal que lo involucra”.
Ruedo mis ojos en blanco. “Jodidamente típico. De hecho, estoy
decepcionado por el cliché que es. ¿De qué se le acusa? Espera, déjame
adivinar... ¿malversación de fondos?”.
“Ding Ding. Buena suposición”.
“Predecible bastardo” siseo.
“Hablando de bastardos predecibles” dice Jax, “¿me dirás alguna vez por
qué la chica es tan importante?”.
“Cuidado, priyatel” digo riendo. Jax es un amigo, pero algunas líneas no se
pueden cruzar.
“Entonces, ¿eso es un no, o...?”
Sé que le molesta que lo mantenga al margen, pero no es nada personal.
Sólo sé lo fácil que los planes pueden desmoronarse. La información es
poder. Pero también es un lastre.
“Te basta con saber que ella es importante”.
Aprieta los dientes. “Bien. El secreto continúa. ¿Estás seguro de que no te
va a distraer?”.
Estrecho los ojos. “¿Qué diablos se supone que significa eso?”.
“Bueno, a menos que cogértela fuera parte del plan maestro...” señala él.
“¿Estabas escuchando en la puerta?” inquiero.
“No intentaba hacerlo” dice y da un encogimiento de hombros sin pedir
disculpas.
“No, no era exactamente parte del plan” admito con los dientes apretados.
“Pero algunas cosas simplemente suceden”.
“¿Y no comprometerá nada para nosotros en el futuro?”.
“Absolutamente no. De hecho, creo que podría ayudar”.
Jax parece inseguro, pero me hace caso de todos modos. Vuelvo a centrar
mi atención en el mapa que tengo sobre la mesa.
Los puntos claves de Mikhailov están marcados en azul, mientras que los
intereses de Solovev están marcados en rojo. A primera vista, alguien que
no sepa nada sobre esta guerra pensaría que los Mikhailovs se están
apoderando de mi Bratva.
Pero ellos no saben lo que he pasado años haciendo. Desde el ataque, he
estado acumulando activos en costas extranjeras. Cuentas bancarias ocultas,
escondites secretos, ejércitos de hombres listos para llevar la maldita lucha
a las puertas de los Mikhailovs tan pronto como yo dé la orden.
Viene una ola roja.
No sabrán qué les golpeó.
“Spartak está en Rusia en este momento” me informa Jax. “¿Crees que
deberíamos aprovechar su ausencia?”.
“¿Por cuánto tiempo estará afuera?” pregunto.
“Por una semana”.
Niego con la cabeza. “No es tiempo suficiente para planear un ataque
convincente. Tenemos que asegurarnos de que, después de golpearle, no
pueda volver a levantarse”.
“En ese caso, el anciano está aquí” señala Jax. “Eliminar a Semyon
eliminaría la mitad de nuestro problema”.
“Semyon Mikhailov no es la mitad de nuestro problema. Él ya no es ni
siquiera una cuarta parte de nuestro problema” digo. “Ahora es un perro
viejo y enfermo. Es Spartak Belov el que está tomando las decisiones”.
“Eso es solo un rumor...” señala Jax.
“Es la puta verdad” lo interrumpo.
“¿Cómo lo sabes?”.
“Llámalo intuición” respondo. “El punto es que matar al anciano no
resuelve nada. Belov es el verdadero líder de la Bratva Mikhailov. Semyon
es solo la figura decorativa. Hoy en día, probablemente tenga que pedir
permiso al Spartak para limpiarse el trasero”.
“Gracias por la imagen” dice Jax y se estremece de disgusto. “¿Qué pasa
con la hija? Anya Mikhailov no es un tímido alhelí. No hemos hecho
ningún plan para ella”.
“Ni lo haremos tampoco” digo. “Hay que dejarla sola”.
“¿Por qué?”
“Porque ella no es una jugadora importante”.
“¿Estás bromeando?” se resiste Jax. “Ella es la única hija viva de Semyon”.
“Los dos no han estado en buenos términos en años”.
“¿Y eso qué tiene que ver?” protesta él. “Ella tiene sangre Mikhailov en sus
venas, ¿no es así? Y si los rumores son ciertos, ha matado a todos los
maridos que ha tenido. Eso no me parece insignificante, Leo”.
“‘Rumores’ es la palabra clave allí”.
“Leo...”.
“¿Estás casado con ella?” pregunto.
Él rueda los ojos. “Que...”.
“No lo creo. Así que no veo por qué estás preocupado”.
Jax abre el archivo de Mikhailov y revisa las imágenes. Saca una imagen de
Anya Mikhailov que fue tomada hace dos años.
Lleva gafas de sol oscuras, así que no se le ven los ojos, pero hay algo en
esa mujer que me eriza la piel. Algo afilado y mortal.
“Vamos, Leo” dice Jax de nuevo. “Rumores, mi trasero. Ella
definitivamente lo hizo. Solo mírala”.
Miro su imagen con nueva objetividad. He tenido esa imagen archivada
durante dos largos años, pero ha pasado algún tiempo desde que realmente
la miré de cerca.
Anya Mikhailov.
Todo el mundo esperaba grandes cosas de ella. Tiene la crueldad y
superioridad de su padre. La rara princesa de la mafia que realmente merece
el título. Merecedora del trono, tal vez.
“Parece permanentemente enojada” observa Jax. “Para ser sincero, es un
poco sexy”.
Ruedo mis ojos en blanco. “Tal vez deberías preocuparte por esta viuda
negra de mujer, después de todo”.
“Me gustan las princesas de la mafia. Júzgame”.
“Lástima que ninguna de ellas te dé ni la hora” me río.
Jax resopla. “Lo harán cuando vean mi pene”.
Anya no sería la primera víctima de mi teniente en ese sentido. Jax es como
el crack para las mujeres que anhelan el peligro.
Es una bestia de hombre, y fue criado en las profundidades del inframundo.
Su madre era una prostituta y su padre un estafador que ganaba dinero
estafando a los ricos y poderosos. Como cualquier estafador, sus días
estaban contados desde el principio. Cuando Jax tenía doce años, encontró a
su padre con dos balas en la nuca. Entonces se fue de casa y nunca miró
hacia atrás.
Dado ese comienzo sórdido, a veces me sorprende que Jax tenga un sentido
del humor interminable. En comparación con mi otro teniente Gaiman, el
cual tuvo una infancia idílica, y sin embargo, es el hijo de puta más gruñón
del mundo.
“Sí, seguro que lo admirarán” le digo con una sonrisa. “Justo antes de que
te lo corten”.
“Una vez que lo vean, no tendrán más remedio que inclinarse”.
Me río en su cara. “¿Ese es tu plan para Anya Mikhailov? ¿Agitarle tu pene
en la cara hasta que se desmaye?
“Dices eso como si no fuera a funcionar” señala.
Sacudo mi cabeza, consternado. “Subestimas a las mujeres de la Bratva”.
“Ustedes, los rusos, necesitan relajarse” dice. “Y yo soy justo el hombre
para el trabajo”.
“¿El hombre para qué trabajo, exactamente?” se entromete Gaiman,
entrando a mi oficina.
“Jax cree que puede sacarle una sonrisa a un par de princesas de la mafia
rusa”.
“A una princesa de la mafia en particular” aclara Jax.
“Oh” dice Gaiman, rodando los ojos. “Anya. Me había olvidado de tu
fijación”.
Resoplo. “¿De verdad es algo así?”
Gaiman asiente con irritación. “Por desgracia. Este idiota cree que esa perra
Mikhailov puede ser domesticada”.
“Me gustan los desafíos” insiste Jax.
“Ella no es asunto nuestro, Jax” digo. Me aseguro de que mi tono transmita
la orden bajo la amena conversación. “Ella no es un problema en este
momento. No la hagamos uno”.
“No arruines mi diversión. ¿Por qué incluirla en el archivo si está fuera de
los límites?”.
“Porque ella sigue siendo parte del legado de su padre, por pequeño que
sea”.
Gaiman niega con la cabeza, con una sonrisa irónica jugando en su rostro.
“Y parece que su parte es inexistente. Ella no parece querer tener nada que
ver con el legado de su padre”.
“Y ¿puedes culparla?” pregunta Jax. “El viejo hijo de puta eligió a uno de
sus inútiles secuaces para sucederlo. Le pasó por encima. Yo también
estaría enojado”.
“Por el amor de Dios, sobrat” digo, lanzándole una sonrisa divertida,
“¿también tienes memorizado su tipo de sangre y número de Seguro Social?
Estás terriblemente obsesionado con la mujer”.
“Sí” responde Jax. “Casi tan obsesionado como tú con la chica de pelo
negro de la otra noche”.
Gaiman luce alarmado. “¿Te ha dicho por qué ella es importante?”.
“No” dice Jax, intentando ocultar su molestia. “Aparentemente, nuestra
autorización de seguridad no llega tan lejos”.
La usual expresión amarga de Gaiman se vuelve un poco más amarga. “Se
supone que somos tu mano derecha, Leo”.
“No sean tan malditamente inseguros. No es asunto suyo saberlo todo. Su
único trabajo es hacer lo que les mando”.
Jax suspira. “Si su Alteza”.
“Su Majestad” dice Gaiman, haciendo una reverencia al mismo tiempo.
Me río y el estado de ánimo se aclara de nuevo. “Jódanse los dos”.
Todavía reímos cuando suena el teléfono de Gaiman. Le da una mirada
superficial, pero en el momento en que lee el mensaje de texto, la sonrisa
desaparece de su rostro.
“¿Qué pasa?” pregunto. La habitación está en silencio y llena de tensión.
“Es del Agente 23” dice Gaiman.
Me pongo rígido de inmediato. “Léelo en voz alta”.
“La cuenta ha sido descubierta. Es solo cuestión de tiempo. Asegura la
clave antes de que él lo haga”. El ceño fruncido de Gaiman se profundiza
mientras levanta sus ojos hacia los míos. “¿Qué clave? ¿Qué cuenta? ¿Qué
diablos significa todo esto?”.
Aprieto mi puño. “Significa que no hay lugar para sutilezas. Tengo que
acelerar mi plan”.
“El plan del que no tenemos ni idea” dice Jax.
Asiento con la cabeza. “Es mejor así, amigo mío”.
“¿Significa que vas a manejar esto por tu cuenta?” pregunta Gaiman.
“¿Tiene que ver con la chica, entonces?”.
Asiento con la cabeza. “Ha llegado el momento de mostrarle hasta dónde
llega esta situación”.
6
WILLOW

“Tengo buenas noticias para ti” dice Marjorie, sentándose en su silla


giratoria frente a mí.
Tiene una gran carpeta roja en sus manos y, por una vez, una sonrisa en su
rostro. Marjorie lleva casi tres meses dándome trabajos temporales, y es la
primera vez que se ve emocionada por la perspectiva. Por lo general, tiene
más una mueca cuando desliza la carpeta hacia mí.
“¿La paga es decente esta vez?” pregunto con esperanza.
“Más que decente” dice, lanza sus trenzas sobre un hombro y abre el
archivo. “De hecho, este no es un trabajo temporal en absoluto”.
Mi corazón da un vuelco. “¿No lo es?”.
“Mo. Es una entrevista de trabajo. Y si sale bien, podrías tener un trabajo
permanente a tiempo completo”.
Mis ánimos se disparan, pero trato de aplacarlos inmediatamente. No
cuentes tus pollos antes de nacer y todo eso.
“Y ¿cuál es el trabajo?”.
“Es para el puesto de una...” Se calla mientras mira dentro de la carpeta
roja. “Eh, es raro”.
Mi espíritu cae en picada hacia abajo. Eso no tomó mucho tiempo. Ya tengo
náuseas por esta montaña rusa emocional.
“¿Marjorie?” repito “¿Cuál es el trabajo?”.
“Hm” murmura sin apartar los ojos del archivo.
“No es de prostituta ¿no?” bromeo sin convicción. “¿No me estás
prostituyendo?”.
Levanta la vista solo el tiempo suficiente para lanzarme una mirada
molesta, luego vuelve a leer los papeles. Me muerdo la lengua y trato de ser
paciente.
“Hm... Bien. Está bien, entonces” dice, levantando la vista de su archivo.
“Parece que la posición se discutirá a tu llegada”.
“¿Significa que no tengo idea de lo que estoy solicitando?”.
“Es de suponer que se trata de un trabajo doméstico”.
Frunzo el ceño. “¿Pero solo estás suponiendo?”.
“Bueno, es un puesto de interna en Henley Estate. En South Gate”.
“South Gate” repito. “¿Como en la central de millonarios?”.
“Ese mismo es el lugar” dice ella. “Envío gente allí todo el tiempo. Las
casas son enormes y emplean a personal de todo tipo. Criadas, jardineros,
de todo”.
“Por Dios” respiro. “Tienen más dinero del que saben qué hacer con él”.
Se ríe entre dientes. “Si consigues este trabajo, eres de oro. Lo mejor es que
el empleador no busca a alguien con credenciales específicas. Así que lo
más probable es que no le importe que no tengas estudios ni experiencia”.
Mis entrañas se retuercen un poco con sus últimas palabras. Sé que ella no
quiso decir nada con eso. Nada malicioso, al menos. Y dice más sobre mí
que sobre ella que el mero hecho de exponer los hechos de mi vida me haga
sentir tan mal.
Pero terrible es exactamente lo que estoy sintiendo ahora.
“¿Cuándo es la entrevista?” pregunto.
“Dentro de una hora”.
“¿Hoy?” jadeo. “Estás bromeando”.
“No, no lo hago. De hecho, será mejor que te pongas en marcha ya”.
“South Gate está al otro lado de la ciudad” protesto. “Yo... voy a necesitar
un taxi si quiero llegar a tiempo”.
Marjorie me hace señas hacia la puerta. “Entonces, ¿qué estás esperando?”.
Busco en mi bolso y trato de averiguar cuánto dinero tengo encima.
“Mierda. Mierda.”
“Willow, deja de entrar en pánico y muévete” dice Marjorie. “¿Quieres este
trabajo? Ve a buscarlo”.
Estoy de pie cuando algo más me golpea. “Espera... ¿dijiste que era una
posición interna?”.
“Pensé que te gustaría esa parte”.
Tomo una respiración profunda. “Realmente necesito conseguir este
trabajo”.
Ella asiente. “Buena suerte querida. Hechiza a ese viejo rico bastardo”.
Me despido con aplomo y salgo corriendo de su oficina con renovada
determinación. Esta es la primera gran oportunidad que he tenido desde que
comencé a buscar trabajo.
Necesito lograr que esto funcione.
Tomo un taxi al final de la calle y le doy la dirección al taxista. ¿South Gate
a esta hora?” Silba. “Va a ser un viaje caro”.
“Aproximadamente ¿cuánto diría usted?”.
“Treinta, cuarenta dólares por lo menos”.
Tragando saliva, reviso mi bolso. Todo lo que tengo es un billete de
cincuenta. Pero decido no decirle al taxista. Si el medidor se pasa, ya lo
manejaré luego.
“Está bien, vamos” le digo. “Tengo prisa”.

P OCO MENOS DE una hora después, soy cuarenta y seis dólares más pobre y
estoy ante las puertas de Henley Estate. Son de bronce, ornamentadas y lo
bastante grandes como para que pase por ellas un crucero.
“Maldición” murmuro antes de dirigirme a la cabina de seguridad de cristal
escondida entre los setos.
Un vistazo al guardia uniformado que hay dentro de la caseta me dice que
está armado como para una pesada guerra. Qué extraño. ¿En qué me he
metido?
Golpeo el cristal. “Hola, disculpe. Esto es Henley Estate ¿verdad?”.
El guardia me mira a través de sus gafas oscuras. Es un hombre bajo pero
corpulento, con rasgos toscamente cincelados. Pareciera que su cara podría
romperse si alguna vez se le ocurre sonreír.
“Sí ¿Quién pregunta?”.
Su inglés tiene un ligero acento. Me resulta familiar de algún modo, pero no
lo ubico.
“Me llamo Willow Powers” digo, pronunciando mi nombre de soltera casi
instintivamente. “Tengo una cita en cinco minutos con... con... el dueño de
la finca”.
Olvidé preguntarle a Marjorie el nombre del propietario. Strike número uno
y aún no he cruzado las puertas.
Me mira fríamente, ocultando todos sus pensamientos tras sus gafas
oscuras. No lo veo mover ni un dedo, pero de repente oigo un zumbido y la
verja lateral se abre.
“Adelante” ordena. “Espéreme del otro lado”.
Hago como él dice. Cuando me encuentro con él dentro de los terrenos,
hace un gesto hacia un carrito de golf estacionado fuera de la vista. Como
él, esta cosa está lista para la guerra. Blindado, completamente oscurecido,
con varias docenas de compartimentos de siniestro aspecto. Decido no
preguntar qué contienen o por qué el dueño encuentra todo esto necesario.
Tragando mis nervios, me meto en el asiento del copiloto. Se sube al
volante y marchamos. El motor está en silencio. Debe ser eléctrico.
Atravesamos los terrenos tan rápido que el viento me arranca lágrimas de
mis ojos. Antes de que me dé cuenta, estamos frente a una amplia cascada
de escalones de mármol a la entrada de la mansión más grande que he visto
en mi vida.
“Supongo que esta es mi parada” bromeo mientras bajo del vehículo.
El guardia no se ríe. Solo acelera y nunca mira hacia atrás. Buen tipo.
Solo hay tres tramos en la escalera, pero son tan largos que siento que he
andado tres docenas cuando llego a la enorme puerta de madera. Parece
sacada de un castillo medieval, toda madera antigua y desgastada reforzada
con tachuelas y hebillas de latón.
Una enorme aldaba negra con forma de cabeza de león me mira con
lascivia. Algo al respecto hace que se erice la piel. Ignoro la aldaba y opto
por el pintoresco botón del timbre.
Cuando la puerta se abre, lo hace con una facilidad sorprendente.
Especialmente teniendo en cuenta que la mujer del otro lado es una mujer
mayor menuda con cabello gris rizado.
“Hm, hola, soy...”.
“La estábamos esperando, señorita Powers”.
“Oh. Bien. Eso es, eh... bueno”.
En teoría, supongo que lo es. Pero en realidad, mis pelos están de punta y
mi estómago está revuelto.
Para ser justos, eso probablemente tenga algo que ver con la casa
absurdamente intimidante por la que estoy caminando. Mi atención oscila
de un lado a otro, tratando de captar cada detalle.
Pensé que Casey y yo vivíamos bien, en nuestra gran casa de dos pisos con
exceso de comodidades. Pero esto es otro nivel.
Esto es auténtico lujo.
En mi cabeza se forma una imagen del hombre al que debo conquistar en
menos de una hora. Un hombre mayor, con la cabeza llena de pelo teñido y
docenas de anillos de oro en los dedos, sin duda. El tipo de hombre que
fuma puros y compra arte caro porque sí.
En cuanto a lo que estoy haciendo aquí, es bastante obvio: este lugar es
enorme e impecable. Debe de hacer falta un ejército para limpiarlo tan a
fondo.
Sigo a la anciana por un pasillo empedrado tras otro durante diez minutos y
aún no hemos llegado a donde quiera que vayamos. Por fin, la mujer se
detiene.
Estamos frente a una puerta hecha de hermosa madera oscura. Puedo ver los
vagos contornos de mi propio reflejo en el barniz carmesí profundo.
“Él la está esperando” me informa.
Al igual que el guardia de la puerta, desaparece sin despedirse. En mi
opinión, no les vendría mal mejorar sus modales.
Suspiro y vuelvo a concentrarme. Necesitas este trabajo, Willow.
Con una sacudida, abro la puerta y entro, tratando de reducir mi ritmo
cardíaco.
La habitación es tan grande y lujosa como el resto de la casa, pero no tengo
tiempo para quedarme boquiabierta. Mis ojos se dirigen inmediatamente al
hombre alto y de hombros anchos que está de pie junto a las ventanas.
Está de espaldas a mí, pero puedo ver lo suficiente para saber que estaba
equivocada.
Sin cabello teñido. Sin cigarro. Sin anillos de oro en sus dedos.
Este no es el viejo magnate que esperaba.
“¿Disculpe?” Digo, aclarándome la garganta tímidamente. “Su, hm, ama de
llaves dijo...”.
“Hola, Willow” dice, y me congelo con el sonido de esa voz.
Leo Solovev lleva días invadiendo mis sueños y mis pensamientos. Puede
que mis ensoñaciones estén empezando a traspasar mi realidad. Tal vez me
estoy volviendo loca.
Porque no puede ser él.
Pero entonces se gira y veo lo equivocada que estoy.
“Oh, Dios mío” jadeo. “¿Leo?”.
Estoy anonadada. Él, por otro lado, no parece sorprendido en lo más
mínimo. “¿Por qué no tomas asiento?” sugiere él. “Parece que estás a punto
de desmayarte”.
Mis rodillas están un poco tambaleantes. Me las arreglo para avanzar a
trompicones hacia los sillones de cuero frente a su amplio escritorio de teca.
“Yo... me está costando procesar esto” espeto.
Se une a mí en el escritorio y se reclina en su asiento. “¿Por qué?”
“Bueno, esto es... esto es una extraña coincidencia, ¿no?”.
Se encoge de hombros. “Yo no creo en las coincidencias”.
“¿El destino, entonces?”.
Él no responde. Solo me mira con una melancólica y curiosa expresión.
Siento que estoy alucinando. Han pasado solo pocos días desde que este
hombre estuvo dentro de mí. Desde la noche que sacudió los cimientos de
mi mundo.
Me hizo sentir deseada, libre. Me hizo sentir poderosa. Y luego se fue, tan
rápido como había venido...
Llevándose todo ese poder con él.
“No pensé que te volvería a ver nunca más” murmuro.
“¿Te he decepcionado?”.
Hace la pregunta como si no tuviera ningún interés personal en mi
respuesta. Pero, definitivamente, él espera que yo responda.
De repente me doy cuenta de que me tiemblan las manos. “Yo... no” digo
torpemente mientras las aprieto. “No estoy decepcionada”.
Sonríe por primera vez. Me hace apretar mis muslos contra una avalancha
de hormigueo. ¿Qué demonios es lo qué me pasa?
Una noche de sexo caliente fue una venganza. Fue justo, incluso justificado.
Cualquier otra cosa... y se convierte en una aventura. Se convierte en una
elección.
“Fui a la agencia de trabajo temporal esta mañana” explico, tratando de
ocultar mi sonrojo. “Me hablaron de un trabajo aquí en Henley Estate. No
tenía ni idea de que tú fueras el dueño”.
“¿Por qué ibas a saberlo?”
“Claro... claro. Es que... es un shock, eso es todo.” Respiro hondo y trato de
orientarme. Me siento erguida. “Aún así, estoy ansiosa de saber sobre el
trabajo”.
Ser profesional es la única forma en que puedo salvar esta situación e
ignorar el calor que florece en mi estómago.
“¿Trabajo?” dice él, y suena confundido.
Pero no hay ni una pizca de confusión en sus ojos color avellana.
Mi centro palpita cuando él se pone de pie de repente, camina alrededor de
su escritorio y se apoya en él. Todavía está a un brazo de distancia de mí y,
sin embargo, la tensión entre nosotros está tan al rojo vivo como la noche
en que nos conocimos. Tan caliente como cuando se enterró dentro de mí.
“Yo… Marjorie... ella es mi agente temporal. Ella me dijo que el puesto no
estaba especificado, pero que quizás tuviera algo que ver con el servicio
doméstico”.
Él niega con la cabeza. “Ella entendió mal. La posición es... bastante
única”.
“¡Oh!” Se me cae el estómago.
Las viejas inseguridades asoman su fea cabeza. ¿Qué pasa si no estoy
calificada? ¿Qué pasa si no puedo hacer el trabajo? ¿Y si la única razón por
la que me contrata es porque quiere volver a acostarse conmigo?
Esa última parte no me horroriza tanto como debería.
Pero irónicamente, también es lo que más me horroriza de todo.
“¿Entonces qué es? Si no te importa que pregunte”.
“Vas a ser mi esposa” dice con frialdad, sus ojos nunca dejan mi rostro.
Espero el remate... pero no viene. Así que me quedo mirándolo tontamente,
segura de haber oído mal.
Cuando Leo sigue sin explicarse, le digo: “Lo siento. Creo que debo haberte
oído mal”.
Él no quita sus ojos de los míos. “Si me escuchaste decir ‘esposa’ entonces
no escuchaste nada mal”.
Hay algo extraño subiendo por mi garganta. Sabe a bilis y pánico. “¿Es esto
una especie de broma pesada? ¿Hay algo, como, cámaras ocultas o algo
así?”.
“Nada de esto es una broma, Willow”.
Busco en su rostro signos de que podría estar bromeando, pero no hay
ninguno. Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios…
Lo dice en serio.
Esto va en serio.
Me pongo en pie lentamente, cautelosa como si estuviera en presencia de un
depredador salvaje. “Ok, está claro que he venido a la entrevista de trabajo
equivocada. Si me disculpas, me mostraré yo misma la salida”.
Sin esperar a que él diga algo, me doy la vuelta y me dirijo directamente a
la puerta. Pero cuando trato de abrirla, no se mueve.
“Disculpa, Leo” digo, dándome la vuelta para mirarlo. “La puerta está
cerrada”.
Se levanta del escritorio. “Entiendo tus dudas, Willow”, suspira. “Pero ya
entrarás en razón”.
Tiro del picaporte. No pasa nada. “¿Qué quieres decir?”.
“¿Qué parte de ‘vas a ser mi esposa’ es confusa?”.
Abandono el pomo de la puerta y me vuelvo hacia él con incredulidad.
“Estás loco”.
Me dedica una sonrisa que traiciona mi suposición de inmediato. Este
hombre no está loco, es calculador. Es inteligente.
Él ha... planeado esto.
“¡No puedes hacer esto!” grito mientras el pánico acaba por consumirme
como aguas oscuras.
Pulsa un botón en el borde de su escritorio. Se abre una puerta oculta y
entran dos guardias con cara de piedra, apuntándome directamente.
“Me temo que ya lo estoy haciendo”.
7
LEO

“¿Donde está ella?” pregunta Jax.


“En uno de los dormitorios del ala sur” le digo.
Jax me da una sonrisa sugestiva. “Justo a la vuelta de la esquina de la tuya.
Conveniente.”
“No estoy interesado en cogérmela” digo bruscamente, a pesar de que mi
pene sigue haciendo un esfuerzo doloroso en mis pantalones. “Ya he hecho
eso”.
“No actúes como si nunca hubieras vuelto a por más”.
“No desde que tengo edad suficiente para saberlo”.
Se ríe entre dientes. “No sé, hay algo que decir sobre la vieja doble
inmersión. Una vez que las mujeres se abren, te dejan hacer cosas raras”.
“Eso nunca ha sido un problema para mí” respondo.
Gaiman entra segundos después. Parece agotado. No es nada nuevo, pero ya
que tenemos un invitado especial en casa, tengo que preguntar.
“¿Y bien?”
“Ella todavía sigue gritando como una loca” suspira. “Afortunadamente, tus
vecinos están demasiado lejos para escuchar”.
“¿Será necesario un sedante?” digo
“Vaya” silba Jax. “Realmente estás tratando de conquistarla ¿no?”.
“Se acabó el tiempo de juego” digo. “Tuve que adelantar mis planes. Por
eso la...”
“¿Secuestraste?” ofrece Jax inocentemente.
“Fue necesario”.
“¿Por qué?”.
Sonrío. “Te lo diré cuando necesites saberlo. Pero de momento, basta con
que esté aquí. Bajo mi control”.
“¿Bajo tu control? ¡Ya! ¿Has pasado por su habitación últimamente?”
pregunta Gaiman. “Pensé que ella era del tipo pasivo”.
Muevo mi mano con desdén. “Se calmará con el tiempo”.
“¿Una vez que... te hayas casado con ella?” pregunta Jax.
“Precisamente”.
No levanto la vista, pero veo la mirada que se cruzan Gaiman y Jax.
Gaiman sabe que no debe preguntar, pero Jax es mucho más testarudo. Gran
cualidad para un amigo, incluso si es jodidamente molesto.
“¿Esta boda va a ser un asunto de etiqueta?” dice él. “Tal vez necesite un
poco de tiempo para hacer mi traje a la medida”.
“¿Quieres callarte, hijo de puta hablador?” gruño. “Tengo una real mierda
que discutir”.
“No sé, sobrat, yo diría que tu boda es bastante importante”.
“No es un matrimonio. Es una estrategia” le respondo. “Y eso es todo lo
que diré sobre el tema. Gaiman, saca los planos”.
Él hace lo que digo mientras Jax hace un puchero. Una vez que los planos
están extendidos frente a nosotros, tomo un par de alfileres y los coloco en
dos ubicaciones específicas en él.
Los ojos de Jax se agrandan cuando ve a dónde he apuntado. “¿El puto
Silver Star y el puto Manhattan Club?” espeta.
“¿Hay algún problema?”.
“¡Varios malditos problemas, Leo!” dice él. “Hacer caer el negocio en
cualquiera de esos lugares...por no hablar de los dos... no va a ser fácil. La
seguridad de Mikhailov es estricta”.
“Estoy consciente. Por eso es que no voy a hacer caer los negocios”. Hago
una pausa, en parte por el efecto, en parte solo para enojarlo. “Solo
derribaré los edificios”.
Se produce un silencio atónito.
Gaiman se recupera primero. “Déjame aclarar esto: ¿vas a hacer volar dos
propiedades enteras de Mikhailov?”.
“Tu comprensión auditiva es tan buena como siempre, amigo mío. Jax,
intenta seguir el ritmo”.
Jax me muestra el dedo medio. Pero Gaiman tiene más preguntas. “¿Cómo
diablos planeas hacer eso?”.
Pongo mis palmas sobre la mesa y me inclino sobre el mapa. “Fácil. Con
bombas. Una en cada edificio. Cuando diga la palabra... boom”.
“Entonces... serán bombas grandes” dice Jax.
Asiento con la cabeza. “Las más grandes hijas de puta que jamás hayas
visto. Todo lo que tenemos que hacer es plantarlas”.
“Está bien, pero ¿cómo planeas sacar a todo el mundo de los edificios? No
podemos exactamente tocar el timbre y advertirles” dice Jax.
“Semyon y Spartak no nos dieron antes ninguna advertencia” le recuerdo
con frialdad.
Jax se estremece. “Claro. Sí. Por supuesto que no. Solo quise decir...”.
“¿Crees que le advirtieron a mi hermano antes de que le metieran una bala
en el maldito cerebro durante lo que se suponía que era una reunión de
caballeros?”
Él niega con la cabeza.
“No, no lo hicieron” ladro. “Así que nosotros tampoco lo haremos”.
Gaiman rompe la tensión. “Está bien, entonces básicamente ¿el plan es
matarlos a todos?”.
“Más o menos”.
Jax se retuerce las manos. “Debe haber algunas buenas peleas en el ínterin
¿verdad? Porque he estado entrenando jodidamente duro últimamente”.
Gaiman observa sus músculos con desagrado. “No parece”.
“Celoso hijo de puta”.
“¿Celoso de qué?” pregunta Gaiman. “¿De parecer un pavo relleno?”.
Jax enseña los dientes como un animal salvaje. “¿Quieres enfrentarte a este
pavo relleno? Yo me apunto”.
“¿Quieren callarse los dos?” chasqueo. “Cuando hayamos destruido a la
Bratva Mikhailov y hayamos matado a ese hijo de puta Spartak, estaré feliz
de patearles el trasero a ambos”.
Jax murmura algo en voz baja acerca de poder conmigo, pero suspira y se
calla cuando lo fulmino con la mirada. Los dos sabemos que no puede
respaldarlo.
“Establezcan dos equipos por separado” les instruyo. “Pongan uno en cada
propiedad y asegúrense de tener turnos las 24 horas del día. Necesito saber
cada detalle. Quién viene, quién va, quién mea. Para lograr esto, no
podemos perdernos nada”.
“No sé acerca de este idiota, pero yo me pondré manos a la obra, Don” dice
Gaiman.
“Vete a la mierda” le espeta Jax. “Mi equipo le va a patear el culo a tu
equipo”.
Gaiman niega con la cabeza. “Eres un chiquillo”.
“Ya hemos terminado aquí. Los dos pónganse en movimiento” digo y me
pongo de pie. Me dirijo a la puerta justo cuando un silbido de lobo de Jax
atraviesa el aire.
“¿Vas a proponerle matrimonio a tu encendida futura esposa?” bromea él.
Lo miro por encima del hombro. “¿Celoso?”.
El gran bastardo se encoge de hombros. “¿Puedes culparme? Es
jodidamente hermosa”.
Por alguna razón, me pongo rígido. “No la elegí por su aspecto”.
Antes de que cualquiera de ellos pueda hacerme otra pregunta, me voy.
Y me dirijo directamente a la habitación de Willow.

LA HABITACIÓN ESTÁ EN SILENCIO .

Piotr está parado justo afuera, recostado contra el marco de la puerta. En


cuanto me ve, se endereza.
“Señor”.
“¿Cuánto tiempo ha estado callada?”
“Unos quince minutos más o menos. Se habrá quedado sin aliento” me dice.
Reprimo mi sonrisa. Aparentemente, Willow es aún más luchadora de lo
que yo creía. Hago un gesto a Piotr con la cabeza. Él desbloquea la puerta y
la abre de un tirón.
Willow está sentada en el borde de la cama, luce como una diminuta
muñeca de porcelana en comparación con la enorme habitación.
Tiene los ojos llorosos, pero me doy cuenta de que está agotada. Lo que
queda es cansancio, miedo y algo nuevo. Algo que se parece muchísimo a
la resignación.
“Leo” susurra. Su voz está ronca.
“Si yo fuera un hombre cuyos planes pudieran frustrarse con gritos, nunca
conseguiría nada” le digo.
Se estremece involuntariamente. “¿Esto es real?”
“Mucho”.
“¿No me estabas gastando una broma pesada?”.
“¿Tengo pinta de gastar bromas pesadas?”.
Su ceño se frunce. “Eres de la mafia”.
Me ofusco inmediatamente. “Eso no es un error que muchos otros Don de
la Bratva tolerarían”.
“Mafia, Bratva, lo que sea. ¿No significa lo mismo?”.
“Ni remotamente”.
Ella mira alrededor de la habitación aturdida. “Está bien, bueno, aparte de la
semántica, ha sido interesante ser introducida en tu... hm... vida” dice
torpemente. “Pero creo que ya es hora de que yo siga con la mía”.
Levanto mis cejas. “¿Qué vida es esa? ¿Un trabajo temporal y dormir en el
sofá mientras tu esposo se coge a una puta en tu dormitorio?
Sus ojos rebosan veneno. “Tengo una vida, imbécil. Y tú no tenías derecho
a atraerme aquí con falsos pretextos y encerrarme en tu jodido trato”.
Me burlo. “La Bratva no pide permiso. Cogemos lo que queremos”.
“¿Como tú a mí?”.
“Por la forma en que te levantaste la falda, parecías dispuesta a...”.
“No me refería a eso”.
Me encojo de hombros. “Si insistes”.
“No entiendo por qué me querrías a mí en primer lugar” señala. “¿Quién
soy yo para ti?”.
“Tú tienes algo que yo quiero”.
Sus ojos se abren como platos. “¿Qué es? Pídeme lo que sea y te lo daré”.
“No hace falta que me des nada, kukolka” le digo con calma, sabiendo que
las palabras le sobrevuelan la cabeza. “Tomo lo que quiero ¿recuerdas?”.
Su rostro se inunda de pánico. “Esto es ridículo. ¡No puedes mantenerme
aquí! Esto es un secuestro”.
“Semántica aparte, ahora estás aquí” digo. “Si huyes, te traerán de vuelta.
Pataleando y gritando, si es necesario”.
“La gente me estará buscando ¿sabes? Mucha gente”.
Me acerco a ella y le sonrío de cerca. “Ah, ¿sí? ¿Y qué personas son esas,
exactamente? Tu marido infiel es todo lo que tienes”.
Ella se estremece al darse cuenta de lo mucho que sé de su vida. No sólo lo
que he investigado en los años anteriores a nuestro encuentro, aunque eso es
mucho más detallado de lo que ella podría imaginar, sino también la
información que me ofreció voluntariamente momentos antes de que
cogiera con ella hace unos días hasta dejarla exhausta.
Estoy medio tentado a volver a hacerlo... más que medio tentado en
realidad. Sólo para oír sus ruidos una vez más...
Ahora lleva puestos unos vaqueros azules desteñidos y una blusa blanca
manga larga a la que no le vendría mal otra pasada de plancha. Su pelo
negro está recogido detrás de la cabeza en una larga coleta. Por un
momento, imagino que uso esa coleta para dirigirla. Para tirar de su cabeza
hacia mí y arrancar esos gemidos de su garganta.
Pero las tentaciones tendrán que esperar. No importa, he estado frenando
mis propios deseos desde que tuve la edad suficiente para entender que
algunas recompensas valen la pena.
“No solo él” dice bruscamente. “Tengo otras personas en mi vida”.
“Tus padres no” digo en voz baja. “Los dejaste hace años, ¿recuerdas?”.
“Yo... yo tengo amigos”.
“¿Sí? ¿Tienen nombres?”.
“Simone” responde casi de inmediato. “Elsa y... Anna”.
“¿Son tus amigas o personajes de dibujos animados?”
Sus ojos azul glaciar se estrechan hacia mí. “Eres más imbécil de lo que
recordaba”.
“Es bueno ver que hay algo de lucha en ti” le digo. “¿Dónde estaba eso
cuando Casey vino a recogerte como a un perro callejero?”.
“No creo que puedas hablar mierda de él a estas alturas. El burro hablando
de orejas y todo eso”.
Inclino la cabeza hacia un lado y espero mientras su ira se desvanece.
Ella frunce el ceño. Cuanto más dura el silencio, más se retuerce. Pero estoy
acostumbrado tanto al silencio como a los gritos. Puedo soportarlo todo
para ayudarla a ver el panorama general.
Que ahora yo soy quien manda.
“No te quedes ahí parado como una maldita estatua” espeta finalmente. “Di
algo”.
“Yo hablo cuando tengo algo que decir”.
“No me gustan los silencios largos”.
“Ya me he dado cuenta”.
Mira a un lado como decidida a evitar mis ojos. “Por favor, déjame ir”
susurra finalmente.
“Me temo que no puedo hacer eso”.
Ella aprieta los puños. “No entiendo por qué”.
“Tal vez si te sientas en silencio el tiempo suficiente, lo descubrirás”.
Los ojos de Willow se cruzan con los míos y se alejan de nuevo. Ella está
tratando de contener su miedo, pero es obvio para cualquiera que está
perdiendo la batalla.
“Esto no tiene que ser tan difícil. Podemos ayudarnos mutuamente” digo.
“Formar una especie de alianza”.
“Esa es una palabra muy bonita para la mierda que estás sucediendo aquí”.
“Es la correcta. Tú necesitas una salida y yo necesito una entrada”.
“Te das cuenta de que eso no tiene sentido para mí, ¿verdad?” replica.
“¿Ninguno en absoluto?”.
Yo sonrío. “Estoy consciente. Pero cuanto menos entiendas, mejor. Por el
bien de ambos”.
Ella gime de frustración. “Me está empezando a doler la cabeza”.
“Entonces déjame simplificar las cosas: me necesitas, Willow”.
Se levanta de la cama y me señala con el dedo. “Aclaremos una cosa: yo no
te necesito. No necesito de nadie”.
Yo suspiro. Lástima que hayamos llegado a esto. “Tienes un esposo abusivo
al que estás tratando de dejar ¿verdad?”.
Ella se detiene en seco. “Yo... bueno...”.
“Y sigues viviendo con él ¿no?”.
“Sí...”
“Entonces creo que ya es hora de que salgas de esa casa y entres en la mía”.
Ella frunce el ceño y arruga su nariz. Honestamente, es jodidamente
adorable. “Ya estoy en tu casa”.
“Excelente. ¿Ves cuánto tiempo te he ahorrado?”
Ella me mira con una mirada curiosa. “¿Eres realmente un Don de la
Bratva?”.
“Lo soy”.
“He oído hablar de ti. Como, historias y esas cosas. Rumores en la ciudad”
dice. “Pero nunca en relación con el nombre Solovev”.
“¿No? ¿Qué nombre has oído?”
“No presto atención a las historias de la mafia y...”.
“Bratva” corrijo con dureza. “No vuelvas a cometer ese error”.
Ella se sonroja y se inquieta. “Bien, Bratva. De todos modos, el nombre era
Michael algo. Mikhail. No me acuerdo bien”.
Hago una mueca y le digo: “Mikhailov”.
“¡Eso! Sí, eso”.
“Olvídalo. El nombre Solovev es el único que importa ahora” digo con
fiereza.
Puedo sentir mi pulso latiendo en mi frente. Durante siete años, el nombre
Mikhailov me ha hecho hervir la sangre.
Durante siete años, planeé mi regreso al trono de la ciudad.
Finalmente, ha llegado el momento de recuperar lo que siempre ha sido
mío.
“¿Eso es algo bueno?” pregunta Willow, sacándome de mis pensamientos.
Todavía está agarrada al poste de la cama, usándolo para mantenerse firme.
Su rostro está desencajado por la incertidumbre, pero comienza a calmarse.
“Lo es siempre y cuando te alíes con las personas adecuadas”.
“¿Como tú?” pregunta ella.
Doy un paso hacia la puerta, sin contestar. “Pareces hambrienta”.
“No lo estoy”.
“Haré que una de las criadas te suba la cena” digo.
“No quiero tu comida” espeta, incluso cuando su estómago se revuelve
audiblemente por el hambre.
“El orgullo no evitará que te mueras de hambre ¿sabes?”.
De repente, su comportamiento cambia. Sus ojos se abren. “Esto es una
locura. Totalmente una locura. ¡No se puede simplemente arrebatar a la
gente de la calle!”
Volvemos a eso otra vez. Odio hablar en círculos.
“Pero yo no hice nada por el estilo, ¿verdad?” señalo “Entraste en mi casa
por tu propia voluntad”.
“¡Porque pensé que estaba aquí para una entrevista de trabajo!”.
“Y conseguiste el trabajo” le digo con una sonrisa. “Felicidades”.
Ella arquea una ceja. “Pareces haber olvidado un detalle muy importante”.
“¿El hecho de que ya estás casada?” le digo.
“Eso mismo” dice ella con un asentimiento.
Aparto el problema con un movimiento de la mano. “No me he olvidado.
Mi abogado ya está en ello. Todo lo que tendrás que hacer es firmar”.
Me mira incrédula. “¿Quieres que me divorcie de mi marido y me case
contigo?”.
“Pensabas dejarlo de todos modos”.
“Sí, para recuperar mi libertad. No para casarme con un maniático del
control diez veces peor. ¿Por qué iba a querer casarme contigo?”.
“Porque, Willow, no te estoy dando a elegir”.
Sus ojos brillan con todo tipo de cosas: ira, miedo y quizás un poco de
curiosidad.
Aunque la curiosidad, claro, es lo que mató al gato. Ella debería tener
cuidado en mi mundo.
“No será tan malo” le digo. “Piensa en todas las ventajas”.
“¿Ventajas?” pregunta ella.
“Por ejemplo” le digo, saboreando de antemano la reacción que estoy a
punto de obtener “la otra noche disfrutaste mucho teniendo mi pene dentro
de ti”.
Se queda inmóvil. No había visto un rubor tan intenso en toda mi vida. Me
gusta hacerla retorcerse. Hacerla jadear. Hacerla gemir.
Planeo hacer mucho de todo eso.
Ella tartamudea y balbucea mientras trata de encontrar palabras para
rebatirme. “Yo... eso fue... porque tú me engañaste”.
“Ya hemos hablado de tu voluntad” la reprendo.
“Fue… un lapso de juicio. Estaba enojada con mi esposo. Se trataba de una
venganza...”.
Frunzo los labios y asiento como si fuera compasivo, como si lo
comprendiera. Y cuando mi voz sale, es enfermizamente dulce. Una vez
más, sobre todo solo para ver de nuevo esas mejillas enrojecer.
“¿Te excita la venganza? ¿Es por eso que estabas tan mojada?”.
Ella se aleja de mí. “Eres un... maldito imbécil, eres un hijo de puta...”.
“¿Pasa algo, Willow?” pregunto inocentemente mientras me acerco.
Observo sus movimientos, la hago marchar hacia atrás hasta que la cama
golpea la parte posterior de sus rodillas. Se sienta en el colchón con un
sorprendido ‘oh’. “¿Te estoy asustando? ¿O te preocupa más no poder
resistirte si me acerco demasiado?”.
Sus mejillas aún están rojas, pero sus ojos arden aún más. “Me
manipulaste” acusa. “¿Estabas planeando esto desde el principio? ¿Desde el
momento en que nos conocimos?”.
“No. He estado planeando esto durante mucho, mucho más tiempo”.
Ella se estremece. “¿Por qué?”.
“Por venganza” le digo sin rodeos. “Deberías estar familiarizada con el
sentimiento”.
Ella toma una respiración profunda. “¿Puedes... puedes encontrar a alguien
más?”.
“No”.
“¿Por qué no?”.
“Entre menos sepas, mejor. ¿Recuerdas?”.
“Me has metido en una celda. Me estás obligando a casarme contigo. ¿Y ni
siquiera me dirás por qué?”
“No seamos dramáticos. Tienes ventanas”.
“No puedes salirte con la tuya” dice por enésima vez. Estoy empezando a
aburrirme.
“Oh, kukolka, te sorprendería lo mucho que puedo salirme con la mía”.
“Casey irá tras de ti” dice desesperadamente. “Va a alertar a la policía y
luego...”.
“No, no lo hará. Él no va a alertar a nadie, porque hasta donde él sabe, tú lo
dejaste. Y la prueba estará en los papeles de divorcio que le llegarán en
breve”.
Ella me mira fijamente, con la boca abierta. “Tú...”.
“Tú tienes que dejarlo, Willow. Te estoy dando una salida”.
“¡Atrapándome en algo peor!” espeta ella.
“Te casaste por amor una vez y mira cómo resultó” le recuerdo. “Tal vez si
abordaras el matrimonio de manera más práctica, tendrías más posibilidades
de éxito”.
“Por Dios” jadea ella. “Hablas en serio. Realmente hablas en serio sobre
esto”.
“Mi mundo es complicado, pero te acostumbrarás”.
“No quiero acostumbrarme, imbécil”.
“Por desgracia para ti, no tienes otra opción. Y no tiene nada que ver
conmigo”.
“¿De qué estás hablando?” y arruga su nariz en confusión.
Las cosas se están desenredando. Debería irme antes de que la parte medio
tentada de mí gane. “Tal vez algún día, te lo cuente” digo mientras me giro
hacia la puerta.
“¡Espera!” grita.
La miro por encima del hombro. “¿Sí?”.
“Mis amigos” dice desesperada. “Mis amigos sabrán que algo anda mal. Se
lo dirán a la policía”.
Yo sonrío. “La gente ficticia no puede llamar a la policía”.
“Vete a la mierda, si son reales” tartamudea.
Está bien. Caeré en su juego. “Tengo curiosidad. Estos amigos, ¿son
cercanos a ti?”.
“Mucho”.
“Y ¿les hablas a menudo?”.
“Todos los días”.
Asiento con la cabeza y saco su teléfono celular de mi bolsillo.
Sus ojos se abren como platos. “Pensé que lo había dejado caer”.
“No eres lo único que tomé”.
Bajo su ira, hay una chispa de diversión. Tomo nota de eso. Hay mucho que
rebosa bajo la superficie de Willow. Por suerte, tendré mucho tiempo para
sondear esas profundidades.
“Es curioso... Todos esos nombres que mencionaste, no están en tu
teléfono”.
“Yo... pero... ¿te metiste en mi teléfono?”.
“Sí”.
“¡Estaba bloqueado! Protegido con contraseña. Necesitas mi huella
dactilar…”.
“Yo no pido lo que quiero” le recuerdo de nuevo. “Yo lo tomo. ¿Cuántas
veces necesitas que te explique eso?”
“¡Ahí está mi información privada!” grita ella.
“Por el contrario, aquí no hay mucho de nada”, le digo. “Un montón de
conversaciones groseras con ese repulsivo mudak con el que te casaste, un
historial de búsquedas lleno de indagaciones de trabajo y abogados de
divorcios, y ni una sola llamada perdida de alguien que no sea tu marido”.
Ella no dice una palabra. Ella sabe cuánta razón tengo.
Guardo de nuevo el teléfono en mi bolsillo y camino hacia la puerta. Se
abre desde el exterior cuando llamo, pero antes de irme, me vuelvo hacia
ella una vez más.
“Te estoy haciendo un favor, Willow. Te estoy dando la oportunidad de
empezar de nuevo. Si eres inteligente... la aceptarás”.
8
WILLOW

Leo no me está dando una oportunidad. Me está tendiendo una trampa.


Puedo reconocerlo. Caí en una el día que conocí a Casey.
El recuerdo duele como si estuviera fresco. Casey sonriéndome y
mostrándome su dinero, su influencia. Fui lo suficientemente estúpida como
para encontrar esas cosas atractivas. Me hizo sentir como si yo fuera la
única chica en el mundo. El hecho de que él fuera mucho mayor que yo
solo lo hacía aún más halagador. ¿Un tipo como él, interesado en una pobre
y huérfana don nadie como yo? No podría estar pasando.
Pero así fue.
Pero no de la manera que yo pensaba.
Cuando me dijo que me cuidaría, eso fue una trampa.
Cuando me compró una casa en un estado lejano, a miles de kilómetros de
todo y de todos los que yo había conocido, eso fue una trampa.
Y yo salté dentro de ella con ambos pies.
Mi arrepentimiento me ha enseñado una lección muy importante: si algo o
alguien parece demasiado bueno para ser verdad, es porque lo es.
Nadie te va a cuidar. O a salvarte. O a ofrecerte un ‘felices por siempre’.
No hay tal cosa.
La vida no es un cuento de hadas. El príncipe azul no es real. Y las
verdaderas damiselas en apuros permanecen en apuros a menos que
aprendan a espabilarse y salvarse a sí mismas.
Así que aquí, frente a otro aspirante a príncipe azul, sé que no es así. Esto es
una trampa. Él es la trampa. Y si no tengo cuidado, caeré en ella como lo
hice con Casey.
“Te estoy haciendo un favor, Willow. Te estoy dando la oportunidad de
empezar de nuevo. Si eres inteligente... la aceptarás”.
“Soy inteligente” digo en voz baja. Leo está a punto de irse, pero se vuelve
hacia mí cuando agrego: “Creo que en algún lugar del camino... olvidé que
lo era”.
Sus ojos parpadean. “Creo que eso puede tener algo que ver con las
estúpidas decisiones que sigues tomando”.
“La mayor fue haber tenido sexo contigo aquella noche” le respondo. “Pero
una noche juntos no te da una especie de propiedad retorcida sobre mí”.
“¿Sabes lo que me da la propiedad de algo?” gruñe en mi cara. “Tomarlo”.
Entonces da un paso hacia mí. Todo lo que veo son hombros anchos y sus
oscuros ojos. Es un hombre enorme, el tipo de bestia que se traga el aire de
la habitación con una presencia que lo consume todo.
“Puedes fingir todo lo que quieras, kukolka, pero yo veo a través de ti. Aún
no te arrepientes de aquella noche. Me dejarías cogerte de nuevo ahora
mismo si yo quisiera. Sería fácil. Tan jodidamente fácil”.
Esta vez, cuando él acorta la distancia entre nosotros, yo retrocedo. Es
peligroso estar demasiado cerca. La última vez que me tocó, aunque sólo
fuera un roce de piernas, le dije cosas que no le había dicho a nadie en años.
“Suficiente” digo, extendiendo mi mano para detenerlo.
La mira con diversión. “¿Crees que puedes detenerme, pequeña?”.
Da un paso adelante de nuevo, lo suficiente para que mi palma toque la
sólida pared de su pecho. Puedo sentir su calor, su pulso irradiando a través
de mí como una descarga eléctrica. “Dije que fue suficiente” declaro.
Él suspira. Como si todavía no lo entendiera.
Luego agarra mi muñeca con su enorme mano, la lleva sobre mi cabeza y
me empuja hacia atrás hasta quedar contra la pared.
Él está ahora pegado a mí. Todo su cuerpo junto al mío. Su aliento se siente
caliente y pesado a través de mi piel. Su aroma es embriagador de manera
que nunca antes había sentido.
Si tocarlo con una mano se sintió como un choque eléctrico, esto es como
golpear con los puños una cerca eléctrica. Estoy ardiendo por él.
Intento parpadear, controlarme. “¡Suéltame!” espeto.
“Tus pupilas están dilatadas”.
“¿Disculpa?”
“Y tu corazón late con fuerza. Estás sudando. Estás sonrojada”. Sus
palabras susurradas vibran a través de mí. “Tus labios pueden decir una
cosa, Willow… pero tu cuerpo te delata. Al igual que la noche que nos
conocimos”.
Trago saliva y aprieto los dientes. “Bien ¿Quieres honestidad? Me sentí
atraída por ti. Pero eso es solo porque no sabía quién eras en ese entonces”.
“¿Cuál es tu excusa ahora?”.
“¿Vas a violarme? Será mejor que lo digas sin rodeos. Quiero saber a qué
atenerme”.
Levanta las cejas, pero no hace ningún movimiento para darme más
espacio. “¿Crees que lo haría?”.
“Tú mismo lo dijiste: tomas lo que quieres”.
“Pero yo no quiero eso”.
“Podrías haberme engañado”.
“Ya te cogí una vez” me recuerda con vicioso placer. “¿Cuál sería el punto
de hacerlo de nuevo?”.
La forma en que lo dice es deliberadamente cruel y tiene el efecto deseado.
Las palabras pican. No debería importarme, pero si lo hacen.
Sobre todo porque puedo sentir su erección presionada contra mi muslo.
Él cree que soy una perra en celo que puede manipular para conseguir lo
que quiere. Pero yo no soy la única que siente electricidad cuando nos
tocamos.
No soy la única con ojos dilatados y pequeñas gotas de sudor en la nuca.
Él me quiere a mí también. Por mucho que trate de negarlo.
Puedo usar eso.
Fuerzo mi mano entre nosotros y descanso mi palma sobre su enorme bulto.
“Tu cuerpo también te está delatando, Leo Solovev”.
Su mandíbula se aprieta con fuerza. Por un momento, me siento tan
poderosa como él.
No dura mucho, por supuesto. En lugar de negarlo, mueve su pene más
profundamente hacia mi palma. “La diferencia entre tú y yo es que yo no
soy esclavo de eso”.
Está fanfarroneando. Tiene que estarlo. “Puedes controlar muchas cosas,
pero no puedes controlar tus sentimientos” le digo.
Vuelve a empujar sus caderas contra mí. Mi vagina palpita. “Para empezar,
asumes que tengo sentimientos” dice.
“Eres humano, ¿no?”.
“Ni mucho menos. Nací en el inframundo” ronca. “Me arrancaron el
corazón hace mucho tiempo. Por eso puedo cogerte y marcharme. Es la
razón por la que puedo secuestrarte sin un ápice de culpa. Es la razón por la
que tomo lo que quiero y nunca, nunca miro atrás”.
Forcejeo con él, pero eso sólo lo excita más. “No me das miedo” le digo.
Me coge la cara con la mano libre y aprieta con fuerza. “Vas a tener que
aprender a mentir mejor” dice.
Sacudo su mano de mi rostro. “No soy un blanco fácil, ya sabes. Por eso me
elegiste, ¿no? Pensaste que yo era un maltratada pasiva e indefensa. Una
puta damisela en apuros que aprovecharía la oportunidad de ser salvada por
un bruto grande y guapo como tú”.
Ladea la cabeza hacia un lado. “Guapo ¿eh?”.
Me bufo. Este hombre tiene una forma de atravesar todas mis defensas con
solo una palabra o dos. Me excita, me enoja, me aterroriza, todo sin ningún
esfuerzo aparente.
“Si me voy a quedar aquí” respondo bruscamente, “creo que tengo derecho
a saberlo todo”.
Él niega con la cabeza. “¿Derecho? ¿Cuál derecho? Esta es mi Bratva. No
doy nada gratis. Todo hay que ganárselo”.
“¿Incluyendo mi libertad?”
“Eso aún está por verse”
Mis ojos se posan en su bolsillo derecho donde ha escondido mi teléfono.
Tal vez si puedo recuperarlo, puedo llamar a alguien. Alguien que pueda
ayudarme a salir de aquí.
¿He estado haciendo todo esto mal? Tal vez debería haber interpretado el
papel que me ha asignado: dócil, complaciente, a su merced, en lugar de
retroceder en cada paso del camino.
“Yo no lo haría si fuera tú” advierte.
“¿No harías qué?”
Saca el teléfono de su bolsillo y lo agita frente a mi cara. “Tratar de
quitármelo. No terminará bien”.
“¿Cómo...?”
“Yo lo sé todo” dice y lo hace con tal convicción que en realidad me
encuentro creyéndole. “Sé que estás aislada, Willow. Sé que la única
persona en la que puedes confiar en el mundo es el hombre que más te
lastima. Sé que la policía lo está persiguiendo por robarle a sus
empleadores. Y también estoy bastante seguro de que te gustaría estar bien
lejos de él antes de que eso suceda”.
“Yo... Tú... ¿Cómo diablos sabes todo eso?”.
“¿Qué te acabo de decir?” me reprende él. “Yo lo sé todo”.
Niego con la cabeza. “Me has estado vigilando por un tiempo ¿no es así?”.
“Alguien lo ha hecho”.
“¿Hablas constantemente en acertijos, o es solo para mi beneficio?”.
Su pulgar roza bruscamente mis nudillos. “Acomódate, Willow. Vas a estar
aquí por un tiempo.
“No puedes obligarme a casarme contigo”.
Se ríe cruelmente. “Creo que también descubrirás que puedo hacer lo que
yo quiera”.
Mi corazón late dolorosamente contra mi pecho. Pero la adrenalina también
está bombeando. Entre esos dos, me estoy quedando terriblemente corta de
pensamientos coherentes y lógicos. Así que actúo por instinto ciego y
aterrorizado.
Me lanzo por el teléfono en su mano.
Segundos después de haber hecho mi movimiento, me doy cuenta de lo
estúpida que fue la decisión.
Leo es tan rápido, tanto como un reflejo. Gira hacia un lado y me agarra por
la cintura. Luego me echa sobre su hombro y me deja encima del edredón
como un saco de patatas.
Se me echa encima antes de que pueda siquiera empezar a asimilar lo
ocurrido. El peso de su cuerpo me mantiene cautiva, indefensa. Sólo veo
sus ojos color avellana. Y a diferencia de la noche en el restaurante, ahora
no hay calidez en ellos. Ni rastro de calor o humanidad.
Tenía razón: tendré que aprender a mentir mejor.
Porque ahora mismo, estoy aterrorizada.
Casey podría haber dado miedo, pero ¿este hombre? Este hombre es
completamente peligroso. Letal. Y por alguna razón, él ha decidido que yo
soy importante.
“Te di muchas advertencias” gruñe. “Demasiadas, de hecho”.
Su erección se presiona entre mis piernas. Siento la oleada de calor líquido
que provoca en mi centro y me estremezco. Odio la respuesta de mi cuerpo.
Espero que él esté demasiado enfadado para darse cuenta de que tengo los
pezones duros.
“En caso de que aún no lo hayas notado” respondo, “soy terca. Sobre todo
si se trata de mis captores”.
Por un momento, creo que podría sonreír, pero no lo hace. “Yo puedo ser
paciente. Pero prefiero no serlo”.
“Yo puedo ser un tapete” respondo bruscamente. “Pero prefiero no serlo”.
Él vuelve a apretar su cadera contra mí. Y yo dejo escapar un jadeo
involuntario que suena terriblemente como un gemido.
“¿Ves?” se ríe mientras se levanta de encima de mí. “Quieres esto más de lo
que estás dispuesta a admitir”.
“No confundas el deseo con el amor” me escucho decir.
“¿Amor?” repite él. Suena asombrado por la palabra. “El amor no tiene
lugar en mi mundo. Nunca lo ha hecho. Así que no te preocupes, kukolka:
no espero ni quiero amor de ti”.
“¿Entonces qué es lo quieres?”
“Obediencia”.
“La obediencia es para los perros. Yo soy un maldito ser humano”.
Quiero gritar. Quiero luchar. Quiero patear y patear y patear.
Esto es precisamente de lo que estoy tratando de escapar: hombres que
creen que tienen el derecho divino de controlarme. Y de alguna manera,
justo cuando pensaba que me estaba liberando de ello, me encuentro de
nuevo en la misma posición.
No, no la misma.
Peor.
Casey tiene dinero. Tiene una cierta cantidad de poder, del tipo ordinario y
mezquino. Pero no el poder de la Bratva. No el dinero de la Bratva.
“Si estás esperando mi obediencia, te vas a decepcionar” siseo.
Levanta las cejas. “¿Eso es un desafío?”.
“Es una promesa. No voy a dejar un mal matrimonio por otro. Seré la
primera en admitir mis malas decisiones. He sido ingenua y tonta. Pero no
soy tan ignorante como para cometer los mismos malditos errores una y
otra vez”.
Incluso mientras lo digo, me pregunto si es verdad. Esto fue una trampa
desde el principio, ¿verdad?
Aquella noche no fue un encuentro fortuito; fue un engaño elaborado. Leo
fue encantador, sí, pero ese era precisamente el papel que estaba
interpretando. Y yo me lo creí.
Ahora puedo ver al hombre detrás del encanto falso. Quiero fingir que no
me importa, pero siento que he perdido algo.
“Probablemente podrías conseguir a cualquier mujer que quisieras” digo
con voz entrecortada, tratando de ignorar la presión de su cuerpo y su duro
pene. “¿Por qué yo?”
“Buena pregunta” murmura. “Momento inadecuado”.
Su aliento me hace cosquillas en la nariz mientras me mira. Tengo que
morderme el labio para no gemir.
¿Por qué me hace sentir de esta manera? Sé que quiere usarme, pero la
forma en que me toca... me hace sentir deseada.
Necesito recordar que está tratando de extorsionarme. De usarme. Mi
cerebro entiende eso. ¿Por qué mi cuerpo no puede estar convencido?
“¿Te vas a comportar?” pregunta Leo.
Me río amargamente. “No es probable”.
Él frunce el ceño. “Eso no me hace muy feliz, Willow”
“Acostúmbrate. Nunca te haré feliz.
Parece divertido por eso. “¿Por qué la gente piensa que el matrimonio y la
felicidad son mutuamente excluyentes? En la mayoría de los casos, es todo
lo contrario”.
“No te entiendo” digo desconcertada. Un minuto me está amenazando; al
siguiente, se vuelve poético sobre el enigma de la felicidad marital. Es
suficiente para hacer que mi cabeza dé vueltas.
El sonríe. “No eres la primera”.
Se me quita de encima de repente. Me deja temblando. El fantasma de su
toque persiste como una cruel provocación.
Me siento en cuanto él se aleja de la cama. Sus ojos están sobre mí,
esperando Dios sabe qué. Le devuelvo la mirada.
Todavía tiene mi teléfono, pero ha vuelto a perderlo de vista. Su erección,
sin embargo, no. Empuja contra la gruesa tela de sus pantalones,
reclamando atención.
“Casi puedo sentir esa mirada” comenta. “Algunos podrían decir que te lo
estás buscando”.
Aparto la mirada inmediatamente, atrapada en el acto.
“No es nada de lo que avergonzarse” agrega en una provocación gutural.
“La mayoría de las mujeres necesitan tiempo para procesar lo que les hago
sentir”.
Con eso basta. Levanto los ojos del suelo y busco su mirada con la mía. “Yo
no soy como la mayoría de las mujeres”.
“No” asiente solemnemente. “Tú no lo eres.”
Luego sale de la habitación.
Le miro marcharse, con el corazón retumbando en mi pecho. Incluso
cuando la puerta se cierra y la cerradura hace clic, sé una cosa con toda
seguridad: no puede retenerme aquí.
No me importa lo atractivo que sea, no me importa lo mucho que lo desee,
no voy a permitirme hacerme la víctima. En algún momento de mi vida,
decidí aguantarme las cosas. Me convertí en una mujer maltratada.
Y esa admisión hace algo en mi alma: despeja el camino para que las cosas
sean diferentes a partir de ahora.
Me pongo en pie. No voy a sentarme en esta cama a llorar. Voy a luchar
contra él con uñas y dientes.
Doy una vuelta por la habitación y observo todo detenidamente, intentando
encontrar una salida.
La puerta está cerrada y fuertemente reforzada, así que es imposible.
La claraboya del baño es demasiado alta y demasiado pequeña para escapar.
Pero luego me detengo frente a las ventanas del dormitorio. Aparto las
cortinas y veo paneles deslizantes en ambos extremos del panel. Mi
respiración se atrapa en mi garganta.
“No” me susurro a mí mismo. “Esto es demasiado fácil...”.
Pero cuando pruebo los paneles deslizantes, se abren como si hubieran sido
engrasados recientemente. El aire fresco me golpea en la cara. Huele a
libertad.
Miro alrededor de la habitación, tratando de determinar si se trata de un
movimiento estúpido o valiente.
Me decido por esto último. Sobre todo porque quedarse significa cometer el
mismo error dos veces.
Y como le dije al hijo de puta que me trajo aquí…
No lo volveré a hacer.
9
LEO

Llego a mi oficina justo a tiempo para el espectáculo.


El cabello negro de Willow ondea suavemente al viento mientras ella se
asoma por la ventana y mira a la izquierda, luego a la derecha. Incluso en
las borrosas imágenes del circuito cerrado de televisión, puedo ver la
determinación en sus ojos.
Está en el piso más alto, así que hay una gran caída hasta el suelo. Saltar es
imposible, a menos que quiera romperse las piernas. Es tan testaruda que no
me extrañaría.
Pero un matorral de hiedra rastrera se enrolla a lo largo del enrejado. Si
puede agacharse lo suficiente, tal vez pueda tener una base segura allí.
“Eh ¿Leo?” dice Jax, metiendo la cabeza en mi oficina. “Tengo al equipo
de...”.
Levanto mi mano y él se calla inmediatamente. En lugar de preguntar qué
está pasando, se acerca y mira los monitores. Solo le toma un momento
darse cuenta de en qué transmisión de video estoy concentrado.
“¿Ella va a huir?” dice.
“Ciertamente lo va a intentar” contesto.
Jax no aparta la mirada de los monitores mientras niega con la cabeza. “Ella
nunca lo logrará”.
Sonrío “Mil dólares a que sí”.
“Maldito tacaño” lucha Jax contra sí mismo por un segundo. “Bien, voy con
eso”.
“Podemos agregar un cero si lo prefieres. No hace ninguna diferencia para
mí”.
“No, no, no puedo llevarte a la bancarrota de una sola vez. Seré amable”.
“Quieres decir cobarde”.
Me muestra el dedo medio y mira más de cerca. “Volvió a entrar. ¿Se
arrepintió?”.
“No” digo. “Solo está tratando de reunir el coraje para hacerlo”.
Me da una mirada burlona. “¿Qué te hace pensar que la conoces tan bien?”.
“Intuición”.
Él resopla. “Ese podría ser el ego hablando, sobrat” me dice.
Sonrío y digo “Mira y aprende, mi despistado amigo”.
Tarda unos treinta segundos, pero tal como lo predije, finalmente asoma de
nuevo la cabeza por la ventana. Todavía está nerviosa. Aterrorizada, en
realidad. Puedo verlo en la forma en que se muerde el labio inferior.
Pero no hay vuelta atrás para ella, no importa cuánto Jax piense lo
contrario. Ella ha tomado una decisión. Estaba en proceso de hacerlo
cuando la dejé hace rato.
Todo lo que necesitaba era un poco más de tiempo para meditar.
“Maldición” dice Jax.
“¿Qué?” le pregunto, confundido por la inflexión en su tono.
“Nada. Simplemente admirando la vista”.
Se me ponen los pelos de punta. Le lanzo una mirada violenta.
“¿Qué?” dice, tan inocentemente como un hombre como él puede decir
cualquier cosa. “Es atractiva. Ese cabello, esos ojos, es una combinación
ganadora”.
La mayoría de los hombres tienen la perspicacia, o al menos el sentido de
pura y dura auto conservación, para saber cuándo cerrar la boca. Pero Jax
nunca ha sentido ese tipo de cosas. Habla y actúa sin pensar. Útil a veces,
aunque Gaiman y yo hemos tenido que rescatarlo de una buena cantidad de
situaciones difíciles a lo largo de los años.
“¿Y ese cuerpo? Asesino” continúa, ajeno a los ojos de daga que le envío.
“Ese apretado trasero con T mayúscula. Pero tampoco parece un cuerpo de
gimnasio ¿sabes? Todo al natural”.
“Por Dios” gruño. “¿Sigues hablando?”.
Me lanza una sonrisa torcida. “¿Estaba apretada? Ya sabes... ¿por dentro?”.
“Estás a dos segundos de que te rompan los dientes”.
Sus ojos se abren como platos. “Espera, ¿estás enojado?”.
Eso es lo que pasa con Jax: no puedes estar enojado con él por mucho
tiempo. Porque en realidad es así de obtuso. El hijo de puta no puede tomar
una pista para salvar su vida. Lo habría estrangulado hace años si no
hubiera entendido que sus intenciones son realmente buenas.
Así que solo suspiro. “Te das cuenta de que va a ser mi esposa ¿verdad?”.
Vuelve a mirar la pantalla. “Es que, supongo que no te creí del todo cuando
dijiste que te casarías con ella”.
“¿Por qué no?”
“Porque, bueno… ella no es nadie, Leo. No me malinterpretes, ella es
hermosa. Pero necesitas una mujer que eleve tu posición. No que la hunda”.
“Nadie puede hundirme” le señalo. “Aclaremos eso primero. En segundo
lugar, me importa una mierda las elevaciones o el estado o cualquier otra
mierda basada en la apariencia. Tengo mis razones para casarme con esta
mujer. Y antes de que preguntes: no, no te lo voy a decir, carajo”.
“¿Por qué diablos no?” espeta exasperado.
“Porque cuando estás borracho y cachondo, empiezas a hablar”.
Él me mira. “Eso fue una puta vez. Y Kirill ya me ha perdonado por haberle
hecho perder la mano. Le va bien con una sola. Además, ahora yo pago la
cuenta cada vez que salimos de copas. Y además, esa chica en particular
era...”
“Jodidamente fenomenal en la cama” termino por él. “Si lo sé. He
escuchado la historia y las excusas antes. Ahórrame la repetición”.
“Bien, por Dios. Dejaré de mirar a tu mujer con esos ojos” dice. “Alguien
se volvió realmente posesivo muy rápido”.
Sonrío. No siempre es tan cabeza dura como parece.
“Ahí está ella de nuevo” digo mientras Willow emerge una vez más.
Ella mira fijamente hacia abajo durante mucho tiempo. Tanto tiempo, de
hecho, que Jax comienza a celebrar temprano. “Paga, hermano. Me debes
diez grandes”.
“¿No qué era solo uno?”.
Finge ignorancia. “Tú eras el que hablaba de subir la apuesta. Así que ha
subido”.
“Bien” digo encogiéndome de hombros. “Que sean diez mil”.
“Solo acepto efectivo” dice con orgullo, extendiendo su mano hacia mí, con
la palma hacia arriba.
Se la quito de un manotazo. “El juego aún no ha terminado”.
Justo a tiempo. Cuando dirigimos nuestra atención de nuevo a la pantalla,
Willow lanza una pierna por encima del alféizar de la ventana y empieza a
escabullirse.
Lo que hace es estúpido. Pero valiente. Incluso yo tengo que admitirlo.
Se cuela despacio y con cuidado por el hueco de la ventana corredera. Le
tiemblan las manos.
“Ella podría caerse” señala Jax. “¿No le preocupa eso, Sr. Posesivo?”.
“A veces es necesario caer para aprender”.
“Amor del duro, ¿no?”.
“Algo así”.
Su pecho sube y baja. Sus mejillas están rosadas por el esfuerzo. Respira
hondo una vez más, clava las puntas de sus zapatillas de ballet en las
ranuras de la pared de ladrillo y comienza a descender.
Baja con cuidado. Baja otro paso. Y otro más. Entonces su zapato atrapa
una enredadera. Ella lo libera, llevándose la vid con ella.
“¿Deberíamos decirle que esas malditas enredaderas son más viejas que
ella? Nos va a costar una fortuna arreglar el jardín”.
Le lanzo una mirada burlona. “¿Nos costará?” aclaro “¿O me costará?”.
“Bien” acepta a regañadientes. “Intentaba usar el real ‘nosotros’ pero como
sea. No sabes trabajar en equipo”.
Riendo entre dientes, mantengo mis ojos fijos en Willow. Estoy
impresionado. Ella es increíblemente ágil... flexible. Puedo decir que Jax
está pensando lo mismo, pero se esfuerza por mantener a raya las bromas y
las insinuaciones para variar.
Luego llega el momento de la verdad: el enrejado.
Ella está justo encima, agarrada al costado de la casa como una araña.
Lentamente, estira el pie hacia abajo y encuentra el borde superior del
enrejado. Nadie sabe si será lo bastante fuerte como para aguantar su peso.
Un dedo cada vez, suelta el peso de su cuerpo sobre uno de los tablones de
madera blanca. Un poco más, un poco más, tiene buena pinta...
Se agrieta.
Pero no del todo. No lo suficiente como para hacerla caer al suelo. Sólo lo
suficiente para aterrorizarla. Su boca se abre en un grito que no puedo oír.
Me obligo a mantener mi posición y veo cómo consigue volver a agarrarse
con fuerza. El enrejado gime, pero aún no se rinde.
“Maldita sea” jura Jax, dándose cuenta de que podría perder esta apuesta.
“Ella realmente lo está haciendo”.
“Te lo dije”.
“Ella no parece de ese tipo”.
“Oh, ella sí que es de ese tipo” le digo. “Esa jodida relación suya la hizo
olvidarse de sí misma. Pero en el fondo es una luchadora”.
“Y tú eres el hombre que la va a ayudar a encontrar su camino ¿eh? Que
buen samaritano eres. Desinteresado, de verdad. El hombre del año de
Time. La Madre Teresa no tiene nada que envidiarte” dice Jax mientras me
mira. “Puedo seguir, si quieres” agrega.
“Cierra el pico y vacía la cartera, imbécil” digo impaciente. “Se acabó”.
Menea el dedo. “No, todavía no ha llegado abajo”.
Ruedo mis ojos en blanco y espero. No tengo ninguna duda de que llegará a
abajo. Casi me arrepiento de lo que voy a hacer a continuación.
Casi.
Sus manos pasan del alféizar a la reja. Lo hace despacio, pero sus
movimientos son meditados. No hay más sustos. Todavía no.
Cuando está a un par de metros del suelo, me pongo de pie. “Creo que iré a
felicitarla”.
“Iré contigo”.
“No” digo con firmeza. “Tienes que ir a buscar mi puto dinero. Puedo
encargarme de esto yo solo”.
“Eres un gran vencedor, Leo” dice arrastrando las palabras. Me muestra el
dedo medio una vez más cuando me voy.
Está casi llegando al suelo cuando llego yo al final del enrejado. Da gusto
prescindir de los monitores y ver esto en directo.
Me está dando la espalda, así que no tiene idea de que yo estoy allí. No
hasta que se empuja desde el enrejado y aterriza en el suave césped recién
cortado.
Se quita la tierra de las manos y estira el cuello para echar un vistazo a la
altura de la que acaba de descender. Puedo ver lo suficiente de su perfil para
notar su orgullosa sonrisa.
“Vete a la mierda, imbécil” susurra Willow en voz baja.
Cuando se da la vuelta, su sonrisa se cuaja al instante.
“¡Por Dios!” sisea ella. Coloca una mano sobre su pecho. “¿Cuánto tiempo
has estado mirando?”.
“¿Crees que hay algo que suceda en esta casa que yo no sepa, Willow?”
digo y camino hacia ella, acorralándola contra los ladrillos cubiertos de
enredaderas. “Te he estado observando desde el momento en que abriste la
ventana”.
Pasa una mano por su despeinado pelo. Está tratando de mantener la calma
y está fallando miserablemente. “No. No. Yo chequeé antes de empezar a
bajar. Definitivamente no estabas allí. A menos que estuvieras escondido
entre los arbustos o algo así”.
Sonrío “No exactamente”.
“¿Qué significa eso?”
“Significa que tengo un completo sistema de seguridad. No puedes ni
estornudar sin que yo lo sepa”.
“Eres un maldito imbécil” dice furiosa.
“Ya, ya ¿Esa es forma de hablar con tu prometido?”.
“¡Tú no eres mi prometido! Por el amor de Dios. Tengo un esposo”.
“No mucho de uno. Ni siquiera se molesta en buscar a su esposa
desaparecida”.
Estudio su expresión en busca de una pista de cómo se siente. ¿La
decepciona la noticia de la indiferencia de Casey? ¿Me odia lo suficiente
como para querer que ese cabrón cobarde venga a rescatarla?
Finalmente, su labio se curva. “Bueno, que se joda”.
“¿Oh sí?”
“No necesito que me rescaten” dice ella. “Me iré de aquí y construiré mi
propia vida. Conseguiré un trabajo. Un pequeño apartamento. Me romperé
el trasero todos los días si eso significa que puedo estar libre de él para
siempre. Sin mencionar el también estar libre de ti”.
“Noble, pero equivocado, kukolka. Tu camino hacia la libertad es a través
de mí. No hay otras opciones”.
Sus ojos se estrechan en rendijas. “Apártate de mi camino”.
Sería lindo que pensara que puede dar órdenes en mi casa... si no fuera tan
exasperante. Puede intentar esa mierda con las criadas y los guardias. Tal
vez algunos de ellos incluso escuchen.
Pero no funcionará conmigo.
“Creo que necesitamos aclarar algunas cosas” Le rodeo el cuello con una
mano y la aprisiono contra la pared. “Soy el único que ladra órdenes por
aquí”.
Luego, de un tirón, me la subo al hombro con y con su trasero al frente
entro en la casa”.
“¡Bájame, hijo de puta!” dice ella mientras araña mi espalda. Cuando eso
no funciona, me muerde fuerte en el hombro.
Le doy una nalgada. Nada suave. “No hagas esto más difícil para ti,
pequeña”.
“¡Déjame ir, imbécil!”.
“Eso no va a suceder” Subo las escaleras de dos en dos. Una tarea difícil ya
que mi pene está en plena atención. Su cuerpo se golpea contra el mío. Sus
gemidos son calientes en mi oído. Está haciendo que sea difícil
concentrarse. “Mejor suerte la próxima vez. Pero te felicito por tu audaz
plan de fuga”.
Ella grita y lucha todo el viaje por las escaleras. No la suelto hasta que
estamos de vuelta en su habitación. Luego la deposito en su cama. Ella
rebota con un uf antes de acomodarse en el suave colchón.
Aliso mi cabello de nuevo en su lugar. “Debo decir que fue muy entretenido
de ver. Y de paso me hiciste diez mil dólares más rico. Jax te subestimó”.
Ella me mira. “¿Hiciste una apuesta?”
“Gané una apuesta”.
Agarra una almohada y me la arroja. Me agacho y ella grita de frustración.
“¿Por qué eres tan imbécil?”.
“Acepta tu destino y esto será mucho más fácil para ti”.
“¿Y se supone que debo confiar en ti? ¿Confiar en que todo esto funcionará
a mi favor?”.
“Confiaste en mí la noche que nos conocimos” le digo.
Eso la detiene en seco. “Estaba... Me atrapaste en un mal momento”.
“Supongo que la mayoría de tus momentos con ese esposo tuyo han sido
malos ¿no?”.
Ella mira hacia otro lado, su ira se suaviza un poco. Luego se empuja fuera
de la cama. “Me estás confundiendo. Intentas meterte en mi cabeza. Como
hiciste aquella noche. Bueno, esta vez no voy a caer. Ya te lo he dicho, no
voy a cambiar a un hijo de puta por otro”.
“Si te dejo ir, estarás en peligro” le digo, interrumpiendo su sermón.
Ella arquea una ceja oscura. “¿Me estás tomando el pelo?”
Me encuentro con su mirada. “¿Alguna vez lo he hecho?”
“Bueno, ¿quieres explicarlo?”
“Hay hombres peligrosos que te persiguen” digo. Ella debería estar
agradecida por la información, es más de lo que he compartido con Jax o
Gaiman. “Y yo soy el único que puede mantenerlos a raya” agrego.
“Estás mintiendo”
“¿Alguna vez lo he hecho?” le repito.
Ella niega con la cabeza. “¿Esperas que... simplemente me crea toda esta
mierda? Lo que dices es una locura”.
“Seamos claros: me importa un carajo en qué o en quién creas. Solo digo
que será más fácil para ti si al menos actúas como si confiaras en mí”.
Ella frunce el ceño. “Bien. Sigamos el juego por ahora. ¿Quién está detrás
de mí?”.
“No los conocerías, incluso si yo quisiera darte sus nombres”.
“Ayudaría mucho a generar confianza”.
“Cierto” acepto. “Pero como dije, no estoy realmente interesado en
ganarme tu confianza”.
Parece que quiere abofetearme. Una parte de mí realmente desea que lo
haga. Me daría mucha justificación para inmovilizarla de nuevo bajo mi
cuerpo.
Y a mi cuerpo le encanta sentirla.
“¿De verdad esperas que crea que me obligas a casarme para mantenerme a
salvo?”
“¿Cuál es mi nombre?”
Ella parece confundida. “¿Qué?”
“¿Cuál... es... mi... nombre?”
“Uh... Leo” murmura.
“¿Leo qué?”
“Leo Solovev”.
“Correcto” digo. “Ese nombre tiene poder. ¿Crees que alguien vendrá por ti
cuando compartes mi apellido?”.
Está lo suficientemente cerca para que yo vea la piel de gallina corriendo
por su piel. Y por primera vez, tiene la sabiduría de parecer apropiadamente
asustada.
“Hay mucho más sucediendo aquí ¿verdad?” pregunta ella en voz baja.
“Mucho más de lo que has visto, sí” le digo.
“¿Y de alguna manera yo estoy en medio de todo eso?”
“Sí”
Se chupa el labio inferior mientras sopesa mis palabras. Es un gesto
inocente e inconsciente. Sin embargo, me provoca ponerla sobre la cama y
meter mi pene entre sus labios.
“Y si esta supuesta ‘amenaza’ se soluciona...” dice.
“Te liberaré” le digo de inmediato.
“¿Cómo puedo estar segura de eso?” inquiere
“No puedes”.
“¿Pero podremos divorciarnos?”.
“Tal vez, eventualmente. Si eso es lo que quieres” digo. Y eso, al contrario
de lo que acabo de decir, es mentira. No tengo ninguna intención de dejarla
ir nunca.
Pero repartiremos la verdad en pequeñas dosis por ahora. La preciosa
Willow no puede manejar mucho más que eso ahora.
“Por supuesto que es lo que quiero”.
Me encojo de hombros. “No estés tan segura”.
“¿Qué te hace decir eso?”
“Las mujeres han ofrecido cosas más locas que el matrimonio para repetir
una noche conmigo” le susurro. “El placer puede ser adictivo”.
Las mejillas de Willow se ponen rojas. “En tus sueños, imbécil” sisea.
Riendo, salgo de su habitación. Hemos cubierto suficiente terreno por una
noche, pero lo mejor está por venir.
Puede que no me quede con ella para siempre, pero seguro que me voy a
divertir mucho mientras ella esté aquí.
10
WILLOW

Caí dormida un par de veces durante la noche, pero me despertaba


sobresaltada de nuevo, preguntándome si Leo estaba mirando. Si iba a
irrumpir por la puerta.
Como si el secuestro no me hubiera puesto de mal humor, ahora estoy
además exhausta.
Mi plan era ser fría con cada persona que cruzara la puerta. Pero miro a la
dulce señora mayor que trae mi bandeja de desayuno y simplemente no
puedo hacerlo.
“Buenos días, señora” me saluda.
Me levanto para ayudarla. “Permítame por favor. Esa cosa parece pesada”.
“Lo es” suspira. “Pero soy más fuerte de lo que parezco”.
Yo también, pienso. El pensamiento me sorprende. Lo guardo para más
tarde. Voy a necesitar reservas de confianza para sobrevivir a esta pesadilla.
La bandeja está cargada de tocino, huevos, salchichas y una panera. Huele
tan bien que abandono inmediatamente mis planes de hacer una huelga de
hambre. También hay zumo recién exprimido y un plato de frutas.
“No creo que pueda comer todo esto” señalo.
“No se preocupe, lo que usted no se coma, lo comerá el personal” dice sin
perder el ritmo. “Pero no le diga a nadie que escuchó eso de mí”.
Me sale una carcajada. Demasiado para hacerme la distante. “¿Cuál es tu
nombre?”.
“Carol” dice ella. “Y usted es la Sra. Willow”.
“Solo Willow estará bien”.
“Siempre me han gustado ese tipo de nombres” dice ella. “Olivia. Rocío.
Lila. Nombres que tienen que ver con la naturaleza”.
“Oh. Cierto. Realmente nunca lo había pensado” le admito, y me recuerdo
que alguna vez leí que mi nombre significa ‘Sauce’ en español. “Ni siquiera
estoy segura de ser una persona de naturaleza”.
Ella levanta las cejas. “¿Cómo llega a los veinte y tantos y no lo sabe?”.
“Bueno... no lo sé, para ser honesta. Supongo que he pasado la mayor parte
de mi vida tratando de entender a los demás”.
“Y se olvidó de descubrirse a sí misma en el camino, ¿eh?”.
Esto se volvió muy personal, muy rápido. Hora de retirarse. Miro hacia la
bandeja de desayuno. “Gracias por traerme esto”.
Ella sonríe dulcemente, sin parecer ofenderse por mi sutil rechazo. “Por
supuesto, Sra. Willow. Debe de tener hambre. La dejaré en paz”.
Paz, ese es un concepto risible. Mi cabeza da vueltas con un millón de
pensamientos diferentes. La paz está muy lejos de ser posible ahora.
Me siento junto a la ventana y picoteo a regañadientes una tostada. Ignoro
todo lo demás en la bandeja. Las salchichas se ven deliciosas, pero no estoy
seguro de poder soportarlas.
Está claro que Leo está observando todos mis movimientos. Lo que
significa que escapar de este recinto no es realmente una opción.
Pero ¿cómo podré convencerlo de que me lleve a otro lugar cuando ya he
demostrado que soy un riesgo de fuga?
Me mordisqueo las uñas y pienso en mis padres. Han pasado varios años
desde que hablé con cualquiera de ellos. “Hablar” siendo la palabra
operativa allí. Los he escuchado. A mi madre, para ser más específica.
La llamé, hace como once meses. Ella contestó el teléfono, y me congelé.
Agarré el auricular y me pregunté cómo iniciar una conversación después
de años de silencio.
Lo siento.
Tenías razón.
Debí haberte escuchado.
Perdóname…
Nada de eso parecía suficiente.
Cierro los ojos y trato de recordar cómo huele.
A ajo, y a clavo, y a romero fresco.
Cuando era niña, yo tenía un columpio junto al jardín donde ella cultivaba
verduras frescas, cercado por una pequeña pared de ladrillos. Yo solía
subirme al columpio lo más alto que podía, elevándome en el aire para
poder mirarla mientras ella se afanaba en la tierra, cantando para sí misma
todo el tiempo.
Siempre quería que me uniera a ella allí, en la tierra. A veces lo hacía. Pero
cuando cumplí diecisiete años, me interesaban más las fiestas y los chicos.
Me avergonzaba cada vez que mencionaba el jardín. A veces era lo único de
lo que hablaba. Por alguna razón, me hacía pensar menos de ella.
“¡Son solo putas verduras!” le grité una vez. Maldije a pesar de que sabía
que la haría estremecerse. Tal vez incluso porque sabía que la haría
estremecerse. “Si tuvieras una vida, no estarías tan obsesionado con ellas”.
Ella se quedó allí con el dolor salpicado en su rostro. Pero nunca levantó la
voz.
“Amo a mi jardín porque así alimento a mi familia. Tú y tu padre son las
dos personas más importantes en mi vida. Las comidas que preparo son mi
manera de decir cuánto significan ustedes dos para mí”.
“¿Por qué molestarte en cultivar tu propio huerto si puedes coger el de otro?
Después de todo, eso es lo que te gusta hacer ¿no? ¿Coger cosas que no te
pertenecen y fingir que son tuyas?”.
Ella trató de responder. Pero las lágrimas ahogaron las palabras.
En el presente, aún me estremezco. El recuerdo es tan vívido y nítido que
incluso ahora, años después, mi visión se vuelve borrosa tras un velo de
lágrimas.
Dejo la tostada y permito que la imagen de mi madre enmarcada en la
puerta de la cocina me abra en dos.
Ella no se merecía eso. Mis padres pasaron por muchas cosas antes de que
yo llegara a sus vidas. Y cuando llegué, pensaron que era una bendición.
¿Cómo les devolví su amor incondicional?
Hostilidad. Agresión. Falta de respeto.
Un golpe en la puerta me sobresalta. Me apresuro a secarme las lágrimas.
Pero antes de que pueda serenarme del todo, esta se abre.
Me sorprende ver a una mujer bien vestida entrar en la habitación con un
par de zapatos de tacón verde azulado que complementan a la perfección su
traje blanco. Tiene un bronceado deslumbrante y un cabello rubio brillante
recogido en una apretada y firme cola de caballo.
Pero lo que más llama mi atención es el elegante maletín negro que lleva en
la mano. Lo empuña como un arma.
“Hola, Willow” dice con una voz que coincide con su apariencia: segura,
poderosa, en control.
Frunzo el ceño. “Oh, hola ¿Quién eres tú?”.
“Mi nombre es Jessica Armand. Intuyo que no me esperabas”.
“¿Eres abogada?”.
Ella levanta las cejas, pero hay una pequeña sonrisa en su rostro. “¿Es tan
obvio?”.
“El maletín te delata un poco”.
“Maldición” se ríe. “Y yo que me esfuerzo tanto por no ser predecible”.
Me es agradable de inmediato, lo que no me parece particularmente justo.
Nadie debería llegar a ser tan encantador y tan arreglado al mismo tiempo.
No tiene ni un maldito cabello fuera de lugar.
“¿Puedo?” y hace un gesto hacia el asiento frente a mí.
“Uh, seguro, está bien”.
Cuando contesto, ya se ha sentado. Me lo imaginaba. Parece que la gente de
este mundo pregunta sólo como una formalidad. Igual que el amo de la
casa, todos hacen lo que quieren.
“Lamento interrumpir tu desayuno” agrega como una ocurrencia tardía.
“No interrumpes nada” digo. “Ya he terminado. Puedes servirte si quieres”.
“Gracias, pero no. Nada de carbohidratos por unas semanas”.
Contemplo su físico esbelto y tonificado y me resisto a poner los ojos en
blanco. Entonces recuerdo que no estoy en posición de juzgar las decisiones
de los demás. Eso acaba rápidamente con mi sentido de la superioridad.
“Si ya terminaste de comer, ¿podemos mover la bandeja, por favor?”.
Es indefectiblemente educada, pero no puedo dejar de notar el borde
cortante en su tono. No es que sea grosera. Solo directa. El tipo de mujer
con la que no te quieres meter.
En cuanto muevo la bandeja, deja el maletín sobre la mesa y lo abre. Me
doy cuenta de sus iniciales grabadas en los laterales del cuero. Incluso huele
a costoso.
“Fue un regalo de mi esposo” dice, notando a dónde se han ido mis ojos.
“Ahora ex marido, en realidad”.
“Oh, lo siento”.
“¿Por qué?” ríe ella. “Obtuve un divorcio, pensión alimenticia y un maletín
caro y personalizado. Yo gané.”
Sonrío. “En ese caso, felicidades”.
“Gracias” dice ella en su tono brusco y profesional. “Ahora, tal vez
podamos centrarnos en el modo de asegurarnos de que tú también ganes”.
“A menos que estés aquí para ayudarme a demandar a Leo Solovev, no creo
que tú y yo tengamos mucho de qué hablar”.
Ella parece divertida por eso. “¿Te ha estado irritando el señor Solovev?”.
“‘Irritante’ es una palabra generosa” espeto. “Lo que ha hecho es ilegal.
Estoy aquí en contra de mi voluntad”.
Se recuesta en su asiento y ladea la pierna para revelar las afiladas puntas
de sus tacones. Mi admisión de que soy básicamente una prisionera en esta
casa no la ha desconcertado en absoluto.
Lo cual, por supuesto, sugiere que ella le responde directamente a él.
“Entiendo que esto es un poco como un campo minado de la ética...”.
Bufo. “Subestimación del año”.
“...pero estoy aquí por un propósito específico, Willow” termina ella con
fuerza. “Y si no nos ceñimos al tema, me temo que solo estaremos
perdiendo el tiempo. No sé tú, pero mi tiempo es valioso”.
Mis ojos parpadean hacia los enormes aretes de diamantes que cuelgan de
sus orejas. Sus lóbulos en realidad parecen ceder ante su peso.
“Supongo que tus servicios no son baratos” digo.
Ella sonríe. “Yo cobro un cuarto de millón de dólares como tarifa de
retención y tres mil la hora de consulta. Cuanto más complicado sea el caso,
mayor será mi precio. Así que no, no es particularmente barato”.
“Bueno, odio decírtelo, pero no soy yo quien te llamó aquí”.
“Estoy consciente. Por eso tienes suerte. Obtienes mi conjunto de
habilidades, sin la etiqueta del precio”.
“Si estás trabajando para Leo, deberías aumentar tu tarifa. Llámalo
impuesto al imbécil”.
Ella sonríe. “En realidad, él obtiene una tarifa especial”.
“¿Cómo es eso?” inquiero.
“Nos conocemos desde hace mucho”.
La forma casual en que lo dice me da una extraña y desagradable sensación
de hormigueo en el estómago. Al instante me pregunto cómo empezó esa
relación. Cómo son los dos juntos.
No es asunto tuyo, Willow, me digo severamente. No es de tu maldita
incumbencia.
“¿Por qué estás aquí?” pregunto, decidida a poner fin a esta conversación
cuanto antes.
“Estoy aquí para ayudarte a obtener el divorcio que necesitas, de manera
limpia y eficaz”.
“Te lo agradezco” digo con calma. “Pero no necesito tu ayuda”.
“¿En serio?”.
“Sí, así es”.
“Entonces ¿no tienes interés en divorciarte?” inquiere ella.
“Oh, sí. La verdad es que tengo todo el interés. Pero no cuando se utiliza
como cebo. Si muerdo, estaré como muerta”.
Jessica me mira con calma. Luego respira hondo y cierra su maletín.
“Willow, ¿podemos tener una conversación honesta, de mujer a mujer?”.
Suena espantoso, pero me trago mi vacilación y asiento.
Ella cruza las piernas. “Ya he hecho la investigación en lo que respecta a tu
esposo. Para decirlo sin rodeos, el hombre tiene dinero. No la cantidad de
dinero que tiene Leo, pero sí lo suficiente para poder contratar a un tiburón
como abogado”.
“Estoy razonablemente segura de que estará demasiado ocupado en otras
cosas como para preocuparse por llevarme a juicio” digo. Estoy pensando
en los cargos de malversación de fondos que lo hicieron llorar en mi regazo
la otra noche. “En cualquier caso, no tengo nada por lo que valga la pena
pelear. Sin dinero ni bienes. Todo lo que tengo lo compró él. En lo que a mí
respecta, él puede quedarse con todo. Solo tiene que dejarme ir”.
Estoy tan concentrada en el veneno que siento cada vez que pienso en
Casey que ni siquiera escucho las palabras que digo hasta que se me
escapan de la boca. Mi estómago se retuerce con disgusto.
Pero esta vez, está dirigido a mí.
De alguna manera, cuando no estaba prestando atención, me convertí en
una mujer mantenida. Solo una sanguijuela que se alimentaba de un hombre
poderoso. Es repulsivo
“El divorcio no es tan simple como crees” dice ella. “Él puede prolongar el
proceso. Dolorosamente. Podrías estar casada con él durante años, más de
lo necesario. Y durante todo ese tiempo, acumularás una enorme cantidad
de deudas. Porque, como me acabas de decir, no tienes ningún activo a tu
nombre ¿cierto?”.
Realmente quiero que el suelo se abra y me trague entera. “Yo... bien...
yo...” balbuceo.
“No lo has pensado del todo” dice asintiendo. “Lo comprendo. Pero el
tiempo apremia. Si hacemos esto ahora, puedo divorciarte en cuestión de
semanas”.
“¿Semanas?”
“Soy costosa por una buena razón” dice ella. “Porque soy la mejor en lo que
hago”.
Me pregunto en qué más será buena.
Tiene un cuerpo increíble, me doy cuenta mientras mis ojos van hacia ella.
Ahora mismo, parece elegante y profesional. Intimidante. Pero con el
vestido adecuado, sería absolutamente impresionante.
El tipo de mujer que se vería perfecta del brazo de un hombre como Leo
Solovev.
Ni siquiera sé por qué estoy pensando en esto. No es asunto mío con quién
se haya acostado en el pasado. No es asunto mío con quién se acuesta
ahora.
“Estoy segura de que eres fantástica en lo que haces... pero no voy a
cambiar de opinión. No aceptaré tu ayuda”.
“Leo no es del todo malo ¿sabes?”.
“Si fueras tú la secuestrada por ese hombre, tal vez te sentirías diferente”.
Ella sonríe. “Tienes fuego. Me gusta eso”.
“Gracias por los elogios. Ahora, si no te importa, me gustaría volver a mi
forzada soledad”.
Espero que ella se resista, pero, sorprendentemente, se pone de pie y recoge
su maletín con monograma. “Fue un placer conocerte, Willow”.
No digo nada mientras ella se gira y sale de la habitación a grandes pasos.
Me alivia ver su espalda, pero se siente agridulce. ¿Acaso irá al dormitorio
de él? La idea de los dos enredados bajo las sábanas, desnudos y sudorosos,
probablemente riéndose a mi costa, revolotea por mi cerebro.
“Ya corta esa mierda” me siseo en voz baja.
Con un suspiro, me desplomo en mi silla y trato de averiguar si hice lo
correcto.
Pero mi tiempo para pensar dura poco. A los diez minutos, la puerta se abre
de nuevo de un tirón. Esta vez, ni siquiera está la cortesía de llamar a la
puerta, por lo que sé que es Leo aún antes de darme la vuelta.
“Rechazaste la ayuda de Jessica” espeta él.
Algo en la forma en que dice su nombre me molesta muchísimo. “Sí,
rechacé la ayuda de Jessica. Parece que no es tan impresionante como
crees”.
“No la has visto en acción” dice.
Y las imágenes desnudas y sudorosas inundan de nuevo mi mente. Me las
sacudo.
“Ni quiero hacerlo. Te diré exactamente lo que le dije a ella: no quiero un
abogado. Quiero mi libertad”.
“¿Qué crees que estoy intentando darte?”.
“¿Una celda de prisión más bonita?” y le señalo la cama con dosel y la
lujosa decoración.
Él se burla. “No seas ingenua. La libertad es gradual. Aquí es donde
comienza”.
“Genial, así que después de mi divorcio ¿podré usar a Jessica para
demandarte a ti?”.
Él sonríe. El brillo de la diversión eclipsa la irritación en sus ojos. “Jessica
es un tiburón. Pero ella es mi tiburón”.
Se me revuelve el estómago de celos y siento náuseas. “Bueno, ustedes dos
pueden ir a nadar juntos. Se merecen el uno al otro. Yo solo quiero irme”.
“No vas a deshacerte de ese mudak esposo tuyo sin mi ayuda” dice.
“Sabes, creo que encontraré una manera”.
“Dime cómo” desafía. “Estás alejada de todas las personas que significan
algo para ti”.
“Muchos abogados trabajan gratis, pro bono. Alguien por ahí me ayudará”.
Suena tonto incluso mientras lo digo. Pero tengo que decir algo. No puedo
quedarme de brazos cruzados.
Leo resopla. “Esos hijos de puta que persiguen ambulancias no moverán un
maldito dedo por ti. Especialmente no contra el tipo de abogado que
contratará tu ex”.
Su lógica tiene demasiado sentido en este momento, pero la ignoro y me
mantengo firme. No me permitiré estar en deuda con él.
No cuando aún no sé qué espera él a cambio.
Puede que sea una bestia hermosa, pero nunca debo olvidar cuál de esas dos
palabras es más importante.
“Ese es mi problema, no el tuyo”.
Él suspira. “Muy bien” dice y mete la mano a su bolsillo y, por un momento
de locura, creo que es un arma. Estoy a punto de agacharme, cuando gira su
mano para revelar...
Mi teléfono.
Luego, para mi total asombro, me lo entrega sin decir una palabra.
Tan pronto como tomo el teléfono, gira sobre sus talones y desaparece por
la puerta. La cierra de golpe con tanta fuerza que los marcos de los cuadros
colgados chocan contra las paredes. Sola de nuevo, miro la pantalla,
preguntándome si está preparada para explotar en mi mano.
Esto tiene que ser una prueba, ¿verdad? ¿Solo otro juego para su retorcida
diversión?
Pero pasan unos minutos y no pasa nada. Una vez que mi conmoción ha
pasado, desbloqueo el teléfono y voy directamente a mi registro de
llamadas.
Noventa y ocho llamadas no atendidas. Todas de Casey.
Mis mensajes de texto son aún peores. La pequeña burbuja roja dice “237”.
Y todos y cada uno de ellos también es de Casey.
En contra de mi buen juicio, toco el ícono de texto y abro el hilo. Mala
decisión. Es como recibir repetidas bofetadas en la cara.
¿Bebé dónde estás? Intenté llamarte y no respondes.
Willow, en serio. No me vengas con esta mierda otra vez.
¿Cuándo vas a dejar esta maldita tontería y bajar la cabeza de las nubes?
Soy un hombre paciente y realmente me estás poniendo los nervios de
punta.
Me desplazo hacia abajo por un momento, deteniéndome solo cuando
encuentro un mensaje escrito en mayúsculas.
QUE MIERDA TE CREES TU, PEQUEÑA ZORRA???
Hay más inmundicia repulsiva después de ese mensaje y luego, veintitrés
mensajes de texto después, el remordimiento se activa.
Cariño, lo siento. No debería haberlo hecho... pero me estás volviendo
loco. Estoy preocupado. Estoy tan preocupado...
Sigo desplazándome. Como era de esperar, el remordimiento no dura
mucho.
Cuando sepa dónde estás, te arrepentirás.
Te voy a dar una paliza hasta que tu piel se despegue.
Te vas a arrepentir.
Recuerda quién es tu maldito amo, zorra perezosa.
Perra.
Puta.
Cierro el hilo y dejo caer mi teléfono al suelo. No quiero tocarlo más.
Pensé que el teléfono sería mi salvación, pero no hay ninguna.
No tengo a nadie. No tengo nada.
Sólo me queda llorar.
11
LEO

Jayme entra con café. Sus ojitos coquetos se lanzan hacia mí como un ratón
que quiere ser atrapado.
“¿Cómo está, jefe?” ronronea ella.
A ella le encanta llamarme “jefe”. La dinámica del poder y todo eso.
Es linda y pequeña, y sus tetas son lo suficientemente firmes como para
merecer atención en otras circunstancias. Pero hace mucho que pasé el
punto de coger mujeres solo porque puedo.
Dejé atrás esos días cuando tomé el manto de Don.
“Y ¿bien?” pregunto abruptamente, yendo al grano.
“Le llevé té como me pidió”.
“¿Y? ¿Qué estaba haciendo ella?”.
Jayme deja mi café y se inclina sobre el escritorio. Se ha soltado dos
botones delanteros de su uniforme de criada, ya bastante escotado.
Me gusta una mujer que sabe lo que quiere. Pero esto ya es excesivo.
“Llorando, señor”.
Mis ojos recorren la cara de Jayme. Está mostrando una sonrisa tímida que
me molesta muchísimo. Especialmente a la luz de la información que acaba
de revelar.
“¿Willow estaba llorando?” repito.
“Ajá. Entré y ella estaba hecha un ovillo, sollozando en su almohada”.
Suena innecesariamente feliz de estar haciéndome este informe. Como si
hubiera sacado a un competidor de la carrera por mi atención.
“Dejé la bandeja y le pregunté si quería algo, pero no respondió. Ni siquiera
levantó la vista. Me fui y vine directamente aquí”.
Asiento con la cabeza. “Puedes retirarte”.
Su rostro cae. “Oh, hm, bueno, está bien... pero ¿Necesita algo antes de que
me vaya?”.
“Solo un poco de tranquilidad”.
Sus cejas se fruncen mientras se esfuerza por encontrar una manera de
quedarse un poco más. “Usted parece tenso. ¿Qué tal un masaje?”.
Me resisto al impulso de rodar mis ojos en blanco.
Hubo un tiempo en mi vida en que esa oferta habría sido bienvenida. Habría
tomado el masaje y luego la habría cogido sobre mi escritorio. Luego, con
una buena palmada en el trasero, la habría enviado de vuelta a su camino.
¿Qué tal eso para aliviar un poco la tensión?
Pero eso era antes.
Ahora, mi mundo es muy diferente.
“No es necesario” le digo. “Estoy seguro de que tienes trabajo que hacer”.
Ella pone sus manos en mi escritorio y se inclina lentamente hacia adelante,
aplastando sus tetas entre sus brazos mientras lo hace.
“Nada tan importante como atender sus necesidades, Sr. Solovev”.
Hay que admirar la persistencia de la chica. Pero en este momento, no tengo
la paciencia.
“Jayme” digo.
“¿Sí, señor?” dice ella. Y junto a su tono, ella se levanta de inmediato.
Está anticipando una proposición. Algo que involucre su coño apretándose
alrededor de mi pene. Sus ojos nunca dejan de mirarme. Perfecto para el
mensaje que quiero darle.
“Tienes exactamente cinco malditos segundos para salir de esta oficina”.
Sus ojos se agrandan y sus mejillas se sonrojan. En realidad, no es que
empiece una cuenta regresiva, pero ella se va antes de que yo hubiera
llegado a dos.
Una vez que ella se ha ido, yo salgo directamente a la habitación de Willow.
No dudo en entrar a su habitación, y cierro la puerta tras de mí, por segunda
vez hoy.
Todavía está en la cama como dijo Jayme, excepto que ella ya no está hecha
un ovillo. Ahora, está sentada con las rodillas pegadas al pecho y los brazos
alrededor de las piernas. Sus ojos se abren como platos cuando me ve, pero
ni siquiera se molesta en secarse las lágrimas.
Incluso si lo hiciera, no serviría de nada. Han dejado ya huellas en ambas
mejillas.
Avanzo y me apoyo en uno de los pilares de su cama con dosel. “¿Es esta tu
forma de decirme que quieres recuperar a mi abogada?”.
Ella me mira con incredulidad. “Ella era una espía, ¿no?”.
“¿Quién? ¿Jessica?” pregunto.
“No. La pequeña zorra que acaba de irse. La del té y la sonrisa de
‘cógeme’” gruñe Willow prácticamente. “Dime: ¿te coges a todas las
mujeres que empleas? ¿Es parte acaso del proceso de contratación?”.
Vaya, vaya. No me esperaba esto. La pequeña kukolka tiene una vena de
celosa.
“¿Qué te hace pensar que me la he cogido?”
“Es obvio por la forma en que me mira” dice bruscamente Willow. “Como
si yo fuera su puta competencia”.
“Y ¿eso te molesta?”.
“¿Qué cosa?”.
“¿Te molesta que pueda haberla cogido?”.
Ella inclina la cabeza hacia un lado. “¿Lo has hecho?”.
“No estás respondiendo a mi pregunta”.
“¿Y por qué debería?” exige ella. “Tú nunca contestas las mías.”
Se desliza fuera de la cama y se para frente a mí, con las manos en las
caderas y los ojos encendidos.
“No quiero que vuelva más aquí”. Habla con tanta autoridad en su voz. Me
da una idea de lo que ella podría ser capaz si se dejara florecer su
personalidad. “No quiero volver a ver su maldita cara nunca más”.
“Eso puedo arreglarlo” le digo con un indiferente encogimiento de
hombros. “Le daré turnos extra en mi habitación”.
Su expresión ondea con ira y dolor, pero me ha forzado la mano. Si los
celos son el motivador que incita a la joven Willow a la acción... que así
sea.
“Tal vez deberías obligarla a ella a casarse contigo entonces”.
“¿Obligarla?” pregunto. “No, no sería necesario obligar a Jayme. Ella se
moja cada vez que me ve”.
Su mandíbula se aprieta notablemente. Está tratando muy duro de mantener
la calma.
“Oh, espera” digo como una ocurrencia tardía. “pero... también tú”.
“Maldito imbécil” sisea Willow.
Ella da un paso hacia mí. Estoy esperando que se detenga en seco, que
mantenga la distancia y me lance más insultos. Pero me sorprende. En lugar
de detenerse, se abalanza sobre mí y me empuja en el pecho con todas sus
fuerzas.
La chica se pone violenta cuando pierde los nervios.
Interesante.
No es que sirva de mucho, por supuesto. La supero en todo lo que importa.
No podría moverme ni con un puto tractor.
Su mueca se ensombrece cuando se da cuenta. Sus dedos se crispan antes
de caer inútilmente a sus costados.
“Tú no me conoces” dice furiosa. “No sabes nada de mí”.
“Conozco tu cuerpo” le recuerdo. “Pero odias eso, ¿no?”
“Nunca hubiera cedido ante ti si lo hubiera sabido”.
“¿Si hubieras sabido qué?”
No contesta. Tal vez no lo haga. Tal vez simplemente no puede. En vez de
eso, intenta empujarme otra vez. Es tan ineficaz como la primera vez. Como
golpear una pared de ladrillos.
“¿Por qué no me devuelves el golpe?” pregunta ella de repente.
Por supuesto que se lo preguntaría. Ha pasado su vida con un maldito
cobarde. Un cobarde cuya única línea de defensa es intimidar a personas
más débiles que él antes de que su cobardía quede expuesta.
“Yo no peleo batallas injustas, Willow”.
“¿Injusta?” ella me mira boquiabierta. “Nada de esta situación es justo. Eso
no te ha detenido hasta ahora”.
Me encojo de hombros. “Todo es cuestión de perspectiva”.
“¿Qué significa eso?”.
“Exactamente lo que dije”.
“Eres exasperante”. Sus palabras tiemblan con el calor de su frustración.
“Tú también lo eres” le digo. “Te estoy ofreciendo una salida, y no la
aceptas”.
“Una salida hacia otro matrimonio abusivo. Qué jodidamente considerado
de tu parte”.
Mis músculos se ponen rígidos con negra ira. ¿Cómo se atreve a
compararme con ese maldito gusano? “Cuidado” le advierto. “Estás
entrando en terreno peligroso”.
Sus ojos destellan miedo y bravuconería. “¿Por qué? ¿Porque he tocado un
nervio?
“Porque en la Bratva, es peligroso lanzar acusaciones sin fundamento”.
“Oh, yo creo que aquí hay mucho fundamento” sisea.
Agarro su brazo y la atraigo contra mí. Mis palabras van ardientes a su
oído. “Yo controlo a los hombres que me confían sus vidas. Y destruyo a
cualquiera que represente una amenaza para mi mundo. Pero no soy como
tu esposo” le gruño. “No lastimo a la gente sin un propósito. Especialmente
no a mujeres indefensas”.
Es el código por el que vivo desde que mi hermano me lo repitió cuando
tenía nueve años. “Puede que seamos criaturas del inframundo, Leo. Pero
eso no significa que no podamos seguir teniendo principios. No dejes que
nadie te los quite. Úsalo como un escudo y, eventualmente, se convertirá en
un arma”.
Tenía solo dieciséis años cuando me golpeó. En nuestro mundo, creces
rápido.
Willow se retuerce contra mí, tratando de liberarse. Cuando la miro, veo
una nueva emoción en sus ojos. Debajo del miedo. Debajo de la
bravuconería.
Lujuria.
De hecho, parece excitarse con nuestra proximidad.
Y no es la única. Mi pene está tan duro que se sacude dolorosamente cada
vez que respiro. El hecho de que pueda sentir sus tetas presionando mi
pecho no ayuda.
Demasiado para calmar la situación.
La suelto, esperando que retroceda. Pero ella se limita a lanzar sus
delicados puños contra mi pecho. “¡No soy como las putas a las que estás
acostumbrado! No voy a quedarme tumbada”.
“¿Prefieres estar sentada entonces?” pregunto. “Me parece bien. Eso
podemos arreglarlo”.
Hace una pausa lo bastante larga como para que pueda apreciar la sorpresa
en su cara. Tiene los labios rosados y las mejillas sonrojadas.
Luego vuelve a golpearme con los puños. Es bonita la forma en que cree
que puede hacerme daño. Tan bonita que sonrío.
Pero eso la anima aún más.
Me quedo ahí de pie, aguantando cada golpe. Podría bostezar, pero decido
no ser tan imbécil. La pobre necesita desahogarse, ¿no?
Después de unos cuantos golpes más, sus intentos se vuelven cada vez más
débiles. Finalmente, deja caer sus manos. El fuego en sus ojos se atenúa.
“Crees que soy débil” dice en voz baja. “Crees que soy patética”.
“No. Solo creo que estás buscando castigo en lugares equivocados”.
Eso la toma desprevenida. Levanta su mirada para encontrarse con la mía.
Nunca se le pasó por la cabeza que tal vez, solo tal vez, la conozco mejor de
lo que ella misma se da cuenta.
“¿Por qué iba a hacer eso?” pregunta, tentativamente. “¿Ahora eres mi
psiquiatra?”.
“Claro” digo en voz baja. “Túmbate en mi sofá. Deja que te quite las
capas”.
Ella parpadea sorprendida. Luego se deja caer al borde de la cama. Una
gruesa lágrima resbala por el rabillo del ojo y siento la derrota en esa única
gota.
Pero sé que no es así. Mejor de lo que ella se conoce a sí misma.
Le queda más lucha.
“Yo... yo renuncié a tanto por él” admite sin mirarme. Hablar en voz alta
para sí misma parece ser la única forma en que puede justificar abrirse a mí
de nuevo. “Cuando pienso en todo a lo que renuncié para que él fuera
feliz...”.
“¿Como a tus padres?”.
Ella se sobresalta ante la mención. “Yo... me... me encantaría poder culpar a
Casey. Pero eso... eso es completamente culpa mía”.
La vergüenza y el remordimiento en su tono son desgarradores. Me siento a
su lado, pero no hablo.
Le doy espacio. Le doy silencio.
Es lo único que necesita.
“Yo tenía diecisiete años cuando descubrí que era adoptada” comienza en
voz baja. “Probablemente fue entonces cuando todo se fue a la mierda. Pero
déjame adivinar: eso ya tú lo sabías, ¿verdad?”.
No escondo la verdad. “Me dedico a saber cosas”.
“Eres despreciable” susurra, pero el insulto es tenue y débil.
Es gracioso cómo me excitan sus insultos. “Estabas en medio de una
historia” le digo.
“El desvío era necesario”.
Sonrío “Continúa”.
“En retrospectiva, suena como la razón más estúpida posible para enojarse.
Pero en aquel entonces, se sintió como una traición”.
“¿Como lo descubriste?” pregunto.
“Encontré mis papeles de adopción en el ático. En un cofre marcado como
‘Importante’”.
“Al menos no decía ‘Insignificante’” le digo.
Ella resopla un poquito. “Ya iba en camino de convertirme en una
adolescente malcriada. Y entonces encontré esto y... sacudió mi mundo”.
“¿Qué dijeron tus padres cuando los confrontaste?”.
“Dijeron que no creían que fuera lo suficientemente importante como para
decírmelo. Dijeron que yo era su hija en todos los aspectos que importaban.
Que esos papeles solo era necesario mantenerlos por razones legales”.
“¿Y no estuviste satisfecha con esa respuesta?”.
Ella suspira “Yo era una verdadera perra en ese entonces”.
“¿A diferencia de ahora?” digo. Ella me fulmina con la mirada y yo le hago
señas para que siga. “Continúa”.
“En resumen, usé eso como una excusa para mi comportamiento. Fui a
muchas fiestas, elegí novios que sabía que los molestarían o preocuparían.
Yo era el típico cliché de un adolescente, haciendo todo lo posible para
enojar a mamá y papá. Y como si eso no fuera lo suficientemente
vergonzoso, en realidad fui lo suficientemente ingenua como para creer que
era única. Especial.”
“Quizás si lo seas”.
Ella me mira. “¿Te estás poniendo sentimental?”.
“No me he puesto sentimental ni un solo día de mi vida. Sólo estoy
señalando lo que bien puede ser un hecho”.
“¿Basado en qué?”
“En la perspicacia”.
“Me gustaría que dejaras de decir mierdas enigmáticas como esa todo el
tiempo” espeta Willow. “Está empezando a volverme loca”.
“No hay nada enigmático en lo que te he propuesto, Willow. Te he dicho
exactamente lo que quiero” digo. “Además, te he dado todas las
herramientas para hacer que suceda lo que quieres. Pero lo rechazas cada
vez que tienes la oportunidad”.
Ella me mira fijamente, la lucha sigue ardiendo en sus ojos. Veo que el plan
se forma lentamente.
Oh, kukolka, suspiro en mi cabeza. Hay tantas cosas que no entiendes sobre
mi mundo. Crees que estás aprendiendo a navegar aquí. Y estás muy, muy
equivocada en eso.
“¿Qué tal si hacemos un trato?” me dice.
Finjo estar intrigado. “¿Qué tienes para mí?”.
“Aceptaré tu ayuda y conseguiré el divorcio. A cambio, me dejas caminar
por la casa” dice ella. “Solo un poco de libertad. Eso es todo lo que pido.
Solo un poco de espacio para respirar”.
“Esa es una solicitud razonable” digo.
“¿Eso es un sí?”.
Asiento con la cabeza. “Eso es un sí”.
En sus ojos brilla el triunfo. Hoy hemos hecho progresos. Pero nos queda
mucho camino por recorrer, a Willow y a mí. Algunas cosas no pueden
precipitarse.
Me levanto y me marcho sin decir nada más. Sin mirar atrás.
Siento sus ojos clavados en mi espalda durante todo el camino.
Voy bajando las escaleras cuando Jax me alcanza. “Oye” comienza él.
“Tengo una mierda que necesito discutir... espera, ¿por qué estás
sonriendo?”.
“Willow ha accedido a aceptar la ayuda de Jessica para conseguir el
divorcio”.
“Dejándote libre para casarte con ella” supone Jax. “Que bien. Supongo que
ella quiere algo a cambio”.
Asiento con la cabeza. “Ella quiere libertad de movimiento”.
Jax se detiene en seco. “¿Y estuviste de acuerdo?”
“Sí”
“¿Porque confías en ella?”.
Resoplo. “¡Mierda, claro que no! Ella va a usar esto para intentar escapar”.
“Y entonces ¿qué vas a hacer al respecto?” inquiere él.
Mi sonrisa se ensancha un poco más.
“Voy a dejarla”.
12
WILLOW

Libertad para deambular.


Libertad para escapar.
Ahora tengo oportunidades y no planeo desperdiciarlas.
Me reuniré contigo para hablar sobre el divorcio. ¿Quizás en una
cafetería?
Si la abogada de Leo se confunde con mi texto, no lo demuestra. Su texto
de respuesta es solo una dirección. Inmediatamente, compruebo dónde está
exactamente en relación con la casa de Casey, donde aún están escondidas
las últimas de mis escasas posesiones.
Veinte minutos a pie. Once en coche.
Puedo hacer esto.
Sólo tengo que ser inteligente y tranquila. Y rápida. Por encima de todo,
tengo que ser rápida.
He estado revisando mi lista de contactos desde que Leo me devolvió el
teléfono. Necesito un amigo que no se moleste por la cantidad de tiempo
que ha pasado desde la última vez que hablamos. Y a quién no le importe
que ahora le esté buscando para pedirle un favor.
Jane siempre fue dulce, pero ella y yo nunca fuimos particularmente
cercanos en primer lugar.
Gillian es espinosa como el infierno. No es probable que perdone el hecho
de que hayamos hablado tal vez dos veces en los últimos cuatro años.
Sue-Lin regresó a Hong Kong.
Cindy se casó y tiene un hijo. Lo último que necesito es meter a un niño en
este lío.
Madeline podría ser una buena apuesta, pero lo último que supe de ella fue
un mensaje de texto masivo en el que les dijo a todos que se desharía de su
teléfono. Ella estaba en un movimiento de budismo, y no tengo idea si
todavía lo está.
Al principio ignoro el nombre de Dustin, pero a la tercera vez que lo veo, la
situación es lo bastante sombría como para quedarme ahí.
Él y yo tuvimos una aventura en nuestro primer año. Seguimos siendo
amigos después de terminar, pero me parece mal llamar a un ex novio para
pedirle ayuda.
Si lo descarto, no tendré suerte. Pero no me atrevo a hacerlo.
Es difícil negar ahora lo sola que estoy en este mundo. Al casarme con
Casey corté mis últimos lazos con otras personas, pero había empezado a
hacerlo incluso antes de conocernos. Cortando mis relaciones una por una.
Solo quedan dos nombres: mamá y papá.
Cierro mi teléfono y suspiro. Eso tampoco es una opción.
Lo que significa que estoy sola.
Una parte de mí no cree que Leo realmente me vaya a dejarme salir de su
recinto. Pero le digo al guardia fuera de mi habitación que tengo una
reunión con Jessica en una hora, y lo siguiente que sé es que me escoltan
hasta la puerta principal.
Un reluciente Mercedes me espera frente a la mansión. A través de los
vidrios polarizados, puedo ver que el conductor lleva un traje negro y una
gorra de chofer. Me siento mal vestida en comparación. Mi habitación tenía
un armario repleto de ropa, probablemente de la talla perfecta para mí, si los
otros preparativos de Leo sirven de referencia, pero los ignoré y opté por
los jeans y la blusa que usé para la “entrevista” que comenzó toda esta
pesadilla.
Siento los ojos del conductor sobre mí mientras camino hacia el auto, pero
cuando me subo al asiento trasero, me doy cuenta de que no puedo verlo en
absoluto a través del divisor tintado. Algo en eso me da escalofríos.
Respiro hondo y trato de calmarme. Es demasiado pronto para asustarse.
Mantén la calma, mujer.
El fracaso no es una opción. Tampoco lo es renunciar. Si me quedo, no solo
seré una mujer abusada, sino una mujer maltratada que ha decidido aceptar
su suerte en la vida. Y no puedo ser esa mujer.
No seré esa mujer.
Antes de darme cuenta, estamos llegando a nuestro destino. La puerta del
coche se abre automáticamente y entro con la cabeza en alto en la elegante
cafetería.
Está diseñado al estilo de un bistró francés, extremadamente elegante. Más
elegante de lo que sugerirían mis jeans y mi camisa. Me pongo rígida, pero
trato de no vacilar. No importa, de verdad. Estaré fuera de aquí lo
suficientemente pronto.
Veo a Jessica sentada en una mesa de primera en la esquina. “¿Ya estás
aquí?” pregunto mientras me acerco.
“Siempre soy puntual con mis clientes” dice ella. “Y tengo que tener un
cuidado especial contigo”.
“¿Por Leo?” inquiero, más como una afirmación.
“Precisamente” sonríe ella. “Nunca querría decepcionarlo”.
Mi estómago se retuerce de celos. Honestamente, tengo que poner mi
cuerpo y mi cabeza en línea. Ambos están tratando de hacerme sentir cosas
que no tengo tiempo para sentir.
Hoy Jessica lleva un vestido rojo vibrante, pero su maquillaje es sutil y
elegante. A diferencia del severo moño de ayer, su cabello está
perfectamente planchado y cae sobre sus hombros como una cascada. Es
tan brillante que juro que puedo ver mi propio reflejo.
No puedo evitar imaginarme a Leo pasando sus manos por él...
“¿Willow?” me llama.
Parpadeo alejando la imagen no invitada. “Lo siento” digo.
“¿Dónde andabas?”.
“En un lugar desagradable” admito, omitiendo el hecho de que ella formaba
parte de lo desagradable.
“Escucha, soy muy buena en lo que hago. No tendrás que preocuparte por
este divorcio. Para nada”.
Ella cree que me preocupa divorciarme de Casey. Que en verdad es en lo
que debería estar concentrada. Más aún, es en lo que necesito que Jessica
piense que estoy concentrada.
“¿Qué pasa si él se defiende?” pregunto, asegurándome de inyectar un sutil
temblor de miedo en mi voz. No es difícil de falsificar. A pesar de lo mucho
que palidece en comparación con el reinado de terror de Leo en mi vida,
Casey todavía me asusta. En cierto modo, siempre lo ha hecho.
“Oh, tengo motivos para creer que lo hará” dice Jessica con una sonrisa de
confianza. “De hecho, espero que lo haga”.
“¿Por qué?”
Se encoge de hombros. “No es divertido si solo se da la vuelta y deja que yo
me salga con la mía”.
Levanto las cejas. “Apuesto a que hay bastantes hombres a los que no les
importaría que hicieras lo que quisieras con ellos”.
Ella se ríe cortésmente, pero su rostro rápidamente se vuelve neutral. “Por
desgracia, no tendrá elección. Estoy de tu lado, lo que te convierte en la
afortunada. Ahora, tengo algunas preguntas que me gustaría repasar
contigo, si no te importa. Puntos de hecho para confirmar”.
“Por supuesto. Adelante”.
“¿Cuánto duró el matrimonio?”.
Pienso en el momento en que se arrodilló y me propuso matrimonio.
Ciertamente no esperaba una propuesta. Yo tenía diecinueve años. Aún
trataba de entender mi vida. Pero era más fácil dejar que me arrastrara a la
suya.
“Siete años” admito. “Tenía diecinueve años cuando me propuso
matrimonio. Veinte cuando nos casamos”.
“¿Hijos?”.
“No, gracias a Dios” digo con evidente alivio. Ella sonríe y siento la
necesidad de aclarar. “Es solo que...”.
“No hay necesidad de explicaciones” dice, levantando una mano. “Hace las
cosas mucho más fáciles cuando no hay niños involucrados”.
“Siempre los quise” digo antes de que pueda detenerme. “Pero supongo que
fue algo bueno que nunca nos sucediera”.
Espero que Jessica pase por alto esa afirmación con su característico frío
profesionalismo, pero me mira con simpatía en sus ojos. “¿Alguna vez lo
intentaste?”.
“No realmente” admito. “Casey siempre decía que quería esperar a
establecerse antes de tener hijos. Y yo era muy joven cuando nos casamos.
Tenía sentido esperar. Pero a medida que el tiempo fue pasando...”.
“Los problemas entre ustedes dos empeoraron” infiere Jessica.
Yo suspiro. “Sí. Sucedió tan lentamente que apenas me di cuenta. Como lo
de la rana hervida o como sea que se diga esa estúpida expresión.
“Ese suele ser el caso”. Hace una pausa y luego pregunta: “Estoy en lo
correcto al suponer que él fue abusivo, ¿verdad?”.
Me tenso un poco, preguntándome si mis explicaciones la satisfarán. Pero
se siente falso mentir. “En realidad nunca me ha pegado, si es eso lo que
preguntas. Bueno, una vez, pero apenas fue nada”.
Ella deja su bolígrafo en la mesa y junta sus manos. “El abuso físico no es
la única forma de abuso, Willow. Asumir que una mujer está bien
simplemente porque no tiene moretones de la cabeza a los pies es un error.
El abuso mental y emocional puede ser igualmente paralizante. Igual de
dañino”.
Ella insiste durante el incómodo silencio. “¿Alguna vez lo denunciaste?”.
Me río amargamente. “¿Qué habría dicho? ¿Casi me golpea? No estoy
segura de que eso hubiera funcionado. Cualquier policía se habría reído en
mi cara”.
Ella me da un asentimiento comprensivo. “Puedo ver por qué te sientes así,
pero la verdad es que hay líneas directas a las que puedes llamar para
denunciar todo tipo de abuso. Y dices que a un policía no le importaría,
pero el departamento de policía de esta ciudad es bastante bueno manejando
ese tipo de quejas. Créeme, no puedo decir eso de todos los departamentos
de policía de este país. Hay recursos a tu disposición, Willow. Solo tienes
que pedir ayuda”.
Tomo una respiración profunda para evitar que esta extraña y turbulenta
emoción surja y me estrangule. Me resulta extraño estar sentada aquí, en
este idílico cafecito, hablando de algo que me parece tan feo. Distorsionado.
Antinatural.
Por no mencionar el hecho de que esto se ha convertido en una reunión en
toda regla, y yo sólo pretendía que fuera un paréntesis en el camino hacia
mi gran escapada.
Repito las palabras de Jessica en mi cabeza. Hay recursos a tu disposición.
Sólo tienes que pedir ayuda.
Pero se equivoca. No tengo amigos, ni refugios seguros, ni recursos de
ningún tipo. No tengo adónde ir.
Pero eso no importa.
Lo único que importa es que yo vaya.
No voy a quedarme sentada y ser una víctima nunca más.
“¿Willow?” me llama.
Niego con la cabeza, avergonzada de haberme desconectado de Jessica dos
veces. “Oh, lo siento” murmuro torpemente. “Todo esto es un poco...
abrumador para mí”.
“Por supuesto” dice ella. “Entiendo”.
“¿Me permites un momento?” le pregunto. “Solo necesito... usar el baño”.
“Está justo después de la exhibición de flores” señala ella para que sepa a
dónde ir.
No hay ni una pizca de sospecha en su rostro cuando me deslizo de mi
asiento y me dirijo hacia el pasillo trasero. Antes de doblar la esquina, miro
hacia atrás. Jessica ni siquiera me mira. Su atención está fija en su teléfono.
Me escabullo más allá del baño y entro en el pasillo de servicio del
personal.
Un camarero pasa por delante de mí y luego da media vuelta. “Oh, señora,
esta área es solo para empleados. Se supone que los comensales no deben
venir aquí”.
“Lo siento” digo rápidamente, pensando sobre la marcha. “Solo estoy
tratando de saltarme una mala cita. ¿Hay alguna salida por aquí?”.
El camarero es un tipo mayor de treinta y tantos años. Inmediatamente se
muestra comprensivo. “Oh vaya, está bien, seguro. Simplemente camine
recto pasando la cocina y gire a la izquierda. La salida está justo ahí. Buena
suerte”.
“¡Bendito seas!” jadeo, ya corriendo por el pasillo.
La parte trasera del restaurante se abre a una calle estrecha en lugar de a un
callejón, que no es lo que tenía en mente, pero en realidad funciona
perfectamente. Un taxi se detiene junto a la acera justo cuando salgo. Azar
por completo, pero el momento no podría ser más perfecto.
No tengo mucho dinero conmigo, pero la casa de Casey no está lejos. Le
doy la dirección al taxista y le digo que me lleve.
Mi corazón va retumbando contra mis costillas durante todo el viaje. Cada
vez que escucho un bocinazo o el sonido de una sirena, asumo que es por
mí. Como si Leo pudiera llamar a la policía sobre mí. ¡Socorro, oficiales,
mi víctima de secuestro escapó!
En cuanto el taxi aparca delante de la casa, tiro el dinero y salgo de un salto.
El auto de Casey no está en la entrada, gracias a Dios. Tengo una ventana
de oportunidad para conseguir mis cosas y largarme de nuevo.
Ni siquiera había pensado en la posibilidad de que Casey me atrapara.
Decidí posponer la preocupación a menos que realmente necesitara
enfrentarlo. De todos modos, ahora mismo es el menor de ambos males.
La casa está en silencio y quieta cuando uso mi llave para abrir la puerta y
entrar corriendo. No tengo ninguna duda de que Jessica ya le habrá
informado a Leo de mi ausencia, así que tengo que ser rápida.
Subo las escaleras de dos en dos y saco una bolsa de lona de mi armario. No
presto mucha atención al estado de la casa, pero un vistazo es todo lo que
necesito para saber que Casey no ha estado haciendo muchas tareas
domésticas. La idea de él empuñando un trapeador o una aspiradora es lo
suficientemente ridícula como para hacerme reír a carcajadas.
Vierto mi joyero en la bolsa de viaje. No es que me importe una mierda
comenzar mi nueva vida con aspecto glamoroso, pero puedo empeñarlas
para obtener algo de dinero rápido. Lo más probable es que si Casey aún no
ha congelado todas mis tarjetas de crédito, lo haga pronto. O el FBI lo hará.
El que llegue primero.
Estoy metiendo unas cuantas prendas de ropa en la bolsa cuando oigo el
rugido de un motor.
Me quedo inmóvil, con el corazón latiéndome a mil por hora. Al acercarme
a la ventana, mi pánico adquiere un nombre.
Casey.
Supuse que sería Leo. Es mediodía; Casey debería estar en el trabajo. Pero
está aquí, y no sé si estoy más aterrorizada o aliviada por quién no es.
“Por favor, por favor, por favor” digo y susurro una oración mientras
camino de puntillas por la casa, con la esperanza de que se materialice una
salida.
Estoy en el rellano de la escalera cuando escucho que la puerta principal se
cierra de golpe. He oído suficientes portazos como ese para saber que no
está de buen humor.
Trato de respirar a través de los extraños puntos rojos que estoy viendo.
Aprieto mi bolsa de lona contra mi cadera, lo último que necesito es que mi
torpe trasero golpee algo y lo alerte de mi presencia, bajo los escalones.
A mitad de camino, me detengo y espero. Si lo escucho venir por aquí, me
retiraré y me esconderé en la habitación de invitados.
Pero él no se mueve.
Me quedo justo donde estoy. Pasan tres minutos y todavía está en la sala de
estar. Prácticamente puedo escuchar el ceño fruncido en cada respiración,
cada susurro de su ropa.
Si se queda allí, probablemente pueda colarme por la puerta principal y
marcharme antes de que me alcance. El único problema son los dos metros
de espacio abierto que hay entre la escalera y la puerta principal. En el
ángulo equivocado, existe la posibilidad de que me vea.
Y si eso sucede...
No, me digo a mí misma. Tengo que ser fuerte.
No puedo permitirme perder más tiempo aquí. Si Casey no me atrapa, Leo
lo hará. De alguna manera, la idea de que Leo me atrape me asusta mucho
menos.
Pero puede que ese sea mi cuerpo hablando.
El pensamiento errante casi me hace reír entre dientes. Honestamente, ¿qué
me pasa? El pánico claramente me está mareando.
Si Casey me atrapa, me defenderé. Ese pensamiento me da la suficiente
confianza para ponerme en movimiento. Aprieto los dientes y obligo a mis
pies temblorosos a bajar un escalón.
Solo unos pocos pasos más para llegar a la planta baja. Me agacho para
mirar a través de la barandilla y ver el panorama.
Casey no está a la vista.
Esfuerzo mi cuello para tratar de ver dentro de la sala de estar. Está
despejado, lo que significa que él está en la cocina. Ahora es mi
oportunidad. Es hora de moverme como si mi trasero estuviera en llamas.
Me siento como si fuera Neil Armstrong aterrizando en la luna cuando mi
pie toca el suelo. Territorio inexplorado: un pequeño paso para esta Willow,
un gran salto para la otra Willow.
La puerta está a tan solo dos largos pasos de distancia. Un metro, tal vez
menos. Puedo hacer esto. Casi libre.
“Pero ¿qué carajo?”.
El miedo que serpentea por mi espina dorsal ante esas palabras es tan agudo
que me enfría el cuerpo.
Giro en mi lugar para encontrar a Casey de pie en el umbral de la cocina. Él
también parece congelado en su lugar. Hay conmoción en su rostro al
verme.
Pero como siempre, puedo ver que la ira se apodera lentamente de él.
“Casey” digo, asegurando la bolsa de lona en mi hombro. “Escucha, no
quiero ningún problema, ¿de acuerdo? Solo vine por mis cosas. Me voy
ahora”.
“¿Irte adónde?” gruñe. “No tienes ningún lugar adónde ir”.
“Ya me las arreglaré. Ya no soy de tu incumbencia”.
“Tú eres mi maldita esposa”.
Niego con la cabeza. “No por mucho tiempo”. Es difícil no sonar orgullosa
cuando agrego: “Me estoy divorciando de ti”.
Sus ojos se estrechan, lo que llama mi atención sobre los círculos oscuros
que los rodean. Su piel está flácida e hinchada. Su nariz es roja.
Ha estado bebiendo. Y mucho, por lo que parece.
“Te estás divorciando de mí” repite lentamente, como si estuviera tratando
de entender el concepto.
“Así es. Y ya no hay nada que puedas hacer al respecto”.
“Oh, puedo pensar en algunas cosas” espeta. “¿Olvidaste que estoy pasando
por una pequeña dificultad profesional en este momento?”
Frunzo el ceño. “¿Qué tiene que ver conmigo que tú robes a tu empresa?”.
“Tengo suficiente a mi disposición para incriminarte junto a mí. Si yo caigo,
tú caes”.
Mis ojos se agrandan con sorpresa. De todas las cosas que esperaba de
Casey, esta no era una de ellas. “¿En serio?”.
“¿Parezco como si estuviera bromeando?”.
“¡Yo no tuve nada que ver con esa mierda! ¡Ni siquiera sabía que estaba
pasando!”.
“Pero yo puedo hacer que parezca que tú lo hiciste. Que tú me alentaste”
dice. “Y seamos realistas: tú estabas cosechando los beneficios”.
Sacudo la cabeza como si así pudiera aclarar este lío. “Eso no cuajará”.
“Creo que te darás cuenta de que sí. En cualquier caso, lo hice por ti”.
“Estás loco”.
“Hice lo que hice para darte las mejores cosas de la vida” dice. “Hice lo que
hice para mantenerte feliz”.
“Si ¿Es por eso que te cogías a... cuál es que era su nombre... ajá, a Mabel?
¿Eso también fue para mantenerme feliz?”
“¿Cuándo vas a olvidarte de eso y seguir adelante? Mierda, siempre te fijas
en tonterías”.
“Ya lo he superado” digo bruscamente. “Por eso es que no me trago
ninguna de tus tonterías, ni por un segundo”.
Parpadea estúpidamente, como confundido por este repentino giro de los
acontecimientos. Nunca me ha gustado enfrentarme a él. Sobre todo porque
sabía que no podía ganar.
Pero esto es diferente.
He encontrado mi voz y mi fuerza. Y no voy a renunciar a ninguna de las
dos.
“Debería haberte dejado hace mucho tiempo, Casey. Pero tú me convenciste
de que yo no era nadie. Y fui lo suficientemente estúpida como para
creerte”.
“Y hay alguien que te ha estado diciendo algo diferente, ¿no?”.
No me molesto en dignificar eso con una respuesta. “Me voy ahora. Haz lo
que quieras”.
Giro hacia la puerta para salir, pero la correa de la bolsa de lona se
engancha en la barandilla. Tropiezo hacia atrás y Casey me agarra con
fuerza.
Respira humos tóxicos en mi cara mientras dice con voz áspera: “Todavía
no has visto lo peor de mí, perra”.
Arranca la bolsa de lona de mi hombro y me arrastra a la sala de estar por el
cabello. El dolor atraviesa mi cuero cabelludo. Estoy luchando, tratando de
liberarme de él, pero nada funciona.
“¡Suéltame!” grito. “¡No puedes hacer esto!”
Me tira hacia él. “Mírame hacerlo, carajo”. Luego me tira contra la mesa de
café.
Mi espalda choca con el borde afilado y saca el aire de mis pulmones. Pero
no tengo tiempo ni para gritar de dolor antes de que Casey se cierna sobre
mí.
Y a pesar de toda la determinación que llevo dentro, de todo el fuego que
me anima a seguir adelante y luchar... no lo hago.
Me quedo tumbada sin poder hacer nada, intentando que el dolor de mi
espalda no me haga llorar. No es que realmente importe; hay mucho más
dolor por venir. Puedo ver la promesa de eso en la cara de Casey.
Él levanta el puño, yo cierro los ojos. Quizás sea una cobardía, pero no
quiero ver más.
Entonces escucho una explosión como si la casa se hiciera pedazos.
“Pero ¿qué carajo...?” dice.
Mis ojos se abren. Sólo veo a Casey, pero él ya no me mira. Se le ha ido el
color de la cara. Está mirando con la boca abierta los restos de su puerta
destruida.
Y cuando sigo su línea de visión, todo lo que puedo pensar es... Gracias a
Dios.
Él está aquí.
13
LEO

Han pasado doce minutos desde que Willow entró. Seis minutos desde que
Casey lo hizo.
Me estoy impacientando. Pero me obligo a quedarme quieto.
Gaiman me dirige una mirada y dice: “¿Vamos a sentarnos aquí y esperar?”.
“Sí” espeto.
“¿A qué?”
“Para que se dé cuenta de que me necesita”.
Se necesita una excesiva cantidad de energía para evitar que mi pierna
rebote arriba y abajo. Como Don, sé cómo ser paciente. Pero esto es una
tortura.
Entonces escucho el sonido de un choque en la habitación delantera y sé
que es hora de ir.
Salgo del coche en un santiamén. Gaiman se queda en el asiento del
conductor mientras atravieso a toda velocidad el camino de entrada. Ignoro
por completo el pomo de la puerta principal y golpeo la madera con el pie.
La casa parece bastante bonita por fuera, pero la puerta se astilla como un
palillo barato.
Paso por encima de los escombros y examino la habitación. Mi arma está en
mi cadera por si la necesito.
Veo a Willow en el piso del salón. Está tumbada de espaldas en medio de lo
que alguna vez fue una mesa y ahora es poco más que un montón de piezas
rotas.
Y en sus ojos: puro miedo. Puro miedo, sin adulterar.
Me giro hacia el hombre que lo causó.
Lo cual enciende mi ira pura y auténtica.
Él me mira a mí, luego a ella y luego de nuevo a mí. Antes de que alguno
de ellos pueda reaccionar, yo doy un paso adelante y agarro al hijo de puta
por el pescuezo.
“¡Tú!” jadea él.
“Yo” concuerdo, antes de tirarlo al suelo a mis pies.
Justo donde pertenece.
Él intenta levantarse, pero antes de que siquiera pueda ponerse de rodillas,
le doy con el puño en la cara. Se estrella contra el suelo. Su cráneo suena
contra el suelo de madera.
“Yo no dije que pudieras levantarte” suelto con voz aburrida. “Quédate en
el puto suelo”.
Ni siquiera estoy seguro de que él realmente pueda oírme en este punto.
Hay sangre brotando de su nariz. Y según la extraña dirección a la que
apunta, estoy bastante seguro de que la he roto. Si eso es lo peor que sufrirá
hoy, en mi opinión, se está librando bastante fácil.
Deja escapar un gemido de dolor. Suficientemente bueno para mí. Sonrío
con satisfacción antes de girarme hacia Willow.
“Oye” digo en voz baja. “¿Estás bien?”.
Ella parpadea y abre la boca. Pero no sale nada.
“Estás en estado de shock” le aseguro. “Pero estás bien ahora. Él no puede
lastimarte. Yo estoy aquí”.
Parece como si me entendiera, aunque su voz sigue sin cooperar. Sus dedos
se crispan como si quisiera alcanzarme, pero aún no sabe cómo hacerlo.
El miedo se la está tragando. Aprieto los puños. Casey debería morir por lo
que ha hecho aquí.
“No mires a lo que viene ahora” le digo.
Y eso provoca una reacción. Sus cejas se levantan y, finalmente, encuentra
sus palabras. “¿Vas... vas a... matarlo?”.
Me gustaría. Pero algo me dice que presenciar ese acto de venganza podría
llevarla al límite. Ella es frágil en este momento. Y es demasiado
importante para mis planes. No puedo dejar que se descomponga.
“Solo voy a darle una lección”.
Le doy la espalda y agarro a Casey por el pelo. Lo arrastro fuera del salón y
fuera de su vista. El hijo de puta gime y se retuerce sin fuerzas, pero no irá a
ninguna parte.
Lo levanto y lo empujo contra la pared. Gime de nuevo, pero no le doy
suficiente tiempo para recuperar el aliento antes de estrellar mi puño contra
su estómago. La sangre burbujea entre sus labios.
“Creo que voy a ser jodidamente claro” gruño, mirándolo directamente a
los ojos inyectados en sangre. “Ella se va a divorciar de ti. Yo voy a
ayudarla a hacerlo. Y tú no vas a oponer resistencia. Ni en lo más mínimo”.
Sus ojos se abren un poco y, sinceramente, estoy un poco impresionado de
que todavía pueda emocionarse debajo de toda esa sangre. Hablar, sin
embargo, es demasiado para él en este momento.
Murmura algo ininteligible. Aprovecho para alejarlo de la pared, pero sobre
todo para volver a golpearlo contra ella y dejarlo sin aliento.
“No me hagas perder el tiempo. Habla bien de una puta vez o cállate la
boca”.
“¿Estás... durmiendo con ella?” se las arregla para gruñir.
No esperaba esa pregunta, pero me alegro de que la haya hecho. Una parte
de mí puede incluso simpatizar. Tampoco soy un hombre al que le guste que
otras personas toquen mis cosas.
Pero hay una diferencia notable: Willow no es suya.
Ella es mía.
“¿Durmiendo con ella?” repito. “No, claro que no”.
El alivio colorea sus ensangrentados rasgos al instante. “Gracias... Gracias a
Dios...”
Pero yo no he terminado.
“No” continúo, “no estoy durmiendo con ella... me la estoy cogiendo. A
menudo y muy duro. Se ha corrido tantas veces sobre mi pene que es un
milagro que todavía pueda caminar sobre dos piernas”.
Eso hace el truco.
Incluso a través de todo el sudor, la sangre y el miedo, algo brilla en él.
Puedo ver la ira, la posesividad, los celos turbios que le dan un segundo
aliento.
Él grita y trata de golpearme, pero yo estoy preparado.
Descargo mi puño en su cara, justo en el centro. Se queda flácido al
instante. Lo dejo caer.
BOOM: cae al suelo con un ruido sordo. La casa tiembla. Sonrío, paso por
encima de su cuerpo y vuelvo al salón.
Willow todavía está sentada donde la dejé, luciendo completamente
conmocionada. Me agacho frente a ella, buscando algún sentido de
comprensión en esos ojos azul cielo.
“¿Willow?” digo.
Sus labios se contraen, pero no emite ningún sonido. Pongo mi mano bajo
su barbilla y la obligo a mirarme a los ojos.
“Le... Leo...”.
“¿Al menos trataste de devolverle el golpe?” bromeo. “¿O guardas toda tu
lucha solo para mí?”.
Eso provoca una reacción. Ella frunce el ceño.
Yo sonrío. A pesar de que todavía estoy furioso al ver lo que le ha hecho,
ella me hace sonreír.
Las maravillas nunca cesan, maldición.
La cojo en brazos y la saco de casa. No protesta ni se resiste. Se deja llevar
y se queda tranquila en mis brazos.
No hace ruido cuando la dejo en el asiento trasero del vehículo que espera.
Me aseguro de que se abroche el cinturón antes de cerrar la puerta y subir al
asiento del copiloto.
Gaiman me lanza una mirada cautelosa.
“¿Qué?”
“¿Nuzhno li mne otpravlyat’ komandu po ochistke?” (¿Necesito enviar un
equipo de limpieza?).
Respondo en ruso: “No. Volverá en sí en unas pocas horas”.
“¿Dejaste vivo al hijo de puta?”
“Un inconveniente necesario”.
“Eso no es propio de ti”.
“Inogda veselo poigrat’s yedoy pered yedoy” le digo con una mueca. (A
veces, es divertido jugar con la comida antes de comer).

C UANDO LLEGAMOS A LA CASA , le abro la puerta a Willow, que sigue


mirando al vacío.
“¿Te vas a bajar por tu cuenta?” pregunto. “¿O prefieres que te lleve?”.
Me aseguro de que mi tono sea lo suficientemente burlón como para llamar
su atención.
“No te molestes” murmura.
Me alegro de que haya encontrado su voz, pero aún suena temblorosa. Nada
como la endiablada escupe fuego que era cuando se fue de aquí hace solo
unas horas. Deliberadamente evita tomar mi mano mientras sale del auto.
Pero ella vacila en el último momento, tropieza y termina en mis brazos de
todos modos.
“Supongo que te llevaré entonces” digo, alzándola de nuevo.
Ella solo suspira y no dice una palabra. Pero su cuerpo parece agitarse por
la incomodidad. Las secuelas del susto seguramente. Estoy tentado de
llevarla a mi habitación para sacárselas, pero decido no hacerlo.
Lo mejor es establecer límites ahora.
La llevo a su habitación, directamente al baño. La dejó en el borde de la
bañera. Ella me mira, parpadea una y otra vez como si el mundo no
encajara como debería.
“¿Sabías dónde encontrarme?”.
“Sí”.
Ella frunce el ceño, se retrae. “Pensé que me iba a matar”.
“Yo no habría dejado que eso sucediera”.
“¿En serio?”.
Debo asegurarme de que no se lleve una impresión equivocada. “Sí. Aún te
necesito”.
Su ceño se profundiza. “¿Lo... lo mataste?”.
Levanto mis cejas. “Si lo hubiera hecho, ¿cómo te haría sentir eso?”.
“Lo sabré cuando me lo digas”.
Ignoro eso. “Voy a quitarte la ropa ahora”.
“¿Por qué?”.
“Solo levántate y sigue las instrucciones por una puta vez en tu vida,
Willow”.
En vez de replicar, se queda muda. Eso es todo lo que hace falta para
confirmar que ahora ella no es la misma.
La desvisto con ternura, quitándole cada prenda con cuidado y dedicación.
No porque sea un tipo especialmente cuidadoso o atento. Más bien porque
estoy disfrutando de la experiencia de desnudarla.
He desnudado mujeres en el pasado, por supuesto. Pero apenas me
concentraba en lo que estaba haciendo. Era un medio para un fin.
Esto es diferente. La experiencia es sensual. Mi erección se tensa
brutalmente contra mis pantalones.
Lo ignoro con mucho esfuerzo mientras le desabrocho el sujetador con un
movimiento de mis dedos. Ella se estremece, pero no se mueve ni se resiste.
Cuando quito los tirantes por sus hombros, sus pechos rebotan. Espero que
se cubra, pero aun así, nada. No reacciona.
Sus manos permanecen inertes a los lados. Intento no concentrarme, no
fijarme, pero mis ojos son más rápidos que mi cerebro consciente. La
imagen de sus pezones duros se graba en mis retinas.
Me obligo a seguir. Bajo sus pantalones por los muslos y se los quito, un pie
y otro pie.
Entonces todo lo que queda son sus bragas. Debo bajarlas también.
Engancho mis dedos a los costados y tiro lento, lento, lento. Esta vez, ni
siquiera trato de no mirar. Mis ojos están enfocados en esa bien formada V
entre sus piernas. Sus labios inferiores están hinchados y me pregunto qué
encontraría si pasara mi dedo entre ellos. ¿Estará mojada?
No podré saberlo. No puedo averiguarlo.
Pero maldición, si quiero hacerlo.
Me congelo cuando la giro y veo el enorme moretón en su espalda.
Comienza justo debajo de su cervical y desciende hacia la cintura. Una muy
marcada barra diagonal.
Ella siente la pausa. Sus hombros se ponen rígidos.
“Él... él me empujó” explica antes de que yo pueda preguntar. “Contra la
mesa. Sobreviviré.”
“Puede que él no” siseo.
Su mano salta a mi codo. Todavía está débil, pero se aferra a mí con sus
delgados y pequeños dedos. Sus aguados ojos se encuentran con los míos.
“No lo mates” me suplica en voz baja.
La forma en que lo dice me hace desear matarlo aún más.
No son celos exactamente. Más bien furiosa indignación.
¿Por qué defender al hombre que la lastimó así? ¿Quién la lastimó por
dentro y por fuera, de una manera que tardará mucho tiempo en sanar?
“Dame una buena razón por la que no debería hacerlo”.
“Porque te estoy pidiendo que no lo hagas”.
“Solo hay una persona a la que he escuchado. Y se ha ido”.
El pensamiento abre un pozo de rabia dentro de mí. Oscuro y sin fondo,
difícil de ignorar. Pero entonces...
“Leo… te lo ruego. ¿Por favor?” dice y sus dedos aprietan mi brazo.
Mi rabia se retuerce, se desplaza. Mi erección se vuelve aún más difícil de
ignorar.
Aprieto los dientes y lo quito de mi cabeza. “Métete en el agua” ordeno.
Espero que proteste, pero de nuevo, no lo hace. Levanta la pierna como si
estuviera en piloto automático y se mete a la espaciosa bañera de mármol
blanco.
Cuando se hunde en el agua, un suspiro brota de sus labios. Sus ojos se
cierran con alivio.
Me paro al lado de la bañera y la observo.
Sus pechos sobresalen del agua. Sus dedos rozan la superficie como si
estuviera acariciando las teclas de un piano. A cada segundo que pasa, el
vapor deshiela más la conmoción que la rodea.
Pasan unos minutos en relativo silencio, excepto por los sonidos mezclados
de nuestra respiración y el goteo del agua.
Sólo cuando ella vuelve a abrir sus ojos, yo recuerdo el trauma de las
últimas horas.
“Gracias” murmura.
Levanto mis cejas. “¿Disculpa?”
“¿Vas a obligarme a que te lo diga de nuevo?”
“Al menos una vez”.
Casi sonríe ante eso. Casi. “Gracias... por aparecer cuando lo hiciste”.
“Dale las gracias a Jessica. Ella es la que llamó”.
Ella entrecierra sus ojos hacia mí. “¿De verdad esperas que me crea que no
sabías nada hasta que Jessica te llamó?”.
Me encojo de hombros. “Se llama confianza”.
“Sé cómo se llama. Solo que no creo que tengas ninguna hacia otras
personas”.
“Teniendo en cuenta que huiste ¿me culpas?”.
Ella piensa eso por un segundo y dice: “¿Y tú te das cuenta de que no te has
ganado exactamente mi confianza?”.
“No estaba tratando de hacerlo, kukolka”.
Ella rueda los ojos en blanco, pero la insinuación de una sonrisa comienza a
calentarse en sus labios. Sus dedos se tensan en el agua y sé de inmediato lo
que quiere hacer.
“Yo no lo haría” le advierto.
“¿Hacer qué?”
“Salpicarme”.
Sus ojos se agrandan, traicionando su verdadera intención. “¿Como
supiste?”
“¿Qué te he dicho ya?”
“Que tú lo sabes todo” repite ella, con labios fruncidos por el fastidio.
Asiento con satisfacción. “Aprendes rápido”.
“¿También sabías que iba a huir?”.
Pienso en mentir, pero ¿cuál sería el punto? No estoy tratando de ganar un
concurso de popularidad.
“Sí” le digo sin perder el ritmo. “Lo sabía”.
“Y decidiste dejarme de todos modos”.
“Sí”.
“¿Por qué?”.
“La experiencia dura es una buena maestra. Cuando la lógica y la razón
fallan”.
Ella asimila eso por un momento. “¿Estabas tratando de darme una
lección?”.
“Estaba tratando de mostrarte que soy tu mejor oportunidad de
supervivencia”.
Ella frunce el ceño, obviamente confundida por esa respuesta. Pero no voy
a explicárselo a ella. Ella no entiende ni una fracción de las fuerzas que
están en juego aquí.
“Esa es una declaración bastante arrogante ¿no crees?”.
Sonrío para mis adentros. Si ella lo supiera. “No, la verdad es que no.
“Claro” se burla, “olvidé con quién estoy hablando”.
“Entonces serías la primera. Ninguna otra mujer lo ha hecho jamás”.
La molestia destella en sus ojos, caliente y familiar. “Bueno, hip-hip-hurra
para ellas. ¿Las secuestraste a ellas también?”.
“No fueron lo suficientemente especiales para eso. No como tú”.
Un rubor apenas visible sube por sus mejillas y trata de ocultarlo con otro
giro de sus ojos. “¿Se supone que debo sentirme halagada ahora?”.
“Yo no lo estaría” admito. “Ser especial en mi inframundo no siempre da
lugar para un felices para siempre”.
“No creo en los cuentos de hadas”.
“Esa es la primera cosa sabia que has dicho desde que nos conocimos”.
Ciertamente tiene algo, esta mujer. Solo que no puedo decidir si es una
cualidad que vale la pena aprovechar. O una de la que valga la pena
deshacerse.
Llegado el momento, matarla será mi única opción. Pero qué puto
desperdicio sería eso.
“Tengo una pregunta más” me dice.
Suelto un cansado suspiro. “Bien”.
“¿Quién fue la única persona a la que escuchaste?” pregunta. “¿La que ya
no está?”.
“No importa”.
“Me secuestraste” responde ella. “Dos veces, en realidad. Lo menos que
puedes hacer es darme una respuesta directa”.
“¿Estás negociando?”.
Ella se encoge de hombros, desplazando un poco de agua. “Deberías estar
acostumbrado. Se supone que eres de la Bratva”.
Casi me río. Esta mujer podría tener más potencial de lo que pensé en un
principio. Si alguien más hubiera preguntado, no habría dicho una palabra.
Pero ella...
“Mi hermano” concedo.
“Oh” dice ella. Su rostro se suaviza. “¿Y él... murió?”.
“Hace siete años”.
“¿Cuál era su nombre?”.
“Pavel”.
“Pavel” repite ella. Su acento torpe es lindo. “¿Eran cercanos?”.
Miro hacia la puerta. “Deberías descansar un poco, Willow”.
Su expresión se endurece con la decepción. “No hemos terminado de
hablar”.
“Yo sí”.
“Eso no es justo” se queja.
“No, no lo es” le digo. “Será mejor que te acostumbres”.
Me giro para irme. Mientras salgo por la puerta, ella rebate: “Nunca me voy
a acostumbrar, Leo Solovev”.
Escuchar mi nombre en sus labios me hace algo. Hago una pausa.
“Puedo estar muy agradecida por lo que hiciste hoy” continúa ella, “pero
eso no significa que vaya a ser tu esposa”.
Miro hacia atrás por encima de mi hombro y le digo: “Desafío aceptado”.
Y entonces cierro la puerta de un portazo.
14
WILLOW

Me duele la espalda.
Estoy de lado al espejo, girando el cuello todo lo posible para poder ver el
moretón que se va extendiendo.
Nunca antes me había dejado una marca. No una notable, al menos.
Aunque hubo una vez, hace unos años en la fiesta de Navidad de su oficina,
cuando hablé con uno de sus colegas sin su permiso.
No le gustó eso.
Tan pronto como me vio atreviéndome a disfrutar de la interacción humana
con un miembro de la especie masculina que no era él, Casey interrumpió la
conversación y me llevó a un armario de depósito. Me preguntó por qué me
estaba comportando como una puta.
“¿Disculpa?” digo.
“Me escuchaste. Estás actuando como una maldita zorra, haciendo alarde de
tus tetas frente a ese viejo pervertido”.
“Por el amor de Dios, Casey, solo le estaba preguntando sobre España”
argumenté. “Dijo que acababa de volver de...”.
“¿Tú piensas que yo soy estúpido? Reconozco el coqueteo cuando lo veo”.
“Estás loco”.
“Y tú eres una maldita puta” siseó.
No fue un golpe físico, aunque bien podría haberlo sido.
Hasta entonces, sus insultos habían sido medidos, sutiles. Pero eso…
Me había echado a llorar allí mismo, en aquel pequeño y sucio espacio
como depósito. Casey se había disculpado inmediatamente.
“Cariño, cariño, no llores. Para de llorar”.
“¿Por qué me dices eso? Sólo era una conversación” sollocé. “Estaba
tratando de dar una buena impresión a tus colegas”.
“Lo sé. Lo sé, cariño. Yo solo... me puse muy celoso. Porque tú eres mía, y
eso me volvió loco”. Me agarró y me acercó. “No podía soportar la forma
en que te miraba con ese vestido”.
“¡Tú querías que usara este vestido! Tú me lo compraste”.
“Ya lo sé. Y estás muy sexy con él. Ese es el problema. Todos los hombres
que te ven te desean. No es que pueda culparlos...”.
“¿Pero si puedes culparme a mí?”.
“Cariño, dije que lo sentía. ¿Vas a hacer de esto una gran cosa?”.
Así es como siempre fue con Casey. Él empezaba la pelea, luego se enojaba
si yo reaccionaba. No se me permitía sentir nada.
Él era el del temperamento, los celos y las acusaciones.
Y yo era la que tenía que lidiar con ellos.
Al principio, lloré. Hacia el final, simplemente agaché la cabeza. Me quedé
callada. En silencio esperaba que las cosas mejoraran, sabiendo que nunca
lo harían.
Pero esos días han quedado atrás ahora. Esconderme tras la negación ya no
es una opción. Tampoco lo es rechazar la ayuda que necesito
desesperadamente.
Leo puede ayudarme con mi divorcio. Y una cosa está clara: necesito
librarme de Casey.
Me bajo la camisa y camino con cuidado hasta la cama. Me duele todo el
cuerpo. Necesito dormir. Pero mi cerebro no deja de dar vueltas, ni siquiera
cuando estoy inconsciente.
Sueño con la última vez que vi a mis padres.
Sueño con Casey cerniéndose sobre mí, una figura tan grande que bloquea
el sol.
Sueño con demonios colgando de mi espalda, clavando sus corroídas uñas
en mi columna vertebral y retorciendo, retorciendo, retorciendo…

ME DESPIERTO GRITANDO .

La luz se cuela a través de los espacios entre las ondulantes cortinas. Perfila
la alta figura de pie junto a mi cama.
“¡No!” gimo, casi un grito, aún estoy medio dormida. “¡No! ¡Aléjate de mí,
Casey! ¡Mantente alejado de mí!”.
Se abalanza hacia mí, sus manos buscan mi garganta.
O espera, tal vez no.
No es mi garganta. Él no está tratando de estrangularme.
Está tratando de calmarme.
“Soy yo” dice. “Willow, cálmate. Soy yo”.
El alivio se lleva el pánico teñido de rojo. “¿Leo?” susurro su nombre con
súplica, como en una oración.
Lentamente, mis ojos se adaptan a la oscuridad. Su perfil es una obra de
arte. Cincelado e impecable. Extiendo la mano y toco su mejilla como si no
pudiera creer que sea real.
“Leo...” digo de nuevo.
“Gritabas mientras dormías” retumba.
Se sienta en la cama. Una mano está en mi brazo ahora. La otra descansa
sobre mi muslo. Su presencia se traga mis sueños y los convierte en nada.
Soy vulnerable en este momento, especialmente para un hombre como él.
Físicamente, mentalmente, emocionalmente. Pero estoy demasiado cansada
para preocuparme.
“Estaba teniendo un mal sueño” admito.
“¿Sobre Casey?”.
Asiento con mi cabeza.
“Te dije que no tienes que preocuparte por él. Ya no más”.
“Tiene amigos, Leo” le susurro. “Amigos poderosos. Amenazó con
hundirme en su mierda de la malversación de fondos”.
“Deja que lo intente” gruñe Leo. Hay tanta ira en su tono que retrocedo.
“Estoy casada con él. No será tan difícil para él hacerme parecer culpable”.
“¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes ya de preocuparte por ese
maldito mudak?” pregunta Leo.
“Pero ¿por qué no debería preocuparme?”.
Se inclina hacia adelante. Puedo verlo más claramente ahora. Puedo ver el
color avellana de sus ojos, la oscuridad de sus pupilas. Ese ámbar con motas
verdes, fundido y cambiante. No estoy segura de cómo podría haberlo
confundido con Casey. No podrían ser más diferentes.
“Porque yo lo digo” dice.
Sin embargo, es difícil concentrarse en lo que dice por la forma en que me
toca. Sus dedos suben y bajan por mi brazo. Arriba y abajo. Arriba y abajo.
“Casey no es nadie” continúa él. “Tiene contactos, pero tiene que tenerlos
porque necesita ayuda. No puede confiar ni en sí mismo. ¿Pero yo? Yo soy
el amigo que todos quieren tener”.
Me permito asimilar eso por un momento. Mi instinto es creer que está
exagerando. Pero por lo que he visto hasta ahora, Leo no necesita exagerar
nada.
Me está diciendo la verdad. Y extrañamente, me siento más segura por eso.
La espalda me palpita de repente por la forma en que estoy tumbada y hago
una mueca de dolor, tanto real como recordado. Él ha estado a punto de
pegarme varias veces” me oigo decir. “Pero... esta vez fue diferente”.
“¿Diferente cómo?”.
“Creo que me habría matado a golpes”.
“Nunca habría tenido la oportunidad”.
“Leo...”.
No sé por qué digo su nombre. Pero hay algo en él, su sólida presencia, su
innegable carisma, su belleza oscura y seductora, que me atrae. Saca
palabras de mis labios que nunca antes había pensado decir en voz alta.
Rodeo su cuello con mis manos. Y me subo a su regazo.
No hay sorpresa en sus ojos cuando sus palmas se posan en mis caderas.
¿Es posible sorprender a este hombre? ¿Puede algo alterar su compostura?
Una parte de mí reconoce el error colosal que esto podría acabar siendo.
Pero es una pequeña parte. Una parte silenciosa. Una parte fácilmente
ignorada.
Porque el resto de mí ahora es un océano de necesidad. De protección y de
consuelo y de todo lo demás.
Y nadie encarna eso mejor que el hombre frente a mí.
Cuando me inclino hacia él y lo beso, hay desesperación en ello. Ansío el
calor de su cuerpo y todo lo que eso representa.
Él no instiga el beso. En realidad, ni siquiera me anima. Sus manos
permanecen en mis caderas, pero sus labios no me regalan nada más que
calor.
Me aparto un poco para poder verle a los ojos. No revelan nada.
“Te estás buscando problemas, kukolka” me advierte.
Asiento, estoy temblando. “Entonces dámelos”.
La voz que sale de mí no se parece en nada a la mía. Está áspera por la
lujuria y el miedo.
Presiono mi cadera contra él. Está duro como una roca entre mis muslos y
eso hace que lo desee aún más.
“Quiero la ayuda de Jessica, Leo” le susurro al oído. “De verdad esta vez.
Quiero el divorcio”.
Él espera pacientemente. “¿Y?” dice luego.
“...y ahora quiero que me cojas”.
Sus ojos se oscurecen de deseo. Mi coño late con avidez.
“Di eso de nuevo” ordena.
“Cógeme, Leo. Te deseo”.
Planta una palma en mi garganta y me empuja contra la cama. Se sube
encima y pasa sus labios por mi clavícula, es un movimiento tan sutil que
apenas puedo sentirlo. Solo un pequeño rastro de calor.
Quiero más. Mucho más.
Pero cuando intento tocarlo, agarra mis manos y las sujeta contra la cama a
ambos lados.
“Ya, ya” dice. “Haz lo que te digo”.
Baja sus caderas hasta las mías y se refriega contra mí. Mis pezones están
muy duros y estoy empapada en este momento, pero él no parece tener prisa
por darme lo que busco.
No me sorprende. Él hace todo a su manera. En su propio tiempo.
Todo lo que puedo hacer es esperar.
Tiemblo cuando aparta la tela del fino camisón que llevo puesto. Los
botones saltan y vuelan. La ráfaga de aire frío contra mis pezones los
aprieta más y no puedo evitar gemir.
“Leo...” gimo. “Por favor”.
“¿Por favor qué?” gruñe, sonando casi enojado. ¿Por qué eso me excita
tanto?
No puedo formar las palabras que estoy buscando. Entonces, en su lugar,
empujo mis caderas más hacia él. Él también me desea, lo puedo sentir por
la erección que se clava en mi muslo. Pero está alargando el momento. Me
está torturando.
¿Acaso no he pasado suficiente?
“¿Quieres que te haga venir de nuevo, eh?” pregunta, susurrando en mi
oído.
Arqueo la espalda y asiento, desesperada porque entierre su calor entre mis
piernas. “No puedo esperar. No puedo esperar más...”.
“Si no dejas de hablar ahora, te voy a amordazar con mi pene” sisea y un
destello caliente de deseo escalda a través de mi cuerpo ante esas palabras.
A él no se le escapa. “Pero eso es exactamente lo que quieres, ¿no?”.
Estoy más allá del punto del orgullo ahora. Así que simplemente asiento
como la mujer desesperada que soy, sabiendo que él puede ver el
entusiasmo en mis ojos, en mi cuerpo, en cada célula de mí.
Sube por mi cuerpo y se desabrocha la cremallera hasta que su pene está
justo en mi cara. Empieza a pasar su pene por mis labios. Mi boca se abre
voluntariamente y él introduce la punta.
Hay algo carnal, casi bárbaro en esto. Soy un juguete a su disposición. Mis
manos están atrapadas. Mi boca está abierta para que él la use como le
plazca.
Y me encanta.
Gimo en su miembro y él lo empuja más adentro de mi boca. Más, y más,
hasta que lo tengo en la garganta, cumpliendo su amenaza de amordazarme.
Se empuja hasta el borde y lo saca el tiempo suficiente para que pueda
tragar aire.
Luego vuelve a entrar.
Su sabor y su tamaño son abrumadores. Se adentra en mi boca hasta que
vuelvo a luchar por respirar, pero cada segundo de agitación sólo hace que
yo me moje más y más.
Cuando estoy al límite, él se retira y vuelve a deslizarse por mi cuerpo. Su
pecho descansa sobre el mío.
Se alinea y se empuja dentro de mí.
La conexión se produce sin esfuerzo. Él separa mis piernas y empuja sus
caderas hacia delante con una fuerza salvaje. Mi cuerpo está desesperado
por recibirlo hasta el fondo.
Mantengo las manos donde él las puso, aunque me agarro de las sábanas
para soportar las sensaciones que me desgarran. Cada vez que mis ojos
amenazan con cerrarse de puro éxtasis, me obligo a mantenerlos abiertos.
Quiero verle.
El hambre en su rostro. La brutalidad. El salvajismo. El poder.
Nunca supe que el sexo podría ser así. Lleno de esa intensidad que te hace
morderte las uñas, ese deseo abrumador, estremecedor, que te revuelve el
estómago y te hace desear cada embestida como deseas cada respiración.
Lo único que importa es esto.
Es lo único que puedo pensar, es lo único en que puedo concentrarme: Leo,
Leo, Leo.
Grito cuando llego al clímax. En lugar de reducir la velocidad, él me
penetra más fuerte, más rápido y más agresivamente. Mi segundo orgasmo
es incluso más grande que el primero, y para cuando termina conmigo,
apenas puedo moverme. Estoy aturdida.
Solo estoy vagamente consciente de que Leo gruñe mientras se vacía dentro
de mí una y otra vez. Y cuando termina ese último empujón, cuando su
cuerpo se estremece en la quietud, el calor seguro que he estado
persiguiendo desde el momento en que me desperté me envuelve como un
sueño.
No me besa ni me abraza después. Nunca esperaría algo así de alguien
como él.
Le pedí que me cogiera y eso fue lo que hizo. Eso es todo lo que hizo.
Mañana, podría recordar esto como un error. Pero por ahora, estoy feliz. Y
cuando me vuelvo a dormir, no sueño con nada.
15
LEO

“¿Está seguro?” pregunta Gaiman.


Le doy una mirada cansada. “Si me haces esa pregunta una puta vez
más...”.
“Pregunto porque es mi trabajo preguntar” dice Gaiman con firmeza. “No
se trata de un grupo aleatorio y prometedor que intentamos eliminar. Esta es
la maldita Bratva Mikhailov. Semyon ha controlado la Costa Oeste durante
décadas. Nunca se queda atrás, Leo”.
“Y ya es hora de que tome las riendas alguien que pueda hacer el maldito
trabajo, ¿no crees?” pregunto fríamente.
El mapa que tenemos ante nosotros solo tiene dos pines en juego. Uno para
el Manhattan Club y uno para Silver Star.
“Por Dios, Gaiman” dice Jax, rodando los ojos. “No seas tan aguafiestas”.
Gaiman lanza a Jax una mirada condescendiente. “Tengo que pensar por
dos asistentes, ya que el segundo carece de capacidad mental”.
“¿Segundo?” bromea Jax, como de costumbre enfocándose en la parte
equivocada del insulto. “Soy el primer asistente, hijo de puta”.
Gaiman resopla irritado y se vuelve hacia mí. “Este es un plan peligroso,
Leo”.
“Estoy consciente de eso” digo, sin apartar los ojos del mapa. “Pero eso es
exactamente por lo que funcionará”.
“Si hacemos esto, estamos invitando a la ira de los Mikhailov sobre
nosotros”.
“Y yo digo, adelante” alardea Jax. “No podemos dejar que esos hijos de
puta piensen que tenemos miedo”.
“No es miedo” se eriza Gaiman. “Es precaución. Tenemos que tener
cuidado. Semyon Mikhailov no construyó una de las Bratva más poderosas
del país sin jugar sucio”.
“Y tampoco vamos a recuperar lo que es nuestro si jugamos limpio” espeto.
“En cualquier caso, no tenemos que preocuparnos por el viejo. Está muy
enfermo. Gota. Sus días están contados”.
Los ojos de Jax se agrandan con sorpresa. “¿Gota?” se burla. “¿Qué es esto,
la Edad Media? ¿Cómo lo sabes?”.
“Tengo mis fuentes”.
Jax mira a Gaiman. “¿Sabes de quién está hablando?”.
“La mayoría de las veces” dice Gaiman, “no tengo ni idea”.
Sonrío ante la amargura de sus voces. No soy reservado por despecho. Pero
cuanta menos gente participe en un plan, mejor. Me parece que es mejor así.
Sobre todo después de lo que pasó con Pavel.
Pero esta información en particular es algo que puedo compartir con ellos.
Son buenos tenientes. Merecen estar involucrados en al menos algunos de
mis planes.
“Agente 23” les digo.
Gaiman y Jax me miran boquiabiertos. “¿Desplegaste el Agente 23?”.
Asiento con la cabeza. “Ya era hora. Nuestro espía ha estado dentro durante
meses”.
“Meses” gruñe Jax. “¿Y solo nos dices ahora?”.
Me encojo de hombros sin pedir disculpas. “No había salido el tema”.
“Así que el Agente 23 es tu fuente” dice Gaiman, sonando impresionado.
“No me jodas. Nunca pensé que vería el día”.
“El entrenamiento fue duro” concuerda Jax. “Me imaginaba que no saldría
bien”.
Sonrío. “La venganza es un poderoso motivador”.
Los ojos de Gaiman se posan en mí. “Lo sabrías, ¿no?”.
“No voy a fingir que no se trata de venganza” digo. “Desde luego que lo es.
Pero también se trata de algo más. Se trata de recuperar el poder que
teníamos antes de que ese hijo de puta nos apuñalara por la espalda”.
“¿Te imaginas dónde estaríamos los tres si esa mierda nunca hubiera
ocurrido?” reflexiona Jax. “Yo estaría conduciendo por la costa, tomando a
toda mujer que me sonriera”.
“¿No haces eso de todos modos?” pregunta Gaiman.
La sonrisa de Jax se vuelve dentuda. “Bueno, sí... pero podría dejar de
hacerlo si pudiera encontrar a una chica que se pareciera a Willow” y me
lanza una sonrisa burlona.
Pongo los ojos en blanco y me burlo. “Aunque la encontraras, no serías
capaz de mantener su atención”.
“Tú te las arreglas”.
“Porque puedo mantener una conversación”.
“¿Y yo no?” gruñe a la defensiva.
“A menos que sea sobre tus abdominales o tus conquistas sexuales, no, no
puedes”.
Me fulmina con la mirada mientras Gaiman se ríe. “Un ejemplo: estamos
intentando acabar con la Bratva Mikhailov y tú estás divagando sobre las
mujeres que te quieres tirar”.
“¿Qué sentido tiene la vida sin mujeres a las que coger?”.
“Por Dios, Jax, ¿puedes concentrarte por dos segundos?” chasqueo,
señalando el mapa. “Tenemos que preparar estos edificios lo antes posible”.
“¿Tenemos una fecha en mente?” contesta Jax.
“No todavía. Tendremos que ver cómo se desarrollan las cosas. Tengo
demasiadas piezas en movimiento en este momento para hacer una decisión
firme”.
“¿Qué más ha descubierto el Agente 23?” pregunta Gaiman.
Por supuesto que le intriga el secreto. Es más adecuado para el trabajo de
espía, de todos modos. Pero lo necesito al mando para dirigir a todos los
subordinados que luchan bajo el estandarte Solovev.
Gaiman puede ser demasiado cauteloso. Jax puede ser demasiado
descarado. Pero puedo confiar en ambos y eso es lo esencial. En este
mundo, mi mundo, la confianza es tan rara como los diamantes.
“Ese Spartak Belov es el que realmente está dirigiendo el espectáculo”.
Spartak Belov. Teniente de Semyon Mikhailov. Rey a la sombra de la
Bratva Mikhailov. Azote de mi puta existencia.
Un hombre muerto caminando, si es que alguna vez hubo uno.
Se hace el silencio mientras su nombre se filtra en el aire tenso. “Mierda”
respira Gaiman. “Me sorprende que la zorra Mikhailov no lo haya
asesinado a estas alturas”.
No es ninguna sorpresa que Anya Mikhailov sea un tema de discusión en
esta habitación. Jax tiene una erección por ella. Gaiman está cautivado por
la reclusión de la mujer.
Pero yo tengo mis propias razones para estar interesado en ella.
“Ella está planeando algo” afirma Gaiman con convicción. “Una mujer así
no se contentará con hacer de segundona”.
“Ella tuvo la opción de liderar toda la maldita Bratva”, señala Jax. “No la
tomó”.
“Ella y el viejo se pelearon hace años” digo.
Las cabezas de Jax y Gaiman giran hacia mí ante la revelación. “¿El Agente
23 te dijo eso?” pregunta Gaiman.
Asiento con la cabeza. “Al parecer, hace años que no se hablan. Una
década, por lo menos”.
“Bueno, no seas idiota ¡suelta todos los trapos sucios!” insiste Jax,
inclinándose como un viejito en la feria de la iglesia.
“No tengo muchos detalles. No es fácil sonsacarle información al maldito
viejo. Su enfermedad le ha ablandado, pero sigue siendo un hijo de puta
avispado”.
“Una pelea, ¿eh?” murmura Gaiman. “Supongo que sabemos por qué eligió
a Belov sobre su propia hija, entonces”.
“Es un hombre sin principios” se burla Jax. “Pero eso ya lo sabemos. Él fue
quien dio la orden que te hizo Don de esta Bratva”.
Recuerdo el día tan claramente. El día que pasé del segundo hijo a Don de
la Bratva Solovev de un solo golpe. Todavía puedo oler el humo del puro
mezclado con pólvora.
Para la mayoría de los hombres, sería un día de orgullo. Un día para el que
se trabaja y se prepara. Un día que conlleva una gran responsabilidad, sí,
pero un honor incomparable.
Para mí, fue un día envuelto en la oscuridad y la ira.
Fue un día de muerte.

S IETE A ÑOS Atrás


Destrozo casi toda la casa tras la ceremonia.
Arremetí contra los hombres que una vez fueron suyos, pero que ahora me
buscan en busca de respuestas que no tengo.
No tuve tiempo de prepararme, ni de procesarlo. El manto del poder me fue
impuesto sin mi consentimiento. Estoy listo para arrojarlo, hasta que
Gaiman y Jax entran en la habitación. Cada uno me agarra para calmarme.
“Alto” me llega la voz de Gaiman desde una gran distancia. “Respira, Leo.
Necesitas controlarte a ti mismo. Los hombres te están esperando afuera”.
“No voy a hablar con ellos, maldición. No son mis malditos hombres. Son
suyos”.
“Eran sus hombres. Ahora, son los tuyos” dice. “Tienes que salir ahí. Y
cuando lo hagas, vas a hablar como lo haría él”.
Niego con la cabeza. “Suéltame” espeto.
“¿Prometes no destruir nada más?” pregunta Jax.
“¿Incluyéndolos a ustedes dos?”.
Jax me suelta el brazo y se coloca frente a mí. “No. Si quieres golpear algo,
golpéame”.
“Jax” advierte Gaiman. “No seas estúpido”.
“Hablo en serio” dice Jax, mirándome a los ojos. “Tienes que golpear algo.
Algo real, no yeso, ladrillo o cemento. Necesitas carne y sangre bajo esos
nudillos. Te hará sentir cuerdo otra vez. Créeme lo sé”.
Puedo ver rastros del inframundo del que fue expulsado brillando en esos
ojos demasiado oscuros.
“No puedo golpearte” hago una mueca.
“¿Ayudaría si te golpeo yo primero?” contesta Jax.
“No tenemos tiempo para esto” gruñe Gaiman con impaciencia. “Don Leo,
usted...”.
“¡A la mierda con eso! Yo no estoy destinado a ser el Don” rujo. “Ese era
él. Ese era su camino. No el mío”.
“Pero, es así” dice Jax, empujando mi pecho. “Eso es lo que eres ahora.
Eres el Don Solovev”.
Mis ojos arden de ira. “No me llames así, carajo. Ese no es mi nombre”.
“Don Leo Solovev” enuncia Jax lentamente.
“¡Hijo de puta!” grito, y me abalanzo contra él.
Mi puño se estrella contra su cara. Jax tropieza hacia atrás, aunque no se
cae. El hecho de que todavía esté de pie no me sienta bien. Mi dolor
requiere más.
Exige sangre.
Lo golpeo de nuevo. Casi pierde el equilibrio y sus ojos giran salvajemente
en sus órbitas, pero se las arregla para mantenerse de pie, ese terco hijo de
puta. Me enoja que esté aún de pie, que esté completo y, sobre todo, que
tuviera razón sobre lo que necesito.
Romper cualquier mierda no me va a ayudar.
Necesito carne bajo mis puños.
Necesito sentir huesos romperse.
Necesito oler la sangre.
“¡Suficiente!” grita Gaiman, interponiéndose entre nosotros. “Ya basta,
carajo”.
“Míralo” se ríe Jax, tosiendo gotas de sangre. “Ni siquiera está cerca de ser
suficiente. Golpéame de nuevo, Don Solovev. Más fuerte”.
Esta vez, no necesito el estímulo. Lanzo a Gaiman a un lado y vuelvo a
golpear a Jax.
No se defiende ni se protege en absoluto. Él simplemente se traga el golpe y
se cae. Lo golpeo una y otra vez, esclavo de mi ira y mi agonía, hasta que
me doy cuenta de que está al borde de la inconsciencia. Esa es la única
razón por la que doy mi golpe de remate.
“¿Estás satisfecho ahora?” demanda Gaiman, mirando a Jax. “Maldito
idiota”.
Se vuelve hacia mí. “¿Es así como vas a convencer a todos de que eres apto
para liderar?”.
“No quiero liderar. Nunca lo quise”.
“Entonces, ¿le entregamos la Bratva a Semyon Mikhailov?” pregunta
Gaiman.
Mi cuerpo se pone rígido por la tensión. La ira me recorre en oleadas y mis
puños se vuelven a apretar. “Ese viejo bastardo va a morir. No sé cuándo y
no sé cómo. Pero él va a morir en mis manos”.
Gaiman camina hacia mí y pone su mano en mi hombro. “Y vamos a estar a
tu respaldo todo el camino” me dice. “Pero primero, necesitas hacerte lo
suficientemente fuerte para devolver el golpe. Tienes que convertirte en el
Don que naciste para ser”.
Me giro hacia Jax, quien se incorpora lentamente y escupe sangre en la
alfombra. Me acerco a él, le ofrezco la mano y tiro de él para ponerlo de
pie.
“Me diste un golpe de remate” acusa.
“No quería matarte”.
Jax resopla. “Imposible. Yo sé cuándo, cómo y dónde voy a morir. Y no
será en tus manos, amigo mío”. Me da un apretón en el hombro y suspira.
Me giro hacia un lado y miro entre los dos hombres que han estado a mi
lado durante años. “No tengo otra opción, ¿verdad?”.
“No si quieres que muera el legado que Pavel creó”.
“Él no lo creó” corrijo. “Pero si lo continuó. Y yo también lo haré. Pero lo
haré a mi propia puta y jodida manera”.
Gaiman asiente. “Nunca tuvimos dudas”.

D ÍA Presente
Siete años. Siete malditos años desde que mi hermano fue asesinado.
Muchas cosas han cambiado, pero Jax y Gaiman no. Y después de tanta
sangre, sudor y lágrimas, finalmente estamos aquí, en la recta final.
Puedo saborear mi venganza en el horizonte. Muy pronto, la alcanzaré.
“Nuestro objetivo va a ser Belov” les digo.
Jax me mira con incredulidad. “¿Hablas en serio?” dice.
“Belov es el que toma las decisiones ahora. Primero tiene que ser él.
Cuando esté a dos metros bajo tierra, entonces podremos ocuparnos del
viejo. A menos que la gota lo haga primero”.
“No debería ser tan difícil” señala Gaiman. “A menos, por supuesto, que
Anya Mikhailov decida desafiarnos”.
“Yo me encargo de ella”, dice Jax con una sonrisa de suficiencia.
Niego con la cabeza. “La mujer es veneno. Mantente alejado de ella.”
“¿Hay algo que no nos estás contando?” solicita él.
“Ya conoces los rumores. Todos sus maridos han muerto en circunstancias
misteriosas. ¿Quieres unirte a la lista?”.
“¿Por qué iba ella a matar a sus maridos?”.
“Porque los matrimonios fueron arreglados por Semyon” explico. “Él
quería hacer alianzas políticas, y ella mandó cada uno al mismo infierno”.
Jax levanta las cejas. “Vaya rumores. Parece que has demostrado que eran
ciertos. Pero no tiene por qué ser algo malo. ¿Podría ser una aliada?”.
Gaiman se detiene en seco y frunce el ceño. “Debo estar volviéndome loco,
porque... eso en realidad no suena como una idea horrible”.
“Anya ya ni siquiera vive en el complejo Mikhailov” señalo. “No lo ha
hecho desde hace varios años. Está alejada de esa vida, por eso no es un
factor”.
“Espera, ¿sabemos dónde está?” pregunta Gaiman.
Niego con la cabeza. “Su ubicación es un misterio. Reaparece de vez en
cuando, solo para desaparecer de nuevo”.
“Tal vez debamos vigilarla mejor”, reflexiona Gaiman en voz alta.
“Si es necesario, se los dejaré saber” digo con firmeza. “Hasta entonces, nos
centraremos en los principales protagonistas: Spartak Belov y sus
asistentes”.
“Voy a sacar el archivo” dice Gaiman.
Jax se vuelve hacia mí. “¿Qué pasa con la chica?”.
“Jessica está manejando su divorcio” le digo. “Haremos planes una vez que
eso esté resuelto. La boda es lo primero. Quiero que la seguridad se prepare
para ello”.
Jax frunce el ceño y dice: “Dudo que a los Mikhailov les importe tu
matrimonio con ella, no es nadie”.
“Ahora no” digo. “Pero lo harán”.
“Puedo oler una pelea en el horizonte” dice Jax y está tan mareado con la
perspectiva que se olvida de quejarse del hecho de que todavía no sabe por
qué Willow es parte del plan.
Ha sido paciente a lo largo de los años. Esperando una lucha que retrasé y
retrasé hasta convertirme en el Don en que sin duda Pavel se habría
convertido.
He aprendido de los errores de mi hermano. Y cometido algunos propios en
el camino.
Así es como supe de qué forma colocar el tablero.
Ahora, sin embargo, las piezas están en su lugar.
Lo único que queda por hacer es jugar.
16
WILLOW

¿Qué he hecho?
Ese es mi primer pensamiento cuando me despierto entre sábanas
desordenadas y dolor entre las piernas.
Él no está aquí, no es que esperara tampoco que estuviera. Me sorprendería
si así fuera.
Me levanto de la cama y me estiro. Cada músculo de mi cuerpo me duele.
Parte de él es del tipo bueno de dolor, el tipo que te hace sentir satisfecho y
descansado. El otro es el persistente dolor de los moretones que me hizo
Casey.
Mientras camino hacia el baño, veo las furiosas manchas índigo que
irradian hacia arriba de mi espalda y mis muslos. Temblando, me doy la
vuelta y empiezo a bañarme.
Ver correr el agua me trae recuerdos de ayer. Leo estuvo de pie junto a mí
todo el tiempo, con sus ojos recorriendo mi cuerpo de arriba abajo. Debería
haberme sentido amenazada. Pero ni una sola vez hizo ademán de tocarme.
Al menos no sexualmente. Incluso el modo en que me desnudó me
pareció... bueno, no del todo indiferente. Pero tampoco expectante.
Me remojo en el agua durante un buen rato, preguntándome cómo voy a
enfrentarme a él. No sólo hemos vuelto a dormir juntos, sino lo que es peor:
he sido yo quien lo ha iniciado.
Me subí a su regazo.
Le pedí, le supliqué de hecho, que me follara.
Solo revivir el recuerdo me hace encogerme de vergüenza. Él me lo echará
en cara, sé que lo hará. Pero es demasiado tarde para retractarse ahora.
Lo hecho, hecho está.
Después de mi baño, me doy cuenta de que finalmente voy a tener que
ponerme algo del armario de ropa que Leo me tiene. Resignada, me
envuelvo en una toalla y voy a examinar las opciones que se muestran.
Es una cornucopia de marcas de diseñadores exclusivos. Los tipos de
nombres que aparecen en vallas publicitarias de todo el mundo: Gucci,
Prada, Fendi, Dolce & Gabanna. También hay etiquetas francesas oscuras
de las que nunca había oído hablar antes. Cada puntada de cada prenda es
asombrosamente fabulosa.
Pero si Leo cree que voy a arreglarme para él, puede pensarlo de nuevo.
Elijo un par de jeans Rag & Bone negros que me sientan como un guante y
un suéter verde claro con un tejido que muestra pequeños pedazos de mi
piel. No es lo que yo llamaría “modesto”, pero tampoco es digno de una
alfombra roja.
Cuando estoy vestida, me siento mejor. Más yo misma. Lo que también me
hace darme cuenta de lo inquieta que estoy ahora mismo. Camino de un
lado a otro unas cuantas veces antes de decidirme e ir hacia la puerta.
Casi espero que esté cerrado, pero no lo está. El picaporte gira suave y
silenciosamente.
Sintiéndome más que insegura, salgo al pasillo y miro alrededor. No hay
nadie a la vista. Ni guardias, ni criadas.
Ni Leo.
Salgo de mi habitación y bajo de puntillas al segundo piso. Esta es la
primera vez que he puedo apreciar realmente la casa. No soy una experta en
diseño de interiores o arquitectura. Pero si sé que este lugar se ve bien.
Tiene un cierto encanto atractivo, uno que no coincide exactamente con su
dueño.
Leo tiene encanto, sí. Pero su encanto tiene un límite. Una inclinación
oscura que te hace desconfiar. Eso que te advierte que no te acerques
demasiado.
Asomo la cabeza en la primera habitación que veo. Vacía. La siguiente
también está vacía. Y la siguiente.
Ni una sola de las habitaciones que miro contiene otro ser humano.
Sin embargo, una de las habitaciones llama mi atención. Es una especie de
estudio, pero el escritorio está completamente vacío. Compruebo que estoy
sola y luego entro para echar un vistazo.
Mis ojos se sienten atraídos por una gran fotografía que cuelga de la pared.
Es en blanco y negro, tomado profesionalmente, con el grano, el
desenfoque y el ángulo de un fotógrafo que ama su oficio.
El hombre de la foto ha sido fotografiado desde cierta distancia. Lleva un
jersey negro y un Rolex plateado, mira hacia un lado y sonríe a algo que no
puedo ver. Guapo, desde luego. Y no sólo eso, sino guapo de una forma que
juraría reconocer.
Se parece a Leo.
Pero no es exactamente él. El hombre en el marco es más flaco, no
esquelético, pero no tiene la constitución de Leo, y sus rasgos son un poco
más largos, un poco más sombríos y tristes. Sus ojos están hundidos e
inclinados hacia abajo. Incluso su boca parece tener una inclinación hacia
abajo, aunque está sonriendo. Todo irradia melancolía.
Doy un paso hacia él, mirando más de cerca, cuando...
“¿Encontraste algo interesante?” escucho a Leo.
Salto en el aire y dejo escapar un grito muy desafortunado, muy impropio
de una dama. Suena como un camionero de cincuenta años que acaba de
golpearse el dedo meñique del pie.
Leo esboza una sonrisa divertida, pero al menos no se ríe en mi cara. No es
que eso disminuya la vergüenza en absoluto.
“Yo, eh... vaya, no lo sé”.
Se inclina contra el marco de la puerta del estudio, mirándome con ojos
ilegibles.
Me trago el miedo. “¿Es... es tu hermano?”.
“Pavel” confirma Leo. “Si, es él”.
“Es una foto muy hermosa”.
Él asiente, pero no le echa un vistazo de verdad. “Fue tomada hace casi diez
años”.
“¿La tomaste tú?” digo. No sé por qué, pero de repente me parece
totalmente natural que Leo sea capaz de tomar algo tan hermoso. Me parece
el tipo de hombre que es bueno, sin hacer ningún esfuerzo, en todo lo que
intenta.
Él niega con la cabeza. “Su prometida lo hizo”.
Mi corazón se contrae un poco. “¿Dónde está ella ahora?”.
“Él murió antes de la boda” dice Leo secamente. “Ella se reinventó y siguió
con su vida”.
Asiento con la cabeza. “Supongo que no queda más remedio que seguir
adelante”.
“No todos tienen esa opción” dice Leo, con un toque de amargura en su
voz.
“¿Como murió?” inquiero.
Sus ojos se clavan en los míos. El color avellana en ellos parece
cristalizarse. “Fue asesinado en lo que se suponía que era una reunión de
caballeros”.
“¿Una qué?” pregunto.
“Donde los señores de un determinado territorio se reúnen para discutir
intereses comerciales, agravios, alianzas. Ese tipo de cosas. El acuerdo es
sencillo: vienes desarmado. Te vas intacto. Es una cuestión de honor”.
Lo entiendo incluso antes de que termine la historia. “Alguien no se apegó a
las reglas”.
Leo asiente y ahora se vuelve hacia la fotografía de su hermano. “Él y sus
tenientes más cercanos fueron asesinados durante esa reunión. Y así, yo me
convertí en Don”.
Su expresión es plana, pero puedo decir que su hermano significaba mucho
para él. ¿Por qué si no habría una fotografía enmarcada del hombre colgado
en su casa?
De repente me doy cuenta de que esta habitación no es un estudio.
Es un santuario.
“¿Querías serlo?” le pregunto. “Don, quiero decir. ¿Querías ser don?”.
“Mierda, no” se ríe de inmediato. “Pero bueno, siempre se entendió que
nunca tendría que serlo. Me conformaba con ser la mano derecha de mi
hermano. Fue él quien insistió en que me quedara en casa aquel día. Yo
quería asistir a la reunión con él. De hecho, mi nombre estuvo en la lista
hasta el último momento”.
“¿Crees que él sospechaba algo?”.
“No. Si lo hubiera hecho, habría estado mejor preparado. Solo estaba siendo
cauteloso. Iba a conocer a alguien que consideraba peligroso. No quería
mostrar toda su mano”.
Es un mundo extraño lo que me está explicando. Ni siquiera puedo empezar
a entenderlo. ¿Pero perder a alguien que te importa? Eso lo entiendo. Puedo
identificarme con eso.
“¿Estabas husmeando o buscabas algo en particular?” pregunta él sin
rodeos. Su tono áspero rompe el momento íntimo en fragmentos irregulares.
Frunzo el ceño. “No estaba fisgoneando. Sólo echaba un vistazo”.
“Eso no me molesta” dice encogiéndose de hombros. “Solo me sorprende
que puedas andar derecha después de lo de anoche”.
El color sube a mis mejillas inmediatamente. Él es lo suficientemente cruel
como para seguir mirándome a los ojos todo el tiempo. Sin piedad.
“Yo… eso fue… anoche fue…”.
“Te tengo sin palabras. Debe haber sido bueno”.
“Por Dios, ¿quieres parar?”
“¿Parar qué?” pregunta inocentemente.
“Lo de anoche fue un error. Yo estaba vulnerable”.
“Parecías bastante en control de las cosas cuando te arrastraste hasta mi
regazo y me pediste que te cogiera”.
Me estremezco. Crudo, pero preciso. “No tienes que recordármelo. Sé lo
que pasó”.
“¿Y te arrepientes esta mañana?”.
No parece herido, obviamente. No creo que Leo pueda ser “herido” de esa
manera. Él es simplemente práctico. Desapegado de cualquier respuesta que
yo pueda dar.
“Bueno, es seguro decir que probablemente no fue la mejor idea”.
No dice nada y, como de costumbre, el silencio me invade por todas partes.
Me muerdo el labio inferior, esperando que eso me impida hablar, pero sé
que es cuestión de segundos para que suelte algo lamentable.
Al parecer, él también lo sabe. Sólo me da más silencio para ahorcarme.
“Estaba en shock después de… después de, ya sabes” murmuro. “Después
de lo que pasó con Casey”.
“¿Y querías alejar tus problemas?”.
Me estremezco de nuevo. “Solo estaba… vulnerable...”.
“Ya has dicho eso”.
“¿Tienes que ser tan imbécil?”.
El sonríe y dice: “Sólo intento ayudarte a sacar esta explicación. Parece que
te cuesta”.
“¡Porque es vergonzoso!” espeto.
“Nunca te avergüences de tomar lo que quieres, Willow. ¿No hemos pasado
por esto antes?”.
“Si, lo hicimos” digo bruscamente. “Y como te dije antes, no tengo las
mismas ventajas de género que tú. No tengo un gran pene vibrante para
hacer que este mundo se alinee”.
Él se ríe. “Eso es bueno. Si lo tuvieras, no te habría dejado subir a mi
regazo anoche”.
Estrecho mis ojos hacia él. Dos pueden jugar este juego. “¿Intentas hablar
de anoche para que no tengamos que hablar de tu hermano?”.
Parpadea, totalmente imperturbable. “No tengo que desviarme en absoluto.
Cuando termine de hablar de algo, lo diré. Pero entiendo por qué pensarías
que eso es lo que estaba tratando de hacer”.
“¿Por qué?”.
“Porque es lo que estás tratando de hacer tú en este momento” dice.
“Siempre asumes de los demás lo que es verdad para ti”.
Frunzo el ceño, irritada por lo transparente que soy para él. Pero a pesar de
que sé que puede ver a través de mí, todo lo que puedo pensar es negar,
negar, negar..
“Yo... eso no es...”.
Él sonríe de nuevo. “Cálmate, Willow. Sólo dime lo que quieres decir”.
“Anoche fue un error” me estremezco “Estaba muy deprimida y quería
sentir... algo. Cualquier cosa que no fuera miedo. Fue un error de juicio de
mi parte. Y déjame asegurarte que no volverá a ocurrir”.
Me mira con una expresión fría y desinteresada. “Si tú lo dices”.
“¿No me crees?”.
“Yo no dije eso”.
“Tu expresión dice lo contrario”.
Él rueda los ojos. “Entonces estás leyendo demasiado. No estoy interesado
en obligar a una mujer a coger. No cuando tengo tantas listas y dispuestas a
abrir las piernas en el momento en que las mire. ¿No quieres volver a tener
sexo? Está bien, no extrañaré tu coño. Ya me he saciado dos veces”.
Las palabras son más duras, más agudas y más insultantes que si hubiera
seguido adelante y me hubiera abofeteado. Me siento como si tuviera dos
pulgadas de alto en el calor de esos ojos color avellana fulminantes.
Yo rogándole que me folle no me hace especial y no hace que nuestra
conexión sea única. Simplemente me agrupa con todas las otras chicas que
aprovecharían la oportunidad de pasar una noche con el don.
Sacudo la imagen de mi cabeza antes de que pueda tomar residencia
permanente allí.
“¿Qué ocurre?” pide él.
“¿Qué te hace pensar que algo anda mal?”.
“Porque tu cara está haciendo algo raro”.
Me alejo de él enfadada. “Estoy bien. Deja de interpretar las cosas” digo y
escucho una risa detrás de mí, me doy la vuelta de inmediato. “¿Qué es tan
jodidamente divertido?”.
“Tú lo eres” dice sin perder el ritmo. “¿Te decepcioné hace un momento?
¿Se suponía que debía caer de rodillas y rogar por los dulces placeres de tu
coño?”.
Mis mejillas se encienden de vergüenza. ¿Cómo puede él ver a través de mí
tan fácilmente, cuando yo ni siquiera puedo siquiera empezar a penetrar los
muros de piedra que él mantiene a su alrededor?
“Vete a la mierda, imbécil”.
Mantengo mi cabeza en alto mientras trato de pasar junto a él fuera del
estudio. Pero justo cuando estoy a su alcance, me agarra y me empuja
contra la pared. Jadeo cuando su peso presiona contra mi pecho.
“¿Quieres que proteste?” respira sarcásticamente en mi cara. “¿Que
suplique una segunda oportunidad? ¿Que intente convencerte de que sigas
cogiéndome porque te necesito muchísimo?”.
Si antes estaba siendo un imbécil, ahora está siendo un monstruo. Haciendo
alarde de su poder sobre mí, burlándose de mis inseguridades.
¿Y la peor parte?
Todavía lo deseo.
Ni siquiera quiero apartarme. Antes de que pueda detenerme, aspiro una
bocanada de su confiado aroma, todo hombre y almizcle. Puro puto poder.
Me tiene inmovilizada contra la pared y, en lugar de miedo, lo único que
puedo sentir es un deseo al rojo vivo. Se concentra entre mis piernas, pero
todo mi cuerpo se ilumina con él. Me siento como una estrella ardiendo en
el cielo nocturno.
“Yo… n-no, eso no es lo que… nunca dije eso…”.
“Lo dijiste con tus ojos, kukolka. Con esa mirada enfadada y acusadora que
acabas de lanzarme. Lo dijiste con tu cuerpo mientras me dabas la espalda
enfadada. ¿Estoy leyendo todo eso bien?”.
“Tú no me conoces” digo bruscamente, tratando de empujar hacia atrás con
mi cuerpo.
Me doy cuenta casi de inmediato de que no es una buena idea. Todo lo que
hace es poner mis pezones más duros, muy rápido. Y hace que la creciente
humedad entre mis piernas sea mucho más difícil de ignorar.
“Te conozco, Willow. Sé mucho, mucho más de lo que tú crees que yo sé”.
“´Quítame... las manos... de encima”.
“Di por favor”.
“Creo que mejor te diré ‘Vete a la mierda’ en su lugar”.
“Es como si quisieras que te castigara” reflexiona. “Tu cuerpo te delata,
querida. Me muestra todo lo que necesito saber”.
Lo empujo fuerte de nuevo. La única razón por la que esta vez funciona es
porque él lo permite. Me suelta y vuelve al estudio, mirándome con una
sonrisa satisfecha.
“Vete a la mierda” repito. Sueno como un disco rayado, pero estoy
demasiado enojada y nerviosa para pensar en algo mejor.
“¿Herí tus sentimientos, pequeña?”
“No te hagas ilusiones” respondo, pero mi voz es débil. Sueno sin aliento y
patética.
“Permíteme que te lo compense”.
“Créeme, eso no es necesario” siseo. “En todo caso, puedes compensarme
manteniéndote bien lejos”.
“Si te refieres a eso, se puede arreglar fácilmente” dice tocando su barbilla
pensativamente. “Pero de algún modo, no creo que lo hagas”.
“Por Dios. Honestamente, tienes el ego más grande de todos los hombres
que he conocido”.
“¿Pero sabes cuál es la diferencia?” pregunta, dando un paso hacia mí.
“¿Entre los otros hombres que has conocido y yo?”.
Cómo anhelo su calor. Su peso contra mí. Estoy tan mojada que me pone
nerviosa que pueda olerlo.
“¿Cual es la diferencia?” pregunto, mordiendo el anzuelo a pesar de mi
instinto.
Se inclina hacia mí, tan cerca que sus labios rozan mi oreja mientras dice:
“Tengo los bienes que lo respaldan”.
Antes de conocer a Leo Solovev, pensé que el término “débil de rodillas”
era solo una expresión. ¿Pero ahora? Ahora, entiendo cuán real es el
fenómeno.
Porque cuando escupe ese tipo de arrogante confianza, apenas puedo
mantenerme en pie.
Y como siempre, él lo siente. Lo ve en mí sin siquiera tener que mirarme.
“Cena conmigo esta noche” dice, enderezándose. “Y dejaremos atrás este
pequeño incidente”.
“Yo no ceno” murmuro estúpidamente.
Levanta las cejas y de inmediato quiero que el suelo se abra y me trague.
¿Por qué tengo que ser tan torpe frente a él? ¿Por qué no puedo ser una
criatura ágil y grácil cuyos movimientos son una lección de seducción?
No es que yo quiera seducirlo, me digo a mi misma. Solo quiero que me
desee tanto que le joda la cabeza como el está jodiendo la mía ahora mismo.
“Eso es, uh, lo que quiero decir es... que no tengo hambre”.
“La cena es dentro de ocho horas” dice. “Las cosas podrían cambiar entre
ahora y entonces, me imagino”.
“¿Y si digo que no?”.
“Entonces supongo que tendré que invitar a alguien más”.
Lo dice tan casualmente que al principio no veo la amenaza. Pero a medida
que se asienta, me doy cuenta exactamente de lo que está prometiendo.
“Cenaré contigo” digo. “Pero iré por la comida. No por ti”.
Su boca se inclina hacia arriba en una sonrisa arrogante. “Mientras vengas,
kukolka”.
Dios mío...
¿En qué me he metido?
17
LEO

Cuando Willow se encuentra conmigo abajo exactamente a las seis en


punto, echa un vistazo a mi traje y sus ojos se agrandan con horror.
“¿Vamos a algún lado?”
“A cenar”.
“Yo... pensé que íbamos a comer aquí”.
“No esta noche”.
Ella se mira a sí misma. Lleva vaqueros oscuros y una camiseta blanca
informal que le cae por un hombro. “¿Supongo que es un lugar elegante al
que vamos?”
“Depende de tu definición de elegante” digo encogiéndome de hombros.
“Leo”.
“No te preocupes por eso” le digo. “Vamos”.
Ella niega con la cabeza. “No puedo ir a un buen restaurante con esta ropa”.
“Lo sé”.
Salgo de la casa y ella se ve obligada a seguirme afuera. “Leo, ¿qué
significa eso? Puedo correr y cambiarme.
“No te molestes. Ya vamos tarde a la cita”.
Me subo al auto, pero ella se detiene afuera de la puerta. “¿No querrás decir
reserva?”.
“Solo súbete al auto, Willow”.
Hace lo que le digo, pero está enfadada. “Podrías haber mencionado que
íbamos a algún sitio de lujo”.
“Se me debe haber olvidado”.
Es sorprendente lo molesta que parece estar por esto. Fue una omisión
deliberada, por supuesto, pero ha tenido más reacción de la que yo
esperaba. Irradia energía nerviosa y se agita cada pocos segundos. Sus ojos
viajan por todas partes pero no se posan en nada.
“¿Algo te molesta?” pregunto inocentemente.
“Simplemente no quiero que me miren boquiabiertos como si yo fuera una
idiota que entra en un restaurante vestida como un vagabundo”.
“Estás conmigo”.
Ella suspira “Nunca sé lo que quieres decir”.
“Significa que nadie se atreverá a tratarte mal”.
Ella frunce el ceño. “¿Pero es sincero? ¿O simplemente porque tienen
miedo?”.
“¿Te importa la diferencia?”.
Ella piensa en eso por un momento. “Un poco, tal vez”.
“Entonces ese es tu primer problema” digo. “Debería importarte una puta
mierda lo que piensen los demás”.
Suspira otra vez. “Simplemente no quiero parecer estúpida”.
La miro mientras ella mira por la ventana. Su piel es pálida, excepto por el
nervioso rosado alrededor de sus mejillas. Sus ojos azules contrastan con la
oscuridad de su cabello.
Podría ser modelo si tuviera más confianza en su propia piel. Ella tiene el
tipo de cara de la que no puedes apartar la mirada.
Dios sabe que yo no puedo.
“¿Qué te hace pensar que te verás estúpida?”
“Yo solo... digamos que la alta sociedad no es para mí”.
“¿Qué te hace decir eso?”.
Abre la boca y luego la cierra. Cuando habla, su voz es suave. “Bueno, en
realidad, Casey solía decirme eso mucho. Supongo que se me quedó”.
“¿Alguna razón en particular?”.
Ella se encoge de hombros. “Después de un tiempo, todo sobre mí parecía
molestarlo. No le gustaba cómo me sentaba, cómo comía, cómo hablaba
con las personas que me presentaba”.
Es una lógica bastante fácil de seguir. Casey quería que Willow fuera
consciente de sí misma. Si ella estuviera constantemente buscando su elogio
y aprobación, no tendría tiempo para darse cuenta de lo mal que estaban las
cosas. Y ella no tendría la confianza para dejarlo y encontrar a alguien
mejor.
La táctica de un cobarde.
Debí simplemente haberlo matado.
“Casey estaba tratando de mantenerte solo para él” digo.
Ella levanta sus ojos hacia los míos. “¿Crees que por eso lo hizo?”.
“Piénsalo”.
Ella se queda en silencio, cavilando. No hablamos más hasta que detengo el
auto. Ella frunce el ceño, mirando por la ventana.
“¿Esta es nuestra parada? Es una tienda de ropa, creo...”.
“Vamos a vestirte para la cena”.
Sus ojos se agrandan, pero no protesta mientras la ayudo a salir del auto.
Cuando nos acercamos, las puertas se nos abren desde dentro. Nos recibe
una mujer mayor bien vestida que se presenta como Lois.
“Por favor, siéntase libre de mirar a su alrededor, señora” le dice Lois a
Willow. “Nuestros asociados estarán más que felices de ayudarla. Tenemos
Gucci, Prada, Versace y Monique Lhuillier”.
Willow se ve un poco abrumada cuando se gira en el acto. “Yo... no estoy
segura de por dónde empezaría”.
“Si lo prefiere, podría elegir algunas piezas para usted y llevarlas a su
vestidor privado”.
Willow me mira y le doy un sutil asentimiento. “Claro” dice ella, dándole a
Lois una sonrisa incómoda. “Eso estaría bien”.
Nos hacen pasar a una gran sala rectangular con un tabique con cortinas que
hace las veces de vestidor. Hay sofás que se extienden por la exuberante
moqueta, centrados en una mesa de centro con diversos aperitivos y copas
de burbujeante champán dorado.
“¿Esto es de verdad?” me pregunta Willow con incredulidad.
Tomo asiento en el sofá y tomo un bocadillo del plato. “Sabe real para mí.
Respira y relájate, Willow”.
“¿No se supone que la tienda debería estar cerrada ahora?”.
“Todo está abierto para nosotros”.
“Para ti, querrás decir”
Me encojo de hombros. “Te preguntaré de nuevo: ¿te importa la
diferencia?”.
Como sospechaba, no se atreve a sentarse y esperar pacientemente. Al igual
que el silencio, la quietud le pone la piel de gallina. Da vueltas por la
habitación, maravillándose con el candelabro decadente que cuelga sobre
nosotros y por el exquisito revestimiento de los bordes de las paredes.
“Esto es una locura” reflexiona en voz alta. “¿La gente realmente vive
así?”.
Las cortinas se abren y aparece Lois con otros dos empleados remolcando
un perchero plateado con ruedas. Lo empujan hacia la habitación y lo
colocan frente al sofá.
“Me tomé la libertad de elegir algunas piezas para usted de todas nuestras
diferentes colecciones. Estoy segura de que encontrará algo que ponerse
esta noche” dice Lois.
Willow se acerca al perchero y pasa los dedos por la ropa. “Oh vaya. Son...
increíbles”.
Miro hacia Lois y le hago un gesto seco con la cabeza. Sin mediar palabra,
ella y todo su equipo salen de la habitación para darnos un poco de
intimidad.
Cuando volvemos a estar solos, me levanto y camino hasta donde está
Willow.
“¿Por dónde empiezo?” respira ella.
En respuesta, cojo los bordes de su camiseta y empiezo a subírsela.
Me agarra la mano. “¿Qué haces?”.
“Te muestro por dónde empezar” digo con voz áspera.
“Puedo desvestirme sola... en el vestidor” dice.
Levanto mis cejas. “Sería un desperdicio de todo este hermoso espacio”.
Ella mira a su alrededor, notando que estamos realmente solos. No hay
nadie más en esta parte de la tienda.
El nudo en su garganta sube y baja mientras traga. “Preferiría un poco de
privacidad” gruñe incómoda.
“¿Quieres que me dé la vuelta?”
“Un caballero lo haría”.
Resoplo y le digo: “¿Qué carajo te dio la impresión de que yo era un
caballero?”.
“¿Quieres mirar a otro lado, por favor?”.
“Te he visto desnuda antes, Willow. En caso de que lo hayas olvidado”.
“Y en caso de que tú lo hayas olvidado, yo te dije que fue un error”.
“Ah, ya veo” le digo con una sonrisa omnisciente. “Estás nerviosa”.
La molestia se refleja en su rostro. “Yo...”.
“Te preocupa que te mire fijamente a la fría luz del día. Estás preocupada
por lo que yo vaya a pensar”.
“Me importa un carajo lo que pienses” espeta.
“Entonces, ¿qué te detiene?”.
Ella me mira fijamente por un ardiente momento. Entonces muerde el
anzuelo.
Con su mirada tan firme como siempre, se quita la camiseta y se desabrocha
el cinturón. Se desliza los vaqueros por las caderas y se los quita.
Cuando está parada en sostén y bragas, parece darse cuenta de dónde la ha
llevado su orgullo y terquedad: justo donde la quería.
“Eres exasperante ¿lo sabías?” sisea ella.
No digo nada mientras ella coge un vestido del perchero. Ni siquiera estoy
seguro de que sepa lo que ha elegido. Simplemente agarra lo primero que
ve en un esfuerzo por cubrirse.
Excepto que el vestido que eligió tiene una espalda profunda y un único
cordón que lo mantiene todo unido.
Sólo es capaz de subírselo por la cintura antes de darse cuenta de que no va
a poder subir el corpiño lo suficiente para anudarlo bien.
Veo el problema. Ella también.
Pero aprieta los dientes y sigue adelante, decidida a no pedirme ayuda.
La observo pacientemente durante otro minuto, el vestido deslizándose
alrededor de su cintura repetidamente. Es un buen espectáculo, pero su
terquedad también es demasiado divertida como para apartar la mirada.
“Oh, ¿sabes qué? olvídalo” espeta ella. “Este vestido no es para...”.
“Deja de forcejear y date la vuelta” le ordeno con firmeza.
Se queda quieta cuando mi mano toca su brazo. La engatuso para que esté
de espaldas a mí y agarro el cordón.
Me tardo un minuto entero en poner el material sobre su pecho y envolver
el cordón alrededor de su cuello, pero solo porque estoy demasiado
ocupado mirando la suave piel de su espalda.
“Allí está” digo finalmente.
Se vuelve hacia los muchos espejos que flanquean la habitación por todos
lados y se mira a sí misma.
El vestido es como la luz de la luna. La seda plateada abraza su cuerpo y se
desliza sobre sus curvas. El escote es atrevido sin revelar demasiado, pero
el dobladillo susurra contra la parte superior de sus muslos como una
silenciosa promesa de más.
Ella se muerde el labio inferior mientras yo resisto el impulso de morderlo
por ella. “Eso es mucha piel a la vista” comenta.
“No me quejo” digo. “Pero si prefieres probarte algo más, adelante”.
Rápidamente se prueba tres vestidos más, mejorando un poco en ocultar su
ansiedad con cada uno. Es el mismo ritual cada vez: desafiante se quita la
ropa para apresurarse a ponerse la siguiente prenda mientras se sonroja bajo
mi ardiente mirada.
El atuendo final es una formal combinación de falda y top corto.
“No puedes llevar sujetador con ese” comento.
Ella hace una mueca. “¿No te gustaría?”.
“Echa un vistazo a la parte superior y dime que me equivoco”.
Frunce más el ceño, voltea el top y observa que lleva un sostén incorporado,
tal como lo pensé. Eso no mejora su humor.
Me fulmina con la mirada, descuelga el sujetador y se da la vuelta para
quitárselo. No veo sus rosados pezones, pero sí la curva de su pecho de
perfil.
Mi miembro se endurece de inmediato.
No puedo evitar pensar en todo lo que quiero hacerle. En lo dulce que
sabrá. En lo suave y cálida que se sentirá.
Y sobre todo...
Lo fácil que se abrirá.
Se las arregla para ponerse el corto top, énfasis en el “corto”. Se ajusta lo
suficientemente arriba como para dejar a la vista un tentador toque debajo
de sus pechos. Y el escote redondo deja acres de piel para que yo salive.
Brilla como el champán con diamantes incrustados.
La veo ponerse la falda como si se metiera en otra piel. Es de talle alto, así
que le cubre el ombligo pero deja unos cuantos centímetros al descubierto.
Por suerte para Willow, tiene la figura perfecta para lucirla.
Por suerte para mí, también.
Mis ojos la miran con aprecio. Luego observo su cara mientras mira su
reflejo en el espejo por un momento. Sus dedos se posan en su vientre, pero
hay un innegable asombro en sus ojos.
“¿Qué estás pensando?” pregunto.
“Nada… yo solo… siempre quise usar algo como esto. Eso es una estupidez
de decir, supongo, pero es verdad”.
“¿Por qué no lo has hecho?”
“Bueno...” niega ella con la cabeza y su sonrojo se oscurece. “No importa”.
Intenta pasar junto a mí, pero me niego a apartarme de su camino.
“Willow”.
Ella suspira y se detiene. “A Casey no le gustaba que usara tirantes” admite.
“Nada demasiado sexy o atrevido. No le gustaba cuando otros hombres me
miraban”.
“Entonces era un tonto” gruño.
“Nunca debí haberlo sacado a colación” dice, retorciendo sus manos delante
de ella. “Bien ¿Podemos irnos?”.
“No. Faltan los zapatos primero”.
Otra palabra a Lois, en el frente de la tienda, y se trae una selección
completa de zapatos para que Willow elija. Ella termina en un par de
tacones de aguja negros con una correa delgada justo debajo de los dedos de
los pies y otra envolviendo su tobillo.
Cuando la mirada está completa, lanza solo una mirada superficial hacia el
espejo. Como si ya no estuviera segura de querer verse a sí misma.
Quiero matar a Casey de nuevo. Por lastimarla. Por hacerla dudar del
reflejo en el espejo.
Ella se merece algo mucho mejor.
Pero me trago la ira y me concentro. “¿Lista para irnos?”.
Ella asiente en silencio.
Al salir, golpeo mi tarjeta de crédito negra contra la máquina. Así de fácil,
la compra está hecha.
Cuando volvemos a subir al vehículo, ella me mira con una expresión
preocupada en su rostro. “No verifiqué cuánto costaba ninguna de estas
cosas” me dice. “Debe haber sido unos pocos miles de dólares al menos,
¿verdad?”.
“Deja que yo me preocupe de eso”.
Su ceño se profundiza. “No puedo permitirme esta ropa”.
“Menos mal que la compré yo”.
“No debí dejarte”.
Levanto una ceja. “No era cuestión de que me dejaras hacer algo. Yo hice lo
que quise, kukolka. Siempre hago”.
Suspira y vuelve a inquietarse. Su torpeza se ve extraña en el conjunto. “No
me gusta estar en deuda contigo” suelta un momento después.
Sonrío. “Te voy a conseguir el divorcio. Ese barco ya ha zarpado”.
Frunce el ceño y parece replegarse sobre sí misma. “Eso es lo que me temo”

L LEGAMOS al restaurante quince minutos después.


Hay una fila de aspirantes parados en la acera afuera, esperando su propia
reserva o rezando para que se abra una. Willow los mira y luego se mira a sí
misma.
“Quédate aquí” digo y salgo del auto hacia su lado. Cuando le abro la
puerta, se mira a sí misma de nuevo. Sin duda, preocupada por si se da de
bruces contra el mundo o se cae al intentar salir del coche.
Le ofrezco mi mano. Y, a pesar de su vacilación, la toma.
Entramos juntos, la multitud afuera se separó de nosotros porque intuyeron
lo que sucedería si se atrevieran a detenerse en mi camino. El maître entra
en acción cuando cruzamos la puerta y nos muestra una mesa en el medio
del restaurante.
Mientras caminamos, los otros comensales miran a Willow. Veo la mirada
en sus ojos: primero, el brillo de la emoción de ver a alguien hermoso. Casi
de otro mundo.
Entonces sus miradas me encuentran y se encogen. Instintivamente,
reconocen el poder, incluso si nunca antes lo han visto.
Nadie se atreve a mirar a Willow por segunda vez, aunque sé que quieren
hacerlo. Me toma un minuto entender por qué es eso. Y cuando lo hago, no
sé qué pensar.
Parece que somos el uno para el otro.
Parece el tipo de mujer que un hombre como yo llevaría del brazo.
Ojalá ella misma lo creyera.
En el momento en que nos sentamos, ella toma el menú y esconde su rostro
detrás de él. Cuando se da cuenta de que el mesero y yo la estamos
esperando, se sobresalta y tira el vaso de agua al costado de su mesa.
Rápido como una serpiente, mi mano arremete para atraparlo antes de que
toque el suelo. Vuelvo a colocar el vaso en su lugar. El rostro de Willow se
pone rojo brillante.
“Oh, Dios” jadea al mesero. “Lo siento mucho, estaba distraída...”.
“No se preocupe, señora” dice. “¿Está lista para ordenar?”.
“Hm, no sé... todo se ve genial” dice y me mira. “¿Ya sabes que pedirás?”.
“Sí”.
“Oh” dice ella, cada vez más ansiosa mientras el mesero se cierne sobre
nosotros. “¿Tal vez deberías ordenar por mí?”.
Asiento con la cabeza y me giro hacia el camarero. “Especial del chef,
Alberto”.
“Muy bien, señor” dice. “Y también tenemos una botella de Screaming
Eagle fría para usted”.
“Tráela”.
Me hace una reverencia baja y se retira. Willow no podría verse más
aliviada de que se haya ido. Tiene los codos sobre la mesa y las manos
hacia la cara, como si estuviera tratando de esconderse detrás de ellas.
“¿Pasa algo?” pregunto.
Ella deja escapar un largo suspiro. “Me siento como una idiota. Tal cual dije
que me sentiría”.
“¿Por qué?”.
“Porque claramente no pertenezco aquí”.
“¿Dice quién?”.
Inclina la cabeza hacia una mesa al otro lado de la habitación. “Dice esa
mujer que me mira como si acabara de escupir en su sopa. Y aquel hombre
en la esquina. Y el mesero, y el maître, y todos los demás aquí”.
“Solo admiran tu atuendo. Deseando poder lucirlo como tú”.
“Por lo cual te pagaré, por cierto” agrega, con un poco de brusquedad en su
tono.
Yo suspiro. “Si insistes”.
“¿Cuánto costó, zapatos y todo?”.
“Doce mil trescientos cuarenta y tres dólares” le digo.
Su mandíbula cae. “¿En serio?”.
“Sí”.
“Pues...jódeme”.
“¿Aquí mismo?”.
Ella me mira por un momento. Entonces su rostro se rompe en una sonrisa.
Finalmente, se permite reír. No alivia toda su tensión, pero parte de ella se
disipa.
Progreso. Un pequeño paso cada vez.
18
WILLOW

“¿Puedo hacerte una pregunta, Leo?” le digo.


El asiente. “Tú puedes preguntar lo que sea. Pero no hay garantía de que yo
responda”.
“Créeme, soy consciente de eso” digo y ruedo mis ojos en blanco. “Solo me
preguntaba... ¿Por qué me trajiste aquí?”.
No espero una respuesta. Es el tipo de pregunta que ha rechazado
innumerables veces desde que irrumpió en mi vida.
Pero estoy harta de las pretensiones, de los juegos, de los secretos. Verme a
mí misma con este diminuto conjunto, y quizás lo que es más importante,
ver la forma en que Leo me miraba con él, me dio un impulso de confianza
muy necesario.
Pero desde que llegamos al restaurante, ese brillo se ha ido desvaneciendo
poco a poco. Quiero hablar con Leo antes de que desaparezca por completo.
Leo, sin embargo, no parece estar interesado. “Necesitaba comer y los
restaurantes hacen comida” responde. “Pensé que tú también necesitabas
comer”.
“Pero, ¿por qué es necesario todo esto?” pregunto, señalando los pesados
manteles, las elegantes sillas modernas, la tenue iluminación romántica.
“Todo el mundo come. No todos comen así”.
“Dime algo, Willow: ¿alguna vez has salido y te has divertido?” pide él.
“¿Sin la sombra de tu esposo cerniéndose sobre ti?”.
Instintivamente, miro a mi alrededor. Tal vez estoy buscando a Casey. Tal
vez solo estoy buscando los fantasmas de mis propias inseguridades que
persisten en las esquinas de mis ojos. Sea como sea, no encuentro ni lo uno
ni lo otro. Sólo un montón de clientes que no me prestan ni un poco de
atención.
Ni siquiera una mirada en mi dirección, pero me siento como si me
juzgaran y yo fallara.
No tiene nada que ver con ellos.
Todo tiene que ver conmigo.
Tiene que ver con el miedo que me invadía cada vez que salía de casa en los
últimos años. Porque no importaba lo que hiciera o a donde fuera, Casey lo
sabía. Siempre estaba observando, y si algo no le gustaba, nunca dejaba de
hacérmelo saber.
Puede que me haya sentido como un rehén cuando Leo me encerró, pero
Casey me ha tenido como rehén durante años. Recién ahora empiezo a
verlo.
Estúpido. Maldito ingenuo idiota.
“Yo… no estoy acostumbrada a esto” admito.
“¿No estás acostumbrado a qué, exactamente?”.
“A no ser… criticada, menospreciada en todo momento...”.
“Él ya no está aquí para criticarte”.
La forma en que lo dice, con los dientes apretados, me hace preguntarme si
desearía que Casey ya no estuviera en ningún lado. Después de todo, tuve
que pedirle a Leo que no lo matara. Solo Dios sabe lo que hubiera pasado si
no hubiera suplicado por esa misericordia.
“Tú estás aquí, sin embargo”.
“¿Cuál es tu punto?”.
“Hay algo en la forma en que me miras” digo y puedo sentir cómo se
desvanece mi última pizca de confianza, tan frágil como la camisa que llevo
puesta. “Es como si me estuvieras mirando todo el tiempo. Observándome”.
Se inclina hacia delante, con los ojos entrecerrados. “¿Eso te pone
nerviosa?”.
“¿No te pondría nervioso a ti?” digo, pero me detengo en seco. “Oh, espera,
cierto: no te importa lo que los demás piensen de ti”.
“No, no me importa”.
“¿Te importaba lo que tu hermano pensara de ti?” suelto antes de que pueda
detenerme.
La chispa en los ojos de Leo se apaga de inmediato. Está callado durante
mucho tiempo, y me pregunto si arruiné la cena antes de que nuestra
comida pudiera ser servida.
“Él fue la excepción” dice Leo finalmente, casi en un susurro.
No digo nada al principio. La culpa está arañando mi pecho. Fue un golpe
bajo, cruel e innecesario, y el silencio que sigue es peor que cualquier
insulto que Leo pueda lanzarme. Intento llenar el silencio con algo que me
dé menos escalofríos que mi propio comportamiento.
“Solía desear tener un hermano” confieso. “Cuando era más joven. Hasta
que cumplí doce años y me di cuenta de que simplemente no iba a suceder
sin importar cuánto lo deseara”. Él no dice nada, así que sigo hablando.
“Incluso entonces, mis padres no me dijeron que no podían tener un hijo.
Que concebir un bebé propio simplemente no estaba en su destino. Así es
como me tuvieron en primer lugar, obviamente”. Tomo una respiración
profunda. “Tal vez debería haberlo visto antes. Realmente no me parezco a
ninguno de ellos”.
Mi papá es alto y desgarbado como arcilla muy estirada. Todo en él es
pálido, tenue: su palidez, su barba castaña clara. Siempre supuse que me
parecía a mi madre. Los ojos azules son el único rasgo que compartimos,
aunque los de ella son pálidos. Como el huevo de un petirrojo.
“Querían que sintieras que realmente les pertenecías” dice Leo sin mirarme.
Bajo la mirada a mis cubiertos chapados en oro. La imagen de mis padres se
vuelve borrosa y se desvanece como la arena. “Apuesto a que se arrepienten
de su decisión”.
“¿De cuál decisión?”.
“La de adoptarme”.
El pensamiento ha estado dando vueltas en mi cerebro durante años. Pero es
la primera vez que lo digo en voz alta.
“¿Realmente crees eso?” dice Leo. Me está mirando finalmente, sus ojos
oscuros son penetrantes e inquebrantables.
Me encojo de hombros, tratando de hacer pasar la emoción por indiferencia.
“Bueno, básicamente los traicioné. ¿Y para qué? Mi adopción estaba
cerrada. No tenían ninguna información que darme sobre mis padres
biológicos. Hicieron todo lo que pudieron para darme la mejor vida posible.
Papá aceptó un segundo trabajo cuando yo tenía diez años porque le dije
que quería aprender a tocar el piano. Cada clase costaba veinte dólares.
Había un profesor al que iban todos mis amigos, licenciado en música de
Julliard y todo eso. Fui durante casi un año antes de dejarlo. Y papá nunca
dijo nada al respecto. Sólo sonrió, asintió y dijo: ‘Lo que quieras, querida’.
Mamá si estaba molesta, pero él se limitó a decir que yo estaba ocupada
buscando mi pasión en la vida y que no debía tener miedo de probar cosas
nuevas. ¿Qué es eso sino amor?”.
Leo me observa en silencio, absorbiendo cada palabra que digo. Cuando él
me mira así, yo sigo hablando. Como si me hubiera hechizado para sacar
verdades nunca antes dichas.
“Yo también siempre estaba haciendo cosas horribles como esa. Probé
nuevos pasatiempos todo el tiempo, pero ninguno de ellos duró más de unos
pocos meses. Era demasiado desorganizada, demasiado descuidada,
demasiado concentrada en las cosas equivocadas”.
Me inclino hacia atrás, tratando de evitar que mis palabras salgan a
borbotones. Pero él sigue sentado allí en silencio, arrancándome historias
con Dios sabe qué poder.
“Realmente quería un perro” continúo. “Soñaba con un cachorro de
labrador que correteara por el patio conmigo. Por lo general, podía ir a ver a
mi padre y suplicarle para salirme con la mía. Pero esta vez, mamá se puso
firme y él se puso de su parte. Dijo que no teníamos una casa lo bastante
grande para un perro. Además del gasto. Pero lo que realmente quería decir
es que sabía que yo perdería interés en el perro después de un año o dos.
Entonces ellos se quedarían con un animal que cuidar”.
“Lo tomaste como un insulto personal”.
“Extremadamente personal” asiento en acuerdo, frustrada con mi yo más
joven en cada uno de esos recuerdos. “No le hablé durante un mes por eso.
Dios, era una mocosa malcriada”.
Incluso antes de quemar completamente el puente a las únicas personas que
alguna vez se preocuparon por mí, lo estuve socavando durante años.
Luchando constantemente contra los únicos que alguna vez me amaron de
verdad.
“Ciertamente lo parece” dice Leo.
Dejo caer mis manos y lo miro. “¿En serio?”.
Se encoge de hombros. “¿Qué quieres que diga? ¿Que no fuiste una mocosa
malcriada?”.
“Pues, algo reconfortante tal vez” sugiero.
Él sonríe. “Acudes al hombre equivocado para eso”.
“Caramba, que suerte la mía”.
“Pensé que me estabas contando una historia, no buscando consuelo”.
“No lo estaba buscando, pero... es solo lo que haría una persona normal”.
No parece muy preocupado por esa apreciación. “Supongo que no soy
normal entonces”.
Casi sonrío. Leo Solovev es cualquier cosa menos normal. “Lo dices en
serio, ¿no?”.
“¿Qué?”.
“Realmente no te importa lo que la gente piense de ti. Quiero decir,
toneladas de personas dicen eso. Pero tú lo dices en serio”.
Él asiente una vez. “Yo lo digo en serio”.
Recurro a mis últimas reservas de confianza. “¿Ni si quiera yo?”
Su sonrisa se vuelve inescrutable. “Willow, tú no me conoces lo
suficientemente bien como para formarte una opinión real de cualquier
manera. Entonces, no. Tu opinión no me importa más que la de cualquier
otra persona”.
No estoy segura de por qué, pero sus palabras duelen. “Bueno, tú pareces
pensar que me conoces bastante bien” le espeto.
“Mejor de lo que tú puedas imaginar”.
“¿Cómo es eso posible?”
“Porque yo soy un observador”.
“¿Y tú no crees que yo lo soy?”.
Él niega con la cabeza. “Tú hablas demasiado como para prestar atención”.
¡Auch! Pero incluso yo puedo reconocer que tiene razón en eso. Cojo mi
vaso de agua para no seguir hablando.
“Dudo que puedas evitar hablar toda la noche llenándote la boca con una
cosa u otra” comenta Leo mientras tomo un sorbo.
“Siempre puedo intentarlo” murmuro.
Afortunadamente, el mesero aparece con panecillos recién hechos y la
botella de vino que ordenó Leo. Como todo lo demás, parece caro.
Cuando el camarero se retira, agarro un panecillo para meterlo en mi boca.
Leo se ríe.
“Cállate” frunzo el ceño, tomando un bocado. Cuando el sabor y la textura
llegan a mi lengua, jadeo: “Oh, por Dios”.
“¿Está bueno?” inquiere él.
“Mi mamá solía hacer un pan como este” digo después de haber tragado mi
primer bocado. “Era la cosa más deliciosa del mundo. Solía comerlo solo
para las comidas. Lo siento, estoy hablando mucho de mis padres”.
“Lo único que oigo es que los echas de menos” dice Leo.
De inmediato, lágrimas no derramadas queman la parte de atrás de mis ojos.
Porque claro que tiene razón. Los extraño terriblemente.
Pero me advirtieron que estaba cometiendo un error y fui cruel con ellos en
sus propias caras. Ahora sus peores temores se han hecho realidad y ya no
merezco su ayuda.
Cambia de tema, me digo. Cambia de tema antes de perder la cabeza.
“Tu infancia probablemente fue muy diferente a la mía, ¿eh?”.
“Se podría decir que sí” contesta, y eso es todo lo que dice. ¿Por qué no
puede divagar una y otra vez como yo? Sólo dame algo, un poco de
humanidad. Algo que me haga saber que él siente las cosas igual que yo.
Pongo los ojos en blanco. “Sabes, todo este asunto del ‘misterioso hombre
melancólico’ está muy sobrevalorado”.
Él sonríe. “Tú no entenderías mi infancia”.
“Entonces explícamela. Haz que la entienda”.
“¿Por qué te importa?”
“Bueno, para empezar, porque actualmente vivo en tu casa y uso ropa que
me compraste”. Me encojo de hombros. “Siento que debería saber más
sobre ti”.
“¿Eso es un sí a mi propuesta?” él pide.
Estrecho mis ojos hacia él. “Tú ‘propuesta’ es una divertida elección de
palabras. No te recuerdo proponiendo una mierda. Se sintió más como una
orden”.
“¿Habría alguna diferencia si me arrodillara y te preguntara?” él arrastra las
palabras.
“No” espeto. Aunque realmente no puedo imaginar a Leo arrodillándose
por nadie, nunca.
Se ríe y se recuesta en su asiento. “No lo creo”.
“¿Sigues hablando en serio sobre todo este asunto del matrimonio?”.
“Muy en serio”.
“¿Por qué?”.
Yo estaría de acuerdo con su evasión y su silencio si respondiera a esta
pregunta. Pero en lugar de eso se reclina cómodamente en su silla y me
sonríe. “Tengo mis razones”.
Levanto las manos. “No te entiendo”.
“Déjame hacerte una sugerencia: deja de intentarlo”.
Estoy a punto de hacer el ridículo en este elegante restaurante y tirarle un
panecito a la cabeza cuando nos interrumpe el plato principal. Leo me pidió
un rollo de cangrejo y camarones bañado en una salsa dulce y picante que
parece oro líquido.
El primer bocado es como una bofetada de sabor en la cara. “Oh, Dios mío,
esto está bueno”.
“Come” aconseja. “Has estado descuidando tus comidas últimamente”.
Arrugo la nariz. “¿Estás pendiente de mis comidas? ¿Las criadas te envían
fotos de antes y después o algo así?”.
“No parezcas tan sorprendida, kukolka. Yo lo controlo todo”.
“No sé si sentirme halagada o extremadamente asustada”.
“Deja de hablar y come” dice.
Hablando de descuidar las comidas, Leo descuida la suya. No toca su plato
ni dice una palabra. Él simplemente está allí sentado y me mira. Las pocas
veces que me atrevo a encontrar su mirada, podría jurar que veo dolor bajo
el impenetrable muro de su rostro.
Al menos, creo que lo hay.
Tiene que haberlo, ¿verdad? Nadie pierde a un miembro de la familia sin
experimentar algún tipo de trauma. Y su hermano era tan joven. La muerte
fue inesperada, trágica. Empujó a Leo a un papel que no esperaba.
Si no me tuviera cautiva, casi me sentiría mal por él.
“Espero que no te estés confundiendo sobre lo que quiero” digo, dejando mi
tenedor.
Levanta las cejas. “Oh ¿cómo?”.
“Solo porque estoy usando el vestido que me compraste y porque acepto tu
ayuda en mi divorcio y tengo una conversación algo normal contigo... no
significa que no me moleste que me mantengas en tu casa en contra de mi
voluntad”.
“Olvidaste ‘coges conmigo’” dice. “Estás usando el vestido que compré,
aceptas mi ayuda, tienes una conversación normal conmigo y
ocasionalmente coges conmigo. Entonces, para aclarar ¿fue o no contra tu
voluntad?”.
Miro hacia abajo de inmediato, sonrojándome como una tonta e incapaz de
mirarlo a los ojos. “¿Mantendrás la voz baja?” siseo. “El mesero acaba de
pasar”.
Él sonríe, luciendo perfectamente a gusto. “¿Y te molesta que el mesero
pueda saber que me estás cogiendo?”.
“¡Leo!”.
Se encoge de hombros. “Si no querías que tuviera la impresión equivocada,
tal vez no deberías haberme seducido anoche”.
Yo lo seduje. Por alguna razón, la frase me hace reír. Probablemente porque
Leo parece insensible. No puedo imaginar a nadie con ese poder.
Abro la boca y la cierro un par de veces antes de decidir lo que quiero decir.
“En primer lugar, yo no soy la seductora en esta ecuación”.
Él luce burlonamente inocente. “¿Qué quieres decir?”.
“¡Por favor! Sabes exactamente lo que haces conmigo”.
“¿Eso significa que iremos a la cama otra vez esta noche?” inquiere.
“No. No cometo el mismo error dos veces”.
“Eso has dicho. Pero estás cometiendo un descuido flagrante”.
“¿Cual es?”
“Yo no soy Casey”.
“¿Cual es la diferencia? Eres el mismo tipo de hombre”.
Sus ojos se oscurecen, pero su sonrisa no flaquea. Simplemente se vuelve
frío y amenazante.
Me encuentro temblando, echando de menos la calidez de su genuina
diversión. Quiero disculparme, arreglar las cosas por haber sido cruel una
vez más.
Pero algo me dice que si me echo atrás ahora, me echaré atrás el resto de mi
vida con Leo. O por el tiempo que esté con él.
Esperemos que no sea lo mismo.
“Seamos claros en una cosa, pequeña: no me parezco en nada a Casey”
gruñe con veneno. Se inclina hacia adelante, cerniéndose sobre mí. “No
importa lo malo, lo terrible, lo vil que creas que es tu ex marido... recuerda
que yo soy mucho, mucho peor”.
El silencio que sigue es gélido.
Si otro hombre hubiera dicho esas cosas, podría haberme reído en su cara.
Pero este hombre es diferente. Es algo de otro mundo, diferente a
cualquiera que haya conocido.
Miro mi plato, porque realmente, ¿qué puedo responder? ¿No te creo? Verá
la mentira en mis ojos. Me atrapará como lo ha hecho en el pasado.
“Come” dice.
“¿Sabes qué? De repente, no tengo tanta hambre”.
“Muy bien” dice encogiéndose de hombros. “Entonces puedes verme comer
a mi”.
No está bromeando. Él come sin ninguna preocupación en el mundo,
incluso mientras yo me siento allí salivando por la increíble cena. Pasan
cinco minutos y me muerdo la lengua para evitar que las palabras se
derramen.
“Solo come, Willow” suspira finalmente.
“No”.
“¿Estás tratando de probar un punto?”.
“Quizás”.
Él rueda los ojos. “Entonces estás siendo infantil”.
“¿Estoy siendo infantil?”
“Eso es lo que dije, sí” acepta él.
“¿Estoy siendo infantil por negarme a dejar que me mandes?”.
“La madurez es saber cuándo rendirse”.
“Eres un imbécil” digo con firmeza, poniéndome de pie tan rápido que la
silla se cae detrás de mí. “¿Qué te parece esto para la madurez?”.
Todo el restaurante se vuelve hacia nosotros. El calor quema mis mejillas
cuando me doy cuenta del espectáculo que acabo de dar.
“¿Quieres volver a sentarte?” pregunta pacientemente, ignorando a todos
los espectadores boquiabiertos.
“¡No!”.
Él tiene razón: estoy siendo infantil. Pero estoy demasiado lejos en este
camino para esconder la cara ahora. Así que, como rendirme ya no es una
opción, y ya que tengo que hacer que me respete si quiero salir viva de esta
mierda, me doy la vuelta y corro.
No sé muy bien adónde voy, pero veo unas puertas de cristal y me dirijo
directamente hacia ellas. Casi choco con un camarero que parece alarmado
mientras se aparta de mi camino.
“Señora, ¿puedo…?”.
“¿Es esta la salida?” le pregunto.
“Conduce a los jardines, señora”.
“Suficientemente bueno para mí” y corro afuera.
El aire frío me golpea desde todos los ángulos. Es incómodo, pero no lo
suficiente como para obligarme a volver a entrar para compartir el pan con
el sádico imbécil que puso mi vida patas arriba.
A lo lejos brilla un pequeño estanque, con peces Koi chapoteando en la
superficie y un puente ornamentado que se arquea sobre las aguas.
Me subo al puente y miro hacia atrás en la dirección de la que vengo. Desde
este lado del agua, el restaurante parece una joya en la noche. Es un edificio
hermoso y arqueado, tan iluminado que me duelen los ojos si lo miro
directamente durante mucho tiempo.
Intento resistirme, pero una lágrima se escapa y me recorre la mejilla. Miro
el reflejo de las luces en la superficie del estanque. El impacto de la lágrima
produce una sutil ondulación que hace bailar las luces.
¿Cómo he terminado aquí? En cada paso de mi vida, he cometido errores.
Elegido mal. Siento que me ha costado mucho, una y otra vez.
Pero este es el peor costo hasta ahora.
“¿Te sientes mejor?” escucho a Leo.
“¡Ah!” Salto casi fuera de mi piel cuando Leo se une a mí en el puente.
“¿De dónde diablos saliste?”.
Se encoge de hombros. “Nunca estoy lejos de ti, Willow. No estabas
prestando atención. Eso es lo que sucede cuando estás en tu propia cabeza”.
¿Eso es lo que hago? ¿Es eso lo que he estado haciendo durante los últimos
años?
Tal vez sea más fácil esconderse en tus sueños que enfrentarse a la cruda
realidad.
Estrecho los ojos. Incluso en las sombras, su silueta es hermosa y austera.
“Quiero estar sola” le informo.
“No todos conseguimos lo que queremos, ¿verdad?”
“Los hombres como tú suelen hacerlo” murmuro.
“No necesariamente”.
Capto la mirada misteriosa y lejana en sus ojos. “¿Estás pensando en tu
hermano?”.
“En realidad, estaba pensando que tus tetas se ven perfectas en ese top”.
“Por Dios” me quejo, apartándome de él mientras mis mejillas se sonrojan.
“Algunas cosas nunca cambian”.
Se acerca. Su mano cae contra mi cadera. Sus dedos son cálidos y me
muevo hacia él instintivamente. “Mis pensamientos no son de tu
incumbencia, Willow” me susurra al oído. “Todo lo que necesitas saber es
que soy lo suficientemente poderoso como para protegerte”.
“No necesito protección”.
Se inclina un poco. “Ah ¿no?”.
Contengo la respiración porque estoy casi segura de que me va a besar. Pero
en el último momento, se aparta y el aire frío me rodea una vez más.
Caliente y frío, fuego y hielo, siempre es un extremo o el otro con Leo. No
hay término medio. Ningún refugio seguro.
Es el cielo o el infierno. Sin purgatorio de por medio.
“Vamos” dice.
“¿A dónde?”.
“De vuelta adentro ¿dónde crees?” dice él. “Ni siquiera hemos llegado al
plato principal todavía”.
19
WILLOW

“¿A dónde vamos?” repito.


En lugar de llevarme de vuelta al interior, Leo me lleva por una estrecha
escalera que rodea el lateral del restaurante.
“Deja de hacer preguntas” me dice.
Me muerdo la lengua y lo sigo escaleras arriba. El umbral se abre a unas
puertas dobles de vidrio, detrás de las cuales hay una sala privada. Sus
paredes son todas de cristal y tiene vistas al estanque y al jardín que lo
rodea.
Hay una mesa magníficamente puesta en el centro de la habitación, así
como un carrito a un lado que muestra varios platos con cubiertas plateadas.
“Trasladamos nuestra cena aquí” me informa Leo. “Dado que no se puede
contar con que te comportes en público”.
Estoy un poco avergonzada, pero más que nada, aliviada. Realmente no
quería tener que volver a entrar al restaurante y fingir que nadie me miraba,
preguntándome qué me hizo perder los estribos.
Me estoy sentando justo cuando los camareros salen de las sombras para
poner nuestro próximo plato en la mesa.
Es un medallón de langosta en una salsa espesa de mantequilla y ajo. Hay
pan estilo crostini a un lado y una generosa porción de caviar descansando
justo encima de la langosta.
“¿Rechazarás también este plato?” pregunta Leo con un brillo en sus ojos.
Yo recojo mi cuchillo y tenedor y le digo: “Tienes suerte de que tenga
hambre”.
“Con tanta histeria se te habrá abierto el apetito”.
Lo ignoro y le doy un mordisco a la langosta. Se desintegra en mi lengua y
gimo tan fuerte que Leo levanta una ceja.
“Cuidado, los camareros pueden pensar estoy empezando a gustarte”.
“¿Pensé que no te importaba lo que la gente pensara?”
“A mí no me importa. Pero a ti sí”.
Se siente como un insulto el modo en que lo dice. Estoy segura de que no es
un accidente.
El silencio se extiende mientras comemos. Leo parece perfectamente
cómodo en él. ¿Qué dijo antes? Si te sientas el tiempo suficiente en el
silencio, quizás puedas encontrar respuestas.
Pero cuanto más me siento en él, cuanto más lo miro, más insegura me
vuelvo.
Leo es una contradicción envuelta dentro de un enigma. Él es caliente y
luego frío. Mi secuestrador y protector. Aún así, tengo la sensación de que
hay una pieza del rompecabezas que no tengo. Una llave que daría sentido a
todo.
Pero no importa lo mucho que intente descifrarlo, su personalidad
simplemente se aleja más en la turbia oscuridad.
Mastico la langosta mientras reflexiono. La especia de la salsa me recuerda
a la trucha que papá solía traer a casa después de sus viajes de pesca cuando
yo era pequeña. Yo me sentaba a su lado mientras él limpiaba el pescado,
retorciéndome todo el rato.
“¿Tú pescas?” pregunto de repente.
“¿Parezco el tipo de hombre que pesca?”.
La idea de Leo metido hasta las rodillas en un río, pescando con mosca, con
botas y tirantes puestos, es lo suficientemente ridícula como para hacerme
reír a carcajadas.
“Supongo que no”.
Él deja el tenedor sobre el plato, se cruza de brazos y se inclina hacia
adelante. “Mi turno de preguntar. ¿Te tocas, Willow?”.
Mis mejillas se calientan al instante. “¿Disculpa?”.
Parpadea, completamente imperturbable. “Te pregunté si tú te tocas. ¿O
solo esperas a que yo lo haga para ti?”.
Dejo caer mis cubiertos sobre la mesa con un estruendo. “Es una pregunta
muy grosera para hacerla en la cena”.
“No es realmente una pregunta. Porque yo ya sé la respuesta”.
“¿Oh sí? ¿Y qué respuesta es esa?”.
“Que tú te la pasas mojada por mí causa, desde el momento en que nos
conocimos”.
“Vete a la mierda” digo bruscamente, con la mandíbula apretada. “No sabes
nada de mí”.
“Como te he dicho antes, Willow, yo lo sé todo sobre ti. Dime algo: si me
acerco ahora mismo a ti y meto mi mano por debajo de tu falda ¿qué
encontraría entre tus piernas?”.
Aprieto mis muslos, dándome cuenta de que la misma promesa de esa
amenaza ha hecho realidad su declaración. “Tú no...”.
“Ya deberías saberlo mejor ahora”.
“Mejor quédate en tu lado de la mesa” digo, forzando mis palabras a través
de los dientes apretados. Todo mi cuerpo está tenso.
Sacude la cabeza lenta y fluidamente. “No hago promesas que no puedo
cumplir”.
“Leo...” digo en un tono de advertencia. Pero solo sale un tono asustado.
Su voz se profundiza en un delicioso y ronco tono. “Ponte de pie”.
Me tenso, preguntándome cómo irían las cosas si lo rechazo. Decido ver
por mí misma.
“No” le digo.
Sacude la cabeza con tristeza. “¿De verdad piensas aún que soy el tipo de
hombre que acepta un no por respuesta? Levántate, Willow. No lo volveré a
pedir”.
Antes de darme cuenta de lo que está pasando, me encuentro poniéndome
de pie.
Él asiente con aprobación. “Ven y párate frente a mí”.
Hago lo que dice, distraída solo por la forma en que mi interior baila con
anticipación. Sus ojos suben y bajan por mi cuerpo.
“Quítate la ropa”.
Por primera vez desde que nos sentamos, recuerdo nuestro entorno. Miro
alrededor nerviosamente a las paredes de vidrio. “La gente me verá”.
“¿Qué gente?” pide él.
“Los camareros...”.
“No vendrán hasta que se les llame. Conocen su lugar”.
“Leo”.
“Quítate primero la parte superior” dice en un tono que sugiere que está a
punto de arrancarlo.
Temblando, me estiro hacia un lado y abro la cremallera primero. Cuando
mis pechos se sueltan, sus ojos van directamente a ellos. Durante mucho
tiempo, solo me observa.
“Ahora date la vuelta y quítate la falda”.
Entumecida, lentamente, me doy la vuelta y bajo la cremallera de la falda.
Me cuesta un poco ponerme la ceñida e implacable tela alrededor de las
caderas. Luego tengo que agacharme para quitarme el resto.
Los nervios me recorren el vientre al darme cuenta de que tenía razón:
Estoy excitada. Desnuda delante de él, sin nada más que unos tacones
demasiado altos, estoy más viva que nunca. Tanto que apenas puedo pensar
con claridad.
“Mírame”.
Alcanzo nerviosamente mis zapatos. “¿Los tacones...?”.
“Déjatelos”.
Sin apartar sus ojos de los míos, Leo mete la mano entre sus piernas y libera
su erección de los pantalones de su traje. Su miembro brota en su mano,
duro, grueso y palpitante. Me relamo los labios y separo mi postura de
forma inconsciente, automática.
Me provoca un cortocircuito cerebral. Mis pensamientos se desvanecen, me
hormiguea la piel y lo único en lo que puedo pensar es en lo incompleta que
estoy sin él, sin su pene dentro de mí, sin él encima de mí, consumiéndome.
Él empieza a acariciarse lentamente. “Nunca respondiste mi pregunta,
kukolka” murmura ronco. “¿Te tocas?”.
Su mirada me dice que mentir no es una opción. Vuelvo a humedecerme los
labios y grazno con voz ronca: “A veces”.
“Muéstrame”.
Mis dedos se sienten como si no me pertenecieran mientras bajan
lentamente para tocar la humedad entre mis piernas. Leo sigue
acariciándose mientras me observa.
Mis ojos se cierran cuando paso un dedo por mi dolorido clítoris. Tengo que
plantar mi otra mano sobre la mesa para no caer mientras una ola de
debilidad caliente me inunda.
“Eres tan buena chica cuando escuchas, Willow” comenta Leo.
Me estremezco, como hago siempre cuando dice cosas así. De día puedo
odiarlo. Despreciarlo, aborrecerlo, desear que nunca hubiera nacido o al
menos que nunca hubiera profanado mi vida de la forma en que lo ha
hecho.
Pero cuando cae la noche y su voz se hace más grave y me llama su
kukolka, su niña buena...
Me pongo en sus manos.
“Ven aquí ahora” ordena.
Camino hacia él y pongo una rodilla a cada lado de su regazo. Se alinea con
mi entrada.
Luego, con una mano en mi cadera, me obliga a bajar para llenarme con su
enorme erección.
Los primeros centímetros me hacen babear. Mi visión es borrosa e
indistinta. Me estoy estirando, abriendo, sometiéndome por completo a él.
Sin embargo, todo lo que hace es aumentar mi ardiente necesidad. Quiero
más, lo quiero todo, quiero...
“Puedo detenerme” dice.
Se queda a medio camino dentro de mí. Sus ojos bailan con esa exasperante
y arrogante sonrisa.
Qué condenado bastardo.
Me está poniendo a prueba.
Una mujer más fuerte podría haber cambiado las reglas y haber puesto a
prueba su determinación. Pero yo estoy demasiado débil de necesidad.
Demasiado ansiosa por volver a sentirlo dentro de mí.
“No te detengas” jadeo.
Levanta la mano y tira de mi cabello como si estuviera tirando de unas
riendas. Mi espalda se arquea, dejando al descubierto mis pechos hacia el
techo.
“No puedo oírte”.
“No te detengas” digo de nuevo. “Por favor, no pares”.
Leo asiente y sonríe. “Vas a ser una buena esposa, Willow”.
Luego me empuja hacia abajo el resto del camino.
Balbuceo y jadeo. Cada terminación nerviosa está en llamas mientras me
empuja con movimientos suaves y lentos. Reboto sobre él, juntando
nuestras caderas para que cada parte de mí pueda sentir cada parte de él, y
es jodidamente glorioso.
Mi cabalgata se vuelve cada vez más rápida. Apenas estoy consciente de lo
que estoy haciendo, de mi parte en todo esto. Lo único que puedo sentir es a
él, y mi cuerpo sabe qué hacer con eso incluso si mi cerebro no lo sabe.
El pulgar de Leo se desliza sobre mi clítoris y eso es todo lo que se necesita
para enviarme al límite. Me corro con fuerza, arañando sus hombros y
enterrando mi frente contra su pecho.
Antes de que el orgasmo termine conmigo, Leo se pone de pie y con un
brazo barre todo sobre la mesa, y con el otro me mantiene clavada en él.
Los platos, los cubiertos y las tazas caen al suelo y ruedan en todas
direcciones.
Me baja y presiona una mano en mi pecho para que me acueste sobre la
mesa. Engancho mis talones detrás de su espalda baja cuando comienza a
entrar de nuevo en mí. La mesa tiembla con cada salvaje empuje. El sonido
de los tornillos chirriando perfora mi interminable gemido.
Estoy a punto de estallar de nuevo. Efectivamente, cuatro o cinco golpes
después, estoy gimiendo de nuevo y grito. Leo mantiene su mano apretada
en mi garganta mientras yo ahogo su nombre como una plegaria.
Pero al igual que en el primer orgasmo, no deja que este termine antes de
volver a moverse. Me levanta y me pone de rodillas. Jadeo de asombro,
pero no tengo tiempo de asimilar lo que está pasando antes de que me meta
su pene en mi boca.
Me saboreó en él. Mi cuerpo sabe qué hacer, incluso ahora, así que me
encuentro absorbiéndolo todo.
Mi coño tiembla, pero ya está satisfecho. El placer ahora será ver a Leo
terminar. Saber que se lo he dado.
Miro a Leo y observo su cara mientras me folla la boca. Su expresión es
tensa. Hay más emoción de la que suele mostrar. Cuando sus ojos se
cierran, sé que está a punto de correrse.
Un segundo después, siento su cálida semilla dispararse por mi garganta. Y
me la trago toda, hasta la última gota.
En cuanto termina, se retira, se sacude y se sube la cremallera.
Me quedo ahí de rodillas. Desnuda y temblando, preguntándome quién soy.
Y qué es lo que quiero.
20
LEO

Estoy inmerso en mi trabajo cuando escucho su voz.


“¿Leo?” llama ella desde el lado opuesto de la puerta, seguido de un golpe
trémulo.
Mi pene se pincha un poco. “Adelante” digo.
Ella entra, vestida con un impresionante traje blanco y negro. Me alegra ver
que finalmente está haciendo uso de la ropa que coloqué en su guardarropa.
Los pantalones son negros, ajustados en la parte superior y ligeramente
acampanados en la parte inferior. El abrigo que lleva puesto se adapta
perfectamente a su figura, y la camisa blanca ceñida debajo acentúa sus
senos sin revelar mucho. Su cabello está recogido en un moño elegante y
peinado hacia los lados.
Parece que está lista para la guerra.
Pero en el momento en que mis ojos se posan en su rostro, esa presencia
autoritaria se desvanece. Debajo de la sutil ferocidad de su maquillaje, se ve
pálida. Nerviosa.
“Bonita ropa” le digo.
“No me sienta bien” dice ella, inquieta aún en la puerta.
“¿Algo te molesta?”.
“Yo solo… todo esto está sucediendo muy rápido” dice ella. “Hablé el
divorcio con Jessica hace solo unos días. Luego descubro que no solo se
entregaron los papeles, sino que hoy iré a un bufete de abogados para
discutir los detalles con Casey y su abogado”.
“Te dije que era buena”.
“¿Ah sí?” pregunta astutamente, acercándose a mí. “¿Jessica es realmente
tan buena? ¿O tú... hiciste que esto sucediera?”.
“Pregúntame lo que quieras preguntarme, Willow. No bailes alrededor”.
Traga saliva, se endereza y dice: “Estoy preguntando si amenazaste a Casey
con esto”.
“Eso está mejor” digo y me encojo de hombros. “Nuestro último encuentro
fue bastante amenazador, si recuerdas. No lo culparía por cambiar de
opinión sobre el tema”.
Se muerde el labio inferior, un hábito nervioso que tiene y que encuentro
muy peligroso. Prácticamente está rogando que la cojan.
“Yo... Tú... ¿Qué le digo siquiera?”.
“Oh ‘vete a la mierda’ te parece un buen comienzo”.
“Hablo en serio, Leo”.
“Yo también”.
“Después de lo que pasó en nuestra... en su casa… luego de la pelea y de lo
que le hiciste, va a pensar que estamos durmiendo juntos”.
Me acerco y ella retrocede. Doy otro paso para compensar la distancia.
En este pequeño baile, yo soy el líder.
“Estamos durmiendo juntos” le recuerdo.
Su expresión se tuerce. Está claro que ha estado lidiando con el limbo de la
relación en el que estamos.
Ella me quiere. Y ese simple hecho la aterroriza.
“Pero, él no lo sabe” protesta ella.
La empujo contra la pared. Ella jadea cuando presiono mi pecho contra el
suyo. “Confía en mí: él lo sabe”.
Ella me mira. “¿Cómo iba a saberlo?”.
Levanto mis cejas. “¿Cómo crees que podría?”.
“¡No lo hiciste!” dice ella. “¿Le dijiste?”.
Estoy completamente erecto ahora. Impulsado por su cara de puchero y su
jodido traje sexy. Nunca había apreciado tanto la moda femenina. Pero cada
punto de este está diseñado para hacer que Willow irradie una intensidad
que me habla.
“Te ves bien en esto” digo trazando la curva de su cadera, acariciando la
tela.
“Buen cambio de tema” dice y empuja débilmente mi pecho. “Tengo que
irme. Jessica está afuera esperándome”.
“Déjala que espere. Necesito asegurarme de que estés presentable”.
“¿No estoy presentable?” dice e intenta mirarse a sí misma, pero yo agarro
su barbilla y levanto sus ojos hacia los míos.
“Has olvidado el perfume. Pero no te preocupes, yo me encargaré de eso”.
“Leo...”.
Presiono mis caderas contra las suyas. “Tienes que entrar ahí oliendo a otro
hombre”.
A pesar de sus débiles protestas, sus ojos parpadean. El deseo en ellos me
prende fuego. No sé qué tiene esta mujer, pero no importa cuántas veces me
la coja, mi hambre de más, nunca se desvanece.
La de ella tampoco, al parecer.
Le quito el abrigo de los hombros y miro su blusa blanca ceñida. Sus tetas
asoman por la fina tela.
Rozo sus pezones duros con mis dedos y se tensa. “Todavía no tienes
suficiente, ¿verdad, kukolka?”.
Ella intenta apartarse de mí, pero yo la inmovilizo contra la pared, paso un
dedo por su labio inferior. “Intentaré no quitar tu labial”.
La empujo hacia abajo sobre sus rodillas. Ella lo hace de buena gana.
Ella misma me baja la cremallera y saca mi pene con sus temblorosos
dedos. Su pequeña mano me envuelve y comienza a bombear lentamente.
Después de unos cuantos bombeos, mete mi punta en su boca y chupa
lentamente.
La dejé controlar el ritmo. Aunque estoy tentado a follarle la cara como la
última vez, hay una intensidad única en el juego de espera. La anticipación
es jodidamente intoxicante.
Willow tiene una lengua experta, y después de algunos instantes de
vacilación, devora mi pene como si estuviera hambrienta.
Veo su cabeza balancearse de un lado a otro mientras aprieto los dientes y
lucho contra el deseo de explotar. Cuando no puedo soportarlo más, la
agarro del cabello y la pongo de pie. La muevo hacia mi escritorio, la
agarro por sus caderas y la levanto sobre la mesa.
Su trasero aterriza justo encima del plan para derribar a la Bratva
Mikhailov. Hay algo casi poético en eso.
Desabrocho sus pantalones y se los quito. Empujo sus bragas de encaje a un
lado, y meto mi dedo dentro de ella. Sus manos revolotean sobre mis
hombros y su labio tiembla.
Cuando ella está temblando por todas partes, a punto de desmoronarse, saco
mis dedos y empujo mi pene adentro.
Le doy tres embestidas lentas y suaves, para que se acostumbre a mi
tamaño.
Entonces empiezo a tomar lo que quiero.
Me la cojo con furia. A ella le gusta duro, lo supe la noche que nos
conocimos. Nunca está más excitada que cuando la domino. Al menos,
durante el sexo. El resto del tiempo, es una pesada.
Le rodeo la garganta con la mano. Lo bastante suave como para no
estrangularla, pero lo bastante fuerte como para añadir intensidad a la
penetración.
Grita cuando está a punto de correrse y me araña. Sus piernas se tensan en
torno a mi espalda, su pelo se suelta de su elegante moño y de sus labios
brotan deliciosos jadeos.
Se está desmoronando por dentro y por fuera. Cuando echa la cabeza hacia
atrás, presa del orgasmo, yo también me dejo llevar.
Cuando la saco, veo mi marca goteando dentro de ella. Busca un pañuelo
desechable, pero la detengo.
“No”.
Ella se congela, su mano sobre la caja de pañuelos. “¿Qué?”.
“Dije que no. Vuelve a ponerte los pantalones”.
Ella parece sorprendida por la sugerencia. “Yo... me haré un desastre”.
“Me importa un carajo”.
“El traje...” dice.
“Te compraré otro”.
Sus dedos tiemblan sobre el pañuelo, pero sostengo su mirada.
“Si te limpias, tendremos que empezar de nuevo”.
Por un segundo, no puedo decir si ella quiere ese castigo o no. Pero luego,
con un suspiro de resignación, deja caer la mano y se sube los pantalones.
Sonrío. Se divorciará del hijo de puta de su marido mientras yo goteo de
adentro de ella.
Jodidamente hermoso.
“¿Ustedes dos terminaron aquí?” pregunta Jessica, con una mano levantada
frente a sus ojos.
“¡Ay dios mío!” Willow jadea horrorizada. “¿Esa puerta estuvo abierta todo
el tiempo? ¿Por qué no dijiste nada?”.
“Confía en mí, querida: he visto cosas mucho peores en mi línea de trabajo”
dice Jessica y reprime una risa. “De todos modos, ahora que has tenido una
despedida adecuada, pongámonos en marcha”.
Con las mejillas encendidas como un reguero de pólvora, Willow sale
corriendo de mi oficina sin mirarme.
Jessica se queda en la puerta y arquea una ceja perfectamente perfilada.
“¿Te has divertido?”
Le lanzo una sonrisa de satisfacción. “Ve a hacer tu trabajo”.
Se gira para seguir tras de Willow.
“Ah, ¿y Jessica?”.
“¿Sí?”.
“El fracaso no es una opción”.
Me hace un gesto seco con la cabeza. “Entendido”.

U NOS MINUTOS después de que Jessica se haya ido, Jax y Gaiman entran a la
oficina.
Está claro que también escucharon la mayor parte de lo que sucedió.
Gaiman se ve impasible e incómodo. Jax, por otro lado, tiene una tonta
sonrisa en su rostro.
“Ese fue todo un espectáculo” dice, dándome una palmada en la espalda.
“Estoy orgulloso de ti, amigo”.
“No debes estar acostumbrado al placer genuino de una mujer en la cama”
dice Gaiman.
“Por favor, las mujeres con las que cojo se corren el doble de fuerte”
argumenta Jax.
“Eso dice más sobre el tipo de mujer dispuesta a acostarse contigo que
sobre los poderes de tu pene, sobrat” le digo.
“¿Quieres apostar?” pregunta Jax.
Estrecho los ojos hacia él. “Por supuesto. Todavía me debes cinco grandes
de la última apuesta que perdiste. ¿O eran diez?”.
Su expresión cae. “Maldición. Te acordaste”.
“Nunca olvido”.
“Ya tienes suficiente dinero” se queja.
“¿Parezco el tipo de hombre que se conforma con lo suficiente?” digo y me
río. “Aceptaré el pago para mañana. Solamente efectivo”.
“Eres un bastardo despiadado, Leo Solovev”.
“Eso es algo que nunca deberías olvidar” dice Gaiman.
Gaiman se permite una pequeña sonrisa antes de centrar su atención en los
planos dispuestos sobre mi mesa. Una esquina de la cual está
deliciosamente arrugada. Si Gaiman se da cuenta, no dice nada.
“¿Recibiste noticias de los equipos?” pide él.
Me trago mi molestia por el fallido primer intento del segundo sitio.
“Sí. El equipo uno tuvo éxito. El segundo... no tanto”.
“¿Silver Star aún no está listo?” pregunta Gaiman.
“No todavía” le digo.
“Espera” Jax señala los planos arrugados. “¿Te la cogiste sobre los planes
de derribo?”.
Le envío a Jax una mirada penetrante. “Prioridades”.
“Confía en mí, mis prioridades están en orden” se ríe.
“¿Podemos ponernos manos a la obra, por favor?” pregunta Gaiman
enfadado.
“Gaiman, prioridades” lo regaña Jax en una imitación torpe de mi voz.
“Por Dios” gruñe Gaiman. “Algunos días, te juro que podría meterte una
bala en la cabeza y no sentir ningún remordimiento”.
Jax está a punto de hacer otra broma cuando los silencio a ambos.
“Suficiente. Tenemos mucha mierda que hacer. El fracaso del segundo
equipo significa que tengo que retrasar mis planes”.
“¡Excelente! ¡A la mierda las bombas!” canta Jax, tronándose los nudillos.
“¿Entonces podemos entrar y romper algunos cráneos nosotros mismos?”.
“Ni hablar, amigo mío. El plan sigue siendo el mismo. Sólo que tardará un
poco más de lo previsto”.
“Odio pelear guerras en la sombra” gruñe.
“Solo espera, entonces” digo. “Cuando esas bombas exploten, tendremos
antorchas gemelas ardiendo sobre la ciudad. No quedará ninguna sombra”.
Él sonríe maliciosamente y rebota sobre las puntas de sus pies. “Cuento con
ello”.
Gaiman lo empuja lejos del escritorio. “¿Eres tan tonto que crees que una
guerra total con la Bratva Mikhailov nos va a servir bien?”.
“Por supuesto que sí. Tenemos que acabar con esas jodidas ratas de una vez
por todas”.
“Son poderosas” dice Gaiman. “Demasiado poderosas para ser destruidas
de una sola vez”.
“Por eso Leo está atacando el Silver Star y el Manhattan Club”.
“¡No será suficiente!” espeta Gaiman.
“¿De qué mierda estás hablando?” demanda Jax.
“Gaiman tiene razón” digo tranquilamente.
“¿Cómo que Gaiman tiene razón?” pregunta Jax a la defensiva. “¿Vamos o
no vamos a explotar su mierda hasta el cielo?”.
“Derribar dos puntos Mikhailov paralizará su base de poder, pero no los
detendrá. El alcance de Semyon se extiende más allá de lo que sabemos”.
“Tenemos que olvidarnos del gran alcance de sus brazos y cortar la cabeza
de esta serpiente” subraya Gaiman.
Jax asiente en comprensión. “Semyon Mikhailov”.
“No. Semyon es un problema menor. Podemos ocuparnos de él después”
digo. “Spartak Belov es la amenaza más inmediata”.
Gaiman suspira. “Él parece estar tomando todas las decisiones. Pero
¿sabemos cuán involucrado está Semyon todavía en el funcionamiento de la
Bratva Mikhailov?”.
“¿A quién le importa?” responde Jax. “Los matamos a ambos, problema
resuelto”.
La emoción de Jax raya en la ira. Entiendo el sentimiento completamente.
No es más que lealtad. Cada desprecio hacia la Bratva Solovev es como un
insulto personal para él.
Pero yo no dejaré que la ira me domine como a él. No importa cuánto
aprecie el sentimiento.
“Me vengaré de mi hermano” digo con confianza. “Pero hacerlo
correctamente lleva tiempo. Tenemos suficiente comida en nuestro plato. Es
hora de festejar”.
Justo cuando termino de hablar, suena mi teléfono. Reconozco el número
ilocalizable. Solo puede ser una de dos personas. Lo agarro al instante.
“Él sabe lo de la llave” dice la voz en la línea con aspereza. “No tienes
mucho tiempo”.
Entonces la llamada se corta.
Gaiman lee el cambio en mi expresión antes de que pueda hablar. “¿Leo?
¿Qué ocurre?”.
“Reúne un equipo” gruño. “Tenemos que llegar a ella antes que él”.
“¿Llegar a quién?” pregunta Jax mientras se mueve hacia la puerta para
seguir mi orden.
Tomo una pistola del cajón superior de mi escritorio y la meto en mi
bolsillo. “A Willow”.
21
WILLOW

Me detengo frente a las puertas de cristal enchapadas en bronce que me


separan del que pronto será mi ex marido. Jessica se detiene a mi lado.
“¿Estás lista?” pregunta ella.
¿No? ¿Sí? ¿Quizás? Ya no lo sé.
La compostura que tenía la dejé en el escritorio de Leo. Ahora, solo sigo
moviéndome.
Así que solo asiento con mi cabeza, demasiado confundida para hablar.
“Será suficiente” Jessica empuja la puerta para abrirla y me hace pasar al
interior.
El edificio es al menos un cincuenta por ciento entre vidrio y espejo. Nos
veo a las dos en una de las muchas superficies reflectantes.
El traje rojo de Jessica capta la luz y la hace parecer como si estuviera en
llamas. Sus tacones golpean el suelo de baldosas con un feroz clic-clac.
La sigo detrás, sintiéndome como la hermana fea a pesar de mi traje de
diseñador. Gracias a Leo, mi cabello se ha deshecho del peinado elegante en
el que pasé casi una hora esta mañana. Mechones de él cuelgan alrededor de
mi cara, que se ve inusualmente pálida.
“¿Willow?” me llama Jessica.
Levanto la mirada, ella está de pie dentro del ascensor manteniendo las
puertas abiertas para mí. Entro corriendo y se cierran.
Presiona el botón del piso veintisiete y el ascensor sube disparado más
rápido de lo que creo que debería ser posible. La presión se acumula en mis
oídos. Miro mis zapatos todo el viaje.
Cuando las puertas se abren de nuevo, trago saliva. Mis oídos se tapan, pero
el alivio palidece en comparación con el peso de mis nervios.
Jessica me lleva en silencio por el pasillo embaldosado y gira bruscamente
a la izquierda a través de una puerta blanca. Solo cuando estoy dentro me
doy cuenta de que estamos paradas en un baño brillantemente iluminado.
Suspiro con alivio.
Esperaba haber entrado en una habitación y ver a Casey sentado frente a mí.
Esperando. Ceñudo. Pero solo somos Jessica y yo, y nuestros reflejos.
“Ahora” dice Jessica, volviéndose hacia mí, “vamos a arreglarte un poco”.
“¿A mí?” inquiero.
Ella levanta sus cejas finamente esculpidas. “Mira cómo estás, cariño.
Pareces petrificada. Y un poco despeinada. Esa no es la sensación que
queremos dar”.
“Claro” respiro. “¿Qué sensación queremos dar?”.
“Tranquila y confiada” responde ella. “Tienes que enseñarle el dedo medio
sin realmente mostrárselo, ¿comprendes?”.
Fuerzo una sonrisa. “Tú podrías hacerlo, pero no sé si yo podré”.
“Sólo hace falta práctica. ¿Crees que yo nací segura de mí misma?”.
“Algunas personas lo hacen”.
“¿Te refieres a quién creo que te refieres?”
Me esfuerzo mucho por no sonrojarme. “Bueno...”.
Ella agita una mano. “Olvídate de él. Él no es un humano normal”.
“¿Qué significa eso?” pregunto.
“Significa que él es de la Bratva. Cuando naces, eso te consume. Por eso
Leo tiene que ser más fuerte, más resistente y más despiadado que la
persona promedio. Compararte con él solo te decepcionará”.
Frunzo el ceño, preguntándome si hay un significado oculto en sus palabras.
¿Está tratando de decirme que no soy lo suficientemente bueno para él?
“Sigue entonces. Salpícate un poco de agua fría en la cara”.
Estoy maquillada, pero no estoy en posición de cuestionar a Jessica. No
estoy en posición de cuestionar a nadie, de verdad. El conserje podría entrar
y decirme qué hacer y probablemente lo escucharía.
Así que me inclino hacia delante y me echo agua en la cara.
Efectivamente, ayuda. De inmediato, me siento más alerta. Renovada.
Mientras me seco la cara con una toalla de papel, Jessica saca toda una
bolsa de maquillaje de su bolso.
“Con razón tu bolso es tan grande” río nerviosamente.
“Debes tener un buen lugar para esconder los cuerpos, ¿verdad? Sin
mencionar las armas de destrucción masiva”. Estoy noventa y ocho por
ciento segura de que es una broma, pero ella no se ríe mientras saca la base,
el rubor, el lápiz labial y una caja de pinceles de maquillaje. “Ahora,
arreglemos un poco tu cara”.
“¿Tan mal estoy?”.
Ella sonríe y hace una pausa. “Por supuesto que no. Eres una mujer
hermosa, Willow. Honestamente, podrías ir sin una gota de maquillaje y
verte muy bien. Pero hoy estamos tratando de crear la imagen de que no
eres una mujer con quien meterse. Piensa en el maquillaje como una
armadura. Yo siempre lo hago”.
“Bien. Una armadura”.
Desearía tener una armadura real para usar. Sería más fácil pararse frente a
Casey. La última vez que lo vi, intentaba matarme. De hecho podría haberlo
hecho, si Leo no hubiera...
“Ni siquiera sé quién es su abogado” digo.
“Reed Courtney. Es un imbécil, pero por desgracia, un imbécil talentoso”.
Me tenso. “¿Qué tan talentoso?”.
“No te preocupes: yo soy más que una buena rival para él”.
“¿Así que has tratado con él antes?” pregunto.
“En cierto modo” dice ella. Yo levanto mis cejas y ella sonríe. “No es tan
bueno en la cama como parece”.
Eso casi consigue hacerme reír. “¿Has... tenido algún trato con Casey?”.
“No personalmente” dice. “Pero no necesito conocer al hijo de puta para
asustarlo. Ya está bastante asustado”.
“¿Cómo lo sabes?”.
“Porque ya ha accedido a darte el divorcio” dice.
Me sobresalto al ver el pincel de colorete que me pasa por las mejillas.
“¿Qué? Oh ¿Por qué no me lo habías dicho ya?”.
“No te muevas” suelta. “Aún no he terminado contigo”.
Acobardada, vuelvo a mi posición. “Es que... yo no creí que él se rindiera
tan fácilmente” digo. “Siempre ha sido tan posesivo. Pensé que pondría más
resistencia”.
Jessica me mira fijamente. “¿Estás decepcionada?”.
“Oh no, desde luego que no. En verdad me alegro. Sólo es que... estoy
sorprendida”.
“Vale la pena tener amigos poderosos” comenta. “Y es un buen extra
cuando también saben lo que hacen en el dormitorio”.
Me ruborizo al instante. Apenas hablé durante el trayecto en coche porque
estaba muy avergonzada por lo que ella debía de haber oído al otro lado de
la puerta del despacho de Leo.
“Lo siento mucho” susurro.
“¿Por qué?”.
“Bueno, porque... es vergonzoso, supongo”.
Ella parpadea, desconcertada. “Eres una mujer atractiva y él un hombre
atractivo. Tiene sentido que los dos lo hagan como conejos cada vez que
puedan”.
“Eso... eso no es lo que está pasando...”.
Ella levanta ambas manos. “Igual no es asunto mío”.
Me mira una vez más, luego asiente, satisfecha, y empieza a guardar sus
utensilios de maquillaje.
“¿Puedo hacerte una pregunta personal?” le digo.
“Dale” dice.
“¿Leo y tú alguna vez... estuvieron juntos?”.
Sonríe. “¿Te refieres a si alguna vez tuvimos sexo? Hasta donde yo sé, eso
es lo más ‘junto’ que Leo Solovev puede estar”.
Asiento con la cabeza.
“Lo intenté” admite sin una pizca de vergüenza. “Oh si cariño, ¡cómo lo
intenté! Pero a Leo no le gusta mezclar negocios y placer. Cometí el error
de ser su abogada, así que nunca quiso tocarme”.
Esperaba sentirme aliviada, pero sólo puedo pensar en lo que habría pasado
entre ellos dos si ella se hubiera salido con la suya.
Cuando ella termina de guardarlo todo, saca un peine del bolso. “Date la
vuelta para que pueda arreglarte un poco el cabello”.
“Me sorprende que no te haya funcionado. Eres tan dominante como Leo”.
Se ríe y luego se pone seria. “¿Puedo darte un consejo?”.
“Eres mi abogada. Para eso te pago”.
“Si, para eso Leo me paga” corrige ella. “Lo cual me lleva a mi punto: en lo
que respecta a Leo, deberías dejar tus emociones afuera y disfrutarlo
mientras dure. Él no es un hombre fácil de satisfacer”.
La miro. “Pensé que habías dicho que no te habías acostado con él”.
“Hablaba en un sentido más general” dice. “Hace tiempo que trabajo para
él”.
“Oh, entiendo”.
“Es intenso y melancólico. Hay que reconocer que eso forma parte de su
atractivo. Pero cuando se trata de mujeres, su interés disminuye
rápidamente. Yo no me encariñaría demasiado si fuera tú”.
Jessica no me está diciendo nada que yo no me haya dicho ya a mí misma
innumerables veces. Y aun así, sus palabras me dejan con un nudo en la
garganta.
“Muy bien” dice Jessica con un gesto de satisfacción. “Ya estás lista”.
Me ha recogido el pelo en el elegante moño que llevaba antes de tropezar y
caer sobre el pene de Leo, y mi maquillaje tiene mejor aspecto que cuando
me lo apliqué yo misma.
El efecto es sorprendente. Y tal como lo prometió, inyecta un poco más de
confianza en mi encorvada postura.
“Eso es, mujer” me dice. “Tú tienes que llevar el traje, y no que él te lleve a
ti. Y recuerda: muéstrale a Casey un invisible dedo medio todo el tiempo”.
Asiento con la cabeza y la sigo fuera del baño. Me conduce a una sala de
arbitraje con una vista brillante de la ciudad. Los rascacielos tachonan el
horizonte en todas direcciones.
Sólo tengo un segundo para admirar la vista antes de darme cuenta de que
Casey ya está allí. Está sentado en el lado opuesto de la mesa, junto a su
abogado, un hombre de complexión robusta con una impresionante melena
castaña.
Este tiene el ceño fruncido, pero en cuanto ve a Jessica, esboza una sonrisa
coqueta. Sus ojos, sin embargo, siguen siendo los mismos: fríos, muertos y
planos, como los de un tiburón.
“Reed” saluda Jessica con frialdad, sentándose y haciéndome un gesto para
que tome asiento a su lado.
“Jessica” contesta el abogado.
Los dos empiezan a hablar, pero los bloqueo. Casey me está mirando
fijamente. Ni siquiera pestañea cuando sus ojos recorren mi cuerpo de
arriba abajo.
Le devuelvo la mirada. Porque Casey no tiene buen aspecto.
Está más delgado que la última vez que lo vi. Debajo de lo que parece
maquillaje, puedo ver el moretón que le recorre un lado de la cara.
Leo no le dio un solo puñetazo.
Tan afectada como lo estoy yo por su aspecto, él parece afectado por el mío.
En definitiva nunca me había visto así. Casey me prefería con atuendos
modestos pero femeninos: tacones altos, ropa ajustada, pero mostrando la
mínima piel.
Este atuendo, en cambio, es todo poder y control.
Levanto mi barbilla e intento manifestar algo del tipo de confianza que
tienen Leo y Jessica. Dejo que mi mirada se deslice hacia otro lado, de
vuelta a la ventana, como si su presencia no me molestara en lo más
mínimo. Por dentro, es una historia totalmente diferente: mis venas laten,
mi corazón palpita fuerte y empiezo a sudar.
“Buenos días, señora Reeves...” me saluda el abogado de él.
“Sra. Powers” interrumpo inmediatamente. “Mi nombre es Sra. Powers”.
Él parpadea, luego asiente. “Por supuesto, Sra. Powers. Revisé el acuerdo
que envió su abogado. Los términos son aceptables para mi cliente”.
Solo le doy a Casey una mirada superficial. “Maravilloso”.
“¿Hay algo más que necesite discutir?” dice su abogado.
“No. Solo quiero un divorcio rápido y limpio”.
“Bueno, teniendo en cuenta que usted no ha solicitado ninguna pensión
conyugal ni bienes, es fácil estar de acuerdo” dice, sonando bastante
contento por ello.
Casey, sin embargo, parece un poco menos complacido. Como si lo
hubieran obligado a esto a punta de pistola.
En cierto modo, eso no está tan lejos.
“Entonces todo lo que queda por hacer es firmar” dice Jessica. “Si pudieras
entregarme los papeles...”.
“¿Por qué tienes tanta prisa, Jess?” pregunta Reed.
“No la tengo yo, Reed. Mi cliente la tiene. Está ansiosa por acabar con esta
condena de matrimonio”.
Reed la mira con recelo durante un largo rato. Luego, con un suspiro, me
acerca un montón de papeles. Echo un vistazo a la letra pequeña, pero no
leo nada.
Veo mi nombre y luego el de Casey. Jessica da unos golpecitos con una
cuidada uña al pie de la página. Respiro hondo y firmo en la línea de puntos
donde ella me indica.
Luego le paso los papeles a Casey. Él no los coge de inmediato. Se limita a
mirarme hasta que el silencio se hace incómodo.
“Señor Reeves” interrumpe Jessica, “comprendo que éste debe de ser un
momento difícil para usted, pero tenemos las horas contadas. Y le aseguro
que tanto mis servicios como los de Reed son bastante costosos”.
Él mira a Jessica y su expresión se tuerce con ira. Se suaviza cuando sus
ojos se vuelven hacia mí.
Sin decir una palabra, se traga el resto de su ira... es la primera vez... y
agarra el bolígrafo. Coloca su firma en el sitio, aprieta el bolígrafo y lo
arroja descuidadamente sobre la mesa.
Jessica se pone de pie. “Un placer trabajar juntos, caballeros. Tengan buen
día, Reed, Sr. Reeves. Willow, vámonos”.
¿De verdad puede ser tan fácil? pienso mientras la sigo fuera de la
habitación. ¿De verdad ya está listo?
No hemos recorrido ni la mitad del pasillo cuando oigo a Reed llamar a
Jessica.
“Oye, Jess” dice. “¿Podemos hablar un momento?”.
Jessica rueda sus ojos en blanco. “¿Me das un minuto?” me dice.
“Por supuesto” digo. “Te espero junto a los ascensores”.
Me acerco a las puertas de bronce y espero allí a Jessica. Todavía no he
procesado nada de lo que sucedió en los últimos quince minutos. ¿O fue
una hora? El tiempo no tenía sentido en esa habitación.
Todo lo que sé es que estoy divorciada.
Mejor que eso: soy libre.
“Willow” escucho a Casey.
Me tenso. No lo vi acercarse, pero él se ha materializado como un fantasma
para situarse a menos de un metro de mí. Está demasiado cerca para mi
comodidad, pero no quiero echar sal en la herida alejándome de él.
Él no merece ninguna sensibilidad de mi parte, pero ahora no puedo evitar
sentir lástima por el hombre.
Levanto mi mirada lentamente para encontrarme con la suya. Desde aquí
puedo ver lo mal que disimula el maquillaje el feo moretón de su cara.
“Escucha, Casey” digo. “Ya se terminó...”.
“Sabes que fue él quien impulsó esto, ¿verdad?” me interrumpe. “Yo no...
yo no habría...”.
Sé exactamente de quién está hablando, pero no lo confirmo ni lo niego.
Casey, sin embargo, toma mi silencio como complicidad. Reduce a la mitad
la distancia que nos separa, con los ojos brillantes por esa rabia ciega suya.
Mi instinto es retroceder. Pero de repente me doy cuenta de que ya no tengo
que hacerlo.
El miedo ha quedado atrás. La huida ha quedado atrás.
Ahora soy una mujer nueva.
Y la Sra. Powers se niega a dejarse acorralar.
“Willow, él es un hombre peligroso. Investigué un poco, y él es un gran
mafioso. De hecho, ha matado hombres. Literalmente. También tiene un
montón de negocios ilegales”.
“¿Algo así como malversación de fondos?” le suelto.
Sus ojos parpadean con odio. “Hablo en serio”.
“Yo también” espeto. Y doy un paso adelante para ponernos cara a cara.
Si este fuera Leo, habría un calor irresistible crepitando entre nuestros
cuerpos. De eso estoy segura. Pero el calor que emana de Casey es pegajoso
e incómodo.
Tan pronto como pueda, le daré la espalda a Casey para siempre.
Pero primero, debo transmitir mi punto de vista.
“Es un poco atrevido para ti hablar de Leo cuando tú mismo has cometido
delitos. No solo los cometiste, sino que también amenazaste con
incriminarme a mí”.
“Esto es diferente. Ese hombre es peligroso” dice, agarrando mi brazo.
Retiro mi muñeca de su agarre. “En primer lugar, no me toques. En segundo
lugar, puede ser peligroso para ti. Pero no para mí”.
Él frunce el ceño. “¿Eso crees?”.
“Él nunca me ha golpeado” le siseo encima.
“Yo... nunca te he golpeado, tampoco”.
“¿Quieres que te muestre el moretón en mi espalda?” le digo. “Porque
todavía está allí. Como ese moretón que intentaste y no lograste tapar.
¿Quieres saber la diferencia? Yo no merecía el mío”.
“Él te va a hacer daño. Tienes que...”.
“Willow” me llama Jessica.
Su aguda voz rompe nuestra susurrada conversación. Casey salta hacia atrás
de inmediato. Aliso mi cabello en su lugar y trato de que mi respiración
vuelva a la normalidad.
“¿Todo bien?” pregunta Jessica, fulminando a Casey con una mirada
despiadada.
“Solo estaba... despidiéndome” dice Casey mirándose los pies.
“Que bien lo has dicho” respondo. “Adiós, Casey”.
“Puedes irte ahora” le informa Jessica ácidamente.
Él se desploma, da media vuelta y se va por la escalera. Cuando la puerta se
cierra, Jessica se gira hacia mí. “¿Estás bien?” pregunta.
Tomo una respiración profunda y trato de tragarme la adrenalina del pánico
que surgió en ese encuentro. La verdad que sabe a ácido de batería en mi
boca. “Creo que sí” le digo.
“Si te estaba amenazando, puedo obtener una orden de restricción”.
“Oh no” digo rápidamente. “Está bien. Él solo quería... como sea. No
importa. Ya se terminó. Tengo mi divorcio”.
Jessica asiente. “Así es, ya tienes tu divorcio”.
Esfuerzo una temblorosa sonrisa. “Gracias”.
“Ni lo menciones. Ahora, salgamos de...”.
Ella es interrumpida por el timbre de su teléfono celular.
“Un segundo, disculpa” murmura mientras mira su pantalla. Su expresión
cambia cuando contesta la llamada. “¿Leo?” dice.
Ella escucha atentamente durante unos cinco segundos, con las cejas
fruncidas. Luego asiente. Termina la llamada sin decir nada más.
Empiezo a decir: “¿Qué...?”.
Pero las palabras se me escapan de los labios cuando coge mi mano y me
arrastra por las escaleras por donde acabamos de desterrar a Casey.
De nuevo, mi primer instinto es someterme. Seguirle la corriente.
Pero, al igual que con Casey, quiero pasar página en un nuevo capítulo de
mi vida.
Después de días de ser mandada, estoy cansada de ser llevada a todas
partes. Estoy harta de ser muda, indefensa y débil. Ahora quiero tomar mis
propias decisiones.
Así que arranco mi mano de su agarre. “Jessica, ¿qué demonios está
pasando?”.
“No me corresponde a mí explicarlo”.
Vuelve a intentar agarrar mi mano, pero la esquivo. “Explícame o no me
voy contigo”.
“Solo necesitas saber que estás en peligro. Hay que salir de aquí antes de
que ellos bajen”.
“¿Quiénes?” exijo. “Antes de que bajen ¿quiénes?”.
Me agarra del brazo de nuevo y me remolca escaleras abajo a una velocidad
de vértigo.
“Hombres que definitivamente no quieres conocer”.
22
WILLOW

Ni siquiera he podido procesar lo que eso podría significar cuando veo que
Jessica mete la mano en su abrigo y saca una pistola.
La miro boquiabierta. “No estabas bromeando sobre las armas de
destrucción masiva”.
Ella sonríe. “Nunca se sabe cuándo se puede necesitar algo de potencia de
fuego”.
Amartilla el arma con un gesto experto y me indica que la siga escaleras
abajo.
“Vas a tener que darme más explicaciones que esto. ¿Se trata de Casey?”
digo.
“No. Ya nos hemos ocupado de él”.
“Entonces, ¿explícame qué está pasando?” solicito.
Ella me ofrece una mirada comprensiva. “Ojalá pudiera, cariño. Pero en
realidad no tengo una explicación que darte. Yo hago lo que manda el jefe”.
“¿Y ese sería Leo?”
“Ese sería Leo” confirma ella.
Jessica reduce la velocidad en cada rellano de la escalera, dobla la esquina
con el arma primero antes de que sigamos. Es obvio por su practicado
comportamiento que este no es su primer asalto.
Ya ella ha disparado antes.
Ya ella ha matado antes.
“¿Por qué vamos por las escaleras? Estamos como treinta pisos arriba” le
recuerdo.
“Los ascensores no son seguros. Ellos deben estar esperándonos por allí”.
“Realmente me gustaría saber quiénes son ‘ellos’, por favor”.
Ella no contesta. En cambio, extiende su mano para silenciarme. Estoy a
punto de quejarme de nuevo cuando lo escucho.
Pasos.
Jessica se estira sobre la barandilla, con el arma lista, para tratar de captar la
fuente del ruido. Al principio fue extraño verla con un arma, pero ahora
parece más una asesina entrenada que una abogada. No me la imagino en
un tribunal.
Sus hombros se relajan. “Sigamos moviéndonos. Tenemos que ser más
rápidas”.
“Jessica, yo... esto no puede ser sobre mí. Alguien debe estar confundido”
argumento. “Todos creen que soy otra persona. Leo me ha confundido con
otra persona”.
“¿Crees que él lo hace ahora?” dice, completamente desinteresada.
“Hablo en serio. No tengo ni idea de por qué Leo está interesado en mí, y
mucho menos este supuesto montón de ‘hombres peligrosos’”.
“Nuestro lugar no es saberlo todo” dice ella. “Solo seguimos órdenes y
confiamos en que Leo sabe lo que hace”.
Confianza. Será una broma. Mucho más fácil decirlo que hacerlo cuando se
trata de Leo.
Jessica no muestra signos de aminorar la marcha, pero bajar las escaleras en
espiral me está provocando jadeos y náuseas. Quiero sentarme y poner mi
cabeza entre mis rodillas, aunque dudo que Jessica acepte un descanso. Ella
ni siquiera está respirando con dificultad.
¿Y yo? No he respirado hondo desde el día que conocí a Leo. Como si
estuviera encadenada a un viaje del que no puedo bajarme.
Cuanto más bajamos las escaleras y peor me siento, más seguro estoy que la
explicación que le di a Jessica es la verdad.
Leo me ha confundido con otra persona. Tiene que ser eso. Es la única
explicación posible de cómo he acabado aquí, huyendo de los malos como
si estuviera en una barata película de acción de Hollywood.
Jessica se detiene bruscamente y yo choco contra su espalda.
“Willow, ¿puedes quedarte en el ahora, por favor?” pregunta con evidente
irritación. “Te necesito aquí conmigo. No en La La Land”.
Asiento tontamente.
El murmullo normal de la gente y la charla se eleva desde los pisos
inferiores, pero aún se siente como si estuviéramos a kilómetros del suelo.
Jessica duda en la puerta de la escalera. “Espera aquí. Déjame comprobar
bien este piso”.
No tarda más de un minuto, pero parece una eternidad. Mis sentidos se
disparan. De repente estoy muy consciente de cada sonido, cada vista, cada
olor.
El persistente olor a humo de cigarrillo y colonia floral en el aire. Los
grafitis grabados en el muro de hormigón. El zumbido de la electricidad y
los cables del ascensor detrás de las paredes.
Estoy tan inmersa en mis momentáneos súper poderes que salto cuando la
puerta se abre de golpe. Tengo que reprimir un grito: es Jessica.
“Este piso luce tranquilo. Podríamos arriesgarnos por los ascensores”.
“¿Pensé que dijiste que ellos estarían esperando eso?”.
“Si, pero no llegaremos hasta la planta baja” me dice. “Nos bajaremos en el
segundo y seguiremos desde allí”.
Como no estoy en posición de discutir, la sigo a través de la puerta.
Este piso luce casi idéntico al que estábamos, pero menos iluminado. Todas
las luces de arriba están apagadas. Me quedo cerca de Jessica mientras nos
dirigimos al ascensor.
Hemos bajado doce pisos, pero todavía estamos a mitad de camino. Pensé
que esto era lo que quería, Dios sabe que estaba lista para salir de la
escalera, pero cuando Jessica presiona el botón de llamada y el zumbido del
motor se pone en marcha, mi ansiedad se dispara junto con él.
La tensión se acumula. El zumbido se hace más fuerte.
Ding: la campana señala la llegada del ascensor.
El agarre de Jessica tanto en el arma como en mi muñeca se aprieta. Las
puertas suenan, clack, se deslizan y se abren, y el ascensor está...
Vacío.
“Gracias a Dios” respiro.
Jessica se ríe amargamente. “No le des las gracias todavía”. Me arrastra
adentro y pisa el botón del segundo piso. Las puertas se cierran y
comenzamos el descenso.
Los pisos pasan. Catorce, trece, doce, once... cuatro, tres, luego dos.
Repetimos el mismo nauseabundo proceso desde el otro lado. Los frenos se
activan y nos detienen. Las puertas se preparan para abrirse.
Y una vez más, cuando lo hacen, sólo dejan ver un espacio vacío.
“¿Puedo darle las gracias ahora?” raspo.
La única respuesta es el sonido de Jessica chequeando su arma.
Sale del ascensor y comprueba que no haya moros en la costa en ninguna
dirección antes de hacerme una señal para que la acompañe. Nos
precipitamos por el pasillo y volvemos a encontrar la puerta de la escalera.
El olor a cigarrillos y colonia ha desaparecido, fue sustituido por potentes
antisépticos que me escuecen las fosas nasales. También hay silencio. Sólo
el sonido de nuestros pasos resonando en las paredes.
Empiezo a sentirme casi mareada. Leo y Jessica están paranoicos, sólo
saltan ante las sombras y ven amenazas donde no las hay. No hay nada que
agradecer a Dios, porque no hay nada de qué preocuparse. Ciertamente,
nada que me involucre.
Por fin llegamos al final de la escalera y Jessica me tira hacia un lado.
“Quítate el abrigo y déjalo aquí”.
Parpadeo hacia ella. “¿Éste?” digo, tocando mi abrigo.
“¿Llevas algún otro?” pregunta ella con impaciencia.
“Mi camisa debajo es un poco... reveladora”.
“Me importa una mierda. Quítate el abrigo. Es demasiado ostentoso”.
“¿Yo luzco ostentosa?” repito con incredulidad. “¡Tú estás vistiendo un
maldito rojo!”.
Sé que es completamente ridículo estar discutiendo sobre atuendos en este
momento, pero mi sentido de urgencia se está desvaneciendo. Hemos
bajado veintisiete pisos y no hemos visto un alma. Estoy empezando a
pensar que esto es una especie de pesada broma.
Ruedo mis ojos en blanco, Jessica se acerca y quita el delicado abrigo de
mis hombros.
“¡Oye!” le digo.
Me ignora por completo y lo tira al suelo. Una columna de polvo se eleva
desde la esquina y se posa sobre el blanco abrigo. Cruzo los brazos por
encima de la blusa y me estremezco ante la repentina irrupción de un aire
acondicionado demasiado entusiasta.
Antes de que pueda quejarme, Jessica se quita la chaqueta y la tira junto a la
mía. Levanto las cejas. “¿Se supone que desnudarnos nos hace invisibles?”.
Ella agarra mi brazo. Sus uñas se clavan en mi carne. “Willow, nunca has
estado antes en una situación así, por eso he sido paciente. Pero necesito
que entiendas el peligro en el que estamos. Deberías tener miedo. De hecho,
deberías estar jodidamente asustada”.
Si asustarme para que me callara era el objetivo, lo ha logrado.
Asiento con mi cabeza, en silencio, como respuesta.
“Bien” dice Jessica. “Cuando salgamos, actúa con normalidad. Finge que
estás en tu vida cotidiana. No mires al pavimento. No camines demasiado
rápido. Tenemos que mezclarnos”.
“¿Dónde está Leo?” le pregunto, aunque las palabras salieron de mi boca
sin permiso. Es imposible sentirse inseguro cuando él está cerca.
“Ya él está en camino” me asegura. “Pero tenemos que estar preparadas por
si no nos alcanza a tiempo”.
Eso me hace estremecer, lo que no escapa a la atención de Jessica.
“Bien, finalmente estás asustada. Pero debo recordarte que el miedo
también puede ser paralizante. No te dejes abrumar tampoco por eso”.
“Por Dios ¿qué quieres entonces de mí?” digo y la fulmino con la mirada.
“¿Debo tener miedo o no tenerlo?”.
No hay respuesta. Ella se mete la pistola en la cinturilla de sus pantalones y
se baja la blusa, luego abre la puerta de un empujón y me hace un gesto
para que la siga por el vestíbulo.
Hago todo lo posible por imitar su paso tranquilo. Ella mira a su alrededor
casualmente, agradablemente, aparentemente despreocupada. Sin saber
nada de ella, podría asumir que se dirige a una reunión. Que va saliendo a
almorzar. Que sigue con su día a día.
No tengo idea de cómo yo me veo. Lo cual está bien, porque si me veo
como creo que me veo, probablemente no sobreviviré a lo que Jessica crea
que puede ocurrir a continuación.
Cruzamos el atrio del rascacielos sin incidentes. Nadie nos presta atención.
Cuando salimos a la luz del día, parpadeo. Me parece que han pasado doce
horas desde la reunión con Casey y no doce minutos. Entrecierro los ojos.
El sol parece normal, ¿verdad? ¿No brilla de forma diferente a la habitual?
Los coches parecen normales. Los edificios parecen normales.
Es un día normal. No va a pasar nada. Nada malo va a...
“Bien, nos están siguiendo” dice Jessica en mi oído. Su agarre en mi codo
es fuerte.
“¿Qué?” me resisto “¿Quién?”.
Ella nos hace avanzar más deprisa, sorteando a los peatones o apartándolos
de nuestro camino con la mirada. Apenas consigo mantener el ritmo con
mis tacones.
“Hay al menos dos hombres siguiéndonos. Apuesto a que hay muchos
más”.
Miro a mi alrededor inmediatamente, buscando sicarios en los callejones.
Jessica me sisea: “¿Qué carajo estás haciendo?”.
“Lo siento. Instinto”.
“Por Dios” refunfuña ella. “Más te vale que valgas la pena todo este
trabajo”.
El pánico crece rápidamente. Sé que probablemente no sea muy feminista
de mi parte querer la ayuda de un hombre cuando estoy en apuros, pero
ahora mismo quiero a Leo. Lo deseo tanto que me duele.
“Mierda” murmura Jessica. “Bien, vamos a tener que ponernos agresivos
ahora”.
“¿Qué significa eso?” le pregunto, con los ojos desorbitados.
Como respuesta, ella vuelve a sacar su pistola. Antes de que yo siquiera
pueda ver a dónde apunta, ella dispara dos veces.
Grito. O quizá es la mujer que está detrás de mí la que grita.
Cualquiera que sea el caso, el caos estalla a nuestro alrededor.
Lo siguiente que sé es que Jessica me está arrastrando hacia el tráfico. Un
pequeño sedán azul toca la bocina y chirría hasta detenerse apenas a un
palmo de mi cadera.
Teniendo en cuenta que Jessica tiene el arma apuntando a su parabrisas,
puedo entender por qué. Ella sigue apuntando al conductor mientras corre
hacia él y golpea la puerta.
“Fuera” ladra ella.
El señor mayor palidece mientras se tambalea fuera del auto. “¿Qué haces?
¡No dispares! No tengo dinero”.
Jessica lo ignora y asiente hacia mí. “Entra”.
Ya hace mucho que pasé el punto de discutir con ella. Salto al asiento del
pasajero mientras Jessica se pone al volante. En segundos, estamos volando
por las calles en medio de la sinfonía de las bocinas de los autos.
“¡Jessica!” le grito cuando ella por poco esquiva a un vehículo que se
aproxima.
Ella parece completamente imperturbable. “No te preocupes, yo me
encargo”.
“¿Eres abogado, espía y piloto de carreras?” digo y me protejo la cara
detrás de las manos. No puedo ver esto.
Un accidente automovilístico sería una manera horrible de irse. Pero, la
alternativa es la muerte a manos de los hombres que nos persiguen por Dios
sabe qué razón. Quizás el accidente automovilístico no sea tan malo en
comparación.
Gracias a Dios, Jessica parece ser tan competente detrás del volante como
lo es con un maletín, porque ahora mismo yo soy una inútil. Me llega tanta
información sensorial que apenas puedo seguirla.
“¡El perro! ¡El perro!” grito de repente.
Jessica esquiva por poco a un perro con una larga correa. Giramos a la
derecha en una intersección. Vuelvo a gritar cuando siento que algo
destruye el espejo del coche de mi lado.
“¡¿Qué diablos fue eso?!”.
“Una flecha” dice Jessica sarcásticamente. “¿Qué te parece?”.
Cometo el error de girarme en mi asiento para ver quién nos sigue. Resulta
que hay al menos dos jeeps negros detrás de nosotros.
Un hombre se asoma por la puerta del lado del pasajero del jeep más
cercano a nosotras. Se ve amenazante por derecho propio, pero estoy menos
preocupada por su ceño fruncido que por el enorme rifle que apunta
directamente hacia nosotros.
Me doy la vuelta y dejo caer la cabeza, sintiendo que el color desaparece de
mi cara. “Creo que voy a vomitar”.
“Por favor, no hagas mi trabajo más difícil de lo necesario”.
Antes de que yo pueda responder, nuestro auto comienza a patinar, las
llantas chirrían. Giramos salvajemente mientras Jessica intenta recuperar el
control. Sus dientes están apretados, sus nudillos blancos, pero parece que
no puede hacer que el volante obedezca.
Y luego escucho un silbido en medio de la cacofonía y me doy cuenta de la
causa del derrape en primer lugar: una bala golpeó nuestro neumático.
Jessica pierde la pelea con el auto. Nos desviamos de la carretera y nos
metemos directamente contra una boca de incendios. Por algún milagro, las
bolsas de aire no se despliegan y nos conmocionan a ambas.
Pero el coche está destrozado. La boca de incendios se mantuvo firme,
reduciendo el capó delantero a un montón de maquinaria humeante y
destrozada. No vamos a ir más lejos en esta cosa.
“¿Qué hacemos...?” grito.
“¡Sal del coche y corre!” grita Jessica.
Salimos del coche a trompicones, pero puedo verlos venir desde mi visión
periférica. Incluso si yo corro, ellos tienen armas. ¿Quién dice que no van a
disparar?
“¡ALTO!” grita uno.
La voz es profunda y dominante. Casi tan autoritaria como la de Leo. Me
paralizo al instante, justo cuando varios hombres de negro salen de los jeeps
y nos apuntan con sus armas.
El rostro de Jessica se tuerce en un fruncido ceño. Sé que ella no va a
recibir órdenes.
Ella levanta su arma. “Vete a la mierda” murmura.
Estoy a punto de dar un puñetazo al aire a modo de celebración cuando
suena un disparo.
Pero luego ella cae, y me doy cuenta de que no fue su bala.
Me quedo clavada en el suelo horrorizada mientras Jessica tiene una mano
sobre su muslo sangrante. Es mucha sangre, tan roja como el pantalón de su
traje, pero ella ni siquiera grita.
El gigante barbudo que disparó se acerca a nosotros. ¡Corre, corre, corre!
grita una voz en mi cabeza, pero mi cuerpo no responde.
Él se dirige primero hacia Jessica. La agarra por la barbilla, quiere que sus
ojos lo miren. Ella frunce el ceño y le escupe, pero es obvio que su fuerza
se está desvaneciendo rápidamente.
“Te dije que te detuvieras” gruñe. “Pero las perras obstinadas como tú
nunca escuchan”.
Luego pone la punta de su arma entre los labios de ella.
Quiero gritar. Quiero suplicarle. Rogarle que le perdone la vida. Pero mis
labios no obedecen más de lo que lo hacen mis piernas.
El tiempo se detiene. No puedo hablar. No puedo respirar.
Un solo pensamiento se mueve rápidamente por mi mente.
No.
No.
No.
Pero mis pensamientos no lo detienen. El hombre aprieta el gatillo.
Creo que grito. Todo lo que sé con certeza es que el disparo retumba dentro
de mí tan fuerte que es doloroso. Casi como si hubiera sido yo quien recibió
el disparo.
Pero no fui yo.
La única razón por la que Jessica sigue erguida es porque el hombre la tiene
aún sujeta por la cabeza.
Lo que queda de ella, al menos.
Veo las manos de Jessica caer a los lados. Luego, el monstruo que acaba de
asesinarla a sangre fría la deja caer en la acera y se gira hacia mí.
Probablemente debería correr. Al menos entonces él tendrá que dispararme
en la nuca y yo no tendré que mirar el cañón de su arma.
El monstruo me mira, me observa con expresión interesada. Luego dice:
“Llévensela”.
Media docena de hombres que se han reunido a su espalda hacen el intento
de avanzar hacia mí para hacerme quién sabe qué.
Pero antes de que alguno pueda dar un paso en mi dirección, una nueva ola
de caos se desata.
Hay un chirrido de neumáticos. La explosión de más balas.
El monstruo parado a unos metros de mí cae al suelo, con una bala
enterrada en su frente. Sus ojos sin vida me miran a menos de un metro de
distancia, pero sigo sin poder moverme. Mis piernas no funcionan.
Cuatro vehículos más se detienen chirriando junto a los jeeps negros. Los
miembros de la tripulación del monstruo me dan la espalda para enfrentar la
nueva amenaza.
Sé que debería estar agradecida. Él está aquí. Él vino.
Pero todo lo que puedo pensar es: “Llegaste demasiado tarde”.
El cuerpo de Jessica yace a varios metros de distancia. No me atrevo a
mirarla.
¿Cómo es posible que, hace solo unos momentos, ella fuera una heroína de
acción?
Y ahora está muerta.
Por mi culpa.
Porque ella intentaba protegerme.
“¡Willow!” lo escucho a la distancia.
Levanto mis ojos por encima de todo este panorama de muerte frente a mí,
y lo veo en la distancia. Abriéndose camino hacia mí.
Los anchos hombros de Leo se balancean salvajemente mientras golpea a
un tipo en la cara antes de voltearlo sobre su hombro. Un segundo después,
dispara dos balas y continúa su avance.
Leo se mueve con confianza, con gracia.
Un hombre entre muchachos. Un lobo entre ovejas.
Dos enemigos más lo apuntan. Leo no se ha dado cuenta, no lo puedo creer.
Quiero gritarle una advertencia, pero, yo debería saberlo: Leo se da cuenta
de todo.
Él gira, levanta el brazo y dispara dos veces. Una bala encuentra una
garganta desnuda; la otra convierte un estómago en carne picada.
Ambos hombres caen muertos.
Luego, con el arma todavía caliente y el puño aún ensangrentado, me toma
entre sus brazos.
23
LEO

La coloco en el asiento trasero. En cuanto la dejo, ella se acurruca en


posición fetal. No me molesto en atarla.
Los últimos vestigios de la pelea siguen estallando alrededor, pero mi
prioridad ahora es sacar a Willow de aquí. He manejado bien a esos
imbéciles, pero donde hay una rata, hay muchas, y no quiero que Willow
esté aquí si llegan refuerzos.
Cierro la puerta sobre su cuerpo tembloroso y salto al asiento del conductor.
Cuando arranco, veo a Jax por el retrovisor. Está recargando. Otra vez. Un
condenado feliz con el gatillo. Está en su elemento y disfrutando cada puto
momento.
Gaiman se fija en mí y me hace un gesto solemne con la cabeza. Hemos
estado trabajando y luchando juntos el tiempo suficiente para haber
desarrollado una taquigrafía silenciosa.
Anda, me está diciendo. Nosotros nos encargamos desde aquí.
Me pongo rumbo a uno de los refugios de la Bratva que está a una hora de
la ciudad. La distancia es exactamente lo que más necesitamos en este
momento.
Miro a Willow por el espejo retrovisor de vez en cuando, pero ella no se ha
movido de su posición. Ni siquiera lo hace cuando me detengo frente a la
casa refugio de dos pisos.
Salgo y abro la puerta trasera. “Vamos Willow. Levántate”.
Ella no se mueve ni responde.
“Entiendo que esto es traumático para ti, pero tienes que seguir adelante” le
digo. “Tienes que hacerte mucho más fuerte, mucho más rápido. La gente
que te persigue no va a hacer una pausa mientras tú recuperas el aliento”.
Ella se estremece ante esas palabras. Al menos sé que puede oírme.
No voy a ser un blanco fácil, me dijo no hace mucho. Bueno, ¿qué diablos
pensaba ella que era esto?
Finalmente, ella se obliga a sí misma a erguirse. Puedo ver cuánto esfuerzo
le toma ese movimiento.
Agotamiento físico, puedo entrenarla para eso. Pero el agotamiento mental
no es tan fácil. Y puede matarla más rápido que cualquier otra cosa.
Un hombre más suave predicaría bondad. Paciencia. Diría que ella no es de
mi mundo, que no sabe cómo funciona, cómo comportarse ni qué aguantar.
Pero yo no soy un hombre suave, y estoy seguro que no sé cómo ser amable
o paciente. No cuando hay armas a nuestra espalda y los muros se cierran
encima.
Así que lo hacemos a mi manera. A las malas.
“Bien. Yo te llevaré” gruño.
Apenas reacciona cuando la cojo en mis brazos. Nada que ver con la forma
en que pataleó y gritó cuando la lancé sobre mi hombro la última vez.
Bajo la mirada hacia su rostro. Su expresión es sin vida e indiferente. Las
luces están encendidas, pero no hay nadie en casa.
El sistema de seguridad en la puerta principal escanea mi rostro y abre la
casa. La puerta se abre hacia adentro y entramos.
El interior de la casa es una insulsa pesadilla suburbana, al igual que el
exterior. Pero ese es el objetivo de una casa de seguridad. Ocultos a plena
vista.
Como Willow está básicamente catatónica, la llevo escaleras arriba hasta el
dormitorio que da al pequeño y mísero patio trasero. En una esquina, junto
a la valla en ruinas, hay un pequeño jardín lleno de malas hierbas.
La dejo encima de la colcha. Se sienta exactamente como la he dejado, con
las manos flácidas en el regazo, y se queda mirando el suelo enmoquetado.
Ha dejado de temblar, lo cual considero una buena señal.
Pero ella apenas se mueve. Tal vez eso no sea tan bueno.
Le sirvo un vaso de agua del grifo del baño. “Bebe”.
Levanta los ojos hacia los míos. Puedo ver el dolor en ellos.
Este día la perseguirá el resto de su vida. Lo admito, fue una introducción
cruel al inframundo.
Pero una muy sincera.
Es mejor que ella entienda cómo es esta vida ahora. Sobre todo porque no
tendrá la oportunidad de decidir si quiere formar parte de ella o no.
Intenta apartar el vaso que le ofrezco.
“Bebe” repito. “O te obligaré a hacerlo”.
Suspira, toma el vaso y bebe un pequeño sorbo, solo para apaciguarme.
Suficientemente bueno por ahora, supongo. Voy hacia la puerta, pero ella
hace un ruido débil detrás de mí.
Me doy la vuelta y le pregunto: “¿Dijiste algo?”.
Sus ojos son enormes. “¿A... a dónde vas?”.
“Voy abajo. Necesito ponerme en contacto con mis hombres”.
“¿No puedes... hacerlo desde aquí?” me dice.
Me encuentro con sus ojos. El azul en ellos parece apagado, desvanecido
por el dolor y el pánico.
“Nadie te va a hacer daño mientras yo esté cerca” le digo. “Nadie en su
sano juicio se atrevería”.
Luego salgo y cierro la puerta detrás de mí.
No puedo mimarla. Además, preferiría que se enfadara conmigo a que
temblara de miedo. Ella necesita estar preparada para lo que está por venir.
Puede que ella piense que yo soy cruel, pero la estoy ayudando de la única
forma que sé hacerlo.
Camino por el estrecho pasillo y llamo a Gaiman. “Hola, jefe” responde.
“Reporte”.
“Los tenemos todos. Veinticinco hombres en total. Todos muertos”.
“¿Ni siquiera un sobreviviente?”.
“Hubo dos que logramos atrapar” dice, su tono se vuelve oscuro. “Pero a
cada uno le habían dado pastillas de cianuro. Las mordieron en cuanto
comencé a interrogarlos”.
“Mierda” gruño. “Belov no se anda con cuentos. ¿Dónde está Jax?”.
“Ocupándose de los cadáveres” dice. “Retrasamos a la policía hasta que
pudimos trasladar todo fuera del lugar. Sin problemas”.
Asiento con la cabeza. “¿Y…Jessica?”.
Sólo había llegado a ver su cuerpo, pero fue suficiente para saber que no
tenía esperanzas de sobrevivir. Lo único que lamento es no haber llegado a
tiempo para salvarla. Especialmente porque sé que murió salvando a
Willow.
Pero Jessica conocía los riesgos de este trabajo. Estaba dispuesta. Incluso
emocionada. Nunca hubo suficiente emoción en la corte para satisfacerla.
Ahora, todo lo que puedo hacer es darle un entierro apropiado. La
despedida de un guerrero.
“La tenemos” dice Gaiman. “Me encargaré personalmente de que se ocupen
de su cuerpo”.
“Bien”.
“¿Qué hay con la chica?” pregunta Gaiman.
“Ella está a salvo” le digo. “Voy a pasar desapercibido un rato antes de
regresarla”.
“¿Ella sabe?” pregunta Gaiman.
Es listo. Sabía que eventualmente juntaría las piezas del rompecabezas.
“Mierda, no. Ella no tiene ni idea”.
“¿Cómo es eso posible?” inquiere él.
“Es jodidamente obvio” digo, “si solo prestas atención a ciertas personas”.
“Mierda”.
“Sí”.
“Los mantendré informados de cualquier novedad” digo.
Cuelgo y vuelvo a la habitación de Willow. Todavía está en la cama
exactamente en la misma posición en la que la dejé.
Pero esta vez ella me mira. Veo algo más que pánico ciego en su expresión.
Planta una mano en el colchón y se levanta despacio. Temblorosa, lo
bastante frágil como para que un viento fuerte la derribara, pero está de pie.
Un paso hacia mí. Otro. Otro más.
Sus manos tiemblan, y creo que podría abofetearme, si encuentra la fuerza.
Pero para mi sorpresa... en vez de eso, me envuelve con sus brazos en lo
que está cerca.
Su temblor disminuye mientras yo la sujeto. Se aferra a mí como si fuera su
salvavidas y, aunque sé que intenta resistirse, oigo en lo más profundo de su
pecho un sollozo.
La llevo a la cama y la tumbo allí. Cuando intento alejarme, me agarra
como si temiera que volviera a desaparecer.
“Leo” me dice. Le tiembla la voz.
No digo nada mientras me invade el sentimiento de protección. La
posesividad es una emoción más fácil de manejar. Poseo lo que es mío.
Ningún hombre vivo puede quitármelo. ¿Pero esto?
Esto es otra cosa.
Esto es problemático.
“Jessica...” dice.
Debe haber visto el disparo que terminó con la vida de Jessica. Estaban a
escasos metros de distancia. Lo suficientemente cerca como para que la
sangre salpique.
“Jessica sabía en lo que se estaba metiendo” le digo.
Los ojos de Willow se nublan por un momento. Luego comienzan a
chispear con ese viejo y familiar fuego. “¿En serio?”.
“Sí”.
“¿Ella sabía en lo que se estaba metiendo?” hace ella eco con incredulidad.
“¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Ni siquiera te importa que haya
muerto?”.
“Yo no dije eso”.
“Se suponía que ella solo me ayudaría a divorciarme. Pero luego estábamos
en medio de un tiroteo... y ni siquiera te importa”.
“Ese era su puto trabajo” le espeto. “Y no hay nada que pueda hacer para
cambiar el resultado. Revivir muertos es una de las pocas cosas que ni
siquiera yo puedo hacer”.
Ella niega con la cabeza y se inclina lejos de mí. ¿Quiere simpatía?
¿Tristeza? ¿Dolor? Tendrá que buscar en otra parte.
No lo encontrará en mí.
“¿Quiénes eran esos hombres que me seguían?” pregunta ella.
“Eran de una Bratva”.
“¿De una Bratva?” repite ella. “Pensé que tú eras la Bratva”.
“Lo soy. Pero ellos también”.
“¿Que gane la mejor Bratva entonces? ¿No es así?” dice ella
sarcásticamente.
“Algo como eso”.
“Entonces, ¿por qué creen ellos que yo soy importante?”.
“Han supuesto que eres importante para mí” le digo. “Y querían usarte
como palanca”.
No es la verdad, pero tengo que darle algo.
Ella frunce el ceño, claramente consciente de que hay mucho más en la
historia. Más de lo que jamás podría imaginar, en realidad. Pero como ya le
dicho antes, en la Bratva todo se gana.
Incluso su propia historia.
“¿Soy importante para ti?” pregunta ella.
“No te emociones por eso. Eres importante para la misión”.
Parece más perpleja que herida. “¿Qué misión?”.
“Eso es asunto mío”.
Ella da un gemido bajo y se aleja de mí. “Creo que merezco saber toda la
historia”.
“¿Por qué?”.
“¿Por qué? ¡Porque casi me matan hoy! Me persiguieron por toda la ciudad
y me dispararon. ¡Y a mi abogada le volaron la cara!”.
“Los soldados de la Bratva no son conocidos por su misericordia”.
Ella niega con la cabeza, las lágrimas comienzan a formarse en las esquinas
de sus ojos. El shock comienza a romperse. Solo Dios sabe qué torrentes de
emoción le seguirán.
“¿Ella te consiguió el divorcio?” pregunto.
Sus ojos parpadean hacia mi cara. Parece que la energía combativa entre
nosotros la está devolviendo a la vida. Si eso es lo que se necesita, que así
sea.
“¿Eso es lo que te preocupa en este momento?”.
“No me preocupa nada. Si Jessica no selló el trato, encontraré a alguien que
pueda”.
“Ella murió, Leo” sisea ella.
“Estoy consciente” le digo.
“¿No sientes... nada? ¿No te sientes tan siquiera un poco culpable?”.
“¿Acerca de qué?”
Ella parece lista para arrancarse el pelo. “¿Del hecho de que alguien que
trabajaba para ti esté muerto? ¿Que murió cumpliendo tus órdenes? ¿Que
ella murió protegiéndome?”.
“Escúchame, Willow” digo, acercándome a los pies de la cama. “Jessica
puede no haber tenido la marca de la Bratva Solovev. Puede que no haya
sido una teniente. Pero ella era tan buena como tal, y será honrada como tal.
¿En cuanto a la culpa? No tengo nada de qué sentirme culpable. Ella sabía
lo que implicaba el trabajo. Ella no se inmutó ante las misiones que le
encomendaron. Todos tenemos que tomar decisiones”.
“Excepto yo, al parecer” dice ella.
Ruedo mis ojos en blanco y le digo: “Tengo mis razones para retenerte
aquí”.
“¿Y se supone que yo debo confiar en eso?”
“Sí”.
“¿Por qué?”.
“Porque estás aquí solo porque eres útil” le digo sin pestañear. “No quieres
ver lo que le pasa a la gente que deja de serme útil”.
Sube las piernas a la cama. Está enfadada, por supuesto, pero también hay
otras emociones burbujeando bajo la superficie.
Ella ansía mi presencia tanto como desearía no tenerla.
“Nos vamos a quedar aquí una o dos noches” continúo. “Para asegurar que
la situación es estable antes de llevarte de vuelta a la mansión”.
“Yo... no puedo volver a mi vida, ¿verdad?”.
Me detengo justo a punto de reírme. “¿Qué vida, Willow?”.
“No lo hagas”.
“Necesitas enfrentarte a ciertas verdades, por difíciles que sean. Tu vida
involucró a un esposo abusivo y poco más. Tal vez sea bueno que estés
aquí”.
“¿Atrapada en otra relación controladora con un hombre que me ha quitado
todas mis opciones?” pregunta ella. “¿Cómo es eso diferente? Es más de lo
mismo”.
“Ya terminé de darte explicaciones”.
“¡Todavía no me has dado ninguna!”
“Pues, no esperes más” espeto.
Me giro y camino hacia la puerta, pero ella me detiene. “Leo”.
“¿Qué?” digo, sin voltear.
“Yo... tengo miedo”.
Asiento con la cabeza. Me giro y le digo: “El miedo es necesario”.
“Jessica también dijo eso” dice ella en voz baja.
“Jessica era inteligente” digo. “El miedo te recuerda que quieres sobrevivir.
Necesitas aceptar el miedo. Necesitas acostumbrarte a sentir una buena
cantidad de eso”.
Me giro de nuevo y sigo hacia la puerta.
“¿Te quedarás aquí conmigo?”.
“Estaré aquí cuando necesite estarlo” le digo. “Ni un momento antes” y
salgo.

P ASO las siguientes horas coordinando con mis hombres. Haciendo arreglos
para el funeral de Jessica, así como para los funerales de otros once
hombres que perdimos en el ataque.
En general, nuestras pérdidas fueron mucho menores de lo que esperaba.
Pero cada hombre que muere en el cumplimiento de su deber se siente
como un pedazo de mi alma que se desgarra. Siento profundamente a todos
y cada uno de ellos. Ese es mi papel, mi obligación, mi promesa para con
ellos.
Cuando vuelvo a la habitación para ver cómo está Willow, pienso que está
durmiendo. Pero a medida que me acerco, me doy cuenta de que no lo está.
Sus ojos están muy abiertos. Su cuerpo está tenso.
Me siento en la cama junto a ella. Sus ojos encuentran los míos.
“Leo” susurra. “Me siento entumecida. Y fría. Tengo mucho frío”.
Su cuerpo está acurrucado alrededor de una almohada. Desde la última vez
que la vi, se duchó y se deshizo de los restos manchados de sangre del traje
de diseñador que llevaba puesto.
Ahora, ella está vestida con...
“¿Esa es mi camiseta?” le digo.
“Abrí uno de los cajones de allí. Esto fue lo único que pude encontrar”.
La tela es delgada. Su pezón es firme y visible. Mi mano flota hacia ella
como si tuviera mente propia. Más y más, cada vez más cerca, hasta que
siento el calor de su cadera, la solidez de su curva. El aire entre nosotros es
tenso y crepitante.
Ella no me aparta ni protesta de ninguna manera. Pero sus ojos permanecen
fijos en mi cara. Creo que me está estudiando.
“Estás entumecida ¿eh?” le pregunto.
Ella asiente lentamente.
“Veamos si puedo hacerte sentir algo de nuevo”.
La hago rodar sobre su espalda y me tumbo encima de ella. Sus tetas
presionan mi pecho mientras sus muslos desnudos se abren para mí al
instante. Sus ojos azules se han oscurecido en las sombras, pero
permanecen fijos en mí.
Me mira en busca de consuelo, de tranquilidad.
Pero lo único que puedo darle ahora es distracción.
Me quito mis pantalones y la penetro con un empuje feroz y hambriento.
Ella grita, sus manos se clavan en el colchón a ambos lados.
Es tarde. Estoy agotado. He dormido un total de tres horas en los últimos
tres días. Pero con mi pene dentro de su húmedo y cálido coño, noto cómo
la adrenalina me da el empujón que necesito.
Ella gime desesperada en mis oídos. El sonido enciende la bestia que llevo
dentro.
La follo con más agresividad, sin detenerme ni bajar el ritmo lo suficiente
para preguntarle si puede soportarlo. Sé que puede. Ha nacido para
aguantar.
Sus muslos se aprietan en torno a mis caderas, empujándome más adentro.
Me levanto sobre mis manos para poder mirarla mientras.
Subo la camiseta por encima de sus pechos y atrapo un duro pezón entre
mis labios.
“Oh, por Dios” jadea ella. “Leo”.
Mi nombre en sus labios es suficiente para hacerme explotar allí mismo.
Pero me contengo. Un poco más. Solo un poco más.
Deslizo una mano entre nosotros y empiezo a frotar su clítoris en suaves
círculos.
“Sí” gime ella mientras sus ojos ruedan hacia atrás en su cabeza. “Sí... así...
oh Dios...”.
Las vibraciones la recorren. Ella se aprieta alrededor de mi pene. Su cuerpo
quiere más de mí, tanto como pueda.
No puedo darle todo.
Pero puedo darle lo suficiente.
Con un nuevo y salvaje empujón, me libero, rechinando los dientes ante la
intensidad del orgasmo que se apodera de mí. Mis labios chisporrotean, mis
dedos sufren espasmos y, debajo de mí, Willow maúlla como un animal en
celo.
Cuando termino, sus ojos se cierran. Todavía tiene la espalda un poco
arqueada, como si se hubiera congelado en el punto álgido de su orgasmo.
Paso mi mano por su cuello, entre sus senos. Sigo la delgada línea de sudor
frío que llega hasta su ombligo. Parece una jodida obra de arte mientras las
sombras juegan con las líneas sensuales de su cuerpo.
Sin embargo, cuando ella finalmente abre los ojos, me obligo a soltarla. Me
quito, me levanto, y la dejo sola en una cama que huele a nosotros dos.
Sé que ella quiere que yo me quede.
Por eso tengo que dejarla.
24
WILLOW

Me despierto con un peso en el estómago. Duelo y dolor físico a partes


iguales.
Doy vueltas en la cama, intentando encontrar un lugar que me permita
volver a dormir, pero nada me resulta cómodo.
Ni siquiera el lado vacío de la cama donde debería haber estado Leo.
Cuando él se marchó anoche, yo no esperaba que regresara. Tuvo sexo
conmigo de una manera que yo necesitaba desesperadamente, y ese fue el
final. Una vez que él estuvo satisfecho, ya no fui útil. Y Leo no me necesita
a menos que yo le sea útil.
Lo ha dejado muy claro.
Me inundan los recuerdos del día anterior. Veo la mandíbula apretada de
Jessica y sus ojos entrecerrados, su desafío nunca vaciló. Incluso cuando el
monstruo agarró su cabeza y le apuntó con el arma en su boca.
Estuvo decidida hasta el último momento.
Cierro los ojos, tratando de expulsar el recuerdo antes de que progrese
demasiado. Pero cerrar los ojos es como bajar la pantalla de un proyector.
Una superficie en blanco para que los recuerdos vívidos jueguen una y otra
vez.
Veo el dedo del hombre tensarse sobre el gatillo.
Veo pedazos de hueso y cerebro explotar en la parte posterior de su cabeza.
Su cuerpo se derrumbó en el suelo...
Me levanto de golpe. Las náuseas me recorren. Cuanto más intento no
pensar en su muerte, más la veo.
“Oh Dios” susurro, salgo de la cama y corro al baño.
Llego al retrete justo cuando empiezan las arcadas. Pero es un vómito seco.
Al final, sale algo que parece bilis turbia. Mi estómago se retuerce
dolorosamente mientras vomito mis tripas.
Cuando termino, me siento un poco mejor, pero vomitar agotó todas mis
fuerzas. Apenas puedo levantarme del piso del baño. Tengo apenas la
energía suficiente para lavarme la boca y tirar de la cadena antes de volver a
sentarme en la fría baldosa.
Ojalá pudiera esconderme tras un velo de negación como antes, pero la
cabeza me da vueltas con pensamientos e imágenes que no consigo enterrar
por mucho que lo intento.
El alivio que sentí al vomitar empieza a desaparecer lentamente y vuelvo a
sentir náuseas. Ni siquiera tengo tiempo de echarme el pelo hacia atrás
antes de volver a vomitar.
Dios, haz que esto pare, pienso desesperada mientras no escupo más que
saliva.
No veo a Leo en el umbral hasta que habla. “¿Estás enferma?”.
“¡Por Dios!” jadeo, apartando mi. “¿Alguna vez has oído hablar de llamar a
la puerta?”.
“Es mi puta casa”.
“Y es tu puto mundo” digo irritada. “Como no dejas de recordarme.
¿Puedes irte?”.
“Parece que necesitas ayuda”.
“Entonces porque no envías a alguien que me ayude” sugiero.
Él ignora el sarcasmo y avanza hacia mí. Me alejo de él. Odio ser tan
superficial como para preocuparme por mi aspecto en este momento. Pero
no puedo negar que me importa.
Antes de que se me ocurra una forma de fundirme con el suelo o de tirar de
la cadena para que Leo no me vea así, otro ataque de náuseas se apodera de
mí. Vuelvo a inclinarme sobre el retrete abierto mientras el espasmo recorre
mi cuerpo.
Intento hacerlo con la mayor elegancia posible, si es que existe tal cosa,
cuando siento que tiran de mi cabello hacia atrás.
El vicioso y guapísimo don de la Bratva Solovev me sujeta el pelo mientras
yo vomito.
Qué mono.
En serio, de eso están hechos los sueños.
Termino y me arrastro hacia el lavabo. “¿Necesitas ayuda?” dice, más
divertido que preocupado.
“¡No!” digo y me agarro del lavabo para ponerme de pie, luego me lavo la
boca y la cara.
En cuanto termino, una toalla cae sobre mi cabeza. Miro fijamente a Leo,
que levanta una ceja.
“¿Estás mejor ahora?” me pregunta.
Me limpio la barbilla. “Ni siquiera cerca” digo y lo empujo a un lado, voy
de vuelta al dormitorio. La habitación se me nubla y tengo que dejarme caer
en la cama, más débil que nunca.
Leo, por supuesto, o no se da cuenta o le importa una mierda. No hay
premio por adivinar cuál de las dos opciones es más probable.
“Nos vamos en unos minutos”.
“¿A dónde vamos?”.
“De vuelta a la mansión. ¿A dónde más?”.
“¿Es seguro allí?”.
“Tengo un equipo de seguridad completo disponible todo el día. Estarás a
salvo”. Se dirige a la puerta. “Baja en dos minutos”.
Murmuro una serie de maldiciones para mis adentros y echo un vistazo a la
habitación. Mi traje de ayer, lo que queda de él, está metido debajo de la
cama. No quisiera volver a mirarlo, y mucho menos usarlo. La sangre de
Jessica está en esa cosa. Ya no es una hermosa obra de arte.
Es un recuerdo que revuelve el estómago.
Por desgracia para mí, no tengo otros pantalones. Me los pongo, intentando
evitar más recuerdos del día anterior, y me quedo con la camiseta de Leo.
Cuando bajo, él me espera en la puerta. “Date prisa”.
Con un suspiro resignado, le sigo hasta el vehículo. Ahora, hay otros dos
vehículos aparcados detrás del de Leo.
Reconozco al tipo grande y musculoso de la sonrisa rápida. Me sonríe
cuando me acerco al vehículo de Leo.
No me molesto en devolverle el gesto. Ni siquiera creo que mi cara sea
capaz de hacerlo hoy.
Subo al asiento del copiloto y espero a que Leo termine de hablar con sus
hombres. Susurran expresiones sombrías de un lado a otro durante uno o
dos minutos antes de asentir y separarse.
En cuanto él entra en el auto, me giro hacia él. “¿Qué pasa?”.
“¿Qué quieres decir?”.
“Quiero decir que ayer me persiguieron por la ciudad un montón de putos
locos de mierda” escupo con frustración. “¿Quiénes son y qué quieren?”.
No contesta a la pregunta mientras sale a la carretera.
“¿Vas a contestarme?”.
“No”.
Me muerdo la lengua, pero no sirve de nada. Sobre todo porque todavía
tengo el regusto del vómito en la boca.
“Para el coche”.
Él tampoco responde a eso.
“Voy a vomitar”.
“Oh no, no lo harás” dice y cierra las puertas.
Lo fulmino con la mirada. “Tú sabes la razón por la cual hay un montón de
asesinos psicópatas detrás de mí. Realmente me gustaría mucho, mucho,
saber esa razón”.
Sus ojos permanecen fijos en el camino. Todavía no hay respuesta.
“¡Tú!” le grito. “¡Tú! Me metiste en tu loco mundo y ahora soy un objetivo
y ni siquiera sé por qué. Eso no es justo”.
“Tengo noticias para ti, kukolka: la vida no es nada justa”.
Lágrimas calientes pinchan en las esquinas de mis ojos. Por lo general, soy
mejor para ocultar mis sentimientos. Casey me entrenó en eso. Odiaba lo
que solía llamar mi “cara larga”.
Pero después de lo de ayer, todo está saliendo a la superficie. No puedo
guardarlo todo o explotaré.
“¿Es la gente de Mikhail?” le digo.
“Mikhailov” me corrige.
“Bien, esos. ¿Son ellos?”.
“Sí”.
Tomo aire. El hermano de Leo murió a manos de ellos. Si me quieren, esto
debe ser serio.
Y para Leo, esto es personal.
“¿Eso fue lo que comenzó la disputa? ¿El hecho de que asesinaran a tu
hermano?”.
“Las tensiones ya estaban aumentando antes de eso” dice Leo. “Los
Mikhailov históricamente habían reclamado la mayor parte del poder. Pero
estábamos creciendo rápidamente bajo el liderazgo de mi hermano”.
“Se sintieron amenazados” le digo.
Leo asiente. “Aún estábamos creciendo. Mi hermano era joven. Se
aprovecharon”.
“¿Así que no es probable que esto termine pronto?”
“No hasta que uno de nosotros esté muerto” dice sin rodeos.
Lo miro. Se ve tan sólido. Demasiado terco para morir. Pero después de ver
lo que esos hombres le hicieron a Jessica ayer, tengo miedo.
Y no solo por mí.
Lo cual en sí mismo es bastante aterrador.
“Entonces… los Mik… Mikhailov” digo, todavía tropezando con el
nombre. “Es de suponer que ¿tienen un líder que es tu contraparte? ¿Algún
otro imbécil engreído con un ego del tamaño de Júpiter?”.
“Lo tienen” me contesta.
“¿Cual es su nombre?”.
Me mira. Me pregunto qué contiene esa mirada. Pero enseguida la aparta.
No es que yo sea capaz de descifrar nada, tampoco.
“Semyon Mikhailov” dice por fin. “Ahora es un anciano, pero le ha soltado
la correa a un perro rabioso que está manejando las cosas para él”.
“¿Debería saber el nombre del perro rabioso?”.
“No veo por qué. Nunca te va a poner las manos encima”.
La forma en que lo dice es furiosa y posesiva. Una mirada a su cara y un
escalofrío me recorre la espina dorsal. Si Semyon Mikhailov pudiera ver a
Leo ahora mismo, se replantearía enfrentarse a él.
Es casi suficiente para disuadirme de hacer más preguntas. Pero esto es lo
máximo que he conseguido de él, así que decido tentar a la suerte.
“¿Y por qué él querría poner sus manos sobre mí en primer lugar?” le
pregunto.
“Él te quiere, porque yo te tengo”.
“¿Eso es todo lo que soy?” pregunto. “¿Una especie de ventaja?”.
“Eso es lo que dije, ¿no?”.
“Eso todavía no explica por qué decidiste tomarme a mi”.
“Necesito una esposa y un heredero algún día” me responde Leo. “Hace que
las cosas sean mucho menos complicadas si no hay sentimientos
involucrados”.
Su tono es ligero y tranquilo, pero cortan el aire como un látigo. ¿Por eso
me eligió para este “trabajo”? ¿Porque sabía que nunca desarrollaría
sentimientos reales por mí?
No soy especial.
No soy la elegida.
Solo soy la mujer que puede permitirse perder.
Las lágrimas llenan mis ojos una vez más. Intento desesperadamente luchar
contra ellas. ¿Qué me pasa hoy? Es como si mi autocontrol no existiera.
Sólo rezo para que él no mire hacia mí y vea lo cerca que estoy de
desmoronarme.
Pero mi suerte de mierda persiste.
“¿Por qué lloras?” me pregunta.
Vuelvo mi rostro hacia la ventana deliberadamente. Leo no vuelve a
preguntar. Conducimos el resto del camino en silencio.
En cuanto cruzamos la verja y nos detenemos frente a la mansión, me
desabrocho el cinturón y salgo del coche. Paso por delante de sus hombres
y entro en la casa. Cuando llego a la habitación en la que me quedo, me
niego a considerarla mi habitación, cierro la puerta con seguro y me dirijo
directamente a la cama. Me tumbo en ella y, por fin, dejo que las lágrimas
caigan libremente.
Ayer mismo, estaba en la euforia de un nuevo divorcio. La posibilidad de
un nuevo comienzo.
Pero ahora, estoy cautiva de un hombre que quiere casarse conmigo. No por
amor, ni siquiera por deseo. Sino porque necesita un heredero. Lo que me
convierte esencialmente en una vaca de cría.
Supongo que siendo así, si sus enemigos consiguen capturarme y matarme,
al menos él no tendrá que perder el tiempo entristeciéndose por ello.
Escucho que se abre la puerta. Me levanto de un tirón cuando Leo entra.
“¿Cómo entraste? Yo cerré la puerta” le digo.
Él levanta las cejas. “¿De verdad piensas que no tengo las llaves de todas
las habitaciones de esta casa?”.
“Cierto” murmuro. “Porque esta es tu puta casa. Tus putas reglas. Tu
maldito mundo”.
“Estás aprendiendo” dice. “Ahora, dime por qué estás llorando”.
“¿Acaso te importa?” le grito.
“Llamémoslo curiosidad profesional” me dice.
Me deslizo fuera de la cama y me paro frente a él. “Dime algo: esa noche
cuando nos conocimos en el restaurante… ¿en qué pensabas cuando me
viste?”.
Él se queda callado un buen rato.
“Te diría que no repararas en mis sentimientos” agrego, “pero ya sé que
igual no lo harás”.
Sus ojos se llenan de una ira apagada. Finalmente, responde con los dientes
apretados. “Pensaba: ella es perfecta”.
“¿Perfecta para qué?” le pregunto.
“Para ayudarme a conseguir lo que quiero”.
Me estremezco, aunque es la respuesta que esperaba. “Sólo soy tan buena
para ti como útil. ¿No es cierto?”.
“¿Qué quieres que te diga, Willow? ¿Quieres que te diga que te quiero?
¿Qué te deseo? No conseguirás eso de mí. Ahora estas bajo mi protección”
dice. “Eso debería valer para ti más que el amor”.
“¿Y si no es así?” le digo.
“Entonces tendrás que aprender a vivir con la decepción. Porque no tengo
nada más que darte”.
El hecho de que me duela tanto cuando dice eso me dice todo lo que
necesito saber. En algún momento, cuando no estaba mirando, hubo un
cambio en la tierra sobre la que Leo y yo estamos parados. Un movimiento
de las placas o algo así.
Yo siento algo por él.
Mierda, no sé ni cómo llamarlo o cómo tratarlo. Pero no puedo negar que
está ahí. Ese punto caliente de sensación en lo profundo de mi pecho.
Ansioso y desesperado. Que arde en lo alto cada vez que me mira y que
abrasa cada terminación nerviosa cada vez que él dice algo o que me rompe
el corazón un poquito más.
“¿De verdad vas a obligarme a casarme contigo?” susurro. “¿Aunque yo no
te importe?”.
Su expresión permanece impasible. “En el momento en que te conviertas en
mi esposa, te convertirás en parte de la Bratva. Serás mía. Tendrás derecho
a todos los privilegios y protecciones que corresponden a una esposa de la
Bratva. Te estoy haciendo un favor, Willow”.
“Yo no sé cómo ser una esposa Bratva” le digo.
“Lo aprenderás”.
No quiero aprender a vivir sin amor. No quiero aprender a serle útil a Leo
Solovev sin significar nada para él.
Tengo tantas ganas de decirle todo eso.
Pero me conformo con correr al baño a vomitar una vez más.
25
LEO

Sus grandes ojos azules nadan con sueños rotos. Me suplican en silencio
todo lo que su orgullo le impide decir en voz alta.
Necesita más de lo que yo puedo darle.
El matrimonio con ese desgraciado abusivo la destrozó. La hizo sentirse
inútil y no deseada. Ahora, ella está luchando por afecto en todos los
lugares equivocados. Ella busca la validación de todas las personas
equivocadas.
Aún no es ella misma.
“Haré que un médico venga a verte” digo cuando sale del baño.
“No te molestes” responde ella. “Yo estoy bien”.
“Es la tercera vez que vomitas hoy”.
“¿Qué puedo decir?” dice en un tono despreocupado que no le sienta bien.
“Tú lo sacas a relucir en mí”.
Le agarro la mano y tiro de ella hacia mi cuerpo. Me golpea con fuerza,
pero el impacto dura solo un segundo antes de que comience a luchar contra
mi agarre.
“¡Suéltame!”.
La empujo contra la pared y sus ojos se abren como platos. “Tienes que
empezar a seguir órdenes”.
“No soy uno de tus pequeños soldados de juguete” sisea. “No puedes darme
órdenes como lo haces con ellos”.
“Ah sí, mírame”.
Ella trata de liberarse de mi agarre, pero yo presiono mi cuerpo contra el de
ella, la inmovilizo en su lugar. “Cuidado, kukolka. Yo puedo protegerte
contra el mundo. Pero, ¿quién te va a proteger de mí?”.
“No me harás daño” gruñe. “Mi coño sigue siendo útil para ti. ¿No es así?”.
Estoy sorprendido por el veneno en su tono, y me impresiona. Al parecer,
mi explicación de por qué me la llevé le ha sentado mal. Se lo ha tomado
tan a pecho que ahora está actuando mal.
Un error de su parte.
Su reacción me está dando demasiada información. Ella está siendo obvia
acerca de su dolor, de su decepción.
Ella me está dando todo el poder.
“Así es” le digo con un movimiento de cabeza, deslizando mi mano entre
nosotros hasta llegar a sus piernas.
Ella intenta juntarlas, pero las separo con un rápido movimiento de mis
dedos.
“No te atrevas, carajo” sisea ella.
Yo sonrío. “Ya deberías saberlo mejor”.
Empujo dos dedos dentro de ella, y sus ojos se agrandan cuando sus labios
se separan por la presión. Ella está tratando de resistirse a mí, pero su
cuerpo no puede ocultarlo. Ella está mojada para mí. Ella siempre lo está.
“Dices querer libertad” digo. “Pero soy lo que realmente quieres. Por eso
estás enojada”.
“Jódete...”.
El golpe de mi pulgar sobre su clítoris palpitante mata las palabras en sus
labios. Intenta apartarme, pero su intento es débil. Sólo quiere poder decirse
más tarde a sí misma que hizo todo lo que estaba en sus manos.
“Patético” digo, mirándola a los ojos.
“Suéltame”.
Aumento la presión y la intensidad mientras empiezo a follarla con los dos
dedos. Pone sus ojos en blanco. Se muerde el labio inferior.
“¿De verdad quieres que te deje, kukolka?” siseo. “Entonces haz que me lo
crea”.
Ella no contesta. En su lugar, se retuerce contra mis dedos, cabalgando mi
mano tan fuerte como puede. Sus jugos gotean por mi palma. Así es como
sé que hemos llegado al punto de no retorno. Un poco más y esto se
convertirá en más de lo que debe ser.
Así que, aunque tengo que luchar contra todos mis instintos, saco los dedos.
Ella jadea y abre los ojos.
“Supongo que tendré que dejarte entonces” digo con una sonrisa malvada.
Doy un paso atrás. Willow sigue pegada a la pared, con los pezones visibles
a través de su fina camiseta.
Quiero arrancársela del cuerpo, pero también quiero burlarme de ella.
Quiero castigarla.
Quiero que Willow sufra por mí.
“Eso es lo que quieres” gruño. “¿verdad?”.
Ella me mira, emociones calientes peleando en sus ojos. “¿No te había
dicho ya que te fueras a la mierda?”
Levanto los dedos y le muestro la humedad que gotea por ellos. “Bueno,
mira esto: prueba de cuánto no me quieres”.
“Mi cuerpo es una cosa” dice ella. “Mi mente es otra”.
“Qué bueno que no tengo ningún interés en tu mente”.
La ira destella en sus delicadas facciones. Su pecho sube y baja con fuerza.
Está alterada, tanto sexualmente como en otros aspectos.
No es la única. Mi pene la desea desesperadamente. Pero a diferencia de
ella, yo no soy esclavo de mi cuerpo. Aprendí a controlar mis deseos hace
mucho tiempo.
La muerte siempre espera al que no lo hace.
“Sé que hay algo que no me estás diciendo” dice ella.
“O quizá no te gusta la verdad”.
Ella sacude la cabeza. “No. Me estás ocultando algo”.
Me encojo de hombros. “Eso es verdad. Muchas cosas, de hecho”.
“¿Porque no soy de la Bratva?” inquiere ella.
“Porque no estás lista” le digo.
Ella se cruza de brazos. “¿Quién eres tú para determinar eso?”.
Doy un paso hacia ella y ella se repliega contra la pared. “Soy el maldito
Don”.
“No eres mi Don” dice, tratando de infundir tanta fuerza y confianza en su
tono como yo.
Ella hace un buen trabajo en eso, al principio. Pero como siempre, es el
silencio que sigue lo que se convierte en su perdición.
La miro hasta que ella parpadea. Hasta que ella se estremece y mira hacia
otro lado.
“Tal vez deberíamos probar esa teoría” sugiero ácidamente.
Me muevo más cerca. Lucha contra las llamas en sus ojos. Estos dicen: Esta
vez no. No otra vez.
Pero ella no sabe realmente lo que le espera. Nunca me ha gustado ser
predecible.
Me agacho delante de ella y le arranco las bragas de un tirón. Jadea cuando
la tela cede.
Luego, zumbo la estropeada tela por encima de mi hombro, y deslizo la
lengua por su raja.
“Por Dios” se estremece ella.
Pero la lucha ha desaparecido. Todo lo que queda en ella, todo lo que puede
hacer, es lo único a lo que la he estado empujando desde el momento en que
nos conocimos.
Rendirse.
Primero me burlo de ella, creando la expectación que dice no sentir. Sigue
sin apartarme ni cerrar los muslos. Y cuando le agarro la pierna y la subo
por encima de mi hombro para poder saborearla entera, sus dedos se
enroscan en mi pelo para incitarme a acercarme más.
Arquea la espalda, mostrando su coño en todo su esplendor. Lo lamo con
avidez.
Como siempre, se pone al límite casi al instante. Es tan fácil hacer que la
pequeña kukolka se corra. Además, nunca pasa de moda.
Su cuerpo se tensa mientras la lamo más deprisa. La siento en la cima, a
punto de estallar en mi cara. Justo ahí, en el borde de un acantilado, con un
espacio infinito para caer, esperando el más mínimo empujón...
Entonces me detengo.
Dejo caer su pierna sin ceremonias y me levanto. Willow se desploma
contra la pared, sólo la conmoción la mantiene en pie. Me mira con ojos
brumosos y enloquecidos por el sexo.
Cuando arreglo mi pene en los pantalones, me doy cuenta. Su expresión se
vuelve amarga.
“¿Quién es tu Don, pequeña?” le pregunto.
Aprieta los dientes y se endereza un poco. Sus tetas me miran a la cara,
redondas y duras, suplicando que se las chupe.
Me relamo los labios. El gesto no pasa desapercibido.
“No voy a decirlo”.
“Entonces no te correrás pronto”.
“No estoy tan desesperada por un orgasmo. No vale mi dignidad”.
“Tal vez no ahora” digo. “Pero... lo estarás. Lo valdrá”.
Y la dejo ahí, hirviendo de rabia. Puedo sentir el calor de su ira
siguiéndome por la habitación, a través de la puerta.
La satisfacción de ponerla en su sitio me hace seguir adelante hasta que
llego a mi despacho. Pero mi erección no baja fácilmente.
Sin embargo, cuando Jax y Gaiman entran, desaparece casi de inmediato.
Aparentemente, ellos dos son la ducha fría que necesito.
“Oye, jefe” dice Jax con una sonrisa de comemierda que me hace
sospechar. “¿Qué tal tu escapadita?”.
“Jax, no seas un maldito dolor en mi trasero. No estoy de humor” le digo.
“¿Qué?” protesta él. “Solo pregunto. Debe haber sido agradable, encerrado
en esa casa de seguridad con tu sirena de pelo negro”.
Ruedo mis ojos en blanco. “¿Qué te acabo de decir?”.
“Apuesto a que tuviste que consolarla, ¿eh? ¿De la mejor manera que sabes
hacerlo?”.
“Lo que yo hago con mi pene debería ser la menor de tus preocupaciones en
este momento” gruño. “Tenemos un problema mayor”.
Jax agita su mano con desdén. “Belov no es un problema. Podemos
destruirlo como hicimos con sus hombres”.
“Tal vez” estoy de acuerdo. “Pero hay más de ellos que de nosotros”.
“Bien” gruñe Jax. “Entonces estaremos en igualdad de condiciones”.
Me gusta su forma de pensar. Estoy ansioso por sangre, ansioso por acabar
con la vida que tomó la de mi hermano. Pero el Don que hay en mí tiene
que pensar en algo más que la lucha que se avecina.
Hay más piel en el juego que la vida de un solo hombre. Incluso un hombre
tan mortal como Spartak Belov.
“El hecho de que sepa lo de Willow hace las cosas un poco más difíciles”
digo.
Jax se vuelve hacia Gaiman y luego hacia mí. “Entonces... ¿es verdad?”
pregunta.
Asiento con la cabeza.
“Mierda” silba. “Aunque podrías habérnoslo dicho. Habría estado bien
saber qué te traías entre manos”.
“Todo lo que necesitas saber es que nunca hago nada sin una puta razón”
digo. Luego, suspirando, añado: “Ella sólo estaba destinada a ser un plan de
respaldo. Pero... las cosas cambiaron. Ahora, ella es el plan”.
Había contado con que Belov se enteraría de Willow solo cuando los
explosivos estuvieran colocados y listos para detonar. De esa manera,
habría sido capaz de golpearle duro con una bomba real mientras todavía
estaba tambaleándose por las réplicas de la explosión ‘Willow’.
Pero no basta con hacer planes. Tienes que ser capaz de cambiar de rumbo
en cualquier momento.
Y yo no soy nada si no adaptable.
Lo demostré cuando murió mi hermano. Nunca quise ser Don. Seguro que
no estaba preparado para ello. Pero me adapté.
Y ahora, estoy preparado para ganar la guerra que mi hermano empezó.
Tengo una bomba colocada, otra en camino. Una vez que ambos edificios
estén listos para explotar, sólo quedará un gatillo que apretar.
Sin incluir el que está entre las piernas de Willow.
“Entonces, no nos mantengas a todos en suspenso, Leo... ¿Cuándo es el
feliz día?” pregunta Jax.
“Pronto” digo.
“Bueno. Entonces solo hay una cosa más que debemos resolver” dice Jax,
en serio, para variar.
“¿Qué?” Gaiman es lo suficientemente tonto como para preguntar, pero yo
lo sé mejor.
“¿Quién es el padrino?” termina Jax, con esa sonrisa de comemierda
brillando a todo trapo. “Porque la decisión es claramente obvia”.
“Bueno, claramente” dice Gaiman arrastrando las palabras. “Lo primero en
lo que pienso cuando escucho ‘obviedad’ es en ti, tonto”.
Resoplo de risa cuando Jax golpea a Gaiman en el estómago. Los dos caen
sobre la alfombra, luchando y gruñendo insultos el uno al otro.
Mientras tanto, miro los planos dispuestos sobre mi mesa. Todo depende de
la licencia de matrimonio que he pedido.
Y aún así, no estoy seguro de que Willow esté preparada para nada de esto.
No sólo para el matrimonio en sí, sino para todo lo que vendrá después.
Luego me recuerdo a mí mismo que para lo que ella esté preparada no es
asunto mío.
Ella es la clave.
26
LEO*

Llevamos una hora conduciendo y Willow ni siquiera me ha mirado.


Admiraría su determinación si no fuera tan molesto.
Llegamos y aparco el Jeep. “Bájate” le digo.
Finalmente, ella levanta la mirada, pero solo para mirarme.
Me acerco a su puerta y la abro. “Bájate” repito.
“No” dice ella y se queda obstinadamente en el asiento del pasajero.
“¿Tendremos que hacer esto cada vez?” digo.
“Me obligaste a salir de la casa a pesar de mis objeciones. Pues, no me vas
a obligar a salir de este vehículo”.
Levanto mis cejas hacia ella y ella me devuelve la mirada. Me está
desafiando.
Craso error.
Desabrocho su cinturón mientras ella intenta apartar mis manos con
manotazos. Luego la agarro y la arrastro fuera del asiento.
“¡Leo! ¡Détente!” grita ella.
“Tuviste tu oportunidad” digo y la coloco sobre mi hombro.
Willow golpea mi espalda con sus puños. Abandona la lucha solo cuando se
da cuenta de la brisa salada que nos golpea desde el norte.
“¿Adónde diablos me has traído?” dice.
“¿Qué es lo que te parece?” contesto.
La bajo en el muelle justo en frente del Ariel. Parece un castillo, elevándose
un par de pisos sobre el agua. Las azules luces inundan el agua alrededor
del yate, de modo que luce como un barco flotando en una nube. La pintura
en blanco y negro brilla a la luz de la luna.
La boca de Willow se abre mientras observa la embarcación de lujo.
“¿Quién... va a conducir esto? O, navegarlo, como sea. Sabes lo que quiero
decir”.
“Yo” le digo.
“Y ¿tú sabes cómo...?”.
“Yo sé cómo hacer todo”.
Ella rueda sus ojos y dice: “Excepto cortejar mujeres, por lo visto”.
Yo me río. “También sé cómo hacer eso. Solo que nunca me has visto
intentarlo”.
Se estremece, pero vuelve la cara rápidamente. No quiere que vea la
emoción en su rostro.
Pero es un poco tarde para eso. Lleva un par de días mostrando sus
sentimientos. Incluso más de lo habitual. Un efecto secundario del
encuentro con los bastardos de Mikhailov, sin duda.
Ella se tambalea por la pasarela y entra en el yate, pero es sobre todo para
poner distancia entre nosotros. Probablemente también para que no vuelva a
ponerla sobre mi hombro.
Una vez a bordo, vacila ante las escaleras. Bajo cubierta hay dos
habitaciones privadas con baño, una cocina y un bar. Desde la cubierta
superior se divisa el océano en todas direcciones.
Quizá todo eso sea demasiado para ella. Vacila y se conforma con apoyarse
en la barandilla y contemplar el perfil de la ciudad más allá de los muelles.
Que así sea. Por ahora puede quedarse ahí.
La dejo atrás y conduzco el Ariel sobre el agua. Otra hora transcurre antes
de que eche el ancla y deje el asiento del capitán para reunirme con Willow.
En algún momento del viaje ella subió a la cubierta superior. Parece un
retrato de perfil, iluminada por la luna, con sombras en su rostro dramático
y suave.
Se pone rígida en cuanto me acerco. “¿Por qué me has traído aquí?”
pregunta sin mirarme. “No vas a asesinarme y arrojar mi cuerpo al océano,
¿verdad?”.
“¿Por qué me tomaría la molestia de secuestrarte si solo iba a matarte?”
“Oh, así que no has terminado de usarme ¿no?”.
“Esto no es tan unilateral como lo estás haciendo sonar. Tú también estás
sacando algo”.
“¿Cómo qué?” espeta ella.
“Como que obtuviste el divorcio que querías. De nada, por cierto” digo
arrastrando las palabras. “Y además ahora, tienes mi protección”.
“Protección que no necesitaría si no fuera por ti”.
“Eso es debatible”.
Ella arquea una ceja. “¿Más secretos?”.
“En esta vida, siempre hay más secretos”.
Su expresión se vuelve pensativa. “Yo no pertenezco aquí”.
“Un sentimiento natural” digo. “Nadie elige la Bratva. O naces en ella o te
obligan a hacerlo”.
“¿Dices que incluso el todopoderoso Leo Solovev no podría solo irse si
quisiera?”.
La miro con interés. Debe ser agradable ver el mundo desde su perspectiva.
Para Willow, hay blanco y negro. Hay bien y mal.
No tiene que complicarse con los grises que hay en medio.
Sacudo la cabeza. “No hay forma de alejarse de la Bratva”.
“Pero si tuvieras la opción ¿lo harías?” insiste ella.
“No me estás escuchando” digo. “No hay elección”.
“Estoy hablando hipotéticamente” dice.
Hago una mueca y le digo: “Eso es una pérdida de tiempo”.
“Solo responde la pregunta. Tú mismo me dijiste que no querías ser Don.
¿No sueñas con dejarlo todo?”.
“Yo no quería usar los zapatos que mi hermano dejó atrás para llenar”
aclaro. “Ese era su papel, su legado. Y se lo robaron”.
Ella asiente lentamente mientras procesa eso. Es como si, cada vez que
abordamos este tema, descubriera otro pequeño fragmento de mí que puede
recomponer. No se acerca a la imagen completa, por supuesto. Pero el más
mínimo progreso es suficiente para aplacarla.
Por el momento.
“Puedo entender por qué quieres vengarte” reflexiona. “Pero...”.
“No hay un ‘pero’ ahí” la interrumpo con dureza. “Solo hay venganza”.
“La vida podría ser más simple sí...”.
“Maldición ¿aún no estás escuchando?” digo y doy un paso hacia ella. “Ser
Bratva no se trata de simplicidad. No somos ciudadanos normales viviendo
vidas normales. No somos personas como tú”.
Hay un insulto obvio en mi tono y, para su crédito, ella lo reconoce de
inmediato. Ella se estremece, pero no retrocede.
“No hay nada de malo en personas como yo” dice en voz baja.
“Excepto debilidad” le digo. “Y dudas. E inseguridades, lo suficientemente
fuertes como para ahogarte hasta morir”.
Sus ojos brillan con ira. “La gente normal es complicada y tiene matices,
y… no como tú. No eres más que un villano bidimensional que evita el
amor verdadero porque lo ve como una debilidad. ¿Y sabes qué? Al final
del día, solo siento pena por ti”.
Ladeo la cabeza hacia un lado, pero ella redobla la apuesta.
“Es verdad. Me das pena. Porque nunca experimentarás el poder y la fuerza
que puede venir de amar a alguien total y completamente. Y que esa
persona te ame a cambio”.
Ruedo mis ojos en blanco. Ni siquiera me molesto en ocultarlo. “Por Dios,
ahórrame el discurso”.
“El chiste es sobre ti, Leo” me dice.
“¿Cómo es eso?” inquiero.
“Crees que puedes controlarlo todo. Tal vez el noventa y nueve por ciento
de las veces puedes. Pero no puedes controlar de quién te enamoras”.
Pienso en Ariel. Pienso en Pavel.
Y mi interior se enciende de rabia por lo que ambos tuvieron que soportar.
Tal vez hubieran dicho que valió la pena. Pero como observador externo, no
estoy de acuerdo.
“Lo olvidas: Puedo controlarlo todo”.
Ella sacude la cabeza. “¿Sabes algo más?”
“Probablemente”.
Rueda sus ojos en blanco y se inclina como si quisiera tocar el agua. “Creo
que eres un mentiroso. Estás mintiendo”.
“¿Sobre qué?”
“Sobre no haberte enamorado nunca”.
Espero, divertido, a escuchar por qué ella cree que miento sobre eso.
“Ningún hombre le pone a un bendito bote el nombre de una mujer a menos
que esté enamorado de ella” agrega triunfante.
Resoplo. “Bueno, en eso tienes razón”.
Sus ojos se abren como platos, y está claro que no esperaba que lo aceptara
tan fácilmente. “Yo... ¿la tengo?”.
La aplaudo burlonamente. “En lo que respecta a las observaciones, esa ha
sido sorprendentemente buena”.
“Vaya. Bien. Entonces... Ariel ¿eh?” busca ella a tientas “¿Quién era ella?”.
Me pregunto hasta dónde debería empujar esto. Soy un depredador que
juega con mi comida, lo sé. Pero cuando se trata de Willow, simplemente no
puedo resistirme.
“Una chica que conocí, hace mucho, mucho tiempo”.
“¿Y ella era importante para ti?”.
“Mucho”.
Su labio inferior se frunce un poco. Ella está tratando de luchar contra los
celos, pero de todos modos están surgiendo.
“¿Era hermosa?” pregunta ella.
Pero en el momento en que hace la pregunta, sé que se arrepiente.
“Extraordinariamente” digo.
Ella ahora mira hacia el océano, intenta mantener su cabello a un lado de su
rostro para ocultarlo de mi vista. Sin embargo, su mandíbula está tan
apretada que puedo ver las estrías de sus músculos, tensos por el esfuerzo.
¿Incluso, tal vez, el brillo de una lágrima en su mejilla?
Tal vez esto ha ido lo suficientemente lejos.
“Ella era la prometida de mi hermano” explico. “Este era el yate de mi
hermano”.
Ella se vuelve hacia mí de inmediato. “Vaya. Debe haberla amado mucho,
de verdad”.
“Sí, creo que lo hizo”.
“¿Dónde está ella ahora?”.
“Se ha ido” digo. “La muerte de Pavel la arruinó. Una parte de ella nunca se
recuperó. Decidió hacer una vida diferente en otro lugar”.
“Vaya. Eso es tan triste”.
“La vida a menudo lo es” digo.
“¿Te mantienes en contacto con ella?”
“Algunas veces”.
“¿Cómo está ella ahora?” pregunta ella.
Estudio su rostro. “Por favor, no me digas que eres una romántica”.
Su expresión se aplana. “No lo digas como si fuera una mala palabra”.
“¿Y no es así?” inquiero.
“Pues, supongo que puede serlo, para un hombre sin alma” dice.
“Ahora ¿no tengo alma?” digo divertido.
Ella se encoge de hombros. “No he visto ninguna prueba de lo contrario”.
Sonrío y digo “Pues, me parece bien. Es mejor un hombre sin alma que un
hombre sin poder”.
“Sí, bueno. Espero que tu poder te mantenga caliente por las noches”.
“Te tengo a ti para eso” digo.
Sus ojos se cruzan con los míos y ella da un paso atrás. “No me tienes en
absoluto”.
Me encanta cuando se pone luchadora. Me acero a ella un paso. “Oh, sí, si
te tengo, kukolka. Lo que yo quiero, yo lo consigo”.
Extiende su mano y la coloca directamente sobre mi pecho. “Estás lo
suficientemente cerca. No estoy interesada en ser otro nombre en tu lista”.
Resoplo con una risa fría. “Creo que es un poco tarde para eso”.
Ella abre la boca para replicar, luego lo piensa mejor. Sus labios se cierran
de nuevo, fruncidos por sus pensamientos, mientras se gira y mira de nuevo
hacia el océano.
Sigo su mirada. La luna está baja y brillante en el cielo. La imagen de su
reflejo flota sobre la ondulación del agua, plateada y etérea. Hace media
hora que hemos dejado atrás la costa. Sólo nos rodea el agua, negra e
infinita.
Willow da un paso atrás de la barandilla y, con un movimiento rápido, se
quita el vestido por la cabeza. Se desliza por la cubierta de madera junto a
ella.
Debajo, lleva un sujetador negro y una tanga a juego. Mi miembro se
endurece al instante.
Sigo preguntándome qué está haciendo cuando se desabrocha el sujetador y
se lo quita con una confianza que sólo había imaginado en ella antes. Luego
se quita las bragas y las deja también sobre el vestido.
Por primera vez, no estoy del todo seguro de lo que planea Willow. Y no
puedo evitar estar impresionado. Es como si yo hubiera estado hurgando en
su latente potencial durante tanto tiempo y, por fin, este cobrara vida.
La pequeña leona está despertando.
Sigue sin mirarme mientras camina hacia la barandilla y se sube. Frunzo el
ceño y me dirijo hacia ella.
“¿Qué estás haciendo?” pregunto. “Willow, ¿qué diablos estás...?”.
Su rostro es suave y pacífico. Respira hondo y entonces... salta.
Corro hacia la barandilla y miro hacia abajo, justo a tiempo para ver su
cuerpo entrar al agua sin hacer ruido. El agua se llena de espuma blanca
donde ella entró. Se desvanece, al igual que las ondas, y las olas se tragan
cualquier prueba de que alguna vez se zambulló allí.
Contengo la respiración. “Vamos” gruño para mí mismo. “Sube de una puta
vez”.
Luego, por fin, ella vuelve a perforar la superficie. Su pelo azabache brilla
en el azul de la noche. Se limpia el agua salada de la cara y me mira con el
más leve atisbo de una sonrisa irónica en las comisuras de los labios.
“¿No vienes?” dice.
Me quito la ropa y la dejo junto a la suya. No me molesto en pararme en la
barandilla exterior como hizo ella. Simplemente me lanzo por la borda
directo al agua.
El agua fría me apuñala por todos lados y se siente increíble. Clarificador.
Fortificante.
Los hombres como yo arden por naturaleza.
Pero el metal fundido debe enfriarse para que sea útil.
Cuando salgo a tomar aire, Willow esta flotando a unos metros de mi. Me
acerco a ella y me detengo a pocos centímetros. Sus pies rozan los míos
bajo el suave oleaje.
“Este matrimonio no tiene por qué ser una prisión, Willow” digo. “Puedes
volver y terminar los estudios, si así lo deseas. Puedes trabajar si así lo
quieres. Aunque no tendrás ninguna razón real para hacerlo. Yo te
proveeré”.
“Una vez dependí de un hombre para que me mantuviera” dice.
“Él no era un hombre. Era una puta serpiente” gruño. “Y yo le he cortado la
cabeza”.
Ella levanta las cejas. “Eso... eso es sólo una metáfora ¿verdad?”.
“No tiene por qué serlo si lo quieres”.
Su expresión se suaviza. No sé si está aliviada o no. “Lo dejaremos por
ahora”.
“Como quieras”.
Respira hondo. “Pero no tengo elección en esto ¿verdad? Me caso contigo,
me guste o no”.
“Ciertamente” le digo. “Pero algo me dice que si te gusta”.
Willow inclina la barbilla hacia la luna. “¿Qué fue lo que me dijiste: sé lo
bastante lista para saber cuándo has perdido?”.
“¿Yo dije eso?” pregunto. “Muy inteligente. Parece algo que deberías
plantearte”.
Suspira sin decir palabra. Sin darme cuenta, se desliza más cerca de mí. Sus
pechos rozan el mío y me agarro a sus caderas.
Su mirada se posa en la mía. Veo el deseo reflejado en sus ojos, fundido y
plateado como la luna.
“No tomes esto como que quiero casarme contigo” susurra débilmente.
“Lo tendré en cuenta”.
Ella baja la mirada y se muerde el labio, decepcionada. “Debería oponer
más resistencia”.
“¿Porque quieres, o porque crees que deberías?”.
“¿Hay acaso alguna diferencia?”.
Le agarro un muslo con una mano. “Una es una mentira. La otra no. Todo lo
que tienes que hacer es admitir cuál es cuál”.
Ella exhala un suspiro triste. “No... no puedo hacerlo” dice y sus dedos
recorren mi pecho, persiguiendo las gotas de agua que se deslizan por mi
piel.
“Lo harás, pequeña” le digo con voz ronca. “Lo harás”.
27
WILLOW

Miro el teléfono y respiro hondo. “Mierda, hazlo” me digo a mí misma con


firmeza. “Solo hazlo. Será como una bandita”.
Agarro el teléfono y marco el número. Todavía lo tengo memorizado.
Pero en el momento en que escucho la voz de mi madre, pierdo los nervios
y cuelgo.
“Maldición” digo y tiro mi teléfono en las almohadas, enterrando mi cara
entre mis manos. “¿Qué está mal conmigo?” gruño.
“¿Quieres la lista corta o la larga?” escucho a Leo.
Jadeo y me doy la vuelta para encontrarlo de pie en mi puerta. “¿Voy a tener
al menos privacidad cuando estemos casados ?”.
“No es probable” me dice.
Me dejo caer en mi cama. La sombra de Leo se cierne sobre mí.
“¿Intentaste llamar a tus padres?”.
“¿Cómo lo supiste?”.
Se encoge de hombros. “Eres fácil de leer”.
Me siento “Ella... ella contestó. Mi madre, contestó. Y yo...”.
“Colgaste” dice. “Sí, estaba aquí para esa parte”.
Bajo mi cabeza, avergonzada. “Solo es que no sé qué debería decirles
después de todo este tiempo”.
“Pues diles la verdad” dice él.
“¿Qué? ¿Que tenían razón? ¿Que nunca debí abandonar la universidad o
casarme con Casey?” le digo. “¿O que estoy a punto de casarme con un
Don de la Bratva?”.
“Todo ello, si te apetece”.
Yo suspiro. “Es más fácil decirlo que hacerlo. Sé que debería dejar de lado
mi orgullo, pero admitir que estás equivocado nunca es fácil”.
Arquea una ceja perfecta. “No sabría decirte”.
Ruedo mis ojos en blanco. “Claro, por supuesto. Eres el espécimen perfecto
y todos temblamos ante tu presencia”.
“El miedo es una pérdida de tiempo, Willow” dice y se vuelve hacia la
puerta.
“Nunca te asustas, ¿verdad?” le digo.
“No”.
La respuesta llega tan fácilmente, tan rápidamente, que realmente le creo.
Con Leo, es fácil creer que es un humano de otro mundo que ha
evolucionado más allá de pequeñas emociones como el miedo y la
debilidad.
Cuando se va, respiro hondo y vuelvo a repetir sus palabras. El miedo es
una pérdida de tiempo.
Yo puedo hacerlo.
Vuelvo a marcar el número y esta vez, cuando mamá contesta, no cuelgo.
“¿Hola?” dice ella.
Aprieto el teléfono con fuerza y respiro. Tardo un momento en hablar.
“¿Hola?” dice ella de nuevo. “¿Hay alguien ahí?”.
“¿M… mamá?” balbuceo quedo.
Me encuentro con un silencio que parece eterno. Entonces oigo una
inhalación tan aguda que casi me absorbe el auricular.
“¿Willow?” dice, con una voz tan suave, como si le preocupara asustarme.
“Soy yo, mamá” digo.
Otro respiro. “Querida...”.
Y esa palabra. Esa sola palabra me quita el peso del pecho.
Puedo respirar de nuevo.
“Mamá” le digo, las palabras vienen más y más fáciles. “Lo siento
muchísimo”.
“Oh, cariño, yo también”.
“No me pidas disculpas. Tú no hiciste nada malo. Tú y papá no fueron más
que padres increíbles. Fui yo. Yo fui la perra desagradecida. Yo fui la
testaruda”.
“No debimos haber tratado de interferir” dice ella. “Tú eras, eres, una
adulta. Puedes tomar tus propias decisiones”.
Oigo el eco de mis propias palabras en su voz. Nuestra última conversación
es tan vívida, incluso ahora. Imagino que ella también recuerda cada
palabra.

E STÁBAMOS SENTADOS en la sala de estar. La misma habitación donde juntos


solíamos ver películas y abrir los regalos de Navidad. El lugar de la familia,
el lugar feliz.
Hasta este momento.
“Soy un adulto ahora” gruño. “No puedes decirme qué hacer”.
“Entiendo que lo eres, cariño, pero aún así queremos ayudarte” dice mamá.
“Somos familia”.
“Sabes mejor que nadie que la familia se trata de a quién eliges” digo. Me
inclino hacia adelante y escupo las siguientes palabras como dardos
envenenados. “Y yo elijo a Casey”.
El mentón de mi madre tiembla y luego las lágrimas se sueltan.
“Cariño, él... él no es adecuado para ti” tartamudea ella, intentando contener
el llanto.
“Eres un adulto a los ojos de la ley. Pero no es cuestión de la edad” dice mi
padre rápidamente. “El problema es el hombre”.
“Él es un buen hombre” digo.
“Te mira como un premio, Willow” explota mamá. “Te mira como un
premio y no como a una persona”.
“¿Y qué tiene de malo eso? ¿No soy un premio acaso?”.
“Un premio es una posesión” afirma mamá. “Una persona es mucho más
que eso. Tú eres mucho más que eso. Y si él no puede verlo...”.
Ruedo mis ojos. “Ni siquiera lo conoces” espeto.
“Sabemos lo suficiente” dice mi padre.
“No puedo creerlo, ustedes dos... pensé que estarían felices” me quejo. “Él
es guapo y exitoso. Acaba de conseguir otro ascenso. Él quiere
mantenerme. No tendré que mover un dedo”.
“¿No quieres para ti algo más que ser una mujer mantenida?” pregunta
papá.
“Eso es chistoso viniendo de ti. De ustedes dos. ¿No eres tú acaso una
mujer mantenida?” pregunto, volviéndome hacia mi madre.
“Yo elegí ser ama de casa” dice a la defensiva. “Tu padre nunca me hizo
demandas. Me dejó tomar mis propias decisiones”.
“Bueno, tal vez Casey sepa lo que es mejor para mí”.
“Oh cariño...” dice mamá y sigue llorando.
Me alejo de ambos. “Se equivocan con él” digo.
“Amor...” dice papá, elevando su voz por encima de los sollozos de mamá.
“No te cases con él. No dejes la universidad”.
“Voy a dejar la universidad y voy a dejar a esta familia” digo. “De todos
modos, nunca formé parte de ella”.
Papá sacude su cabeza. “¿Qué estás diciendo? Claro que si lo eres. Eres
nuestra hija, Willow. Somos tus padres. Te queremos...”.
“En realidad, no lo son” lo interrumpo. “Ustedes no son mis padres en
absoluto. Son solo dos personas que intentaron llenar el vacío en sus vidas
con el hijo de otra persona”.
Luego me di la vuelta y salí. Nunca miré atrás.

E L RECUERDO de esa conversación se sienta como una piedra en mi


estómago. Quiero retroceder el tiempo, recuperarlo todo. ¿Cómo pude
haber sido tan cruel, tan terca, tan estúpida?
Me aferro al teléfono, rogándole a las lágrimas que queman mis ojos que se
queden quietas. No quiero convertirme en un desastre sollozante.
“Les hice sentir como si no fueran realmente mis padres, y yo lo... lo siento
mucho” digo. “No debería haber hecho eso”.
“¿Dónde estás ahora?” pregunta ella.
“Yo... he vuelto a casa”.
“¿En serio? Pensé que te habías ido a Colorado” dice ella como en estado
de shock.
“Durante los primeros años. Luego, el trabajo de Casey lo trajo de vuelta
aquí”.
Ella se queda callada por un rato. Siento la tensión incluso desde el otro
lado del teléfono.
“¿Mamá?” digo.
“¿Eres feliz?” pregunta ella. “¿Son felices juntos?”.
Llegamos a la otra parte difícil. Respiro hondo y digo: “¿Papá está por
ahí?”.
“Oh por supuesto. Espera… ¡Ben! ¡Toma la extensión!” dice ella. “¡Si,
ahora mismo!”.
Un segundo después, escucho un clic. “¿Nat?” le dice él a mi madre. “¿Qué
pasa?”.
Estoy tan nerviosa que mi voz sale chillona. “Hola papá” digo.
“¡Querido señor!” jadea él. “¿Esa es mi Willowcita?”.
Las lágrimas saltan a mis ojos de inmediato. No me ha llamado así desde
que tenía siete años, cuando yo le supliqué que dejara de hacerlo.
Pero ahora, me deleito con su sonido.
“Hola, papi” susurro. “Es bueno escuchar tu voz”.
“Oh cariño” dice y noto que está ahogado e intenta disimularlo. “No tienes
ni idea... ni idea de lo bueno que es saber de ti”.
“Sé que esta llamada está muy atrasada. Yo debí...”.
“Llamaste ahora” interrumpe mi madre. “Eso es lo que importa”.
No merezco la aceptación fácil, el perdón que me ofrecen. Pero no puedo
evitar engullirlo como un perro callejero hambriento de alimento.
“Cuéntanos todo, querida” dice mi papá. “¿Qué es de tu vida?”.
De repente, desearía haber encontrado el coraje para tener esta conversación
en persona en lugar de por teléfono. Quiero poder verlos, abrazarlos. Y
quiero que ellos también me vean. Que vean que estoy bien.
“Me divorcié de Casey” digo.
Sigue un silencio atónito.
“Tú y papá tenían razón sobre él desde el principio” digo. “Él no era un
buen hombre. Era un monstruo controlador. Ambos lo vieron después de
una cena. A mí me tomó años...”.
“Estabas enamorada” dice mamá suavemente. “La gente toma decisiones
tontas cuando está enamorada”.
Pienso en mi situación actual. Por mucho que le siga diciendo a Leo que es
igual que Casey, sé que eso no es cierto. Yo estaba tan segura de la
perfección de Casey que me negué a ver sus defectos.
Pero yo veo a Leo. Veo todo de él. Me lo muestra sin un ápice de
vergüenza.
¿Y lo que siento por él? Esa maraña insoluble de emociones y ansias que
aún no tiene nombre. Es intenso de una manera que nunca antes había
sentido. No nace de la ingenuidad y la ceguera. Es un magnetismo animal
crudo que no puedo sacudir.
Incluso si pudiera sacudirlo... ¿lo haría?
“Era demasiado joven para entender lo que realmente significaba el amor”
digo. “Pensé que Casey lo era todo, pero al final… me lastimó”.
“Willow” susurra papá, “¿por qué no viniste entonces a nosotros?”.
“Estaba avergonzada” digo.
“¿Avergonzada?” repite mamá.
“De la forma en que los traté a ambos. De las cosas que les dije el día que
salí de casa. Tenían razón en todo y yo simplemente… sentí que no tenía
derecho a llamarlos y pedirles ayuda cuando básicamente les escupí en la
cara”.
No necesito ver a mamá para saber que está llorando.
“Mamá, no llores. Por favor. Esto no fue tu culpa. Nada de esto lo fue. Me
lo advertiste”.
“¿Eres feliz ahora, mi amor?” pregunta mi papá.
En el momento en que hace la pregunta, imagino a Leo, flotando en el
océano infinito con gotas de agua salada como diamantes en su cabello. Veo
la curva de su clavícula, siento el calor de sus dedos en mis caderas. Siento
su lengua, siento su calor, caigo una y otra vez en el caramelo de sus ojos.
“Soy mucho más feliz de lo que solía ser” contesto.
No es una mentira.
“Eso es todo lo que siempre quisimos, Willow” dice papá. “Eso es lo único
que importa”.
“Los amo mucho a los dos” digo con fuerza.
“Te queremos mucho, cariño” dice mamá entre sollozos.
Papá agrega: “Nunca lo dudes”.
Prometo volver a llamarlos pronto, nos despedimos y colgamos. Cuando
termina la llamada, me siento en mi cama con el teléfono en la mano.
Mi corazón se siente más ligero y me hace darme cuenta del peso que he
pasado años cargando. La culpa y la vergüenza siguen ahí, pero ya no me
arrastran hacia abajo como antes. Puedo levantarlos ahora. Puedo empezar a
seguir adelante.
Me pongo de pie y voy a buscar a Leo. Para... agradecerle, supongo. Al fin
y al cabo, fue él quien me animó a llamarles cuando yo no me creía capaz
de hacerlo.
La puerta de su oficina está cerrada, pero puedo oírlo hablar al otro lado.
Levanto la mano para llamar, pero me detengo en seco cuando escucho mi
nombre.
“Me importa una mierda” dice, en tono cortante. “Tengo a Willow. Ella es
el arma secreta que me entregará las cabezas de cada uno de esos hijos de
puta”.
Mi sangre se hiela. ¿De qué está hablando? ¿Cómo puedo ser yo un arma
secreta?
“¿Por qué diablos crees que la busqué en primer lugar?” dice Leo.
Casi se me escapa un sollozo, pero consigo contenerlo mordiéndome los
nudillos. El sonido de sus pasos se repliega y la conversación se desvanece.
De todos modos, no importa, porque no creo que pueda escuchar una solo
palabra más.
Me doy la vuelta y vuelvo al dormitorio. De regreso a la jaula donde Leo
me tiene escondida. Porque eso es lo que soy, ¿verdad? ¿Una posesión que
hay que encerrar? ¿Una baratija que hay que vigilar?
Fue fácil convencerme de lo contrario anoche, con la ciudad y todo lo que
contiene reducido a nada más que un destello en el horizonte. Ahí afuera,
Leo era lo único que me mantenía a salvo, lo que me mantenía a flote.
Lo deseaba en ese momento. Lo deseaba tanto que cada célula de mi cuerpo
ardía de necesidad.
Pero juraría que también lo vi en sus ojos. Que él me deseaba tanto como
yo a él. No se mira así a una posesión. Simplemente no lo haces.
Solo miras así a algo que te hace feliz de estar vivo.
Pero las palabras que acabo de escuchar de él, y la forma en que las
pronunció, van exactamente en dirección opuesta. Me dicen que soy para él
lo que siempre he sido para los hombres de mi vida...
Útil hasta ser desechada.
28
LEO

Cuando bajo para la cena, la mesa está puesta para dos con servilletas de
tela y cubiertos relucientes.
Pero Willow no se ve por ningún lado.
Mariska entra con una bandeja de frutas y evita el contacto visual. Nunca
sería cruel con mi personal, pero eso no impide que algunas de las criadas
me tengan terror de todos modos.
“¿Dónde está Willow?” le pregunto.
La mujer parpadea, fingiendo ignorancia, pero sé que lo sabe. Pocas cosas
pasan en esta casa que las criadas no sepan, deban o no.
“Ella no se siente bien y no bajará a cenar” dice Mariska diplomáticamente.
Frunzo el ceño. Parecía estar bien cuando la dejé en su habitación hace unas
horas.
Doy un movimiento con mi cabeza y Mariska se va corriendo a la cocina.
Mientras tanto, me dirijo a la habitación de Willow.
Cuando agarro el picaporte, está cerrado. Ya ella debería saberlo mejor.
Considero la posibilidad de derribar la puerta de una patada, sólo para dejar
claro mi punto de vista. Pero en vez de eso, uso mi llave para entrar en su
habitación.
Ella está tumbada en la cama. Tiene la cara vuelta hacia la ventana abierta.
Es evidente que sabe que estoy aquí, noto cómo su respiración se acelera y
luego se calma, como si se obligara a actuar con normalidad, pero no se
mueve en mi dirección ni reconoce mi presencia.
No hasta que me siento en el borde de su cama. Entonces, se incorpora
lentamente y me dedica una pequeña mirada.
“Mariska me dijo que estabas enferma. No pareces enferma”.
“Yo... me sentía un poco rara antes” dice. “Pero ahora me siento mejor”.
Algo no está bien. No me mira a los ojos y su expresión corporal es rígida y
nerviosa.
“¿Cómo estuvo la llamada con tus padres?” pregunto.
“Fue... dura. Emotiva”.
Lleva una camiseta negra ajustada que acentúa sus pechos. Su escote es
tentador, pero mantengo mis ojos en su rostro. Nunca es buena idea parecer
demasiado preocupado. Incluso si lo estoy.
“Pero fueron maravillosos” dice con un suspiro de pesar. “Ni siquiera un ‘te
lo dije’ dijeron”.
“¿Eso era lo que esperabas?” digo.
“Es lo que me merecía” dice y parpadea, luego comienza a juguetear con
las puntas de su cabello. “Se esforzaron tanto por advertirme que no lo
hiciera. Me negué a escuchar. ¿Qué fue lo que me dijiste una vez: la
experiencia vivida es algo, algo...?”.
“La experiencia vivida es la única forma de convencer a alguien donde la
lógica y la razón fallan”.
Ella suspira de nuevo. “Odio cuando tienes razón”.
“Supuse que ya estarías acostumbrada”.
“Creo que ya hemos establecido que nunca aprendo”.
La observo con atención. Willow nunca ha sido la persona más segura de sí
misma, pero ha usado su falsa valentía como una armadura desde el
momento en que nos conocimos. ¿Verla así, tan autocrítica, tan auto
despreciable? Es extraño. Inquietante.
“Quiero verlos” dice ella.
“Esa no es una buena idea en este momento” digo.
“¿Por qué no?”
“Porque los Mikhailov se están acercando. No deberíamos hacer ningún
viaje innecesario fuera de este complejo”.
Ella asiente rígidamente, como si estuviera anticipando la negativa.
“Puedes reunirte con ellos después de que las cosas se calmen” agrego.
“¿Después?” pregunta ella. “¿Cuánto tiempo será eso?”.
“Ya veremos” digo.
Se queda callada por un momento, mordiéndose el labio inferior. Es lo que
hace cuando ella no está segura de si debe decir algo o no.
Yo solo espero. El silencio la sacará tarde o temprano.
Efectivamente, después de que han pasado uno o dos minutos, ella susurra:
“¿Podrías simplemente... abrazarme... por un rato?”.
Eso me sorprende. “¿Por qué?”.
“Solo quisiera sentir algo real”.
Ella se da la vuelta y se acuesta de lado, con una mano metida bajo la
almohada, ambas piernas dobladas hacia su pecho.
Considero alejarme. Después de todo, esta es una solicitud tonta: ella es un
arma en mi arsenal y no estoy en el negocio de brindar apoyo emocional a
las personas que trabajan para mí.
Más que eso, sin embargo... es una petición peligrosa.
Porque si me acuesto a su lado, quién sabe qué podría pasar a continuación.
Sin mirarme, escucho a Willow decir: “¿Por favor, Leo?”.
Pues, eso lo sella.
Suspiro y me coloco a lo largo de su espalda. Coloco una mano en su
cadera, y la atraigo hacia mí. Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo.
¿Minutos? ¿Una hora? ¿Justo el lapso de unas pocas respiraciones?
Estoy lo más jodidamente enfocado en mantenerme bajo control. Pero el
olor de la vainilla en su cabello y la calidez de su trasero en mi pene me
están deshaciendo.
Y... por el amor de Dios ¿se está frotando contra mí?... es tan sutil al
principio que ni siquiera me doy cuenta. No conscientemente, al menos.
Sin embargo, mi pene no se lo pierde, de inmediato salta duro y palpitante
ante la atención. Y a medida que el reloj avanza, el ritmo de su frote
aumenta, se intensifica.
Me está dando la espalda, así que no puedo ver su rostro para descubrir si
esto es a propósito o si ella está dormida. O si soy yo quien está dormido.
Pero cuando mis dedos se deslizan automáticamente hacia la V entre sus
piernas y ella suelta un pequeño gemido, sé muy bien que esto no es un
sueño.
Willow rueda sobre su espalda, una mano aún permanece bajo la almohada,
la otra encuentra los rizos en mi nuca. Sus ojos están entrecerrados y
enrojecidos por el deseo.
“Tócame” susurra, tan bajo que casi no la escucho. Luego atrae mi cabeza
hasta que mi boca se encuentra con la suya.
Nuestras lenguas se unen mientras Willow frota su muslo contra mi
erección. Gruño en su boca y desabrocho sus jeans. Mi mano se desliza
dentro de sus bragas y encuentro su humedad. Ella gime de nuevo, justo en
nuestro beso, mientras la acaricio con delicadeza.
Ella se levanta sobre mi palma. Otro torrente de sangre fluye a mi pene,
duplicando el dolor. Estoy a punto de correrme en los pantalones como un
puto adolescente excitado que se masturba en el sótano de sus padres por
solo tocar a Willow entre sus piernas.
“Kukolka, yo...” intento.
Entonces ella hace algo que yo no me esperaba.
La mano que tenía bajo la almohada sale rápidamente. Y con eso... un
cuchillo.
Ella presiona la hoja contra mi garganta desnuda. El acero es brillante, pero
no es rival para el brillo de sus ojos. Están llenos de miedo. Ella nunca antes
ha usado un cuchillo como arma. De hecho dudo que haya usado algo como
arma antes.
Casi me enorgullece que ella intente algo tan atrevido... y tan estúpido.
Detengo todo, aunque mi mano sigue atrapada dentro de sus pantalones.
“¿Cuál es el plan, Willow?” gruño. “¿Vas a cortarme la garganta con mis
dedos dentro de ti?”.
Puedo sentir la hoja temblando contra mi garganta.
“Yo... yo puedo hacerlo. Si te mueves, te mataré”.
Curiosamente, este giro de los acontecimientos solo me ha puesto más duro.
De hecho, estoy en condiciones de estallar en este preciso momento, pero
estoy luchando contra eso. ¿Quién podría saber que ser amenazado con un
cuchillo durante los juegos preliminares podría ser tan jodidamente
excitante?
“¿Cuánto tiempo has estado planeando esto?” le digo.
“Treinta y siete minutos” me contesta.
“Interesante. ¿Qué pasó hace treinta y siete minutos?” quiero saber.
Ella parpadea con fuerza, forzando las lágrimas. “Bajé para contarte sobre
la llamada de mis padres, y... y... te escuché. No sé con quién estabas
hablando. Pero...”.
“Me escuchaste decir que tú eras la clave”.
“Te escuché decir mucho más que eso”.
Su tono es sorprendentemente firme, pero su expresión se retuerce y gira
como el viento. Parece que quiere derrumbarse, pero tiene miedo de que si
lo hace, no habrá nadie allí para recoger los pedazos.
“Te dije desde el principio que se trataba de una venganza, Willow. Se trata
de poder. Si quieres amor, búscalo en otro lado. No lo encontrarás aquí
conmigo”.
“¿Cómo puedo ser yo la clave?”.
“¿Es eso realmente lo que te molesta?”.
Empuja el cuchillo un poco más fuerte contra mi garganta. “Yo soy la que
tiene el control ahora. Yo haré las preguntas”.
“¿Tienes el control?” le pregunto con diversión. “No parece así para mí”.
Abre la boca para responder, pero antes de que pueda pronunciar las
palabras, yo acaricio su clítoris con mi pulgar. Ella jadea y balbucea y la
hoja se afloja contra mi garganta.
“¡Detente!” grita ella con voz ronca.
“De algún modo, pequeña, no creo que lo digas en serio”.
“Tengo un arma presionada contra tu garganta. Deberías estar asustado”.
“¿Por qué?”.
“Un solo movimiento y estarás muerto”.
Me encojo de hombros. “Entonces estaré muerto. Si tuviera miedo de morir,
no habría sobrevivido mucho tiempo en este mundo”.
Ella frunce el ceño. Puedo ver su determinación caer. Ella pensó que tenía
todas las cartas.
Mal, como de costumbre.
“Te estás tardando mucho en matarme” señalo. “¿Qué estás esperando?”.
“Yo...”.
“Adelante, si vas a hacerlo” le digo. “Te lo dije, no soy un hombre
paciente”.
“Estás jugando conmigo” dice ella.
“Esto ha sido obra tuya. Yo preferiría estar cogiendo contigo. Pero tú tienes
un cuchillo en mi garganta”.
“¿Cómo has podido?” dice ella.
Las palabras salen de sus labios y sé que ha hablado a su pesar. Quería
permanecer indiferente y distante. Quería mantener su apariencia de
control. Pero por mucho que ella no quiera que le importe, si le importa.
Lo admito, tenerla al tanto de esto es un inconveniente. Habría sido mucho
más fácil si ella se hubiera quedado en la oscuridad hasta después de la
boda.
Ahora, será aún más difícil llevarla al altar.
No es que me moleste. Simplemente no tengo tiempo ni paciencia para
lidiar con sus inseguridades cuando las cosas se estrechan.
Belov sabe que me estoy moviendo en su contra ahora. El tiempo corre. Las
armas han sido desenfundadas.
“Yo hice lo que tenía que hacer” digo.
“Por ti”.
“Por mi Bratva”.
Ella rueda los ojos en blanco y dice: “Es lo mismo”.
“Si supieras cuán equivocada estás”.
Vuelve a parpadear, traga y redobla el agarre del cuchillo. “Déjame irme.
Prométeme que me dejarás salir de aquí y te juro que no te mataré”.
“Preferiría que me mataras ahora. Hay maneras mucho peores de morir que
hacerlo con mis manos dentro de una criatura tan hermosa. Así que” digo
con firmeza, “hagamos lo que viniste a hacer aquí. Te ayudaré”.
Muevo mi otra mano y presiono el cuchillo con más fuerza en mi garganta,
llevándolo lentamente de un lado al otro. La piel se rompe. La sangre gotea
hacia el hueco de mi clavícula.
Ahora nos precipitamos hacia el punto de no retorno. Un poco más fuerte,
un poco más rápido, y la sangre de mi vida se derramará sobre ella. Ella
llevará la mancha de mi muerte mientras sobreviva. ¿Podrá ella soportar
eso?
Yo ya sé la respuesta.
Por eso no me sorprende cuando cierra los ojos, abre la mano y deja caer el
cuchillo.
“Yo... yo... no puedo...” susurra ella.
Sonrío con crueldad. “Ya lo sé”.
Willow mira al techo. Las lágrimas que estuvo conteniendo todo este
tiempo ruedan en silencio por su rostro.
Me levanto de la cama y reacomodo mi rígido pene, aunque no deja de
dolerme.
“Tú sabías desde el momento en que saqué el cuchillo que yo no podría
hacerlo” dice en voz baja. No es exactamente una pregunta, pero lo
suficientemente cerca.
“Sí”.
“¿Cómo?”.
La respuesta es obvia. Para los dos.
Pero lo digo de todos modos.
“Yo sabía que tú no me matarías porque cometiste el error de enamorarte de
mí, Willow”.
Luego me giro y la dejo lidiar con lo que esas palabras podrían significar
para los dos.
29
WILLOW

“Usted está siendo requerida”.


El hombre parado en el umbral de mi puerta no es alguien que yo
reconozca. Tiene rasgos oscuros y pesados y pequeños ojos negros. Irradia
violencia, y supongo que en primer lugar es por eso que lo han enviado a
buscarme.
Levanto las cejas con incredulidad. “¿Cómo dice?”.
Pero no tiene sentido preguntar quién lo envió aquí. En esta casa, solo hay
un hombre que hace los requerimientos.
No he visto a Leo en dos días enteros. No debería parecer mucho tiempo,
pero lo parece.
De hecho, se siente como toda una vida.
Desde que me dijo que estaba enamorada de él, he estado tratando de
disuadirme a mí misma. Me doy cuenta de que dos días es mucho tiempo
para escapar de ello.
¿Enamorada? Esa es una suposición audaz de hacer. Y, sin embargo, el
hecho de que sea todo lo que puedo pensar cuarenta y ocho horas después
hace que parezca menos audaz.
“Puedes decirle a Don Solovev que se vaya a la mierda” digo e intento
infundir tanta fuerza en mi voz como sea posible.
La expresión del hombre no cambia, pero da un paso adelante, cruza el
umbral y se para con las botas sobre la prístina alfombra color crema. Se
siente como una violación.
“Sal ya de mi habitación” espeto.
“Esta no es su habitación. Esta es la casa de Don Leo. Lo que significa que
esta es la habitación de Don Leo” me dice.
“Me importa una mierda. Me estoy quedando aquí ahora mismo, lo cual la
hace mía. No puedes obligarme a salir de aquí” le digo.
“Esto será mucho más fácil si usted cumple”.
Cumplir: qué palabra tan agradable para un feo acto de sumisión. Eso es lo
que realmente quiere, ¿verdad? mi sumisión.
A la mierda eso. Si le doy a Leo una pulgada, tomará una milla. Un año luz.
Nunca se detendrá.
Así que aprieto los dientes y escupo: “No voy a ir a ninguna parte”.
El hombre de ojos oscuros suspira. Luego, a la velocidad del rayo, se lanza
hacia adelante. Es increíble la cantidad de terreno que cubre y lo rápido que
lo hace, sobre todo teniendo en cuenta que debe de medir casi dos metros y
pesar unos cien kilos de músculos y tatuajes.
Ahora que lo pienso, su tamaño es probablemente la razón por la que Leo lo
envió aquí. Sabía que llegaría a esto.
El bastardo realmente lo sabe todo.
“¡No!” grito ahora mientras me levanta sobre su hombro y me saca de mi
habitación. “¡Maldito bruto! ¡Bájame! ¡AHORA!”.
No sirve de nada. Me ignora y baja las escaleras mientras yo grito como una
loca. Al final de la escalera, me pone de nuevo en el piso. Lo empujo, lo
que es lo mismo que empujar una montaña. Estoy a punto de darle una
bofetada cuando me doy cuenta de que no estamos solos.
Hay una fila de hombres a ambos lados de mí. Todos llevan traje.
Me doy la vuelta. “¿Qué demonios está pasando?”.
La fila de mi derecha se separa y dos hombres caminan hacia mí. Los he
visto antes. Incluso sé sus nombres.
El enfurruñado es Gaiman. El corpulento y musculoso tiene un nombre que
suena rudo, pero que de algún modo choca con una sonrisa que te deja sin
pantalones. Jay, Jason... Jax. Eso.
Me muestra su sonrisa característica. “Nunca había visto a una novia tan
sudorosa y enojada. Usualmente, todo es: Mírame, estoy radiante de
alegría. Toma una foto y publícala”.
El enfurruñado pone los ojos en blanco. “Cierra la puta boca, hombre”.
Un segundo después, las palabras de Jax me llegan. “¿Novia? ¿De qué
mierda estás hablando?”.
Él mira hacia abajo y señala su atuendo. “¿Crees que usaría este traje de
mono sin una maldita buena razón? Nos vestimos todos para el gran día,
princesa”.
Miro por encima del hombro de Jax, a través de las puertas del patio con
paneles de vidrio, y hacia el jardín más allá. No hay flores ni sillas a la
vista. Nada que indique que está a punto de celebrarse una boda.
Espera, hay un escritorio al otro lado del césped. Detrás está sentado un
hombre con un archivo grueso delante de él.
Así que es real.
Está sucediendo.
Niego con la cabeza. “No me voy a casar con ese hijo de puta”.
Jax se vuelve hacia Gaiman. “Mil dólares a que dará pelea, pero al final Leo
se saldrá con la suya”.
Gaiman parece muy poco impresionado. “Es Leo” dice. “Él siempre se sale
con la suya. No hay trato”.
“Carajo” le dice Jax.
“¿Donde está él?” exijo, interrumpiendo sus bromas.
“Saldrá en un minuto” responde Gaiman.
“Todos aquí están jodidamente delirantes si creen que va a haber una boda”.
Estoy gritando a la fila de hombres de traje, pero ni siquiera parpadean.
Empiezo a preguntarme si son reales o si este piso se convirtió en un museo
de cera cuando yo no estaba mirando. “¡Esto es ridículo!”.
“Estoy de acuerdo” dice Jax haciendo una mueca a modo de asentimiento.
“Quiero decir, mira este lugar. ¿No podría haber puesto un poco de esfuerzo
al menos? El hombre tiene más dinero que Dios, pero no aceptó un solo
maldito arreglo floral. Todo lo que hizo fue ordenar a Artie en línea”.
“No ¡Un condenado y maldito no!” grito yo ahora. “Ustedes dos pueden ir a
buscar a Leo y decirle que si quiere usar a una mujer para cualquier plan
nefasto que esté tramando, entonces le está ladrando al árbol equivocado.
No doy mi consentimiento”.
Jax frunce el ceño. “Ser usado no suele requerir permiso”.
“Él está completamente equivocado” digo, medio enojada, medio
suplicante. “Yo no soy la clave de nada. Él necesita encontrar a la correcta y
casarse con ella. Arruinar su vida y no la mía”.
Jax me da otra sonrisa llena de dientes. “¿Alguna vez has intentado decirle
a Leo que está equivocado?”.
“Yo también puedo ser terca” digo.
Arquea una ceja. “¿Eso es lo que hace que el sexo sea tan apasionado?”.
Lo miro fijamente, con la boca abierta.
“No te avergüences” se encoge de hombros. “Si tengo que oír tu sexo
ruidoso, creo que eso me da derecho a hacer bromas lascivas”.
“Jax...” advierte Gaiman. “Deja a la chica en paz”.
“Gracias” le digo. “Ahora, tal vez puedas...”.
“No luches contra esto” añade, interrumpiéndome abruptamente. “Está de
bastante mal humor hoy”.
Me desplomo. Parece que no voy a encontrar ningún aliado entre los
amigos de Leo.
“Genial. Justo lo que toda chica quiere oír el día de su boda”.
Jax se ríe. “Llámame loco, pero creo que este matrimonio va a ser bueno.
Creo que ustedes dos niños imprudentes pueden hacer que funcione”.
Gaiman murmura otra advertencia a Jax, pero no la escucho. Toda mi
atención se centra en la figura alta y oscura que acaba de salir por una
puerta lateral.
Va vestido con traje, como todos los demás. Pero todos esos aduladores
parecen monaguillos ante él. Avanza a grandes zancadas, con el pelo oscuro
despeinado y brillando con profundidad cuando la luz capta sus rizos. Tiene
la barbilla apretada y un corte afilado.
Parece un dios.
Solo piensas eso porque estás enamorada de él.
Silencio al demonio no deseado en mi hombro, pero mi corazón late un
poco más rápido a pesar de todo. Me digo a mí misma que es por las
circunstancias, no por el hombre que las ha dispuesto. Pero incluso la voz
en mi cabeza se ríe de lo lamentable que es realmente una mentira.
“Leo” digo y me planto frente a él.
¿Es mi imaginación o sus ojos parecen un poco más avellana hoy?
Definitivamente parecen más brillantes. Y fríos. Increíblemente fríos.
“No voy a hacer esto. No dejaré que me utilices”.
Sus ojos se encuentran con los míos. Sin embargo, cuando me mira, es
como si estuviera mirando más allá de mí. A través de mí. Ensartándome
sin esfuerzo con su indiferencia y su crueldad.
“Jax” ladra sin romper el contacto visual. “Gaiman”.
Los dos hombres avanzan simultáneamente.
“Ella dice que no nos acompañará. ¿Les importaría ayudar?”.
Antes de que yo pueda entender lo que está pasando, cada uno me toma de
un brazo y comienzan a arrastrarme en dirección al jardín.
“¡No!” digo y clavo mis pies en el piso de mármol, no es que haga nada
para frenarlos. “¡No, no puedes hacer esto!”.
“Eh ¿Leo?” dice Jax. “Tu novia lleva vaqueros y camiseta”.
“Me importa una mierda” gruñe. “Necesito su firma. Eso es todo”.
Jax y Gaiman me conducen hacia el césped y hacia el escritorio con el
hombre adusto sentado detrás. Leo sigue nuestros pasos.
Hacemos todo el cortejo nupcial.
El hombre sentado detrás de la mesa se pone de pie cuando nos acercamos.
“Sabe que estoy siendo forzada a este matrimonio ¿verdad?” ladro hacia él.
“Me temo que eso no es asunto mío” dice.
“Por supuesto. Porque eres como todos estos otros idiotas sin cerebro: un
títere más”.
Si el insulto cae, no da señales de ello. Solo le da a Leo una mirada y un
movimiento de cabeza reverencial.
Leo viene a pararse junto a nuestro pequeño y desgarbado trío. “Suéltenme”
les digo a Jax y Gaiman.
“Si imaginas que ellos hacen algo sin que yo lo diga, entonces estás aún
más delirante de lo que pensaba” suspira Leo.
“Entonces diles que me suelten”.
Levanta las cejas. “Pregunta amablemente”.
Mi cara se sonroja de ira. Ya es bastante malo cuando hace esta mierda
cuando estamos solos. Pero frente a todos sus hombres, se siente aún más
degradante.
“No soy una maldita niña, Leo”.
Se encoge de hombros. “Entonces deja de actuar como tal. Deja de hacer un
espectáculo de ti misma”.
“¿Yo estoy haciendo un espectáculo?” digo y miro a mi alrededor a todos
los hombres bien vestidos que han salido en tropel de la casa para reunirse
en ordenadas filas detrás de nosotros. “¿Estás bromeando, verdad?”.
Me ignora y se vuelve hacia el hombre detrás de la mesa. “Terminemos con
esto”.
El hombre saca el documento. Está impreso en papel blanco nítido. Una
formalidad.
Recuerdo haber firmado en uno similar una vez antes con Casey. Estaba
emocionada y feliz entonces. Nunca se me pasó por la cabeza que estaba
firmando mi nombre en mi propio encarcelamiento.
Pero esta vez, estoy muy consciente de ello.
Miro a Leo mientras firma con un elegante corte de muñeca. Es tan
ordenado, tan tranquilo. Nada de esto se siente como un matrimonio. Es
como un... negocio.
Lo cual, ahora que lo pienso, es exactamente lo que es esto.
No hay votos. No hay lágrimas derramadas. No del tipo feliz, de todos
modos. Todo es breve, directo y seco como el mismo infierno.
“Es su turno de firmar, Srta. Powers”.
Las palabras me devuelven al cuerpo. De vuelta al momento que nos ocupa.
Miro fijamente al hombre que está detrás de la mesa. Sus ojos son azules
como los míos. Quiero encontrar algo familiar allí. Algún tipo de conexión
humana. Quizá si lo encuentro, el hombre se eche atrás. Quizá me salve.
Pero entonces mira a Leo. Nervioso. Asustado.
Él no va a salvarme. Nadie lo hará.
Sacudo la cabeza. “No lo haré” susurro.
Leo se frota los ojos. “Jax”.
Desde atrás, mi mano derecha es empujada hacia adelante y la pluma
plantada entre mis dedos. Jax pone una mano entre mis omóplatos y me
obliga a inclinarme sobre la mesa.
Forcejeo, pero débilmente. Sé que no hay forma de luchar. El daño ya está
hecho.
Adoptando una postura detrás de mí, Jax me agarra la muñeca y la mueve
en un burdo facsímil de firma. Aparece algo parecido a mi nombre.
Y ya está.
“Listo” dice el hombre. “Os declaro marido y mujer. Enhorabuena, señor y
señora Solovev”.
Miro a Leo con estupefacta incredulidad. Ni siquiera me dirige una mirada
de cortesía. Se da la vuelta y entra en casa.
Por encima del hombro, ladra: “Llévenla a la suite”.
30
WILLOW

“La suite” podría sentirse lujosa si no me hubieran arrastrado aquí en contra


de mi voluntad.
Ocupa la mayor parte del tercer piso y se abre a una amplia sala de estar
con un bar en la esquina, lo cual es genial, porque Dios sabe que necesito
un trago.
Me acerco, descorcho una botella de vodka y tomo un largo sorbo. Todo lo
que escucho es el glug en mis oídos. Todo lo que siento es el ardor en la
garganta.
Pero, gracias a Dios, también quita el filo de las emociones. Y Dios sabe
que lo necesito.
Dejo la botella, cierro los ojos y respiro en silencio un momento. Por eso no
le oigo entrar. No es hasta que se aclara la garganta que me giro, presa de un
pánico momentáneo.
“La gente normal lo echa primero en un vaso” comenta despreocupado.
“¿Qué sabes tú de la gente normal?” replico.
Se ríe y se acerca a la barra, donde se sirve un whisky en un adornado vaso.
Siento un lento arrastre de pavor en mis entrañas. He aprendido a ponerme
nerviosa cuando los hombres beben. Casey siempre se ponía ruidoso y
descuidado cuando bebía. Cuando estaba realmente borracho, se volvía
francamente cruel.
Fríamente sobria, estoy más aterrorizada de Leo que lo que nunca estuve de
Casey.
No estoy segura de querer saber cómo es cuando está borracho.
Se gira y me observa mientras bebe un sorbo. Sus ojos recorren mi cuerpo
de arriba abajo, de arriba abajo, una y otra vez. El silencio se alarga, me
pesa hasta que no puedo soportar la pesadez de la habitación.
“No sé cuál es tu plan, pero no va a funcionar” le digo.
“Y eso tú lo sabes... ¿cómo?”.
“Porque te has equivocado de chica”.
Me lanza una mirada apreciativa. “¿Yo me he equivocado?”.
“Quienquiera que creas que soy, no lo soy. Yo no soy una clave. YO no soy
un arma. Sólo soy... yo”.
Él asiente. “Todo cierto”.
“¿Entonces por qué me retienen aquí?”.
“Todo es cuestión de percepción, Willow” dice. “Puede que no seas
importante, pero si la gente cree que lo eres, eso es lo que importa”.
“No... no lo entiendo. ¿Estás diciendo que los Mikhailovs piensan que yo
soy alguien que no soy?”.
“Algo así”.
“¿Quién creen que soy entonces?”.
“Alguien que quieren lejos de mí”.
No es una respuesta, en realidad, pero es más de lo que he recibido de él
antes. “¿Por eso me tomaste?”.
Él niega con la cabeza. “Yo te habría tomado de todos modos”.
“Lo que dices no tiene sentido”.
“Yo siempre tengo sentido” dice y toma otro sorbo de su bebida. “Solo que
tú no lo entiendes”.
“¿Tiene algún sentido pedirte que me lo expliques?”.
“Ninguno en absoluto”.
Suspiro y me acerco a la barra. Leo está arrellanado contra ella, con la
camisa desabrochada a la altura del cuello para mostrar el acantilado
bronceado de su clavícula. Es lo más relajado que lo he visto nunca.
Y, sin embargo, todo en él sigue gritando intensidad.
“Casey solía beber mucho” digo para llenar el silencio.
Él responde dando otro sorbo.
“Bebía porque era un hombre enfadado al que no le gustaba que las cosas
no le salieran como él quería” digo. “¿Por eso bebes tú?”.
“No. Bebo para olvidar las cosas que he hecho”.
Estudio el perfil de Leo. La inclinación de su nariz, el borde cuadrado de su
barbilla. Parece una estatua. Como un hombre fundido en mármol, atrapado
en medio de una pesadilla de la que no puede escapar. Duro como la piedra,
incluso cuando algo se cuece bajo su superficie.
“¿Y qué has hecho, Leo?” susurro.
“Me he ceñido al plan” dice. “Siempre me atengo al puto plan”.
Termina el último trago de su segunda copa.
Normalmente, a estas alturas, Casey se ponía grosero. Empezaba a tocarme
y a hacer bromas lascivas a mi costa. Incluso entonces, sabía que provenía
de su propia inseguridad.
Pero no veo esa misma inseguridad en Leo.
Siempre tiene una mano en el volante. La otra, la usa para controlar a todos
a su alrededor.
Leo no se ve cansado, no se ve nada menos que hermoso, pero debe ser
agotador, siempre tirando de los hilos. Nunca relajarse por un solo segundo.
Nunca bajar la guardia por miedo a despertar con un cuchillo en la espalda.
Me siento, asegurándome de dejar un taburete vacío entre nosotros.
“¿Es real?” pregunto.
“¿El matrimonio?” contesta
Asiento con la cabeza.
“Sí. Es real”.
“Y supongo que el divorcio no es una opción”.
Él mira y estudia mi rostro por un instante. “No, no lo es”.
Tomo una respiración profunda. “¿Sabes por qué decidí llamar a mis padres
en primer lugar?”.
Él no dice nada. Simplemente mira al frente, como si tuviera otras cosas en
mente. Como si no me hubiera escuchado en absoluto.
Continúo de todos modos. “Los llamé porque realmente creía que estaba en
un lugar mejor en mi vida. Quería mostrarles que lo estaba haciendo bien.
Ey, mírenme, mamá y papá. Me divorcié del imbécil manipulador y
emocionalmente abusivo del que me advirtieron, y estoy tomando el control
de mi futuro” digo y río sombríamente. “Pero como dijiste: todo se trata de
percepción, ¿no es así? Vi las cosas de otra manera hace unos días. Ahora,
mi percepción ha cambiado”.
“¿Qué pensaste que pasaría, Willow?” me dice.
“Solo pensé... bueno, supongo que pensé...”.
“¿Pensaste que me quitaría la máscara de monstruo y me convertiría en un
príncipe?” dice y el desdén en su voz es ácido puro.
“No, no del todo...”.
“Estabas buscando un final feliz donde no lo hay” interrumpe con dureza.
“Bueno, detente. La felicidad es la mayor estafa de todas”.
Frunzo el ceño. “¿Eso significa que tú no eres feliz?”.
Un hombre como Leo, poderoso, temido, siempre en control, debería tener
todas las razones para ser feliz. Nadie puede lastimarlo.
“Los únicos felices son los muertos. Todos los demás están contentos en el
mejor de los casos. Es una manera mejor de vivir”.
Lo considero por un momento. Es morboso, por decir lo menos, pero no
totalmente fuera de lugar, supongo. Es un hombre duro, nacido en un
mundo duro, forjando un camino difícil a través de todo. No debería esperar
sol y arcoíris en su filosofía de vida.
Entonces, antes de que pueda pensarlo mejor, dejo escapar una pregunta que
ha estado dando vueltas en mi cabeza durante mucho tiempo: “¿Cómo era
tu hermano?”.
Eso llama su atención. Cuando se vuelve hacia mí, se siente como si me
estuviera viendo por primera vez desde que entró en la suite. Sus ojos
recorren mi cara, buscando algo, supongo. Me pregunto si encuentra lo que
está buscando.
Si es así, no da señales de ello. Su mandíbula se aprieta con fuerza.
“Él era el mejor hombre” dice.
Y eso es. Eso es todo lo que me dice.
Pero es un vistazo. Un pequeño vistazo detrás de la cortina de piedra del
rostro de Leo Solovev. Y me muestra algo: puede que él sea el bastardo más
arrogante que he conocido... pero realmente no se cree perfecto.
“Pavel tenía amor en su vida y una mujer que lo amaba” digo. “Tal vez eso
lo hizo más fuerte. Tenía la capacidad de amar. Lo cual, anecdóticamente,
es una cualidad de la que tú pareces incapaz”.
“Soy capaz. Simplemente no estoy interesado” dice y sus ojos se estrechan.
“No cometas el error de esperar más de lo que estoy dispuesto a dar,
Willow”.
“Nunca te he pedido nada” digo.
Sus ojos se clavan en los míos y, de repente, desearía que estuviera evitando
mi mirada. “No tienes que decirlo en voz alta para pedirlo. Tus ojos, tu
lenguaje corporal... tu coño mojado. Todo eso habla más alto que las
palabras”.
Mis mejillas se sonrojan, mis puños se cierran y, justo en ese momento, mis
muslos hormiguean con ese familiar zumbido de atracción. Incluso después
de todo lo que él me ha hecho, todavía lo deseo.
¿Qué tan enfermizo es eso?
“Te equivocas, ¿sabes?” le digo, poniéndome en pie de un salto. “Yo no te
amo”.
Se levanta y empuja el taburete que hay entre nosotros. Este cae al suelo,
pero yo sigo con mis ojos encima de Leo. Estoy tensa de pies a cabeza,
hasta que él me toca.
En cuanto sus dedos rozan mi cadera, yo me derrito.
Leo lo nota. Separa mis rodillas suavemente con las suyas y se acerca lo
suficiente para que nuestro aliento se mezcle en el aire.
“Mírame” dice.
Si lo hago, me someto. Si no lo hago, le estoy dando la razón. En cualquier
caso, pierdo. Así que decido mirarlo directo a sus ojos e intentar eliminar
toda emoción de los míos.
Él me mira con curiosidad. Hoy no hay suavidad en su rostro. Por sí solo, el
color de sus ojos es precioso y vibrante. Me recuerdan al otoño: ámbar,
naranja quemado y casi melancólico, de la forma más extraña.
Pero están llenos de profundidades interiores a las que parece que no puedo
llegar.
Cuando su mano recorre mi brazo desnudo, yo jadeo. La electricidad que
me recorre sólo con su contacto me coge por sorpresa.
“Tienes que aprender a dominar tus reacciones si vas a mentir así”.
Me separo de él y salgo a grandes zancadas al centro de la suite
“Esto está muy, muy pero muy mal. ¿Acaso te das cuenta de lo jodido que
es todo esto? Me encontraste en mi punto más débil, más vulnerable y luego
me manipulaste para... para...”.
Él espera a que yo encuentre las palabras.
Pero no lo hago. En lugar de eso, lo fulmino con la mirada más dura que
puedo y digo: “Merezco saber la verdadera razón por la que estoy aquí.
Quiero saber por qué crees que yo soy una especie de arma secreta”.
Él asiente con la cabeza, casi con orgullo, como si por fin hubiera superado
una prueba que estaba esperando a que terminara. “Bien. Te lo diré”.
Parpadeo, no sé si le he oído bien. “¿Lo harás?”.
“Te lo diré” dice y se acerca a mí lentamente. “Pero primero... tenemos que
consumar este matrimonio”.
Y ahí está la trampa. Él colgó una zanahoria frente a mí, pero con él, nunca
es tan fácil como estirar la mano y tomarla. Tengo que trabajar para ello.
“¿Hablas en serio?” pregunto.
“Yo siempre hablo en serio” dice y sonríe. “Abre tus piernas para mí,
kukolka. Muéstrame hasta dónde estás dispuesta a llegar para conseguir lo
que quieres”.
Es un desafío. No se trata de sexo; sino de control.
Y, sin embargo, mi coño cobra vida a gritos. Todo mi cuerpo se siente como
si estuviera en llamas.
El único que puede apagarlo es él.
“Si hago esto, ¿me lo dirás?” le digo.
“Sí”.
Tomo una respiración profunda. “Pues, que así sea”.
Él ladea la cabeza hacia un lado. Luego se acerca al sofá de cuero y se
sienta. Mantiene las piernas abiertas, y entiendo qué hacer a continuación.
Avanzo, pero él levanta su mano para detenerme.
“Quítate la ropa” me dice.
Él puede darme órdenes, puede retorcerme, empujarme y pincharme en
esto, pero no puede obligarme a hacer todo exactamente como él quiere.
Así que a la mierda el striptease, a la mierda la tensión sexual, a la mierda
todo. Esto es una transacción. Ni más ni menos.
Me quito la ropa a toda prisa, como si estuviera ardiendo, y la dejo
amontonada en el suelo.
A Leo no parece importarle. Cuando estoy desnuda, me dejo caer de
rodillas entre sus piernas y le bajo la cremallera con brusquedad. A él
tampoco parece molestarle mi agresividad. De hecho, parece divertido.
Eso me enfurece aún más. Cuando saco su miembro, lo aprieto más de lo
necesario.
Él ni siquiera se inmuta.
“Si estás intentando hacerme sentir dolor, esa no es la manera de hacerlo”
dice. “Ahora, trágatelo todo, Willow”.
Las palabras encienden la ira. ¿Cómo te atreves? quiero gritarle, pero
también... lo deseo. Me inclino hacia adelante y lo tomo en mi boca.
Lo chupo con fuerza, girando mi lengua alrededor mientras sorbo y deslizo
arriba y abajo de su eje. Entonces, de repente, él se inclina hacia adelante,
forzándose más profundamente en mi garganta.
Un segundo después, siento sus dedos en mi coño.
Él empuja dentro de mí y grito, aunque el sonido es más un gemido
ahogado con su pene en mi boca.
Mueve sus caderas lentamente, penetrando mi boca mientras explora mi
coño. Estoy tan mojada que puedo sentir mis jugos corriendo por su mano.
Trato de recuperar el control y retroceder, pero Leo retuerce mi cabello
entre sus dedos y me sostiene contra él. Con sus dedos dentro de mi coño y
su pene en mi boca, es dueño de mí.
Mis manos encuentran sus muslos y me aferro a él con todas mis fuerzas
por mi propia vida. Me está empujando más allá de límites que no sabía que
tenía. En un momento dado, creo que podría atragantarme con su enorme
pene y desmayarme.
Pero justo cuando mi visión comienza a empañarse, él se retira. Con un
grito ahogado, caigo hacia atrás contra la suave alfombra, con saliva
colgando de mis labios.
Él permanece en su silla, mirándome con satisfacción. “Ya estabas mojada,
mucho antes de que te tocara esta noche”.
No puedo negarlo. Acaba de sentir la prueba de ello.
“¿Vamos a hablar o a coger?” digo.
Él sonríe sombríamente, se pone de pie. Estoy a punto de pagar por ese
comentario.
Leo se quita los pantalones y se quita la camisa por encima de la cabeza.
Tiene los abdominales más definidos y hermosos que he visto en un
hombre. Tengo la repentina urgencia de sentarme y lamerlos como una
barra de chocolate.
Sin embargo, antes de que pueda actuar sobre ese deseo, él está encima de
mí, empujándome contra la alfombra. Agarra mis dos muñecas y las sujeta
contra el suelo, obligándome a arquear la espalda.
Siento su pene en mi raja un segundo antes de que me penetre. Es fácil, mi
cuerpo traidor está más que listo para él. Se desliza sin resistencia,
llenándome por completo.
Pero mi cuerpo no está preparado para la forma en que me folla después.
Se retira y me penetra una y otra vez. No afloja ni me da un momento de
respiro. Realmente siento que intenta follarme hasta la muerte.
Lo único que puedo hacer es gritar y retorcerme debajo de él, aguantando el
placer que me hace sentir. Demasiado pronto, me arranca un orgasmo de
cuajo. Me deja jadeando y balbuceando en busca de aire.
Pero aún está lejos de haber acabado conmigo.
Me retuerzo contra él, las sensaciones me abruman hasta el punto de
desmayarme, pero Leo no afloja. Mis pechos rebotan salvajemente y
empiezan a dolerme por la fuerza de sus golpes. Veo que el sudor le resbala
por el pecho.
Tras el primer orgasmo, deliro. Pero el segundo me devuelve a la realidad.
El placer lo acentúa todo y siento cada centímetro de él dentro de mí, como
si la realidad hubiera sido aumentada a un once sobre diez.
Es un tipo dulce de tortura mientras me lleva al tercer orgasmo, el último.
Este es silencioso y lo consume todo.
Después de que suelta su control sobre mí, estoy total y completamente
agotada. Todo lo que puedo hacer es quedarme inerte sobre la alfombra
mientras Leo llega a la meta y explota dentro de mí.
Tan pronto como termina, él rueda y se pone de pie. Yo estoy jadeando,
pero Leo no parece estar sin aliento. Solo sudado.
Quiero admirar las ingeniosas líneas de su cuerpo, pero mi mente está
preocupada por el premio que acabo de ganar abriéndome de piernas.
“Ahora dime” le digo con firmeza. “Hicimos un trato”.
“¿Lo hicimos?” me dice.
Lo miro. “No juegues conmigo”.
“Pero si acabo de terminar de jugar contigo” me dice.
Alcanzo mi camiseta y me la pongo por encima. “Teníamos un trato, Leo.
Lo prometiste”.
Mis piernas todavía están temblando por mis orgasmos. Me pondría de pie,
pero no estoy segura de no caerme de bruces. El sexo casi me incapacita.
Sin embargo, Leo parece estable. Él me mira por un momento y luego
levanta un musculoso hombro como en un gesto de encogimiento de
hombros.
“Mentí” dice.
Y sin decir nada más, se marcha, dejándome desnuda sobre la alfombra.
31
LEO

“¿Está hecho?” digo al teléfono.


La voz en el teléfono suena con seguridad. “Si jefe. Terminamos el trabajo
esta mañana”.
“¿Sin ser detectados?” inquiero.
Espero que así sea. Esta noche no estoy de humor para matar a nadie por
incompetente.
“Han pasado dos horas y nadie ha venido a husmear”.
Entonces sonrío. Siete malditos años y finalmente todo empieza a encajar.
“Bien hecho” digo. “Saca al equipo esta noche. Al club que quieran”.
“Les gustaría ir a The Rouge” me dice.
Por supuesto que sería ese. Es el mejor club de striptease del estado. Y por
el precio justo, puedes tener algo de tiempo privado con una o varias damas,
según tu elección.
Mañana tendré que pagar una cuenta gigantesca, pero no voy a negar a mis
hombres su derecho a celebrarlo. Me alegra recompensarlos por un trabajo
bien hecho.
“Diles que celebren hoy” digo. “Pero mañana, mejor que estén listos para
volver al trabajo”.
Cuelgo justo cuando Jax entra en la habitación, con Gaiman detrás.
“¿Otra vez hablando solo?” pregunta Jax. “Oh por Dios, ¿eso es una sonrisa
en tu rostro? ¿Significa eso que Willow ha renunciado al tratamiento
silencioso?”.
Lo ignoro y digo: “Ambas bombas han sido colocadas con éxito”.
Gaiman no parece sorprendido, pero la boca de Jax se abre. “¡Diablos, sí!
¡Esto es lo que estábamos esperando!”
“¿Significa eso que es hora de moverse?” pregunta Gaiman.
“Todavía no” digo.
“¿Qué diablos estás esperando?” pregunta Jax con impaciencia.
“Agente 31”.
“Agente 31” murmura Jax con los ojos en blanco. “23, 31, 69 ¿cómo se
supone que un hombre debe mantenerse al día con todos estos números?”.
“Algunos de nosotros tenemos más de una neurona para hacerlo” dice
Gaiman arrastrando las palabras. Vuelve su atención a mí. “¿El Agente
comunicará el momento del ataque?”.
“Correcto” digo. “Quiero asegurarme de que acabamos con tantos
miembros de alto rango de los Mikhailov como podamos durante la
detonación. Si le cortamos la cabeza a la serpiente, el resto de esos cobardes
de mierda caerán a nuestros pies”.
“¿Seguro de que no te estás retrasando porque estás demasiado ocupado con
tu radiante novia?” pregunta Jax con una sonrisa sugestiva. “¿O hay
problemas en el paraíso? Hoy ella luce deprimida”.
Hago una mueca y finalmente lo reconozco. “Está de malas”.
“¿Acaso tu pene no es lo suficientemente grande para ella?” dice Jax.
Sonrío “Tu preocupación por el tamaño del pene es reveladora, amigo mío”.
“Sí, revela que tengo uno gigante” bromea.
“La palabra que estás buscando es 'sobre-compensar'. Hay un diccionario en
el estante de allí para ayudarte” dice Gaiman.
“Lo sacaré ahora mismo y te mostraré. Así puedes decidir si estoy sobre-
compensado”.
Ruedo mis ojos en blanco. “Deja de actuar como adolescente. Hay negocios
que discutir. ¿Tenemos un hombre sobre Belov?”.
Gaiman asiente. “Está en el país. Sus movimientos se han limitado a las
guaridas de Mikhailov y a la finca principal”.
“¿Está viviendo allí ahora?” pregunto.
“Al parecer, se mudó ahí hace un año” interviene Jax.
“Interesante. ¿Algo más?” pregunto.
Gaiman niega con la cabeza. “Nada revelador. El hombre tiene un enorme
equipo de seguridad que le sigue a todas partes. Ha aumentado desde que se
enteró de lo de Willow”.
“¿Él sabe sobre el matrimonio?” inquiero.
“No lo creo” dice Gaiman. “Todavía no, al menos. Pero es sólo cuestión de
tiempo. Aunque conociéndote, ya vas tres pasos por delante. ¿Estoy en lo
cierto?”.
“Tan acertado como siempre, sobrat”.
“¿Te importaría compartir esos pasos con nosotros?” pregunta Jax en un
tono irritado.
Antes de responder, hay un fuerte golpe en la puerta, acompañado de una
voz. “¿Jefe?”.
Jax va y abre la puerta. “Chezny ¿Qué quieres?” dice.
Chezny es uno de los de menores rangos. Solo ha estado durante unos
pocos años, pero está ansioso por complacer. Se pega a algunos de los otros
hombres de la manera incorrecta, como un cachorro demasiado
emocionado. Pero a mí solo me importa que sea un luchador habilidoso y
que sea leal. En unos años, incluso podría ganarse la insignia.
“Necesito entregarle esta carta a don Leo” dice.
“Yo se la daré” dice Jax, intentando alcanzarla, pero Chezny retira su mano.
“Me dijeron que pusiera la carta directamente en sus manos” dice Chezny.
“Jax” espeto desde mi escritorio, “deja que el chico pase”.
Con un gruñido de resignación, Jax abre un poco más la puerta y Chezny
pasa. Tiene veintitrés años, pero parece más joven. Tiene cara de niño y
ojos azules brillantes, siempre abiertos y asombrados.
“Yo era el que estaba en la puerta cuando esto llegó” explica. “Me lo
entregaron personalmente. Un gran hijo de puta se acercó y me la entregó”.
Inspecciono la carta. Sobre normal, grosor normal, nada fuera de lo normal.
“¿La hiciste revisar?” pregunto.
Se ve un poco estupefacto. “Yo... es una... una carta”.
“No importa. Sólo dámela” digo con impaciencia.
“Si morimos, la culpa es tuya, tonto mequetrefe” gruñe Jax, eclipsando al
chico por detrás.
La carta está dirigida a mí. No hay dirección de retorno. Al abrirla, noto
algo. Llevo la carta a mi nariz y la olfateo.
“Está perfumada” señalo.
“¿Perfumada?” dice Gaiman, avanzando. “¿No deberíamos hacer que la
revisen primero?”
“Hemos vivido tanto. ¿Qué es la vida sin un poco de riesgo?” digo y
termino de rasgar el sobre ya abierto. Pero antes de sacar el papel, le doy a
Chezny una mirada mortal. “¿Hay alguna razón por la que todavía estás
aquí?”.
Él sale corriendo de la habitación. “¿Por qué lo mantenemos aún aquí?”
gruñe Jax al cerrar la puerta.
“Porque veo potencial en el chico” digo.
“No siempre tienes razón” murmura.
“¿Qué ha sido eso?” pregunto deliberadamente.
“Nada” dice rápidamente. “Nada en absoluto”.
Es un bocazas, pero no es idiota. Al menos, no siempre.
Reprimo una sonrisa, saco la carta y la abro. Mis ojos se dirigen
automáticamente al nombre al pie del papel.
“Maldición. Es de ella” digo.
“¿Quién?” pregunta Jax.
Levanto la vista. “Anya” digo.
Gaiman se ve tan sorprendido como Jax esta vez. “¿Dijiste Anya? ¿La
misma Anya Mikhailov?”.
Asiento con la cabeza. “La única”.
“¡Blyat!” Jax le lanza un puñetazo a Gaiman. “La diablesa misma. ¿Qué
dice?”.
“Cierra la puta boca y a lo mejor te lo digo”.
Los dos se quedan en silencio mientras yo leo la carta. Está
mecanografiada, por lo que no hay forma de descifrar la escritura y
confirmar la autenticidad.
Don Solovev,
Debe saber que le escribo hoy sin el conocimiento de mi padre o su rabioso
perro, Spartak Belov. Ellos no aprobarían que me pusiera en contacto con
usted. Pero creo que ya sabe por qué tuve que hacerlo.
Hay una petición que quiero hacerle y es el tipo de petición que merece una
conversación cara a cara. Le pido una reunión. Solos usted y yo. Estaré en
la dirección de abajo a la hora señalada. Espero que venga para que
podamos hablar.
Su reputación recién ahora está saliendo a la luz, Don Solovev. Y debo
decir... que estoy impresionada. No lo digo a la ligera.
Anya Mikhailov
“Anya maldita Mikhailov” murmura Jax para sí mismo, como si todavía no
pudiera creerlo. O tal vez todavía está obsesionado con acostarse con ella.
Con él nunca se sabe.
Tiro la carta a un lado. Gaiman la coge inmediatamente y le echa un
vistazo. “Sabes lo que ella quiere”.
“Todos sabemos lo que ella quiere” digo con un asentimiento. “Pero no lo
va a conseguir”.
“¿Eso significa que no te reunirás con ella?” pregunta Jax. “Porque una
reunión podría ser útil”.
Estrecho los ojos hacia él. “Ella quiere encontrarme a solas, Jax. No te
llevaría conmigo”.
“A la mierda eso. Necesitarás seguridad”.
“Yo soy mi propia seguridad” digo.
“La mujer ha asesinado al menos a dos maridos. Vas a necesitar seguridad”
repite.
Ruedo mis ojos en blanco. “Tú eres el que quiere ser su tercer marido. Tú
necesitarás la seguridad, no yo”.
“Leo, creo que es mejor evitar esto” dice Gaiman con cautela.
“En este caso, la precaución es cobardía” afirma Jax. “Estás asustado”.
Si hubiera sido cualquier otra persona que no fuera Jax la que hubiera dicho
eso, Gaiman lo habría noqueado en seco. Tal como están las cosas, él mira a
Jax, con los puños apretados a los costados y dice: “La precaución es un
signo de inteligencia. No es que tú puedas entenderlo”.
¡Es la única hija de Semyon! insiste Jax. “Ella es la princesa de las
princesas de la Bratva. ¿Cómo podemos dejar pasar la oportunidad de
conocerla? ¡Ella podría ayudarnos!”.
“¿Ayudarnos a qué?” pregunto.
“¡A acabar con los Mikhailov desde adentro!” dice Jax.
Resoplo. “Esa mujer no ha estado dentro de la Bratva Mikhailov desde hace
mucho tiempo. Ella y su padre apenas se hablan. Le entregó su Bratva a
otro hombre, ¿recuerdas?”.
“Razón de más para conocerla. Ella claramente quiere derribar a su padre
de mierda, al igual que nosotros”.
“Estás confundiendo la ira con la deslealtad” digo con frialdad. “El hecho
de que esté enojada con su padre no significa que se moverá en su contra”.
“Ella te contactó, ¿no?” señala Jax.
“Tiene un propósito específico para esta reunión. No tiene nada que ver con
acabar con su padre” digo.
“Tú no sabes eso” dice Jax.
“Esto es lo que yo sé” le contesto. “La mujer es una víbora. Es posible que
haya dejado que la Bratva pasara a otra persona sin luchar, pero tiene una
base leal de hombres que la siguen. Ella no es la inocente princesa exiliada
por la que se hace pasar”.
Los ojos de Jax se abren como platos. La expresión de Gaiman no cambia,
pero noto que sus hombros se tensan. “¿Ella tiene hombres?”.
“Muchos. Más que un equipo de seguridad estándar. Aún no es lo bastante
fuerte como para desafiar a su padre, pero la mujer es una líder. Es toda una
alfa”.
Gaiman asiente. “Confiar en que ella esté de nuestro lado es un error.
Aliarse con ella es uno aún más grande”.
“Por el amor de Dios, ninguno de ustedes está entendiendo esto” ladro. “No
necesito hacer una alianza con nadie. Hice todo esto por mi cuenta, y lo
terminaré por mi cuenta también”.
Jax frunce el ceño. “¿Así que no vas a ir a conocerla?”.
Lo ignoro y me pongo de pie.
“Leo, ¿adónde vas?” dice Jax.
También ignoro eso. “A comprobar con Inteligencia. Quiero asegurarme de
que todas mis piezas móviles siguen en movimiento”.
“¿Cuál de nosotros?”
“Me importa una mierda”.
Con eso, los dejo a ambos en la oficina y me dirijo arriba, hacia la suite.
Hay una bandeja de comida sin tocar delante de la puerta, con solo un
bocado en una tostada. Parece que la pequeña cree que una huelga de
hambre le dará lo que quiere.
Como con todo lo demás que está pasando, no tiene ni idea de lo
equivocada que está.
Me detengo con la llave en la puerta. No he subido aquí desde la noche de
bodas. He mantenido las distancias a propósito. Primero tiene que entender
quién soy.
Esto no es un cuento de hadas, y no soy un maldito príncipe azul.
Soy el caballero negro que mata al hijo de puta del caballo blanco.
Mientras la fría certeza fluye por mis venas como se supone que debe
hacerlo, me permito entrar. La encuentro en el sofá, vestida con un largo y
vaporoso kimono. No se me escapa que no lleva sujetador. En cuanto me
ve, se levanta de un salto.
Debe de haberse lavado el pelo hace poco, porque le cae sobre los hombros
en ondas exuberantes.
“No has comido” le digo.
Su rostro se tuerce en una oscura mueca de diversión “¿Acaso te importa?”.
“Te necesito viva para que mi plan funcione”.
“Pues perdona si me importa una mierda tu nefasto plan maestro”.
“Si no comes, te obligaré a comer. ¿Es eso lo que prefieres, Willow?”.
Sus ojos se agrandan y traga saliva. “Yo... yo no me he sentido bien
últimamente”.
La miro fijamente, buscando señales. Tiene la tez sonrosada y parece fuerte.
Vital. Tan tentadora como siempre.
La única diferencia notable que veo es que parece haber adelgazado un
poco. Sus clavículas siempre fueron prominentes, pero ahora sobresalen de
su cuerpo en puntas afiladas. Preocupantemente afiladas.
“Si comes un poco, te sentirás mejor” digo.
“Tengo demasiadas náuseas para comer”.
“Tal vez deberías dar un paseo por el complejo”
“No voy a salir de esta habitación” contesta.
“¿Ni siquiera si te dejo intentar escapar? Podría ser un juego divertido”
digo.
Ella me lanza una mirada sucia. “¿Sabes qué? He terminado de hablar
contigo”.
Se deja caer en el sofá y recoge el libro que tenía en la mano cuando entré,
fingiendo leer. Pero sus ojos no se mueven. Se quedan fijos en la página,
esperando a que yo diga algo.
Sonrío y camino hacia ella. Su cuerpo se pone rígido.
“Estás peleando una batalla perdida aquí, Willow” digo con voz áspera.
“Puedo poner fin a tu silencio si quiero”.
Ella se muerde el labio. Ella se niega a renunciar a su nueva táctica, lo que
solo me hace más decidido.
Agarro sus pies y tiro con fuerza, haciendo que se deslice en el sofá para
quedar mirando hacia el techo. Antes de que pueda enderezarse, arranco su
bata. Se tritura en mis manos como papel de seda.
Ella jadea cuando miro su desnudez. Una mirada me dice que está lista para
mí. Sus pezones son duros como diamantes. Quiero chuparlos hasta que ella
gima.
En cambio, me dejo caer entre sus piernas. Ella deja escapar un sonido
desgarrado e intenta apartarme, pero aparto sus manos y aprieto mi lengua
contra su raja.
“Jo...jo...jódete” gime ella.
“¿Qué ha sido eso?” bromeo.
Se muerde el labio y me mira con nueva determinación.
“Está bien. Aún nos queda mucho por hacer, a ambos”.
Me vuelvo a inclinar y le paso de nuevo mi lengua por sus labios. No emite
ningún sonido, pero noto cómo se estremece. Su cuerpo me responde
aunque ella no quiera.
Con cada vuelta de mi lengua, ella se estremece. Noto cómo crece su
humedad. Su cara está llena de un deseo del que quiere deshacerse
desesperadamente. Pero en lugar de apartarme, ella clava las uñas en el
cojín del sofá. Se resiste porque sabe que voy a seguir. Está preparada para
ello.
“Debes de haberte sentido muy sola en esta habitación” susurro contra su
centro. “¿Pensaste en lo fuerte que te cogí la última vez?”.
Ella se retuerce bajo mi boca, pero la inmovilizo con un movimiento rápido
de mi lengua. Todo su cuerpo se tensa, está a punto de romperse.
“¿Cuántas veces te tocaste pensando en mí?” le pregunto. “¿Fantaseaste con
lo que te estoy haciendo ahora mismo?”.
Empujo mi lengua dentro de ella y ella se levanta con otro jadeo
involuntario. Pero un suspiro no es suficiente. No es lo que vine a buscar.
Así que hago lo que mejor sé hacer: Pongo mi mente en la tarea que tengo
entre manos. Y como todo en mi mundo...
No me detengo hasta conseguir exactamente lo que quiero.
32
WILLOW

El sexo con Casey siempre fue una tarea. Algo para ser soportado, no
disfrutado.
¿El sexo con Leo?
Es algo completamente diferente.
Me reduce a mi cerebro animal y en ese estado, todo lo que quiero es a él.
Su cuerpo, su pene, el delicioso subidón que me da cada vez que me saca un
orgasmo.
La forma en que ardo por él no es normal. No puede serlo, especialmente
dada la montaña rusa emocional en la que hemos estado en los últimos
meses.
Él es mi captor. Yo debería odiarlo. Debería luchar contra él y quitármelo de
encima.
En vez de eso, estoy de espaldas y su cabeza está entre mis piernas. Y
espero que nunca jamás termine.
Ningún hombre me había acariciado así antes. Es como si realmente
quisiera estar allí. No es sólo el primer paso necesario antes de llegar a algo
mejor.
Pero no puedo decir una palabra.
No puedo hablar. No debo gemir. No voy a gritar.
Lo repito como un mantra. Pero por la forma en que me está comiendo, sé
que solo me quedan unos minutos más antes de correrme en su cara.
Su lengua se desliza por mi raja y encuentra mi clítoris. Muerdo para evitar
gemir, pero sale de todos modos, un goteo que delata toda la tensión que me
recorre por dentro.
“Vamos, Willow” me dice. “Dime cuánto adoras mi lengua”.
No. Me niego a darle la misma satisfacción que él me está dando a mí.
“¿No?” dice. “Lástima”.
Dos de sus dedos se deslizan dentro de mí justo cuando pasa su lengua por
mi adolorido clítoris.
Un gemido, más fuerte que el primero, brota de mis labios antes de que
pueda contenerlo. ¿Qué pasa conmigo? ¿Soy realmente tan débil? ¿Me
estoy rindiendo tan fácilmente?
Mis muslos empiezan a temblar incontrolablemente mientras él empuja y
saca sus dedos una y otra vez, dentro y fuera de mí. Ese apretón familiar en
mi vientre se acumula, más caliente, más alto y más denso.
Intento apretar las piernas para luchar, pero eso no sirve de nada. En todo
caso, lo empeora. Las sensaciones están tomando el control y él tiene el
control total.
Muerdo, con la esperanza de retener los sonidos, pero no sirve de nada: el
orgasmo se desata y no puedo evitar gritar.
Leo ríe sombríamente, como si hubiera ganado con una facilidad
lamentable. Lo siento sonreír contra mi cuerpo mientras yo desciendo
flotando, hormigueando de pies a cabeza con los restos de lo que me ha
hecho.
Pensé que sería el final.
Estaba equivocada.
Se levanta, enorme, tatuado e inquietante, y me atrapa entre sus manos. Su
pene flota entre mis piernas. Incluso ahora, incluso después de todo lo que
ha hecho, no puedo evitar admirar lo realmente hermoso que es. Se me hace
la boca agua con todo él, desde las oscuras ondas del pelo de su cabeza
hasta la palpitante lanza de su miembro.
Empuja un poco, lo justo para que su punta entre en mí. Todo mi cuerpo se
retuerce de anticipación.
Luego vuelve a retirarse.
Me encojo decepcionada.
“Dime cuánto me deseas, Willow” dice.
Niego con la cabeza, pero él sólo sonríe y repite la tortura.
Escupe en su mano, se moja la punta del pene y me da medio centímetro
más, quizá menos, antes de volver a sacarla. Jadeo de frustración, pero él se
ríe.
“Supongo que no estás interesada entonces” dice con una sonrisa fría. “Tal
vez iré a buscar a alguien más. ¿Jayme, tal vez?”.
Mis ojos se abren como platos antes de pensar en controlar mis expresiones
faciales.
“¿Recuerdas a Jayme, verdad? ¿La criada que tanto te gustaba?”.
Lo fulmino con la mirada, sintiendo que mi ritmo cardíaco aumenta en
contra de mi voluntad. Quiero fingir que no me importa, pero me aterra la
idea de que, si hago un trabajo convincente, cumpla su amenaza y la
busque. No sé qué sería peor.
“Puedo tenerla gritando mi nombre en cinco malditos minutos. ¿Es eso lo
que quieres?”.
Mientras habla, empuja su pene dentro de mí solo un poco más. Incluso me
hace sisear antes de retirarse una vez más.
“Te pregunté si eso es lo que quieres, Willow” retumba él. “¿Acaso quieres
el pequeño y apretado coño de Jayme alrededor de mi pene en lugar del
tuyo?”.
Odiándolo a él, odiándome a mí misma... Niego con la cabeza en un
silencioso No.
“No puedo oírte, kukolka”.
Me está pidiendo demasiado. Aprieto los dientes y lo miro fijamente, esa
sonrisa sádica, esa hermosa mandíbula, esos dientes blancos y relucientes.
Arquea una ceja. “¿No hablarás? Pues muy bien”.
Sale de mí y se aleja. Me siento mientras él recoge su ropa en una mano,
saca su teléfono celular y luego escribe un mensaje rápido.
Mi pulso se duplica. ¿Qué habrá hecho?
No me mira mientras deja su teléfono en la mesa junto a la ventana. No se
vuelve a poner la ropa ni se mueve para irse. Se queda esperando.
Un minuto después, llaman a la puerta. Me duele el corazón.
Leo me mira. “Contesta”.
No puedo hacerlo. “Para” susurro.
Leo ladea la cabeza hacia mí. “¿Has dicho algo?” se burla. “No puedo oírte
nada”.
“Para, por favor” repito. Tengo la voz ronca de contener mis interminables
gemidos mientras Leo me chupaba.
“Dilo otra vez” dice él.
Me aclaro la garganta y digo por tercera vez: “Por favor, deja de
torturarme”.
Eso funciona. Se levanta, asiente y sonríe con los ojos brillantes como la
miel. “Mucho mejor, kukolka. Estás aprendiendo”.
Se pone los pantalones, sin molestarse en subirse la cremallera, y se acerca
a la puerta. Cuando la abre, tengo suficiente ángulo para ver un mechón de
pelo rubio cayendo en cascada sobre unas tetas turgentes empujadas hacia
arriba por una camiseta escotada.
“¿Me llamó, señor?” dice la criada en un canturreo seductor.
“Ya no eres necesaria” dice Leo suavemente. “Puedes irte”.
Sus ojos se abren como platos. “¿Está... está seguro?”.
“Estoy seguro” dice él.
“P-pero, estaba pensando que podríamos...” insiste ella.
Leo comienza a decir: “Dije que puedes...” pero antes de que él pueda
terminar su frase, salto de la cama y grito: “¿Acaso estás sorda? Dijo que
puedes irte”.
Todos los ojos se vuelven hacia mí. Mi pecho se agita contra las sábanas
que he sostenido para cubrir mi desnudez y mi cabello está pegado al sudor
en mi nuca. Me siento un poco trastornada, y solo cuando veo la lenta
sonrisa en el rostro de Leo me doy cuenta de que probablemente eso es
exactamente lo que él buscaba.
Sus jodidos e interminables juegos mentales. Lo odio. Lo odio.
Pero estoy demasiado involucrada como para dar marcha atrás ahora.
Jayme mira de un lado a otro entre Leo y yo por un rato. Luego, apretando
la mandíbula, se gira para irse.
Sin embargo, antes de que pueda desaparecer de la vista, la escucho
murmurar en voz baja: “Maldita perra”.
Mi mandíbula cae. Esta vez, Leo interviene antes de que yo pueda formular
una respuesta.
“Jayme” le gruñe.
Ella se detiene, gira sobre sus talones y lo mira con desprecio.
“Si alguna vez vuelves a llamar perra a mi esposa, yo mismo te cortaré la
lengua”.
La amenaza se entrega con calma, pero sin pestañear. No hay duda de que
lo dice en serio.
Los ojos de ella giran con miedo. Ella da un asentimiento dócil y se vuelve
hacia mí. “Yo... lo siento, señora” dice y luego desaparece por el pasillo lo
más rápido que puede.
Me giro hacia Leo mientras él cierra la puerta. Está contra el marco de la
puerta, apoyado con un brazo, observándome con una mirada curiosa.
“Estás llena de sorpresas, pequeña” murmura.
Todavía estoy ardiendo de rabia, de celos, de hambre... por el millón de
emociones que Leo Solovev enciende en mí.
Y sólo hay una forma de apagar este fuego.
Me acerco a él, toco su aún muy erguido pene y lo miro fijamente a los ojos
mientras le digo: “Cállate y cógeme, esposo”.
33
LEO

“No estás comiendo” le digo con impaciencia.


Ella mira hacia los jardines. “No tengo hambre” dice.
Algo ha cambiado en los últimos dos días. Willow ha estado callada. Siendo
ella, eso significa que definitivamente algo anda mal.
Pero a falta de abrirle la cabeza y arrancarle el secreto, sólo puedo mirar y
observar. Esperar el momento en que sea lo suficientemente vulnerable para
revelar su mano.
No se trata de Jayme. La criada fue despedida al día siguiente. Nadie le
habla así a mi mujer, menos mientras esté a mi servicio.
Recibo en mi teléfono un mensaje de texto de Jax. Ellos están aquí.
No cambio mi expresión mientras vuelvo a mirar a Willow. “¿Has hablado
con tus padres últimamente?” digo.
Esa pregunta la toma desprevenida. Ella suspira y luego asiente. “Dos
veces. Ahora los llamo todos los días. Yo quiero...”.
“Querer es un juego peligroso, Willow” la interrumpo.
Ella aprieta los dientes y continúa. “Yo quiero visitarlos”.
“No. Yo no quiero que salgas de la mansión” digo.
“No he visto a mis padres en años, Leo” me dice.
“Eso no es mi problema” contesto.
“Tienes razón. Nada sobre mí es tu problema. Yo soy mi propio problema”
espeta y se pone de pie. “¿Sabes por qué? Porque voy y me involucro con
los putos hombres equivocados”.
“Es lindo cómo crees que tienes algo que ver con esto” digo.
“¿Qué?” dice ella.
“Yo te elegí a ti, Willow” le recuerdo. “No al revés. Asumes que porque te
acostaste conmigo esa primera noche, se abrió la caja de Pandora. Pero no
fue así. Todo esto llegaría a ti hicieras lo que tú hicieras”.
Sus ojos brillan con desafío, pero ella sabe muy bien que lo que digo es
verdad. No puede negarlo.
Me doy la vuelta y me dirijo a la puerta.
“¿A dónde vas?” pregunta ella.
“Tengo cosas que hacer” gruño. “En caso de que lo hayas olvidado, soy el
Don de una maldita Bratva”.
“No puedo pasar otro día dando vueltas por este lugar. Ya lo he visto todo y
estoy harta”.
“Ve a nadar” le digo.
“No tengo ganas” contesta.
Exhalo bruscamente. “Bien. Sígueme entonces”.
Ella frunce el ceño, claramente no esperaba eso. Pero, con un encogimiento
de hombros, decide ser agradecida y obedecer. Me sigue en silencio.
La conduzco a una de las salas de estar de la planta baja que da a los
jardines. En el patio más allá de las puertas francesas, dos personas están de
espaldas a nosotros, admirando la vista.
“Oh, Dios mío” jadea Willow. “¿Esos... esos son...?”.
“Tus padres” digo con frialdad.
Ella se vuelve hacia mí, completamente conmocionada. “¿Cómo has podido
hacer eso?”.
“Los llamé y me presenté. Luego los invité a almorzar aquí. Les dije que
vinieran temprano para que pudieran pasar un buen rato contigo”.
Ella me mira fijamente durante un buen tiempo. “Yo... yo no sé qué decir,
Leo”.
“Entonces no digas nada” le digo.
Ella se sonroja, en estado de shock o apreciación o alguna otra emoción sin
nombre, no estoy completamente seguro. Pero es entrañable. Lindo, de
verdad, ver la sorpresa en sus ojos.
Siento la necesidad de besarla. Pero la elimino de inmediato. Demasiado
íntimo.
El sexo es diferente. Hay algo primitivo al respecto que marca la línea entre
todas las cosas importantes que surgen de un lado a otro entre Willow y yo.
¿Pero un beso sin otra razón que el beso mismo?
Es como le dije antes: “querer” es un juego peligroso. Uno que no tengo la
intención de jugar.
No he llegado hasta aquí tomando decisiones emocionales. No empezaré
ahora.
“Leo... esto significa mucho para mí” dice ella.
“No me lo digas a mí. Díselo a ellos” le digo.
Ella asiente tímidamente y comienza a caminar hacia ellos. Luego se
detiene de repente y se vuelve hacia mí. “Espera ¿Cómo te presentaste?”
inquiere.
Sé exactamente lo que está preguntando. “Les dije la verdad. Que soy tu
esposo”.
Es un poco chocante cómo esa palabra sale de mis labios. Salvaje, como un
depredador marcando su territorio. Pero también... con orgullo. Como un
rey que se siente honrado de compartir su trono.
Ella no dice nada. Sólo asiente y pasa a través de las puertas corredizas.
No me quedo a mirar. Me dirijo a mi despacho donde Jax y Gaiman me
están esperando.
“Ahí estás” cacarea Jax cuando entro. “Cuéntanos, todos morimos por
saber: ¿los suegros aprueban a su nuevo yerno?”.
“Cierra el pico, Jax” digo con impaciencia. “Dame la información”.
Él suspira. “No es divertido. Pero bien. Belov ha estado escondido en uno
de sus recintos durante los últimos dos días”.
Asiento con la cabeza. “Planeando algo. Probablemente por eso aún no he
tenido noticias del Agente 31”.
“¿Realmente tenemos que esperar a que nos den el visto bueno?” esgrime
él.
“Sí” digo tajante.
“¿Por qué? La bomba hace boom, así que ¿a quién le importa exactamente
cuántos de esos repulsivos hijos de puta se esfuman con ella?”.
“Porque esto necesita ser perfectamente sincronizado. Y porque cuantos
más leales a Belov eliminemos, mejor. Su círculo íntimo es mortífero... y
ellos son los que después van a presentar batalla”.
Gaiman frunce el ceño. “Los Mikhailovs no se dejarán convencer tan
fácilmente, Leo. Estás poniendo mucha fe en un matrimonio que podría no
significar nada al final”.
“La carta de Anya prueba que eso no es cierto” digo. “¿Hemos recibido
alguna otra comunicación de ella?”.
“No hasta ahora” dice Gaiman. “¿Has decidido qué hacer con la reunión?”.
“Me inclino por una opción, pero ya veremos. Esperaba tener ya noticias
del Agente 31, pero considerando los movimientos de Belov, tiene sentido
que no haya habido contacto”.
“¿Crees que Belov lo sabe?” pregunta Gaiman.
“Nunca me subestimes, sobrat.”
“A ti no. Pero la gente es falible”.
“El Agente 31 estaba preparado”.
“Puede que estés dejando que los vínculos personales nublen tu juicio”
advierte Jax.
“Todo esto es jodidamente personal” digo bruscamente. “Así que no
vayamos por ahí”.
Jax y Gaiman se callan de inmediato. Me conocen lo suficiente como para
saber cuándo dejar de presionar.
“Sírveme un trago” digo, a nadie en particular.
Es Jax quien se dirige al pequeño carrito de bebidas alcohólicas que se
instaló junto a la sala de estar. Nos sirve bebidas a los tres y nos las acerca.
Cojo un vaso y bebo un sorbo, reflexionando sobre todas las piezas que
están en juego.
“Beber al mediodía no es propio de ti” comenta Jax. “¿Estás preocupado
por tu espía? ¿O te preocupa impresionar a los suegros?”.
Sonrío y la tensión se rompe de inmediato. “Ya están comiendo de mi
mano” me río entre dientes.
“¿Te basas en la única llamada que has tenido con ellos?”.
“Sólo hace falta una probadita, amigo mío”.
Jax se burla. “Estás sobreestimando severamente tu encanto”.
“Tu inventaste sobreestimar tu encanto, Jax” digo, tomo mi bebida y me
pongo de pie. “Voy a planear el próximo movimiento. Si el Agente 31 no se
pone en contacto conmigo en los próximos tres días, pensaremos en cómo
proceder sin la información.
Dejo a Gaiman y Jax con sus tareas individuales y deambulo sin rumbo por
los jardines mientras cavilo. Mis pensamientos van en todas direcciones, así
que no me sorprendo cuando termino en la tumba de Pavel. El vagar sin
rumbo siempre me conduce aquí.
La lápida está hecha de piedra arenisca pulida. El envío desde Europa costó
una fortuna, pero valió la pena.
Pavel Solovev. Hermano. Esposo. Don.
Ariel había ordenado la inscripción ella misma. “Quiero que diga esposo”
me dijo. “No prometido. No me importa si aún no estamos casados. Él era
mío y yo era suya. Eso es lo que importa”.
Recuerdo la atormentada mirada en sus ojos en esos primeros días, cuando
todos estábamos curando nuestras heridas y preguntándonos a dónde ir a
partir de ahí.
“Está bien” digo y suspiro. “Lo que tú quieras”.
Ariel niega con la cabeza. “Es que... no puedo creer que se haya ido. ¿Qué
hago ahora?”.
“Lo que todos tenemos que hacer: seguir adelante”.
“¿Seguir adelante?” repite ella. “¿Cómo puedes decir eso?”.
“¿Cuál es la alternativa?”
Ella baja la mirada. “Lo amaba tanto, Leo. Y él me amaba”.
“Lo sé”.
“No puedo seguir adelante. Prefiero morir” dice ella.
“Él no querría eso para ti”.
“Ya no tiene ni un puta voz ni voto” espeta ella. “Se fue. Me dejó”.
Mi ira crece y saca lo mejor de mí. “Él no te dejó, Ariel. Se lo llevaron. Lo
mataron”.
Ella solo niega de nuevo con la cabeza. “No importa. Se ha ido igual. Y no
tengo idea de lo que sigue”.
“¿Quieres saber qué sigue, Ariel?” digo. “Venganza. Voy a matar al hombre
que mató a mi hermano. Semyon Mikhailov es un muerto viviente. Spartak
Belov, todos ellos. Hasta el último hombre de Mikhailov arderá en el
infierno cuando yo termine”.
“La venganza no nos devolverá a Pavel” dijo ella.
“Yo sé eso. Pero la justicia me ayuda a dormir mejor por la noche”.
Ella negó con la cabeza por tercera vez, y esta vez, había algo diferente en
ello. Una nueva especie de tristeza, dirigida a mí.
“Después de este funeral, yo… necesito irme” dijo, con la voz temblorosa
por la emoción. “Tengo que ir a alguna parte”.
Eso lo entendí, al menos. Ella tenía tantos recuerdos aquí. Demasiados,
esperando como trampas para osos para atraparla si no tenía cuidado de por
dónde caminaba. Ella tenía que dejar ir la vida que creía que podía tener, y
eso significaba darle la espalda a todo.
Yo no tenía esa opción.
“Vayas donde vayas, debes saber que tú y yo siempre seremos familia.
Puedes acudir a mí para cualquier cosa” le dije.
Ella caminó hacia mí y me abrazó con fuerza. “Sé el don que él no llegó a
ser, Leo. Sé que puedes”.
Luego dio media vuelta y se fue.
Siempre había admirado la relación que compartían Pavel y Ariel. Pero
ahora, lo veo como el problema que era. La muerte de Pavel destruyó a
Ariel. Y no puedo permitir que me destruyan así a mí.
Si he de ser el Don que mi hermano estaba destinado a ser...
...tendré que hacerlo solo.
34
WILLOW

“Lo siento mucho” les digo de nuevo.


“Cariño” dice mamá, tomando mi mano y apretándola fuerte. “Te has
disculpado una y otra vez. No tienes que hacerlo. Todos cometemos
errores”.
“Pues hay errores, y está lo que yo hice. Nunca debí haberles dicho esas
cosas”.
“Eras joven y estabas enamorada” dice con un suspiro. “Fuiste leal al
hombre que amabas y eso no es malo. Era simplemente el hombre
equivocado”.
Asiento lentamente, maravillándome de su fácil amabilidad, de su gracia
para el perdón.
Nunca nadie me ha regalado algo tan hermoso.
Estamos sentados en una pequeña glorieta en la parte trasera del jardín.
Empezamos en el patio junto a la casa, pero necesitaba dejar algo de
espacio entre la mansión y yo. Ahora, tenemos una hermosa vista y
privacidad.
“¿Eres feliz, cariño?” pregunta mi papá.
“Muy feliz” digo. “Los he echado de menos a los dos. No tienen idea de
cuántas veces en los últimos años quise verlos a ambos. Extrañaba hablar
con mamá mientras cocinaba el desayuno los sábados por la mañana. Y
papá, extrañé tus abrazos”.
“Nosotros también te extrañamos, querida. Pero estaba hablando de tu
nuevo esposo” ríe papá. “Tu nueva casa es… realmente impresionante. Y tu
esposo es en verdad impresionante también. Pero eso no siempre es igual a
la felicidad. Por eso pregunto”.
Me tenso interiormente, pero trato de permanecer neutral. No le debo nada
a Leo. Y, sin embargo, siento la necesidad de proteger su imagen ante los
ojos de mis padres.
Tampoco quiero que mis padres piensen que soy lo suficientemente
estúpida como para haber caído en un segundo mal matrimonio. Claro, las
circunstancias son diferentes. Pero se puede argumentar que, esta vez... es
mucho, mucho peor.
“Soy feliz, papá” le digo. “Sé que todo debe parecerte muy repentino. Te
acabo de decir que me divorcié y ahora, aquí estoy: ya casada”.
“No nos importan los plazos, Willow” dice mamá rápidamente. “Solo nos
importa que te trate bien”.
Sonrío y asiento. Se siente robótico, pero mis padres parecen convencidos.
“Él es bueno conmigo” le digo en breve. Me temo que decir algo más
complejo que eso revelará muchas cosas que aún no estoy lista o que no
puedo expresar.
“¿Llegaremos a conocerlo pronto?” pregunta con entusiasmo.
No estoy segura de qué decir. Preferiría mantenerlos separados por la
eternidad, pero no puedo decir exactamente eso. Así que me conformo con,
“Ojalá. Está muy ocupado, pero estoy segura de que sucederá en algún
momento”.
Siempre que Leo decida que es prudente, estoy segura.
Mamá asiente y luego se pone seria de repente. “Mientras te tenemos para
nosotros solos, tu padre y yo tenemos algo que decirte”.
Levanto mis cejas. “Oh... esto suena serio”.
“Bueno” dice ella, mirando a papá, “se podría decir que sí”.
Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios.
Mis pensamientos se vuelven oscuros inmediatamente. Cáncer. Bancarrota.
Alzhéimer.
No puedo imaginar ninguna otra mala noticia. No creo tampoco soportarlo.
Tal vez sea egoísta, pero quiero huir antes de que puedan decirlo. Enterrar
la cabeza en la arena como un avestruz y esperar a que pase la tormenta.
Pero he pasado años siendo egoísta cuando se trataba de mis padres.
Necesito madurar.
Así que respiro hondo, temblorosa, y me obligo a preguntar: “¿Qué pasa?”.
“No entres en pánico” dice, viendo a través de mi fachada de calma. “No
son malas noticias”.
“De acuerdo. Entonces, ¿de qué se trata?”.
“Bueno, siempre íbamos a contarte sobre esto algún día” comienza. “Pero
queríamos esperar hasta que fueras mayor. Hasta que fueras adulta.
Entonces tú... bueno, te fuiste, y... ya sabes cómo fue eso”.
Frunzo el ceño. “Lo siento”.
Mamá se acerca y toma mi mano. “Amor, sabes que tu adopción estaba
cerrada”.
“Claro...”.
“Estaba cerrada” repite, “pero también había una salvedad”.
“¿Qué tipo de salvedad?” inquiero.
Papá vuelve a tomar el relevo. “Querían una adopción cerrada, pero
también querían cuidar de ti. Te abrieron una cuenta. Todos los meses,
desde el día en que empezaste a vivir con nosotros, ha entrado dinero en esa
cuenta sin falta”.
“Yo... Tú estás... ¿En serio?”.
Mamá asiente. “Nadie más que tú puede acceder a esa cuenta. Se liberó
cuando cumpliste veintiún años”.
“Por eso también decidimos no decírtelo hasta que fueras mayor de edad”
dice papá. “No queríamos guardarte un secreto, pero contarte algo sobre lo
que no podías hacer nada parecía casi como si estuviéramos poniendo una
carga adicional sobre ti”.
“Eso tiene sentido” digo lentamente. No quiero que se preocupen de que yo
esté molesta. No estoy molesta, per se, solo... sorprendida. “Hicieron lo que
creían que era lo mejor”.
“Sólo tenías dieciocho años cuando nos hablaste de Casey. Luego dejaste la
universidad y te mudaste fuera del estado con él” dice mamá. “Tuvimos
muchas conversaciones al respecto, pero al final, no queríamos que Casey
tuviera acceso al dinero que era tuyo por derecho propio”.
“Nosotros... pensamos que él podía ser el tipo de hombre que esperaría
administrar tus finanzas” dice papá con cautela.
“Bueno, tenían razón” digo amargamente. “Él no me hubiera dejado
quedarme con ese dinero. Me habría dejado seca tan pronto como se
enterara”.
Papá asiente. “Después de que nos contactaras el otro día, tu madre y yo
decidimos que era el momento. Ahora si eres una adulta y confiamos en que
sabes lo que estás haciendo”.
¿Lo hago acaso? trago saliva. “Bueno, estoy sorprendida, por decir lo
menos. Pero les agradezco que me digan sobre esto”.
Mamá saca una carpeta llena de documentos y me la entrega. “Aquí está
todo lo que necesitas saber sobre la cuenta”.
Tomo la carpeta de las manos de ella y la miro. Tengo miedo de preguntar,
pero...
“¿Hay… hay aquí nombres? ¿Algo que diga quién me envía este dinero?”
pregunto.
Papá sacude la cabeza en negación y mi corazón se rompe un poco.
Tal vez eso sea lo mejor. Ahora mismo estoy desarrollando una relación
saludable con mis padres adoptivos. Si las personas que me dieron a luz
regresaran a mi vida...
No se sabe que podría pasar.
“Nada, cariño” dice. “Hemos buscado. Lo único que obtuvimos fue la suma
de dinero que ingresa a la cuenta cada mes. Sin detalles.”
“Espera. ¿Sigue entrando?” inquiero.
“Sí. Quienquiera que sea, quería que estuvieras bien provista”.
“Entonces... entregarme no fue una cuestión de dinero” digo despacio.
Mamá y papá intercambian una mirada significativa.
“Sé que todo esto es muy confuso para ti” dice mamá. “También lo es un
poco para nosotros. Sabemos que es mucho para procesar, pero... al menos
ahora puedes tener algo de libertad financiera, Willow?”
Miro la carpeta, pero no me atrevo a abrirla. “¿Cuánto hay en la cuenta?”
susurro.
De nuevo, se miran, y de nuevo, no estoy segura de lo que significa. ¿Diez
mil? ¿Veinte?
“La mayoría de los meses entraba la misma cantidad” dice mamá. “De vez
en cuando, era un poco más. Pero normalmente rondaba los sesenta y siete
mil dólares”.
Me quedo con la boca abierta. “¿Hay sesenta y siete mil dólares aquí?”.
“No” se ríe papá. “No, cariño”.
“Ah...” me siento tonta. “Sí, claro, eso tiene sentido. Eso habría sido
mucho...”
“Ponen sesenta y siete mil al mes” me interrumpe, corrigiéndome. “En
total, hay un poco más de veintiún millones de dólares en la cuenta”.
El silencio reina. ¿Qué puedo decir? ¿Qué podría yo decir a algo así?
Veintiún millones no es un número real. Es como lo que un niño pequeño
diría cuando intenta adivinar cuántos caramelos hay en un frasco. O es
como cuántos granos de arena hay en la playa o como cuántas estrellas hay
en el cielo.
Seguro que no es como cuánto dinero poseo.
Mamá sonríe y acaricia el dorso de mi mano. “Úsalo sabiamente, cariño. El
dinero es una bendición, pero también puede ser una maldición. Todo
depende de lo que hagas con él”.
Asiento en silencio, todavía intentando y sin poder procesar la enormidad
de ese número. Veintiún millones. Eso es una fortuna.
Y significa mucho más que libertad financiera. Significa que hay alguien
por ahí que se preocupa por mí.
Están vivos.
Están en alguna parte.
Saben que existo.
“Yo... yo ni siquiera sabría qué hacer con esa cantidad de dinero” susurro.
“Sé que es una respuesta aburrida, pero invierte” dice papá.
Me muevo de mi silla para sentarme entre ellos. “Mamá, ¿qué harías tú?”.
“Oh, bueno, no lo sé. Supongo que probablemente me compraría una casa
más bonita. En algún lugar con un lote grande donde mi jardín realmente
pueda florecer”.
“Eso es todo ¿eh? ¿No hay autos lujosos para ustedes dos? ¿No hay
mansiones frente al mar?” les digo.
“¿Qué diablos haríamos en un lugar como ese?” pregunta papá. “No, para
nosotros la vida es simple. Aunque debo decir que la vida de mansión
parece sentarte bien a ti”.
Miro hacia la casa y me doy cuenta de que la mansión de Leo es mi casa
ahora. Si supieran que esta vida de lujo tiene un costo.
“Te ves más brillante” asiente mamá en acuerdo. “Estás prácticamente
resplandeciente”.
Intento que mi sonrisa coincida con la descripción. “Han sido unos meses
agitados. Honestamente, estoy contenta de tener a Casey fuera de mi vida”.
“Es sorprendente que no se haya resistido tanto al divorcio” dice papá.
“Siempre me pareció del tipo terco”.
“Supongo que tampoco es tan bueno para manejar el rechazo” agrega
mamá.
“Bueno, tienen razón en ambas cosas. Podría haber peleado más, pero Leo,
eh... ayudó. Él es... influyente. Gracias a Dios también, porque sin él,
probablemente no tendría hogar”.
En el momento en que lo digo, me arrepiento. La cara de papá cae. Mamá
se sienta más erguida como si la hubieran electrocutado.
Ella se acerca y agarra mi mano. “Cariño, siempre puedes acudir a
nosotros”.
Trato de retroceder. “Lo siento, no quise decir eso de la forma en que sonó.
Sabía que ustedes estarían ahí para mí. Solo que en el momento no pensé
que merecía su ayuda”.
“Amor...” intenta mamá de nuevo.
“No, déjame decir esto” interrumpí. “Me sentí muy avergonzada por cómo
los traté a ustedes dos antes de irme. Cuando todo se fue a la mierda, supe
que habían tenido razón todo el tiempo. Pero quería estar en un lugar mejor
cuando me pusiera en contacto con ustedes. De esa manera, sabrían que les
estaba contactando porque los amo. Y no porque estuviera desesperada”.
Mamá me da una sonrisa triste. “No nos hubiera importado de cualquier
manera”.
“Lo sé, y te amo más por eso” digo. “Ustedes dos son los mejores padres.
Solo lamento no haberlo reconocido antes”.
Papá pasa su brazo encima de mis hombros y me acerca un poco más.
“Estamos muy contentos de que hayas vuelto, niña. No tienes idea de lo
mucho mejor que es la vida ahora que sabemos que podemos levantar el
teléfono y contestarás”.
“Llámame cuando quieras” digo.
Mamá se ríe. “Podrías arrepentirte de decir eso”.
“Nunca” digo tajante.
Me gusta tener a mis padres en mi vida. Es bueno saber que hay personas
que se preocupan por mí sin otra razón que porque soy yo.
Paseamos por el jardín. Me encanta ver a mamá admirar todo el paisaje. Se
enamora de cada rincón, lo que es un punto a favor de Leo. Recibe otro
punto de papá cuando volvemos al patio y se está preparando una mesa con
un almuerzo digno de reyes.
“Saludos del Sr. Solovev” explica una de las criadas. “Él lamenta no poder
unirse a ustedes para comer, pero espera que lo disfruten”.
Una pequeña parte de mí está decepcionada por su ausencia. Pero estoy
feliz de tener a mis padres para mí por un tiempo más.
El almuerzo es, por supuesto, delicioso. Es cocina rusa, algo que es nuevo
para mis padres. Mamá y papá prueban todos los platos de la mesa y yo les
digo de qué se trata cada cosa. He aprendido mucho de las comidas que me
han servido las dos últimas semanas.
Hay stroganoff de ternera y pelmeni, que son las estrellas del espectáculo.
Shashlik, también. “Son como kebabs rusos” dice papá con aprobación.
“Cariño, tendremos que hacerlos en casa”.
“¡Todavía estoy tratando de descubrir qué es esta sopa fría!” dice mamá
riéndose.
“Okroshka” le digo. “Es buena”.
Papá descubre una bandeja de pirozhki y se relame: “Estos panecillos
huelen increíble”.
“Eso es porque están rellenos de carne, siempre carnívoro” le digo.
Sus ojos se iluminan. “¡Oh, aún mejor!” dice.
Una vez que hemos arrasado fuertemente con todos los platos servidos, mi
papá se recuesta con las manos en el estómago. “No puedo decir que haya
comido comida rusa antes, pero ciertamente espero con ansias poder tener
más comidas contigo si esto es lo que vamos a comer”.
“Esa es la forma en que tu padre dice ‘Gracias’ cariño” dice mamá riendo y
poniendo los ojos en blanco.
“No me den las gracias” digo. “Todo esto fue obra de Leo. Yo no tenía ni
idea de que ustedes vendrían hoy. Pero estoy tan contenta de que estén
aquí”.
“Bueno, es encantador que sea del tipo de hombre que te sorprende”
comenta mamá. “Seguro quiere hacerte feliz”.
Casi me río a carcajadas. Nada en mi experiencia sugiere que eso sea cierto.
Aunque...
Aparto la idea por el momento. No sé si alguna vez tendré tiempo suficiente
para averiguar los motivos de Leo. Mejor ni intentarlo.
Papá se excusa para ir al baño antes del postre. En cuanto se va, mi madre
se acerca un poco más a mí.
“Cariño” me dice. “No quiero entrometerme...”.
Levanto las cejas divertida y digo: “¿Pero?”.
“Sólo me preguntaba: ¿estás embarazada?” dice ella.
Me detengo en seco, sorprendida por la pregunta. “¿Cómo lo has sabido?”.
Su rostro florece de emoción. “¡Oh, cariño!”
“Shhh” le digo, haciéndola callar rápidamente. “No, lo siento. Yo, eh...
todavía no estoy segura”.
Ella frunce el ceño. “¿Lo sospechas, pero no has ido al médico?”.
“Es que solo han pasado unos días” le digo.
“¿Una prueba de embarazo?”.
Niego con la cabeza.
“¿Por qué no? ¡Yo me moriría por saberlo!” me dice.
“Apenas empecé a sospechar” le explico. “Realmente no he tenido la
oportunidad de averiguar qué hacer al respecto”.
“Bueno, pero ¿estás contenta con la posibilidad?” pregunta Mamá con
cautela.
“Supongo que simplemente no estaba preparada para eso” admito. “Leo y
yo... este matrimonio sucedió muy rápido. Pensé que tendríamos más
tiempo”.
Mamá asiente con simpatía. “¿Él ya sabe algo?”.
“No” le digo.
Y gracias a Dios por eso. Todavía no sé cómo me siento acerca de la
posibilidad, pero sé cómo se sentiría Leo. Se niega a decirme por qué soy
“la clave” de su enemistad con la Bratva Mikhailov, pero dijo que
necesitaba un heredero. Si estoy embarazada, entonces Leo, una vez más,
obtiene exactamente lo que quiere.
Cualquier emoción que pueda tener sobre un bebé está enredada en eso. Es
confuso, por decir lo menos.
“¿Como lo adivinaste?” le pregunto.
“Creo que es solo la intuición de madre” dice ella. “Y sigues tocándote el
estómago”.
Levanto mis cejas. “¿Lo hago?” digo.
“Si, y es muy dulce”.
“Oh por Dios”.
Mamá se ríe. “Estás emocionada, incluso aunque aún no estés segura”.
Tomo una respiración profunda y le digo: “¿Me puedes hacer un favor?”.
“Por supuesto”.
“La próxima vez que vengas de visita ¿te importaría traerme una prueba de
embarazo?” le pregunto.
“Por supuesto” dice ella. Si piensa que es extraño que yo misma no compre
la prueba, no lo dice. Ella solo parece emocionada de ser incluida en este
momento.
“Gracias mamá”.
Ella se inclina y me abraza fuerte. “Mi bebé va a tener un bebé. Estoy tan
contenta de poder ser parte de ello”.
35
WILLOW

La primera vez que surgió el tema de los niños, yo tenía veintiún años.
Casey y yo ya llevábamos casi dos años casados.
“¿No crees que ya es hora?” me preguntó él. “Somos jóvenes. Tengo
dinero. ¿Por qué no?”.
“Porque... bueno, porque tengo veintiún años” le respondí. “Hay más cosas
que quiero hacer en la vida antes de empezar a tener hijos”.
Él frunció el ceño. “¿Cómo qué?” dijo él.
“No sé. He estado pensando que tal vez debería volver a la universidad.
Terminar mi carrera”.
Su rostro se convirtió en piedra. “Ya dejaste eso una vez”.
“No fue tanto eso como que te conocí” le dije. “Tú querías mudarte. Yo
quería ir contigo. Creo que renuncié a ello un poco prematuramente”.
“Oh, ¿así que ahora es mi culpa?” dijo.
“¡No! Yo no me arrepiento de nada” le dije. “Solo que ojalá hubiera
manejado las cosas un poco diferente”.
“Esa es la definición de arrepentimiento. Si no entiendes eso, no creo que la
universidad sea para ti, cariño”.
Lo miré. “¿Me estás llamando estúpida?”.
“Si el zapato te calza”.
“¡Casey!”.
Normalmente, refunfuñaba algo y ahí terminaba la conversación. Pero ese
día, me miró fijamente. “Tu regreso a la escuela es estúpido. No hay razón
para ello”.
“Obtener un título es importante”.
“Yo tengo uno. Eso es suficiente”.
“No seas ridículo” dije.
Su expresión se agudizó. “Yo no estoy siendo jodidamente ridículo. Tú
tienes todo lo que podrías desear o necesitar aquí mismo”.
“¿Quién lo dice?”
“¡Lo digo yo!” gritó él. “Yo te mantengo ¿no? Te compro ropa bonita y te
llevo a restaurantes elegantes”.
“Y yo aprecio todo eso” le dije tan calmadamente como pude. No quería
pelear. “Pero quiero hacer esto por mí”.
“¿Qué sentido tiene? No es como si alguna vez fueras a tener un trabajo”.
“Quizás lo tenga” dije.
Rodó sus ojos en blanco. “Es una pérdida de tiempo. En realidad, esta
conversación es una pérdida de tiempo”.
Se movió tan rápido que no lo vi venir. Agarró mi muñeca lo
suficientemente fuerte como para dolerme y tiró de mí contra él.
“¡Casey, detente! Suéltame. Estás lastimándome” chillé.
Sostuvo mi muñeca con fuerza durante otro largo rato, sus ojos furiosos
buscaban en los míos como faros.
Luego la dejó caer y dio un paso atrás. Levantó las manos y dijo: “Bien,
vuelve a la universidad si quieres. A ver si me importa una mierda”.
“¿En serio?” señalé esperanzada.
“Claro” dijo, aún en tono de reproche. “Adelante. Que te diviertas.
Consigue tu tonto título. Pero yo no voy a pagar ni un centavo de eso”.
Me quedé helada. “Pero... tú sabes que yo no tengo dinero”.
Se encogió de hombros. “Siempre puedes pedirle ayuda a tus padres”.
Fue una cruel vuelta de tuerca. Él sabía que yo no tenía adónde ir. Nadie a
quien recurrir. Y mucho menos a ellos.
Las lágrimas quemaban el fondo de mis ojos pero las enjugué furiosamente.
No quería que él las viera.
Pero las vio. Claro que las vio. Casey lo veía todo.
“Ánimo” susurró, caliente y frío como siempre. Extendió la mano y me
acarició la mejilla. “No vale la pena enfadarse. ¿Sabes por qué? Una vez
que tengamos nuestro primer bebé, te olvidarás de la universidad. Y de tus
padres. Vamos a ser una pequeña familia feliz. Y nada más importará”.
Cuando no dije nada, me agarró la barbilla y me obligó a mirarlo. “¿Me has
oído? Dije que no te enfades. Sabes cómo odio cuando te enfadas. No
quieres que nuestro bebé piense que no lo querías, ¿verdad?”.
Negué con la cabeza, principalmente porque no podía pensar en otra cosa
que hacer.
Casey sonrió, complacido. “¿Ves? Vamos a ser tan felices, cariño. Solo
espera”.
De vuelta al presente, me estremezco. Hacía mucho tiempo que no
recordaba aquello.
En algún momento, Casey se dedicó a ganar dinero, a hacer negocios
turbios y a escalar posiciones. Estaba más interesado en perseguir esos
sueños que en tener una familia.
Y yo no se lo recordé. Sabía que quería tener hijos algún día, pero... no así.
No con él.
Me miro a mí misma, y veo mi mano presionada contra mi plano vientre.
Mamá tenía razón: me toco mucho la barriga. Es un hábito que necesito
romper.
Leo no puede saberlo.
Al menos, no hasta que descubra cuál es mi plan.
Casarse es una cosa. Pero tener un hijo es otro juego completamente
diferente. Tan pronto como tenga al heredero de la Bratva Solovev
creciendo dentro de mí, no habrá escapatoria ni para mí ni para mi bebé.
Mi bebé. Las palabras me producen un escalofrío de felicidad y pavor que
me recorre toda. Estoy por una parte emocionada, pero diez partes
aterrorizada.
Quiero un hijo. Lo siento profundamente. Pero ¿es este el lugar correcto?
¿Es el momento correcto?
¿Es éste el hombre apropiado?
Voy caminando por el jardín, con la esperanza de que el aire fresco despeje
mi cabeza, cuando veo a Leo de pie bajo uno de los árboles más imponentes
de la zona. Alto, grueso, con una telaraña de ramas retorcidas y nudosas que
arrojan sombra a todo ese rincón del jardín. Las hojas caídas alfombran el
suelo.
Leo está de pie cerca del tronco, con la cabeza inclinada.
Me acerco, curiosa por saber qué está haciendo, pero me detengo en seco.
No quiero que las hojas crujan bajo mis pies y me delaten.
No es que me sirva de mucho.
“¿Vas a venir o te quedarás en las sombras y me acecharás desde la
distancia?” dice Leo.
Salto cuando lo escucho. “¿Cómo sabías que estaba aquí? No he hecho
ningún ruido”.
“Eso es lo que tú crees”.
Resignándome al hecho de que, de hecho, él podría saberlo todo, llego hasta
él. Es entonces cuando veo lo que Leo estaba mirando.
Una lápida.
Incluso antes de leer la inscripción, sé quién está enterrado ahí. Su hermano.
Pavel Solovev.
La única persona que Leo amó.
La lápida es preciosa. Lisa, brillantemente pulida. El grabado es limpio y
simple.
“Pavel Solovev. Hermano. Esposo. Don” leí en voz alta. “Es una hermosa
lápida”.
Leo se encoge de hombros. “Todo eso fue obra de Ariel”.
No estoy segura de creerle, pero no quiero discutir. Si él quiere que yo
piense que es un monstruo sin emociones, está bien, lo pensaré.
“Mis padres acaban de irse” digo en lugar de responderle directamente.
“Gracias por invitarlos aquí. Yo... yo realmente no me lo esperaba”.
Él no responde. Solo sigue mirando la tumba de Pavel, como si estuviera
esperando que su hermano resucitara de la tierra y las cosas volvieran a ser
como siempre debieron ser.
“¿Cómo fue?” pregunto de repente. “¿Crecer en la Bratva?”.
Finalmente, me dedica una mirada. “Era algo diferente”.
“¿Es como una situación del tipo 'si me lo dices tendrás que matarme'?”.
“Ves demasiadas películas”.
“Es lo único que tengo, ya que no me cuentas nada” le digo con amargura.
Leo sigue sin responder.
“¿Como era él?” intento de nuevo.
Él suspira. “Era un hombre. Luego estaba muerto”.
“¿Dónde te dejó eso?”
“Luchando para vengar lo que le quitaron a mi familia. Lo que le quitaron a
él. Lo que me quitaron a mí”.
“No quiero tener que decirle a nadie cómo debe pasar un duelo, pero... ¿es
eso sano?”.
“Me importa una puta mierda” gruñe. “La venganza me ha traído hasta
aquí. Me llevará hasta el final”.
“¿Y después?” le señalo. “Después de vengarte ¿qué viene?”.
“Estaré muy ocupado”.
No sé qué esperaba que él dijera, pero la respuesta es decepcionante. Y un
poco triste. “¿Eso es todo? ¿Sólo una vida de guerrear con enemigos y
aferrarte a lo que has ganado? Suena agotador. Por no decir sombrío”.
“Es la única vida para mí”.
Sé que Leo cree lo que dice, pero tengo la esperanza de que haya algo más
para él. Que hay un lado de sí mismo que mantiene oculto.
Quiero preguntárselo, pero no quiero descubrirme antes de estar preparada.
Leo parece saber cuando estoy mintiendo. Aun así, tengo que arriesgarme.
Puede que no haya otro momento como este.
“¿Y si algún día tienes hijos?” inquiero.
“Serán de la Bratva” dice con firmeza.
Espero a que diga algo más, pero no lo hace. “Ok, pero ¿qué significa
eso?”.
“Significa que serán criados para entender este mundo. Entenderán por qué
soy como soy. Y estarán preparados y entrenados para continuar el legado
que yo he creado”.
Frunzo el ceño. “¿Y si eso no es lo que ellos quieren?”.
Vuelve a mirar la tumba. “No tendrán elección. A mí no me la dieron”.
El corazón me late un poco más deprisa. Mi mano flota hacia mi estómago,
pero la sujeto a mi costado. Incluso ahora, el impulso de proteger la vida
que llevo dentro es fuerte.
“¿No hay una alternativa a todo esto? ¿No es más importante que tus hijos
sean felices que poderosos?”.
“Si son poderosos, serán felices”.
“¿Tú eres feliz?” pregunto.
“Soy poderoso” contesta.
“Eso no significa que seas feliz”.
“Excepto que si” replica. “Como acabo de explicar”.
“¡Ese es un razonamiento circular! No siempre tienes razón.
“Sí, la tengo” espeta.
“Según tú” argumento.
“Exactamente. Y siempre tengo razón”.
Aprieto los dientes. No se puede razonar con este hombre. No se le puede
ganar. No importa lo que diga, él va a rebatir con sus propios argumentos
sesgados.
“¿Y si tienes hijas?” digo de repente. “¿Se esperará que también sean de la
Bratva?”.
“Todos mis hijos serán Bratva, independientemente de su sexo. No se trata
de ser hombre o mujer. Se trata de fuerza”.
Me encojo de hombros. “No puedes culparme por asumir que las mujeres
son sólo peones y objetos en tu mundo. No es como si me hubieran dado a
elegir”.
“Tienes muchas opciones, Willow” dice. “Sólo que eres demasiado estrecha
de mente para verlas”.
Esto fue un error. Estoy demasiado cansada para esta conversación, para sus
idioteces crípticas, para su falta de voluntad de ceder ni un maldito ápice.
Estoy a punto de irme por donde he venido, hasta que Leo vuelve a hablar.
“Probablemente no recuerdes el nombre, pero Anya Mikhailov tiene
bastante reputación en los círculos de la Bratva. Es una mujer, pero es
temida y venerada en los bajos fondos”.
“¿Anya Mikhailov?” repito. “Es la hija del viejo Don ¿no?”.
Leo asiente. Parece impresionado de que le haya prestado atención. “Ha
matado a unos cuantos esposos y comanda un contingente de sus propios
hombres, aunque es completamente independiente de su padre y de la
Bratva a la que debe su nombre. Se necesita una mujer fuerte para ganarse
el respeto de los hombres en este mundo, pero es posible. Anya lo hizo”.
“¿Se supone que debo estar impresionada?” le pregunto.
“Si fueras inteligente, lo estarías”.
“Si fuera inteligente” hago una mueca, “seguiría su ejemplo y mataría a
algunos de mis esposos”.
“Lo intentaste” se ríe sombríamente. “Solo que no te salió demasiado bien”.
Mis mejillas se enrojecen. Lo ignoro. “¿Por qué debería impresionarme una
mujer que no conozco?” le pregunto.
“Porque tomó las riendas de su propio destino. Se negó a ser una víctima”.
“¿La admiras?” inquiero.
“No admiro a nadie en este mundo excepto a mí mismo, Willow. Pensé que
ya sabrías eso. Pero... siempre podemos aprender de los demás”.
“Bien, llámalo como quieras. ¿Pero no se supone que los Mikhailov son tus
enemigos?”.
“Lo son. Pero Anya Mikhailov no ha tenido nada que ver con las decisiones
de su padre desde hace varias décadas. Ella no estuvo involucrada en el
ataque a mi hermano” dice Leo. “No te confundas: ella sigue siendo una
Mikhailov. No confiaría en ella para nada. La mujer es mortal y sigue
siendo un enemigo. Pero puedes llegar a respetar a tus enemigos”.
“Tomaré tu palabra. Nunca he tenido enemigos antes”.
“Eso cambiará”.
Me vuelvo hacia él con alarma. “¿Qué se supone que significa eso?”
“Lo descubrirás pronto”.
Antes de que pueda presionarlo para que diga más, suena su teléfono. Se
gira y responde. “¿Estamos listos para detonar?” pregunta y luego espera la
respuesta. “¿Puede salir?”.
Quienquiera que esté al otro lado de la línea dice algo apresuradamente,
solo un zumbido metálico que no puedo descifrar.
Leo se pone rígido de repente. “Entonces espera”.
Sus palabras son brutalmente afiladas y frías. No se dirige a mí, pero doy un
paso atrás. Es instinto humano. Auto preservación.
Más palabras de la persona que llama. Entonces...
“¡Me importa una mierda!” ruge. “Mis órdenes son simples: No detonaré
mientras haya uno solo de mis hombres ahí dentro. Hay que esperar.
Esperen a que yo dé la orden”.
Cuelga y se vuelve a dar la vuelta. No me molesto en fingir que no estaba
escuchando.
“¿Algo salió mal con uno de tus planes maestros?” le digo.
“No es nada que no pueda manejar” gruñe. “Creo que deberías volver a tu
habitación”.
En cambio, desafiante, me muevo hacia él. “No soy una niña. No puedes
despedirme para sacarme de tu camino”.
Él también da un paso adelante. “Mierda, mírame”.
“¿Asustado de que escuche tus planes y te delate ante los malos?” digo, lo
suficientemente enojada como para querer provocarlo. Aunque sólo sea
para forzar una respuesta de él.
Y lo consigo.
Leo me agarra y me hala contra su cuerpo. Estamos tan cerca que puedo
sentir sus abdominales a través de la camisa. El pulso de su corazón
coincide con el mío.
“¿Me estás amenazando, kukolka?” pregunta en un áspero susurro. “Porque
no me gustan las amenazas, cariño. Aunque vengan de labios tan dulces
como los tuyos”.
Lucho contra él, pero la fricción entre nuestros cuerpos solo me hace desear
que me apriete más.
“¡Suéltame!” le digo.
“No si sigues resistiéndote así” gruñe.
Puedo sentir su erección contra mi muslo. Y, como un reloj, me tiemblan las
rodillas ante la idea de tenerlo dentro de mí.
Esa oleada de deseo me traiciona.
No debería sentirme así por el hombre que me secuestró, se casó conmigo a
la fuerza y me atrapó en una vida que nunca pedí. Y ahora nuestro hijo,
nuestro posible hijo, se enfrenta al mismo destino.
Aun así, su cuerpo es cálido contra el mío y quiero acurrucarme contra su
ancho pecho.
Es como él dijo: “querer” es un juego peligroso.
“Leo...” susurro.
Aplasta sus labios contra los míos, robándome lo que iba a decir. Debería
luchar, pero no lo hago.
Porque cada vez que me besa, me siento segura y completa.
Su lengua se mueve contra la mía, y me sumerjo en su boca con la misma
facilidad con la que respiro. Me trago todo otro sentimiento e intento
aferrarme a esta sensación, a este confort que me recorre como un pulso
eléctrico. Cuando esto ocurre, el mundo se acomoda. El universo tiene
sentido. Las cosas son como tienen que ser.
Tan rápido como empezó el beso, termina. Me tambaleo por la pérdida de
su agarre, me duele de una forma que sólo él puede hacerme sentir dolor.
“Vete” dice sin mirarme mientras el sol se pone a sus espaldas. “Tengo
trabajo que hacer”.
Asiento sin discutir. Porque una cosa está cada vez más clara: es hora de
que descubra lo que realmente quiero...
Y cómo conseguirlo.
36
LEO

Me despierto a la mañana siguiente con una furiosa erección y una fantasía


de ojos azules en mi mente.
Eso me enoja. Despierto o dormido, no puedo sacarla de mis pensamientos.
Aún no he ido a la suite. Me he mantenido fuera de su cama. Lo último que
necesito en la etapa final de mi plan es dejar que Willow se meta en mi
cabeza.
Pero mi pene se hincha tan solo de pensar en ella.
La imagino tendida en su cama, con su camisón de seda subiendo por sus
delgados muslos. Podría levantarlo completamente y deleitarme con la
humedad entre sus piernas. Bastarían unas cuantas caricias de mi lengua
para que me suplicara por más.
Podría meterme en su boca, o en su apretado coño. Podría llevarla hasta el
límite y luego regresarla, una y otra vez hasta que se corriera, gritando.
Me masturbo furiosamente con la imagen, pero incluso cuando estallo, la
liberación es insatisfactoria.
No es lo mismo que estar dentro de ella.
Apenas despierto y ya estoy nervioso, salgo de la cama y me pongo los
pantalones. Estoy cogiendo la camisa cuando llaman a mi puerta. Ya sé
quién es.
“Ya me he levantado, Jax”.
Él entra con su bobalicona sonrisa en la cara. “¿Listo para la acción?”.
“Yo lo estoy” digo. “Pero no sé por qué tú estás tan entusiasmado. No
vendrás conmigo”.
“¿De qué demonios estás hablando? Vas a llevar dos vehículos de hombres.
La última vez que lo comprobé, tú más yo éramos dos”.
Cierto. ¿Y cuál es tu punto?”.
Su cara cae. “¿Hablas en serio?”.
“Esto no está abierto a discusión, Jax”.
Su boca calla al reconocer el tono. Sabe cuando no debe insistir.
Me abrocho la camisa y cojo el abrigo.
“¿Puedo preguntar por qué no estoy incluido en esta reunión?” pregunta
entre dientes.
Él piensa que esto es un castigo, pero no lo es. Si quisiera castigarlo, haría
mucho más que herir sus sentimientos.
“Porque tú y Gaiman son mis segundos. Junto conmigo, son los hombres
más importantes de la Bratva. Mi hermano eligió dejarme atrás la última
vez. Fue la decisión correcta” digo.
“Puedo manejarme en un tiroteo, Leo” insiste él.
“Sé que puedes, pero ese no es el punto. Te necesito aquí para supervisar el
resto de mis planes. Y lo más importante, te necesito aquí para cuidar de
Willow”.
Jax se endereza un poco.
“Eres el único a quien le confiaría a ella” agrego.
Jax asiente lentamente, algo de su decepción disminuyendo. Me sigue fuera
de la habitación y por el pasillo. Justo antes de llegar a la escalera, veo a
Willow.
Está de pie frente a una ventana al final del pasillo. Se vuelve hacia
nosotros, su cuerpo rígido, sus ojos curiosos. “¿A dónde vas?” inquiere.
“Tengo una reunión” contesto.
“¿Con quién?” pregunta ella.
“Anya Mikhailov”.
Me doy cuenta de que no esperaba que contestara. Normalmente, no lo
habría hecho. Pero hay cierta simetría en decírselo. Ella no lo entenderá,
pero yo sí. Yo lo sé.
Levanta las cejas. “¿Has quedado con ella?” Ahora sabe lo suficiente sobre
la mujer como para reaccionar adecuadamente.
“Eso es lo que acabo de decir, sí”.
“¿Por qué?”.
Me encojo de hombros. “Ella pidió la reunión. Me parece bien”.
“¿Vas preparado?” pregunta.
Si no me equivoco, y nunca me equivoco, hay una pizca de preocupación en
su voz. Willow no creció en este mundo, pero le conté lo que le pasó a
Pavel. Conoce los riesgos.
Igual que yo.
“Siempre estoy preparado” digo.
“Especialmente cuando se trata de los bastardos de Mikhailov” agrega Jax.
Ella parpadea y mira a Jax, casi como si hubiera olvidado que él estaba allí
parado.
“Espérame abajo” le digo a Jax. “Asegúrate de que los hombres estén listos.
Nos vamos en cinco”.
Jax asiente y se va. Cuando se va, acorto la distancia entre Willow y yo.
Después de semanas de verse delgada y cetrina, finalmente tiene algo de
color en sus mejillas. Aun así, parece cansada.
Ella se marchita bajo mi mirada. “Mi madre viene a verme hoy. ¿Te parece
bien?”.
Asiento con la cabeza. “Lo que te venga bien”.
Ni siquiera sonríe, pero sus ojos azules me devuelven a mi sueño. La sangre
corre hacia abajo. Me giro hacia la escalera para que no se dé cuenta.
“¿Es ella bella?” pregunta Willow antes de que pueda dar un paso. “Anya,
quiero decir. ¿Es ella bella?”
Está claro que perdió la lucha para mantener esa pregunta enterrada.
Suspirando, me giro para encontrarme con los ojos de Willow. “Sí. Ella es
muy hermosa”.
Su boca se abre, pero la cierra casi de inmediato. Ella pasa junto a mí hacia
su puerta, pero en el último minuto, mira hacia atrás. “Ten cuidado, Leo”.
Luego cierra la puerta.
Una parte de mí quiere derribarla y seguirla. Quiero hacer todas las cosas
sucias con las que fantaseé esta mañana. También quiero hacerle cosas con
las que ni siquiera me atrevo a fantasear. Cosas como besar las lágrimas de
sus mejillas. Atraerla a mi abrazo no para cogerla sino para sentir su calor,
su suavidad, su aura.
Pero no hay tiempo para nada de esa mierda ahora.
Hoy sólo hay tiempo para la guerra.
Voy abajo. Mis hombres se están preparando en el patio. Me dirijo
directamente al Jeep. Gaiman y Jax se alinean detrás de mí.
“Ten cuidado” advierte Gaiman. “Puede que tengas la ventaja en este
momento, pero esta perra tiene dientes. Podría morder”.
Yo sonrío. “Estoy deseando que lo intente”.
La reunión se llevará a cabo en un pequeño hotel de lujo en medio de la
nada, a una hora y media de distancia de la civilización. Por el bien de
ambos, cualquiera que no pertenezca a este lugar destacará como un pulgar
dolorido.
El gerente del hotel nos recibe a mí y a mis hombres en la puerta.
“Señor Solovev” dice y hace una profunda reverencia. Me pregunto cuánto
sabe de mí. Supongo que lo suficiente como para tener miedo, porque el
hombre está temblando.
Me hace pasar. El vestíbulo es pequeño, la alfombra es de felpa y una gran
lámpara de araña cuelga del techo, proyectando reflejos brillantes en las
paredes. Es un lugar romántico. A Willow le gustaría.
Hay un salón abierto en el que se arremolinan los clientes, pero el gerente
nos guía hasta unas puertas dobles que están cerradas. Un cartel en la pared
indica que es un salón privado.
“Sus invitados esperan al otro lado” explica el gerente. Se inclina de nuevo
y retrocede, dejándome abrir la puerta yo mismo.
Elegí a Aleksandr y Oleg para que me acompañaran a la reunión. Me
flanquean a cada lado mientras empujo la puerta para abrirla.
En cuanto lo hago, sé que la carta que he recibido es falsa.
Porque no es Anya Mikhailov quien me espera.
Son Spartak Belov y Semyon Mikhailov.
Están sentados en uno de los cómodos sillones dispuestos alrededor de una
amplia mesa. Dos guardaespaldas detrás.
La última persona en la sala es una mujer vestida con uniforme de
enfermera. Su pelo es tan gris que parece plateado. Tiene los ojos vidriosos,
pero no se le escapa nada cuando se posan en mí. Me dedica una mirada
dura y luego baja la vista.
Su trabajo no es llamar la atención. Su misión es pasar desapercibida hasta
que te olvides de que está ahí. Lo cual no es un problema en absoluto,
porque el hombre al que claramente está aquí para cuidar es el que atrae
toda la atención.
O al menos, una vez lo hizo. Semyon Mikhailov ya no parece el Don fuerte
y capaz que era hace una década.
La gota ha progresado tanto que parece un sapo disecado. Su piel es pálida
y cetrina. Incluso su respiración suena como una mierda superficial y
áspera, traqueteando en sus pulmones. La respiración de un hombre al
borde de la muerte.
Y sin embargo, sus ojos son agudos. Tan resistentes y mortales como
siempre.
Belov es el hombre a vigilar aquí, sin embargo. Es el hombre que mueve los
hilos. Mirándolo, no obstante, nunca lo sabrías. Su cabello es oscuro,
salpicado de plata. Sus miembros son enjutos como una mantis religiosa.
Sólo tardo unos segundos en comprender que me han atraído hasta aquí y
ver quién tengo delante. Entonces me pongo manos a la obra.
“¿Quien escribió la carta?” solicito.
Belov se vuelve hacia Semyon, pareciendo someterse a la autoridad del
anciano. Sería muy convincente, si yo no lo supiera mejor.
“Yo lo hice” responde Semyon, su tono es grave.
Sus ojos son del mismo azul oscuro que recuerdo, pero el blanco de sus ojos
se ha tornado amarillo. Están salpicados de puntos carmesí que parecen
coágulos de sangre. El hombre inspira miedo, pero ahora de una manera
diferente. Se ve como la peor pesadilla de todos los niños hecha realidad.
Avanzo con confianza y ocupo la silla vacía de la mesa. Mis hombres se
colocan detrás de mí, mirando a sus homólogos situados detrás de Spartak y
Semyon.
Dos bebidas derraman condensación sobre la mesa. Huelo la fuerza del
roble del whisky que emana de cada vaso de cristal.
“¿Un trago?” me ofrece Belov, como si estuviéramos en su sala de estar
personal.
“Nada para mí” digo.
“No lo hemos envenenado” ríe entre dientes.
Yo sonrío y digo: “No es cuestión de seguridad. Es cuestión de orgullo.
Simplemente no voy a compartir un trago con los hijos de puta que
asesinaron a mi hermano. Especialmente cuando me trajeron aquí con falsos
pretextos”.
Belov mira hacia Semyon. “Vamos, Leo. No estés tan tenso. Era la única
manera de traerte aquí. ¿Habrías venido si alguno de nosotros te hubiera
escrito?”.
No me gusta la forma familiar en que se dirige a mí. Como si fuéramos
viejos amigos, no enemigos.
Respiro despacio y le examino más. Sus rasgos afilados y aristocráticos
chocan con su atuendo. Lleva un fino chaleco blanco con una gruesa cadena
de oro alrededor del cuello.
Este hombre no es un líder de Bratva. Es un vulgar gánster jugando a fingir.
La carta fue un truco barato. Uno que debería haber visto de inmediato. Es
sólo otra forma en la que Willow me ha distraído, cuando menos podía
permitirme distraerme.
“¿Qué quieres, Belov?” pregunto sin rodeos.
Mi tono hace que sus ojos brillen de ira. Se ha acostumbrado demasiado al
respeto instantáneo durante el tiempo que la Bratva Solovev estuvo ausente.
No le gustará lo que tengo planeado para él.
“No se trata de lo que yo quiero. Se trata de lo que quiere mi Don” dice y
asiente hacia Semyon, todavía manteniendo la fachada de deferencia, y
luego vuelve a mí. “Don Mikhailov lamenta lo que pasó con tu hermano.
Fue un... error”.
Me recuesto en mi sillón y vuelvo mi mirada hacia el viejo bastardo gotoso.
“¿Es eso cierto, viejo?”.
Belov se inclina hacia adelante, sus ojos brillan. “Puede que sea un anciano,
pero sigue siendo el Don de esta Bratva. Se le debe respeto”.
Respondo a la mirada de Belov con la mía. “No es mi Don”.
“Basta” espeta Semyon, con el ceño fruncido. “No le voy a exigir respeto.
Especialmente a la luz de nuestra... historia”.
Semyon se estremece mientras habla, sus débiles músculos se contraen. Su
rostro solo se calma cuando vuelve a caer en el silencio.
“Pero Belov tiene razón” continúa. “Lamento que una reunión entre
nuestras Bratvas se haya convertido en violencia. Fue un movimiento
cobarde en lo que se suponía que era una reunión de caballeros. No debería
haber ocurrido”.
Su respiración se entrecorta y una tos escapa de sus labios grises. Una tos
lleva a otra y, de repente, está tosiendo tan violentamente que se siente
como si la habitación estuviera temblando.
La enfermera se apresura a atenderlo. Le levanta y le sostiene el pecho para
que la tos sea más fácil de controlar.
Cuando se calma, le ofrece agua natural y un puñado de pastillas incoloras.
Él se las toma sin rechistar y ella vuelve a pasar a un segundo plano.
“Lo que Don Mikhailov estaba tratando de decir” suspira Belov, “es que ha
llegado el momento de arreglar las cosas entre nuestras organizaciones.
Como tal, estamos aquí para hacer una ofrenda de paz”.
Diría que esto está saliendo de la nada, pero eso solo sería así si yo les
creyera.
Hay una trampa. Estoy seguro de ello. Los Mikhailov no hacen ofrendas de
paz. Ellos hacen la guerra.
“No me comprarán tan fácilmente” gruño. “Tampoco se olvidará tan rápido
la muerte de mi hermano”.
Belov me dedica una sonrisa que sugiere toda la aparente sinceridad en su
búsqueda por la paz. Le ofrece a Semyon otra deferente mirada antes de
continuar.
“Respetamos y apreciamos la forma en que has construido tu Bratva. De
hecho, durante mucho tiempo asumimos que no estabas interesado en
administrarlo después de la muerte de tu hermano...”
“Asesinato” espeto. “Fue un asesinato. Llámalo como fue”.
Los ojos de Belov se encienden con un latigazo de odio, pero rápidamente
recupera la placidez de su rostro.
“La cuestión es que reconocemos el error que se cometió y ahora nos
disponemos a corregirlo”.
En otras palabras, me han subestimado. Ahora que saben que tengo algunos
ases en la manga, quieren resarcirse.
Levanto una ceja y no digo nada. Prefiero que hable Belov. Así puedo
reunir más información.
“Te admiramos, Leo. Y queremos ofrecerte una alianza”.
Me río. “Esto, lo quiero escuchar”.
“Como sabe, Don Semyon me ha ofrecido el gran privilegio de ser su
sucesor” dice Belov y se sienta más derecho. “Como tal, después de su
muerte me convertiré en don”.
“Estoy consciente” digo.
Miro a Semyon. La piel cetrina y arrugada del hombre cuelga en los bordes.
Está cubierto de manchas hepáticas.
Reprimo un escalofrío de repugnancia. Antes de pasar la antorcha, deberían
incinerarlo con ella.
“Necesito un segundo fuerte que me ayude a dar forma a la Bratva
Mikhailov de mi visión” continúa Belov. “Y creo que tú eres justo el
hombre adecuado para ese trabajo”.
Lo miro con incredulidad. Hasta que se siente incómodo y sus extremidades
de insectos se mueven nerviosas.
Sin apartar la mirada, me inclino. “¿Es una oferta seria?”.
“Lo es”.
“¿Tú esperas que yo renuncie al título de Don para hacer de segundón del
hombre que participó en el asesinato de mi hermano?” inquiero.
Una bofetada en la cara sería menos insultante. Si no me importara ser un
hipócrita, mataría a Belov donde está sentado.
“Es de la Bratva Mikhailov que estamos discutiendo, Leo” dice Belov.
“Somos la organización más fuerte y mejor conectada del país. Nadie ha
vuelto a recibir ni volverá a recibir una oferta como esta. Imagina la fuerza
de los Solovev combinada con la fuerza de los Mikhailov. Es una oferta
muy generosa, debo decir”.
“Es una maldita broma” espeto sin rodeos. “No puedes haber imaginado
que me lo tomaría en serio”.
Sus ojos se vuelven fríos. “Supuse que eras lo suficientemente inteligente
como para ver la oportunidad”.
“No hay ninguna oportunidad” le digo. “Solo existe la promesa de sangre”.
“Pero...”
“No soy el segundo de nadie. No habrá alianza, Belov” digo, me paro y
empiezo a salir pero entonces me detengo. “Y cuando te dirijas a mí en el
futuro, mi nombre es Don Solovev”.
Luego me giro y doy la espalda a los asesinos de mi hermano.
La próxima vez que los vea, solo uno de nosotros saldrá vivo.
37
WILLOW

“¿Dónde está tu esposo hoy?” pregunta mamá mientras bebe el jugo que
una de las criadas trajo a mi habitación con el desayuno. Yo no pude ni
tocarlo; el olor a cítricos me enfermó.
“Está afuera” digo. “En una importante reunión de negocios”.
Es humillante admitir que no sé adónde él va cuando sale de la mansión. O
lo que hace cuando está fuera. O con quien. Sus palabras de despedida
todavía resuenan en mi cabeza.
Sí, ella es muy hermosa.
Ajena a todo, mi mamá asiente, sonríe y coloca una bolsa plástica de
farmacia en mis manos. “Traje siete pruebas diferentes” dice ella. “Todas de
alta calidad. Deberías tener una respuesta definitiva en unos minutos”.
La bolsa pesa en mis manos. Como si su peso representara el significado de
un resultado positivo. Para mí. Para el bebé…
“Siéntate, mamá” digo. “Vuelvo enseguida”.
En el baño, saco las siete pruebas de embarazo y las alineo en una fila
ordenada. Lleno un vaso con agua del lavabo pero luego lo tiro. Ya estoy a
reventar. No he ido al baño en horas.
Esperando a que llegara mi mamá. Esperando para cerciorarme.
Mi estómago se revuelve con los nervios. Miro mi reflejo en el espejo.
“Está bien” me digo a mí misma. “Ya lo sabes...”.
Pero esa es la cuestión: no es lo mismo sentirlo en mis entrañas que mirar la
evidencia. Un bebé es algo grande. Lo cambiará todo.
Sin embargo, si me quedo aquí, mirándome en este espejo, sin moverme,
sin comprobar nada, entonces tal vez el tiempo se congele y no cambie
nada, y no haya un bebé ni un matrimonio, y ambos se conviertan en un
producto de mi imaginación y me despierte en mi cama a los dieciocho
años, lista para hacer mi vida de la manera correcta.
Vale la pena intentarlo, ¿no?
No dura mucho. Aunque no por falta de intentos. La única razón por la que
logro alejarme del espejo es porque realmente me voy a orinar encima si me
demoro más.
Utilizo tres de los bastoncillos en rápida sucesión y los coloco boca abajo,
balanceándose, en el borde de la bañera.
Me subo los pantalones y lavo las manos sin mirarme al espejo. Sin mirar
hacia la bañera. Durante unos segundos más, finjo que las pruebas no están
a un metro de distancia procesando mi futuro.
Tic. Tac. Tic. Tac.
El reloj en la esquina es implacable, sin importar cuánto poder telepático
pretenda yo enviarle. Los segundos van y vienen, arrastrándome más y más
cerca del momento que no puedo posponer por mucho más tiempo.
Intento caminar hacia la bañera, pero me giro al último momento. Lo repito
unas cuantas veces, acercándome y luego alejándome de las pruebas cada
vez que me acerco demasiado.
“Vamos, Willow” murmuro. “No seas cobarde. Solo mira”.
Finalmente, respiro hondo y camino hacia la bañera. Le doy la vuelta a la
prueba más cercana antes de que me venzan los nervios. Inmediatamente,
tengo mi respuesta. En lugar de un pequeño ‘+’ o ‘-’, las letras digitales
marcan mi destino en la ventana de la prueba.
EMBARAZADA.
Es tan definitivo que no me molesto en mirar las otras dos pruebas de
inmediato. Me quedo mirando fijamente la palabra, leyéndola una y otra
vez para mí misma, dejando que la verdad cale hondo.
Estoy embarazada de Leo Solovev.
Cuando el shock empieza a dar paso a una oleada de otras emociones que
aún no estoy preparada para procesar, doy la vuelta a las otras dos pruebas.
Una tiene dos líneas rosas. La otra tiene un signo ‘+’ azul.
Estoy embarazada en tres distintos lenguajes de prueba.
“Willow, ¿cariño?” llega la voz de mamá a través de la puerta. “¿Está todo
bien?”.
Abro la puerta de repente. Ella da un respingo hacia atrás y dice: “¿Y bien,
cariño?”
Asiento con la cabeza. “Yo... estoy embarazada”.
Mamá aplaude y me abraza. “¡Felicidades! Estoy tan feliz por ti”.
Me las arreglo para darle una distraída palmada en la espalda antes de que
ella agarre mi mano y me lleve a la cama. Me hundo en el colchón con
gusto. Mis piernas se sienten como gelatina.
“Amor, ¿estás bien? Te ves un poco pálida” dice ella.
“Estoy bien” le digo, forzando una sonrisa en mi rostro. “Es solo la
sorpresa, eso es todo”.
No puedo dejar que mamá sepa cuán... complicadas, a falta de una palabra
mejor, son las cosas entre Leo y yo. Necesito preservar la imagen de un
matrimonio feliz. Al menos hasta que descubra qué significa este bebé.
Se siente como un déjà vu. Me negué a llamar a mis padres hasta que
estuviera libre de Casey y fuera de sus problemas.
Pero esto es diferente. Con Casey, se trataba de mi orgullo y vergüenza.
Ahora, se trata de la seguridad de mis padres. Cuanto menos sepan del
mundo de Leo, mejor para ellos.
Además, mis sentimientos por Leo son literalmente indescriptibles. No
existen palabras para describir lo frustrada, lo viva, lo aterrorizada, lo fuerte
que me hace sentir, todo a la vez.
“¿Pero eres feliz?” pregunta mamá.
Asiento tan convincentemente como puedo. “Por supuesto”.
Ella toma mi mano y la aprieta. “La maternidad fue lo mejor que me ha
pasado nunca. No tengo ninguna duda de que será lo mismo para ti”.
La escucho, pero no puedo encontrar las palabras para responder. Mi mente
está a toda marcha. Confirmar el embarazo me ha hecho darme cuenta de
una cosa: no puedo quedarme aquí.
No importa cuánto me importe Leo. Por mucho que quiera un final de
cuento de hadas con él. No es realista.
He sido ingenua por mucho tiempo. Es hora de madurar y poner los
intereses de mi hijo primero. El primer paso es seguir adelante.
¿Pero cómo? Mi esposo es un Don de la Bratva. No huyes de un hombre así
sin un plan.
Al menos tengo la cuenta de la que me hablaron mis padres. El dinero de
mis padres biológicos me ha dado los medios financieros para irme, para
cubrir mis huellas, para reconstruir desde cero. Puedo mantenerme a mí y a
mi hijo. Si soy inteligente, aunque veintiún millones de dólares sea una
cantidad tan alucinante que no veo cómo podría gastarlos, podré vivir de
ellos para siempre. Nunca volveré a caer en la trampa en la que estaba con
Casey.
“¿Willow?” escucho, y la voz de mamá rompe mi planificación.
“Lo siento. Solo estoy... procesando”.
“¿Leo estará feliz?” dice y noto preocupación en las arrugas alrededor de
sus ojos.
“Por supuesto” digo rápidamente. “Claro que lo estará. Solo que... tuve la
idea de volver a la universidad. Terminar mi carrera”.
“Oh, cariño” canturrea. “Todavía puedes hacer eso con un bebé”.
“Quizás” digo y la miro. “¿Cómo fue para ti convertirte en mamá por
primera vez?”.
Ella me da una sonrisa triste. “Mi camino hacia la maternidad fue muy
diferente, cariño” dice ella. “Tu padre y yo lo intentamos durante años antes
de consultar a un médico. Nos dijeron que concebir naturalmente sería muy
difícil para nosotros. Así que decidimos adoptar”.
“¿No querías probar otras formas de tener un bebé?” pregunto.
“¿Fertilización in vitro o gestación subrogada o algo así?”.
Mamá sonríe. “Todos eran muy costosos y, para ser honestos, para tu papá y
para mí, no se trataba de tener un hijo biológico. Eso nunca fue lo más
importante. La familia se trata de a quién eliges. Y nosotros te elegimos a ti.
Nos gusta pensar que tú también nos elegiste a nosotros”.
Puedo oírme gritarles a mis padres años antes, diciéndoles que elegí a
Casey. Pero las duras palabras son poco más que un eco ahora. Como un
grito de terror nocturno que hace mucho tiempo se desvaneció a la luz del
día.
Me inclino hacia ella y pongo mi cabeza en su hombro. “Estoy tan contenta
de que estés aquí, mamá”.
“Oh cariño, no tienes ni idea. Debo decir que estoy muy emocionada de ser
abuela”.
“¿Te importaría hacerme un favor entonces, abuela?” le digo,
incorporándome de nuevo.
“Por supuesto” dice.
“No le cuentes a nadie sobre mi embarazo todavía. Es decir, puedes decirle
a papá. Pero a nadie más, ¿de acuerdo?”.
“¿A quién más le diría, cariño?”.
Yo sonrío. “Gracias”.
“Por nada” dice y se levanta, y me señala con un dedo. “Ahora, lo primero
es lo primero, necesitas comer tres comidas saludables al día. Ya has
perdido demasiado peso. Y también necesita programar una cita con un
médico...”.
“No” casi grito y mamá se detiene sorprendida, así que me apresuro a
enmendar mi declaración antes de que su intuición de madre entre en
acción. “Perdona, es solo que... quiero posponer la visita al médico hasta
que se lo diga a Leo”.
“Oh, por supuesto” dice ella. “Y me gustaría conocerlo pronto. Debería
conocer a mi yerno, especialmente si estás embarazada de su hijo”.
“Trataré de arreglarlo” digo.
Pero mi corazón se hunde ante el solo pensamiento. No quiero que se
enamoren de un hombre al que ya estoy planeando dejar. No me cabe duda
de que Leo puede ser increíblemente encantador cuando quiere.
Pero no puedo pensar en eso ahora. Dios sabe que ya tengo bastantes
preocupaciones.
Le digo a mi madre que estoy cansada y ella asiente enseguida. “Descansa
un poco. Y” baja la voz hasta un susurro, “cuida de mi nieto”.
La acompaño hasta la puerta principal y me despido con la mano mientras
se aleja. En mi camino de regreso por las escaleras, escucho de nuevo la
puerta abrirse.
Es Leo.
Y parece muy enojado.
Su expresión negra aterriza en mí, y creo que se suaviza un poco antes de
endurecerse de nuevo.
“¿Estás bien?” le pregunto.
“Bien” dice. Luego se gira y entra como una tormenta en su oficina.
Tendría que ser estúpida para ir tras él cuando está de ese humor. La ira de
Leo es desagradable, por decir lo menos. Pero supongo que me he vuelto
estúpida, porque por alguna razón desconocida, lo sigo.
Dejó la puerta abierta. Entro sin llamar, pero me detengo justo en el umbral
de la puerta. Al otro lado de la habitación, Leo se está sirviendo una bebida
del carrito del bar.
Sin girarse, dice: “¿Quieres una?”.
Lucho contra el impulso de presionar una mano contra mi vientre. “No,
gracias” digo.
No vuelve a preguntar. Se toma su bebida de un trago. Inmediatamente se
sirve otro vaso.
“¿Salió algo mal en la reunión?” pregunto. “¿Anya hizo algo?”.
Los celos se retuercen dentro de mí. No conozco a esa mujer, pero él dijo
que era hermosa. ¿Qué pasó en su reunión? Odio que esta desconocida sepa
algo sobre Leo que yo ignoro.
Su respuesta no es más que otro sorbo.
Hace una mueca, se acerca al sofá frente a la chimenea y se sienta. Tras un
momento de vacilación, me siento a su lado.
“¿Quieres hablar de ello?” inquiero.
“Ni siquiera podrías entenderlo” dice, como una reprimenda, y eso me pone
a la defensiva al instante.
“¿Puedo recordarte que fuiste tú quien me eligió?” digo con dureza. “Si no
te gusta que haga preguntas, deberías haber elegido a una mujer más
estúpida para casarte. Tal y como están las cosas, quiero saber qué está
pasando. Creo que me lo debes”.
“No te debo ni una maldita cosa” espeta él.
Niego con la cabeza y me levanto. “Bien. Te dejaré entonces” y camino
hacia la puerta.
“Alto” dice.
Leo nació para ser un líder. La sola palabra me detiene en seco. Me muerdo
el labio y me giro para mirarlo. Sus piernas están separadas y su vaso
apoyado en el reposabrazos. Tamborilea con los dedos a un lado.
“Ven aquí” dice.
Tengo el cuerpo dividido. Quiero resistirme a él... bueno, la verdad, quiero
mandarlo a la mierda por hablarle así a la madre de su hijo, pero no puedo
contenerme. Avanzo hasta situarme entre sus piernas abiertas.
“Siéntate” me dice.
Dudo por solo un segundo, pero es tiempo suficiente para que él tome mi
mano y me hale hacia su regazo.
Rodea mi cintura con su brazo y se queda mirándome con una intensidad
que me hace sentir un escalofrío. El foco de su atención es duro,
concentrado, implacable.
Trago nerviosamente. “¿Qué haces?” digo.
“Mirándote”.
“¿Puedes dejar de hacerlo?”.
“¿Por qué?” solicita él. “¿Te hace sentir incómoda?”.
Extiende la mano y agarra un mechón de mi cabello, lo enrolla alrededor de
sus dedos. El gesto hace que mi estómago se agite nerviosamente.
El latigazo emocional me está afectando. En un momento, estoy planeando
marcharme con su hijo nonato para escapar del sangriento mundo de la
Bratva. Al siguiente, lo veo molesto y corro tras él para… ¿consolarlo?
¿De qué serviría eso? ¿Qué bien puedo hacer por él? Leo no necesita a
nadie para nada. Y menos para consolarle. Y menos a mí.
“Respóndeme, Willow” dice él.
Asiento con la cabeza. “Sí, me pone incómoda”.
Ladea la cabeza, sin dejar de mirarme, y dice: “¿Entonces por qué estás
aquí?”.
Esa es la pregunta del millón. ¿Por qué estoy aquí? Le doy la espalda para
ocultar mi rubor, pero sé que estoy peleando una batalla perdida. Este
hombre ve todo. Lo sabe todo.
“Pensé que podría ayudar” digo en voz baja, con sinceridad. “Parecías
molesto, y yo quería...”.
“Has elegido un momento curioso para convertirte en una esposa Bratva”
comenta con irónica diversión.
Me lo tomo como algo personal. Lo dice como si fuera imposible. ¿Cómo
podría yo serle útil? Nunca seré más que una clave indefensa para él. Una
carga a la que se encadenó por necesidad, nada más.
Me bajo de su regazo. Él no me detiene.
También me lo tomo como algo personal.
“Ningún hombre es una isla, Leo” digo. “Todos necesitamos a otras
personas. Incluso tú”.
“Es cierto” dice. “Pero yo tomo lo que necesito”.
“Lo sé” digo, royéndome el interior de la mejilla para contener el torrente
de emociones. “Lo sé mejor que nadie más”.
Nos miramos fijamente un momento más. Entonces ya no puedo más. Me
doy la vuelta y huyo de la habitación tan rápido como mis pies me
permiten. Y aun así, incluso mientras huyo, incluso siendo plena y
completamente consciente de que estoy dispuesta a que me rompa el
corazón, no puedo ocultar que una parte de mí, una parte desesperada de
mí, lo único que desea es arrastrarse de nuevo hasta su regazo.
Al parecer, aparte de estúpida también soy masoquista.
Y Leo Solovev es mi tormento preferido.
38
LEO

Intento luchar contra esto, contra ella, pero no puedo.


A decir verdad, ni siquiera quiero.
Es tarde, pero camino por el pasillo hasta la suite que se supone que
compartimos. Willow está en la cama, envuelta en sábanas y sueños. Sus
pestañas revolotean suavemente y una pierna sobresale por debajo de las
sábanas, revelando toda la longitud de su pierna, hasta el muslo.
Me acerco a ella y noto que se ha quitado por completo el camisón. No hay
nada más entre ella y yo excepto la sábana que cubre su cuerpo.
Me quito la ropa hasta que quedar tan desnudo como ella y me deslizo en la
cama con ella.
Se agita. La sábana cae y revela la curva de su seno derecho. Mi pene, que
ya está duro, salta de deseo al verlo.
Extiendo la mano y lo ahueco, haciendo círculos con mi pulgar sobre su
pezón hasta que se endurece para mí. Ella gime y se voltea hacia mí.
Mientras duerme, no puede negar lo que tanto se esfuerza por evitar cuando
está despierta: que me desea de una forma que no se puede expresar con
palabras.
Me inclino sobre ella y paso la punta de mi lengua por su cuello. Ella deja
escapar un pequeño jadeo. Noto que se despierta, así que retiro suavemente
la sábana de su cuerpo y sustituyo su calor por el mío.
Ella abre los ojos y parpadea cuando apoyo mi pecho sobre el suyo. La
confusión es palpable. Pero sólo tarda un segundo en orientarse.
Y cuando lo hace, ¿dónde está la ira que espero?
Nunca aparece.
En su lugar, el deseo arde en sus ojos. Ella desliza una mano por mi espalda
hasta mi trasero y atrae mis caderas hacia ella. Sus piernas se abren un poco
más, invitándome a entrar.
Me cierno sobre ella, con los labios a escasos centímetros de los suyos. Sé
lo que quiere, pero me resisto a dárselo. El solo hecho de que yo esté aquí
me enfada.
Pero he decidido dejar la lógica a un lado. Dejo que el instinto y el deseo
tomen el control.
Siento las puntas de sus pezones contra mi pecho. Si empujo dentro de ella
ahora, sé que la encontraré húmeda y deseosa.
Sus muslos tiemblan alrededor de mis caderas y ella se levanta ligeramente
hacia mí, pero aún no le doy lo que quiere. Sigo provocándola.
Aprieto mi duro pene contra su raja, lo empujo lo justo para hacerla gemir y
luego lo saco de nuevo. Sin dejar que ella se relaje.
“Leo...” gime ella.
Mierda. No espero mi propia reacción cuando ella pronuncia mi nombre.
Mi cuerpo se pone rígido al instante. Una palabra y estoy a punto de
explotar sobre ella antes de haberme deslizado completamente dentro.
Le aprieto el costado con una mano, dispuesto a darle la vuelta para cogerla
desde atrás. Pero entonces sus labios se fruncen al exhalar y sus párpados se
cierran lentamente. Es hipnótico.
Me doy cuenta de algo: quiero observarla mientras se corre.
Vuelvo a presionar en su abertura, pero esta vez cumplo la promesa.
Deslizo mi punta dentro de ella y sus hinchados labios ceden para
acogerme. Sus caderas se elevan a mi encuentro y se traga todo mi pene.
“Alguien está ansiosa” gruño en su oído.
Su respuesta no es más que un tembloroso gemido.
Le agarro ambas manos y las aprieto contra el colchón. Luego empiezo a
mover mis caderas contra su pequeño y apretado coño.
Salgo y vuelvo a entrar, esta vez con más fuerza. Repito y repito. Sus
pechos rebotan con cada embestida, lo que me anima a cogerla más rápido.
Hasta que mis caderas son solo un borrón de sudor, mis músculos arden y
estoy vibrando de pies a cabeza con un orgasmo que está a punto de
golpearme como un tren desbocado.
Ella también. Pero justo cuando está a punto, la levanto.
Sus piernas rodean mi cintura y sus brazos se aferran a mi cuello. Ella
rebota sobre mi pene, con sus rodillas apoyadas en la cama, mientras sus
gemidos son cada vez más fervientes.
Entonces, cuando veo que está a punto de encenderse, caigo de espaldas.
Ella encima de mí. Sus ojos brillan de deseo. Empieza a cabalgarme con
fuerza.
Sus pechos rebotan en mi cara y los acaricio mientras ella se deja caer sobre
mí una y otra vez. Una ligera palmada en su trasero hace que ella se
retuerza, grite y cabalgue aún más rápido.
Pequeñas gotas de sudor comienzan a formarse a lo largo de su clavícula.
Sus manos se plantan en mi pecho, echa la cabeza hacia atrás y entonces
todo termina. Ella se corre entre suaves balbuceos, con la columna arqueada
al máximo para poder gemir hasta el techo.
“Mírame cuando te corras” gruño. Levanto la mano y agarro su barbilla
para obligarla a bajar la cara. Tiene los ojos en blanco, sin ver nada,
inundada de sensaciones sin sentido. Las yemas de sus dedos tiemblan en
mis pectorales.
Luego, cuando el orgasmo termina de atravesarla, ella suspira y se
desploma hacia delante, con la frente apoyada en el dorso de sus manos.
La miro fijamente, admirando la forma en que su cabello negro cae sobre
sus hombros y contrasta con su piel lechosa.
Ella es una puta visión. La encarnación misma de Afrodita.
Sus dedos trazan lentos círculos en mi pecho. Me quedo tumbado, aún
dentro de ella. No parece tener prisa por cambiar eso. Yo tampoco.
Entonces de pronto algo cambia. La calma en el aire se desgarra. Sus ojos
azules se agrandan. En un instante, levanta las caderas y salta sobre mí.
Antes de que yo pueda siquiera sentarme, ella está en el baño. Unos
segundos después, la escucho vomitar.
Sigo a Willow y la encuentro arrodillada en el suelo, abrazando el inodoro.
Se echa hacia atrás el salvaje y sudoroso cabello y vomita una y otra vez
hasta que no queda nada por salir.
“¿Estás bien?” le pregunto cuándo ha terminado.
Su cara está pálida, pero el color está regresando rápidamente. La
vergüenza pinta sus mejillas. Alcanza un poco de papel higiénico y se
limpia la boca. Lentamente, se pone de pie y se acerca al lavabo para
quitarse el mal sabor de boca.
“Willow” digo en tono grave.
Hace gárgaras y escupe el agua. “Estoy bien. Seguro... he atrapado un bicho
o algo así”.
Observo mientras se mueve con cautela por el baño. Agarra su cepillo de
dientes y se frota la lengua. No parece tan alterada como esperaba. Casi
como que... si no estuviera sorprendida.
Su cuerpo desnudo está a la vista. Parece estar bien. Sana, e incluso...
vibrante.
La última vez que la vi lucir algo menos que bien fue cuando mataron a
Jessica. También vomitó ese día. En ese momento, lo atribuí al shock,
pero...
Distraídamente, ella pasa una mano por su vientre. Es un gesto rápido, solo
un roce de dedos sobre su abdomen. Pero en cuanto Willow se da cuenta de
lo que ha hecho, aprieta su mano en un puño y la deja caer a su costado.
Y en ese momento, sé todo lo que hay que saber.
“¿Estás embarazada?” pregunto.
En el espejo, sus ojos se agrandan. Se atraganta con la pasta de dientes
mientras se apresura a responderme. “No” escupe ella y se limpia la boca
con el dorso de la mano. “No, no lo estoy. No, no”.
El engaño es mi arte. Mi oficio. Sé cuando la gente me está mintiendo. Y
puedo ver las mentiras escritas en ella.
Mi mujer no sólo está embarazada... lo sabe desde hace tiempo.
“¿Cuánto hace que lo sabes?” inquiero.
Ella sacude la cabeza en un patético intento de mantener la mentira. “No...
yo no estoy embarazada... sólo estoy enferma. He pillado un bicho
estomacal... es solo eso...”.
La agarro del brazo y la giro para que me mire. Cae contra mi cuerpo. Los
dos seguimos desnudos y Willow parece darse cuenta de golpe. Sus mejillas
enrojecen. Se rodea el abdomen con el otro brazo e intenta separarse de mí.
“Suéltame, Leo”.
“¿Cuándo ibas a decírmelo?” exijo. “¿Cuánto tiempo ibas a guardar este
secreto?”.
Abre la boca para seguir fingiendo. Pero una mirada al fuego de mis ojos la
convence de lo contrario. Veo que decide dejar de actuar.
No tiene sentido mentir.
Ya sé la verdad.
“No lo sé” susurra. “No estaba segura de decírtelo”.
Es la maldita respuesta equivocada.
“Esta es la parte en la que me dices que estás bromeando” gruño. “O si no
las cosas están a punto de ponerse muy, muy feas para ti”.
“¿Puedes culparme por querer mantenerlo oculto?” pregunta inflexible.
“Has dejado claro que me estás utilizando. Si te hablara de este bebé, nunca
me dejarías marchar”.
“¿Qué te hace pensar que te dejaría ir de cualquier forma?” le digo.
Ella echa los hombros hacia atrás y se yergue frente a mí. El hecho de que
esté desnuda la hace parecer aún más feroz.
O quizá es mi hijo creciendo dentro de ella lo que lo está cambiando todo.
Doy un paso adelante, pero ella se mantiene firme. Aprecio la lucha que hay
en ella, pero no importa. No importa lo fuerte que se crea, yo soy más
fuerte.
Ella se doblará.
Ella se romperá.
Ella se rendirá.
“Ahora eres mía, Willow” le digo.
“Nunca seré tuya. Tú no puedes simplemente tomar algo así de mí. Yo
tengo que dártelo”.
“Creo que acabas de hacerlo” digo lascivamente, mirando hacia las
desordenadas sábanas.
“El sexo no es lo mismo que el amor” espeta ella.
“Yo no quiero tu puto amor” siseo. “Lo que espero de ti es obediencia. Lo
que espero de ti es una puta lealtad”.
“Pues vete a la mierda” me ladra. “¿Quieres esas cosas? Elige a otra mujer”.
“Créeme: algunos días, desearía haberlo hecho. Eres casi más problema de
lo que vales. Pero ahora es demasiado tarde. Estás esperando a mi bebé. Mi
heredero. Así que eres mía, Willow Solovev. Para bien o para mal,
¿recuerdas?”.
Ella se estremece. “¿Qué te hace pensar que quiero tener a tu bebé?” dice.
Deslizo mis dedos a lo largo de su brazo. La piel de gallina estalla en el
rastro de mi toque. “Porque gritas que lo quieres de todas las maneras
posibles”.
“Crees demasiado de ti mismo”.
“Sabes que mi semilla está goteando por tus piernas mientras hablamos,
¿verdad?”.
Intenta apartarme, pero yo podría ser una pared de ladrillos. No me muevo
y se encuentra atrapada entre la pared y yo.
“Déjame pasar”.
“No”.
Ella levanta su mirada para encontrarse con la mía. “Quiero más para mi
hijo que la vida de la Bratva, Leo”.
Mis ojos se enfrían. Si tan solo ella supiera.
“Lo que tú quieras es irrelevante” digo, me giro y me dirijo hacia la puerta.
“Mañana vendrá un médico a verte. Hasta entonces, duerme. Ahora llevas a
mi hijo. Espero que te cuides”.
39
WILLOW

Tengo que salir de aquí.


Desde el momento en que Leo me deja sola y cierra la puerta a su paso, es
todo lo que puedo pensar.
Tengo que huir. Tengo que correr. Tengo que largarme de aquí.
Cada vez que parpadeo, veo su espalda desnuda, sus músculos tensos
mientras se aleja de mí. Lo veo cerrando la puerta detrás de él, con los
puños apretados, la mandíbula apretada.
Sonaba más como el ruido de una celda al cerrarse.
Hubo un tiempo en el que me habría tomado todo esto a la ligera. Me habría
quedado en la cama llorando. Habría aceptado mi destino como algo
imposible de cambiar.
Pero soy una mujer diferente a la que era cuando entré por primera vez en
esta mansión.
Aquella chica era ingenua. Una víctima.
Ahora tengo que ser más que eso, por mí misma y por el bebé que crece
dentro de mí.
Tengo que proteger a mi hijo.
¿Pero cómo?
El complejo tiene niveles de seguridad de Fort Knox. Incluso si de alguna
manera pudiera burlar las cámaras de seguridad con circuito cerrado de
televisión y los sistemas de alarma con sensor de movimiento, hay hombres
armados apostados en cada salida principal. Es una fortaleza en todo menos
en el nombre.
Pienso en llamar a mis padres, pero ¿cómo puedo explicarles todo esto por
teléfono? ¿Y qué harían incluso si lo entendieran? Sin mencionar que, si mi
teléfono está intervenido y la llamada es interceptada, los delataría antes de
dar un solo paso fuera de esta habitación.
Si quiero escapar, tengo que pensar fuera de la caja. No puedo permitirme
otro intento fallido como cuando traté de escalar el enrejado. Tengo que ser
más inteligente.
Miro la hora. En un par de horas, vendrá un médico para revisarme y
asegurarse de que el bebé esté sano.
Ahí es cuando me doy cuenta. El médico puede ser el plan.
El médico no tiene que venir a mí. Yo puedo ir a él.
Mi plan está a medio formar cuando me veo recorriendo la habitación
buscando algo afilado. Me fijo en el cuchillo de mantequilla de la bandeja
del desayuno. No tiene filo, pero con la presión suficiente servirá.
Me subo el vestido hasta dejar el muslo al descubierto. La mano me tiembla
tanto que casi se me cae el cuchillo.
“Vamos, Willow. Tú puedes hacer esto” murmuro. “Tienes que hacer esto...
por tu hijo”.
Tan fuerte como puedo, me corto la piel con el cuchillo.
Hago el corte en lo alto del muslo, lo suficiente para que parezca que la
sangre sale de entre mis piernas.
Hago tres cortes, antes de que me duela demasiado. Ahogo un grito en el
codo y vuelvo a cortar, aunque sólo sea para demostrar que no soy cobarde.
Compruebo la herida. Ahora sangra a borbotones. Aprieto amabas piernas
para que se empape la sangre por ambos lados. Definitivamente parece que
estoy abortando.
Ya no hay vuelta atrás. He llegado demasiado lejos. Antes de pensarlo
demasiado, escondo el cuchillo bajo el colchón.
Si meto la pata en esta actuación, no sólo me quedaré atrapada aquí para
siempre, sino que vigilarán todos mis movimientos. Tengo que vender esto.
Tomo una respiración profunda...
Y grito.
Los pasos truenan hacia mí de inmediato. Una de las criadas es la primera
en entrar a la habitación. Ella es mayor, de mediana edad al menos, con
cabello oscuro y canoso en las raíces. Tan pronto como entra, ve la sangre y
se queda boquiabierta.
“Creo que... creo...” balbuceo mis palabras, mi voz tiembla, ni siquiera es
un acto sino con genuino miedo. “Creo que estoy abortando” señalo.
Ella sale corriendo de la habitación sin decir una palabra.
Me muerdo el labio para no volver a gritar, me meto la mano entre las
piernas y me hundo un dedo entre los cortes para que la sangre siga
fluyendo.
Cuando oigo más pasos en el pasillo, esta vez más fuertes, más furiosos,
casi con toda seguridad masculinos, me pongo rígida. Ha llegado el
momento. Este es el momento. Es mi única oportunidad.
Leo irrumpe en la habitación, sus ojos buscan. Cuando me ve, se acerca a
grandes zancadas. Controlado. Tranquilo. Seguro.
“¿Qué ha pasado?” me dice.
“Yo... yo no sé... empecé a sangrar” digo e inhalo bruscamente, casi como
en un sollozo. “Puede que esté perdiendo al bebé” casi grito. Él se acerca a
mí, pero yo doy un paso atrás. “¡No me toques! Necesito ir a un hospital”.
Él no discute. Me agarra de la mano y me saca por la puerta hacia el pasillo.
Jax ya está en lo alto de la escalera. Por una vez, no hay sonrisa en su cara.
Cuando hay problemas, los hombres de Leo se mueven rápido.
“Trae el auto” ladra Leo. “Tenemos que llevarla a un hospital. ¡Ahora!”.
Leo agarra mi mano, manchándose con la sangre en mis dedos. Él mira su
mano y por un segundo, creo que me ha atrapado. Va a saber que me hice
esto a mí misma. Me va a descubrir.
Empiezo a temblar descontroladamente, lo que, irónicamente, hace que la
actuación sea aún más convincente.
Leo me mira con ojos oscuros. “No te preocupes. No vas a perder a este
bebé, Willow”.
Suena tan seguro de sí mismo. No percibo ninguna duda en su tono. Leo
Solovev está tan seguro de sí mismo que cree que puede controlar la
muerte.
Y yo estoy tan angustiada que casi le creo.
Bajamos las escaleras lentamente. Leo me ayuda a subir al asiento trasero
del Wrangler y luego me sigue. Jax ocupa el asiento del conductor y pisa el
acelerador en cuanto estamos listos.
De momento, todo va bien.
Pero puede pasar cualquier cosa de aquí a que lleguemos al hospital.
Necesito encontrar el momento justo para salir corriendo.
“¿Cómo te sientes?” pregunta Leo.
“Como si fuera a tener un aborto” digo robóticamente.
Sus dedos se crispan. Por un momento, creo que se acercará y tomará mi
mano. Para consolarme en lo que parece un momento de desesperada
necesidad. Para abrazarme y decirme que todo va a salir bien, no porque
pueda controlar el resultado, sino simplemente porque se preocupa lo
suficiente como para capear el temporal a mi lado.
Pero cuando vuelvo a mirar su mano, está completamente inmóvil.
Intento no parecer tan destrozada como me siento. Incluso ahora, mientras
escalo en mi plan, sigo esperando que Leo cambie. En realidad, lo espero.
Quiero que me dé cosas que me ha jurado una y otra vez que no puede ni
quiere darme.
Es por eso que tengo que irme.
Tengo que encontrar mi propio camino, separada de hombres como él. Es
hora de que aprenda lo que es ser verdaderamente independiente.
Nos detenemos frente a un enorme hospital privado. Brilla bajo el sol. Me
traen una silla de ruedas y una enfermera mayor de rostro amable me ayuda
a subirme. Jax y Leo me acompañan al interior.
“Tendrá que registrarse, señor” le dice la enfermera a Leo.
Jax se despega para hacerlo él sin que nadie se lo pida. Leo se acerca más a
mí. ¿Alguna vez se separará de mí? ¿Cómo voy a encontrar una
oportunidad para huir si él nunca me da un momento?
“Llévela a una habitación privada” ordena Leo a la enfermera. “Quiero
cuidados las veinticuatro horas del día. Haga lo que tenga que hacer para
proteger al bebé”.
“Por supuesto señor” le dice ella.
Antes de que pueda gritar otra orden, él recibe una llamada telefónica. Me
preocupa que no responda. Pero para mi alivio, si lo hace.
Solo dice unas pocas palabras en rudo ruso, luego su expresión se vuelve
oscura. Me da una mirada rápida y se aleja, con la cabeza baja mientras
gruñe al teléfono.
Todavía estamos en el vestíbulo. Las puertas están a sólo unos metros de
distancia. Pero ya no puedo ver a Jax y Leo está totalmente ocupado en su
llamada.
Esta es la ventana de oportunidad que tengo.
Miro a la enfermera. “¿Puedo tener un poco de agua, por favor?”.
“En cuanto lleguemos a la habitación...” dice.
“Por favor” digo con voz áspera. “Necesito algo de beber ahora mismo”.
Mira la espalda de Leo y sé que recuerda su orden. No es difícil imaginar lo
que haría un hombre como Leo si ella desobedece. Pero ella cede.
“Por supuesto, cariño. Vuelvo enseguida” dice, atraviesa una puerta a la
izquierda y desaparece. Yo miro de nuevo a Leo. Todavía está de espaldas,
pero ahora se ha movido algo más lejos por el pasillo.
Este es el momento.
Lento, al principio. Me levanto y camino decidida hacia la puerta, me
muevo lo más rápido posible sin montar una escena. Los ojos pasan sobre
mí y luego se alejan, sin darse cuenta.
Y cuanto atravieso las puertas, salgo corriendo.
En el estacionamiento, me lanzo a un lado y tomo un desvío alrededor del
enorme edificio principal. Atravieso un pequeño aparcamiento,
zigzagueando entre los coches, hasta que llego a la acera.
En cuanto llego a la calle principal, pido un taxi. Se detiene justo a tiempo,
como si todo hubiera sido diseñado para que ocurriera así. No lo cuestiono,
me subo.
El conductor ni siquiera me mira mientras subo y le doy la dirección de mis
padres. Se limita a asentir y se pone en marcha.
El taxímetro avanza lentamente mientras recorremos kilómetros de
autopista. No paro de girarme en el asiento, esperando ver una fila de
todoterrenos negros siguiéndome. Leo ya tiene que saber que me he ido.
¿Qué pensará que ha pasado? ¿Vendrá por mí?
Intento mantener la calma respirando hondo, pero el trayecto parece eterno.
En cuanto el coche se detiene frente a la casa de mis padres, abro la puerta y
salgo.
“¡Eh, señora!” grita el conductor, pasando un brazo por encima del asiento
del copiloto y levantando una ceja. “Me debe 12,60 dólares”.
Ni siquiera necesito mirar mi falta de bolsillos para saber que no tengo
efectivo.
“Disculpe, no tengo cambio. Deje que entre y se lo pida a mis padres”.
Se encoge de hombros. “Mantendré el taxímetro en marcha”.
Asiento agradecida y corro hacia la puerta principal. No llego a ver la casa
de mi infancia como me hubiera gustado, como siempre pensé que lo haría
si alguna vez arreglaba las cosas con mis padres. Sólo puedo echar un
vistazo rápido mientras subo a toda prisa.
Pero no parece que haya cambiado mucho. Un jardín ordenado y bien
cuidado con algunas plantas grandes que se abren en abanico alegremente
en el porche. Cuando llamo a la puerta principal, noto que el color de la
pintura es ligeramente diferente de lo que recordaba. Más crema que
blanco. Por alguna razón, eso hace que me duela el corazón.
“¡Mamá!” llamo desesperada. “¡Papá!”.
Odio hacerles esto. Odio aparecer en su puerta con sangre corriendo entre
mis piernas y otro matrimonio fallido en mi espejo retrovisor.
Pero he aprendido mi lección. No hay tiempo para el orgullo. Tengo que
hacer esto por mi hijo.
Sigo llamando.
Nadie responde.
Miro por encima del hombro y el taxista se asoma a la ventanilla y me mira.
“¡Mamá! ¡Papá!” vuelvo a decir.
Veo su coche aparcado en la entrada. Es demasiado tarde para que aún estén
en la cama y demasiado temprano para estar en la siesta.
Desesperada, pruebo el pomo y, para mi alivio, está abierto. La puerta se
abre de golpe. Me apresuro a entrar. Pero nada más entrar, me detengo en
seco.
Algo no encaja.
Entonces escucho el ruido de un motor y el chirrido de unas ruedas. Me
vuelvo hacia la puerta y veo que el taxista se marcha.
¿Por qué se iría sin su paga?
Se me pone la carne de gallina mientras hago una pirueta.
¿Es posible que Leo haya llegado antes que yo? ¿Acaso predijo mis
movimientos y me tendió una trampa?
“¿Mamá?” llamo de nuevo. Mi voz es increíblemente temblorosa ahora.
Con cada segundo que pasa, puedo sentir que mi determinación se
desvanece.
Luego doy la vuelta en la esquina y entro en la sala de estar.
Sobre el respaldo del sofá verde pastel, veo la parte superior de la cabeza
calva de mi padre. Está desplomado en un ángulo extraño.
Y sin moverse.
“¡Papá!” avanzo hacia él, pero cuando doy la vuelta al sofá, veo a mi madre
acostada junto a él. Está tan encorvada que no la vi desde el otro lado.
Caigo de rodillas. “¡Mamá!”.
Una mirada, y sé que no están durmiendo.
“Por favor no se mueran. Por favor, que no estén muertos” suplico. Agarro
sus muñecas para sentir el pulso.
Antes de que pueda percibir algo, una voz viene de la cocina. “No te
preocupes. No están muertos”.
Es tranquila y controlada... y claramente femenina.
Levanto mi mirada para ver a una mujer entrando en la sala de estar. Ella es
preciosa. A pesar de todo, ese es el primer pensamiento que tengo.
Es alta y esbelta, viste elegantes pantalones negros, botas de cuero hasta las
rodillas y un suéter negro manga larga que acentúa su figura. Su cabello
rubio cae en elegantes ondas sobre sus hombros y sus ojos verdes se clavan
en los míos. Su sonrisa es despiadada.
“Han sido sedados” dice sin un ápice de preocupación. “Igual que lo harán
contigo”.
Oigo unos pasos pesados detrás de mí y me giro justo cuando algo afilado
me pincha el cuello. Abro la boca para gritar, pero no sale ningún sonido.
Lo último que recuerdo es caer. El mundo se vuelve hacia un lado.
Luego todo se vuelve negro.
40
LEO

No puedo ignorar esta llamada, por mucho que ahora lo quiera. No del
Agente 31.
“Será mejor que esto sea bueno” siseo en el teléfono.
“¿No lo es siempre?” contesta ella.
“Hoy no tengo tiempo para coqueterías. Escúpelo” digo.
“El momento es ahora” dice ella. “Estarán en el Manhattan Club dentro de
una hora”.
“¿Qué pasa con mi hombre?” inquiero.
“Él ya no está en el edificio. Las únicas muertes serán de Mikhailov”.
Aprieto los dientes con satisfacción mientras la promesa de la victoria
empieza a hacerse tangible.
“Hay una cosa más” dice.
La creciente excitación en mi pecho baja al instante. “¿Qué pasa?” inquiero.
Pero antes de que pueda pronunciar otra palabra, la línea se corta.
“¡Mierda!” grito tan alto que los demás me miran. Yo los miro hasta que
todos apartan la vista.
Jax se apresura hacia mí. “¿Qué pasa?”.
“Era el Agente 31” digo bruscamente. “Se cayó la comunicación”.
“Sabemos por qué”.
“Eso no significa que me guste”.
Jax mira a su alrededor y dice: “Acabo de registrarla. ¿Ya la subieron a su
habitación?”.
Me doy la vuelta. Busco a Willow y a la enfermera que estaba con ella. Un
segundo después, veo que la enfermera viene hacia mí con un vaso de agua
en la mano. Mira detrás de mí y sigo su mirada para ver lo que ella está
viendo.
Una silla de ruedas vacía.
Al instante, todo encaja. El por qué Willow quería venir al hospital. El por
qué no quería que ni la tocara.
Esto no es una emergencia médica.
Es una huida.
“Por Dios” gruño. “Ella ha huido”.
Estoy molesto. Absolutamente lívido. Pero maldita sea, admiro sus agallas.
La mujer tiene agallas.
“Leo...” dice Jax.
“No te molestes” digo, ya saliendo del hospital. “Sé adónde ha ido. Reúnete
conmigo allí lo antes posible con un equipo”.
“¿Dónde?” me dice.
“¿Dónde si no?” grito. “En casa de sus padres”.
Corro hacia el Wrangler, salto adentro y empiezo a correr por las calles.
Tomo atajos y me salto semáforos, pero al final llego demasiado tarde.
La puerta principal no está cerrada del todo. Se abre fácilmente. Y en
cuanto estoy dentro, sé que hay demasiado silencio.
Saco mi pistola y registro el lugar, pero puedo sentirlo: ella ya se ha ido.
“Maldita sea, Willow” digo en voz baja.
Quiero estrangularla por esto. ¿De verdad pensó que podía estar a salvo sin
mí? ¿Después de todo lo que ha visto? ¿Después de lo que le pasó a
Jessica?
Entro en la sala de estar y encuentro a sus padres desplomados contra el
sofá. Me pongo de rodillas, compruebo sus pulsos.
Ambos están vivos y respirando. Han sido sedados, no asesinados. Y ambos
están volviendo en sí ahora. Guardo mi arma y me siento en la mesita, justo
frente a ellos.
La madre de Willow despierta primero. Sus ojos se abren lentamente, pero
tan pronto como aterrizan en mí, está completamente despierta.
Instintivamente, se estira, buscando a su esposo. Cuando lo ve a su lado,
recostado contra el sofá, grita su nombre. “¡Benjamín!”.
Ella agarra la parte delantera de su camisa y lo sacude. Sus ojos, llenos de
preocupación, encuentran los míos.
“¿Q-qué... él está bien? ¿Qué le has hecho?” dice.
Mujer tonta. El pánico no soluciona nada. Tampoco la ira, aunque tengo una
buena cantidad de ella erizada bajo mi piel.
“Yo no hice nada” digo. “Así es como los encontré a ambos”.
El papá de Willow comienza a moverse.
“Tu esposo está bien, ¿ves? Se está despertando” le digo.
Ella lo mira a la cara y el alivio colorea sus suaves rasgos.
“Nat... Natalie” balbucea él.
Hay algo que decir sobre una pareja cuyo primer pensamiento después de la
inconsciencia es el uno en el otro.
Benjamín se incorpora. Se toman juntos de las manos.
“Nat, ¿qué pasó?” pregunta de nuevo. Entonces se da cuenta de que estoy
sentado allí frente a ellos. “¿Quién eres tú?”.
“Soy Leo” les digo. “Leo Solovev”.
Me doy cuenta de que reconocen el nombre. Natalie me mira con
curiosidad. Benjamín también, pero tengo la sensación de que me está
evaluando más que nada.
Entiendo el impulso. Intenta proteger a su familia.
No servirá de nada. Pero admiro el instinto.
“¿Eres nuestro... yerno?” pregunta Natalie vacilante.
“Lo soy. ¿Pueden decirme qué recuerdan antes de desmayarse?” inquiero.
Ellos intercambian una mirada, luego Ben niega con la cabeza. “Había un
hombre aquí. En la casa. Solo vi un destello de él antes de... bueno, no
puedo recordar. Me desmayé”.
“Yo escuché un ruido y corrí hasta aquí” interviene Natalie. “Vi a Ben
acostado boca abajo en el sofá y había un hombre con él. Es todo lo que
yo... Leo, ¿qué está pasando?”.
“Les daré la versión corta porque no tengo tiempo para nada más” digo.
“Hay gente ahí afuera que quiere hacerme daño. La forma más rápida de
hacerlo es llegar a las personas más cercanas a mí. Lo que, en este
momento, incluye a ustedes dos”.
“¿Por qué?” pregunta Benjamín de inmediato. “Ni siquiera te conocemos”.
“Porque ustedes son los padres de mi esposa”.
Natalie se da cuenta de golpe. “¡Willow! ¿Dónde está Willow?”.
“Creo que ella vino aquí a verlos” digo. Omito el hecho de que ella estaba
huyendo de mí en ese momento.
“Oh, Dios” gime Benjamín. “¿Estás diciendo que quienquiera que vino aquí
y nos dejó inconscientes podría tener a nuestra hija?”.
La desesperación se convierte en rabia en el rostro de Benjamín. El hombre
de aspecto remilgado no parece que deba ser capaz de sentir esa emoción,
pero veo la devoción por Willow ardiendo profundamente en sus ojos.
Él haría cualquier cosa para salvarla.
También admiro ese instinto.
Asiento con la cabeza y digo: “Estoy casi seguro de ello”.
Casi. Ahí está esa palabra otra vez. Odio no estar completamente seguro.
Los ojos de Natalie se estrechan hacia mí mientras me estudia. “¿Quién
eres, Leo? ¿Quién eres tú en realidad?”
“No soy un mentiroso” digo. “Puedes confiar en lo que digo. Pero no puedo
decirte mucho”.
“Entonces dinos lo que puedas” dice ella.
“Soy un hombre poderoso” explico con sencillez. “Y como resultado, tengo
enemigos. Es la razón por la que hice que fueran a ver a Willow en vez de
al revés. Ella se resintió conmigo por ello, pero mi casa está protegida.
Vigilada. Es segura”.
“Dejó a un marido controlador” señala Natalie. “Ella no quiere otro”.
“Casey intentaba mantenerla prisionera. Yo estoy tratando de mantenerla a
salvo. Hay una gran diferencia en eso”.
Ella duda, se muerde el labio y luego asiente. “Te creo”.
Su marido mira entre los dos. “Francamente, no me importa cuáles fueran
tus intenciones. Hay hombres peligrosos que tienen a nuestra hija ahora
mismo. Por tu culpa”.
“No por mucho tiempo” gruño. “Voy a recuperarla. Y cuando lo haga, me
aseguraré de que nadie la vuelva a tocar nunca más”.
Eso parece llegar a través de Benjamín. “¿Eres lo suficientemente poderoso
cómo para hacer que eso suceda?” pregunta.
“Sin la menor duda” exclamo.
Exhala temblorosamente y asiente. “Bien”.
“Ella está embarazada” estalla Natalie.
“¿Qué?” Benjamín la mira boquiabierto. “¿Por qué no me lo dijiste?”.
“Porque ella no estaba lista para que nadie más lo supiera hasta que se lo
dijera...” se interrumpe, se vuelve hacia mí y termina, “a ti”.
“Ya lo sé” digo.
Ella asiente y sus ojos se vuelven conflictivos. “¿También te habló de la
cuenta bancaria? la que...”.
“No, no lo hizo” admito. “Pero yo sabía lo de esa cuenta mucho antes que
ella”.
“¿Cómo?” pregunta Benjamín.
Niego con la cabeza. “Eso es algo que no puedo decirles”.
Natalie y Benjamín intercambian una mirada. Están al borde del pánico,
pero intentan controlar sus emociones. Es mucho que procesar, ciertamente.
Mi mundo no es para los débiles de corazón.
Oigo el chirrido de neumáticos afuera. Natalie y Benjamín se ponen rígidos,
pero les hago señas para que se calmen. “Esos son mis hombres. Van a
llevarlos a un lugar seguro”.
“¿Quieres que nos vayamos de nuestra casa?” pregunta Natalie, apretando
con miedo el reposabrazos del sillón.
“No para siempre” le digo con seguridad. “Sólo hasta que tenga controlada
la situación. En cuanto esté controlada, los traeré de vuelta aquí”.
“No me importa mi casa, Leo” dice ella. “Me importa es mi hija”.
“Ya somos dos” le digo.
“¿La recuperarás?” pregunta ella.
“Lo haré” digo.
“¿Y no dejarás de intentarlo hasta que la consigas?”.
Entiendo su necesidad de seguridad. Ella está poniendo toda su confianza
en un completo extraño. Yerno o no, sigo siendo el hombre que irrumpió en
su sala de estar con un arma en la mano para ofrecerle una explicación vaga
y fragmentaria.
Miro a mi suegra a los ojos y le digo lo más solemnemente que puedo:
“Jamás. Iré hasta el fin del mundo por ella”.
Ella asiente, pero en sus ojos brillan lágrimas.
La puerta principal se abre y entra Jax. Se detiene en seco cuando nos ve a
los tres en la sala de estar. “¿Estoy invitado a la fiesta de la lástima?”.
Tengo que luchar para no rodar mis ojos en blanco. “Este es Jax” explico.
“Pueden confiar en él, a pesar de su patético sentido del humor. Los llevará
a una casa segura”.
“¿Y luego qué?” pregunta Benjamín.
“Luego voy a recuperar a tu hija”.
Los dos asienten. Benjamín se pone de pie con piernas inestables y se dirige
hacia Jax, pero Natalie se planta frente a mí. “Este tipo de vida no es lo que
quería para mi hija. Por no decir otra cosa. Pero por lo que he visto, por lo
que Willow me ha dicho... creo que te ama”.
Me detengo para no preguntarle las palabras exactas. No importa lo que
Willow haya dicho. Mis planes no cambiarán de ninguna manera.
“Sólo...” ahoga Natalie un sollozo. “Lo que tengas que hacer para
recuperarla... hazlo”.
“Lo haré” digo y me giro hacia Jax. “Deja que junten algunas cosas y luego
llévatelos”.
“Entendido, jefe” dice él.
Jax les hace un gesto a Benjamín y Natalie para que vayan delante, y luego
los acompaña arriba para hacer las maletas a toda prisa.
Exploro la sala de estar en busca de pistas, cualquier cosa que pueda
ayudarme a descubrir qué más sucedió aquí. Nada parece fuera de lugar.
Según todos los indicios, es una sala de estar perfectamente normal. Sin
micrófonos ocultos, sin vigilancia.
Gaiman entra en la habitación a través de la puerta principal abierta. Tan
pronto como lo veo, sé que son malas noticias.
“Esto lo dejaron en la mesa de la cocina” dice y me entrega un sobre
blanco. “Está dirigido a ti”.
Se parece a la carta que recibí de “Anya Mikhailov” no hace mucho. La
abro.
La letra está desordenada y toscamente garabateada.
Te hice una generosa oferta de paz y la rechazaste. Me faltaste el respeto y
no me diste otra opción que responder.
Reúnete conmigo en el Almacén Studio esta medianoche o te devolveré a tu
novia en pedazos.
Don Mikhailov
La carta está firmada Don Mikhailov, pero sé que es de Spartak.
Tiro la carta y el sobre al suelo. Cuando lo hago, me doy cuenta de que la
carta no es lo único que Spartak ha dejado para mí.
De la abertura sobresale un pequeño bulto de algo oscuro y brillante. Lo
recojo y reconozco al instante lo que es.
Ya he pasado las manos por ese mismo cabello negro como un cuervo. He
visto cómo se extendía sobre su piel desnuda, cómo captaba la luz de la
luna, cómo goteaba agua caliente en la bañera mientras gemía mi nombre.
Es de Willow.
“¿Y bien?” pregunta Gaiman.
Vuelvo a meter el mechón de pelo en el sobre y me lo meto en el bolsillo
trasero. “Tenemos una reunión esta noche. Prepara a los hombres”.
“¿Es Semyon?” pregunta.
Sacudo la cabeza. “Semyon, Spartak, da igual. De cualquier manera, ambos
están muertos”.
41
WILLOW

Mi cuerpo está consciente del problema en el que me encuentro antes de


que mi mente pueda entenderlo.
El corazón me late tan fuerte que me duele. Busco... algo, supongo. Algo
que pueda tocar para saber dónde estoy y por qué no puedo abrir los ojos.
Pero mis extremidades están pesadas y perezosas y apenas logro mover una
mano antes de volver a dejarla caer a mi lado.
Recuerdo un pinchazo en el cuello.
Recuerdo a una hermosa rubia con una sonrisa cruel.
Recuerdo a mis padres, desplomados en el sofá...
Abro los ojos de golpe. ¿Dónde están mis padres? Cuando mi visión se
aclara, intento incorporarme. Pero siento que mi cuerpo está desconectado,
que no responde.
Miro a mi alrededor y veo que estoy sobre una cama grande y acolchada en
una habitación muy grande, similar a aquella en la que me desperté cuando
llegué por primera vez a la mansión de Leo.
Excepto que obviamente no estoy en la mansión de Leo.
Por un lado, las paredes son de un verde jade oscuro, aún más oscurecido
por las pesadas persianas colocadas sobre las grandes ventanas. Los suelos
son de ébano oscuro y los muebles han sido pintados a juego. Incluso la
puerta es tan oscura que me toma un segundo encontrarla a lo largo de la
pared, como si quien diseñó el espacio quisiera evitar que el habitante
encontrara fácilmente la salida.
Me siento como si estuviera en el fondo de un pozo. Los únicos puntos de
luz en toda la habitación provienen de las blancas pantallas de las lámparas.
¿Dónde estoy?
Me llevo la mano al estómago. No noto ninguna diferencia. Aparte del
sordo ardor de los cortes en la cara interna del muslo, no creo estar herida.
Me siento un poco más erguida y me giro hacia la mitad trasera de la
habitación. Cuando lo hago... un par de ojos oscuros me miran fijamente.
Grito. Un grito fuerte y espeluznante que brota de lo más profundo de mí.
El hombre sentado en la silla no reacciona más allá de una sonrisa tensa.
Tiene el pelo blanco plateado, a juego con el chaleco blanco que lleva
puesto. De su delgado cuello como un lápiz cuelgan cadenas de oro. Puedo
ver todas las venas de sus nervudos brazos.
Es como la caricatura de un viejo con saco, como si ‘El Hombre Delgado’
fuera un gánster, tan ridículamente exagerado que me dan ganas de reírme a
carcajadas.
Pero su expresión cuenta otra historia.
Dice que hay que tomárselo en serio.
“Has estado inconsciente mucho tiempo” dice en voz baja. “Estaba a punto
de despertarte”.
Me alegro de que no lo haya hecho. Lo único peor que despertarse en una
habitación extraña hubiera sido ser despertado por un extraño en una
habitación extraña.
“¿Quién es usted?” logro decir.
“Un hombre que ha recorrido un largo camino” dice simplemente.
Estudio sus rasgos. Es mayor que Leo, puedo decir eso. Parece que tiene
unos cuarenta, tal vez cincuenta, pero tiene el tipo de pelo plateado que
podría pertenecer a un hombre mucho mayor o mucho más joven.
“Puedo ver ruedas girando en tu cabeza” comenta con voz cantarina. “No
me hagas romper la rueda, cariño”.
¿Romper la rueda? ¿Me está amenazando con aplastarme la cabeza? Me
estremezco y su sonrisa se hace más amplia.
“Mi nombre es Spartak Belov. ¿Sabes quién soy?” dice.
Niego con la cabeza. Sé que Leo mencionó el nombre. Sé que pertenece al
mundo de la Bratva. Sé que estoy metida en una profunda mierda.
Pero actuar como ignorante parece ser una apuesta segura. Cuanto menos
sepa, mejor, eso es lo que me dijo Leo.
Pero en cuanto me hago la tonta, me doy cuenta de que he cometido un
error. No son el tipo de hombres a los que les gusta pasar desapercibidos.
Quieren ser temidos. Venerados.
Le he insultado sin darme cuenta.
“No importa” dice, sacudiéndose su molestia. “Pronto sabrás quién soy”.
“Yo... yo no soy de... yo no soy parte de este mundo” tartamudeo. “Sea lo
que sea o quien sea que crea que yo soy, no es cierto. Yo no soy esa
persona”.
Se acaricia la barbilla y me examina durante un largo rato. Luego se levanta
de la silla y se acerca a la cama. Quiero alejarme de él cuando ya está al
alcance de la mano, pero me detengo en el último momento.
No puedo dejar saber lo asustada que estoy. No puedo dejar que sepa que
me está afectando.
No le daré esa satisfacción.
Se detiene a escasos centímetros y tiende la mano hacia mí. Exhalo por la
nariz y me quedo quieta mientras enrolla un mechón de mi cabello entre sus
dedos. Necesito casi todo mi autocontrol para no apartarle la mano de un
manotazo.
Los ojos de Spartak se cierran rápidamente mientras inhala profundamente,
como un catador olfateando vino. “Hueles a fresco” suspira él.
Se necesita cada onza de mi autocontrol para no vomitar. Hay algo en su
apariencia, en la forma en que dice eso, que me revuelve el estómago.
Sé que huelo a sudor y a miedo también. Entonces, a menos que le guste
eso o el olor a sangre seca entre mis piernas, entonces él...
Oh. Oh.
Es la sangre exactamente lo que le gusta.
“Si eso es lo que te excita, ¿puedo apuñalarte en el estómago?” espeto antes
de que pueda detenerme.
Spartak se congela. Entrecierra los ojos y deja que mi cabello caiga de entre
sus dedos. “Hm... eres más de lo que esperaba”.
No sé qué significa eso y decido no preguntar. De todas formas, no es que
busque una conversación. Los hombres como él no quieren compartir el
escenario. Sólo quieren un público cautivo.
Se inclina, y esta vez no puedo evitar apartarme de él, tratando de evitar la
forma en que su aliento agrio y caliente se pega a mi piel.
Pero él no lo permite. Acerca su cara a mi mejilla, saca la lengua y me lame
la mejilla desde la barbilla.
Estoy tan sorprendida que no puedo gritar.
Ni siquiera cuando se sube encima de mí. Intento apartarlo, pero no puedo.
Mis músculos aún están flojos y débiles, y por muy delgado que él esté, hay
más fuerza en esos brazos nervudos que en mí.
Me inmoviliza. Siento su pene entre mis piernas, clavándose, presionando
la tela de mis bragas.
El pánico inunda mi cuerpo y sólo puedo pensar en una cosa.
Leo.
Nunca lo he querido tanto como en este momento.
Me doy cuenta de que Leo siempre ha estado ahí para salvarme. Pero es
poco realista esperar que ocurra lo mismo ahora.
Sin embargo, cuando los labios de Belov suben y bajan por mi cuello,
cuando sus dientes muerden mi carne, me doy cuenta de que Leo no vendrá
esta vez.
Estoy sola.
“¿Interrumpo?” escucho.
Mis esperanzas crecen. No es Leo, pero reconozco la voz de la mujer.
Spartak retrocede un poco, pero está sonriendo. Se baja de mí y solo
entonces puedo ver a la mujer que acaba de entrar por la puerta.
Es la misma hermosa rubia que estaba en la casa de mis padres.
“Hola, kiska” dice Belov, luciendo muy despreocupado y más que un poco
divertido.
La rubia vuelve su mirada hacia mí. Cuando lo hace, se siente como si me
hubieran disparado. Ella es hermosa, pero sus ojos son aterradores. Se ven
sin vida. Planos. Como si cualquier emoción real, cualquier suavidad y luz,
hubiera sido pisoteada sin piedad hace mucho tiempo.
Belov extiende la mano y acaricia de nuevo mi cabello. “Mira lo hermosa
que es, Brittany” dice, como si no fuera más que una muñeca con la que
quiere jugar. “Mira su cabello”.
La mujer se cambió la ropa desde la última vez que la vi. Ahora, viste jeans
azules y una camiseta blanca ajustada que muestra sus perfectos senos. Así
como el hecho de que no lleva sujetador.
Ella camina hacia la cama, con sus largas piernas cierra la distancia en solo
tres zancadas. “No pensé que las morenas fueran tu tipo”.
Con sus dedos todavía alrededor de mi cabello, él alarga la mano y agarra a
la rubia. Brittany, la llamó. La atrae hacia él y la besa, le mete la lengua
hasta la garganta.
Espero que ella le dé una bofetada. Parece que quiere hacerlo. Pero en lugar
de eso, le pone una mano en el hombro y le devuelve el beso
apasionadamente. Se le escapa un pequeño gemido.
Intento apartarme de los dos, pero las garras de él se mantienen en mi
cabello.
“Quédate quieta, pequeña zorra” susurra Belov con una sonrisa mortal en su
rostro. “Te moverás solo cuando yo te lo diga”.
Luego se vuelve hacia Brittany. “Aunque me la coja, tú seguirás siendo mi
reina. Eso nunca cambiará, preciosa mía”.
Ella sonríe, pero no le llega a los ojos. “Más te vale”.
Su mirada se posa en mí. El miedo se retuerce en mi estómago. Está tan
loca como él. O, si no está loca, es insondablemente cruel.
El mundo de Leo puede estar lleno de monstruos.
Pero estos dos parecen ser los peores de todos.
“Tiene una cara pasablemente atractiva” dice Brittany, con una sonrisa
burlona. “Pero no entiendo de qué se trata todo este alboroto”.
Belov nos mira divertido a las dos. “Tal vez deberíamos desnudarla.
Entonces podrías juzgar mejor su atractivo”.
Le dirige una mirada aburrida. “No estoy aquí para cumplir tus putas
fantasías, cariño”.
Ella se gira para irse, pero antes de que pueda dar un paso, la mano de
Spartak se levanta y agarra un puñado de su cabello. La arrastra hacia él,
tira de ella hasta dejarle el cuello al descubierto y le sisea al oído lo bastante
alto como para que yo lo oiga: “Tú harás lo que yo quiera que tú hagas,
querida”.
Luego la suelta, y su cara se suaviza como si nada hubiera pasado.
Brittany parece imperturbable. Aparentemente, esto es algo normal para
ellos. Una rutina que perdió su valor de shock hace mucho tiempo.
¿Es ese mi destino? Si salgo de aquí y formo parte de la vida de Leo, ¿no
seré más que una mascota con la que jugar, a la que patear, a la que
atormentar?
Mirando a la despampanante rubia que tengo ante mí, no puedo imaginar
que ese sea el papel que desempeña. Es despiadada, poderosa. Lo sé con
sólo mirarla. En todo caso, ella le ha permitido que él la coloque por debajo
de él. Interpreta este papel porque quiere.
“No te preocupes” le dice él. “Ella es bonita, pero yo prefiero a las mujeres
que muerden”.
Brittany se relame los labios. “Y tú tienes las marcas que lo demuestran”.
Él pasa el pulgar por la mejilla de ella. El gesto es casi dulce.
Sin embargo, cuando él se vuelve hacia mí, la dulzura se ha ido. “¿Cómo te
gusta?” pide él. “¿Lento y apasionado o con un poco de sangre en la
mezcla?”.
Me alejo de él. Me castañetean los dientes, no de frío sino de miedo.
“Mírala” se burla Brittany. “Maldita felpuda muda. Ella no tiene nada que
tú quieras, cariño. Te aburrirás de ella después de una cogida. Si es que
sobrevive a tanto”.
“Sin embargo, Solovev no parece aburrido de ella” dice él.
Él no me ha quitado los ojos de encima. Como si fuera un acertijo que
quiere resolver.
“Y todos sabemos por qué” se burla Brittany con una risa fría.
“¿Por qué?” balbuceo antes de poder detenerme.
Brittany se ríe a carcajadas. “¿Escuchaste eso, bebé? Es tan despistada
como aburrida. Ella no tiene ni idea”.
Las cejas de Belov bailan con júbilo. “Esto ha resultado ser mucho más
divertido de lo que esperaba”.
¿Por qué todos en este mundo hablan de la vida como si fuera un juego? No
puedo entender la forma en que funciona este mundo. No puedo
imaginarme tener nada que ver con estas personas que se mueven en las
sombras.
Pero ellos sí que parecen interesados en tener algo que ver conmigo.
“No te preocupes, preciosa” me dice él, extendiendo la mano para tocar de
nuevo mi cabello. “Pronto obtendrás todas las respuestas. Pero lo mejor es
que Leo te lo cuente él mismo”.
Se pone de pie con un suspiro y se dirige a la puerta. “Prepárala, Brittany”
ladra por encima de su hombro. “Es la hora del espectáculo”.
42
LEO

El punto de encuentro es como cualquier otro almacén que acoge este tipo
de encuentros siempre. Suelo de cemento con fracturas, oxidadas vigas de
hierro, paredes de ladrillo que han visto derramar sangre y escuchado a
hombres gritar hasta morir. La mayoría de las ventanas han sido tapiadas,
pero las pocas que no lo han sido dejan entrar finos haces de mugrienta luz.
Jax y Gaiman me flanquean a ambos lados al acercamos al edificio. Hay
otros cuarenta hombres a mi espalda, con cara de piedra. Listos para esta
pelea. Han tenido siete años para prepararse.
La mayoría de mis hombres de hoy solían seguir a mi hermano. Lloraron su
muerte junto a mí. Y una vez muerto y enterrado, me juraron lealtad.
La nuestra es una hermandad de sangre, y esta lucha lleva una década
preparándose.
Me pregunto si Belov y Semyon pueden decir lo mismo de los que luchan
bajo su bandera.
Atravesamos las puertas del almacén. Al otro lado, la entrada está atestada
de oscuros camiones y tropas de Mikhailov que pasean de un lado a otro.
Unos cincuenta hombres, creo.
Belov no está entre ellos.
“¿Dónde demonios está?” gruñe Jax desde mi hombro izquierdo.
“Va a hacer una entrada por todo lo alto” digo con desagrado. “Eso es una
puta certeza”.
“¿Y si esto es una trampa?” pregunta Gaiman, dando un paso más cerca.
“Definitivamente está escondiendo algo bajo la manga” digo y miro
alrededor, con los ojos entrecerrados. “Pero no va a ser muy obvio”.
“Siempre lo sabes todo” dice Jax. “Como un puto adivino. ¿Qué crees que
hará?”.
Tengo mis teorías, pero hay algo sobre Belov que me hace dudar. Él no es
de la Bratva, no lo es verdaderamente. No fue criado con las mismas reglas
que nosotros. No tiene el mismo respeto por el honor, por la tradición.
Incluso en la Bratva, por muy violentos que seamos mis hombres y yo,
tenemos un código.
Pero Belov... es diferente.
Para él, el código es la violencia.
“Va a usar a Willow” digo. “De eso estoy seguro”.
“Él no la mataría, ¿verdad?” pregunta Jax.
Estoy seguro de que no lo hará. La propia identidad de ella va a ser la que la
proteja de eso. Pero no se puede saber que le deparará la próxima hora.
“Espera” dice Jax con urgencia. “Alguien va entrando”.
Noto una sombra a través de la puerta. Una figura solitaria camina a través
de las filas de los hombres de Mikhailov.
“Willow” susurro.
Ella se detiene justo delante de la puerta. Lleva puesto un extraño abrigo
negro, algo como para una persona del doble de su tamaño.
Está esperando algo, pero no estoy seguro qué. No está atada ni
amordazada. Podría correr hacia mí si quisiera, pero no lo hace.
¿Se lo habrá dicho él?
“¿Que estará pasando?” sisea Gaiman.
“Tal vez deberías ir con ella” sugiere Jax.
Si hubiera una trampa, sería esta. Ella lo sería. “No” digo con firmeza. “Eso
es lo que él quiere. Manténganse firmes. Todos ustedes”.
Mis hombres no se inmutan ante la orden, sin embargo Jax y Gaiman me
miran con preocupación en sus ojos. Los ignoro y mantengo mi mirada fija
en Willow.
Está demasiado expuesta, demasiado vulnerable. Mi hijo está creciendo
dentro de ella mientras hablamos. Si algo le llegara a pasar a cualquiera de
ellos...
Pero no puedo comprometer todo por lo que he trabajado.
Todos debemos hacer sacrificios.
Lo escucho antes de verlo. “¿No quieres recuperar a tu mujer, Leo?” dice y
su voz parece resonar entre las paredes del almacén.
Spartak Belov aparece por la misma puerta por la que entró Willow. Más de
sus hombres entran detrás de él, junto a una rubia alta cuyos ojos
encuentran los míos de inmediato.
Las puertas se cierran entonces, lentamente, detrás de ellos, bloqueando la
luz.
Belov se adelanta. Ninguno de sus hombres viene con él. Solo lo acompaña
la rubia de la mirada, pero al pasar al lado de Willow, ella la agarra del codo
y la arrastra con ellos.
“Vamos” les gruño a Jax y a Gaiman. “Nos encontraremos con ellos en el
centro”.
Dejando atrás a nuestros respectivos ejércitos, Belov y yo nos detenemos a
la mitad del almacén, estamos a solo unos metros uno del otro.
“Qué amable de tu parte unirte a nosotros, Leo” se burla Belov. “Don
Mikhailov te envía saludos, pero no pudo venir hoy”.
“Déjate de estupideces, Belov” espeto. “Semyon no tuvo nada que ver con
esta reunión”.
“Me halagas. Pero yo solo soy su humilde servidor”.
Ruedo mis ojos en blanco, me esfuerzo para no mirar a Willow. Hay un
miedo en ella que rechina. No necesito mirarla para sentirlo. Puedo
apreciarlo en mi piel como una brisa helada.
“Permíteme presentarte a Brittany” dice Belov y hace un gesto hacia la
rubia cuyas uñas están clavadas en el brazo de Willow. “Ella es mi chica
especial”.
Luego él da un paso atrás, agarra distraídamente un mechón del cabello de
Willow y dice: “Y no hace falta presentaciones en lo que respecta a esta
pequeña”.
Se lleva el cabello de ella a su nariz e inhala profundamente. Quiero
matarlo por tocarla. Pero no dejaré que mis emociones me traicionen.
“Es muy bonita, Leo. Tuviste mucha, mucha suerte” dice Belov.
Jax no está tan sereno. Avanza medio paso, pero levanto la mano para
detenerlo. Se detiene en seco, con una furia que irradia en ardientes oleadas.
Belov le da a Jax una amplia sonrisa. “¡Oh Dios, el perro sabe cómo
obedecer! Es bueno que los tengas tan bien domesticados, Leo”.
Jax ondea de rabia a mi lado, pero no se mueve. Incluso un hombre con su
temperamento sabe que Belov lo está provocando.
Los ojos de Belov brillan divertidos. Junto a él, Brittany estudia a todos a
fondo, sin perderse ningún detalle.
“Fue un error rechazar mi oferta” señala ahora Belov.
Levanto mis cejas y digo: “Pensé que solo eras el humilde servidor de
Semyon, ¿Cuándo se convirtió en tu oferta?”.
Se encoge de hombros. “Yo soy su mensajero. Estoy aquí hablando con su
voz”.
“Que conveniente” digo.
Me da una sonrisa llena de dientes. “¿Qué darías por recuperar a tu preciosa
mujercita?”.
“No estoy dispuesto a dar nada” digo sin rodeos. “Yo siempre tomo lo que
quiero”.
La sonrisa de Belov solo se ensancha. Ambos sabemos que yo podría
dominarle con facilidad. Pero hay una trampa aquí.
Belov no habría orquestado esta reunión si no tuviera un as bajo la manga.
Si actúo precipitadamente, podría poner el juego en sus manos.
“¿Tomas lo que quieres?” repite divertido. “Supongo que podrías
intentarlo”.
Mete la mano en el abrigo y mis hombres se ponen rígidos. La mano de
Gaiman va a su arma. Lo mismo para los cuarenta hombres a nuestras
espaldas.
Pero Belov no saca un arma.
Saca una cajita negra.
“Haz un solo gesto que no me guste y... boom” dice Belov, haciendo la
mímica de presionar el botón rojo en el centro de la caja. “No es muy
potente. ¿Pero atada así a su pecho? Le hará algún daño”.
Entonces miro a Willow. El abrigo de gran tamaño tiene sentido ahora.
Belov colocó una bomba en su pecho.
Ella tiembla, pero su barbilla está firme y sus manos en puños a los lados.
No me mira.
Está intentando ser fuerte. Valiente.
Nunca la he amado tanto.
“¿Qué opinas querida?” dice Belov, volviéndose hacia la rubia. “¿Debería
ser generoso?”.
Ella lo mira con irritación. “No veo el punto, pero está bien, claro”.
Él sonríe, como si ella acabara de decir algo conmovedor. “Por eso eres mi
chica número uno, muñeca”. Se vuelve entonces hacia mí y señala con el
pulgar a Brittany. “Totalmente desprovista de sentimentalismo. Maneja la
muerte sin pestañear. Pero también coge como si fuera su trabajo. Me
encanta eso en una mujer, ¿a ti no?”.
“No sabría decirte” digo. “Nunca he amado a ninguna mujer”.
“Oh, entonces, ¿no te importa que le vuele la cabeza a esta?” dice, mira a
Willow y frunce el ceño. “De hecho, creo que sería una gran pena. Porque
es una cabecita muy bonita, ¿no?”.
Mi expresión no cambia. Ni siquiera me muevo.
Willow está de pie allí, con mi hijo en su vientre. Mi único instinto es
protegerla.
Pero a veces, protegerla significa mantenerme alejado.
“Tú eres el que tiene más que perder” señalo.
Los ojos de Belov se entrecierran por un segundo. Está molesto porque no
estoy jugando su juego. Porque me niego a bailar a su estilo. Parece que se
ha acostumbrado a ser el titiritero, y por un momento, me pregunto si
finalmente veremos aflorar su violencia.
Pero él borra la irritación de su rostro y en su lugar opta por una sonrisa
tonta.
“Odio interponerme entre marido y mujer. Ve allá” le dice a Willow. “Ve
con él”.
Ella mira hacia Brittany, como pidiendo permiso. En respuesta, la perra la
empuja haciéndole dar tumbos hacia mis brazos.
La agarro para estabilizarla, y por ese breve instante, se siente tan
jodidamente bien tenerla al alcance. Sentir su calor y el latido de su
corazón. Saber que está conmigo, sin importar qué tipo de tormenta nos
rodee.
Entonces me obligo a soltarla, a dejarla ir.
“Leo” solloza ella. “Por favor, sácame de aquí. Quítame esta cosa”.
La miro con ojos fríos. No puedo darle el consuelo que ella anhela. No
ahora, no cuando toda su vida depende de mí fuerza. Puede que me odie
después por eso... pero es lo que debe ser.
“¿Por qué huiste?” le gruño.
Ella retrocede ante mi tono, estremeciéndose. “Yo... yo tenía que proteger a
mi hijo”.
“¿Y cómo te está yendo?” espeto.
El dolor llena sus ojos. Está desesperada y vulnerable. Me necesita. Pero
entonces me alejo de ella, me niego a que pueda parecer que ella es algo
más que un arma para mí.
“Está loco” me susurra. “Ambos lo están. Me van a matar sí...”.
“No te van a matar” interrumpo.
“¿Como sabes eso?” quiere ella saber.
“Porque...” intento, pero Belov interrumpe apareciendo entre nosotros.
“Se acabó el tiempo. Hay tanto que hacer y tan poco tiempo. Una pena,
¿no? Vuelve a dónde estabas, chiquilla” y chasquea los dedos. Willow va a
su lado como perro amaestrado.
Él la observa, asiente con la cabeza y luego se vuelve hacia mí. Su sonrisa
luce un poco más trastornada ahora. “Un momento conmovedor. Te puede
hacer llorar, ¿verdad?”.
“¿Qué quieres, Belov?” exijo con impaciencia.
“¿Acaso no es obvio?” solicita él. “Quiero la Bratva Solovev bajo mi
mando”.
“Eso nunca sucederá” digo.
“Yo creo que si” canturrea Belov, moviendo el detonador frente a su cara.
Lo miro con expresión aburrida, desafiando todos y cada uno de mis
instintos que gritan: Mátalo, sálvala, mátalos a todos.
“Tú no vas a pulsar ese botón, Belov” digo.
“Ah ¿no?” dice con sorna.
Sacudo la cabeza y saco mi propio detonador. “No, no lo harás”.
Belov entrecierra los ojos. “¿Me estoy perdiendo algo?” dice, ahora en tono
serio.
“Estoy dispuesto a apostar que te pierdes muchas cosas” digo. “Sin duda
perderás el Silver Star y el Manhattan Club. Si pulso este botón, ambos
edificios se derrumbarán junto con todos los hombres que hay dentro”.
Su mandíbula se tensa. “Mientes” sisea.
“Sería mucho mejor para ti si así fuera”.
Su macabra sonrisa se ha borrado. Ahora parece mortalmente enfadado.
“Está mintiendo” gruñe Brittany desde detrás del hombro de Belov.
“Puedo presionar este pequeño botón ahora mismo y demostrar que no es
así” digo con calma. “O pueden hacer lo más inteligente y tomar mi
palabra. Porque a diferencia de este perro rabioso, mi palabra significa
algo”.
Belov me mira como si estuviera tratando de ver en mi mente. “Tú...”.
“Dame a la chica y no los detonaré” le digo, interrumpiéndolo.
Al siguiente segundo, él se encoge de hombros. “Es solo concreto y ladrillo.
Puedo reconstruirlos”.
“¿Y también podrás reconstruir a todos los hombres que caerán con ellos?”
inquiero.
Guarda silencio durante un largo rato, acariciándose la barbilla
pensativamente. “¿Y es ella a quien quieres? ¿Eso es todo?”.
“Quiero tu cabeza en una puta bandeja, Belov. Pero por ahora me
conformaré con ella”.
Eso es mentira, y ambos lo sabemos. Me pregunto si está dispuesto a
aceptar la salida, a reconocer que ha mordido mucho más de lo que puede
masticar pero escapar con su vida intacta.
No tengo que preguntármelo por mucho tiempo.
Su mueca se tuerce y todo rastro de urbanidad desaparece de su rostro.
“¿De verdad crees que entregaría a Viktoria Mikhailov por cualquier cosa?”
se burla. “Todos los hombres de mi Bratva pueden arder en el infierno antes
de que yo te la entregue”.
Willow levanta la barbilla. Sus ojos se posan primero en mí, mientras
asimila la verdad. Luego mira a Belov.
“¿Viktoria Mikhailov?” repite ella, la confusión parpadea en su rostro.
“Yo... ese no es mi nombre. Se lo dije, se los dije a los dos: se han
equivocado de chica...”.
Belov echa la cabeza hacia atrás y se ríe, es el tipo de risa que te hiela la
sangre. Ahora puedo sentir su desesperación.
Él entró aquí creyendo que tenía todas las de ganar. Pero la pelea se está
igualando y él está cada vez más errático.
Sin embargo, he subestimado su orgullo. El hombre no me va a dar lo que
quiero con facilidad.
“Ella realmente no lo sabe, no tiene ni puta idea” dice con asombro.
“Bueno, entonces te diré lo que tu querido esposo debería haberte dicho
desde un principio”.
Willow me mira mientras Belov continúa hablando, disfrutando de la
revelación.
“Tú eres Viktoria Mikhailov” sisea Belov. “La única hija de Anya
Mikhailov. La nieta de Semyon Mikhailov”.
Willow niega con la cabeza y abre la boca para responder, pero Belov
continúa.
“Eres una princesa Bratva. Una Mikhailov de sangre. Enemiga nata de la
Bratva Solovev”.
Willow se queda en silencio durante un largo rato. “¿Es cierto?” susurra
ella.
Pero no hacia él, sino hacia mí.
La miro a los ojos y asiento. “Cada palabra”.
“¿Por eso me tomaste?” inquiere ella de nuevo.
“Sí” digo tajante.
Ella se muerde el labio inferior. Puedo ver todo el dolor que está tratando de
ocultar. Un millón de preguntas arden en sus ojos, pero no confía en
ninguno de nosotros para hacerlas.
Después de todo lo que ha sufrido, ni siquiera puedo culparla.
Belov se vuelve hacia mí con un gruñido. “Pues, yo me quedo con la
princesa” dice, agarrando el brazo de Willow y llevándola hacia la salida.
Saco mi arma al instante. “No te muevas, Belov”.
Cada persona en el almacén saca su propia arma y el sonido resuena entre
las paredes de metal. Jax y Gaiman se colocan a cada lado de mí. Brittany
se mueve al lado de Belov.
Las únicas dos personas desarmadas son él y Willow.
Pero entonces él me mira fijamente y luego baja la mirada hacia la cajita
que aún tiene en la mano. “Un movimiento, Leo. Un solo movimiento y la
chica muere”.
Mi dedo se flexiona sobre el gatillo. Nunca en mi vida había deseado tanto
ver morir a alguien. Pero un segundo después, suelto el arma. Mis hombres
hacen lo mismo, aunque gruñen de descontento.
“Así me gusta” dice Belov. “Los dos tenemos gatillos, Leo. Pero el mío
vale un poco más. No te preocupes: cuando estemos de vuelta en territorio
Mikhailov, le quitaré la bomba” y aparta la mirada de mí para arrastrar sus
ojos sobre Willow. “Se la quitaré yo mismo”.
La amenaza es clara. Willow se estremece ante la implicación.
Brittany me mira. Antes de poder distinguir la promesa en sus ojos oscuros,
ella se da la vuelta y sigue a Belov y a Willow fuera del almacén.
Los Mikhailov salen detrás de su titiritero. Una vez que se han ido, Jax y
Gaiman me rodean en un instante.
“¿Vamos a dejar que se vaya?” pregunta Jax con urgencia.
“No tenemos otra opción” responde Gaiman. “Matará a Willow. Y al
heredero”.
“Así es. Pero Belov si tenía una opción” digo, levantando el detonador y
presionando el botón. “Y escogió mal”.
Continuará

L A HISTORIA de Willow y Leo concluye en el Libro 2 del dúo de la Bratva


Solovev, TRONO DESTRUÍDO.

HAZ CLIC AQUÍ PARA EMPEZAR A LEER AHORA

También podría gustarte