Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA BRATVA SOLOVEV
LIBRO 1
NICOLE FOX
ÍNDICE
Mi lista de correo
Otras Obras de Nicole Fox
Corona Destruída
1. Willow
2. Willow
3. Leo
4. Willow
5. Leo
6. Willow
7. Leo
8. Willow
9. Leo
10. Willow
11. Leo
12. Willow
13. Leo
14. Willow
15. Leo
16. Willow
17. Leo
18. Willow
19. Willow
20. Leo
21. Willow
22. Willow
23. Leo
24. Willow
25. Leo
26. Leo*
27. Willow
28. Leo
29. Willow
30. Willow
31. Leo
32. Willow
33. Leo
34. Willow
35. Willow
36. Leo
37. Willow
38. Leo
39. Willow
40. Leo
41. Willow
42. Leo
Copyright © 2022 por Nicole Fox
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de este libro puede reproducirse de ninguna forma ni por ningún medio electrónico o
mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso
por escrito del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.
Creado con Vellum
MI LISTA DE CORREO
la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo
La Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
CORONA DESTRUÍDA
LIBRO UNO DEL DÚO DE LA BRATVA SOLOVEV
PUES NO.
Es el extraño.
Resulta que es rico. Pero, muy rico.
Y poderoso. Pero, muy poderoso.
Y esto es lo que me ofrece:
“Vive en mi casa.
Sé mi esposa.
Ten a mi bebé”.
U N M ES Después
“¿Eres la empleada temporal?” me pregunta el maître.
Es un hombre de nariz ganchuda con una expresión permanentemente
molesta en su rostro. Pasé junto a él antes, al entrar en el restaurante, y lo vi
gritarle a otra camarera como si fuera un perro callejero.
“Sí, señor” asiento con la cabeza, tratando de ajustar el pequeño delantal
blanco alrededor de mi ajustado uniforme negro. “El señor Connelly me
envió”.
Me mira con ojo crítico. “No llevas los zapatos adecuados” dice, mirando
mis zapatos planos negros.
“Lo sé; lo siento. Pero fue una llamada de última hora, la agencia me
informó de este turno literalmente hace media hora antes. Tuve que...”.
Levanta la mano para silenciarme. “No me interesa la historia de tu vida.
Hay un grupo VIP en una de nuestras salas privadas. ¿Puedes encargarte de
servir las bebidas?”.
Trago el nudo en mi garganta. “Oh, eh, sí. Claro. Por supuesto.”
Él asiente remilgadamente. “Suéltate el pelo y un botón de la blusa” me
instruye con cara seria y severa. “Esos hombres de allí dentro esperan un
cierto estándar”.
No tengo ni idea de lo que eso significa, pero hago lo que dice.
Cada vez que surge alguna duda en mi búsqueda de un trabajo real, escucho
la risa de Casey en el fondo de mi cabeza y eso me hace estar aún más
decidida a mantener el rumbo.
Hablando del diablo, mi teléfono comienza a vibrar en mi bolsillo.
Sé que es él. Nadie más me llama.
“Ah y ¿niña?”.
Miro al maître: “¿Sí, señor?”.
“Estos hombres que vas a manejar esta noche son muy importantes. Estás
aquí solo porque una de mis camareras decidió romper unos platos y abrirse
la mano en el proceso. No la cagues”.
El nudo en mi garganta se duplica en tamaño. Hago todo lo posible por
mantener la voz firme cuando digo: “No lo haré”.
Él asiente una vez más, tan presumido como siempre, y se va.
Entonces llega la hora de ir. Me doy la vuelta y entro en la sala privada con
el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho.
De inmediato me doy cuenta de tres cosas, dos de las cuales son
completamente intrascendentes.
Una, la estatua de una mujer desnuda, con pechos absurdamente enormes,
de pie majestuosamente en la esquina.
Dos, la alfombra a cuadros blancos y negros bajo mis pies que cubre la
totalidad del espacio.
Y tres, lo único que importa, lo único que importará de ahora en adelante, el
hombre sentado en medio del lujoso sofá blanco con las manos extendidas
sobre el respaldo del mueble como si fuera su dueño.
No, como si fuera el dueño de toda la habitación.
No, como si fuera el dueño de todo el restaurante. De toda la ciudad. Del
mundo entero.
Sus ojos se posan en mí. Una extraña sensación sube por mi columna
vertebral hasta mi pecho.
A primera vista, la razón de mi reacción ante él es obvia: es el hombre más
guapo que he visto en toda mi vida, y no es una exageración.
Pero hay algo más. Algo más profundo. Más extraño.
Porque yo nunca he visto a este hombre antes.
Pero él me mira como si supiera exactamente quién soy yo.
2
WILLOW
P OCO MENOS DE una hora después, soy cuarenta y seis dólares más pobre y
estoy ante las puertas de Henley Estate. Son de bronce, ornamentadas y lo
bastante grandes como para que pase por ellas un crucero.
“Maldición” murmuro antes de dirigirme a la cabina de seguridad de cristal
escondida entre los setos.
Un vistazo al guardia uniformado que hay dentro de la caseta me dice que
está armado como para una pesada guerra. Qué extraño. ¿En qué me he
metido?
Golpeo el cristal. “Hola, disculpe. Esto es Henley Estate ¿verdad?”.
El guardia me mira a través de sus gafas oscuras. Es un hombre bajo pero
corpulento, con rasgos toscamente cincelados. Pareciera que su cara podría
romperse si alguna vez se le ocurre sonreír.
“Sí ¿Quién pregunta?”.
Su inglés tiene un ligero acento. Me resulta familiar de algún modo, pero no
lo ubico.
“Me llamo Willow Powers” digo, pronunciando mi nombre de soltera casi
instintivamente. “Tengo una cita en cinco minutos con... con... el dueño de
la finca”.
Olvidé preguntarle a Marjorie el nombre del propietario. Strike número uno
y aún no he cruzado las puertas.
Me mira fríamente, ocultando todos sus pensamientos tras sus gafas
oscuras. No lo veo mover ni un dedo, pero de repente oigo un zumbido y la
verja lateral se abre.
“Adelante” ordena. “Espéreme del otro lado”.
Hago como él dice. Cuando me encuentro con él dentro de los terrenos,
hace un gesto hacia un carrito de golf estacionado fuera de la vista. Como
él, esta cosa está lista para la guerra. Blindado, completamente oscurecido,
con varias docenas de compartimentos de siniestro aspecto. Decido no
preguntar qué contienen o por qué el dueño encuentra todo esto necesario.
Tragando mis nervios, me meto en el asiento del copiloto. Se sube al
volante y marchamos. El motor está en silencio. Debe ser eléctrico.
Atravesamos los terrenos tan rápido que el viento me arranca lágrimas de
mis ojos. Antes de que me dé cuenta, estamos frente a una amplia cascada
de escalones de mármol a la entrada de la mansión más grande que he visto
en mi vida.
“Supongo que esta es mi parada” bromeo mientras bajo del vehículo.
El guardia no se ríe. Solo acelera y nunca mira hacia atrás. Buen tipo.
Solo hay tres tramos en la escalera, pero son tan largos que siento que he
andado tres docenas cuando llego a la enorme puerta de madera. Parece
sacada de un castillo medieval, toda madera antigua y desgastada reforzada
con tachuelas y hebillas de latón.
Una enorme aldaba negra con forma de cabeza de león me mira con
lascivia. Algo al respecto hace que se erice la piel. Ignoro la aldaba y opto
por el pintoresco botón del timbre.
Cuando la puerta se abre, lo hace con una facilidad sorprendente.
Especialmente teniendo en cuenta que la mujer del otro lado es una mujer
mayor menuda con cabello gris rizado.
“Hm, hola, soy...”.
“La estábamos esperando, señorita Powers”.
“Oh. Bien. Eso es, eh... bueno”.
En teoría, supongo que lo es. Pero en realidad, mis pelos están de punta y
mi estómago está revuelto.
Para ser justos, eso probablemente tenga algo que ver con la casa
absurdamente intimidante por la que estoy caminando. Mi atención oscila
de un lado a otro, tratando de captar cada detalle.
Pensé que Casey y yo vivíamos bien, en nuestra gran casa de dos pisos con
exceso de comodidades. Pero esto es otro nivel.
Esto es auténtico lujo.
En mi cabeza se forma una imagen del hombre al que debo conquistar en
menos de una hora. Un hombre mayor, con la cabeza llena de pelo teñido y
docenas de anillos de oro en los dedos, sin duda. El tipo de hombre que
fuma puros y compra arte caro porque sí.
En cuanto a lo que estoy haciendo aquí, es bastante obvio: este lugar es
enorme e impecable. Debe de hacer falta un ejército para limpiarlo tan a
fondo.
Sigo a la anciana por un pasillo empedrado tras otro durante diez minutos y
aún no hemos llegado a donde quiera que vayamos. Por fin, la mujer se
detiene.
Estamos frente a una puerta hecha de hermosa madera oscura. Puedo ver los
vagos contornos de mi propio reflejo en el barniz carmesí profundo.
“Él la está esperando” me informa.
Al igual que el guardia de la puerta, desaparece sin despedirse. En mi
opinión, no les vendría mal mejorar sus modales.
Suspiro y vuelvo a concentrarme. Necesitas este trabajo, Willow.
Con una sacudida, abro la puerta y entro, tratando de reducir mi ritmo
cardíaco.
La habitación es tan grande y lujosa como el resto de la casa, pero no tengo
tiempo para quedarme boquiabierta. Mis ojos se dirigen inmediatamente al
hombre alto y de hombros anchos que está de pie junto a las ventanas.
Está de espaldas a mí, pero puedo ver lo suficiente para saber que estaba
equivocada.
Sin cabello teñido. Sin cigarro. Sin anillos de oro en sus dedos.
Este no es el viejo magnate que esperaba.
“¿Disculpe?” Digo, aclarándome la garganta tímidamente. “Su, hm, ama de
llaves dijo...”.
“Hola, Willow” dice, y me congelo con el sonido de esa voz.
Leo Solovev lleva días invadiendo mis sueños y mis pensamientos. Puede
que mis ensoñaciones estén empezando a traspasar mi realidad. Tal vez me
estoy volviendo loca.
Porque no puede ser él.
Pero entonces se gira y veo lo equivocada que estoy.
“Oh, Dios mío” jadeo. “¿Leo?”.
Estoy anonadada. Él, por otro lado, no parece sorprendido en lo más
mínimo. “¿Por qué no tomas asiento?” sugiere él. “Parece que estás a punto
de desmayarte”.
Mis rodillas están un poco tambaleantes. Me las arreglo para avanzar a
trompicones hacia los sillones de cuero frente a su amplio escritorio de teca.
“Yo... me está costando procesar esto” espeto.
Se une a mí en el escritorio y se reclina en su asiento. “¿Por qué?”
“Bueno, esto es... esto es una extraña coincidencia, ¿no?”.
Se encoge de hombros. “Yo no creo en las coincidencias”.
“¿El destino, entonces?”.
Él no responde. Solo me mira con una melancólica y curiosa expresión.
Siento que estoy alucinando. Han pasado solo pocos días desde que este
hombre estuvo dentro de mí. Desde la noche que sacudió los cimientos de
mi mundo.
Me hizo sentir deseada, libre. Me hizo sentir poderosa. Y luego se fue, tan
rápido como había venido...
Llevándose todo ese poder con él.
“No pensé que te volvería a ver nunca más” murmuro.
“¿Te he decepcionado?”.
Hace la pregunta como si no tuviera ningún interés personal en mi
respuesta. Pero, definitivamente, él espera que yo responda.
De repente me doy cuenta de que me tiemblan las manos. “Yo... no” digo
torpemente mientras las aprieto. “No estoy decepcionada”.
Sonríe por primera vez. Me hace apretar mis muslos contra una avalancha
de hormigueo. ¿Qué demonios es lo qué me pasa?
Una noche de sexo caliente fue una venganza. Fue justo, incluso justificado.
Cualquier otra cosa... y se convierte en una aventura. Se convierte en una
elección.
“Fui a la agencia de trabajo temporal esta mañana” explico, tratando de
ocultar mi sonrojo. “Me hablaron de un trabajo aquí en Henley Estate. No
tenía ni idea de que tú fueras el dueño”.
“¿Por qué ibas a saberlo?”
“Claro... claro. Es que... es un shock, eso es todo.” Respiro hondo y trato de
orientarme. Me siento erguida. “Aún así, estoy ansiosa de saber sobre el
trabajo”.
Ser profesional es la única forma en que puedo salvar esta situación e
ignorar el calor que florece en mi estómago.
“¿Trabajo?” dice él, y suena confundido.
Pero no hay ni una pizca de confusión en sus ojos color avellana.
Mi centro palpita cuando él se pone de pie de repente, camina alrededor de
su escritorio y se apoya en él. Todavía está a un brazo de distancia de mí y,
sin embargo, la tensión entre nosotros está tan al rojo vivo como la noche
en que nos conocimos. Tan caliente como cuando se enterró dentro de mí.
“Yo… Marjorie... ella es mi agente temporal. Ella me dijo que el puesto no
estaba especificado, pero que quizás tuviera algo que ver con el servicio
doméstico”.
Él niega con la cabeza. “Ella entendió mal. La posición es... bastante
única”.
“¡Oh!” Se me cae el estómago.
Las viejas inseguridades asoman su fea cabeza. ¿Qué pasa si no estoy
calificada? ¿Qué pasa si no puedo hacer el trabajo? ¿Y si la única razón por
la que me contrata es porque quiere volver a acostarse conmigo?
Esa última parte no me horroriza tanto como debería.
Pero irónicamente, también es lo que más me horroriza de todo.
“¿Entonces qué es? Si no te importa que pregunte”.
“Vas a ser mi esposa” dice con frialdad, sus ojos nunca dejan mi rostro.
Espero el remate... pero no viene. Así que me quedo mirándolo tontamente,
segura de haber oído mal.
Cuando Leo sigue sin explicarse, le digo: “Lo siento. Creo que debo haberte
oído mal”.
Él no quita sus ojos de los míos. “Si me escuchaste decir ‘esposa’ entonces
no escuchaste nada mal”.
Hay algo extraño subiendo por mi garganta. Sabe a bilis y pánico. “¿Es esto
una especie de broma pesada? ¿Hay algo, como, cámaras ocultas o algo
así?”.
“Nada de esto es una broma, Willow”.
Busco en su rostro signos de que podría estar bromeando, pero no hay
ninguno. Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios…
Lo dice en serio.
Esto va en serio.
Me pongo en pie lentamente, cautelosa como si estuviera en presencia de un
depredador salvaje. “Ok, está claro que he venido a la entrevista de trabajo
equivocada. Si me disculpas, me mostraré yo misma la salida”.
Sin esperar a que él diga algo, me doy la vuelta y me dirijo directamente a
la puerta. Pero cuando trato de abrirla, no se mueve.
“Disculpa, Leo” digo, dándome la vuelta para mirarlo. “La puerta está
cerrada”.
Se levanta del escritorio. “Entiendo tus dudas, Willow”, suspira. “Pero ya
entrarás en razón”.
Tiro del picaporte. No pasa nada. “¿Qué quieres decir?”.
“¿Qué parte de ‘vas a ser mi esposa’ es confusa?”.
Abandono el pomo de la puerta y me vuelvo hacia él con incredulidad.
“Estás loco”.
Me dedica una sonrisa que traiciona mi suposición de inmediato. Este
hombre no está loco, es calculador. Es inteligente.
Él ha... planeado esto.
“¡No puedes hacer esto!” grito mientras el pánico acaba por consumirme
como aguas oscuras.
Pulsa un botón en el borde de su escritorio. Se abre una puerta oculta y
entran dos guardias con cara de piedra, apuntándome directamente.
“Me temo que ya lo estoy haciendo”.
7
LEO
Jayme entra con café. Sus ojitos coquetos se lanzan hacia mí como un ratón
que quiere ser atrapado.
“¿Cómo está, jefe?” ronronea ella.
A ella le encanta llamarme “jefe”. La dinámica del poder y todo eso.
Es linda y pequeña, y sus tetas son lo suficientemente firmes como para
merecer atención en otras circunstancias. Pero hace mucho que pasé el
punto de coger mujeres solo porque puedo.
Dejé atrás esos días cuando tomé el manto de Don.
“Y ¿bien?” pregunto abruptamente, yendo al grano.
“Le llevé té como me pidió”.
“¿Y? ¿Qué estaba haciendo ella?”.
Jayme deja mi café y se inclina sobre el escritorio. Se ha soltado dos
botones delanteros de su uniforme de criada, ya bastante escotado.
Me gusta una mujer que sabe lo que quiere. Pero esto ya es excesivo.
“Llorando, señor”.
Mis ojos recorren la cara de Jayme. Está mostrando una sonrisa tímida que
me molesta muchísimo. Especialmente a la luz de la información que acaba
de revelar.
“¿Willow estaba llorando?” repito.
“Ajá. Entré y ella estaba hecha un ovillo, sollozando en su almohada”.
Suena innecesariamente feliz de estar haciéndome este informe. Como si
hubiera sacado a un competidor de la carrera por mi atención.
“Dejé la bandeja y le pregunté si quería algo, pero no respondió. Ni siquiera
levantó la vista. Me fui y vine directamente aquí”.
Asiento con la cabeza. “Puedes retirarte”.
Su rostro cae. “Oh, hm, bueno, está bien... pero ¿Necesita algo antes de que
me vaya?”.
“Solo un poco de tranquilidad”.
Sus cejas se fruncen mientras se esfuerza por encontrar una manera de
quedarse un poco más. “Usted parece tenso. ¿Qué tal un masaje?”.
Me resisto al impulso de rodar mis ojos en blanco.
Hubo un tiempo en mi vida en que esa oferta habría sido bienvenida. Habría
tomado el masaje y luego la habría cogido sobre mi escritorio. Luego, con
una buena palmada en el trasero, la habría enviado de vuelta a su camino.
¿Qué tal eso para aliviar un poco la tensión?
Pero eso era antes.
Ahora, mi mundo es muy diferente.
“No es necesario” le digo. “Estoy seguro de que tienes trabajo que hacer”.
Ella pone sus manos en mi escritorio y se inclina lentamente hacia adelante,
aplastando sus tetas entre sus brazos mientras lo hace.
“Nada tan importante como atender sus necesidades, Sr. Solovev”.
Hay que admirar la persistencia de la chica. Pero en este momento, no tengo
la paciencia.
“Jayme” digo.
“¿Sí, señor?” dice ella. Y junto a su tono, ella se levanta de inmediato.
Está anticipando una proposición. Algo que involucre su coño apretándose
alrededor de mi pene. Sus ojos nunca dejan de mirarme. Perfecto para el
mensaje que quiero darle.
“Tienes exactamente cinco malditos segundos para salir de esta oficina”.
Sus ojos se agrandan y sus mejillas se sonrojan. En realidad, no es que
empiece una cuenta regresiva, pero ella se va antes de que yo hubiera
llegado a dos.
Una vez que ella se ha ido, yo salgo directamente a la habitación de Willow.
No dudo en entrar a su habitación, y cierro la puerta tras de mí, por segunda
vez hoy.
Todavía está en la cama como dijo Jayme, excepto que ella ya no está hecha
un ovillo. Ahora, está sentada con las rodillas pegadas al pecho y los brazos
alrededor de las piernas. Sus ojos se abren como platos cuando me ve, pero
ni siquiera se molesta en secarse las lágrimas.
Incluso si lo hiciera, no serviría de nada. Han dejado ya huellas en ambas
mejillas.
Avanzo y me apoyo en uno de los pilares de su cama con dosel. “¿Es esta tu
forma de decirme que quieres recuperar a mi abogada?”.
Ella me mira con incredulidad. “Ella era una espía, ¿no?”.
“¿Quién? ¿Jessica?” pregunto.
“No. La pequeña zorra que acaba de irse. La del té y la sonrisa de
‘cógeme’” gruñe Willow prácticamente. “Dime: ¿te coges a todas las
mujeres que empleas? ¿Es parte acaso del proceso de contratación?”.
Vaya, vaya. No me esperaba esto. La pequeña kukolka tiene una vena de
celosa.
“¿Qué te hace pensar que me la he cogido?”
“Es obvio por la forma en que me mira” dice bruscamente Willow. “Como
si yo fuera su puta competencia”.
“Y ¿eso te molesta?”.
“¿Qué cosa?”.
“¿Te molesta que pueda haberla cogido?”.
Ella inclina la cabeza hacia un lado. “¿Lo has hecho?”.
“No estás respondiendo a mi pregunta”.
“¿Y por qué debería?” exige ella. “Tú nunca contestas las mías.”
Se desliza fuera de la cama y se para frente a mí, con las manos en las
caderas y los ojos encendidos.
“No quiero que vuelva más aquí”. Habla con tanta autoridad en su voz. Me
da una idea de lo que ella podría ser capaz si se dejara florecer su
personalidad. “No quiero volver a ver su maldita cara nunca más”.
“Eso puedo arreglarlo” le digo con un indiferente encogimiento de
hombros. “Le daré turnos extra en mi habitación”.
Su expresión ondea con ira y dolor, pero me ha forzado la mano. Si los
celos son el motivador que incita a la joven Willow a la acción... que así
sea.
“Tal vez deberías obligarla a ella a casarse contigo entonces”.
“¿Obligarla?” pregunto. “No, no sería necesario obligar a Jayme. Ella se
moja cada vez que me ve”.
Su mandíbula se aprieta notablemente. Está tratando muy duro de mantener
la calma.
“Oh, espera” digo como una ocurrencia tardía. “pero... también tú”.
“Maldito imbécil” sisea Willow.
Ella da un paso hacia mí. Estoy esperando que se detenga en seco, que
mantenga la distancia y me lance más insultos. Pero me sorprende. En lugar
de detenerse, se abalanza sobre mí y me empuja en el pecho con todas sus
fuerzas.
La chica se pone violenta cuando pierde los nervios.
Interesante.
No es que sirva de mucho, por supuesto. La supero en todo lo que importa.
No podría moverme ni con un puto tractor.
Su mueca se ensombrece cuando se da cuenta. Sus dedos se crispan antes
de caer inútilmente a sus costados.
“Tú no me conoces” dice furiosa. “No sabes nada de mí”.
“Conozco tu cuerpo” le recuerdo. “Pero odias eso, ¿no?”
“Nunca hubiera cedido ante ti si lo hubiera sabido”.
“¿Si hubieras sabido qué?”
No contesta. Tal vez no lo haga. Tal vez simplemente no puede. En vez de
eso, intenta empujarme otra vez. Es tan ineficaz como la primera vez. Como
golpear una pared de ladrillos.
“¿Por qué no me devuelves el golpe?” pregunta ella de repente.
Por supuesto que se lo preguntaría. Ha pasado su vida con un maldito
cobarde. Un cobarde cuya única línea de defensa es intimidar a personas
más débiles que él antes de que su cobardía quede expuesta.
“Yo no peleo batallas injustas, Willow”.
“¿Injusta?” ella me mira boquiabierta. “Nada de esta situación es justo. Eso
no te ha detenido hasta ahora”.
Me encojo de hombros. “Todo es cuestión de perspectiva”.
“¿Qué significa eso?”.
“Exactamente lo que dije”.
“Eres exasperante”. Sus palabras tiemblan con el calor de su frustración.
“Tú también lo eres” le digo. “Te estoy ofreciendo una salida, y no la
aceptas”.
“Una salida hacia otro matrimonio abusivo. Qué jodidamente considerado
de tu parte”.
Mis músculos se ponen rígidos con negra ira. ¿Cómo se atreve a
compararme con ese maldito gusano? “Cuidado” le advierto. “Estás
entrando en terreno peligroso”.
Sus ojos destellan miedo y bravuconería. “¿Por qué? ¿Porque he tocado un
nervio?
“Porque en la Bratva, es peligroso lanzar acusaciones sin fundamento”.
“Oh, yo creo que aquí hay mucho fundamento” sisea.
Agarro su brazo y la atraigo contra mí. Mis palabras van ardientes a su
oído. “Yo controlo a los hombres que me confían sus vidas. Y destruyo a
cualquiera que represente una amenaza para mi mundo. Pero no soy como
tu esposo” le gruño. “No lastimo a la gente sin un propósito. Especialmente
no a mujeres indefensas”.
Es el código por el que vivo desde que mi hermano me lo repitió cuando
tenía nueve años. “Puede que seamos criaturas del inframundo, Leo. Pero
eso no significa que no podamos seguir teniendo principios. No dejes que
nadie te los quite. Úsalo como un escudo y, eventualmente, se convertirá en
un arma”.
Tenía solo dieciséis años cuando me golpeó. En nuestro mundo, creces
rápido.
Willow se retuerce contra mí, tratando de liberarse. Cuando la miro, veo
una nueva emoción en sus ojos. Debajo del miedo. Debajo de la
bravuconería.
Lujuria.
De hecho, parece excitarse con nuestra proximidad.
Y no es la única. Mi pene está tan duro que se sacude dolorosamente cada
vez que respiro. El hecho de que pueda sentir sus tetas presionando mi
pecho no ayuda.
Demasiado para calmar la situación.
La suelto, esperando que retroceda. Pero ella se limita a lanzar sus
delicados puños contra mi pecho. “¡No soy como las putas a las que estás
acostumbrado! No voy a quedarme tumbada”.
“¿Prefieres estar sentada entonces?” pregunto. “Me parece bien. Eso
podemos arreglarlo”.
Hace una pausa lo bastante larga como para que pueda apreciar la sorpresa
en su cara. Tiene los labios rosados y las mejillas sonrojadas.
Luego vuelve a golpearme con los puños. Es bonita la forma en que cree
que puede hacerme daño. Tan bonita que sonrío.
Pero eso la anima aún más.
Me quedo ahí de pie, aguantando cada golpe. Podría bostezar, pero decido
no ser tan imbécil. La pobre necesita desahogarse, ¿no?
Después de unos cuantos golpes más, sus intentos se vuelven cada vez más
débiles. Finalmente, deja caer sus manos. El fuego en sus ojos se atenúa.
“Crees que soy débil” dice en voz baja. “Crees que soy patética”.
“No. Solo creo que estás buscando castigo en lugares equivocados”.
Eso la toma desprevenida. Levanta su mirada para encontrarse con la mía.
Nunca se le pasó por la cabeza que tal vez, solo tal vez, la conozco mejor de
lo que ella misma se da cuenta.
“¿Por qué iba a hacer eso?” pregunta, tentativamente. “¿Ahora eres mi
psiquiatra?”.
“Claro” digo en voz baja. “Túmbate en mi sofá. Deja que te quite las
capas”.
Ella parpadea sorprendida. Luego se deja caer al borde de la cama. Una
gruesa lágrima resbala por el rabillo del ojo y siento la derrota en esa única
gota.
Pero sé que no es así. Mejor de lo que ella se conoce a sí misma.
Le queda más lucha.
“Yo... yo renuncié a tanto por él” admite sin mirarme. Hablar en voz alta
para sí misma parece ser la única forma en que puede justificar abrirse a mí
de nuevo. “Cuando pienso en todo a lo que renuncié para que él fuera
feliz...”.
“¿Como a tus padres?”.
Ella se sobresalta ante la mención. “Yo... me... me encantaría poder culpar a
Casey. Pero eso... eso es completamente culpa mía”.
La vergüenza y el remordimiento en su tono son desgarradores. Me siento a
su lado, pero no hablo.
Le doy espacio. Le doy silencio.
Es lo único que necesita.
“Yo tenía diecisiete años cuando descubrí que era adoptada” comienza en
voz baja. “Probablemente fue entonces cuando todo se fue a la mierda. Pero
déjame adivinar: eso ya tú lo sabías, ¿verdad?”.
No escondo la verdad. “Me dedico a saber cosas”.
“Eres despreciable” susurra, pero el insulto es tenue y débil.
Es gracioso cómo me excitan sus insultos. “Estabas en medio de una
historia” le digo.
“El desvío era necesario”.
Sonrío “Continúa”.
“En retrospectiva, suena como la razón más estúpida posible para enojarse.
Pero en aquel entonces, se sintió como una traición”.
“¿Como lo descubriste?” pregunto.
“Encontré mis papeles de adopción en el ático. En un cofre marcado como
‘Importante’”.
“Al menos no decía ‘Insignificante’” le digo.
Ella resopla un poquito. “Ya iba en camino de convertirme en una
adolescente malcriada. Y entonces encontré esto y... sacudió mi mundo”.
“¿Qué dijeron tus padres cuando los confrontaste?”.
“Dijeron que no creían que fuera lo suficientemente importante como para
decírmelo. Dijeron que yo era su hija en todos los aspectos que importaban.
Que esos papeles solo era necesario mantenerlos por razones legales”.
“¿Y no estuviste satisfecha con esa respuesta?”.
Ella suspira “Yo era una verdadera perra en ese entonces”.
“¿A diferencia de ahora?” digo. Ella me fulmina con la mirada y yo le hago
señas para que siga. “Continúa”.
“En resumen, usé eso como una excusa para mi comportamiento. Fui a
muchas fiestas, elegí novios que sabía que los molestarían o preocuparían.
Yo era el típico cliché de un adolescente, haciendo todo lo posible para
enojar a mamá y papá. Y como si eso no fuera lo suficientemente
vergonzoso, en realidad fui lo suficientemente ingenua como para creer que
era única. Especial.”
“Quizás si lo seas”.
Ella me mira. “¿Te estás poniendo sentimental?”.
“No me he puesto sentimental ni un solo día de mi vida. Sólo estoy
señalando lo que bien puede ser un hecho”.
“¿Basado en qué?”
“En la perspicacia”.
“Me gustaría que dejaras de decir mierdas enigmáticas como esa todo el
tiempo” espeta Willow. “Está empezando a volverme loca”.
“No hay nada enigmático en lo que te he propuesto, Willow. Te he dicho
exactamente lo que quiero” digo. “Además, te he dado todas las
herramientas para hacer que suceda lo que quieres. Pero lo rechazas cada
vez que tienes la oportunidad”.
Ella me mira fijamente, la lucha sigue ardiendo en sus ojos. Veo que el plan
se forma lentamente.
Oh, kukolka, suspiro en mi cabeza. Hay tantas cosas que no entiendes sobre
mi mundo. Crees que estás aprendiendo a navegar aquí. Y estás muy, muy
equivocada en eso.
“¿Qué tal si hacemos un trato?” me dice.
Finjo estar intrigado. “¿Qué tienes para mí?”.
“Aceptaré tu ayuda y conseguiré el divorcio. A cambio, me dejas caminar
por la casa” dice ella. “Solo un poco de libertad. Eso es todo lo que pido.
Solo un poco de espacio para respirar”.
“Esa es una solicitud razonable” digo.
“¿Eso es un sí?”.
Asiento con la cabeza. “Eso es un sí”.
En sus ojos brilla el triunfo. Hoy hemos hecho progresos. Pero nos queda
mucho camino por recorrer, a Willow y a mí. Algunas cosas no pueden
precipitarse.
Me levanto y me marcho sin decir nada más. Sin mirar atrás.
Siento sus ojos clavados en mi espalda durante todo el camino.
Voy bajando las escaleras cuando Jax me alcanza. “Oye” comienza él.
“Tengo una mierda que necesito discutir... espera, ¿por qué estás
sonriendo?”.
“Willow ha accedido a aceptar la ayuda de Jessica para conseguir el
divorcio”.
“Dejándote libre para casarte con ella” supone Jax. “Que bien. Supongo que
ella quiere algo a cambio”.
Asiento con la cabeza. “Ella quiere libertad de movimiento”.
Jax se detiene en seco. “¿Y estuviste de acuerdo?”
“Sí”
“¿Porque confías en ella?”.
Resoplo. “¡Mierda, claro que no! Ella va a usar esto para intentar escapar”.
“Y entonces ¿qué vas a hacer al respecto?” inquiere él.
Mi sonrisa se ensancha un poco más.
“Voy a dejarla”.
12
WILLOW
Han pasado doce minutos desde que Willow entró. Seis minutos desde que
Casey lo hizo.
Me estoy impacientando. Pero me obligo a quedarme quieto.
Gaiman me dirige una mirada y dice: “¿Vamos a sentarnos aquí y esperar?”.
“Sí” espeto.
“¿A qué?”
“Para que se dé cuenta de que me necesita”.
Se necesita una excesiva cantidad de energía para evitar que mi pierna
rebote arriba y abajo. Como Don, sé cómo ser paciente. Pero esto es una
tortura.
Entonces escucho el sonido de un choque en la habitación delantera y sé
que es hora de ir.
Salgo del coche en un santiamén. Gaiman se queda en el asiento del
conductor mientras atravieso a toda velocidad el camino de entrada. Ignoro
por completo el pomo de la puerta principal y golpeo la madera con el pie.
La casa parece bastante bonita por fuera, pero la puerta se astilla como un
palillo barato.
Paso por encima de los escombros y examino la habitación. Mi arma está en
mi cadera por si la necesito.
Veo a Willow en el piso del salón. Está tumbada de espaldas en medio de lo
que alguna vez fue una mesa y ahora es poco más que un montón de piezas
rotas.
Y en sus ojos: puro miedo. Puro miedo, sin adulterar.
Me giro hacia el hombre que lo causó.
Lo cual enciende mi ira pura y auténtica.
Él me mira a mí, luego a ella y luego de nuevo a mí. Antes de que alguno
de ellos pueda reaccionar, yo doy un paso adelante y agarro al hijo de puta
por el pescuezo.
“¡Tú!” jadea él.
“Yo” concuerdo, antes de tirarlo al suelo a mis pies.
Justo donde pertenece.
Él intenta levantarse, pero antes de que siquiera pueda ponerse de rodillas,
le doy con el puño en la cara. Se estrella contra el suelo. Su cráneo suena
contra el suelo de madera.
“Yo no dije que pudieras levantarte” suelto con voz aburrida. “Quédate en
el puto suelo”.
Ni siquiera estoy seguro de que él realmente pueda oírme en este punto.
Hay sangre brotando de su nariz. Y según la extraña dirección a la que
apunta, estoy bastante seguro de que la he roto. Si eso es lo peor que sufrirá
hoy, en mi opinión, se está librando bastante fácil.
Deja escapar un gemido de dolor. Suficientemente bueno para mí. Sonrío
con satisfacción antes de girarme hacia Willow.
“Oye” digo en voz baja. “¿Estás bien?”.
Ella parpadea y abre la boca. Pero no sale nada.
“Estás en estado de shock” le aseguro. “Pero estás bien ahora. Él no puede
lastimarte. Yo estoy aquí”.
Parece como si me entendiera, aunque su voz sigue sin cooperar. Sus dedos
se crispan como si quisiera alcanzarme, pero aún no sabe cómo hacerlo.
El miedo se la está tragando. Aprieto los puños. Casey debería morir por lo
que ha hecho aquí.
“No mires a lo que viene ahora” le digo.
Y eso provoca una reacción. Sus cejas se levantan y, finalmente, encuentra
sus palabras. “¿Vas... vas a... matarlo?”.
Me gustaría. Pero algo me dice que presenciar ese acto de venganza podría
llevarla al límite. Ella es frágil en este momento. Y es demasiado
importante para mis planes. No puedo dejar que se descomponga.
“Solo voy a darle una lección”.
Le doy la espalda y agarro a Casey por el pelo. Lo arrastro fuera del salón y
fuera de su vista. El hijo de puta gime y se retuerce sin fuerzas, pero no irá a
ninguna parte.
Lo levanto y lo empujo contra la pared. Gime de nuevo, pero no le doy
suficiente tiempo para recuperar el aliento antes de estrellar mi puño contra
su estómago. La sangre burbujea entre sus labios.
“Creo que voy a ser jodidamente claro” gruño, mirándolo directamente a
los ojos inyectados en sangre. “Ella se va a divorciar de ti. Yo voy a
ayudarla a hacerlo. Y tú no vas a oponer resistencia. Ni en lo más mínimo”.
Sus ojos se abren un poco y, sinceramente, estoy un poco impresionado de
que todavía pueda emocionarse debajo de toda esa sangre. Hablar, sin
embargo, es demasiado para él en este momento.
Murmura algo ininteligible. Aprovecho para alejarlo de la pared, pero sobre
todo para volver a golpearlo contra ella y dejarlo sin aliento.
“No me hagas perder el tiempo. Habla bien de una puta vez o cállate la
boca”.
“¿Estás... durmiendo con ella?” se las arregla para gruñir.
No esperaba esa pregunta, pero me alegro de que la haya hecho. Una parte
de mí puede incluso simpatizar. Tampoco soy un hombre al que le guste que
otras personas toquen mis cosas.
Pero hay una diferencia notable: Willow no es suya.
Ella es mía.
“¿Durmiendo con ella?” repito. “No, claro que no”.
El alivio colorea sus ensangrentados rasgos al instante. “Gracias... Gracias a
Dios...”
Pero yo no he terminado.
“No” continúo, “no estoy durmiendo con ella... me la estoy cogiendo. A
menudo y muy duro. Se ha corrido tantas veces sobre mi pene que es un
milagro que todavía pueda caminar sobre dos piernas”.
Eso hace el truco.
Incluso a través de todo el sudor, la sangre y el miedo, algo brilla en él.
Puedo ver la ira, la posesividad, los celos turbios que le dan un segundo
aliento.
Él grita y trata de golpearme, pero yo estoy preparado.
Descargo mi puño en su cara, justo en el centro. Se queda flácido al
instante. Lo dejo caer.
BOOM: cae al suelo con un ruido sordo. La casa tiembla. Sonrío, paso por
encima de su cuerpo y vuelvo al salón.
Willow todavía está sentada donde la dejé, luciendo completamente
conmocionada. Me agacho frente a ella, buscando algún sentido de
comprensión en esos ojos azul cielo.
“¿Willow?” digo.
Sus labios se contraen, pero no emite ningún sonido. Pongo mi mano bajo
su barbilla y la obligo a mirarme a los ojos.
“Le... Leo...”.
“¿Al menos trataste de devolverle el golpe?” bromeo. “¿O guardas toda tu
lucha solo para mí?”.
Eso provoca una reacción. Ella frunce el ceño.
Yo sonrío. A pesar de que todavía estoy furioso al ver lo que le ha hecho,
ella me hace sonreír.
Las maravillas nunca cesan, maldición.
La cojo en brazos y la saco de casa. No protesta ni se resiste. Se deja llevar
y se queda tranquila en mis brazos.
No hace ruido cuando la dejo en el asiento trasero del vehículo que espera.
Me aseguro de que se abroche el cinturón antes de cerrar la puerta y subir al
asiento del copiloto.
Gaiman me lanza una mirada cautelosa.
“¿Qué?”
“¿Nuzhno li mne otpravlyat’ komandu po ochistke?” (¿Necesito enviar un
equipo de limpieza?).
Respondo en ruso: “No. Volverá en sí en unas pocas horas”.
“¿Dejaste vivo al hijo de puta?”
“Un inconveniente necesario”.
“Eso no es propio de ti”.
“Inogda veselo poigrat’s yedoy pered yedoy” le digo con una mueca. (A
veces, es divertido jugar con la comida antes de comer).
Me duele la espalda.
Estoy de lado al espejo, girando el cuello todo lo posible para poder ver el
moretón que se va extendiendo.
Nunca antes me había dejado una marca. No una notable, al menos.
Aunque hubo una vez, hace unos años en la fiesta de Navidad de su oficina,
cuando hablé con uno de sus colegas sin su permiso.
No le gustó eso.
Tan pronto como me vio atreviéndome a disfrutar de la interacción humana
con un miembro de la especie masculina que no era él, Casey interrumpió la
conversación y me llevó a un armario de depósito. Me preguntó por qué me
estaba comportando como una puta.
“¿Disculpa?” digo.
“Me escuchaste. Estás actuando como una maldita zorra, haciendo alarde de
tus tetas frente a ese viejo pervertido”.
“Por el amor de Dios, Casey, solo le estaba preguntando sobre España”
argumenté. “Dijo que acababa de volver de...”.
“¿Tú piensas que yo soy estúpido? Reconozco el coqueteo cuando lo veo”.
“Estás loco”.
“Y tú eres una maldita puta” siseó.
No fue un golpe físico, aunque bien podría haberlo sido.
Hasta entonces, sus insultos habían sido medidos, sutiles. Pero eso…
Me había echado a llorar allí mismo, en aquel pequeño y sucio espacio
como depósito. Casey se había disculpado inmediatamente.
“Cariño, cariño, no llores. Para de llorar”.
“¿Por qué me dices eso? Sólo era una conversación” sollocé. “Estaba
tratando de dar una buena impresión a tus colegas”.
“Lo sé. Lo sé, cariño. Yo solo... me puse muy celoso. Porque tú eres mía, y
eso me volvió loco”. Me agarró y me acercó. “No podía soportar la forma
en que te miraba con ese vestido”.
“¡Tú querías que usara este vestido! Tú me lo compraste”.
“Ya lo sé. Y estás muy sexy con él. Ese es el problema. Todos los hombres
que te ven te desean. No es que pueda culparlos...”.
“¿Pero si puedes culparme a mí?”.
“Cariño, dije que lo sentía. ¿Vas a hacer de esto una gran cosa?”.
Así es como siempre fue con Casey. Él empezaba la pelea, luego se enojaba
si yo reaccionaba. No se me permitía sentir nada.
Él era el del temperamento, los celos y las acusaciones.
Y yo era la que tenía que lidiar con ellos.
Al principio, lloré. Hacia el final, simplemente agaché la cabeza. Me quedé
callada. En silencio esperaba que las cosas mejoraran, sabiendo que nunca
lo harían.
Pero esos días han quedado atrás ahora. Esconderme tras la negación ya no
es una opción. Tampoco lo es rechazar la ayuda que necesito
desesperadamente.
Leo puede ayudarme con mi divorcio. Y una cosa está clara: necesito
librarme de Casey.
Me bajo la camisa y camino con cuidado hasta la cama. Me duele todo el
cuerpo. Necesito dormir. Pero mi cerebro no deja de dar vueltas, ni siquiera
cuando estoy inconsciente.
Sueño con la última vez que vi a mis padres.
Sueño con Casey cerniéndose sobre mí, una figura tan grande que bloquea
el sol.
Sueño con demonios colgando de mi espalda, clavando sus corroídas uñas
en mi columna vertebral y retorciendo, retorciendo, retorciendo…
ME DESPIERTO GRITANDO .
La luz se cuela a través de los espacios entre las ondulantes cortinas. Perfila
la alta figura de pie junto a mi cama.
“¡No!” gimo, casi un grito, aún estoy medio dormida. “¡No! ¡Aléjate de mí,
Casey! ¡Mantente alejado de mí!”.
Se abalanza hacia mí, sus manos buscan mi garganta.
O espera, tal vez no.
No es mi garganta. Él no está tratando de estrangularme.
Está tratando de calmarme.
“Soy yo” dice. “Willow, cálmate. Soy yo”.
El alivio se lleva el pánico teñido de rojo. “¿Leo?” susurro su nombre con
súplica, como en una oración.
Lentamente, mis ojos se adaptan a la oscuridad. Su perfil es una obra de
arte. Cincelado e impecable. Extiendo la mano y toco su mejilla como si no
pudiera creer que sea real.
“Leo...” digo de nuevo.
“Gritabas mientras dormías” retumba.
Se sienta en la cama. Una mano está en mi brazo ahora. La otra descansa
sobre mi muslo. Su presencia se traga mis sueños y los convierte en nada.
Soy vulnerable en este momento, especialmente para un hombre como él.
Físicamente, mentalmente, emocionalmente. Pero estoy demasiado cansada
para preocuparme.
“Estaba teniendo un mal sueño” admito.
“¿Sobre Casey?”.
Asiento con mi cabeza.
“Te dije que no tienes que preocuparte por él. Ya no más”.
“Tiene amigos, Leo” le susurro. “Amigos poderosos. Amenazó con
hundirme en su mierda de la malversación de fondos”.
“Deja que lo intente” gruñe Leo. Hay tanta ira en su tono que retrocedo.
“Estoy casada con él. No será tan difícil para él hacerme parecer culpable”.
“¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes ya de preocuparte por ese
maldito mudak?” pregunta Leo.
“Pero ¿por qué no debería preocuparme?”.
Se inclina hacia adelante. Puedo verlo más claramente ahora. Puedo ver el
color avellana de sus ojos, la oscuridad de sus pupilas. Ese ámbar con motas
verdes, fundido y cambiante. No estoy segura de cómo podría haberlo
confundido con Casey. No podrían ser más diferentes.
“Porque yo lo digo” dice.
Sin embargo, es difícil concentrarse en lo que dice por la forma en que me
toca. Sus dedos suben y bajan por mi brazo. Arriba y abajo. Arriba y abajo.
“Casey no es nadie” continúa él. “Tiene contactos, pero tiene que tenerlos
porque necesita ayuda. No puede confiar ni en sí mismo. ¿Pero yo? Yo soy
el amigo que todos quieren tener”.
Me permito asimilar eso por un momento. Mi instinto es creer que está
exagerando. Pero por lo que he visto hasta ahora, Leo no necesita exagerar
nada.
Me está diciendo la verdad. Y extrañamente, me siento más segura por eso.
La espalda me palpita de repente por la forma en que estoy tumbada y hago
una mueca de dolor, tanto real como recordado. Él ha estado a punto de
pegarme varias veces” me oigo decir. “Pero... esta vez fue diferente”.
“¿Diferente cómo?”.
“Creo que me habría matado a golpes”.
“Nunca habría tenido la oportunidad”.
“Leo...”.
No sé por qué digo su nombre. Pero hay algo en él, su sólida presencia, su
innegable carisma, su belleza oscura y seductora, que me atrae. Saca
palabras de mis labios que nunca antes había pensado decir en voz alta.
Rodeo su cuello con mis manos. Y me subo a su regazo.
No hay sorpresa en sus ojos cuando sus palmas se posan en mis caderas.
¿Es posible sorprender a este hombre? ¿Puede algo alterar su compostura?
Una parte de mí reconoce el error colosal que esto podría acabar siendo.
Pero es una pequeña parte. Una parte silenciosa. Una parte fácilmente
ignorada.
Porque el resto de mí ahora es un océano de necesidad. De protección y de
consuelo y de todo lo demás.
Y nadie encarna eso mejor que el hombre frente a mí.
Cuando me inclino hacia él y lo beso, hay desesperación en ello. Ansío el
calor de su cuerpo y todo lo que eso representa.
Él no instiga el beso. En realidad, ni siquiera me anima. Sus manos
permanecen en mis caderas, pero sus labios no me regalan nada más que
calor.
Me aparto un poco para poder verle a los ojos. No revelan nada.
“Te estás buscando problemas, kukolka” me advierte.
Asiento, estoy temblando. “Entonces dámelos”.
La voz que sale de mí no se parece en nada a la mía. Está áspera por la
lujuria y el miedo.
Presiono mi cadera contra él. Está duro como una roca entre mis muslos y
eso hace que lo desee aún más.
“Quiero la ayuda de Jessica, Leo” le susurro al oído. “De verdad esta vez.
Quiero el divorcio”.
Él espera pacientemente. “¿Y?” dice luego.
“...y ahora quiero que me cojas”.
Sus ojos se oscurecen de deseo. Mi coño late con avidez.
“Di eso de nuevo” ordena.
“Cógeme, Leo. Te deseo”.
Planta una palma en mi garganta y me empuja contra la cama. Se sube
encima y pasa sus labios por mi clavícula, es un movimiento tan sutil que
apenas puedo sentirlo. Solo un pequeño rastro de calor.
Quiero más. Mucho más.
Pero cuando intento tocarlo, agarra mis manos y las sujeta contra la cama a
ambos lados.
“Ya, ya” dice. “Haz lo que te digo”.
Baja sus caderas hasta las mías y se refriega contra mí. Mis pezones están
muy duros y estoy empapada en este momento, pero él no parece tener prisa
por darme lo que busco.
No me sorprende. Él hace todo a su manera. En su propio tiempo.
Todo lo que puedo hacer es esperar.
Tiemblo cuando aparta la tela del fino camisón que llevo puesto. Los
botones saltan y vuelan. La ráfaga de aire frío contra mis pezones los
aprieta más y no puedo evitar gemir.
“Leo...” gimo. “Por favor”.
“¿Por favor qué?” gruñe, sonando casi enojado. ¿Por qué eso me excita
tanto?
No puedo formar las palabras que estoy buscando. Entonces, en su lugar,
empujo mis caderas más hacia él. Él también me desea, lo puedo sentir por
la erección que se clava en mi muslo. Pero está alargando el momento. Me
está torturando.
¿Acaso no he pasado suficiente?
“¿Quieres que te haga venir de nuevo, eh?” pregunta, susurrando en mi
oído.
Arqueo la espalda y asiento, desesperada porque entierre su calor entre mis
piernas. “No puedo esperar. No puedo esperar más...”.
“Si no dejas de hablar ahora, te voy a amordazar con mi pene” sisea y un
destello caliente de deseo escalda a través de mi cuerpo ante esas palabras.
A él no se le escapa. “Pero eso es exactamente lo que quieres, ¿no?”.
Estoy más allá del punto del orgullo ahora. Así que simplemente asiento
como la mujer desesperada que soy, sabiendo que él puede ver el
entusiasmo en mis ojos, en mi cuerpo, en cada célula de mí.
Sube por mi cuerpo y se desabrocha la cremallera hasta que su pene está
justo en mi cara. Empieza a pasar su pene por mis labios. Mi boca se abre
voluntariamente y él introduce la punta.
Hay algo carnal, casi bárbaro en esto. Soy un juguete a su disposición. Mis
manos están atrapadas. Mi boca está abierta para que él la use como le
plazca.
Y me encanta.
Gimo en su miembro y él lo empuja más adentro de mi boca. Más, y más,
hasta que lo tengo en la garganta, cumpliendo su amenaza de amordazarme.
Se empuja hasta el borde y lo saca el tiempo suficiente para que pueda
tragar aire.
Luego vuelve a entrar.
Su sabor y su tamaño son abrumadores. Se adentra en mi boca hasta que
vuelvo a luchar por respirar, pero cada segundo de agitación sólo hace que
yo me moje más y más.
Cuando estoy al límite, él se retira y vuelve a deslizarse por mi cuerpo. Su
pecho descansa sobre el mío.
Se alinea y se empuja dentro de mí.
La conexión se produce sin esfuerzo. Él separa mis piernas y empuja sus
caderas hacia delante con una fuerza salvaje. Mi cuerpo está desesperado
por recibirlo hasta el fondo.
Mantengo las manos donde él las puso, aunque me agarro de las sábanas
para soportar las sensaciones que me desgarran. Cada vez que mis ojos
amenazan con cerrarse de puro éxtasis, me obligo a mantenerlos abiertos.
Quiero verle.
El hambre en su rostro. La brutalidad. El salvajismo. El poder.
Nunca supe que el sexo podría ser así. Lleno de esa intensidad que te hace
morderte las uñas, ese deseo abrumador, estremecedor, que te revuelve el
estómago y te hace desear cada embestida como deseas cada respiración.
Lo único que importa es esto.
Es lo único que puedo pensar, es lo único en que puedo concentrarme: Leo,
Leo, Leo.
Grito cuando llego al clímax. En lugar de reducir la velocidad, él me
penetra más fuerte, más rápido y más agresivamente. Mi segundo orgasmo
es incluso más grande que el primero, y para cuando termina conmigo,
apenas puedo moverme. Estoy aturdida.
Solo estoy vagamente consciente de que Leo gruñe mientras se vacía dentro
de mí una y otra vez. Y cuando termina ese último empujón, cuando su
cuerpo se estremece en la quietud, el calor seguro que he estado
persiguiendo desde el momento en que me desperté me envuelve como un
sueño.
No me besa ni me abraza después. Nunca esperaría algo así de alguien
como él.
Le pedí que me cogiera y eso fue lo que hizo. Eso es todo lo que hizo.
Mañana, podría recordar esto como un error. Pero por ahora, estoy feliz. Y
cuando me vuelvo a dormir, no sueño con nada.
15
LEO
D ÍA Presente
Siete años. Siete malditos años desde que mi hermano fue asesinado.
Muchas cosas han cambiado, pero Jax y Gaiman no. Y después de tanta
sangre, sudor y lágrimas, finalmente estamos aquí, en la recta final.
Puedo saborear mi venganza en el horizonte. Muy pronto, la alcanzaré.
“Nuestro objetivo va a ser Belov” les digo.
Jax me mira con incredulidad. “¿Hablas en serio?” dice.
“Belov es el que toma las decisiones ahora. Primero tiene que ser él.
Cuando esté a dos metros bajo tierra, entonces podremos ocuparnos del
viejo. A menos que la gota lo haga primero”.
“No debería ser tan difícil” señala Gaiman. “A menos, por supuesto, que
Anya Mikhailov decida desafiarnos”.
“Yo me encargo de ella”, dice Jax con una sonrisa de suficiencia.
Niego con la cabeza. “La mujer es veneno. Mantente alejado de ella.”
“¿Hay algo que no nos estás contando?” solicita él.
“Ya conoces los rumores. Todos sus maridos han muerto en circunstancias
misteriosas. ¿Quieres unirte a la lista?”.
“¿Por qué iba ella a matar a sus maridos?”.
“Porque los matrimonios fueron arreglados por Semyon” explico. “Él
quería hacer alianzas políticas, y ella mandó cada uno al mismo infierno”.
Jax levanta las cejas. “Vaya rumores. Parece que has demostrado que eran
ciertos. Pero no tiene por qué ser algo malo. ¿Podría ser una aliada?”.
Gaiman se detiene en seco y frunce el ceño. “Debo estar volviéndome loco,
porque... eso en realidad no suena como una idea horrible”.
“Anya ya ni siquiera vive en el complejo Mikhailov” señalo. “No lo ha
hecho desde hace varios años. Está alejada de esa vida, por eso no es un
factor”.
“Espera, ¿sabemos dónde está?” pregunta Gaiman.
Niego con la cabeza. “Su ubicación es un misterio. Reaparece de vez en
cuando, solo para desaparecer de nuevo”.
“Tal vez debamos vigilarla mejor”, reflexiona Gaiman en voz alta.
“Si es necesario, se los dejaré saber” digo con firmeza. “Hasta entonces, nos
centraremos en los principales protagonistas: Spartak Belov y sus
asistentes”.
“Voy a sacar el archivo” dice Gaiman.
Jax se vuelve hacia mí. “¿Qué pasa con la chica?”.
“Jessica está manejando su divorcio” le digo. “Haremos planes una vez que
eso esté resuelto. La boda es lo primero. Quiero que la seguridad se prepare
para ello”.
Jax frunce el ceño y dice: “Dudo que a los Mikhailov les importe tu
matrimonio con ella, no es nadie”.
“Ahora no” digo. “Pero lo harán”.
“Puedo oler una pelea en el horizonte” dice Jax y está tan mareado con la
perspectiva que se olvida de quejarse del hecho de que todavía no sabe por
qué Willow es parte del plan.
Ha sido paciente a lo largo de los años. Esperando una lucha que retrasé y
retrasé hasta convertirme en el Don en que sin duda Pavel se habría
convertido.
He aprendido de los errores de mi hermano. Y cometido algunos propios en
el camino.
Así es como supe de qué forma colocar el tablero.
Ahora, sin embargo, las piezas están en su lugar.
Lo único que queda por hacer es jugar.
16
WILLOW
¿Qué he hecho?
Ese es mi primer pensamiento cuando me despierto entre sábanas
desordenadas y dolor entre las piernas.
Él no está aquí, no es que esperara tampoco que estuviera. Me sorprendería
si así fuera.
Me levanto de la cama y me estiro. Cada músculo de mi cuerpo me duele.
Parte de él es del tipo bueno de dolor, el tipo que te hace sentir satisfecho y
descansado. El otro es el persistente dolor de los moretones que me hizo
Casey.
Mientras camino hacia el baño, veo las furiosas manchas índigo que
irradian hacia arriba de mi espalda y mis muslos. Temblando, me doy la
vuelta y empiezo a bañarme.
Ver correr el agua me trae recuerdos de ayer. Leo estuvo de pie junto a mí
todo el tiempo, con sus ojos recorriendo mi cuerpo de arriba abajo. Debería
haberme sentido amenazada. Pero ni una sola vez hizo ademán de tocarme.
Al menos no sexualmente. Incluso el modo en que me desnudó me
pareció... bueno, no del todo indiferente. Pero tampoco expectante.
Me remojo en el agua durante un buen rato, preguntándome cómo voy a
enfrentarme a él. No sólo hemos vuelto a dormir juntos, sino lo que es peor:
he sido yo quien lo ha iniciado.
Me subí a su regazo.
Le pedí, le supliqué de hecho, que me follara.
Solo revivir el recuerdo me hace encogerme de vergüenza. Él me lo echará
en cara, sé que lo hará. Pero es demasiado tarde para retractarse ahora.
Lo hecho, hecho está.
Después de mi baño, me doy cuenta de que finalmente voy a tener que
ponerme algo del armario de ropa que Leo me tiene. Resignada, me
envuelvo en una toalla y voy a examinar las opciones que se muestran.
Es una cornucopia de marcas de diseñadores exclusivos. Los tipos de
nombres que aparecen en vallas publicitarias de todo el mundo: Gucci,
Prada, Fendi, Dolce & Gabanna. También hay etiquetas francesas oscuras
de las que nunca había oído hablar antes. Cada puntada de cada prenda es
asombrosamente fabulosa.
Pero si Leo cree que voy a arreglarme para él, puede pensarlo de nuevo.
Elijo un par de jeans Rag & Bone negros que me sientan como un guante y
un suéter verde claro con un tejido que muestra pequeños pedazos de mi
piel. No es lo que yo llamaría “modesto”, pero tampoco es digno de una
alfombra roja.
Cuando estoy vestida, me siento mejor. Más yo misma. Lo que también me
hace darme cuenta de lo inquieta que estoy ahora mismo. Camino de un
lado a otro unas cuantas veces antes de decidirme e ir hacia la puerta.
Casi espero que esté cerrado, pero no lo está. El picaporte gira suave y
silenciosamente.
Sintiéndome más que insegura, salgo al pasillo y miro alrededor. No hay
nadie a la vista. Ni guardias, ni criadas.
Ni Leo.
Salgo de mi habitación y bajo de puntillas al segundo piso. Esta es la
primera vez que he puedo apreciar realmente la casa. No soy una experta en
diseño de interiores o arquitectura. Pero si sé que este lugar se ve bien.
Tiene un cierto encanto atractivo, uno que no coincide exactamente con su
dueño.
Leo tiene encanto, sí. Pero su encanto tiene un límite. Una inclinación
oscura que te hace desconfiar. Eso que te advierte que no te acerques
demasiado.
Asomo la cabeza en la primera habitación que veo. Vacía. La siguiente
también está vacía. Y la siguiente.
Ni una sola de las habitaciones que miro contiene otro ser humano.
Sin embargo, una de las habitaciones llama mi atención. Es una especie de
estudio, pero el escritorio está completamente vacío. Compruebo que estoy
sola y luego entro para echar un vistazo.
Mis ojos se sienten atraídos por una gran fotografía que cuelga de la pared.
Es en blanco y negro, tomado profesionalmente, con el grano, el
desenfoque y el ángulo de un fotógrafo que ama su oficio.
El hombre de la foto ha sido fotografiado desde cierta distancia. Lleva un
jersey negro y un Rolex plateado, mira hacia un lado y sonríe a algo que no
puedo ver. Guapo, desde luego. Y no sólo eso, sino guapo de una forma que
juraría reconocer.
Se parece a Leo.
Pero no es exactamente él. El hombre en el marco es más flaco, no
esquelético, pero no tiene la constitución de Leo, y sus rasgos son un poco
más largos, un poco más sombríos y tristes. Sus ojos están hundidos e
inclinados hacia abajo. Incluso su boca parece tener una inclinación hacia
abajo, aunque está sonriendo. Todo irradia melancolía.
Doy un paso hacia él, mirando más de cerca, cuando...
“¿Encontraste algo interesante?” escucho a Leo.
Salto en el aire y dejo escapar un grito muy desafortunado, muy impropio
de una dama. Suena como un camionero de cincuenta años que acaba de
golpearse el dedo meñique del pie.
Leo esboza una sonrisa divertida, pero al menos no se ríe en mi cara. No es
que eso disminuya la vergüenza en absoluto.
“Yo, eh... vaya, no lo sé”.
Se inclina contra el marco de la puerta del estudio, mirándome con ojos
ilegibles.
Me trago el miedo. “¿Es... es tu hermano?”.
“Pavel” confirma Leo. “Si, es él”.
“Es una foto muy hermosa”.
Él asiente, pero no le echa un vistazo de verdad. “Fue tomada hace casi diez
años”.
“¿La tomaste tú?” digo. No sé por qué, pero de repente me parece
totalmente natural que Leo sea capaz de tomar algo tan hermoso. Me parece
el tipo de hombre que es bueno, sin hacer ningún esfuerzo, en todo lo que
intenta.
Él niega con la cabeza. “Su prometida lo hizo”.
Mi corazón se contrae un poco. “¿Dónde está ella ahora?”.
“Él murió antes de la boda” dice Leo secamente. “Ella se reinventó y siguió
con su vida”.
Asiento con la cabeza. “Supongo que no queda más remedio que seguir
adelante”.
“No todos tienen esa opción” dice Leo, con un toque de amargura en su
voz.
“¿Como murió?” inquiero.
Sus ojos se clavan en los míos. El color avellana en ellos parece
cristalizarse. “Fue asesinado en lo que se suponía que era una reunión de
caballeros”.
“¿Una qué?” pregunto.
“Donde los señores de un determinado territorio se reúnen para discutir
intereses comerciales, agravios, alianzas. Ese tipo de cosas. El acuerdo es
sencillo: vienes desarmado. Te vas intacto. Es una cuestión de honor”.
Lo entiendo incluso antes de que termine la historia. “Alguien no se apegó a
las reglas”.
Leo asiente y ahora se vuelve hacia la fotografía de su hermano. “Él y sus
tenientes más cercanos fueron asesinados durante esa reunión. Y así, yo me
convertí en Don”.
Su expresión es plana, pero puedo decir que su hermano significaba mucho
para él. ¿Por qué si no habría una fotografía enmarcada del hombre colgado
en su casa?
De repente me doy cuenta de que esta habitación no es un estudio.
Es un santuario.
“¿Querías serlo?” le pregunto. “Don, quiero decir. ¿Querías ser don?”.
“Mierda, no” se ríe de inmediato. “Pero bueno, siempre se entendió que
nunca tendría que serlo. Me conformaba con ser la mano derecha de mi
hermano. Fue él quien insistió en que me quedara en casa aquel día. Yo
quería asistir a la reunión con él. De hecho, mi nombre estuvo en la lista
hasta el último momento”.
“¿Crees que él sospechaba algo?”.
“No. Si lo hubiera hecho, habría estado mejor preparado. Solo estaba siendo
cauteloso. Iba a conocer a alguien que consideraba peligroso. No quería
mostrar toda su mano”.
Es un mundo extraño lo que me está explicando. Ni siquiera puedo empezar
a entenderlo. ¿Pero perder a alguien que te importa? Eso lo entiendo. Puedo
identificarme con eso.
“¿Estabas husmeando o buscabas algo en particular?” pregunta él sin
rodeos. Su tono áspero rompe el momento íntimo en fragmentos irregulares.
Frunzo el ceño. “No estaba fisgoneando. Sólo echaba un vistazo”.
“Eso no me molesta” dice encogiéndose de hombros. “Solo me sorprende
que puedas andar derecha después de lo de anoche”.
El color sube a mis mejillas inmediatamente. Él es lo suficientemente cruel
como para seguir mirándome a los ojos todo el tiempo. Sin piedad.
“Yo… eso fue… anoche fue…”.
“Te tengo sin palabras. Debe haber sido bueno”.
“Por Dios, ¿quieres parar?”
“¿Parar qué?” pregunta inocentemente.
“Lo de anoche fue un error. Yo estaba vulnerable”.
“Parecías bastante en control de las cosas cuando te arrastraste hasta mi
regazo y me pediste que te cogiera”.
Me estremezco. Crudo, pero preciso. “No tienes que recordármelo. Sé lo
que pasó”.
“¿Y te arrepientes esta mañana?”.
No parece herido, obviamente. No creo que Leo pueda ser “herido” de esa
manera. Él es simplemente práctico. Desapegado de cualquier respuesta que
yo pueda dar.
“Bueno, es seguro decir que probablemente no fue la mejor idea”.
No dice nada y, como de costumbre, el silencio me invade por todas partes.
Me muerdo el labio inferior, esperando que eso me impida hablar, pero sé
que es cuestión de segundos para que suelte algo lamentable.
Al parecer, él también lo sabe. Sólo me da más silencio para ahorcarme.
“Estaba en shock después de… después de, ya sabes” murmuro. “Después
de lo que pasó con Casey”.
“¿Y querías alejar tus problemas?”.
Me estremezco de nuevo. “Solo estaba… vulnerable...”.
“Ya has dicho eso”.
“¿Tienes que ser tan imbécil?”.
El sonríe y dice: “Sólo intento ayudarte a sacar esta explicación. Parece que
te cuesta”.
“¡Porque es vergonzoso!” espeto.
“Nunca te avergüences de tomar lo que quieres, Willow. ¿No hemos pasado
por esto antes?”.
“Si, lo hicimos” digo bruscamente. “Y como te dije antes, no tengo las
mismas ventajas de género que tú. No tengo un gran pene vibrante para
hacer que este mundo se alinee”.
Él se ríe. “Eso es bueno. Si lo tuvieras, no te habría dejado subir a mi
regazo anoche”.
Estrecho mis ojos hacia él. Dos pueden jugar este juego. “¿Intentas hablar
de anoche para que no tengamos que hablar de tu hermano?”.
Parpadea, totalmente imperturbable. “No tengo que desviarme en absoluto.
Cuando termine de hablar de algo, lo diré. Pero entiendo por qué pensarías
que eso es lo que estaba tratando de hacer”.
“¿Por qué?”.
“Porque es lo que estás tratando de hacer tú en este momento” dice.
“Siempre asumes de los demás lo que es verdad para ti”.
Frunzo el ceño, irritada por lo transparente que soy para él. Pero a pesar de
que sé que puede ver a través de mí, todo lo que puedo pensar es negar,
negar, negar..
“Yo... eso no es...”.
Él sonríe de nuevo. “Cálmate, Willow. Sólo dime lo que quieres decir”.
“Anoche fue un error” me estremezco “Estaba muy deprimida y quería
sentir... algo. Cualquier cosa que no fuera miedo. Fue un error de juicio de
mi parte. Y déjame asegurarte que no volverá a ocurrir”.
Me mira con una expresión fría y desinteresada. “Si tú lo dices”.
“¿No me crees?”.
“Yo no dije eso”.
“Tu expresión dice lo contrario”.
Él rueda los ojos. “Entonces estás leyendo demasiado. No estoy interesado
en obligar a una mujer a coger. No cuando tengo tantas listas y dispuestas a
abrir las piernas en el momento en que las mire. ¿No quieres volver a tener
sexo? Está bien, no extrañaré tu coño. Ya me he saciado dos veces”.
Las palabras son más duras, más agudas y más insultantes que si hubiera
seguido adelante y me hubiera abofeteado. Me siento como si tuviera dos
pulgadas de alto en el calor de esos ojos color avellana fulminantes.
Yo rogándole que me folle no me hace especial y no hace que nuestra
conexión sea única. Simplemente me agrupa con todas las otras chicas que
aprovecharían la oportunidad de pasar una noche con el don.
Sacudo la imagen de mi cabeza antes de que pueda tomar residencia
permanente allí.
“¿Qué ocurre?” pide él.
“¿Qué te hace pensar que algo anda mal?”.
“Porque tu cara está haciendo algo raro”.
Me alejo de él enfadada. “Estoy bien. Deja de interpretar las cosas” digo y
escucho una risa detrás de mí, me doy la vuelta de inmediato. “¿Qué es tan
jodidamente divertido?”.
“Tú lo eres” dice sin perder el ritmo. “¿Te decepcioné hace un momento?
¿Se suponía que debía caer de rodillas y rogar por los dulces placeres de tu
coño?”.
Mis mejillas se encienden de vergüenza. ¿Cómo puede él ver a través de mí
tan fácilmente, cuando yo ni siquiera puedo siquiera empezar a penetrar los
muros de piedra que él mantiene a su alrededor?
“Vete a la mierda, imbécil”.
Mantengo mi cabeza en alto mientras trato de pasar junto a él fuera del
estudio. Pero justo cuando estoy a su alcance, me agarra y me empuja
contra la pared. Jadeo cuando su peso presiona contra mi pecho.
“¿Quieres que proteste?” respira sarcásticamente en mi cara. “¿Que
suplique una segunda oportunidad? ¿Que intente convencerte de que sigas
cogiéndome porque te necesito muchísimo?”.
Si antes estaba siendo un imbécil, ahora está siendo un monstruo. Haciendo
alarde de su poder sobre mí, burlándose de mis inseguridades.
¿Y la peor parte?
Todavía lo deseo.
Ni siquiera quiero apartarme. Antes de que pueda detenerme, aspiro una
bocanada de su confiado aroma, todo hombre y almizcle. Puro puto poder.
Me tiene inmovilizada contra la pared y, en lugar de miedo, lo único que
puedo sentir es un deseo al rojo vivo. Se concentra entre mis piernas, pero
todo mi cuerpo se ilumina con él. Me siento como una estrella ardiendo en
el cielo nocturno.
“Yo… n-no, eso no es lo que… nunca dije eso…”.
“Lo dijiste con tus ojos, kukolka. Con esa mirada enfadada y acusadora que
acabas de lanzarme. Lo dijiste con tu cuerpo mientras me dabas la espalda
enfadada. ¿Estoy leyendo todo eso bien?”.
“Tú no me conoces” digo bruscamente, tratando de empujar hacia atrás con
mi cuerpo.
Me doy cuenta casi de inmediato de que no es una buena idea. Todo lo que
hace es poner mis pezones más duros, muy rápido. Y hace que la creciente
humedad entre mis piernas sea mucho más difícil de ignorar.
“Te conozco, Willow. Sé mucho, mucho más de lo que tú crees que yo sé”.
“´Quítame... las manos... de encima”.
“Di por favor”.
“Creo que mejor te diré ‘Vete a la mierda’ en su lugar”.
“Es como si quisieras que te castigara” reflexiona. “Tu cuerpo te delata,
querida. Me muestra todo lo que necesito saber”.
Lo empujo fuerte de nuevo. La única razón por la que esta vez funciona es
porque él lo permite. Me suelta y vuelve al estudio, mirándome con una
sonrisa satisfecha.
“Vete a la mierda” repito. Sueno como un disco rayado, pero estoy
demasiado enojada y nerviosa para pensar en algo mejor.
“¿Herí tus sentimientos, pequeña?”
“No te hagas ilusiones” respondo, pero mi voz es débil. Sueno sin aliento y
patética.
“Permíteme que te lo compense”.
“Créeme, eso no es necesario” siseo. “En todo caso, puedes compensarme
manteniéndote bien lejos”.
“Si te refieres a eso, se puede arreglar fácilmente” dice tocando su barbilla
pensativamente. “Pero de algún modo, no creo que lo hagas”.
“Por Dios. Honestamente, tienes el ego más grande de todos los hombres
que he conocido”.
“¿Pero sabes cuál es la diferencia?” pregunta, dando un paso hacia mí.
“¿Entre los otros hombres que has conocido y yo?”.
Cómo anhelo su calor. Su peso contra mí. Estoy tan mojada que me pone
nerviosa que pueda olerlo.
“¿Cual es la diferencia?” pregunto, mordiendo el anzuelo a pesar de mi
instinto.
Se inclina hacia mí, tan cerca que sus labios rozan mi oreja mientras dice:
“Tengo los bienes que lo respaldan”.
Antes de conocer a Leo Solovev, pensé que el término “débil de rodillas”
era solo una expresión. ¿Pero ahora? Ahora, entiendo cuán real es el
fenómeno.
Porque cuando escupe ese tipo de arrogante confianza, apenas puedo
mantenerme en pie.
Y como siempre, él lo siente. Lo ve en mí sin siquiera tener que mirarme.
“Cena conmigo esta noche” dice, enderezándose. “Y dejaremos atrás este
pequeño incidente”.
“Yo no ceno” murmuro estúpidamente.
Levanta las cejas y de inmediato quiero que el suelo se abra y me trague.
¿Por qué tengo que ser tan torpe frente a él? ¿Por qué no puedo ser una
criatura ágil y grácil cuyos movimientos son una lección de seducción?
No es que yo quiera seducirlo, me digo a mi misma. Solo quiero que me
desee tanto que le joda la cabeza como el está jodiendo la mía ahora mismo.
“Eso es, uh, lo que quiero decir es... que no tengo hambre”.
“La cena es dentro de ocho horas” dice. “Las cosas podrían cambiar entre
ahora y entonces, me imagino”.
“¿Y si digo que no?”.
“Entonces supongo que tendré que invitar a alguien más”.
Lo dice tan casualmente que al principio no veo la amenaza. Pero a medida
que se asienta, me doy cuenta exactamente de lo que está prometiendo.
“Cenaré contigo” digo. “Pero iré por la comida. No por ti”.
Su boca se inclina hacia arriba en una sonrisa arrogante. “Mientras vengas,
kukolka”.
Dios mío...
¿En qué me he metido?
17
LEO
U NOS MINUTOS después de que Jessica se haya ido, Jax y Gaiman entran a la
oficina.
Está claro que también escucharon la mayor parte de lo que sucedió.
Gaiman se ve impasible e incómodo. Jax, por otro lado, tiene una tonta
sonrisa en su rostro.
“Ese fue todo un espectáculo” dice, dándome una palmada en la espalda.
“Estoy orgulloso de ti, amigo”.
“No debes estar acostumbrado al placer genuino de una mujer en la cama”
dice Gaiman.
“Por favor, las mujeres con las que cojo se corren el doble de fuerte”
argumenta Jax.
“Eso dice más sobre el tipo de mujer dispuesta a acostarse contigo que
sobre los poderes de tu pene, sobrat” le digo.
“¿Quieres apostar?” pregunta Jax.
Estrecho los ojos hacia él. “Por supuesto. Todavía me debes cinco grandes
de la última apuesta que perdiste. ¿O eran diez?”.
Su expresión cae. “Maldición. Te acordaste”.
“Nunca olvido”.
“Ya tienes suficiente dinero” se queja.
“¿Parezco el tipo de hombre que se conforma con lo suficiente?” digo y me
río. “Aceptaré el pago para mañana. Solamente efectivo”.
“Eres un bastardo despiadado, Leo Solovev”.
“Eso es algo que nunca deberías olvidar” dice Gaiman.
Gaiman se permite una pequeña sonrisa antes de centrar su atención en los
planos dispuestos sobre mi mesa. Una esquina de la cual está
deliciosamente arrugada. Si Gaiman se da cuenta, no dice nada.
“¿Recibiste noticias de los equipos?” pide él.
Me trago mi molestia por el fallido primer intento del segundo sitio.
“Sí. El equipo uno tuvo éxito. El segundo... no tanto”.
“¿Silver Star aún no está listo?” pregunta Gaiman.
“No todavía” le digo.
“Espera” Jax señala los planos arrugados. “¿Te la cogiste sobre los planes
de derribo?”.
Le envío a Jax una mirada penetrante. “Prioridades”.
“Confía en mí, mis prioridades están en orden” se ríe.
“¿Podemos ponernos manos a la obra, por favor?” pregunta Gaiman
enfadado.
“Gaiman, prioridades” lo regaña Jax en una imitación torpe de mi voz.
“Por Dios” gruñe Gaiman. “Algunos días, te juro que podría meterte una
bala en la cabeza y no sentir ningún remordimiento”.
Jax está a punto de hacer otra broma cuando los silencio a ambos.
“Suficiente. Tenemos mucha mierda que hacer. El fracaso del segundo
equipo significa que tengo que retrasar mis planes”.
“¡Excelente! ¡A la mierda las bombas!” canta Jax, tronándose los nudillos.
“¿Entonces podemos entrar y romper algunos cráneos nosotros mismos?”.
“Ni hablar, amigo mío. El plan sigue siendo el mismo. Sólo que tardará un
poco más de lo previsto”.
“Odio pelear guerras en la sombra” gruñe.
“Solo espera, entonces” digo. “Cuando esas bombas exploten, tendremos
antorchas gemelas ardiendo sobre la ciudad. No quedará ninguna sombra”.
Él sonríe maliciosamente y rebota sobre las puntas de sus pies. “Cuento con
ello”.
Gaiman lo empuja lejos del escritorio. “¿Eres tan tonto que crees que una
guerra total con la Bratva Mikhailov nos va a servir bien?”.
“Por supuesto que sí. Tenemos que acabar con esas jodidas ratas de una vez
por todas”.
“Son poderosas” dice Gaiman. “Demasiado poderosas para ser destruidas
de una sola vez”.
“Por eso Leo está atacando el Silver Star y el Manhattan Club”.
“¡No será suficiente!” espeta Gaiman.
“¿De qué mierda estás hablando?” demanda Jax.
“Gaiman tiene razón” digo tranquilamente.
“¿Cómo que Gaiman tiene razón?” pregunta Jax a la defensiva. “¿Vamos o
no vamos a explotar su mierda hasta el cielo?”.
“Derribar dos puntos Mikhailov paralizará su base de poder, pero no los
detendrá. El alcance de Semyon se extiende más allá de lo que sabemos”.
“Tenemos que olvidarnos del gran alcance de sus brazos y cortar la cabeza
de esta serpiente” subraya Gaiman.
Jax asiente en comprensión. “Semyon Mikhailov”.
“No. Semyon es un problema menor. Podemos ocuparnos de él después”
digo. “Spartak Belov es la amenaza más inmediata”.
Gaiman suspira. “Él parece estar tomando todas las decisiones. Pero
¿sabemos cuán involucrado está Semyon todavía en el funcionamiento de la
Bratva Mikhailov?”.
“¿A quién le importa?” responde Jax. “Los matamos a ambos, problema
resuelto”.
La emoción de Jax raya en la ira. Entiendo el sentimiento completamente.
No es más que lealtad. Cada desprecio hacia la Bratva Solovev es como un
insulto personal para él.
Pero yo no dejaré que la ira me domine como a él. No importa cuánto
aprecie el sentimiento.
“Me vengaré de mi hermano” digo con confianza. “Pero hacerlo
correctamente lleva tiempo. Tenemos suficiente comida en nuestro plato. Es
hora de festejar”.
Justo cuando termino de hablar, suena mi teléfono. Reconozco el número
ilocalizable. Solo puede ser una de dos personas. Lo agarro al instante.
“Él sabe lo de la llave” dice la voz en la línea con aspereza. “No tienes
mucho tiempo”.
Entonces la llamada se corta.
Gaiman lee el cambio en mi expresión antes de que pueda hablar. “¿Leo?
¿Qué ocurre?”.
“Reúne un equipo” gruño. “Tenemos que llegar a ella antes que él”.
“¿Llegar a quién?” pregunta Jax mientras se mueve hacia la puerta para
seguir mi orden.
Tomo una pistola del cajón superior de mi escritorio y la meto en mi
bolsillo. “A Willow”.
21
WILLOW
Ni siquiera he podido procesar lo que eso podría significar cuando veo que
Jessica mete la mano en su abrigo y saca una pistola.
La miro boquiabierta. “No estabas bromeando sobre las armas de
destrucción masiva”.
Ella sonríe. “Nunca se sabe cuándo se puede necesitar algo de potencia de
fuego”.
Amartilla el arma con un gesto experto y me indica que la siga escaleras
abajo.
“Vas a tener que darme más explicaciones que esto. ¿Se trata de Casey?”
digo.
“No. Ya nos hemos ocupado de él”.
“Entonces, ¿explícame qué está pasando?” solicito.
Ella me ofrece una mirada comprensiva. “Ojalá pudiera, cariño. Pero en
realidad no tengo una explicación que darte. Yo hago lo que manda el jefe”.
“¿Y ese sería Leo?”
“Ese sería Leo” confirma ella.
Jessica reduce la velocidad en cada rellano de la escalera, dobla la esquina
con el arma primero antes de que sigamos. Es obvio por su practicado
comportamiento que este no es su primer asalto.
Ya ella ha disparado antes.
Ya ella ha matado antes.
“¿Por qué vamos por las escaleras? Estamos como treinta pisos arriba” le
recuerdo.
“Los ascensores no son seguros. Ellos deben estar esperándonos por allí”.
“Realmente me gustaría saber quiénes son ‘ellos’, por favor”.
Ella no contesta. En cambio, extiende su mano para silenciarme. Estoy a
punto de quejarme de nuevo cuando lo escucho.
Pasos.
Jessica se estira sobre la barandilla, con el arma lista, para tratar de captar la
fuente del ruido. Al principio fue extraño verla con un arma, pero ahora
parece más una asesina entrenada que una abogada. No me la imagino en
un tribunal.
Sus hombros se relajan. “Sigamos moviéndonos. Tenemos que ser más
rápidas”.
“Jessica, yo... esto no puede ser sobre mí. Alguien debe estar confundido”
argumento. “Todos creen que soy otra persona. Leo me ha confundido con
otra persona”.
“¿Crees que él lo hace ahora?” dice, completamente desinteresada.
“Hablo en serio. No tengo ni idea de por qué Leo está interesado en mí, y
mucho menos este supuesto montón de ‘hombres peligrosos’”.
“Nuestro lugar no es saberlo todo” dice ella. “Solo seguimos órdenes y
confiamos en que Leo sabe lo que hace”.
Confianza. Será una broma. Mucho más fácil decirlo que hacerlo cuando se
trata de Leo.
Jessica no muestra signos de aminorar la marcha, pero bajar las escaleras en
espiral me está provocando jadeos y náuseas. Quiero sentarme y poner mi
cabeza entre mis rodillas, aunque dudo que Jessica acepte un descanso. Ella
ni siquiera está respirando con dificultad.
¿Y yo? No he respirado hondo desde el día que conocí a Leo. Como si
estuviera encadenada a un viaje del que no puedo bajarme.
Cuanto más bajamos las escaleras y peor me siento, más seguro estoy que la
explicación que le di a Jessica es la verdad.
Leo me ha confundido con otra persona. Tiene que ser eso. Es la única
explicación posible de cómo he acabado aquí, huyendo de los malos como
si estuviera en una barata película de acción de Hollywood.
Jessica se detiene bruscamente y yo choco contra su espalda.
“Willow, ¿puedes quedarte en el ahora, por favor?” pregunta con evidente
irritación. “Te necesito aquí conmigo. No en La La Land”.
Asiento tontamente.
El murmullo normal de la gente y la charla se eleva desde los pisos
inferiores, pero aún se siente como si estuviéramos a kilómetros del suelo.
Jessica duda en la puerta de la escalera. “Espera aquí. Déjame comprobar
bien este piso”.
No tarda más de un minuto, pero parece una eternidad. Mis sentidos se
disparan. De repente estoy muy consciente de cada sonido, cada vista, cada
olor.
El persistente olor a humo de cigarrillo y colonia floral en el aire. Los
grafitis grabados en el muro de hormigón. El zumbido de la electricidad y
los cables del ascensor detrás de las paredes.
Estoy tan inmersa en mis momentáneos súper poderes que salto cuando la
puerta se abre de golpe. Tengo que reprimir un grito: es Jessica.
“Este piso luce tranquilo. Podríamos arriesgarnos por los ascensores”.
“¿Pensé que dijiste que ellos estarían esperando eso?”.
“Si, pero no llegaremos hasta la planta baja” me dice. “Nos bajaremos en el
segundo y seguiremos desde allí”.
Como no estoy en posición de discutir, la sigo a través de la puerta.
Este piso luce casi idéntico al que estábamos, pero menos iluminado. Todas
las luces de arriba están apagadas. Me quedo cerca de Jessica mientras nos
dirigimos al ascensor.
Hemos bajado doce pisos, pero todavía estamos a mitad de camino. Pensé
que esto era lo que quería, Dios sabe que estaba lista para salir de la
escalera, pero cuando Jessica presiona el botón de llamada y el zumbido del
motor se pone en marcha, mi ansiedad se dispara junto con él.
La tensión se acumula. El zumbido se hace más fuerte.
Ding: la campana señala la llegada del ascensor.
El agarre de Jessica tanto en el arma como en mi muñeca se aprieta. Las
puertas suenan, clack, se deslizan y se abren, y el ascensor está...
Vacío.
“Gracias a Dios” respiro.
Jessica se ríe amargamente. “No le des las gracias todavía”. Me arrastra
adentro y pisa el botón del segundo piso. Las puertas se cierran y
comenzamos el descenso.
Los pisos pasan. Catorce, trece, doce, once... cuatro, tres, luego dos.
Repetimos el mismo nauseabundo proceso desde el otro lado. Los frenos se
activan y nos detienen. Las puertas se preparan para abrirse.
Y una vez más, cuando lo hacen, sólo dejan ver un espacio vacío.
“¿Puedo darle las gracias ahora?” raspo.
La única respuesta es el sonido de Jessica chequeando su arma.
Sale del ascensor y comprueba que no haya moros en la costa en ninguna
dirección antes de hacerme una señal para que la acompañe. Nos
precipitamos por el pasillo y volvemos a encontrar la puerta de la escalera.
El olor a cigarrillos y colonia ha desaparecido, fue sustituido por potentes
antisépticos que me escuecen las fosas nasales. También hay silencio. Sólo
el sonido de nuestros pasos resonando en las paredes.
Empiezo a sentirme casi mareada. Leo y Jessica están paranoicos, sólo
saltan ante las sombras y ven amenazas donde no las hay. No hay nada que
agradecer a Dios, porque no hay nada de qué preocuparse. Ciertamente,
nada que me involucre.
Por fin llegamos al final de la escalera y Jessica me tira hacia un lado.
“Quítate el abrigo y déjalo aquí”.
Parpadeo hacia ella. “¿Éste?” digo, tocando mi abrigo.
“¿Llevas algún otro?” pregunta ella con impaciencia.
“Mi camisa debajo es un poco... reveladora”.
“Me importa una mierda. Quítate el abrigo. Es demasiado ostentoso”.
“¿Yo luzco ostentosa?” repito con incredulidad. “¡Tú estás vistiendo un
maldito rojo!”.
Sé que es completamente ridículo estar discutiendo sobre atuendos en este
momento, pero mi sentido de urgencia se está desvaneciendo. Hemos
bajado veintisiete pisos y no hemos visto un alma. Estoy empezando a
pensar que esto es una especie de pesada broma.
Ruedo mis ojos en blanco, Jessica se acerca y quita el delicado abrigo de
mis hombros.
“¡Oye!” le digo.
Me ignora por completo y lo tira al suelo. Una columna de polvo se eleva
desde la esquina y se posa sobre el blanco abrigo. Cruzo los brazos por
encima de la blusa y me estremezco ante la repentina irrupción de un aire
acondicionado demasiado entusiasta.
Antes de que pueda quejarme, Jessica se quita la chaqueta y la tira junto a la
mía. Levanto las cejas. “¿Se supone que desnudarnos nos hace invisibles?”.
Ella agarra mi brazo. Sus uñas se clavan en mi carne. “Willow, nunca has
estado antes en una situación así, por eso he sido paciente. Pero necesito
que entiendas el peligro en el que estamos. Deberías tener miedo. De hecho,
deberías estar jodidamente asustada”.
Si asustarme para que me callara era el objetivo, lo ha logrado.
Asiento con mi cabeza, en silencio, como respuesta.
“Bien” dice Jessica. “Cuando salgamos, actúa con normalidad. Finge que
estás en tu vida cotidiana. No mires al pavimento. No camines demasiado
rápido. Tenemos que mezclarnos”.
“¿Dónde está Leo?” le pregunto, aunque las palabras salieron de mi boca
sin permiso. Es imposible sentirse inseguro cuando él está cerca.
“Ya él está en camino” me asegura. “Pero tenemos que estar preparadas por
si no nos alcanza a tiempo”.
Eso me hace estremecer, lo que no escapa a la atención de Jessica.
“Bien, finalmente estás asustada. Pero debo recordarte que el miedo
también puede ser paralizante. No te dejes abrumar tampoco por eso”.
“Por Dios ¿qué quieres entonces de mí?” digo y la fulmino con la mirada.
“¿Debo tener miedo o no tenerlo?”.
No hay respuesta. Ella se mete la pistola en la cinturilla de sus pantalones y
se baja la blusa, luego abre la puerta de un empujón y me hace un gesto
para que la siga por el vestíbulo.
Hago todo lo posible por imitar su paso tranquilo. Ella mira a su alrededor
casualmente, agradablemente, aparentemente despreocupada. Sin saber
nada de ella, podría asumir que se dirige a una reunión. Que va saliendo a
almorzar. Que sigue con su día a día.
No tengo idea de cómo yo me veo. Lo cual está bien, porque si me veo
como creo que me veo, probablemente no sobreviviré a lo que Jessica crea
que puede ocurrir a continuación.
Cruzamos el atrio del rascacielos sin incidentes. Nadie nos presta atención.
Cuando salimos a la luz del día, parpadeo. Me parece que han pasado doce
horas desde la reunión con Casey y no doce minutos. Entrecierro los ojos.
El sol parece normal, ¿verdad? ¿No brilla de forma diferente a la habitual?
Los coches parecen normales. Los edificios parecen normales.
Es un día normal. No va a pasar nada. Nada malo va a...
“Bien, nos están siguiendo” dice Jessica en mi oído. Su agarre en mi codo
es fuerte.
“¿Qué?” me resisto “¿Quién?”.
Ella nos hace avanzar más deprisa, sorteando a los peatones o apartándolos
de nuestro camino con la mirada. Apenas consigo mantener el ritmo con
mis tacones.
“Hay al menos dos hombres siguiéndonos. Apuesto a que hay muchos
más”.
Miro a mi alrededor inmediatamente, buscando sicarios en los callejones.
Jessica me sisea: “¿Qué carajo estás haciendo?”.
“Lo siento. Instinto”.
“Por Dios” refunfuña ella. “Más te vale que valgas la pena todo este
trabajo”.
El pánico crece rápidamente. Sé que probablemente no sea muy feminista
de mi parte querer la ayuda de un hombre cuando estoy en apuros, pero
ahora mismo quiero a Leo. Lo deseo tanto que me duele.
“Mierda” murmura Jessica. “Bien, vamos a tener que ponernos agresivos
ahora”.
“¿Qué significa eso?” le pregunto, con los ojos desorbitados.
Como respuesta, ella vuelve a sacar su pistola. Antes de que yo siquiera
pueda ver a dónde apunta, ella dispara dos veces.
Grito. O quizá es la mujer que está detrás de mí la que grita.
Cualquiera que sea el caso, el caos estalla a nuestro alrededor.
Lo siguiente que sé es que Jessica me está arrastrando hacia el tráfico. Un
pequeño sedán azul toca la bocina y chirría hasta detenerse apenas a un
palmo de mi cadera.
Teniendo en cuenta que Jessica tiene el arma apuntando a su parabrisas,
puedo entender por qué. Ella sigue apuntando al conductor mientras corre
hacia él y golpea la puerta.
“Fuera” ladra ella.
El señor mayor palidece mientras se tambalea fuera del auto. “¿Qué haces?
¡No dispares! No tengo dinero”.
Jessica lo ignora y asiente hacia mí. “Entra”.
Ya hace mucho que pasé el punto de discutir con ella. Salto al asiento del
pasajero mientras Jessica se pone al volante. En segundos, estamos volando
por las calles en medio de la sinfonía de las bocinas de los autos.
“¡Jessica!” le grito cuando ella por poco esquiva a un vehículo que se
aproxima.
Ella parece completamente imperturbable. “No te preocupes, yo me
encargo”.
“¿Eres abogado, espía y piloto de carreras?” digo y me protejo la cara
detrás de las manos. No puedo ver esto.
Un accidente automovilístico sería una manera horrible de irse. Pero, la
alternativa es la muerte a manos de los hombres que nos persiguen por Dios
sabe qué razón. Quizás el accidente automovilístico no sea tan malo en
comparación.
Gracias a Dios, Jessica parece ser tan competente detrás del volante como
lo es con un maletín, porque ahora mismo yo soy una inútil. Me llega tanta
información sensorial que apenas puedo seguirla.
“¡El perro! ¡El perro!” grito de repente.
Jessica esquiva por poco a un perro con una larga correa. Giramos a la
derecha en una intersección. Vuelvo a gritar cuando siento que algo
destruye el espejo del coche de mi lado.
“¡¿Qué diablos fue eso?!”.
“Una flecha” dice Jessica sarcásticamente. “¿Qué te parece?”.
Cometo el error de girarme en mi asiento para ver quién nos sigue. Resulta
que hay al menos dos jeeps negros detrás de nosotros.
Un hombre se asoma por la puerta del lado del pasajero del jeep más
cercano a nosotras. Se ve amenazante por derecho propio, pero estoy menos
preocupada por su ceño fruncido que por el enorme rifle que apunta
directamente hacia nosotros.
Me doy la vuelta y dejo caer la cabeza, sintiendo que el color desaparece de
mi cara. “Creo que voy a vomitar”.
“Por favor, no hagas mi trabajo más difícil de lo necesario”.
Antes de que yo pueda responder, nuestro auto comienza a patinar, las
llantas chirrían. Giramos salvajemente mientras Jessica intenta recuperar el
control. Sus dientes están apretados, sus nudillos blancos, pero parece que
no puede hacer que el volante obedezca.
Y luego escucho un silbido en medio de la cacofonía y me doy cuenta de la
causa del derrape en primer lugar: una bala golpeó nuestro neumático.
Jessica pierde la pelea con el auto. Nos desviamos de la carretera y nos
metemos directamente contra una boca de incendios. Por algún milagro, las
bolsas de aire no se despliegan y nos conmocionan a ambas.
Pero el coche está destrozado. La boca de incendios se mantuvo firme,
reduciendo el capó delantero a un montón de maquinaria humeante y
destrozada. No vamos a ir más lejos en esta cosa.
“¿Qué hacemos...?” grito.
“¡Sal del coche y corre!” grita Jessica.
Salimos del coche a trompicones, pero puedo verlos venir desde mi visión
periférica. Incluso si yo corro, ellos tienen armas. ¿Quién dice que no van a
disparar?
“¡ALTO!” grita uno.
La voz es profunda y dominante. Casi tan autoritaria como la de Leo. Me
paralizo al instante, justo cuando varios hombres de negro salen de los jeeps
y nos apuntan con sus armas.
El rostro de Jessica se tuerce en un fruncido ceño. Sé que ella no va a
recibir órdenes.
Ella levanta su arma. “Vete a la mierda” murmura.
Estoy a punto de dar un puñetazo al aire a modo de celebración cuando
suena un disparo.
Pero luego ella cae, y me doy cuenta de que no fue su bala.
Me quedo clavada en el suelo horrorizada mientras Jessica tiene una mano
sobre su muslo sangrante. Es mucha sangre, tan roja como el pantalón de su
traje, pero ella ni siquiera grita.
El gigante barbudo que disparó se acerca a nosotros. ¡Corre, corre, corre!
grita una voz en mi cabeza, pero mi cuerpo no responde.
Él se dirige primero hacia Jessica. La agarra por la barbilla, quiere que sus
ojos lo miren. Ella frunce el ceño y le escupe, pero es obvio que su fuerza
se está desvaneciendo rápidamente.
“Te dije que te detuvieras” gruñe. “Pero las perras obstinadas como tú
nunca escuchan”.
Luego pone la punta de su arma entre los labios de ella.
Quiero gritar. Quiero suplicarle. Rogarle que le perdone la vida. Pero mis
labios no obedecen más de lo que lo hacen mis piernas.
El tiempo se detiene. No puedo hablar. No puedo respirar.
Un solo pensamiento se mueve rápidamente por mi mente.
No.
No.
No.
Pero mis pensamientos no lo detienen. El hombre aprieta el gatillo.
Creo que grito. Todo lo que sé con certeza es que el disparo retumba dentro
de mí tan fuerte que es doloroso. Casi como si hubiera sido yo quien recibió
el disparo.
Pero no fui yo.
La única razón por la que Jessica sigue erguida es porque el hombre la tiene
aún sujeta por la cabeza.
Lo que queda de ella, al menos.
Veo las manos de Jessica caer a los lados. Luego, el monstruo que acaba de
asesinarla a sangre fría la deja caer en la acera y se gira hacia mí.
Probablemente debería correr. Al menos entonces él tendrá que dispararme
en la nuca y yo no tendré que mirar el cañón de su arma.
El monstruo me mira, me observa con expresión interesada. Luego dice:
“Llévensela”.
Media docena de hombres que se han reunido a su espalda hacen el intento
de avanzar hacia mí para hacerme quién sabe qué.
Pero antes de que alguno pueda dar un paso en mi dirección, una nueva ola
de caos se desata.
Hay un chirrido de neumáticos. La explosión de más balas.
El monstruo parado a unos metros de mí cae al suelo, con una bala
enterrada en su frente. Sus ojos sin vida me miran a menos de un metro de
distancia, pero sigo sin poder moverme. Mis piernas no funcionan.
Cuatro vehículos más se detienen chirriando junto a los jeeps negros. Los
miembros de la tripulación del monstruo me dan la espalda para enfrentar la
nueva amenaza.
Sé que debería estar agradecida. Él está aquí. Él vino.
Pero todo lo que puedo pensar es: “Llegaste demasiado tarde”.
El cuerpo de Jessica yace a varios metros de distancia. No me atrevo a
mirarla.
¿Cómo es posible que, hace solo unos momentos, ella fuera una heroína de
acción?
Y ahora está muerta.
Por mi culpa.
Porque ella intentaba protegerme.
“¡Willow!” lo escucho a la distancia.
Levanto mis ojos por encima de todo este panorama de muerte frente a mí,
y lo veo en la distancia. Abriéndose camino hacia mí.
Los anchos hombros de Leo se balancean salvajemente mientras golpea a
un tipo en la cara antes de voltearlo sobre su hombro. Un segundo después,
dispara dos balas y continúa su avance.
Leo se mueve con confianza, con gracia.
Un hombre entre muchachos. Un lobo entre ovejas.
Dos enemigos más lo apuntan. Leo no se ha dado cuenta, no lo puedo creer.
Quiero gritarle una advertencia, pero, yo debería saberlo: Leo se da cuenta
de todo.
Él gira, levanta el brazo y dispara dos veces. Una bala encuentra una
garganta desnuda; la otra convierte un estómago en carne picada.
Ambos hombres caen muertos.
Luego, con el arma todavía caliente y el puño aún ensangrentado, me toma
entre sus brazos.
23
LEO
P ASO las siguientes horas coordinando con mis hombres. Haciendo arreglos
para el funeral de Jessica, así como para los funerales de otros once
hombres que perdimos en el ataque.
En general, nuestras pérdidas fueron mucho menores de lo que esperaba.
Pero cada hombre que muere en el cumplimiento de su deber se siente
como un pedazo de mi alma que se desgarra. Siento profundamente a todos
y cada uno de ellos. Ese es mi papel, mi obligación, mi promesa para con
ellos.
Cuando vuelvo a la habitación para ver cómo está Willow, pienso que está
durmiendo. Pero a medida que me acerco, me doy cuenta de que no lo está.
Sus ojos están muy abiertos. Su cuerpo está tenso.
Me siento en la cama junto a ella. Sus ojos encuentran los míos.
“Leo” susurra. “Me siento entumecida. Y fría. Tengo mucho frío”.
Su cuerpo está acurrucado alrededor de una almohada. Desde la última vez
que la vi, se duchó y se deshizo de los restos manchados de sangre del traje
de diseñador que llevaba puesto.
Ahora, ella está vestida con...
“¿Esa es mi camiseta?” le digo.
“Abrí uno de los cajones de allí. Esto fue lo único que pude encontrar”.
La tela es delgada. Su pezón es firme y visible. Mi mano flota hacia ella
como si tuviera mente propia. Más y más, cada vez más cerca, hasta que
siento el calor de su cadera, la solidez de su curva. El aire entre nosotros es
tenso y crepitante.
Ella no me aparta ni protesta de ninguna manera. Pero sus ojos permanecen
fijos en mi cara. Creo que me está estudiando.
“Estás entumecida ¿eh?” le pregunto.
Ella asiente lentamente.
“Veamos si puedo hacerte sentir algo de nuevo”.
La hago rodar sobre su espalda y me tumbo encima de ella. Sus tetas
presionan mi pecho mientras sus muslos desnudos se abren para mí al
instante. Sus ojos azules se han oscurecido en las sombras, pero
permanecen fijos en mí.
Me mira en busca de consuelo, de tranquilidad.
Pero lo único que puedo darle ahora es distracción.
Me quito mis pantalones y la penetro con un empuje feroz y hambriento.
Ella grita, sus manos se clavan en el colchón a ambos lados.
Es tarde. Estoy agotado. He dormido un total de tres horas en los últimos
tres días. Pero con mi pene dentro de su húmedo y cálido coño, noto cómo
la adrenalina me da el empujón que necesito.
Ella gime desesperada en mis oídos. El sonido enciende la bestia que llevo
dentro.
La follo con más agresividad, sin detenerme ni bajar el ritmo lo suficiente
para preguntarle si puede soportarlo. Sé que puede. Ha nacido para
aguantar.
Sus muslos se aprietan en torno a mis caderas, empujándome más adentro.
Me levanto sobre mis manos para poder mirarla mientras.
Subo la camiseta por encima de sus pechos y atrapo un duro pezón entre
mis labios.
“Oh, por Dios” jadea ella. “Leo”.
Mi nombre en sus labios es suficiente para hacerme explotar allí mismo.
Pero me contengo. Un poco más. Solo un poco más.
Deslizo una mano entre nosotros y empiezo a frotar su clítoris en suaves
círculos.
“Sí” gime ella mientras sus ojos ruedan hacia atrás en su cabeza. “Sí... así...
oh Dios...”.
Las vibraciones la recorren. Ella se aprieta alrededor de mi pene. Su cuerpo
quiere más de mí, tanto como pueda.
No puedo darle todo.
Pero puedo darle lo suficiente.
Con un nuevo y salvaje empujón, me libero, rechinando los dientes ante la
intensidad del orgasmo que se apodera de mí. Mis labios chisporrotean, mis
dedos sufren espasmos y, debajo de mí, Willow maúlla como un animal en
celo.
Cuando termino, sus ojos se cierran. Todavía tiene la espalda un poco
arqueada, como si se hubiera congelado en el punto álgido de su orgasmo.
Paso mi mano por su cuello, entre sus senos. Sigo la delgada línea de sudor
frío que llega hasta su ombligo. Parece una jodida obra de arte mientras las
sombras juegan con las líneas sensuales de su cuerpo.
Sin embargo, cuando ella finalmente abre los ojos, me obligo a soltarla. Me
quito, me levanto, y la dejo sola en una cama que huele a nosotros dos.
Sé que ella quiere que yo me quede.
Por eso tengo que dejarla.
24
WILLOW
Sus grandes ojos azules nadan con sueños rotos. Me suplican en silencio
todo lo que su orgullo le impide decir en voz alta.
Necesita más de lo que yo puedo darle.
El matrimonio con ese desgraciado abusivo la destrozó. La hizo sentirse
inútil y no deseada. Ahora, ella está luchando por afecto en todos los
lugares equivocados. Ella busca la validación de todas las personas
equivocadas.
Aún no es ella misma.
“Haré que un médico venga a verte” digo cuando sale del baño.
“No te molestes” responde ella. “Yo estoy bien”.
“Es la tercera vez que vomitas hoy”.
“¿Qué puedo decir?” dice en un tono despreocupado que no le sienta bien.
“Tú lo sacas a relucir en mí”.
Le agarro la mano y tiro de ella hacia mi cuerpo. Me golpea con fuerza,
pero el impacto dura solo un segundo antes de que comience a luchar contra
mi agarre.
“¡Suéltame!”.
La empujo contra la pared y sus ojos se abren como platos. “Tienes que
empezar a seguir órdenes”.
“No soy uno de tus pequeños soldados de juguete” sisea. “No puedes darme
órdenes como lo haces con ellos”.
“Ah sí, mírame”.
Ella trata de liberarse de mi agarre, pero yo presiono mi cuerpo contra el de
ella, la inmovilizo en su lugar. “Cuidado, kukolka. Yo puedo protegerte
contra el mundo. Pero, ¿quién te va a proteger de mí?”.
“No me harás daño” gruñe. “Mi coño sigue siendo útil para ti. ¿No es así?”.
Estoy sorprendido por el veneno en su tono, y me impresiona. Al parecer,
mi explicación de por qué me la llevé le ha sentado mal. Se lo ha tomado
tan a pecho que ahora está actuando mal.
Un error de su parte.
Su reacción me está dando demasiada información. Ella está siendo obvia
acerca de su dolor, de su decepción.
Ella me está dando todo el poder.
“Así es” le digo con un movimiento de cabeza, deslizando mi mano entre
nosotros hasta llegar a sus piernas.
Ella intenta juntarlas, pero las separo con un rápido movimiento de mis
dedos.
“No te atrevas, carajo” sisea ella.
Yo sonrío. “Ya deberías saberlo mejor”.
Empujo dos dedos dentro de ella, y sus ojos se agrandan cuando sus labios
se separan por la presión. Ella está tratando de resistirse a mí, pero su
cuerpo no puede ocultarlo. Ella está mojada para mí. Ella siempre lo está.
“Dices querer libertad” digo. “Pero soy lo que realmente quieres. Por eso
estás enojada”.
“Jódete...”.
El golpe de mi pulgar sobre su clítoris palpitante mata las palabras en sus
labios. Intenta apartarme, pero su intento es débil. Sólo quiere poder decirse
más tarde a sí misma que hizo todo lo que estaba en sus manos.
“Patético” digo, mirándola a los ojos.
“Suéltame”.
Aumento la presión y la intensidad mientras empiezo a follarla con los dos
dedos. Pone sus ojos en blanco. Se muerde el labio inferior.
“¿De verdad quieres que te deje, kukolka?” siseo. “Entonces haz que me lo
crea”.
Ella no contesta. En su lugar, se retuerce contra mis dedos, cabalgando mi
mano tan fuerte como puede. Sus jugos gotean por mi palma. Así es como
sé que hemos llegado al punto de no retorno. Un poco más y esto se
convertirá en más de lo que debe ser.
Así que, aunque tengo que luchar contra todos mis instintos, saco los dedos.
Ella jadea y abre los ojos.
“Supongo que tendré que dejarte entonces” digo con una sonrisa malvada.
Doy un paso atrás. Willow sigue pegada a la pared, con los pezones visibles
a través de su fina camiseta.
Quiero arrancársela del cuerpo, pero también quiero burlarme de ella.
Quiero castigarla.
Quiero que Willow sufra por mí.
“Eso es lo que quieres” gruño. “¿verdad?”.
Ella me mira, emociones calientes peleando en sus ojos. “¿No te había
dicho ya que te fueras a la mierda?”
Levanto los dedos y le muestro la humedad que gotea por ellos. “Bueno,
mira esto: prueba de cuánto no me quieres”.
“Mi cuerpo es una cosa” dice ella. “Mi mente es otra”.
“Qué bueno que no tengo ningún interés en tu mente”.
La ira destella en sus delicadas facciones. Su pecho sube y baja con fuerza.
Está alterada, tanto sexualmente como en otros aspectos.
No es la única. Mi pene la desea desesperadamente. Pero a diferencia de
ella, yo no soy esclavo de mi cuerpo. Aprendí a controlar mis deseos hace
mucho tiempo.
La muerte siempre espera al que no lo hace.
“Sé que hay algo que no me estás diciendo” dice ella.
“O quizá no te gusta la verdad”.
Ella sacude la cabeza. “No. Me estás ocultando algo”.
Me encojo de hombros. “Eso es verdad. Muchas cosas, de hecho”.
“¿Porque no soy de la Bratva?” inquiere ella.
“Porque no estás lista” le digo.
Ella se cruza de brazos. “¿Quién eres tú para determinar eso?”.
Doy un paso hacia ella y ella se repliega contra la pared. “Soy el maldito
Don”.
“No eres mi Don” dice, tratando de infundir tanta fuerza y confianza en su
tono como yo.
Ella hace un buen trabajo en eso, al principio. Pero como siempre, es el
silencio que sigue lo que se convierte en su perdición.
La miro hasta que ella parpadea. Hasta que ella se estremece y mira hacia
otro lado.
“Tal vez deberíamos probar esa teoría” sugiero ácidamente.
Me muevo más cerca. Lucha contra las llamas en sus ojos. Estos dicen: Esta
vez no. No otra vez.
Pero ella no sabe realmente lo que le espera. Nunca me ha gustado ser
predecible.
Me agacho delante de ella y le arranco las bragas de un tirón. Jadea cuando
la tela cede.
Luego, zumbo la estropeada tela por encima de mi hombro, y deslizo la
lengua por su raja.
“Por Dios” se estremece ella.
Pero la lucha ha desaparecido. Todo lo que queda en ella, todo lo que puede
hacer, es lo único a lo que la he estado empujando desde el momento en que
nos conocimos.
Rendirse.
Primero me burlo de ella, creando la expectación que dice no sentir. Sigue
sin apartarme ni cerrar los muslos. Y cuando le agarro la pierna y la subo
por encima de mi hombro para poder saborearla entera, sus dedos se
enroscan en mi pelo para incitarme a acercarme más.
Arquea la espalda, mostrando su coño en todo su esplendor. Lo lamo con
avidez.
Como siempre, se pone al límite casi al instante. Es tan fácil hacer que la
pequeña kukolka se corra. Además, nunca pasa de moda.
Su cuerpo se tensa mientras la lamo más deprisa. La siento en la cima, a
punto de estallar en mi cara. Justo ahí, en el borde de un acantilado, con un
espacio infinito para caer, esperando el más mínimo empujón...
Entonces me detengo.
Dejo caer su pierna sin ceremonias y me levanto. Willow se desploma
contra la pared, sólo la conmoción la mantiene en pie. Me mira con ojos
brumosos y enloquecidos por el sexo.
Cuando arreglo mi pene en los pantalones, me doy cuenta. Su expresión se
vuelve amarga.
“¿Quién es tu Don, pequeña?” le pregunto.
Aprieta los dientes y se endereza un poco. Sus tetas me miran a la cara,
redondas y duras, suplicando que se las chupe.
Me relamo los labios. El gesto no pasa desapercibido.
“No voy a decirlo”.
“Entonces no te correrás pronto”.
“No estoy tan desesperada por un orgasmo. No vale mi dignidad”.
“Tal vez no ahora” digo. “Pero... lo estarás. Lo valdrá”.
Y la dejo ahí, hirviendo de rabia. Puedo sentir el calor de su ira
siguiéndome por la habitación, a través de la puerta.
La satisfacción de ponerla en su sitio me hace seguir adelante hasta que
llego a mi despacho. Pero mi erección no baja fácilmente.
Sin embargo, cuando Jax y Gaiman entran, desaparece casi de inmediato.
Aparentemente, ellos dos son la ducha fría que necesito.
“Oye, jefe” dice Jax con una sonrisa de comemierda que me hace
sospechar. “¿Qué tal tu escapadita?”.
“Jax, no seas un maldito dolor en mi trasero. No estoy de humor” le digo.
“¿Qué?” protesta él. “Solo pregunto. Debe haber sido agradable, encerrado
en esa casa de seguridad con tu sirena de pelo negro”.
Ruedo mis ojos en blanco. “¿Qué te acabo de decir?”.
“Apuesto a que tuviste que consolarla, ¿eh? ¿De la mejor manera que sabes
hacerlo?”.
“Lo que yo hago con mi pene debería ser la menor de tus preocupaciones en
este momento” gruño. “Tenemos un problema mayor”.
Jax agita su mano con desdén. “Belov no es un problema. Podemos
destruirlo como hicimos con sus hombres”.
“Tal vez” estoy de acuerdo. “Pero hay más de ellos que de nosotros”.
“Bien” gruñe Jax. “Entonces estaremos en igualdad de condiciones”.
Me gusta su forma de pensar. Estoy ansioso por sangre, ansioso por acabar
con la vida que tomó la de mi hermano. Pero el Don que hay en mí tiene
que pensar en algo más que la lucha que se avecina.
Hay más piel en el juego que la vida de un solo hombre. Incluso un hombre
tan mortal como Spartak Belov.
“El hecho de que sepa lo de Willow hace las cosas un poco más difíciles”
digo.
Jax se vuelve hacia Gaiman y luego hacia mí. “Entonces... ¿es verdad?”
pregunta.
Asiento con la cabeza.
“Mierda” silba. “Aunque podrías habérnoslo dicho. Habría estado bien
saber qué te traías entre manos”.
“Todo lo que necesitas saber es que nunca hago nada sin una puta razón”
digo. Luego, suspirando, añado: “Ella sólo estaba destinada a ser un plan de
respaldo. Pero... las cosas cambiaron. Ahora, ella es el plan”.
Había contado con que Belov se enteraría de Willow solo cuando los
explosivos estuvieran colocados y listos para detonar. De esa manera,
habría sido capaz de golpearle duro con una bomba real mientras todavía
estaba tambaleándose por las réplicas de la explosión ‘Willow’.
Pero no basta con hacer planes. Tienes que ser capaz de cambiar de rumbo
en cualquier momento.
Y yo no soy nada si no adaptable.
Lo demostré cuando murió mi hermano. Nunca quise ser Don. Seguro que
no estaba preparado para ello. Pero me adapté.
Y ahora, estoy preparado para ganar la guerra que mi hermano empezó.
Tengo una bomba colocada, otra en camino. Una vez que ambos edificios
estén listos para explotar, sólo quedará un gatillo que apretar.
Sin incluir el que está entre las piernas de Willow.
“Entonces, no nos mantengas a todos en suspenso, Leo... ¿Cuándo es el
feliz día?” pregunta Jax.
“Pronto” digo.
“Bueno. Entonces solo hay una cosa más que debemos resolver” dice Jax,
en serio, para variar.
“¿Qué?” Gaiman es lo suficientemente tonto como para preguntar, pero yo
lo sé mejor.
“¿Quién es el padrino?” termina Jax, con esa sonrisa de comemierda
brillando a todo trapo. “Porque la decisión es claramente obvia”.
“Bueno, claramente” dice Gaiman arrastrando las palabras. “Lo primero en
lo que pienso cuando escucho ‘obviedad’ es en ti, tonto”.
Resoplo de risa cuando Jax golpea a Gaiman en el estómago. Los dos caen
sobre la alfombra, luchando y gruñendo insultos el uno al otro.
Mientras tanto, miro los planos dispuestos sobre mi mesa. Todo depende de
la licencia de matrimonio que he pedido.
Y aún así, no estoy seguro de que Willow esté preparada para nada de esto.
No sólo para el matrimonio en sí, sino para todo lo que vendrá después.
Luego me recuerdo a mí mismo que para lo que ella esté preparada no es
asunto mío.
Ella es la clave.
26
LEO*
Cuando bajo para la cena, la mesa está puesta para dos con servilletas de
tela y cubiertos relucientes.
Pero Willow no se ve por ningún lado.
Mariska entra con una bandeja de frutas y evita el contacto visual. Nunca
sería cruel con mi personal, pero eso no impide que algunas de las criadas
me tengan terror de todos modos.
“¿Dónde está Willow?” le pregunto.
La mujer parpadea, fingiendo ignorancia, pero sé que lo sabe. Pocas cosas
pasan en esta casa que las criadas no sepan, deban o no.
“Ella no se siente bien y no bajará a cenar” dice Mariska diplomáticamente.
Frunzo el ceño. Parecía estar bien cuando la dejé en su habitación hace unas
horas.
Doy un movimiento con mi cabeza y Mariska se va corriendo a la cocina.
Mientras tanto, me dirijo a la habitación de Willow.
Cuando agarro el picaporte, está cerrado. Ya ella debería saberlo mejor.
Considero la posibilidad de derribar la puerta de una patada, sólo para dejar
claro mi punto de vista. Pero en vez de eso, uso mi llave para entrar en su
habitación.
Ella está tumbada en la cama. Tiene la cara vuelta hacia la ventana abierta.
Es evidente que sabe que estoy aquí, noto cómo su respiración se acelera y
luego se calma, como si se obligara a actuar con normalidad, pero no se
mueve en mi dirección ni reconoce mi presencia.
No hasta que me siento en el borde de su cama. Entonces, se incorpora
lentamente y me dedica una pequeña mirada.
“Mariska me dijo que estabas enferma. No pareces enferma”.
“Yo... me sentía un poco rara antes” dice. “Pero ahora me siento mejor”.
Algo no está bien. No me mira a los ojos y su expresión corporal es rígida y
nerviosa.
“¿Cómo estuvo la llamada con tus padres?” pregunto.
“Fue... dura. Emotiva”.
Lleva una camiseta negra ajustada que acentúa sus pechos. Su escote es
tentador, pero mantengo mis ojos en su rostro. Nunca es buena idea parecer
demasiado preocupado. Incluso si lo estoy.
“Pero fueron maravillosos” dice con un suspiro de pesar. “Ni siquiera un ‘te
lo dije’ dijeron”.
“¿Eso era lo que esperabas?” digo.
“Es lo que me merecía” dice y parpadea, luego comienza a juguetear con
las puntas de su cabello. “Se esforzaron tanto por advertirme que no lo
hiciera. Me negué a escuchar. ¿Qué fue lo que me dijiste una vez: la
experiencia vivida es algo, algo...?”.
“La experiencia vivida es la única forma de convencer a alguien donde la
lógica y la razón fallan”.
Ella suspira de nuevo. “Odio cuando tienes razón”.
“Supuse que ya estarías acostumbrada”.
“Creo que ya hemos establecido que nunca aprendo”.
La observo con atención. Willow nunca ha sido la persona más segura de sí
misma, pero ha usado su falsa valentía como una armadura desde el
momento en que nos conocimos. ¿Verla así, tan autocrítica, tan auto
despreciable? Es extraño. Inquietante.
“Quiero verlos” dice ella.
“Esa no es una buena idea en este momento” digo.
“¿Por qué no?”
“Porque los Mikhailov se están acercando. No deberíamos hacer ningún
viaje innecesario fuera de este complejo”.
Ella asiente rígidamente, como si estuviera anticipando la negativa.
“Puedes reunirte con ellos después de que las cosas se calmen” agrego.
“¿Después?” pregunta ella. “¿Cuánto tiempo será eso?”.
“Ya veremos” digo.
Se queda callada por un momento, mordiéndose el labio inferior. Es lo que
hace cuando ella no está segura de si debe decir algo o no.
Yo solo espero. El silencio la sacará tarde o temprano.
Efectivamente, después de que han pasado uno o dos minutos, ella susurra:
“¿Podrías simplemente... abrazarme... por un rato?”.
Eso me sorprende. “¿Por qué?”.
“Solo quisiera sentir algo real”.
Ella se da la vuelta y se acuesta de lado, con una mano metida bajo la
almohada, ambas piernas dobladas hacia su pecho.
Considero alejarme. Después de todo, esta es una solicitud tonta: ella es un
arma en mi arsenal y no estoy en el negocio de brindar apoyo emocional a
las personas que trabajan para mí.
Más que eso, sin embargo... es una petición peligrosa.
Porque si me acuesto a su lado, quién sabe qué podría pasar a continuación.
Sin mirarme, escucho a Willow decir: “¿Por favor, Leo?”.
Pues, eso lo sella.
Suspiro y me coloco a lo largo de su espalda. Coloco una mano en su
cadera, y la atraigo hacia mí. Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo.
¿Minutos? ¿Una hora? ¿Justo el lapso de unas pocas respiraciones?
Estoy lo más jodidamente enfocado en mantenerme bajo control. Pero el
olor de la vainilla en su cabello y la calidez de su trasero en mi pene me
están deshaciendo.
Y... por el amor de Dios ¿se está frotando contra mí?... es tan sutil al
principio que ni siquiera me doy cuenta. No conscientemente, al menos.
Sin embargo, mi pene no se lo pierde, de inmediato salta duro y palpitante
ante la atención. Y a medida que el reloj avanza, el ritmo de su frote
aumenta, se intensifica.
Me está dando la espalda, así que no puedo ver su rostro para descubrir si
esto es a propósito o si ella está dormida. O si soy yo quien está dormido.
Pero cuando mis dedos se deslizan automáticamente hacia la V entre sus
piernas y ella suelta un pequeño gemido, sé muy bien que esto no es un
sueño.
Willow rueda sobre su espalda, una mano aún permanece bajo la almohada,
la otra encuentra los rizos en mi nuca. Sus ojos están entrecerrados y
enrojecidos por el deseo.
“Tócame” susurra, tan bajo que casi no la escucho. Luego atrae mi cabeza
hasta que mi boca se encuentra con la suya.
Nuestras lenguas se unen mientras Willow frota su muslo contra mi
erección. Gruño en su boca y desabrocho sus jeans. Mi mano se desliza
dentro de sus bragas y encuentro su humedad. Ella gime de nuevo, justo en
nuestro beso, mientras la acaricio con delicadeza.
Ella se levanta sobre mi palma. Otro torrente de sangre fluye a mi pene,
duplicando el dolor. Estoy a punto de correrme en los pantalones como un
puto adolescente excitado que se masturba en el sótano de sus padres por
solo tocar a Willow entre sus piernas.
“Kukolka, yo...” intento.
Entonces ella hace algo que yo no me esperaba.
La mano que tenía bajo la almohada sale rápidamente. Y con eso... un
cuchillo.
Ella presiona la hoja contra mi garganta desnuda. El acero es brillante, pero
no es rival para el brillo de sus ojos. Están llenos de miedo. Ella nunca antes
ha usado un cuchillo como arma. De hecho dudo que haya usado algo como
arma antes.
Casi me enorgullece que ella intente algo tan atrevido... y tan estúpido.
Detengo todo, aunque mi mano sigue atrapada dentro de sus pantalones.
“¿Cuál es el plan, Willow?” gruño. “¿Vas a cortarme la garganta con mis
dedos dentro de ti?”.
Puedo sentir la hoja temblando contra mi garganta.
“Yo... yo puedo hacerlo. Si te mueves, te mataré”.
Curiosamente, este giro de los acontecimientos solo me ha puesto más duro.
De hecho, estoy en condiciones de estallar en este preciso momento, pero
estoy luchando contra eso. ¿Quién podría saber que ser amenazado con un
cuchillo durante los juegos preliminares podría ser tan jodidamente
excitante?
“¿Cuánto tiempo has estado planeando esto?” le digo.
“Treinta y siete minutos” me contesta.
“Interesante. ¿Qué pasó hace treinta y siete minutos?” quiero saber.
Ella parpadea con fuerza, forzando las lágrimas. “Bajé para contarte sobre
la llamada de mis padres, y... y... te escuché. No sé con quién estabas
hablando. Pero...”.
“Me escuchaste decir que tú eras la clave”.
“Te escuché decir mucho más que eso”.
Su tono es sorprendentemente firme, pero su expresión se retuerce y gira
como el viento. Parece que quiere derrumbarse, pero tiene miedo de que si
lo hace, no habrá nadie allí para recoger los pedazos.
“Te dije desde el principio que se trataba de una venganza, Willow. Se trata
de poder. Si quieres amor, búscalo en otro lado. No lo encontrarás aquí
conmigo”.
“¿Cómo puedo ser yo la clave?”.
“¿Es eso realmente lo que te molesta?”.
Empuja el cuchillo un poco más fuerte contra mi garganta. “Yo soy la que
tiene el control ahora. Yo haré las preguntas”.
“¿Tienes el control?” le pregunto con diversión. “No parece así para mí”.
Abre la boca para responder, pero antes de que pueda pronunciar las
palabras, yo acaricio su clítoris con mi pulgar. Ella jadea y balbucea y la
hoja se afloja contra mi garganta.
“¡Detente!” grita ella con voz ronca.
“De algún modo, pequeña, no creo que lo digas en serio”.
“Tengo un arma presionada contra tu garganta. Deberías estar asustado”.
“¿Por qué?”.
“Un solo movimiento y estarás muerto”.
Me encojo de hombros. “Entonces estaré muerto. Si tuviera miedo de morir,
no habría sobrevivido mucho tiempo en este mundo”.
Ella frunce el ceño. Puedo ver su determinación caer. Ella pensó que tenía
todas las cartas.
Mal, como de costumbre.
“Te estás tardando mucho en matarme” señalo. “¿Qué estás esperando?”.
“Yo...”.
“Adelante, si vas a hacerlo” le digo. “Te lo dije, no soy un hombre
paciente”.
“Estás jugando conmigo” dice ella.
“Esto ha sido obra tuya. Yo preferiría estar cogiendo contigo. Pero tú tienes
un cuchillo en mi garganta”.
“¿Cómo has podido?” dice ella.
Las palabras salen de sus labios y sé que ha hablado a su pesar. Quería
permanecer indiferente y distante. Quería mantener su apariencia de
control. Pero por mucho que ella no quiera que le importe, si le importa.
Lo admito, tenerla al tanto de esto es un inconveniente. Habría sido mucho
más fácil si ella se hubiera quedado en la oscuridad hasta después de la
boda.
Ahora, será aún más difícil llevarla al altar.
No es que me moleste. Simplemente no tengo tiempo ni paciencia para
lidiar con sus inseguridades cuando las cosas se estrechan.
Belov sabe que me estoy moviendo en su contra ahora. El tiempo corre. Las
armas han sido desenfundadas.
“Yo hice lo que tenía que hacer” digo.
“Por ti”.
“Por mi Bratva”.
Ella rueda los ojos en blanco y dice: “Es lo mismo”.
“Si supieras cuán equivocada estás”.
Vuelve a parpadear, traga y redobla el agarre del cuchillo. “Déjame irme.
Prométeme que me dejarás salir de aquí y te juro que no te mataré”.
“Preferiría que me mataras ahora. Hay maneras mucho peores de morir que
hacerlo con mis manos dentro de una criatura tan hermosa. Así que” digo
con firmeza, “hagamos lo que viniste a hacer aquí. Te ayudaré”.
Muevo mi otra mano y presiono el cuchillo con más fuerza en mi garganta,
llevándolo lentamente de un lado al otro. La piel se rompe. La sangre gotea
hacia el hueco de mi clavícula.
Ahora nos precipitamos hacia el punto de no retorno. Un poco más fuerte,
un poco más rápido, y la sangre de mi vida se derramará sobre ella. Ella
llevará la mancha de mi muerte mientras sobreviva. ¿Podrá ella soportar
eso?
Yo ya sé la respuesta.
Por eso no me sorprende cuando cierra los ojos, abre la mano y deja caer el
cuchillo.
“Yo... yo... no puedo...” susurra ella.
Sonrío con crueldad. “Ya lo sé”.
Willow mira al techo. Las lágrimas que estuvo conteniendo todo este
tiempo ruedan en silencio por su rostro.
Me levanto de la cama y reacomodo mi rígido pene, aunque no deja de
dolerme.
“Tú sabías desde el momento en que saqué el cuchillo que yo no podría
hacerlo” dice en voz baja. No es exactamente una pregunta, pero lo
suficientemente cerca.
“Sí”.
“¿Cómo?”.
La respuesta es obvia. Para los dos.
Pero lo digo de todos modos.
“Yo sabía que tú no me matarías porque cometiste el error de enamorarte de
mí, Willow”.
Luego me giro y la dejo lidiar con lo que esas palabras podrían significar
para los dos.
29
WILLOW
El sexo con Casey siempre fue una tarea. Algo para ser soportado, no
disfrutado.
¿El sexo con Leo?
Es algo completamente diferente.
Me reduce a mi cerebro animal y en ese estado, todo lo que quiero es a él.
Su cuerpo, su pene, el delicioso subidón que me da cada vez que me saca un
orgasmo.
La forma en que ardo por él no es normal. No puede serlo, especialmente
dada la montaña rusa emocional en la que hemos estado en los últimos
meses.
Él es mi captor. Yo debería odiarlo. Debería luchar contra él y quitármelo de
encima.
En vez de eso, estoy de espaldas y su cabeza está entre mis piernas. Y
espero que nunca jamás termine.
Ningún hombre me había acariciado así antes. Es como si realmente
quisiera estar allí. No es sólo el primer paso necesario antes de llegar a algo
mejor.
Pero no puedo decir una palabra.
No puedo hablar. No debo gemir. No voy a gritar.
Lo repito como un mantra. Pero por la forma en que me está comiendo, sé
que solo me quedan unos minutos más antes de correrme en su cara.
Su lengua se desliza por mi raja y encuentra mi clítoris. Muerdo para evitar
gemir, pero sale de todos modos, un goteo que delata toda la tensión que me
recorre por dentro.
“Vamos, Willow” me dice. “Dime cuánto adoras mi lengua”.
No. Me niego a darle la misma satisfacción que él me está dando a mí.
“¿No?” dice. “Lástima”.
Dos de sus dedos se deslizan dentro de mí justo cuando pasa su lengua por
mi adolorido clítoris.
Un gemido, más fuerte que el primero, brota de mis labios antes de que
pueda contenerlo. ¿Qué pasa conmigo? ¿Soy realmente tan débil? ¿Me
estoy rindiendo tan fácilmente?
Mis muslos empiezan a temblar incontrolablemente mientras él empuja y
saca sus dedos una y otra vez, dentro y fuera de mí. Ese apretón familiar en
mi vientre se acumula, más caliente, más alto y más denso.
Intento apretar las piernas para luchar, pero eso no sirve de nada. En todo
caso, lo empeora. Las sensaciones están tomando el control y él tiene el
control total.
Muerdo, con la esperanza de retener los sonidos, pero no sirve de nada: el
orgasmo se desata y no puedo evitar gritar.
Leo ríe sombríamente, como si hubiera ganado con una facilidad
lamentable. Lo siento sonreír contra mi cuerpo mientras yo desciendo
flotando, hormigueando de pies a cabeza con los restos de lo que me ha
hecho.
Pensé que sería el final.
Estaba equivocada.
Se levanta, enorme, tatuado e inquietante, y me atrapa entre sus manos. Su
pene flota entre mis piernas. Incluso ahora, incluso después de todo lo que
ha hecho, no puedo evitar admirar lo realmente hermoso que es. Se me hace
la boca agua con todo él, desde las oscuras ondas del pelo de su cabeza
hasta la palpitante lanza de su miembro.
Empuja un poco, lo justo para que su punta entre en mí. Todo mi cuerpo se
retuerce de anticipación.
Luego vuelve a retirarse.
Me encojo decepcionada.
“Dime cuánto me deseas, Willow” dice.
Niego con la cabeza, pero él sólo sonríe y repite la tortura.
Escupe en su mano, se moja la punta del pene y me da medio centímetro
más, quizá menos, antes de volver a sacarla. Jadeo de frustración, pero él se
ríe.
“Supongo que no estás interesada entonces” dice con una sonrisa fría. “Tal
vez iré a buscar a alguien más. ¿Jayme, tal vez?”.
Mis ojos se abren como platos antes de pensar en controlar mis expresiones
faciales.
“¿Recuerdas a Jayme, verdad? ¿La criada que tanto te gustaba?”.
Lo fulmino con la mirada, sintiendo que mi ritmo cardíaco aumenta en
contra de mi voluntad. Quiero fingir que no me importa, pero me aterra la
idea de que, si hago un trabajo convincente, cumpla su amenaza y la
busque. No sé qué sería peor.
“Puedo tenerla gritando mi nombre en cinco malditos minutos. ¿Es eso lo
que quieres?”.
Mientras habla, empuja su pene dentro de mí solo un poco más. Incluso me
hace sisear antes de retirarse una vez más.
“Te pregunté si eso es lo que quieres, Willow” retumba él. “¿Acaso quieres
el pequeño y apretado coño de Jayme alrededor de mi pene en lugar del
tuyo?”.
Odiándolo a él, odiándome a mí misma... Niego con la cabeza en un
silencioso No.
“No puedo oírte, kukolka”.
Me está pidiendo demasiado. Aprieto los dientes y lo miro fijamente, esa
sonrisa sádica, esa hermosa mandíbula, esos dientes blancos y relucientes.
Arquea una ceja. “¿No hablarás? Pues muy bien”.
Sale de mí y se aleja. Me siento mientras él recoge su ropa en una mano,
saca su teléfono celular y luego escribe un mensaje rápido.
Mi pulso se duplica. ¿Qué habrá hecho?
No me mira mientras deja su teléfono en la mesa junto a la ventana. No se
vuelve a poner la ropa ni se mueve para irse. Se queda esperando.
Un minuto después, llaman a la puerta. Me duele el corazón.
Leo me mira. “Contesta”.
No puedo hacerlo. “Para” susurro.
Leo ladea la cabeza hacia mí. “¿Has dicho algo?” se burla. “No puedo oírte
nada”.
“Para, por favor” repito. Tengo la voz ronca de contener mis interminables
gemidos mientras Leo me chupaba.
“Dilo otra vez” dice él.
Me aclaro la garganta y digo por tercera vez: “Por favor, deja de
torturarme”.
Eso funciona. Se levanta, asiente y sonríe con los ojos brillantes como la
miel. “Mucho mejor, kukolka. Estás aprendiendo”.
Se pone los pantalones, sin molestarse en subirse la cremallera, y se acerca
a la puerta. Cuando la abre, tengo suficiente ángulo para ver un mechón de
pelo rubio cayendo en cascada sobre unas tetas turgentes empujadas hacia
arriba por una camiseta escotada.
“¿Me llamó, señor?” dice la criada en un canturreo seductor.
“Ya no eres necesaria” dice Leo suavemente. “Puedes irte”.
Sus ojos se abren como platos. “¿Está... está seguro?”.
“Estoy seguro” dice él.
“P-pero, estaba pensando que podríamos...” insiste ella.
Leo comienza a decir: “Dije que puedes...” pero antes de que él pueda
terminar su frase, salto de la cama y grito: “¿Acaso estás sorda? Dijo que
puedes irte”.
Todos los ojos se vuelven hacia mí. Mi pecho se agita contra las sábanas
que he sostenido para cubrir mi desnudez y mi cabello está pegado al sudor
en mi nuca. Me siento un poco trastornada, y solo cuando veo la lenta
sonrisa en el rostro de Leo me doy cuenta de que probablemente eso es
exactamente lo que él buscaba.
Sus jodidos e interminables juegos mentales. Lo odio. Lo odio.
Pero estoy demasiado involucrada como para dar marcha atrás ahora.
Jayme mira de un lado a otro entre Leo y yo por un rato. Luego, apretando
la mandíbula, se gira para irse.
Sin embargo, antes de que pueda desaparecer de la vista, la escucho
murmurar en voz baja: “Maldita perra”.
Mi mandíbula cae. Esta vez, Leo interviene antes de que yo pueda formular
una respuesta.
“Jayme” le gruñe.
Ella se detiene, gira sobre sus talones y lo mira con desprecio.
“Si alguna vez vuelves a llamar perra a mi esposa, yo mismo te cortaré la
lengua”.
La amenaza se entrega con calma, pero sin pestañear. No hay duda de que
lo dice en serio.
Los ojos de ella giran con miedo. Ella da un asentimiento dócil y se vuelve
hacia mí. “Yo... lo siento, señora” dice y luego desaparece por el pasillo lo
más rápido que puede.
Me giro hacia Leo mientras él cierra la puerta. Está contra el marco de la
puerta, apoyado con un brazo, observándome con una mirada curiosa.
“Estás llena de sorpresas, pequeña” murmura.
Todavía estoy ardiendo de rabia, de celos, de hambre... por el millón de
emociones que Leo Solovev enciende en mí.
Y sólo hay una forma de apagar este fuego.
Me acerco a él, toco su aún muy erguido pene y lo miro fijamente a los ojos
mientras le digo: “Cállate y cógeme, esposo”.
33
LEO
La primera vez que surgió el tema de los niños, yo tenía veintiún años.
Casey y yo ya llevábamos casi dos años casados.
“¿No crees que ya es hora?” me preguntó él. “Somos jóvenes. Tengo
dinero. ¿Por qué no?”.
“Porque... bueno, porque tengo veintiún años” le respondí. “Hay más cosas
que quiero hacer en la vida antes de empezar a tener hijos”.
Él frunció el ceño. “¿Cómo qué?” dijo él.
“No sé. He estado pensando que tal vez debería volver a la universidad.
Terminar mi carrera”.
Su rostro se convirtió en piedra. “Ya dejaste eso una vez”.
“No fue tanto eso como que te conocí” le dije. “Tú querías mudarte. Yo
quería ir contigo. Creo que renuncié a ello un poco prematuramente”.
“Oh, ¿así que ahora es mi culpa?” dijo.
“¡No! Yo no me arrepiento de nada” le dije. “Solo que ojalá hubiera
manejado las cosas un poco diferente”.
“Esa es la definición de arrepentimiento. Si no entiendes eso, no creo que la
universidad sea para ti, cariño”.
Lo miré. “¿Me estás llamando estúpida?”.
“Si el zapato te calza”.
“¡Casey!”.
Normalmente, refunfuñaba algo y ahí terminaba la conversación. Pero ese
día, me miró fijamente. “Tu regreso a la escuela es estúpido. No hay razón
para ello”.
“Obtener un título es importante”.
“Yo tengo uno. Eso es suficiente”.
“No seas ridículo” dije.
Su expresión se agudizó. “Yo no estoy siendo jodidamente ridículo. Tú
tienes todo lo que podrías desear o necesitar aquí mismo”.
“¿Quién lo dice?”
“¡Lo digo yo!” gritó él. “Yo te mantengo ¿no? Te compro ropa bonita y te
llevo a restaurantes elegantes”.
“Y yo aprecio todo eso” le dije tan calmadamente como pude. No quería
pelear. “Pero quiero hacer esto por mí”.
“¿Qué sentido tiene? No es como si alguna vez fueras a tener un trabajo”.
“Quizás lo tenga” dije.
Rodó sus ojos en blanco. “Es una pérdida de tiempo. En realidad, esta
conversación es una pérdida de tiempo”.
Se movió tan rápido que no lo vi venir. Agarró mi muñeca lo
suficientemente fuerte como para dolerme y tiró de mí contra él.
“¡Casey, detente! Suéltame. Estás lastimándome” chillé.
Sostuvo mi muñeca con fuerza durante otro largo rato, sus ojos furiosos
buscaban en los míos como faros.
Luego la dejó caer y dio un paso atrás. Levantó las manos y dijo: “Bien,
vuelve a la universidad si quieres. A ver si me importa una mierda”.
“¿En serio?” señalé esperanzada.
“Claro” dijo, aún en tono de reproche. “Adelante. Que te diviertas.
Consigue tu tonto título. Pero yo no voy a pagar ni un centavo de eso”.
Me quedé helada. “Pero... tú sabes que yo no tengo dinero”.
Se encogió de hombros. “Siempre puedes pedirle ayuda a tus padres”.
Fue una cruel vuelta de tuerca. Él sabía que yo no tenía adónde ir. Nadie a
quien recurrir. Y mucho menos a ellos.
Las lágrimas quemaban el fondo de mis ojos pero las enjugué furiosamente.
No quería que él las viera.
Pero las vio. Claro que las vio. Casey lo veía todo.
“Ánimo” susurró, caliente y frío como siempre. Extendió la mano y me
acarició la mejilla. “No vale la pena enfadarse. ¿Sabes por qué? Una vez
que tengamos nuestro primer bebé, te olvidarás de la universidad. Y de tus
padres. Vamos a ser una pequeña familia feliz. Y nada más importará”.
Cuando no dije nada, me agarró la barbilla y me obligó a mirarlo. “¿Me has
oído? Dije que no te enfades. Sabes cómo odio cuando te enfadas. No
quieres que nuestro bebé piense que no lo querías, ¿verdad?”.
Negué con la cabeza, principalmente porque no podía pensar en otra cosa
que hacer.
Casey sonrió, complacido. “¿Ves? Vamos a ser tan felices, cariño. Solo
espera”.
De vuelta al presente, me estremezco. Hacía mucho tiempo que no
recordaba aquello.
En algún momento, Casey se dedicó a ganar dinero, a hacer negocios
turbios y a escalar posiciones. Estaba más interesado en perseguir esos
sueños que en tener una familia.
Y yo no se lo recordé. Sabía que quería tener hijos algún día, pero... no así.
No con él.
Me miro a mí misma, y veo mi mano presionada contra mi plano vientre.
Mamá tenía razón: me toco mucho la barriga. Es un hábito que necesito
romper.
Leo no puede saberlo.
Al menos, no hasta que descubra cuál es mi plan.
Casarse es una cosa. Pero tener un hijo es otro juego completamente
diferente. Tan pronto como tenga al heredero de la Bratva Solovev
creciendo dentro de mí, no habrá escapatoria ni para mí ni para mi bebé.
Mi bebé. Las palabras me producen un escalofrío de felicidad y pavor que
me recorre toda. Estoy por una parte emocionada, pero diez partes
aterrorizada.
Quiero un hijo. Lo siento profundamente. Pero ¿es este el lugar correcto?
¿Es el momento correcto?
¿Es éste el hombre apropiado?
Voy caminando por el jardín, con la esperanza de que el aire fresco despeje
mi cabeza, cuando veo a Leo de pie bajo uno de los árboles más imponentes
de la zona. Alto, grueso, con una telaraña de ramas retorcidas y nudosas que
arrojan sombra a todo ese rincón del jardín. Las hojas caídas alfombran el
suelo.
Leo está de pie cerca del tronco, con la cabeza inclinada.
Me acerco, curiosa por saber qué está haciendo, pero me detengo en seco.
No quiero que las hojas crujan bajo mis pies y me delaten.
No es que me sirva de mucho.
“¿Vas a venir o te quedarás en las sombras y me acecharás desde la
distancia?” dice Leo.
Salto cuando lo escucho. “¿Cómo sabías que estaba aquí? No he hecho
ningún ruido”.
“Eso es lo que tú crees”.
Resignándome al hecho de que, de hecho, él podría saberlo todo, llego hasta
él. Es entonces cuando veo lo que Leo estaba mirando.
Una lápida.
Incluso antes de leer la inscripción, sé quién está enterrado ahí. Su hermano.
Pavel Solovev.
La única persona que Leo amó.
La lápida es preciosa. Lisa, brillantemente pulida. El grabado es limpio y
simple.
“Pavel Solovev. Hermano. Esposo. Don” leí en voz alta. “Es una hermosa
lápida”.
Leo se encoge de hombros. “Todo eso fue obra de Ariel”.
No estoy segura de creerle, pero no quiero discutir. Si él quiere que yo
piense que es un monstruo sin emociones, está bien, lo pensaré.
“Mis padres acaban de irse” digo en lugar de responderle directamente.
“Gracias por invitarlos aquí. Yo... yo realmente no me lo esperaba”.
Él no responde. Solo sigue mirando la tumba de Pavel, como si estuviera
esperando que su hermano resucitara de la tierra y las cosas volvieran a ser
como siempre debieron ser.
“¿Cómo fue?” pregunto de repente. “¿Crecer en la Bratva?”.
Finalmente, me dedica una mirada. “Era algo diferente”.
“¿Es como una situación del tipo 'si me lo dices tendrás que matarme'?”.
“Ves demasiadas películas”.
“Es lo único que tengo, ya que no me cuentas nada” le digo con amargura.
Leo sigue sin responder.
“¿Como era él?” intento de nuevo.
Él suspira. “Era un hombre. Luego estaba muerto”.
“¿Dónde te dejó eso?”
“Luchando para vengar lo que le quitaron a mi familia. Lo que le quitaron a
él. Lo que me quitaron a mí”.
“No quiero tener que decirle a nadie cómo debe pasar un duelo, pero... ¿es
eso sano?”.
“Me importa una puta mierda” gruñe. “La venganza me ha traído hasta
aquí. Me llevará hasta el final”.
“¿Y después?” le señalo. “Después de vengarte ¿qué viene?”.
“Estaré muy ocupado”.
No sé qué esperaba que él dijera, pero la respuesta es decepcionante. Y un
poco triste. “¿Eso es todo? ¿Sólo una vida de guerrear con enemigos y
aferrarte a lo que has ganado? Suena agotador. Por no decir sombrío”.
“Es la única vida para mí”.
Sé que Leo cree lo que dice, pero tengo la esperanza de que haya algo más
para él. Que hay un lado de sí mismo que mantiene oculto.
Quiero preguntárselo, pero no quiero descubrirme antes de estar preparada.
Leo parece saber cuando estoy mintiendo. Aun así, tengo que arriesgarme.
Puede que no haya otro momento como este.
“¿Y si algún día tienes hijos?” inquiero.
“Serán de la Bratva” dice con firmeza.
Espero a que diga algo más, pero no lo hace. “Ok, pero ¿qué significa
eso?”.
“Significa que serán criados para entender este mundo. Entenderán por qué
soy como soy. Y estarán preparados y entrenados para continuar el legado
que yo he creado”.
Frunzo el ceño. “¿Y si eso no es lo que ellos quieren?”.
Vuelve a mirar la tumba. “No tendrán elección. A mí no me la dieron”.
El corazón me late un poco más deprisa. Mi mano flota hacia mi estómago,
pero la sujeto a mi costado. Incluso ahora, el impulso de proteger la vida
que llevo dentro es fuerte.
“¿No hay una alternativa a todo esto? ¿No es más importante que tus hijos
sean felices que poderosos?”.
“Si son poderosos, serán felices”.
“¿Tú eres feliz?” pregunto.
“Soy poderoso” contesta.
“Eso no significa que seas feliz”.
“Excepto que si” replica. “Como acabo de explicar”.
“¡Ese es un razonamiento circular! No siempre tienes razón.
“Sí, la tengo” espeta.
“Según tú” argumento.
“Exactamente. Y siempre tengo razón”.
Aprieto los dientes. No se puede razonar con este hombre. No se le puede
ganar. No importa lo que diga, él va a rebatir con sus propios argumentos
sesgados.
“¿Y si tienes hijas?” digo de repente. “¿Se esperará que también sean de la
Bratva?”.
“Todos mis hijos serán Bratva, independientemente de su sexo. No se trata
de ser hombre o mujer. Se trata de fuerza”.
Me encojo de hombros. “No puedes culparme por asumir que las mujeres
son sólo peones y objetos en tu mundo. No es como si me hubieran dado a
elegir”.
“Tienes muchas opciones, Willow” dice. “Sólo que eres demasiado estrecha
de mente para verlas”.
Esto fue un error. Estoy demasiado cansada para esta conversación, para sus
idioteces crípticas, para su falta de voluntad de ceder ni un maldito ápice.
Estoy a punto de irme por donde he venido, hasta que Leo vuelve a hablar.
“Probablemente no recuerdes el nombre, pero Anya Mikhailov tiene
bastante reputación en los círculos de la Bratva. Es una mujer, pero es
temida y venerada en los bajos fondos”.
“¿Anya Mikhailov?” repito. “Es la hija del viejo Don ¿no?”.
Leo asiente. Parece impresionado de que le haya prestado atención. “Ha
matado a unos cuantos esposos y comanda un contingente de sus propios
hombres, aunque es completamente independiente de su padre y de la
Bratva a la que debe su nombre. Se necesita una mujer fuerte para ganarse
el respeto de los hombres en este mundo, pero es posible. Anya lo hizo”.
“¿Se supone que debo estar impresionada?” le pregunto.
“Si fueras inteligente, lo estarías”.
“Si fuera inteligente” hago una mueca, “seguiría su ejemplo y mataría a
algunos de mis esposos”.
“Lo intentaste” se ríe sombríamente. “Solo que no te salió demasiado bien”.
Mis mejillas se enrojecen. Lo ignoro. “¿Por qué debería impresionarme una
mujer que no conozco?” le pregunto.
“Porque tomó las riendas de su propio destino. Se negó a ser una víctima”.
“¿La admiras?” inquiero.
“No admiro a nadie en este mundo excepto a mí mismo, Willow. Pensé que
ya sabrías eso. Pero... siempre podemos aprender de los demás”.
“Bien, llámalo como quieras. ¿Pero no se supone que los Mikhailov son tus
enemigos?”.
“Lo son. Pero Anya Mikhailov no ha tenido nada que ver con las decisiones
de su padre desde hace varias décadas. Ella no estuvo involucrada en el
ataque a mi hermano” dice Leo. “No te confundas: ella sigue siendo una
Mikhailov. No confiaría en ella para nada. La mujer es mortal y sigue
siendo un enemigo. Pero puedes llegar a respetar a tus enemigos”.
“Tomaré tu palabra. Nunca he tenido enemigos antes”.
“Eso cambiará”.
Me vuelvo hacia él con alarma. “¿Qué se supone que significa eso?”
“Lo descubrirás pronto”.
Antes de que pueda presionarlo para que diga más, suena su teléfono. Se
gira y responde. “¿Estamos listos para detonar?” pregunta y luego espera la
respuesta. “¿Puede salir?”.
Quienquiera que esté al otro lado de la línea dice algo apresuradamente,
solo un zumbido metálico que no puedo descifrar.
Leo se pone rígido de repente. “Entonces espera”.
Sus palabras son brutalmente afiladas y frías. No se dirige a mí, pero doy un
paso atrás. Es instinto humano. Auto preservación.
Más palabras de la persona que llama. Entonces...
“¡Me importa una mierda!” ruge. “Mis órdenes son simples: No detonaré
mientras haya uno solo de mis hombres ahí dentro. Hay que esperar.
Esperen a que yo dé la orden”.
Cuelga y se vuelve a dar la vuelta. No me molesto en fingir que no estaba
escuchando.
“¿Algo salió mal con uno de tus planes maestros?” le digo.
“No es nada que no pueda manejar” gruñe. “Creo que deberías volver a tu
habitación”.
En cambio, desafiante, me muevo hacia él. “No soy una niña. No puedes
despedirme para sacarme de tu camino”.
Él también da un paso adelante. “Mierda, mírame”.
“¿Asustado de que escuche tus planes y te delate ante los malos?” digo, lo
suficientemente enojada como para querer provocarlo. Aunque sólo sea
para forzar una respuesta de él.
Y lo consigo.
Leo me agarra y me hala contra su cuerpo. Estamos tan cerca que puedo
sentir sus abdominales a través de la camisa. El pulso de su corazón
coincide con el mío.
“¿Me estás amenazando, kukolka?” pregunta en un áspero susurro. “Porque
no me gustan las amenazas, cariño. Aunque vengan de labios tan dulces
como los tuyos”.
Lucho contra él, pero la fricción entre nuestros cuerpos solo me hace desear
que me apriete más.
“¡Suéltame!” le digo.
“No si sigues resistiéndote así” gruñe.
Puedo sentir su erección contra mi muslo. Y, como un reloj, me tiemblan las
rodillas ante la idea de tenerlo dentro de mí.
Esa oleada de deseo me traiciona.
No debería sentirme así por el hombre que me secuestró, se casó conmigo a
la fuerza y me atrapó en una vida que nunca pedí. Y ahora nuestro hijo,
nuestro posible hijo, se enfrenta al mismo destino.
Aun así, su cuerpo es cálido contra el mío y quiero acurrucarme contra su
ancho pecho.
Es como él dijo: “querer” es un juego peligroso.
“Leo...” susurro.
Aplasta sus labios contra los míos, robándome lo que iba a decir. Debería
luchar, pero no lo hago.
Porque cada vez que me besa, me siento segura y completa.
Su lengua se mueve contra la mía, y me sumerjo en su boca con la misma
facilidad con la que respiro. Me trago todo otro sentimiento e intento
aferrarme a esta sensación, a este confort que me recorre como un pulso
eléctrico. Cuando esto ocurre, el mundo se acomoda. El universo tiene
sentido. Las cosas son como tienen que ser.
Tan rápido como empezó el beso, termina. Me tambaleo por la pérdida de
su agarre, me duele de una forma que sólo él puede hacerme sentir dolor.
“Vete” dice sin mirarme mientras el sol se pone a sus espaldas. “Tengo
trabajo que hacer”.
Asiento sin discutir. Porque una cosa está cada vez más clara: es hora de
que descubra lo que realmente quiero...
Y cómo conseguirlo.
36
LEO
“¿Dónde está tu esposo hoy?” pregunta mamá mientras bebe el jugo que
una de las criadas trajo a mi habitación con el desayuno. Yo no pude ni
tocarlo; el olor a cítricos me enfermó.
“Está afuera” digo. “En una importante reunión de negocios”.
Es humillante admitir que no sé adónde él va cuando sale de la mansión. O
lo que hace cuando está fuera. O con quien. Sus palabras de despedida
todavía resuenan en mi cabeza.
Sí, ella es muy hermosa.
Ajena a todo, mi mamá asiente, sonríe y coloca una bolsa plástica de
farmacia en mis manos. “Traje siete pruebas diferentes” dice ella. “Todas de
alta calidad. Deberías tener una respuesta definitiva en unos minutos”.
La bolsa pesa en mis manos. Como si su peso representara el significado de
un resultado positivo. Para mí. Para el bebé…
“Siéntate, mamá” digo. “Vuelvo enseguida”.
En el baño, saco las siete pruebas de embarazo y las alineo en una fila
ordenada. Lleno un vaso con agua del lavabo pero luego lo tiro. Ya estoy a
reventar. No he ido al baño en horas.
Esperando a que llegara mi mamá. Esperando para cerciorarme.
Mi estómago se revuelve con los nervios. Miro mi reflejo en el espejo.
“Está bien” me digo a mí misma. “Ya lo sabes...”.
Pero esa es la cuestión: no es lo mismo sentirlo en mis entrañas que mirar la
evidencia. Un bebé es algo grande. Lo cambiará todo.
Sin embargo, si me quedo aquí, mirándome en este espejo, sin moverme,
sin comprobar nada, entonces tal vez el tiempo se congele y no cambie
nada, y no haya un bebé ni un matrimonio, y ambos se conviertan en un
producto de mi imaginación y me despierte en mi cama a los dieciocho
años, lista para hacer mi vida de la manera correcta.
Vale la pena intentarlo, ¿no?
No dura mucho. Aunque no por falta de intentos. La única razón por la que
logro alejarme del espejo es porque realmente me voy a orinar encima si me
demoro más.
Utilizo tres de los bastoncillos en rápida sucesión y los coloco boca abajo,
balanceándose, en el borde de la bañera.
Me subo los pantalones y lavo las manos sin mirarme al espejo. Sin mirar
hacia la bañera. Durante unos segundos más, finjo que las pruebas no están
a un metro de distancia procesando mi futuro.
Tic. Tac. Tic. Tac.
El reloj en la esquina es implacable, sin importar cuánto poder telepático
pretenda yo enviarle. Los segundos van y vienen, arrastrándome más y más
cerca del momento que no puedo posponer por mucho más tiempo.
Intento caminar hacia la bañera, pero me giro al último momento. Lo repito
unas cuantas veces, acercándome y luego alejándome de las pruebas cada
vez que me acerco demasiado.
“Vamos, Willow” murmuro. “No seas cobarde. Solo mira”.
Finalmente, respiro hondo y camino hacia la bañera. Le doy la vuelta a la
prueba más cercana antes de que me venzan los nervios. Inmediatamente,
tengo mi respuesta. En lugar de un pequeño ‘+’ o ‘-’, las letras digitales
marcan mi destino en la ventana de la prueba.
EMBARAZADA.
Es tan definitivo que no me molesto en mirar las otras dos pruebas de
inmediato. Me quedo mirando fijamente la palabra, leyéndola una y otra
vez para mí misma, dejando que la verdad cale hondo.
Estoy embarazada de Leo Solovev.
Cuando el shock empieza a dar paso a una oleada de otras emociones que
aún no estoy preparada para procesar, doy la vuelta a las otras dos pruebas.
Una tiene dos líneas rosas. La otra tiene un signo ‘+’ azul.
Estoy embarazada en tres distintos lenguajes de prueba.
“Willow, ¿cariño?” llega la voz de mamá a través de la puerta. “¿Está todo
bien?”.
Abro la puerta de repente. Ella da un respingo hacia atrás y dice: “¿Y bien,
cariño?”
Asiento con la cabeza. “Yo... estoy embarazada”.
Mamá aplaude y me abraza. “¡Felicidades! Estoy tan feliz por ti”.
Me las arreglo para darle una distraída palmada en la espalda antes de que
ella agarre mi mano y me lleve a la cama. Me hundo en el colchón con
gusto. Mis piernas se sienten como gelatina.
“Amor, ¿estás bien? Te ves un poco pálida” dice ella.
“Estoy bien” le digo, forzando una sonrisa en mi rostro. “Es solo la
sorpresa, eso es todo”.
No puedo dejar que mamá sepa cuán... complicadas, a falta de una palabra
mejor, son las cosas entre Leo y yo. Necesito preservar la imagen de un
matrimonio feliz. Al menos hasta que descubra qué significa este bebé.
Se siente como un déjà vu. Me negué a llamar a mis padres hasta que
estuviera libre de Casey y fuera de sus problemas.
Pero esto es diferente. Con Casey, se trataba de mi orgullo y vergüenza.
Ahora, se trata de la seguridad de mis padres. Cuanto menos sepan del
mundo de Leo, mejor para ellos.
Además, mis sentimientos por Leo son literalmente indescriptibles. No
existen palabras para describir lo frustrada, lo viva, lo aterrorizada, lo fuerte
que me hace sentir, todo a la vez.
“¿Pero eres feliz?” pregunta mamá.
Asiento tan convincentemente como puedo. “Por supuesto”.
Ella toma mi mano y la aprieta. “La maternidad fue lo mejor que me ha
pasado nunca. No tengo ninguna duda de que será lo mismo para ti”.
La escucho, pero no puedo encontrar las palabras para responder. Mi mente
está a toda marcha. Confirmar el embarazo me ha hecho darme cuenta de
una cosa: no puedo quedarme aquí.
No importa cuánto me importe Leo. Por mucho que quiera un final de
cuento de hadas con él. No es realista.
He sido ingenua por mucho tiempo. Es hora de madurar y poner los
intereses de mi hijo primero. El primer paso es seguir adelante.
¿Pero cómo? Mi esposo es un Don de la Bratva. No huyes de un hombre así
sin un plan.
Al menos tengo la cuenta de la que me hablaron mis padres. El dinero de
mis padres biológicos me ha dado los medios financieros para irme, para
cubrir mis huellas, para reconstruir desde cero. Puedo mantenerme a mí y a
mi hijo. Si soy inteligente, aunque veintiún millones de dólares sea una
cantidad tan alucinante que no veo cómo podría gastarlos, podré vivir de
ellos para siempre. Nunca volveré a caer en la trampa en la que estaba con
Casey.
“¿Willow?” escucho, y la voz de mamá rompe mi planificación.
“Lo siento. Solo estoy... procesando”.
“¿Leo estará feliz?” dice y noto preocupación en las arrugas alrededor de
sus ojos.
“Por supuesto” digo rápidamente. “Claro que lo estará. Solo que... tuve la
idea de volver a la universidad. Terminar mi carrera”.
“Oh, cariño” canturrea. “Todavía puedes hacer eso con un bebé”.
“Quizás” digo y la miro. “¿Cómo fue para ti convertirte en mamá por
primera vez?”.
Ella me da una sonrisa triste. “Mi camino hacia la maternidad fue muy
diferente, cariño” dice ella. “Tu padre y yo lo intentamos durante años antes
de consultar a un médico. Nos dijeron que concebir naturalmente sería muy
difícil para nosotros. Así que decidimos adoptar”.
“¿No querías probar otras formas de tener un bebé?” pregunto.
“¿Fertilización in vitro o gestación subrogada o algo así?”.
Mamá sonríe. “Todos eran muy costosos y, para ser honestos, para tu papá y
para mí, no se trataba de tener un hijo biológico. Eso nunca fue lo más
importante. La familia se trata de a quién eliges. Y nosotros te elegimos a ti.
Nos gusta pensar que tú también nos elegiste a nosotros”.
Puedo oírme gritarles a mis padres años antes, diciéndoles que elegí a
Casey. Pero las duras palabras son poco más que un eco ahora. Como un
grito de terror nocturno que hace mucho tiempo se desvaneció a la luz del
día.
Me inclino hacia ella y pongo mi cabeza en su hombro. “Estoy tan contenta
de que estés aquí, mamá”.
“Oh cariño, no tienes ni idea. Debo decir que estoy muy emocionada de ser
abuela”.
“¿Te importaría hacerme un favor entonces, abuela?” le digo,
incorporándome de nuevo.
“Por supuesto” dice.
“No le cuentes a nadie sobre mi embarazo todavía. Es decir, puedes decirle
a papá. Pero a nadie más, ¿de acuerdo?”.
“¿A quién más le diría, cariño?”.
Yo sonrío. “Gracias”.
“Por nada” dice y se levanta, y me señala con un dedo. “Ahora, lo primero
es lo primero, necesitas comer tres comidas saludables al día. Ya has
perdido demasiado peso. Y también necesita programar una cita con un
médico...”.
“No” casi grito y mamá se detiene sorprendida, así que me apresuro a
enmendar mi declaración antes de que su intuición de madre entre en
acción. “Perdona, es solo que... quiero posponer la visita al médico hasta
que se lo diga a Leo”.
“Oh, por supuesto” dice ella. “Y me gustaría conocerlo pronto. Debería
conocer a mi yerno, especialmente si estás embarazada de su hijo”.
“Trataré de arreglarlo” digo.
Pero mi corazón se hunde ante el solo pensamiento. No quiero que se
enamoren de un hombre al que ya estoy planeando dejar. No me cabe duda
de que Leo puede ser increíblemente encantador cuando quiere.
Pero no puedo pensar en eso ahora. Dios sabe que ya tengo bastantes
preocupaciones.
Le digo a mi madre que estoy cansada y ella asiente enseguida. “Descansa
un poco. Y” baja la voz hasta un susurro, “cuida de mi nieto”.
La acompaño hasta la puerta principal y me despido con la mano mientras
se aleja. En mi camino de regreso por las escaleras, escucho de nuevo la
puerta abrirse.
Es Leo.
Y parece muy enojado.
Su expresión negra aterriza en mí, y creo que se suaviza un poco antes de
endurecerse de nuevo.
“¿Estás bien?” le pregunto.
“Bien” dice. Luego se gira y entra como una tormenta en su oficina.
Tendría que ser estúpida para ir tras él cuando está de ese humor. La ira de
Leo es desagradable, por decir lo menos. Pero supongo que me he vuelto
estúpida, porque por alguna razón desconocida, lo sigo.
Dejó la puerta abierta. Entro sin llamar, pero me detengo justo en el umbral
de la puerta. Al otro lado de la habitación, Leo se está sirviendo una bebida
del carrito del bar.
Sin girarse, dice: “¿Quieres una?”.
Lucho contra el impulso de presionar una mano contra mi vientre. “No,
gracias” digo.
No vuelve a preguntar. Se toma su bebida de un trago. Inmediatamente se
sirve otro vaso.
“¿Salió algo mal en la reunión?” pregunto. “¿Anya hizo algo?”.
Los celos se retuercen dentro de mí. No conozco a esa mujer, pero él dijo
que era hermosa. ¿Qué pasó en su reunión? Odio que esta desconocida sepa
algo sobre Leo que yo ignoro.
Su respuesta no es más que otro sorbo.
Hace una mueca, se acerca al sofá frente a la chimenea y se sienta. Tras un
momento de vacilación, me siento a su lado.
“¿Quieres hablar de ello?” inquiero.
“Ni siquiera podrías entenderlo” dice, como una reprimenda, y eso me pone
a la defensiva al instante.
“¿Puedo recordarte que fuiste tú quien me eligió?” digo con dureza. “Si no
te gusta que haga preguntas, deberías haber elegido a una mujer más
estúpida para casarte. Tal y como están las cosas, quiero saber qué está
pasando. Creo que me lo debes”.
“No te debo ni una maldita cosa” espeta él.
Niego con la cabeza y me levanto. “Bien. Te dejaré entonces” y camino
hacia la puerta.
“Alto” dice.
Leo nació para ser un líder. La sola palabra me detiene en seco. Me muerdo
el labio y me giro para mirarlo. Sus piernas están separadas y su vaso
apoyado en el reposabrazos. Tamborilea con los dedos a un lado.
“Ven aquí” dice.
Tengo el cuerpo dividido. Quiero resistirme a él... bueno, la verdad, quiero
mandarlo a la mierda por hablarle así a la madre de su hijo, pero no puedo
contenerme. Avanzo hasta situarme entre sus piernas abiertas.
“Siéntate” me dice.
Dudo por solo un segundo, pero es tiempo suficiente para que él tome mi
mano y me hale hacia su regazo.
Rodea mi cintura con su brazo y se queda mirándome con una intensidad
que me hace sentir un escalofrío. El foco de su atención es duro,
concentrado, implacable.
Trago nerviosamente. “¿Qué haces?” digo.
“Mirándote”.
“¿Puedes dejar de hacerlo?”.
“¿Por qué?” solicita él. “¿Te hace sentir incómoda?”.
Extiende la mano y agarra un mechón de mi cabello, lo enrolla alrededor de
sus dedos. El gesto hace que mi estómago se agite nerviosamente.
El latigazo emocional me está afectando. En un momento, estoy planeando
marcharme con su hijo nonato para escapar del sangriento mundo de la
Bratva. Al siguiente, lo veo molesto y corro tras él para… ¿consolarlo?
¿De qué serviría eso? ¿Qué bien puedo hacer por él? Leo no necesita a
nadie para nada. Y menos para consolarle. Y menos a mí.
“Respóndeme, Willow” dice él.
Asiento con la cabeza. “Sí, me pone incómoda”.
Ladea la cabeza, sin dejar de mirarme, y dice: “¿Entonces por qué estás
aquí?”.
Esa es la pregunta del millón. ¿Por qué estoy aquí? Le doy la espalda para
ocultar mi rubor, pero sé que estoy peleando una batalla perdida. Este
hombre ve todo. Lo sabe todo.
“Pensé que podría ayudar” digo en voz baja, con sinceridad. “Parecías
molesto, y yo quería...”.
“Has elegido un momento curioso para convertirte en una esposa Bratva”
comenta con irónica diversión.
Me lo tomo como algo personal. Lo dice como si fuera imposible. ¿Cómo
podría yo serle útil? Nunca seré más que una clave indefensa para él. Una
carga a la que se encadenó por necesidad, nada más.
Me bajo de su regazo. Él no me detiene.
También me lo tomo como algo personal.
“Ningún hombre es una isla, Leo” digo. “Todos necesitamos a otras
personas. Incluso tú”.
“Es cierto” dice. “Pero yo tomo lo que necesito”.
“Lo sé” digo, royéndome el interior de la mejilla para contener el torrente
de emociones. “Lo sé mejor que nadie más”.
Nos miramos fijamente un momento más. Entonces ya no puedo más. Me
doy la vuelta y huyo de la habitación tan rápido como mis pies me
permiten. Y aun así, incluso mientras huyo, incluso siendo plena y
completamente consciente de que estoy dispuesta a que me rompa el
corazón, no puedo ocultar que una parte de mí, una parte desesperada de
mí, lo único que desea es arrastrarse de nuevo hasta su regazo.
Al parecer, aparte de estúpida también soy masoquista.
Y Leo Solovev es mi tormento preferido.
38
LEO
No puedo ignorar esta llamada, por mucho que ahora lo quiera. No del
Agente 31.
“Será mejor que esto sea bueno” siseo en el teléfono.
“¿No lo es siempre?” contesta ella.
“Hoy no tengo tiempo para coqueterías. Escúpelo” digo.
“El momento es ahora” dice ella. “Estarán en el Manhattan Club dentro de
una hora”.
“¿Qué pasa con mi hombre?” inquiero.
“Él ya no está en el edificio. Las únicas muertes serán de Mikhailov”.
Aprieto los dientes con satisfacción mientras la promesa de la victoria
empieza a hacerse tangible.
“Hay una cosa más” dice.
La creciente excitación en mi pecho baja al instante. “¿Qué pasa?” inquiero.
Pero antes de que pueda pronunciar otra palabra, la línea se corta.
“¡Mierda!” grito tan alto que los demás me miran. Yo los miro hasta que
todos apartan la vista.
Jax se apresura hacia mí. “¿Qué pasa?”.
“Era el Agente 31” digo bruscamente. “Se cayó la comunicación”.
“Sabemos por qué”.
“Eso no significa que me guste”.
Jax mira a su alrededor y dice: “Acabo de registrarla. ¿Ya la subieron a su
habitación?”.
Me doy la vuelta. Busco a Willow y a la enfermera que estaba con ella. Un
segundo después, veo que la enfermera viene hacia mí con un vaso de agua
en la mano. Mira detrás de mí y sigo su mirada para ver lo que ella está
viendo.
Una silla de ruedas vacía.
Al instante, todo encaja. El por qué Willow quería venir al hospital. El por
qué no quería que ni la tocara.
Esto no es una emergencia médica.
Es una huida.
“Por Dios” gruño. “Ella ha huido”.
Estoy molesto. Absolutamente lívido. Pero maldita sea, admiro sus agallas.
La mujer tiene agallas.
“Leo...” dice Jax.
“No te molestes” digo, ya saliendo del hospital. “Sé adónde ha ido. Reúnete
conmigo allí lo antes posible con un equipo”.
“¿Dónde?” me dice.
“¿Dónde si no?” grito. “En casa de sus padres”.
Corro hacia el Wrangler, salto adentro y empiezo a correr por las calles.
Tomo atajos y me salto semáforos, pero al final llego demasiado tarde.
La puerta principal no está cerrada del todo. Se abre fácilmente. Y en
cuanto estoy dentro, sé que hay demasiado silencio.
Saco mi pistola y registro el lugar, pero puedo sentirlo: ella ya se ha ido.
“Maldita sea, Willow” digo en voz baja.
Quiero estrangularla por esto. ¿De verdad pensó que podía estar a salvo sin
mí? ¿Después de todo lo que ha visto? ¿Después de lo que le pasó a
Jessica?
Entro en la sala de estar y encuentro a sus padres desplomados contra el
sofá. Me pongo de rodillas, compruebo sus pulsos.
Ambos están vivos y respirando. Han sido sedados, no asesinados. Y ambos
están volviendo en sí ahora. Guardo mi arma y me siento en la mesita, justo
frente a ellos.
La madre de Willow despierta primero. Sus ojos se abren lentamente, pero
tan pronto como aterrizan en mí, está completamente despierta.
Instintivamente, se estira, buscando a su esposo. Cuando lo ve a su lado,
recostado contra el sofá, grita su nombre. “¡Benjamín!”.
Ella agarra la parte delantera de su camisa y lo sacude. Sus ojos, llenos de
preocupación, encuentran los míos.
“¿Q-qué... él está bien? ¿Qué le has hecho?” dice.
Mujer tonta. El pánico no soluciona nada. Tampoco la ira, aunque tengo una
buena cantidad de ella erizada bajo mi piel.
“Yo no hice nada” digo. “Así es como los encontré a ambos”.
El papá de Willow comienza a moverse.
“Tu esposo está bien, ¿ves? Se está despertando” le digo.
Ella lo mira a la cara y el alivio colorea sus suaves rasgos.
“Nat... Natalie” balbucea él.
Hay algo que decir sobre una pareja cuyo primer pensamiento después de la
inconsciencia es el uno en el otro.
Benjamín se incorpora. Se toman juntos de las manos.
“Nat, ¿qué pasó?” pregunta de nuevo. Entonces se da cuenta de que estoy
sentado allí frente a ellos. “¿Quién eres tú?”.
“Soy Leo” les digo. “Leo Solovev”.
Me doy cuenta de que reconocen el nombre. Natalie me mira con
curiosidad. Benjamín también, pero tengo la sensación de que me está
evaluando más que nada.
Entiendo el impulso. Intenta proteger a su familia.
No servirá de nada. Pero admiro el instinto.
“¿Eres nuestro... yerno?” pregunta Natalie vacilante.
“Lo soy. ¿Pueden decirme qué recuerdan antes de desmayarse?” inquiero.
Ellos intercambian una mirada, luego Ben niega con la cabeza. “Había un
hombre aquí. En la casa. Solo vi un destello de él antes de... bueno, no
puedo recordar. Me desmayé”.
“Yo escuché un ruido y corrí hasta aquí” interviene Natalie. “Vi a Ben
acostado boca abajo en el sofá y había un hombre con él. Es todo lo que
yo... Leo, ¿qué está pasando?”.
“Les daré la versión corta porque no tengo tiempo para nada más” digo.
“Hay gente ahí afuera que quiere hacerme daño. La forma más rápida de
hacerlo es llegar a las personas más cercanas a mí. Lo que, en este
momento, incluye a ustedes dos”.
“¿Por qué?” pregunta Benjamín de inmediato. “Ni siquiera te conocemos”.
“Porque ustedes son los padres de mi esposa”.
Natalie se da cuenta de golpe. “¡Willow! ¿Dónde está Willow?”.
“Creo que ella vino aquí a verlos” digo. Omito el hecho de que ella estaba
huyendo de mí en ese momento.
“Oh, Dios” gime Benjamín. “¿Estás diciendo que quienquiera que vino aquí
y nos dejó inconscientes podría tener a nuestra hija?”.
La desesperación se convierte en rabia en el rostro de Benjamín. El hombre
de aspecto remilgado no parece que deba ser capaz de sentir esa emoción,
pero veo la devoción por Willow ardiendo profundamente en sus ojos.
Él haría cualquier cosa para salvarla.
También admiro ese instinto.
Asiento con la cabeza y digo: “Estoy casi seguro de ello”.
Casi. Ahí está esa palabra otra vez. Odio no estar completamente seguro.
Los ojos de Natalie se estrechan hacia mí mientras me estudia. “¿Quién
eres, Leo? ¿Quién eres tú en realidad?”
“No soy un mentiroso” digo. “Puedes confiar en lo que digo. Pero no puedo
decirte mucho”.
“Entonces dinos lo que puedas” dice ella.
“Soy un hombre poderoso” explico con sencillez. “Y como resultado, tengo
enemigos. Es la razón por la que hice que fueran a ver a Willow en vez de
al revés. Ella se resintió conmigo por ello, pero mi casa está protegida.
Vigilada. Es segura”.
“Dejó a un marido controlador” señala Natalie. “Ella no quiere otro”.
“Casey intentaba mantenerla prisionera. Yo estoy tratando de mantenerla a
salvo. Hay una gran diferencia en eso”.
Ella duda, se muerde el labio y luego asiente. “Te creo”.
Su marido mira entre los dos. “Francamente, no me importa cuáles fueran
tus intenciones. Hay hombres peligrosos que tienen a nuestra hija ahora
mismo. Por tu culpa”.
“No por mucho tiempo” gruño. “Voy a recuperarla. Y cuando lo haga, me
aseguraré de que nadie la vuelva a tocar nunca más”.
Eso parece llegar a través de Benjamín. “¿Eres lo suficientemente poderoso
cómo para hacer que eso suceda?” pregunta.
“Sin la menor duda” exclamo.
Exhala temblorosamente y asiente. “Bien”.
“Ella está embarazada” estalla Natalie.
“¿Qué?” Benjamín la mira boquiabierto. “¿Por qué no me lo dijiste?”.
“Porque ella no estaba lista para que nadie más lo supiera hasta que se lo
dijera...” se interrumpe, se vuelve hacia mí y termina, “a ti”.
“Ya lo sé” digo.
Ella asiente y sus ojos se vuelven conflictivos. “¿También te habló de la
cuenta bancaria? la que...”.
“No, no lo hizo” admito. “Pero yo sabía lo de esa cuenta mucho antes que
ella”.
“¿Cómo?” pregunta Benjamín.
Niego con la cabeza. “Eso es algo que no puedo decirles”.
Natalie y Benjamín intercambian una mirada. Están al borde del pánico,
pero intentan controlar sus emociones. Es mucho que procesar, ciertamente.
Mi mundo no es para los débiles de corazón.
Oigo el chirrido de neumáticos afuera. Natalie y Benjamín se ponen rígidos,
pero les hago señas para que se calmen. “Esos son mis hombres. Van a
llevarlos a un lugar seguro”.
“¿Quieres que nos vayamos de nuestra casa?” pregunta Natalie, apretando
con miedo el reposabrazos del sillón.
“No para siempre” le digo con seguridad. “Sólo hasta que tenga controlada
la situación. En cuanto esté controlada, los traeré de vuelta aquí”.
“No me importa mi casa, Leo” dice ella. “Me importa es mi hija”.
“Ya somos dos” le digo.
“¿La recuperarás?” pregunta ella.
“Lo haré” digo.
“¿Y no dejarás de intentarlo hasta que la consigas?”.
Entiendo su necesidad de seguridad. Ella está poniendo toda su confianza
en un completo extraño. Yerno o no, sigo siendo el hombre que irrumpió en
su sala de estar con un arma en la mano para ofrecerle una explicación vaga
y fragmentaria.
Miro a mi suegra a los ojos y le digo lo más solemnemente que puedo:
“Jamás. Iré hasta el fin del mundo por ella”.
Ella asiente, pero en sus ojos brillan lágrimas.
La puerta principal se abre y entra Jax. Se detiene en seco cuando nos ve a
los tres en la sala de estar. “¿Estoy invitado a la fiesta de la lástima?”.
Tengo que luchar para no rodar mis ojos en blanco. “Este es Jax” explico.
“Pueden confiar en él, a pesar de su patético sentido del humor. Los llevará
a una casa segura”.
“¿Y luego qué?” pregunta Benjamín.
“Luego voy a recuperar a tu hija”.
Los dos asienten. Benjamín se pone de pie con piernas inestables y se dirige
hacia Jax, pero Natalie se planta frente a mí. “Este tipo de vida no es lo que
quería para mi hija. Por no decir otra cosa. Pero por lo que he visto, por lo
que Willow me ha dicho... creo que te ama”.
Me detengo para no preguntarle las palabras exactas. No importa lo que
Willow haya dicho. Mis planes no cambiarán de ninguna manera.
“Sólo...” ahoga Natalie un sollozo. “Lo que tengas que hacer para
recuperarla... hazlo”.
“Lo haré” digo y me giro hacia Jax. “Deja que junten algunas cosas y luego
llévatelos”.
“Entendido, jefe” dice él.
Jax les hace un gesto a Benjamín y Natalie para que vayan delante, y luego
los acompaña arriba para hacer las maletas a toda prisa.
Exploro la sala de estar en busca de pistas, cualquier cosa que pueda
ayudarme a descubrir qué más sucedió aquí. Nada parece fuera de lugar.
Según todos los indicios, es una sala de estar perfectamente normal. Sin
micrófonos ocultos, sin vigilancia.
Gaiman entra en la habitación a través de la puerta principal abierta. Tan
pronto como lo veo, sé que son malas noticias.
“Esto lo dejaron en la mesa de la cocina” dice y me entrega un sobre
blanco. “Está dirigido a ti”.
Se parece a la carta que recibí de “Anya Mikhailov” no hace mucho. La
abro.
La letra está desordenada y toscamente garabateada.
Te hice una generosa oferta de paz y la rechazaste. Me faltaste el respeto y
no me diste otra opción que responder.
Reúnete conmigo en el Almacén Studio esta medianoche o te devolveré a tu
novia en pedazos.
Don Mikhailov
La carta está firmada Don Mikhailov, pero sé que es de Spartak.
Tiro la carta y el sobre al suelo. Cuando lo hago, me doy cuenta de que la
carta no es lo único que Spartak ha dejado para mí.
De la abertura sobresale un pequeño bulto de algo oscuro y brillante. Lo
recojo y reconozco al instante lo que es.
Ya he pasado las manos por ese mismo cabello negro como un cuervo. He
visto cómo se extendía sobre su piel desnuda, cómo captaba la luz de la
luna, cómo goteaba agua caliente en la bañera mientras gemía mi nombre.
Es de Willow.
“¿Y bien?” pregunta Gaiman.
Vuelvo a meter el mechón de pelo en el sobre y me lo meto en el bolsillo
trasero. “Tenemos una reunión esta noche. Prepara a los hombres”.
“¿Es Semyon?” pregunta.
Sacudo la cabeza. “Semyon, Spartak, da igual. De cualquier manera, ambos
están muertos”.
41
WILLOW
El punto de encuentro es como cualquier otro almacén que acoge este tipo
de encuentros siempre. Suelo de cemento con fracturas, oxidadas vigas de
hierro, paredes de ladrillo que han visto derramar sangre y escuchado a
hombres gritar hasta morir. La mayoría de las ventanas han sido tapiadas,
pero las pocas que no lo han sido dejan entrar finos haces de mugrienta luz.
Jax y Gaiman me flanquean a ambos lados al acercamos al edificio. Hay
otros cuarenta hombres a mi espalda, con cara de piedra. Listos para esta
pelea. Han tenido siete años para prepararse.
La mayoría de mis hombres de hoy solían seguir a mi hermano. Lloraron su
muerte junto a mí. Y una vez muerto y enterrado, me juraron lealtad.
La nuestra es una hermandad de sangre, y esta lucha lleva una década
preparándose.
Me pregunto si Belov y Semyon pueden decir lo mismo de los que luchan
bajo su bandera.
Atravesamos las puertas del almacén. Al otro lado, la entrada está atestada
de oscuros camiones y tropas de Mikhailov que pasean de un lado a otro.
Unos cincuenta hombres, creo.
Belov no está entre ellos.
“¿Dónde demonios está?” gruñe Jax desde mi hombro izquierdo.
“Va a hacer una entrada por todo lo alto” digo con desagrado. “Eso es una
puta certeza”.
“¿Y si esto es una trampa?” pregunta Gaiman, dando un paso más cerca.
“Definitivamente está escondiendo algo bajo la manga” digo y miro
alrededor, con los ojos entrecerrados. “Pero no va a ser muy obvio”.
“Siempre lo sabes todo” dice Jax. “Como un puto adivino. ¿Qué crees que
hará?”.
Tengo mis teorías, pero hay algo sobre Belov que me hace dudar. Él no es
de la Bratva, no lo es verdaderamente. No fue criado con las mismas reglas
que nosotros. No tiene el mismo respeto por el honor, por la tradición.
Incluso en la Bratva, por muy violentos que seamos mis hombres y yo,
tenemos un código.
Pero Belov... es diferente.
Para él, el código es la violencia.
“Va a usar a Willow” digo. “De eso estoy seguro”.
“Él no la mataría, ¿verdad?” pregunta Jax.
Estoy seguro de que no lo hará. La propia identidad de ella va a ser la que la
proteja de eso. Pero no se puede saber que le deparará la próxima hora.
“Espera” dice Jax con urgencia. “Alguien va entrando”.
Noto una sombra a través de la puerta. Una figura solitaria camina a través
de las filas de los hombres de Mikhailov.
“Willow” susurro.
Ella se detiene justo delante de la puerta. Lleva puesto un extraño abrigo
negro, algo como para una persona del doble de su tamaño.
Está esperando algo, pero no estoy seguro qué. No está atada ni
amordazada. Podría correr hacia mí si quisiera, pero no lo hace.
¿Se lo habrá dicho él?
“¿Que estará pasando?” sisea Gaiman.
“Tal vez deberías ir con ella” sugiere Jax.
Si hubiera una trampa, sería esta. Ella lo sería. “No” digo con firmeza. “Eso
es lo que él quiere. Manténganse firmes. Todos ustedes”.
Mis hombres no se inmutan ante la orden, sin embargo Jax y Gaiman me
miran con preocupación en sus ojos. Los ignoro y mantengo mi mirada fija
en Willow.
Está demasiado expuesta, demasiado vulnerable. Mi hijo está creciendo
dentro de ella mientras hablamos. Si algo le llegara a pasar a cualquiera de
ellos...
Pero no puedo comprometer todo por lo que he trabajado.
Todos debemos hacer sacrificios.
Lo escucho antes de verlo. “¿No quieres recuperar a tu mujer, Leo?” dice y
su voz parece resonar entre las paredes del almacén.
Spartak Belov aparece por la misma puerta por la que entró Willow. Más de
sus hombres entran detrás de él, junto a una rubia alta cuyos ojos
encuentran los míos de inmediato.
Las puertas se cierran entonces, lentamente, detrás de ellos, bloqueando la
luz.
Belov se adelanta. Ninguno de sus hombres viene con él. Solo lo acompaña
la rubia de la mirada, pero al pasar al lado de Willow, ella la agarra del codo
y la arrastra con ellos.
“Vamos” les gruño a Jax y a Gaiman. “Nos encontraremos con ellos en el
centro”.
Dejando atrás a nuestros respectivos ejércitos, Belov y yo nos detenemos a
la mitad del almacén, estamos a solo unos metros uno del otro.
“Qué amable de tu parte unirte a nosotros, Leo” se burla Belov. “Don
Mikhailov te envía saludos, pero no pudo venir hoy”.
“Déjate de estupideces, Belov” espeto. “Semyon no tuvo nada que ver con
esta reunión”.
“Me halagas. Pero yo solo soy su humilde servidor”.
Ruedo mis ojos en blanco, me esfuerzo para no mirar a Willow. Hay un
miedo en ella que rechina. No necesito mirarla para sentirlo. Puedo
apreciarlo en mi piel como una brisa helada.
“Permíteme presentarte a Brittany” dice Belov y hace un gesto hacia la
rubia cuyas uñas están clavadas en el brazo de Willow. “Ella es mi chica
especial”.
Luego él da un paso atrás, agarra distraídamente un mechón del cabello de
Willow y dice: “Y no hace falta presentaciones en lo que respecta a esta
pequeña”.
Se lleva el cabello de ella a su nariz e inhala profundamente. Quiero
matarlo por tocarla. Pero no dejaré que mis emociones me traicionen.
“Es muy bonita, Leo. Tuviste mucha, mucha suerte” dice Belov.
Jax no está tan sereno. Avanza medio paso, pero levanto la mano para
detenerlo. Se detiene en seco, con una furia que irradia en ardientes oleadas.
Belov le da a Jax una amplia sonrisa. “¡Oh Dios, el perro sabe cómo
obedecer! Es bueno que los tengas tan bien domesticados, Leo”.
Jax ondea de rabia a mi lado, pero no se mueve. Incluso un hombre con su
temperamento sabe que Belov lo está provocando.
Los ojos de Belov brillan divertidos. Junto a él, Brittany estudia a todos a
fondo, sin perderse ningún detalle.
“Fue un error rechazar mi oferta” señala ahora Belov.
Levanto mis cejas y digo: “Pensé que solo eras el humilde servidor de
Semyon, ¿Cuándo se convirtió en tu oferta?”.
Se encoge de hombros. “Yo soy su mensajero. Estoy aquí hablando con su
voz”.
“Que conveniente” digo.
Me da una sonrisa llena de dientes. “¿Qué darías por recuperar a tu preciosa
mujercita?”.
“No estoy dispuesto a dar nada” digo sin rodeos. “Yo siempre tomo lo que
quiero”.
La sonrisa de Belov solo se ensancha. Ambos sabemos que yo podría
dominarle con facilidad. Pero hay una trampa aquí.
Belov no habría orquestado esta reunión si no tuviera un as bajo la manga.
Si actúo precipitadamente, podría poner el juego en sus manos.
“¿Tomas lo que quieres?” repite divertido. “Supongo que podrías
intentarlo”.
Mete la mano en el abrigo y mis hombres se ponen rígidos. La mano de
Gaiman va a su arma. Lo mismo para los cuarenta hombres a nuestras
espaldas.
Pero Belov no saca un arma.
Saca una cajita negra.
“Haz un solo gesto que no me guste y... boom” dice Belov, haciendo la
mímica de presionar el botón rojo en el centro de la caja. “No es muy
potente. ¿Pero atada así a su pecho? Le hará algún daño”.
Entonces miro a Willow. El abrigo de gran tamaño tiene sentido ahora.
Belov colocó una bomba en su pecho.
Ella tiembla, pero su barbilla está firme y sus manos en puños a los lados.
No me mira.
Está intentando ser fuerte. Valiente.
Nunca la he amado tanto.
“¿Qué opinas querida?” dice Belov, volviéndose hacia la rubia. “¿Debería
ser generoso?”.
Ella lo mira con irritación. “No veo el punto, pero está bien, claro”.
Él sonríe, como si ella acabara de decir algo conmovedor. “Por eso eres mi
chica número uno, muñeca”. Se vuelve entonces hacia mí y señala con el
pulgar a Brittany. “Totalmente desprovista de sentimentalismo. Maneja la
muerte sin pestañear. Pero también coge como si fuera su trabajo. Me
encanta eso en una mujer, ¿a ti no?”.
“No sabría decirte” digo. “Nunca he amado a ninguna mujer”.
“Oh, entonces, ¿no te importa que le vuele la cabeza a esta?” dice, mira a
Willow y frunce el ceño. “De hecho, creo que sería una gran pena. Porque
es una cabecita muy bonita, ¿no?”.
Mi expresión no cambia. Ni siquiera me muevo.
Willow está de pie allí, con mi hijo en su vientre. Mi único instinto es
protegerla.
Pero a veces, protegerla significa mantenerme alejado.
“Tú eres el que tiene más que perder” señalo.
Los ojos de Belov se entrecierran por un segundo. Está molesto porque no
estoy jugando su juego. Porque me niego a bailar a su estilo. Parece que se
ha acostumbrado a ser el titiritero, y por un momento, me pregunto si
finalmente veremos aflorar su violencia.
Pero él borra la irritación de su rostro y en su lugar opta por una sonrisa
tonta.
“Odio interponerme entre marido y mujer. Ve allá” le dice a Willow. “Ve
con él”.
Ella mira hacia Brittany, como pidiendo permiso. En respuesta, la perra la
empuja haciéndole dar tumbos hacia mis brazos.
La agarro para estabilizarla, y por ese breve instante, se siente tan
jodidamente bien tenerla al alcance. Sentir su calor y el latido de su
corazón. Saber que está conmigo, sin importar qué tipo de tormenta nos
rodee.
Entonces me obligo a soltarla, a dejarla ir.
“Leo” solloza ella. “Por favor, sácame de aquí. Quítame esta cosa”.
La miro con ojos fríos. No puedo darle el consuelo que ella anhela. No
ahora, no cuando toda su vida depende de mí fuerza. Puede que me odie
después por eso... pero es lo que debe ser.
“¿Por qué huiste?” le gruño.
Ella retrocede ante mi tono, estremeciéndose. “Yo... yo tenía que proteger a
mi hijo”.
“¿Y cómo te está yendo?” espeto.
El dolor llena sus ojos. Está desesperada y vulnerable. Me necesita. Pero
entonces me alejo de ella, me niego a que pueda parecer que ella es algo
más que un arma para mí.
“Está loco” me susurra. “Ambos lo están. Me van a matar sí...”.
“No te van a matar” interrumpo.
“¿Como sabes eso?” quiere ella saber.
“Porque...” intento, pero Belov interrumpe apareciendo entre nosotros.
“Se acabó el tiempo. Hay tanto que hacer y tan poco tiempo. Una pena,
¿no? Vuelve a dónde estabas, chiquilla” y chasquea los dedos. Willow va a
su lado como perro amaestrado.
Él la observa, asiente con la cabeza y luego se vuelve hacia mí. Su sonrisa
luce un poco más trastornada ahora. “Un momento conmovedor. Te puede
hacer llorar, ¿verdad?”.
“¿Qué quieres, Belov?” exijo con impaciencia.
“¿Acaso no es obvio?” solicita él. “Quiero la Bratva Solovev bajo mi
mando”.
“Eso nunca sucederá” digo.
“Yo creo que si” canturrea Belov, moviendo el detonador frente a su cara.
Lo miro con expresión aburrida, desafiando todos y cada uno de mis
instintos que gritan: Mátalo, sálvala, mátalos a todos.
“Tú no vas a pulsar ese botón, Belov” digo.
“Ah ¿no?” dice con sorna.
Sacudo la cabeza y saco mi propio detonador. “No, no lo harás”.
Belov entrecierra los ojos. “¿Me estoy perdiendo algo?” dice, ahora en tono
serio.
“Estoy dispuesto a apostar que te pierdes muchas cosas” digo. “Sin duda
perderás el Silver Star y el Manhattan Club. Si pulso este botón, ambos
edificios se derrumbarán junto con todos los hombres que hay dentro”.
Su mandíbula se tensa. “Mientes” sisea.
“Sería mucho mejor para ti si así fuera”.
Su macabra sonrisa se ha borrado. Ahora parece mortalmente enfadado.
“Está mintiendo” gruñe Brittany desde detrás del hombro de Belov.
“Puedo presionar este pequeño botón ahora mismo y demostrar que no es
así” digo con calma. “O pueden hacer lo más inteligente y tomar mi
palabra. Porque a diferencia de este perro rabioso, mi palabra significa
algo”.
Belov me mira como si estuviera tratando de ver en mi mente. “Tú...”.
“Dame a la chica y no los detonaré” le digo, interrumpiéndolo.
Al siguiente segundo, él se encoge de hombros. “Es solo concreto y ladrillo.
Puedo reconstruirlos”.
“¿Y también podrás reconstruir a todos los hombres que caerán con ellos?”
inquiero.
Guarda silencio durante un largo rato, acariciándose la barbilla
pensativamente. “¿Y es ella a quien quieres? ¿Eso es todo?”.
“Quiero tu cabeza en una puta bandeja, Belov. Pero por ahora me
conformaré con ella”.
Eso es mentira, y ambos lo sabemos. Me pregunto si está dispuesto a
aceptar la salida, a reconocer que ha mordido mucho más de lo que puede
masticar pero escapar con su vida intacta.
No tengo que preguntármelo por mucho tiempo.
Su mueca se tuerce y todo rastro de urbanidad desaparece de su rostro.
“¿De verdad crees que entregaría a Viktoria Mikhailov por cualquier cosa?”
se burla. “Todos los hombres de mi Bratva pueden arder en el infierno antes
de que yo te la entregue”.
Willow levanta la barbilla. Sus ojos se posan primero en mí, mientras
asimila la verdad. Luego mira a Belov.
“¿Viktoria Mikhailov?” repite ella, la confusión parpadea en su rostro.
“Yo... ese no es mi nombre. Se lo dije, se los dije a los dos: se han
equivocado de chica...”.
Belov echa la cabeza hacia atrás y se ríe, es el tipo de risa que te hiela la
sangre. Ahora puedo sentir su desesperación.
Él entró aquí creyendo que tenía todas las de ganar. Pero la pelea se está
igualando y él está cada vez más errático.
Sin embargo, he subestimado su orgullo. El hombre no me va a dar lo que
quiero con facilidad.
“Ella realmente no lo sabe, no tiene ni puta idea” dice con asombro.
“Bueno, entonces te diré lo que tu querido esposo debería haberte dicho
desde un principio”.
Willow me mira mientras Belov continúa hablando, disfrutando de la
revelación.
“Tú eres Viktoria Mikhailov” sisea Belov. “La única hija de Anya
Mikhailov. La nieta de Semyon Mikhailov”.
Willow niega con la cabeza y abre la boca para responder, pero Belov
continúa.
“Eres una princesa Bratva. Una Mikhailov de sangre. Enemiga nata de la
Bratva Solovev”.
Willow se queda en silencio durante un largo rato. “¿Es cierto?” susurra
ella.
Pero no hacia él, sino hacia mí.
La miro a los ojos y asiento. “Cada palabra”.
“¿Por eso me tomaste?” inquiere ella de nuevo.
“Sí” digo tajante.
Ella se muerde el labio inferior. Puedo ver todo el dolor que está tratando de
ocultar. Un millón de preguntas arden en sus ojos, pero no confía en
ninguno de nosotros para hacerlas.
Después de todo lo que ha sufrido, ni siquiera puedo culparla.
Belov se vuelve hacia mí con un gruñido. “Pues, yo me quedo con la
princesa” dice, agarrando el brazo de Willow y llevándola hacia la salida.
Saco mi arma al instante. “No te muevas, Belov”.
Cada persona en el almacén saca su propia arma y el sonido resuena entre
las paredes de metal. Jax y Gaiman se colocan a cada lado de mí. Brittany
se mueve al lado de Belov.
Las únicas dos personas desarmadas son él y Willow.
Pero entonces él me mira fijamente y luego baja la mirada hacia la cajita
que aún tiene en la mano. “Un movimiento, Leo. Un solo movimiento y la
chica muere”.
Mi dedo se flexiona sobre el gatillo. Nunca en mi vida había deseado tanto
ver morir a alguien. Pero un segundo después, suelto el arma. Mis hombres
hacen lo mismo, aunque gruñen de descontento.
“Así me gusta” dice Belov. “Los dos tenemos gatillos, Leo. Pero el mío
vale un poco más. No te preocupes: cuando estemos de vuelta en territorio
Mikhailov, le quitaré la bomba” y aparta la mirada de mí para arrastrar sus
ojos sobre Willow. “Se la quitaré yo mismo”.
La amenaza es clara. Willow se estremece ante la implicación.
Brittany me mira. Antes de poder distinguir la promesa en sus ojos oscuros,
ella se da la vuelta y sigue a Belov y a Willow fuera del almacén.
Los Mikhailov salen detrás de su titiritero. Una vez que se han ido, Jax y
Gaiman me rodean en un instante.
“¿Vamos a dejar que se vaya?” pregunta Jax con urgencia.
“No tenemos otra opción” responde Gaiman. “Matará a Willow. Y al
heredero”.
“Así es. Pero Belov si tenía una opción” digo, levantando el detonador y
presionando el botón. “Y escogió mal”.
Continuará