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En una conferencia de 1994, el entonces cardenal Joseph Ratzinger definía así en qué
consiste la evangelización: “es anuncio de la cercanía de Dios en palabras y acciones,
familiarización con su voluntad por medio del ingreso en la comunión con Jesucristo”
(J. Ratzinger, “El evangelio y el catecismo”).
Evangelizar es una tarea que constituye nuestra misma vida cristiana, una misión
irrenunciable1, incluso una alegría2. El educador cristiano debe ser conciente de que es
un instrumento fiel en la mano de Jesucristo para llevar a todos el misterio de la
salvación, continuando la misión que el mismo Jesucristo trajo al mundo recibida del
Padre, y para la cual lo llenó el Espíritu Santo:
En primer lugar, “lo católico” nos indica que somos parte de la misión que cristo nos
confía como sujetos eclesiales activos, somos parte de La Iglesia.
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Al encontrarse con diversas culturas y frente a las continuas conquistas de la humanidad, la Iglesia, a
través del anuncio de la fe, revela «al hombre de todos los tiempos el único fin trascendente que da a la
vida un sentido más pleno». Para llevar a término esta misión, la Iglesia crea sus propias escuelas, porque
reconoce en la escuela un medio privilegiado para la formación integral del hombre, en cuanto que ella es
un centro donde se elabora y se trasmite una concepción específica del mundo, del hombre y de la
historia.
Esta misión trascendente, por un lado, llena de sentido mi vocación, y a la vez, por otro,
es ésta Iglesia que se sirve de mis dones y capacidades personales para enriquecerse y
llevar el Evangelio a todo el mundo. Este es el doble sentido de la identidad, un sentido
más allá de mi, de una misión que me llama, compromete y ensancha mi horizonte; y el
valor de mi persona, la realidad de mi existencia y de mi historia concreta que cobra
sentido cuando se dona al servicio y enriquece a otros. Ambos sentidos se encuentran y
retroalimenta en el proyecto divino que todo lo dispone para el bien. Cuando se
identifican, el sentido personal con el sentido trascendente que me convoca, se
experimenta la gracia del educador que se siente parte del Plan de Dios. A su vez, de
esta conciencia de identidad brota la comunión espiritual con la Iglesia, y se genera una
sinergia evangelizadora.
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Congregación para la Educación Católica, La escuela católica en los umbrales del tercer milenio (28 de
diciembre de 1997
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El esfuerzo de JAEC.
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Lucas 5, 1-11
La escuela es «católica», porque los principios evangélicos se convierten
para ella en normas educativas, motivaciones interiores y al mismo tiempo
metas finales.
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existencia y constituye el perfecto ejemplo de vida propuesto por la Escuela
Católica a los jóvenes.
Por lo tanto, la escuela cristiana realiza la valiosa tarea de capacitar y transmite el gusto
por la cultura a los alumnos, misión que también se propone en los colegios del Estado.
Sin embargo, lo esencial de un colegio Católico es la certeza de que “la maduración de
la persona se desata desde el encuentro con Cristo vivo, y a eso apunta no sólo la
catequesis sino toda la vida del colegio, y de eso no es responsable un capellán sino
todos”.10
EL HECHO FUNDAMENTAL
La esuela católica cuenta con un espacio específico en el cual desarrolla su ideario. Este
espacio es la catequesis o la formación cristina.11Si bien la catequesis se presenta como
un espacio de formación y transmisión de toda la información religiosa para formar la
vida del creyente, debe saberse que el hecho fundamental de la Fe se desata en un
acontecimiento crucial en la vida de una Persona:
Si bien tenemos la convicción que Dios quiere revelar su infinito amor a nuestros
alumnos, y por ello la catequesis debe ser un espacio en donde Dios pueda encontrarse
con ellos, esta convicción debe extenderse e impregnar toda la comunidad educativa,
atravesar todas las áreas y actividades: Dios quiere encontrarse con nuestros alumnos,
en la catequesis, en el párroco, en el catequista, pero sorbe todo en ESTA escuela, y si
bien en la catequesis se trabaja específicamente la Fe, es tarea de toda la comunidad
reflejar a Dios.
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Este es un tema que se debe trabajar, para distinguir e integrar, Catequesis y Formación Cristiana.
Jesús no es “algo” sino “alguien” que está presente hoy entre nosotros y nos propone un
modo de entender la vida, de fraternidad y que nos pide, a cada uno de nosotros, ser
presentado, en los contenidos, en las actividades, en los gestos, en nuestro testimonio de
vida. Proponer espacios y actividades, atravesar todo la aurícula e impregnar la práctica
profesional de esta conciencia, es la animación pastoral.