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Hal Foster
El minimalismo fue muy criticado como un arte inexpresivo e infantil durante los 80’s; por una
parte porque recordaba el formalismo moderno y por otra, es rechazado por los conservadores de
la época pues buscaban los ideales estéticos clásicos del arte clásico. Ante estas críticas, Foster
sostiene que el minimalismo estuvo lejos de mostrar la decadencia del arte moderno, sino lo sitúa
en un punto clave de esa época produciendo el desplazamiento del paradigma hacia lo
postmoderno.
Como climax de la modernidad, el minimalismo se sostiene en cuanto desafía las dos posiciones
centrales de la estética moderna: la expresionista, y la formalista. Son atacadas por el objeto del
arte minimalista en la medida en que este propone una relación directa con el entorno temporal y
físico inmediato, otorgándole una condición fenomenológica. La complejidad conceptual es
reemplazada por la contingencia de la percepción. Las obras de Serra, Smith, Judd, entre otros,
proponen una exploración de los límites del arte o de la escultura, generalmente confundido por
“arte conceptual”. La formalización o calidad de la obra cede paso a su carácter experimental de
interés. El contexto físico y por sobre todo la participación perceptiva del espectador se incluyen
en la obra, lo que supone una muerte del autor y un renacimiento del espectador.
Por un lado, estos artistas encarnaron la potencia de una vanguardia reprimida en tiempos de
guerra, con intenciones de desdibujar los límites de la práctica artística, haciéndola más cotidiana
y perceptible, hasta cierto punto remitible a la estética del objeto moderno. Por otra parte, se
situó de manera privilegiada dentro de los mecanismos y medios de acción del capitalismo como
lo son la producción en serie y la sobreexposición de los medios masivos.
Por esta ubicación “intermedia” entre estos dos polos culturales, es que el arte minimalista se hace
fundamental para entender sus influencias sobre las prácticas postmodernas, entre las que se
encuentra la performance.
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High-Performance sites comprende el sitio como 2 cosas: una realidad material – o “forma viva”
con capacidad de regenerarse - y un constructo cultural, que cobra sentido bajo intervenciones
humanas. Bajo este lente se comprende el sitio en “etapas” distintas, asociadas a determinados
periodos históricos:
Los sentidos abarcan tantas esferas distintas, que una performance se vuelve una especie de
investigación bio-política: se proponen prácticas, privilegian materiales, se muestran condiciones
sociales e implementa la técnica, para construir – aunque sea momentáneamente – un cuerpo
sensorial que es intuido, recibido o rechazado por un espectador. La relación entre el rechazo o
aprobación de un espectador, y su percepción sensorial, lenguaje y memoria permite entrever las
construcciones económico-políticas que hay detrás: la “política de los sentidos”. Un sistema de
poder que traza la línea entre lo que culturalmente se considera perceptible e imperceptible,
definiéndolas como significantes o insignificantes. Los cambios sociales y culturales permiten re-
definir estas políticas y por ende las posibilidades de “aparición” y de atención que se presta a un
fenómeno. Por eso se habla de poder performativo de los sentidos.
Los sentidos en una performance activan una fuerza cultural particular (con una determinada
“formación de la atención”) que pone de manifiesto la pérdida del cuerpo por parte del sujeto, en
una especie de subjetivización inculcada. Los cuerpos en una performance – tanto espectadores
como espectados – se vuelven potenciales inventores de posibilidades perceptuales-sensoriales y
modos de atención, permitiendo transmitir a la audiencia una nueva ordenación sensorial como
manera de devolverles el control sobre su cuerpo. Estos procesos de invención y “becoming” van
atados a los desarrollos tecnológicos históricos que cambian la manera como trabajamos o
hacemos arte y a su vez como percibimos lo que hacemos.
Queda preguntarse que son estos “sentidos”, pues al aislarlos podríamos caer en clasificaciones a-
críticas derivadas de una noción occidental de cuerpo, donde las funciones son compartimentadas
en zonas autónomas con funciones específicas. Esta es justamente la crítica que han esbozado las
artes de performances desde mediados de los 60’s. La tradición filosófica occidental de la
fenomenología se acerca más a lo que estas plantean: la percepción informa y es informada por la
subjetividad; los sentidos no son organos de percepción autónomos ni completamente definidos.
La fenomenología propone que la percepción ocurre cuando los sentidos (constituidos también
por el lenguaje y la temporalidad futuro/pasado) están profundamente atados con el fenómeno
que están percibiendo, por lo que no podría haber un “reino” puramente sensorial o perceptivo,
siempre entrarán en juego fuerzas culturales e históricas, el lenguaje, la memoria, etc.
De este modo cada sistema sensorial – histórica y culturalmente definido – delimita un “sistema
de presencia” con una subjetividad y un “sistema de percepción” particulares. La formación de
estos últimos se vuelve de interés investigativo para la creación de nuevas experiencias sensoriales
y maneras creativas de teorizar sobre performances.
Containment + Contamination
Dorita Hannah
Historicamente, la rigidez de los teatros clásicos como soporte para las prácticas asociadas al
cuerpo y movimiento hacía que toda práctica artistica estuviese supeditada a dicho soporte. A
pesar de algunas críticas, los arquitectos no se habían preocupado de este tema. El proyecto
“Heart of PQ” plantea – en el marco de la Quadrennial de Praga - una búsqueda por un espacio
físico apropiado para el desarrollo de performances
Dentro del diseño de este “edificio” había que tomar en cuenta los limites - cada vez más difusos
– de la performance, lo que hacía necesario explorar la relación o la distancia entre el cuerpo y el
edificio. Esto lleva a explorar conceptos como contención y contaminación espacial a modo de
intervenciones y manipulaciones sobre el espacio teatral.