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UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA

FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS Y SOCIALES


Catedrático: Leonardo Benavente
Curso: Lógica jurídica

Tema:
Investigación

Estudiante: Luis Gustavo Flores De León


Carneé: 201840007
Huehuetenango 6 feb. 22
fuerza ilocucionaria y fuerza perlocucionaria
Hasta ahora, todos los ejemplos de realizativos analizados son enunciados en primera
persona del singular, presente del indicativo y voz activa. ¿Todos los realizativos
adquerirán esta forma? La respuesta es negativa. Podemos imaginar fácilmente enunciados
que, bajo otras formas gramaticales, son indudablemente realizativos:
 Se ruega a los presentes no fumar
 Mañana ire a tu casa
 Está despedido
Este tipo de enunciados fueron llamados por Austin realizativos primarios y pueden ser
parafraseados por realizativos explícitos:
Ruego a los presentes no fumar
Prometo que mañana iré a tu casa
Declaro que usted está despedido
Nos encontramos aquí con que los realizativos se vuelven similares en su aspecto
gramatical a los constatativos. ¿Cómo hacer para diferenciarlos? Luego de analizar todas
las posibilidades de diferenciación, Austin no encuentra ninguna viable, sino, por el
contrario, numerosos puntos de contacto entre ambos tipos de enunciados.
Esto lo lleva a reconsiderar el sentido en que “decir algo” es “hacer algo”. Postula así que
en el acto lingüístico coexisten tres actos diferentes:
a)    actos locucionarios: la emisión de ciertas palabras en una determinada construcción y
con un cierto significado. Implica el acto físico de emisión de ciertos sonidos, el hecho de
que esos sonidos constituyen fonemas y además el significado de las palabras emitidas,
entendiendo por significado, aclara Austin “sentido y referencia”.
b)   actos ilocucionarios: la manera en que se usa la locución, ya que el mismo enunciado
puede tener funciones muy diferentes. Realizar un acto locucionario es siempre realizar un
acto ilocucionario. No hay uno sin el otro. Austin introduce aquí el concepto de fuerza
ilocucionaria: “expresé que realizar un acto en este nuevo sentido es realizar un acto
ilocucionario. Esto es, llevar a cabo un acto al decir algo, como cosa diferente de realizar el
acto de decir algo. Me referiré a la doctrina de los distintos tipos de función del lenguaje
que aquí nos ocupan, llamándola doctrina de las fuerzas ilocucionarias”. La fuerza
ilocucionaria no se desprende de las palabras en sí, sino del contexto en que son
utilizadas. Así, Austin diferencia entre el significado de una oración (que envía al acto
locucionario) y su fuerza (que constituye el acto ilocucionario).
c)    actos perlocucionarios: las consecuencias o efectos que el acto de habla tiene sobre el
auditorio, sobre el hablante o sobre otras personas.
La singularidad del acto locucionario parece bastante clara, pero en un primer acercamiento
no son tan nítidas las diferencias entre el acto ilocucionario y el acto perlocucionario, ya
que ambos remiten a las concecuencias que acarrea el enunciado. Para Austin la diferencia
fundamental está en el carácter convencional de las consecuanecias de los actos
ilocucionarios, mientras que las de los perlocucionarios siempre son no convencionales (y
como tales pueden ser o no queridas por el locutor).
Enunciar, como en el ejemplo, “Bautizo este barco Queen Elizabeth”, evidentemente tiene
consecuencias: el barco pasa a ser llamado de esa manera y referirse a él como “Venus del
Mar” es francamente inapropiado. De la misma forma si digo “Te apuesto cien pesos a que
mañana va a llover” (y si el destinatario de mi locución acepta la apuesta), deberé atenerme
a las consecuencias: cobrar los cien pesos si llueve, pagarlos si no llueve, o exponerme al
descenso de mi credibilidad si no cumplo lo pactado.
Por otra parte un observador de la última situación puede decir de mi actitud: “Está
fanforraneando”; o, en las circunstancias apropiadas (supongamos que el destinatario de la
apuesta ha invertido todo su dinero en un comercio al aire libre y la lluvia ha sido incesante
todo el verano, por lo que está a punto de quebrar), puede pensar “Lo está humillando”.
Fanforranear, humillar, insultar, amenazar, son todas acciones que desarrollamos por medio
del lenguaje, pero no son convencionales. Estas últimas constituyen actos perlocucionarios,
a diferencia de las del párrafo anterior que eran actos ilocucionarios. Los actos
perlocucionarios operan como una suerte de interpretaciones, por parte del receptor o de
terceros, del acto lingüístico. Por ello, no se prestan al uso de la primera persona en tiempo
presente. Tan es así que el lenguaje ordinario ni siquiera contempla expresiones como “Yo
lo humillo”, “Yo fanfarroneo”, “Yo lo insulto”, etc.

El acto perlocucionario se diferencia del ilocucionario que depende exclusivamente de la


emisión y la intención del hablante y de la comprensión de la fuerza y esa intención por
parte del oyente.
Se realiza un aporte novedoso respecto a los efectos. La autora señala que, a partir del acto
perlocucionario incluido en la versión austiniana, el acto de habla adopta una orientación
dialógica particular: el acto locucionario determina el sentido y la referencia, el acto
ilocucionario articula la brecha entre los participantes a través de su invitación a responder
y el acto perlocucionario manifiesta el logro de un objeto perlocucionario como convencer
o persuadir. Desde el punto de vista de la organización secuencial, los tres actos son
realizados simultáneamente y, por lo tanto, la noción austiniana de acto de habla no se
reduce al dominio del hablante, como en la concepción unilateral de Searle, sino que
subraya la naturaleza dialógica y secuencial del acto de habla. Esa orientación dialógica no
sólo se hace evidente en el hecho de que se intenta lograr la comprensión del hablante, sino
que también está implícita en la distinción austiniana entre efectos intentados y no
intentados, por un lado y entre logro y realización, por otro.

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