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De la Libertad a la Vida eterna

Joseph Ratzinger
LIBERTAD
LIBERTAD Y VERDAD
Comenzare con lo que habla el Catecismo de la Iglesia Católica: «Liberación y
salvación. Por su cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los
rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. “Para ser libres nos libertó
Cristo” (Ga 5,1). En el participamos de “la verdad que nos hace libres” (Jn 8,32). El
Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseñan el apóstol, “donde está el Espíritu, allí
está la libertad” (2Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la “libertad de los hijos de
Dios” (Rm 8,21)1.»
El primer concepto de libertad, eleutheria, es muy diverso al que tenemos hoy.
No significa posibilidad de elegir, sino status opuesto a esclavitud: libre es el que,
dondequiera que esté se siente en su casa, en su patria. La traducción griega de la Biblia
asume esta visión, como en el caso de los hijos de Sara y Agar: libre es el que está en su
casa y tiene derecho a la herencia. La libertad se identifica con la filiación. Ésta es la
primera idea de libertad: una distinción en el ser, seguida por una diferencia en el
actuar.
Para comprender debidamente la libertad debemos concebirla siempre en un
paralelo con la responsabilidad. Por consiguiente, la historia de la liberación sólo puede
darse como historia del incremento de la responsabilidad. La mayor libertad ya no
puede descansar puramente en dar cada vez más amplitud a los derechos individuales en
sí mismo. La mayor libertad deber ser mayor responsabilidad, y eso incluye la
aceptación de los vínculos cada vez mayores requeridos por las exigencias de la
existencia en común de la humanidad y por la conformidad con la esencia del hombre.
Si la responsabilidad responde a la verdad del ser del hombre, podemos decir entonces
que un componente esencial de la historia de la liberación es la purificación de los
individuos y las instituciones a través de esta verdad.
La forma de establecer la relación correcta entre responsabilidad y libertad no
puede determinarse simplemente mediante un cálculo de los efectos. Debemos volver a
la idea de que la libertad del hombre se da en la coexistencia de las libertades. Sólo así
es verdadera, es decir, en conformidad con la auténtica realidad del hombre. No es de
ninguna manera necesario buscar elementos externos para corregir la libertad del
individuo. De lo contrario, libertad y responsabilidad, libertad u verdad serían eternos
opuestos, y no lo son.
Es falsa una comprensión de la libertad que tiende a considerar la liberación
exclusivamente como la anulación cada vez más total de las normas y una permanente
ampliación de las libertades individuales hasta el punto de llegar a la emancipación
completa de todo orden. La libertad debe estar orientada por la verdad, es decir, por lo
que realmente somos, y debe corresponder con nuestros ser. No puede renunciar a la
idea de Dios ni a la idea de una verdad del ser con carácter ético. Si no existe una
1
CEC 1741
verdad acerca del hombre, éste carece de libertad. «Conoceréis la verdad y la verdad os
hará libres2.».
I. SOBRE LA VERDAD
En la mente del hombre contemporáneo la libertad se manifiesta en gran medida
como el bien absolutamente más elevado, en la cual se subordinan todos los demás
bienes. En la escala de valores de la cual el hombre depende para su existencia humana,
la libertad aparece como el valor básico y el derecho humano fundamental.
A la Pregunta de Pilato: «Conque ¿tú eres el rey?», Él responde: «Tú lo dices,
soy yo. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la
verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi vos» (Jn 18,37). Junto con la clara
delimitación de la idea de reino, Jesús ha introducido un concepto positivo para hacer
comprensible la esencia y el carácter particular del poder de este reino: la Verdad.
“¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 38), La pregunta del pragmático, hecha superficialmente
con cierto escepticismo, es una cuestión muy seria, en la cual se juega efectivamente el
destino de la humanidad. Entonces, ¿Qué es la verdad? ¿la podemos reconocer? ¿Puede
entrar a formar parte como criterio en nuestro pensar y querer, tanto en la vida del
individuo como en la de la comunidad?
La definición clásica de la filosofía escolástica dice que la verdad es
«adaequatio intellectus et rei, adecuación entre el entendimiento y la realidad» (santo
Tomás de Aquino, S. Theol. I, q. 21, 2 c). Si la razón de una persona refleja una cosa tal
como es en sí mismo, entonces esa persona ha encontrado la verdad. Pero sólo una
pequeña parte de lo que realmente existe, no la verdad en toda su grandeza y plenitud.
Con otra afirmación de santo Tomás ya nos acercamos más a las intenciones de Jesús:
«La verdad está en el intelecto de Dios en sentido propio y verdadero, y en primer lugar
(primo et proprie); en el intelecto humano, sin embargo, está en sentid propio y
derivado (proprie quidem et secundario)» (De verit. q. 1, a. 4 c). Y se llega así
finalmente a la fórmula lapidaria: Dios es «ipsa summa et prima veritas, la primera y
suma verdad» (santo Tomás de Aquino Theol. I, q. 16, a. 5 c)3.
La filosofía se pregunta si el hombre puede conocer la verdad, las verdades
fundamentales sobre sí mismo, sobre su origen y su futuro, o si vive en una penumbra
que no es posible esclarecer y tiene que recluirse, a la postre, en la cuestión de lo útil.
Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la
verdad sobre Dios, el mundo y el hombre, y que pretende ser la "religio vera", la
religión de la verdad.
2
La verdad es la expresión de la voluntad de Dios sobre el hombre, tal como nos ha sido transmitida por
Cristo, 840.45; 17 17. Nosotros la conocemos en el sentido (semítico) de que permanece en nosotros, 2Jn
1-2, como un principio de vida Mora: «andamos» (=vivimos) según sus directrices, 3Jn 3-4; Sal 86,11;
«hacemos la verdad», 3,21; 1Jn1,6; ver Tb 4,6, es decir obramos conforme a los que ella exige de
nosotros. Se contrapone, pues, al «mundo» no pueden sino odiarlo, 15,19; 17, 14-16, los que son «de la
verdad» obedecen al mensaje de amor que Cristo nos ha transmitido de parte de Dios, 18,37; 1Jn 3,18-19.
Y son santificados por la verdad lo mismo que por la palabra de Cristo, 17 17; 15 3. Por cuanto esta
verdad se nos da por Cristo, éste puede afirmar que él es la Verdad que nos conduce al Padre, 14,6+, del
mismo modo que, después de su retorno junto al Padre, será el Espíritu el que, guiándonos hacia la verdad
completa, 16 13, será la Verdad, 1Jn 5-6, o el Espíritu de verdad, 14 17. (Sagrada Escritura, Biblia de
Jerusalén; pie de página)
3
RATZINGER, J., Jesús de Nazaret, 225.
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida": en estas palabras de Cristo según el
Evangelio de Juan (Jn14, 6) está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana.
De esta pretensión brota el impulso misionero de la fe: sólo si la fe cristiana es verdad,
afecta a todos los hombres; si es sólo una variante cultural de las experiencias religiosas
del hombre, cifradas en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en
su cultura y dejar a las otras en la suya4.
Cada individuo debe tener continuamente presente su falibilidad. Pero tampoco
nosotros, como cristianos creyentes, vamos tanteando en la oscuridad sobre nuestras
creencias. Pues poco a poco va despertando la impresión de que, en el fondo, nadie sabe
muy bien lo que creemos y, en consecuencia, todo el mundo podría escoger cualquier
cosa. Pero si no tuviésemos una identidad común y reconocible, si la fe perdiera todos
sus contornos, el cristianismo habría perdido de hecho toda su justificación. Entonces
habría que reconocer su quiebra, que ya no sabe lo que quiere.
Como católicos podemos decir que desde los comienzos de los Apóstoles se
expresa conceptualmente una identidad de la fe, formulada en palabras. En el capítulo 6
de la Epístolas a los Romanos san Pablo dice: «En el bautismo habéis sido confiados a
un tipo de doctrina». En otras palabras, ya Pablo observa una identidad conceptual de lo
cristiano, en la que se compendia lo que desde Cristo (incluyendo todo el Antiguo
Testamento) ha llego hasta nosotros Estas fórmulas de fe, que según Pablo sostiene y
definen el acontecimiento del bautismo, se desarrollan muy tempranamente a partir de
las propias palabras de la Escritura convirtiéndose en profesión de fe y, algo más
definido, enregla de fe, que tiene orígenes apostólicos5.
II. Sobre la Libertad
La libertad pertenece desde el principio a la esencia del conocimiento científico
y de su búsqueda de comprensión. Por eso, en este ámbito, libertad significa
esencialmente, en primer lugar, que ella es la posibilidad de considerar, indagar y
afirmar todo lo que es digno de consideración, indagación y afirmación en la búsqueda
de la verdad.
¿Pero cuál es el fundamento, la justificación de una libertad que puede ser tan
peligrosa? La única respuesta satisfactoria es que la libertad en sí misma es tan preciosa
que es la única que puede justificar ese riesgo. Sólo de este modo se puede superar la
lógica contractualista y, al mismo tiempo, el problema de la legitimación misma de
nuestra sociedad.
Precisamente por esa dignidad de la libertad hay que garantizar su valor
autónomo. En palabras de Pieper, “el factor determinante de la academia es vivir libre
de las condiciones de cualquier utilitarismo” 6. Si la verdad no es un valor en sí misma,
independiente de los resultados, la única medida para el conocimiento será la utilidad.
Por tanto, no tendría la propia justificación en si misma, sino en los objetivos para los
que sirve: “Si el hombre no puede conocer propiamente la verdad, sino sólo la utilidad

4
Fe, Verdad y Cultura Reflexiones a propósito de la encíclica “Fides et Ratio”, Pág. 1-2.
5
Dios y el Mundo, “Las opiniones de Benedicto XVI sobre los grandes temas de hoy”, pág. 245
6
Ratzinger. J., Natura e compito dela Teologia, ob. Cit., p. 36.
de las cosas, entonces el consumo será el único parámetro de todo hacer y pensar, el
mundo se reduciría a “material para la construcción”7.
Se trata de una libertad exigente, nada arbitraria: conlleva vivir la ley de Cristo,
conforme a la condición del que es espiritual, al modo del Espíritu del Hijo. La libertad
en sentido bíblico es algo muy distinto de la mera indeterminación, pues significa
participar en el ser mismo, ser dueño del ser, no súbditos sometidos al ser. Esta libertad
no excluye, pues, la exigencia y es algo muy distinto a la arbitrariedad.
Según esto, la libertad en la Biblia significa participar en el mismo ser. Por eso
Dios es la libertad en persona, pues Él es total posesión del ser. “La libertad se identifica
con la altura del ser; altura quiere decir: está en contacto con la fuente del ser, con la
manantial de todo bien, con la verdad y con el amor”8.
En relación con los desarrollos históricos que hemos visto en los apartados
anteriores, podemos concluir que la verdadera alternativa para nuestros momentos
históricos es: o la “libertad del poder” -democrático o totalitario- o la “libertad de la
verdad”: Pero hay que tener en cuenta que una libertad del poder que no esté regulada
por la verdad se convertirá en dictadura del utilitarismo.
Con esta idea de libertad, la pedagogía cristiana busca esa cultura del ser, la
divinización, hacia el ser-como-Dios, como el Cristo crucificado. Mientras las
pedagogías emancipadoras presentan una imagen distorsionada de Dios y, por tanto, del
“ser como dioses”, entendido como disponibilidad ilimitada y divina, las enseñanzas de
Pablo sobre la libertad constituyen una pedagogía de la cruz, del amor hasta la
abnegación9.
El otro término, parresía, procede de la política griega: significa el derecho que
tiene el hombre libre a decir lo que piensa, signo de verdadera democracia. Pablo
compara la retórica pagana con el derecho de expresión cristiana: mientras la retórica
está marcada por la adulación, la avaricia y el orgullo, la libertad de expresión que
promueve el cristianismo está relacionada directamente con la verdad.
En un mundo en el cual la verdad va desapareciendo, esto significaría la
esclavización del ser humano bajo una apariencia de liberación. Sólo somos libres
cuando la libertad tiene valor en sí misma, cuando percibirla es más que pura capacidad
funcional y tiene prioridad respecto a cualquier resultado. Y sólo “libertad en la verdad”
es por eso verdadera libertad10.
Ha llegado a ser evidente que el punto crítico de la historia de la liberta en el
cual nos encontramos ahora descansa en una idea no aclarada y unilateral de la liberta.
Por una parte, el concepto de liberta se ha aislado y por consiguiente falsificado: la
libertad es un bien, pero únicamente dentro de una red de otros bienes, junto con los
cuales constituye una totalidad indisoluble.

7
Ibidem, p. 37.
8
Buscar, libro de Iglesia, ecumenismo y política
9
Buscar, Iglesia, ecumenismo y política
10
Ibidem, p. 38.
El núcleo de estas últimas reflexiones es que la libertad se relaciona con la
verdad y se justifica si existe con esta finalidad, sin dirigirse a los resultados. Sin mayor
aspavientos, Ratzinger hace entonces un llamado a una nueva revolución: resistir frente
al dogma del cambio continuo, de la manipulación integral de la realidad. De esta
manera pretende garantizar la salvaguarda del ser humano, la conservación y
restauración del mundo.
La libertad significara que nuestra propia voluntad es la única norma de nuestra
acción y no sólo podemos desearlo todo, sin además tenemos la posibilidad de realas los
deseos de esa voluntad. La libertad de destruir a sí mismo o destruir a otro no es
libertad, sino parodia demoníaca. La libertad del hombre es compartida, en la existencia
conjunta de libertades que se limitan y por tanto se apoyan entre sí. La libertad debe
medirse por lo que soy, por lo que somos; de lo contrario, se anula a sí misma. Si la
libertad del hombre sólo puede consistir en la coexistencia ordenada de libertades, esto
significa.
La libertad, por tanto, es un rasgo peculiar de la fe cristiana en Dios. En el
principio de todas las cosas existe una conciencia, pero no una conciencia cualquiera,
sino una conciencia libre que, a su vez genera libertades. Para el credo cristiano, el
mundo es pensado por una conciencia que es libertad creadore, que sostiene todas las
cosas y que entrega lo pensado a la libertad de cada ser propio y autónomo. Por eso,
Ratzinger insiste en definir la fe cristiana como filosofía de la libertad y como una
opción por la primacía de la libertad frente a la aparente necesidad cósmica-natural.
Por gracia entendemos un donativo de Dios al ser humano. Dios se ocupa de él
de una forma nueva, específica, proporcionándole algo que, por así decirlo, no está
contenido en la creación. La libertad, por el contrario, pertenece a la constitución de la
creación, a la existencia espiritual del ser humano. Porque no hemos sido organizados y
predeterminados según un modelo concreto. La libertad existe para que cada uno pueda
diseñar personalmente su vida y, con su propia afirmación interna, recorrer el camino
que responda a su naturaleza. En este sentido yo no consideraría la libertad una gracia,
sino más bien un don de la creación.
La imagen del mundo que ofrece la revelación cristiana es grande y audaz: un
mundo que, en su estructura, es libertad. Un mundo creado y querido en el riesgo de la
libertad y del amor no es pura matemática; es el espacio del amor y, por tanto, de la
libertad.
Aunque también es cierto que el riego del mal siempre está cercano, se trata de
correr ese peligro de la oscuridad por una luz mayor: por la libertad y el amor. Esa luz
mayor es Jesucristo, expresión central de esta libertad, que se convierte en la figura
central de la historia al rescatar la libertad caída y convertirla, junto con el tiempo
perdido, en signo de paz: “Sólo el Dios que sale de su distancia de Creador y Señor
hasta llegar a la forma de siervo, que se somete hasta lavar los pies; sólo Él y su amor
constituyen la fuerza que recupera el cosmos para la libertad y el amor, sólo Él es capaz
de implantar la autonomía, la verdadera libertad”11.
11
RATZINGER., J. “El fin del tiempo”, En Metz. J.B., Ratzinger, J., Moltamann, J., Goodman, T., La
provocación del discurso sobre Dios, Madrid, Trota, 2001, pp. 31-32. Cfr. Ratzinger, Teoría de los
principios teológicos, ob. Cit., pp. 202-203 y Blanco P
Bueno, ¿qué significa realmente castigo en el lenguaje divino? ¿Es algo que se
le impone a alguien por hacer su propia voluntad? No, el castigo es la situación en la
que entra el ser humano cuando se aleja de su auténtica esencia. Cuando, por poner un
ejemplo, mata a alguien. O cuando no respeta la dignidad de otra persona, cuando le da
la espalda a la verdad, y así sucesivamente. Porque entonces el individuo utiliza su
libertad, sí, pero también abusa de ella. Destruye y pisotea entonces aquello para lo que
ha sido creado, el concepto de su existencia, destruyéndose de ese modo a sí mismo.
Libertad significa aceptar por propia voluntad las posibilidades de mi existencia.
Pero esto ni por asomo supone que sólo exista entonces un sí o un no. Porque por
encima del no también se abre una infinita gama de posibilidades creativas del bien. Así
que, en el fondo, la idea de que rechazar lo malo implica arrebatarme la libertad,
constituye una perversión de la libertad. En efecto, la libertad sólo encuentra su espacio
creativo en el ámbito del bien. El amor es creativo, la verdad es creativa: sólo en este
ámbito se me abren los ojos, y conozco muchas cosas.
Si observamos la vida de grandes personajes, de los santos, vemos que en el
curso de la historia crean nuevas posibilidades para el ser humano que una persona
internamente ciega jamás habría percibido. Dicho con otras palabras: la libertad
despliega todos sus efectos cuando hace aflorar lo no descubierto y lo descubre en el
gran ámbito del bien, ampliando de ese modo las posibilidades de la creación. Se pierde
cuando sólo cree confirmar la propia voluntad diciendo no. Porque entonces se ha
utilizado la libertad, pero al mismo tiempo se ha deformado12.
Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona
dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios ´dejar al hombre en
manos de su propia decisión´ (Si 15,14), de modo que busque a su Creador sin
coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección”. El
hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos13.
El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien
moral, con su libertad y a la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la
dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe
signos de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible
a la sola materia”, su alma, no puede tener origen más que en Dios14.
Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo.
Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni
a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a
las verdades por El reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra
propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus
intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre
y una mujer se cansa), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos
contrario a nuestra dignidad “presentar por la fe la sumisión plena de nuestra

12
BENEDICTO XVI., Dios y el Mundo, “Las opiniones de Benedicto XVI sobre los grandes temas de
hoy”. 88-90
13
CEC, 1730.
14
CEC, 33.
inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela” y entrar así en comunión íntima
con El15.

Bibliografía:
 Introducción al Cristianismo (Joseph Ratzinger) Biblioteca Cristiana
 CEC: Libertad
 Verdad y Libertad (Por el Cardenal Joseph Ratzinger)
 Joseph Ratzinger: ética, libertad, verdad
 Jesús de Nazareth, Joseph Ratzinger

15
CEC, 154

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