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Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo
alguno.
ÍNDICE
Sinopsis Capítulo 15
Prólogo Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Epílogo
Capítulo 11 Notas
Capítulo 14
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SINOPSIS
T odo comenzó con un elixir arruinado y un rayo...
PRÓLOGO
Traducido por Mari NC
Esta es la historia de una chica que engañó a miles de chicos, un chico que
engañó a todo un país, una asociación que cambiaría el destino de los
reinos, y un poder para desafiar al tirano más grande que el mundo haya
conocido.
Espera magia.
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CAPÍTULO 1
Traducido por ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ
El interés del Maestro Haywood, sin embargo, había ido mucho más allá. A
diferencia de otros quienes simplemente deseaban ser entretenidos, él la
había desafiado a hacerlo intrincado, patrones difíciles y dibujos de paisajes
con filamentos de fuego. Y diría, Vaya, pero eso es hermoso, y menearía la
cabeza por el asombro… y algunas veces, algo que se sentía casi como
inquietud.
—No tenía ni idea de que fueras tal poderosa maga elemental, Señorita
Seabourne —dijo la maravillada Sra. Needles.
—La Sra. Oakbluff y Rosie, y todos sus nuevos parientes políticos, estarán
muy impresionados —continuó la Sra. Needles, dejando una pequeña cesta
de picnic—. Y el Maestro Haywood, por supuesto. ¿Ya ha visto tu
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demostración?
En los siete años desde que sus problemas comenzaron, ella había
desarrollado un cierto comportamiento, una segunda personalidad que
llevaba como un exoesqueleto. La Iolanthe que se enfrentaba al público era
un encanto: una chica confiada y sociable que también era
maravillosamente dulce y servicial: el resultado de haber sido
profundamente apreciada toda su vida, por supuesto.
—¿Y cómo está usted hoy, Sra. Needles? —le dio un giro al interrogatorio.
Cuando se les daba una opción, la mayoría de la gente prefería hablar de sí
mismos—. ¿Cómo está la cadera?
—Mucho mejor, desde que me diste ese ungüento para el alivio y relajación.
más fáciles de conseguir que se hagan las cosas que criar a un mago
elemental para ello.
Las dos se rieron por eso, la Sra. Needles afablemente, Iolanthe tensamente.
—Bueno, le traje algo de almuerzo, señorita. —La Sra. Needles acercó más
la cesta de picnic a Iolanthe.
—Gracias, Sra. Needles. Y si quiere irse un poco más temprano hoy para
alistarse para la boda, por lo que más quiera, tómese todo el tiempo que
necesite.
—¡Eso sería agradable! Sí que amo a una boda, y quiero lucir lo mejor
posible en frente de todos esos elegantes citadinos.
No sólo para la boda. Estaba por lo menos medio plazo atrás en su lectura
académica. Sus pociones aclaratorias seguían fracasando. Hasta el último
hechizo de Archivo Mágico se peleaba con uñas y dientes contra sus
esfuerzos por dominarlo.
Pero en algún punto la marea había cambiado. Ahora la magia sutil poseía
la profundidad y flexibilidad para adaptarse a cada necesidad, y la magia
elemental era su torpe y primitiva prima del campo, mal adaptada a las
exigencias de la vida moderna. ¿Quién necesitaba magos elementales que
manejaran fuego cuando iluminar, calentar y cocinar era realizado con la
mucha más segura y mucho más conveniente magia sin llama en estos días?
Sin una educación sólida en magia sutil, los magos elementales tenían
lastimosamente pocas opciones en las carreras: los circos, las fundidoras, o
las canteras, ninguna de los cuales le llamaba la atención a Iolanthe. Y sin
resultados estelares en los exámenes calificativos y las subvenciones que
traían, ella no sería capaz de pagar una educación académica superior en
absoluto.
Revisó su reloj de nuevo. Repasó su rutina del encendido del sendero una
vez más, luego necesitaba chequear el elixir de luz en el aula.
El fuego era un gran placer. El Poder era un gran placer. Podría doblegar al
Maestro Haywood a su voluntad con la misma facilidad. Entrelazó los dedos,
luego los separó. La bola de fuego se separó en dieciséis senderos de fuego,
lanzados por el aire como un banco de peces, tomando giros rápidos al
unísono.
Juntó las palmas de las manos nuevamente. Los ríos de fuego se formaron
de nuevo en una esfera perfecta. Un movimiento de su muñeca levantaba la
bola de fuego en el aire y dando vueltas, lanzando innumerables chispas.
Ahora sus manos se empujaban hacia abajo, medio sumergiendo la bola de
fuego en el río, levantando una enorme nube de vapor silbante, había un
gran espejo de agua en el lugar de la boda, y planeaba sacar el máximo
provecho de ello.
—Detente —dijo una voz detrás de ella—. Detente en este momento.
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Pero una parte de ella no podía desistir de estar encantada de que hubiese
venido a verla ensayar. No había mostrado mucho interés en ella en un largo
tiempo. Tal vez también podría conseguir que la ayudara en algunas de sus
materias. Le había prometido enseñarle en casa, pero había tenido que
enseñarse a sí misma, y tenía tantas preguntas sin respuesta.
Pero primero:
Sus oídos se sintieron como si hubiesen sido picados por abejas. ¿Esto era
lo que él había venido a decirle?
—¿Cómo dice?
—Yo no lo sabía —dijo el Maestro Haywood. Se apoyó contra una roca, con
el rostro cansado y tenso—. Pensé que iba a casarse con un Greymore, del
clan de artistas. La Sra. Needles corrigió mi error ahora mismo, y no puedo
dejar que los agentes de Atlantis te vean manipular los elementos. Te los
quitarían.
Sus ojos se ampliaron. ¿De qué estaba hablando él? Si Atlantis tenía un
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interés especial por magos elementales, ¿no hubiese escuchado sobre ello?
Ni un mago elemental que ella conociera había atraído la atención de
Atlantis simplemente por ser un mago elemental.
—Cada circo tiene una docena de magos que pueden hacer lo que yo hago.
¿Por qué a Atlantis le importaría yo?
Dos mil años atrás ella no lo hubiese cuestionado. Las diferencias entre los
reinos entonces habían sido resueltas por las guerras de la magia elemental.
Los buenos magos elementales habían sido muy apreciados, y grandes
magos elementales, bueno, habían sido considerados Ángeles encarnados.
Pero eso fue hace dos mil años.
—Para la grandeza.
—Eso no es verdad.
—¿Qué no es verdad?
—¿Has escuchado algo de lo que he dicho? —la voz del Maestro Haywood
una vez más vino detrás de ella.
Raramente sonaba paternal estos días, ella no podía recordar la última vez.
Se volteó.
—Estoy escuchando. Pero por favor recuerde, una alegación tan
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extraordinaria como la suya; que voy a estar en peligro con Atlantis por
hacer algo tan común como iluminar los senderos de una boda; necesita
pruebas extraordinarias.
Eso fue antes de que sus errores y mentiras le hubieran costado posición
tras posición, y el brillante erudito una vez destinado a la grandeza era ahora
un maestro de pueblo, uno en peligro de ser despedido, sin más.
La única razón por la que iba a Meadswell en primer lugar era para salvar
el empleo de él. El rumor era que los padres que habían alegado su falta de
atención hacia sus hijos estaban instando a la Sra. Oakbluff, la registradora
del pueblo, a despedirlo. Iolanthe esperaba que, al proporcionar una
iluminación espectacular del sendero, por no mencionar el elixir de luz
plateada, la Sra. Oakbluff podría ser persuadida para inclinar la decisión a
favor del Maestro Haywood.
—Se le olvida —le recordó ella—, las leyes son muy claras que cuando un
pupilo cumple dieciséis años, ya no necesita el permiso de su guardián para
su libertad de movimiento.
tipo de futuro.
Quería hacerlo. Después de todas sus mentiras —No, esto no encaja. No,
esto no es plagio. No, estos no son sobornos— ella todavía quería creerle como
alguna vez lo hizo, implícitamente, por completo.
Ella nunca antes había reconocido abiertamente que tenía que confiar sólo
en sí misma.
Él inclinó la cabeza.
—Perdóname, Iolanthe.
—¿Qué está…?
el sendero esta tarde, porque estás muy avergonzada de que tu elixir de luz
falló.
Siguió hojeando las páginas, esperando algo en latín, que leía bien, o griego,
que podía manejar con un diccionario, si tenía que hacerlo. Pero los únicos
pasajes que no estaban en cuneiforme eran en jeroglíficos.
Entonces, de repente, en los márgenes, una nota escrita a mano que podía
leer: No hay un elixir de luz, contaminado como fuese, que no pueda ser
revivido por un rayo.
un rayo convocado.
Pero Helgira era un personaje folclórico. Iolanthe había leído los cuatro
volúmenes y mil doscientas páginas de La Vida y Hechos de Grandes Magos
Elementales. Ningún mago elemental verdadero, ni siquiera alguno de los
Grandes, había llegado a dominar el rayo.
No hay un elixir de luz, contaminado como fuese, que no pueda ser revivido
por un rayo.
Caminó hacia ella, sus botas hundiéndose hasta los tobillos en polvo. A todo
en la buhardilla, a la luz gris que se filtraba más allá de la suciedad en la
ventana, le colgaba telarañas tan gruesas como cortinas teatrales.
Como lo pensó, había tomado demasiado tiempo con los dragones. Suspiró.
El príncipe no creía en vivieron felices para siempre, pero esa era la clave
para salir del Crisol.
Pero apenas notaba el paisaje. El balcón lo hacía tensarse, pues era aquí, o
al menos según lo que se había predicho, que iba a entrar su destino. El
principio del fin, su papel profetizado era el de un mentor, un trampolín, el
que no sobreviviría al final de la búsqueda.
Recorrió el horizonte, esperando por, y temiendo, este evento aún por tener
lugar que ya había dictado el curso entero de su vida.
Iolanthe escogió la parte superior del Acantilado del Atardecer, una pared
de roca a varios kilómetros al este de Little Grind-on-Woe.
súbditos del Dominio habían tomado las armas contra el gobierno de facto
de Atlantis.
La única vez que Iolanthe se había encontrado con una chica que había
conocido en el campo de refugiados, se habían saludado torpemente con la
mano la una a la otra y luego se alejó avergonzada, como si hubiera habido
algo vergonzoso en ese interludio.
Que ella se preparara para que nada sucediera la asombraba. Sí, era una
buena maga elemental para los estándares actuales, pero no era nada en
comparación con los Grandes Magos. ¿Qué le hacía pensar que podría lograr
una hazaña sin precedentes excepto en leyendas?
Levantó la vista hacia el cielo sin nubes y respiró hondo. No podía decir por
qué, pero su instinto le decía que el consejo anónimo en La Poción Completa
era correcto. Sólo necesitaba el relámpago.
Nada. No es que ella esperara algo en su primer intento, pero aun así estaba
un poco decepcionada. Tal vez la visualización podría ayudar. Cerró los ojos
y se imaginó un rayo conectando el cielo con la tierra.
CAPÍTULO 2
Traducido por Pilar y aniiuus
U na columna de pura luz blanca, tan distante que apenas era más
gruesa que un hilo, tan brillante que casi cegó al príncipe, apareció
con un estallido.
—¿Por qué lucen tan asombrados? —se burló de sus asistentes—. ¿Son
unos palurdos que nunca vieron la luz de un rayo en toda su vida?
—Pero, mi señor…
—Sí, mi señor.
Había pasajes secretos en el castillo que sólo conocía la familia. Estuvo ante
las puertas de su estudio en treinta segundos. Dentro del estudio, sacó un
tubo del cajón del medio de su escritorio y silbó dentro de él. El sonido
aumentaba mientras viajaba, eventualmente llegando a su corcel de
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Con sus dedos sólo temblando ligeramente, ajustó las perillas del catalejo
para ver el rayo con más nitidez. Había aparecido muy lejos, cerca de la
punta más austral de las Montañas Laberínticas.
Tomó un par de guantes de montar y una alforja de los cajones más bajos y
murmuró las palabras necesarias. En el siguiente instante se estaba
deslizando por un tobogán de suave piedra en un ángulo casi vertical, la
aceleración tan vertiginosa que también podría haber estado cayendo
libremente.
Se teleportaron.
Entonces debía seguir viva. Gimiendo, giró sobre sí misma, se levantó sobre
sus rodillas, y se tapó los oídos con las manos.
Después de un tiempo, abrió sus ojos ante una difusa extensión de tela
verde: su falda. Levantó un poco su cabeza y miró su mano, que se enfocó
lentamente. Había un rasguño, pero no había sangre. Suspiró aliviada.
Temía que sus oídos hubieran sangrado y que encontraría pequeños trozos
de cerebro sobre las palmas de sus manos.
El cráter tenía tres metros de diámetro y era tan profundo como la altura de
ella; el mástil de la bandera yacía sobre la parte superior. Esto era una
locura. Cuando el rayo cayó, su carga eléctrica debería haberse disipado sin
peligro en la tierra.
Luego vio el caldero, en posición vertical justo en el fondo del cráter, lleno
con el elixir más hermoso que había visto, como luz de estrellas destilada.
Una risa se abrió paso por su garganta. Por primera vez, la Fortuna le
sonreía. La iluminación para la boda sería perfecta. Su interpretación sería
perfecta, oh, iba a actuar, de acuerdo. Y la Sra. Oakbluff podría perdonar al
Maestro Haywood por la broma que le hizo, diciéndole —¡ja!— que no habría
elixir de luz plateada en la boda de su hija.
Un silbido sobre su cabeza hizo que levantara la mirada. Una bestia alada,
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algo así como un cruce entre un dragón y un caballo, pasó sobre ella. Venía
del norte, volando con asombrosa velocidad hacia la costa. Pero mientras lo
observaba, sus alas aletearon para quedar de forma vertical para reducir su
movimiento hacia adelante.
Una chica.
Archer Fairfax no podía ser una chica. ¿Qué iba a hacer con una chica?
Iolanthe miró a la bestia alada. Era de un azul iridiscente, con afiladas astas,
apenas ramificadas en la cabeza equina y una cola carmesí con punta de
púas.
Estaban muy de moda en las ciudades, pero no en el interior del país. ¿Qué
estaba haciendo aquí uno, inmediatamente después de que se había
convocado un rayo?
—¡Dios mío! ¿Qué ocurrió aquí? —La Sra. Greenfield, una aldeana, también
apareció—. ¿Está usted bien, Señorita Iolanthe? Luce sobresaltada.
Obliviscere era el más poderoso hechizo del olvido, e ilegal para los magos
sin una licencia médica para su uso. La Sra. Greenfield perdería seis meses,
si no un año, de sus recuerdos.
—Pero la Sra.…
—¿Qué?
Ella tragó.
Desde las ventanas abiertas llegó el sonido de las alas batiendo del peryton.
Los vellos de la nuca de Iolanthe se erizaron.
—Que te has expuesto a un terrible peligro. —Él cerró los ojos brevemente—
. Ahora entra.
—¿Por qué sigues aquí? —gritó él, luchando por ponerse sobre sus pies—.
¡Entra en el baúl! ¡Entra!
Él cayó al suelo.
—¡Maestro Haywood!
A través del aire calizo una figura de mujer avanzó. La Sra. Oakbluff agitó
su varita. El cuerpo inerte de Maestro Haywood salió volando, aterrizando
con un golpe en la habitación del lado y evitó, por unos centímetros, ser
empalado por una viga rota.
—¿Qué está haciendo? —Iolanthe quería gritar con indignación, pero su voz
era apenas un gemido.
—Entonces vete.
—Aura circumvallet.
Aire se cerró alrededor del fuego. Ella agitó sus manos, tratando de que su
fuego la obedeciese, pero permanecía contenido.
Ella apuntó su dedo para sucesivamente llamar a más fuego.
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Él se acercó al baúl. La luz del sol se inclinaba a través de las paredes rotas
en la habitación, chispeando donde atrapaba partículas de yeso en el aire.
Un rayo particular encendió un delgado hilo de sangre en su sien.
Ella tiró de la tapa del baúl. Él puso su propia mano contra esta.
—No estoy aquí para hacerte daño —repitió—. Ven conmigo. Voy a llevarte
a un lugar seguro.
La chica tragó.
—Gravemente.
—¿Por qué?
—¿A dónde?
Apreciaba su cautela: mejor cuidarse que ser ingenuo. Pero no era el
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CAPÍTULO 3
Traducido por martinafab y âmenoire90
N o había tiempo para hacer bajar a Marble. Titus tenía dos opciones:
podía dejar que la Inquisidora viera a Marble, la atrapara, y se
diera cuenta de que el corcel personal de Titus estaba suelto en la vecindad;
o podía teleportarse hacia la bestia, con esta última en pleno vuelo.
Ya había habido un grupo de aldeanos que se había reunido por fuera del
círculo, discutiendo entre ellos si debían entrar. El haber eliminado el
círculo levantó todas esas inhibiciones. Los aldeanos se dieron prisa en
entrar a la casa.
Marble estaba ahora sobre sus pies, pero Titus no desmontó: la Inquisidora,
en un desaire deliberado, aún no estaba presente para recibirlo. Sacó dos
manzanas de la alforja, le lanzó una a Marble, y le dio un mordisco a la otra.
Su corazón, que aún no se había desacelerado a la normalidad, comenzó a
latir más rápido de nuevo.
Por el rabillo del ojo, vio a la Inquisidora salir de la puerta trasera de la casa.
Marble siseó, por supuesto que una bestia tan inteligente como Marble
odiaría a la Inquisidora. Titus siguió comiendo la manzana, a un ritmo
pausado, y desmontó sólo después de haber tirado el corazón.
La Inquisidora se inclinó.
Sus manos sudaban, pero mantuvo su tono altanero. El suyo era un linaje
que remontaba mil años a Titus el Grande, unificador del Dominio y uno de
los más grandes magos en ejercer una barita. Los padres de la Inquisidora
habían sido, si no se equivocaba, comerciantes de bienes antiguos y no eran
necesariamente auténticos.
Ella estaba en sus cuarenta y pocos años, pálida, con labios delgados rojos,
cejas casi invisibles, y ojos inquietantemente incoloros. La primera vez que
la había recibido fue a los ocho años y había estado asustada de ella desde
entonces.
Su tono fue parejo, pero sus ojos estaban perforando los suyos. Él culpó a
su madre. Por supuesto que la Inquisidora debía creer en la frivolidad de
Titus, pero por el hecho de que la fallecida Princesa Ariadne también había
sido considerada una vez dócil y había demostrado ser todo lo contrario.
—Se podría decir que el barro es el matrimonio del agua y de la tierra —dijo
él con desdén.
—No mucho.
Otra gota de sudor se deslizó por la espalda de Titus. Así que sospechaba
de él, de algo.
—Ya he mencionado todo lo que vi. Además, mis vacaciones han terminado.
Vuelvo a la escuela hoy mismo más tarde.
—Y yo pensaba que era bastante libre para ir y venir a mi antojo, ya que soy
el amo de todo lo que contemplo —espetó él.
Estaban ahí en sus ojos, las atrocidades que quería cometer, reducirlo a un
estúpido necio.
Ella no lo haría. El placer que derivaría de destruirlo no valdría la pena los
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problemas que incitaría, dado que él era, después de todo, el Maestro del
Dominio.
La Inquisidora sonrió. Él odiaba sus sonrisas casi más que sus miradas.
—Por supuesto que puede dar forma a su itinerario como desee, Su Alteza
—dijo.
Permanecía negro como boca de lobo. Sus manos tocaron cosas suaves que
olían a polvo y lavanda desvanecida: ropa doblada. Cavando debajo de la
ropa, se encontró con un forro de suave cuero estrecho. El material sólido
bajo el cuero era probablemente madera. Cautelosa de hacer cualquier
sonido innecesario, no golpeó para averiguarlo.
La tapa se movió una fracción de una pulgada y se detuvo. Empujó con más
fuerza y oyó un roce metálico, pero la tapa no se levantó más. Con el ceño
fruncido, puso el cerrojo en su lugar y lo intentó de nuevo. Esta vez, la tapa
no se movió en absoluto. Así que el pestillo en el lugar impedía que el baúl
se abriera. ¿Qué había causado que el baúl se abriera sólo una grieta
después de que soltaran el pestillo?
Las puntas de los dedos se le pusieron frías. El baúl estaba asegurado desde
el exterior.
La guio más alto, libre de cualquier cumbre que pudiera decidir soltar
espuelas adicionales. Ella obedeció sus órdenes, sus prodigiosos músculos
contrayéndose con cada elevación de sus alas.
Dado que la Inquisidora ya sabía que había visitado el lugar de la caída del
rayo, no había más necesidad de ser cauteloso. Cuando el castillo apareció
a la vista, giró a Marble directamente hacia el arco de atraque en la parte
superior.
—Mandaré a los mozos para que te lleven por más ejercicio. Vete ahora, mi
amor.
Los fuertes vientos azotaban el pináculo del castillo. Titus se abrió paso
dentro y corrió por los dos tramos de escaleras hacia su apartamento.
Una vibración pasó entre el colgante y el globo. Él se echó hacía atrás y miró
hacia arriba. Un brillante punto rojo apareció en el globo, a unos mil
seiscientos kilómetros al noreste de donde se encontraba y más o menos en
el centro de un reino no mágico.
Podía haber sido llevada hacia cualquier lugar. Pero la Fortuna le sonreía
hoy y su ubicación actual estaba a unos cuarenta kilómetros de su escuela.
Con suerte, podría encontrarla durante la próxima hora.
Dalbert se apuró. Titus se dirigió dos pisos más abajo, encogiéndose dentro
de un abrigo de día mientras bajaba. Raramente entraba en el salón del
trono, excepto para las ocasiones más públicas, era ridículo para él,
esencialmente una marioneta, estar en un salón hecho para simbolizar la
justicia y el poderío de su posición. Pero hoy deseaba deshacerse rápido de
sus visitantes, y el salón del trono desalentaba a charlar.
El techo del salón de trono se elevaba por encima de los quince metros sobre
dos columnas de pilares de mármol blanco. El trono de obsidiana estaba
colocado sobre un estrado de talle alto. Titus caminó a través de las
ventanas de arco. Debajo de él había una caída de trecientos metros por un
barranco cortado por un río azul alimentado por glaciares. Más allá los picos
purpura se desplazaban como lentas ondas.
Desde que Alectus había sido nombrado regente, ella había sido su amante.
Algunos murmuraban que Alectus incluso le había propuesto matrimonio,
pero ella lo había rechazado. Era la presentadora principal de la capital, su
árbitro de estilo, una generosa mecenas de las artes y, una agente de
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Atlantis.
Lady Callista sonrió. Se decía que, para la fecha, las cartas de amor le
llegaban en carretilla. Había una gran habilidad en su sonrisa, una sonrisa
diseñada para hacer que un chico que no había hecho nada en su vida, se
sintiera realizado, e incluso remarcablemente viril.
Titus sólo sintió repulsión, era más que probable que ella fuera quien había
traicionado a su madre, informándole a la Inquisidora de su última
participación secreta en la Insurrección de Enero.
—Su Alteza, por supuesto que no quiere eso. Una vez que llegue a la edad,
ustedes dos verán el gran trato que representan para el otro. Ella espera
una asociación respetuosa, productiva y mutuamente benéfica.
—A la Inquisidora le gustaría hablar con usted sobre lo que vio esta tarde.
—Sin embargo, cree que con su ayuda, puede que recuerde más.
Titus evaluó su situación. Debía irse sin perder tiempo. Pero la Inquisidora
debía ser aplacada de alguna manera.
—Su gala de primavera tendrá lugar en unos pocos días. Asistiré como el
invitado de honor. Pueden invitar a la Inquisidora. Le concederé una breve
audiencia durante el trascurso de la velada.
—Cierra los ojos y has una elección al azar —dijo Titus, esforzándose por no
sonar demasiado impaciente.
—Les deseo un buen día a ambos —dijo Titus, su mandíbula doliéndole con
la tensión de permanecer cortés.
Titus dejó salir un suspiro. Miró su reloj: todavía quedaban diez minutos
para poder alcanzar el tren.
—Le ruego me disculpe, señor, parece que olvidé mi abanico. Ah, ahí está.
—¿Debería de importarme?
—¿Para quién?
Lady Callista se le acercó y puso una mano sobre su brazo. Así de cerca,
olía como una sutil pero aun potente fragancia de narcisos.
Muy pocos de sus súbditos lo habían tocado sin su permiso expreso. Lady
Callista se atrevía a tomarse la libertad porque alguna vez había sido la
amiga más querida de la Princesa Ariadne. Su toque era cálido y maternal,
su persona presente e interesada de una manera que su perpetuamente
preocupada madre nunca lo había sido.
Titus se alejó.
—No sea tonto, señor. No estoy buscándolo para nada por el estilo. Dios
mío, ¿por qué podría querer algo para desestabilizar la situación actual, que
me favorece tanto?
Caminó hacia atrás hasta que estuvo en el pedestal e hizo una reverencia
de nuevo.
—De todas formas, si alguna vez decidiera encabezar una causa quijotesca,
señor, avíseme. La estabilidad se vuelve tediosa después de un rato.
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CAPÍTULO 4
Traducido por AnnaTheBrave y Selene
—Prepárese, señor.
—Gracias, Dalbert.
Era muy extraño que, cuando había llegado por primera vez a este reino no
mágico, había odiado todo acerca de él: el hollín, el contundente aroma, la
comida sin sabor, la inexplicable vestimenta. Incluso ahora, luego de cuatro
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años en una escuela de no magos, este mundo era un refugio, un lugar para
escapar, tan lejano como era posible, de la opresión de Atlantis.
Y la opresión de su destino.
Gravemente.
La Inquisidora era de hecho el virrey del Bane para el Dominio. Una vez,
cuando Iolanthe era mucho más pequeña, le había preguntado al Maestro
Haywood por qué los magos le temían tanto a la Inquisidora. Ella nunca
había olvidado su respuesta: Porque a veces el miedo es la única respuesta
apropiada.
Dejó caer la cabeza en sus manos. Algo frio y pesado presionó en el espacio
entre sus cejas: el colgante que le había dado el príncipe antes de enviarla.
Una nueva pizca de fuego reveló el colgante medio ovalado hecho de un
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La presencia del príncipe tenía que ser uno de los aspectos más
desconcertantes de su día, en segundo lugar solamente por la angustiante
ignorancia del Maestro Haywood.
Él había sabido que ella debía mantenerse lejos de las indiscretas miradas
de Atlantis. Había preparado una mochila en caso de evacuación de
emergencia. ¿Cómo iba él a no saber dónde iría ella o qué había en la
mochila?
¡La mochila!
Mi querida Iolanthe,
Durante las noches rezo para que nunca tengamos que llegar a
eso. Pero ha sido acordado por la seguridad de todos que le
confiaré mi conocimiento acerca de ciertos hechos a una
guardiana de la memoria. Después de mañana, solo sabré que
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No confíes en nadie.
Pero solo puedo rezar para que la Fortuna vaya contigo, que
descubras la inimaginable fuerza dentro de ti y que encuentres
inesperados amigos en este peligroso camino por el que ahora
debes andar.
Todo mi amor,
Horatio
P.D: Te he aplicado un Encantamiento Irrepetible. Nadie podrá
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Ella levantó el disco que cubría la mirilla. Una parte del suelo estaba
levantada. Una trampilla, ella estaba en el ático. Una luz flotaba sobre la
abertura, iluminando cajas, cofres y estantes abarrotados de filas y filas de
polvorientas curiosidades.
Iolanthe entrecerró los ojos ante el resplandor. La mujer tenía unos cuarenta
y era bastante encantadora: ojos hundidos, pómulos altos y labios anchos.
Su cabello era muy claro, casi blanco a la luz, desde la parte superior de la
cabeza. Su vestido era azul pálido y de un estilo que Iolanthe jamás había
visto. Abotonado desde el inicio de la barbilla y un poco ceñido en la cintura,
con mangas de encaje que terminaban en los codos.
—Así que finalmente estás aquí —dijo la mujer, hablando con los dientes
apretados.
—Aperi —dijo la mujer, usando el más simple hechizo de apertura ahora que
las restricciones habían sido removidas.
Algún profundo instinto hizo a Iolanthe alejarse del pestillo. Ella no se había
mudado tres veces en siete años sin aprender una o dos cosas acerca de
cómo leer a las personas: quien quiera que fuese esa mujer, algo no estaba
bien.
—Aperi maxime.
—¡Frangare!
La mujer dejó caer la linterna y se llevó la mano al corpiño del vestido, como
si estuviera agotada.
—En su lecho de muerte me hizo jurar por mi sangre que iba a protegerte
como a mi propia hija, desde el momento en el que te viera por primera vez
—dijo la mujer suavemente. Entonces ella rio, un sonido que congeló la
sangre de Iolanthe—. Quería demasiado ¿no es así?
La mujer levantó la cabeza, su rostro era frio y blanco, sus ojos ardiendo.
—Por ti, él abandonó su honor —dijo ella—. Por ti, nos destruyó a todos.
¿Quién era está loca? ¿Y por qué alguien había creído que esta casa era un
lugar seguro?
Y el aire era el único elemento sobre el que Iolanthe no tenía control alguno.
La ciudad estaba cubierta por una infame niebla. Él veía bastante bien con
sus gafas antiniebla, pero nadie en tierra podía detectarlo en su alfombra
voladora.
Las alfombras voladoras fueron una vez el modo más rápido, cómodo y
lujoso de viajar. En esa época había canales expeditos, sin embargo, en el
presente se habían convertido en antigüedades, muy admiradas, pero poco
utilizadas. La alfombra de Titus medía un metro veinte de largo, setenta
centímetros de ancho y menos de un centímetro de espesor, en realidad era
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Acababa de pasar por Hyde Park Corner. La única familia de magos que
vivía cerca eran los Wintervale. Seguramente no. Nadie en su sano juicio
podría confiar esa chica a Lady Wintervale.
La Casa Wintervale era una de las viviendas privadas más aseguradas que
Titus conocía. Afortunadamente —la mayoría lo consideraría suerte—
Leander Wintervale, el hijo de la casa, era compañero de clases de Titus y
este conocía una forma de acceder a la casa desde de la antigua sala en la
escuela.
Dio un vistazo por la ventana de Fairfax y vio que detrás de la casa estaba
Wintervale y Mohandas Kashkari, un chico indio que era amigo cercano de
Wintervale. La lluvia se había reducido a una suave neblina. Kashkari, que
era el más tranquilo de los dos se puso de pie; mientras Wintervale paseaba
a su alrededor, hablando y gesticulando.
Una vez que el pasillo estuvo vacío, Titus dejó caer la alfombra voladora en
el suelo de su propia habitación, después de mucho juguetear con ella la
había fortalecido lo suficiente como para soportar su peso, pero su peso más
el de la chica mandaría la alfombra a tierra. Después se deslizó hacia la
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—Fidus et audax.
¡Allí! En uno de los estantes del ático, entre los instrumentos de metal
cubiertos de polvo, se alzaba una solitaria estatuilla de piedra.
—Exstinguare.
—Ahora, ¿qué vas a usar? —dijo la mujer, con una sonrisa escalofriante.
De repente, el aire en su caja torácica disminuyó tanto que Iolanthe se sintió
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—¿Qué has hecho? —Su voz era baja todavía frenética—. Nunca más,
¿recuerdas? Nunca más, nunca vas a volver a matar.
Golpeó las cadenas de nuevo, pero el baúl solo se levantó una fracción de
pulgada. ¿Qué otros obstáculos tendría en su camino?
—Aperi.
59
—¡Revisce!
Ninguna reacción.
—¡Revisce forte!
—Alteza —murmuró.
Todo dentro del baúl flotó: la chica, que jadeó y volvió a encontrarse en el
aire; su varita; su mochila; y un gran número de artículos de ropa que
debieron haber sido empacados antes de que el baúl hubiera sido cerrado.
Ni un solo artículo era no mágico. Si el baúl había sido confiado a los
Wintervale, tendría que haber sido antes de su exilio.
—Londres.
—¿Londres, Inglaterra?
—Apresúrate.
Él exhaló.
CAPÍTULO 5
Traducido por Pilar, Selene y Mari NC
El príncipe la sostuvo.
—Lo siento. Sabía que la teleportación sería difícil para ti justo ahora, pero
tenía que llevarte a algún lugar seguro rápidamente.
—No hay magia tras ella, pero tampoco es completamente natural, una
consecuencia de la industrialización de Gran Bretaña. Toma: esto es para
aliviar los efectos de teleportarse.
Ella realizó prácticas en la escuela del pueblo para el Maestro Haywood, las
prácticas, de alguna u otra manera, eran obligatorias hasta que el pupillo
llegaba a los catorce años. Pero los magos no hacían sus propias pociones
en casa. Las destilerías comerciales y los fabricantes de pociones
suministraban adecuadamente sus necesidades. De hecho, varios hogares
ni siquiera poseían los implementos necesarios para hacer las recetas que
64
ella enseñaba.
El príncipe salió del laboratorio y cerró la puerta detrás de él. Era alto y
esbelto, no delgado, pero tenía una estructura fuerte. Cuando lo vio por
primera vez en su casa derrumbada, había usado una simple túnica azul y
unos pantalones negros dentro de unas botas hasta la rodilla. Un simple
atuendo de campo, nada como los elaborados trajes de gala que había usado
para sus retratos oficiales.
Ahora usaba una chaqueta negra con un chaleco verde, pantalones negros,
y zapatos de un cuero negro altamente pulido, la chaqueta era más pegada
al cuerpo que la túnica que los hombres usaban en el Dominio, los
pantalones, lo eran menos.
Sin decir nada, abrió la puerta detrás de él otra vez. Pero en vez de un
laboratorio, entró en lo que parecía un baño.
baúl.
—¿Seguimos en Londres?
—Así es.
Ahora que lo mencionaba, ella había visto esa llama verdadera —en vez de
elixir de luz— brillar detrás de los mantos de vidrio esmerilado de los
apliques de la pared. Lo hubiera notado antes sino hubiera estado tan
preocupada.
Él salió del baño con una toalla. Poniéndose de cuclillas frente a ella,
presionó la toalla húmeda contra su sien.
—¡Auu!
—Lo siento. La sangre ya está un poco seca. Pero no deberías necesitar nada
más que una buena limpieza.
Soportó el malestar.
—Su Alteza, ¿me podría decir por favor qué está sucediendo?
¿Por qué estaba ella aquí? ¿Por qué estaba él aquí? ¿Por qué el cielo
comenzaba a caer justo hoy?
—Tu baño se está llenando mientras hablamos. ¿Estarás bien allí sola?
Ella notó por primera vez que sus ojos eran de un color azul grisáceo, el
color de las colinas distantes.
Ahora no tenía ninguna otra opción más que aguantarlo con descaro.
Incluso sin la sangre seca, cuando Iolanthe por fin pudo verse a sí misma
en un espejo, aún se estremecía. Estaba horrorosa, con la cara sucia y con
rasguños, su pelo lleno de polvo y trozos de escayola, su anterior blusa
blanca de un color como trapo.
Cada año había niños elegidos para conocerle, pero ella jamás había estado
entre las elegidas.
—Podría jurar…
—Creo que hay un botón falso —dijo, buscando entre los forros, los dedos
buscando la forma de algo cilíndrico.
El príncipe produjo un hechizo que casi quitó la cubierta del botón falso
para revelar un tubo escondido.
—Extinguamini. Tollamini.
—Es extraño que alguien aconsejara eso —dijo él—. Los rayos no juegan
ningún papel en la elaboración de pociones. ¿Cuán antigua es esa copia
de La Poción Completa?
—La mía es una primera edición. Fue publicada durante el Año Milenario.
—Eso creo. —Su estómago se había calmado y estaba famélica, sin haber
tocado ni un bocado del almuerzo que la Sra. Needles le había traído.
—¿Cómo te llamas?
La sorprendió tanto que no sabía que se le había olvidado darle las gracias
por el té.
Eso era algo que se decía al conocer al Maestro del Dominio. Pero quizás
también debería inclinarse. Debería hacer una reverencia.
—No te preocupes por los detalles. Y no tienes por qué llamarme “señor”. No
estamos en el Dominio, y nadie nos castigará por no llevar la etiqueta.
sorprendió.
Ella retrocedió. No podía recordar cuándo o dónde había oído por primera
vez del Bane, cuyo título oficial era Lord Alto Comandante del Gran Reino
de Nueva Atlantis. A diferencia de la Inquisidora, de quien la gente sí
hablaba, aunque fuera en susurros, en cuanto al Bane había un silencio
conspicuo.
—¿Cómo? ¿Cómo tengo algo que ver para que el Bane permanezca
poderoso?
Ella meneó la cabeza y levantó la taza hacia sus labios. Necesitaba algo para
lavar el sándwich de su boca, que se había convertido en una pasta seca
que no podía tragar.
—Cerca de doscientos. Posiblemente más.
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—No por medios naturales. Los agentes de Atlantis tienen a todos los reinos
bajo su control por poderes inusuales. Cuando localizan a un mago tan
poderoso, él o ella es llevado en secreto a Atlantis, y no se tiene noticias de
él de nuevo. Ignoro cómo exactamente hace uso de esos magos elementales,
pero no dudo de que sí los utilice.
—Alguien intentó matarme eliminando todo el aire del otro lado del portal.
Si tuviera afinidad por al aire, lo habría detenido, ¿no?
Su cumpleaños era un día después del de él, de hecho. Había sido divertido,
cuando había sido pequeña, fingir que las fiestas por el cumpleaños de él
también eran para ella.
Una carta natal mostraba la alineación precisa de las estrellas y los planetas
en el momento del nacimiento de un mago. Una vez fue un momento crucial,
ya que toda elección desde el colegio hasta la elección de compañero: las
estrellas debían alinearse. En los años reciente se había puesto de moda en
algunos lugares como Delamer romper con la tradición y dejar que la carta
natal se moldeara. Pero no en Little Grind. Cuando Iolanthe se había
ofrecido voluntaria para contribuir con los cohetes para el curso de
72
—Y, sin embargo, ésta es la que había sido empacada, para cuando la verdad
saliera a la luz y te vieras obligada a irte —dijo el príncipe.
—Hubo una tormenta de meteoros esa noche. Estrellas cayeron como lluvia.
Videntes de cada reino en la tierra predijeron el nacimiento de un gran mago
elemental. Si yo fuera tu guardián, tendría la mayor certeza de no dejar
saber que naciste en esa noche.
Ella había leído sobre esa noche, cuando no se podía ver el cielo por todas
las vetas de oro de las estrellas cayendo en picada.
—¿Cree que soy ese gran mago elemental? —preguntó ella, apenas capaz de
oír su propia voz.
Ella no podía serlo. No quería saber nada de lo que estaba sucediendo ahora.
—El Bane podría saber qué hacer con tal poder —dijo el príncipe.
Ella no sabía por qué la idea debería ponerla más asustada de lo que ya
73
—Ha sido un día agotador para ti. Descansa un poco —sugirió el príncipe—
. Ahora tengo que irme, pero voy a volver en un par de horas para ver cómo
estás.
—Voy a mi escuela.
No podía haber sido más cordial al respecto, pero ella tenía la clara
sensación de que no le placía tener que hacer nuevos planes.
—Puedo ir con usted. Fui a una escuela de niñas por un tiempo, y cada
periodo tenía el papel principal masculino en la obra de la escuela. Mi voz
es baja, y hago una buena imitación de la forma en que un chico camina y
habla. —Ella se había absuelto a sí misma tan bien que algunos de los
padres de sus compañeros de clase habían pensado que un niño había sido
contratado para hacer el papel—. Por no hablar de que puedo pelear.
—¿Disculpe?
grande como es, no puede esperar localizarla tan fácilmente en una ciudad
de millones. Y si algo llega a alarmarte, ve al laboratorio y espera. Ya conoces
la contraseña; el santo y seña es el primer párrafo de la página diez del libro
sobre la mesa media luna(8).
—Está bien.
¿Él había estado buscándola? Ella ansiaba saber más, pero eso tendría que
esperar hasta su regreso.
—No hay necesidad de hacer una reverencia. Y que la Fortuna esté contigo,
señorita Seabourne.
pequeño disco plano en su manga. Ella vaciló. Tal vez era la moda en
Inglaterra el tener tales decoraciones en la chaqueta de uno.
—¿Dónde?
Ella giró su propio brazo para mostrarle. Estaba colocado en un punto por
encima de su codo en el que le sería difícil tanto a él mismo como a alguien
más verlo, a menos que esa persona estuviera mirándolo directamente
cuando él tenía su brazo elevado.
—Estamos en problemas.
77
CAPÍTULO 6
Traducido por BookLover;3 y Selene
T itus abrió la puerta del baño de un tirón, lanzó el disco del tamaño
de un centavo en el inodoro, y tiró de la cuerda para que bajara.
Si tenían suerte —y habían sido bastante afortunados en lo que iba del día—
entonces los lacayos de Lady Callista tendrían un tiempo frustrante
siguiendo el disco mientras viajaba a través de las alcantarillas de Londres.
—Debería haber notado el dispositivo antes de salir del Dominio. Pensé que
había previsto cualquier circunstancia, pero no lo planeé para mi propio
descuido.
Estaba tensa, sus nudillos blancos sobre su varita, pero se tenía a sí misma
bajo control y parecía estar tomando su precipitada retirada mejor que él.
Ella se sentó y, revelando más emoción de la que había visto de ella hasta
el momento, apretó su cabeza entre sus manos.
—Eso he aprendido. —Con su rostro todavía hacia abajo, ella dijo—: Por
favor, no deje que le impida regresar a la escuela.
El laboratorio tenía otras dos salidas. Una conducía a Cabo Wrath en las
Tierras Altas de Escocia, donde iba a veces cuando hacía buen tiempo, la
otra a un granero abandonado en Kent. De cualquier manera, llevándola
fuera del laboratorio, estaría cediendo ante lo inevitable.
El granero era más o menos igual que cuando Titus lo había visto por última
vez. Vigas caídas, puertas faltantes, parches de cielo gris visibles a través
del techo en mal estado. Charcos de lluvia en el suelo. El olor a madera
podrida y viejo estiércol asaltó su nariz.
—¿Dónde estamos?
Treinta y cinco alumnos, de edades entre los trece a diecinueve años, vivían
en esta casa. Los chicos menores tenían las habitaciones más pequeñas en
las plantas superiores. Los chicos mayores disfrutaban el más grande y
mejor alojamiento justo encima de la planta baja.
—Nunca hubo un verdadero Archer Fairfax. Ya que tenía que estar aquí,
hice un lugar para ti, cuando pensé que eras un chico.
—¿Y la gente aquí me conoce, a pesar de que nunca he puesto un pie aquí?
—Sí.
Rara vez impresionaba a alguien con solo sus méritos, la sensación era más
que un poco vertiginosa.
—Cierto.
—Lo siento.
Una pena que tuvieran que mantenerlo corto en el futuro próximo. Recortó
el resto de su cabello lo mejor que pudo, dejándolo solo lo suficientemente
largo para que la herida en la sien no fuera visible. Ella no se veía mucho
como un chico. Pero entonces tampoco era obviamente una chica.
Golpeó lo que parecían gabinetes de pared y una cama estrecha salió volcada
hacia abajo, sorprendiéndola. Arrancó de la sábana una larga tira blanca de
lino, la dobló con un hechizo rápido, y se la pasó a ella.
—Gracias.
—Una vez que estés lista, la ropa no será tan complicada. —Habló
83
rápidamente para cubrir su propia vergüenza. Y pensar que esto era solo el
comienzo de las complicaciones de traer a una chica a una escuela para
varones—. Los corchetes de la camisa entran en los ojales. Todo lo demás
es como cabría esperar.
—No.
Iba a dar un paso más cerca de ella, pero ahora cambió de opinión.
Permaneciendo precisamente donde estaba, dijo:
—Sí, absolutamente.
—Si todo lo demás falla, siempre puede encontrar empleo como sastre —
murmuró mientras él se arrodillaba ante ella, asegurándose de que el
dobladillo de los pantalones fuera corto.
—Deberías ver mis trabajos con encajes —dijo—. Tan finos como una tela
85
de araña.
Tal vez no tendría que mentirle, de la forma en que mentía a todos los demás.
Se quedaron cara a cara, tan cerca que él podía ver el suave pulso en su
garganta. Su ropa olía como las bolsitas de lavanda que él había puesto en
los cajones de Fairfax. Su aliento le rozó la parte superior de sus dedos.
¿Parecía ella un chico? No estaba del todo seguro. Pero la asunción era una
cosa poderosa, especialmente una asunción de tan gran creencia.
—¿Qué pasa?
Ella abrió la boca, solo para presionar sus labios de nuevo.
86
—No importa.
Pero él sabía de lo que se había dado cuenta. De que él podría haberla visto
desvestirse en el espejo. Se miraron el uno al otro. Ella bajó la mirada y
volvió su atención hacia el espejo.
No quería perderla de vista. Pero no había nada que pudiera hacer: el regreso
de Fairfax tenía que ser visto como un evento completamente no relacionado
con la desaparición de Iolanthe Seabourne. Si Fairfax aparecía de la nada,
llamaría la atención de los agentes de Atlantis.
No tienes ni idea.
Debía permanecer a salvo, aunque solo fuera para que su sacrificio no fuera
en vano.
Había llovido más temprano en este lugar, todo estaba empapado. Una luz
acuosa brillaba en el paisaje húmedo. En la distancia pudo distinguir un
edificio más grande que el resto, ¿la escuela? Más lejos, en una dirección
diferente, distinguió las sombras descomunales de lo que parecía ser un
castillo rechoncho.
Los carruajes eran negros y cerrados, algunos tenían las cortinas corridas.
Los peatones de negros, marrones, y azules grisáceos estaban totalmente
ocupados con sus propios asuntos, sin la menor idea de que una fugitiva
estaba entre ellos, perseguida por todo el poder del imperio más grande
sobre la faz de la tierra.
Una brisa casi le voló el sombrero; ella lo apretó hacia abajo y comenzó a
caminar. Su ropa nueva no se movía demasiado: demasiadas capas, el corte
restrictivo, de material inelástico. Y sin su cabello, su cabeza se sentía
extrañamente ligera, casi ingrávida.
Con cautela, y tratando de no lucir como una extranjera, se subió a la acera,
88
—¡Más detalles del funeral de John Brown! ¿Quieres saber acerca de ellos,
colega?
—Ah… —¿Quería?
Volvió a respirar. Un periódico, eso era lo que el niño estaba moviendo; los
periódicos en el Dominio no habían usado papel de verdad por un largo
tiempo.
—Lo siento. Nunca me interesó ese hombre —le dijo con sinceridad.
aquí?
No era fácil ser hijo de Lady Wintervale. Ella no estaba completamente loca.
Pero a veces se acercaba lo suficiente.
—¿Sigue en casa?
—Se ha ido a quedar con los Alhambra. —Wintervale golpeó la parte de atrás
de su cabeza contra la pared detrás de él—. Atlantis le hizo esto. ¿Cuándo
nos vas a guiar para derrocarlos?
—Él estaba caminando por el césped. ¿Quién sabe? Tal vez quiere re
familiarizarse con todo.
—Qué extraño. Se ha ido solo tres meses, y ya no puedo recordar cómo luce
—dijo Wintervale.
—Que suertudo eres —dijo Titus—. Fairfax es uno de los tipos más feos que
he conocido.
Titus estaba dos escalones sobre el poste de la escalera cuando Fairfax entró
en el vestíbulo de entrada, una figura lo suficientemente delgada y alta
vestida con la chaqueta de cola distintiva de un muchacho de último año de
Eton. Inmediatamente estuvo consternado por su estúpido juicio. Ella no se
veía como un chico en lo absoluto. Era demasiado bonita: sus ojos, muy
separados y de pestañas largas; su piel, innecesariamente suave; sus labios,
rojos y llenos; y todo en ella gritaba femineidad.
Ella lo vio y sonrió con alivio. Su sonrisa fue lo peor: formaba profundos
hoyuelos que ni siquiera había sospechado que poseía.
Vamos, Fairfax, imploró en voz baja. Pero él lo sabía. Era demasiado. Ella
iba a lanzar la valija y se iba a retirar. Todo el infierno se desataría, ocho
años de trabajo se irían a la basura, y su madre habría muerto en vano.
Ella se aclaró la garganta y sonrió, una sonrisa de medio lado con aire
satisfecho.
Pero fue su sonrisa, más que su voz, lo que estabilizó los latidos de su
corazón. No había duda de la arrogancia de esa sonrisa, sin duda la
expresión de un muchacho de dieciséis años que nunca había conocido el
sabor de la derrota.
—No has cambiado nada, Fairfax, tan encantador como Su Alteza aquí
presente. No es de extrañar que ustedes dos sean uña y carne.
Uno de los golpes de Wintervale podría romper a un árbol joven. Ella se las
arregló para no caerse.
—Como nueva.
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—¿Y tu latín sigue siendo tan malo como tus tiros de bolos?
—Mi latín está bien. Es mi griego el que es tan horrible como tus decisiones
amorosas —replicó ella. Los chicos aullaron, incluyendo Titus, que se reía
de pura conmoción, y alivio.
Brillante, de hecho.
94
CAPÍTULO 7
Traducido por HeythereDelilah1007, Pilar & karliie_j
Un chico pequeño, que no usaba un abrigo de cola larga, sino uno que le
llegaba hasta la cintura, se llevó la valija entre zarandeos.
Ella no preguntó por qué tenía que hacer que Benton trabajara duro, el
príncipe se lo explicaría todo después. Ella simplemente le sonrió a
Wintervale.
Solo que no podía ser una vid del clima, ¿o sí? la vid del clima era una planta
mágica. Que estaba haciendo en…
—No, no lo eran —dijo Wintervale—. Cambié el papel poco antes del final
del último periodo.
Ella caminó hacia la planta y la tocó suavemente con los dedos, hojas como
de helecho. Una vid del clima, ninguna duda al respecto.
—La he hecho crecer desde que era una semilla —respondió Wintervale—.
Probablemente medía solamente tres pulgadas cuando te fuiste a casa con
tu hueso roto.
Acacia Lucas, una de las pupilas del Maestro Haywood en Little Grind, se
había mostrado bastante ansiosa por casarse con el príncipe. Un día,
durante una práctica bajo la supervisión de Iolanthe, Acacia había señalado
hacia un retrato de él y susurrado a su amiga, tiene la cara de un ángel.
Iolanthe había alzado la mirada hacia las facciones frías y altaneras del
príncipe, y había resoplado para sí misma.
Acacia no estaba del todo en lo cierto… o del todo equivocada. Él no era para
nada como un ángel sublimado. Pero tal vez era como uno sublunar 3: del
tipo peligroso que hacía que aquellos que miraran hacia ellos vieran
solamente lo que deseaban ver.
Ella veía a un gallardo protector. ¿Pero era eso lo que él era realmente, o
simplemente lo que deseaba desesperadamente? Por mucho que no lo
3Sublunar: Se dice de algo que pertenece principalmente a este mundo, en contraste con
un mundo más espiritual.
deseara, en algún lugar dentro de ella, entendía que él no lo había arriesgado
97
Él tenía un liso cabello negro-azul, piel olivácea, ojos inteligentes, y una boca
ligeramente melancólica… un muchacho sobresalientemente apuesto.
Iolanthe dejó salir el aliento que había estado conteniendo. El príncipe había
mostrado una extraordinaria previsión al hacer a Fairfax alguien que pasaba
la mayor parte de su tiempo en el extranjero: podía utilizarse para excusar
su falta de conocimiento en lo relacionado con Gran Bretaña. Pero había
sido pura suerte que ella recordara su mención de Shropshire. Sin importar
lo poco familiarizado con Inglaterra y expatriado que estuviera, él todavía
debía saber dónde vivía.
—Desearía que hubiera suficiente tiempo entre periodos para que yo pudiera
volver a Hyderabad, Derbyshire es preciosa, pero la vida en una casa de
campo se vuelve repetitiva después de un tiempo —respondió Kashkari.
—¿Lo es? La escuela es predecible para mí, y me gusta de esa manera —dijo
Wintervale—. Deberíamos hacer un brindis. Por la escuela, que sea siempre
lo que nosotros queramos que sea.
¿Un qué? Al menos Wintervale no esperaba que ella definiera lo que era un
lanzador. Simplemente extendió su mano hacia ella.
—No sé por qué, Fairfax —dijo él— pero me está costando mucho recordar
cómo te rompiste la pierna.
—Lo hice —dijo el príncipe— con Fairfax llorando como una chiquilla todo
el camino.
—Si lloré, fue solamente porque te veías tan lamentable. Yo apenas peso
cincuenta y siete kilos. Pero uno pensaría que era un elefante por la manera
en la que Su Alteza se quejaba. “Oh, Fairfax, no puedo dar un paso más”.
“Oh, Fairfax, mis piernas se están convirtiendo en pudín”. “Oh, Fairfax, mis
rodillas están colapsando. Y estás aplastando mis delicados pies”.
—Mi espalda todavía duele hasta este día —dijo el príncipe—. Y pesabas
tanto como la piedra de Gibraltar.
Su intercambio fue casi un coqueteo. Pero ella no pudo evitar notar que en
medio de la niebla de la jovialidad general, él permaneció apartado… si ella
no lo hubiera conocido antes, lo hubiera considerado taciturno. Se preguntó
por qué se mantenía apartado cuando estaba entre compañeros.
Por supuesto, se dio cuenta con un respingo. Ella era la razón. Era su gran
secreto.
Ella había estado casi mareada de alivio cuando habían dejado la habitación
de Wintervale, pero este recordatorio de la omnipresencia de Atlantis había
arruinado su humor. Sus ojos descendieron. Sus hombros se encogieron.
Ella se hizo más pequeña ante sus ojos.
—¿Asustada?
—Sí.
—Te acostumbrarás a ello. —No era para nada cierto. Él nunca lo había
hecho, pero había aprendido a seguir a pesar de eso.
—Wintervale sí. Pero para los demás, soy un príncipe menor Germano de la
Casa de Saxe-Limburg.
Eso hizo que se ganara una larga mirada por parte de ella, medio de
aprobación, medio de preocupación.
Se detuvieron a los márgenes del río. El agua tenía ondas oscuras, con
algunas manchas de dorado rojizo.
Él pensó que le preguntaría qué era el críquet exactamente, pero ella solo
asintió lentamente.
—Al otro lado del río se encuentra el Castillo Windsor, una de las casas de
la reina de Inglaterra —agregó.
Ella miró hacia el sur por un momento, hacia las murallas que dominaban
el horizonte. Él tenía el presentimiento de que solo lo estaba escuchando a
medias.
Ella lo miró de nuevo, con reacia admiración en los ojos. Él rara vez se
preocupaba por lo que los demás pensaran de él. Pero con esta chica que lo
observaba cuidadosa y modestamente, que era tan perceptiva como era
capaz...
—Sí, en el hotel.
—Durante los últimos años he estado frustrada con él. Había sido un
erudito de gran potencial. Pero después cometió un terrible error tras otro y
se convirtió en un don nadie a la mitad de la nada.
»Hoy aprendí que hace catorce años, para mantenerme a salvo, renunció a
ciertos recuerdos cruciales de su pasado y se los dio a una guardiana de la
memoria. Desde entonces ha vivido sin conocer los eventos que lo llevaron
hasta donde estaba.
Titus apenas podía imaginar cómo lo había manejado el hombre durante
102
—No me tome a mal, por favor. Estoy enormemente agradecida por lo que
ha hecho. Si yo fuera una mejor persona, me dejaría guiar por la gratitud y
solo la gratitud. Pero tengo que preguntar, ¿por qué? ¿por qué se pondría a
sí mismo en tanto peligro? ¿por qué desafiar a la Inquisidora? ¿por qué está
involucrado en esto?
Ella estaba avergonzada por preguntar eso, sus pies arañaron la suave tierra
de la orilla, era lo más nerviosa que la había visto. Pero al mismo tiempo, su
voz era cautelosa.
Tal vez necesitaba usar a su guardián como una manera de negociar: ella
no podía infiltrarse sola en la Inquisición. Tampoco él, pero ella no sabía
eso.
No, no le mentiría, a ella no. En el futuro, solo serían ellos dos contra el
mundo, una alianza que definiría los días que le quedaban en este mundo.
El príncipe miró hacia la angosta superficie de una isla a través del agua.
Su perfil era familiar, adornaba cada centavo del reino, aun así, ella no podía
apartar la mirada. Había conocido chicos apuestos antes. Él era más que
apuesto; era arrebatador. Y había una nobleza en su porte que no tenía nada
que ver con su linaje, sino con el sentido de propósito que parecía emanar
de él.
Sus quedas palabras corrieron a través de ella y se fueron con una fría
ráfaga. Ella tembló y esperó que él le dijera que solo era una broma… ya que
tenía de hecho sentido del humor.
—Lo era. —¿Qué era esa emoción por debajo de su respuesta? ¿Enojo,
resignación, tristeza, o una mezcla de las tres?—. Por su deseo, nunca fue
revelado al público.
—¿La Inquisidora?
—La Inquisidora.
—¿Qué más?
—Ella sabía la fecha exacta del funeral de la Baronesa Sorren, incluso años
antes de que la baronesa tomara el cargo contra Atlantis.
Esto perturbó a Iolanthe. No había duda del por qué la Princesa Ariadne no
quería que nadie supiera que era una vidente, si las fechas de funerales eran
la clase de cosas que podía predecir.
Y así fue.
Él no respondió inmediatamente.
—Ella dijo que yo debía ser quien tratara de poner las cosas en su lugar.
—No. Pero nunca lograríamos nada que merezca la pena si necesitamos que
nos garanticen nuestro éxito desde el principio.
Cuando ella era una niña, cautivada con La Vida y Muerte de los Grandes
Magos Elementales, se había preguntado cómo sería si sus poderes
crecieran con tanta imponente inmensidad, como sería tener la esperanza
de todos los reinos en la palma de su mano. Escuchándolo, ella sintió una
chispa de esa antigua emoción, esa carga eléctrica de ilimitadas
posibilidades.
—Sí.
—Sí.
Pero el príncipe pensaba tan bien de ella. Y arriesgaba tanto. Hubiera odiado
decepcionarlo. Hubiera odiado decepcionarse a sí misma. En las cuatro
Grandes Aventuras y en todas las siete Grandes Epopeyas, libros que
adoraba de niña, este era el momento en el que el protagonista estaba a la
altura de las circunstancias y se embarcaba en un viaje legendario. Nadie
en los cuentos decía: gracias, pero no gracias, esto realmente no es para mí.
Aun así, esto realmente no era para ella. Pensamientos heroicos podrían
agitar su alma por un minuto, pero no más de eso. No quería acercarse al
Bane, y menos formar parte de alguna clase de enfrentamiento de la muerte.
—Creí… creí que estaba aquí para ocultarme —dijo, odiando lo débil que
sonaba.
Ella quería reunir su coraje, pero era tan imposible como arrancar
diamantes de la nada. Sus pies se sentían como si se estuvieran disolviendo;
sus pulmones, como si estuvieran llenos de mercurio.
—Entonces, ¿cómo?
—Aún no lo sé.
Y maga elemental o no, no era una gran heroína, sólo una chica ordinaria
temblando en un par de zapatillas no magas que le apretaban ligeramente
los dedos de los pies.
Él sacudió su cabeza.
—No soy esta alma valiente que cree que soy. He venido con usted porque
me ha ofrecido un santuario. No tengo lo que se necesita para cargar sobre
mis hombros lo que me pide.
No confíes en nadie.
—¿Vivir así, sin saber qué se siente ser libre? —Su voz era tensa.
Su ira era aún más amarga porque había estado lista para depositar su fe y
esperanza en él. Lista para confiar que él sería su ancla en esta nueva y
turbulenta vida. Y pagar su amabilidad con toda su habilidad.
Sólo para que le dijeran que quería que ella muriese por él.
Pero ella lo sabía. El príncipe había dicho que su escuela no estaba lejos de
Londres. Tenía que regresar a Londres. El Maestro Haywood le había
aconsejado esperar cerca del portal final tanto como fuera posible, a la
llegada de la guardiana de la memoria. El movimiento tenía sus riesgos. Pero
no planeaba regresar a la casa de la mujer loca. Podría monitorear la casa
desde afuera, desde un tejado cercano, quizás…
Su corazón se detuvo, pero giró de vuelta hacia la valija, guardó las monedas
en el bolsillo, y pretendió chequear las demás cosas que contenía.
—Esa mujer en el ático sabe quién eres… o qué eres, por lo menos. Habrá
consultado a otros Exiliados. Hay informantes entre los Exiliados. Atlantis
tendrá todo el vecindario bajo vigilancia. Los agentes quitarán las
protecciones de la casa para que puedas teleportarte, si estás lo
suficientemente desesperada como para intentarlo. Hazlo, y será la última
vez que alguien te vea.
—Gran Bretaña es un gran reino. Mis opciones son casi infinitas. Como
usted lo ha dicho antes, Atlantis, tan grandioso como es, no puede esperar
localizarme tan fácilmente en una tierra con millones de personas.
—No eres tan anónima como crees. Tu chaqueta es parte del uniforme Eton.
Te marcará a donde vayas como un chico Eton. Los nativos se preguntarán
por qué deambulas por allí cuando deberías estar en la escuela… y te
recordarán.
Ella comenzó a sudar. Podría revelarse tan fácilmente, sin ni siquiera ser
consciente de ello.
—Si tan sólo fuera tan fácil. En el campo, donde todos se conocen, llamarás
demasiado la atención. Así que deberás ir a las ciudades, donde el
anonimato es posible. Pero no sabes cuáles partes de la ciudad son seguras
para un joven hombre bien vestido, y en cuáles te robarán y posiblemente
te den una paliza. Y antes de que me vuelvas a asegurar lo buena que eres
con tus puños, ¿cuántos hombres adultos puedes enfrentar al mismo
111
—Si quiere convencerme de que todos los lugares allí afuera son peligrosos
para mí —replicó ella—, no ha tenido éxito.
—Cada lugar allí afuera es peligrosos para ti. ¿Aún no lo has notado?
—Daría mi vida por ti. ¿Conoces a alguien más que haría eso?
Daría mi vida por ti. Las palabras tenían un extraño efecto en ella, un dolor
casi como la picadura de una avispa en su corazón. Cerró la valija.
—Gracias —murmuró.
—Si te vas a dejar atrapar por Atlantis, también puedes lucir mejor.
Ella quería resoplar con frialdad, pero no pudo hacer nada por el estilo.
Parecía tener una bola de aserrín en su garganta.
—Entonces... esta es una despedida.
112
—Tomó los riesgos por una razón. Ya que no puedo darle lo que quiere, no
debería ponerle en más riesgo.
CAPÍTULO 8
Traducido por PaulaMayfair & Otravaga
D éjà vu.
Parecía sólo momentos atrás que Iolanthe estaba en el mismo lugar detrás
de la casa de la Sra. Dawlish, mirando hacia la ventana de Fairfax. Excepto
que entonces ella iba hacia un lugar seguro. Ahora estaba saliendo por
peligros desconocidos.
Si sólo no se sintiera tan pequeña y sola aquí afuera, como una niña perdida,
necesitando desesperadamente una mano de ayuda.
Pateó el árbol más cercano con frustración. ¿Podría su retirada ser más
torpe? Ella debería haber considerado su curso de acción con mucho mejor
cuidado. Debería haber tenido un destino alcanzable en mente. Y en su
defecto, debería haber al menos robado la ayuda de teleportación del
príncipe.
Y ponerse una chaqueta más cálida. Ahora que había caído la noche, la
temperatura había bajado. La chaqueta marrón en la que se había cambiado
no era lo suficientemente gruesa como para protegerla del frío. Se abrazó a
sí misma con su mano libre.
El frío también le hizo darse cuenta de que tenía hambre. Casi no había
114
comido nada en todo ese día; su estómago estaba más vacío que una calle a
medianoche.
Pero, ¿qué eran esos puntos negros en lo alto, casi invisible en la oscuridad
de la noche? Entrecerró los ojos. Los pájaros no volaban en una formación
de diamante perfecto, ¿verdad?
Esta vez, al pasar por encima, tres pájaros rompieron la formación. Giraron,
descendiendo a medida que lo hacían, hasta que vio el destello metálico
opaco de sus vientres.
¿Qué había dicho el príncipe? Que una vez que la noticia de su llegada se
propagara, Atlantis tendría todo el distrito de la loca rodeado, sobre la
posibilidad de que Iolanthe pudiera volver.
Si esto era la movilización de Atlantis, entonces el príncipe había, en todo
115
Pero los tres carros blindados por encima de ella seguían descendiendo.
Corrió a un monte bajo de árboles, con las manos temblando, con el corazón
latiendo a toda velocidad.
Pero había sido engañado por sus propios sentimientos. Toda su vida había
sido definida por el secreto y el subterfugio. Con ella anhelaba una
verdadera asociación, una relación de confianza, comprensión y buena
voluntad, todo lo que nunca había experimentado antes.
Frente a él en los estantes había libros que había recogido con el expreso
propósito de familiarizar a Fairfax con el mundo no mágico: un manual de
Gran Bretaña para los extranjeros, varios almanaques y enciclopedias, una
guía de Eton escrita por un ex alumno, un volumen sobre la etiqueta, otro
sobre normas de los juegos y pasatiempos más populares, entre decenas de
otros.
Maldita sea.
¿Podía enfrentarse a todos los magos que venían a cazarla? ¿O era mejor
teleportarse de regreso al hotel y esperar que menos agentes de Atlantis
esperaran allí? ¿Y se atrevería a tirar toda precaución al viento y hacer
descender un segundo rayo, si debería llegar a eso?
Otro mago se materializó en el césped, una mujer en ropa no maga. Iolanthe
117
Alguien le tocó en el hombro. Ella saltó de puro terror. Pero sólo era el
príncipe.
—Se han ido por ahora. No estoy seguro de si van a permanecer lejos. Vete
rápido si te quieres ir.
Pídeme que me quede, sólo unos días, hasta que lo peor pase.
Él no hizo nada por el estilo. ¿Y por qué habría de hacerlo? Ella había dejado
muy claro que nada podría inducir que se quedara.
—Significa que los magos de los carros fueron enviados por la Inquisidora.
Pero la Sra. Hancock aquí tiene sus órdenes directamente del Departamento
de Administración de Ultramar de Atlantis, y a ella no le importan los
secuaces de la Inquisidora irrumpiendo en su territorio sin invitación
expresa. Ellos lo sabían, y por eso trataron de esconderse aquí, donde estás.
—Ve —dijo.
—¿Dónde estamos?
Él le dio la vuelta. Ella ahora estaba frente a una casa okupa de dos pisos.
—Y toma esto.
—Pero es suya.
—Por supuesto que no, es una de repuesto sin marcar. No puedo tener mi
varita en tu poder cuando seas capturada.
Había elegido una mesa junto a la ventana, con vistas a la puerta de atrás,
que daba a un callejón. Arriba una habitación austera pero decente la
esperaba. Y frente a ella, el horario de trenes. Ya había encerrado en un
círculo el tren —una forma muy ordinaria de transporte terrestre acelerado
de lo que podía deducir— que tenía la intención de tomar por la mañana.
Sonriéndole coquetamente.
—Ah... ¿en una rebosante jarra de cerveza, servida por la chica más guapa
del salón?
Con un fuerte golpe seco, una gran jarra de cerveza fue puesta de pronto
frente a Iolanthe, la espuma alta y derramándose. Ella se sacudió y miró a
la camarera, quien de nuevo le guiñó el ojo significativamente.
No le caería muy bien a ella cuando se diera cuenta de lo que había hecho.
tanta naturalidad como pudo—. No me hagas caso; estoy aquí sólo para
falsificar una nota de despedida tuya.
Ella dejó caer su valija, sacó la silla en su escritorio y se hundió en ella, con
el rostro enterrado en sus manos.
Después de su muerte, por meses no pudo pensar en nada salvo que aún si
ella hubiese decidido el mismo curso de acción él habría sido diferente: le
habría dado una palmadita en la espalda, le habría acariciado el cabello y
le habría llevado tazas de té.
Por supuesto que habían estado allí. Le había dicho a la Sra. Hancock que,
si Atlantis realmente pensaba que la chica estaba cerca, deberían vigilar las
estaciones de tren, ya que ella no conocía Gran Bretaña lo suficientemente
bien como para teleportarse.
—¿Te teleportaste aquí directamente desde tu mesa de comedor?
122
—Lo siento.
Lo que tendría que hacer ahora sería tomarla en sus brazos para darle un
abrazo tranquilizador, tal vez incluso besarla en el cabello. Ofrecerle el
consuelo que anhelaba y convencerla de que había tomado la decisión
correcta al volver.
—Sí.
—Exijo un juramento.
—¿Qué?
—El único juramento significativo es aquel que puede hacerse cumplir. Tu
123
—Flamma viridis.
Una llama verde se encendió. Él abrió su navaja, pasó la hoja a través del
fuego, cortó el centro de la palma de su mano izquierda y dejó caer tres gotas
de sangre en la llama. El fuego crepitó, cambiando a un tono esmeralda más
brillante. Bajó el cuchillo a la llama de nuevo y se lo pasó a ella.
—Tu turno.
Las cortinas estaban firmemente recogidas. Desde donde ella estaba parada,
no podía ver hacia afuera. Sin embargo, se quedó mirando la ventana, con
incredulidad en sus ojos. Su rechazo hizo que la sensación de vacío en su
pecho regresara con una venganza. Ella todavía quería creer que él era mejor
que esto.
—Los viste en el cielo, ¿no es así? ¿Los carros blindados? Fue por eso que
me hablaste de las estrellas, para que me asegurara de mirar hacia arriba y
verlos.
Él no dijo nada.
—¿No podrías haber tenido la decencia de decirme que estaban por ahí y
que debería esperar un cuarto de hora antes de arriesgarme a salir?
—¿También tienes algo que ver con los carros blindados en Slough, los que
me enviaron corriendo de regreso a ti?
Él se encogió de hombros.
Ella cayó de espaldas contra la pared, con el rostro desencajado por el dolor.
—No.
Nunca.
Ella cerró los ojos un instante. Cuando los abrió de nuevo, estaban llenos
de una furia helada.
Quiso dar la impresión de ser frívolo, pero en lugar de eso sonó duro y
enojado.
—Bastardo —gruñó.
—La cena es en media hora, Fairfax. Y la próxima vez, dime algo que no sepa
ya.
127
CAPÍTULO 9
Traducido por Jessy & Helen1
No necesitaba ser una historiadora para saber que la casa de Elberon había
estado en declive. No hay duda de que él quería revivir sus fortunas y dejar
su marca. No había duda de que quería ser el próximo gran príncipe. Ella
no era más que un peón en su plan, al igual que para el Bane ella no era
más que una cosa para ser aspirada en seco y desechada.
nunca saldrían.
Excepto que esta vez, aquello realmente era el abismo, el final de la vida
como la conocía.
Bajo por sí mismo. Para su sorpresa, cuando llegó afuera del comedor, ella
ya estaba ahí, enfrascada en una conversación con Wintervale. O más bien,
Wintervale analizaba las fortalezas y debilidades de los equipos de críquet
de las casas rivales, y ella escuchaba atentamente.
Wintervale debió haber dicho algo gracioso. Ella echó la cabeza hacia atrás
y se puso a reír. La vista dejó a Titus frio: era terriblemente bonita. No
entendía como Wintervale podía quedarse tan cerca y no darse cuenta.
Más risas.
—De todas maneras, estamos disfrutando que todos nuestros chicos hayan
regresado a salvo a nosotros, especialmente Fairfax. Que se abstenga de
escalar árboles en este periodo.
de ti, oh Señor, y servirte con cada aliento y cada acto. Porque tuyo es el
reino, el poder, y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
Titus rápidamente miró hacia abajo. Su corazón latía con fuerza. Era posible
que una mujer se diera cuenta pronto de que Fairfax era una chica. ¿La Sra.
Hancock ya sospechaba algo, o prestaba atención porque era nominalmente
el mejor amigo de Titus y debía mantenerse bajo estricta vigilancia?
de puro desprecio.
Eso, y las más que ocasionales miradas que la Sra. Hancock lanzaba en su
dirección.
Abrió un armario al lado de su cama. Dentro del armario había una bola de
escribir de último modelo Hansen, una máquina de escribir que se
asemejaba a un puerco espín mecánico, con teclas dispuestas en una
semiesfera de latón. Él colocó una hoja de papel en el marco semicilíndrico
debajo de la semiesfera.
Por lo general, era informado sobre las decisiones del gobierno, pero esta
noche no había menciones del regente o del primer ministro. En vez de eso
Dalbert suministraba la información que había reunido sobre Fairfax y su
guardián.
padre orgulloso.
Todo pareció bien por un tiempo, pero hace siete años, Haywood fue
atrapado arreglando partidos intercolegiales de polo. Fue relegado a una
posición en el Instituto de Archivo Mágico, donde plagió uno de los trabajos
de investigación más conocidos en la historia reciente. Después de perder
ese puesto, encontró un trabajo enseñando en una escuela de segundo
nivel. Aún sin escarmentar, aceptó sobornos de unos alumnos a cambio de
mejores notas.
En cuanto a la niña, había sido registrada como Mago Elemental III, poco
común, pero aun así mucho menos extraño que un Mago Elemental IV, uno
que controlaba los cuatro elementos. A juzgar por su expediente académico,
no tenía intención de convertirse en un mago callejero, la opción de muchos
magos elementales estos días, comiendo fuego ante turistas para vivir.
Y curiosamente, entre más se metía Haywood en problemas, mejores se
133
volvían las notas de ella y más efusivos los elogios de sus maestros de
escuela. Un rasgo deseable, esta, la posibilidad de subsumir el miedo y la
frustración en un enfoque singular.
—¿Ya no tocamos?
—Te dije que me encontré con la Inquisidora hoy, debe haberla disgustado
—dijo Titus—. Adelante. Lánzales una roca y comienza tu revolución.
—Lo haría si pudiera tirar una piedra tan alto. ¿No están preocupados por
ser vistos?
—¿Por qué deberían estarlo? En todo caso, los ingleses pensarán que los
alemanes están allá arriba para nada bueno.
—Salúdala de mi parte.
—Titus.
—Tampoco tú. —Ella no levantó la vista—. ¿Supongo que estás aquí para
discutir la liberación de mi guardián?
Su voz estaba nivelada. Había una calma casi sobrenatural en ella, como si
supiera exactamente lo que quería hacer con él.
—Voy a volver al Dominio en unos pocos días. Mientras estoy allí, voy a
organizar una visita a la Inquisición para ver cómo le está yendo a él.
Dudó.
—Me imagino que una persona engañosa tal como tú vería el engaño en
todas partes —dijo ella, con voz dulce—. También puedo imaginar por qué
nadie se arriesgaría voluntariamente a cualquier cosa por ti.
Una parte de él quería gritar que anhelaba nada más que la confianza y la
solidaridad. Pero no podía negar la verdad de sus palabras. Era una criatura
de mentiras, toda su vida se definía por lo que otros podían y no podían
saber de él.
Pero las cosas se suponían ser diferentes con ella, con Fairfax. Iban a ser
compañeros, su vínculo forjado por peligros compartidos y un destino
compartido. Y ahora, de todas las personas que lo despreciaban, ella era la
que más lo hacía.
Pero esta chica tenía esa fuerza de personalidad, esa dureza. En momentos
en los cuales una niña o niño menos resistentes, para el caso, habría estado
destruido por la calamidad, o incoherentemente enojado, ella había decidido
empujar contra él, y hacerse cargo de la mayor cantidad de la situación
como fuera posible.
—Eso debemos empezarlo pronto, mañana por la mañana, para ser exactos,
y debes esperar que sea arduo.
Sus labios se apretaron; ella no volvió a decir nada. Pero el fuego en su mano
se fusionó en una bola sólida, y luego una bola llena de púas. No había duda
de que ella deseaba empujarla hacia su garganta.
—Para el baño, es posible que desees permanecer lejos de los baños
137
El pastel era para su insomnio. Sería una larga noche para él.
—Correcto —dijo—. Así que no voy a tener problemas para despertarme para
el entrenamiento.
Un pensamiento se le ocurrió.
—Sé que me quieres castigar, por lo que tienes permiso. Haz tu mejor
intento.
Ella resopló.
—¿Cuál es el truco?
—Adelante, pruébalo.
—Fiat ventus.
Las alas del pájaro de fuego golpearon con valentía, pero no pudieron
avanzar contra la corriente de aire generada por su hechizo.
—Ignis remittatur.
—¿Y qué vas a hacer ahora, sacar el hechizo del viejo escudo de nuevo?
—Ignis suffocetur. —El fuego se apagó, asfixiado bajo el peso del hechizo.
Era astuto y despiadado. Pero ella no percibió que también era un mago de
gran capacidad. El fuego de un mago elemental no era fácil de desviar por
magia sutil, y sin embargo lo hizo sin esfuerzo, incluso sin la ayuda de una
varita.
Pareces haber preparado un gran acuerdo para esto. Ella no tenía ni idea de
cuánto. Él no era un chico normal de dieciséis años, sino un semi-demonio
en un uniforme escolar.
—Aún no eres rival para mí, Fairfax. Pero lo serás, algún día. Y mientras
más diligentemente entrenes, más pronto me podrás sancionar a voluntad.
Piensa en esto: la mirada temerosa en mis ojos cuando ruegue por
139
misericordia.
Estaba siendo maniobrada muy hábilmente. Él quería que ella sirviera para
conseguir su meta, tendiéndole su degradación como una zanahoria delante
de ella. Pero eso no era lo que quería. Ella solo quería…
Él sacó su varita.
—Ignis.
CAPÍTULO 10
Traducido por martinafab, PaulaMayfair y Dianna K
No hubo problemas con ello esta mañana: la figurativa serpiente que era el
pedazo de tela restrictiva se ató y apretó hasta el límite de su resistencia. El
resto de la ropa entró con bastante facilidad. La corbata se negaba a parecer
141
Siempre había pensado que, si uno miraba con atención, era posible
detectar el cinismo bajo su soleado optimismo. Ahora no había necesidad de
parecer cuidadosa en absoluto. La desconfianza y la ira quemaban en sus
ojos.
Ella no era la misma chica que había sido veinticuatro horas atrás. Y nunca
lo sería de nuevo.
—¿Dormiste bien?
Él la miró, luego se inclinó para echar agua en una tetera. Por un momento,
él parecía extrañamente normal —joven y despeinado a causa del sueño— y
eso la hacía sumamente infeliz.
Una tachuela de oro, grabada con los mismos diseños heráldicos del escudo
de armas, señalaba un pequeño garabato de tierra. Pasó por delante del
mapa hasta la ventana, levantó la cortina una fracción de centímetro, y
levantó la mirada.
—Se fueron a las dos y cuarto —dijo él—. Y probablemente no van a regresar,
una orden de Atlantis reemplaza a una orden de la Inquisidora.
Le molestaba que le hubiera leído los pensamientos.
142
—Pásame eso, ¿sí? —Él señaló una pequeña y simple caja sobre su
escritorio.
—¿Qué ocurre?
—Nada.
—¿Qué puedo decir? El Príncipe Azul solo existe en los cuentos de hadas. Y
hablando de cuentos de hadas…
Lo hizo. Él se sentó al otro lado de la mesa y puso una mano sobre el libro.
No podía ser. Ella pasó la mano por la hierba alta. Pequeñas y blancas flores
de cinco pétalos se movían con la brisa de la mañana. Las hojas de hierba
eran ásperas contra su piel. Y cuando ella rompió una hoja y se la llevó a la
nariz, el olor era el fresco y ligeramente acre de la savia de la planta.
Una pareja de aves de cola larga voló por encima, sus plumas iridiscentes.
Un rebaño de ganado masticaba cerca del borde de la pradera. Su mano
estaba húmeda por el rocío. Negó con la cabeza: no podía aceptar que todo
esto fuera imaginario.
El castillo oscurecía la mayor parte del segundo sol, pero un borde era
visible, un círculo pálido en el cielo, del mismo tamaño y altura que el sol,
pero dos grados más al sur, sin duda puesto allí para recordarle a los
pueblerinos como ella que el Crisol no era real después de todo.
—Piensa en ello. Los sueños no son reales; pero cuando estás dentro de un
sueño, es real para ti. El Crisol funciona de la misma manera. A diferencia
de los sueños, sigue los principios físicos y mágicos del mundo real.
Cualquier cosa que funcione allá afuera, funciona aquí, y viceversa.
—Listo.
—Nada.
—¿Por qué?
—¿Estás entrenando para ser asesino? ¿Quién utiliza ese tipo de hechizos?
—Mi madre tuvo una visión en la que me vio practicarlos. Así que los
aprendí.
—¿Qué…?
—Solo es estiércol de vaca. Ahora concéntrate. No debería tener que
146
—No me dejes.
Él se hizo a un lado.
—¿Qué te importa?
—No me importa.
La sangre se drenó de su cara. Las flores solo habían herido. Las hojas de
hierba, con sus bordes muy dentados, la destruirían.
Se apresuraron hacia ella. Instintivamente levantó un muro de fuego para
147
quemarlas hasta las cenizas. Él apagó su fuego. Gritó por fuego fresco. Él
hizo una prisión por ello.
—¡Praesidium maximum!
El sonido del rayo golpeando su escudo fue como el del vidrio molido. Su
fuerza era rompe huesos. Apenas podía mantener el brazo en alto, apenas
podía reunir la fuerza suficiente para sostener el escudo, que cedió
centímetro a centímetro debajo de la brillante arremetida que hizo bailar
puntos en su visión.
—Necesitarás hacerlo mejor —dijo, y esperó que su voz no sonara tan débil
como el resto de él se sentía—. Cuando fui a Bastión Negro, un rayo de
Helgira me mató en el acto.
—Por supuesto.
—Es cierto, pero no tengo planes de visitar alguna vez Bastión Negro de
nuevo. Aunque algún día, puede ser que te envíe allí para una batalla real
contra Helgira.
O mejor aún, encontrar una manera para que ella no quisiera irse, incluso
si pudiera. Pero no podía pensar en nada… todavía.
—Solo porque eres infinitamente valioso para mí, Fairfax, y perderte sería
devastador.
Se levantó.
No podía entenderlo.
—¿Por qué esta escuela? ¿Por qué una escuela no mágica en absoluto? ¿Por
qué no solo meterte en el monasterio y darte tutores incompetentes?
El primer principio en el trato con las visiones era que uno nunca
manipulaba un futuro que ya había sido revelado.
Algo en su tono la hizo mirarlo fijamente. Pero antes de que pudiera decir
algo, varios muchachos llegaron y le estrecharon la mano.
—Qué demo…
poco aturdido.
—¿Es esa la forma de referirse a mi amigo más querido, guapo como es? O
quizás estás celoso, Trumper, ya que tu propio mejor amigo es tan horrible
como un nabo aplastado.
Entonces Trumper era el del cuello grueso y Hogg el que tenía una cara
amplia, pálida y algo aplastada.
—¿Son los únicos que piensan que compartimos esta relación particular?
—¿Te importa?
—Por supuesto que me importa. Tengo que vivir entre estos chicos. Lo
último que quiero es ser conocida como tu… nada.
—Nadie tiene que saber, Fairfax —susurró—. Puede ser nuestro pequeño
secreto.
—El consenso general es que eres mi amigo porque eres pobre y yo soy rico.
—Bueno, eso me lo puedo creer, ya que estoy segura de que nadie quiere
ser tu amigo de otra manera.
tono suave, casi indiferente—. O sufrimos por ella, o nuestros amigos sufren
por ella. Recuerda eso, Fairfax, antes de convertirte en mejor compinche con
todos a tu alrededor.
La temprana escuela, como se llamaba la primera clase del día, fue instruida
por un maestro llamado Evanston, un hombre frágil, de cabello blanco que
casi desaparecía debajo de su túnica negra de maestro. Como era el
comienzo del Periodo, Evanston empezó con un nuevo trabajo, Tristia, de un
poeta romano llamado Ovidio. Para alivio de Iolanthe, su latín era más que
suficiente para el trabajo del curso.
La temprana escuela fue seguida por capilla. Después del servicio religioso,
el cual encontró lento y triste, el príncipe la llevó de vuelta a casa de la Sra.
Dawlish, donde, para su sorpresa, estaba dispuesto un abundante
desayuno. Los chicos, la mayoría de los cuales había visto comprando el
desayuno fuera más temprano, devoraron un segundo como si hubieran
estado muriendo de hambre durante tres días.
—Mis padres me pidieron que le dijera, señora, que seré menos problemático
en este Periodo —dijo.
Pero cuando estuvieron fuera de la casa de la Sra. Dawlish, dijo en voz baja:
—Bien hecho.
Lo miró.
Nunca quiso sentir simpatía por él. Pero lo hizo, en ese momento.
—¿Qué piensas?
Ella inhaló.
—¿Cuántos?
Se apartó de él.
—Disfruta tu paseo.
Ella se giró para irse; entonces, como si hubiera recordado algo, se giró de
nuevo para mirarlo.
el resto salivando.
—Fairfax.
Kashkari. Inhaló: Kashkari la ponía nerviosa. Parecía ser esa rara persona
que hacía una pregunta y realmente ponía atención a la respuesta.
—No creo que muchas cosas hayan cambiado desde que estuviste aquí la
última vez. Ah, veo que el viejo Joby está de regreso con sus bebidas sorbete
de medio penique. ¿Quieres una?
—Puede que mis padres vuelvan. Pero quieren que termine mi educación
aquí.
Kashkari asintió. Así que su respuesta era aceptable. Ella dejó escapar un
suspiro.
—¿Extrañas Bechuanalandia?
Estaba empezando a sudar. Tenía que creer que si sus padres no existentes
volvían allí, la situación no podría ser demasiado grave.
—Un invasor siempre debe considerarse despreciado —dijo ella—. ¿Hay una
población que alguna vez esté feliz de ser subyugada?
Había un libro en la habitación de Iolanthe que decía las reglas de los juegos
populares. La noche anterior, había hojeado la sección de críquet. Pero
había estado tan cansada y distraída que nada había tenido ningún sentido.
Estaba condenada. Una cosa era asentir y fingir estar absorta mientras
Wintervale pontificaba el juego, otra muy distinta hacerse pasar por una
jugadora de críquet con experiencia. En el momento en que pisara el campo
de juego —así era como se llamaba un terreno para jugar, ¿no?— sería obvio
que no tenía idea de qué hacer.
—Hanson es hábil con una aguja. —Wintervale señaló a un chico más bajo
detrás de él—. ¿Quieres que te ayude?
—La última vez que me ayudó, utilizó mi testículo izquierdo como alfiletero
—dijo ella.
Los chicos en el pasillo rieron y se fueron, pisando por las escaleras como
una manada de rinocerontes.
estudiara las reglas del críquet de nuevo —si podía estudiar con su corazón
martillando— y luego tratara de acercarse al terreno de juego sin ser vista.
Estaba atrapada.
161
CAPÍTULO 11
Traducido por Shilo (SOS)
T itus corrió.
Odiaba los eventos inesperados. Las cosas inesperadas les pasaban solo a
los inesperados. No era justo que él, que pasaba todas sus horas de vigilia
preparándose activamente para todo lo que el futuro pudiera lanzarle, fuera
pillado insuficiente de esta manera.
Había sido toda una impresión para él, su primer Período de Verano en Eton,
escuchar que Fairfax estaba siendo tratado como jugador de críquet. Pero
con el consenso popular ya formulado, era demasiado tarde para que él
interviniera y convenciera a los otros chicos de que Fairfax era más bien un
remero.
Sus pulmones dolían, pero se forzó a correr todavía más rápido. Ella no tenía
idea de qué hacer. Se tropezaría y traicionaría su ignorancia.
Fue un buen tiro. La bola pasaría volando por los jardineros y saldría de la
cancha, dándole automáticamente cuatro carreras al equipo de Wintervale.
—¿Qué les dije? ¿Qué les dije? Todo lo que necesitábamos era que Fairfax
regresara.
Titus se dio cuenta con retraso que Wintervale se estaba dirigiendo a él.
Había parado de correr en algún momento y estaba mirando fijamente,
boquiabierto. Se recompuso y gritó de vuelta:
Esto le hizo ganar una mirada despectiva de Fairfax. Por alguna razón, su
corazón latía todavía más rápido que hace un minuto, cuando había temido
que todo su plan se disolvería como humo.
Lo hizo, golpeando uno de los bails en los palos. El equipo gritó con
aprobación. Titus sacudió su cabeza con asombro. Ella era talentosa:
rápida, fuerte, y maravillosamente coordinada.
Claro que lo era. ¿Cómo se le pudo haber olvidado que los magos
elementales eran casi invariablemente grandes atletas?
Se dio la vuelta para darle la cara a Titus, alzó su mano derecha, y, con sus
dedos índice y medio presionados, se pasó su mano ante su rostro.
Se rio, luego su risa se congeló. ¿Había visto Wintervale el gesto, por algún
motivo? Era enfáticamente no usado en el mundo no mágico, al menos no
en este país.
No, Wintervale estaba detrás de ella, gracias al cielo. Se dio la vuelta para
estrechar la mano de Kashkari, el más cortés de los deportistas.
Era una carrera festiva, los chicos tomándose el pelo por errores cometidos
durante la práctica. Fairfax inteligentemente se contuvo, excepto cuando
era esperado que se riera.
—¡Qué demonios!
Titus ya los había visto. Fairfax miró hacia arriba. Por el endurecimiento de
164
Excepto por Fairfax. Había estado tanto exhausta como exultante; ahora se
veía solo exhausta.
5
Chai-wallah: En la India, es la persona encargada de servir el té
—Créeme, me gustaría. Nada suena más perturbador que la verdad saliendo
165
Le había sugerido a Kashkari que corrieran para alcanzar a los otros chicos.
Luego fingió, cuando llegaron al campo, que tenía un calambre muscular.
Eso le dio tiempo de sentarse en las líneas de banda. Observando a los otros
chicos, su apresurada lectura de críquet la noche anterior empezó a tener
sentido. La terminología del críquet la había confundido, pero el juego era
uno de bate y pelota, y estaba familiarizada con esos.
—Fue una suerte para nosotros. Wintervale estaba convencido que eras un
jugador excepcional. Ese fue el problema con mi truco: la mente encuentra
maneras de llenar un vacío, y Archer Fairfax era el perfecto vacío.
—¿Es por eso que Kashkari piensa que voy a regresar a Bechuanalandia con
mis padres?
—¿Qué?
—Lo sé —dijo el príncipe con la cara seria—. Estaba impresionado por la
166
extensión de tu virilidad.
Pasaron unos segundos antes de que ella se diera cuenta que, asombrada
por su transformación, había dejado de masticar. Tragó incómoda.
Esto lo hizo calmarse. La sonrisa, como un breve vistazo del sol en la época
lluviosa, desapareció.
—¿Por qué?
—¿No hubiera hecho parecer a Fairfax como alguien más empático con sus
puntos de vista, de la manera en que Wintervale cree que lo voy a ayudar a
ganar juegos de críquet?
infusión.
—Dije que un imperio no debería estar muy sorprendido porque sus colonias
están infelices con su gobernante.
—Lo son. Y no los expreses. La última cosa que queremos es que seas
etiquetado como un radical.
—¿Qué es eso?
—Alguien cuyos padres mejor explican por qué su hijo piensa como lo hace.
Imagina un joven Atlante expresando su opinión en la escuela y diciendo
que Atlantis debería dejar ir a todos los reinos bajo su control. La reacción
aquí no sería tan extrema, pero es mejor no probarlo.
luego a su propia habitación para probar el ensayo que planeó para Fairfax.
Emergió del Crisol desorientado y con náuseas, a unos golpes en su puerta.
Wintervale entró.
—¿Qué demonios está pasando ahí fuera? ¿Por qué había carros blindados
por todos lados de repente? ¿Hay una guerra de la que no estoy enterado?
—No.
—Eso son tonterías. Nadie puede hacer eso. ¿Qué sigue después? ¿Magos
montando cometas?
—¿Sabes qué creo? —Wintervale colocó dos dedos bajo su barbilla—. Creo
que es solo una excusa para que Atlantis se deshaga de algunos Exiliados
que no les gustan. Mejor le digo a mi madre que tenga mucho cuidado.
Ahora, ¿por qué Fairfax no podía ser como Wintervale, respetoso y dispuesto
a escuchar consejo?
—¿Cómo está Lady Wintervale, por cierto? —preguntó.
169
—Se fue a sus spas. Espero que la calmen. No la había visto tan alterada
por un tiempo.
Wintervale se fue casi cuando era hora de apagar las luces. Pero la
habitación de Fairfax, cuando Titus empujó la puerta para abrirla, todavía
estaba llena. Ella estaba sentada con las piernas cruzadas en su cama,
Sutherland junto a ella, Rogers y Cooper, otros dos chicos del equipo de
críquet de la casa, a horcajadas sobre sillas en la cama. Estaban jugando
cartas.
—Ven y ayúdame, príncipe —dijo casualmente—. Soy terrible con las cartas.
—Es bueno que sea un atleta brillante y atractivo como un dios —dijo, con
ese engreimiento afable que hacía tan sorprendentemente bien.
Mientras Titus cerraba la puerta detrás de ellos, ella barajó las cartas.
—Eres muy bueno dispersando una fiesta, Su Alteza. Tuvo que tomarte años
perfeccionar tu arte.
La mirada de ella, cuando llegó, era tan fría como un río de montaña.
—Lo cuidé porque lo quiero, y porque nunca podré hacer por él tanto como
él lo hizo por mí al acogerme y darme un hogar. Tus cumplidos no te van a
ganar más devoción de mi parte. Haré tanto lo que estipule el juramento de
sangre y nada más.
CAPÍTULO 12
Traducido por Areli97
Pero aun así dio vueltas por un largo tiempo antes de dormirse, la huella de
sus labios fríos era una quemadura en su mejilla.
—Ven conmigo.
—Hoy es un día más corto en la escuela. En esos días, también tendrás una
sesión por la tarde.
comprender.
Aterrizaron en una parte del Crisol que ella no había visto antes: una huerta
de manzanos, las ramas pesadas con flores rosadas y blancas, el aire frío y
dulce. Escudó sus ojos con una mano y miró hacia el segundo sol, pálido y
apenas ahí. Estaba furiosa por la sesión extra y enojada por todo lo demás
en su vida, pero no podía evitar del todo su fascinación con el Crisol. La
hacía sentir como si estuviera en un mundo diferente por completo.
No era de extrañar que el zumbido de las abejas hiciera eco en sus oídos.
—Ya lo verás.
—Quizás no de una manera mágica. Pero con usted, Su Alteza, no hay tal
cosa como simple cortesía. Extiendes una mano porque quieres algo a
cambio. Tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero algún día considerarás que
tu amabilidad premeditada se añadirá a algo.
La colmena era de la familiar forma redonda y cónica de una cesta, pero esta
era de tres pisos de alto y medía por lo menos seis metros a lo largo de su
base.
—¿Qué es eso?
Saltó hacia abajo y, con el hechizo exstinctio, destruyó todos los muebles.
El único lugar que no era directamente asaltado era el punto exacto donde
él había colocado la contraseña; la casa tenía una abertura en el mismo
centro del techo, la que servía como chimenea.
Lo maldijo. Por supuesto que él pensaría en algo tan vil. Maldijo un poco
más y le imploró al aire de la habitación que cooperara. Por favor. Solo esta
vez.
La miel caía en cascada cada vez más rápido, elevándose a sus tobillos,
luego a sus rodillas, tan espesa que apenas podía mover sus pies. El aroma
la abrumaba, demasiado dulce, demasiado empalagoso. Estuvo de pie
debajo de la viga buscando refugio. Pero la miel la cubría, aplastando su
cabello a su cabeza. Tenía que alejarla de sus cejas para que no se metiera
en sus ojos. Incluso la varita había quedado recubierta, pegajosa y resbalosa
a la vez.
Quería esa contraseña. Cuánto la quería. Pero el aire ignoraba sus intentos
de controlarlo. Como gritarle a un sordo, o mover sus manos frente a un
ciego.
Pero cuando trató de hacerlo, perdió el equilibrio evitando una enorme gota
de miel cayendo hacia ella y se inclinó hacia un lado. Como una mosca
atrapada en savia de árbol, no podía enderezarse. Fue succionada hacia
abajo, una sensación horrible.
Se le ocurrió que podría ahogarse en miel… y que este era precisamente el
175
La miel se había alzado tan alta como su pecho, la pesada presión contra su
esternón. Jadeó. Una gota de miel cayó dentro de su boca. Había pensado
que le gustaba la miel, pero ahora su sabor revolvía su estómago.
La miel creció incluso más. Más allá de sus labios, arrastrándose hacia su
nariz. Trató de empujarse hacia arriba, de flotar. Pero no podía patear lo
suficientemente alto con sus piernas para girarse a sí misma de manera
horizontal. Agitarse —si a sus movimientos lentos como la melaza se le
podían llamar agitarse— solamente la hundía más profundamente en el
atolladero.
Solo su mano estaba por encima de la miel ahora. Agitó su varita, furiosa y
desesperada. ¿Lo había logrado? No podía abrir sus ojos. Sus pulmones
implosionaron.
Al momento siguiente toda la miel se había ido y estaba rodeada por limpio
aire ingrávido. Cayó al piso —el piso de la habitación del príncipe— y jadeó,
llenando sus pulmones con la inefable dulzura del oxígeno.
La próxima cosa que supo fue que él la había empujado fuera de su persona.
Ella inmediatamente se lanzó de nuevo hacia él. Se acababa de poner de pie;
lo tiró de nuevo.
Evadido de nuevo.
Ella saltó, tirando una silla. Él se mantuvo en el suelo, sus ojos sobre ella,
ojos tan hambrientos como su beso. Ella tragó. Su puño se apretó, pero no
podía exactamente golpearlo de nuevo.
—Sé cómo te sientes. Estuve ahí anoche, con la miel sobre mi cabeza.
—¿Qué es?
Un minuto más tarde —justo el tiempo suficiente para que él hiciera algo
acera del corte sobre su frente y que Iolanthe enderezara la silla caída y
otras cosas golpeadas por su pelea— un golpe vino a su puerta. El príncipe,
con la inclinación de su cabeza, le hizo un gesto a Iolanthe para que abriera
la puerta.
—Ah, Fairfax, también necesito hablar contigo. Tengo una carta de tus
padres para ti.
Mi querido Archer,
Madre
—Mis padres quieren que vaya a casa el sábado —le dijo Iolanthe a nadie en
particular. ¿A dónde se suponía que fuera? ¿Y quién estaba detrás de esta
carta?
Eso parecía como algo que posiblemente diría un chico de dieciséis años que
había estado atrapado en casa por tres meses con su hermana pequeña.
—Me temo que no tendrá tiempo el sábado para su artículo crítico, Su Alteza
—dijo la Sra. Hancock—. La embajada también ha solicitado permiso para
usted. Hay una función a la que les gustaría que asistiera.
—Los dientes de Dios, ¿por qué insisten en esta charada? No gobierno nada,
¿eso no es suficiente castigo? ¿Por qué debo de asistir a sus funciones y ser
paseado alrededor?
—Vamos, príncipe, ¿qué tan malo puede ser? —dijo Iolanthe, jugando la
parte del amigo afable—. Habrá champagne y damas.
Ella sabía que él estaba actuando de juego, pero aun así le lanzó una mirada
airada. Los ojos afilados de la Sra. Hancock lo captaron todo, sin duda
exactamente como el príncipe había tenido la intención.
receptivo. Gracias por venir todo el camino para darme mi carta, señora.
CAPÍTULO 13
Traducido por Selene1987
—Entonces vámonos.
—¿Dónde estamos?
Hasta ahora, ninguno de los dos había hecho referencia al beso. Ella había
estado intentando no recordarlo, la inminente reunión con la Inquisidora
significaba que por fin vería al Maestro Haywood, y eso ocupaba plenamente
su cabeza.
Pero había revivido el beso. Y cada vez que lo hacía, un relámpago le cruzaba
el pecho.
Obviamente, de la clase que es elegida para lo que los demás son demasiado
decentes para hacer.
Ella le hizo una seña de que estaba preparada para hacerlo de nuevo.
Después de dos teleportaciones más, a pesar del remedio, su cabeza le
palpitaba de dolor.
La ayudó a sentarse.
Estaban en el exterior. El césped a sus pies era suave y verde, el aire frío y
húmedo, con el distante olor salado del mar.
—Puede que seas tan guapo como un dios, pero yo me teleporto como uno.
Ella deseó tener la energía para fulminarle con la mirada, aunque se sintió
extrañamente sonriendo.
—¿Dónde estamos?
182
No había duda de por qué se sentía tan mal. Ochocientos kilómetros era
generalmente considerado el límite diario para el rango de teleportación.
Para ellos, haber ido tan lejos en menos de un cuarto de hora, era algo
sorprendente, y posiblemente fatal.
Ella elevó la cara. Estaban en un cabo elevado donde se veía el mar sin fin.
El viento era tan fuerte que tuvo que quitarse su sombrero. Su pelo corto
voló salvajemente.
Él se agachó, colocó la barbilla de ella entre sus dedos, y miró de cerca sus
ojos. Ella sabía que simplemente estaba mirando el tamaño de sus pupilas,
pero el acto aun así era extremadamente íntimo, una larga mirada.
Ella alzó una mano y tocó un tarro de perlas. Su cara estaba inclinada, él
recordó haberle puesto su corbata y frotar la parte inferior de su barbilla.
Recordó la sensación de calor recorriendo su cuerpo, la suavidad de su piel.
Ella se giró.
—¿Dónde está tu canario? —preguntó, apuntando a la jaula desocupada.
183
—Para ti.
—Por supuesto.
—¿Estás bien? Te prometo que es seguro. Sabes que no dejaría que te pasara
algo y…
—Sí.
—También podrías haber mentido. —Ella sonrió un poco, sin mirarle—.
184
Estoy lista.
—Verte in avem.
Se quedó quieta y estupefacta en sus manos. Él pasó sus dedos por sus
alas.
—Lo has hecho bien, nada roto. La primera vez que lo intenté, me hice a mí
mismo una contusión y me fracturé el codo.
—Ven aquí.
Titus la observó. Ella colocó el pico en la comida y cogió una semilla. Pero
cuando Dalbert sonrió satisfecho y se dio la vuelta para pasar el rato en otro
lugar, devolvió la semilla.
Se escuchó el pitido del tren. Sus ruedas se deslizaron por la vía. Estaban
de camino.
Una serie de puertas altas y pesadas se abrieron. Ella había esperado una
gran sala al otro lado, pero solo había una escalera, iluminada por
candelabros que emitían una luz pura y blanca.
Descendieron por una larga escalera circular, el vagón estaba aparcado en
186
El pasillo giró, se bifurcó, giró de nuevo. Ahora estaban por todos lados,
agachándose y arañándose mientras el príncipe caminaba. Subieron unos
cuantos escalones, pasaron por una biblioteca, un jardín interior con una
fuente con escultura en el medio, y una gran pajarera llena de pájaros de
todas clases.
Ella solía darse largos baños. Había sido una de las aplicaciones más
placenteras de su poder elemental, un poco de fuego bajo la bañera para
mantener el agua a una temperatura constante, mientras hacía esculturas
elaboradas y bonitas con las gotas de agua en el aire.
Él la miró, sus labios se curvaron en una sonrisa. Lo siguiente que supo fue
que su camiseta había volado por el aire y cayó en la jaula, tapando la vista
hacia la bañera.
Él suspiró de nuevo.
Deseó que dejara de hablar, no quería esta buena relación que podrían
haber tenido, si las cosas hubieran sido distintas.
Él la complació.
Sus alas se agitaron. ¿Se suponía que tenía que luchar contra esas
máquinas de matar?
Jamás había oído miedo en su voz. Así que lo experimentaba. Bien. Era una
señal de locura no tener miedo cuando debería tenerse.
—La primera vez que la vi cara a cara, tenía ocho años —habló suavemente,
ella tenía que hacer esfuerzo para escuchar—. Mi abuelo había muerto hacía
dos meses, y mi coronación era al día siguiente. Cuando naces en la Casa
de Elberon, te entrenan para actuar sereno y superior sin importar lo que
sientas. Pero la Inquisidora era… tenía ojos terroríficos. Lo intenté, y no
189
pude mirarla. Así que cuando habló, miré hacia abajo a mi gato. Minos en
realidad era el gato de mi madre, tan gentil y dulce como ella. Después de
que ella muriera, iba a todos lados conmigo y dormía en mi cama por las
noches. Ese día estaba en mi regazo. Acaricié su cabeza y él ronroneó. En
algún momento dejó de ronronear. Pero no fue hasta el final de la audiencia,
cuando la Inquisidora se levantó para marcharse, cuando me di cuenta que
estaba… estaba muerto.
—Quería llorar. Pero como estaba mirando, eché a un lado a Minos y dije,
como mi abuelo hubiera dicho: “Uno pensaría que un gato de la Casa de
Elberon tendría más educación que morir ante una invitada tan distinguida.
Mis disculpas”. Sólo he tenido pájaros desde entonces, los pájaros y los
reptiles son inmunes a los poderes de los magos mentales(17). Y le he tenido
miedo a la Inquisidora desde entonces.
Se quedó en silencio.
Ella se dio la vuelta y miró el tapiz, queriendo no sentir simpatía por él.
Y sin conseguirlo.
190
CAPÍTULO 14
Traducido por Shilo
Había una posibilidad, pensó Titus, que el edicto había sido establecido para
que el príncipe o princesa gobernante no fuera distraído de la tarea de regir
por la necesidad de inventar maneras todavía más ostentosas de aparecerse
en una gala de Delamer.
Los fénix eran animales irritables y no les importaba en lo más mínimo las
vías aéreas rápidas.
—Prepárate. Será un golpe fuerte —le advirtió. Probablemente de manera
191
Los fénix graznaron ásperamente. Les dio un tirón para controlarlos, alcanzó
a Fairfax, y la colocó en su hombro de nuevo.
—¿Estás bien?
Estaba ocupada mirando embobada a la ciudad que una vez había sido su
hogar.
Delamer era una de las más grandes metrópolis magas en la tierra, una
extensión brillante de palacios de mármol rosa y majestuosos jardines,
desde las alturas de las Colinas Serpenteantes hasta el borde del helado
mar azul, refulgente con los últimos rayos del atardecer.
Su belleza, sin embargo, estaba arruinada por parches de densa madera que
asemejaban al crecimiento de hongos desde arriba. Pinos rápidos, eran
llamados: no eran pinos para nada, pero ciertamente rápidos, consiguiendo
tanta altura y contorno en dos años, como la mayoría de los árboles hacía
en cinco décadas, criados por los botánicos de Atlantis para camuflar las
plagas dejadas por lluvias de muerte.
—¿Perdón?
—¿Y por qué debería saberlo? Ella no me cuesta tanto como usted le cuesta
a Alectus, y no es la anfitriona de veladas para mí. De hecho, ya me aburre;
planeo reemplazarla con una chica más vivaz, una cuyos gustos para hacer
el amor no sean tan vulgares. Ahora si me disculpa, necesito una bebida.
Se alejó de ella antes de que pudiera llamar a una de las bandejas flotantes
con espumosas bebidas azules. Casi inmediatamente, se estaba inclinando
ante él el primer ministro y varios otros ministros menos importantes.
—Pensé que no le importaban eventos tan frívolos —le dijo Titus al primer
ministro.
—De hecho que no lo hago, señor. Pero escuché que la misma Inquisidora
194
va a venir, y espero hablar con ella con respecto a los registros escritos —
respondió el primer ministro—. No ha habido ningún progreso con las
conversaciones. A menos que lleguemos a un acuerdo, la Inquisición
empezará a destruir registros para la cuarta semana de junio. Diez años de
registros, lo más probable que incluyan información concerniente a miles de
sus sujetos que desaparecieron después de la insurrección.
—¿Nos conocemos?
Era receloso con las brujas de la belleza; alguien que tratara de seducirlo
podría estar tratando también de espiarlo.
Se rio.
—Ay, eres muy hermosa, pero veo que nuestros gustos difieren demasiado.
Unas cuantas chicas más trataron, pero las despachó con eficiencia similar.
Luego llegó una chica que no pudo despedir tan fácilmente, Aramia, la hija
de Lady Callista.
en ocasiones para que Titus tuviera a alguien de su misma edad con quien
jugar. Tuvieron que haber sido los compañeros de juego perfectos: Ella era
paciente, impasible, dispuesta a probar nuevas cosas. Por no mencionar
que, como él, nunca había conocido a su padre. Pero Titus, un demonio en
los años inmediatos a la pérdida de su madre, la había atormentado.
Nunca había sido fea, sosa, tal vez, pero no fea. Pero inclusive otras mujeres
atractivas se reducían a insignificantes al lado de Lady Callista. No podía
imaginarse lo que sería vivir enteramente bajo la sombra de su belleza.
—Eso es muy dulce, Titus, gracias. ¿Te gustaría probar un poco de ponche
de baya crujiente? Es mi propia receta, solo una gota de esencia de menta
fría como el ingrediente secreto.
—Déjame ver qué puedo hacer para que Madre no te importune demasiado.
—Toma una copa del ponche de Aramia —le dijo a Alectus—. Te restaurará
bastante.
Había pasado un rato desde que Fairfax había comido, y había mucha
comida pasando alrededor. Titus sacó un panecillo envuelto de dentro de su
capa, no confiaba en la comida de Lady Callista tampoco, y se lo sostuvo a
Fairfax.
—¿Qué dem…?
—Oh, vaya. Creo que es la Inquisidora llegando —dijo Alectus, sin aliento—
. Dijo que tal vez se aparecería, pero no lo había creído del todo. Socializa
tan raramente, la Señora Inquisidora.
Titus se puso frío. Había pensado que tendría un poco más de tiempo.
—No debería decir esto, pero ella me pone los pelos de punta.
—No lo harías.
Ella tenía una visión tan optimista de él; casi lo hizo querer desear ser una
mejor persona.
—Señora Inquisidora.
—¿No fue usted misma la que dijo que los representantes de la Corona son
bienvenidos para inspeccionar a mis súbditos actualmente detenidos en la
Inquisición?
Ante la amenaza de sus ojos, Titus quería encogerse de miedo como hizo
Alectus.
—Ya veo que tuve que haber esperado que alguien con su particular…
historial mostrara no ser confiable. —Los dientes de la Inquisidora se
apretaron con la referencia de Titus a sus padres herreros—. Por
consecuencia, he cambiado mi opinión acerca de hablar con usted en
privado.
—Ya veo que las mujeres más hermosas presentes esta noche ya se conocen
entre ellas.
—Es un extraño muy guapo, señor. Pero estamos en realidad detrás del
príncipe.
—¿Ese idiota engreído? Tienen suerte que está demasiado lleno de sí mismo
200
—Una ninfa celestial, me gusta eso. —Se volvió hacia una de sus amigas—.
Y tú debes ser una Helena, la única mujer mortal tan hermosa como
cualquier diosa.
—No, no lo ha hecho.
Fairfax emitió una serie de gorjeos furiosos. ¿Le estaba advirtiendo que
había llegado demasiado lejos?
—Su Alteza —dijo la Inquisidora directamente detrás de él.
201
Era el último lugar al que quería ir. Esperó que Fairfax estuviera feliz.
CAPÍTULO 15
Traducido por HeyThereDelilah1007,
BookLover;3 y Mari NC
Tenía Presencia.
Él lo decía en serio.
Titus conducía uno de los carros tirados por el pegaso de Alectus, las aves
fénix eran demasiado sensibles para ser traídas cerca de un lugar tan
siniestro como La Inquisición. Lowridge, su capitán de los guardias, y seis
soldados del castillo montaban detrás de él, cada uno en un pegaso blanco.
La noche había caído. Todas las farolas y las casas se habían encendido, lo
que sólo hizo hincapié en las oscuras y desoladas extensiones de rápido
pino. La columna de humo rojo que marcaba la ubicación de la Inquisición
resplandecía luminosa y misteriosa, una exhibición de poder que dominaba
el horizonte de la noche y el día.
El par de pegasos que tiraban del carro prestado de Titus querían salir
corriendo, casi tanto como él. Uno no podía volar sobre el territorio que
estaba bajo el control directo de la Inquisidora; una vez que cruzaron su
frontera, los pegasos tuvieron que trotar en el suelo. Relinchaban, se
intimidaban, y golpeaban unos a otros con sus duras alas. Titus lanzó el
látigo cerca de sus oídos para detener sus payasadas saltonas.
Ojalá que todo lo que él necesitara fuera medio azote para recomponerse.
En el centro del patio había una torre de cien metros de altura. Desde lo alto
de la torre, se elevaba humo rojo.
Titus exhaló con alivio cuando su camino al fin se alejó del patio hacia el
interior del edificio. Se quitó los guantes de conducción. Sus manos
húmedas con sudor.
Tres tramos hacia abajo, el deseo de huir se apoderó de él. Miles y miles de
magos habían sido retenidos aquí en los primeros años después de la
Insurrección de Enero. Nadie sabía lo que les había sucedido. Pero su
desesperación se había filtrado en las mismas paredes. Filamentos invisibles
de ello se cerraban alrededor de los tobillos de Titus, conduciendo
escalofríos hacia sus tendones.
Tres tramos más abajo salieron a un gran espacio circular con ocho
corredores que salían del mismo. El corredor que siguieron continuó
durante cuarenta y cinco metros. No había barrotes, sólo paredes sólidas y
puertas de acero que estaban demasiado juntas.
—¡Mientes!
—¿Puede vernos?
—¿Quién es ella?
mantenerme aquí para siempre. Mis suegros son gente importante. Oh, ¡La
Fortuna se apiade de mí, la boda! Que alguien me diga qué pasó con la boda.
Necesito que mi hija se case con el hijo de los Greymoors y exijo…
Caminaron unos quince metros por el pasillo. La siguiente celda que Baslan
reveló estaba igualmente desnuda. Un hombre se sentaba en el catre, con
la espalda contra la pared. Estaba sin afeitar, más delgado y más viejo de lo
que Titus recordaba. Pero no había duda: era el guardián de Fairfax.
—Quiero que vea a quién está hablando —ordenó Titus —. No voy a tener
otro súbdito mío pensado que es permisible sentarse en mi presencia.
—Ciertas partes que saben me dijeron que tu pupila está en ninguna parte
que pueda ser encontrada.
—Un par de baúles vinculados como portales que se pueden utilizar sólo
una vez, yendo solo en una vía.
—¿Ir a dónde?
—¿Cómo sabes que el otro baúl no está enterrado en el fondo del océano?
—¿Eres su padre?
—No lo soy, pero la amo como tal. Alguien por favor dígale que se mantenga
alejada y que nunca se acerque a la Inquisición. Lo siento, no pude
mantenerla a salvo. Yo…
El príncipe la sostuvo con fuerza, como si tuviera miedo de que ella fuera a
hacer algo estúpido.
Pero, por primera vez, se arrepintió de no ser todavía una gran maga
elemental. Destruiría la Inquisición hasta sus cimientos y aplastaría sus
paredes hasta volverlas cenizas.
los guardias del príncipe proclamó una vez más la presencia de su soberano.
Iolanthe casi saltó fuera de las manos del príncipe. ¿La Sra. Needles?
—Por favor, señor, por favor —lloró la Sra. Needles—. Mi hija está a punto
de tener un bebé. No quiero morir sin haber visto a mi nieto. ¡Y no quiero
pasar el resto de mi vida en este lugar!
Él se había preparado para esta pregunta exacta, pero aun así se sobresaltó,
como si hubiera agarrado un cable eléctrico.
—La última vez que nos reunimos no creía que ella fuera una maga
elemental.
—Lady Callista me dijo que Atlantis la está buscando con todo su poder —
dijo Titus con tanta calma como pudo recrear—. Ella incluso me incitó a ir
a buscarla, desde que esta chica es, después de todo, una súbdita mía.
—Veo que tiene una fijación con mis nimias actividades —dijo él—. Muy
bien, mi partida abrupta del Dominio es fácil de explicar: no estoy a su
completa disposición cuando le dé por llamar, Señora Inquisidora. Usted no
podía simplemente decirme: “¿Puedo visitarlo esta noche, Su Alteza, para
discutir lo que ha visto?”.
»Ahora, la suite del hotel. Soy un hombre joven que tiene necesidades que
deben ser saciadas. Dado que ese antro de escuela que Atlantis recomienda
tan apasionadamente no permite dichas actividades, tengo un espacio por
fuera de la escuela. En cuanto a por qué me fui, no puedo imaginar por qué
debí quedarme una vez el asunto estuviera resuelto.
—Se fue antes que yo. No tenía ninguna necesidad de su presencia una vez
cumplió su propósito.
Esta vez él tuvo que tragarse las palabras mientras se alzaban en su lengua.
—¿Estaban observando todas las puertas del servicio? Un hotel grande tiene
muchas.
—¿Dónde la encontró?
¿Qué estaba mal con él? Era un mentiroso empedernido. La verdad nunca
debería aproximarse a sus labios.
La alarma saltó dentro de él. ¿Cuál era el problema? ¿Por qué estaba
abrumado por la necesidad de confesar?
Suero de la verdad. Le habían dado una dosis del suero de la verdad. ¿Pero
cómo? No había aceptado nada en la gala, nada salvo el ponche de baya
crujiente de Aramia.
Pero nunca había sospechado de Aramia. Ella era la buena, gentil y humilde,
tolerante, ansiosa por complacer.
—Porque…
—Hay algo que usted debe saber acerca de mí, Señora Inquisidora. Me
importa un comino cualquier persona excepto yo. No me gusta Atlantis. La
desprecio a usted. Pero no voy a hacer daño a un pelo de mi cabeza sobre
meros irritantes tal como usted misma. ¿Por qué debería importarme si
encuentra a la chica o no? No importa lo que pase, yo sigo siendo el Maestro
del Dominio.
La Inquisidora sonrió.
»Durante años, permanecí tan perpleja como todos los demás en relación a
los acontecimientos que condujeron a mi nombramiento. Ayer tuve una
audiencia con el Lord Alto Comandante. Mientras estaba en Atlantis, llamé
a mis dos predecesores y les convencí para que me contaran sus historias.
Estaba furioso. Sólo podía esperar que su furia fuera suficiente para
enmascarar su consternación.
—Lady Callista también me dijo que cuando eran niñas, Su Alteza tuvo una
visión que un día iba a morir a manos de su propio padre.
Él palideció. La muerte de su madre dejó heridas que aún tenían que sanar.
La Inquisidora estaba reabriéndolas una por una.
Él quería gritar que su madre nunca había disfrutado de su don, que había
sido una carga aplastante. Pero ¿creía él eso?
—No puedo dejar de pensar que lo que usted está haciendo ahora tiene algo
que ver con los deseos de la Princesa Ariadne. ¿Predijo algún magnífico
destino para usted que le requeriría arriesgar la vida y la libertad? Porque,
como usted ha dicho, Su Alteza, es un joven muy sensato. No puedo creer
que tiraría los mejores años de su vida por su propia iniciativa.
Su corazón latía con fuerza, por más que la agitación de las palabras de la
Inquisidora. Allí estaba el suero de la verdad, castigándolo por no ceder a
ella, por no decir todo lo que la Inquisidora deseaba saber. Pero había algo
217
más también. Algo que le hizo marearse. Agarró el respaldo de la silla y miró
a la Inquisidora.
—Vaya hijo tan leal. ¿Era ella tan fiel a usted? ¿O es que ella le veía como
un medio para un fin?
—¿Está seguro?
¿Era eso lo que había hecho su madre? ¿Explotar y profanar su amor por
ella no por un objetivo noble que era mayor que sus vidas individuales, sino
por la mera fijación de estar en lo correcto?
Siempre había estado solo en esto. Y él siempre había luchado contra sus
propias dudas privadas. Ahora las dudas y la soledad amenazaban con
tragárselo entero.
Quería decir algo. Pero la sensación en su cabeza, como si el borde de su
218
Su apodo entre los Atlantes era la Estrella de Mar. Una estrella de mar
inserta su estómago entre las conchas de un mejillón y digiere a los pobres
bivalvos en su lugar. La Inquisidora hacía lo mismo con el contenido de la
memoria de una persona: disolviendo los límites de la mente del pobre
diablo, chupando todos sus recuerdos revueltos, y clasificando los restos en
su tiempo libre.
No se dio cuenta hasta que sus uñas estaban gritando en protesta que
estaba arañando el suelo de mármol. Él no sabía cuándo había caído, sólo
que no podía levantarse. Su visión se volvía negra. No, se estrechaba en un
túnel. Y al final de este estaba su madre, sentada en su balcón,
distraídamente acariciando su canario a través de los barrotes de su jaula.
Fairfax. Era Fairfax. Ellos tendrían sus manos en ella al cabo de una hora,
si él no conseguía sacarla de allí.
Pero ella seguía siendo libre. Podía hacer algo: picotear los ojos de la
Inquisidora, o vaciar el contenido de sus intestinos en la cabeza de la
Inquisidora.
Levantó la cabeza y abrió los ojos. Fairfax estaba justo en frente de él,
agitándose locamente.
220
CAPÍTULO 16
Traducido por OriOri, daianandrea.
Hasta entonces, había pensado que era la única que había sufrido, que él
había estado equivocado acerca de la Inquisidora siendo incapaz de afectar
las mentes de aves y reptiles. Pero mientras sus rodillas cedieron ante ella,
se dio cuenta de que no era el objetivo de la Inquisidora, él lo era.
Su mirada vidriosa le asustaba. Ella nunca había creído que él, de todas las
personas, exquisitamente controlado y perfectamente preparado, podría ser
tan vulnerable.
actuando.
Una ráfaga demasiado fuerte, ella que no podía siquiera hacer flotar un trozo
del papel.
Una concentrada ráfaga de aire que no sería sentida al nivel del suelo. Y
todo de una vez, así, para el momento en que la Inquisidora notara algo
raro, Iolanthe ya habría completado la hazaña.
¿Podría hacerlo?
La miel había sido para hacerla creer. Pero esto era real. La cordura de él
estaba en juego. Ella podría acusarlo de lunático, pero picotearía los ojos de
la Inquisidora antes de dejar a la mujer destruir su mente.
Iolanthe bloqueó todo lo demás y permitió para sí misma sólo el recuerdo de
222
Iolanthe cerró sus ojos. Hazlo. Ahora. Y hazlo exactamente como te lo ordeno.
Iolanthe apenas evitó ser pisoteada mientras saltaba hacia él. Ella agitó sus
alas, en gran parte inútiles, golpeando en la pantorrilla de un guardia, y
luego se disparó bajo la ingle de otro guardia para aterrizar, apenas, sobre
el hombro del príncipe.
Iolanthe no podía respirar. Ella había estado frenética de miedo por el daño
irreversible que la Inquisidora podría haber causado al príncipe; que ni
siquiera se le había ocurrido la pesadilla diplomática que había provocado
al interrumpir la Inquisición.
Baslan vaciló.
—Abran paso al Maestro del Dominio. —La voz del Capitán Lowridge era un
estruendo que parecía retumbar por millas—. O habrán declarado la guerra
a él. Y ninguno de ustedes verá jamás Atlantis de nuevo.
lúcido.
Ella frotó su cabeza contra el borde de su palma. Casi a salvo, estarían bien.
—Su Alteza, si pudiera… —dijo el capitán, una vez que estuvieron por
encima de las Montañas Laberínticas.
—Gracias, señor.
—Pero, señor…
Pero por supuesto que necesitaba ser remendado. Había sangrado mucho…
y desde sus orejas.
Al médico de la corte, que había hecho caso omiso de sus deseos y vino de
todas formas, no sólo le fue negada la entrada a la habitación del príncipe,
sino también se ganó una diatriba.
—¿Te atreves a insinuar que no puedo hablar con la Inquisidora por diez
minutos sin necesitar atención médica? ¿Por qué clase de debilucho me
tomas? Yo soy el maldito heredero de la maldita Casa de Elberon. No
necesito un sabelotodo matasanos después de una charla con esa bruja
Atlante.
—Vete.
Una vez que la tina de amatista se hubo llenado, Titus subió completamente
vestido. Lavó la sangre de las plumas de Fairfax, luego recitó la contraseña.
Un instante después, estaba sentado en una tina diferente, una vacía, su
ropa y sus plumas perfectamente secas.
Titus pasaba meses aquí cada año entre los periodos de Eton, leyendo,
practicando y experimentando. Para alguien que debía guardar secretos, era
un paraíso, tan libre de espías y vigilancia como era posible estar en estos
días. No había personal en el interior con excepción de los que elegía llevar,
y el personal al aire libre venía una vez a la semana para mantener el
terreno.
Salió de la bañera, tan torpe como un niño con sueño. Con una mano en la
pared para no perder el equilibrio, avanzó hacia abajo, haciéndose eco de
los corredores, deteniéndose cada minuto o así para cerrar sus ojos y
recuperar el aliento.
Cada vez que lo hacía, una escena siniestra jugaba en el interior de sus
párpados, de wyverns y carros blindados cruzando el cielo en una
coreografía de gracia mortal. La primera visión había llegado a él en la
Cámara de Inquisición, suplantando la imagen de su madre y su canario,
justo antes de que una oleada de dolor lo dejara inconsciente.
Y ahora se repetía cada vez que cerraba los ojos por más de unos pocos
segundos.
sustancia conocida por los magos. Abrió los cajones y entrecerró los ojos,
su dolor de cabeza le dio visión doble.
Estaba equivocado, como evidenció otro viaje al inodoro para vaciar los
contenidos de su estómago.
—No, ahora no, a menos que planees aparecer desnuda ante mí. Espera,
ese es tu plan, ¿no?
Le dio una mirada lasciva, pero tuvo que hacer una mueca cuando su cabeza
palpitó de nuevo. Ella picoteó fuerte en la parte externa de su mano.
Con Fairfax en mano, zigzagueó hacia una sala contigua, donde a veces
dormía cuando se quedaba hasta tarde en el almacén. Sacó la fina sobre
cama del colchón, la puso en la cama, situó los tres gránulos al lado de ella,
228
Ella gorjeó dos veces seguidas. Él deseó no sentirse tan miserable: teniendo
una conversación imaginaria con ella que de otra manera habría tenido un
uso altamente gratificante de su tiempo.
Había estado tratando, sin éxito aparente, de salvar el abismo entre ellos.
Pero eso no era todo lo que quería, ¿cierto? No, era mucho más ambicioso
de lo que se había dado cuenta. La quería para…
Sin embargo, ella temblaba por dentro, porque lo que él quería no era
imposible.
Ella no respondió, sino que lo puso de pie para medio empujarlo, medio
arrastrarlo hasta el lado de la cama.
—Estoy muy seguro. Moriré por enamorarme, no por estar en una cama
cómodo.
—¿Qué?
El maldito suero de la verdad todavía corría por sus venas. Debería haberse
censurado a sí mismo, ella ya no era un pájaro.
Le dio una mirada con los ojos entrecerrados, pero lo dejó, volviendo a los
pocos momentos con dos tazas humeantes y una lata de galletas.
Él trató de sentarse.
—¿Has olvidado quién soy? —Un globo del color del té translúcido y
humeante flotó hacia él—. Así es cómo beberás té acostado.
Su expresión estaba en algún lugar entre la ira y el dolor, pero más cerca de
cuál, él no podía decirlo.
Él contuvo el aliento.
—¿Te acuerdas?
—Sí.
En ml quinientos años, ha habido sólo dos magos que dicen recordar haber
estado en su forma animal. La mayoría de los estudiosos consideraron que
esos magos habían estado exagerando o mintiendo abiertamente.
—¿Cómo?
—No estoy segura. Me pregunto si tiene algo que ver con el juramento de
sangre, que tengo que mantener una continuidad de conciencia para que
nunca estés en peligro de traicionar mi palabra.
Casi no oyó ni una cosa de lo que dijo mientras recordaba lo que él había
dicho. Si me amaras, todo sería mucho más fácil.
—¿Se detuvo?
Frunció el ceño.
Ella debería estar más preocupada en que él estaba tratando de hacer que
se enamorara de él, pero lo único en lo que podía pensar era en el chico cuyo
gato fue asesinado en su regazo, y quien creció aterrorizado de que un día
podría estar sujeto al poder de ese mismo mago mental.
—Moví el candelabro. Las esferas de luz cayeron. Mis ojos estaban cerrados,
pero creo que una de las esferas hirió a la Inquisidora directamente, escuché
un ruido sordo antes que el estruendo llegase. Y entonces todo el crédito fue
gracias al Capitán Lowridge por sacarte de la Inquisición.
Él estaba tan cerca, su calor parecía sumergirse en ella. Había una pequeña
mancha de sangre seca que aún no había logrado lavar, una mancha de
forma irregular en la base de su cuello. Y donde había aflojado sus mangas,
pudo ver una marca de pinchazo en el interior de cada muñeca, donde los
233
—Tenemos que salir del Dominio en este instante —dijo él—, antes de que
la Inquisidora se dé cuenta que alguien más estaba en la Cámara de
Inquisición, alguien con poderes elementales.
Ella corrió e hizo como le pidió. Corriendo de vuelta al piso de arriba, llegó
a la bañera mientras él se materializó de nuevo, esta vez empapado
sosteniendo no un frasco, sino lo que parecía una botella de un tónico para
el cabello.
Él la tomó en mano.
—Hora de irse.
—Su Alteza, Lady Callista para verlo —anunció Giltbrace desde afuera.
El sonido de las ruedas de acero moliendo los raíles metálicos nunca había
sonado tan dulce.
CAPÍTULO 17
Traducido por Helen1, karliie_j y HeythereDelilah1007
E l tren los llevó a la estación de Charing Cross. Titus decidió que uno
de los grandes y nuevos hoteles cerca de Trafalgar Square
continuamente frecuentados por turistas estadounidenses serviría muy
bien a su propósito.
—Tu cena —murmuró desde donde yacía desplomado en el sofá, con el brazo
sobre los ojos.
—¿Estás bien?
Él gruñó.
—¿Qué?
—Si hubieran logrado tomarte antes de salir del Dominio, habrías estado
condenada. Pero ahora que el peligro ha pasado, tenemos que hacer todo lo
posible para preservar tu identidad actual. Tanto como se mantenga intacta,
Atlantis puede sospechar de mí tanto como quiera, pero no puede probar
nada.
—Lo hará, pero no inmediatamente. Esa interrupción tuya fue un golpe para
ella. Necesitará un poco de tiempo para recuperarse. Además, yo no puedo
desaparecer así como así. Es la ley del Dominio que el trono no se puede
dejar sin ocupar. Alectus sería nombrado príncipe reinante.
Y ese sería el final de la Casa de Elberon.
238
Esto le valió una mirada que era casi puro estoicismo, a excepción de un
destello de tristeza. Tenía unos hermosos ojos, esta chica, y...
Su cara ardió.
—Sí.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—Solo que si alguna vez quería ver a mi padre, tenía que derrotar el Bane.
Se mordió contemplativamente.
—Lo mencionó mucho. —Su amor por los libros, su bella voz, sus sonrisas
que podían hacer salir el sol a medianoche—. Pero nada que pueda ser
usado para identificarlo.
—Le dije que no iba a pelear con el Bane porque no quería morir.
Porque me odio a mí misma por lo que pido de ti, cariño. Porque nunca me
perdonaré, en esta vida o en la próxima.
—Yo tenía seis años —dijo—. Habría hecho cualquier cosa por ella.
Existía algo en este mundo que vinculaba a un mago más que un juramento
de sangre: el amor. El amor era la última cadena, el azote final, y el
esclavizador final.
—He visto ese libro. ¿Lo trajiste desde la escuela? —preguntó Fairfax.
—Está vacío —dijo Fairfax, después de que él había dado vuelta a treinta,
cuarenta páginas.
El diario había sido dejado con él cuando murió su madre, con la inscripción
“Mi querido hijo, voy a estar aquí cuando realmente me necesites. Mama”.
letra inclinada. Su mano se cerró sobre la unión para que sus dedos no
temblaran de alivio.
—Podrías leer junto a mí —le dijo a Fairfax—. Muchas de sus visiones tienen
que ver con nuestra tarea.
4 de abril, AD 1021
Continuaron leyendo.
10 de abril, AD 1021
12 de abril, AD 1021
—Estaba pasando las páginas al azar. Estoy casi segura de que estas
páginas habían estado vacías cuando las miraste hace rato, pero ya no lo
están.
7 de mayo, 1012
Una visión sobre una biblioteca, o una librería. Una mujer, que
me da la espalda, camina entre los estantes y parece estar
buscando un título en específico.
Iolanthe retrocedió. Esas eran las palabras que habían cambiado todo.
Martes. Hace menos de una semana y más de una vida. Ella asintió.
5 de agosto, 1013
11 de agosto, 1013
12 de agosto, 1013
16 de agosto, 1013
—¿Qué pasa?
—Conozco ese lugar, mi guardián solía llevarme allá todo el tiempo. Se había
convertido en una tienda de dulces en ese entonces, pero todavía tenía
algunas de sus cosas viejas. La que me gustaba más decía algo como: “Libros
de las Artes Oscuras podrán encontrarse en la bodega, sin cargo. Y si
encuentras la bodega, alimente amablemente al fantasma gigante que está
adentro. Saludos. E. Constantinos.”
31 de agosto, 1013
empuñaba la pluma.
Miró a Iolanthe.
Ella se dio cuenta de que debía decir algo, pero no se atrevió a decir con
libertad lo que pensaba, por miedo a que de verdad pudiera encontrar el
largo brazo del destino envuelto estrechamente a su alrededor.
Por miedo ella había llegado a aceptar la idea de que su destino y el del
príncipe habían sido entretejidos juntos antes de sus nacimientos.
—Sí.
—¿Cuándo pasará?
Ella parpadeó unas cuantas veces, miró abajo hacia su comida, luego de
vuelta a él.
—¿Por qué?
—Tú dijiste que el diario solo muestra lo que necesitas saber. ¿Por qué es
necesario que tú sepas que vas a morir joven?
Una tetera había venido con la bandeja de la cena. La mirada de ella bajó a
la tetera. El té salió por su cuenta, haciendo un grácil arco en forma de
parábola antes de llenar una taza sin que una sola gota se derramara. Ella
envolvió sus manos alrededor de la taza, como si tuviera frío y necesitara
una fuente de calor.
—Nunca creí que diría esto, pero quiero que vivas para siempre.
Ella se sonrojó, fue hasta la habitación, y regresó con una manta. Mientras
envolvía la manta alrededor de él, “para siempre” se convirtió en un
pensamiento distante, que él cambiaría con gusto por más momentos como
ese.
Unas cuantas chispas de fuego flotaron bajo el techo, proveyendo solo la luz
suficiente para ver. Iolanthe observó la forma durmiente del príncipe, un
brazo colgando sobre su cabeza, el otro cerca de su persona con su varita
en la mano.
Reuniendo las chispas cerca de ella, tomó el diario de su madre y se deslizó
250
entre las páginas nuevamente. Nada, excepto por una página particular que
tenía una pequeña calavera, la cual no había notado antes, en la esquina
inferior derecha.
Cuando alcanzó el final del diario, volvió a pasar las páginas empezando
desde atrás hacia adelante. Todavía nada. Ella suspiró, devolvió el diario a
la mochila.
Con su muerte, el juramento de sangre dejaría de tener valor. Ella sería libre
de alejarse de su aventura loca, rescatar al Maestro Haywood, si podía, y
desaparecer para esconderse.
Salvo por el conocimiento de que él había dado su vida por su causa, y ella
habría abandonado todas las bases que él había construido.
CAPÍTULO 18
Traducido por Otravaga, Areli97 y âmenoire90
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó el príncipe desde donde yacía, con la voz
ronca por el sueño.
—No estoy segura. Hace un minuto me dolían las manos, pero ya no. ¿Es
un efecto secundario de la transfiguración?
—El que fue lanzado sobre ti antes, para hacerte creer que no podías
manipular el aire.
Ella arqueó una ceja. Nunca le había ofrecido la carta para que la leyera.
—Bueno, ya sabes que soy inescrupuloso.
252
Ella suspiró.
—Continúa.
—Estas son sus palabras exactas: “No puedo evitar preguntarme cómo se
manifestará tu poder. ¿Causando que el Río Delamer fluya en reversa? ¿O
convirtiendo el aire de un día soleado en un ciclón?”. Lo cual me dice que
tenías poder sobre el aire desde pequeña.
—Todavía no veo por qué deberían dolerme las manos ahora, después de
que rompí el hechizo persuasible, si eso es lo que era.
—¿Qué pasa con ustedes Atlantes? ¿No pueden ver que tengo un espantoso
dolor de cabeza?
Baslan por lo general no era conocido como Inquisidor Interino, sino como
vice-procónsul o algo por el estilo. Titus se frotó las sienes.
Ella lo guio a un austero salón de piso sin alfombrar, sillas sin acolchar, y
sin un pétalo ni un tallo de las queridas flores estampadas por la Sra.
Dawlish. Las manijas de su cajón, sin embargo, estaban talladas con el
estilizado símbolo de un remolino. La imagen espectral de Baslan —una
pieza de magia Atlante que los archimagos del Dominio todavía tenían que
duplicar— paseaba de un lado a otro en el salón, haciendo caso omiso de
254
—¿Qué desea?
—¿Mis actos? Sangrar por todos los orificios principales y sufrir daños
espantosos en mi visión, mi audición y mis capacidades cognitivas.
Titus tosió. Volteó el rostro hacia un lado y escupió sangre sobre las faldas
de la Sra. Hancock, un buen truco si se lo decía a sí mismo. La Sra. Hancock
chilló, por fin una reacción genuina, y agitó su varita locamente para
deshacerse de las manchas.
—¿Qué dijo?
—El Inquisidor Interino no tiene por qué dudar —dijo la Sra. Hancock—. Si
Su Alteza no sabe ya lo que pasó, lo hará muy pronto.
Titus sabía que los magos mentales aborrecían las interrupciones durante
una investigación, pero no había tenido idea de que una interrupción podría
ser así de catastrófica. ¿O era porque las que Fairfax había considerado
255
como delicadas esferas de luz no habían sido tan delicadas? ¿Qué si una de
tales esferas de luz cayendo desde una gran altura le hubiera dado a la
Inquisidora una conmoción cerebral incluso en circunstancias normales?
—Eso es demasiado malo. Habría sido la justicia de los Ángeles por todas
las mentes que ella ha destruido.
—Así que esa fue la razón por la que anoche usted envió a Lady Callista al
castillo. Y yo que pensaba que al fin ella estaba empezando a preocuparse
por mi salud.
Y ese era el por qué habían tratado de evitar que se fuera. No porque
quisieran despojarlo de su canario, sino porque los médicos necesitaban
saber qué había causado la inconsciencia de la Inquisidora antes de que
pudieran formular un tratamiento.
—Esta es Validus, la varita que una vez perteneció a Titus el Grande. Sé que
los Atlantes son culturalmente aislados y que en gran parte ignoran las
historias más allá de la suya, pero confío en que usted, Inquisidor Interino,
debe haber oído hablar de Titus el Grande.
pie, Baslan dio un paso atrás, ambos mirando fijamente a la luz ahora
emanando de las siete coronas.
—Sí, contemplan una de las últimas varitas espada. Una varita espada
desenvainada es uno de los objetos más poderosos en los alrededores. Y
Validus desenvainada invoca la Bendición Titus: lo cual hice antes de caer
inconsciente. Después de eso, todo el poder que la Inquisidora apuntó hacia
mí para destruirme habría sido desviado hacia ella.
Él casi sonrió.
—Esas pueden ser mortales. Más vale que el peligro haya pasado.
—Lo aprendí de una alumna en Little Grind. Así fue como convenció a su
madre de no darle nabos en la cena nunca más. —Colocó un círculo de
sonido y le dio la varita de nuevo a él—. Ahora acuéstate.
—Yo…
—¿Qué noticias podría tener Dalbert? ¿Y qué hizo la Sra. Hancock contigo?
¿Te pidió que mostraras a la Srta. Buttercup?
—¿Lo está?
—Por lo que hiciste, excepto que pensaron que yo era responsable por ello,
así que les di un cuento de hadas acerca de los poderes de mi varita.
—¿Te creyeron? Todos los chicos cuentan tales historias acerca de sus
varitas.
Miró fuera de la ventana, su espalda hacia él. Era una tarde soleada. El
pequeño prado detrás de la casa lleno con niños pequeños en sus diversos
juegos: pelotas, palos, y una cometa que tres de los niños estaban tratando
259
de hacer despegar.
—Eso parecería.
—Algo cederá.
Ella se giró.
—¿Qué cederá?
—El tiempo lo dirá —dijo, con una calma que no era resignación, sino una
feroz voluntad—. Asumimos lo peor y nos preparamos de acuerdo a eso.
Cada aula en las salas de enseñanza del Crisol había sido decorada con el
gusto del príncipe o princesa reinante que la creó. A la Princesa Aglaia, la
bisabuela de Titus, le habían gustado los usos dramáticos del color y la
ostentosidad. La Princesa Aglaia también había sido un6 de los más
educados herederos de la Casa de Elberon.
—Me gustaría saber si un mago puede tener una visión, como un vidente,
por primera vez cuando tiene dieciséis años de edad.
—No. —No había sido sometido a nada de eso—. ¿Qué pasa si la primera
visión ocurrió en una situación de gran angustia? ¿Haría eso menos
probables las visiones adicionales?
—¿Cuándo?
—¿Cómo?
—No creo que tu mago tuviera una visión del todo. Lo que tuvo fue una vista
261
Esta era una muy inesperada revelación. Pero la emoción de Titus duró
solamente un segundo.
—Siempre estoy a favor de la vida lejos del hogar —contestó Wintervale con
un suspiro.
—No, yo extraño mi casa, un viaje redondo a India toma seis semanas, así
que es solamente durante el verano que logro ver a mi familia. Desearía no
tener que ir a la escuela tan lejos.
—¿Por qué decidiste ir a la escuela tan lejos de casa? —Ella había visto a
algunos otros chicos Indios en uniforme, así que por lo menos él no era el
único.
—¿Astrólogo?
Kashkari asintió.
estrellas.
Esa era una manera de decir que su madre era una lunática asesina.
—De hecho ella está bien la mayoría del tiempo. Simplemente no sé cuándo
no va a estarlo. —Wintervale tomó la toalla de Kashkari y secó el té
derramado. Arrojó a un lado la toalla, se sirvió más té, y se sentó—. Creo
que deberíamos hacer algo acerca de tu técnica de lanzamiento Fairfax.
Tienes un gran ataque, pero tu brazo y tu hombro no se alinean del todo
como deberían.
—Además, me das muy poco crédito si piensas que voy a juzgar al chico por
su madre. Si puedo lograr verte bajo una luz simpatizante a ti, Wintervale
no tiene nada que temer.
Él palmeó la cama.
Le enseñó como entrar y navegar en el Crisol por sí misma, no sólo las salas
de práctica, sino también las salas de enseñanza, que nunca había sabido
que existían.
Titus III estaba considerado como uno de los más reconocidos dirigentes de
la Casa de Elberon, junto con Titus el Grande e Hesperia la Magnífica.
—El registro y un retrato de él. Fue quien construyó el Crisol, así que el suyo
es el primer salón.
Junto a la puerta obsidiana estaba una placa que tenía tallado el nombre
de Titus III. Y debajo de eso, había una lista de temas que se extendía todo
el camino hacia el piso.
—La mayoría de ellas, era un hombre culto. Pero su conocimiento era para
su tiempo. —El príncipe golpeteó en la lista y una enredadera de anotaciones
se desplegó encima de las letras grabadas originales.
—Así que así es como has sido educado en la ingeniosa magia, por tus
antepasados.
—Muchos de los cuales eran magos capaces, aunque sólo algunos también
eran buenos maestros.
La galería giró. Y giró de nuevo. Ella dejó de poner atención a las puertas
individuales y estudió al chico junto a ella. Lucía un poco menos debilitado,
aunque todavía caminaba con vacilación, como si estuviera preocupado por
267
su equilibrio.
Era por eso que quería que ella lo amara, porque el amor era la única fuerza
que podría impulsarlo hacia ese camino, y mantenerlo en él.
Algunas veces tenía dieciséis años. Y algunas veces tenía mil, tan frio y
orgulloso como la dinastía que lo había engendrado.
Junto a la puerta del Príncipe Gaius, su puerta era casi ridículamente plana,
y lucía exactamente igual que la puerta de su cuarto en la casa de la Sra.
Dawlish.
se sentiría abrir esa puerta, sabiendo que se había ido, y hablar con “un
registro y retrato” de él?
—Adelante. Aunque…
—¿Qué pasa?
No la miró directamente.
El príncipe asintió.
—En las salas de práctica, cada vez que te vas es como si nunca hubieras
estado ahí. Pero el Oráculo sólo te aconsejará una vez en tu vida, y aunque
su historia fue movida hacia las salas de enseñanza, donde hay continuidad,
mis ancestros nunca pudieron conseguir ninguna respuesta significativa de
ella.
—Correcto… y puede ver a través de ti. Cuando pretendí que quería ayudar
a que el Bane permaneciera en el poder, se rio. Cuando le dije que quería
proteger a mi gente, se rio de nuevo. Y cuando le pregunté cómo podría
ayudarte a llegar a mí, me dijo que me preocupara de mis propios asuntos,
porque no tenías interés en mis esquemas.
Ahora podía bromear sobre eso, pero ella se preguntó cómo las
269
El camino los llevó hasta un claro. El Oráculo en el centro del claro, no era
un estanque, como Iolanthe había pensado, sino una piscina de tres metros
de diámetro construida de mármol fino y cremoso. El agua estaba tan
hermosa como el elixir de luz que ella había hecho con su relámpago.
Se compuso a sí mismo.
—¿Cómo escapará?
—Mi rebaño bala. Será mejor que vaya a pastorear. —Abrió la puerta—.
Cooper, viejo amigo. ¿Me extrañaste?
Titus ya la extrañaba.
Titus V había construido el truco dentro del estanque porque había querido
que todos los grandes y terribles magos que vivían dentro del Crisol se
parecieran a él. A Titus VII ni siquiera le gustaba mirarse en el espejo, pero
estaba inmensamente agradecido de que su antepasado hubiera sido tan
tonto.
CAPÍTULO 19
Traducido por scarlet_danvers, AnnaTheBrave y Annelynn*
Titus rara vez veía algo a través del mismo prisma que el resto de sus
compañeros de clase. Pero en este ejercicio adormecedor de mentes, él y
ellos estaban de acuerdo: se trataba de un colosal mal uso del tiempo. Para
empeorar las cosas, a pesar de que un chico podía salir tan pronto como
hubiera dicho sus líneas, corriendo fuera del aula como un cachorro que
había sido mantenido en la perrera demasiado tiempo, no podía decir esas
líneas hasta que lo hubieran llamado para hacerlo. Y Frampton
invariablemente mantenía a Titus esperando hasta que casi todo el mundo
se había ido.
Titus, que había llegado a depender de escuchar las líneas repetidas decenas
de veces durante la clase para memorizarlas, tartamudeó.
Esto era nuevo. Frampton podría haberse deleitado en hacer esperar a Titus,
pero nunca había sido abiertamente antagónico.
reprimenda.
Junto a él, Fairfax contuvo el aliento. No estaba sola. La clase entera estaba
mirando fijamente.
—Ah, pero los tiempos cambian. Hoy en día los príncipes de casas de mil
años de antigüedad pueden muy bien encontrarse a sí mismos sin trono —
dijo Frampton sin problemas—. A continuación, Sutherland. Esperemos que
se haya preparado mejor.
6
Persona non grata: Latín. Persona no bienvenida.
No podían seguir así, a merced de los acontecimientos fuera de su control.
274
Levantó las páginas con cuidado, una por una, sintiendo ese peculiar
cosquilleo de ansiedad en el estómago. No pasó mucho tiempo antes de
llegar a una página que no estaba en blanco.
26 de abril, AD 1020
sus...”
Titus leyó la entrada dos veces más. Cerró el diario. El hechizo disfrazador
se reanudó. El diario creció en tamaño, su cubierta de cuero liso cambiando
a una ilustración de un antiguo templo griego.
Así que una noche en un futuro no muy lejano, maldeciría desde su ventana,
luego se apresuraría a leer el diario de nuevo. Ese conocimiento, sin
embargo, hizo poco para sacarlo de su actual embrollo.
—Adelante.
El informe decía:
—Buenas noches.
La piscina ondeó.
producir un ciclón para proteger de las langostas los cultivos de una familia
pobre, pero solo podía producir brisas. En otra, tenía que dividir las aguas
de un lago y tenía que rescatar magos que se habían perdido en el fondo en
una burbuja de aire que siempre se encogía —si hubiera sido real, habría
perdido muchos magos bajo su cuidado—. Y la pared, este era ya su sexto
intento de levantar el muro, aún tenía que detener a los gigantes.
Suspiró.
No más gigantes. No más rocas. En lugar del estruendo, la lluvia caía suave
y constante. Estaba de vuelta en la habitación del príncipe y…
Sin darse cuenta de qué estaba haciendo, ella lo alcanzó y tocó su mejilla.
En el instante en el que sus dedos tocaron su piel, devolvió la mano a su
lugar. Él no reaccionó. Se lamió el labio inferior, se acercó de nuevo y pasó
un dedo a lo largo de su mandíbula.
también había una gran biblioteca, conocida como sala de lectura. Él había
estado pasando todo su tiempo libre allí.
Ella volvió la mirada hacia él, esa hermosa y ligeramente retorcida criatura.
—No me importa lo que digan las visiones —murmuró ella—, no voy a dejarte
morir. No mientras me quede aliento.
Él estaba entre las estanterías, sentado con las piernas cruzadas sobre la
alfombra, tres libros abiertos ante él en un semicírculo, otra docena en una
alta pila a su lado.
Iolanthe tomó un libro de la cima de la pila. Sus cejas se elevaron casi hasta
el comienzo de su cuero cabelludo al leer el título, Cómo Matar a un Mago a
Ocho Kilómetros: Una Introducción en Hechizos a Larga Distancia
—Estarás en la misma habitación que ella. ¿De qué manera Cómo Matar a
un Mago a Ocho Kilómetros ayudará?
—Me gusta leerlo, algo que no puedo decir sobre libros que lidian con magia
mental. Y ese es un chiste irónico, por cierto. La realización de hechizos a
distancia es un deporte de tiro al blanco perfectamente legítimo en muchos
reinos mágicos.
velocidad correctas, tu flecha lo matará, pero no es eso por lo que las damas
inglesas lo disfrutan en sus fiestas de sus casas de campo. —Tomó el libro
de sus manos—. ¿Qué pasó con la pared, por cierto?
—No se construyó.
—Eso no es bueno. Debes ser capaz de hacerte cargo del Bane, y yo debo
ser capaz de derrotar a la Inquisidora.
Él sonrió.
—Gracias.
—¿Disculpa?
—Me gustan las respuestas autoritarias que las revistas dan. Señora
Indeseable, todo lo que tiene que hacer para que su cabello brille como la
luna es mezclar aceite de oliva y esperma de ballena en una proporción de
ocho a una y aplicar liberalmente. Querida Señora Indeseable, no, no
desearía servir sopa en su desayuno de boda. Uno o dos platos calientes si
es necesario, pero los demás deben ser fríos.
Solucionar problemas, eso era lo que a él le gustaba. Los placeres de los
281
Iolanthe se sentía como una semilla después de una buena y larga lluvia de
primavera, empapada a rebosar, pero de alguna manera incapaz de romper
su caparazón. Su capacidad para la magia elemental podía ser grande, pero
su habilidad se negaba obstinadamente a mejorar.
Con la prolongación de los días, el toque de queda era más tarde en la noche,
y los chicos podían estar fuera hasta que el resplandor del último rayo de
sol permaneciera sobre el horizonte. Durante horas, todos los días, ella se
enfrentaba a todos los chicos en el campo, donde aparentemente no podía
equivocarse.
astuto y observador.
Ella había descubierto que su comprensión del griego, inferior a sus ojos,
era considerada bastante competente para los otros chicos.
—Si alguna vez puedo hacer algo por ti para devolverte el favor, házmelo
saber.
—Estoy seguro de que voy a estar aporreando tu puerta tan pronto como
tome Sánscrito.
En su brazo derecho, justo debajo del codo, lucía un tatuaje con forma de
la letra M, por Mohandas, su nombre de pila, supuso.
—¿Y acerca del latín? Tu latín es bueno. ¿Tuviste un tutor antes de venir a
283
Inglaterra?
Él asintió.
—¿Qué?
—La de noviembre de… —Aun tenía problemas con la manera en la que los
ingleses contaban los años— ¿1866?
—Alguien debería darles una paliza —dijo ella, sin molestarse en bajar la
voz.
—¿Abres las piernas para tu príncipe cada noche? —dijo Hogg, moviendo
las caderas obscenamente.
Chicos del otro lado de la calle se detuvieron para ver qué estaba ocurriendo.
—Vete a casa con tu familia adoradora de ídolos, que se casan con sus
hermanas —dijo Trumper—. No queremos a los de tu tipo aquí.
Ella sonrió.
Giró el bate. No muy fuerte, dado que no quería matar a Trumper, pero aun
así golpeándolo en la nariz de una manera muy satisfactoria.
—Te-tengo que ayudarlo. Pero vas a lamentar esto por el resto de tu vida.
Varios chicos de las casas cercanas habían sacado sus cabezas por las
ventanas.
—Gracias. Espero que lo piensen dos veces antes de insultar a mis amigos
cuando estoy escuchando. ¿Ahora qué estabas diciéndome sobre la lluvia
de meteoritos en 1833?
Titus hizo una mueca de dolor mientras salía de la espadilla en el que había
pasado las últimas tres horas remando de arriba abajo en el Támesis.
Fairfax estaba en el muelle, esperándolo.
—¿Pasa algo? —preguntó mientras se alejaban del alcance del oído de los
otros remeros. Usualmente no venía al muelle.
Golpeó su bate de cricket contra un lado de su pantorrilla en un ritmo
285
agitado.
—Sí las hubo. Los videntes tropezaron entre ellos prediciendo el nacimiento
del mago elemental más grande de todos los tiempos.
—¿Y?
—¿Qué le pasó?
—El reino ya estaba bajo el dominio de Atlantis. El padre del chico y su tía
murieron mientras tomaban parte en un esfuerzo de resistencia local.
Cuando agentes de Atlantis llegaron para llevárselo, su familia decidió que
nunca lo permitirían. En lugar de eso, lo mataron.
»Los magos no lo notaron tan rápido al principio —no por décadas— pero
cuando lo hicieron, comenzaron a probar las ataduras. Hubo infracciones
menores, las que se volvieron rebeliones, las que se volvieron insurrecciones
a gran escala.
Juras ya era una carnicería, con pesadas bajas en ambos lados. Atlantis
también estaba teniendo problemas con ambas Inter-Dakotas y los reinos
del subcontinente. Y había rumores de descontento en el mismo Atlantis.
Los líderes de la Insurrección de Enero pensaron que serían la paja que
rompía la espalda del camello.
—O un poder antiguo. Mi madre creía que el Bane tuvo que agotar su propia
fuerza vital, algo que había sido cuidadoso de preservar a través de largos
siglos de su vida. Lo cual explicaría el por qué está tan desesperado por
localizarte.
Ella giró el bate de cricket unas veces, sus movimientos creciendo más
estables y deliberados.
—No soy suya para tener. Y algún día, podría arrepentirse de perseguirme
—de perseguirnos— y no dejarnos en paz.
Empujó con sus hombros la pesada puerta. La música se esparció, las notas
tan dulces y suculentas como melones de verano. Un atractivo joven se
sentaba en un diván bajo blanco, rodeado por cojines azules mullidos,
rasgando las cuerdas de un laúd.
—¿Dónde está el Príncipe Gaius? —demandó Titus.
287
Pero se suponía que fueras un anciano. Todos los otros príncipes y princesas
se veían tan cerca del final de sus vidas. Hesperia en particular, aunque el
brillo en sus ojos permanecía sin disminuir, estaba tan arrugada como una
nuez con cáscara.
—Diecinueve.
—¿Y estás calificado para enseñar todo lo que enlistaste afuera de tu puerta?
Titus no había llegado a la mitad del volumen uno de Mejores Magos, el texto
definitivo en magia superior. Gaius tocó unos cuantos acordes más en su
laúd, cada uno más afectado que el anterior.
El duro y ceñudo anciano que Titus recordaba una vez había sido este joven
encantador y despreocupado.
—Por favor —se rio Gaius—. No estoy casado aún. Pero Ariadne es un
nombre bonito. Debería de querer una hija algún día. La prepararé para que
sea tan grande como Hesperia.
Había odiado las peticiones que llegaban a su puerta anualmente para que
abdicara a su favor. Había habido un abismo enorme entre padre e hija.
—No, excepto que soy preparado para sacar a Titus Tercero del triunvirato
de los grandes. No hay nada que alguien pueda hacer para desplazar al
primer Titus y Hesperia, pero debería fácilmente superar las hazañas de
Titus Tercero. ¿Cómo crees que me llamarán? ¿Gaius el Grande? O tal vez,
288
¿Gaius el Glorioso?
—¿Te importa oír una pieza que escribí yo mismo? —preguntó Gaius.
Comenzó sin esperar una respuesta. La pieza era muy bonita, tan ligera y
dulce como una brisa de primavera. Su rostro resplandecía con placer,
felizmente ignorante que después prohibiría la música en la corte y
destruiría sus invaluables instrumentos uno por uno.
CAPÍTULO 20
Traducido por Helen1, Dianna K y Mari NC
—Eso es todo por este grupo —gritó el capitán—. Coman algo rápido si lo
necesitan. Vayan al baño. El próximo grupo estará aquí en poco tiempo.
—Siento haber tardado tanto. Los versos de Rogers estaban en muy mal
estado.
Él había oído que una educación en Eton era descrita como algo que
enseñaba a los chicos a escribir malos versos en latín y prosa igual de
horrible en inglés.
Ella asintió.
—Ese complejo se llama Royalis, solía ser la casa del rey, cuando Atlantis
todavía tenía reyes. El Palacio del Comandante está en las tierras altas. Mi
abuelo tenía un espía que logró enviar un mensaje de vuelta en una botella
que viajó miles de kilómetros en mar abierto. Indicaba la localización
aproximada del palacio y señaló que tenía varios anillos de defensa, uno de
wyverns, uno de delgados y veloces carros acorazados, y otro de enormes
carros que llevaban dragones.
—No, mi visión fue demasiado breve para observar todos los detalles. Sabía
que salía fuego de algunos de los carruajes, pero no sabía qué lo estaba
produciendo. Tiene sentido, varias de las especies de dragones con los
fuegos más calientes, o bien no pueden volar o no pueden volar bien.
Poniéndolos en vehículos aéreos, Atlantis puede explotar mejor su fuego.
—Cercanas a cero.
—Y tienen razón, por una vez. El Bane ha sido asesinado dos veces ante
testigos oculares. Una vez en el Cáucaso, donde los magos son expertos en
lanzamiento de hechizos a distancia. La segunda vez cuando estaba en el
subcontinente para sofocar un levantamiento.
»En ambos casos, se dice que había sido destruido, cerebro y tripas por todo
el lugar. En ambos casos, al día siguiente estaba caminando alrededor,
perfectamente bien. Y en ambos casos, el Dominio envió espías para verificar
los acontecimientos; regresaron desconcertados debido a que los testigos
estaban diciendo la verdad.
—¿Resucitó?
Esta noche, sin embargo, ese futuro era más débil y lejano que nunca.
Tragó saliva.
—Es posible. Mi madre vio una escena nocturna. Había humo y fuego, una
asombrosa cantidad de fuego, de acuerdo con ella, y dragones.
—¿Qué pasa con “La Bella Durmiente”? Mi primera vez en el Crisol dijiste
que me llevarías a su castillo algún día para combatir a los dragones.
—Los dragones allí son brutales. Me puse los más duros como parte de mi
propia formación. Y todavía me lesiono, a pesar de que he estado haciendo
esto durante años.
—Ya hiciste dos sesiones en el Crisol hoy; no estarás en plena forma para
los dragones.
—Me imagino que para el momento en que llegue al Palacio del Comandante,
voy a estar muy cansada también. Bien podría acostumbrarme a desplegar
mis poderes en condiciones menos que óptimas.
—¿Por qué pones los dragones más brutales aquí, en lugar de en una
historia diferente? —le preguntó.
—Es conveniente.
Por lo que ella sabía, cada historia era igualmente conveniente para acceder
en el Crisol.
—Así que... ¿quieres que me enamore de ti, mientras juegas juegos de besos
con otra chica?
Tragó saliva.
Los basiliscos colosos, sin alas, hacían nidos en el suelo. Para proteger sus
huevos, el fuego combinado de un par acoplado, gracias a un proceso que
sigue sin entenderse claramente, se convertía en una de las sustancias más
calientes conocidas en los reinos mágicos.
Una explosión de fuego corrió hacia ellos, su masa más grande y más
caliente que cualquier cosa que había conocido. Instintivamente, se echó
hacia atrás.
Su grito casi rivalizó con el de los basiliscos. La agonía en sus palmas, era
como si hubiera sumergido sus manos en aceite hirviendo.
el calor.
—¡Estoy bien!
—Este escudo puede tomar dos golpes más. ¿Debo preparar otro escudo?
Se recordó que estaba tratando con ilusiones. Pero el hedor de los basiliscos,
el crujir de las zarzas ardiendo detrás de ella, las llamas encendidas que
saltaban de nuevo desde el fuego del dragón, como si estuvieran
aterrorizadas, eran demasiado reales.
Cambiando tácticas, utilizó aire para tratar de desviar el fuego. Pero lo único
que hizo fue dividir la masa de fuego en dos, ambas mitades precipitándose
directamente hacia ellos.
Ahora no tenía otra opción más que enfrentarse directamente contra los
dragones.
El fuego ordinario era tan manejable como la arcilla. Pero este fuego estaba
hecho de cuchillos y clavos. Volvió a gritar de dolor. ¿Pero le estaba haciendo
algo al fuego? ¿Estaba frenándolo? ¿O simplemente parecía llegar a un ritmo
más lento porque la agonía en sus manos distorsionaba su percepción del
tiempo?
—¿Estás bien?
—Eso creo.
—¿Estás segura?
Para nada.
Él vaciló, como si quisiera decirle de nuevo que dejara a los dragones para
otro día. En su lugar, le dio la clave. Ella practicó el hechizo. Cuando pensó
que su escudo era lo suficientemente fuerte, abrió un camino a través de las
zarzas.
—Buena idea.
Él asintió.
—¿Por qué? —Pero entonces recordó—. ¿Es porque no quieres que vea a la
Bella Durmiente?
—Eso no es…
—¿Es bonita?
—Ella no existe.
—Aquí lo hace. ¿Es bonita? —No le gustaban las preguntas incómodas, pero
al parecer no podía detenerse.
—¿Disfrutas besarla?
—No la he besado desde que te conocí. —De repente, era el Maestro del
Dominio hablando, su tono duro, sus ojos más duros.
derramaron su fuego.
La puerta del castillo la atraía. Comenzó a correr. Los basiliscos tenían una
vista pobre. Con su fuego bloqueado, tratarían de atacarla con garras y
colas, pero al no ser depredadores, serían torpes con ello.
¿Podían las sombras moverse contra las sombras? Entrecerró los ojos, sus
dedos apretando la varita de repuesto del príncipe. Detrás de ella llegó un
sonido suave como cortinas ondeando ante una ventana abierta.
Cayó con un ruido sordo. Una criatura reptil de color negro aterrizó a su
lado, doblando sus alas con apenas un susurro. Una garra afilada se
extendió y cortó su garganta.
Estaban de vuelta en su habitación. Sus ojos se abrieron, pero eran los ojos
de los poseídos. Ella se sacudió, el tipo de convulsión frenética que le
causaría dejar de respirar antes de que él pudiera llegar al laboratorio y
encontrar un remedio apropiado.
Iolanthe miró estupefacta el cielo oscuro con estrellas esparcidas con sus
dos lunas. ¿Quién era ella? ¿Dónde estaba?
Y fue arrojada al instante en el agua más fría que había conocido, el impacto
como cuchillos sobre su piel. Jadeó, su antiguo terror olvidado. Tan frío, la
quemadura de hielo congeló su cuerpo.
La culpa no era suya, ella había sido un idiota que le había dado vueltas al
tema de la Bella Durmiente y no lo soltaba.
Lo último que vio fue un enorme tentáculo moteado salpicando hacia ella.
—¿Qué?
me ayudarás?
No puedo ser débil cuando llegue el momento. No puedo permitir que caigas.
Ella estaba de pie con la mano en las ominosamente pesadas puertas del
gran salón, el príncipe a su lado. Detrás de ellos, los basiliscos colosos
bramaban con impotencia. Adentro esperaban los wyverns que la habían
masacrado hace solo unos minutos.
—Ellos ya nos habrán olido. Los wyverns son rápidos y astutos. No tienen
que esperar entre bocanadas de fuego. Y como ya sabes, los de allí no están
encadenados.
Ella asintió.
Él abrió de golpe las puertas. Ella lanzó un destello de llamas que iluminó
cada rincón del gran salón, privando a los wyverns de sombras en las que
esconderse.
Lucharon espalda con espalda. Ella prestó solo remota atención a lo que él
hizo, su mente ocupada en controlar el fuego de los dragones. Los wyverns
escupían sin cesar, pero sus fuegos eran menos calientes. El escudo
corpóreo en el que el príncipe la había encerrado reducía aún más el calor.
Por fin se las arregló para dirigir la llama de un wyvern para atacar al otro.
El wyvern quemado chilló y le devolvió el favor. Mientras los dragones se
estancaron en su propio feudo, el príncipe la tomó de la mano. Corrieron
hasta la gran escalera, lanzando escudos detrás de sus hombros, y cerraron
302
Ella jadeó con las manos en sus rodillas. No fue una victoria sin reservas,
pero al menos había dejado de estar irracionalmente aterrorizada de los
wyverns, solo racionalmente asustada.
—No, eso es todo. —Él se estiró por ella—. Ahora podemos volver.
Ella retrocedió.
—¡No!
¿Acaso se sonrojó? Era difícil de decir. Los dos estaban calurosos por el calor
de la batalla.
—Bien.
—¡Detente!
Estaba siendo estúpida, por supuesto. Pero no podía evitarlo. Quería ver a
la chica que él solía besar antes de que ella llegara. ¿Y había dejado de
besarla? ¿O había hecho un gran trato más con esa bonita y agraciada chica
dócil?
Las escaleras conducían a un dorado rellano —el dorado apenas visible bajo
el polvo— que se abría en un salón de baile con cortinas de terciopelo
apolilladas. Una fila de criadas, con paños para pulir todavía en mano,
303
soñaban pacíficamente.
Ella pretendía apartarlo de su camino. Por tener otra chica —aunque fuera
ficticia— antes que a ella. Por no vivir para siempre. Y por quitarle su
libertad haciéndola enamorarse después de todo.
—No podemos —dijo él en voz baja—. Había pensado que el amor nos uniría
en un mismo propósito. Me equivoqué. La situación es más complicada que
eso. Tienes que dejarme atrás en algún momento, cuando no sea de más
utilidad. Y esa no es una decisión que deba tomarse o desecharse bajo la
304
Emociones innecesarias.
Calor erizó sus mejillas y las puntas de sus orejas. Su tráquea quemaba,
como si alguien hubiera empujado una antorcha en su garganta.
Pero aún peor era la absoluta certeza en su voz. Él vivía su vida en cuenta
regresiva hacia su fin. Bien podría haberse enamorado de alguien en su
lecho de muerte.
—Por favor —se oyó hablar a pesar del nudo en su garganta—, no seas tan
melodramático. No confundas un simple beso con adoración eterna. Estoy
rodeada de chicos guapos, ¿no has notado cuán magnífico es Kashkari? Pero
tú eres el único al que puedo besar sin meterme en problemas.
»Además, ¿has olvidado que eres mi captor? Nunca podría amarte cuando
no soy libre. Que creas que podría solo demuestra el poco conocimiento que
tienes del amor. —Se levantó—. Ahora, si me disculpas, tengo que estar en
mi habitación antes de que se apaguen las luces.
Los basiliscos colosos rugieron inútilmente afuera. Los wyverns habían sido
contenidos en un rincón del gran salón. Titus hizo el largo, largo ascenso a
la buhardilla del castillo, sus pasos pesados con fatiga y abatimiento.
Ella abrió los ojos; eran del color de la medianoche. Su cabello, también, era
pura sombra.
—Iolanthe —murmuró.
Ella sonrió.
305
—Sabes mi nombre.
—Ignora lo que dije antes, cuando estaba molesta —continuó ella, sus dedos
peinando su cabello.
Pero no podía. Él sabía cuánto tiempo pasaba ella con Kashkari, ellos
siempre estaban caminando juntos hacia o desde la práctica de cricket. Y
qué estúpido de su parte pensar que ella podía olvidar, incluso por un
momento, que estaba aquí en contra de su voluntad.
CAPÍTULO 21
Traducido por flochi
El Cuatro de Junio era la fiesta anual más grande de Eton, una celebración
que duraba todo el día marcada por discursos en la mañana, un partido de
cricket en la tarde, un desfile de barcos al atardecer, y una exhibición de
fuegos artificiales en la noche, todo fuertemente vigilado por los Viejos
Etonianos y las familias de los alumnos actuales.
Pero no podía evitar desear lo contrario. Incluso más desde que Dalbert se
encontraba en licencia: su madre moribunda deseaba que la acompañara a
un retiro espiritual a la isla Ondine, cerca de su lugar de nacimiento. Sin
los reportes diarios de Dalbert, Titus se sentía como estar de pie a ciegas en
un campo minado.
Al menos las últimas noticias que Dalbert reportó antes de irse habían sido
las más bienvenidas hasta ahora: la Inquisidora había sido transportada a
Atlantis, probablemente debido al deterioro más extenso de su condición.
—¿Están aquí?
borde del campo. Con los asistentes dividiendo la multitud delante de él,
Titus se dirigió hacia la tienda, Greencomb yendo detrás.
Como todos los demás, había sido embutida en ropa no maga. Una falda de
seda escalonada encima de un gran polisón, un sombrero de plumas, y una
sombrilla con flecos, todo de color negro. Se veía ridícula pero perfectamente
sana.
—Su Alteza, ciertamente, muy pronto nos iremos. Por lo que debemos
disfrutar al máximo del tiempo que tenemos juntos. El regente y yo —y estoy
segura que la Inquisidora también— estamos ansiosos por conocer a tus
amigos.
Titus rompió a sudar frío. La Inquisidora debió darse cuenta que él mantenía
a Iolanthe Seabourne cerca. El Encantamiento Irrepetible impedía que su
imagen fuera dibujada y difundida. Pero no podía evitar ser reconocida por
aquellos que la conocían.
—Hemos sido proporcionados con una lista de todos sus compañeros, señor
—dijo Lady Callista, sonriendo—. Estamos determinados a conocerlos a
todos.
Abrió los ojos, sonriendo. Debió haberse quedado dormida. E incluso luego
de una breve siesta, sus manos —sus brazos, de hecho— dolían. Intentó
decirse que era algo bueno, más dolor probablemente implicaba una lucha
más feroz entre su potencial y lo que quedaba del hechizo persuasible. Pero
estaba tomando demasiado tiempo, y su dominio sobre el aire era
cuestionable.
—Maldición —exclamó Wintervale, asustándola.
310
—¿Qué sucede?
Se sentó.
—¿Que hoy el clima es perfecto para hacer rebotar una pelota de goma
vulcanizada en el césped?
—No, volvió la semana pasada. No dije nada sobre ello, idiotas como Cooper
no entenderán por qué ella escoge permanecer en casa el Cuatro de Junio.
—Oh —dijo.
—No tienes que parecer tan alarmado, Fairfax —dijo Wintervale, pareciendo
un poco molesto—. La mayor parte del tiempo ella está bien. De hecho, ella…
¿Ya volviste, Kashkari? No fuiste muy lejos.
Iolanthe frunció el ceño. Las casas de los residentes confiaban una serie de
controles diarios para asegurarse que los chicos no estaban ausentes sin
permiso, pero nadie vigilaba las fronteras mal definidas de Eton.
—Solo un tío-abuelo, pero qué dama la que trajo —dijo Sutherland. Se volvió
hacia Birmingham—. ¿Alguna vez dijeron si Helena de Troya es la esposa
del tío-abuelo?
Si su corazón latiera con más fuerza iba a romper una de sus costillas.
Mientras Cooper se inclinaba ante Lady Callista otra vez, Titus gritó en voz
alta:
probablemente más.
—Qué día para ti, Cooper —dijo ella—. Siempre te ha gustado que él sea
principesco.
Birmingham resopló.
—¿Alguien más vino de la corte de Saxe-Limburgo además de su tío abuelo,
314
la bella dama, y la dama que pone los cabello en punta? —preguntó Iolanthe.
—Sí, hordas de lacayos. —Cooper pensó en ello. Iolanthe casi escuchó los
engranajes de su cerebro repiqueteando—. Quizá no todos ellos eran
sirvientes. El príncipe se dirigió a uno de ellos por el nombre y dijo algo
como: “¿Cuándo el transitorio deja salir a sus detenidos?” ¿Crees que
algunos de ellos puedan ser prisioneros políticos?
Iolanthe no pudo escuchar nada más encima del rugido en su cabeza. Este
era el mensaje del príncipe: el Maestro Haywood y la Sra. Oakbluff habían
sido traídos a Eton para identificarla. Y en el momento en que fuera
despojada de su disfraz, sería llevada lejos.
A menos que…
Pero tenía que hacerlo. No tenía otra opción. No había nadie más que la
ayudara.
—Mi estómago. No debí haber tomado esa cerveza de jengibre. Apuesto que
esa bruja lo hizo de agua estancada.
—¿Y hacer qué? ¿Limpiar mi culo? Eres el enviado personal del príncipe, así
que tienes que llevar personalmente mi mensaje. Dile que estaré tan pronto
como tenga mi encuentro con el retrete.
—Oh, ¿mira quién no tiene amigos o bates de cricket hoy? —dijo Trumper.
Volvió a salir corriendo y se agachó en el callejón vacío entre dos casas. Con
las manos apoyadas contra la dura pared de ladrillo detrás de su espalda,
se teleportó.
Solo para abrir los ojos y encontrar que no se había movido un centímetro.
En vano.
CAPÍTULO 22
Traducido por Verae
I olanthe corrió.
Pero no todas las zonas de no-teleportación eran creadas iguales. Las únicas
permanentes, como la que el príncipe había establecido en su habitación,
tomaban mucho tiempo y esfuerzo. Una completamente nueva, y muy
probablemente temporal, zona de no-teleportación a veces tenía áreas de
denegación incompleta que podían ser explotadas, o eso había aprendido
recientemente en las salas de enseñanza(22).
Ahora lo tenían.
—Lee, ¿eres tú? —llegó el sonido de una voz femenina detrás de ella—. ¿Cuál
es el problema? ¿Por qué estás en casa?
La mujer loca. Wintervale insistía en que ella sólo estaba loca a veces.
Iolanthe oró para que hoy estuviera en uno de sus días más lúcidos.
Poco a poco se dio la vuelta, levantando las manos, con las palmas hacia
afuera. La madre de Wintervale estaba en otro vestido inglés estrechamente
ceñido. Y para todo lo que ella había pasado en la primavera en una ciudad
balnearia, no parecía rejuvenecida: sus ojos estaban hundidos, las mejillas
huecas, su piel tan delgada y frágil como una cáscara de huevo.
En el momento en que se dio cuenta que no era su hijo de pie frente a ella,
318
—Dije que se me pidió hacer un juramento de sangre. —Se rio en voz baja,
el sonido de las pesadillas—. Nunca dije que lo hice.
Titus oró.
Él había intentado decirle que huyera, y a juzgar por lo que dijo Cooper, ella
se había encargado de eso. Pero ¿había ido lo suficientemente lejos? Él la
quería al otro lado del mundo para cuando la Inquisidora lo destrozara.
Por supuesto, una chica viviendo en la casa de la Sra. Dawlish iba a ser
objeto de más sospecha que un chico. Y varias de las criadas y lavanderas
eran de edad semejante.
Sucedió que una ayudante de cocina tenía el día libre para visitar a una
hermana enferma en Londres. La Inquisidora estaba disgustada.
—Ahí viene, nuestro Fairfax, recién salido del tocador, como había
prometido.
Ella continuó avanzando, más bonita que todas las hermanas con vestidos
de seda. Era un milagro que hubiera logrado hacerse pasar por un chico
durante tanto tiempo; no los engañaría ni un minuto más.
Tal vez ella no tenía la intención de hacerle frente a la Inquisidora con sus
poderes aquí y ahora. No tendría ninguna oportunidad. Entre los secuaces
de la Inquisidora había magos elementales aguerridos con mucha más
experiencia que ella.
que aún no se hubiera ido lejos? ¿Qué estaba ocurriendo? Sin embargo, no
se atrevió a mirar a cualquiera, Oakbluff o Haywood, por miedo a delatarse.
Titus sintió como si una araña gigante se arrastrara por su espina dorsal.
Si la Inquisidora hacía una investigación personal, entonces el delgado velo
del engaño de Titus no tendría ninguna oportunidad.
Iolanthe había estado aturdida. Pero no había habido tiempo para hacer
preguntas. Había explicado a toda prisa sus necesidades, trayendo a la
madre de Wintervale a la casa de la Sra. Dawlish, y la envió con una
descripción de los dos magos a quienes debía colocar una barrera de
hechizos invalidantes, así, mientras Iolanthe estuviera delante del Maestro
Haywood y la Sra. Nettle, ninguno sería capaz de acceder a sus viejos
recuerdos, ni obtener otros nuevos, mientras estuvieran bajo el hechizo.
—Eres tú.
Querido Lee, estoy bloqueando este portal por ahora, hasta que
encuentre un medio más seguro para ti para acceder a la casa.
Con amor, Mamá.
Al final resultó que Fairfax no era el último chico de la casa de la Sra.
322
Pero incluso después de que todos los chicos habían sido tomados en
cuenta, la espera había continuado mientras la ayudante de la cocina
permanecía ausente. Lady Callista vino preparada con un lino blanco como
la nieve y un picnic bastante magnífico para un banquete de Estado. Titus
no tocó nada, ni siquiera una gota de agua.
A las seis de la tarde, se levantó para unirse a los otros remeros para la
procesión de barcos que iba a tener lugar en media hora. Una compañía de
lacayos de la Inquisidora le siguió, corriendo por la orilla, nunca dejándolo
apartarse de su vista.
Aguas arriba, los barcos fueron anclados y los remeros llevados a una cena
especial. Titus se obligó a comer, para así parecer indiferente ante sus
cuidadores. Después, los remeros serían llevados a los barcos otra vez río
abajo. A su regreso, los fuegos artificiales comenzarían.
La noche había caído. Los árboles a lo largo de las dos orillas del río se
habían iluminado con velas miniatura; el agua brillaba con sus reflejos.
Hubiera sido un bonito espectáculo si hubiera estado de ánimo para
apreciarlo.
A mitad del río se dio cuenta de que los magos que lo habían seguido se
habían ido. Viró entre el alivio que quitaba el aliento y la sospecha
contundente de que este era el comienzo de un nuevo engaño.
Sólo cuando vio que el dosel blanco también había desaparecido se permitió
a sí mismo exhalar. Si la Inquisidora había planeado llevárselo esta noche,
habría esperado por él.
Esto era obra de Atlantis. Sobraba decir que si se las arreglaba para
encontrar el límite de esta zona de no-teleportación, lo encontraría
fuertemente custodiado. Y su alfombra voladora había sido empacada como
parte del kit de supervivencia de Fairfax, ahora fuera de su alcance.
Pero cuando abrió la puerta del armario, vio una nota pegada en el interior.
Querido Lee, estoy bloqueando este portal por ahora, hasta que encuentre un
medio más seguro para ti para acceder a la casa. Con amor, Mamá.
Se dio la vuelta.
Todo se emborrona.
Volteó la página. No había más texto. Dio vuelta a otra página y se congeló.
En la esquina inferior derecha de esa página, había una pequeña marca de
cráneo.
¿Eran éstas dos visiones pero parte de la misma visión ampliándola más?
¿Yendo a la Ciudadela esta noche, estaba yendo a su fin?
CAPÍTULO 23
Traducido por Jessy, aniiuus y Shilo (SOS)
I olanthe fue sacada de la casa de la Sra. Dawlish por chicos que habían
vuelto a la casa para cenar. No podían entender por qué quería quedarse
en su habitación, y ella, preocupada, había fallado en clamar más temprano
tener dolores de cabeza o fatiga.
Así que había regresado, se había quitado la chaqueta, había hervido agua
para té, y luego… sintió la tetera otra vez, entre hace un cuarto y media
hora, había ido a otro lado.
Revisó la sala común, él no estaba ahí. Los baños ya estaban cerrados. Solo
quedaba el servicio.
Espera, se dijo a sí misma. Pero medio minuto se sintió como una década.
327
Tomó tres respiraciones profundas antes de entrar, y aun así casi salió
gritando. La fosa estaba llena de hombro a hombro con chicos vaciando sus
vejigas, lo último que quería presenciar, aunque fuera por la parte posterior.
Todos los chicos se rieron. Iolanthe aportó sus propias carcajadas nerviosas
y se escapó a toda prisa. En una noche diferente no se habría preocupado
tanto, si el príncipe no tuviera algunos planes secretos en elaboración, no
sería Titus VII. Pero este día habían enfrentado a su némesis y escapado por
la piel de sus dientes. Él debía estar muriendo por averiguar cómo ella había
sacado adelante esa hazaña. Sin mencionar que necesitaban
desesperadamente idear una estrategia coherente, juntos, para
contrarrestar el próximo movimiento de la Inquisidora.
No había mesas o sillas sobre la alfombra de hierba viva, sino dos elegantes
columpios fijados en ángulos oblicuos entre sí. El príncipe estaba sentado
en uno de esos columpios, en su uniforme de Eton, con los brazos
extendidos a lo largo de la parte posterior del banco.
Él asintió.
—En una caja en mi gabinete del té, la misma caja que te pedí que me
pasaras antes de nuestra primera sesión en el Crisol. Se abrirá solo ante tu
toque, o el mío. Contraseña: Bella Durmiente. Refrenda: Nil desperandum.
—En una emergencia, ¿qué debería tomar de tu habitación además del
329
Él le había dicho que no se preocupara por apagar las luces, pero necesitaba
un plan, en caso de que el suyo saliera mal. Podría imitar la voz del príncipe
y luego, esperando que la Sra. Hancock comprara su imitación, apagar las
luces, salir y entrar a su propia habitación ante los ojos de la Sra. Hancock.
El golpe vino en la puerta del príncipe. Antes de que Iolanthe pudiera hacer
un sonido de su de repente reseca garganta, la voz del príncipe sonó:
—Buenas noches.
—Absolutamente.
—Dije que no era utilizado como uno. Y con una buena razón. Utilizar el
Crisol como portal requiere que un mago habite físicamente la geografía del
Crisol. Cuando te lastimas, te lastimas. Cuando te matan, mueres. Es
factible, pero te aconsejo enérgicamente en contra de ello.
distinta.
Se obligó a calmarse.
—Sirve como una entrada a otras copias del Crisol. Hay cuatro copias
fabricadas. Una que mantengo conmigo todo el tiempo, una está en el
monasterio en las Montañas Laberínticas, una en la biblioteca de la
Ciudadela, y la cuarta se ha perdido.
—¿Entonces entras a la copia del Crisol, dices una contraseña, y eres llevado
al interior de la copia de Crisol en la Ciudadela. Luego simplemente dices:
“Y vivieron felices por siempre” y estás parado en la mismísima Ciudadela?
—Ojalá fuera así de simple. Cuando Hesperia convirtió las copias del Crisol
en portales, intentó hacer pasajes seguros, pero una gran parte de la
estructura original no se podía anular.
—¿Cuál va a la Ciudadela?
—Bastión Negro.
Vaciló.
—Te ruego, no hacerlo, no poner tu vida en peligro, sobre todo no por mí.
Nunca me perdonaré. Lo único que hace toda esta locura soportable es la
esperanza de que tú puedes sobrevivir, que un día puedas vivir la vida que
siempre has querido.
Cuando había tenido doce años, engreído por su destreza con el Crisol
después de haber vencido al Monstruo de Belle Terre, al Guardián de Torre
Toro y a la Hidra de Siete Cabezas del Lago Dread. Su muerte a manos de
Helgira había borrado cualquier otra idea de invencibilidad. De hecho,
habían pasado dos meses antes de que pudiera utilizar el Crisol de nuevo,
e incluso entonces solo para tomar parte en las más fáciles y simples
333
búsquedas.
gran lanza —una que podría seguir a un oponente que huye a un kilómetro
de distancia— hacia la garganta de Titus.
—Usted no es Boab.
—¿Cómo podrían matar a Boab? Él es, fue, uno de los mejores soldados y
aun mejor mago.
La sala estaba llena de gente. Había cantos y bailes. Helgira, con su vestido
blanco, estaba sentada en el centro de una larga mesa en una gran tarima,
bebiendo de un cáliz de oro.
Ella era veinte años mayor, pero su rostro era idéntico al de Fairfax. Sus
labios eran del mismo tono rosa oscuro, su pelo la misma cascada de color
negro azabache que recordaba tan bien.
Esta era la razón por la que Fairfax le había parecido tan inquietamente
335
—Pero usted cometió una grave violación de la etiqueta, joven. ¿No sabe que
nadie está autorizado a contemplarme sin mi permiso?
—Me gusta este, vaya bonitas palabras. Muy bien, de ahora en delante le
concedo el privilegio. Pero sepa esto: yo siempre exijo castigo por cualquier
transgresión.
Con eso, ella desenvainó un cuchillo de su cinturón y lo dejó caer sobre él.
Con unas cuantas patadas, distribuyó los pedazos de vidrio que habían
caído en línea recta contra su escudo, en un patrón más irregular. Con el
Crisol en mano, salió corriendo de la habitación justo cuando las puertas
comenzaron a abrirse por el pasillo.
—¿Has oído eso? —preguntaban muchachos sorprendidos unos a otros—.
337
Ella encendió las luces de la habitación del príncipe y revolvió su catre. Por
desgracia, el Crisol estaba limpio como una patena, con ninguna gota de
sangre para dar. Cogió un pedazo de esquirla de cristal para cortarse la
yema del dedo índice, y apretó para soltar unas cuantas gotas de sangre
sobre las sábanas del príncipe. Luego se untó sangre en su propia cara,
guardó el Crisol en la cintura de sus pantalones —todavía tenía que
cambiarse a su camisón— y estableció un hechizo para mantenerlo en su
lugar.
A continuación, con la puerta abierta, gritó con lo más fuerte que pudo:
Titus tragó.
Con los dientes apretados, limpió su herida. Sacó los remedios y las ayudas
de emergencia que había traído con él y vertió dos frascos diferentes en su
herida y un paquete de pastillas en su garganta.
El otro extremo del portal era, por supuesto, la alcoba de oración de Helgira
—en la copia del Crisol de la Ciudadela. Titus no debería haber estado
corriendo por su vida, debería haber recordado ser más lento y cauteloso.
llegaron a la puerta.
Pero la mayoría de los chicos tenía sus zapatillas y Cooper, que había
entrado descalzo, hizo que Rogers le lanzara un par de zapatos del príncipe
y se reunió con los otros.
—Le han herido —dijo Iolanthe—. Y pienso que es lo suficiente malo ya que
ellos casi me descerebran.
—¡Bastardos!
—Trumper y Hogg, por supuesto. El príncipe ya fue tras ellos —dijo ella—.
Trataron de acosarme más temprano hoy, pero les di una sonora paliza.
—No voy a quedarme sin hacer nada —dijo Kashkari subiéndose las
mangas.
Ignorando los gritos de la Sra. Hancock para que regresaran, ella y los chicos
rompieron a correr.
Ella se emparejó con Kashkari. Cuando había enviado a los otros chicos en
varias direcciones con instrucciones de esperar detrás de la casa de
Trumper y Hogg si no podían ser localizados en otro lugar, palmeó a
Kashkari en el hombro y se dirigió de vuelta a la casa de la Sra. Dawlish.
—Creí que dijiste que habían ido en la dirección opuesta —dijo Kashkari.
Kashkari dudó.
Antes de que esta Helgira pudiera pulverizarlo, Titus se dejó caer en una
rodilla.
—Mi Señora. Traigo un mensaje de mi señor Rumis.
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Como que, por años, Helgira había mantenido una aventura platónica
secreta con el gran mago Rumis.
—Mi señor Rumis tiene gran sentido del humor entonces, mandando a su
sirviente a mis aposentos sin ser anunciado.
—Habla.
Desde que había entrado a esta copia del Crisol como portal, las mismas
reglas se aplicaban. Debía viajar físicamente a la salida. Un wyvern le
aseguraría velocidad.
Helgira suspiró.
—Gracias, mi Señora.
—Sí, mi Señora.
Apartó la vista.
En unos pocos minutos Titus llegaría a su destino. Y tal vez en unos pocos
minutos más, podría usar la maldición de ejecución en la Inquisidora.
No como su abuelo.
—No puedes tener hambre, ¿verdad? Pensé que te alimentaban con carne
fresca todo el tiempo.
El wyvern siseó.
Esta copia del Crisol había sido de su abuelo. Parecía que el Príncipe Gaius
le había hecho cambios. Mientras que uno no podía alterar el sentido
subyacente de una historia —La Bella Durmiente, por ejemplo, nunca
bajaría las escaleras por sí misma para ayudar a su salvador a combatir con
los dragones— casi todos los demás incidentes de una historia podían ser
modificados.
¿Dejarnos?
Titus se había escondido detrás del final de un grupo de estantes. Ojeó sobre
el borde, pero solo pudo ver a Alectus haciendo reverencias y casi saliendo
a rastras.
—No debería haber sido tan solícito, señor —dijo la Inquisidora, su tono tan
suave y deferente que Titus apenas lo reconoció—. Hubiera podido manejar
el interrogatorio en la propia Inquisición.
de trampas y engaños.
Titus se estremeció.
—Si solo hubiéramos tenido más tiempo para saber de la visita de mi señor
Alto Comandante, hubiéramos preparado un festín más apropiado.
Haywood entró con dos guardias. Cuatro magos que cubrir. La varita de
Titus se sacudió. ¿Se atrevía? ¿Su gallardía haría que lo atraparan,
resultando que Fairfax fuera arrancada de su cama al final de la noche?
Titus vio a su varita levantarse. No podía creer lo que iba a hacer. Uno. Dos.
Tr…
CAPÍTULO 24
Traducido por OriOri, flochi y Verae
Estaba aliviada.
Ahora podía preocuparse por sobrevivir al Bastión Negro.
348
Era el más fuerte y más ilícito hechizo de destrucción cerebral que había
sido capaz de encontrar, sin la maldición de ejecución. Probablemente
podría arrepentirse de su clemencia después, pero no era un asesino.
Todavía no.
Cuando se detuvo en seco ante el estrado que sostenía la copia del Crisol de
la Ciudadela, estaba apenas a un metro del Bane, quien lucía de cincuenta
años, no de doscientos. Sus rasgos eran confiados, atractivos… y familiares,
de alguna manera.
Jadeó con alivio. Pero el aire que respiró… hizo una mueca ante la acritud
de este. Sangre. Murmuró un hechizo de luz. Casi a la vez vio una fina y
puntiaguda estaca que había sido sacada de su amarre, un trozo de cadena
sujeta a esta.
La estaca que había utilizado para mantener al wyvern de Helgira esperando
349
Sólo podía rezar para que su propia copia del Crisol no fuera un lugar tan
peligroso como este estaba resultando ser.
a averiguar qué temible criatura merodeaba ahora el castillo. Pero esto era
real. Y no podía permitirse el lujo de terminar en pedazos por todo el paisaje.
El wyvern no respondía.
Iolanthe había ido al vestidor al lado del salón de baile, encontró un vestido
blanco que parecía que podría haber sido usado en tiempos antiguos, y lo
guardó entre su ropa no mágica. Luego había arrebatado una peluca negra
de debajo del dormido maestro de pelucas y la puso en su cabeza con una
pesada aplicación de hechizos adhesivos, así no se volaría mientras estaba
en el aire.
Había leído “La Batalla por Bastión Negro”. Sabía que Helgira había hecho
un llamado para la ayuda en algún momento. Pretendería ser uno de los
magos que venían a ayudarla.
—Revisce.
Nada.
—Revisce forte.
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Más de lo mismo.
—¡Revisce omnino!
Todavía nada. Este último se suponía que era un hechizo que venía justo
antes de hacer caminar a los muertos.
Ella pasó una pierna por encima de su espalda. El wyvern se volteó al revés.
Ella gritó y perdió el equilibrio.
Convocó una ráfaga de viento de frente. El wyvern no esperaba eso. Con sus
alas abiertas, fue empujando por la corriente a una posición casi vertical.
Una vez que el wyvern se hubo nivelado, y una vez que ella estaba segura
de que su asiento era seguro, golpeó al wyvern con una dura corriente que
lo obligó a orillarse a la izquierda. Luego, un enfoque de tres vertientes, más
352
Debió ser por la fatiga de correr ocho kilómetros al final de un día durante
el cual había comido solo un puñado de galletas desde el desayuno. No
existía otra razón por la que Titus no hubiese vencido al wyvern luego de un
cuarto de hora.
—Aura circumvallet.
El wyvern vomitó más fuego, pero este hechizo actuó como un corral para el
fuego. Lanzó dos chorros de llamas al vientre del wyvern. La magia sutil no
podía duplicar la escala de la magia elemental, pero era una decente.
El wyvern voló para evitar su fuego. Él salió corriendo. Pero la bestia una
vez más bloqueó su camino en la boca del callejón. Lanzó dos ráfagas de
fuego. Esta vez el wyvern estaba preparado y se escudó con el exterior de
sus alas. El fuego de dragón podría chamuscar sus alas, pero el fuego
ordinario carecía del poder.
Él se agachó bajo un ala. La cola con picos del wyvern llegó hacia él. Se
353
Gritó de dolor. Y con ese dolor llegó una furiosa ráfaga de poder.
—Flamma caerula.
La bestia volvió a rugir una vez más. Las criaturas aladas no siempre eran
las que más rápido volaban. Pero a juzgar por el rugido, el monstruo
fantasmal se estaba acercando muy rápidamente, Titus podría muy bien
correr a pie.
Se dio la vuelta una vez más e intentó ver si el monstruo fantasmal llevaba
un jinete. Una criatura más pequeña estaba atada a él, un peregrino gigante;
el cual se veía como una pulga al lado del monstruo fantasmal. El peregrino
ciertamente llevaba un jinete. En el extraño brillo del monstruo, los ojos del
jinete eran completamente incoloros.
¡La Inquisidora!
Pero sus pies estaban en suelo sólido, y el wyvern estaba siendo llevado
hábilmente por un par de mozos de cuadra, sin estallar en una furia que
asaría a los magos en un radio de tres metros.
Esperó ser desafiada inmediatamente, pero todos en la plataforma de
355
Iolanthe chasqueó el dedo una y otra vez, rayos aún más impresionantes
chisporrotearon en toda la anchura del cielo.
Este Bastión Negro estaba mucho más calmo, sus habitantes preparándose
para la cama en vez de para la guerra. Iolanthe pensó que su señoría estaba
lejos de casa hasta que vio a una mujer de pie delante de una ventana, su
largo cabello negro ondeando en la fuerte brisa.
Helgira.
Una mujer que vivió en tiempos bélicos debería estar más alerta de su
entorno. Iolanthe podía ser una asesina, esperando en las sombras. Helgira,
sin embargo, permaneció ajena a la presencia de Iolanthe, sus respiraciones
emergiendo en una serie de suspiros temblorosos y jadeos.
Las plantas de sus pies picaron. Un monstruo fantasmal. Sin duda alguna
Helgira estaba deslumbrada. En cada capilla y catedral que Iolanthe había
visitado, habían estado pintados en el techo, los corceles de los Ángeles.
Pero espera. Había un wyvern, unos pocos kilómetros más cerca de ella, y
llevaba un jinete. Redobló el hechizo de vista lejana. Los rasgos del jinete
eran todavía muy difusos, pero reconoció la capucha gris que la princesa
Ariadne había especificado en su visión.
Titus.
Instó al wyvern a volar todavía más rápido, deseando haber traído un par
de gafas. Sus ojos ardían por el viento implacable, sus orejas dolían.
¿De eso era de lo que el Bane y la Inquisidora habían estado hablando, una
forma más sutil de usar los talentos de la Inquisidora? Era obsceno.
Los hechizos dejaron sus labios como un himno a los Ángeles, las sílabas
yendo en cascada con una belleza mortal. Tales hechizos no eran de utilidad
a corta distancia, como tratar de derribar a alguien con una pluma. Pero
cuando enderezó el brazo y apuntó, el puff que dejó su varita reuniría fuerza
e impulso, hasta que se convirtiera en una fuerza imparable, más letal
debido a su invisibilidad.
Envolvió sus brazos alrededor del cuello del wyvern. En el último momento,
una turbulencia fresca arrojó a la bestia patas arriba. Esta gritó. Titus
colgaba, pero a duras penas, sus dedos se deslizaron de las escamas lisas.
El wyvern cayó por una eternidad antes de que se enderezara, ambos
temblando de miedo.
El Bane.
¿Por qué Titus no supo que el Bane era también un mago elemental?
Fairfax podría ser algún día la mayor maga elemental en el mundo, pero hoy
ese título le pertenecía al Bane, quien se deleitaba jugando con él.
¿Era esto: fuego, humo y dragones? ¿Llegaría a su fin, como había previsto
su madre?
El fuego podría dañar irreparablemente las alas del wyvern, lo que lo llevaría
a una muerte segura. ¿Los tornados? Una muerte casi segura, pero la gente
era conocida por sobrevivir a los tornados.
Helgira.
Volvió a hacer el hechizo de vista lejana. Allí estaba ella, con su largo vestido
blanco, de pie en la terraza encima de su fortaleza, con su cabello negro
azotado por el viento. A la luz de las antorchas de la fortaleza, se parecía
360
exactamente a Fairfax.
El aire silbó. Piedras del tamaño de casas volaron hacia él. Debían estar en
las faldas de la Montaña Púrpura, no demasiado lejos.
Pero las piedras que caían eran implacables, una tormenta que venía de
todos lados. Dirigió al wyvern a ciegas, confiando más en su intuición que
en su vista.
Algo golpeó al wyvern en la cabeza, una roca más pequeña, pero lo suficiente
para derribarlo, y él con este.
No te dejaré caer.
Levantó la mano hacia el cielo nublado. Las nubes crepitaron con carga
eléctrica. Destellos azules saltaron de nube en nube. Desde el horizonte más
lejano, líneas de energía se apresuraron hacia la Montaña Púrpura,
reunidas en el cenit del cielo, en plena ebullición, agitándose.
Esperándola.
Sus labios se cernieron apenas un centímetro por encima de los de ella. Sus
respiraciones se mezclaron.
Qué tonto había sido. Para un viaje como el suyo, el amor era lo único que
le haría suficientemente fuerte.
Con eso, lo atrajo hacia ella y lo besó. Las lágrimas le escocían la parte
posterior de los ojos de él. Había sobrevivido. Ellos habían sobrevivido. La
sostuvo firmemente, como la vida misma.
—Tengo chicos corriendo por todos lados en Eton para cubrir nuestras
huellas. Necesito volver de nuevo a la cama.
Titus se aseguró que dejaran atrás la pulsera de Helgira. Y sólo para tener
cuidado, cuando regresaron a Bastión Negro con su copia del Crisol, selló el
portal: prefería errar por ser precavido, incluso arriesgando su vida.
En esta fortaleza, donde había causado un alboroto, hubo consternación
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Ella relató cómo se las había arreglado para pasar indemne frente a la
Inquisidora, y que Kashkari había sido “el escorpión”. Él le dijo lo que había
visto y escuchado en la Ciudadela, incluyendo la misteriosa desaparición de
Horatio Haywood.
—¿Por qué?
—Lo vamos a averiguar —dijo, con su voz rasposa por la fatiga. Le revolvió
el cabello—. ¿Y estás bien con haber matado a la Inquisidora?
—Preferiría que alguien más hubiera tomado su vida. Pero no la voy a echar
de menos.
—Entonces déjame decirte esto: vivo por ti, y solo por ti.
363
CAPÍTULO 25
Traducido por scarlet_danvers
Cuando Fairfax y Titus llegaron a la escena, les dio la mano y luego se fue
con Fairfax para unirse a los otros chicos. Titus hizo lo mismo después de
poner a Trumper y Hogg inconscientes otra vez y colocarlos en los escalones
de la entrada de su casa, despojados de sus calzoncillos.
—Me gustaría recordarle, señor, que soy una enviada especial del
Departamento de Administración de Ultramar, no su subordinada —dijo la
Sra. Hancock, sonriendo.
—No puede ser verdad. La vi por última vez hace sólo unas horas. Aquí
mismo, en Eton. No mostraba signos de muerte inminente.
—¿Cómo ocurrió?
luces, dos muchachos arrojaron una piedra en mi ventana. Los perseguí, les
reñí, y los arrastré hasta la puerta principal de su casa.
La Sra. Hancock rodó los ojos, pero no le recordó de nuevo sobre sus
jurisdicciones separadas.
Titus exhaló. Una cosa muy buena que Fairfax tuviera el diario de su madre.
Y que él hubiera guardado su copia del Crisol, disfrazado como un volumen
de poesía devocional en francés medieval, en la biblioteca de la escuela,
hasta que pudiera moverlo al laboratorio.
—Oh, eso. Interpreto al Gran Lobo Feroz para Caperucita Roja. A ella le
gusta rudo, ¿lo sabías? Yo no lo sabía.
—¿Qué otra cosa vas a hacer con un artefacto de este tipo? Por supuesto la
Bella Durmiente es probablemente más bonita, pero no voy a luchar contra
dragones por ninguna chica. Y la chica que vive en el bosque es lo
suficientemente agradable, pero esos enanos en su casa son pervertidos.
Ellos siempre quieren ver.
—¿Usó un libro así como un portal para entrar en la Ciudadela esta noche
y escapar con Horatio Haywood?
Titus rio.
—Como usted sin duda sabe, Atlantis está buscando a una mujer joven que
puede convocar rayos. Nos encontramos con ella esta noche.
—¿Quién?
Baslan echaba humo, pero no tenía nada más que preguntarle a Titus. La
Sra. Hancock regresó pronto con Trumper y Hogg, aun mayormente
desnudos.
A ello siguió una escena de gran comedia, al menos para Titus. Trumper y
Hogg, medio asustados, medio oportunistas, ni notaron que le estaban
hablando a una proyección fantasma, acusaron a Titus no sólo de secuestro,
sino de innumerables actos de violencia y crueldad perversa en sus
personas, y por lo tanto proporcionaron la evidencia incontrovertible de que,
si alguien había matado a la Inquisidora, no podría haber sido Titus.
La Sra. Hancock volvió una vez más, llevando sus brazos cargados de libros.
Titus se levantó.
—Dejaré que ustedes dos discutan los detalles. Buenas noches, Inquisidor.
367
Hubo un trofeo para los chicos jóvenes y otro para los chicos mayores. Un
grupo de amigos de Iolanthe miraba a los chicos jóvenes desde su
habitación. Cuando llegó el momento de que los chicos mayores
compitieran, se fueron en masa, con ganas de derrotar a los otros.
—¿Vamos?
—¿Qué es esto?
—Dame tu mano.
—Entonces, ¿por qué? ¿Es porque hicimos un atentado contra la vida del
Bane?
Esos habían sido los términos de su acuerdo, una y sólo una tentativa. Pero
seguro que no contaba, ya que el Bane no se quedó muerto.
—¿Cuál es el resto?
Dudó brevemente.
—La elección fue tomada por mí. Nunca me preguntaron si estaba dispuesto
a recorrer este camino. No quiero tomar esa decisión por ti, los amigos no
esclavizan a los amigos. Debes decidir por ti misma.
—Ese es tu derecho.
Abajo, los chicos estaban llamando sus nombres. Como una sonámbula, se
deslizó hacia su ventana abierta.
—¡Ya voy! —gritó de nuevo. Luego, en voz más baja—: Será mejor que
vayamos a jugar al tenis.
Ella cerró su propia mano sobre la suya y parpadeó para contener las
lágrimas.
—Igualmente, príncipe.
EPÍLOGO
Traducido por scarlet_danvers
T itus esperó.
Cabo Wrath era hermoso en esta época del año. El sol brillaba lo suficiente
como para convertir al mar de su habitual malhumorado gris, a azul
oscuro y profundo. Unas pocas ovejas, su lana de color galleta todavía
corta después de la esquila de primavera, pastaban en el promontorio
verde. El faro brillaba, blanco y sereno.
Había dejado la escuela dos días antes de que él lo hiciera. Ella sabía la
hora exacta en la que debía encontrarlo aquí, en la única entrada que
quedaba a su laboratorio. Ahora había pasado ese tiempo.
Veinte.
Quince.
Diez.
Era ella, maleta en mano, a toda velocidad hacia él. Su corazón casi
estallando de alegría, le agarró la mano. Corrieron juntos hacia el faro.
Pero lo único que él oía era poesía, versos de esperanza, amistad, coraje y
todo lo demás que hacía que la vida valiera la pena. Ella estaba aquí. Ella
estaba aquí. Ella estaba aquí.
Ella le sonrió.
—¿Listo?
Tal vez sólo le estaba preguntando si estaba listo para transformarla. Pero
cuando respondió, respondió a todos los futuros posibles que les
esperaban.
NOTAS
Traducido por Shilo y Mari NC
Los no magos, con sus crecientes avances en ciencia y tecnología, algún día
podrían plantear una amenaza para la raza de los magos. Pero a lo largo de
la historia, la amenaza más grande para los magos ha sido siempre otros
magos. Nunca hubo una cacería de brujas exitosa sin la cooperación de
magos dispuestos a volverse contra los suyos. Por esa razón, los magos que
permanecen entre no magos están sujetos a las regulaciones más estrictas.
los Tiempos
Se cree que el Bane tuvo que haber nacido durante la última década de los
Siglos de Hambruna, en una sociedad devastada y anárquica. Si se hubiera
convertido todavía en el mago más influyente de la tierra si hubiera llegado
a ser adulto en un reino más próspero, solo podemos especularlo. Pero no
hay ninguna duda de que el caos y las privaciones de su juventud
influenciaron su deseo por el orden y el control a lo largo de su carrera.
teleportaciones.
¿Entonces por qué todavía usamos las varitas? Una razón es la herencia:
Hemos empuñado varitas por tanto tiempo, que parece grosero detenerse.
Otra es el hábito: Los magos están acostumbrados y unidos a sus varitas.
Pero más prácticamente, la varita actúa como un amplificador. Los hechizos
son más poderosos y más efectivos cuando son llevados a cabo con una
varita, razón suficiente para encontrar una que quede bien en tu mano.
11. No mucho será dicho de los hechizos persuasibles aquí, dado a que son
tanto muy avanzados para el ámbito de este libro y, más importante,
ilegales.
15. Cabe recordar que los avances en la magia no siempre siguen una
progresión lineal: Algunos desarrollos comúnmente considerados como
modernos no son más que los últimos redescubrimientos de lo que había
venido antes. Médicos de la corte para los gobernantes de Mesopotamia, por
ejemplo, habían formulado clases enteras de hechizos profilácticos. Los
hechizos fueron finalmente perdidos en la guerra, incendios y otros estragos
de la Fortuna, pero los registros sobrevivieron para dar fe de su eficacia
milagrosa.
Cada año, decenas de magos jóvenes, curiosos por la alusión en estos libros
de texto, intentan tal transfiguración. Inventan pociones terribles, a menudo
tóxicas, aplican erróneamente hechizos, y causan incendios y explosiones
en el hogar y en la escuela, por no mencionar el daño a su persona. Sólo en
este invierno pasado, ha habido un mago incapaz de respirar normalmente
por hacerse crecer branquias; otro resultó casi ciego después de adquirir
visión de murciélago; y un tercero quién perdió todo su cabello por mudar
de piel. Que los casos hayan sido reversibles no atenúa su gravedad.
Pero el Bane los sacó a la luz pública y les dio algunos de los más altos
cargos de su imperio. Y no sólo los de nacimiento Atlante, sino magos
mentales de muchos reinos, en el conocimiento seguro de que su primera
lealtad siempre sería para él, quien los elevó a cargos de confianza y
distinción, y no a los reinos nativos que los habían tratado con miedo y
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repugnancia.
19. Como cualquier persona que ha leído una historia de malos entendidos
sabe, oír parte de una conversación, sin el contexto adecuado, puede llevar
a conclusiones erróneas devastadoramente.
Por esa razón, entre los videntes, los que ven el futuro en largos tramos
intactos se consideran mucho más dotados que aquellos a quienes sólo
destellos rápidos son revelados, ya que cortos atisbos caóticos son mucho
más propensos a errores de interpretación, si es que pueden ser descifrados
en absoluto.
Aún más raro son los videntes que pueden ver el mismo conjunto de eventos
futuros en repetidas ocasiones, permitiéndoles notar una mayor textura y
detalles con cada iteración. Estas visiones se convierten en las señales más
inequívocas a lo largo del de otro modo impredeciblemente desviante camino
que es el avance del tiempo.
20. Es difícil predecir lo poderoso que un mago elemental niño llegará a ser.
Un pequeño mago elemental que puede mover los cimientos de una casa en
una rabieta puede ser capaz de levantar no más de un bloque de piedra de
un cuarto de tonelada siendo adulto.
21. El wyvern es el carnívoro raro que consiente ser domesticado. Pero los
wyverns nacidos en cautiverio tienden a ser más lentos y menos feroces.
Esto está bien para los magos que desean mantener wyverns como
mascotas, pero es insatisfactorio para los magos que compiten con wyverns
o para aquellos que buscan un feroz dragón protector.
espués de pasar el
SHERRY THOMAS
herry Thomas es una de las autoras
Moderadora
Mari NC
Staff de traducción
âmenoire90 flochi PaulaMayfair
otravaga
Staff de corrección
AliciaConi Mae Selene
Nanis
¡VISÍTANOS!