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La salvación

Capítulo Segundo
La Respuesta de Dios
Dios, en su amor y misericordia, trazó un plan desde antes de la fundación del mundo.
Primeramente, Dios, a través de Israel, nos dio a conocer Su Ley, es decir, Su exigencia de justicia
y santidad.

El por qué de la Ley de Dios

Para evitar la tentación de que el propio hombre sea erija juez de


sí mismo, con sus propios mandamientos y normas de conducta,
Dios envió su Ley.

La Ley de Dios, expresada en el Decálogo y en el resto de leyes


del Antiguo Pacto (Antiguo Testamento), nos da a conocer el
grado de justicia y santidad que Dios exige de cada ser humano.
En otras palabras, destruye todos los planteamientos de normativa
humanos (aquello de: "Todos los caminos del hombre son limpios
en su propia opinión" (Proverbios 16: 2). Por otra parte, nos da a conocer nuestra situación
de condenados a causa de no vivir y no poder vivir en esa santidad exigida por un Dios Santo.

Así pues, la Ley de Dios nos revela el conocimiento del pecado. No nos salva, mas bien
nos condena(Romanos 3: 19, 20). El conocimiento de la Ley nos revela cual es nuestra situación
ante un Dios justo y santo: "...destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).

Ahora ya entendemos lo que está escrito: "...por las obras de la Ley, ningún ser humano será
justificado delante de El; porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado" (Romanos 3: 20).

La Biblia declara que nadie puede cumplir enteramente con la Ley, por lo tanto nadie se puede
llegar aautojustificar. Volviendo al ejemplo de la jarra, sería pretender limpiar esa enorme jarra de
agua realmente sucia, añadiendo más agua. Hay que vaciar el agua sucia del vaso, y volverla a
llenar de agua realmente limpia. Sólo Dios puede vaciarnos de toda maldad y volvemos a llenar
con el Espíritu Santo.

La Ley de Dios, nos ayuda a entender nuestra condición de seres caídos, y de que por
nosotros mismos no podemos levantarnos.

 
Las diversas religiones que existieron o existen, pretenden acercarnos a Dios.
Son el fútil intento del hombre de alcanzar a Dios mediante esfuerzos y méritos
humanos. Esto no es lo que Dios, al mostrarnos Su Ley, pretende. Por todo ello,
las religiones no nos pueden ayudar, sino más bien estorbar a la hora de
entender nuestra realidad espiritual.

Una vez habiendo entendido que nuestros esfuerzos en la carne para agradar a
Dios son vanos, podremos mejor entender la tremenda importancia de la palabra SALVADOR.

¡¡Usted y yo necesitamos al Salvador!!

Aunque haya quien insista en decir que "hay muchos caminos


para llegar a Dios", la realidad es que sólo hay un camino para
llegar a Dios. Ese camino es la persona de Jesucristo, el cual dijo
enfáticamente: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie
viene al Padre, sino por mí" (Juan 14: 6). Jesús de Nazaret, el
que nació virginalmente de María (Mt. 1: 18) por obra del Espíritu
Santo, el único justo de los hombres, dijo:

"...si no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados moriréis" (Juan 8: 24b).

¡Jesucristo es Dios; Él es el Gran YO SOY


A Jesucristo están sujetos los ángeles, las autoridades y las potestades. El tiene toda la autoridad
en el universo (1 Pedro 3: 22). Ante su nombre, toda rodilla se doblará, en los cielos, en la tierra y
debajo de la tierra, y toda boca confesará que El es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses
2: 10, 11).

¡En Jesús de Nazaret, podemos confiar!


La gran noticia es esta: "No, que nosotros podamos alcanzar a Dios; sino que Dios nos alcanza a
nosotros por medio de Jesucristo: Dios llega al hombre porque el hombre no puede llegar a Dios.
Por eso, Jesucristo hombre es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2: 5, 6)".

"... la Ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y verdad vinieron por medio de
Jesucristo" (Juan 1: 17). Así como previamente, Dios nos dio revelación del pecado a través de la
Ley de Moisés, Dios mismo encarnándose en hombre, y por su obra perfecta y suficiente en la
cruz, cumpliendo la Ley en Sí mismo, nos bendijo con la gracia obrando para salvación para cada
uno de los que estamos dispuestos de verdad a creer y a recibir el beneficio de Su obra en esa
cruz y Su resurrección de los muertos:

"...a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios" (Juan 1:12).

Este es el Evangelio de la gracia. ¡Salvación, vida eterna, restitución a la posición original cuando
fuimos creados (cuando Cristo se manifieste – Col. 3: 4), vida en abundancia...y lo más maravilloso
y bienaventurado de todo ello: ¡Ver a Dios! Esta es la promesa: "Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). Por eso, de forma muy explícita, la Biblia
resume: "Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la
ley" (Romanos 3:28).
Recibiendo a Jesucristo en nuestro corazón, recibimos el cumplimiento perfecto de la Ley
de Dios.

Jesús escogió hacerse hombre y morir por nosotros


Los primeros cristianos tenían fe en la Divinidad de Cristo. Esto es un mentís a quienes pretenden
que el elemento cristológico se fue formando en los siete concilios posteriores al primero de Nicea
(325). Eusebio de Cesarea, en el año 314 de nuestra era, once años antes del primer Concilio de
Nicea, ya declaraba así:"Cristo es adorado como Dios por ser el Verbo Divino preexistente, anterior
a todos los siglos, habiendo recibido del Padre el honor de ser objeto de veneración" (Historia
Eclesiástica cap.3,v.19b). Esta fue la fe tradicional, bíblica, desde los días de los apóstoles hasta
hoy (y será, porque Dios no cambia).

Declaraciones semejantes hallamos en los documentos más antiguos de los llamados padres pre-
nicenos. Lo que los concilios post-nicenos hicieron en cuanto a la Persona de Jesucristo, fue
ratificar lo anteriormente emitido por la Biblia y por los escritores anteriores, dándoles el rango de
creencias o dogmas aprobados por los obispos cristianos, pero nada inventaron acerca de la
Persona de Jesucristo que no estuviera declarado ya en los escritos apostólicos del Nuevo
Testamento y en los documentos de los más antiguos autores cristianos que les siguieron.

Un ejemplo de ello lo tenemos en la persona de Ireneo, discípulo de Policarpo, el cual lo fue del
apóstol San Juan. Este Ireneo en el siglo II, dice textualmente: "Dios se hizo hombre, y el mismo
Señor nos salvó..." ¡El Rey del universo dejó su Majestad para convertirse en un hombre porque
nos amaba!, pero, ¿por qué realmente decidió hacerlo?

 Jesucristo es la obra de amor de Dios. El es la manifestación de la


reconciliación entre Dios mismo y todos nosotros: "Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados..." (2 Corintios 5: 19)

Dios, porque nos ama, quiere salvarnos. El envió a Su Hijo Unigénito a morir, a derramar Su
sangre justa por nosotros los injustos ¿Por qué?: Porque la paga del pecado es muerte... Alguien
justo debía morir por los injustos (toda la humanidad). No habiendo nadie justo en la Tierra, el Hijo
se hizo hombre. Ese era el plan de salvación que ya estaba previsto desde antes de la fundación
del mundo, (1ª Pedro 1:20).

Jesús sí podía ser aquel cordero sin mancha ni defecto que se ofrecía en sacrificio cada día dos
veces al día por los pecados de la nación de Israel (Éxodo 29: 38,39), aunque Este sólo debía
darse a sí mismo una sola vez y para siempre por los pecados de toda la humanidad (He.
10:12). "Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7)

¿Por qué el derramamiento de sangre?, porque: "...sin derramamiento de sangre no se hace


remisión"(Hebreos 9: 22). Cristo derramó su sangre cumpliendo así la exigencia de justicia de un
Dios Justo: El resultado del pecado es la muerte. 

Cuando el Juez se hace reo


De todos modos, fue el mismo Juez quien se hizo reo por nosotros, los reos. La condenación
eterna es la separación eterna de Dios, fuente de vida. Es un sufrimiento y tormento tan grande
que no se puede explicar con palabras y dura toda la eternidad. Cristo pagó el precio de nuestro
rescate con Su sangre. Esa es la salvación. ¿Se entiende ya que no se puede conseguir esto con
nuestros solos esfuerzos?

La salvación es un don gratuito. Un regalo.


En el plan de Dios para la redención del hombre estaba el que El mismo, en la
Persona del Hijo, se hiciera hombre, con la diferencia de ser sin pecado. Jesús
no participó de nuestra naturaleza caída, por eso el apóstol San Pablo en 1 de
Corintios 15 le llama "el segundo Adán". Esa condición de pureza total le
permitía ser nuestro substituto a la hora de morir por nosotros.

Para cumplir con la demanda de justicia de Dios, alguien tenía que morir. Para dar su vida por los
demás, ese "alguien" no podía ser cualquier pecador, ya que todo pecador, por ley, debía morir a
causa de sus propios pecados, por lo tanto, ese "alguien" debía ser sin pecado.

Todo pecador, por la Ley, debía morir a causa de sus propios pecados; por lo tanto ningún
pecador podía morir por otro pecador; sólo Cristo, por no tener pecado, podía morir por
todos nosotros pecadores.

Ya en el Antiguo Testamento, una vez al año el sumo sacerdote sacrificaba un animal por los
pecados del pueblo. Este animal era sin mancha ni defecto, simbolizando que el que iba a morir
por la humanidad entera, también había de ser sin mancha:"Porque también Cristo padeció una
sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 Pedro 3: 18). El
Justo era Cristo, los injustos, todos nosotros.

Jesús llegó a ser una ofrenda sin pecado, apta para ser recibida por Dios. El dio su vida y derramó
su sangre una vez y para siempre (Hebreos 10: 12) para que todo el que cree en Él y confiesa que
Él es el Señor de sus vidas, no muera como consecuencia de su pecado.

La mujer adúltera

Es interesante el pasaje de la mujer adúltera de Juan 8: 2-11. Cuando los fariseos


buscaban ocasión contra Jesús para acusarle y tentarle, Jesús supo que responderles
porque sabía quien era Él y a lo que había venido al mundo. Por justicia, aquella
mujer sorprendida en adulterio debía morir según la Ley Mosaica. No obstante,
ninguno de los allí presentes podía constituirse como juez y verdugo porque como les
indicó el Señor: "Quien esté libre de pecado, que sea el primero en arrojar la piedra
contra ella".

El único que tenía el derecho y la responsabilidad de hacerlo era el propio Jesús,


porque era el único sin pecado de entre todos. Pero, ¿por qué no lo hizo si debiera
haberlo hecho? ¿Por qué, dirigiéndose a la mujer adúltera, le dijo: "Yo no te condeno, vete y no
peques más"? ¿Por una misericordia sin el respaldo de la justicia?

La respuesta es, porque en un poco de tiempo, el pago por el pecado de esa mujer lo iba a realizar
Él mismo en la cruz del Calvario. Por eso dice la Biblia que la Ley se cumple en Jesucristo, en
Jesucristo crucificado. Él cumplió toda la demanda de justicia de la Ley de Dios en la cruz del
Calvario.

Cristo cumplió toda la demanda de justicia de la Ley de Dios en la cruz del Calvario.
Recibiéndole, recibimos Su justicia.

Por todo ello, podemos dirigirnos con confianza a Dios para que, al igual que ocurrió con la mujer
sorprendida en adulterio, acudamos a Dios con confianza de recibir Su perdón y salvación por los
méritos de Su Hijo en la cruz. Por esa razón el apóstol San Pablo pudo escribir así a los
Corintios: "Reconciliaos con Dios, al que no conoció pecado (Cristo), por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él"  (2ª Corintios 5:20, 21).
¿Quién es hijo de Dios? 
Hoy en día se oye por ahí que todos los hombres somos hijos de Dios. Sin embargo, eso no es
cierto. Todos somos criaturas de Dios, pero no todos son hijos de Dios. El hijo de Dios lo es
por adopción (Romanos 8:15). De no ser por Cristo, nadie podría ser hijo. Es por recibir a Cristo
que somos constituidos hijos de Dios, sólo por eso (Juan 1:12; Romanos 8:14-17; Gálatas 4: 4-7).

La obra del Espíritu Santo 


¿Quién limpia el corazón? ¿Nosotros?, acordémonos de la jarra de agua sucia, que cómo
añadiendo más agua no se podía limpiar ¡Es el Espíritu Santo Quien nos regenera y nos limpia por
creer en Jesucristo!:

"Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que
creyesen en El..." (Juan 7:37-39).

"Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con lo
hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo" (Tito 3:
4,5).

¿Como cristianos, deberíamos tener la seguridad de la salvación? Cuando se pregunta a


mucha gente que se dice
creyente sobre la
seguridad de su
salvación, muchos
contestan que no la
tienen. ¿Deberíamos
saber que somos que somos salvos, si somos salvos? La respuesta es un rotundo: Sí. ¿Está eso
en la Biblia?: Sí. Veamos, "El Espíritu (Santo) mismo da testimonio a nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios" (Romanos 8:16).

Cuando Justino, antiguo filósofo pagano convertido a Cristo fue presentado ante el procónsul
romano y pagano Rufus, éste le preguntó: «¿Supones que si te enviara a los leones o mandara
cortar tu cabeza irías a un lugar donde serías honrado y recompensado?». La contestación de
Justino fue tajante: «No lo supongo. Lo sé, y estoy absolutamente seguro de ello».

Esta firmeza sin titubeos de aquellos primeros cristianos que vivieron más cerca de los orígenes
del cristianismo ha de desafiar a muchos acerca de la fe ciertísima en la salvación que Cristo ha
logrado para cada uno de los que creen de verdad en El. Esos primeros cristianos estaban seguros
de su salvación porque creían en el Salvador.

Hoy en día, de igual manera, muchas personas en todo el mundo sabemos que somos salvos
porque El nos salvó. ¿Y Vd.? El apóstol Pablo exclamó: "...yo sé a Quién he creído, y estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2 Timoteo 1: 12).

¡Nacer de nuevo! 
Cuando uno "nace de nuevo" (Juan 3:3), se cumplen estas palabras maravillosas:

"Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:¡Abba, Padre! El Espíritu
mismo (el Espíritu Santo), da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios" (Romanos 8:15, 16).
Así que, cuando uno es salvo, lo sabe (Romanos 8:16). ¿Tiene Vd. la libertad de llamar a Dios
"Papaíto", que es lo que quiere decir "Abba>? La persona salva tiene esa libertad. Ésta, sólo la da
Dios por Su Espíritu a aquel que cree. 

Leemos en Efesios: "En Él (Cristo), también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el


evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo
de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión
adquirida, para alabanza de su gloria" (Efesios 1: 13, 14).

Dice la Biblia que la salvación es un don de Dios que se obtiene por pura gracia mediante la fe en
Cristo Jesús a Quien se acepta como único y suficiente Salvador personal: "Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo Unigénito para que todo aquel que en El cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).

La verdad, en la Biblia
La Palabra de Dios nos enseña que recibimos la salvación por la fe en la obra de Cristo en la cruz.
La Biblia sólo hace mención de que Jesús instituyó dos ordenanzas, para que fuesen practicadas
por sus seguidores: El Bautismo y la Cena del Señor o Eucaristía. Ninguna de esas ordenanzas
salvan por sí mismas ni tampoco son canales de salvación.

No es lo mismo ordenanza que sacramento. Una ordenanza es un mandato, y se realiza por


obediencia, según vemos en la Palabra de Dios. En cambio, de un pretendido sacramento, se
espera una gracia salvífica que no es real, ya que la salvación, tal como está escrito en la Palabra,
es un don gratuito e inmerecido, un regalo, de parte de Dios para cada hombre y mujer que se
arrepiente y cree en el Señor Jesús.

No nos salvamos por realizar actos preconcebidos, obedeciendo a leyes y mandamientos de


hombres, que a imitación de la Ley del Antiguo Testamento, intentan, sin conseguirlo, aportar
alguna gracia redentora. Del mismo modo, no nos salvamos por obedecer dogmas que nos ligan
de por vida a una iglesia o institución determinada y consecuentemente, nos alejan de lo
claramente expresado por el Señor en Su Palabra.

Antes obedeceremos lo que El dice. La Biblia es muy clara al respecto: "Porque por gracia sois
salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe"(Efesios 2:8,9).

Analicemos estos dos versículos: "Porque por gracia sois salvos...": La gracia de Dios es el
poder de Dios manifestado por amor y como resultado de su misericordia a cada ser humano. Así
que, somos salvos, es decir, rescatados de la perdición eterna, por el poder (dunamis) de Dios. La
salvación es un acto de Dios.

"...por medio de la fe": ¿Como recibimos el beneficio del poder de Dios para salvarnos?
Respuesta: "a través de la fe".

"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo" (Romanos 5:1).

La fe es el canal por el cual recibimos la salvación que opera la gracia (poder + misericordia) de
Dios.

"...y esto no de vosotros, pues es don de Dios": Esta salvación no la


podemos conseguir nosotros por esfuerzos propios o personales, es un regalo
de Dios. Los regalos no se compran, se reciben. No hay que hacer nada para
recibir un regalo, sólo recibirlo con gratitud. Así es la salvación, un regalo de Dios a todo aquel que
cree.

"...no por obras, para que nadie se gloríe": Si es por fe, ya no es por obras, ¿no es
cierto?: "Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con lo
hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo" (Tito 3: 4,5).

"Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley" (Romanos 3:
28).

Gracias a la muerte de Jesús y al derramamiento de su sangre, nosotros somos o estamos:

 Perdonados (Efesios 1: 7)
 Con conciencias limpias (Hebreos 9: 14)
 Continuamente purificados de pecados si caminamos cubiertos por Su
sangre (1Jn1:7)
 Hechos completamente justos ante los ojos de Dios (2 Corintios 5: 21)
 Hechos santos y apartados para Dios (Hebreos 10: 19)
 Aceptos para entrar en la presencia de Dios (Hebreos 10: 19)
 En victoria frente a las asechanzas del diablo (Apocalipsis 12: 11).

El carácter, el fruto y las obras

El carácter
Si Dios nos ha salvado, deberá verse esa salvación con una transformación crecientede nuestro
carácter, al carácter de Jesús. Ese carácter en vía de transformación, demostrará
nuestra conversión, ya que no lo producimos nosotros, sino que es el "fruto" del Espíritu Santo a
través de nosotros.

La cuestión estriba en saber y entender que Dios está más interesado en lo que somos para Él,
que en lo que podemos hacer para Él. Dios lo puede hacer todo Él mismo, pero decidió
crearnos libres, para que libremente decidamos amarle y agradarle. Por eso:

¡Necesitamos la renovación del Espíritu Santo!


Dijo el apóstol Pablo a Tito, su discípulo: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino por el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu
Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador" (Tito 3: 5, 6)

El fruto

Así como nos arrepentimos de intención y de palabra, el verdadero arrepentimiento que


nos lleva aconversión, se verá en nuestras acciones; y más aún, en nuestros frutos. En
Lucas 3: 8, Juan el Bautista lo dejó muy claro a todos aquellos que deseaban ser
bautizados:
 

"Haced frutos dignos de arrepentimiento".


Igualmente Pablo, en Hechos 26: 20, dice que aquellos que se arrepienten, deben volverse a Dios
haciendoobras dignas de arrepentimiento. Estas "obras dignas de arrepentimiento" es
el fruto nuevo en la vida del convertido. Aquí está hablando de que ese arrepentimiento se ha de
ver en un cambio real en la vida del creyente.

Un verdadero arrepentimiento será evidente en nuestro cambio de estilo de vida. Evidente como
nos lo relata Hechos 19: 18-19, 
"Muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos.
Asimismo, muchos de los que habían practicado la magia, trajeron los libros y los quemaron
delante de todos; hecha la cuenta de su precio, hallaron que era de cincuenta mil piezas de
plata".

No sólo habían creído y confesado, sino que hicieron algo: Hicieron las "obras dignas de
arrepentimiento" que mencionó el apóstol Pablo. Este es nuestro ejemplo a seguir.

Otro ejemplo a seguir nos viene también en la Biblia, en Lucas 19: 1-10. La historia de Zaqueo.
El fruto de arrepentimiento fue evidente en la vida de Zaqueo (Lc. 19), ya que él restituyó todo lo
que había estado estafando hasta cuatro veces, y además dio la mitad de sus posesiones a los
pobres. Este tipo de obras, el fruto del arrepentimiento, garantiza y demuestra que ese
arrepentimiento no ha sido una simple emoción pasajera, sino que ha sido auténtico, y nos permite
tener una plenitud de vida nueva en Cristo.

Las obras
La religión enseña que las obras son indispensables para obtener la salvación. Sin embargo, para
hacer las obras de Dios requerimos la gracia de Dios; y ninguna obra podrá ser agradable a Dios si
no es hecha mediante Su dirección y Su gracia.

Esta conclusión es verdadera, vemos que la Biblia nos enseña que nuestras propias obras bien
intencionadas por sí mismas no son agradables a Dios. Veámoslo de nuevo: "Si bien todos
nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y
caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento" (Isaías
64: 6). 

Si para obtener la salvación nos es indispensable hacer las obras de Dios, y para ello es
indispensable Su gracia, ¿Cómo podemos tener Su gracia si no somos salvos? En otras palabras,
si no somos salvos, Dios no nos da Su gracia para hacer Sus obras. La conclusión es sencilla:
Cuando ya somos salvos, entonces obtenemos de Dios la gracia para hacer Sus obras. ¡Diáfano!

Llegados a este punto, me gustaría aclarar que las obras, aunque no nos salvan, sí manifiestan
que esa fe de la que hacemos mención es auténtica. Las buenas obras según Dios, son el fruto y
la manifestación de la salvación que hemos obtenido de Cristo Jesús.

Hacemos buenas obras no para ser salvos, sino porque somos salvos.

Por amor a El, y en obediencia a Sus preceptos hacemos lo que El ordena en Su Palabra. Todo
verdadero cristiano manifestará obras. Las "obras que Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas" (Efesios 2:10). Estas son parte del plan de Dios para cada uno, porque el
cristiano ya no se pertenece a sí mismo, sino que ha sido comprado por precio: La sangre de
Cristo, y pertenece a El.

En Juan 14: 15, leemos "Si me amáis, guardar mis mandamientos", y sus mandamientos, no
son sólo el Decálogo, sino todo lo que está escrito en la Palabra de Dios. Guardar Sus
mandamientos significa poner en práctica todo lo que El nos ha dicho.

El Espíritu Santo, nos guiará a esas obras, porque una vez convertidos a Cristo, deseamos hacer
la voluntad de Cristo. El Espíritu Santo,  obra en nosotros, y a través de nosotros, dándonos la
gracia, las ganas, el sentir, la convicción, el deseo, las fuerzas, y todo lo necesario para hacer esas
obras que le dan a Dios toda la gloria y alabanza.

Ahora bien, ningún mérito personal hay que buscar en esas obras. Jesús dijo algo muy interesante
e importante que nos ayudará a no enorgullecernos de nada que hagamos para Dios, ni de
creernos dignos o meritorios en este sentido:"Así vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os
ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos"
(Lucas 17: 10).

Todo el mérito debe ser de Dios. Toda la gloria es para El. Así que, ningún mérito personal nos
atribuiremos a esas obras preparadas de antemano por Dios. Es así de modo que se cumpla la
palabra: "Porque de El, y por El, y para El, son todas las cosas. A El sea la gloria por los
siglos. Amén" (Romanos 11:36).

Así pues, nadie puede ser santo a sus propias expensas, es Dios quien santifica. Las obras no nos
salvan ni nos hacen santos y aceptos a Dios; sólo Cristo y el beneficio de Su obra en nosotros, nos
salva, nos santifica y nos hace aceptos a Dios.

Fe y obras
Ya hemos visto que las obras de Dios son el fruto consecuente de una verdadera fe. Sin aquellas,
vana es ésta. Inútil es ésta, o dicho de otro modo, esa pretendida fe sólo lo es superficialmente;
quizás una feintelectual, pero no una fe que haya sido dada por el Espíritu Santo, es decir, la
fe salvífica dada al individuo por Dios.

Como explica Santiago en su Epístola, "la fe sin obras, es fe muerta" (Santiago 2:26), porque


la verdadera fe se muestra por las obras según Dios. No se trata de obras piadosas, bien
intencionadas, dirigidas por la voluntad humana tan sólo; fruto del esfuerzo humano personal. Se
trata de aquellas obras inspiradas, fruto y guía del Espíritu Santo, cuyo ejemplo lo tenemos en la
propia Palabra de Dios. El mismo Espíritu Santo, del cual nuestro cuerpo es templo (1ª Corintios
6:19,20), nos guía y guiará a ellas según la voluntad de Dios, no según nuestra propia voluntad.

El mismo apóstol Santiago nos dice con cierta ironía en su epístola: "Tu crees que Dios es uno;
bien haces. También los demonios creen, y tiemblan" (Santiago 2:19).

Toda pretendida fe, debe ser probada por un fruto u obras que, o bien la confirmarán, o bien la
negarán. El ejemplo de los demonios que creen en Dios es un buen ejemplo, porque los demonios
saben que Dios existe, pero no le obedecen por amor, sino por obligación. Decir: «Yo creo que
Dios existe» o «Yo creo en Dios», no implica necesariamente una fe viva y salvífica; los demonios
también lo creen...¡y así les va! La diferencia estriba en, no en saber que Dios existe, sino
en conocerle.

Conocer a Dios 
El conocimiento personal de Dios, consecuencia de Su revelación al individuo, y la
consiguiente relaciónpersonal entre Dios y el creyente, hacen la diferencia. He aquí un ejemplo:

Yo sé que hay un rey de España, Juan Carlos, pero no le conozco personalmente. Hay muchas y
muchas personas en este país que saben que hay un Dios (muchas se definen como católicas),
pero nunca han tenido un encuentro personal y real con Dios; están igual que yo respecto a Juan
Carlos I. No basta con creer en la existencia de Dios, ¡hay que conocerle de forma personal, tener
verdadero trato personal con El! Cuando se experimenta de forma real y personal el toque de Dios
gracias a Cristo Jesús, la vida ya no puede Ser la misma que solía ser.

Dios quiere que le amemos de verdad.


En realidad todo lo que tiene que ver con la vida cristiana debe estar basado en el amor a Dios;
amor que es auténtico, porque conocer a Dios, es amarle. Por eso, sólo podremos amar a nuestro
Padre Celestial si le conocemos. Nadie puede amar a quien no conoce y Dios es Persona, por lo
tanto debemos buscarle con todo nuestro corazón. El mandamiento principal es: "Amarás a Dios
con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas". Conociendo a Dios se ama a
Dios. Buscándole en Su Palabra y en oración se conoce a Dios, y como resultado lógico se le ama,
porque conocerle es amarle.

La salvación se ha de manifestar
Dice la Biblia que el que es salvo por Cristo Jesús, lo es, en espera de que esa salvación se
manifieste por completo, y así será, en el tiempo final. El apóstol Pedro así lo enseña:

"Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo
renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una
herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,
que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está
preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" (1 Pedro 1: 3-5)

Ahora ya somos salvos, pero todavía no se ha manifestado esa salvación del todo, en el sentido de
ser manifestados en gloria. Eso ocurrirá cuando Cristo Jesús se manifieste (ver 1 Ts. 4: 13-18)

"Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados
con él en gloria" (Colosenses 3: 4)

Resumen 
La salvación no es por méritos personales, sino por la fe (Romanos 5: 1). Es por gracia, por medio
de la fe(Efesios 2: 8). La verdadera fe no consiste en repetir de carretilla el Credo, ni en
aceptar intelectualmente tal o cual creencia, la fe que salva consiste en creer y recibir a Cristo
(Juan 1: 12). Consiste en reconocer que Cristo Jesús es el Hijo de Dios, que vino al mundo para
salvar a los pecadores, y que siendo yo un pecador, murió en la cruz por mí; es decir, en vez de
mí.

Yo acepto como mío Su sacrificio, y reconociéndome pecador, me aplico a mí mismo el sacrificio


que El hizo. Entonces Dios no me mira tal como soy, sino a través de Su Hijo amado; me ve como
si yo fuera justo, aunque por mí mismo, no lo sea. Es decir, que aunque no soy justo, estoy
justificado delante de Dios por medio de Cristo que sí es justo:

"Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo" (Romanos 5:1).
Creer implica que uno se pone enteramente en las manos del Señor confiando absolutamente en
El, aceptando como verdad lo que El nos ha dicho acerca de Dios, de la Vida eterna, de nosotros
mismos, y obedeciendo los mandamientos que El nos ha dado y se encuentran en Su Palabra
(Juan 15: 4).

Amado lector 
Esta es una oración que puede dirigir al Señor para que le perdone sus pecados y le haga nacer de
nuevo:

"Señor, me arrepiento de mis pecados; de mi vida egoísta y cómoda; te pido perdón por no
haberte buscado con todo mi corazón y haberme conformado con una simple religiosidad.
¡Te entrego hoy mi vida!. Creo en Jesucristo, Tu Hijo, y conforme a tu Palabra, le recibo en
mi vida como mi Salvador personal y mi Señor; y con Él, el Espíritu Santo y el don de la vida
eterna. Gracias por tu amor y tu salvación; te amo, Padre. En el nombre de Jesús. Amén".
Habiendo hecho esta oración de corazón, tenga la seguridad de que Dios va a responder. El le
ama y sólo quiere lo mejor para usted.

Espero que esta enseñanza, le pueda haber ayudado a acercarse más al verdadero Dios, dándole
más luz. 

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