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LOS FALSOS MAESTROS DE AYER 

Y HOY  
Analizando 2 Pedro 2: 1; 18-21

Índice del Tema

 I .EL GRAN CASTILLO DE LA VERDAD

 1. La cuestión soteriológica
 II. LOS FALSOS MAESTROS DE AYER Y HOY, Y LA SALVACIÓN
 Conclusión

I .EL GRAN CASTILLO DE LA VERDAD

La verdad de Dios está compuesta por verdades la cual la constituyen. Es como un prisma formado por
innumerables espejos o partículas de luz. Desde lejos se ve uniforme, pero conforme te acercas, se ven las
diferentes partes de ese prisma.

El problema es agarrar uno solo de esos espejuelos de verdad, y pretender re-formar o rehacer toda la verdad
de Dios a partir de esa sola pieza. Sin lugar a dudas que, entonces, distorsionaremos la Palabra del Señor.

La verdad de Dios, se puede comparar con un libro, el cual tiene muchas páginas. Cada página y cada
párrafo de esa u otra página del libro contiene una verdad que es común a la complejidad del resto de ella.
Pero para que se pueda captar toda la verdad, hay que leer y entender con sabiduría ese libro de forma
completa.

Ahora bien, ese libro existe: es la Biblia.

También debemos decir, que la verdad de Dios es como un edificio, y que como tal está basado en el suelo
para su anclaje. Entonces comparamos los cimientos de ese edificio con la verdad que sustentará todo el
resto de verdades que conforman ese edificio.

Si pretendemos formar una teología a partir de una de las alturas de ese edificio, sin tener en cuenta los
cimientos, seguro que fracasaremos y enseñaremos error.
Muchos se agarran a un pasaje en concreto de la Biblia, y por su intencionalidad, por sus prejuicios, por su
experiencia, o por cualquier motivo más o menos baladí, formulan su verdad, que no es necesariamente la
verdad.

1. La cuestión soteriológica

Con la cuestión teológica de la soteriología (estudio de la salvación) esto se aplica de forma absoluta.

El asunto de la salvación es el más importante de nuestra fe en cuanto a lo que nos per toca. Nadie puede
poner esto en duda. Y sin embargo, es de los más descuidados, llegando a conclusiones al respecto tan
dispares, que hasta los mismos impíos, si es que tienen algún interés aun superficial en esto, o por simple
curiosidad, se quedan asombrados de nosotros, los creyentes.

Voy a intentar explicar en estas líneas algo acerca de este asunto.

La primera pregunta que nos debemos hacer es: ¿Cuál es la verdad que a modo de cimiento o fundamento
sostiene todo el edificio de la teología salvífica? Esta es la pregunta.

La respuesta creo que es: la salvación es la obra exclusiva de Dios por Cristo Jesús, para los que Él
eligió desde antes de la fundación del mundo.

Bíblicamente, esa es la base del asunto, y todo lo demás, deberá ir acorde a esta verdad sustancial y básica.
Sólo Dios salva en Cristo, y eso no es asunto humano.

Las siguientes definiciones, siempre afines a esta primera declaración formulada, podrán ayudarnos a la
comprensión:

La salvación es la obra soberana de Dios; en modo alguno la obra de los hombres desde su capacidad o
decisión.

La salvación es un acto unilateral e incondicional de Dios, fruto de Su pacto hacia el hombre, no al revés.

La salvación es la elección de Dios para los hombres; no la elección de los hombres para Dios.

La salvación es obra de Dios a los hombres; no obra de los hombres para llegar a Dios.

La salvación de Dios actúa inexorablemente en los escogidos; no actúa en aquellos que se quieren salvar, sin
Dios.

La salvación es el acto de amor y misericordia de Dios hacia unos hombres condenados por su propio
pecado, e imposibilitados de acción salvífica.

La salvación de Dios implica la imposibilidad del hombre de salvarse a sí mismo.

Y muchas más aseveraciones que podríamos hacer…

Con que la salvación es de Dios hacia los escogidos por Él desde la eternidad, ineludiblemente estos elegidos
no pueden perder lo que Dios les ha dado – esa salvación – la cual viva como es, produce en cada uno un
fruto de vida y de santidad constante por Su gracia.

Esa salvación de Dios en el escogido Suyo, no solamente es un don que éste recibe, inmerecido, y
sobrenatural, por lo cual sería imposible responsable en sus solas fuerzas de mantenerlo, e incompatible con
la verdad revelada al respecto, así como ausente de la guía y sabiduría de lo Alto, ya que el hombre no puede
hacer la voluntad de Dios por sí solo, sino que ésta actúa día a día, poderosamente en cada uno,
manteniendo ese don constantemente activo en cada verdadero creyente (2 Pedro 2: 9)
Por tanto, insistimos en el punto este. La gran verdad de la salvación, se ha construido a modo de edificio o
casa, y ha de respetarse esa estructura, tal y como fue diseñada y construida por Dios en Cristo Jesús.

Pero ¿Qué ha ido pasando a lo largo, no ya de años, sino de siglos?, pues que como dije antes, por intereses
doctrinarios y denominacionales, alguna de esas verdades que constituyen el castillo de la verdad se ha
sacado de su contexto, y se ha formado a partir de ella, pequeños castillitos, que más que eso, son simples
barracas de paja y palos.

Una de esas perversiones de la verdad salvífica es justamente la que enseña que un hombre perdonado (1
Jn. 2: 2), regenerado (2 Pr. 1: 4), nacido de lo Alto (Jn. 3: 3), salvo en definitiva (Ef. 2: 8), puede llegar a
perder la salvación.

Para llegar a esa conclusión que atenta directamente contra la gran verdad y gran esperanza en Cristo Jesús,
nuestra ancla de salvación, nuestra seguridad en Él y en sus promesas eternas, hombres dirigidos por sus
intereses doctrinarios, agarraron versículos de la Biblia (verdades que conforman el castillo de la verdad), y
reinterpretaron la verdad, haciendo que dejara de serlo en este punto.

Por amor al gran castillo de la verdad, y en concreto, de la verdad salvífica, me tomaré un tiempo en analizar
algunos de esos pasajes comentados, que no son todos.

Antes de entrar en esa lid, solamente quiero de nuevo constatar la siguiente verdad: si usted es un verdadero
hijo de Dios, y usted si lo es, lo sabe (Ro. 8: 14), sepa que tiene la vida eterna, y al ser eterna, no se puede
perder en esta, nuestra temporalidad.

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis
vida eterna…”(1 Juan 5: 13)

Muchos que creen que los salvos pueden volver a perderse, usan una de esas ventanas de luz que aludía
arriba, sacándola de su contexto de verdad, y llevándola a su interés doctrinario. Una de esas porciones de
luz y verdad lo encontramos en el pasaje de 2 Pedro 2: 18-22, el cual estaré analizando seguidamente.

Este pasaje, dirigido a los falsos maestros a los cuales expone, es menester que sea aclarado, para que nadie
se atreva a contradecir la afirmación que el mismo apóstol hace: “…nos ha dado preciosas y grandísimas
promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pr. 2: 4). Hermanos,  si los salvos somos ya
participantes de la naturaleza divina (lo cual implica un cambio de naturaleza, de la pecaminosa, a la divina),
¿Cómo es posible que después de haber efectuado la purificación de nuestros antiguos pecados (v. 9b),
diciéndonos que “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos” (2: 9), habiéndonos dado vida juntamente
con Cristo, estando resucitados con Él y estando sentados en los lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef. 2:
5, 6), habiendo sido justificados y glorificados (Ro. 8: 30) podamos ser de nuevo condenados, más aún
cuando la misma Palabra nos asegura que ninguna condenación hay para los que están EN Cristo Jesús (Ro.
8: 1)? Sencillamente, no puede ser.

“…En tu luz veremos la luz” (S. 36: 9)

Pasemos a analizar esa porción de luz, en el contexto de la luz de la verdad.

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II. LOS FALSOS MAESTROS DE AYER Y HOY, Y LA SALVACIÓN

(2 Pedro 2: 1, 18-22)

“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que
introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre
sí mismos destrucción repentina… Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias
de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. 19 Les prometen
libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo
del que lo venció. 20 Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el
conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado
viene a ser peor que el primero. 21 Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia,
que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. 22 Pero les ha
acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el
cieno”

Los falsos profetas que siempre ha habido, tanto en Israel como en la iglesia, Pedro en su epístola los
describe a modo de Balaam, quien evidentemente fue usado por Dios hasta cierto punto, pero que jamás fue
de Dios: “Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual
amó el premio de la maldad” (V. 15)

“El camino recto” es una metáfora del AT que representa la obediencia a Dios (Hchs. 13: 10). Un creyente
simplemente profesante puede seguir el camino de la obediencia a Dios en su forma externa, aunque no esté
regenerado; más tarde o temprano dejará ese, para él, intransitable camino.

Ese fue el caso de Balaam, como podemos leer, y de todos los falsos profetas como él. Balaam no amó a
Dios, sino que amó el dinero, y negoció con la verdad, con cualquiera que le pagara el precio estipulado. Lo
mismo ocurre hoy en día con muchos de los falsos apóstoles de la prosperidad, que hacen mercadería de los
creyentes con palabras fingidas (V. 3)

Balaam es el clásico ejemplo del apóstata. Jamás fue de Dios, pero Dios lo usó, como también fue el caso de
Judas Iscariote, como también es el caso de innumerables falsos profetas de hoy en día, que se creen
justificados ante Dios porque tienen muchos seguidores. Dios sabe lo que está haciendo, y lo que está
permitiendo. Como dijo Pablo: “…Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Ro. 11: 33)

(V. 1) Aquellos falsos profetas de entonces, y los actuales, jamás fueron de Cristo. Cuando dice que los
“rescató”, no se está refiriendo a que los salvó o que les dio la salvación, sino que los “compró” (agorazo en
gr.) (1). Fueron usados por Dios para sus propósitos, como lo fue Balaam, o como lo fue Judas Iscariote… ¡o
como lo es el mismo diablo! Dios es el Soberano, y a través de su voluntad permisiva, constituye en términos
de amor, su voluntad determinativa final.

El término “agorazo” se usa para expresar la redención en sentido genérico, su significado técnico implica
únicamente la compra del esclavo, pero no conlleva necesariamente la idea de libertarlo de la esclavitud. En
cambio, el término “exagorazo”, que también se traduce por redimir, implica mucho más, puesto que la
partícula “ex”, que significa de o fuera de, está combinado con “agorazo”, indicando así que el esclavo es
comprado, sacándolo del mercado. Hay por tanto una redención que paga el precio, pero no libera
necesariamente al esclavo, y hay otra redención que termina en libertad permanente. Evidentemente, lo
segundo es sinónimo de salvación, lo primero, no.

Esos falsos maestros jamás fueron sacados del mercado, jamás fueron salvos.
(V. 18) La palabrería ostentosa de los falsos maestros, engaña y engañaba a los débiles en la fe, con esas
palabras que les hacían quedar como eruditos y acreedores de una acentuada sabiduría espiritual, y en medio
de su discurso, daban a conocer lo que llamaban “una nueva revelación”, poniéndose de ese modo como
especiales sacerdotes, por encima del sacerdocio universal del creyente (1 Pr. 2: 9)

Con su verborrea lo que hacían (y hacen), es simplemente contradecir las enseñanzas más claras y básicas
de las Escrituras, como por ejemplo, el asunto que nos concierne: la salvación (más básico e importante que
este asunto, no lo hay para nosotros).

La mayoría de los falsos maestros no tienen una preparación adecuada bíblica, y por tanto, no saben lo que
dicen, mezclando cosas, levantando doctrinas de algunas ventanas de luz, y así anulando en cierta medida la
verdad básica sobre la que se basan todas las verdades. Dicho de otro modo, sacan el texto de contexto, para
hacer un nuevo texto.

“…seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones…”: A pesar de su lenguaje vacío, los falsos
maestros logran seducir a muchos. Su estrategia está basada en la seducción verbal. Como dice John
McArthur:

“Ofrecen a las personas comunes una especie de religión a la que pueden acogerse sin tener que abandonar
sus deseos carnales y su sensualidad”

Esa seducción también opera en el sentido de la falsa espiritualidad. Los falsos maestros de la “religión
evangélica” actúan a modo de aquellos fariseos, falsos maestros, los cuales fomentan entre sus adeptos una
religiosidad vacía, simplemente en cuanto a forma.

Todo esfuerzo en “mantener” la salvación es simple y llana religiosidad, legalismo, rigorismo y fariseísmo. No
es el fruto del Espíritu, es fruto de la carne. Por contrapartida, cuando la salvación es real, se ven las obras, y
el fruto consiguiente, el cual le da verdadera gloria a Dios.

“…a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”: La traducción mejor es esta: “a los que
apenas están escapando (“apofeugo” en gr.) de los que se conducen en error”. La cosa ya cambia aquí.

Evidentemente estos aludidos no son personas salvas, sino aquellas con tendencias religiosas, muy
vulnerables, porque tienen un gran sentido de culpa y ansiedad emocional; lo que llamaríamos actualmente
gente con una problemática, o bien familiar, sentimental, de soledad, desamparo, etc. etc. (de ahí que falsos
maestros como Cash Luna o Guillermo Maldonado, o César Castellanos tengan tanto éxito, muchos de sus
seguidores son personas así; sin olvidar a aquellos cuyos seguidores son religiosos vacíos como ellos).
Algo en común a todo los falsos maestros, sean del corte que sean, es que explotan a todos sus seguidores
para su propia satisfacción de poder, fama, y dinero (según el caso).

(V. 19) Los falsos maestros prometen ese bien que sus seguidores anhelan, de ahí el éxito de “soñar para
conseguir lo que quieras”, pero son promesas falsas, porque ellos mismos, lo vean o no, son “esclavos de
corrupción”. Como muy bien dice McArthur:

“Los maestros falsos no pueden dar la libertad que prometen porque ellos mismos están esclavizados a la
misma corrupción de la que quieren escapar las personas”

Y esa corrupción, tanto es materialista, como espiritualista-religiosa.

(V. 20) “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento
del Señor y Salvador Jesucristo…”:

Tanto los falsos maestros como muchos de sus seguidores en algún momento dado,  buscaron el escapar de
la contaminación de este mundo (eso que se dice, “¡pero si empezaron bien…!) refugiándose en la
espiritualidad del cristianismo, incluso en las mismas palabras y conocimiento de Jesucristo (epignosis en gr.),
a modo de los apóstatas de He. 6: 4-6; 10: 26-39.

“…enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero”: pero
volvieron a caer en sus pecados antiguos, en su manera pecaminosa y vieja de vivir. Esto es así porque
jamás fueron regenerados como venimos diciendo. Simplemente por un tiempo se acomodaron a la religión, y
muchos de esos falsos maestros perseveran en esa “religión” porque les es beneficioso.

Evidentemente, los que gustaron del don celestial (He. 6: 4) (2), habiendo recibido el conocimiento de la
verdad (He. 10: 26) (3), y luego se apartan, “su postrer estado viene a ser peor que el primero”, y esto
estamos cansados ya de verlo, cumpliéndose así también lo dicho por Pablo a Timoteo acerca de aquellos
falsos profesantes de la piedad (2 Ti. 3: 1ss), los cuales “…irán de mal en peor, engañando, y siendo
engañados” (2 Ti. 3: 13)

(V. 21) “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo
conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado”.

“Porque mejor les era no haber conocido el camino de la justicia que, tras conocerlo, dar la espalda al santo
mandamiento que les fue entregado” (Trad. lit. gr.)

Sencillamente, aquí vemos la acción y las consecuencias de haber desertado. Profesaron una experiencia
cristiana, un gustar del don celestial, pero nada más. El “camino de justicia” descrito por Pedro, es el mismo
que vemos en el Evangelio:

“Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le
creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mt. 21: 32) Ese camino de
justicia es el camino de Dios, el que lleva al arrepentimiento verdadero y duradero. Muchos pecadores del
tiempo de Jesús le creyeron de verdad y permanecieron en ese camino, a diferencia de aquellos fariseos
religiosos, que después de ser bautizados por Juan renegaron de la verdad:

“Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Mateo 3: 7)

Juan por el Espíritu Santo sabía que esos religiosos jamás fueron de Dios, por eso les dijo eso, y aún y así,
ellos iban a su bautismo de arrepentimiento… para luego negarlo.

Ese es el proceder típico y tópico de todos los apóstatas. Jamás fueron de Dios. Mejor les hubiera sido no
haber conocido la verdad (el santo mandamiento), que después de conocerla, apartarse, y aún seguir
fingiendo ser lo que jamás fueron: gente renacida por el Espíritu Santo.
Los falsos maestros que Pedro describe, no lo fueron fuera del cristianismo (“camino de justicia”), sino dentro.
Dentro de la iglesia, aunque jamás fueron parte de la iglesia que Dios discierne.

(V. 22) “Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a
revolcarse en el cieno”

Ahí tenemos una descripción muy clara de que esas personas jamás fueron de Dios: los compra con perros, y
con cerdos.
“Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que repite su necedad” (Prov. 26: 11)

Dios, a la persona que realmente salva, le da una nueva naturaleza (2 Pr. 1: 4; 2 Co. 5: 17), pero estos falsos
maestros y sus seguidores, jamás dejaron de ser lo que siempre fueron, y por tanto, volvieron a las andadas.

Conclusión

“porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” He. 10: 14

En esta escritura se define perfectamente, y en una sola línea, la seguridad del verdadero creyente en su
salvación. Cristo lo hizo, y nos hizo perfectos PARA SIEMPRE. Gloria a Dios.

Todo creyente cree que la salvación no se recibe por obras (Ef. 2: 9), pero también, por la misma razón
doctrinal, hay que creer que esa salvación no se mantiene por obras. Si se mantuviera por obras, ya no sería
por gracia, sino por méritos personales, lo cual es una aberración ante Dios.

La salvación es un asunto de Eternidad, siendo de ese modo, la salvación no se pierde en esta temporalidad.

SOLI DEO GLORIA (A Dios sólo la Gloria)

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