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¿Qué significa la redención

cristiana?

Pregunta: "¿Qué significa la redención cristiana?"

Respuesta: Todos necesitan de la redención. Nuestra condición


natural se caracterizó por la culpa: “Por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios”. La redención de Cristo nos
ha librado de la culpa: “siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos
3:24).

Los beneficios de la redención incluyen la vida eterna (Apocalipsis


5:9-10), el perdón de los pecados (Efesios 1:7), la justificación
(Romanos 5:17), libertad de la maldición de la ley (Gálatas 3:13),
adopción dentro de la familia de Dios (Gálatas 4:5), liberación de
la esclavitud del pecado (Tito 2:14; 1 Pedro 1:14-18), paz con Dios
(Colosenses 1:18-20), y la morada permanente del Espíritu Santo (1
Corintios 6:19-20). Entonces, ser redimido es ser perdonado,
santificado, justificado, bendecido, liberado, adoptado y
reconciliado. (Ver también Salmos 130:7-8; Lucas 2:38; y Hechos
20:28).

La palabra redimir significa “comprar”. El término era usado


específicamente con referencia al pago de la libertad de un
esclavo. La aplicación de este término a la muerte de Cristo en la
cruz, significa exactamente eso. Si somos “redimidos,” entonces
nuestra condición previa era la de esclavitud. Dios ha pagado
nuestra libertad, y ya no estamos bajo la esclavitud del pecado o
de la ley del Antiguo Testamento. Este uso metafórico de la
“redención” es la enseñanza de Gálatas 3:13 y 4:5.

La palabra rescate está relacionada con el concepto cristiano de la


redención. Jesús pagó el precio de nuestra liberación del pecado y
sus consecuencias (Mateo 20:28; 1 Timoteo 2:6). Su muerte fue
ofrecida a cambio de nuestra vida. De hecho, la Escritura dice
claramente que la redención sólo es posible “a través de Su
sangre”, esto es, por Su muerte (Colosenses 1:14).
Las calles del cielo estarán llenas de ex-cautivos, quienes, por
ningún mérito propio, se encuentran redimidos, perdonados y
libres. Los esclavos del pecado son convertidos en santos. No
sorprende que cantan un nuevo cántico—un cántico de alabanza al
Redentor que fue inmolado (Apocalipsis 5:9). Nosotros éramos
esclavos del pecado, condenados a una separación eterna de Dios.
Jesús pagó el precio para redimirnos, resultando en nuestra
liberación de la esclavitud del pecado, y nuestro rescate de las
consecuencias eternas de ese pecado.

LA REDENCION
I. Introducción

1.         Noción

La voz Redención es uno de los términos que desde


sus orígenes el cristianismo ha usado para describir la
salvación del género humano realizada por Jesucristo.  Se
utilizan otras expresiones como expiación, Justificación,
reconciliación, liberación, etc.

El cristianismo entiende por Redención a la liberación


que Jesucristo hace del hombre, arrancándole del pecado,
restaurándolo a una situación de unión sobrenatural con
Dios y prometiéndole en el más allá un fin bienaventurado.

2.       Preparación de la Redención en el Antiguo Testamento

Dios preparó a la humanidad para la venida de


Nuestro Señor Jesucristo, Redentor de los hombres.

Dios realizó esta preparación eligiendo al pueblo de


Israel y revelándose a 61 por medio de los patriarcas y los
profetas: todo el contenido del Antiguo Testamento es la
preparación a la venida del Mesías.

Ya desde las primeras enseñanzas, después de la


caída de nuestros primeros padres, Dios promete un
Redentor: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu
descendencia y su descendencia; él te pisará la cabeza
mientras tú acecharás su calcañal» (Gén 3, 15), es decir, un
descendiente de Eva vencerá al demonio.

Dios establece Alianza con los patriarcas Abraham,


Isaac y Jacob que se renueva y concreta más tarde por
medio de Moisés.

A lo largo de la historia del pueblo Judío, Dios va


manifestando las características del Mesías prometido. 
Será rey, sacerdote, siervo doliente, hijo de David, nacerá
de una Virgen, será Dios-entre-nosotros, etc.

Y, también, como se cuida de señalar la Sagrada


Escritura, a las otras naciones «no las dejó sin testimonio de
sí» (Hech 14, 16-17), y por esto existía entre los demás
pueblos de la tierra como una preparación remota para
esperar al Mesías. (1)

II.      Características de la Redención

De la Redención, tal como la entiende y predica la


Iglesia, pueden afirmarse las siguientes características:

1º    La redención se trata de una iniciativa divina. El


hombre caído no puede redimirse por sí mismo (de fe).

La Sagrada Escritura enseña que es la gracia de Dios


la que Justifica al hombre; la que le hace pasar del pecado a
la amistad con Dios.  Pero como la gracia es un don gratuito
de Dios: «Ahora son Justificados gratuitamente por su
gracia, por la Redención de Cristo Jesús» (Rom 3, 24), es la
obra redentora de Jesucristo la que libera del pecado a los
hombres y no sus propias fuerzas, «pues de gracia habéis
sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es
don de Dios» (Ef 2, 8-9).

2º    Dios no tenía ninguna necesidad, ni interna ni externa,


de redimir a los hombres (sentencia cierta).

La Redención es una decisión libre de Dios ante la


miseria humana ocasionada por el pecado.  Es un «misterio
de su voluntad divina» (Ef 1, 9).

Si el estado de Justicia original de Adán y Eva fue un


acto gratuito de Dios, debido a su amor y misericordia, con
mucha más razón la restauración de la Justicia inicial
perdida es también un acto gratuito de Dios.

 3º        La Redención es única (de fe).

Es decir, no existe fuera de Cristo ninguna otra


iniciativa redentora que proceda de Dios, que incida en la
historia humana y nos haya sido dada a conocer por
Revelación divina.  Por tanto, el género humano, según el
decreto divino, ha sido redimido por el Hijo de Dios
encarnado.

La Revelación muestra esta gran verdad de fe: «El


Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba
perdido» (Lc 19, 10); «Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para que Juzgue al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por Él» (Jn 3, 17); «Cristo Jesús vino al mundo
para salvar a los pecadores» (1 Tim 1, 15).

Es patente que la fe de la Iglesia es que la


Encarnación del Hijo de Dios se realizó para la remisión de
los pecados de los hombres.  Ahora bien, es posible
preguntarse si la Redención decretada por Dios se hubiera
podido-realizar por otros medios sin que fuera necesaria la
Encarnación.

Está claro que Dios hubiera podido redimir a los


hombres de otra manera; pensar lo contrario sería limitar la
omnipotencia, sabiduría y Justicia de Dios, que estaría
limitada a la única posibilidad de la Encarnación de su Hijo
Unigénito.  Podía, por ejemplo, salvar a los hombres sin
recibir ninguna satisfacción de la humanidad pecadora.

Por el contrario, si Dios quiso una satisfacción


adecuada, es necesaria la Encarnación de una Persona
divina (sentencia cierta), puesto que la ofensa infinita a Dios
merece una satisfacción infinita, que sólo pueda ofrecerla el
mismo Dios.

4º         La Redención es escatológico (de fe).

Quiere decirse con esto, que la liberación del hombre


efectuada por la Redención tendrá lugar plenamente en el
futuro; pero, a la vez, está ya presente por la gracia:
contiene un ya y un todavía no.

5º         La Redención alcanza a todos los hombres (de fe).

Cristo murió por todos, y no solamente por algunos. 


Esto significa que la Redención efectuada por Jesucristo es
comunicable a todos sin excepción, de modo que cualquier
hombre puede apropiarse los frutos de esa Redención
objetiva y universal, si cumple la voluntad de Dios.

La Sagrada Escritura enseña claramente esta verdad


en multitud de pasajes.  Entre otros muchos, Cristo «se dio a
sí mismo en precio del rescate por todos» (1 Tim. 2, 6), «Él
es propiciación por nuestros pecados; Y no sólo por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn 2, 2).

La Iglesia enseña que Dios Padre envió a su Hijo


Jesucristo a los hombres para que redimiera a los Judíos y
para que los gentiles consiguieran la gracia, y todos
recibieran la adopción de hijos.  Cristo no murió sólo por los
predestinados, o sólo por los fieles cristianos, sino por todos
los hombres.
6º    La Redención libera al hombre de la servidumbre del
pecado que le esclaviza desde la falta de Adán (de fe).

Pecado y Redención se comportan respectivamente


como sombra y luz en la vida humana. «Todos pecaron y
están privados de la gloria de Dios -enseña San Pablo-, y
son Justificados gratuitamente por su gracia, por la
Redención de Cristo Jesús» (Rom 3, 23-24).

«Nadie por sí mismo y por sus propias fuerzas se


libera del pecado y se eleva sobre sí mismo; nadie se libera
completamente de su debilidad, o de su soledad, o de su
esclavitud; todos tienen necesidad de Cristo, modelo,
maestro, libertador, salvador, vivificador» (Concilio Vaticano
II, Decreto Ad gentes, 8).  Es Cristo quien, con su muerte y
su resurrección, nos libera del pecado y nos reconcilia con
Dios.

7º         La Redención como victoria sobre el demonio, la


muerte y el dolor (de fe).

Por ser victoria sobre el pecado, la Redención es también


victoria -con Cristo y en

Cristo- sobre todos estos males.

-      El demonio se ha visto despojado de su poder; con Cristo


ya no vence al hombre.

-      El hombre redimido por Cristo sigue sujeto a la ley del morir
corporal, pero su muerte es más que un hecho biológico, es
un hecho de fe, que no va ya unida a la incertidumbre y a la
angustia.  La muerte, asociada a la de Cristo, es el
comienzo de una nueva vida.

-      El dolor humano es objeto asimismo de una transformación,


porque se une al sacrificio de Cristo, y prepara con su
presencia purificadora en la vida humana la llegada del
Reino de Dios.
III.       Teología cristiana de la Redención

III.       1. Las tesis protestantes

Lutero, siglo XVI, expuso una doctrina sobre la


Redención diferente a la doctrina católica.  Es alemán y
fundador de los protestantes.

La Redención de Jesucristo presenta dos aspectos:

- Redención objetiva.  Es el hecho mismo de la muerte de


Jesús en la Cruz.  Por este hecho, su muerte, Cristo
adquiere méritos para salvar del pecado a todos
los hombres.  Ha merecido la salvación de los hombres.

- Redención subjetiva.  Es la aplicación a cada uno de los


hombres singulares de la Redención objetiva.

Aunque el efecto de la Redención objetiva es


universalísimo -es para todos los hombres-, esto no significa
que todos los hombres automáticamente se salven.

Cada hombre debe, por sus buenas obras, aplicar a


su vida la Redención objetiva.  De tal manera que el que no
realiza buenas obras con la ayuda de la gracia tampoco
recibe el mérito y por tanto no se le perdonan los pecados.

Lutero, y con 61 los protestantes, niegan frente a la


doctrina católica que exista la Redención subjetiva.

Para los protestantes, como ya hemos dicho antes, las


buenas obras realmente no existen, pues todos los hombres
son siempre pecadores, como consecuencia de que el
pecado original ha corrompido totalmente la naturaleza
humana.  Por tanto, no pueden hacer obras con ayuda de la
gracia para conseguir su salvación.

Para los protestantes, la Redención objetiva es


suficiente y es Dios quien libremente, salva a unos hombres
y condena a los otros.
Para los protestantes, la salvación que Dios realiza de
los hombres tampoco les quita el pecado, sino que
simplemente no se lo tiene en cuenta.  Es una salvación o
Justificación extrínseca que no borra los pecados.

Para los protestantes, la muerte de Jesucristo en la


Cruz no ha sido un verdadero sacrificio.

En todo caso, dicen que se puede hablar de sacrificio


sólo en el sentido de que Dios ha entregado a su Hijo, como
un cualquier otro condenado a muerte.  La muerte de un
condenado no es un sacrificio en sentido estricto, porque le
falta libertad y por ello no muere voluntariamente para
agradar a Dios.  Por tanto, la muerte de Jesucristo en la
Cruz no es una expiación ofrecida voluntariamente a Dios
por la humanidad de Cristo.

Por ello, la satisfacción de la Cruz es simplemente penal y


Jesucristo ha sido castigado, ha sufrido la pena, por
nuestros pecados, pero no nos los ha quitado.  De todo esto,
concluye que la Santa Misa no es tampoco un sacrificio.

III.  2. El Concilio de Trento (1546-1563) reafirmó la doctrina


tradicional de la Iglesia

Para comprender mejor la fe de la Iglesia, que cree


que la muerte de Jesucristo en la Cruz es un verdadero
sacrificio, estudiaremos por qué la muerte de Jesús en la
Cruz cumple con todos los requisitos del sacrificio y de que
modo el sacrificio de Jesús realizó la Redención del género
humano.

1º         Jesucristo, muriendo en la Cruz, ofreció un


verdadero sacrificio (de fe).

El Magisterio de la Iglesia, frente a Lutero, es muy


explícito al enseñar el carácter de sacrificio de la muerte de
Jesús en la Cruz.  El Concilio de Trento definió que «este
Dios y Señor Nuestro Jesucristo quiso ofrecerse a sí mismo
a Dios Padre como sacrificio presentado sobre el ara de la
Cruz en su muerte para conseguir para los hombres el
eterno rescate» (DS 1740).

Son muchos los textos de la Sagrada Escritura que


señalan el carácter sacrificial de la muerte de Cristo.  Por
ejemplo, a lo largo de los capítulos 9 y 10 de la epístola de
los Hebreos se describe la superioridad del sacrificio de
Cristo sobre los sacrificios del Antiguo Testamento.

La razón iluminada por la fe prueba que la muerte de


Cristo en la Cruz es un verdadero sacrificio, porque se
cumplen en ella Todas las- notas propias del sacrificio:

2º         Noción de sacrificio.

Sacrificio es el acto de la virtud de la religión por el


que la criatura manifiesta exteriormente el dominio de Dios
sobre ella.  Por ser un acto de la virtud de la religión, el
sacrificio no tiene sólo carácter individual, sino también
social, y por esto ha de ser ofrecido por un ministro legítimo,
que sea aceptado por Dios y represente a los hombres.

El sacrificio, en razón de la naturaleza caída, tiene


carácter propiciatorio, es decir, la criatura ofrece el sacrificio
para expiar sus pecados.  Propiciar significa expiar, pedir y
conseguir el perdón de las faltas.

En definitiva, para que exista un verdadero sacrificio


son necesarios cinco requisitos: sacrificio es (1) el
ofrecimiento u oblación; (2) de una cosa sensible; (3)
su destrucción o inmolación; (4) con el fin de confesar el
dominio supremo de Dios o adoración; (5) y realizado por
un ministro legítimo.

En el Calvario se cumplen todos los requisitos del sacrificio.

1.    Oblación de una realidad sensible.  Cristo hombre se


ofrece a Dios.
2 .   Inmolación o destrucción.  Jesús muere en la Cruz
derramando su sangre.

3 .   Dominio de Dios.  Jesús se entregó a la muerte por


obediencia a la voluntad del Padre, al que «obedeció hasta
la muerte» (Fil 2, 8).

4.    Jesús muere en la Cruz.  Con el fin de satisfacer a la


Justicia divina y lavar los pecados de los hombres.

5 .   Ministro legítimo.  Jesús es, en su Humanidad, el único


ministro cualificado, pues es el mediador entre Dios y los
hombres.

En   conclusión, creemos, porque no puede ser de otra manera,


que también, la Santa

Misa es propiamente sacrificio, por ser el memorial de la


muerte de Cristo en la Cruz.

3º         Jesucristo nos rescató y reconcilió con Dios por


medio del sacrificio de su muerte (de fe).

La Iglesia cree que, aunque toda la vida de Cristo


tiene un carácter salvífico, ciertamente su muerte en la Cruz
resume y culmina su obra redentora y que por ella se realizó
el perdón de los pecados.  El Concilio de Trento definió que
Jesucristo «nos reconcilió con Dios por medio de su sangre»
(DS 1513) y que el sacrificio de su muerte en la Cruz es
«para conseguir para los hombres el eterno rescate» (DS
1742).

La Sagrada Escritura enseña que el Señor entregó su


vida como «precio del rescate de todos» (Mt 20, 38).  Al
instituir la Eucaristía (2), el mismo Jesucristo señala la virtud
redentora de su muerte: «Esta es mi sangre del Testamento,
que se derrama por muchos para la remisión de los
pecados» (Mt 26, 28).  San Pablo atribuye a la muerte de
Cristo el perdón del hombre pecador: «Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo» (Rom 5, 10).

4º         La satisfacción vicaria de Jesucristo (de fe).

Para perdonar los pecados, Dios estableció que la


humanidad ofreciera una satisfacción adecuada. Sólo una
satisfacción de valor infinito podía reparar la ofensa, en
cierto modo infinito, hecha a Dios por el pecado; y sólo
Jesucristo, Persona divina y hombre verdadero, podía dar
esa satisfacción. Pero, Jesucristo es inocente de nuestros
pecados; por tanto, ¿cómo pudo El satisfacer por los
pecados de los hombres de los que no era culpable?

La satisfacción es la reparación de una ofensa y


puede ofrecerla el mismo ofensor o puede ofrecerla un
representante suyo, y en este caso ser la satisfacción
vicaria.

Es evidente que Jesucristo por sí mismo no tenía nada


que satisfacer, pues no había cometido ningún pecado, pero
sí que ofreció una satisfacción vicaria por los pecados de los
hombres.

5º         La Redención subjetiva o la aplicación de la


Redención a cada hombre en particular (de fe).

La eficacia y la universalidad de la satisfacción vicaria


de Jesucristo se refieren únicamente a la Redención
objetiva.  Para que la satisfacción vicaria de Cristo,
suficiente y sobreabundante, surta efecto en cada hombre
sea necesario que cada uno se apropie dichos méritos. Es
decir, la Redención objetiva, la muerte de Cristo, tiene
eficacia universal, pero la Redención subjetiva, la salvación
de cada hombre, es particular y a veces no se alcanza.

6º         La salvación de cada hombre depende también de


su fe y buenas obras (de fe).
Cada hombre debe esforzarse para conseguir su
salvación personal. El Concilio de Trento enseña que
«aunque Él murió por todos, no todos, sin embargo, reciben
el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se
comunica el mérito de su pasión... sino renacieran en Cristo,
no serían Justificados» (DS 1523).

La Sagrada Escritura vincula la salvación a la fe en


Jesucristo, y al cumplimiento de los mandamientos y
consejos dados por el Señor. El Apóstol Santiago dice
claramente «ved, pues, como por las obras y no por la fe
solamente se Justifica el hombre» (Sant 2, 24).

7º    Las personas que no conocen a Jesucristo se salvan


si viven la Ley natural y creen en Dios remunerador (de fe).

En el mundo hay, ha habido y habrá miles, millones de


personas que no conocen a Jesucristo ni tienen la
posibilidad de conocerlo fácilmente, porque, nadie se lo
predica. Ya San Pablo exclamaba, viendo a las multitudes
que no siguen a Jesucristo. «Pero, ¿cómo invocarán a aquel
en quién no han creído?  Y cómo creerán sin haber oído de
Él?  Y ¿cómo oirán si nadie les predica?  Y ¿cómo
predicarán si no son enviados?  Según está escrito: "¡Cuán
hermosos los pies de los que anuncian el bien!" (Is 52,7). 
Pero no todos obedecen al Evangelio.  Porque Isaías dice:
"Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio?" (Is 53,1).  Luego la
fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de
Cristo» (Rom 10, 14-17).

Pero estas personas también se salvan si cumplen la


Ley natural y creen en Dios remunerador.

Es propio de la bondad y misericordia infinita de Dios,


que las personas que no conocen a Jesucristo y pertenecen
a otras religiones, incluso las más alejadas del monoteísmo
(3), se puedan salvar.  También a ellos se les aplica la
Redención de Jesucristo.  También, ellos se salvan por la
gracia de Jesús merecida por su muerte en la Cruz.  Es
evidente, que son santificados por otros caminos diferentes
al de los Sacramentos, en especial el del Bautismo.  Dios les
da la gracia de otra manera, que se resume en lo que
decimos: vivir de Ley natural y creer en Dios remunerador.

-      Vivir la Ley natural significa-haz el bien y no hagas el mal

-      Pero sucede muchas veces, es un hecho histórico


universal, que pueblos enteros, por pertenecer a
determinadas culturas, tienen un conocimiento imperfecto de
lo que es el verdadero bien.  En este caso, como
tienen ignorancia invencible y no pueden, por esos factores
culturales, llegar a conocer de ningún modo lo que es el
verdadero bien de la Ley natural, se dice que actúan mal
materialmente, de hecho lo que hacen está objetivamente
mal, pero que no actúan mal formalmente, es decir, no son
responsables de sus equivocaciones.  Por tanto, también,
pueden salvarse.  Dios sabe más que los pobres hombres, y
en su infinita bondad y misericordia comprende a estas
personas que no pueden conocer a Jesucristo y los salva si
cumplen, como estamos diciendo, con la Ley natural y creen
en Dios remunerador.

-      Creer en Dios remunerador significa creer en tres verdades


religiosas naturales: 1º Creer en la existencia de Dios. 2º
Creer en la existencia de un alma inmortal. 3º Creer, que
después de esta vida, hay un premio o castigo de acuerdo
con las obras realizadas durante esta vida.  Si nos fijamos
bien, vemos que estas tres verdades religiosas naturales
son las que están contenidas en el concepto de Dios
remunerador.

Estas son verdades religiosas naturales que cualquier


hombre puede llegar a conocer con su inteligencia sin
necesidad de la Revelación.  Y, de hecho, lo normal es que
todos los hombres, de una manera más o menos clara, las
conozcan.

Por eso, la Iglesia Católica ha defendido siempre, frente


a otras concepciones pesimistas y negativas, la capacidad
natural de la razón humana para conocer la verdad; y, por
tanto, la capacidad de conocer la Verdad, con mayúsculas,
que es Dios.  Por eso, ya hemos dicho, que el Concilio
Vaticano I (1870-1872), definió que «si alguno dijera que
Dios vivo y verdadero, Creador y Señor nuestro, no puede
ser conocido con certeza por la luz natural de la razón
humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea
anatema» (DS 3026).  Pero, también en el modo de creer en
Dios remunerador hay, como en la verdad anterior de vivir
de acuerdo con la Ley natural, graves errores ocasionados
por la cultura en que viven los pueblos y naciones.

Por este motivo, la Iglesia también ha definido la


necesidad moral o conveniencia de la Revelación, pero no
su necesidad absoluta pues, como acabamos de decir, el
hombre sólo con su razón natural y aún en pecado puede
conocer a Dios y un conjunto importante de sus
características personales.  La Iglesia, en el Concilio
Vaticano 1, añadió a la definición anterior la siguiente
definición «para aquello que en las cosas divinas no es de
suyo inaccesible a la razón humana, pueda ser conocido por
todos, aún en la condición presente del género humano, de
modo fácil, con firme certeza y sin mezcla de error
alguno» (DS 3005).

Con esta definición, la Iglesia enseña que, sin la ayuda


de la Revelación, es fácil equivocarse en la idea que los
hombres se forman de Dios.

Por lo que estamos diciendo, comprendemos que


muchas personas tengan una concepción errónea de Dios,
pues la cultura en la que viven les lleva a ser politeístas,
panteístas, a tener un concepto muy difuso del más allá, que
se concreta en el culto a los antepasados y otras muchas
formas de religión natural.

Ahora bien, aún en todas estas religiones existe aunque


sea muy escondido, la creencia en un más allá y en un
premio o castigo por parte del Ser Supremo.
Todas las religiones naturales creen en el Ser Supremo
y en el cielo.  Incluso los panteístas, como el budismo, creen
en Él y en el cielo, que confunden con la misma naturaleza;
aún así, tienen dioses Brahama, Visnú y Siva y múltiples
divinidades inferiores.

Pero, muchas veces, se confunden respecto de quién es


Dios y cómo es el Cielo.  El Cielo lo ven como la morada de
Dios o de los dioses, como una isla paradisíaca, así lo creen
los celtas y chinos, y como lugar del destino humano para
los hombres que se han portado bien esta vida.

Sea lo que fuere, si tienen ignorancia invencible, Dios


bueno y misericordioso los acogerá Junto a sí, los salvará,
porque como dice San Pablo «nosotros somos hombres
iguales a vosotros y os predicamos para convertiros de
estas vanidades al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el
mar y todo cuanto hay en ellos; que en las pasadas
generaciones permitió que todas las naciones siguieran su
camino, aunque no las dejó sin testimonio de sí, haciendo el
bien y dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones
fructíferas, llenando de alimentos y de alegría vuestros
corazones» (Hech 1415-17).

Pero, al mismo tiempo, todos tenemos el grave deber y


derecho de enseñarles el conocimiento del verdadero Dios
remunerador y el verdadero bien de la Ley natural y de la
Ley revelada.  Ya lo decía San Pablo. «Porque, si
evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me
impone como necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!  Si
de mi voluntad lo hiciera, tendría recompensa; pero si lo
hago por fuerza, es como si ejerciera una administración
que me ha sido confiada. ¿En que está, pues, mi mérito? 
En que, siendo del todo libre, me hago siervo de todos para
ganarlos a todos, y me hago Judío con los Judíos para
ganar a los Judíos.  Con los que viven bajo la Ley me hago,
como si yo estuviera sometido a ella, no estándolo, para
ganar a los que bajo ella están.  Con los que están fuera de
la Ley me hago como si estuviera fuera de la Ley, para
ganarlos a ellos, no estando yo fuera de la ley de Dios, sino
bajo la ley de Cristo.  Me hago con los flacos, flaco para
ganar a los flacos; me hago todo para todos para salvarlos a
todos.  Todo lo hago por el Evangelio, para participar en él»
(1 Cor 9, 16-23).

IV.    La obra de la Redención realizada por el triple


ministerio de Jesucristo

Vamos a estudiar de qué manera Jesucristo realizó la


Redención de los hombres.

Jesucristo realizó su misión redentora por su triple


ministerio o función de Pastor, Maestro y Sacerdote, como
El mismo enseñó: «Yo soy el camino (ministerio pastoral de
gobierno), la verdad (ministerio doctrinal ó de enseñanza) y
la vida (ministerio sacerdotal o santificador)» (Jn 14, 6).

Jesucristo, por su ministerio pastoral, se dirige a


la voluntad de los hombres, pidiendo obediencia a los
mandatos de Dios.  El ministerio pastoral comprende los
poderes legislativos, Judicial y de gobierno.

Jesucristo, como maestro, ejerció su ministerio


doctrinal, dirigiéndose al entendimiento de los hombres,
enseñándoles la verdad.

Jesucristo, aunque toda su vida es redentora, por su


ministerio sacerdotal realiza la reconciliación del hombre
caído con Dios. El acto supremo redentor del Sacerdocio de
Cristo es el sacrificio de su muerte en la Cruz. En todas las
religiones, incluso las más primitivas, el sacrificio es su acto
más importante.

De este triple ministerio participan todos los cristianos


por el Bautismo.  Todos los fieles tienen el derecho de
colaborar en el gobierno y organización de la
Iglesia.  Pueden hacerlo de manera oficial o institucional. 
Según las leyes vigentes, pueden pertenecer a movimientos
de la Iglesia vinculados con la Jerarquía; ser Jueces,
notarios, secretarios de Tribunales eclesiásticos; participar
en los Sínodos Universales y diocesanos; ser miembros de
los Consejos pastorales y económicos de la Parroquia,
Diócesis y de la Santa Sede, etc.

También pueden hacerlo de manera privada y no


oficial, fundando colegios, incluso no es necesario que sean
oficialmente católicos; clubes; residencias; colaborando con
su tiempo, capacidad de gestión, con medios materiales,
etc.

Todos los fieles cristianos tienen el derecho de


enseñar la doctrina de Jesucristo.  Pueden hacerlo de forma
oficial y privada.  Si no son llamados, pueden ser profesores
de Universidades Católicas, dar catecismo, colaborar en las
Instituciones eclesiásticas que tratan de la doctrina del
Señor, etc.  Privadamente pueden dar círculos de estudio,
charlas doctrinales y de formación; escribir sobre Teología;
aclarar ideas confusas sobre fe y costumbres, etc.

Todos, los fieles cristianos tienen el derecho de


participar en la función sacerdotal de Cristo.  Este ejercicio
puede realizarse oficialmente como, por ejemplo, al
administrarse el Sacramento del Matrimonio- los
contrayentes, hombre y mujer, son los Ministros de ese
Sacramento y el sacerdote es sólo un testigo cualificado de
la Iglesia- y, otros Sacramentos, como dar la Sagrada
Comunión con el permiso oportuno; predicar de Palabra de
Dios; ayudar en las Ceremonias litúrgicas, etc.  Y,
privadamente, dialogando con sus amigos y conocidos para
que frecuenten los Sacramentos y para que mejoren de
conducta; es decir, ayudándoles a ser santos.  El Sumo
Pontífice Pablo VI, en la bellísima encíclica Ecclesiam
suam del año 1964, insiste en este diálogo santificador, y
dice que el diálogo es hoy la palabra moderna que define el
apostolado.
De nuevo, destacamos, que el triple ejercicio del
ministerio de Cristo debe hacerse de acuerdo con el Código
de Derecho Canónico y otras leyes vigentes de la Iglesia (4).

Otra observación es adecuada. Todos los fieles


cristianos tienen el derecho pero también el deber de vivir
prácticamente su triple participación en el ministerio de
Cristo: todo derecho está unido a un deber u obligación.  Por
tanto, cuando un fiel no vive sus derechos y obligaciones se
está comportando como un cristiano poco consecuente con
su fe.

Estos deberes y derechos nacen de la recepción del


Sacramento del Bautismo, como ya hemos dicho. Por
tanto, son deberes y derechos de todos los cristianos, sean
católicos, ortodoxos, protestantes y otras confesiones
cristianas.  Aunque sólo a los católicos les obligan las Leyes
de la Iglesia Católica.

Los fieles ordenados «in sacris», personas sagradas


son los que han recibido el Sacramento del Orden en sus
diferentes grados de diaconado, presbiterado y episcopado,
tienen los mismos derechos y deberes del resto de los fieles
laicos u no ordenados; pues también, ellos son fieles
cristianos.  Pero, además, como han recibido la
consagración del Sacramento del Orden participan de otro
modo del sacerdocio de Cristo: de una manera no sólo
diferente en grado al de los demás fieles sino de una forma
esencialmente distinta.  Por tanto, tienen el derecho y el
deber de vivir su especial participación de la triple misión de
Jesucristo de manera consecuente y propia de esa especial
consagración sacerdotal y jerárquica. Así, enseñan,
gobiernan y santifican a la Iglesia, además de hacerlo igual
a todos los fieles cristianos, como miembros de la Jerarquía
de la Iglesia.

En resumen todos los fieles cristianos tienen alma


sacerdotal.  Todos los bautizados, mujeres y hombres,
tienen el derecho y la obligación de ser consecuentes con su
fe, colaborando, enseñando y santificando a la Iglesia, y con
ella, a todos los hombres de todos los tiempos.  Jesucristo
nos lo mandó con un mandato imperativo: «Me ha sido dado
todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a
todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo,
cuanto yo os he mandado.  Yo estaré con vosotros siempre
hasta la consumación del mundo» (Mt 28, 18-20).

V.      Conclusión gloriosa de la obra redentora o


glorificación de Jesucristo

Recordemos que toda la vida de Jesucristo es


redentora, aunque el sacrificio de su muerte es el momento
culminante de la obra de la salvación, por lo cual también los
hechos posteriores a la muerte de Jesús en la Cruz tienen
carácter redentor.

1º Jesucristo, después de su muerte, con el alma


separada del cuerpo, bajó al limbo de los Justos (de fe).

Los Símbolos de fe enseñan esta verdad de fe «y bajó


a los infiernos» (DS 16), y el Iv Concilio de Letrán precisa
que «bajó a los infiernos... pero descendió en alma» (DS
801).

Los Santos Padres ofrecen un testimonio unánime


acerca de la bajada del alma de Cristo al limbo de los
Justos.  Para San Ignacio de Antioquía, Jesucristo bajó al
«seol» y «resucitó de entre los muertos a todos aquellos
profetas que habían sido sus discípulos en espíritu y que le
habían esperado como maestro» (Carta a los Magnesios).

La Iglesia enseña que Jesucristo bajó a los infiernos


para librar las almas de los Justos, que esperaban en el
limbo o seno de Abraham, aplicándoles los frutos de la
Redención y haciéndoles partícipes de la visión beatífica de
Dios en el Cielo.
El término infiernos indica, en latín, lugares inferiores.
Con esta expresión, en la antigüedad y, también en nuestros
días, se señala el lugar de los muertos.

2º Jesucristo, al tercer día después de su muerte,


resucitó glorioso de entre los muertos (de fe).

La Resurrección de Cristo es una verdad fundamental


en la que se apoya nuestra fe; pues, como dice San Pablo,
«si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación. Vana
nuestra fe... ; si sólo mirando a esta vida tenemos la
esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de
todos los hombres» (1 Cor 15, 14 y 19).

La Iglesia, en todos los Símbolos de fe y en su


Magisterio más solemne, enseña la verdad de la
Resurrección de Jesús.

En el Antiguo Testamento se profetiza la Resurrección


del Mesías: «Tú no dejarás mi alma en el infierno, no
dejarás que tu Insto experimente la corrupción» (Sal 15, 10).

En el Nuevo Testamento Jesús anuncia


categóricamente que resucitará al tercer día después de su
muerte.  Por ejemplo después de la Transfiguración en el
Monte Tabor, los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan, que
habían estado presentes «se preguntaban que era aquello
de "cuando resucitase de entre los muertos"» (Mc 9,10) y en
otra ocasión, entre muchas otras, en que «le interpelaron
algunos escribas y fariseos, y le dijeron: Maestro,
quisiéramos ver una señal tuya.  Él, respondiendo, les dijo;
La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le
será dada más señal que la de Jonás el profeta.  Porque,
como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres
noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches
en el corazón de la tierra» (Mt 12, 38-40).

«Después de enterrado en el sepulcro nuevo de José


de Arimatea al otro día, que era el siguiente a la Parasceve
(Pascua), reunidos los príncipes de los sacerdotes y los
fariseos ante Pilato, le dijeron: Señor, recordamos que ese
impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré»
(Mt 27, 62-63). Y, después de su Resurrección al tercer día,
«mientras, iban ellas» (María Magdalena con la otra María),
algunos de los guardias vinieron a la ciudad y comunicaron
a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. 
Reunidos éstos en consejo con los ancianos, tomaron
bastante dinero y se lo dieron a los soldados, diciéndoles:
Decid que, viniendo los discípulos de noche, le robaron
mientras nosotros dormíamos. Y si llegase la cosa a oídos
del gobernador, nosotros le convenceremos para que no os
inquietéis. Ellos, tomando el dinero, hicieron como se les
había dicho. Esta noticia se divulgó entre los Indios hasta el
día de hoy» (Mt 28, 11-15).

La realidad histórica de la Resurrección de Jesús se


prueba por el sepulcro vacío, las numerosas apariciones, las
conversaciones que tuvo con sus discípulos, dejó que lo
tocaran y comió con ellos, etc. La Resurrección de
Jesucristo está en el centro de la predicación de los
Apóstoles, que «daban testimonio de la Resurrección del
Señor Jesús con gran valor» (Hech 4, 33).

Jesucristo resucitó en estado de glorificación y su


cuerpo glorioso no está sujeto a las barreras del tiempo y del
espacio. El cuerpo glorioso de Jesús conservó las llagas y
las señales de la Pasión, como manifestación de su triunfo
sobre la muerte y como signo eficaz de su perpetua
mediación sacerdotal en el cielo: «Alarga acá tu dedo, y mira
mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no
seas incrédulo, sino fiel» (Jn 20, 27), le dijo al Apóstol Santo
Tomás que no creía que Jesucristo habría resucitado, a
pesar de que los otros Apóstoles le habían dicho que se les
había aparecido en el Cenáculo cuando él no estaba
presente.

La Resurrección de Jesús y la glorificación de su


Humanidad fue la recompensa merecida por la humillación
de la Pasión y Muerte en la Cruz.
La Resurrección de Jesús perfecciona la Redención
del género humano, porque es figura de nuestra
resurrección espiritual de la muerte del pecado y anticipo de
nuestra resurrección corporal al fin de los tiempos.

La Resurrección de Jesucristo es el mayor de sus


milagros y, como cumplimiento de sus profecías, es el
argumento apologético o de defensa de la fe más decisivo
sobre la veracidad de sus enseñanzas.

3º Jesucristo subió en cuerpo y alma a los cielos y


está sentado a la diestra de Dios Padre (de fe).

Los Símbolos de fe enseñan que Jesucristo «subió a


los cielos y está sentado a la diestra del Padre» (DS 16).

La Sagrada Escritura, además de las palabras de Jesús en


las que anuncia su Ascensión a los cielos, enseña el hecho
histórico de su Ascensión ante numerosos testigos: «El
Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue
elevado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios» (Mc
16, 19).

Los Hechos de los Apóstoles nos narran como


sucedió exactamente la Ascensión de Jesucristo a los
cielos.  Dicen:

«Y comiendo con ellos, les mandó no apartarse de


Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, que de mí
habéis escuchado; porque Juan bautizó en agua, pero
vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el
Espíritu Santo.  Los reunidos le preguntaban: Señor, ¿es
ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?  Él les
dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos y los
momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder; pero
recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaria y hasta el extremo de la tierra.
»Diciendo esto, fue arrebatado a vista de ellos, y una
nube le sustrajo a sus ojos.  Mientras estaban mirando al
cielo, fija la vista en Él, que se iba, dos varones con hábitos
blancos se les pusieron delante y les dijeron: Hombres de
Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo?  Ese Jesús que ha
sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le
habéis visto ir al cielo.  Entonces se volvieron del monte
llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de
un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto,
en donde permanecían Pedro y Juan, Santiago y Andrés,
Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y
Simón el Zelotes y Judas de Santiago.  Todos éstos
perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres,
y con María, la Madre de Jesús» (Hech 1,4 -14).

Jesucristo subió a los cielos por su propia virtud: en


cuanto era Dios por su propia virtud divina, y en cuanto
hombre con la virtud de su alma glorificada, que lleva al
cuerpo a donde quiere.

Para Jesucristo, su Ascensión a los cielos es la


definitiva glorificación de su naturaleza humana y para
nuestra salvación es la definitiva consumación de su obra
redentora.

Jesucristo, Dios y hombre, entró en la gloria con las


almas de todos los Justos que habían vivido antes de la
Redención.

Jesucristo desde la gloria, prepara un lugar para los


suyos, intercede eficazmente por los hombres, es el único
mediador de la gracia que mereció por la Redención y envía
al Espíritu Santo.

4º Jesucristo, al fin de los tiempos vendrá con gloria y


majestad a juzgar al mundo (de fe).

Los cristianos creemos en la segunda venida de Jesucristo a


Parusia. La Sagrada Escritura afirma esta verdad en
repetidas ocasiones, y así lo enseña el Magisterio de la
Iglesia: «desde allí ha de venir a Juzgar a los vivos y a los
muertos» (DS 16).

El mismo Jesucristo nos enseña como será el Inicio final:

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos


los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se
reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a
unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los
cabritos y pondrá las ovejas a su derecha y a los cabritos a
su izquierda.  Entonces dirá el Rey a los que están a su
derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del
reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. 
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba
desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y
vinisteis a verme.  Y le responderán los Justos: Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y
te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te
acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos
enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?  Y el Rey les dirá:
En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de
estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.

»Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos,


al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus
ángeles.  Porque tuve hambre, y no me disteis de comer;
tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me
alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en
la cárcel, y no me visitasteis.  Entonces ellos responderán
diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o
peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les
contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis
de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo
dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los Justos a
la vida eterna» (Mt 25, 31-46).

 
Notas

(1)        Virgilio

            Virgilio, poeta romano, en su Bucólica IV, canta al


hijo de Dios que ha de nacer en

Oriente.

(2)      Eucaristía, es una palabra griega que indica «acción


de gracias».

Institución de la Eucaristía

«Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y,


dándoselo a los discípulos,

dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo.  Y tomando un cáliz y


dando gracias, se lo dio,

diciendo: Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la


alianza, que será derramada por muchos para remisión de
los pecados.  Yo os digo que no beberé más de este fruto de
la vid hasta el día en que lo beba con vosotros de nuevo en
el reino de mi Padre» (Mt 26, 26-29).

Los sacramentos

Jesucristo es la fuente de la gracia santificante, que en


Él, como cabeza, está en toda su plenitud, y de donde fluye
por todo el Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Cristo pudo
habernos comunicado la gracia sin necesidad de ritos y
otros medios sensibles; pero quiso acomodarse a nuestro
modo natural de ser, y determinó que la comunicación de la
gracia santificante se hiciera mediante signos sensibles,
acomodados a las diversas circunstancias y necesidades de
nuestra vida sobrenatural. Estos signos significan y al
mismo tiempo causan en el alma la gracia.

Esos signos que significan y dan la gracia, son los


sacramentos, ritos sagrados que se realizan mediante
acciones exteriores y palabras que determinan su
significación.

El Señor instituyó siete sacramentos, con los que


provee a los distintos momentos y necesidades en que
puede encontrarse nuestra vida sobrenatural.

1 .   Nacemos a la vida de la gracia por el Bautismo, que nos


incorpora a Cristo y nos hace hijos de Dios.

2 .   Cree y se fortalece nuestra vida sobrenatural por


la Confirmación, que nos da gracia para cumplir nuestros
deberes cristianos, y vencer las dificultades que en el
camino del Cielo se nos presentan.

3 .   La Eucaristía es el alimento que conserva y repara las


fuerzas para vivir en gracia y hacer obras meritorias para el
Cielo.

4.    Si por el pecado perdemos la gracia, otro sacramento,


la Penitencia, es la espiritual medicina que nos vuelve a dar
la vida y la salud espiritual.

5 .   Cuando la enfermedad nos pone en trance de luchar la


última batalla para entrar en el cielo, la Unción de los
enfermos nos da fuerzas para vencer en ese grave trance,
nos limpia de las reliquias de nuestros pecados, y puede
también ayudarnos, si conviene, a vencer la enfermedad.

Para la vida social ha establecido el Señor otros dos


sacramentos.

6.    El Matrimonio, santifica la unión de los esposos y les da


gracia para cumplir sus deberes.

7.    El Orden Sacerdotal, provee a la Iglesia de los ministros


que necesita para continuar en el mundo la misión que
Cristo le encomendó.

(3)        Monoteísmo
Las tres grandes religiones monoteístas son el Judaísmo, el
cristianismo y el Islam.

(4)

            El Código de Derecho Canónico, actualmente


vigente, fue publicado por el Santo

Padre Juan Pablo II el día 25 de enero de 1983.

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