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Esa misma burguesía alimentaba sus esperanzas con la ayuda del teatro de

Víctor Ruiz Iriarte, cuyo espíritu optimista confiaba en recuperar lo perdido por
el camino. Las crisis de madurez de sus protagonistas siempre nos remiten a un
pasado positivo, aunque truncado sin responsabilidades que incidan en la
autocrítica. La idealización es una necesidad de la memoria. Rasgos como la
frivolidad de los comportamientos o la incomprensión hacia el prójimo aparecen
sobrevenidos gracias al paso del tiempo. Lejos de presentarse como una
consecuencia relacionada con los orígenes de los protagonistas, a menudo
triunfadores en la guerra civil de 1936-1939, su presencia presupone una
degeneración de aquello que en otro tiempo fue positivo, generoso y sobrio. Sus
comedias se convierten así en una llamada de atención de índole moral. Un
aviso para caminantes, que no dudan de haber escogido el camino correcto,
aunque en un momento determinado se hayan desviado y hasta perdido.

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