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El conflicto generacional entre padres e hijos se sitúa en un segundo plano a

lo largo de la comedia de Víctor Ruiz Iriarte. La crítica periodística no lo


reconoce así porque sería tanto como desechar un tema con gancho entre los
espectadores. José Montero Alonso incluso aprovecha la ocasión para el
lucimiento retórico:
El mundo de los padres y el mundo de los hijos. Lo
que era, tradicionalmente, una unidad, una continuidad,
el desenvolvimiento armónico de una serie de vidas que
se encadenaban ordenadamente, como eslabones de un
mismo sentimiento y de una misma concepción vital, se
ha roto de un modo brusco, como de un tajo. La unidad
se ha partido. Son ya dos climas distintos, dos
concepciones que pueden llegar a enfrentarse. Y que
en El carrusel se enfrentan. ¿De quién es la culpa de ese
divorcio profundo, de ese gran riesgo en que la juventud
-o una parte de ella, o ciertos grupos al menos- puede
verse envuelta?

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