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Mayormente, se destaca al escritor boliviano Eduardo Mitre por su extensa obra literaria
tanto en la crítica como en la poesía, denotándose al mismo tiempo, su estancia en el
popularmente conocido “país de la Libertad”, Estados Unidos. Mitre se revela como un
viajero, uno que vive en el norte y regresa al sur, a su país de origen. Idas y vueltas no tan
constantes pero que, de alguna manera, se muestran en su obra poética con un singular
personaje viajero al que nombraremos esta vez caminante.
Los biografemas, en el sentido bartheano, son un fragmento que ilumina los detalles
en el texto como, narrativa, ensayo o en este caso poesía, en una palabra: la vida, donde se
crea y recrea todo el tiempo. El biografema, en este sentido, articula lo imaginario a una
autoindagación. Asimismo, se lo podría entender como la “forma de arte de la memoria, a
un memento mori, a una posible evocación del otro que ya no es” (Dosse 2007: 307), de un
individuo real que escribe de sí mismo. Por otro lado, los paratextos en este caso van bien
ligados a los biografemas mitrenianos pues contribuyen en develar al autor en el poema. En
términos de Gérard Genette, son el conjunto de producciones del orden del discurso que
acompañan al texto ya sean; los epígrafes, dedicatorias a familiares o amigos, el nombre del
escritor, diferentes tipos de paratextos que ayudan a acumular sentidos por su relación con
el texto.
Justamente, para esto, Eduardo Mitre nos presenta al que nombramos como el
caminante. Un personaje que usualmente porta un paraguas —que simbólicamente podría
interpretarse como la huida de realidades y responsabilidades (Chevalier y Gheerbrant,
2003: 800)—, escribe y lleva consigo cartas —como la muestra de la ausencia escrita— y
parece tener el semblante del “Sastre del tiempo” (Mitre 1998:105): “Me siento a la mesa,
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Por la Guerra de la Independencia de los israelitas a finales de 1947, muchos árabe-palestinos de la ciudad
Talbiyah se convirtieron en refugiados y exiliados. Así, Said junto a su familia se refugiaron en Egipto. Pero
este escritor siempre sintió el sentimiento de pertenecer a un grupo errante, desposeído y con la sensación de
estar fuera de lugar. Noción interesante para dialogar pues el poeta nació de la familia que emigró de Palestina
hasta Bolivia en los años treinta.
enciendo/la máquina de coser palabras” (Mitre 2004:99), quien tiene la labor de entretejer
el lenguaje para crear poemas. Sujeto que recorre dos instancias, la primera; las calles de
diferentes ciudades (Granada, Manhattan, Bruselas, Oaxaca, Taxo)5 para describirlas como
en una crónica de viaje. La segunda, más lejana, el imaginario por el que recorre sus
recuerdos y sus lecturas.
5
Para Mónica Velásquez en su ensayo “La desnuda posibilidad de dirigirse a alguien” en este mismo número,
las ciudades llegan a ser un interlocutor (entre otros como: los objetos, el tú amoroso). El sujeto lírico no
habita una ciudad respectiva sino, lo que Velásquez denomina, un entrelugar pues la ciudad es la palabra
inaugura y en yuxtaposición, es el deseo de estar en otro sitio. Igualmente, Milenka Torrico en “un lugar para
sentir”, sostiene que hablante poético se mantiene suspendido entre uno y otro espacio, de manera que se
sugiere una reciprocidad del espacio con el sujeto. A lo que se añadiría que no sólo podría estar suspendido
entre dos sitios sino que transcurre por uno solo como ‘realidad material’ y que también se da que un lugar
respectivo hace posible otro viaje, el inmaterial como recuerdo o saber intelectual.
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En este caso, entenderemos como ‘realidad material’ al lugar y tiempo presente en el que se encuentra el
caminante.
(Mitre 1990: 25). Existe la intensión de mostrar cada instante por medio de detalladas
imágenes sobre la experiencia viajera del caminante.
Ayer regresé a este pueblo, y esperando que hayas recibido «El Peregrino y la
ausencia», te escribo para contarte, tal como te había prometido, el azaroso proceso
de su gestación. Te escribo acompañado de un cúmulo de recuerdos, y de algunas
notas que fui tomando a medida que el poema iba saliendo. «El Peregrino y la
ausencia» es un canto que encierra un cuento, y decirlo se me ha vuelto tan
importante como lo fue escribir el poema mismo. (Mitre 1990: 17)
Hay la conciencia de poder contar simple y brevemente al amigo/lector el procedimiento de
escritura de un poema escribiendo simultáneamente, otro texto. Esto hace que dicho
biografema tome un matiz de, lo que François Dosse nombra, un memento mori. El
«recuerda que puedes morir» evidencia la necesidad del autor por dejar su registro
escritural, y hasta su proceso, en instantes/fragmentos de vida muy ligados a su propia
existencia material.
Por otro lado, el caminante deja el papel de turista y se dirige a Manhattan, donde
traza una especie de mapa para mostrarnos lo que ahí, ante sus ojos, se encuentra; pasando
por Hudson, la Estación Central, la Avenida Madison, el parque Bryant, el Central Park,
etc. Sitios hechos poemas del libro Paraguas de Manhattan, cuyo título es el paratexto que
revela el lugar de residencia que el autor da a su sujeto poético y que coincide con el suyo.
Estas paradas se transforman en poemas para exponer, a modo de múltiples imágenes, lo
que es esta ciudad estadounidense desde la mirada del poeta caminante. Y éste como un
juego de flâneur observa a la gente de su entorno:
Crítica que de alguna forma caracteriza al flâneur, tal como Eduardo Mitre cataloga
a Hilda Mundy como “la encarnación femenina de flânneur baudelairiano” (2010: 23). Y
sostiene al respecto de la obra de la orureña: “Nos encontramos, ya muy lejos del elogio de
la velocidad, con una crítica de la modernidad cuyo ritmo vertiginoso de la vida urbana
impide la contemplación estética desde la cual se genera la escritura poética.” (2010: 22).
Es así que podemos rastrear las obsesiones temáticas de Mitre-poeta como Mitre-crítico.
Además, indagar la tradición literaria boliviana del escritor para comprender un poco mejor
el mundo poético que nos muestra con su particular caminante como una extensión de sí
mismo, quien peregrina entre Bolivia y otros lugares del mundo.
Estar
donde te encuentras
ser
lo que te rodea
Con la continua mención de este espacio se hace imprescindible pensar en una las
más significativas influencias literarias de E. Mitre: Octavio Paz. El poeta boliviano lo cita
en Morada (1975) en forma de epígrafe: “es el centro del mundo cada cuarto” (1975:29).
Verso sacado de poema «Piedra de sol» 7, en el cual existe «un caminar de río que se
curva,/avanza, retrocede, da un rodeo» (Paz 2003: 362), y es el texto un caminar circular
para volver a lo mismo: el eterno retorno (el tiempo con la forma del calendario azteca).
Pero se podría afirmar que en el caso de Mitre, específicamente, es la memoria el eterno
retorno, la cual, se presenta circular con un punto de inicio que después del recorrido
vuelve al mismo comienzo. Se debe tomar en cuenta la intención del poeta en citar a Paz
como epígrafe. Para Genette, este gesto es un paratexto que “aporta al texto la seguridad
indirecta de otro texto y el prestigio de una filiación cultural” (2001:80), y nos evidencia el
intelecto del autor. Con lo que el intelectual francés asevera que “el epígrafe es casi la
consagración de un escritor, que por él elige sus pares y su lugar en el Panteón.”
(2001:136), en pocas palabras, las lecturas que crearon una forma de pensar que le abre un
7
En el libro Libertad bajo palabra (1960).
lugar en el mundo intelectual. De esta manera, se lo podría considerar como “el lema del
autor” que de alguna forma direcciona su obra mostrando sus referencias.8
“Y, ya por fin solo, en mi cuarto/frente a la palabra…” (“En la ópera”, Mitre 2004:
41), dice el caminante mitreniano después de ir al City Opera y caminar por la calle. Un
recorrido como muchos que termina en el dormitorio para emprender el otro recorrido, el
de la memoria. El cuarto, siendo un lugar limitado, es a su vez el centro abierto para
emprender el viaje hacia los recuerdos y vagar entre ellos. Por esto el caminante-poeta es
como si fuera la puerta del aquel sitio:
Éste deja entrar al exterior (la experiencia) para salir al mismo tiempo en forma de
escritura. La puerta es el escritor que en el cuarto/escritura insiste en vagar por instancias
mentales. Es así que se suele denominar a Eduardo Mitre como: “el poeta de la memoria” 9,
puesto que lo memorial es un fuerte tópico en toda su obra. Y el tratamiento del recuerdo
devela importantes característica del caminante:
Lentamente el sueño
le desancla la mirada
y lo transporta días,
noches, años abajo,
8
Velásquez también trabaja esta noción afirmando que los poetas y personajes son interlocutores que “ejercen
un papel de detonadores de una razón existencial”.
9
Una de las referencias es “Otra vez Eduardo Mitre, el poeta de la memoria” en El Heraldo en 1996, nota de
la que se menciona la presentación del poema extenso “Carta a la inolvidable”.
revive estas imágenes (Mitre 2007:13-14)
En este poema, “Vitral del sur”, un niño está atento a lo que parece una tormenta en la
noche. Sin embargo, se trata del recuerdo de un anciano, del caminante, que “…abrazado al
precario/neumático de las palabras” (ibíd.), escribe sobre este recuerdo de infancia.
Podríamos aventurarnos a sostener que progresivamente parece que el caminante fue
envejeciendo con el paso de los poemarios y ya para los últimos se muestra un sujeto
poético en vejez.
Igualmente, los recuerdos irrumpen sigilosamente el recorrido de ‘realidad material’
del caminante, quien luego empieza a vagar por su memoria:
Al cruzar por el parque
una pelota de cuero ha rodado
del césped al asfalto.
Apenas la alcé
se volvió en mis manos
una pelota de trapo.
Mire, tocayo:
qué hombros tan desfallecidos
los que de esa hermosa mujer
semidesnuda, sentada
al borde de la cama,
en la vecina pieza del hotel.
15
Lo que nos recuerda a la portada de la Carta a la inolvidable con la pintura de Muchacha leyendo una carta
(1657) del artista barroco Johannes Vermeer, denotándose como una obsesión del autor orureño por el tema
de mujeres leyendo correspondencia en la pintura.
16
Entrevista de Carmen de Eusebio: “Eduardo Mitre: «La poesía siempre se escribe a contracorriente»”, p. 72.
pintura pues utiliza el momento preciso. Es el instante lo que se primorosa en el poema tal
como en una pintura puesto que, como Lessing afirma: “la pintura, obligada a representar
en sus composiciones lo coexistente, no puede servirse sino de un solo momento la acción,
y por lo tanto debe escoger procurando que el momento sea el más fecundo y el mejor para
dar a comprender los momentos que preceden y los que siguen” (1985: 152), es decir, el
momento exacto.
El poeta orureño otorga a su personaje poético una historia muy similar a la suya, un
presente y un pasado. E incluso le da un nombre(s): Eduardo o «el Peregrino y la ausencia».
Parece ser que se quiere doblegar el trazo entre la realidad palpable y la realidad poética
para escribir sobre una vida. Todo por el continuo uso de paratextos que, según Genette,
sirven “para asegurar su presencia al mundo, su ‘recepción’ y su consumación” (2001: 7).
Lo que hace pensar si es posible escribir de la vida de uno sin crear al mismo tiempo, una
otra vida muy distinta, e incluso implícitamente, abrir el interrogante sobre de las formas
autobiografías en general. Asimismo, y respondiendo una pregunta anteriormente
planteada, la creación de este otro no parece pretender alcanzar lo neutro bartheano en
cuanto a lo fragmentario, sino simplemente, exponer una biografía que puede llegar a
convertirse en colectiva por la lectura, pues se habla de la vida diaria común.
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