La perspectiva moralizadora de Víctor Ruiz Iriarte se muestra incompatible
con el análisis social, económico e histórico de la evolución de estos grupos. Esa
labor tampoco era viable en el marco teatral donde se desenvolvía el autor y ante un público poco predispuesto a llevar su reflexión por derroteros polémicos. El deseo de conducir «el conflicto hasta sus últimas y naturales consecuencias», expresado por Pedro Corbalán en la reseña de Informaciones (7-XII-1964), tan sólo era «una opinión particular», como reconoce el propio crítico. La alternativa consoladora y elegiaca, de probada aceptación entre los espectadores de la época, subraya el contraste entre una etapa de juventud presidida por el amor, la generosidad y demás valores espirituales y la madurez, donde la crisis que supone el desmoronamiento vital se agrava con dos defectos: la frivolidad y la incomprensión. La hipocresía sella con su silencio cualquier posibilidad de autocrítica. Víctor Ruiz Iriarte lo explicó así en una entrevista concedida al periodista M. Gordon, del diario Ya, con motivo del estreno de El carrusel: La sociedad que describo [...] es una sociedad en crisis cuyos principales defectos son la frivolidad y la incomprensión. La frivolidad es la gran protagonista de la vida contemporánea [...] Es la frivolidad que nos hace continuar impasibles, sin sentir el estremecimiento del dolor ajeno. La incomprensión radica en la falta de curiosidad por el otro. Cada uno de nosotros está más solo que nunca, por muy rodeado de gente que esté. Creo que mi último estreno, El carrusel, viene a ser una síntesis de esa sociedad nuestra donde la frivolidad desemboca en drama, pero donde al final, pase lo que pase, no sucede nada. Es una visión melancólica. Y éste es el retrato de la burguesía, sector que he reflejado preferentemente en mi obra.