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CUATRO ENFOQUES

Una Evaluación del Modelo


Económico *

Ricardo Ffrench-Davis * *

Chile constituye el caso más destacado de aplicación de un modelo


extremo de economía de mercado. Durante nueve años se aplicó, en
forma creciente, un modelo que por su "pureza", profundidad y
extensión ha provocado una transformación trascendental de la eco-
nomía chilena. En este trabajo, sobre la base de investigaciones de
éste y numerosos otros autores, se examinan los rasgos centrales del
modelo, en seguida se estudian la política antiinflacionaria, la reforma
financiera y la apertura al exterior, y sus efectos más directos. Luego
se exponen los resultados globales obtenidos en lo que respecta a la
producción, a la distribución del ingreso y el patrimonio, y al ahorro-
inversión. El estudio demuestra que el balance de los resultados
(favorables y desfavorables) es definidamente negativo durante el
período 1973-81: la producción ha sido deficiente, la concentración
se acentuó espectacularmente y las tasas de ahorro e inversión dis-
minuyeron significativamente. Las características mismas del modelo,
y el debilitamiento del aparato productivo que han provocado, ex-
plican adicionalmente que la recesión internacional se trasmitiera en

* Este artículo es una versión abreviada, adaptada de "El experimento


monetarista en Chile: una síntesis crítica", publicado en Colección
Estudios C1EPLAN 9, diciembre de 1982. En esa publicación se en-
cuentran, en especial, notas técnicas y referencias que sustentan las
afirmaciones contenidas en la presente versión.
Agradezco los comentarios de E. García, R. Lagos, S. Molina, J. Ramos,
J. Ruiz-Tagle, P. Vergara, J. Villarzú y R. Zahler, y de los investigadores
de CIEPLAN. Naturalmente, todas las opiniones emitidas son de mí
exclusiva responsabilidad.
**
Ph. D. en Economía, Universidad de Chicago, Investigador de
CIEPLAN.
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forma magnificada en la economía chilena durante 1982. El trabajo


termina con un intento de interpretación de las principales causas del
fracaso de este "experimento".

Durante el decenio recién pasado en el Cono Sur se impu-


sieron modelos económicos que se ubican en el extremo mone-
tarista del espectro de opciones de estrategias a las cuales los
países en desarrollo podrían recurrir. El ejemplo de mayor
ortodoxia monetarista lo ofrece el modelo impuesto en Chile
desde 1973 (véase Foxley, 1982).
Por cuatro razones el experimento realizado en Chile re-
viste gran significación. Primero, Chile se caracterizó por su
larga tradición democrática, y el amplio pluralismo prevale-
ciente en sus instituciones y en el comportamiento de sus
ciudadanos. En septiembre de 1973 se estableció un régimen
autoritario a cuyo amparo se desarrolló el modelo monetarista
vigente. Bajo ese régimen, los ejecutores del modelo económico
han dispuesto de una autonomía excepcional para diseñar,
poner en práctica y ajustar su acción. Segundo, se trata del
principal caso de aplicación moderna de ortodoxia monetaria,
por su "pureza", profundidad y extensión de su cobertura. Ter-
cero, su prolongada vigencia ofrece un terreno amplio para la
evaluación de sus efectos. Cuarto, el caso ha sido publicitado
profusamente como un "éxito", con el apoyo de personeros de
ciertos medios financieros, algunas instituciones internaciona-
les, y círculos "liberales" que parecen priorizar la "libertad
económica" a cualquier precio, por sobre otras dimensiones de
la actividad humana. El experimento, con frecuencia, ha sido
expuesto por esos medios como el camino a seguir por otros
países en desarrollo. Por lo tanto, conocer las verdaderas
características del modelo y los resultados que ha provocado,
reviste una significación que trasciende el caso particular de
Chile.
I. Rasgos Centrales del Modelo
En América Latina se han registrado muchos intentos de
establecer políticas económicas que conceden al mercado un rol
mayor que el que habían tenido precedentemente. Ello, sin
embargo, puede involucrar intensidades muy diversas del ám-
bito de acción del mercado, del papel del Estado, de formas de
propiedad de los medios de producción y de participación de
las distintas fuerzas sociales en las decisiones centrales y en la
distribución de los frutos del desarrollo.
Es indiscutible que en 1973 prevalecían en Chile sustancia-
les desequilibrios macroeconómicos que era indispensable co-
rregir. Asimismo, la economía estaba sobreintervenida, con
excesivos controles "microeconómicos" sobre empresas privadas
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 9

y públicas. La magnitud de los desequilibrios y la inorganicidad


del intervencionismo público facilitó, aunque por cierto sin que
se justificase, que el enfoque monetarista-ortodoxo se abriese
camino después de septiembre de 1973. Así, en Chile, a diferen-
cia de otras experiencias autoritarias en América Latina, se
impuso una versión extrema del monetarismo integral.
El modelo bajo estudio constituye un caso extremo por la
amplitud del papel asignado al mercado, por la privatización
profunda de la propiedad de los medios de producción y por el
cambio impuesto sobre la organización social del país. Diversos
canales de participación y desarrollo social, surgidos en el con-
tinuo proceso de democratización registrado en Chile en los
decenios precedentes, fueron suprimidos, controlados o desar-
ticulados después de 1973.
En respuesta a la aplicación del modelo se registraron
cambios sustanciales en el rol desempeñado por el sector pú-
blico en la actividad económica. Se postuló el retiro generali-
zado, paulatino o abrupto, del amplio campo que cubría la
acción estatal. Ello abarcó la propiedad pública1, el papel activo
del Estado en el desarrollo y la orientación de las políticas eco-
nómicas indirectas, respecto de2 las cuales se planteó que debían
ser absolutamente "neutrales" . La concepción de "Estado sub-
sidiario" se aplicó con una delimitación notablemente estrecha
y presupuestando que el mercado privado podría asumir nume-
rosas funciones que de hecho no pudo cumplir satisfactoria-
mente.
Para llevar adelante las "transformaciones estructurales"
de la acción pública no se esperó a tener resueltos los graves
problemas coyunturales que enfrentaba la economía chilena.
Esta opción obedeció, por una parte, a la prioridad que se le
asignó a las transformaciones estructurales; se juzgó entonces

1
No obstante la intensidad de la privatización, la propiedad pública aún
es más importante en Chile que en varios países latinoamericanos. La
norma, sin embargo, es la pasividad que se le imprimió a las empresas
públicas. El caso de la empresa estatal del cobre, que se expone más
adelante, es ilustrativo al respecto.
2
Los perfiles más extremos del modelo no se observaron en su totalidad
desde un inicio. El equipo económico fue conformándose y consolidando
su hegemonía entre 1973 y 1975, e imponiendo paralelamente su orto-
doxia. El mayor extremismo de la política económica tiene lugar entre
1975 y 1981, con un proceso continuo de intensificación de sus rasgos
distintivos. Sólo en 1981, con la aparición en la superficie de los pro-
blemas subyacentes provocados por la aplicación del modelo, empiezan
a producirse desviaciones respecto de la ortodoxia monetarista. El hito
demarcatorio lo constituye la intervención por el gobierno de ocho ban-
cos y financieras.
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que una demora en iniciarlas podría involucrar perder la opor-


tunidad propicia que ofrecía el marco político autoritario y el
ambiente antiintervencionista prevaleciente en ese momento
entre extensos sectores sociales. Por otra parte, los partidarios
del modelo sostenían que los problemas vigentes habrían sido
resultado de políticas estatizantes e intervencionistas aplica-
das tanto en el régimen del Presidente Allende como en los
cuarenta años precedentes, cruzando por gobiernos que cubrie-
ron todo el espectro político nacional.
Las principales transformaciones económicas se localizaron
en el campo fiscal, financiero, laboral, relaciones económicas
con el exterior, y propiedad de los medios de producción en
poder del sector público; más adelante se realizó también una
profunda reforma previsional. En todas estas áreas, el campo
de acción económica del sector público se ha restringido de
manera persistente a través del período bajo estudio.
La política fiscal comprendió una reforma tributaria y
una reestructuración y reducción de la mayor parte del gasto
público. La reforma tributaria incluyó la eliminación del im-
puesto al patrimonio y a las ganancias de capital y la reducción
del gravamen a la renta de las empresas. En cambio, se forta-
leció y completó el establecimiento de un impuesto al valor
agregado, suprimiéndose en general las franquicias vigentes
para bienes de consumo básico. La línea de los cambios era
reducir la carga tributaria, concentrándola en impuestos que,
en opinión del equipo económico, eran de carácter "neutro". El
discurso oficial sostuvo que cualquier diferenciación era "dis-
torsionadora" de la asignación de recursos.
El gasto público registrado, como proporción del PIB, se
redujo algo más de un cuarto respecto de3 los niveles que había
alcanzado hacia fines de los años sesenta , luego de pasar por
niveles de gastos y déficit anormalmente altos en 1972-73. La
inversión gubernamental decreció en forma espectacular, dis-
minuyendo en más de la mitad como porcentaje del producto
interno (geográfico) bruto (PIB) entre 1970 y 1979. También
se redujo el gasto público en los sectores productivos, en acti-
vidades de apoyo al sector privado, de aportes a empresas
públicas y de obras de infraestructura. El gasto social —prin-
cipalmente, en educación, salud, seguridad social y vivienda—

3
Hay graves problemas de comparabilidad de las cifras sobre gasto
público. Cifras homogeneizadas para el período 1969-79 y un análisis
de los principales rubros se presentan en Marshall (1981). Un examen
comparativo de diferentes definiciones de "gasto social" aparece en pp.
75-81. La cifra oficial sobreestima el nivel del gasto social hacia fines del
período, en comparación con 1970 o 1974, debido a sesgos de la defi-
nición usada y a un deflactor erróneo.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 11

aumentó su participación en el gasto público. Ello ha sido


proclamado, en forma reiterada, como un indicador del carácter
"social" del modelo. No obstante, lo efectivo es que el gasto real
por habitante se redujo: en 1979 éste fue 17 por ciento inferior
al de 1970 y 10 por ciento menor que en 1974, y también dis-
minuyó como proporción del PIB.
En cuanto a la privatización de los medios de producción,
el proceso también revistió gran intensidad. No se limitó a
traspasar empresas tomadas, requisadas o expropiadas durante
el régimen del Presidente Allende. Se extendió, además, a em-
presas creadas en los sucesivos gobiernos que rigieron los des-
tinos de Chile a partir de la creación de la Corporación de
Fomento (CORFO) en 1939. En 1970 la CORFO controlaba la
propiedad de 46 empresas, número que se elevó a cerca de 300
en 1973. En 1980 permanecían en poder de esa institución sólo
24 empresas, la mitad de las cuales estaba en proceso de licita-
ción. Además hay alrededor de una docena de empresas públicas
que dependen de otras reparticiones gubernamentales.
La venta de empresas se efectuó, una parte importante de
ella, en períodos de recesión interna y tasas de interés muy
elevadas en el mercado interno. A consecuencia de ello, los
escasos grupos ligados al sector financiero tuvieron la posibili-
dad de acceder a su compra. Este hecho constituyó una de las
causas de la aguda concentración de la propiedad registrada en
esos años. Un masivo incremento de créditos externos de la
banca comercial internacional proveyó una fracción sustancial
del financiamiento requerido por grupos económicos nacionales
para adquirir esas empresas.
En el sector agrícola la transferencia de propiedad durante
los gobiernos de los presidentes Frei y Allende tuvo un final
abrupto. Después de 1973, alrededor de un 30 por ciento de las
tierras expropiadas fue devuelta a sus anteriores propietarios,
y un 20 por ciento se remató entre no campesinos. Dado que
una de las funciones que ejercía con anterioridad el Estado,
consistente en el apoyo crediticio y técnico a campesinos y
cooperativas, fue una de las víctimas de la reestructuración del
gasto público, se estima que ya en 1979 cerca de la mitad de los
campesinos asignados se habían visto obligados a vender o dar
en arrendamiento sus predios.
En 1980 se dio otro paso trascendental en el proceso de
privatización, esta vez en relación al sistema previsional. El
régimen de pensiones de jubilación, financiadas hasta entonces
mediante un sistema de reparto, fue reemplazado por uno de
capitalización individual en financieras previsionales privadas
creadas por el nuevo sistema4. Las pensiones vigentes y las de
4
Las características que poseía el sistema de reparto, las nuevas disposi-
ciones y un examen comparativo se desarrollan en Arellano (1981).
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los trabajadores que les faltaban menos de cinco años para


jubilar seguirán siendo de responsabilidad del sector público. El
resto de los trabajadores pueden optar entre permanecer en el
sistema antiguo o trasladarse a una financiera previsional. Por
el mero hecho de trasladarse, el Gobierno estableció un alza
automática del salario de 11 por ciento. La elección entre
financieras la debiera efectuar el trabajador evaluando la ren-
tabilidad que estime que le ofrecería cada una durante el
tiempo que media hasta su jubilación. Por ejemplo, 40 años en
el caso de un hombre de 25. La rentabilidad sería función de
las comisiones que libremente puede modificar periódicamente
cada financiera y la utilidad o interés que ésta obtenga de sus
inversiones de los fondos previsionales que capte. Una propor-
ción significativa de éstos ha sido constituido en depósitos, no
a 36 años, sino a 30 días con una tasa de interés notoriamente
fluctuante.
Hay una actividad de la mayor significación que se ha
salvado de la privatización a ultranza, que es la gran minería
del cobre. La empresa estatal del cobre (CODELCO) ha sopor-
tado fuertes embates del equipo económico, pero ha logrado
sortearlos con éxito. No obstante, ha sufrido restricciones pre-
supuestarias impuestas por el Ministerio de Hacienda, a pesar
de las sustanciales utilidades que ha aportado al Fisco. Dentro
de las contradicciones a que ha conducido el dogma privatiza-
dor, el Gobierno ha privilegiado, infructuosamente hasta ahora,
el desarrollo de otros yacimientos de cobre que operarían em-
presas extranjeras. Paradójicamente, estos yacimientos, a pesar
de ser ricos en el contexto mundial, lo son menos que los que
explota CODELCO, la que se ha visto sistemáticamente frenada
en su expansión. El dogma de la privatización ha resultado más
fuerte que la búsqueda de la eficiencia económica.
Ilustrativo de la fuerza del antiestatismo oficial es que en
medio de la profunda crisis de 1982 se persista en la venta de
empresas públicas. El Gobierno constituyó una Comisión de
Venta de Activos como "parte del programa de reactivación
económica". Entre las empresas que se pondrían en venta figu-
ran las compañías Chilena de Electricidad, Interoceánica y de
Teléfonos.
Paralelo a las transformaciones en el terreno más propia-
mente económico, se han impuesto cambios también "estruc-
turales" en la organización social. Ellos se insertan en el
discurso oficial económico, dentro de la línea de crear una
sociedad competitiva de "hombres libres". Ello involucra cambios
del sistema universitario, de la organización y dependencia de
escuelas básicas, de las prestaciones de salud, de los colegios
profesionales, de las organizaciones estudiantiles y sindicales.
Lo último, sin duda, ha sido instrumental para imponer la polí-
tica salarial que ha involucrado que los salarios reales en 1981
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 13

aun fuesen inferiores, en promedio, a los niveles alcanzados


en 1970, y que en 1982 se redujesen adicionalmente más de 10%.
II. El Monetarismo en Tres Áreas Estratégicas

Uno de los rasgos distintivos del monetarismo es su globa-


lismo; su desconocimiento de los problemas de carácter sectorial,
de la heterogeneidad de las estructuras productivas y del acceso
al poder de diferentes sectores, de la significación de las segmen-
taciones de los mercados, y de la dificultad para transmitir
información hacia los agentes económicos de manera que éstos
contribuyan a la concreción de los objetivos de la política públi-
ca. En fin, subestima la presencia frecuente de procesos de ajuste
desestabilizadores y de rezagos y sobreajuste (overshooting). La
existencia de estos elementos constituyen obstáculos insalvables
para que políticas económicas globales "neutras" e indirectas
resulten por sí solas eficaces en las naciones en desarrollo.
En esta sección se examinan tres expresiones de políticas
globalistas "neutras", a las cuales el gobierno les asignó un rol
estelar. Y de hecho lo tuvieron, pero con resultados distintos a
los previstos por éste.
1. La Política Antiinflacionaria
La política monetaria constituyó, hasta 1976, el instrumento
en que descansó la acción antiinflacionaria. En los doce meses
precedentes a septiembre de 1973, la inflación había alcanzado
a 400 por ciento anual, y en los meses de julio y agosto de ese
año se situó alrededor de 16 por ciento mensual. El déficit fiscal
era del orden de un 30 por ciento del PIB, fuertemente influen-
ciado por el control de precios a que estaban sometidas las ventas
de bienes y servicios de las empresas públicas. El control de
precios, que se extendía a amplias áreas del sector privado, invo-
lucraba una fuerte represión de las presiones inflacionarias y
un extenso mercado negro. Pocos días después del golpe se
efectuó una liberalización de la mayoría de los precios contro-
lados, en un marco que por cierto era de gran incertidumbre.
La consecuencia, que era previsible, fue un espectacular incre-
mento de la inflación, la que se elevó a 88 por ciento en un
mes, alcanzando 590 por ciento en el curso del primer año de
aplicación del modelo5. Es indudable que hubo un sobreajuste
de los precios de mercado, que excedió con creces las presiones

5
Todas las cifras de inflación usadas aquí se refieren al índice de precios
al consumidor corregido en Cortázar y Marshall (1980). El índice ofi-
cial subestimó en forma significativa el alza efectiva de los precios,
principalmente en 1973 y en 1976-78.
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inflacionarias reprimidas anteriormente. A medida que la situa-


ción fiscal iba siendo controlada, la política monetaria pudo
tornarse efectivamente restrictiva en el curso de 1974. La
hipótesis oficial era que los nuevos fijadores de precios —los
empresarios privados— deberían tomar en consideración el com-
portamiento de la oferta monetaria para los efectos de definir
el nivel de los precios de sus productos. Se sostenía que por
propia conveniencia restringirían sus alzas de precios para
poder mantener sus ventas en el mercado. Y ello lo harían pres-
tamente, a medida que observaran la reducción del ritmo de
expansión de la oferta monetaria.
El hecho concreto es que la información sobre oferta de
dinero estaba disponible en forma masiva con algunos meses
de atraso, y con varios indicadores contradictorios, y que los
precios, dada la elevada inflación, se reajustaban con frecuencia
todos los meses y aún más de una vez dentro de cada lapso
mensual. En esas circunstancias, el principal punto de refe-
rencia para cada agente económico resultó ser el comporta-
miento del conjunto de los empresarios, medido a través de la
variación del índice oficial de precios al consumidor. Este era
dado a conocer en los primeros días de cada mes respecto del
período precedente. La consecuencia fue que tasas de inflación
anual superiores al 300 por ciento persistieron hasta avanzado el
tercer año de vigencia del modelo. La restricción monetaria,
antes que influir sobre los precios, operó con mayor fuerza
sobre el nivel de actividad económica: durante 1975 la produc-
ción industrial cayó 28 por ciento, el PIB decreció 13 por ciento 6
y el desempleo abierto culminó en una tasa de 20 por ciento a
comienzos de 1976. El "precio" que sí se ajustó velozmente hacia
abajo fueron los salarios: hacia 1975 habían perdido cerca de un
40 por ciento de su poder adquisitivo, en respuesta a la modifi-
cación de las normas de reajuste legal y a la represión drástica
de la actividad sindical. Mientras tanto, como se señaló, la infla-
ción persistió en tasas anuales superiores al 300 por ciento du-
rante cerca de tres años, a pesar de la restricción monetaria y
un déficit fiscal que se situó por debajo del 3 por ciento del PIB
ya en 1975.

6
En el curso de 1975 surgió un serio problema de balanza de pagos,
asociado a una baja de los términos del intercambio, que el gobierno
también enfrentó con una acentuación de la restricción monetaria y del
gasto final. Los efectos del deterioro de los términos del intercambio,
debido a la política adoptada, se multiplicaron aproximadamente por
tres en la economía interna. El impacto directo por concepto del dete-
rioro de los términos del intercambio registrado en 1975, ya está des-
contado en la cifra del texto de caída del PIB.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 15

La receta monetarista para controlar la inflación no funcio-


nó de la manera prevista por los propugnadores del modelo. En
cambio, sí multiplicó los efectos propios de la recesión inter-
nacional e involucró un notable costo, tanto social como en
términos de actividad económica (véase Foxley, 1979; Ramos,
1978).
Recién a mediados de 1976 el equipo económico reconoció
implícitamente que el control monetario resultaba incapaz por
sí solo de frenar la inflación. No obstante, solamente se incor-
poró una segunda variable a la política antiinflacionaria, con-
sistente en la regulación del tipo de cambio acondicionada a ese
objetivo. Así se inició un largo proceso en que se utilizó el tipo
de cambio para desacelerar la inflación: reduciendo el costo de
los bienes importados y procurando influenciar las expectativas
de inflación. En junio de 1976 y en marzo de 1977 se efectuaron
revaluaciones cambiarías, que fueron acompañadas de una sis-
temática campaña de los medios de comunicación. Y la medida
surtió un efecto apreciable, pues rápidamente la inflación se
redujo a niveles menores al 100 por ciento anual, luego7 de la
primera revaluación, y bajo 50 por ciento con la segunda . Fue
un tardío aprendizaje, con un ingente costo social y productivo
para Chile, de que la inflación ya no estaba siendo generada por
un exceso de demanda y de expansión monetaria. El tardío
aprendizaje fue, también, incompleto, pues se recurrió a un solo
instrumento adicional de regulación; esto es, el tipo de cambio.
Ello involucró condicionarlo, en exceso, a la política antiinfla-
cíonaria, sacrificando así objetivos de equilibrio del sector exter-
no y de producción de exportables y sustitutos de importación.
La política antiinflacionaria culminó en 1979, con la con-
gelación de la tasa cambiaria, de nuevo apoyada con todo el
peso de la publicidad de la gran mayoría de los medios de
comunicación. La nueva versión oficial fue que, ante un tipo de
cambio congelado, en una economía con libre importación, como
ya era la chilena, los precios internos no podrían subir más
rápidamente que la inflación internacional. A estas alturas se
había adoptado, por consiguiente, a fardo cerrado, el "enfoque
monetario de la balanza de pagos", popularizado en ciertos
medios académicas y financieros ortodoxos. En concordancia
con la característica de adherir a planteamientos extremos, los
ejecutores del modelo se trasladaron del enfoque monetario de
economía cerrada, la verdad oficial hasta 1976, al de economía
abierta. En el primero, la inflación interna se suponía resultado

7
En esa misma fecha también se acentuó el porcentaje de subestimación
de la inflación real por parte del índice de precios al consumidor oficial.
No obstante, aún el IPC corregido muestra una baja, que es la señalada
en el texto.
16 ESTUDIOS PÚBLICOS

exclusivo de la expansión monetaria. En el segundo caso, la


inflación interna se suponía que respondía a las variaciones de
precios internacionales más la del tipo de cambio; congelado
éste, rápidamente debía producirse la igualación entre la infla-
ción interna y la externa.
En el momento de la congelación (junio de 1979), la in-
flación interna era algo superior a 30 por ciento, en tanto que
la externa se situaba alrededor del 12 por ciento. La conver-
gencia entre ambas tasas de inflación se produjo, pero lenta-
mente; durante año y medio la inflación interna superó fuerte-
mente a la internacional, con lo cual el tipo de cambio perdió
poder adquisitivo. Así, la vigencia del régimen de libre impor-
tación involucró una inundación de los mercados internos y un
desequilibrio insostenible de la cuenta corriente de la balanza
de pagos durante 1981. Para resolver el déficit en cuenta co-
rriente, la política oficial confió en que operase un mecanismo
de "ajuste automático" al estilo del patrón oro vigente con
anterioridad a la crisis mundial de 1929: pretendió que el tipo
de cambio real se reajustara automáticamente gracias a la
contracción de la liquidez monetaria, asociada a la pérdida de
reservas internacionales que estaba experimentando el Banco
Central. Esa contracción debía provocar, se planteaba oficial-
mente, una reducción drástica de los precios y de los salarios
nominales. Sin embargo, un detalle aparentemente no consi-
derado fue el hecho de que el atraso cambiario acumulado
entre 1979 y 1981 fuese cercano al 30 por ciento. El ajuste re-
querido operó tardíamente y sólo en una muy pequeña pro-
porción, a través del "ajuste automático" de los precios, al
lograrse tasas negativas de inflación en algunos meses. Pero
paralelamente se registró un espectacular deterioro de las ven-
tas, producción y empleo —mucho más intenso que la recesión
experimentada en 1981-82 por la economía mundial— y un
estrangulamiento progresivo de las empresas por la vía de un
endeudamiento creciente a tasas de interés que más que dupli-
caban las internacionales. A esto retornaremos en seguida.
A pesar de las numerosas e intensas restricciones que pesa-
ban sobre la actividad sindical y de que los salarios reales aun
permanecían a niveles medios inferiores a los de 1970, los par-
tidarios del modelo le imputaron a las remuneraciones la res-
ponsabilidad por la inhabilidad del "ajuste automático" para
operar en forma fluida y rápida. A mediados de 1982 pretendie-
ron decretar una rebaja general de remuneraciones, topándose
por primera vez con la imposibilidad de imponer una medida
que el equipo económico juzgaba prioritaria. Entonces se optó
por la devaluación cambiaria.
En síntesis, el desenlace final, hacia mediados de 1982, tuvo
lugar en medio de un fenómeno inflacionario reprimido a nive-
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 17

les inferiores a los de las naciones industrializadas8, pero per-


turbaciones insostenibles en el aparato productivo y financiero,
que llevaron a devaluaciones masivas: entre junio y octubre de
1982 el tipo de cambio se devaluó más de 70 por ciento, en
medio de una crisis generalizada.
2. Reforma del Sistema Financiero
A fines de 1973 los bancos comerciales estaban mayorita-
riamente en poder del Estado como resultado del proceso de
estatización de la banca impulsado por el gobierno anterior.
Durante 1975 la mayoría de los bancos fueron licitados, vol-
viendo al área privada. Con anterioridad —en 1974— se auto-
rizó la creación de sociedades financieras privadas que podían
captar y prestar recursos, determinando libremente la tasa de
interés. En cambio, los bancos siguieron sujetos a un interés
máximo legal hasta abril de 1975. Esta y otras discriminaciones
en contra de los bancos, mientras permanecían en poder estatal,
favorecieron durante ese período el auge de las nuevas socie-
dades financieras. Una discriminación con igual signo tuvo
lugar contra el sistema cooperativo de ahorro y préstamo ligado
a la adquisición de viviendas (SINAP). La notoria discrimina-
ción en su contra involucró que los fondos captados por el
SINAP decreciesen desde 28 por ciento del total de activos
financieros en 1973, a 7 por ciento en 1977. Así, prácticamente
desapareció el crédito para las compras de viviendas para sec-
tores de medianos ingresos.
Además de liberar la tasa de interés, en 1975 se eliminaron
las normas sobre el control cuantitativo del crédito en moneda
nacional y la selectividad del encaje o reservas bancarias, las
que se orientaban, principalmente, a canalizar fondos preferen-
temente hacia la producción en vez del consumo. Luego, pro-
gresivamente se uniformaron tanto las operaciones permitidas
como sus condiciones para las distintas instituciones financieras.
La liberación de las tasas de interés, la eliminación de
restricciones respecto de plazos de las operaciones bancarias
(mínimo de 30 días) y la supresión de controles sobre el destino
de los créditos tuvieron efectos de gran significación.
El equipo económico gobernante esperaba que la liberali-
zación del mercado financiero interno, acompañada de la gra-

8
Es importante señalar que la inflación externa que enfrentó la economía
chilena fue negativa, en virtud de la apreciación del dólar frente a las
restantes monedas de los países industrializados: un índice ponderado
de los precios externos, convertidos a dólares, a partir de mayo de 1981,
mostró tasas negativas de inflación anual. Entre esa fecha y junio de
1982 la inflación en 12 meses alcanzó una media de —2%.
18 ESTUDIOS PÚBLICOS

dual apertura financiera al exterior, llevase a un incremento


del ahorro nacional y de la calidad de la inversión, al supri-
mirse los subsidios existentes anteriormente y al quedar todos
los usuarios del crédito sometidos a normas no discriminadas.
La realidad ha resultado ser espectacularmente distinta, y sitúa
a la reforma financiera y al manejo oficial del sector externo
en el corazón de la crisis económica que emergió a la superficie
en 1982.
Las dos características más notorias del funcionamiento
del mercado interno de capitales han sido los plazos y las tasas
de interés que han prevalecido a través de siete años de vigen-
cia de la reforma. El plazo más frecuente de los depósitos y
colocaciones ha sido el de 30 días, con una merma ostensible
de los fondos a plazos largos. La tasa media de interés real
(descontada la inflación) fue del orden del 40 por ciento anual
en el período 1975-81, abarcando un rango comprendido entre
12 por ciento y 120 por ciento. Esto es, las tasas de interés reales
en el mercado interno, aparte de un nivel medio notablemente
elevado, han exhibido una gran variabilidad a través del tiem-
po. Adicionalmente, el margen de intermediación financiera
(MIF = diferencia entre la tasa de préstamo y la tasa de cap-
tación de esos fondos) ha sido superior a un promedio anual
de 15 puntos.
Los créditos disponibles a plazos extensos y a tasas de
interés similares a las internacionales han sido, fundamental-
mente, los correspondientes a préstamos externos. A éstos han
tenido acceso principalmente las empresas conectadas a los
bancos comerciales y a los grupos económicos que se desarro-
llaron vertiginosamente durante el período bajo estudio (véase
Dahse, 1979; Herrera y Morales, 1979). La notable segmenta-
ción del mercado a que ello dio lugar fue reconocida parcial-
mente sólo luego de la emergencia de la crisis. Recién a media-
dos de 1982 salió a la luz pública que, por ejemplo, el principal
banco del más grande de los grupos económicos tenía el 44 por
ciento de sus colocaciones totales (las financiadas con fondos
internos y externos) en empresas relacionadas abiertamente
con sus directores o dueños.
Reiteradamente, a través de los siete años de vigencia de
la reforma financiera, los propugnadores del modelo predijeron
disminuciones de las tasas de interés reales. Con frecuencia se
registraron bajas, pero que fueron de corta duración. Exclusi-
vamente durante 1980 se produjo una baja significativa del
costo financiero real que se prolongó por nueve meses. Ella
estuvo asociada, por una parte, a la congelación del tipo de
cambio durante todo el año, y a una tasa media de inflación
interna aun superior a 30 por ciento anual. A consecuencia de
ello, el costo real del crédito externo resultó negativo (-8 por
ciento) para los deudores nacionales. Por otra parte, el finan-
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 19

ciamiento externo aumentó aceleradamente, elevándose a más


de 7 por ciento del PIB de ese año. De esta manera, el volumen
de crédito externo llegó a representar dos tercios del financia-
miento bancario de origen interno (y 40 por ciento del total).
Su alto volumen y su costo real negativo, a pesar de la persis-
tente segmentación del mercado interno y externo, arrastró
hacia abajo el costo del crédito de origen interno, a tasas del
orden del 12 por ciento; esto es 20 puntos más que la tasa que
enfrentaron las grandes empresas y bancos que lograron acceso
a fondos provenientes dé la banca comercial internacional.
La política oficial, a través de los siete años, esperó que el
mercado libre de su intervención condujese a la igualación de
las tasas de interés internas y externas, a un mercado finan-
ciero integrado, y a un funcionamiento que estimulara la
inversión y su eficiencia. La realidad fue muy distinta: a) pre-
valecieron brechas entre tasas internas y externas superiores a
25 puntos anuales; b) en el mercado interno la brecha (MIF)
entre tasas activas (préstamos) y pasivas (depósitos) fue del
orden de 15 puntos; c) las tasas nominales y reales fueron muy
inestables, así como las brechas mencionadas en los dos literales
anteriores; d) se expandió el crédito al consumo, predominan-
temente de bienes prescindibles importados; e) el alto costo del
crédito, su inestabilidad y el breve plazo de las operaciones
(principalmente 30 días) desalentaron la inversión productiva:
¿Qué inversiones no especulativas podían solventar tasas reales
de interés con promedios anuales de 40 por ciento?
En definitiva, la tasa de formación de capital (inversión
interna bruta como proporción del PIB) fue durante la vigen-
cia del modelo ortodoxo menor que las cifras históricas norma-
les, y el ahorro tuvo un comportamiento aún más deficiente.
3. Apertura Indiscriminada al Exterior
El elemento central de la política de comercio exterior ha
estado constituido por la rápida reducción de la protección
(entonces excesiva) con que contaban los sustitutos de impor-
taciones en septiembre de 1973. La meta del proceso de liberali-
zación experimentó cambios significativos durante el curso de
su aplicación. A comienzos de 1974 se hizo el anuncio general
de una reforma arancelaria que se realizaría gradualmente en
el curso de un plazo de tres años. Posteriormente, en mayo de
1974, se indicó que en 1977 ningún arancel sería superior a 60
por ciento. Luego, en 1975, se definió que el rango arancelario
estaría comprendido entre 10 y 35 por ciento y que se alcanza-
ría, mediante sucesivos ajustes, el primer semestre de 1978. Sin
embargo, las rebajas finales se anticiparon, culminando ese
proceso en agosto de 1977. Tres meses después, por último, se
anunció un programa de ajustes mensuales, en virtud del cual
20 ESTUDIOS PÚBLICOS

desde junio de 1979 rige un arancel uniforme de 10 por ciento


para la casi totalidad de las importaciones.
Reiteradamente se señaló que el tipo de cambio real subi-
ría a medida que se redujera la protección arancelaria efectiva.
Sin embargo, al poco tiempo, el tipo de cambio se empezó a usar
para reducir expectativas inflacionarias y para compensar los
efectos monetarios de ingresos masivos de capitales financieros,
tal como en otras experiencias en países de la región. El resul-
tado fue que fases avanzadas de la liberalización arancelaria
fueron acompañadas de intensas revaluaciones cambiarlas,
acentuando los efectos desustituidores y contribuyendo a un
creciente déficit en cuenta corriente. En la práctica, entonces,
especialmente la presencia de voluminosos movimientos de
capitales permitió desviaciones significativas respecto de la
supuesta compensación entre rebajas arancelarias y tipo de
cambio.
Las importaciones totales, medidas en valores de poder
adquisitivo constante, se han expandido en montos significa-
tivos en relación al nivel de actividad económica interna. La
influencia de la política de liberalización se observa, principal-
mente, en la categoría de bienes de consumo, en particular de
los no alimenticios, donde se concentra la mayoría de las
"nuevas" importaciones (véase cuadro 1). El valor real de las
internaciones de 13 de los principales rubros de importación
"no tradicional" en Chile, que en 1981 cubrieron 70 por ciento
de las internaciones de bienes de consumo (incluyen, entre
otros, televisores a color, autos, prendas de vestir y género, per-
fumes, bebidas alcohólicas, confitería, juguetes y receptores de
radio, se multiplicó por doce respecto de 1970, y su valor se
elevó en un monto que supera en 50 por ciento al incremento
de las importaciones de combustibles y lubricantes. También se
incrementaron notablemente las importaciones de trigo, maíz
y azúcar, cuya producción descendió espectacularmente.
Las exportaciones no tradicionales muestran un notorio
crecimiento y diversificación según productos y mercados de
destino. Su participación en el producto interno bruto (PIB) se
elevó cerca de 4 puntos entre 1970 y 1980. Ello permitió que las
exportaciones totales alcanzasen a 20 por ciento del PIB en este
año. No obstante, se observa un notorio quiebre de la tendencia
expansiva hacia fines del período. Adicionalmente, el proceso
de diversificación ha mostrado una tendencia a revertirse; en
efecto, las exportaciones que prosiguen expandiéndose corres-
ponden predominantemente a rubros intensivos en recursos
naturales.
Así como la sustitución de importaciones comprende una
etapa "fácil" del proceso, también hay una etapa "fácil" inicial
en la promoción de exportaciones de las economías ya semi-
industrializadas. La expansión de las exportaciones no tradicio-
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 21

Cuadro 1
Principales Importaciones de Bienes de Consumo:
1970 y 1981 (millones de US$ de 1977)

Variación
1970 1981 Porcentual
1970-81

— Artículos de confitería 0,2 10,5 5.150,0


— Manufactura de cuero y peletería 1,3 17,5 1.246,2
— Bebidas alcohólicas y cigarrillos 1,1 17,5 2.400,0
— Alfombras, prendas de vestir, tejidos,
géneros 24,8 271,6 995,0
— Productos fotográficos y cinematográficos 8,0 25,2 215,0
— Calzado, sombreros, paraguas 2,1 43,3 1.961,9
— Instrumentos de música y óptica 4,4 28,7 552,3
— Juguetes y artículos recreo 3,5 42,2 1.111,4
— Preparados de cacao, carne, mariscos,
legumbres y hortalizas 5,3 41,3 679,2
— Productos de perfumería y tocador 0,1 19,6 19.500,0
— Aparatos de televisión 0,7 66,2 9.357,1
— Receptores de radio 4,7 45,8 874,5
— Automóviles y motos 19,5 263,0 1.248,7

I Subtotal 13 principales 75,7 902,6 1.093,0


II Trigo, maíz y azúcar 43,6 262,1 757,3
III Combustibles y lubricantes 118,0 689,5 484,3
IV Otros bienes de consumo e
intermedios 1.155,5 1.714,3 48,4
V Equipo de transporte 157,4 395,8 151,5
VI Otros bienes de capital 408,6 480,6 17,6

Total importaciones 1.958,8 4.444,9 127,0


Fuentes: Dirección Nacional de Aduanas para 1970 y categorías II, III,
V y VI; registros de importación del Banco Central para el resto en
1981.

ríales de los años recientes se ubica, en general, en esta etapa.


En efecto, se ha apoyado en recursos naturales ricos y en capa-
cidades instaladas subutilizadas. La subutilización característica
de procesos de sustitución de importaciones protegidas en for-
ma excesiva se vio acentuada por la gran depresión de la de-
manda interna registrada en 1975-76, y su lenta recuperación.
La situación descrita permitió expandir las exportaciones, sin
inversiones significativas. Para la materialización de las mayo-
22 ESTUDIOS PÚBLICOS

res exportaciones confluyeron tres factores adicionales: por una


parte, se aplicó una política cambiaria de minidevaluaciones
que, no obstante movimientos contradictorios desde 1976, en
combinación con la reducción fuerte del costo de la mano de
obra, apoyó inicialmente las exportaciones no tradicionales; por
otra, la presencia de Chile en el Pacto Andino hasta 1976 brin-
dó un mercado ampliado para más de un tercio del aumento de
las exportaciones nuevas. Por último, en combinación con los
factores mencionados, la posición privilegiada otorgada a la
promoción de exportaciones en el discurso oficial contribuyó a
fortalecer aceleradamente la, hasta entonces, incipiente menta-
lidad exportadora de los sectores empresariales9.
La brecha entre importaciones y exportaciones se ha
agrandado persistentemente a partir de 1977. Las importacio-
nes han crecido a una velocidad superior a la de las exportacio-
nes no tradicionales, en tanto que el quantum de las tradicio-
nales permaneció casi estancado. Adicionalmente, luego de gozar
de términos del intercambio muy favorables durante el primer
año de aplicación del modelo, éstos experimentaron un marcado
deterioro que ha persistido, con altibajos, hasta la actualidad.
El deterioro obedeció, principalmente, a la baja sufrida por el
precio del cobre, producto tradicional que, aun después de la
diversificación registrada en el período, representa alrededor de
la mitad de las exportaciones.
Varios factores explican la brecha creciente entre importa-
ciones y exportaciones y el deficiente comportamiento de la pro-
ducción de bienes transables.
La política económica vigente sostiene que los recursos
deben asignarse según las "ventajas comparativas" y que el
juego del mercado, libre de toda interferencia estatal, logra
aquel objetivo. Esta versión teórica, que constituye un extremo
entre los diversos enfoques económicos existentes, implica una
concepción idealizada y simplista de las "ventajas comparati-
vas". En efecto, las "ventajas comparativas" de mercado de-
penden del nivel y estabilidad del tipo de cambio, del grado de
actividad de la economía nacional y de la internacional, de las
fluctuaciones de los precios en los mercados externos y de mu-
chos otros factores. A su vez, las "ventajas comparativas" de
mercado difieren de las sociales, debido a los desequilibrios y
distorsiones característicos de las economías en desarrollo; las
diferencias pueden ser notables en un país enfrentado a un
9
La política oficial incluyó una promoción activa a través de PROCHILE.
Ello involucró una desviación respecto de la ortodoxia, que pretendía
basar la promoción de las exportaciones exclusivamente en la liberaliza-
ción de las importaciones y en el supuesto incremento compensador del
tipo de cambio. A medida que el enfoque ortodoxo fue adquiriendo el
control de la acción pública, PROCHILE perdió significación.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 23

violento cambio de la política económica y un sector público


que abandona abruptamente su rol orientador o director de la
actividad productiva. La parte más dolorosa de la liberalización
aduanera se efectuó a una gran velocidad y sus efectos negati-
vos fueron reforzados por las revaluaciones cambiarias. Acen-
tuando su gravedad, esa política se realizó en el contexto de
una demanda interna muy deprimida y un desempleo abierto
notoriamente elevado. En consecuencia, el marco macroeconó-
mico fue poco propicio para la identificación de las '"ventajas
comparativas" y las correspondientes oportunidades de inver-
sión. El resultado fue un nivel notablemente bajo de inversión
y de utilización de la capacidad instalada y de la fuerza de
trabajo.
La recesión interna de mediados de los años setenta contri-
buyó a quitarle visibilidad a los efectos de la liberalización, pero
también la hizo más ineficiente. Respecto de lo primero, luego
de que la recesión tocó fondo en 1976, inevitablemente, tarde
o temprano, debía iniciarse la recuperación del nivel de activi-
dad económica. Dada la profundidad que alcanzó la recesión,
la recuperación de la demanda y de la producción debía mostrar
tasas altas, lo que efectivamente ocurrió entre 1977 y 1979.
Como simultáneamente se realizaba la liberalización arance-
laria, una observación superficial de los antecedentes pudo
llevar a sostener que la liberalización alentó el incremento de
la producción. Como se demostró en Ffrench-Davis (1980), ocu-
rrió lo opuesto, y la imposición del libre comercio contribuyó
a que la recuperación de la producción fuese permanentemente
menor que la demanda agregada, tornándose ésta cada vez
más intensiva en componentes importados. La recesión misma
afectó negativamente la eficiencia del proceso de liberalización.
El hecho de que el nivel de la demanda global estuviese depri-
mido durante los primeros años del proceso, tendió a elevar los
costos medios de producción de los productores internos, ha-
ciéndoles más difícil enfrentar la competencia externa; al
mismo tiempo, el exceso casi generalizado de capacidad insta-
lada subutilizada desalentó la inversión interna.
El bajo nivel de inversión estuvo también asociado a tasas
de interés internas varias veces superiores a las "normales".
Tasas reales del orden de 40 por ciento entre 1976 y 1978
desalentaron la inversión y distorsionaron los precios relativos
y las "ventajas comparativas" observadas en el mercado. El
nivel de inversión menor que el histórico resultó claramente
insuficiente para facilitar un ajuste simétrico entre los sectores
que habrían de contraerse y los que hipotéticamente deberían
expandirse en respuesta a la supresión de la protección aran-
celaria. Como es obvio, el ajuste exigido a la estructura relativa
de la producción nacional habría sido más viable con una tasa
de inversión elevada.
24 ESTUDIOS PÚBLICOS

El desempleo, la inversión insuficiente y la depresión de la


demanda generaron un marco real sustancialmente distinto al
marco teórico en que se apoya la argumentación en favor del
libre comercio. No está de más señalar, sin embargo, que aún
en un marco de pleno empleo, la presencia de efectos indirectos
y dinámicos, y la naturaleza de la información disponible en
el mercado de un país en desarrollo como Chile, dan sustento
teórico y pragmático a políticas que protejan selectivamente la
producción nacional y regulen activamente el mercado (Ffrench-
Davis, 1979c). Ello permite aumentar tanto la eficiencia social
así como el volumen de la inversión. Ni la protección excesiva
ni la liberalización extrema son la solución apropiada.
De hecho, los antecedentes disponibles apoyan la hipótesis
de que ha sido más fácil la identificación de "ventajas compara-
tivas" que poseen una definida base de recursos naturales. Para
las restantes actividades, ellas han sido "difusas" en la prác-
tica. Los numerosos cambios registrados en la economía chile-
na, la deprimida demanda interna, las elevadas tasas de
interés, la inestabilidad cambiaria y la pasividad extrema del
sector público han hecho difícil identificar dónde se localizan
las posibles "ventajas comparativas", las que de hecho poseen
un componente adquirible que resulta determinante no sólo de
los costos sociales de producción sino también de los de mer-
cado. Ello ha representado otro de los factores que explican la
baja tasa de inversión interna.
Indudablemente, el fenómeno fue agravado por la congela-
ción del tipo de cambio en 1979 y la pronunciada apreciación
real que experimentó en los años siguientes. Incluso aquellas
exportaciones basadas en recursos naturales más valiosos, como
las frutas, fueron afectadas por el deterioro cambiario. La
adopción irrestricta del "enfoque monetario de la balanza de
pagos" y la creencia en un "ajuste automático" resultó perjudi-
cial, incluso, para uno de los escasos éxitos efectivos que podía
exhibir la política económica en sus nueve años de aplicación.
En definitiva, el mensaje reasignador de la liberalización
del intercambio comercial ha sido más claro para los sectores
que debieron contraerse que para los susceptibles de expandir-
se. Ello refleja la disociación con la realidad de los países en
desarrollo de la teoría de las "ventajas comparativas" en su
concepción ortodoxa. En su versión más simplista descansó el
modelo económico.
El crecimiento más acelerado de las importaciones que de
las exportaciones ha sido un factor determinante del deterioro
exhibido por el saldo en cuenta corriente de la balanza de
pagos. Este se ha cubierto con crecientes ingresos de capital
extranjero. El acceso a capital financiero en los mercados
internacionales privados ha constituido la fuente predominante
de financiación del creciente déficit en cuenta corriente. Su
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 25

principal destinatario ha sido el sector privado, captando una


proporción que se incrementó a través del período hasta consti-
tuir más del 85 por ciento de los flujos netos a fines del decenio.
Como es sabido, durante buena parte de los años setenta
las tasas de interés reales fueron bajas y el acceso a los fondos
en los mercados internacionales de capitales privados fue ex-
pedito. Ambas características contribuyeron a crear en el equipo
económico, y en muchos otros círculos a través del mundo, la
opinión de que endeudarse era "un buen negocio" y que si los
países lo hacían a través del sector privado había seguridad de
que los fondos serían invertidos eficientemente. De esa manera,
no habría problemas para servir la deuda.
De nuevo, la realidad resultó distinta a lo previsto por los
propugnadores del modelo. Una proporción significativa del
crédito externo se destinó al consumo. El voluminoso ingreso
de fondos, a su vez, contribuyó a promover y hacer viable, en
el corto plazo, la excesiva liberalización de las importaciones y
la apreciación cambiaria. En efecto, de haber sido menor la
disponibilidad de crédito externo, el gobierno se habría visto
obligado a moderar la liberalización arancelaria y/o el atraso
cambiario. De hecho, la disponibilidad de créditos con que contó
Chile fue muy amplia y mayor que la que podría absorber
productivamente. Después de un incremento moderado de la
deuda en 1977-79, se aceleró en 1980 y creció espectacularmente
en 1981, incrementándose cerca de 35 por ciento en este último
año. A diferencia de otros países, que canalizaron los fondos
externos hacia la inversión, en Chile se tuvo un impacto nega-
tivo sobre la producción nacional, derivado de la inundación
del mercado interno por importaciones y del desaliento de las
exportaciones. Por último, las condiciones externas también
cambiaron hacia fines del período: las tasas reales de interés
se elevaron abruptamente y el acceso expedito a los fondos se
tornó difícil en 1981-82.
El experimento en esta área culminó a mediados de 1982
con la devaluación abrupta del tipo de cambio, luego de pasar
por algunos meses de costoso e ineficiente "ajuste automático"
(Arellano y Cortázar, 1982).
III Producción, Distribución e Inversión

En esta sección se efectúa un estudio sucinto de los resul-


tados obtenidos en tres ámbitos. En primer lugar, qué ha
acontecido con el producto interno bruto y sus principales com-
ponentes. Luego, de qué manera se han repartido los frutos y
los costos de la aplicación del modelo. Por último, en qué grado
el comportamiento de la economía ha estado generando nueva
capacidad productiva y mayores corrientes de ahorro. Los ante-
cedentes presentados muestran que a) el "crecimiento" ha sido
26 ESTUDIOS PÚBLICOS

predominantemente ficticio; b) los limitados beneficios han


sido recibidos por una minoría y elevados costos han castigado
a la mayoría, registrándose un grave deterioro de la distribu-
ción del ingreso y el patrimonio, y c) la tasa de formación
bruta de capital ha sido significativamente menor que la his-
tórica.
1. La Producción Global y su Composición
Las cuentas nacionales, que miden la evolución del PIB y
su composición, muestran un "crecimiento" elevado entre 1976
y 1981. Existen dudas sobre la calidad de esas cifras. Aquí, sin
embargo, nos limitaremos a usar esos antecedentes oficiales.
Estos, examinados con mayor cuidado, demuestran que el creci-
miento global ha sido muy bajo, y que su composición denota
una gran vulnerabilidad de la economía chilena.
En primer lugar, la aplicación del modelo no se inició en
1976, sino que se pone en ejecución, aún cuando en forma par-
cial, en 1973. En segundo lugar, en 1975 se registró una notable
recesión de la economía nacional que multiplicó aproximada-
mente por tres los efectos depresivos llegados desde el mercado
internacional. El resultado interno fue una disminución del
PIB de 13 por ciento10.
En consecuencia, medir la evolución económica a partir de
ese punto depresivo muestra un "crecimiento" que en la reali-
dad es simplemente una recuperación de los niveles anteriores;
en tanto que 1976-80 arroja una tasa de aumento por habitante
de 6,6 por ciento anual, el período 1974-80 da una de 2,0 por
ciento. Es obvio que mientras mayor hubiese sido la recesión de
1975, más intensa podría haber sido la recuperación. Por consi-
guiente, cuanto mayor la pérdida de producción a causa de la
recesión, más elevado aparecería el "crecimiento" si se omite
considerar el período de recesión y se empieza a medir aquél a
partir del punto más abajo.
Paradójicamente, la recesión interna fue "útil" en varios
sentidos a los ejecutores del modelo. Primero, les permitió
mostrar "crecimiento", con amplia difusión en medios de co-
municación nacionales y extranjeros. De allí surgió la imagen,
errónea, de que Chile crecía vigorosamente, y crecería persis-
tentemente a tasas del orden de 8 por ciento por año, al margen
de lo que aconteciese en el resto del mundo. Segundo, pudo
mostrar que el empleo "mejoraba", pero después de que la tasa

10
La recesión tuvo un componente externo asociado al deterioro de los
términos del intercambio. El efecto directo de éste (que fue negativo)
ya fue descontado de las cifras dadas en el texto.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 27

de desocupación se había elevado desde116 por ciento a 20 por


ciento, olvidándose del punto de partida . Tercero, al nivel más
político, luego de una recesión intensa, en un marco autoritario
que permitió la mantención de la política monetarista-ortodoxa,
la recuperación posterior posibilitó cierta sensación de alivio
para empresarios y trabajadores.
El cuadro se torna más desfavorable para el modelo cuando
se desagrega la composición del producto interno bruto. Ello se
realiza en el cuadro 2. En primer lugar, el endeudamiento ex-
terno y su costo se elevaron, en especial en el bienio 1980-81.
Cerca de un quinto del "crecimiento" por habitante contabili-
zado entre 1974 y 1981 correspondió a pago de intereses y
y utilidades al exterior; por lo tanto, la expansión del producto
nacional resultó inferior a la del PIB por ese concepto. En
segundo lugar, dos sectores de gran "dinamismo" en su aporte
al PIB fueron el valor agregado por la comercialización de pro-
ductos importados y los servicios financieros. Esto es, dos
sectores ligados a la esencia del modelo, que exhiben una espec-
tacular tasa acumulativa de expansión del orden de 13 por
ciento anual, como la muestra el cuadro 2. El primer sector se
expandió en virtud del incremento acelerado de las importacio-
nes de bienes de consumo y otros. Como se expuso en la sección
II, éstos no se financiaron principalmente con mayores expor-
taciones, sino que con un incremento de los créditos de la banca
comercial internacional. Esa fuente de "dinamismo" era insos-
tenible en una economía sin un sustento productivo real. La
segunda fuente de "dinamismo" se asoció a la reforma finan-
ciera y obedeció en proporción significativa a la brecha o MIF
entre las tasas de interés de depósito (o captación) y préstamo
y a la transferencia en Chile de créditos obtenidos en el exte-
rior. Como se señaló en la sección II, el MIF ha sido desmesu-
radamente elevado, aumentando el costo del financiamiento.
Así, el "dinamismo" de este sector dependía de un factor
anormal y perjudicial para las actividades productivas y para
la inversión.
Es indudable que los dos rubros contienen, por la distorsión
que involucran para la economía nacional, una dosis apreciable
de artificialidad. Entonces, resulta muy significativo que el resto
del valor agregado por habitante, que en 1974 constituía el 91
por ciento del producto nacional bruto, haya permanecido vir-
tualmente estancado, como se aprecia en la columna 2 del
cuadro 2.

11
Adicionalmente, durante un prolongado período (1976-78) las cifras
oficiales sobreestimaron en forma creciente el número de ocupados.
Véase Meller, Cortázar y Marshall (1979).
28 ESTUDIOS PÚBLICOS

Cuadro 2
Evolución del PIB y su Composición, 1974-81
(tasas % de variación anual)

Total Por
Habitante
(1) (2)
1 Producto interno bruto 4,0 2,2
2. Producto nacional bruto 3,6 1,8
3. Valor agregado
a) Comercialización importaciones 16,2 14,2
b) Servicios financieros 13,6 11,8
4. Producto nacional bruto excluido el
valor agregado en 3 1,9 0,2

Fuente: Cálculos basados en cifras oficiales de Cuentas Nacionales, 1960-81,


en pesos de 1977.

En 1982 el PIB decreció más de 14%, situando a Chile


como el país latinoamericano con un peor desempeño produc-
tivo y una gran vulnerabilidad frente a la recesión internacio-
nal. Es ilustrativo constatar que dos países que lo siguieron
en cuanto a comportamiento deficiente fuesen Argentina y
Uruguay, las dos naciones latinoamericanas que también ex-
perimentaron con modelos monetaristas ortodoxos.
Dentro de ese contextto, el deterioro registrado por la pro-
ducción industrial ya no llama tanto la atención, aún cuando
todavía es peor que el desempeño del mencionado 91 por ciento
del PNB. El cuadro 3 muestra que la producción industrial de-
creció a una tasa media anual del orden de 0,5 por ciento per
cápita; ello contrasta con la expansión que muestra el resto
del mundo en desarrollo (línea 2). El conjunto de los países
en desarrollo exhibe índices de producción que superan larga-
mente al de Chile. En promedio, durante el período 1974-81
lograron un nivel anual de producción 27 por ciento superior
al de 1973, en tanto que Chile alcanzó uno 8 por ciento inferior
al de ese año; el comportamiento deficiente de la producción
manufacturera se observa en cada uno de los años del período
bajo estudio, como lo demuestra el cuadro 3. La diferencia entre
Chile y el resto del mundo se acentuó aún más dramática-
mente en 1982, cuando la producción industrial descendió 22%.
El sector industrial chileno también experimentó la rece-
sión de 1975 en forma intensa, bajando la producción 28 por
ciento en un año. Por supuesto, en aquel entonces, la recupe-
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 29

ración posterior fue sustancial, dando pábulo a los propugna-


dores del modelo a sostener que la industria manufacturera
estaba "creciendo" apoyada por la liberalización de las impor-
taciones. Como ya se expuso, ocurrió lo contrario: la excesiva
liberalización repercutió negativamente sobre la industria y
sus efectos se transmitieron a sectores como la agricultura.

Cuadro .3
Producción de la Industria Manufacturera: Chile y
la Economía Mundial
(1973 = 100)

1974 1975 1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982


1. Valor agregado
por habitante
- Chile 95,8 70,2 73,2 78,1 83,8 89,0 92,9 93,7 72,0
2. Valor agregado
total
- Chile 97,4 72,6 77,0 83,5 91,3 98,5 104,6 107,3 83,8
- Países en
desarrollo 106,3 108,1 116,6 125,1 133,0 138,5 143,9 143,6 143,4
Fuentes: Chile, cálculos basados en Banco Central, Cuentas Nacionales de
Chile, 1960-80. Países en desarrollo e industrializados, Naciones Unidas,
Monthly Bulletin of Statistics, noviembre de 1982.

2. Concentración del Ingreso y la Riqueza


La gran mayoría de los indicadores muestra un deterioro
de la distribución del ingreso y del patrimonio. Aquí haremos
un breve recuento de indicadores de ingreso salarial y pensio-
nes, empleo, consumo, mortalidad infantil y propiedad.
En el cuadro 4 se aprecia la evolución de algunos indica-
dores de ingresos de los asalariados activos y pasivos. Todos
ellos indican un comportamiento regresivo. Las remuneracio-
nes, en el período 1974-81, alcanzaron apenas a tres cuartos del
nivel logrado en 1970. Luego de un descenso violento en 1973 y
1974, las remuneraciones reales iniciaron cierta recuperación
en 1977, sin haber recobrado aún en 1981 el nivel alcanzado
once años antes. Factores determinantes, aunque no exclusivos
del deterioro de los ingresos de los asalariados, fueron la repre-
sión sindical, las políticas oficiales de reajustes ligadas al índice
oficial de inflación y el alto nivel de desocupación. Las pensio-
30 ESTUDIOS PÚBLICOS

nes recibidas por los trabajadores retirados y las asignaciones


pagadas por la seguridad social por las cargas de los asalaria-
dos experimentaron también un deterioro pronunciado, como
se observa en las columnas 2 y 3 12.
Por último, como paliativo de la expansión de la cesantía,
el gobierno estableció en 1975 el programa de emergencia, lla-
mado empleo mínimo (PEM). En 1981 representaban cerca de un
5 por ciento de la población ocupada y su remuneración era ape-
nas equivalente a un tercio del salario mínimo vigente en 1970.
La situación de empleo también muestra un deterioro no-
table. A pesar de cierta mejora registrada entre 1976 y 1981, en
este año el desempleo abierto más que duplicaba la tasa de
1970. Y si se incluye a los trabajadores del PEM, la tasa de
desocupación triplica a la del año de referencia (cuadro 4, col.
7). Con la crisis emergida en 1982, en agosto-octubre de este año
el desempleo abierto se había elevado en Santiago a un 25 por
ciento de la fuerza de trabajo. (Sin incluir el PEM).

Cuadro 4
Indicadores de Distribución del Ingreso y Desocupación
Ingresos (1970 = 100)

Remune- Asignación PEM Abierto PEM Total


ración Pensión familiar (%)
media media inedia
(1) (2) (3) (4) (5) (6) (7)
1970 100,0 100,0 100,0 — 5,7 — 5,7
1974 65,0 59,3 69,5 — 9,2 — 9,2
1976 64,9 56,3 61,8 80,5 14,4 5,4 19,8
1978 76,0 67,0 56,0 45,5 13,6 4,3 17,9
1980 89,3 82,8 54,4 37,6 12,0 5,3 17,3
1981 97,4 n.d. 54,0 32,1 10,8 4,8 15,6
1974-81 76,1 67,1a 59,3 48,8b 12,6 4,9b 16,6
Fuentes: Cortázar (1982) para las columnas (1) a (3). La columna (4)
indica el ingreso en efectivo de los trabajadores del empleo mínimo como
porcentaje del salario mínimo vigente en 1970. Todas las cifras en pesos
corrientes han sido deflactadas por el índice de precios al consumidor
corregido (Cortázar y Marshall, 1980) hasta 1978 y por el índice
oficial los años posteriores. Las columnas (5) a (7) están basadas en
estimaciones de ODEPLAN. Exposición de la Hacienda Pública, 1982,
y Ministerio del Interior, División Social.

12
En 1973 se igualaron las asignaciones familiares pagadas a obreros y
a empleados. La igualación se hizo "por abajo", de manera que todas
descendieron, aunque en menor proporción las de los obreros.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 31

El deterioro de los salarios reales y del empleo se ma-


nifiesta en la distribución del consumo de la población, clasifi-
cada según estratos de ingresos. Los escasos antecedentes dis-
ponibles corresponden a 1969 y 1978. Divididos los hogares en
cinco quintiles, se observa que el más pobre redujo su consumo
en 31 por ciento entre ambas observaciones; el segundo y tercer
quintiles perdieron 20 por ciento y 12 por ciento, respectiva-
mente. En cambio, el quintil de mayores ingresos concentró la
contrapartida del deterioro de la posición de los otros grupos.
Hay un indicador importante que muestra una mejoría
apreciable durante el lapso bajo estudio. Se trata de la tasa de
mortalidad infantil. A pesar del deterioro de la situación de
empleo y de distribución del ingreso, el descenso de la tasa
de mortalidad infantil continúa la tendencia positiva exhibida
en el período 1962-73. En el período actual están presentes la
tendencia a una menor tasa de natalidad, la concentración de
nacimientos en paridades más favorables y la mejoría en el nivel
de instrucción de la madre. Estos factores, sin embargo, también
estaban presentes con anterioridad. El principal factor com-
pensador del impacto negativo del deterioro de la situación
económica de la mayor parte de la población después de 1973
parece estar asociado al énfasis puesto por el Servicio Nacional
de Salud en el sector materno-infantil y a los programas de
nutrición dirigidos a lactantes y desnutridos (Raczynski y
Oyarzo, 1981).
A diferencia de este rubro específico, como se expuso en la
Sección I, el gasto social total del sector público (educación,
salud, seguridad social y vivienda) disminuyó entre 1970 y 1979,
cayendo 17 por ciento por habitante (Marshall, 1981). No obs-
tante, como el gasto total descendió aún en mayor proporción,
pasó a ocupar un porcentaje más alto del presupuesto público.
La distribución de los activos y del patrimonio también
experimentó una aguda concentración. Este fenómeno estuvo
asociado a los: a) cambios registrados en las remuneraciones
y empleo; b) a la privatización de empresas públicas; c) al
impacto de la recesión sobre los empresarios independientes de
los principales grupos económicos, en combinación con el fun-
cionamiento que exhibió el mercado de capitales.
Es indudable que el deterioro ocurrido en el empleo y en
los ingresos de los trabajadores ha impactado sobre la distri-
bución del gasto y del patrimonio. Adicionalmente, los trabaja-
dores de mayores ingresos experimentaron un espectacular
mejoramiento, incrementándose la dispersión entre ingresos
altos, y los medios y bajos. Pero la concentración también fue
alimentada por otros componentes del modelo económico. Como
se expuso en la Sección II, numerosas empresas en poder del
sector público fueron privatizadas en forma apresurada. Ello
se realizó en una economía en recesión y con altas tasas de
32 ESTUDIOS PÚBLICOS

interés. Sólo un reducido segmento del sector privado pudo


acceder a su propiedad, y a precios muy favorables para los
adquirentes. Por último, la situación de recesión también golpeó
a numerosos empresarios privados, que no tenían un acceso
privilegiado al crédito interno o al externo. Así, muchos de
estos empresarios se vieron obligados a vender sus empresas o
derechos en ellas a los mismos grupos económicos que adqui-
rieron las empresas públicas privatizadas. Adicionalmente, el
acceso al crédito externo involucró otra fuente de concentra-
ción. El significó, aparte del poder de compra que otorgaba,
una ganancia de capital correspondiente a la diferencia entre
las tasas internas y externas de interés: en el período 1975-81
alcanzó una media de 25 puntos anuales.
Los antecedentes disponibles muestran la notable concen-
tración del patrimonio, con dos grupos desprendiéndose nítida-
mente del resto. Antecedentes sobre las 250 empresas privadas
nacionales y extranjeras más grandes de Chile indican que esos
dos grupos controlaban a lo menos un 37 por ciento del patri-
monio de éstas en 1978 (Dahse, 1979). El proceso de concen-
tración continuó aceleradamente durante los años siguientes.
Así lo comprueban estudios más actualizados, que indican que
entre 1978 y 1980 el patrimonio de las empresas controladas
por los dos principales grupos se había duplicado en valores de
poder adquisitivo constante (Dahse, 1982). Información más
reciente (Bolsa de Comercio, para junio de 1982), sobre distri-
bución de la propiedad accionaria de 177 sociedades anónimas
"abiertas", indicaba que los 10 principales accionistas de cada
una controlaban directamente, en promedio, el 72 por ciento del
capital. Estos antecedentes no comprenden información sobre
el entrelazamiento entre los accionistas principales que a veces
pertenecen a un mismo grupo económico.
Finalmente, hay un factor más reciente que ilustra el sesgo
del modelo en favor de la concentración. La reforma previsional,
junto con provocar una pérdida de ingresos al sector público,
traspasará un volumen apreciable de fondos a financieras pre-
visionales privadas. Se estima que en el lapso de seis años las
Administradoras de Fondos Previsionales (AFP) captarían fon-
dos equivalentes a 10 por ciento del PIB. Según la información
acumulada a la fecha, casi la totalidad de las AFP han sido
organizadas por los grupos económicos que controlan el 71 por
ciento del capital y reservas del sistema financiero privado
(Arellano, 1981; Dahse, 1979). Las AFP, formadas por los dos
grupos principales, han concentrado tres cuartas partes de los
depósitos captados. Durante su primer año de vida, la reforma
previsional constituyó otro factor de concentración y de oxígeno
para los grupos económicos, a expensas de la gran mayoría de
los chilenos.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 33

3. El Nexo con el Futuro


La conexión con el futuro, en el campo económico, pasa
por el ahorro y la inversión. Los propugnadores del modelo
pretendían que éste lograse un incremento sustancial del aho-
rro, de la inversión y de eficiencia. La privatización de los
medios de producción, la pasivización y/o desmantelamiento
del sector público y la liberalización de los mercados debían
lograr aquellos objetivos. La reforma financiera y la apertura
al exterior constituían dos políticas claves en la estrategia
adoptada.
El análisis precedente ha demostrado que los resultados
fueron negativos en lo que se refiere a la producción. Sin em-
bargo, ello podría ser compatible con un vigoroso proceso de
inversión de larga maduración. Desafortunadamente para el
futuro de Chile, lo opuesto se acerca más a la realidad. En cada
uno de los años comprendidos entre 1974 y 1980, la tasa de
inversión bruta fue13 inferior a la tasa registrada en cada uno
de los años sesenta , y en 1981 era menor que en 1970. Para-
lelamente, una proporción inferior de esa inversión fue finan-
ciada con el ahorro nacional; en 1970 cerca del 90 por ciento
se cubrió con ahorro nacional, en tanto que en 1978-81 apenas
alrededor de la mitad provino de esa fuente. El fuerte incre-
mento en la desigualdad de los patrimonios e ingresos regis-
trados en estos años se ha expresado en una notoria diferen-
ciación de estilos de vida más que en mayores niveles de ahorro
destinado a la inversión productiva; ello lo atestigua la baja
ocurrida en la tasa de ahorro nacional, tanto respecto de 1970
como de 1973.
Como en toda experiencia práctica, la aplicación del
modelo ortodoxo registra logros y fracasos. El balance neto que
emerge de nuestro análisis, y de investigaciones llevadas a cabo
por diversos autores en las difíciles condiciones vigentes en Chile,
resulta notablemente negativo, tanto desde un punto de vista
social como del puramente económico. Frente a éxitos como la
expansión de las exportaciones no tradicionales y la reducción
de la inflación se constatan fracasos notorios en numerosas
otras áreas.
IV. Enseñanzas del Experimento Monetarista

En años recientes el monetarismo ortodoxo logró situarse


en la ofensiva en diversos países y conquistó una posición
hegemónica en varios centros académicos a través de países

13
Cifras oficiales, según las Cuentas Nacionales nuevas, referidas a la
formación bruta de capital fijo como proporción del PIB.
34 ESTUDIOS PÚBLICOS

industrializados y en desarrollo. No obstante, su aplicación


práctica en el período de postguerra, en general, ha sido limi-
tada y por períodos breves. El caso de Chile, como se señaló,
posee gran significación por la profundidad, cobertura y con-
tinuidad con que se aplicó el modelo monetarista ortodoxo. El
marco político que permitió su imposición le otorgó, además,
gran autonomía a sus propugnadores. Ello le imprime a este
caso, propiamente, el carácter de un "experimento".
El marco externo imperante durante los años de vigencia
del modelo comprendió, por una parte, rasgos desfavorables
para la economía chilena, que condicionaron el éxito del modelo.
En particular cabe mencionar el bajo precio del cobre impe-
rante durante la mayoría de los nueve años estudiados. Por
otra parte, sin embargo, el marco externo comprendió rasgos
que facilitaron la operación y permanencia del modelo. Entre
ellos cabe destacar que, desde 1977, Chile contó con un acceso
expedito a capitales financieros externos, que le permitieron,
hasta 1981, compensar con creces la pérdida de ingresos provo-
cada por el deterioro de los términos del intercambio.
La permanente ortodoxización del modelo, que tuvo lugar
desde 1974, enfrentó su primer traspié en 1981, y luego, ha
sufrido varios "retrocesos" importantes. Ellos están asociados
a la crisis interna que emergió en 1981-82, con una virulencia
inusitada y que se propagó a prácticamente todos los sectores y
grupos en la economía nacional. Los diversos indicadores mues-
tran un deterioro sustancial respecto de los ya deficientes
niveles alcanzados en 1981, que se han analizado a través de
este estudio; la recesión interna ha sido reforzada por la situa-
ción deprimida de la economía mundial, pero ésta constituye
sólo una fracción del problema generalizado que enfrenta la
economía chilena.
Los problemas presentes en el aparato productivo están
estrechamente asociados al funcionamiento del sistema finan-
ciero y a la apertura indiscriminada al exterior. El modelo le
concedió un rol protagónico a la reforma financiera, como se
expuso en la Sección II. De hecho, el sistema financiero se
transformó en el centro de decisión dominante de la economía
chilena. En 1982 resultaba evidente que el endeudamiento de
las empresas (y de las personas naturales) constituía un factor
de estrangulamiento de su actividad, que crecía aceleradamente
debido a las altas tasas de interés vigentes, en tanto que los
ingresos de operación de las empresas descendían a consecuen-
cia de la recesión interna. La reforma financiera y la apertura
a los movimientos de capitales extranjeros constituyó, primero,
un factor determinante de la concentración del patrimonio y
un desestímulo para la inversión productiva nacional. Luego,
hacia fines del período bajo estudio, dejó de manifiesto la
vulnerabilidad adicional que había introducido a la economía
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 35

nacional y la disfuncionalidad para el desarrollo económico que


involucró el "financierismo" desenfrenado a que dio lugar.
Los resultados registrados efectivamente obedecen tanto a
características intrínsecas del modelo como a errores en su
ejecución. Por ejemplo, la congelación del tipo de cambio a
$ 39 por dólar no es intrínseco del modelo; éste era compatible
con una tasa fija mayor y/o con una tasa libre, como la que
se implantó en agosto de 1982 por un breve lapso. Pero, dado el
modelo, en ausencia de la congelación del tipo de cambio, no
se habría logrado la reducción de la inflación alcanzada en
1981 14, y ello constituyó el objetivo prioritario del equipo eco-
nómico oficial en el momento en que se concretó la congelación
cambiaria.
Otros son los componentes intrínsecos del modelo, que se
ubican en tres áreas. Los tres constituyen pilares del mone-
tarismo ortodoxo. Se refieren: a) a su creencia en que la pri-
vatización y la supresión de la intervención estatal conducen
rápidamente a mercados integrados, flexibles y bien informados
y generan espontáneamente un desarrollo dinámico; b) que los
procesos de ajuste son estabilizadores y que se caracterizan por
su rapidez, y c) que la "competencia", aunque sea entre desi-
guales, conduce a un mayor bienestar para la mayoría. Los
tres supuestos se han probado falsos en el experimento que se
analiza.
En primer lugar, el establecimiento de políticas económicas
indirectas y "neutras" se aplicó en un marco de "competencia"
entre desiguales; ello dio lugar a una intensificación de las
diferencias. Adicionalmente, en varias instancias decisivas la
"neutralidad" se quebró, de manera que instituciones como las
cooperativas y un sistema de ahorro mixto (SINAP) fueron
discriminados. La restricción de la actividad sindical representó
el ejemplo de mayor fuente de acentuación de la desigualdad
entre "ofertantes" y "demandantes". Como se demostró, la
concentración del ingreso y del patrimonio fue espectacular.
Segundo, la lentitud de los procesos de ajuste tiene costos sus-
tanciales, tanto por la ineficiente subutilización de recursos
como por el desaliento que suele involucrar para la formación
de capital. El enfoque monetario-ortodoxo, por ser estático y no
valorizar el hecho que para llegar al largo plazo es preciso
transitar por una sucesión de cortos plazos, ignora estos costos.

14
La congelación del tipo de cambio obedeció, en parte, a una variante
del modelo monetarista ortodoxo, el "enfoque monetario de la balanza
de pagos" y su secuela de política monetaria neutra. Paradójicamente,
a pesar de su notable extremismo, este enfoque constituyó la "verdad
irrefutable" para el oficialismo y para la mayoría de los medios de comu-
nicación durante casi tres años.
36 ESTUDIOS PÚBLICOS

Tercero, aun cuando un intervencionismo errado puede acen-


tuar la segmentación y heterogeneidad estructural de los mer-
cados, la opción alternativa extrema, consistente en el desman-
telamiento de la acción estatal y la privatización indiscriminada
de los medios de producción, no conduce a una rápida inte-
gración y flexibilidad de los mercados; estos problemas son
característicos del subdesarrollo. En consecuencia, el contexto
macroeconómico resultante no es propicio para la coexistencia
de la trilogía de crecimiento, equidad y autonomía nacional; los
tres son ingredientes básicos de un proyecto nacional de desa-
rrollo. La superación de estos problemas exige un rol activo
del Estado, sometido a normas estrictas de eficiencia, que actúe
como rector del proceso de desarrollo.
En síntesis, el experimento monetarista no ha sido exitoso
ni en lo social ni en lo productivo. Ha generado una sociedad con
una acrecentada desigualdad en numerosos frentes y un pre-
dominio del "economicismo" por sobre las otras actividades
humanas. Ha profundizado el problema del desempleo en for-
ma notable. Ha desestimulado la inversión y, en general, ha
privilegiado las tendencias especulativas y financieristas en
desmedro de las actividades proclives al incremento de la pro-
ductividad y de la capitalización nacional. Ha intensificado la
vulnerabilidad frente al exterior, como lo atestigua en forma
indesmentible la mayor fuerza que la recesión adquirió en la
economía chilena en comparación con la internacional. En
suma, un experimento fracasado, que en la tradición democrá-
tica de Chile no habría podido llevarse a cabo.
El fracaso generalizado del modelo económico no involucra
un fracaso del mercado en sí. Las opciones disponibles no se
limitan a la liberalización indiscriminada de todos los mercados
o a la planificación centralizada hasta del menor detalle
de la vida económica. Esa disyuntiva es propia de mentalidades
extremistas o a lo más un recurso propagandístico, utilizado
profusamente durante estos años. En realidad, los avances del
pensamiento económico se ubican en grado importante, por
ejemplo, en identificar en qué áreas el mercado es insustituible,
cuáles son las políticas económicas adecuadas para que funcio-
ne eficientemente, y dónde corresponde al sector público un
papel rector selectivo. La correcta dosificación del mercado y
de la participación del Estado; de los incentivos indirectos y de
la acción directa; de los aspectos económicos y de los sociales y
culturales; del orden y de la libertad; de la capacidad de eje-
cución y de la participación popular efectiva, constituyen con-
diciones indispensables para el desarrollo integral de una socie-
dad democrática. De allí la importancia de una actitud crítica
frente a modelos importados envasados. Resulta imprescindible
reemplazarlos por investigación, reflexión y diálogo que permi-
tan elaborar un proyecto nacional asentado en la realidad y
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 37

que responda a un amplio consenso a nivel nacional. A pesar


de las grandes restricciones imperantes en Chile, se han logrado
avances significativos en esa dirección. En contraste, el modelo
económico, en virtud de su dogmatismo, impuso opciones extre-
mas. Su resultado —en vez de un desarrollo sostenido, equita-
tivo e independiente— ha sido una economía profundamente
deteriorada, concentrada y dependiente.
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CUATRO ENFOQUES

CRECIMIENTO, RECESIÓN Y MERCADO*

Juan Andrés Fontaine

Con frecuencia las crisis económicas profundas, como la que hoy


vive Chile, llevan a cuestionar el modelo económico y social vigen-
te, sostiene el artículo. Así, en el debate público que ha levantado la
actual recesión se percibe un cierto acuerdo en que en el libre merca-
do —la expresión de las decisiones económicas de consumidores,
ahorrantes, trabajadores y empresarios— se encuentra la principal
causa de nuestros males. Curiosamente, advierte el artículo, esta idea
es compartida, al parecer, por ciertos gobiernistas y por los oposito-
res: los unos, porque defienden las políticas aplicadas; los otros,
porque desconfían de un modelo de desarrollo basado en el mercado.
El presente artículo elabora una visión diferente. Plantea que el
problema actual es cíclico y no estructural. El pronunciado ciclo que
ha experimentado la actividad económica no se debe a una falla de
los mercados libres, sino a determinadas deficiencias de las políticas
macroeconómicas —cambiaria, monetaria, salarial— que deben
orientar las decisiones de los agentes económicos. Se señala que el
rol macroeconómico del Estado es cuidar que los precios claves de

JUAN ANDRÉS FONTAINE. M. A. en economía en Chicago; profesor de Economía de la


Universidad de Chile y en la Universidad Católica.
** Agradezco la indispensable colaboración de Felipe Joannon y Fernando José
Larraín. Naturalmente, asumo plena responsabilidad sobre los juicios —los correctos y los
incorrectos— aquí vertidos.

Estudios Públicos, 11 (invierno 1983).


2 ESTUDIOS PÚBLICOS

la economía no se separen de sus trayectorias de equilibrio, y nuestra


reciente experiencia es prueba de lo grave que puede ser un desem-
peño inadecuado de dicho rol. En consecuencia, el autor concluye
sugiriendo una estrategia de reactivación que haga al Estado asumir
cabalmente su rol macroeconómico. Dicha estrategia constituye un
respaldo para el modelo de desarrollo que el Gobierno ha estado
construyendo desde 1974, el cual —pese a la inestabilidad ma-
croeconómica imperante— le ha ofrecido al país una tendencia cen-
tral de crecimiento más alta que aquella que habría obtenido del
modelo tradicional, bajo las desfavorables condiciones internaciona-
les del período.

“Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insis-
tencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el
principio del laissez-faire…”
“Ninguna persona sensata debiera haber dudado que las toscas reglas en las que se
expresaron los principios de la economía política del siglo XIX eran sólo un co-
mienzo; que teníamos mucho que aprender aún y que todavía quedaban inmensas
posibilidades de avance sobre las líneas en que nos movíamos (…). Existían mu-
chas evidentes tareas, tales como el manejo del sistema monetario, la evitación o el
control del monopolio y aún otras muchísimas más, no tan evidentes, pero difícil-
mente menos importantes, que emprender en otros campos, las cuales proporciona-
ban, sin duda, a los gobiernos enormes poderes para el bien y para el mal; y era
muy razonable esperar que con un mejor conocimiento de los problemas hubiéra-
mos sido capaces algún día de usar con buen éxito estos poderes”.

Friedrich Hayek*

Q uizás el mayor costo de las crisis económicas no está en sus


efectos inmediatos (y transitorios) sobre las personas y las empresas. La
experiencia indica que las recesiones graves suelen generar presiones desti-
nadas a alterar indiscriminadamente el curso de la política económica y
social. La depresión de los años treinta, por ejemplo, habría probablemente
causado en Chile males menos duraderos si no hubiera alentado el abando-
no del modelo de economía libre y abierta, entonces, prevaleciente, y su
sustitución por el esquema que nos gobernó hasta 1973.
La onda recesiva que ha golpeado a la economía chilena es, sin
duda, muy severa en la escala internacional. En 1982 la magnitud de la

* F. A. Hayek, 1944, Camino de Servidumbre, edición española de Alianza Editorial,


1976 (3ª ed.), págs. 45 y 46.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 3

caída del producto geográfico bruto y de la tasa de desempleo —14,1 y 20


por ciento, respectivamente— son semejantes a las observadas en Estados
Unidos medio siglo antes —14,6 y 22,9 por ciento, respectivamente—,
cuando se vivía el momento crítico de la Gran Depresión 1. Aunque en la
comparación debe tenerse presente que la crisis de los años treinta se pro-
longó con virulencia por varios años, es preciso recordar que dicho fenó-
meno marcó con un sello trágico la historia mundial contemporánea.
También en el Chile actual el debate sobre la crisis parece atribuirle
el grueso de la responsabilidad al modelo de economía libre o de mercado
que el Gobierno ha estado edificando desde 1973. Como es habitual, los
apremios de la coyuntura han nublado la vista de muchos y los hacen pasar
por alto las características específicas del proceso de desarrollo de 1974-82
y de la crisis actual. El presente trabajo se propone clarificar la naturaleza
de la presente depresión y, luego, detectar si ella debe ser atribuida a la
operación del mercado o a la administración de determinadas políticas
económicas. El análisis se concentra en el fenómeno recesivo que hoy nos
aqueja y en ningún caso pretende ofrecer una evaluación acabada de la
experiencia de libre mercado en Chile.
El artículo está organizado de la siguiente manera. La primera sec-
ción distingue entre los problemas cíclicos y los estructurales. La segunda,
desarrolla sucintamente algunos comentarios sobre el desempeño del mo-
delo. La tercera, describe la evolución cíclica de la economía chilena en
1974-82, destacando la sorprendente trayectoria de los tres precios claves.
Las secciones 4 a 6 discuten diferentes hipótesis acerca de las causas del
comportamiento de, respectivamente, la competitividad de la producción
nacional, el costo del crédito y las remuneraciones reales. La última sec-
ción presenta las conclusiones del análisis.

1. Ciclo y trayectoria central

En este trabajo utilizamos la evolución del producto geográfico bru-


to (PGB) como indicador del desempeño global de la economía 2. Es cono-
cido que dicho indicador posee notorias deficiencias como medida de bien-
estar. En el período que nos ocupa, 1974-82, los profundos cambios
estructurales hacen particularmente confusas a las mediciones estadísticas.

1
Ver Lee y Passell, 1979.
2
Utilizamos el PGB total y no el per cápita, porque nos interesa analizar el dinamis-
mo de la economía. Naturalmente, el sentido de nuestras conclusiones no se alteraría si
adoptásemos la opción alternativa.
4 ESTUDIOS PÚBLICOS

Así, por ejemplo, los cambios en la “calidad de vida” introducidos por la


aparición de los productos de consumo importados, la mejoría en la calidad
de los servicios estatales, las alteraciones en la participación relativa de los
distintos sectores productivos y las modificaciones de la distribución de la
riqueza no son bien captadas por la variación del PGB3. Sin embargo,
adoptamos aquí la convención de utilizar el PGB debido a que su evolución
está estrechamente vinculada a la de la actividad económica general y que
casi cualquier otro objetivo de política económica se facilita con un creci-
miento alto del PGB4.
El cuadro 1 describe la evolución del PGB, en una versión trimestra-
lizada, entre 1974 y 19825. Los críticos del modelo de mercado, cuando
observan la curva del PGB, suelen comparar sus dos puntos extremos y
concluir que el crecimiento promedio ha sido casi nulo (0,6% anual entre el
primer trimestre de 1974 y el último de 1982). Sus partidarios más entu-
siastas responden prestamente que deben descartarse los efectos de las
recesiones internacionales de 1975-76 y 1981-82. Prefieren, entonces, com-
parar el tercer trimestre de 1976 (cuando se inició el último despegue) con
el tercer trimestre de 1981 (cuando se inició la recesión actual). El resulta-
do: 9,5% de crecimiento promedio anual.
Ambos planteamientos yerran. El análisis del período exige distin-
guir entre la trayectoria central y el ciclo. La trayectoria central es el
resultado de la conformación estructural de la economía, la cual depende de
su modelo de desarrollo. Dicha trayectoria revela mayor o menor creci-
miento según cuán eficiente haya sido el modelo aplicado para generar y
asignar los recursos productivos.
El ciclo está determinado por las desviaciones del PGB respecto de
su trayectoria central. Dichas desviaciones son causadas por un sinnúmero
de factores de origen tanto externo como interno. La macroeconomía —una
rama de la ciencia económica— está dedicada al estudio de estas perturba-
ciones y a la evaluación de diferentes políticas estabilizadoras6.
Estadísticamente, es posible separar el ciclo de la trayectoria central
mediante el supuesto de que las desviaciones obedecen a factores aleato-
rios. Dicho procedimiento ha sido aplicado en el cuadro 1 y se ha obtenido

3
Para un análisis de algunas de las consecuencias sobre la distribución del ingreso y
la extrema pobreza de las políticas implementadas en 1974-82, ver Foxley, 1982; Méndez,
1980, y ODEPLAN, 1981.
4 La afirmación del texto no pretende desconocer la relevancia del importante debate

teórico y empírico acerca de los eventuales conflictos entre redistribución y crecimiento.


5
Dado que no existen cifras oficiales acerca del PGB trimestral hemos debido recu-
rrir a una estimación. Ver notas del cuadro 1.
6 Ver Fontaine, 1983.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 5

una tasa de crecimiento de la trayectoria central del PGB de 4,3% en el


período 1974-827. La magnitud de las desviaciones respecto a dicha trayec-
toria queda claramente dibujada en el mencionado cuadro y su análisis es el
tema principal del presente artículo. Sin embargo, es útil previamente intro-
ducir algunas consideraciones respecto de la trayectoria central.

2. El modelo y el crecimiento

A primera vista el 4,3% de crecimiento promedio anual de la trayec-


toria central del PGB parece pobre. No difiere significativamente del obser-
vado entre 1950 y 1970 (4,0% anual), y es sabido que el nuevo modelo de
desarrollo persigue objetivos más ambiciosos8. Sin embargo, el desempeño
del modelo debe ser evaluado de acuerdo a las circunstancias internas y
externas del período.
En primer lugar, debe destacarse que el cálculo de la trayectoria
ignora el costo heredado del experimento socialista de 1971-739. Nadie
discute que la reparación de los profundos desequilibrios existentes en
1973 exigía un severo ajuste, cuyo impacto sobre el PGB se hizo sentir
drásticamente en 1975. En segundo lugar, debe señalarse que el contexto
mundial ha sido básicamente desfavorable en el período. El cuadro 1 pre-
senta la trayectoria central que habría seguido el PGB durante el período de
1974-82, si es que hubiera crecido a su ritmo histórico (1950-70), corregido
por la trayectoria reciente de la economía mundial, la cual es ejemplificada
por la norteamericana. Se observa en dicho gráfico que, mientras histórica-
mente la economía chilena aventajaba en sólo 0,4% anual al ritmo de
crecimiento promedio de Estados Unidos, en 1974-82 dicha ventaja se
elevó a 1,5% anual. A ello debe agregarse que en el período bajo análisis
los términos de intercambio de nuestro comercio internacional fueron espe-
cialmente desfavorables (cayeron 21% en 1974-82 respecto a 1953-70)10.

7 Ver notas al cuadro 1.


8 Las proyecciones de crecimiento asociadas a la plena y eficaz aplicación de un
modelo de desarrollo como el que se ha estado construyendo en Chile han sido estudiadas por
el Banco Mundial, 1981; Cauas, 1980; Piñera, 1976; y Schmidt-Hebbel, 1980.
9
José Piñera estimó dicho costo aplicando una metodología que calcula la pérdida de
PGB que significó el experimento socialista respecto de la trayectoria histórica. Dicho cálculo
asciende a casi US$ 19.000 millones de hoy. Ver Piñera, 1976.
10 En 1981-82 el deterioro de los términos de intercambio se hizo dramático. Así, por

ejemplo, de acuerdo a CEPAL, en 1981, éstos fueron 59% inferiores a los de 1970. El
incremento de la deuda externa en años recientes se explica en buena parte como una compen-
sación ante una caída transitoria de los términos de intercambio.
6 ESTUDIOS PÚBLICOS

CUADRO 1: EVOLUCIÓN DEL PGB TRIMESTRALIZADO

160

ÍNDICE
P.G.B
150
TRIMESTRAL

140

TRAYECTORIA
130 EFECTIVA

120 TRAYECTORIA
CENTRAL

110

TRAYECTORIA
100 HISTÓRICA
CORREGIDA

90

80

70

TRIMESTRES
60
0 1 22 3 44 1 26 3 48 1 120 3 142 1 12 4 3 146 1 128 3 240 1 222 3 244 1 226 3 248 1 320 3 342 1 324 3 346

74 75 76 77 78 79 80 81 82

Trayectoria Efectiva: Muestra la evolución del producto geográfico bruto en forma trimestral.
No se publican en Chile cifras oficiales del PGB trimestral, por lo que para el período 1974-79
se usaron las estimaciones de Gutiérrez (1981). Dicha estimación fue empalmada con una
estimación provisoria del Departamento de Cuentas Nacionales del Banco Central.

Trayectoria Central: Muestra la tendencia del producto geográfico bruto trimestral entre 1974
y 1982. La tendencia fue estimada mediante mínimos cuadrados ordinarios y dio como resul-
tado una tasa de crecimiento de 4,3% anual, significativa al 99,95% de confianza. La regre-
sión explica, sin embargo, sólo un 55,3% de la varianza total de la serie debido a los ciclos
que muestra el período.

Trayectoria Corregida: Muestra la tendencia del PGB en base a su comportamiento histórico,


corregida por la trayectoria reciente de la economía mundial, ejemplificada por la de Estados
Unidos. La metodología empleada consistió en la estimación, de acuerdo a mínimos cuadra-
dos ordinarios, de la tendencia del PGB chileno en el período 1950-70, para lo cual se
utilizaron cifras anuales oficiales. El resultado de la regresión mostró un crecimiento de 4,0%
anual. El mismo procedimiento fue empleado para el cálculo de la tendencia del producto de
Estados Unidos, en igual período, la cual creció a una tasa de 3,6% anual es decir, 0,37%
anual inferior al crecimiento observado en la economía chilena. Para la estimación de la
trayectoria histórica chilena corregida, se suma a la tendencia mostrada por el producto
trimestral de Estados Unidos entre los años 1974 y 1982 (2,69% anual, estimada también por
mínimos cuadrados ordinarios) la señalada ventaja histórica de 0,37% del crecimiento de la
tendencia chilena sobre la norteamericana. La trayectoria así calculada, y que es representada
en el gráfico, refleja una tasa de crecimiento de 3,1% anual. Dicha tasa representa una estima-
ción aproximada del desempeño del modelo chileno histórico (1950-70) en las condiciones
internacionales de 1974-82.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 7

A la luz de las dos observaciones anteriores puede concluirse que el


4,3% anual de crecimiento de la trayectoria central del PGB es un buen
resultado. Sin embargo, se ha sostenido que el crecimiento del período no
fue “genuino”11, por cuanto: a) no habría estado sustentado en un verdade-
ro esfuerzo de ahorro interno y de inversión, sino en un “boom” de deuda
externa, y b) no se habría basado sobre la expansión de la producción
industrial, sino de los servicios de comercialización y financiamiento.
Escaparía a los propósitos del presente trabajo proceder a un análisis
detenido de las críticas mencionadas. Nos limitamos, en consecuencia, a
enunciar brevemente algunos comentarios al respecto. Es efectivo que el
débil esfuerzo de ahorro e inversión efectuado en el período abre interro-
gantes acerca de la permanencia a futuro del ritmo de crecimiento observa-
do. Pero esto no le quita mérito a los avances logrados. El crecimiento del
período 1974-82 ha estado esencialmente basado en un mejor aprovecha-
miento de los recursos productivos existentes y ello puede resultar —du-
rante un tiempo— más eficiente que la acumulación de nuevos recursos. En
todo caso, la tendencia creciente del ahorro y la inversión hasta 1980 refle-
jaban que progresivamente se iban estableciendo las bases para un creci-
miento alto y sostenido 12.
Una de las maneras en que se ha manifestado la mejoría en la
asignación de los recursos es en la formalización de mercados que anterior-
mente operaban —ineficientemente— de modo clandestino o paralelo. En
las cifras del PGB ello se ha reflejado en el sector financiero y la actividad
comercial. En el caso del primero, es evidente que su alto crecimiento
(15% anual en promedio) se debe a la expansión del sistema bancario, lo

11 Ver Ffrench-Davis, 1982.


12 El extraordinario dinamismo de las exportaciones en 1974-80 es quizás el mejor
indicador de la potencialidad de crecimiento del modelo de desarrollo. Sin embargo, se ha
sostenido (Vignolo, 1982) que la expansión de las exportaciones forestales, frutícolas, mineras
y pesqueras, obedeció en buena medida a inversiones anteriores, efectuadas o amparadas por
el Estado. Al respecto, cabe señalar que: a) es un mérito de la política económica del período
haber dispuesto las medidas cambiarias y de otro orden destinadas a maximizar los frutos de
dichos esfuerzos anteriores, y b) las inversiones realizadas durante 1974-82 llevan a la investi-
gación señalada a proyectar —bajo condiciones macroeconómicas propicias— un crecimiento
de las exportaciones de dichos sectores al saludable ritmo de 6,3% al año durante la presente
década. La respuesta del mercado en materia de plantaciones frutícolas (la superficie plantada
creció un 47% entre 1973 y 1981) y de plantaciones forestales (en promedio las plantaciones
anuales de 1974-82 cubrieron una superficie 4,5 veces mayor a las de 1960-70) es una muestra
de su sorprendente capacidad de reacción ante políticas apropiadas. El hecho llama la atención
si se recuerda que normalmente se ha considerado que la modernización de la agricultura es
un proceso lento (Schultz, 1964). Además, demuestra que el mercado es capaz de emprender
inversiones de largo plazo y, en consecuencia, carece de la “miopía” que a veces se le
atribuye.
8 ESTUDIOS PÚBLICOS

cual obedece a la formalización de un mercado de capitales que antes


estaba reprimido13. La expansión del comercio en los últimos años está
influida también por los saludables efectos de la liberación de precios, del
blanqueamiento de los mercados y del aumento de las importaciones. Sin
duda que los efectos mencionados no pueden elevar la tasa de crecimiento
del PGB en forma permanente, pero son ellos los que explican los acelera-
dos “despegues” que han experimentado durante diez años o más los países
que han introducido un modelo de desarrollo de libre mercado14.
En la sección anterior señalamos que la trayectoria central del PGB
es un resultado del modelo económico en aplicación y puede utilizarse para
juzgar su desempeño. Sin embargo, es necesario advertir que en el caso que
nos ocupa no es riguroso suponer que dicho indicador refleje los resultados
del nuevo modelo de desarrollo. Ocurre que la construcción de un modelo
es un proceso. Sus resultados deben ser, entonces, juzgados una vez que ha
transcurrido suficiente tiempo como para que: a) la obra esté concluida en
sus partes esenciales, y b) se aprecien nítidamente sus virtudes y defectos.
La economía chilena ha experimentado un marcado viraje en su
modelo de desarrollo entre 1974 y 1982. Sin embargo, buena parte de las
transformaciones más importantes concluyeron en los últimos años del pe-
ríodo, cuando la recesión ya se avecinaba. Así, por ejemplo, la desgrava-
ción arancelaria terminó en junio de 1979, las medidas más decididas de
apertura financiera se adoptaron en 1980 y la reforma previsional en 1981.
En verdad, aunque algunos economistas califiquen a la economía chilena
del período como de “liberal”, “modelo extremo de economía de mercado”
o “ultra-liberal”, lo cierto es que la estructura económica nacional ha sido
esencialmente mixta15. Pese al esfuerzo privatizador, el Estado retiene to-
davía un poderío económico que, aunque inferior al del experimento socia-
lista, supera en muchos campos al observado en la década del sesenta16.

13 Algo semejante se ha observado en otras economías que han alterado su modelo de

desarrollo en el mismo sentido que Chile (McKinnon, 1981). Acerca de las restricciones que
reprimían al mercado de capitales en Chile, ver Cruzat, 1969.
14
El efecto reasignación de recursos se refleja en los análisis de fuentes de crecimien-
to en un alto “componente no explicado” del crecimiento. Ver Cauas, 1980, Schmidt-Hebbel;
1981, y Chen, 1979.
15 Los calificativos mencionados aparecen, por ejemplo, en Ffrench-Davis, 1982 y

Foxley, 1982.
16
El tamaño del sector fiscal —excluido servicio deuda— alcanzó en 1981 su récord
histórico respecto del PGB (23,5%), a excepción hecha del período 1971-74. En la década del
sesenta, en cambio, dicha cifra ascendió a 20,7% del PGB en promedio (Ministerio de Hacien-
da, 1982). Marshall (1981) sostiene que la comparación anterior está distorsionada por modifi-
caciones contables y que el grueso de la reducción del Estado se ha concentrado en institucio-
nes que no forman parte del sector fiscal. Para eso propone una definición del sector público,
cuyo gasto —como porcentaje del PGB— pasa de 34,0% en 1969 a 26,7% en 1979. Méndez,
JUAN ANDRÉS FONTAINE 9

El carácter inevitablemente mixto de una economía en gradual pri-


vatización se ha probado costoso. El repliegue de la inversión, el empleo y
el endeudamiento externo del Fisco y las empresas públicas fue rápido. Sin
embargo, la mantención de una alta tributación destinada a solventar un
alto gasto social y la preservación en manos del Estado de sectores con
sobresaliente potencial de crecimiento le restaron fuerzas al sector privado
como para asumir por sí solo la responsabilidad de la inversión, del empleo
y del endeudamiento externo. En el período 1974-82 Chile tuvo una econo-
mía mixta con un Estado sin el dinamismo propio de dichos regímenes,
pero con un sector privado demasiado pequeño como para reemplazarlo
cabalmente.
En buena medida, las críticas que merece el desempeño de la econo-
mía durante el período 1974-82, en cuanto a crecimiento del PGB, genera-
ción de empleo, capacidad de inversión y utilización de la deuda externa se
deben a la deficiencia comentada en la sincronización del proceso de deses-
tatización y de privatización. Naturalmente, ello conduce la discusión hacia
la política de implementación del modelo y descarta las evaluaciones apre-
suradas del modelo mismo.

3. El movimiento cíclico

La evolución de la economía chilena durante el período 1974-82 ha


sido sorprendentemente cíclica. De hecho, las dos mayores recesiones des-
pués de la Gran Depresión pertenecen a dicho período17. La economía
mundial también ofrece un comportamiento semejante, pero la virulencia
del fenómeno observado en Chile no es frecuente en las economías en
tiempos de paz.

1981, utiliza una definición todavía más amplia —que incorpora a las empresas públicas— y
obtiene un gasto total del sector público de 55,7% del PGB en 1969, el cual pasa a 45,7% en
1979. Los dos trabajos anteriores no contienen cifras para los años previos a 1969. Finalmen-
te, si nos concentramos en las empresas públicas observamos que, de las 22 empresas de
significación que hoy posee el Estado, tres eran en 1969 mixtas (es decir, que el Estado poseía
entre 12% y 50% de su patrimonio) y tres eran privadas. Las primeras son CODELCO,
CHILECTRA y SOQUIMICH. Las segundas, C.T.C., ENACAR y ENAEX (ver Méndez,
1981).
17
Existen cifras oficiales del PGB sólo a partir de 1940, y desde entonces hasta ahora
el PGB muestra caídas en ocho años. Las tres mayores son las de 1982 (de 14,1%), 1975
(12,9%) y de 1947 (6,3%). Para el período anterior Davis y Ballesteros construyeron un índice
de actividad que incluye a la agricultura, la industria, la minería y los servicios públicos.
Dicho índice anota caídas de 21% en 1919, 14% en 1921, 11% en 1930, 17% en 1931 y 27%
en 1932.
10 ESTUDIOS PÚBLICOS

La primera recesión obedeció al esfuerzo invertido en la corrección


de los serios desequilibrios causados por el experimento socialista de 1971-
73 y la severa recesión mundial de 197518. La política de ajuste se basó en
la contracción del gasto público (15% en moneda nacional y 25% en mone-
da extranjera), el alza de impuestos (aumento de 10% en el impuesto a la
renta y otros), drástica devaluación del peso (42% real en el año) y una
gradual reducción en la tasa de expansión monetaria.
Los resultados del programa pueden apreciarse en el siguiente juicio
del Banco Mundial: “La pérdida de ingreso real y de empleo durante el
período de austeridad causó generalizados sacrificios, particularmente para
los desempleados urbanos que carecieron de una reserva de ahorros en la
cual apoyarse. Sin embargo, aunque puede ser posible criticar algunos as-
pectos del manejo económico durante este período, es difícil ver cómo
podría haberse evitado una importante contracción económica en vista de
que la nación tenía reservas internacionales netas negativas y un alto servi-
cio de las obligaciones externas, de la desastrosa declinación en su capaci-
dad de importar, y de la falta de confianza y/o hostilidad de los acreedores
extranjeros”19.
La recuperación se inició a mediados de 1976. Desde ese año se
aliviaron las cuentas externas y se observó una progresiva acumulación de
reservas internacionales. La autoridad monetaria permitió una sostenida
expansión de la cantidad real de dinero. Una política cambiaria ágil hizo al
tipo de cambio proteger la competitividad de la producción nacional y
neutralizar las presiones monetarias desestabilizadoras provenientes de la
balanza de pagos. Dicha política cambiaria admitió dos significativas reva-
luaciones del peso, las que contribuyeron a detener a las expectativas infla-
cionarias. La política fiscal, por su parte, jugó un rol pasivo en el proceso
de reactivación20.
Cuando se revisan las cifras del período llama la atención la veloci-
dad de la respuesta del mercado a los estímulos de la política macroeconó-
mica. La reactivación fue protagonizada por el sector privado, el cual desa-
rrolló vertiginosamente a las exportaciones, atrajo gruesos volúmenes de
capital desde el exterior y, en fin, promovió un a acelerada recuperación de
la producción y del empleo.

18 Acerca del período ver Banco Mundial, 1981; Cauas y De la Cuadra, 1981; Harber-

guer, 1982; Sjaastad y Cortés, 1978.


19
Banco Mundial, 1981, pág. V.
20 Si bien la política fiscal no jugó un rol protagónico en la reactivación, admitió

importantes rebajas tributarias cuando ésta ya estaba en marcha.


JUAN ANDRÉS FONTAINE 11

La recuperación estuvo concluida en 1978. La economía inició, en-


tonces, un nuevo ciclo, cuya fase expansiva alcanzó su punto culminante a
mediados de 1981. Desde entonces la actividad económica ha experimenta-
do una caída casi ininterrumpida, la cual ha provocado serios trastornos
económicos e impuesto pesados sacrificios a la población.
Los violentos giros de la actividad económica pueden ser entendidos
al observar las fluctuaciones de los precios claves de la economía: el tipo
de cambio real (un indicador de la capacidad de la producción nacional
para competir ventajosamente tanto en los mercados externos como en el
interno); la tasa de interés real de corto plazo (un indicador del costo del
crédito de uso más masivo); y el índice de remuneraciones reales (un indi-
cador del costo de la mano de obra de los sectores productivos más repre-
sentativos). El cuadro 2 muestra la evolución extremadamente cíclica de
los precios claves. Así, entre 1976 y 1980-81, el tipo de cambio real y la
tasa de interés real descendieron sostenidamente, en tanto que los salarios
reales subieron en forma pronunciada. Estas tendencias fueron bruscamente
invertidas en 1981-82, y ello —como era de suponer— afectó los planes de
consumidores e inversionistas.
Los precios claves constituyen el marco de referencia de las decisio-
nes económicas. El profundo quiebre en el curso del tipo de cambio real,
las remuneraciones reales y los intereses reales provocaron desconcierto.
Los agentes económicos —extrapolando de la tendencia anterior— se ha-
bían forjado expectativas y emprendido proyectos que resultaron a la postre
desbaratados por la realidad. Así, probablemente, muchas de las ganancias
de eficiencia económica asociadas a los mercados libres y competitivos no
se han visto materializadas.
En el debate público ello ha sido con frecuencia interpretado como
una prueba de que —después de todo— la empresa privada es tan inefi-
ciente como la pública. Por ejemplo, en el caso de la banca privada, ella ha
sido acusada de falta de profesionalismo y seriedad en sus evaluaciones. Es
casi seguro, sin embargo, que cualquier agente económico —público o
privado— habría sido llevado a decisiones erradas por el accidentado com-
portamiento de los precios claves. Si el sector público hubiese jugado un
rol empresarial más dinámico en el período, también estaría recibiendo las
acusaciones de mala administración. Pero, en verdad, basta una mirada al
cuadro 2 para comprender las dificultades de la función empresarial en el
período 21.

21
Fontaine, 1982.
12 ESTUDIOS PÚBLICOS

CUADRO 2: LOS PRECIOS CLAVES

(1) (2) (3)


Cambio Real Tasa de Interés Remuneraciones
% Reales

1974 131 n.d. 60


1975 186 n.d. 63
1976 148 71,6 64
1977 130 56,1 81
1978 140 37,8 82
1979 126 9,2 83
1980 114 13,3 95
1981 100 48,1 109
1982 116 25,7 110
1983* 139 30,3 95

* Se refiere al primer trimestre de 1983.


(1) Tipo de cambio real efectivo, que mide el efecto combinado de las variaciones en
los precios de las monedas de nuestros principales países socios y las diferencias entre sus
tasas de inflación (IPM) y la nuestra (Deflactor Implícito del PGB). Los países considerados
en la muestra son Estados Unidos, Japón, Alemania, Argentina y Brasil. Se presentan valores
promedio por año en un índice con base 100 en 1970.
(2) Tasa de interés real cobrada por el sistema bancario por créditos en pesos de corto
plazo (30 a 90 días). Se presentan valores promedio a lo largo de cada año. Dado que no existe
un Deflactor Implícito del PGB mensual, éste fue aproximado mediante un promedio simple
del IPC y el IPM. El valor para 1974-75 no está disponible (n.d.), porque la tasa de interés
entonces era fijada por la autoridad.
(3) Remuneraciones reales calculadas según el índice nominal de sueldos y salarios
del INE, deflactado por el Deflactor Implícito del PGB. Se presentan valores promedio por
año en un índice con base 100 en 1910.

Podría culparse al mercado de haber generado un comportamiento


impredecible en los precios claves. Sin embargo, un argumento completo
en ese sentido exigiría determinar el origen de las perturbaciones que han
alterado a los tres precios claves. Al respecto, caben dos posibilidades: o
bien las perturbaciones provienen de ciertos comportamientos de las unida-
des económicas que son inevitables en un modelo de mercado o se trata de
perturbaciones que ha introducido el Estado —por obra u omisión— en la
ejecución de su política económica. A la primera explicación pertenecen
las versiones —de sello keynesiano— que atribuyen a las expectativas
optimistas el sector privado en el haber provocado un aumento desmedido
del gasto y del endeudamiento, lo cual habría desatado los movimientos
comentados de los precios claves. La explicación alternativa —una inter-
JUAN ANDRÉS FONTAINE 13

pretación monetaria— culpa a la política monetaria y cambiaria de haber


desajustado al tipo de cambio real la tasa real de interés y las remuneracio-
nes reales. Las próximas tres secciones se dedican a dilucidar la responsa-
bilidad del mercado y de las políticas en el comportamiento de los precios
claves.

4. El problema cambiario

Hay consenso entre los observadores de la economía chilena que la


competitividad de nuestra producción se deterioró drásticamente tanto en el
mercado interno como en el externo desde 1979 a 198122. Dicho deterioro
ha sido sindicado como uno de los principales causantes de la crisis actual.
Nadie discute que parte del problema provino de la caída de los precios de
las exportaciones nacionales relativas a los de nuestras importaciones, algo
que la política económica interna no podía evitar. Sin embargo, existe
amplio acuerdo en que ello no explica el grueso del problema23.
La pérdida de la competitividad se reflejó en una extraordinaria
expansión de las importaciones y una progresiva disminución del empuje
exportador. Naturalmente, ello causó serios daños en la agricultura, la in-
dustria y la minería, actividades todas conectadas al comercio exterior.
El blanco más inmediato de las críticas ha sido la política de arance-
les uniformes y bajos. No es extraño que, siendo éste uno de los elementos
más revolucionarios del modelo de desarrollo, resulte cuestionado cuando
el comercio exterior produce resultados desfavorables24.
Por eso han recrudecido las proposiciones de aranceles más altos o
más diferenciados. Sin embargo, y al margen de las observaciones que
merecen la oportunidad y la velocidad de la desgravación arancelaria, las
barreras arancelarias sólo pueden proteger a los productos nacionales en
sus mercados internos. Cuando la pérdida de competitividad es compartida
por los exportadores y los que compiten con las importaciones, el problema
es, indiscutiblemente, de carácter cambiario.
El tipo de cambio real —un indicador de la competitividad de la
producción nacional— disminuyó en 28% entre 1978 y 1981, es decir, a lo

22 Sjaastad, 1981, es posiblemente la única opinión contraria. Sin embargo, Sjaastad,

1982, acepta implícitamente el diagnóstico del deterioro del tipo de cambio real a partir de
fines de 1980.
23 Ver, por ejemplo, Ministerio de Hacienda, 1982.
24 Sobre los fundamentos y aplicación de la política arancelaria, ver Cauas y De la

Cuadra, 1981; Sjaastad y Cortés, 1981.


14 ESTUDIOS PÚBLICOS

largo de la fase expansiva del ciclo actual (ver cuadro 2, columna 1). Dicha
cifra despeja cualquier duda acerca del origen de la pérdida de los merca-
dos internos y externos de los productos nacionales.
La drástica revaluación real del peso, ¿fue responsabilidad del mer-
cado o de la política? Diversos estudios han demostrado que la política de
cambio fijo agravó el deterioro cambiario real en por lo menos dos senti-
dos25: a) la fijación nominal ocurrió cuando la inflación alcanzaba a un
ritmo anual de 35% y en el mejor de los casos debía descender gradual-
mente a consecuencia de esa decisión, y b) la desinflación mundial de
1981-82, causada por las políticas monetarias contractivas de diversas paí-
ses, retardó adicionalmente la convergencia de la inflación interna a la
mundial. Ambos factores son evidentes y no parece necesario extenderse
acerca de ellos.
Sin embargo, la causa que parece cuantitativamente más importante
es el grueso influjo de capitales externos durante 1980 y 1981, fenómeno
que se observó simultáneamente en gran parte del continente. El caudal de
divisas proveniente de dicha fuente debió ser acomodado mediante un alza
de las importaciones y una rebaja de las exportaciones. El ajuste exigió,
como era previsible, una severa revaluación real del peso. Cuando el ingre-
so de capitales comenzó a disminuir hacia niveles más normales, se hizo
necesario un movimiento inverso en el tipo de cambio real: la devaluación
real del peso26. Dado que esto último ha ocurrido en un contexto de pesi-
mismo financiero internacional y de fuertes desequilibrios internos, ha exi-
gido un esfuerzo considerable.
En vista de los costos producidos por la accidentada curva del tipo
de cambio real en 1979-82, hay quienes sostienen que el mercado falló por
cuanto generó un ingreso excesivo de crédito externo27. El argumento es el
siguiente: las buenas perspectivas de la economía chilena hacia 1980 dieron
lugar a una explosión de optimismo que alentó ambiciosos proyectos de
consumo e inversión. El optimismo fue compartido por consumidores, in-
versionistas, empresarios y banqueros nacionales y extranjeros. Estos últi-
mos facilitaron al sector privado la elevada suma de créditos externos que

25 Ver, por ejemplo, Corbo, 1982a y 1982b; Morgan Guaranty Trust, 1982; Sjaastad,

1982 y Cortés, 1982.


26
El tema del impacto de la apertura financiera sobre el tipo de cambio real y de los
ajustes correspondientes es tratado en Fontaine, 1981a. Ver también Corbo, 1982b y Edwards,
1982.
27 Este argumento —difundido desde diversos medios— ha sido oficialmente adopta-

do por el Banco Central. Ver Banco Central, 1983.


JUAN ANDRÉS FONTAINE 15

desajustó al tipo de cambio real. Cuando los instintos empresariales se


tornaron pesimistas, cesó el ingreso de capitales y quedó al descubierto el
desequilibrio cambiario28.
Naturalmente, este diagnóstico recomienda un mayor control estatal
del volumen y/o la asignación del crédito externo. Por ejemplo, se sostiene
que la autoridad monetaria debió haber regulado más intensamente el in-
greso de capitales y vigilado su canalización hacia sectores cubiertos del
riesgo de cambio.
Es indiscutible que el proceso de desregulación del ingreso de capi-
tales debe ser programado en forma gradual. En el caso que nos ocupa no
fue así. El Banco Central adoptó las medidas aperturistas en forma discon-
tinua e intempestiva, y mantuvo ciertas restricciones distorsionadoras29.
También es indiscutible que —debido en parte a la situación de liquidez
mundial— se produjo un abultado endeudamiento externo en 1980-81, y
que dichos recursos a menudo se destinaron a proyectos que no aportan las
divisas requeridas para hacer frente a las obligaciones del país con el exte-
rior.
Sin embargo, antes de culpar al mercado de optimismo excesivo, es
necesario investigar los incentivos que recibieron los agentes económicos
de parte de la política interna. Desde esta perspectiva, la política de cambio
fijo es encontrada nuevamente culpable.
En efecto, la política de cambio fijo alentó un endeudamiento exter-
no ineficiente. Por una parte, la combinación entre elevadas tasas de interés
en moneda nacional (ver sección 3) y un tipo de cambio real en continuo
deterioro rebajó significativamente el costo aparente del endeudamiento en
moneda extranjera. Por otra parte, la publicitada fijación indefinada del tipo
de cambio nominal pareció eliminar —por decreto— el riesgo cambiario30.
Ambos elementos aumentaron artificialmente la demanda por financia-
miento externo y desviaron dichos recursos hacia proyectos de consumo o
de inversión de dudosa rentabilidad bajo condiciones cambiarias distintas.

28 La explicación “sicológica” del auge l979-81, y su posterior derrumbe —que discu-

timos en la presente y siguientes secciones en sus diferentes aplicaciones—, tiene gran poder
descriptivo (ver Barandiarán, et al., 1981). Sin embargo, no es susceptible de constituirse en
una teoría, por cuanto no formula predicciones. La hipótesis alternativa —que las políticas
vigentes provocaron los comportamientos observados— tiene, en cambio, características de
una teoría, cuyas predicciones pueden ser refutadas por la evidencia.
29 El proceso de liberalización financiera es estudiado en Ffrench-Davis y Arellano,

1981. Algunas de sus distorsiones son analizadas en Zahler, 1978. Fontaine, 1981a, contiene
un análisis crítico de las regulaciones vigentes y contempla proposiciones de política. Ver
también: Gutiérrez, 1982; Rosende, 1981b; y Sjaastad, 1982.
30 Ver, por ejemplo, Ministerio de Hacienda, 1981.
16 ESTUDIOS PÚBLICOS

En la discusión acerca de regímenes cambiarios es frecuente que se indique


como una virtud de la política de cambio fijo el que favorece la captación
de ahorro externo31. Nuestra experiencia demuestra que dicho atributo pue-
de resultar costoso en relación tanto al volumen como al destino del endeu-
damiento externo.
Puede contraargumentarse, sin embargo, que la fijación del cambio
nominal no impide sus movimientos reales y que, en consecuencia, los
costos y riesgos reales del endeudamiento externo no fueron alterados por
dicha política cambiaria. La objeción es correcta, pero supone que el mer-
cado podía apreciar acertadamente el mecanismo de ajuste propio del cam-
bio fijo. Así, por ejemplo, supone que los agentes económicos debían haber
anticipado que, ante un problema de balanza de pagos, se produciría de
todos modos una devaluación real mediante la deflación de precios y sala-
rios. Nuestra larga historia inflacionaria y el extendido uso de cláusulas de
reajustabilidad automática, tanto en los contratos laborales y de crédito
como en la estructura de impuestos y subsidios, hicieron al mercado desco-
nocer dicho mecanismo de ajuste. Todavía más, el hecho de que la “indexa-
ción” de los contratos y los programas de gasto social fuese promovida por
el propio Gobierno hasta fines de 1981, hace pensar que ni siquiera las
autoridades económicas sospechaban el modo de operar de un régimen de
cambio fijo aquejado de un desequilibrio de balanza de pagos. Una ventaja
de una política de cambio flexible, operada ya sea a través de un cambio
flotante o administrada por el Banco Central, es permitirle al mercado
aquilatar con mayor precisión los verdaderos costos y riesgos de las opera-
ciones comerciales y financieras con el exterior.
Es probable que una desregulación de las operaciones financieras
con el exterior, tan pronunciada como la experimentada en Chile, habría
producido siempre un incremento significativo de la deuda externa y ello
habría provocado algún deterioro en el tipo de cambio real. Posiblemente,
además, sea inevitable que en la etapa inicial del proceso la entrada de
capitales sea anormalmente alta. Pero una política de cambio flexible ha-
bría hecho más gradual la acumulación de obligaciones con el exterior.
Quizás ello le habría restado fuerza a la fase expansiva del ciclo, pero le
habría conferido mayor estabilidad al crecimiento.
Pese a que la discusión de la política cambiaria ha adquirido a veces
en Chile ribetes ideológicos, el tema es esencialmente técnico. Nuestra
última experiencia de cambio fijo demuestra algo largamente debatido en la

31 Ver Cortés, 1981a.


JUAN ANDRÉS FONTAINE 17

literatura económica pertinente32. Las ventajas y desventajas de dicha polí-


tica respecto a una de cambio flexible (flotante o administrado) deben
evaluarse en la perspectiva de la probabilidad de ocurrencia de presiones
desestabilizadoras. El cambio fijo es adecuado para ajustar desequilibrios
de origen monetario interno, pero introduce altos costos sociales cuando
intenta ajustar desequilibrios de carácter externo o real, como aquellos
provenientes de, respectivamente, las fluctuaciones monetarias internacio-
nales de 1981-82, y los altibajos en los flujos de créditos externos. Así en
1980, el cambio fijo suscitó una excesiva presión inflacionaria (aunque
entonces era defendido por sus atributos antiinflacionarios) para rebajar un
tipo de cambio real demasiado alto en vista de la entrada de capitales.
Desde 1981 en adelante, cuando la recesión mundial y el menor ritmo de
afluencia de crédito externo debilitaron a nuestra balanza de pagos, el
cambio fijo se transformó en factor de recesión y deflación a fin de aumen-
tar la competitividad de la producción nacional, cerrar la brecha entre im-
portaciones y exportaciones y recuperar la confianza de la banca extranjera.
Las sucesivas devaluaciones del peso ocurridas durante el segundo
semestre de 1982 han ido reparando paulatinamente el problema de la
competitividad perdida. Actualmente el tipo de cambio real está probable-
mente por encima de su nivel de equilibrio de largo plazo33, y se están
alterando los precios relativos en beneficio de los productos nacionales.
Desgraciadamente, sin embargo, la tardanza con que se corrigió la política
cambiaria hizo que el desequilibrio monetario y de tasas de interés (ver
sección 5) hubiera alcanzado ya proporciones peligrosas. Las modificacio-
nes cambiarias no fueron acompañadas de un programa monetario con-
gruente con ellas y, al contrario, el Banco Central permitió una restricción

32 Clásicos artículos que sustentan este enfoque son los de Friedman, 1953 y Haber-

ler, 1965. Para una discusión teórica de esta materia en el contexto de una economía pequeña
y abierta, ver Fontaine, 1981d. Una aplicación de esa argumentación al debate cambiario
chileno de 1981-82 se presenta en Fontaine, 1981c. Sjaastad, 1982, desestima este tipo de
argumentos, porque sostiene que son útiles sólo si la autoridad puede anticipar la naturaleza de
las presiones desestabilizadoras. Sin embargo, es evidente que la argumentación del texto se
refiere al origen más probable —si monetario interno, externo o real— de las eventuales
perturbaciones. En la elección del régimen cambiario apropiado un elemento crucial es la
apreciación acerca de las fuentes de la inestabilidad o, en otras palabras, la comparación de las
varianzas de los shocks internos, externos y reales.
33 En el debate público se ha sostenido que el tipo de cambio real está hoy a su nivel

más alto de los últimos 25 años. Ello es cierto si se utiliza como deflactor el IPC oficial. Dado
que dicho índice ha sido cuestionado, es preferible usar el Deflactor Implícito del PGB. El
cuadro 2 muestra que, al aplicar dicho deflactor, el cambio real actual resulta inferior al de
1975, 1976 y 1978. Sin embargo, bajo condiciones de equilibrio en materia de términos de
intercambio, tasa de interés internacional y entrada de capitales, es probable que el tipo de
cambio apropiado sea sustancialmente menor que el actual.
18 ESTUDIOS PÚBLICOS

de la liquidez real que abortó buena parte de los efectos reactivadores de


las devaluaciones34. Además, las autoridades no adoptaron a tiempo medi-
das dirigidas a detener la pérdida de reservas internacionales causada por el
desendeudamiento en moneda extranjera y la compra de divisas. Finalmen-
te, el abandono de la política de cambio fijo no fue seguido de la definición
de una nueva política cambiaria flexible, pero estable35. Dicha tarea está
aún pendiente.

5. El problema monetario

Durante el último trienio el costo real del crédito en pesos ha sido de


28% anual en promedio (ver cuadro 2, columna 2). Como son pocos los
proyectos de inversión o de consumo que resultan convenientes cuando el
costo del capital es tan alto, la demanda agregada ha caído verticalmente,
provocando una severa depresión en la producción y el empleo. En el
intertanto, y como son también escasos los activos que rinden una rentabili-
dad semejante, las deudas han debido ser renovadas sucesivamente a la
espera de condiciones más propicias. Ello ha comprometido la solvencia de
numerosas empresas y amenaza la estabilidad del sistema financiero. Así
ocurre la paradoja de que un modelo de desarrollo que privilegia la iniciati-
va privada ha terminado con una estructura empresarial y financiera seria-
mente averiada.
Son muchos los factores que han contribuido a elevar el costo real
del crédito. Entre ellos deben considerarse la debilidad de nuestro esfuerzo

34 Los efectos reactivadores de una devaluación en las circunstancias de 1981-82, se

describen en Fontaine (1981c y 1982). Bajo cambio fijo, los desequilibrios de la balanza de
pagos se ajustan mediante una contracción de la demanda agregada y ello había estado ocu-
rriendo en Chile desde mediados de 1981. La devaluación permitía llevar a cabo una política
fiscal y monetaria de carácter expansivo, porque —al modificar los precios relativos— contro-
laba directamente el gasto nacional en bienes importables o exportables. Las autoridades
decidieron, sin embargo, no llevar a cabo dicha política y preservaron el esquema de política
monetaria neutra. Como era de suponer, la devaluación sin la política expansiva resultó
contractiva, porque introdujo una presión de costos (insumos importados) y elevó los gastos
financieros.
35 En los nueve meses que transcurrieron entre junio de 1982 y marzo de 1983 Chile

experimentó todas las fórmulas cambiarias posibles. La más interesante, a mi juicio, es la


fórmula del cambio flotante, regulado prudentemente por el Banco Central en caso de fluctua-
ciones desestabilizadoras. Por un corto espacio de tiempo ella fue ensayada y no dio los
resultados esperados debido a que fue implementada en medio de una vorágine de medidas
improvisadas (liberalización total de las operaciones de cambio, regulaciones bancarias, etc.)
y en un clima de creciente desconfianza. Esta experiencia demuestra que los períodos de crisis
no son apropiados para llevar a cabo reformas cambiarias profundamente innovadoras, pero
no refleja las verdaderas virtudes y defectos del cambio flotante.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 19

de ahorro y —desde 1982 en adelante— la disminución del volumen y el


alza de la tasa de interés de los créditos externos. El debate público ha
identificado, sin embargo, la existencia de una demanda de crédito excesiva
respecto de su oferta como la principal causa del problema.
La discusión parece haberse centrado en el comportamiento de la
demanda de crédito36. Los argumentos al respecto van desde (incorrectos)
análisis parciales acerca de la evolución del crédito bancario hasta plantea-
mientos que detectan determinadas fallas estructurales en el mercado de
capitales37.
La versión más popular le atribuye el alza de la tasa de interés a una
excesiva demanda de crédito, la cual provendría de la resistencia del mer-
cado a ajustar su comportamiento a las deprimidas condiciones actuales de
la economía 38. Esta interpretación está asociada al diagnóstico del exceso
de optimismo y de endeudamiento, comentado en la sección anterior. Se
sostiene que los proyectos de consumo e inversión en el período del auge
han terminado causando abultadas pérdidas. El ajuste del gasto requiere
que tales pérdidas sean reconocidas mediante liquidaciones de inventarios
y activos, cierres y quiebras de empresas, desempleo de recursos, etc. Me-
diante semejante procedimiento, que se admite costoso, pero se estima
inevitable, se supone que los precios de los activos y los salarios deberían
adecuarse al período de restricción que es congruente con la escasez de
ahorros tanto internos como externos, que hoy nos aqueja39.
La argumentación descrita ofrece una original crítica a la macroeco-
nomía convencional, porque le atribuye a un virtual “déficit del sector
privado” —financiado en el mercado de capitales— consecuencias tan gra-
ves como las que ésta le asigna al déficit del presupuesto del sector público.
Naturalmente, la confianza en el buen funcionamiento del modelo de libre
mercado se basa en parte en que esos déficit privados no se suscitan espon-
táneamente, sino que son fruto de las políticas macroeconómicas.
Es por eso que las soluciones al problema que se desprenden del
enfoque descrito, en general, no se avienen con los fundamentos de una

36
Ver Barandiarán, 1982; Banco Central, 1983; Revista de Economía, 1982; Wi-
lliamson, 1982; Cortés, 1982; y Sjaastad, 1982.
37 La hipótesis estructuralista correspondiente ha sido planteada, por ejemplo, por

Cortés, 1982 y Sjaastad, 1982, quienes le atribuyen a las vinculaciones de propiedad entre los
bancos y las empresas el aumento de la demanda de crédito. Para un análisis crítico del tema,
ver Moreno y Pérez, 1982.
38 Ver, por ejemplo, El Mercurio, “Semana Económica”, 22 de enero de 1983.
39 La necesidad del ajuste fue planteada en Ministerio de Hacienda, 1981. La deman-

da de crédito ha sido culpada de entorpecerlo y elevar excesivamente la tasa de interés. Ver


Banco Central, 1983; Barandiarán et al., 1982 y Williamson, 1982, entre otros.
20 ESTUDIOS PÚBLICOS

economía de libre mercado. Paradójicamente, ni siquiera las explicaciones


y soluciones propuestas por sectores afines al Gobierno revelan mayor
confianza en el funcionamiento de un mercado de capitales que fue conce-
bido como pieza fundamental del modelo de desarrollo40. En efecto, para
los problemas inmediatos se demanda la intervención estatal en el control
del crédito a fin de precipitar la ejecución de los deudores considerados
insolventes. Como remedio más definitivo, se han promulgado —y se pro-
ponen más— regulaciones restrictivas para los intermediarios financieros.
El enfoque comentado se sustenta en una apreciación subjetiva acer-
ca de las expectativas que es “conveniente” tolerar en un mercado. Ello
parece reñido con las premisas básicas de una economía de mercado y
tampoco se aviene con la concepción de una sociedad libre. El argumento
que criticamos sugiere, en el fondo, que determinados agentes económicos
poseen una percepción “excesivamente” optimista acerca de su propia ri-
queza y por eso sostienen —por la vía del crédito— proyectos de inversión
o de consumo que son objetivamente antieconómicos. Desgraciadamente,
sin embargo, los que sustentan esta hipótesis suelen no acompañar su juicio
con un conjunto coherente de proyecciones macroeconómicas destinado a
fundamentar su raciocinio41. A falta de éste, todo parece indicar que consi-
deran normales las condiciones económicas actuales. Dada la magnitud de
la caída de la actividad económica (ver cuadro 1) ello equivale a creer que
todo el crecimiento logrado desde 1978 (¡y desde 1970 también!) ha sido
ficticio, producto de un “boom” de gasto y deuda externa.
El mercado indica otra cosa. Lo único que puede, racionalmente,
explicar que los agentes económicos se resistan a ajustarse a determinadas
condiciones presentes es que las estimen transitorias, fruto, por ejemplo, de
un desequilibrio cíclico. Quienes aprecian las ventajas del mercado piensan
que su mano invisible es la llamada a determinar la viabilidad de los pro-
yectos, la cual depende de subjetivas apreciaciones acerca de la evolución
futura de los negocios42. Una de las virtudes del mercado es que pone en
juego a las expectativas de variados agentes económicos, expectativas que
incluyen tanto predicciones acerca del curso de las variables económicas

40 Ver Banco Central, 1983.


41 Por ejemplo, Banco Central, 1983, estima en 2.0-2.4 mil millones de dólares las
pérdidas que deben “reconocerse”. Sin embargo, no ofrece ninguna proyección a futuro de
tasas de interés, tipo de cambio, niveles de salarios, etc., que son el ingrediente básico para un
cálculo semejante.
42 Hayek, 1945.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 21

como de las políticas43. Negarle al mercado esta función especulativa —en


el buen sentido de la palabra— es mutilarlo en una de sus partes esencia-
les 44. Naturalmente, el juicio del mercado no es infalible y, en períodos de
crisis, las expectativas pueden ser particularmente confusas 45. Es por eso
que al Estado le cabe un rol de orientación a través de su política ma-
croeconómica 46 (ver sección 7).
La alternativa es la intervención estatal directa47. Los partidarios de
la planificación central suponen que los tecnócratas gubernamentales resul-
tan más eficaces que el mercado para detectar los proyectos viables. Por
eso recomiendan el control y la asignación centralizada del crédito. La
intervención microeconómica del Estado se ha probado económica y políti-
camente costosa 48. Las decisiones centralizadas de los mercados —orienta-
dos por una buena política macroeconómica— constituyen una opción más
eficiente.
Ahora bien, aunque fuese efectivo que el mercado no se ha ajustado
todavía a la realidad actual y que la consiguiente presión crediticia eleva la
tasa de interés, no se sigue de ello que la restricción de la demanda de
crédito facilitaría la reactivación de la producción y del empleo. En efecto,
la intervención del Estado destinada a forzar dicho ajuste tendría un efecto

43 La literatura de las expectativas racionales plantea que los agentes económicos

forman sus expectativas en función de las políticas vigentes. La experiencia chilena reciente
muestra una dimensión más amplia de la racionalidad individual. Los agentes económicos
vaticinan cambios en las políticas de acuerdo a los resultados esperados de las políticas
vigentes. Así, por ejemplo, los resultados esperados del llamado ajuste automático hicieron
prever al mercado que éste sería abandonado y lo fue. En el debate público se le ha dado a
esto una connotación negativa: que los ajustes se retardan, porque se esperan acciones de
salvataje por parte del Estado (Barandiarán, et al., 1982). Sin embargo, si ello es racional —en
el sentido definido más arriba—, es entonces predecible. Luego, la política económica debe
tomar en cuenta la apreciación del mercado acerca de su viabilidad.
44 Kirzner, 1973.
45 Esto se refleja en que los precios de mercado, en períodos críticos, no contienen

toda la información relevante. Naturalmente, ello describe una situación de desequilibrio y,


por tanto, pasajera. Ver Kirzner, 1973.
46 Fontaine, 1983a.
47 Naturalmente, la intervención del Estado se justificaría si el mercado fuese distor-

sionado por prácticas monopólicas. En tal caso, debería aplicarse la legislación antimonopo-
lios. Sin embargo, no se han efectuado ni demostrado cargos semejantes en el caso que nos
ocupa. En cambio, se han mencionado dos prácticas que distorsionarían los incentivos propios
de un mercado de capitales competitivo. La primera es la existencia de estrechas vinculacio-
nes de propiedad entre las empresas y sus intermediarios financieros. La segunda, es la
existencia de una garantía estatal tácita sobre el total de los depósitos bancarios (ver William-
son, 1982). La evidencia de otros países con estructuras bancarias semejantes —Alemania,
España, Japón y México, para nombrar sólo a algunos— abre una interrogante acerca de su
relevancia empírica.
48 Ver Stigler, 1975.
22 ESTUDIOS PÚBLICOS

contractivo sobre el gasto nacional y ello acentuaría la depresión de las


ventas, la producción y el empleo49. Conceptualmente, sería equivalente a
recomendar —luego de una caída estimada en 21% del gasto nacional en
1982— una disminución del gasto público o un incremento obligado del
ahorro. Medidas semejantes son capaces de rebajar la tasa de interés, pero
al costo de aumentar el desempleo.
Desde el punto de vista del diseño de la política macroeconómica,
ha sido más útil concentrarse en la oferta que en la demanda de crédito
cuando se analiza la determinación de la tasa de interés50. La oferta de
fondos prestables está vinculada a la cantidad real de dinero. Una disminu-
ción indeseada en la cantidad real de dinero lleva a los agentes económicos
a recortar sus tenencias de activos financieros, los cuales son la contraparti-
da de la oferta de crédito. La contracción crediticia eleva la tasa de interés
y deprime la actividad económica. Esta es la raíz de la correlación observa-
da en los más variados países entre dinero, interés, actividad económica y
nivel de precios.
El curso de la liquidez real está siempre influido por la política
monetaria. Ello se debe a que tanto la trayectoria de las expectativas como
de la inflación misma suelen responder con cierta inercia a las presiones
monetarias. Se suscitan así variaciones reales en la liquidez, cuando el
Banco Central permite variaciones no demandadas en la cantidad de dine-
ro. En Chile, sin embargo, se oye decir con frecuencia que el Banco Central
no afecta nunca a la cantidad real de dinero o a las tasas reales de interés, lo
cual es efectivo sólo si las precios, salarios y expectativas se ajustan con
gran rapidez51. Si ello no es así, dicha afirmación es válida sólo en una
perspectiva de largo plazo y de dudosa pertinencia para la discusión de la
coyuntura macroeconómica52.
El ciclo económico vigente guarda estrecha correspondencia con la
evolución monetaria53. A mi juicio, tanto la fase de auge como la de rece-
sión se ajustan con una precisión propia de libro de texto a la interpretación

49 La liquidación de activos rebajaría la percepción de su riqueza por parte de los

agentes económicos y contraería su gasto. Ello es de efecto recesivo. Sin embargo, en alguna
medida puede también rebajar la demanda de dinero, atraer capitales externos y forzar un
aumento de la liquidez real mediante reducciones de precios. La probabilidad de que estos
últimos efectos —de carácter reactivador— sean eficaces es mínima.
50 Friedman, 1964.
51 Friedman, 1976.
52 Lucas, 1977, ha demostrado que si las economías son “bombardeadas” continua-

mente de perturbaciones monetarias y reales, los precios terminan mostrando cierta inflexibili-
dad ante perturbaciones de ambos tipos. Bajo esta perspectiva, el ajuste de largo plazo es
irrelevante, porque las perturbaciones son sucesivas.
53 Fontaine, 1983 b.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 23

monetaria del ciclo. Bajo dicha interpretación, el exceso de gasto y de


endeudamiento, que se observó durante la fase expansiva del ciclo (1978-
81), no fue producto de un brote autónomo de optimismo, sino que fue
motivado por una expansión extraordinaria de la oferta de dinero y de
crédito, permitida por el Banco Central. Asimismo, la aguda fase recesiva
del ciclo no proviene de un súbito cambio de ánimo de consumidores e
inversionistas, sino de una política monetaria contractiva.
Como es sabido, la trayectoria de la oferta monetaria ha estado
últimamente determinada básicamente por las transacciones comerciales y
financieras de los agentes económicos nacionales con el exterior. Semejan-
te política monetaria —llamada neutra o dependiente— resultó expansiva
mientras la balanza de pagos se mostró holgada. Desde el segundo trimes-
tre de 1981, cuando las cuentas externas se tornaron progresivamente des-
favorables, resultó restrictiva. La restricción de la liquidez real alcanzó
proporciones críticas durante 1982, porque se sumaron al efecto contracti-
vo de la pérdida de reservas internacionales las presiones inflacionarias que
—previsiblemente— desataron las devaluaciones. La decisión del Banco
Central de permitir esa drástica contracción en la liquidez real transformó
una recesión moderada en la crisis económica y financiera más grave desde
la Gran Depresión.
El diagnóstico monetario indicado ha sido desestimado por buena
parte de la profesión económica debido, a mi juicio, a dos factores pertur-
badores. Por una parte, el incremento experimentado por el crédito banca-
rio y el cuasi dinero durante 1981 —contrarrestado en parte en 1982—
confundió el panorama monetario porque se pensó que ello era indicativo
de la evolución de la oferta total de fondos prestables 54. Sin embargo,
dicho aumento obedecía tanto a una redistribución de los ahorros desde
otros activos financieros hacia depósitos a plazo (a causa de la subida de la
tasa de interés)55, como a la mera renovación de los altos intereses deven-
gados. Si se corrige el crecimiento del crédito del sector financiero por este
último factor, se observa que subió 16% en 1981 y cayó 50% en 1982, en
términos reales.
Por otra parte —en una interpretación mecánica del llamado “enfo-
que monetario de la balanza de pagos”— se vio en la pérdida de reservas

54 Por ejemplo, Cortés, 1982, habla de “una extraña suerte de aumento de la demanda

de crédito” (p. 36) y Sjaastad, 1982, bautiza al fenómeno con el término “monetización de
activos reales” (p. 27).
55 De hecho, los pasivos financieros registrados por el Banco Central cayeron en 7%

en 1981 y en un 6% en 1982, ambos en términos reales. La confusión proviene del hecho que
los pasivos del sistema bancario aumentaron su participación relativa desde 29% en 1980 a
42% en 1981 y a 43% en 1982.
24 ESTUDIOS PÚBLICOS

internacionales un síntoma de un exceso de oferta de dinero, es decir,


exactamente lo opuesto al diagnóstico que sustentamos. Con el tiempo se
hizo evidente que ella obedecía en buena parte a una baja en la oferta de
crédito externo, que se explica tanto por la situación de iliquidez mundial
como por la progresiva desconfianza de la comunidad financiera interna-
cional en la salud económica de Latinoamérica, en general, y de Chile, en
particular. También se observó durante 1982 una tendencia de los agentes
económicos privados a reducir sus deudas en dólares y a adquirir activos
denominados en dicha moneda, lo cual es explicable dado la forma que
adoptaron las devaluaciones y la creciente crisis financiera. Sin embargo,
ello no debió interpretarse como una reducción en la demanda de dinero
nacional, sino en la demanda de activos financieros nacionales. El proble-
ma debió ser encarado con una adecuada política de deuda externa y reser-
vas internacionales. La estrategia adoptada —la contracción monetaria— al
llevar la tasa de interés a niveles críticos agravó el problema, pues fomentó
la desconfianza y la especulación contra el peso.
Hasta ahora el Banco Central no ha producido un programa moneta-
rio destinado a superar el desequilibrio monetario y llevar la tasa de interés
a niveles congruentes con el estado de depresión actual. Sus razones se
basan en los peligros inflacionarios y de balanza de pagos de un aumento
desmesurado en la cantidad de dinero56. Sin embargo, el estado actual del
sistema financiero ha precipitado medidas que han terminado provocando
expansiones monetarias desestabilizadoras. Un programa monetario reacti-
vador bien diseñado y ejecutado es probablemente la manera más eficaz de
compatibilizar los objetivos de reactivación, inflación moderada y equili-
brio externo.

6. Inflexibilidad salarial

Los problemas cambiario y monetario discutidos en las dos seccio-


nes anteriores pueden ser también analizados desde la perspectiva de la
evolución de las remuneraciones.
El Cuadro 2, columna 3, revela un considerable incremento de las
remuneraciones reales entre 1978 y 1981, el cual promedió un 10% anual.
Dicho comportamiento presenta algunas interrogantes, por ejemplo, acerca
de su vinculación con el crecimiento de la productividad y la magnitud del
desempleo, que no nos corresponde abordar en esta oportunidad57. Para

56 Ver Cheyre, 1982.


57 Ver Cortés, 1982.
JUAN ANDRÉS FONTAINE 25

efectos del presente artículo es interesante destacar, en cambio, que el alza


de las remuneraciones ha sido conectada al problema cambiario y moneta-
rio.
En efecto, dado que los costos laborales son un ingrediente impor-
tante de la competitividad del producto nacional, puede medirse el desequi-
librio cambiario mediante una comparación de las columnas 1 y 3 del
Cuadro 1. Así, mientras en 1970 los salarios y el tipo de cambio guardaban
una relación 1:1 y en 1979 dicha razón había bajado a 1:1,5, en 1981 subía
a 1:0.9. El aumento de los costos laborales relativo al tipo de cambio
explica parte importante de la pérdida de mercados internos y externos de
las empresas nacionales de sectores agrícolas, industriales y mineros. Las
devaluaciones de 1982, como se observa en la razón de 1:1,5 estimada para
1983, han corregido en parte el problema.
El comportamiento de las remuneraciones nominales ha repercutido
también sobre la tasa de interés. La trayectoria de los sueldos y salarios
suele conferirle cierta rigidez al nivel de precios. En esas circunstancias,
una restricción monetaria como la vivida en Chile en 1981-82 contrae la
liquidez real y eleva el costo real de crédito.
En la coyuntura actual ha llamado la atención la inflexibilidad de los
sueldos y salarios nominales para ajustarse a la recesión de la producción y
del empleo. El crecimiento de las remuneraciones entre 1978 y 1981 está
obviamente asociado a la recuperación de la recesión anterior y, en menor
medida, al auge económico del primer semestre de 1981. Debe observarse,
en todo caso, que el índice de remuneraciones reales no marca en dicho año
un valor anormal en comparación con el año base de 1970. Sin embargo,
una vez iniciada la recesión se esperaba una respuesta más ágil de los
salarios nominales.
El fenómeno ha sido explicado por las regulaciones prevalecientes
en el mercado laboral 58. En particular, la reajustabilidad automática de las
remuneraciones del sector público y de los trabajadores con contratos indi-
viduales de trabajo y del salario piso establecido en la ley de negociación
colectiva han sido estimados responsables de la rigidez de salarios.
Es indudable que dichos factores acentuaron el problema. Sin em-
bargo, debe señalarse que los más variados estudios económicos comprue-
ban que los salarios nominales son inflexibles hacia abajo en diversos
contextos institucionales. La teoría económica le atribuye a ello la existen-
cia de ciclos económicos, y la discusión macroeconómica de los dos últi-
mos decenios se ha centrado en la búsqueda de explicaciones y soluciones

58
Corbo, 1982b; Sjaastad, 1982 y Cortés, 1982.
26 ESTUDIOS PÚBLICOS

a la inflexibilidad salarial. La explicación más convincente le asigna la


responsabilidad del problema a la inercia de las predicciones de inflación
que deben introducir en sus negociaciones los trabajadores y los emplea-
dores.
La rigidez observada en las remuneraciones ha llevado a proponer la
aplicación de las llamadas “políticas de ingresos”, las cuales establecen
pautas imperativas para la evolución de los salarios y los precios. Por
ejemplo, quienes proponían que el desequilibrio cambiario fuera corregido
por una reducción obligatoria de salarios, abogaban por una suerte de “polí-
tica de ingresos”. Existen variadas experiencias mundiales de políticas de
ingresos y se ha demostrado que su éxito depende crucialmente de la capa-
cidad del aparato político para resistir a la tentación de administrar los
salarios y los precios en beneficio de los influyentes y en perjuicio de los
sectores marginales.
La alternativa está en concentrar los esfuerzos de la política ma-
croeconómica en lograr una trayectoria regular —es decir, predecible— en
el nivel general de precios y permitir amplia libertad en las negociaciones
individuales y colectivas de remuneraciones. Dichas negociaciones normal-
mente establecen reajustes de remuneraciones en función de la inflación
pasada (como se ha estilado en Chile) o de la inflación anticipada. En
cualquier caso, las variaciones intempestivas en el nivel de precios —como
la desinflación observada en Chile a lo largo de 1981 y del primer semestre
de 1982— provocan cambios en los salarios reales y desencadenan desajus-
tes en el empleo y la actividad económica. Una manera de evitar semejan-
tes perturbaciones en el nivel de precios es mediante políticas monetarias y
cambiarias verdaderamente estabilizadoras.
En la estructura del mercado laboral chileno será siempre importan-
te, en todo caso, la política salarial del sector público. En alguna medida las
decisiones de empleo y condiciones de trabajo del sector público pueden
descentralizarse, a fin de simular decisiones privadas. Ello es practicable al
nivel de las empresas, municipalidades y otros organismos autónomos.
Pero siempre será administrativamente conveniente mantener una escala
homogénea de remuneraciones públicas. La administración de dicha escala
exige una política salarial definida, algo que hoy no ocurre.

7. Consideraciones finales: macroeconomía y estado

Aunque es explicable la inclinación a culpar al modelo de desarrollo


en aplicación de las dificultades actuales, el presente artículo no encuentra
JUAN ANDRÉS FONTAINE 27

fundamentos sólidos en dicha posición. En efecto, en la Sección 1 se ha


demostrado que la trayectoria central del crecimiento del PGB en el perío-
do 1974-82 es de 4,3% al año —una tendencia nada despreciable— y en la
Sección 2 se han respondido las principales observaciones que merece
dicho cálculo. La conclusión es que —dada la herencia del Gobierno ante-
rior y la falta de dinamismo de la economía mundial— el resultado obteni-
do es significativo. De hecho, se ha probado que el modelo de desarrollo
prevaleciente en 1950-70 habría posiblemente generado un crecimiento in-
ferior —de sólo 3,1% al año— bajo las condiciones internacionales de
1974-82. Sin embargo, el artículo plantea que probablemente se habrían
obtenido todavía mejores resultados en cuanto a empleo e inversión si se
hubiera explotado el carácter inevitablemente mixto de una economía en
proceso de desestatización. La inactividad empresarial del voluminoso sec-
tor estatal parece explicar buena parte de las debilidades que ha mostrado el
modelo de desarrollo en su etapa inicial.
Aunque la trayectoria central del PGB muestra un crecimiento apre-
ciable, sorprende lo accidentado del camino. En efecto, el período cuenta
con las dos mayores recesiones desde los años treinta. En la Sección 3,
describimos brevemente la evolución cíclica de la economía chilena y nos
referimos al comportamiento de los tres precios claves durante el ciclo
vigente.
La acelerada expansión de la economía entre mediados de 1978 y de
1981, y su precipitada caída desde entonces en adelante, pueden explicarse
por los perturbadores movimientos del tipo de cambio real, el costo real del
crédito y las remuneraciones reales. Las secciones 4, 5 y 6, respectivamen-
te, discutieron diferentes explicaciones para dicho fenómeno.
La interpretación más frecuente culpa al mercado de haber produci-
do señales erróneas en las tres áreas claves. Esta versión encuentra unidos a
gobiernistas y opositores. Unos, porque defienden las políticas aplicadas; y
otros, porque desconfían del modelo de desarrollo. El presente trabajo ha
presentado una versión diferente, la cual sostiene que la falla ha estado en
la orientación macroeconómica.
El rol macroeconómico del Estado es administrar los instrumentos
fiscales, monetarios y cambiarios a fin de minimizar los costos de ajuste
ante las perturbaciones cíclicas de la economía59. El Estado es más eficien-
te que el mercado en dicha labor cuando cuenta con mejor información. En
mi opinión, el ciclo actual pudo haber sido atenuado significativamente si
la política macroeconómica hubiera explotado sus ventajas de información.

59 Fontaine, 1983a.
28 ESTUDIOS PÚBLICOS

La interpretación que hemos presentado acerca de la gestación de


los desequilibrios cambiario, monetario y de remuneraciones se funda en
una insuficiencia del mercado en materia de orientación macroeconómica.
En efecto, si las unidades económicas hubieran percibido los costos y ries-
gos del endeudamiento externo, el influjo de capitales y el deterioro cam-
biario habrían sido menores. Lo mismo habría ocurrido si el mercado hu-
biera previsto las consecuencias de la desinflación mundial de 1981 y
procedido a rebajar automáticamente precios internos y salarios. Ello no
ocurrió. En cambio, una política de cambio flexible —flotante o adminis-
trado— le habría permitido al Estado transmitir la información correspon-
diente a medida que ésta se iba generando.
Parecido es el caso del alza del costo del crédito. Si el mercado
posee perfecta información, una contracción monetaria produce un ajuste
instantáneo de los valores esperados y actuales de los precios y los salarios.
En consecuencia, se habría evitado el desequilibrio monetario, no habría
subido el costo real del crédito y no se habría detenido la actividad econó-
mica. Ello no ocurre, entre otras causas, por la inflexibilidad —natural y
artificial— de los salarios. Razón es ésta para que el Banco Central admi-
nistre cuidadosamente la política monetaria, impidiendo variaciones deses-
tabilizadoras de la liquidez y buscando una trayectoria estable para el nivel
de precios. Naturalmente, ello obliga a abandonar el esquema de política
monetaria neutra o dependiente, apenas éste ofrezca resultados que no se
avienen con el objetivo indicado.
El ciclo 1978-82 es un claro testigo de que el Estado no ha cumplido
bien su rol macroeconómico. En parte —especialmente desde mediados de
1982— ello ha sido producto de las dificultades del período. Pero debe
reconocerse que la principal razón se encuentra en una percepción negativa
y simplista acerca de la función de la política macroeconómica. En efecto,
de los planteamientos oficiales suele desprenderse que las opciones de
política económica de corto plazo encierran siempre disyuntivas dramáti-
cas: o la gran recesión actual o la gran inflación; o el ajuste “lo pagan” los
empresarios o la masa trabajadora y consumidora.
El aporte de la teoría macroeconómica ha sido demostrar precisa-
mente que existe un camino de equilibrio mediante el cual pueden compati-
bilizarse los objetivos de reactivación, inflación y equilibrio externo. Tran-
sitar por dicho camino no es fácil, pero tampoco imposible. Si la política
macroeconómica es acertadamente dirigida hacia ese fin, entonces genera
una ganancia real de bienestar para todo el país. Los “juegos de suma
cero”, que imaginan los planteamientos señalados —el quién paga la cuen-
ta—, equivalen a ignorar la contribución de una buena política fiscal, mo-
JUAN ANDRÉS FONTAINE 29

netaria y cambiaria. A falta de ella, es claro que las únicas opciones dispo-
nibles son de carácter redistributivo y entonces la cuestión macroeconómi-
ca deviene en el problema ético y político de la adjudicación de favores e
imposición de cargas. Con frecuencia ello exige una intensa intervención
estatal en el funcionamiento de los mercados y puede fácilmente desvirtuar
el sentido de un modelo de desarrollo de libre mercado.
El rol orientador de una buena política macroeconómica se traduce
en que los precios claves evolucionan regularmente a lo largo de su trayec-
toria de equilibrio. De esta manera el mercado es protegido de las distorsio-
nadoras sorpresas que hemos analizado y puede cumplir eficazmente su
tarea en la asignación de los recursos productivos.
La actual depresión de la actividad económica es una señal nítida de
la necesidad de que el Estado asuma cabalmente su rol macroeconómico.
En las circunstancias presentes ello exige llevar a cabo una vasta estrategia
reactivadora, que no solamente considere las restricciones de financiamien-
to externo, sino que aproveche las oportunidades de crecimiento que ofre-
cen los abundantes recursos —humanos y físicos— que hoy permanecen
ociosos y la vigorosa recuperación mundial que se avecina. Dicha estrate-
gia debe incluir una política cambiaria ágil, que preserve la competitividad
de la producción nacional y aísle a la economía de las fluctuaciones de la
balanza de pagos; una política monetaria racional destinada a superar el
actual desequilibrio monetario y llevar el costo del crédito a niveles con-
gruentes con el rendimiento actual de las inversiones; y una política salarial
del sector público que despeje la incertidumbre que hoy aqueja a la masa
trabajadora y consumidora del país. El objetivo de la estrategia reactivado-
ra debe ser hacer retornar prontamente a la actividad económica a la salu-
dable trayectoria central de crecimiento que le promete el actual modelo de
desarrollo y hacer volver prontamente a las autoridades a su trascendental
tarea de construir los fundamentos económicos de la libertad.

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CUATRO ENFOQUES

Modelo Neoliberal y Desarrollo Nacional:


Un Desencuentro *

Alvaro García H. **

¿Qué pasó con la economía chilena? Hoy, por suerte, nadie pretende
poseer la única respuesta científicamente válida. Durante casi una
década se ha pretendido moldear al país entero según lo que oficial-
mente se consagró como "la verdadera" ciencia económica. Un grupo
de economistas con poderes omnímodos ofreció y promovió un "mo-
delo" para Chile, en ruptura con un pasado juzgado decadente. Dicha
proposición económica se planteó también como la única forma de
crear condiciones para una democracia estable. Esto es lo que inte-
resa evaluar: por qué fracasó ese "modelo" y consecuentemente por
qué no se ha arribado al Chile libre y democrático, tan proclamado.
No se trata aquí de hacer un análisis convencional de los instrumentos
de política económica utilizados por el régimen militar y sus resul-
tados, lo que, por lo demás, se ha hecho tantas veces. Lo que estas
notas persiguen es discutir, a la luz de la experiencia reciente, la
validez de los supuestos básicos del "modelo". Esto, necesariamente
adquirirá un carácter esquemático, distinguiendo entre dos grandes
dimensiones del problema. La primera, cuestionará los fundamentos
económicos de la proposición. La segunda —más importante a nuestro
parecer— revisará la concepción de hombre y sociedad que subyace
al "modelo" para ver si éste —más allá de las inevitables fluctuaciones
económicas— permite potenciar nuestro pleno desarrollo como indivi-
duos y nación.

* Quisiera agradecer los acuciosos comentarios de Eugenio Tironi, Blas


Tomic y John Wells. También la labor realizada por CIEPLAN y
VECTOR; sin ellos sería imposible responder verdaderamente qué pasó
con la economía chilena durante el régimen militar. Como de costum-
bre, los errores que persisten son de exclusiva responsabilidad del autor.
** Ph. D. (C) en economía de la Universidad de California en Berkeley.
76 ESTUDIOS PÚBLICOS

I Los Supuestos Económicos del "Modelo"

1. Según el "modelo" la estructura económica chilena de-


bía adecuarse rápidamente a las condiciones prevalecientes en
el mercado capitalista internacional, y el proceso de asignación
de recursos debía realizarse a través del mercado con un míni-
mo de injerencia fiscal. Consecuentemente la economía debía
crecer mediante la especialización en la producción de aquellos
bienes para los cuales ya tuviera ventajas comparativas o
pudiera adquirirlas rápidamente.
Desde todo punto de vista parece obvio que una economía
como la chilena debe especializarse en la producción de algunos
bienes, de tal suerte que ésta pueda financiar las importaciones
que requiere para su crecimiento. El fomento de las ventajas
comparativas es, por ende, un requisito para el desarrollo.
Parece también fuera de discusión que el mercado debe jugar
un rol fundamental en el proceso económico de toda sociedad
democrática. No son estos objetivos los que nos parecen criti-
cables, sino, fundamentalmente, la forma que se utilizó para
lograrlos. En este sentido, lo que a nuestro juicio constituye el
problema fundamental es el carácter y la función que se ha
asignado al Estado. Vemos tres fuentes originarias de dicho
problema.
a. Las distintas teorías económicas —incluyendo la neo-
clásica— reconocen la necesidad de que el Estado intervenga
en la economía para que ésta logre un óptimo social que el
mercado libremente no puede alcanzar. Aquí se optó dramáti-
camente por no reconocer la complejidad de la economía real,
prescindiendo del rol fundamental que había jugado el Estado
tanto en la constitución como en el desarrollo de la economía
nacional.
b. El sesgo social que ha tenido la intervención pública.
A pesar del discurso que le asigna al Estado un papel neutral y
subsidiario, éste invariablemente, cuando ha intervenido, lo ha
hecho a favor de un grupo social muy determinado. Esto ha
llegado a tal punto que en múltiples ocasiones más parece que
el discurso libremercadista era un pretexto para mantener y
agudizar una muy desigual estructura distributiva que un prin-
cipio que debía iluminar el quehacer público.
c. La falta de habilidad que se ha demostrado en el manejo
de la economía. Como que se ha mantenido e incluso reforzado,
a través de la intervención pública una situación, como la
vivida en 1981, donde el país tenía un déficit comercial que
alcanzaba al 15 por ciento del producto o, como ocurre ahora,
donde el desempleo real alcanza al 30 por ciento de la fuerza
de trabajo.
Es, sin embargo, evidente que en un régimen democrático
la sociedad no hubiera permitido que, alentados por el gobierno,
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 77

perduraran desequilibrios sociales y económicos como los que


han habido estos años.
2. El libre mercado, por su parte, lograría asignar óptimamen-
te los recursos disponibles en la economía. Con un extremado
esquematismo teórico, se creyó que ello ocurriría, porque cada
empresario se encargaría de maximizar su ganancia, invirtiendo
en aquellos sectores más rentables. A la vez los consumidores
"premiarían" a aquellos empresarios que producen al menor
costo. De esta forma la economía se iría ajustando a los gustos
del consumidor subsistiendo sólo aquellos empresarios más efi-
cientes en cada rama. Por último, si cualquier empresario
estuviera obteniendo ganancias excesivas, muchos vendrían a
competir con él, bajando el precio del bien con el consecuente
beneficio para el consumidor. Dado que el consumidor es el
beneficiado en última instancia y también el que decide —me-
diante sus premios monetarios o compras— la dirección de la
economía, el libre mercado se ha presentado como la verdadera
democracia.
El argumento parece simple y, a primera vista, irrefutable.
Sin embargo, los años de "libre mercado" en Chile han demos-
trado lo abstracto de estos supuestos. Esta constatación, en
verdad, no es nueva; forma parte, desde hace muchos años, del
"conocimiento económico" universal. Pero aquí algunos ideó-
logos-economistas han insistido en este esquema, al que pueden
formulársele las siguientes objeciones:
a. El libre mercado, por sí mismo, no es fuente de
equidad ni genera una estructura económica coherente con los
intereses de las grandes mayorías. Se dice que el mercado con-
ducirá la economía hacia donde los consumidores determinen.
Pero sucede que en Chile el 20 por ciento más rico de la pobla-
ción tiene mayor poder de compra que todo el resto de ella 1.
Por lo tanto, cuando se habla del mercado, realmente se está
pensando en el grupo privilegiado de la población. El mercado
automáticamente confirma y refuerza las desigualdades que
existen en la economía. Para los que hemos vivido la experien-
cia neoliberal en Chile ésta es una afirmación innecesaria de
demostrar: a vía de ejemplo, recuérdese que al tiempo que Chile
era inundado por los artefactos electrónicos más sofisticados, se
mantenía en el país uno de los más altos niveles de "inseguridad
alimentaria" de la región latinoamericana 2; simplemente por-

1
García, A. 1982, El problema nutricional y alimentario en Chile: Diag-
nóstico y evaluación de políticas, Documento de Trabajo S/8205 (San-
tiago, PREALC-ISS).
2
Idem.
78 ESTUDIOS PÚBLICOS

que en el mercado sobraba dinero para comprar automóviles y


equipos de video, pero faltaba para comprar alimentos básicos.
b. Todo texto de economía, por lo demás, reconoce la
ineficiencia social del mercado en condiciones de una desigual
distribución del ingreso, como la existente en Chile. Sólo la
acción consciente de un agente externo al mercado, como es
el Estado, puede corregir las distorsiones preexistentes, en este
caso la concentración del ingreso y de la propiedad. Esto es lo
que no ha hecho el Estado chileno en el último tiempo. De hecho
ha permitido y fomentado la formación de los grupos económi-
cos y el gasto social real por persona en el período ha sido, en
promedio, un 20 por ciento inferior a lo que fue en 19703. Ade-
más, el Estado —olvidando su carácter subsidiario— en diver-
sas oportunidades intervino para hacer aún más desigual la
estructura distributiva. A vía de ejemplo se pueden mencionar
la reciente compra de la cartera vencida; el dólar preferencial;
la suspensión, por varios años, de la actividad sindical, situando
en condiciones de extrema desigualdad a "demandantes" y
"oferentes" en el mercado del trabajo; la fijación de salarios
por debajo del valor real que éstos tenían en el período anterior,
y tantos otros.
c. Dado el carácter monopólico u oligopólico de la economía
chilena, es preciso corregir los indeseables resultados a que ésta
conduce. El antídoto neoclásico es la apertura al comercio in-
ternacional. Así, las empresas nacionales se verían forzadas a
competir con el exterior, sin poder fijar sus precios. Sin em-
bargo, este supuesto tampoco ha dado resultado en la práctica,
ya que sólo un grupo reducido de empresarios está en con-
diciones de transformarse en importador y ellos han logrado
mantener su poder en el mercado interno. Incluso más, el pro-
pio Estado ha impedido, en más de una ocasión, que prevale-
ciera la competencia. Tal es el caso del endeudamiento con el
exterior. Es claro, sin embargo, que no todos los chilenos que
lo desearan podían endeudarse con el exterior; debía existir una
correspondencia entre la capacidad de pago del país y el monto
de la deuda que éste adquiría. Lo que corresponde en este caso
—como en los otros de competencia imperfecta— es que el
Estado intervenga de tal forma que la renta monopólica bene-
ficie a todos los chilenos y no a los grandes grupos económicos.
La apertura desenfrenada como antídoto a los monopolios,
además, se ha mostrado ineficiente, ya que como principal
efecto ha tenido el de llevar a la quiebra a pequeños y medianos
empresarios que no contaban con los recursos financieros nece-
sarios para cubrir el período de adecuación (aunque fueran

3
Marshall, J. 1981, El gasto público en Chile, 1969-79, Colección Estudios
CIEPLAN (Santiago, CIEPLAN) Nº 5.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 79

viables), agudizando así el problema de la concentración eco-


nómica.
d. Pero la competencia imperfecta no se limita a la exis-
tencia de monopolios y oligopolios. Se refiere también a la
ausencia de una serie de condiciones necesarias para que opere
eficientemente el libre mercado. Entre otras, se puede mencio-
nar la segmentación social, sectorial y regional de los mercados
y la falta de información o el desigual acceso a ella. A lo que
se le suman una serie de problemas insolubles dentro de la
lógica del mercado. Es el caso de decisiones referentes a bienes
o servicios que no tienen un precio monetario o cuyo precio no
corresponde a la evaluación que la sociedad hace de ellos. El
medio ambiente, por ejemplo: nadie paga por la contaminación
que provoca, pero para la sociedad tiene un costo. Sólo el Es-
tado puede estimar el costo y cobrar para invertir en la solución
de este problema. Dado que estas "imperfecciones" prevalecen
en la economía chilena, la intervención del Estado es una con-
dición necesaria para la consecución de óptimos económicos y
sociales.
e. Se sabe que el mercado no logra programar e imple-
mentar una estrategia de crecimiento para el largo plazo. El
más claro ejemplo de esto se refiere a las actividades especula-
tivas que éste promueve y al desaprovechamiento de ventajas
comparativas dinámicas que a la luz de éste se hace. Para el
capitalista, por ejemplo, ha sido más rentable (y éste es el único
índice que ofrece el mercado) invertir en comprar dólares que
en hacer andar la economía nacional; lo que para el país es
obviamente perjudicial. Por otra parte, el mercado no logra
"imaginar" que Chile, si invirtiera en ciencia y tecnología, en
capacitación y en bienes de capital, podría adquirir ventajas en
ciertos rubros que hoy no tiene. Por sí sólo éste descarta auto-
máticamente estos rubros y los importa, volviendo al país cada
vez más dependiente y vulnerable. La miopía que ha predomi-
nado en este período y que es propia del mecanismo del mer-
cado, no sólo se reduce al problema de desarrollar nuevos
sectores en la economía nacional; también esto es válido para
los existentes. La casi nula inversión en el desarrollo de la
minería del cobre, en este período, es una dramática ilustración
de los límites a que puede conducir el dogma libre-mercadista.
3. El "modelo" postula que el país debe orientar su estructura
productiva hacia el desarrollo de aquellos sectores que cuentan
con ventajas comparativas. Las ventajas "naturales", más otras
como una mano de obra barata y disciplinada, ofrecen el atrac-
tivo adicional de atraer al capital extranjero para su desarrollo
y posterior comercialización en el exterior.
El objetivo de lograr una estructura productiva más efi-
ciente y competitiva en términos internacionales es, sin duda,
80 ESTUDIOS PÚBLICOS

loable. La ligereza con que se enfrentó la tarea, sin embargo,


hacía imposible lograr el objetivo deseado. En efecto, se supuso
que bastaría con eliminar las restricciones impuestas por el
Estado para que el mercado internacional definiera el rol que la
economía chilena debía ocupar. Para tal efecto se liberalizaron,
pues, rápida y drásticamente las importaciones; se otorgaron
todo tipo de garantías a la inversión extranjera; y se redujeron
los obstáculos a la compraventa de divisas y a los movimientos
de capitales financieros.
Esta serie de medidas de política económica fueron acom-
pañadas de una "actitud positiva" hacia la comunidad econó-
mica internacional. Esto básicamente significó devolver a las
empresas multinacionales parte de las firmas nacionalizadas
por el gobierno de Allende y "compensar" a otras (aunque éstas
habían sido expropiadas con la aprobación unánime del Con-
greso Nacional y en conformidad con la legislación existente).
Además, posteriormente, Chile se retiró del Pacto Andino (que,
entre otras cosas, condicionaba la inversión externa en los países
miembros), perdiendo de paso un importante mercado para
sus exportaciones y una fundamental fuente de desarrollo en
la perspectiva de adquirir, dinámicamente, ventajas compara-
tivas.
Los errores cometidos en este ámbito son múltiples, y
nuevamente se originan en supuestos irreales respecto de las
características de la economía chilena o de los requerimientos
del desarrollo económico.
a. El primero y fundamental de estos errores fue pensar
que Chile podía estar bruscamente en condiciones de competir
con el resto del mundo. No se vio que se trataba de una compe-
tencia de por sí desleal, ya que la totalidad de los países con que
Chile comercia tienen un mayor nivel de protección y fomento
de sus exportaciones que el que éste tiene.
Existen múltiples razones por las cuales no era conveniente
"abrirse" al ritmo que se hizo. Entre ellas se puede mencionar
que las ventajas comparativas (salvo en algunos casos de re-
cursos naturales) se adquieren, y no necesariamente se tienen
de antemano. Además —en el caso chileno— la exclusiva expor-
tación de bienes con un alto contenido de recursos primarios
pone un bajo techo al desarrollo, ya que el volumen de exporta-
ciones que de ellos se derivan —como por lo demás quedó
demostrado estos años— no logra financiar las importaciones
requeridas. Por otra parte, la mayoría de estos bienes tienen
una baja elasticidad ingreso de la demanda y su nivel de precios
está sujeto a enormes fluctuaciones. Esto lleva a pensar que
(aunque fuera viable en términos de financiar el desarrollo) no
conviene especializarse en productos cuyos términos de inter-
cambio probablemente tenderán a empeorar y cuyo aporte de
divisas al país está sujeto a grandes fluctuaciones. Por otra
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 81

parte, la autonomía creciente que la mayoría de los países del


mundo han tratado de adquirir respecto de los bienes primarios
básicos ha hecho particularmente difícil el comercio de ellos.
b. El segundo factor que dificulta que a través de las
ventajas comparativas se logre una asignación eficiente de los
recursos, es que éstas dependen de múltiples factores, entre
los cuales se encuentran el nivel y estabilidad del tipo de cam-
bio, la actividad de la economía nacional e internacional, las
fluctuaciones en los precios de los mercados externos y de los
costos internos, el grado de protección del resto de los países
así como de los subsidios que éstos otorgan a sus exportaciones.
En estos años muchas de las condiciones señaladas no han
sido favorables para el desarrollo nacional. Entre ellas se puede
mencionar el costo excesivamente alto del capital (la tasa de
interés interna ha sido en promedio 15 puntos superior a la
externa) y la extraordinaria sobrevaloración del peso, que hi-
cieron —automática y ficticiamente— que la producción na-
cional no fuera competitiva. Por otra parte, la recesión interna
dificultó la reasignación de recursos de sectores que no estaban
en condiciones de competir por otros con potencial exportador,
pero que requerían de un mercado interno para iniciar sus ope-
raciones o para complementar las ventas hechas en el exterior.
Lo anterior se vio agudizado por la escasa inversión inter-
na, que no permitió que la contracción de los sectores ineficien-
tes fuera compensada por la expansión de nuevos sectores.
Además, la reducida inversión se concentró en rubros intensivos
en recursos naturales, con un bajo valor agregado, y no en
sectores con capacidad para adquirir ventajas comparativas.
Por último, no se consideró la situación del mercado internacio-
nal que se encontraba en un claro período contractivo y, por
ende, no era favorable para la implementación de una estrategia
de desarrollo cuyo polo dinámico era el exportador.
c. En lo que se refiere a la inversión externa, el modelo
planteaba que ésta era necesaria para desarrollar ciertos sec-
tores productivos. Esto era probablemente indispensable, preci-
samente por la ausencia del Estado como sujeto que investiga,
selecciona y desarrolla, o al menos, incentiva el crecimiento de
sectores con ventajas dinámicas. Los economistas de gobierno,
sin embargo, se equivocaron también al pensar que el único
factor que considera el capital extranjero para invertir son los
costos de producción y las garantías que da el Estado. Una
variable tanto o más importante que éstas, es la estabilidad de
las condiciones sociopolíticas del país. Indudablemente el capital
transnacional no arriesgará una inversión de largo plazo si no
confía en que se mantendrán las reglas del juego. La empresa
transnacional, por experiencia, sabe que los gobiernos no de-
mocráticos tienden a desaparecer y con ellos las reglas que
generaron. Por estas razones, no obstante que en Chile nunca
82 ESTUDIOS PÚBLICOS

antes se le ofrecieron mayores granjerias al inversionista ex-


tranjero, los niveles de inversión externa, en promedio, fueron
en esta década inferiores a los de la década anterior. Por lo
tanto, la participación directa del Estado era fundamental para
promover la inversión en sectores con capacidad para adquirir
ventajas comparativas. Dicha participación es además conve-
niente para asegurar mayores grados de autonomía nacional y
para mantener en el país la renta generada por estos sectores.
Pero esto se alejaba del dogma neoliberal.
Dado el cúmulo de errores en que incurrió la conducción
económica, no es sorprendente que el país cayera en una crisis
externa tan aguda como la actual. El modelo de desarrollo
según las ventajas comparativas estáticas, sobre todo en las
condiciones en que se implantó, sólo podía conducir a una
agudización de la dependencia económica con el exterior y a un
desmantelamiento de la capacidad productiva nacional. El más
claro indicador de esta situación es la magnitud que ha alcan-
zado la deuda externa: en 1982 ésta llegó a un nivel semejante
al 80 por ciento del PGB, cuando en 1970 ésta alcanzaba al ocho
por ciento del producto.
En 1981, paralelamente, el déficit en cuenta corriente llegó
al 15 por ciento del PGB como resultado del aceleradísimo creci-
miento de las importaciones. Entre 1970 y 1981 éstas crecieron
en un 127 por ciento, mientras el producto per cápita se man-
tenía prácticamente constante. Crecieron particularmente las
importaciones de bienes suntuarios: productos de perfumería y
tocador (19.500,0 por ciento), aparatos de televisión (9.500,0 por
ciento) y artículos de confitería (5.150,0 por ciento); mientras
los bienes de consumo no suntuario y los bienes intermedios
para la industria y la agricultura crecieron sólo en un 48 por
ciento 4 . El crecimiento de las importaciones se vió acompañado
de una caída de la producción nacional. Es el caso de la indus-
tria donde las importaciones más que se duplicaron entre 1975
y 1980, generando un déficit comercial que alcanzó a US$ 5.000
millones de 1981, al tiempo que la producción industrial per
cápita en 1982 era un 25 por ciento inferior a lo que había sido
en 19705. Así también la producción de trigo, el alimento más
importante en la dieta nacional, disminuyó en poco menos del
30 por ciento en igual período.

4
Ffrench-Davis, R. 1982, El experimento monetarista en Chile: Una sín-
tesis crítica en Colección Estudios CIEPLAN (Santiago, CIEPLAN)
Nº 9.
5
García, A. 1983, The political economy of the rise and fall of the Chicago
Boys (Cambridge, Center of Latin American Studies) Working paper
Nº 38.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 83

Se puede apreciar que el camino de desarrollo elegido, lejos


de fomentar el crecimiento y permitir una mayor autonomía
nacional, llevó al país a una situación absolutamente insoste-
nible y, además, comprometió recursos que afectarán el creci-
miento de la nación durante un largo período de tiempo.
4. Se supuso también que, para una rápida acumulación, la
concentración del ingreso y abaratamiento del costo de la mano
de obra serían procesos perfectamente funcionales.
En este plano la política económica descansó sobre tres
supuestos básicos: (i) los grupos de más altos ingresos tienen
una mayor propensión a ahorrar y, por ende, la mayor concen-
tración del ingreso conduciría a una mayor tasa de acumula-
ción; (ii) la baja en los salarios contribuiría —vía reducción
en los costos de producción— a generar ventajas comparativas,
y (iii) la mayor propensión al gasto de los grupos de menores
ingresos significaría que una concentración del ingreso traería
consigo una disminución en la demanda agregada y, por lo
tanto, menos presiones inflacionarias
Los mecanismos utilizados para lograr este objetivo fueron
múltiples y han sido discutidos en muchos trabajos. Basta con
señalar aquí los resultados obtenidos por el modelo.
El ingreso fue efectivamente concentrado. La única medida
global que existe de este proceso —la comparación de las
encuestas de presupuesto familiar de 1969 y 1978— indica que,
aunque el ingreso real per cápita no varió en el período seña-
lado, el 60 por ciento más pobre de la sociedad vio disminuir
su ingreso real en casi un 20 por ciento, mientras que el 20 por
ciento más rico concentraba los beneficios. La transferencia a
favor del estrato superior significó, que entre 1969 y 1978, la
proporción de hogares que no logran adquirir los alimentos
necesarios para satisfacer sus necesidades nutricionales aumen-
tó en un 24 por ciento, llegando a constituir en esta 6última
fecha el 59 por ciento de los hogares del Gran Santiago . Hay
que añadir que, como es bien sabido, la pobreza presenta ca-
racterísticas aun más agudas fuera de la zona metropolitana.
Esta situación de pobreza ha seguido agudizándose, ya que si
se compara la situación de fines de 1982 con la de 1970 se des-
cubre que el ingreso real per cápita disminuyó en un 3,5 por
ciento, los salarios reales en un cinco por ciento y la tasa de
desocupación es cinco veces superior a la de esa fecha 7 .
6
García, A. 1982, El problema nutricional y alimentario en Chile: Diag-
nóstico y evaluación de políticas, Documento de trabajo S/8205 (San-
tiago, PREALC-ISS).
7
García, A. 1983, The political economy of the rise and fall of the Chicago
Boys (Cambridge, Center of Latin American Studies) Working paper
Nº 38.
84 ESTUDIOS PÚBLICOS

La concentración del ingreso y la concomitante agudización


de la pobreza, sin embargo, no tuvo la esperada contrapartida
de un aumento en la tasa de ahorro. Por el contrario, a lo
largo del período de gobierno militar ésta ha mantenido niveles
que en promedio son un 20 por ciento más bajos que en la
década del 60, llegando en 1982 a ser sólo un quinto de la tasa
histórica8.
El empresariado —especialmente el pequeño y mediano—,
por su parte, se ha visto imposibilitado de invertir, fundamental-
mente por las condiciones que generó el propio gobierno o, al
menos, permitió que existieran. La variable más significativa en
el sentido de desincentivar la inversión fue el enorme costo del
capital. Lo paradójico, sin embargo, es que Chile nunca dispuso
de condiciones más favorables para endeudarse en forma pri-
vada en el exterior, y además hizo amplio uso de esas facultades.
Las regulaciones públicas, sin embargo, implicaron que sólo
los grandes grupos económicos podían endeudarse en el exte-
rior. Estos, a su vez, prestaban en el interior a tasas que más
que duplicaban la externa. Por lo tanto, el acceso restringido
al ahorro externo significó que los chilenos —y en particular
una parte de los empresarios— tuvieron que pagar precios
monopólicos por un recurso que ni siquiera provenía de Chile.
Además, las medidas deflacionarias del gobierno, el retiro de
éste del Pacto Andino y la disminución en los salarios reales,
redujo significativamente el mercado para la industria nacio-
nal, haciendo no sólo "innecesarias" la inversión en expansión
de la capacidad instalada, sino, además, llevando a la quiebra
a todos aquellos que no tenían la capacidad financiera para
resistir el temporal.
En suma, se puede concluir que si bien se lograron los
resultados buscados —la disminución en el costo del trabajo; la
concentración del ingreso y la riqueza y frenar la inflación—,
todo esto no redundó ni en una mayor tasa de inversión, ni en
un más rápido ritmo de crecimiento. Por el contrario la produc-
ción real per cápita en 1982 es inferior a lo que, por ejemplo, fue
durante cualquier año del tan vapuleado período de la Unidad
Popular.
5. Es imposible revisar en estas breves páginas el conjunto
del instrumental de política económica utilizada. Hemos selec-
cionado, por lo tanto, uno de los objetivos económicos funda-
mentales para revisar los instrumentos utilizados para lograrlo:
el de detener la inflación. La dirección económica supuso, en
general, que la economía se comportaría como en los textos más
simples de economía, y, por supuesto, se equivocó.

8
ODEPLAN, 1983, Informe económico, 1982 (Santiago, ODEPLAN).
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 85

a) La versión simplificada de la teoría económica mone-


tarista señala que la inflación siempre resulta de un exceso de
demanda y ésta, a su vez, de un déficit fiscal financiado con
emisión inorgánica. La cura para este mal es clara: reducir la
demanda agregada mediante una restricción monetaria. Esta,
por supuesto, fue la vía elegida a partir de 1973. A lo largo de
1974 se hizo un esfuerzo por controlar la situación fiscal, lo
que —ya a fines de ese año— permitió llevar a cabo una polí-
tica monetaria restrictiva. Al mismo tiempo —aunque esto
implicara dejar de lado el dogma del libre mercado— se fijaron
los salarios de tal forma que éstos perdieron su poder adquisitivo
(en abril de 1974 éstos eran un 42 por ciento inferiores a lo que
eran dos años antes) y disminuyó la demanda agregada. Sin
embargo, durante el mismo período se permitió que cierto tipo
de entidades financieras operaran sin ningún tipo de restric-
ción (en términos de encaje), lo que indudablemente hacía
aumentar la oferta monetaria y, por ende, contradecía el meca-
nismo elegido para frenar la inflación. Dichas entidades, por
otra parte, jugaron un rol clave en el proceso de edificación
—si así puede llamársele— de los grupos económicos. Como
se ve, el equipo económico se ajustaba al texto sólo parcialmente
y lo contradecía abiertamente en pos de los objetivos del grupo
social en el poder.
Así, aunque la restricción fiscal fue lo suficientemente
grande como para provocar la recesión de 1975-76, la inflación
mantuvo su acelerado ritmo. La receta monetarista había
provocado recesión pero no había detenido la inflación. Esto
ocurrió porque eran los grupos económicos los que fijaban los
precios (ahora que el Estado los había dejado libres) y, por lo
tanto, la respuesta automática del mercado no podía operar.
b) El segundo paso antiinflacionario fue operar sobre las
expectativas de los empresarios. Para hacerlo, en primera
instancia se recurrió al poco ortodoxo mecanismo de distorsio-
nar las cifras del IPC. Esto se complementó con el uso del tipo
de cambio (revaluaciones y calendario de minidevaluaciones),
para demostrar la solidez del peso y revertir las expectativas
alcistas. En efecto, hoy está perfectamente documentado que
el INE entregó cifras sobre la inflación de 1973, 1976, 1977 9y
1978, que fueron sistemáticamente menores que las efectivas .
Esto, de paso, distorsionó numerosos indicadores socioeconómi-
cos y llevó a que los reajustes salariales permanecieran por
debajo de la efectiva alza en los precios. Por otra parte, en junio
de 1976 y en marzo de 1977 se realizaron revalorizaciones reales

9
Cortázar, R.; Marshall J. 1980, índice de precios al consumidor en Chile,
1970-1978 en Colección Estudios CIEPLAN (Santiago, CIEPLAN)
Nº 4.
86 ESTUDIOS PÚBLICOS

del peso. Estos mecanismos rápidamente rindieron sus frutos


disminuyendo la tasa anual de inflación a niveles inferiores al
50 por ciento a partir de fines de 1977.
Aunque el equipo económico aprendió que la receta mone-
taria no siempre era útil y estuvo dispuesto a abandonarla,
dicho aprendizaje fue parcial, tomó demasiado tiempo y tuvo
un alto "costo social". En suma, en vez de reconocer la com-
plejidad del problema inflacionario se optó por la salida simple
y conocida: la manipulación del tipo de cambio. Esto, sin
embargo, iba en abierta contradicción con el afán exportador
del modelo, conducía a enormes desequilibrios externos y sacri-
ficaba la producción de bienes exportables como también la de
sustitutos de importación. La crisis desatada en 1981 puso en
evidencia los perniciosos efectos de estas medidas.
El dogmatismo alcanzó su climax en 1979, cuando se adoptó
la nueva ortodoxia, el llamado "enfoque monetario de la balanza
de pagos". Esta nueva doctrina suponía que la inflación era
equivalente a las variaciones de los precios externos y del tipo
de cambio. Bastaba, por lo tanto, con fijar el tipo de cambio
para lograr una tasa de inflación semejante a la de los países
con los cuales se comercia. La receta nuevamente no resultó.
El "ajuste automático" no se produjo; lo que ocurrió fue
un espectacular deterioro de la posición competitiva de la
economía, disminución de las ventas, aumento del desempleo y
caída en la producción. Además, sólo se postergó la inflación
mediante la mantención forzada del tipo de cambio (de hecho
ya se está apreciando cómo ésta resucita).
La forma de enfrentar el problema inflacionario probable-
mente constituye la mejor síntesis del dogmatismo que ha ca-
racterizado la conducción económica del Gobierno. De partida
se subordinó el desarrollo nacional y el bienestar de las grandes
mayorías a la consecución de un objetivo intermedio, sin valor
en sí mismo, como el detener la inflación. Por otra parte, se
insistió en el uso de recetas simplistas, que o no son eficientes
o —como es el caso de la sobrevaloración del tipo de cambio—
tienen desastrosas consecuencias para el equilibrio interno y
externo de la economía chilena. Aquí se nota, por último, cómo
el Gobierno ha estado dispuesto a beneficiar a ciertos grupos
privilegiados, incluso al costo de no lograr su principal objetivo
económico.
El problema inflacionario es, a la inversa, un excelente
ejemplo de cómo se requiere de la imaginación y el consenso
nacional para lograr los objetivos del desarrollo. Detener la
inflación en Chile —sin que tenga efectos perniciosos sobre el
desarrollo— necesariamente requiere de un acuerdo nacional
sobre el tipo y magnitud de la intervención estatal en el área
de precios e ingresos, complemento indispensable a la aplicación
de los instrumentos convencionales de política económica. Sólo
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 87

este acuerdo puede regular la lucha por la distribución del in-


greso generado en la economía —lucha que está en la base
misma del problema inflacionario— y, a la vez, asegurar un
resultado equitativo para todos los grupos sociales. Sin em-
bargo, un requisito indispensable para un acuerdo de este tipo
es la existencia de un régimen político democrático.
II La ética del Modelo y el Esbozo de una Alternativa
Humanista
La evaluación del "modelo" no puede restringirse a la
fragilidad de sus supuestos económicos. Este envuelve una con-
cepción de la sociedad y del ser humano que no puede pasarse
por alto. El "homo oeconomicus" en que se funda el "modelo",
está en constante lucha contra su medio, trata incesantemente
de obtener el máximo de beneficio personal; desaparece en él
la fe y la solidaridad y sólo prima la racionalidad técnica que
permite optimizar el uso del tiempo dedicado a la producción
material. En Chile se trató que esta racionalidad cubriera todas
las dimensiones de la vida social. El más claro ejemplo fueron
las "siete modernizaciones" con las que se quiso extender la
racionalidad del mercado a ámbitos tan extensos y diversos co-
mo las relaciones laborales, la salud, educación y seguridad
social. Se pretendió, en efecto, que todo el quehacer personal y
social llevara el sello del mercado, adquiriera la forma de la
competencia.
1. La "ética" del modelo económico

La idea del hombre/mujer latente en el "modelo" puede


condensarse en tres afirmaciones, a su vez perfectamente
criticables:
a) El individuo es básicamente un ser económico racional
que conoce perfectamente sus deseos y aspiraciones y su objetivo
es maximizar su "utilidad", que es función directa de la canti-
dad de objetos que él puede adquirir. El trabajo humano (nece-
sario para adquirir estos bienes) es fuente de "desutilidad". Así
el "homo oeconomicus" calcula, pues, constantemente, los costos
y beneficios de cada acción, apoyándose en el mercado que le
entrega una "perfecta información". El consumo de bienes y
servicios refleja el bienestar humano. No se asigna, por ende,
mayor valor al proceso mediante el cual se logra ese bienestar:
el trabajo humano; ni tampoco qué efectos laterales puedan
tener las acciones conducentes a "maximizar la utilidad" del
consumidor. Por esto, todos aquellos que percibimos la impor-
tancia de una vida cotidiana integral y balanceada, que no
queremos postergar el desarrollo de algunas de nuestras inter-
dependientes dimensiones (físicas, sicológicas, espirituales, es-
88 ESTUDIOS PÚBLICOS

téticas, etc.) por el bien de una, cualquiera ella sea, hemos


experimentado estos años en carne propia que "el hombre
económico racional" es simplemente un ser humano alienado de
múltiples dimensiones de su personalidad.
b. El individuo es esencialmente hedonista. Esto lo lleva
a buscar incesantemente su bienestar personal, indolente,
frente a los acontecimientos que ocurren en su entorno social
y natural, salvo que éste afecte su acceso al consumo de bienes
y servicios. Valores tales como la solidaridad, generosidad y/o
amor no forman parte de este "homo oeconomicus". La "utili-
dad" personal es independiente del sufrimiento o el bienestar
de terceros. Tampoco encuentran sentido en esa racionalidad
las actividades no remuneradas que se puedan desarrollar por
el bien de la comunidad.
La exacerbación del consumismo, indiferente, por ejemplo,
del costo del desempleo o de su efecto sobre futuras genera-
ciones, a las que se les carga una abultada deuda externa, es
una nítida ilustración de esta concepción.
c. El individuo es un ser autónomo y separado de su en-
torno social y natural. La comunidad se visualiza como un con-
junto de organismos separados que sólo se integran en el mer-
cado para maximizar la productividad individual mediante la
división del trabajo. Así, cada ser se encuentra alienado de sus
compañeros, aislado en una masa anónima sin mayor proyec-
ción de conjunto que la de maximizar la producción. No preo-
cupa la forma en que se distribuye la riqueza, cómo se utilizan
los bienes comunes a toda la sociedad o cómo se asegurará el
bienestar de las generaciones futuras, porque todo ello escapa
al horizonte personal y temporal del "homo oeconomicus".
Esta concepción del hombre/mujer no acepta la interde-
pendencia que existe entre los distintos componentes de nuestra
personalidad, como del ser humano con su entorno social y
natural. Prueba de ello es que en estos años se ha desarrollado
una obstinada acción para atomizar la sociedad, para disolver
los puntos de encuentro del ciudadano con sus semejantes y
para concentrar la atención de éste en el consumo material, la
única fuente de felicidad que se le ofrece.
La concepción del ser humano y de la sociedad es la pri-
mera y fundamental falla del "modelo". La concepción hedo-
nista, individualista y economicista del ser humano es extraña
a la cultura y a los intereses de la gran mayoría de los chilenos.
Es imposible constituir un orden social libre sin contar con un
sistema común de valores y los valores que subyacen al "homo
oeconomicus" no constituyen esa base común. Esta ha sido la
más profunda razón para mantener un gobierno autoritario.
El "modelo" fracasó, porque está en franca contradicción con la
historia y las esperanzas del pueblo chileno.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 89

3. Proposiciones para iniciar un debate

Cualquier proyecto nacional de desarrollo que honesta-


mente se proponga apoyar y potenciar el desarrollo integral de
Chile y cada uno de los chilenos deberá restablecer a la persona
humana en el lugar supremo de dicho proceso. Para tal efecto,
es fundamental asegurar la vigencia de dos principios ordena-
dores: el de la democracia, como un sistema mediante el cual
las decisiones que afectan a la comunidad —ya sea al nivel de la
empresa, local o nacional— son efectiva y crecientemente toma-
das por los miembros de ésta, y el reconocimiento de la centra-
lidad del trabajo y del trabajador en la ordenación de la vida
social. De esto se derivan al menos cuatro implicancias concre-
tas para una estrategia de desarrollo.
a. La orientación prioritaria del excedente y la producción
hacia la satisfacción de las necesidades básicas de toda pobla-
ción. Esta prioridad se funda en el hecho de que éstas son un
requisito para la satisfacción de otras necesidades. Con difi-
cultad el hombre y la mujer pondrán sus energías en la creación
social y autorrealización si no logran, por ejemplo, alimentarse
adecuadamente. Esta insatisfacción primaria reprime su liber-
tad para desarrollarse y con esto la posibilidad de satisfacer
sus necesidades superiores. En Chile, por lo demás, existen los
recursos suficientes como para satisfacer con holgura las nece-
sidades de conservación de todos.
b. Cada chileno debe convertirse en un ciudadano activo
de un estado libre, como también en un socio de una comuni-
dad productiva. Esto implica un régimen político donde el
poder no sea ejercido desde un solo centro, y donde tiendan a
desaparecer —en la medida de lo posible— las estructuras
jerárquicas. Pero ello no basta. Para que todo trabajador se
convierta en el sujeto del proceso de trabajo debe convertirse
en un socio-propietario de los medios de producción, para así
situarse en condiciones de igualdad básica con el resto de los
ciudadanos. Por otra parte, en un sistema mundial integrado,
el país, en cuanto comunidad nacional, debe preservar las con-
iiciones de autonomía requeridas para que la sociedad pueda
¡ejercitar su propia autonomía.
c. El trabajo debiera tener como fin el integrar a los indi-
viduos a la comunidad para que éstos creen los bienes que la
sociedad requiere. El trabajo, estable y creativo, cumple una
íunción económica al contribuir al sustento del individuo y de
ía sociedad, pero también es un medio de expresión y vincula-
(ción personal y social. El trabajo, en cuanto expresión material
de las capacidades del individuo en un quehacer concreto rea-
izado asociativamente, es un soporte fundamental para la cons-
trucción de su identidad y una instancia indispensable para la
relación del ser humano con la sociedad. La naturaleza social
90 ESTUDIOS PÚBLICOS

del proceso de trabajo le permiten al individuo ubicar su moda-


lidad de inserción concreta en la comunidad. Por lo tanto, las
oportunidades de interacción y ubicación social que ofrece el
trabajo satisfacen directamente necesidades tales como las de
pertenencia, afectividad, aceptación e intimidad.
El acceso a un trabajo creativo, adecuadamente gratifica-
do, para todos los miembros de la sociedad (subráyese en este
punto la importancia de incorporar a la mujer al proceso de
trabajo descrito) debe constituir, por lo tanto, un objetivo
central de un proyecto nacional de desarrollo. Esto ciertamente
implica transformaciones en las condiciones existentes en el
lugar de trabajo, en el grado de participación que cada indivi-
duo tenga en la decisión de qué y cómo producir y la creación
de fuentes de trabajo productivo. Para esto se debe adecuar la
estructura productiva —particularmente la tecnología— a la
disponibilidad de mano de obra y a las necesidades de consumo
del país, y, además, reorganizar la estructura social y el siste-
ma de propiedad sobre los medios de producción, de tal forma
que cada individuo participe activa, libre y creativamente en
el proceso de trabajo.
d. Por último, es necesario asegurar la existencia de un
medio que le permita a la persona desarrollar actividades signi-
ficativas y creativas, coherentes con el proceso de realización
social. El camino al desarrollo debe integrar y desarrollar a
los individuos viviendo en sociedad, de tal forma que éstos creen
los bienes y condiciones que la sociedad y el individuo requiere
para satisfacer el conjunto de sus necesidades.

Como se sabe, la pretensión de la teoría y sus "modelos"


de transformar la realidad como si ésta fuera una masa de
arcilla en sus manos o una página en blanco, está en el origen
de los totalitarismos: el tirano moderno se apoya, la mayor
parte de las veces, en un "dentista social" que ha perdido
sentido de sus límites. El fracaso del "modelo" y la experiencia
de las últimas décadas crean una buena oportunidad para que
—al menos entre los economistas— se recupere la humildad y
el diálogo. Estas notas críticas y proposiciones apuntan en esa
dirección. Los que tienen el poder de hacerlo ojalá abran los
canales para que puedan edificarse consensos en vez de nuevos
"modelos".
CUATRO ENFOQUES

"Dogmatismo" y "Pragmatismo":
Una década de Política Económica en Chile

Daniel Wisecarver D. *

El modelo —en materia de privatización, comercio exterior, política


monetaria, libertad de precios, política laboral y otros— fue mucho
menos puro y ortodoxo de lo que generalmente se supone. Los resul-
tados de la política económica aplicada deben ser aquilatados en
relación a la economía mundial. Una comparación con otros (seis)
países latinoamericanos revela que, en términos relativos, el creci-
miento en Chile fue mayor durante el gobierno actual que durante
cualquiera de las tres administraciones anteriores. El artículo se refiere
a la recesión mundial; al nivel de endeudamiento externo; a la teoría
del "ajuste automático"; y plantea críticas a la decisión de devaluar
y a sus consecuencias. La crisis actual no se debe a la opción por un
rumbo equivocado. Uno de los factores que mejor explica la profun-
didad de la crisis se encuentra en el hecho de que el Gobierno, en
unos pocos, pero claves puntos de decisión, no ha podido o no ha
querido seguir la línea que conduce al logro de las metas que tenía
trazadas.

Prólogo

Dogmatismo: Conjunto de todo lo que es dogmático en reli-


gión. 2. Conjunto de las proposiciones que se tienen por
principios innegables en una ciencia. 3. Presunción de los que
quieren que su doctrina o sus aseveraciones sean tenidas por
verdades inconcusas. 4. Escuela filosófica opuesta al escepticis-
mo, la cual, considerando a la razón humana capaz del conoci-
miento de la verdad, siempre que se sujete a método y orden en

* Ph. D. en Economía, Universidad de Chicago. Profesor de Economía en


la Universidad Católica de Chile y en la Universidad de Concepción.
92 ESTUDIOS PÚBLICOS

la investigación, afirma principios que estima como evidentes


y ciertos. (Real Academia Española, Diccionario de la Lengua
Española).
Pragmatismo: Método filosófico, divulgado principalmente por
el psicólogo norteamericano William James, según el cual el
único criterio válido para juzgar la verdad de toda doctrina
científica, moral o religiosa, se ha de fundar en sus efectos
prácticos. (Real Academia Española, Diccionario de la Lengua
Española).
En el futuro, cuando la política económica seguida por el
gobierno de las Fuerzas Armadas y de Orden desde 1973 en
adelante sea el tópico de investigación de los historiadores, ¿qué
concluirá un pragmático, según lo define a éste la Real Acade-
mia Española? ¿Habrán tenido razón los dogmáticos?
Introducción

La política económica seguida por el gobierno de las Fuer-


zas Armadas y de Orden durante los últimos nueve años y
medio ha dado mucho de qué hablar y aún más de qué discutir,
tanto dentro de Chile como en el extranjero. Las posiciones a
favor y en contra de esta política tienden a los dos extremos
posibles. Para los partidarios, hasta mediados de 1981 la eco-
nomía mostraba los frutos lógicos que tenían que resultar de
la más estricta aplicación de los principios de la economía de
libre mercado, basada en la iniciativa y propiedad privada,
apertura al exterior, y la subsidiariedad del Estado. El desen-
volvimiento de los indicadores macroeconómicos —el creci-
miento del PGB, el control del déficit fiscal y la inflación, la
reducción del desempleo, los varios índices sociales— confir-
maban sus predicciones (y esperanzas) respecto al crecimiento
sostenido del seis, siete, ocho por ciento y una relativa inmuni-
dad del país a las fluctuaciones recesivas que suelen afligir al
resto del mundo. Muchos de los mismos partidarios del sistema
hoy sienten una gran desazón frente a la violenta recesión
actual y han comenzado a cuestionar sus propios principios en
busca de una explicación para lo que aparentaría ser un fracaso
de la política.
Los opositores, en cambio, están satisfechos; al fin la eco-
nomía estaría comenzando a dar los frutos amargos que tenían
que darse, no sólo en términos de los resultados altamente
negativos de 1982, sino que además todos los indicadores antes
reconocidamente positivos, de los años recién pasados, hoy esta-
rian siendo cuestionados y serían también falsos. Se afirma que
no hubo nunca crecimiento económico, sino ilusión financiera,
que la inversión y ahorro necesarios para el crecimiento fueron
reemplazados por la especulación financiera y el consumismo,
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 93

que no hubo ninguna mejora del bienestar general, sino al


contrario un empeoramiento debido a una mayor concentración
de riqueza y una peor distribución de ingreso; que lo que sí ha
habido fue un extremismo de monetarismo, de privatismo y de
libertinaje económico.
Pareciera que habría que optar por una o la otra de estas
dos posiciones. Sin embargo, considero que ambas posiciones
son exageradas; la experiencia chilena demuestra que la política
económica que se ha seguido no corresponde al modelo extremo
alabado por los partidarios y condenado por los opositores. No
se aplicó el monetarismo clásico de una economía cerrada; no
se privatizó todo el aparato productivo del país; y no se permi-
tió la libertad económica absoluta. Sin embargo, lo que sí se
mantenía hasta hace algún tiempo era una clara línea respecto
a las metas finales de la política económica1: (a) aumentar
cada vez más el campo para la libertad de acción económica
para las personas y las empresas, y caucionar los principios de
la propiedad privada; (b) eliminar el ámbito de la discreción
estatal para perjudicar o favorecer arbitrariamente a ciertos
grupos sectoriales; (c) imponer la responsabilidad fiscal para
que el Estado mismo no siguiera constituyendo una fuente de
desestabilización para agentes privados; ((d) limitar la acción
del Estado a emprender solamente aquellas actividades que por
su propia naturaleza el sector privado no sería capaz o no esta-
ria dispuesto a hacer bajo su propia iniciativa.
Mientras la economía parecía crecer fuertemente con be-
neficios para todos, el seguimiento de esta línea era amplia-
mente acogido (salvo por los opositores y por los que, en
regímenes anteriores, supieron conseguir tratos "especiales").
Sin embargo, hoy en día, todo el fundamento de esta línea se
encuentra bajo ataque y "reestudio". Ahora parece ser la con-
signa la "flexibilidad" y el "pragmatismo", aunque los resulta-
dos ansiados permanecen ocultos, mientras se reconsidera no
sólo la política económica, sino también la concepción misma
del tipo de sociedad que se desea alcanzar para Chile.
La discusión en torno al fracaso del "modelo" se vuelve
cada vez más emocional. Sin embargo, un poco de reflexión
seria y calmada señalaría un hecho inequívoco: no hay sistema
económico conocido que haya logrado soportar inmune la peor
recesión mundial de los últimos 50 años. Los intentos de aliviar
sus efectos reales a través del expediente de cambios bruscos

1
Algunos sostienen que "se perdió el norte" desde hace más de 3 años;
otros critican que nada fundamental en materia económica haya cam-
biado aún. El mero hecho de que existen tales apreciaciones opuestas
basta como evidencia de que la claridad de la línea ha sido por lo
menos oscurecida, si no perdida.
94 ESTUDIOS PÚBLICOS

y superficiales sólo han logrado aumentar la desconfianza que


a estas alturas está bastante generalizada.
En este artículo trataré de demostrar que la crisis actual
no se debe a la opción por un rumbo equivocado. Al contrario,
especialmente dentro del difícil contexto mundial de la década,
la política implementada ha funcionado bastante bien. Aún
más, sostengo que uno de los factores que mejor explica la pro-
fundidad de la crisis económica se encuentra en el hecho de que
el Gobierno, en unos pocos, pero claves puntos de decisión
—ninguno de los cuales tiene que ver con el régimen cambia-
rio—, no ha podido o no ha querido seguir la línea que conduce
al logro de las metas que se tenía trazadas. Para propósitos del
largo plazo, las decisiones tomadas por las autoridades respecto
de estos puntos claves serán mucho más importantes que la
ruta seguida para recuperar al país de la crisis actual.
El "Modelo"
Antes de pretender interpretar la evolución de la economía
chilena, particularmente en el contexto de juzgar las ventajas
y desventajas del modelo económico que se intentaba seguir, es
muy importante entender primero qué modelo era éste, no sólo
desde el punto de vista teórico, sino también por lo que era
posible implementar en la práctica. Las características funda-
mentales del modelo incluían:
— la libre determinación de precios vía la interacción de
demanda y oferta; el Estado intervendría solamente
para controlar y/o eliminar prácticas monopólicas;
— el pleno derecho de propiedad privada, con la garantía
de sus beneficios para los propietarios y el imperativo
de que ellos asuman todas las responsabilidades in-
volucradas;
— la apertura al comercio exterior, para que todos, pro-
ductores y consumidores, aprovecharan las ventajas
comparativas del país;
— un Estado subsidiario y presupuestariamente respon-
sable.
Además, para que estas características dieran los resulta-
dos esperados, fue necesario ordenar, desde el comienzo del
actual gobierno, la heredada situación caótica, que incluía una
enorme tasa de inflación (pese a los esfuerzos anteriores de
reprimirla por ley), un déficit fiscal que alcanzaba un 25 % del
PGB, colas, escasez y mercados negros.
Los primeros pasos tomados en 1973 y 1974 para establecer
un sistema de precios de mercado fueron, primero, una fuerte
devaluación y la simultánea unificación del tipo de cambio; y
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 95

segundo, la completa liberación, por primera vez en años-, de


más de 3.000 precios y la eliminación de numerosos subsidios.
Los controles sobre unos 51 precios restantes han venido eli-
minándose posteriormente, hasta que a la fecha se fijan ofi-
cialmente los precios de solamente seis productos, y de estos
seis, solamente los precios de agua potable y alcantarillado
están completamente controlados.
Ya que el efecto combinado de la devaluación, la liberación
de precios y la eliminación de subsidios tendría un fuerte im-
pacto en el costo de la vida, también fue necesario, y razonable,
otorgar una seria de bonificaciones salariales y familiares, lo
cual evolucionó a la indexación rezagada de salarios a partir
de 1975. Simultáneamente, para minimizar necesidades futuras
de intervención estatal para combatir posibles abusos monopó-
licos, se modificó y fortaleció la ley antimonopolios (en diciem-
bre de 1973), y se empezó a formular la estrategia para poder
abrir la economía al comercio exterior (y, por lo tanto, a la
mayor competencia) a principios de 1974. Esta apertura al
comercio de bienes y servicios sucedió mucho más rápido de lo
que cualquier observador habría predicho; en sólo 5 años
los aranceles aduaneros fueron reducidos desde un nivel pro-
medio de aproximadamente 100% —el máximo alcanzaba
750-800%— hasta el arancel uniforme del 10% en 1979 (con
la excepción del arancel sobre automóviles).
Respecto al principio de la propiedad privada, también se
avanzó rápidamente. Durante 1974, 202 de las empresas confis-
cadas por el gobierno de la UP fueron devueltas a sus dueños,
mientras que las 57 restantes fueron "normalizadas" durante
los siguientes 5 años. Además, en el período 1974-82, CORFO
vendió otras 135 empresas al sector privado y se deshizo de sus
acciones bancarias, manteniéndose actualmente acciones del
Banco Continental solamente. En un plano menos espectacular
en cuanto a tamaño por propiedad transferida, pero más im-
presionante en términos de intenciones efectivamente cumpli-
das, durante el período 1974-82 el gobierno logró el saneamiento
de títulos de propiedad de más de 126.000 predios rurales y más
de 309.000 casas urbanas; además se registraron más de 258.000
nuevos propietarios de casas nuevas. En un país de aproxima-
damente 2.250.000 familias, los casi 700.000 nuevos títulos re-
presentan un título por cada 3,2 familias. Para los críticos de
la política económica-social, ¿será posible que los nuevos títulos

2
Esta medida, como varias otras, era más profunda que una simple co-
rrección de una aberración del gobierno de la U.P.; en efecto, gobiernos
anteriores, incluyendo los de Alessandri y Frei, también habían com-
batido la inflación, principalmente a través de la emisión de Decretos
que pretendían controlar los niveles de precios.
96 ESTUDIOS PÚBLICOS

se concentren al ritmo de casi 4 por cada persona rica? Eso es


lo que tendría que haber sucedido para que "sólo" un 10% de
las familias chilenas haya sido beneficiado, y si esto fuera así,
un 10% todavía es un logro sin precedente.
En el sector financiero, además de devolver vía ventas de
paquetes de acciones los bancos nacionalizados al sector pri-
vado, también se implemento una larga serie de reformas
consecuentes con la filosofía de una economía de mercado. Paso
a paso se liberaron las tasas de interés, se sustituyeron con-
troles cuantitativos por reglas uniformes de encajes y márge-
nes, se eliminaron discriminaciones entre distintos tipos de
bancos, y, aunque más lentamente, se permitió una creciente
integración del mercado chileno de capitales con el mercado
mundial. Así, mientras en el pasado el gobierno determinaba la
asignación de créditos vía la mantención de tasas de interés
real negativas y la canalización de fondos hacia ciertas institu-
ciones cuyas únicas actividades permitidas estaban definidas
por ley o por circulares del Banco Central, las reformas permi-
tieron la máxima flexibilidad para que los bancos decidieran
en qué sectores colocar sus préstamos y los depositantes tuvie-
ran, por vez primera (con la excepción del monopolio legal de
que gozaba SINAP), la opción de percibir intereses reales posi-
tivos en sus ahorros.
Sin embargo, fue en el sector financiero donde el gobierno
no quiso, o sintió que no pudo, hacer cumplir el principio central
de un sistema basado en el derecho de propiedad privada y el
libre juego del mercado. Ese principio es la exigibilidad de con-
tratos. En efecto, el gobierno venía otorgando cada vez más
libertad a las instituciones financieras, también preocupándose
de señalar reiteradamente que el Estado no daba su aval para
ninguna transacción entre privados, no importando si la tran-
sacción era entre chilenos o entre acreedores extranjeros y em-
presarios o banqueros chilenos. Pero llegó la primera prueba de
este principio cuando el Banco Osorno había llegado técnica y
económicamente a la quiebra, y el Estado intervino, dando así
su aval ex post a los acreedores del banco. Probablemente nunca
se sabrá la verdadera razón por la que se tomó esta decisión.
Sin duda influyó significativamente el hecho de que ese banco
fue el primero en conseguir importantes créditos externos y
que, en el momento de tener que decidir, los bancos extranjeros
ejercían fuertes presiones a través de sus embajadas para
prevenir la quiebra y, por ende, evitar la pérdida. De cualquier
manera, la señal fue muy clara; el gobierno cumplía con el
principio de propiedad privada y de exigibilidad de contratos
cuando las inversiones bancarias rindieran, pero asumiría el
riesgo ex post frente a eventuales pérdidas.
Desde este punto en adelante, las medidas del gobierno
fueron más bien contradictorias respecto al mercado de capita-
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 97

les. Por un lado, se armó una formidable estructura de controles


y regulaciones sobre la actividad financiera, asignándole a la
Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras las
atribuciones necesarias para velar por el ordenado desenvolvi-
miento del Sector; en vez de esto, pareciera que la Superinten-
dencia se dedicaba exclusivamente a vigilar el mas estricto
cumplimiento de la Ley de Bancos, una ley que ha probado ser
inadecuada. Por otro lado, se seguía liberalizando el sector,
siempre con la advertencia de que los acreedores estarían co-
rriendo sus propios riesgos. Pero al llegar otra crisis financiera,
en noviembre de 1981, el Estado asumió una vez más los riesgos
después del hecho, previniendo la quiebra de ocho instituciones
financieras. Estos dos episodios de intervención bancaria cons-
tituyeron una de las pocas inconsecuencias en toda la conduc-
ción económica, hasta junio de 1982. Pero estas intervenciones,
en combinación con el conjunto de medidas tomadas a partir
de esa fecha, quizás terminen siendo inconsecuencias fatales.
En el mercado laboral se instituyeron dos reformas tras-
cendentales, la reforma previsional, que bien podría ser el
modelo para varios países cuyos sistemas previsionales están
enfrentando serias dificultades, y el plan laboral, que regula
fundamentalmente las relaciones sindicales. El plan laboral
también institucionalizó el llamado "piso salarial"; este piso, en
combinación con la indexación de sueldos para los trabajadores
que no negocian colectivamente, fue otra inconsecuencia de la
política económica, porque constituyó un segundo numerario
en la economía. Mientras que la economía crecía y la tasa de
inflación se mantenía, no era un problema. Pero tarde o tem-
prano este segundo numerario tenía que interferir en el normal
desenvolvimiento de la economía; el conflicto se manifestó en
agosto de 1981.
Finalmente, en materia de política macroeconómica, la
conducción fue consecuente con los principios básicos, aunque
la tasa de inflación descendió bastante más lentamente de lo
que se esperaba. El déficit fiscal, gracias a la fuerte reforma
fiscal de 1975, cayó a solo 2,6% del PGB en 1975 y siguió
bajando hasta convertirse en superávit en los años 1979, 1980
y 1981. La tasa de inflación, en cambio, permanecía altísima,
bajando a menos del 100% solamente en 1977 (63,5%). En
junio de 1976 se empezó a utilizar la política cambiaria para
combatir el proceso inflacionario; básicamente, la política fue
de cambio fijo, la tasa de devaluación prefijada. La última "ta-
blita" de devaluación fue anunciada en diciembre de 1978, y en
junio de 1979 se fijó el tipo de cambio en $39 por dólar. La tasa
de inflación (IPC) alcanzó 30,3% en 1978, 38,9% en 1979,
31,27o en 1980 y, de repente, cayó al 9,5% en 1981.
En resumen, el "modelo" que se aplicó en Chile hasta me-
diados de 1982 distaba significativamente de las descripciones
98 ESTUDIOS PÚBLICOS

extremas que le atribuían tanto los partidarios del régimen


como sus opositores.
¿Hubo una fiebre de privatización? Quizás, pero sus efectos
fueron mayormente controlados. En 1970 el Estado era dueño
(total o parcial) de más de 90 empresas que representaban a
todos los sectores de la economía; en 1981 todavía tenía 66, y
de ellas, CODELCO, CTC y CHILECTRA no pertenecían al
Estado en 1970. En 1970 las empresas públicas empleaban un
4,8% de la fuerza laboral; en 1981 empleaban 3,4%. En 1970
estas empresas significaron un 22,5% de la demanda total de la
economía; en 1981 el porcentaje bajó a aproximadamente 20%.
En 1980 el patrimonio de las 12 empresas más importantes de
CORFO equivalía al 60% del patrimonio de todas las empresas
registradas en la Bolsa. Aunque se ha logrado una notoria me-
jora en la eficiencia de las empresas públicas, todavía quedan
varias que siguen registrando resultados negativos; de estas
últimas, entre sólo 3, CAP, IANSA y LAN Chile, lograron perder
más de US$ 156 millones en 1981. Claramente el Estado como
empresario no ha sido eliminado; si uno se diera la molestia de
leer los discursos de todos los ministros del área económica
durante el período 1973-1982, descubriría que todos incluyen el
rol del Estado en una economía mixta.
Más aún, los gastos fiscales totales, como porcentaje del
PGB, alcanzaron un promedio de 23,1% sobre el período 1960-
1970; con el gobierno actual, dicho porcentaje fue menor
(22,8%) solamente en 1979, y en 1981 alcanzó 25,1%. No es
precisamente lo que uno esperaría de una economía supuesta-
mente desestatizada.
¿Hubo una libertad total de precios en el sector privado?
Solamente en los mercados de bienes y servicios que lograron
evitar acusaciones de prácticas monopólicas. En cambio, en
términos agregados, donde se consideran dos factores producti-
vos (trabajo y capital), todo el ingreso nacional por el lado de
pagos a factores estaba sujeto a controles: los sueldos reales
estaban controlados para que no bajaran y el mercado de capi-
tales estaba sujeto a toda una serie de controles y regulaciones
discrecionales. Tanto es así, que las personas que critican la
política económica del mercado libre como inadecuada para
Chile, parecerían tener el deber de explicar por qué los dos pro-
blemas más graves que el país debe resolver —el desempleo y
la crisis financiera— han surgido precisamente en los dos
sectores donde no se aplicaron todos los principios del mercado
libre y de propiedad privada.
¿Hubo una apertura total al comercio exterior? Sí, para
bienes y servicios de la cuenta comercial. ¿Hubo una inundación
de bienes de consumo? Quizás, pero considérese el cuadro 1. Si
bien es cierto que la fracción de importaciones que se dedicaba
a bienes de consumo (el nefasto "consumismo") nunca llegó
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 99

al 20% antes de completar la reforma arancelaria, también es


cierto que los bienes intermedios siempre han copado más del
50%. Como cosa curiosa, cabe notar que la fracción para bienes
de capital bajó desde el 30% hasta el 22% antes de la reforma
y antes del gobierno actual. Pareciera razonable concluir que
si ha habido un fuerte aumento en las importaciones, pero que
los productores nacionales siguen siendo los compradores del
75% de ellas. Quizás su queja respecto a la inundación de
bienes importados de consumo realmente deba entenderse como
una queja sobre el hecho de que ese 75% de las importaciones,
que antes gozaba de la franquicia otorgada por el sistema de
aranceles diferenciados, ahora se encuentra sujeto al mismo
arancel del 10%. Además, con el arancel uniforme, el país ha-
bría dejado de desperdiciar recursos en el esfuerzo de lograr la
autosuficiencia en la producción de bienes de consumo de lujo.
Cuadro 1
Composición de las Importaciones *

Años Bienes de Bienes de Bienes Millones de


Consumo Capital Intermedios US$, promedio
anual
1960-62 15,1 30,7 54,2 535,3
1963-65 13,1 27,2 59,7 588,2
1966-68 13,2 29,3 57,5 760,9
1969-70 16,1 31,4 52,5 955,8
1970-72 19,0 22,0 59,0 1.174,4
1973-75 9,0 22,0 69,0 1.810,8
1976-78 19,0 21,0 60,0 2.397,5
1979-81 25,0 22,0 53,0 5.472,2
1982** 26,9 16,5 56,6 3.528,5
*
Fuente: V. Corbo, "Chile: Economic Policy and International Economic
relations Since 1970", Instituto de Economía, U. C., Documento de
Trabajo Nº 86.
* * Banco Central, Boletín Mensual, marzo de 1983.

¿Hubo un deterioro de la inversión nacional? Quizás, pero


hay que tener cuidado con los conceptos de inversión. Según
las cuentas nacionales, es un hecho que durante el período
1960-1970 la inversión geográfica bruta en capital fijo, como
porcentaje del PGB, alcanzó un 20,2%, mientras que este mis-
mo porcentaje ha bajado al 15,7% para el período 1974-1982,
un 4,5% menos bajo la política económica del actual gobierno.
Pero también cabe señalar que este concepto de inversión
incluía, en el pasado, ítemes de capital fijo tales como: el túnel
de Angostura; el puente en Santiago (Américo Vespucio cerca
100 ESTUDIOS PÚBLICOS

de Nueva Costanera), que no tiene caminos de acceso; el Hos-


pital Ochagavía, que no se terminó por sobredimensionado; el
Matadero Lo Valledor, que habitualmente funcionaba al 10%
de su capacidad y nunca se utilizó en siquiera un 50% de su
capacidad; el edificio central clasificador de correos, en donde no
cupieron las máquinas correspondientes; el Puerto Maguellines
cerca de Constitución, donde no se atreven a entrar los barcos;
una serie de embalses dejados a medio construir, uno de los
cuales (Convento Viejo) sólo ha dejado un pantano; y las últi-
mas locomotoras a carbón de gran peso, de las cuales sólo se
probó una, en un viaje entre Santiago y Rancagua, para averi-
guar que era demasiado pesada, quebrantando los durmientes.
Todo este capital fijo entró a las cifras de inversión en el
pasado, pero obviamente los fondos habrían servido más en la
forma de consumo. Con la política económica actual, se supone
que el capital deba rendir, y por eso se ha establecido una meto-
dología de evaluación de proyectos. ¿Será esto suficiente para
explicar la menor inversión? Por otro lado, la inversión privada,
de acuerdo a los principios del mercado libre, se emprendería
según criterios empresariales. Si la inversión privada ha aumen-
tado o disminuido, reflejaría la rentabilidad de los proyectos, y
no las decisiones del Estado.
¿Hubo una disminución del ahorro y un aumento desme-
dido del consumo? Otra vez las cuentas nacionales muestran
que el ahorro nacional bruto, como fracción del ingreso nacional
bruto, ascendió al 15,1% en la década 1960-1970, mientras du-
rante el período 1974-1982 sólo ha alcanzado al 11,5%. Pero
estas cifras pueden engañar. En la década anterior, con tasas
de interés real negativas, la gente debe haber tenido poco incen-
tivo de ahorrar voluntariamente. De hecho, parte importante
del ahorro nacional fue del gobierno, financiado por el impuesto
inflación.
Con la política económica actual (es decir, antes del final
del año 1982, cuando comenzó la política de tasas "sugeridas"
de interés) las tasas reales han sido positivas y, por lo tanto, los
privados han ahorrado. Por otro lado, según las cuentas nacio-
nales el ahorro ha bajado a tan sólo un 7,3% del ingreso nacio-
nal en 1981 y a 2,6% en 1982.
Sin embargo, dónde ahorrar depende del retorno esperado,
no simplemente del rendimiento nominal deflactado por la
variación del IPC. En 1981 mucha gente empezó a diagnosticar
una posible devaluación y en consecuencia dirigía una parte de
sus ahorros a activos inmunes a la devaluación como por ejem-
plo, dólares y oro. En el cuadro 10 (más abajo en este artículo)
se ve que las ventas de divisas por ventanilla aumentan entre
1980 y 1981 en US$ 508,3 millones, equivalente (en pesos de
1977) al 2,2% del PGB; el aumento de ventas de divisas en 1982,
en relación a 1980, fue de US$ 780,6 millones, equivalente al
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 101

4,2% del PGB. Agregando esta forma de ahorro a la contabili-


zada en las cuentas nacionales, el ahorro en Chile en 1981 y
1982 fue del 9,5% y 6,8%, respectivamente. ¿Cuánto más se
habrá ahorrado en otros instrumentos? Por supuesto, estas
formas alternativas de ahorrar no contribuyen al crecimiento
económico del país, pero gracias a la devaluación los ahorran-
tes que optaron por tales alternativas tuvieron toda la razón.
¿Hubo un exceso de consumo? Esta crítica, igual que las
que desprecian el "consumismo", es casi demasiado ridicula
como para merecer consideración. La meta final de toda la
actividad económica es poder consumir. Entonces, ¿cómo puede
ser un error aumentar el consumo, especialmente si no se está
consumiendo el stock de capital?
¿Hubo un monetarismo extremo en la conducción macro-
económica? Es una cuestión discutible. Por un lado, Harberger 3
ha presentado varias series monetarias que demostrarían más
bien moderación en la política monetaria; al menos no hubo
un claro shock monetario del estilo clásico para una economía
cerrada. En cambio, la reforma fiscal de 1975 tuvo significa-
tivos efectos restrictivos sobre los agregados monetarios. Por
otro lado, una "aplicación" extrema del monetarismo del
enfoque monetario de la balanza de pagos debe querer decir
que las autoridades reconocieron que su economía estaba abier-
ta, con el tipo de cambio fijo (o con el ritmo de devaluación
prefijada). Este reconocimiento equivale a comprender que los
conceptos comunes de política monetaria activa y política fiscal
contracíclica dejan de ser practicables. El intento de aplicarlos
está condenado a fracasar, produciendo solamente una reduc-
ción en las reservas internacionales del país.
Dada esta restricción, entonces, ¿no fue una inconsecuen-
cia con el sistema de mercado libre, y particularmente de la
libertad de precios, fijar el tipo de cambio? Por supuesto que
no; siempre que el Banco Central esté dispuesto a comprar y
vender divisas al precio fijado, la fijación del tipo de cambio
no es nada más que la definición del numerario central de la
economía, a fin de que el resto de los precios nominales se ajuste
y se obtenga el equilibrio de los precios relativos. Toda econo-
mía debe definir algún numerario; para países pequeños y
abiertos al comercio exterior y que tienen un Banco Central
y signo monetario propio, se suelen insinuar dos posibles alter-
nativas para el numerario, el tipo de cambio (o su trayectoria
futura) o la cantidad de dinero (o su ritmo de variación
en el futuro). Si se opta por el primero, tal como lo hizo Chile,
el país pierde la posibilidad de efectuar política monetaria; si

3
A. C. Harberger, "The Chilean Economy in the 1970's: Crisis, Stabiliza-
tion, Liberalization, Reform", 1981, mimeo.
102 ESTUDIOS PÚBLICOS

se opta por el segundo, el país pierde la posibilidad de una po-


lítica cambiaria, o sea, hay un tipo de cambio flotante.
Se puede discutir para siempre respecto a cuál opción sería
mejor, porque desde el punto de vista de equilibrio general son
equivalentes; puede que tengan efectos dinámicos muy dife-
rentes, pero hasta la fecha nadie ha logrado demostrar la supe-
rioridad de una u otra opción. Por la experiencia habida, se
puede señalar que varios países han logrado por largos perío-
dos de tiempo mantener como numerario el tipo de cambio
fijo; Paraguay y Guatemala son ejemplos de países latinos que
aún no se han rendido a las presiones para cambiar su nume-
rario. Por otro lado, ningún país ha logrado mantener una
regla monetaria con tipo de cambio libre, ni siquiera Chile
durante las seis semanas de 1982, cuando probó el cambio libre.

Los Resultados de la Política Económica

El cuadro 2 muestra la evolución de la economía chilena


con el actual gobierno. Las características más notables son:
primera, las dos recesiones fuertes en 1975 y 1982; segunda, el
rápido crecimiento entre las recesiones, y tercera, el poco cre-
cimiento promedio a lo largo del período. En efecto, todo el
crecimiento no fue lo suficiente como para contrapesar la dis-
minución del Ingreso Bruto Nacional en las dos recesiones, lo
cual podría indicar que la política económica ha fracasado. Sin
embargo, ninguna de las recesiones ocurrió independientemen-
te de la economía mundial; por ejemplo, en 1975 el precio real
del cobre cayó en un 45%, mientras que el mundo aun sufría
por el aumento del precio del petróleo. Por lo tanto, para evaluar
las políticas aplicadas habría que hacer comparaciones más
amplias sobre períodos más largos.
En el cuadro 3 se compara la tasa anual de crecimiento
del PGB per cápita de Chile con la de otros seis países latino-
americanos. Los períodos elegidos corresponden a distintos go-
biernos. El número entre paréntesis indica la posición relativa
de Chile en cada período. Este cuadro revela que, en términos
relativos, el crecimiento económico en Chile fue mayor durante
el gobierno actual que durante cualquiera de las tres adminis-
traciones anteriores. Además, para los siete países, la última
década ha sido difícil; todos, salvo México con su nuevo petró-
leo, crecen menos que en cualquier otro período anterior, lo
cual es el resultado lógico de haber sufrido dos recesiones mun-
diales durante la misma década (la mala actuación de Vene-
zuela, pese a ser un país miembro de la OPEP, es muy llama-
tiva). Para el caso de Chile a partir de 1973, también cabe
señalar que el precio real del cobre nunca alcanzó los niveles
que regían para el período 1964-1970; de hecho, si el precio del
cobre entre 1973 y 1982 hubiera sido igual a su nivel durante el
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 103

Cuadro 2
Evolución del Producto, Ingreso y Gasto Interno
(porcentual)

PGB Ingreso Bruto Gasto


Nacional Interno

1974 1,0 -3,3 -2,4


1975 -12,9 -21,5 -18,1
1976 3,5 5,9 0,2
1977 9,9 9,0 14,2
1978 8,2 7,8 9,7
1979 8,3 10,5 10,5
1980 7,5 7,3 9,4
1981 6,0 1,7 10,6
1982 -14,1 -19,4 -23,5
Tasa Anual:
(1973-1982) 1,5 -0,9 -0,1

Fuente: Banco Central, "Cuentas Nacionales".

Cuadro 3
Crecimiento del PGB Per Cápita: Tasas Anuales Promedios
(porcentual)

(1) (2) (3) (4) (5)


1960-64 1964-70 1970-73 1973-82 1960-82

Chile 2,5 (5) 3,0 (5) -1,1 (7) -0,1 (4) 1,3 (6)
Argentina -1,5 3,5 1,6 -1,1 0,4
Bolivia 1,0 7,1 5,1 -0,5 2,5
Brasil 3,7 7,4 9,9 1,3 3,8
Perú 4,5 1,5 1,7 -0,6
Venezuela 4,1 1,6 1,2 0,2 1,4
México 3,7 3,2 2,5 2,6 3,0

Fuente: Para Chile, 1970-73, Banco Central, "Cuentas Nacionales". Para


los demás países, las cifras para el año 1982 se tomaron de CEPAL,
"Notas sobre la economía y el desarrollo de América Latina", enero
de 1983. Para las demás cifras, Estadísticas Financieras Internacionales.
104 ESTUDIOS PÚBLICOS

período 1965-1973, el ingreso nacional habría sido unos US$ 12,7


mil millones superior al que se obtuvo en el período. Tomando
en cuenta este conjunto de hechos, la evolución de la economía
chilena a partir de 1973 no se ve tan negativa. A la vez, pare-
ciera que los críticos del gobierno prefieren los modelos del
pasado, bajo los cuales Chile se ubicó detrás de 4 de sus vecinos,
pese a gozar de épocas sin agudas recesiones externas y con el
mejor precio real en la historia para su único producto signi-
ficativo de exportación. La política actual, en cambio, ha sus-
tentado un crecimiento superado sólo por 3 de sus vecinos,
siendo uno Brasil y los otros dos, como exportadores de petróleo,
beneficiarios de la causa misma de la recesión mundial de 1975.
Por supuesto, al escoger las fechas con más cuidado, se puede
hacer que los resultados parezcan mejores o peores. Por ejemplo,
entre 1971 y 1975, el PGB per cápita de Chile decreció a una
tasa anual de 5,4%; en cambio, entre 1975 y 1981, período de
plena vigencia del "modelo", creció en un 5,4% anual, el mejor
resultado en toda América Latina.
¿Qué se puede concluir en base a las cifras del cuadro 3?
Por supuesto hay gente que afirma que hasta las cifras de cre-
cimiento en Chile son falsas, al menos las publicadas a partir
de 1974 (¿también serán falsas las cifras antes de 1974 o las de
los otros países?), y con esto se termina la discusión. Pero para
la gente que está dispuesta a creer los datos oficiales, la con-
clusión que emerge es que, a través del período de la aplicación
del "modelo" actual, el comportamiento de la economía ha sido
satisfactorio, relativo tanto a otros países vecinos, como al pasado
chileno; si fuera posible descartar las dos recesiones mundiales,
el crecimiento registrado habría sido espectacular.
Los partidarios del sistema no deberían sentirse defrauda-
dos a raíz de la actual recesión (al menos, no hasta la fecha de
la devaluación). Ningún sistema económico podría otorgar a
Chile la inmunidad frente a los vaivenes de la economía mun-
dial. En la teoría pura, con un sistema generalizado de libre
mercado, es cierto que una baja del nivel de gasto debería
absorberse instantáneamente, permitiendo la mantención del
pleno empleo de los factores productivos; pero aun en ese mun-
do teórico, si el ingreso disminuye, el país será más pobre. En
el mundo verdadero, con sus rigideces y rezagos, lo único que
un sistema de libre mercado puede garantizar —lo cual es bas-
tante— es que se aproveche al máximo los recursos y el ingreso
disponibles para optimizar el bienestar de todos.
En Chile, en cambio, aunque no se logró implantar el
sistema completo de mercado libre, los dos mercados con dis-
torsiones institucionalizadas (los mercados de trabajo y capital)
no interferían mientras la economía crecía; por eso, se apro-
vechó el crecimiento entre 1975 y mediados de 1981. Incluso fue
justamente la política económica, con la responsabilidad fiscal
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 105

y monetaria, la que permitió que el país postergara, vía endeu-


damiento externo, los efectos de una recesión mundial que, para
Chile, ya había comenzado tan temprano como el segundo
semestre de 1980. Cuando de hecho comenzó a hacerse sentir
el menor ingreso y el menor gasto en el país, y la economía
entró en el período del ajuste necesario, se encontró con los
sueldos indexados, con el sistema financiero casi insolvente y,
por añadidura, con la inflexibilidad a la baja de los gastos fis-
cales (equivalentes a más o menos la cuarta parte del PGB).
No debería ser una sorpresa, por lo tanto, que los desequilibrios
cuantitativos (el desempleo, la cartera vencida), en los dos
sectores donde no se implantó el sistema de mercado libre, con-
dujeran a una reducción de la actividad mayor de lo que se
podía predecir en base a los factores externos. Lo que sí sor-
prende es el grado en que mucha gente ha dejado de pensar
claramente al respecto, y la rapidez con que el gobierno pare-
ciera estar dispuesto a dejar atrás algunos de los principios
básicos de la economía libre.
La "Peor" Recesión del Mundo: 1982

Esto es un mito más, pero es un mito fácil de entender.


Lo que sucede es que las cuentas nacionales se publican para
años calendario y en tal base Chile de hecho ha sufrido la peor
recesión en 50 años. Pero los fenómenos económicos no se
someten al mismo calendario, sino que tienen una trayectoria
propia. Los cuadros 4 y 5 presentan la evolución de dos pará-
metros que son muy significativos para Chile: la tasa de interés
externa (LIBOR) y el precio del cobre. La tasa LIBO ya era
alta en 1979 (su promedio para los años 1974-78 fue de sólo
8,1%), y siguió subiendo durante los primeros meses de 1980;
sin embargo, como los precios de las exportaciones también
subían, las altas tasas nominales no generaron mayor preocu-
pación, máxime cuando todo el mundo predecía que pronto las
tasas de interés volverían a bajar. Esta predicción pareció con-
firmarse cuando la LIBOR bajó al 10% durante los meses de
mayo, junio y julio. Sin embargo, a partir de agosto de 1980 la
tasa LIBO subió bruscamente y mantuvo su alto nivel hasta
el mes de junio de 1982, inclusive; la tasa promedio a lo largo
de este período fue casi exactamente de un 16%, lo que repre-
senta un alza del 32% sobre la tasa promedio del año 1979.
Simultáneamente, a partir del mes de julio de 1980, el precio
del cobre comenzó a bajar continuamente, alcanzando su pro-
medio mensual más bajo también en el mes de junio de 1982.
Basándose en tales antecedentes, parece claro que en relación
al ingreso nacional, y todo lo demás constante, la recesión co-
menzó en 1980 para Chile.
106 ESTUDIOS PÚBLICOS

Cuadro 4
Tasa LIBO para Operaciones en US$
(porcentual)

1980 1981 1982


Enero 14,44 16,62 15,12
Febrero 16,94 16,81 15,25
Marzo 19,75 14,62 15,62
Abril 13,56 17,05 14,94
Mayo 10,19 17,25 14,50
Junio 10,12 17,38 16,19
Julio 10,12 18,81 14,38
Agosto 12,62 18,88 12,56
Septiembre 13,94 18,25 12,06
Octubre 15,12 16,00 10,31
Noviembre 17,19 12,81 10,25
Diciembre 16,38 14,94 9,50
Tasas Tasas Reales
Nominales (Deflactadas por el
índice de precios
de exportación)
Promedio Anual: 1979 12,14% -10,86%
1980 13,96% -6,28%
1981 16,77% 23,70%
1982 13,58% 32,22%
Fuente: Banco Central.

En el cuadro 6 se ilustra el comportamiento económico


para 12 países latinoamericanos durante los años 1980-1982,
año por año, y la tasa anual de crecimiento del PGB per cápita.
Durante estos tres años, Chile se ubica en el lugar número seis,
decreciendo a un 2,2% anual, un resultado bastante lamenta-
ble; pero dentro del contexto que vivían los demás países, la
recesión está lejos de ser la peor del mundo.
Ha habido mucha discusión pública respecto a la inciden-
cia de los factores externos sobre la actual recesión chilena;
como siempre, el debate se concentra en la mayor o menor
responsabilidad de la conducción de la política económica inter-
na. Hasta el Biministro Rolf Lüders y el Subsecretario Alvaro
Bardón expresaron diferencias de opinión en torno a si se podía
atribuir las dos terceras partes de la culpa por la recesión a
factores externos o internos. Francamente, es una discusión que
no debiera haber surgido. Al menos hasta el mes de junio de
1982, toda la política de apertura, en las cuentas corrientes y de
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 107

capitales, más la política cambiaria, garantizaron que una re-


cesión (o un boom) tendría que ser transmitido a Chile desde
el exterior (aun en el pasado, el país dependía del exterior gra-
cias a sus exportaciones de cobre y sus importaciones de bienes
intermedios y de capital). Después, los efectos recesivos fueron
magnificados por la imposibilidad de que los mercados laboral
y financiero funcionaran correctamente.
Consideremos simples órdenes de magnitud en torno a sólo
tres parámetros: la tasa LIBO, el precio del cobre y un índice
de precios de exportaciones chilenas. Los cálculos dependen de
pocos elementos:
i) El exceso en la tasa de interés (r). La tasa real de inte-
rés sobre la deuda externa pertinente para el país es la tasa
pactada, deflactada por la evolución de los precios de sus
exportaciones; el exceso del costo por intereses es esa tasa real,
menos la tasa nominal esperada de interés.
ii) Los volúmenes anuales del cobre exportado. Los pará-
metros pertinentes aparecen en el cuadro 7.
Cuadro 5
Precio del Cobre
(Centavos de dólar por libra)

1980 1981 1982


Enero 117,97 84,81 73,06
Febrero 132,45 81,74 72,40
Marzo 104,68 82,48 68,51
Abril 94,24 82,69 69,07
Mayo 92,92 78,97 69,30
Junio 91,00 77,11 59,01
Julio 98,68 76,30 65,36
Agosto 94,44 80,99 65,88
Septiembre 93,45 77,64 64,73
Octubre 92,77 75,69 66,32
Noviembre 91,24 74,81 65,58
Diciembre 81,17 75,11 66,84
Dólares de Dólares de
cada año 1977
(IPM, USA)
Promedio Anual: 1979 89,83 74,00
1980 99,17 71,65
1981 78,95 52,28
1982 67,21 43,53
Fuente: Banco Central.
108 ESTUDIOS PÚBLICOS

Cuadro 6
Evolución Comparativa: PGB Per Cápita
(porcentual)

1980/1979 1981/1980 1982/1981 1982/1979


(Tasa Anual)

Paraguay 7,9 5,2 -5,4 2,3


Panamá 2,5 1,2 -1,7 0,7
Colombia 1,8 0,3 -0,8 0,4
Perú 0,2 0,9 -2,0 -0,3
México 3,3 -5,0 -2,9 -1,0
Chile 5,8 4,2 -15,4 -2,2
Guatemala 0,4 -1,9 -6,3 -2,5
Uruguay 3,0 -1,3 -10,0 -2,8
Venezuela -4,1 -1,9 -3,3 -2,9
Brasil -5,3 -4,2 - 1,8 -3,5
Bolivia -1,9 -3,3 -9,9 -4,6
Argentina -0,2 - 9,5 -6,1 -4,8

Fuente: Ver cuadro 3.

Cuadro 7

Deuda Externa Deuda Real índice de Tasa de Exportaciones


Total (millones de $ Precios de Exceso de de Cobre
2
( millones de de 1977) Exportación Interés 3 ( millones de
US$)1 (1977 = 100) libras) 4

1979 8.484 182.875 138,02 _ _


1980 11.084 209.571 158,04 3,8% 2.258,3
1981 15.557 270.000 151,22 9,1% 2.306,3
1982 17.262 292.560 132,93 7,07% 2.576,1

1
Fuente: ODEPLAN, 'Destino de ingreso de capitales".
2
Deuda Nominal, deflactada por el IPM de USA, y convertida a pesos en
el tipo de cambio implícito de 1977, $/US$ = 26,168.
it - io - iop*
3
Calculada como r = ————————, donde io se supone igual al prome-
1 + P*
dio de las tasas LIBO entre 1974 y 1979 (8,43%), y p* es la variación
del índice de precios de exportación.
4
"Exposición sobre el Estado de la Hacienda Pública", octubre de 1982,
y Banco Central, Boletín Mensual, marzo de 1983.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 109

Ahora bien, supongamos un caso hipotético conservador.


Digamos que como política de endeudamiento Chile hubiera
decidido mantener su deuda "base" en el nivel alcanzado al
final de 1979 (año en que sólo los más enconados adversarios
del gobierno podrían haber criticado el "excesivo" endeuda-
miento del país). Solamente se permitiría un aumento eventual
en la deuda externa total en el caso de ser "necesario" para
evitar lo que de otra manera sería una rebaja del ingreso nacio-
nal a raíz de cambios paramétricos en el extranjero, por ejem-
plo, un alza de la tasa LIBO o una rebaja del precio del cobre.
El Cuadro 8 muestra el ejercicio:

Cuadro 8

(Millones de pesos de 1977)

(1) (2) (3) (4) (5) (6)


Deuda total Mayores Reducción del Menores Disminución Aumento
al final del Pagos por del precio Ingresos Potencial Deuda,
año anterior la tasa de del cobre por la del Ingreso con
exceso de ( centavos de venta del Nacional Intereses '
interés : dólar por cobre Bruto
r x col. ( 1 ) libra ) [(2) + ( 4 ) ]
1980 182.875 6.949 2,35 1.389 8.338 7.771
1981 190.646 17.348 19,37 11.690 29.038 35.920
1982 226.566 15.859 8.72 5.878 21.737 28.741

1983 255.307
1
Se supone que al "evitar" la disminución del ingreso nacional, el país
va pagando la tasa LIBO real (ver Cuadro 4) sobre el monto de la
nueva deuda.

El aumento en la deuda total, $ 72.432 millones, mide una


verdadera pérdida de ingreso y riqueza nacional que el resto del
mundo ha impuesto sobre Chile durante los últimos tres años;
de hecho, la pérdida, debido a factores externos, ha sido más
grande aún, ya que los precios de otros productos exportados
también han caído, mientras que el endeudamiento externo ha
aumentado aun más de lo indicado en nuestro ejercicio. ¿Cómo
financiar las pérdidas anuales o la pérdida acumulativa de
riqueza nacional? Se puede aceptar la disminución del ingreso
y con esto bajar el gasto; se puede vender activos (perder re-
servas) para mantener el nivel de gasto, producto e ingreso
nacional —esta alternativa simplemente traslada la contabili-
dad de la pérdida, bajando el stock de riqueza para mantener
el flujo de gasto durante el año—; y se puede contraer deuda,
110 ESTUDIOS PÚBLICOS

lo cual constituye una apuesta a que en el futuro, cuando se


deban pagar los intereses y amortizaciones, los precios de las
exportaciones habrán subido, y la tasa LIBO habrá bajado, lo
suficiente como para financiar realmente la menor riqueza
sufrida durante los años adversos.
De hecho, durante 1980 y la primera mitad de 1981, el país
se endeudó fuertemente, permitiendo así aumentar su gasto
total, su PGB, su ingreso nacional y sus reservas, pese a los
efectos adversos en el precio de sus exportaciones y en la tasa
LIBO. Pero el flujo neto de créditos externos disminuyó abrup-
tamente en la segunda mitad de 1981 y durante 1982, forzando
una reducción del gasto, del producto y del ingreso. El gasto
interno bajó en $ 101 mil millones, el ingreso en $ 71 mil millo-
nes y el PGB en $54 mil millones, lo cual constituye una
verdadera recesión en las cuentas nacionales de 1982. Pero
como el ejercicio del Cuadro 8 demuestra, una pérdida de $ 72
mil millones venía acumulándose desde 1980, y eso solamente
a raíz del precio del cobre y de los mayores intereses pagaderos
por el nivel de endeudamiento de 1979. Pareciera haber poco
campo para factores internos que expliquen la recesión chilena.

Cuadro 9
Evolución del Producto, el Ingreso y el Gasto Interno
(Millones de $ de 1977)

PGB Ingreso Bruto Gasto


Nacional Interno

1979 337.207 333.869 354.937


1980 362.635 358.155 388.223
1981 384.232 364.293 429.405
1982 330.131 293.631 328.326

Fuente: Banco Central, Cuentas Nacionales.

Otro ejercicio que se puede hacer consiste en estimar la


evolución del ingreso nacional bajo el supuesto hipotético de
que el país no cambiara ni su nivel de endeudamiento ni sus
reservas a partir de 1979. Con el PGB de $ 362.635 millones en
1980, y con menores ingresos por el precio del cobre y el exceso
de intereses llegando a $8.338 millones, el ingreso nacional
habría tenido que bajar a $349.817 en vez de $358.155 millones.
Esta reducción del ingreso de 2,33% sería igual a la reducción
del gasto para bienes internos y, por tanto, la disminución en
la demanda por insumos. Como los sueldos no podrían bajar, el
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 111

empleo también bajaría en 2,33%, lo cual conduce a un PGB


menor en un 2,59% al nivel registrado en 19814, o sea, que
el PGB habría sido $ 374.293 millones en vez de $ 384.232 millo-
nes. El menor producto, más los efectos del precio del cobre y
el exceso de intereses, habrían conducido a un ingreso nacional
menor en 1981, es decir $333.143 millones. Siguiendo los mis-
mos pasos para 1982, se llega al resultado de que el ingreso
nacional habría sido $294.642 millones en 1982 bajo la política
hipotética señalada, en vez de $293.631 millones. Entre 1979 y
1982, el ingreso nacional de hecho bajó en un 12,0%. En este
segundo ejercicio, donde sólo influyen el menor precio del cobre
y la mayor tasa internacional de interés, el ingreso nacional
habría bajado en un 11,8%.
Estos dos ejercicios hipotéticos explican la mayor parte de
la disminución del ingreso real que el país tuvo inevitablemente
que internalizar (otros factores externos incidían negativa-
mente en la evolución de la economía, y ni siquiera se ha
comenzado a analizar el mecanismo de ajuste ni las interaccio-
nes que deben haber funcionado dentro de la economía). Clara-
mente, por primera vez desde 1975, la economía como un todo
tuvo que reducir su nivel de gastos para compatibilizarlo con
su menor ingreso. La disminución del gasto que de hecho se
produjo chocó con la imposibilidad del ajuste correspondiente
de salarios y con el rechazo de cualquier ajuste en los sectores
financiero y fiscal. En consecuencia, el ritmo de la actividad
económica privada bajó aún más de lo necesario, generando a
su vez mayores índices de desempleo y el grado de estanca-
miento que se puede observar actualmente en la economía. Pero
en el fondo, no cabe la menor duda de que los factores exter-
nos constituyen la causa de la recesión chilena.
La Crónica de una Recesión

Las cifras del Cuadro 10, Ventas de Divisas por Ventanilla,


reflejan fielmente la cronología del grado de confianza en la
economía entre 1980 y el mes de septiembre de 1982. Superada
la recesión de 1975, la economía viene creciendo muy satisfac-
toriamente; lo más importante para el factor confianza de la
gente es el hecho de que este crecimiento está acompañado por

4
Ver L. Sjaastad y H. Cortés, "Protección y Empleo", Cuadernos de Eco-
nomía, agosto-diciembre de 1981. Según sus estimaciones, la elasticidad
de empleo respecto al producto es 0,9. Por supuesto, la reducción del
empleo sería sólo uno de los factores que explican la caída del PGB.
Otro muy importante ]o constituye la fuerte disminución de importacio-
nes, un 75% de las cuales eran bienes intermedios y de capital. Obvia-
mente, con menos insumos se produce menos.
112 ESTUDIOS PÚBLICOS

una clara estabilidad política y mejoramientos inauditos (para


Chile o para cualquier otro país) en la disciplina fiscal. Final-
mente, la combinación de tasas reales de interés, la indexación
de depósitos y la rápida disminución de la incertidumbre cam-
biaria conducen a que los agentes económicos, tanto los chile-
nos como los extranjeros, confíen cada vez más en la conducción
de la política económica en Chile. Esta confianza se refleja en
los volúmenes estables5 de ventas por ventanilla entre enero de
1980 y marzo de 1981 . Sin embargo, en el mes de abril de 1981
empiezan a escucharse las primeras versiones de los problemas
en CRAV; con su confirmación, todos reconocen la presencia
de una recesión, la incertidumbre aumenta y las personas com-
pran, en promedio entre los meses de abril a octubre de 1981,
un 55% más de dólares. El público ya había diagnosticado,
correctamente, la posibilidad de una devaluación.

Cuadro 10

Ventas de Divisas por Ventanilla


(Millones de dólares)

1980 1981 1982

Enero 25,1 55,3 76,6


Febrero 20,6 44,6 70,0
Marzo 25,7 59,4 88,9
Abril 31,6 67,5 129,8
Mayo 29,1 80,3 89,7
Junio 29,7 85,8 154,0
Julio 34,8 99,8 160,7
Agosto 42,2 71,4 221,1
Septiembre 54,3 86,7 155,8
Octubre 50,0 82,8 21,7
Noviembre 45,3 121,3 44,8
Diciembre 60,5 102,3 16,4

Totales 448,9 1.229,5

Fuente: Banco Central.

Entre los meses de julio y septiembre de 1980, el nivel de ventas sube


notablemente; sin duda, la explicación es que fue entre esas fechas que
el Banco Central aumentó el monto de divisas que las personas podían
comprar hasta US$ 10.000 al mes. Entre septiembre de 1980 y marzo
de 1981, no hay variaciones importantes.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 113

CRAV también señala otro problema más profundo; por


supuesto, era una empresa importante, pero dado el tamaño
del sector financiero y el volumen de créditos, su liquidación
no debiera haber causado más que ondas molestas para el sis-
tema. ¿Por qué parecía ser más bien un maremoto? Al fin, la
opinión pública comenzó a enterarse de que algo andaba mal
en el sistema financiero. También parece haber sido una reve-
lación para la Superintendencia de Bancos, ya que se introdu-
jeron cambios importantes a la ley de bancos en agosto de 1981.
Sin embargo, los cambios legales ya no bastaban y, dentro de
un contexto de crecientes olas de rumores, en noviembre de
1981 se produce la intervención de 8 bancos y financieras; las
ventas de dólares por ventanilla responden ese mismo mes
dando un salto del 50%. De allí sigue un clima de desconcierto
y rumores; hay una renuncia del Gabinete, con la reconfirma-
ción inmediata de los Ministros de Hacienda y Economía, y una
reunión en Viña del Mar acerca de la marcha de la economía.
Dos miembros del "equipo" económico, José Pinera y Alvaro
Donoso, salen del gobierno y, en ODEPLAN, asume como Minis-
tro-Director el General Luis Danús. En lo que se probó ser una
equivocación, la prensa interpretó este cambio en ODEPLAN
como el primer paso para cambiar el rumbo de la política eco-
nómica (de hecho, el primer cambio parece haber tenido lugar
con cambios en otros ministerios a fines de diciembre de 1980).
Las personas siguieron comprando dólares.
Luego, durante los tres primeros meses de 1982, la venta-
nilla refleja la inquieta calma de verano con menores niveles
de ventas; pero en abril, se arma otra campaña de rumores, y
esta vez se saca al Ministro Sergio De Castro. Respondiendo a
la incertidumbre total que rodea a una semana completa en
espera de los nuevos nombramientos, las personas recurren a
la ventanilla como nunca antes lo habían hecho. Pero el nuevo
equipo que emerge, al menos el trío de Sergio de la Cuadra en
Hacienda, General Danús, ahora en Economía, y Miguel Kast
en el Banco Central, logra tranquilizar a la gente y las ventas
vuelven a bajar.
Entonces, en los últimos días de mayo, el gobierno se em-
barca en lo que sólo puede describirse como un esfuerzo cons-
tante y concentrado para maximizar la incertidumbre. Esto lo
hace muy eficientemente, con anuncios de estudios de "paquetes
de medidas" y de fechas de anuncios de medidas (que no se
cumplen); se anticipan medidas que después se modifican, cor-
tan o retiran, etc., lo cual continúa hasta la fecha, aunque ya
después del discurso del Ministro Carlos Cáceres el 22 de marzo
de 1982, ha amainado notoriamente (ojalá no transitoriamente).
Pero dentro de todo, la medida fue la devaluación del peso en
un 18%, el 14 de junio de 1982. La única sorpresa en las cifras
114 ESTUDIOS PÚBLICOS

de ventas de ventanilla es que éstas no fueran mayores, dado


que los chilenos pudieron observar la corrida en contra del peso
argentino después de la devaluación del 10% en el país vecino,
16 meses antes.
El 6 de agosto, después de comprobar durante siete sema-
nas y media que el cambio fijo (pero devaluado) ya no es
sostenible, se anuncia la flotación del tipo de cambio. A finales
de agosto se cambia la totalidad del equipo económico, y el
nuevo equipo interviene fuertemente el mercado de divisas,
hasta que se cambia nuevamente de sistema el 19 de septiem-
bre. Esta vez se vuelve al cambio fijo, dentro de una franja, e
indexado a la variación del IPC menos 1% al mes. Simultánea-
mente, se instituyen controles de cambio y la fiel ventanilla
deja de transmitir información. Como nota curiosa cabe obser-
var el comportamiento de las reservas durante la flotación.
Aunque la única razón para flotar es lograr independencia en
política monetaria y no perder reservas, durante las seis sema-
nas de flotación en Chile, se perdieron aproximadamente US$
362 millones, US$ 116 en agosto y US$ 246 millones con el nuevo
equipo económico en los primeros 19 días de septiembre.
Por supuesto, la evolución de las ventas de ventanilla
también refleja la recesión, pero hay ciertos puntos clave que
no se ven en esta serie. Primero, la recesión del ingreso nacional
comenzó para Chile durante el segundo semestre de 1980, prin-
cipalmente debido a la política monetaria restrictiva que se
practicó en Estados Unidos aun antes de la elección del Presi-
dente Reagan en noviembre. Sin embargo, con el ímpetu que
traía la economía chilena, y su nueva fama de bajo riesgo para
las colocaciones bancarias internacionales, Chile no tuvo nin-
guna dificultad en financiar su menor ingreso real, su creciente
gasto y hasta la acumulación de reservas vía crédito externo, y
así se logró seguir una trayectoria positiva.
Durante los primeros meses de 1981, la continua disminu-
ción del precio del cobre empezaba a causar preocupaciones;
peor, con un Presidente de los Estados Unidos que cumplía sus
promesas de campaña, —cosa no esperada por nadie— el dólar
venía revalorizándose en Europa, y como consecuencia directa
los términos de intercambio para Chile empeoraban, y todos los
exportadores comenzaban a sufrir. Peor aún, en Estados Unidos
y Europa, los gobiernos aumentaban sus déficit fiscales, pre-
sionando así los mercados de capital y las tasas de interés. Por
otro lado, al comenzar la recesión mundialmente, el consumo
de combustibles, y por tanto, los ingresos de los países de la
OPEP venían bajando. Esto les forzó a disminuir sus colocacio-
nes en los mercados mundiales de capital. Así, hasta mediados
de 1981, las tasas internacionales de interés seguían subiendo,
mientras el monto de fondos disponibles para todos los países
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 115

pobres —no solamente para Chile— era cada vez menor6. El


resultado fue que Chile se encontró con altos niveles de endeu-
damiento, altas tasas de interés y una repentina reducción en
los ingresos de capitales extranjeros. No fue posible seguir evi-
tando la disminución del ingreso nacional; Chile se dio cuenta
que había llegado la re cesión y que había que reducir su nivel
de gastos. Fue justo en esta situación, con la economía forzosa-
mente decreciendo, que en agosto de 1981 se subieron en un
14% todos los sueldos para los trabajadores no sindicalizados.
Fue la primera y la única vez que los reajustes salariales causa-
ron daño; pero en el contexto fue como el tiro de gracia para
muchos sectores.
Con todos estos elementos, la economía llegaba hacia fines
del año con términos de intercambio que caían, tasas reales de
interés mundial que subían, y la demanda agregada que bajaba,
mientras que los sueldos ya habían subido, y en términos rea-
les. Internamente, la demanda por crédito no bajaba y, por lo
tanto, las tasas nominales de interés se mantenían; sin embar-
go, con la revalorización del dólar y la disminución de la
demanda agregada, la tasa de inflación bajó bruscamente
(31,2% en 1980 a 9,5% en 1981), y como consecuencia, la tasa
interna de interés real subió fuertemente. Las presiones para
una devaluación del peso crecían.
Ocurrió entonces, en noviembre, lo único que faltaba; otra
vez por una variedad de razones, siendo quizás la más impor-
tante 7 la de evitar la ruptura de toda una cadena de transac-
ciones del comercio, se intervino el mercado financiero, en vez
de permitir la quiebra. Todavía no se sabe cuánto ha sido el
costo para el gobierno, de la intervención de estas 8 institucio-
nes financieras, aunque algunas estimaciones indicarían un
costo de unos US$ 600 millones sólo para el Banco Español. Sea
lo que fuera ese costo en dinero, la intervención generó otro
tipo de costo para la economía, y este costo todavía no se
termina de medir, mucho menos de pagar. La intervención
reconfirmó las expectativas de los deudores respecto a algún
tipo de ayuda estatal para con sus deudas privadas.

6
La reducción de crédito fue un fenómeno también mundial, y por lo
tanto, no vienen al caso los análisis que afirman que se cortó el crédito
a Chile debido a sus problemas internos.
7
Hay otra posible razón que no puede descartarse de antemano: Si existe
un ente público (la Superintendencia de Bancos) encargado de vigilar
las operaciones del sector financiero, se hace muy difícil que dicho ente
permita que se sepa públicamente de las malas prácticas que suceden
habitualmente bajo su vigilancia. Peor aún, admitir y permitir la quiebra
de tan sólo una de las instituciones vigiladas (mucho menos de 8)
implicaría una cierta dosis de culpabilidad para el vigilante.
116 ESTUDIOS PÚBLICOS

Uno de los misterios del mercado chileno de capitales es por


qué las tasas de interés no bajaron, a pesar de la creciente
apertura a los mercados internacionales de capital y la dismi-
nución en la actividad interna de la economía. Por supuesto, ha
contribuido el alza en la tasa de interés mundial. También es
cierto que el spread entre las tasas de colocación y captación
es excesivo en Chile; algunos lo atribuyen a la ineficiencia, otros
a elementos monopólicos. Además, se pueden armar teorías en
base a la estructura de los "grupos" económicos, teorías que
probablemente tienen bastante fundamento. Primero, muchos
de los mismos bancos actuales fueron comprados y/o formados
con créditos de otros bancos; con un sistema legal que todavía
facilita la separación de bienes y la formación de sociedades, el
nuevo dueño podía proteger su posición patrimonial personal.
Así, los riesgos estaban automáticamente a un lado, ya que los
buenos negocios significaban mayores ingresos para el dueño
como persona, mientras que los fracasos se cargaban fácilmente
a la persona jurídica que constituía el banco. En tales circuns-
tancias, es como si la demanda por crédito fuera subsidiada, ya
que la cuestión de riesgo podía despreciarse. Este elemento de
nesgo por un solo lado fue magnificado por la intricada estruc-
tura de las empresas de papel y las empresas relacionadas que
armaron los grupos, —todo legal, ya que la Superintendencia
de Bancos siempre vigilaba—. Con relativamente poco patri-
monio comprometido, fue rentable correr más riesgo, y por lo
tanto, la demanda por crédito se mantenía siempre alta.
A esto habría que agregar otro subsidio más explícito al
crédito y al endeudamiento, un subsidio que surge de la estruc-
tura del impuesto a la renta. Si un empresario coloca su dinero
en una cuenta bancaria a plazo, los intereses percibidos están
efectivamente (aunque no legalmente) exentos del impuesto a
la renta. Si los mismos fondos se dedican a la inversión directa
en una empresa, su rendimiento está plenamente sujeto al im-
puesto. En cambio, si se hace la misma inversión con crédito,
los intereses pagaderos se contabilizan como costos que se des-
cuentan para determinar la renta imponible. Por lo tanto, la
estrategia racional consiste en hacer un depósito (si es con su
propio banco, mejor), utilizándolo como garantía para conse-
guir un préstamo e invertir los fondos prestados. La oferta total
de fondos es la misma, pero la demanda por crédito bancario
y la razón deuda/capital, es mayor.
(El sistema también inducía a que los depositantes toma-
ran sus decisiones independientemente del factor riesgo. Con
lo que se percibía como la virtual garantía del Estado —pri-
mero con las muy publicitadas operaciones y directivas de la
Superintendencia de Bancos, y segundo con los casos concretos
de intervención estatal en vez de la quiebra de bancos—, sólo
importaba el rendimiento ofrecido sobre los ahorros, nunca el
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 117

riesgo. Más aún, el Estado dio otra señal equivocada al fijar,


igual para todas las instituciones, la prima para el nuevamente
establecido seguro de depósitos, indicando así que todas eran
igualmente riesgosas, al menos según el criterio del gobierno).
Otra razón para las altas tasas de interés, aun con fuertes
ingresos de capital extranjero, fue el conjunto de regulaciones
impuesto por el Banco Central 8 . Los bancos comerciales no
podían practicar arbitraje; por lo tanto, los créditos en divisas
tenían que pasar por varias transacciones antes de que se con-
virtieran en créditos en pesos. Esta prohibición, además del
encaje y restricciones sobre la estructura temporal de los cré-
ditos externos, se traducían en un spread entre la tasa interna
de captación y la tasa internacional que alcanzaba un 20%
anual. Asimismo, hacia fines de 1981, aparecía sin duda un
premio de riesgo debido a expectativas de devaluación.
Además de las anteriores razones para las altas tasas de
interés, también había una especie de subsidio esperado por
parte de los que ya estaban endeudados; este es el otro costo
indirecto que fue generado, en parte, por las intervenciones.
Muchos empresarios (o personas que se hicieron llamar "em-
presario") se habían endeudado mucho, particularmente en
1979 y 1980 cuando, debido a que el IPC registró 38,9% y 31,2%
en estos años, la tasa real de interés estuvo relativamente baja,
y el país vivía la euforia del "crecimiento perpetuo". De repente
en 1981, bajó la inflación y se les vino la recesión encima; los
deudores, quizás especialmente los de construcción y agricul-
tura, se encontraron sobreextendidos y sin esperanzas de po-
derse recuperar. Ya habían visto que varias empresas impor-
tantes quebraban; lo único que les salvaría sería algún tipo de
ayuda por parte del gobierno, llámese perdonazo, desindexa-
ción, renegociación, cualquiera que fuera la forma.
Gracias en parte a la evidencia con los bancos, de hecho
había razón para esperar tal ayuda, pero para poder benefi-
ciarse, era necesario evitar la formalidad de la quiebra. Enton-
ces, estos deudores no bajaron nunca su demanda por crédito;
sabían que nunca podrían pagar los intereses, pero no impor-
taba. El juego se había convertido en una lucha para quedar
a flote, para lograr no perder su patrimonio dado en garantía
(¡vaya concepto de propiedad privada!). Por otro lado, tam-
poco, convenía a los bancos exigir el cobro de créditos que eran
imposibles de cobrar; esto solo habría apurado el momento de
quiebra técnica para el banco y, aparentemente, la interven-
ción. Esto, más las reglas de la Superintendencia de Bancos
referentes a la definición, y las implicancias, de "cartera ven-

8
L. Sjaastad, "The Role of External Shocks in the Chilean Recession 1981-
82", C.E.P., Documento de Trabajo Nº 5, septiembre de 1982.
118 ESTUDIOS PÚBLICOS

cida", inducía a los bancos a renovar los créditos, sea cual fuera
la tasa de interés9. En consecuencia, con la participación en
esta gimnasia financiera, los deudores no tuvieron nunca incen-
tivos para rebajar los precios de sus productos y stocks, y así
también contribuyeron al creciente desequilibrio en los precios
relativos y, por ende, a la devaluación.
La Cuestión del Nivel de Endeudamiento Externo

A raíz de la experiencia ya vivida en la economía chilena


durante el período recesivo, ha surgido una duda respecto a
la falta de control del endeudamiento externo. Aun partidarios
del esquema económico critican el "excesivo" nivel de la deuda
que el país debe afrontar.
¿Fue acertado endeudarse, tal cual se hizo, desde el punto
de vista del país? Habría que analizar esta pregunta tanto en
términos teóricos, como en términos prácticos, y esto último
ex ante y ex post.
Primero, basándose en los principios del mercado libre y
de la propiedad privada, no hay razón alguna para imponer
una política global de endeudamiento. Se supone que los mismos
interesados, nacionales y extranjeros, hacen sus propias evalua-
ciones y corren sus propios riesgos. Bajo este principio, al Es-
tado le corresponde controlar el nivel de su deuda, y determinar
su capacidad de pago vía la rentabilidad de sus proyectos y las
posibles recaudaciones impositivas. A juzgar por los resultados,
el Estado chileno manejó su deuda externa en base a principios
parecidos; de hecho, varias personas creen que las empresas
públicas, por ejemplo, no se han endeudado lo suficiente (un
juicio algo dudoso, a la luz de los efectos sufridos por estas em-
presas con la devaluación).
Por otro lado, si el Estado sigue una política de avalar
las deudas externas privadas, quiere decir que en caso de quie-
bra del ente nacional, el Estado debe asumir la deuda externa.
En este caso, por supuesto, debe haber una política de endeuda-
miento global, e incluso, hasta un mecanismo de control y
revisión tanto de los créditos contratados como de los usos a
que se dedicarían.
En Chile, el gobierno enfatizaba repetidamente que no daba
la garantía del Estado para ningún crédito externo; sin em-
9
Para una fascinante, pero también triste crónica de la experiencia argen-
tina, ver Carlos Rodríguez, "Política de Estabilización en la Economía
Argentina, 1978-1982", Cuadernos de Economía, abril de 1983. Rodríguez
describe cómo los bancos y endeudados argentinos participaban en el
mismo juego, y algo ganaron. Quizás la actitud de los deudores chilenos
estuviera influenciada por la observación del desenlace de esta farsa en
Argentina.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 119

bargo, garantizó tales deudas del Banco Osorno al intervenirlo.


E hizo otro tanto al intervenir los 8 bancos y financieras en
noviembre de 1981. Tal procedimiento probablemente constituya
el peor de los mundos, ya que los acreedores extranjeros pueden
prestar fondos sin mayor preocupación, cobrando el ''premio
de riesgo" que quieran, los deudores nacionales pueden empren-
der proyectos más riesgosos, y el Estado —por ende, el país—
entra en juego sólo en caso de tener que asumir pérdidas. En
tales circunstancias, la deuda externa total, sí puede convertirse
en un dilema nacional.
Desde el punto de vista práctico, en el momento de hacerlo,
¿fue acertada la decisión de aumentar la deuda externa en 1980
y 1981? Primero, hay que recordar que en 1980, sin endeudarse,
el país habría obtenido un menor ingreso nacional efectivo
no habría podido aumentar sus reservas, y más significativa-
mente, no habría podido aumentar su gasto para bienes de
consumo, de capital o intermedios. En resumen, endeudarse
permitió gozar de más bienes, tanto nacionales como extran-
jeros. ¿Cuál fue el costo? La tasa LIBO, para el año, fue de
13,96%; deflactada por el índice de precios de exportación fue
de —6,28%, por el IPM de EE.UU. fue tan sólo un 1,48% (y
esa fue la tasa más alta en los 4 años anteriores), y en términos
nacionales, con la variación del IPC del 31,2%, esa LIBOR fue
fuertemente negativa. O sea, por permitir que el país consu-
miera, invirtiera y acumulara más recursos, el resto del mundo
le regalaba dinero a Chile. Sólo un tonto o un ayatollah no
se habría endeudado.
En 1981, de nuevo, el endeudamiento fue necesario si se
deseaba no perder ingreso y/o recursos. Aunque la tasa LIBO
había subido fuertemente y los precios de exportaciones habían
bajado, las proyecciones en todas partes del mundo aseguraban
que la recesión iba a ser corta y suave. Por lo tanto, otra vez
fue una apuesta razonable endeudarse más; por supuesto, ahora
se sabe que las proyecciones eran malas, pero esto no es nada
más que la sabiduría de poder estudiar el fenómeno después de
que sucediera. Finalmente, la mayor deuda contratada en 1982
fue necesaria para que el país no cayera aún más de lo que lo
hizo, o para que las pocas reservas que quedaban no desapare-
cieran por completo. De hecho, hoy en día, se escuchan opinio-
nes de que el Estado debiera haberse endeudado más en 1982.
Ex post, ¿fue acertada la decisión de endeudarse a ese
mismo ritmo durante los últimos tres años? Volveremos a este
tema más adelante.
El "fracasado" Ajuste Automático

Entrando el año 1982, la economía ya se encontraba en


plena recesión; el producto caía, el desempleo aumentaba, la
120 ESTUDIOS PÚBLICOS

tasa real de interés se hacía más alta (la inflación ya era cero
o negativa), el número de quiebras crecía y las presiones para
tomar alguna medida aliviadora aumentaban. La medida que
más se pedía era una devaluación del peso. El equipo económico
contaba cada vez con menos apoyo; de hecho, nunca ha sido
claro que la filosofía de mercado libre haya adquirido apoyo
político alguno. Los buenos resultados hasta mediados de 1981
fueron fácilmente aceptados, pero el apoyo al equipo y su filo-
sofía desapareció con la llegada de la recesión.
Fundamentándose en los principios del modelo, así como
en la posición política de que no se devaluara, el equipo eco-
nómico del gobierno insistía en las ventajas del mecanismo del
"ajuste automático". La economía había venido gastando más
de lo que su ingreso podía financiar, el endeudamiento se había
cortado como fuente de financiamiento del exceso, y no se
podía expandir la cantidad de dinero, porque hacer eso equi-
valdría a perder más reservas, las cuales se requerían para
respaldar la credibilidad interna y externa de la economía y
para financiar las verdaderas necesidades de gasto neto del
país. Solo quedaba, entonces, que la economía como un todo
bajara su nivel de gasto y, precisamente, esta reducción del
gasto sería forzada por el alza de la tasa de interés.
Por supuesto, ahora es historia que el equipo perdió la
discusión. Viendo hacia atrás, parece que los partidarios del
modelo no supimos convencer ni siquiera a los gobernantes de
los beneficios globales y de largo plazo del modelo, y mucho
menos a los gobernados. Más aún, es ahora casi obligatorio
que todo comentarista de la situación actual ridiculice la mera
idea del ajuste automático, tal como se concebía. Pero veamos
qué tal funcionó este vilipendiado ajuste en términos de las
cifras que todavía no se habían registrado, al momento de re-
nunciar el Ministro de Castro en abril de 1982. Primero, es
indudable que el gasto total de la economía de hecho bajó, pero
la incidencia de esta reducción no fue la más adecuada.
Consideremos las cifras globales para 1981; la fracción del
PGB que constituyó ingresos totales del Fisco subió desde 0,263
en 1980 hasta 0,267 en 1981, lo que equivale a 7.004 millones de
pesos de 1977. Pero el ingreso nacional bruto subió en sola-
mente $ 6.138; o sea, el sector privado tuvo que aumentar sus
pagos al Fisco en un monto mayor de lo que aumentó el ingreso
nacional bruto.
El aumento en el gasto total del Fisco en 1981, excluido
el servicio de la deuda, constituyó más de la mitad del fuerte
aumento agregado en el consumo de 1981. Y todo eso sucede
en un año en que el menor ingreso fiscal, debido al menor
precio del cobre, fue de aproximadamente 9.500 millones de
pesos de 1977. Para la economía privada, no había nada de
automático en el imperativo de bajar su gasto. Sin el endeuda-
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 121

miento externo en 1981, el Fisco habría estrangulado al sector


privado; de todas maneras, el ajuste al menor ingreso fue una
cosa que el Fisco privatizó totalmente, sin reticencias de nin-
guna especie.
Veamos las empresas públicas. Pese al innegable mejora-
miento en su eficiencia general, durante 1981 todavía había 8
que perdieron dinero en operaciones, y su pérdida total alcanzó
US$ 197,5 millones, equivalente a casi 1% del ingreso nacional
real. En 1982, el número de perdedores en operaciones subió
a 13, y la pérdida neta total para 17 empresas públicas ascen-
dió a casi US$ 500 millones, equivalente al 2,9% del ingreso
nacional bruto. Así marchan los "pilares del desarrollo".
En el sector privado, para los mercados de factores, la
rigidez legal de los sueldos implicó que cualquier reducción
en la demanda por trabajo fuera traducida directamente en
cesantía. En el mercado de capitales, con tanta actividad dedi-
cada a la rotación continua de "renovares" y las intervencio-
nes, tampoco pudo haber mayor ajuste. Sólo los mercados de
bienes y servicios privados, el único sector en donde se permi-
tió la plena vigencia del derecho de propiedad y del mercado
libre, pudo ajustarse automáticamente. ¿Qué tal funcionó?
Consideremos el cuadro 11, que presenta las cifras de la evolu-
ción de la Balanza Comercial, la cual constituye un buen re-
sumen del exceso de gasto en la economía.
La primera cosa interesante que surge de estas cifras, es
que las exportaciones han cambiado muy poco a lo largo del
período; el pequeño cambio que hay, después de junio de 1982,
es una leve disminución. Segundo, el nivel de las importacio-
nes y, por lo tanto, del déficit, cae bruscamente.
El mes de julio de 1981 corresponde al mayor nivel de
importaciones y déficit. Más o menos en ese mismo punto en
el tiempo, los agentes privados se dieron cuenta de la obligato-
riedad de eliminar su exceso de gasto, y a partir de ese mes,
la, economía privada demoró tan sólo 8 meses para reducir
dicho exceso a cero. En términos de ajuste normales de las va-
riables agregadas, este ajuste de 8 meses fue casi instantáneo.
De hecho, en los 4 meses de febrero a mayo de 1982, la Balanza
Comercial generó un superávit mensual de US$ 14,2 millones,
mientras que para el año 1981, hubo (en promedio simple) un
déficit mensual de US$ 213 millones.
La efectividad del ajuste automático, es aún más notable,
cuando se recuerda que a lo largo del período, los términos de
intercambio internacionales seguían cambiando en contra de
Chile.
En la práctica, el proceso fue más costoso socialmente de
lo que debiera haber sido, ya que el efecto indirecto que tenía
que acompañar a la reducción del gasto no se produjo. A lo
largo de seis años de gastos crecientes, habían subido muy
122 ESTUDIOS PÚBLICOS

Cuadro 11

Balanza Comercial
(millones de US$)

Exportaciones Importaciones
F.O.B. F.O.B. Déficit

1981

Enero 307,8 525,3 217,5


Febrero 302,5 491,7 189,2
Marzo 398,8 534,8 136,0
Abril 366,9 550,1 183,2
Mayo 325,6 504,4 178,8
Junio 320,4 572,8 252,4
Julio 315,0 652,7 337,7
Agosto 330,3 557,3 227,0
Septiembre 326,9 574,4 247,5
Octubre 312,7 590,5 277,8
Noviembre 307,5 494,8 187,3
Diciembre 335,4 468,1 122,7

1982

Enero 241,9 385,5 143,6


Febrero 297,6 341,6 44,0
Marzo 397,0 405,0 8,0
Abril 335,2 285,8 - 49,4
Mayo 372,3 313,1 -59,2
Junio 319,3 336,6 17,3
Julio 306,5 263,3 -43,2
Agosto 317,0 246,5 -70,5
Septiembre 301,4 278,3 -23,1
Octubre 298,3 220,3 -78,0
Noviembre 259,5 248,3 -11,2
Diciembre 352,3 255,9 -96,4

1983

Enero 266,9 192,2 -74,7


Febrero 292,7 190,3 - 102,4
Marzo 343,3 212,9 - 130,4

Fuente: Banco Central, Informe Económico y Financiero.


¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 123

fluidamente los precios de bienes no transables, particularmen-


te los sueldos y salarios, los valores de propiedades, precios de
casas y departamentos, etc. En el proceso de bajar el gasto, era
necesario una reducción correspondiente de estos mismos pre-
cios. Esto último no sucedió, debido a la imposibilidad de ajustar
salarios, la indisposición por parte de los deudores y sus bancos
de efectuar los ajustes correspondientes en su patrimonio, y el
rechazo a una rebaja en los gastos fiscales.
Quizás debido justamente a lo costoso del proceso de ajuste,
las presiones generales para cambiar al equipo económico y
para abandonar el ajuste automático llegaron a ser insoporta-
bles. Algunos factores adicionales influyeron. Primero, aunque
siempre hubo gente en el mismo gobierno que no estaba de
acuerdo con ciertos aspectos de la política económica, hacia
fines de 1981, algunos altos personeros del equipo civil expre-
saron su desacuerdo con el cambio fijo.
El hecho de ver diferencias de opinión dentro del mismo
gobierno contribuyó a aumentar las dudas que la autoridad
pueda haber tenido. Segundo, empezó a emerger alguna evi-
dencia de que el tipo de cambio real (o el precio relativo de
bienes transables y no transables) había caído más allá de su
valor de equilibrio. Tanto Corbo como Sjaastad mostraron que
el tipo de cambio real, aunque reducido, todavía era un valor
de equilibrio, hasta mediados de 198110. Sin embargo, al caer
más durante el segundo semestre de 1981 y el primero de 1982,
pareciera que el tipo de cambio real estaba más abajo de su
valor de equilibrio. El ajuste de este precio relativo requería,
junto al mecanismo de ajuste automático, que los precios de
bienes no transables cayeran, pero con las rigideces ya descritas,
no cayeron. Alternativamente, ya que se trata de un precio
relativo, se insinuaría la posibilidad de restaurar el valor de
equilibrio al devaluar, aumentando así los precios de los bienes
transables.
Un tercer factor fue simplemente la forma en que la eco-
nomía se desenvolvía a principios de 1982. Además de la
cesantía creciente, las todavía altas tasas de interés, el menor
nivel de actividad y, por tanto, la recesión, había también un
buen grado de desconcierto respecto a las implicancias de la
intervención del sector bancario y los problemas aparentemente
generalizados de los demás bancos con sus carteras vencidas.
Frente a toda esta evidencia negativa, al equipo económico sólo

10
V. Corbo, "Inflación en una Economía Abierta: El Caso de Chile",
Cuadernos de Economía, abril de 1982.
L. Sjaastad, "Estabilización y Tipo de Cambio: El Contraste entre Chile
y Argentina", Documento de Trabajo N° 1, Centro de Estudios Públicos,
octubre de 1981.
124 ESTUDIOS PÚBLICOS

le quedaba repetir los principios y explicar cómo el ajuste auto-


mático tendría que funcionar. Como ya hemos visto, el ajuste
de hecho dio resultado, pero los costos acompañantes de las
rigideces eran muy visibles y muy desalentadores. Al final se
optó por cambiar al equipo y devaluar el peso.
Desde la Recesión Externa hacia la Crisis Interna:
La Devaluación y sus Secuelas

Los argumentos técnicos en favor de la devaluación siem-


pre enfatizaban los efectos sobre los precios relativos. Si esto
fuera lo único, no cabría duda de que una devaluación sirve
para el propósito de ajustar precios relativos, suponiendo que
existía un verdadero desequilibrio; si no, todos los precios sufri-
rían un alza pareja. Pero también, después de 3 años, el valor
del dólar se había establecido como el numerario de la econo-
mía; llegó a representar la estabilidad de no sólo la economía
chilena, sino también, al menos en cierto grado, del esquema
político, ya que todo el gobierno había asegurado repetidamente
que no se cambiaría ese numerario. Dentro de este contexto, la
devaluación también tendría algún impacto negativo sobre las
expectativas, quizás induciendo a que las personas se deshicie-
ran de sus pesos en favor de otras monedas (dólares). No fue
claro, al devaluar, cuál teoría resultaría ser correcta, ni si el
efecto negativo en las expectativas dominaría sobre todo.
Ya se sabe; hasta la fecha han ganado las expectativas, lo
cual se evidencia en varios hechos. Quizás el más revelador es
el que, después de casi tres años con el cambio fijo, Chile ha
tenido 4 distintos regímenes cambiarios, y a veces tres o más
valores simultáneos del dólar, dentro del espacio de diez meses.
Claramente, después de devaluar, las autoridades han tenido
que ir buscando aquel nuevo sistema en que la gente esté dis-
puesta a creer. Otro indicador muy claro lo constituye el com-
portamiento de las reservas internacionales, si bien esta serie
también refleja el ruido introducido por intentar aplicar otras
políticas macroeconómicas que no fueron compatibles con el
régimen cambiario de turno. El Cuadro 12 presenta la serie
de reservas a partir de enero de 1981. A partir de octubre de
1.981. con la recesión en plena marcha, el país perdió reservas
todos los meses, salvo en mayo de 1981 —el nuevo equipo eco-
nómico logró dar confianza por un mes— y en diciembre de
1982. cuando CODELCO trajo un crédito de US$ 300 millones.
La devaluación tuvo un efecto claro en junio y julio de 1982;
agosto y septiembre muestran que no fue posible resistir la
tentación de intervenir el mercado cambiario con cambio libre;
octubre, noviembre y diciembre de 1982 (descontado el crédito
de CODELCO) demuestran una vez más que el enfoque mone-
tario de la balanza de pagos no es simplemente un dogma, —no
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 125

se puede hacer política monetaria activa con el tipo de cambio


fijo, ni siquiera con éste dentro de una franja, ni con la venta-
nilla efectivamente cerrada—; enero y febrero de 1983 reflejan
la más reciente intervención bancaria; y abril de 1983 parece
reflejar el impacto del excelente discurso tranquilizador del
Ministro Cáceres (todavía es demasiado pronto para que el alza
del 100% de los aranceles tuviera efecto alguno en la balanza
comercial).

Cuadro 12
Reservas Internacionales
(Millones de US$)

19 81 1982 1983
Reservas Cambios Reservas Cambios Reservas Cambios

Enero 4.137,8 - 64,1 3.678,9 - 96,4 1.952,4 -625,1


Febrero 4.055,8 - 82,0 3.616,7 - 62,2 1.739,3 -213,1
Marzo 4.127,3 71,5 3.577,6 - 39,1 1,577,5 -161,8
Abril 4.147,7 15,4 3.407,8 -169,8 1.597,1* 19,6
Mayo 4.118,3 - 24,4 3.473,2 65,4
Junio 3.934,7 -183,6 3.319,0 -154,2
Julio 3.922,3 - 12,4 3.113,2 -205,8
Agosto 4.045,1 122,8 2.947,1 -166,1
Septiembre 4.064,0 18,9 2.675,4 -271,7
Octubre 3.926,6 -137,4 2.601,9 - 73,5
Noviembre 3.834,2 - 92,4 2.371,4 -230,5
Diciembre 3.775,3 - 58,9 2.577,5 206,1

Fuente: Banco Central. Las cifras no incluyen el crédito del F.M.I.


* Resultado de la primera quincena de abril.

Si el propósito de la devaluación fue sacar a Chile de


la recesión, o al menos cambiar el ritmo de su caída, hasta la
fecha ha sido un rotundo fracaso. Además de su efecto prolon-
gado sobre las expectativas y las reservas, sus impactos inme-
diatos incluyen los siguientes. Primero, un efecto deseado fue
que los exportadores que estuvieran exportando ganaron en
126 ESTUDIOS PÚBLICOS

términos de pesos; en cambio, aunque las sucesivas devaluacio-


nes han hecho menos atractiva la importación de bienes, los
competidores de importaciones no han podido aprovechar el
nuevo tipo de cambio real, ya que la recesión sigue sofocando
a la demanda, aun sin alzas de los precios. Segundo, todos los
deudores privados que entraron el año 1982 con una deuda
externa total de US$ 10.531 millones, vieron subir el costo de
esa deuda en un 18% el 14 de junio de 1982, y ha seguido
subiendo, aun con el "dólar preferencial".
Al devaluar, el gobierno también eliminó (mejor dicho,
modificó) el "piso" para las negociaciones colectivas y suspen-
dió temporalmente la indexación salarial de los demás traba-
jadores; esta medida fue necesaria, pero no rebajó ningún
sueldo inmediatamente. Tampoco se bajó la tasa de interés
real, pese a devaluar, fijar el valor del peso en términos de una
canasta de monedas y prometer devaluar en un 0,8% mensual
contra esa canasta. Pero la devaluación sí aumentó directa-
mente otro elemento de costos para vastos sectores productivos
de la economía. Recuérdese que las cifras del Cuadro 1 indican
que los bienes intermedios constituyeron un 57% de las impor-
taciones de 1982. A su vez, en términos de pesos de 1977, las
importaciones totales equivalían a un 28,3% del PGB en 1982,
esto incluyendo el impacto de la devaluación. Por lo tanto, las
importaciones de bienes intermedios equivalían a un 16,1% del
PGB, y en términos gruesos, la devaluación del 18% causó un
alza del 2,9% en el costo de la producción nacional. Al llegar
el mes de agosto, ya con un 50% de devaluación, dicha alza fue
de 8,0 % ; y al final del año, con la devaluación habiendo alcan-
zado un 88,6 %, el alza había ascendido al 14,3 %. Con este estilo
de ayuda a la producción nacional, es muy fácil entender las
actuales presiones a favor de aranceles diferenciados: se reque-
riría de alguna medida que suba los ingresos y reduzca los cos-
tos, en vez de subir también estos últimos.
La devaluación, ¿podría haber resuelto el problema de la
recesión? ¿Por qué se le ocurre a tantos países devaluar sola-
mente cuando están experimentando problemas? Si la deva-
luación basta para detener una reducción de ingreso, ¿por qué
no usarla para aumentar el ritmo de crecimiento en los tiem-
pos buenos? Con tantos países con su propio dinero que puede
devaluarse, ¿por qué quedan tantos países pobres? Muchos que
favorecían la devaluación dirán que el problema fue que se
hizo demasiado tarde, o que no bastaba, o que fue demasiado.
Otros dirán que el problema de fondo fue que se permitió una
pérdida de competitividad, que había que mantener al tipo de
cambio a un nivel alto. No se puede comprobar ninguna de estas
posibilidades, pero sí se pueden observar los esfuerzos y sus
frutos en otros países latinoamericanos. El Cuadro 13 muestra
las tasas mensuales de devaluación implementadas en varios
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 127

Cuadro 13

Devaluaciones Mensuales
(porcentual)

Argentina Brasil México Perú Chile

Diciembre 1980 1,1 5,2 1,5 0,0 0,0

Enero 1981 0,7 5,3 -2,4 5,3 0,0


Febrero 7,0 4,6 6,4 6,6 0,0
Marzo 7,7 2,0 0,0 6,4 0,0
Abril 34,6 7,6 4,2 8,2 0,0
Mayo 3,7 9,0 4,5 0,0 0,0
Junio 36,7 5,4 5,1 0,0 0,0
Julio 52,8 8,2 6,1 4,3 0,0
Agosto 13,6 3,0 0,8 0,0 0,0
Septiembre -2,2 5,3 2,7 4,5 0,0
Octubre 8,9 9,1 -1,9 3,9 0,0
Noviembre 33,3 4,9 -6,4 5,9 0,0
Diciembre -8,8 3,7 3,6 5,3 0,0

Enero 1982 2,5 6,6 0,8 0,0 0,0


Febrero -0,5 1,4 66,0 5,6 0,0
Marzo 15,5 7,3 5,8 5,9 0,0
Abril 3,1 0,0 1,8 0,0 0,0
Mayo 20,0 13,1 1,7 6,3 0,0
Junio 7,7 5,2 1,9 6,7 19,1
Julio 150,0 5,5 1,9 7,1 0,8
Agosto 0,0 1,9 42,1 7,7 25,6
Septiembre 0,0 8,0 0,7 0,0 14,3
Octubre 0,0 11,1 0,0 8,3 0,2
Noviembre 13,0 4,7 0,0 9,1 4,6
Diciembre 9,5 7,5 37,6 10,0 4,4

Enero 1983 10,5 8,1 4,0 0,0 2,1


Febrero 11,8 42,3 3,6 11,1 6,6
Marzo 13,3 8,3 4,1 12,5 -8,5
Abril 7,1 0,0 3,5 0,0 1,4

Fuente: Banco Central. Todas las cifras se calcularon en base a la cotiza-


ción oficial de la moneda el último día hábil de cada mes. Por
eso, las devaluaciones vistas en el cuadro pueden no coincidir
exactamente con lo que se hizo verdaderamente. Por ejemplo, la
devaluación de la "tablita" en Argentina en febrero de 1981 fue
de 10%.
128 ESTUDIOS PÚBLICOS

países, desde el mes de diciembre de 1980. Lamentablemente,


no se dispone de datos mensuales de las cuentas nacionales de
estos países, y por eso no se pueden detectar exactamente los
saltos del PGB que deberían haber seguido a cada una de las
devaluaciones.
Pero recordemos el Cuadro 6; si era cuestión de oportuni-
dad para la devaluación, Argentina lo hizo la primera vez (en
sólo 10%, relativo al valor de su tablita) en febrero de 1981.
Nadie lo creyó, se produjo una corrida enorme en contra del
peso argentino y, con la reforma monetaria que fue anunciada
recientemente, las autoridades están implícitamente recono-
ciendo una devaluación del 5.040% entre diciembre de 1980 y
la fecha en que el nuevo signo monetario entre en vigencia.
Mientras tanto, Argentina decreció en 1980, 1981 y 1982. Brasil
y Perú, en cambio, han mantenido su tipo de cambio real a
través de una serie de minidevaluaciones; no bastaba en Brasil,
ya que anunciaron una devaluación extraordinaria del 30% en
el mes de febrero de 1983. Su tasa de crecimiento anual, desde
1980, ha sido —3,5%. En Perú, las tasas de devaluación parecen
ser prefijadas, con una tasa creciente de devaluación mensual.
Perú ha decrecido desde 1980 en "sólo" un —0,3% anualmente.
El Cuadro 14 resume las experiencias con el tipo de cambio
para los mismos 12 países que aparecen en el Cuadro 6. Al
comparar estas cifras con las del Cuadro 6, es llamativo el hecho
de que el país que más devaluó, también es el país que más
decreció, mientras que los dos países que más crecieron a lo lar-
go de esos tres años (la tasa promedio) son países que no deva-
luaron 11 . México también llama la atención; a pesar de contar
con el petróleo y "a pesar" de haber devaluado en un 441%,
decreció a una tasa anual de —1,0% entre 1980 y 1982. Vene-
zuela decreció cada año y mantuvo su tipo de cambio fijo hasta
hace pocos meses.
¿Cuál es la conclusión? Aunque todos estos países tienen
distintos grados de apertura al comercio exterior —todos me-
nos abiertos que Chile—, todos pertenecen al mundo y todos
han sufrido la recesión mundial, independientemente de su
política cambiaria. También es tentador sugerir que cuanto
menos intenta un país ocultar sus problemas reales variando
el valor de su moneda, menos mal le va. Chile se encuentra en
el centro de las dos listas; habrá que ver cómo sale en 1983.

11
Guatemala, el otro país que no ha devaluado, quizás habría quedado
mejor en términos de crecimiento sin la inconveniencia de una virtual
guerra civil.
Por otro lado, vale la pena señalar que es imposible que Panamá de-
valúe, puesto que no tiene signo monetario propio. El beneficio que
significa este hecho para los panameños sería incalculable.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 129

Cuadro 14
Tasa de Devaluación: 12 Países
(ordenados según el ranking del cuadro 6)
(porcentual)

abril 1983 dic. 1981 dic. 1982 abril 1983


dic. 1980 dic. 1980 dic. 1981 dic. 1982

Paraguay 0,0 0,0 0,0 0,0


Panamá 0,0 0,0 0,0 0,0
Colombia 51,5 0,0 50,5 0,0
Perú 287,5 63,1 90,0 25,0
México 440,6 24,1 274,7 16,2
Chile 90,4 0,0 88,6 1,0
Guatemala 0,0 0,0 0,0 0,0
Uruguay 235,2 15,7 18,3 144,9
Venezuela 124,9 0,0 0,0 124,9
Brasil 577,6 103,3 100,0 66,7
Bolivia 115,2 25,8 71,1 0,0
Argentina 3.571,5 ' 398,6 385,7 50,0
1
La tasa de devaluación implicita en la reforma monetaria alcanza el
5.040% sobre el mismo período.
Fuente: Banco Central.

Al repasar la evolución del caso chileno, parece que se


pueden identificar cuatro distintos grupos de gente que apoyaba
una devaluación. Primero estaban algunos economistas que se
concentraban en el problema de los precios relativos; aunque
reconocieron un peligro eventual en el factor expectativas e
incertidumbre, pensaban que el impacto beneficioso de volver
al equilibrio en los precios relativos sería más importante.
Segundo, estaban los exportadores y los competidores de
importaciones que tuvieron verdaderos problemas debido a la
combinación de recesión mundial y la rigidez de precios y costos
internos. Para ello, un mayor precio del dólar debería haber
constituido un alivio directo.
Tercero, había otro grupo de empresarios y endeudados que
apoyaban una devaluación, a pesar de tener importantes deudas
en dólares. ¿Cómo se explica una posición tan irracional? No
se puede, a menos que uno piense que la cuestión de fondo no
era el valor del dólar. Gran número de estas personas se formó
a lo largo de los pasados 20 a 40 años, en donde la manera más
directa y más fácil de arreglar cualquier problema fue a través
del Estado paternalista. De repente, surge un nuevo grupo que
maneja la política económica, un grupo de personas mayor-
130 ESTUDIOS PÚBLICOS

mente jóvenes, "sin experiencia" y hasta dogmáticos12, estas


nuevas autoridades, como cuestión de principio, no prestan
ninguna ayuda sectorial. Mientras la economía crece y todos se
benefician, no hay problema; pero con la recesión, "se torna
indispensable" una ayuda del Estado. Como el equipo econó-
mico sigue sus principios aún en la recesión, hay que cambiar
al equipo, y el tema más directamente asociado con el jefe del
equipo es el tipo de cambio. Entonces, se unen a la campaña ya
en marcha en contra de la política de cambio fijo, en espera de
conseguir la salida del Ministro de Hacienda. Una vez que De
Castro está fuera, cualquier otra cosa es posible, incluyendo,
por supuesto, alguna manera de evitar las pérdidas ocasionadas
por la misma devaluación.
Cuarto, había personas de la oposición que entendían y
contaban con el significado psicológico de la política de cambio
fijo. Ellos apoyaban la devaluación, esperando que la incerti-
dumbre resultante degeneraría en una desconfianza generali-
zada, la cual podría conducir a una desestabilización no sólo de
la economía, sino también del mismo sistema político.
Hasta la fecha, van ganando los exportadores y, aparente-
mente, los grupos tercero y cuarto. ¿Quiénes van perdiendo?
La economía y, por ende, el país, como un todo.
Volvamos al tema del endeudamiento y las reservas inter-
nacionales. Como se vio antes, el ajuste automático había fun-
cionado hasta el punto de generar un superávit en la balanza
comercial (Cuadro 11) equivalente a US$ 14,2 millones por mes
durante los meses de febrero a mayo de 1982, mientras que
entre noviembre de 1981 y marzo de 1982 se perdieron reservas
(Cuadro 12) a un ritmo de US$ 69,8 millones mensuales. Si no
se hubiera devaluado, ¿cómo habría terminado el país en cuanto
a su posición de reservas internacionales? Obviamente, nunca
se puede saber con precisión, pero un ejercicio razonable sería
el siguiente. Como el ajuste automático había logrado eliminar
el déficit en la balanza comercial básicamente en el mes de
marzo de 1982, se puede tomar el promedio de las pérdidas de
reservas durante los meses de marzo, abril y mayo (US$ 47,8
millones) 13, como una aproximación de las pérdidas mensuales
12
Un adjetivo que nunca se aplica a estos economistas, pero que quizás
quepa, es "ingenuo". Todos creyeron dogmáticamente que las personas
que contrajeron deudas voluntariamente cumplirían sus obligaciones con-
traídas. Pero cualquier persona "experimentada" de este tercer grupo
sabría que las deudas se pagan cuando las cosas marchan bien; cuando
marchan mal, hay que traspasárselas a quien sea.
13
Aun este procedimiento representaría una proyección demasiado nega-
tiva, ya que las pérdidas del mes de abril se vieron grandemente
aumentadas por la incertidumbre —compras por la ventanilla—, que
rodeó a la semana de la salida del Ministro De Castro.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 131

que el país habría sufrido durante el resto del año 1982. De


seguir ese ritmo de pérdidas, el país habría terminado el año
con US$ 3.438,6 millones. En otras palabras, no hubo crisis cam-
biaria alguna antes de la devaluación, y no se habría generado
una sin la devaluación.
Aunque toda la pérdida relativa de reservas tuvo sus oríge-
nes en la devaluación y los sucesivos cambios de política que
sucedieron después, también es interesante identificar hipotéti-
camente las pérdidas con los períodos de vigencia de cada polí-
tica y cada equipo económico. Primero, entre el 14 de junio y el
6 de agosto, con el tipo de cambio fijo en términos de la canasta
de monedas, se perdieron aproximadamente US$ 439 millones y,
al empezar el episodio de cambio libre, el país todavía tenía
aproximadamente US$ 3.063 millones en reservas. En principio,
este monto, menos las obligaciones puramente del Estado más
los US$ 300 millones del préstamo para CODELCO, es el monto
de reservas con que el país podría haber terminado el año con el
tipo de cambio flotante. Sin embargo, en lo que resta del mes de
agosto y la conducción del Ministro De la Cuadra, se interviene
el mercado cambiario y se pierden aproximadamente US$ 116
millones más.
Entra el Biministro Lüders —el primer Ministro que re-
chaza explícitamente el dogmatismo—, y en los últimos 19 días
de cambio libre se pierden aproximadamente US$ 246 millones,
terminando el mes de septiembre con un total de reservas de
US$ 2.675,4 millones. También en septiembre se establecen con-
troles cambiarios y la franja del dólar; un resultado es una
reducción en las ventas por ventanilla, relativo al mes de julio,
de US$ 139 millones. Aún con dicha fuente de pérdidas contro-
lada, entre octubre y diciembre se pierden US$ 398 millones (des-
contado el préstamo de CODELCO). Esta pérdida de reservas
(que realmente debería duplicarse por concepto de haber cerrado
la ventanilla) se debe exclusivamente al intento de complacer al
sector empresarial, practicando política monetaria activa con el
tipo de cambio esencialmente fijo. El mismo Ministro Lüders
reconoce públicamente que el intento había sido un error, y el
país termina el año con US$ 2.577,5 millones de reservas (inclu-
yendo el préstamo de CODELCO). Finalmente, con la interven-
ción/liquidación bancaria del 13 de enero de 1983, el país pierde
otros US$ 625,1 millones durante ese primer mes del año.
Exactamente cuando —entre el 14 de julio de 1982 y el final
de enero de 1983— la situación de reservas internacionales se
transformó de "apretada" hasta "crisis" no está muy claro. Pero
el hecho es que el país se vio forzado a negociar, primero, un
convenio con el F.M.I. y, después del 13 de enero, ir a pedir la
renegociación general de su deuda.
¿Qué habría sucedido con el sistema financiero si no se
hubiese devaluado? Eso es más difícil de determinar, puesto
132 ESTUDIOS PÚBLICOS

que gran parte de la estructura anómala ya se había produ-


cido (la segunda intervención de bancos ocurrió en noviembre
de 1981). Sin embargo, la política del Banco Central respecto a
la compra de las carteras vencida, relacionada y riesgosa ya
venía estudiándose desde hacía varios meses. Si se pudiera ha-
ber tomado esa medida en un contexto de deudores todavía no
convertidos en insolventes debido a la devaluación, a lo mejor
se podría haber arreglado el sistema financiero antes de que
hiciera crisis.
Finalmente, ¿fue acertada la decisión chilena de endeu-
darse? Después de haberse producido la devaluación y la pér-
dida de reservas, la respuesta parece ser que no. Pero sin
devaluar, el Banco Central habría terminado el año 1982 con
reservas de aproximadamente US$ 3.438,6 millones, un monto
suficiente como para pagar el calendario de amortizaciones de
la deuda externa de mediano y largo plazo para los años 1983
y 198414. Por otro lado, con el equilibrio en la Balanza Comer-
cial y sin la corrida en contra del peso, no habría ninguna razón
de suponer cualquier ruptura de las líneas de crédito normales
de corto plazo. En resumen, aunque 1982 tenía que ser un año
difícil para Chile bajo cualquier conjunto de circunstancias
internas, no había razón para que surgiera ninguna de las crisis
que actualmente afligen al país. En vez de eso, se devaluó y se
perdieron US$ 895,7 millones desde la devaluación hasta fin
de año, pérdida que aumentó a US$ 1.520,8 millones a finales
de enero de 1983 (estas pérdidas son valores después de recibir
US$ 300 millones con el préstamo para CODELCO). Sin estas
pérdidas, se puede concluir que la situación de la deuda habría
sido apretada, pero manejable, y que, pese a todo, hasta la
decisión de endeudarse fue acertada. En fin, lo que faltó fue
un poco más de fe en los "dogmáticos".

Hacia el Futuro:
"Dogmatismo", "Pragmatismo" y Política Económica

Uno de los temas obligatorios en toda crítica de la anterior


política económica es un ataque al "dogmatismo" y la bienve-
nida a su opuesto, el "pragmatismo". Pero es muy difícil
entender la acepción de "dogmatismo" durante los últimos
meses en Chile. Su significado parece recorrer todas las posibi-
lidades desde la definición de la Real Academia Española, hasta
la insistencia en seguir principios (especialmente principios
económicos), pasando por ser sinónimo de "economista del
antiguo equipo económico". Este último involucraría una seria

14
Originalmente, antes de renegociar la deuda, el país como un todo debía
amortizar US$ 1.755 millones en 1983 y US$ 1.522 millones en 1984.
¿QUE PASO CON LA ECONOMÍA CHILENA? 133

inconsecuencia lógica, ya que el primer brote de "pragmatismo"


económico fue la intervención del Banco Osorno, el segundo fue
el "piso" del Plan Laboral y el tercero fue la intervención del
Banco Español y otras siete instituciones financieras. Incluso,
los problemas internos que venían afligiendo a la economía
chilena se pueden atribuir a una notoria falta de "dogmatismo".
Quizás la mejor definición del estilo de "dogmatismo" que
muchos grupos quisieran ver desaparecido de la toma de deci-
siones públicas, la diera un ministro en 1977 15:
"Me atrevo a decir que el secreto del éxito de un gobierno
está en su capacidad para resistir a las distintas presio-
nes, presiones que se ejercen por medio de amenazas o
halagos y que las exponen líderes o gestores. La necesaria
coherencia para asegurar el éxito económico requiere que
sólo se adopten aquellas medidas que persigan el bien co-
mún, y no las que propugnan aquellos que se pueden
hacer oír mejor. No sólo el crecimiento económico depende
de ello, sino también la integridad moral del Estado y, por
ende, su continuidad y estabilidad".
Es demasiado fácil reemplazar tal concepto de "dogmatis-
mo", con sus principios y propósitos tan claros, por una buena
dosis de "pragmatismo". Pero hay que tener cuidado. Efectuar
dicho reemplazo tiene algunos aspectos muy parecidos a la
pérdida de la virginidad. Dependiendo de las circunstancias,
ésta puede ser una experiencia hasta saludable, enriquecedora,
generadora. Pero también impone todo el peso de una nueva
responsabilidad sobre las personas involucradas, y de ahí viene
el problema eventual. Si se descuida la nueva responsabilidad,
la pérdida referida puede conducir a la promiscuidad y, en casos
extremos, pero no lo suficientemente raros, hasta a la prosti-
tución.
Consecuente con todo lo que significa el cambio del tono
de la política económica desde hace ya más o menos un año,
ha surgido una serie de nuevas medidas económicas, cuya ca-
racterística común ha sido la de ayudar a ciertos sectores selec-
cionados, necesariamente a expensas de otros. El problema con
tales medidas no es solamente que sean escandalosas, mal
pensadas o simplemente tontas, sino más bien que van creando
un ambiente de lograr ganancias con sólo pedirlas, aplicando
las presiones en el lugar y momento adecuados. Los esfuerzos
dejan de dedicarse a la generación de riquezas y la optimiza-
ción de recursos, y se desvían cada vez más hacia las estrategias
para conseguir, a través del poder coercitivo del Estado, meras

15
Discurso al inaugurar ENADE (Encuentro Anual de la Empresa), 1977.
134 ESTUDIOS PÚBLICOS

transferencias de riqueza. Cuando tan solo uno logra ganar un


favor, los otros tienen el pleno derecho de pedir lo suyo también
(los que en vez de entrar en un convenio con el Estado pagaron
sus impuestos, ¿qué premio reciben? ¿El agradecimiento del
Estado?). Al ver un precio piso garantizado para los productores
de trigo, el vendedor de empanadas debe tener el derecho de
exigir también su ingreso mínimo garantizado. ¿Quién podría
ser el beneficiario de un reestudio de la política de cielos abier-
tos? LAN Chile se mostró capaz de perder dinero también con
los cielos cerrados. ¿Quién podría beneficiarse de un reestudio
de las reformas portuaria y marítima? Los exportadores ya
tienen costos de porteo que están en un 40% de su nivel antes
de las reformas. ¿Quién se beneficia de los aranceles especiales
(mal llamados antidumping) para productos tales como panes
finos, medidores de agua potable, leche, etc.? Lamentablemente
será inevitable que alguien pague todos los favores, y decir que
quien pierde es el Fisco es una mentira de grandes proporciones.
Hoy en día, la tasa de interés internacional, LIBOR, ha
caído hasta su nivel más bajo (9,0%) desde el mes de mayo de
1978; además, el precio del cobre ha subido hasta 82 centavos
de dólar por libra, el precio más alto desde abril de 1981. Hay
señales desde Estados Unidos que indican que la economía
mundial habría comenzado el proceso de recuperación. Todo
debería significar que la recesión en Chile, al fin, habría ter-
minado y que el país estaría encaminado hacia la reactivación.
Sin embargo, no se nota un ambiente de recuperación; se
han alterado los parámetros macroeconómicos y se han insi-
nuado cambios en la línea microeconómica. Los agentes eco-
nómicos aun adolecen de la incertidumbre y la desconfianza.
Falta no sólo una reconfirmación, o una redefinición de la línea
a seguirse, sino también acciones concretas que señalen el
rumbo. El parecido entre perder la virginidad y perder la cla-
ridad de los principios, afortunadamente no es completo, ya que
en este último caso es posible volver a establecer una clara línea
de principios y proceder de acuerdo a ella.
SELECCIÜN

El Espírítu del Capitalismo Democrático *

Michael Novak 00

En estas secciones de su último libro, El Espíritu del Capitalismo


Democrático, Miehael Novak esboza el propósito central de su obra,
Haciendo referencias a. su p~opia evolución como teólogo catM.ico,
partidario del socialismo' democrático, a Jaoques Maritain y a la doc-'
trina "social de la Iglesia expHca su descubrimiento del .sentido .' del
capitalismo democrático. En un análisis del pensamiento deMax Weber'
redefine los valores y . virtudes que constituirían "el espíritu" de este
sistema social, político y económico.

l. De la Práctica a la Teoría

Durante dos siglos, el capitalismo democrático ha ·sido· más


asunto de práctica que ,de teoría. Este espíritu práctico ha sido,
,deliberado. Después de lo divisivo y lo amargo· de las guerras
religiosas del siglo XVII, escritores como Montesquieu, Smith
y Madison desearon evitar las disputas, teológicas. Estaban
ansiosos por descubrir. métodos :de colaboración que noreq~i­
ríeran un acuerdo metafísico previo. Deseaban construir 11n,
sistema pluralista . abiertoa personas c;le todas las creencias y
opiniones. Más aún, su genio 'específico era de orden práctico.
Buscaban, hasta donde fuera posible, inventar métqdosde tran-
sacción y ajuste. Querían que este "nuevo orden" 'que imagina..
ban, creciera mediante' la experiencia, la colaboración' concreta,
y los experimentos. Escribían constantemente de su proyecto
como de" "un experimento". Ansiosamente se contaban unos a'

o Ver Michael Novak, The Spirit of Democratic Capitalism, N,ew York:


American Enterprise Institute, Si/mon & Schuster, 1982, págs. 19-49.
Traducido y' publicado con la. debida autorización.
~o Profesor universitario e investigador del American Enterprise Institute.
136 ESTUDIOS PUBLICaS

otros de oscuros informes respecto a experimentos prácti'cos que


uno u otro de ellos descubría en polvorientas bibliotecas. ¡Consti-
tuían una nueva raza: los filósofos de la práctica. El sistema por
el cual abogaban naturalmente recompensaba más a lasque
practicaban que a los que teorizaban. Dos siglos después, Jac-
ques Maritain todavía podía escribir:

"Ustedes están avanzando en medio de la noche, por-


tando antorchas hacia las cuales la humanldad estaría
contenta de volver sus pasos; pero ustede's los dejan en-
vueltos en una niebla de enfoque meramente experimental
y una conceptualización pu:ramente práctica, sin ideas
universales que comunicar. Sus luces no pueden ser vistas
por falta de una ideología adecuada" 1.

Durante mu'chas generaciones la superioridad práctica del


yapital~sm.odemocrático fue tan evidente como en el proverbio
comercial "si construyes una mejor trampa para ratones, todo
$1 mun,do se a,golparáa tu puerta". La superioridad de los hom-
'bresprácticos sobre, los hombres teóricos pareció .,quedar veri-
ficada·' por la historia. Pero existe otro proverbio, igualmente
pot~nte: "Sin visión, la gente perece". Además, en un mundo
de comunicaciones masivas universales e instantáneas, el equi-
librio ,del poder ha sufrido un .cambio. Las ideas, siempre una
parte ·de la realidad, actualmente 'han adquirido un poder ma-
yor que el de la realidad. Una de las características más sor-
prendentes de nuestra época es que las ideas, incluso las ideas
fa)sas e, impracticables, ideas ·e,n las que ya no creen susguar-
diaries oficiales, rigen los asuntos de los hombres. y 'desafían a
los porfiados hechos. Ideas de tremenda destructividad, cruel-
dad, e impracticabilidad siguen tenien·do la fidelidad de las
élites que se benefician de ellas. El registro empírico parece que
no puede ab.rirs·e camino hasta la conciencia para 'romper el
encantamiento. La clase de personas que se ganan la vlda con
la creación de ideas y símbolos parece estar a la vez extraña-
mente embrujada por las falsedades y absurdos y a la vez
estar dotada de manera inigualable para imponerlas a los
desventurados.
En las generaciones anteriores, dan'dopor sentada su
herencia espiritual, el capitalismo democrático no sintió la
necesidad aguda de una teoría respecto a sí mismo. No parecía
necesitar una teoría moral, una teoría respecto a la vida del
espíritu, puesto que, erróneamente, dependía de sus propios

1 Jacques Maritain, Reflections on America (New York: Basic Books,


1980), págs. 10-11.
EL ESPIRITUDEL· CAPITALISMO DEMO'CRATICO 137

líderes moral-culturales para mantenerla. La .edad de ··tal ino-·


cencia ha pasado hace ya mu'cho tiempo.· Las obvias· contradic-
cion'esde. lasnacianes socialistas que ··ahora· existen no parecen
desalentara los socialistas de reciente cuño.. Naciones 'enteras,
cual rebaño de ratas en sui'cidiocolectivoritual-instintivo, se
lanzan· al precipicio\ Dentro de las sociedades capitalistas de":
mocráticas los hombres no sólo viven de pan. La. falta
de .· atencióna la teoría .debilita la· vida del espíritu. y daña la
capacidad de··los jóvenes para soñar·' con idealesndbles.. ···lrving
Kristol en su obra TWoCheers for Capitalismdescribe .una vi..
sió,n moral "necesitada' con desesperación por la civilización
espiritualmente empobre'cida que hemos construido sobre lo que
una vez se creyó qu,e eran fuertes cimientos burgueses".
Discierne la pérdida sufrida por "una comunidad republicana
capitalista,con valores compartidos y una clara aspiración al
título de un orden justo", cUª1Jl:doésta no repiensa sus cimientos
espirituales y queda en forma irreflexiva "cercenada de sus
amarras morales" 2.
La". primera·de todas las obligaciones morales·' es pensar
claramente. Las sociedades no son como el clima, simplemente
dadas, puesto que los .seres .humanos 'son responsables ·de su
forma. Las formas sociales son construcciones del espíritu
humano.
¿Existe, pues, una forma para la economía política)quesea
nlás consonante con. ·la tradición judaica y los·· evangelioscris-
tianos? E,n su obra Humanismo Integral (1936), Jaoques Mari-
tain trató de expresar dicho "ideal próximo", nó aún realizado
por ninguna sociedad' humana y, sin embargo, al alcance 'de los
logros humanos. En otros libros trató de aclarar sus supuestos
básicos y sus principios. Y 10 que es más sorprendente, en su oora
Reflexione'S sobre Améric:a( 1958) , escrito después de su· primera
experiencia personal en Estados Unidos, admitió, para su propia
sorpresa, que la forma real de la sociedad norteamericana se
parecía mucho al ideal. próximo que él había esbozado en su
obra Hum,anismo Integr'al, mucho más de lo que él hubiera
anticipados. Su capítulo sobre··el sistema económico· norteame-

Irving Kristol, Two Cheers for· CapitaUsm (New·· York: . Basic •. B,ooks,
1978), págs. 262, 270~
:3 Consultar JacquesMaritain, Integral Humanism, transo Joseph W .. Evans
(New Yotk: ChatJlesScribner's Sons, 19'69);C,hristianityand Demo-
cracy, trans,.DorisC. Anson (Ne,vYor1<: Charles Scribner's Sons,1944);
ThePerson arul'the CommonGood, transo John }.Fitzgerald.(,New
York: Charles8cribner's Sons, 1947); y 'Man and the State(Chicago:
University of Chicago Press, 1951).
En 1958, Maritainescribió:"Me gustaría referirme a Uno de mis libros,
Humanisme Intégral, pubHcado hace veinte años. Cuando ,escribí. este
138 ESTUDIOS PUBLICaS

ricano es de especial importancia. Maritain vio la necesidad de


que existiera una nueva teoría sobre el sistema norteamericano,
pero nunca se consagró él mismo a esta tarea. Tampoco lo ha
hecho ningún otro filósofo ni teólogo posterior. John Courtney
Murray, S.J., aquilató el sistema político en su obra We Bold
These Truths (1960). Walter Lippmann trató de llenar este vacío
con su libro The Public PhUosophy (1955). Reinhold Niebuhr
en su obra The Irony of American ffistory (1952) y en otros
libros, también trazó un sendero por desiertos y montañas, pero
no alcanzó a dar una visión completa 4.

libro, tratando de delinear un ideal histórico concreto adecuado para


una nueva civilización cristiana, mi perspectiva era definitivamente
europea. De ninguna manera pensaba en términos norteamericanos; pensa-
ba especialmente en Francia y en Europa, y en sus problemas históricos
y en el tipo de imagen concreta que en perspectiva podria inspirar la
actividad, en el terreno temporal, de la juventud católica de mi pais.
«Lo curioso al respecto es que, por mucho que me haya gustado Norte-
américa, tan pronto la vi, y probablemente debido a la perspectiva par-
ticular en ~a que se escribió Humamsme Intégral, me demoró bastante
tiempo darme cuenta del tipo de congenialidad que existía entre lo que
sucede en este país y una serie de puntos de vista que yo expresara en
mi libro.
"Por supuesto el libro se refiere a un ideal histórico concreto que está
muy distante de cualquier realidad actual. Sin embargo, lo que me
interesa es la dirección de ciertas tendencias esenciales caracteristicas de
la civilización norteamericana. Y desde este punto de vista puedo decir
que Hl1manísme Intégral me parece ahora ser un libro que, por asi decir-
lo, tenía una afinidad con el ambiente norteameri.cano por anticipación".
Maritain, Reflectíons on America, págs. 174-75 (subrayado por él).
4 Ver John Courtney Murray, S. J., We Hold These Truths (New York:
Sheed & Ward, 1960); y Walter Lippmann, The Public Philosophy (New
York: New American Library, 1955). Reinhold Niebuhr escribió: "Si las
experiencias de los Estados Unidos de Norteamérica como potencia mun-
dial, sus responsabilidades y la culpabilidad concomitante, su frustración
y su descubrimiento de los límites del poder constituyen una refutación
irónica de algunas de las ilusiones más acariciadas de una época liberal,
sus experiencias en política interna, sus experiencias en política nacional
representan una irónica forma de éxito. Nuestro éxito para establecer la
justicia y para asegurar la tranquilidad interna ha sobrepasado las visio-
nes características de una cultura burguesa. Frecuentemente nuestro éxito
se debe a políticas sociales y de índole política que violan y desafian el
credo social que caracteriza a una sociedad comercial". The Irony of Ame-
rican History (New York: Charles Scribner's Sons, 1952), pág. 89.
Los escritores europeos también han tratado de capturar este espíritu
americano sin igual. Ver Jean-Frangois Revel, Without Marx or Jesus,
traducido por J. F. Bernard (New York: Doubleday, 1971), capítu~os
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 139 .

Estos libros me dan confianza en que mis propias intui-


ciones no han sido excéntricas. Ninguna sociedad en la larga
historia de los pueblos judaicos 'y cristianos ledeb·emás que la
nuestra a la inspiración de las tradiciones judaicas, cristianas
y humaJ;listas. De ninguna manera, s·e 'debe identificar la eco-
nomía política de los Estados Unidos con el 'Reino de Dios, que
trasciende cualquier economía po~ítica histórica. No es la "Ciu-
dad de Dios". Los compromisos de religiosos trascendentes de
los judíos y de los cristianos nos llevan más allá del statu qua·,
son siempre una fuente de juicio respecto al statu qua y exig en 1

reformas cada vez más profundas. En realidad., trascienden


cualquier logro concebible y ponen toda la historia, incluso las
formas más perfectas de vida 'humana, bajo el juicio,' de D'Íos.
De todas maneras, es sorpren·dente que los fundamentados
documentos de la Iglesia Católica, Romana, incluy,endo ,las en-
cíclicas "de los últimos papas, procedan tal 'como si el capita-
lismo democrático no existiera. Aparecen ¡jocas referencias' a
socieda·des del tipo norteamericano en los documentos papales;
en su mayor parte, son referencias cortantes, peyorativasé
inexactas. Como el Padre Joseph Gremillion señalaen···The
Gospel of Peac~e' and" Justice -un comp·endio de las recient~
en.señanzas papales sobre economía política- el horizonte ·de
la enseñanza católica en, este tema pare'ce haber "quedado limi-
tadopor un cuadrángulo geográfico entre París, Bruselas,
Munich y Milán~. Es del 'todo sorprend,ente, además, que los
teólogos norteamericanos haya reflexionado ,tan poco acer'ca d·e
la experiencia estadounidense. El Pa,dre Arthur McGovern, S.J.,
ha dado más aten,ción sistemática al marxismo en la obra
Marxisrn: An American Christian Perspective, que cualquier
jesuita (o que cualquier otro católico norteamericano) le haya
dado hasta ahora a la teoría y práctica propias d·e la economía
política norteamericana. El desempeño de la teología protes-
tante -especialmente en de'claraciones oficiales respecto a
economía política efectuadas por el World Council of Churches
y por el National Council of Churches- no resulta mejor y es
en algunos casos peor 6.

1, 14, 16; RaymondL. Bruckberger, Irnage of America (New York: 'Ví.-


king Press, 1959); Y J. J. Servan-Schreiber, The American Challenge,
traducido por Ronald Steel (New York: Avon, 1969).
Joseph Gremillion, The Cospel of Peace and Justice (Maryknoll, New
York: Orbis Books, 1976), pág. 35.
6 Ver Arthur McGovern, S. J. MarxislTI: An American Christian ,Perspec-
tive (MaryknoH, New York: Orbis Books, 1980). Los documentos sobre
economía- política del Consejo Mundial de Iglesias y del Consejo Naci.onal
de Iglesias incluyen "Report on, Church Community and State in Rela-
tion to the Economic O'rder'~, en la obra The Churches SurveyTheir
140 ESTUDIOS PUBLICaS

No hace mucho tiempo que los Estados Unidos eran una


colonia'd~ la rnayorpotenciade Europa. No hace Inucho tiempo
~staba atrapada en la misma pobreza y subdesarrollo inme-
moriales·tal como otras naciones. En el. momento de su fun·da-
cÍón era· por lo menos tan pobre como las colonias que España
tenía en. Latinoamérica.. Estas dos Am~I'icas, la del Norte y ·la
del Sur, ambas colonias, y ambas igualmente subdesarrolladas,
fueron fundadas sobre dos ideas radicalmente distintas respecto
a la economía política. Una intentaba recrear la estructura
político-económica ·de la España feu'dal y mercantilista. La otra
intentaba establecer un novus ordo se'clorum, un nuevo orden,
en torno a ideas nunca antes realizadas en la historia humana.
Uno esperaría que los teólogos cristianos tuvieran un interés
especial en el resultado de estos dos experimentos en el Nuevo
Mundo, puesto que ambos intentaban concretar ideas cristianas
contrastantes. En cambio, es asombroso encontrarse aquí con
un silencio teológico 7.
Me . parece importante establecer claramente ··.por qué he
roto con la tradición del socialismo cristiano en la cual fui
criado. Durante muchos de mis años adultos me consideré un
socialista democrático y me alié con escritores socialistas demo-
cráticos. ¿Qué pasó para hacerme romper con esta tradición?
No pasó nada espectacular, salvo que la observación de los
asuntos .humanos y una reflexión. más intensa ·.sobre los asuntos
económicos gradualmente me persuadieron de que no podía, a
pesar de la voluntad de serlo, seguir siendo socialista, ni siquie-
ra "socialista demo'crático". Por otra parte, uno de mis últimos

Task, editorial J. H. Olldham (London: Anen& Unwin, 1937), págs. 87-


129; "T\heChur,ch and the Disorder of Society", en First Assem1bly Q'f
the World Council of Churches: Amsterdam, Holland, August 22nd-sep-
tember4th, 1949 (Geneva, Switzer1and: Wov1d Council of Churches,
194-9), págs. 39-47; "Economic Deve10pment in a World Perspective", ··.in
World Conference on Church and·· Society:Geneva, July 12-26;11966
(Geneva, Switzer1and: World Council of Churches, 1967), págs. 5-93;
National Council of Churehes, "Christian Concern and ResponsabHity for
Economic Life in a RapidlyChanging Techno1ogieal Society", New
York, febrero 24, 196-6 (mimeografiado); y Nationall Council of Chur-
ches, "Wor1d Povertyand the Demands of Justice", New York, febrero
20, 1968 (mimeografiado). Críticas recientes de las agencias protestan-
tes ofi,cia1es ine1uyen a Ernest W. Lefever, Am~te'tdam fo Nairobi:. The
W01'ld Council of Churches and the Third World (Washington, D,. C.:
Ethics and Public Palicy Center, 1979) ; Edward Norman,Christianity
and the World Order (New Yórk: Oxford Univ. Press, 1979).
7 Ver, por contraste, los ensayos de Joseph Ramos y colaboradores en
Michael Novak, editorial1 Liberation South, I.Jiberation North (Washing-
ton, . D. C.: American Enterprise Institute, 1981).
EL ESPIRITU··DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO

libros me invblucróen un estu·dio de los comienzos del'sindicato


United Mine Wo~kersduranteIaInasacrede huelglI,istasen
Lattimer, Pensilvanta, en· 1897 8 • ¿Cómo podía tener pensamien-
f,osamables respecto al capitalismo y ·····a .las .corporaciones?
Puede que correspóndaahora decir algunas palabras de auto~
biografía, que es típica, me parece, ,de muchas personas· reli-
giosas.
Durante muchos ~ños estudié para llegara ser saperd(Jte
católico,yposteriormente, al continuar mis estudios de' la his-
toria y filosofía de la religión, la especialidadque.prefería
y que· recibió 'mi mayor aten'ción fue··' la ··doctrina social
de 'Ia Iglesia. El esquema general bajo el cual aprendí "a
pensarresperctoa la era moderna era el de "g.ecularización".
Muchos arquitectos ,de la. democracia, el capitalismoyel plu-
ralismo moral-cultural ·consideraban a la religión organizada
-especialmente la Iglesia Católica Romana y la Iglesia de
Inglaterra-. como .pilares centrales del'·· antiguo orden cuyo
yugo debían <arrojar. En el continente eran comunes tanto el
anticlericalismocomó' la hostilidad a Iareligión tradicional. :En
las tierras anglosajonas, el ataque a la religión tendía,por
contrast~, a realizarse contra .su •. "establishment", pero no .~()n~
tra la religión" en sLA! leer·· esta· historia, nadie puede' dejar :de
observar el. conflicto entre el catolicismo tradicional y la mo-
dernidad.Desde . 10sprimeros momentos, me parecióquerste
conflicto había sido innecesario y que se basaba sobre. graves
malentendidos. Me .' deleité. con los esfuerzos de much(Jspor
mostrar . . cómo la democracia y el' respeto" por los derechos hu-
manos naturales pertenecían a la auténtica tradic~óneatólica.
R·ecibí con agrado los intentos· de la Iglesia .Católica por
"modernizarse". Escribí un libro respecto a la necesidad··que
tenía' ·la Iglesia· Católica de aceptar la experiencia" c'atólica
específicamente norteamericana,· y otro, The·· Open •Chitrch,
sobre el a,ggiom,amentoque en ese tiempo se estaba realizan·do.
con motivo del Concilio Vat~cano Segundo (1961-65) 9.
Sin embargo, '. aceptando gustosamente la dem()cracia yel
pluralismo, yo seguía juzgando duramente .~1 capitalismo. P.ar~
nlí, como para el Maritain joven, el capitalismo seguía' siendo
algo .~;í como una malapala,bra. La tradición antigua ymeclie-
val no había • conocido. el capitalismo. A diferenciade·.lade-
lTIocraciay del pluralismo, parecía menos espiritual, menos
comunitario y fuertemente perturbador de la comunidad y la
tradición. Mi ,herencia familiar provenía de las pequeñas gran-
jas de las cumbres de la' Eslovaquia oriental y, aquí en Estados_

8 Michael Novak, The Guns of Lattim,er (New York: BasicBooks, 1978).


9 Michael Novak, A Time toO Build (New York: MacMillan, 1967); Y The
Open Church (New York: MacMHlan, 1964).
142 ESTUDIOS PUBLICOS

Unidos, de las ciudades industriales menores de Pensilvania y


y Connecticut. Yo me identificaba con el sentido de comunidad
de las aldeas europeas y de los barrios familiares de mi juven-
tud, y con el "trabajo" más que con el "capital". En aquellos
días, el capital tenía una connotación étnica y religiosa al
mismo tiempo que económica. Los capitalistas pa~ecían ser
siempre protestantes, ya sea calvinistas o episcopales.
Al leer a los intelectuales católicos europeos de los últimos
dos siglos -Lamennais, de Maistre, Chesterton, Belloc, Scheler,
Mareel y muchos otros- me convenció el contraste que hacían
entre la filosofía británica (protestante) y la filosofía católica.
Por una parte, ellos y yo veíamos el individualismo, el utilita-
rismo, el pragmatismo; al otro lado, el personalismo, la comu-
nidad, la solidaridad. Las imágenes subyacentes en esta literatu-
ra constrastaban las máquinas, los barrios pobres, la alienación,
la competencia y la soledad del hombre secular moderno con la
vida ordenada, comunitaria, piadosa del pasado y del futuro
(romántico) de los católicos. Los pensadores del "Renacimiento
Católico" 10 no eran, sin embargo, tan sólo nostálgicos; muchos
trataron de imaginar una nueva "tercera vía" entre el capita-
lismo y el socialismo. A las concepciones "protestantes" del
individualismo contraponían el "personalismo" católico. Al ma-
terialismo omnipresente de la vida moderna contraponían una
vida litúrgica de pobreza de espíritu y acción social. Reinhold
Niebuhr escribió una vez que lo que él admiraba más de la
tradición intelectual católica era su constante énfasis en la
naturaleza social de los humanos 11. Por otra parte, los papas
desde León XIII hasta Pío XII también habían condenado
incansablemente las falsas creencias del socialismo y de la
tiranía del Estado.
Analizando mi propia imaginación en esa época, me doy
cuenta que estaba impregnada en buena medida de nostalgia
por la aldea medieval. Esta era la base tanto del ideal de
comunidad como del rechazo a la "falta" de comunidad de
los capitalistas democráticos. Además, había una capa plató-
nica o levemente hegeliana en mi imaginación, con la cual yo
trataba de pensar en la humanidad como un "Cuerpo Místico",
un algo unido orgánicamente tal como está unido el cuerpo
humano. Los escritores que enfatizaban el "corporatismo", la
"solidaridad", o incluso formas no ateas de "socialismo", cap-
taban entonces mi imaginación por estar más a tono con la

10 Ver, por ejemplo, Richard M. Griffiths, The Reactionary Revolution:


The Catholic Revival in French Literature (New York: Frederick UIl-
gar, 1965).
11 Reinhold Niebuhr, Man's Nature and His Communities (New York:
Charles Scribner's Sons, 1965), pág. 19.
EL ESPIR.JTU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 143

realidad de la vida., ·•.·•.Cuando en mis estudios superiores empecé


a leer· por primera veza escritores ingleses como Hobbes, Locke
y MilI Y a escritores norteamericanos como James, .Pierce y
Dewey, tuve la experiencia de 'que sus imágenes subyacentes
resultaban ajlenas y hasta ofensivas. Su conversación (según
a mí me pareció) de individuos atómicos que·· formaban "cQn-
tratos" y "convenios", .y su manera de pensar en una forma
pragmática y estrechamente empírIca, me pareció no .• sólo ex-
traña sino espiritualmente lllala. En mi sentido de ·mí mismo
yo era familia, miembro de un pueblo cuya historia tenía,cien-
tos de años y que se prolongaba hacia un futuroinimaginado.
No tenía Jaexperiencia de mí mismo como un individuo solitario
que buscara un contrato social. Yo hal)ía nacido en varias
comunldades que se traslapaban.
En estos aspectos, encontré muy atractiva la crítica euro-
pea del individualismo y de la teoría de los contratos de los
británicos.. Los escritos de los fenomenólogos y existeIlcialistas
del continente europeo -no sólo Emmanuel Mounier, quien
tuvo una tremenda influencia sobre los católicos de ·mi gene-
ración, sino incluso Scheler, Sartre, Camusy Merleau-Ponty--
me parecían ·mucho más cercanos a la realidad· interna de la
libertad y del riesgo espiritual. Además, leí con mayorprofun-
didad los escritos de Santo Tomás de Aquino y a sus intérpretes
modernos como Gilson y Maritain. Mi libro favorito era La Etica
Nicomaquea de Aristóteles y el Comentario de Santo Tomás. d.e
Aquino respecto .a esa obra. Ellos ·escribían de "justiciadistri-
butiva". Tenían po'co qued,ecir respecto ala justicia de la.
producción -de la riqueza y a la creación del desarrollo econó-
mico (posibilidades que sencillamente no se conocían durante
sus épocas). El centro de graveciad de mi educación fue la
Europa católica. El' capitalismo democrático estaba en gran
parte fuera de este círculo,. al igual que la tradición an,glo-
D~orteamericana. Puede· parecer extraño·· decirlo, •. p'ero en mi
calidad -de católico norteamericano yo iba a ·descubrir la vida
intelectual anglo-norteamericana como si . fuera un extranjero.
Hay tres razones específicas qu:e- explican esto. EIl"las pro-
longadas edades católicas, el pensamiento católico fue confor-
rnado para que explicara un mundo estático. Se fascinó, por
tanto, con la ética distributiva; ignoró las cuestion,es . de la
producción. En segun'do término,. su actitud hacia ~l dinero se
basaba en realidades premodernas. /No entendía la· creativ~q~d
y la productividad del capital acertadamente invertido. En
tercer término, se enorgullecía justificadamente···el pensamiento
católico por el sentido de comunidad que había logra-do inspirar
incluso dentro del mundo más bien inhóspito del feudalismo. Su
satisfacción con .la sensatez orgánica de' .1asociedad me'dieval
Y' con su sentido de .orden de los seres y de la sociedad jerárquica
144 ESTUDIOS PUBLICaS

le permitió no considerarlas estructuras de dominación inhe-


rentes en las relaciones feudales. Desde entonces ha tendido
a idealizar la comunidad corporativa de los gremios, aldeas,
esta'dos.y cortes medievales,descontando sus ,grandes costos
humanos. Había estado, a veces, tan identificado con el Ancien
régime que incluso resistió las revoluciones so'ciales de la era
moderna, y quizás especialmente la revolución liberal efectuada
en. Gran Bretaña, en los Estados Unidos y en algunos otros
lugares. Ha tendido, especialmente debido a la ubicación del
Vaticano en Italia, y también debiq.o a la gran fuerza de las
sociedades aún feudales en el mundo latino, el Imperio Austro-
Húngaro e Irlanda, a· descansar incómodamente en el pasado
nlanteniendo sólo una conexión tenue con las sociedades libe-
rales. En una palabra, el pensamiento católi'co se ha quedado
afuera y, creo, no ha entendido la revolución capitalistademo-
crát1co-liberal.
Maritain escribió una vez, citando a Aristóteles, que un
hombre no puede escribir bien de ética hasta que ha cumplido
por lo menos 50 años. Leer eso a los 22 años, me planteó un
problema: ¿Qué hacer hasta cumplir 10s50?D,ecf.dí hacer lo
que Maritain y Aristóteles habían hecho en su juventud:estu-
diar una esfera de a:cción humana tras otra. En mi caso, esto
significó ejer'cicios. en ficción, escribir para la televisión y .el pe-
riodismo, pero, por sobre todo, estudios de la iglesia, la política,
la etnicidad, la presidencia de los Estados Unidos, deportes y
sindicatos. Dejé la economía, lo más complejo, para el último.
Mientras más estudiaba, más tenía ,que cambiar mis primeras
opiniones. Si un neoconservador es un progresista que ha sido
golpeardopor la realidad yo no lleno totalmente los requisitos.
Losideales del socialismo empezaron a fallarme, cierto. Lo que
es más importante, descubrí recursos espirituales en el capita-
lismo democrático que yo había reprimido por largo tiempo en
mí mismo. Alabar el capitalismo constituye la violación de
tabúeª.. Ahora. bien, se supone que los. intelectuales cuestionen
todo. Mientras más cuestionaba, más original me parecía la
estructura-del . capitalismo demo,crático, y 'más llegaba a valo-
rarla, por lo que es. :rv.rientrastanto, muchos de mis amigos ca-
tólicos sé movían en la dirección exactamente opuesta. Radica-
lizados por la guerra de Vietnam, se vieron atraídos al análisis
marxista ya. los ideales socialistas.
El Padre Arthur McGovern, S.J., explica el reciente creci-
miento "de la atrac'ción que presenta el marxismo entre los
intelectuales católicos' norteamericanos de esta manera:

..."muchos cristianos se sienten profundamenteaproble-


mados por las condiciones del mundo, por la gran brecha
entre los pueblos ricos y los ,desesperadamente pobres, por
':'grandes gastasen armas militares yen artículos sUl1tuarios
EL :ESPIRITU DEL CAPITALISMO D'EMOCRATICO 145

mientrasnecesidades.huIJlanas básicas no son satisfec;h3$,


por el crerciente poder de las corporacio)1es. gigantesc~ y
por una Cll.1tll.raque mi~al9svalores cristian<>sy l~s ver.;.
€laderas. n'ecesidades humanas"·12.

E$tos·.sentimientos. tamblén·me·•• conmueven ·amt>Sin· em-


bar,go, si uno . >mantiene l/en una posiciénpreeminente en •.· la
mente las necesidades materiales '<de los pobres, 'de los 1l.am~
brientosy de los oprimidos antes que los senti:rniento:s d~, uno
mismo, uno pregunta: ¿'Cuál es la· manera más .' efectiva y
práctica·deaumentar··lariqu.eza de las naciones? ¿Qué,origioª
la riqueza? He.,,11egado a·,pensar ,que . 'el. sueñoi .• d,elsQcialismo
deJ;ll.ocrá,ticoesinferioraL sueño delrcapitalismo' democrático, y
qu~.la superioridad de ,esteú.ltimo;en . la· práctica re~ulta .in-
n'egable.
El .socialismo democrático> ahora. me. parecedncoherente. El
socialismo es· compatible con la democracia sólo si ,se mantienen
importantes componentes del capitalismo ,demorcrático., EI··pro-i
blema d,e ,la planificación, como. tal, ,ya no divide.a los. socialistas
democráticqs ·de· los capitalistas'democráticos.. ·• Planear '··el. futuro
es humano, y los agentes políticos al igual que los agentes
económicos deben hacerlo. El···.• debate. es, primero,.respe'ctoa la
naturaleza del Estado (los límites ,de la política) y, segundo,
respecto . al grado ,de ;.independenciaque ,sería. :p1ejorentregarle
a los·. agentes. económicos. Muchos socialistas. ,demQ'crátic<>§ se
han.unido a ·los capitalistas democrá,tlcos • en.la . Crítica',:de la
plflnificacióp.estatalcentralizada ·y··burocrátiC,a.· ¿'Cuál, enton-
ces, es la nueva teoría socialist,a CiemQcrática delEstado?,~i, tlna
economía es plflnificada . . -.-.coer!citivamente- ....-.... ..·no.· pu~de . •. ser
democrática.. Si· es .• ·de:rnocrática .y .confQrma:dapor •comunidades
lo,cales, no· puede ser·. centralmente .planificada.·.·Se pareperá .··en-
tonces mucho" auna economía c,apitalista·.democrática.
Los .socialistas democráticos. son elocuentes .' respecto a las
visiones· "de 'la virtud. Sin embargo,me.·.parecen. nostálgicQs y
meditabundos respecto a las.instituciones, "políticflS. y . económi-
cas. ·Como.para mí algunavez,.las. imá,genes . que··.. eJlos tienen del
futuro .participativo resultan extraídas .de las relJIlione.s· ·de la
aldea que. se realizaban en el siglo XVIII y sus im,ágenes de
comunidad-se ..basan )en la primitiva ,.vidaaldeflna... Son 1l0stiles
al capitalismo, pero vagos respecto al futuro crecimievto.eco-
nómico. Su fuerza 'reside en el sistemamoral~c~tural,.,ªu..debi-
lidadestá en· el análisis políticoy~.specialrtlente en ,el aºálisis
económico. Más aún, esta·debilidad ya no parece ser únicamente
inoc~nte; . pareceu$.er. Ull desavisa,doprecursori!Cle la~iraní~.)Sus
medidas invariablemente agrandan "Eflpo·der delE~tadp. Oonsi-

12, McGovern, Marxism:An American Qhri,stian P~rspecti1{(3, pág... 135~


146 ESTUDIOS PUBLICaS

derar el futuro como una presencia cálida -y maternal que nos


espera. Considerar un socialismo de ensueño como algo bené-
fico y humanitario, significa ignorar docenas de ejemplos
históricos. La actuación de los socialismos reales es clara, y
también lo es la prognosis de los socialismos futuros. Cuales-
quiera sean las elevadas intenciones de sus partidarios, las
estructuras que -construyen mediante sus-- acciones prometen
aumentar la pobreza y legitimar la tiranía.
Queda un punto por enfatizarl· El capitalismo democrático,
joven como es, ha cambiado con frecuencia. Al tratar de enten-
der nuestro sistema presente, no he tratado ·de revisar la
tradición completa de los historiadores del capitalismo, casi
todos los cuales han sido por lo menos levementeanticapitalis-
tase Un análisis crítico de esta tradición es algo que se necesita
con mucha u~gencia 13. Los prejuicios de información que la
mayoría de nosotros hereda con nuestra educación son -eviden-
tes. John Locke escribió una vez ,que los inventores de nuevOs
procesos y productos económicos -la quinina, por ejemplo-
eran mayores benefactores de la humanidad que aquellos que
anteriormente daban por- caridad 14. Existe una urgente nece-
13 Wa'lterLippmann acota, por ejemplo: "No fue accidental que el -siglo
que siguió a la intensificada aplica.ción del prinCipio de la _división del
trabajo fue el gran siglo de la emancipación humana. En ese período la
esclavitud - y la servidumbre en calidad de artí-culos, la sujeción de las
mujeres, -la dominación patriarcall de los hijos, ,los _privilegios legalizados
de casta y de clase, la explotación de {los pueblos atrasados, la auto-
cracia en el gobierno, la eliminación de los derechos ciudadanos de las
masas _y su ana1lfabetismo obligatorio, la intolerancia oficial y el mani-
queísmo legalizado, fueron declarados fuera de -la --ley de la conciencia
humana, y, hasta- un grado muy sustancial, fueron de hecho abolidas".
An Inquiry into the Principles of the Good Society (Boston: Little,,'
Brown an Co., 1937), págs. 192-93. Otros volúmenes importantes para
una historia revisada son: F. A. Hayek, ed., Capitalism andtheHisto-·
rians (Chi,cago: University of Chicago Press, 1954); Ludwig von Mises,
The Anti-Capitalistic Mentality ('South Holland, 111.: Libertarian Press,
1972): Earnestvan denHaag,ed., Capitali.sm: Sources of Hostílity
(N·ew Rochelle, N. Y.: Epoch Books, 1979); Michael Novak, ed., The
Denigration oi Capitalism: -Síx Points of View, especialmente el capítuJo
escrito por E,dward R. Norman, "Denigrationof Capitalism:Current
Education and the Moral Subversion of Capitalist Society", págs.
7-23; y George J. Stigler, "The IntelIeotuaJl and the Market Place", New.
Individualist Review -2 (otoño 1962): 3-9.
14 "Concuerdo inmediatamente en que la contemplación de sus trabajos
nos da la ocasión de admirar, reverenciar y glorificar a su autor: y, sí'
está dirigido en fonna correcta, puede ser de mayor beneficio para la
humanidad que los monumentos· de caridad ejemplar que a tan alto
costo -han si.do erigidos por los fundadores de hospita¡les y casas para
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 147

sidad de realizar una inspección más justa de aquellos a quienes


los humanistas, con veneno apenas oculto, han atacado como
"robber barons". Incluso los dueños de minas que desempeñaron
un papel tan desagradable en las Minas Lattimer deben, con
justicia, recibir el crédito por el genio inventivo que abrió nue-
vos mundos a aquellos a quienes ellos "explotaban". Ninguna
élite de la tierra ha existido sin víctimas, pero no todas han_
liberado y enriquecido por igual a los muchos. Casi nunca se
ha dado un juicio justo y exacto en estas materias.
Mi propio objetivo, sin embargo, ha sido dejar estas cuestio-
nes a un lado. No estoy tratando de reinterpretar el pasado, sino
de entender el presente. Más precisamente,· estoy tratando de
entender en el presente aquellos ideales institucionales y fuen-
tes sistémicas mediante las cuales se puede dar forma a un
futuro mejor. Si al lector le parece preferible pensar que la ima-
gen convencional de la explotación de los pobres por los líderes
de la industria es una imagen justa, respecto a la cual no tiene
preguntas recurrentes, así sea. Yo mantengo mi escepticismo
respecto a las explicaciones históricas convencionales. Mi pro-
pia atención se dirige al futuro. . . . .
El capitalismo democrático no es ni el·Reino de Dios ni está
exento de pecado. Sin embargo, todos los otros sistemas conoci-
dos de economía política son peores. La esperanza que tenemos
de aliviar la pobreza· y eliminar la tiranía opresiva -quizás
nuestra última y mejor esperanza- reside en este sistema tap.
despreciado. Un torrente sin fin de inmigrantes y refugiados
busca este sistema. Los pueblos que imitan este· sistema en
lugares remotos parecen estar mejor que los pueblos que no 10
hacen. ¿Por qué no podemos poner en palabras qué es 10 que
de él atrae y qué· es lo que con él funciona?
A través del solitario trabajo pionero de John Courtney
Murray, S.J., la experiencia de la libertad religiosa bajo el capi-
talismo democrático finalmente, después de tantas resistencias,
ha enriquecido el patrimonio .de la Iglesia Católica. Así tam-
bién, espero, los argumentos en favor del "sistema natural de
libertad" algún día enriquecerán el concepto que la Iglesia
tiene de la economía política.

pobres. El que primero inventó la imprenta, descubrió el uso de la


brújula, o hizo pública la virtud y el derecho del uso de kin kina (1.81
quinina), hizo más por ,la propagación del conocimiento, por el abaste-
cimiento y el aumento de los articulos útiles y. salvó más vidas que
quienes construyeron colegios, fábricas y hospitales". JoOO Locke, An
Essay Concerning Human Understanding, 2 volúmenes (New York:
Dover, 1959). II: 352. Para un análisis de los puntos de vista de Locke
sobre los recursos y el desarrollo económico, ver a Robert A. Goldwin,
"Locke and the Law of the Sea", Commentary, junio 1981, págs. 46-50.
148 ESTUDIOS PUBLICaS

El mundo tal .··como lo. enfrentó Adán después del Jardín


del E,dén dejó a la humanidad en la miseria y en el hambne
durante· milenios. Ahora. que se han ,descodificado los secretos
del progreso material sostenido, la responsabilidad de la reduc-
ción de la miseria y el· hambre ya no corresponde a Dios sina
a nosotros.
II.¿Qué es el Capitalismo Democrático?

En todo el mun·do, el capitalismo evoca odio. La palabra


se asocia con egoísmo, explotación, desigualdad, imperialismo,
guerra..... Incluso aquí, en. los Estados Unldos de Norteamérica,
un observador agudo nopllede dejar de observar un estado de
ánimo relativamente bajo entre los ejecutivos, trabaJadores y
publicistas. El capitalismo democrático parece haber perdido su
espíritu. Invocar lealtad a él porque trae prosperidad le parece
a algunos solamente materialista. El talón de Aquiles del capi:..
talismodemocrático es que durante dos siglos hasta ;ahora ha
apelado tan poco al 'espíritu humano. Esta falla no estádeter-
minada por estrellas que se conjuran en el 'cielo.. Es una falla
que no proviene :de·. una .nercesida,d ineludible sino .del intelecto.
Si.el sistema en el cual vivimos es mejor que cualquier teoría
respecto a '" él, tal como ha su.gerido Reinhold Niebuhr, los guar-
dianes. de su espíritu-poetas, filósofos y sacerdotes-·.•. . no.· han
logrado penetrar hasta, sus resortes secretos. Ni han descifrado
ni han enseñado su sabiduría espiritual. No han amadoa>su
propia cultura.
Claramente· esta deficiencla muestra que algo anda mal en
el corazón del capitalismo ,derpocrático. En los últimos años,
Daniel Bell en su obra The Cultural Contradictions",of . C·apjta~
lismha tratado de identificar la falla. Hace una generación,
JosephSchumpeter con increíble exactitud predijo su curso.
La paradójica falla que tales escrltores disciernen ¡en <el
capitalismo . democrático es la siguiente: que sus éxitos ene!
orden político Y en el orden económico lo destruyen en el orden
cultural. Mientras más triunfa, más fra'casa. Presento aqUÍ
algunas de las acusaciones que se oyen con mayor frecuenciª~
1. Las cOlT'upciones de la riqueza. La disciplina' moral rin,de.
éxitos.. Pero el <éxito corrompe la disciplina moral. D,eesta ·ma-
llera, irónicamente, la inercia ,del sistema lleva al hedonismo, la
decadencia y a aquella forma ,de "autorrealización'·'que es·
similar a mirarse en la laguna de Narciso. En vez de buscar
disciplina, los ciudadanos buscan la ."liberación". En lugar de
ahorrar, los individuos gastan y recurren ·al. crédito. EIl lugar
de comprometerse al trabajo duro, los ciudadanosvivenpa-
ra los "weekends". La salud de una república democrática
cJlepende,de una.ciu·dadanía, disciplinada, pero el orden po-
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 149

lítico del capitalismo democrático es minado por la lasi-


tud. El sistema económico depende de un sentido del deber,
de la innovación disciplinada y del ahorro, pero también entona
los cantos de sirena del placer. Baja la productividad; las deu-
das crecen, la inflación galopa; el sistema se estanca. En este
sentido, el nuevo fenómeno descrito por los economistas -"la
estagflación"- es en el fondo una enfermedad del espíritu, que
silenciosamente esparce decadencia aun cuando ésta no quede
registrada en los indicadores económicos. Los ciudadanos de-
sean algo a cambio de nada -y lo obtienen-o La inflación· Y'
la recesión son una consecuencia.

2. La propaganda comercial y la debilidad moral. Los líderes


del sistema económico permiten que la propaganda comercial
apele a los peores instintos de los ciudadanos. Animan el en-
deudamiento con tarjetas de crédito, la compra de artículos de
conveniencia, el aflojamiento de las restricciones. Sus trabaja-
dores, sus clientes y ellos mismos -siguiendo estas peticiones---
cosechan tempestades.
3. Irresponsabilidad estructural. Los líderes del orden po-
lítico se aprovechan de una debilidad estructural que tienen
todas las sociedades democráticas. No pudiendo depender de
fuertes partidos políticos, los líderes políticos enfrentan al pue'"
blo •solos y vulnerables, vistiéndose con simbolismos y deseos.
Sus promesas de beneficios se han transformado en una forma
especial de cohecho, mal endémico de la democracia. Puesto
que cada político está solo, ninguno tiene una razón institucio-
nal para preocuparse respecto a quién va a pagar finalmente
los costos. Las carreras de los líderes políticos son más breves
que las consecuencias de su actos. El Estado adquiere respon-
sabilidades financieras cada vez más pesadas, y, sin embargo, el
público clama incesantemente por "¡Más!". El líder político
gasta y gasta -una actividad sin dignidad. El·Sr. Dooley ha-
bría diagnosticado lúcidamente cohecha y cohecha- puesto
que rara vez se gana a los votantes disminuyendo los beneficios.
Todos 198 sectores de la sociedad desean más, de manera que los
políticoª prometen más. Gastan dinero que no es de ellos, di-
nero que el sistema no tiene. La falla estructural en todas las
democracias que entregan servicios de bienestar es que repre-
sentan el deseo de. toda población por vivir más allá de lo. que
permiten sus medios. La débil naturaleza humana triunfa so'"
breel sentido comÚn en la vida pÚblica al igual que en la vida
privada.
4. Una clase adversaria ambiciosa. Crece el número de per-
sonas que ve en un gobierno intervencionista grandes imperios
por conquistar, seguridad personal y riqueza que acumular, al
150 ESTUDIOS PUBLICaS

igual que poder personal que adquirir. Más aún, estas personas
son guiadas cada vez más por una élite inteligente, capaz, per-
sistente y ambiciosa, que tiene fuerza suficiente como para
rivalizar con la élite comerdal en cerebros, en propósitos y en
poder. Para hacerse rico y poderoso en una democracia que en-
trega bienestar social, hay ahora dos caminos abiertos, en cir-
cunstancias que hace poco sólo había uno. Este único camino
era el sector privado. Ahora se ha abierto una carretera a través
del sector público. Al igual que el Monte Everest, antes el Estado
limitado se erguía en silencio solitario, esperando ser tomado.
Las tropas de ocupación se han multiplicado. El Estado se ha
transformado en un hormiguero de actividad. Los que lo con-
trolan están ganando control sobre el sector privado también,
puesto que el sector privado queda bajo la ley mientras que
quienes hacen, multiplican y obligan a cumplir las leyes tienen
poderes de coerción. El ansia de poder -superbia- es más
profundo, más omnipresente y más común que el ansia de
riqueza, cupiditas.
5. El status declinante de la aristocracia. Los líderes del sec-
tor moral-cultural han sufrido, durante ya mucho tiempo bajó
el sistema de mercado del capitalismo democrático, una pro-
funda pérdida de status (el que, sin embargo, mediante el do-
minio de los medios de comunicación, han estado recobrando
últimamente). En las sociedades tradicionales, un arzobispo
tiene un status que no podría de ninguna manera tener en un
sistema plenamente diferenciado, con separación de la Iglesia
y el Estado. En las sociedades tradicionales, los eruditos y los
artistas recibían un patrocinio y un status que no pueden lograr
con facilidad en el mercado comercial. Los trabajos geniales
realmente extraordinarios pueden ser apreciados por muy
pocos; el mercado los capta mal. En tiempos antiguos, los
artistas y los eruditos esperaban llevar a sus mecenas (y a ellos
mismos) a la inmortalidad. Pertenecían a una aristocrada del
espíritu dentro de una cultura aristócrata. Las élites aristocrá-
ticas fomentaban las élites artísticas de manera que las dos
estuvieran siempre ligadas: la excelencia del intelecto y el
gusto aristocrático. En Gran Bretaña, el artista puede "ser
nombrado caballero", y así pasar al orden aristocrático.
En contraste, la clase dominante en el capitalismo demo-
crático ha sido la clase comercial. Las normas del mercado sólo
en raras ocasiones corresponden a las normas de la excelencia
artística e intelectual. El mercado masivo puede en realidad
reconocer a grandes talentos como el de Dickens, pero en su
mayor parte parece favorecer a aquellos talentos que alaban la
sabiduría convencional. En el mercado, las aspiraciones de gran
excelencia se ven muy atenuadas. Un Estado socialista les da a
sus artistas e intelectuales un mayor status. Los esquemas
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 151

autoritarios de vida comandan. respeto, otorgando honores····y


privilegios al intelecto dócil. Las culturas burguesas ofrecen
libertad, pero no otorgan el status que los sistemas ·tradicio-
nales o socialistas· pueden otorgar.
6. Envidia. En el capitalismo democrático, fatalmente existe
el resentimiento de los-intelectuales. Las recompensas moneta-
rias a los altos talentos intelectuales y artísticos, aunque en los
caprichos del mercado algunas .veces abun'dan, son con fre-
cuencia menores que las recompensas para los que destacan
en la gerencia. de compañías, en atletismo .y en el espectáculo.
El que bailarines populares logren dineros que muchos eruditos
no pueden ni siquiera soñar es unainjust~cialqueclama al
cielo. Elquellll gran· talento en el campo de la administración
de empresas reciba sueldos similares . . . a los· ,de .una estrella de
cine <perturba elcorazóll de los altos talentos aca·démicos>y
artísticos.· El hermano menos ·dotadodeun brillante.·científico
social entra a trabajar a una compañía y gana un sueldo mayor.
¿Será justo? ¿Qué ·queda de la meritocracia? El Señor Jehovah,
conociendo la potencia que tiene en el corazón humano, prohi-
bí.Ó dos veces la codicia en diez mandamientos.
7. Gusto. La cultura del capitalisD1 0 democrático eSa,borre-
cida-quizáscon •. el mayor de. los aborrecimientos- . . -.. "por .sus
gustos "burgueses" y "filisteos". Sin embargo, algunosgerel.1tes
de.·compañí~.parecen tener gustos por. lo menºs.t~n altos.como
aquellos de algunos profesores·· de .sociología. De··· esta. manera
el aborrecimiento se ciirige más exactamente al mecanismo. de
mercado, hacia el cual, como dice el sociali~ta,yugoslavo
Bogdan D:enitch, "los teáricossocialistas con raras excepcignes"
abrigan una "actitud dogmática, casi puritana". Les ofend·e la
pasión de los jóvenes de Europa oriental por losbluejealls. El
mercado.·promueve una "sob§ranía del consumidor que los inte-
lectuales .socialistas consideran casi .siempre....D1ala para los
mortales comunes y corrientes". Agrega Denitch:
"Hay dos .lados en esa. aversión.. Por una partefhay una
predilección de los intelectuales .• socialistas por planes
claros y .organizados, dirigidos .por expertos que no son
distintos a ellos mismos; por otra, hay un concepto .de que
si los clientes de orden inferior son dejados a su arbitrio,
no elegirán las cosas que les convienen l5 ".
Libr~~ .para escoger, 'las personas de. una sociedad . demo-
crática manifiestan lujuriosamente la vulgaridad. Las flores

15 BodganDenitch, ensayo sin título en la obra de Robert L. Heilbron.er y


colaboradores, "What is Socialism?" Dissent 25 (verano 1978) :353.
152 ESTUDIOS PUBLICOS

plásticas ofenden al alma sensible." Lo chocante y la vulgaridati


de los "sectores comerciales" molesta a los intelectuales. LoS
gustos ,de los ciudadanos comunes en Hamtramck,Newarky
South Boston les van a contrapelo a las personas de gustos
refinados.
El problema surge, porque tanto los procedimientos del
mercado como los democráti,cos introducen presiones nivelaao-
ras. Las mayorías de consumidores, al igual que ,·las mayorías
políticas, con frecuencia eligen' lo que' algunos considerap. que
no les es conveniente. Los intelectuales socialistas frecuente-
mente desean la democratización del sistema económi'co, ofen-
didos tanto por la existencia de élites económicas como poi la
mediocridad estética y moral de los consumidores del mercado
libre. El'·' socialismo representa una ,solución 'elegante a ambas
quejas. Eleva una nuevaélite a una posición que le da el poder
pat:a que imponga una mejor vía. De esta manera, su ataque a
la estética delcapitalismodemorcrático es un paso importapte
bacia la "reintegración de lo político y lo económico" l'6.T~1
"reintegración" incorpora una <visión moral-cultural que debe
ser 'obligatoria para todos.
En suma, el capitalismo democrático le parece alojo
ordena,do una masa de contradicciones culturales. No son
muchos los poetas, los filósofos, los artistas ", o los teólogos que
10 han mirado complacientemente. En el cap~talis1ll0 "bullen·' las
contradic,ciones.
A estas quejas hay que agregar muchas mas. Se ha hecho
la acusación ,de quejos cielos, el agua y las tierras están' coh~
ta'minadas. Los, productos'·químicosdesechados "envenenan" a;
las poblaciones. La nu'eva civilización ha, ,recibido el nombre ·de
"can,cerosa". Los ricos, se asegura, se hacen más ricos, mientras
que .el sistemadejusticiacrtminaloprimealos pobres. Las
grandes corporaciones' son consideradas como internamente
antidemocráticas ,y difícilmente compatibles con la demo~ra'cia.
El "imperialismo ·deldinero" mantiene al Tercer Mundo en
",depen,dencia". El éxito material de las na:cioneá,desarrolladas
"provoca" la pobreza de las nacione~,menos\d~sarrolladas. No
es de extrañarse entonces que, para los que creen estas cosas, el
capitalismo sea un sistema perverso.
¿Puede sobrevivir largo tiempo un sistema político o un
sistema económico "cuyos guardianes moral-culturales lo abo-
rrecen tanto? Aquellos de nosotros que hemo,sac:lquirido' nues-
tra educación en las' humanidades y las cien'cias" sociales casi
n,o hemos escuchado alabanzas al sistema ,en el cual fllimos
criados. En 1937, un".distinguido panel de teólogos p:r()testant~s

1,6 Michael Harrington,en Heilbroner'et al., "What is SociaHsm?",pág~


357. ,
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 153

reunidos en Oxford, tras maduras reflexiones,·· describieron


nuestras vidas reales de la siguiente Inanera:
"Cuan·do el trabajo necesario. de la socie~ad está'organi':
zado de tal· manera que hace que la adquisición de rique·za
sea el principal'criterio de éxito, se favorece una búsqueda
febril del dinero, y un respeto falso por lds vencedores 'en
esta lucha, que es tan fatal en sus consecuencias morales
como; cualquier otra forma· de idolatría"

En la' Religión yel Surgimiento del Capitalismo, .' Rl' 'H.


Tawn,ey vio que' el espíritu 'central del capitalismo demc)crático
era la·' comezón vulgar de laadquisividad.Max Webefdes,cribió
posteriorme~te al capitalismo como una "jaUla de hierro", cuy?
a.cero ··'·burocrático ··aplastaba ···al espíritu humano, 18. ·Un···· gran
teólogo,IPaul> Tillich, calificó al rcapitalismo democráticod!e
"demoníaco" 19.
¿Quién podría de buena fe y por;·conviccióIldedicarla·vida'
a defender el capitalismo democrático? Los que quisieran hacer-
10'quedarían en todas···partes avergonzados'por la falta,'deúrta
tradición intelectual capaz de.nutrirlos; de( una .• teoríaque'sati.s 2
ficierasus preguntas; de una, descripción del mundo de'sll
experiencia real que fuese verdadera. Muchos, repelidos por los
adversarios del" capitalismo · . democrático,····· se quedan. también
insatisfechos con las . tebríasdelcapitalismo democráticohere~
dadas de Adam. Smith, JeremyBentham, Ludwig.· van Mises,
Frederick von Hayek, Milton .Friedman y otros.. El,···.error ,típico:
de . los pensadores clásicos en la materia es haber establecido.
cimientos demasiado pequeños para apoyar' el mun,do real' •. •. de
una/sociedad capitalista democrática tal' como .1a hemosexperi~
lDentado..·Han considerado el sistema económico con demasiada
castidad y en abstrac'cián del mundo real, en.· el cual elsiStemá

17 J~H:.Olaham,ed.,/TheChurches Survey TheirTask· {Ldndoú:.A1leit &


Unwin, 1937), págs. 104-1Q5.
18 Ver ¡n.:. Ha Tawney, Religiorr and'ctheRise o{ :Capitalisrn·· (NewYork:
Harcourt,Brace & Co., 1926); y. Max Weber, The Protestq'Pt Ethicand
the .'. Spirit of. Capitalism; .. trad.... Tailcott Parsons. (:N,ewYork: · .• ·.·Charles
Scribner's Sons, 1958), pág. 181.
19 "El socialismo 'religioso' llama demoníaco aL sistema. 'ca.pitalista, por Jina
parte; debido ala uni6ndepotenciascreadóras y destrl.lctoras<:preseIites
en él; porotra'-parte, debido ·a laíI1evitabilidad .·dela lucha de"clase
independiente de. la piedad y la moralidad subjetivas. E!} efecto del sis-
tema capitalista sobre la sociedad y sobre cada individuo dentro de ella
toma la forma típica de "posesión", es··· decir, de ser "poseído'''; sU cá,;,;
rácter es; demoníaco". Paul TiJl1ich, .' PoliticalExpeetatioo, ·;ed., J. ·~.A:dams
(New York: Hárper & Row, 1971), pág. 50.
154 ESTUDIOS PUBLICaS

político y el sistema moral-cultural también ayudan a confor-


mar la textura de la vida diaria.
En buena medida, los pocos exploradores de este terreno
están solos. Aprenden de los escritores clásicos y también de las
tradiciones del socialismo democrático. Cuando sus maestros
les fallan, quedan pocas guías. Se ven obligados a consultar de
nuevo a su propia experiencia, que sobrepasa la sabiduría que
se les entrega.
¿Cuál es, entonces, el espíritu del capitalismo democrático?
Empecemos hablando de Max Weber (1864-1920), el primer
gran sociólogo que estudiara la historia con la mira de entender
la originalidad del Occidente moderno. La mayoría de las per-
sonas letradas de Occidente han conocido sus teorías a través
de frases tan comunes como "la ética del trabajo". Su pequeño
clásico La ética protestante y el espíritu del capitalismo ha
sido leído por tres generaciones de alumnos de estudios supe-
riores 20. Fue el primero en abordar las preguntas que nosotros
estamos considerando de nuevo.
Max Weber fue un agnóstico, y, sin embargo, sus estudios
de las civilizaciones del mundo le hicieron adquirir un interés
desacostumbrado en las dimensiones religiosas de todo sistema
social. Lo fascinó el Geist, el espíritu, que le dio a actividades
similares significados cósmicos bastante diferentes y significa-
dos operacionales humildes en distintas culturas. Comprar y
vender, por ejiemplo, son actividades humanas inmemoriales
que se encuentran en toda cultura y época importante. Grandes
civilizaciones de comerciantes -como la de los antiguos feni-
cios (los libaneses de hoy) - han persistido a través de la his-
toria, o han llegado a un primer plano, dejando su impronta,
y luego han desaparecido. No obstante, el Geist que permea
dichas a:ctividades muestra variaciones más que sorprendentes
de cultura a cultura.
Weber se interesó en forma especial en el choque entre las
culturas tradicionales y la cultura moderna. En nuestros días,
incluso el observador más despreocupado de las noticias de la
televisión ha podido ver en el Irán del Ayatollah Khomeini el
tipo de conflicto entre 10 moderno y lo tradicional que fas·cinó
a Weber. ¿Qué hace nuevo al capitalismo moderno? ¿Qué lo
hace parecer una amenaza tan grande para todas las formas
de la cultura tradicional? No es tanto, creía Weber, que las
actividades específicas de la cultura comercial moderna difie-
ran de aquellas existentes en culturas análogas a través de las
edades. En el pasado, ha habido comercio, bancos, industrias,

20 Mi gratitud a Arthur Mitzman en su obra The Iron Cage: An Historical


lnterpretation of Max Weber (New York: Knopf, 1970) por la mayoría
de los detalles biográficos que aparecen a continuación.
EL ESPIR,ITU ·DEL CAPITALISMO DEMOCRA.TIeo 155

fábricas de seda y otros.·. artículos. ·.·¿Cuál.. ,es, entonces, la dife-


reBcia? Weber observó que en las sociedades capitalistas al
comercio se leda un nuevo significado. Se· transforma en parte
de un nuevo tipo de orden cósmico, una nueva visión de la his-
toriahumana.Se le realiza con un nuevo espíritu. No es fácil
definir el Q-eist .de una civilización, pero W1eber dedicó todos
los recursos de sllintelectoa.la inven·ción de una forma de
articula~ión para expresarlo.
Max WebersapÍa por su propia experiencia4e 10 que estaba
escribiendo. Una familiaprptestante "evangélica",. los Weber,
se encontraba entre aquellos protestantes expulsados deSalz-
burgo por el arzobispo católico Le()poldo de Firmian, en .1731.
Establecido ··en Bielefeld, el abuelo 'de Weber tuvo un •cQI}.for-
table negocio de lino en una modalidad precapitalista. Aunque
cOIl1prabayvendía,'catecía' del "espíritu capitalista". Práctica-
mente ·no'" trataba de mejorar su. negocio;>se contentaba. con
aue le diera una vi·da 'modestamente cómoda. Para>desazón de
la familia, el tíóde Max, Karl,el hijbmayor,quien heredó el
negocio, de alguna parte tomó"eles·píritucapitalista".No se
quedó satisfecho con un mundo estático; optó por el desarrollo.
Trabajó mucho para racionalizar, 1l10dernizar.·.ymejorar·el ne-
gocio. 'Sistemáticamente hizo ." listas .• de los élientes y de los pro-
veedores 'que . tenían industrias caseras, empléódiseñador~s y
empezó a organizar····tanto ·la oferta····'como··.la demanda.·····En} con-
traste, .' el padre' de Max, aborrecía .·las disciplinas' del negocio y
disfrutaba de la atmósfera más libre/y más relajada de lapolí.:
tica. Tomó libremente los'comprorrH.sosque :vequeríansusam..
biciones. Cómodo en. su amable vida pública, en casa era un
total autócrata. Max hijo, sensible y consciente ante una falla,
sostenía una tremenda lucha interna con su padre, con quien
durante muchos años de su juventud se vio obligado a vivir.
La madre de Max trajo una dote considerable a la familia,con-
troladatotalmente·.(sin ningún' signo .externo de. gratitud) por
Max padre. Ella· era una calvinista .tandevotacomo relajado
era su marido. A menudo su· compasión la. llevó· a ayudar a los
pobres y a tomar parte en discusione~ religiosas,. de •. tal manera
aue esto se. transformáen una constante fuente· . derconflicto
ii:tmiliar... Max . hijo· se describe a sí mismo como un.a persona a
la que le faltaba oído para la religión. En este sentido decep-
cionóa su madre y se parecía más a su padre~,El hijo creía
que debía su voraz apetito de trabajo -su necesidad de trabajo,
su impulso inmitigable- asu . madre~ Ella ·era la . . fuerza··de la
concien,cia y la 'energía en la familia; su padre,excepto·en la
casa, ·era mucho más· relaJado.
En 1898, a la edad de ,.34 años, .dos años después de un
furioso' estallidoén el cual expulsó' a su padre die su casa y siete
semanas···d·espués lo vio ···muerto,•. Max 'Weber ',sufrió un.. ··serio
quebrantamiento nervioso.. Durante cuatro añosquedó;jcasi
156 ESTUDIOS' PUBLICaS

totalmente .incapacitado. No volvió a retomar la ·enseñanzad.e


nuevo, nrsiquiera las reuniones con estudiantes, por otífos
qulnce años. Durante su convalercencia, pudo retomar sus estu.;.
dios a tiempo parciaL El primer escrito que se sintió consp.fi-
cientes fuerzas para realizar consi~tióen los dos largos artículos
qu·e pUlJliCó en 1904. y1905,queposter~ormenteaparecieronen
forma conjunta bajo el nombre de The P~otestant .Ethic an.d
theSpirit of Callitalism. Antes de su l11 uerte eIl.1920, Weber
pud9 revisar estos ensayos (princi:palmente las notas más. qll~
el texto) ,que ya había provocado JJna torm~nta de .discusiones
y.había logrado el status de. un clMico. El argumento ha con-
tinuado en los ,sesenta años que han pasado.·•. desdeentonaes.
La bibliografía de la .·controversia eS.·enorme 21.
¿Qué 'queríad~cir Weber con "elespíritudelcapitalisIllo'':?
:pro,pqngohacer hincapié. en u.n .aspecto del argumento que no
enfatizó Weber, pero que está presente en su texto, ya conti,
Duación· volver<asus. palabras en forma bastante JiteraL
El avance más espectacular del espíritu capitalista,' para
Weber, es su motivo central o tema: el crecimiento sOlstenido~
La utilid,ad de .ninguna manera esuo concepto nuevo en la
historia del mundo; es tan . antiguo como las . caravanas de
camellosy.los veleros. Pero hasta la era capitalista, el mundo
había sido entendido como algo relativamente estátieo./ Los
antiguos distinguían ciclos de pros·peridad, años de vacas flaeas
y años de vacªsgordas. Pero el concepto de'que la aplicación
sQstenida.,' .de la inteligencia práctica al las actividades· .econó-
micas podría abrir horizontes 'nuevos nunca vistos ,es propio del
espíritu tcapitalista. Weber distingue el espíritu de un esfuerzo

21 Utiles muestras de esta bihliografía pueden encontrarse con facilidad


en S.N. Eisenstadt, ed., The ProtestantEthieand ,Modernization (Ne,v
York: Basic 'Books, 1968), ··págs. 385-400;"David Little," Religion, Otilen
andLaw{NewYork: Harper &Row,1'969),págs.226-237. Ver taro;'
bién las introducciones a las c15:versas ediciones de la obra de Wéhel~
esp·ecialmente la de R. H.Tawney, "Foreword",The Protestant Ethie
and the Sp'itit ofCapitaUsm(New York: Charles Scribner's Sons, 1958);
y Anthony Giddens, "Introduction", The Protestant Ethie and the Spirit
of Capitalísm (.New York: 'Charles 'Scribner's Sons," 1970). ,Entre los
mayores críticos de la tesis de Weber se encuentran Kurt SamueIson,
Religion 'andEconomic Action., traducido por E.G.Fréfich (Néw York:
Harper'& Row, 1964);'y JacOb Viner, Religious·Thought andEconomio
Society (Durham, N. C.: Duke University' Press, 1978) .EIl mejor ensayo
respecto al tema, según mi opinión, ese~ de H. R. Trevor-Roper, "Reli-
gion, the R·eformation and Social Change"en The European.Witch-;
Craze of the Sixteenth andSeventeenth Centu,ries and<OtherEssays
(New York: Harper&Row, 1969),págs.1-4:5.
EL ·ESPIRITU,lDELCAPITALISMü DEMOCRATICO 157

de incremento, .: ~iostenido .• del de la aventura,·.la. piratería, la


Sllerte,' .o.·algo caldo del ciel~.
Este sentido ,de apertura de los horizontes mundo
coincidió con la época de d,escubrimi~ntodel"'nuevo mundo".
Pero existe una dif~:r~nciª importante entre el. rec.onocimiento
d·e .que .• est()~PRntin~n tes completos prometían nuevas • . . fuentes
de e§p'ecias, oro, . pieles· y otras··..mercaderías.·.•yel . convence-rse de
que lasactivic1.adesecon.ómicas en· ,el paÍ.$; podríanorganiz;arse
de llIla forma nueva. :ourantem1Jphas. generacionesdespuésQ,el
descubrimientoge..A.mérica . yde • laapertura de las rutas,ma,rJ:--
timas ~ILejallROriel1te, el mercantilismo -"-yna form·aeconó~
nlicacontrolada por·.. el .Estado---c-- . siguió··sien.do.la •.·teoría/··y ····la
práctica· dominan t~s en •las··a'ctividades·. econ6mica$~ •. . , Quizáspaya
h~1:lido .nuevospienesque vender y<comprar, pero losm.étodos
y . las técnica,s sig;Uierqn.··..siendo más.omenos.los,··mismosqqe,ha.-
bían sidb.durallte siglos~. Excepto en 1ª"S. "c,iudades libre~", .• ·e~
Estado ten;día a controlar las actividades económicas~
Quizás •.··hay,a.. sidoJohn:brocke •. . (1632-1'70ft) quien prinlera-
m~nte diofprmaa las nU.evas posibilidades.deorg,anización,¡
económica.· Lo,c).{e .obse:r;yó,(IUe.un. campo (ie,por ejemplo, f17U-
tilla§, altamente Javore'cido poruJanªtural~za, . dejaQOf;;;.sin
aten.cióIl,P9dría producir lo que pare~ía u.na . abunQ,anciade
frutillas... S9Jn~tid() acultivQ y .cuidad()por.·l,aint~ligeI}C~aiPl::ác­
tica, sin embar:go, dicho campo.poqríahacerse produ,cir:.;no §ólo
eldpble,si!1o diez vecese-sa cantidad),q~ f~1.;ltillas22. En:r'esumeIl,¡
COl1C!llYÓ .Locke,Ja ' naturale~a. es> mucho más rica . enr posipili-
dades. R'e laque losseres.humanos . seh~bíaIl.dado cuenta ~:ntes.
l?erl11ítanUle . poner el argumynto . deLocke,en té~m~nos
teológicos. r.,acreación dejada~ola es ~ncp:rp.pleta, y los h()Wp~e.s
están llamados a §~r cocreadores.· con· Di()S,cristali~~ndo • J~
po~~ncialida,des .que '<f,JCre~dorha . pculta,qo. Lª . . creª~ión .ystli
llena ;~e secretosqueesperan.syrdescubiertos, adivinanzas.qu~
el Crea,dor espera ,que la iIlte1igen'cia humanadescifre.El>rn~n~

En un contexto un taptodiferente Locke 01Jservá:"A.q}Í~lquese apropia


r
de ti.erra p~ra sí mediante su trabajo no disminuye sino que aumynta
la existencia .de ~ienes comunes de la hum~ni~ad. Pues~o que las :pro-
visiones que sirven para el apoyo, de. la;. vida humana profucidas por
un acre de tierra cerrada y cultivada son . ' (para hablar bastante dentto
de este compás) diez veces más que lo que produce un acre de tierra
de iguall riqueza que está desperdiciado en común. Y por lo tanto, quien
cierra tierras, y '. tiene lIllayorcantidad de lasconve.lfiencias. proveni.entes
de diez acres. ,de .las que élpodJ:ía tener. de cien :acres que. quedaron
entregados. a l~Jilaturaleza, realmente puede d(Jcirse; que le,entfl:(3ga,a la
humanidad '. noventa acres~'. John Locke, Se9Q1'ld.Treatjse of Ciyil . ·Go-
vqrnm,ent (New Xork:. MacMillan, . 1947), pá.g.. 20 · (s» cursiva)~ En
realidad, ol1syrva Locke, la.relacj.ón se .acerca más a cien e~';$ uno.
l:SS ESTUDIOS PUBLICOS

do no surgió de las manos de Dios como los humanos lo pueden


hacer. Después de la Caída, la ignorancia y el desorden se
hicierQn comunes.
Nació con la visión de Locke un sentido novedoso y vigo-
rizante de la vocación humana. La historia ya no se consideró
como cíclica. Después de Locke, la reflexión sobre los caminos
de Dios en el mundo-la teodicea-- se modificó. La forma en
que Dios trabaja en la historia debía ahora considerarse como-
progresiva, abierta, sujeta a la libertad y diligencia humanas;
La vocación del ser humano llegó a parecer ennoblecida. Los
seres humanos ya no debían imaginar su destino como algo
pasivo, lleno de largos sufrimientos y en sumisión. Estaban
llamados a ser inventivos, prudentes, visionarios, industriosos,
a realizar, mediante su obediencia al llamado de Dios, la cons-
trucción yel perfeccionamiento del Reino de Dios en esta tierra.
Cerrando de un portazo las puertas del monasterio, en las
palabras de Weber, la Reforma había extraído la energía de
ciertas virtudes humanas para las vocaciones mundanas. El
progreso y el crecimiento económico -no sólo personal, sino
para todo el mundo-- se consideraron voluntad de Dios. El
progreso imponía sus disciplinas, una especie de "ascetismo de
otro mundo". Ahora se consideraba que esta tierra estaba llena
de promesas para las ciencias, las artes, la religión e incluso
para las humildes comodidades de la vida humana. Ser un
buen cristiano y hacer patentes las más altas virtudes cívicas
sería, simultáneamente, laborar en pro del progreso humano.
En el Continente, muchos de los partidarios del progreso
eran desafiantemente seculares y a menudo vitriólicamente
antirreligiosos. La religión, en especial la religión católica (pero
también la de Ginebra protestante), era considerada el bastión
de la resistencia al progreso. Eorasez l'infame! podía escribir
Voltaire. En el mundo anglosajón, los pensadores seculares
generalmente trataban la religión de un modo más benigno.
Incluso si sus doctrinas y piedades no eran para ellos, la reli-
gión, en general, creían ellos, desempeñaba un papel social
útil y probablemente indispensable. El dictum de Montesquieu
de que a los ingleses se les conocía en toda Europa por tres
excelencias que los caracterizaban -la piedad, el comercio y
la libertad-. complacía mucho a Weber 23.

23 Montesquíeu, Esprits des Lois, Libro XX, capítulo 7; citado en Protes-


tant Ethic de Weber, pág. 45, Respecto a las diferencias entre la Ilus-
traci6n en el Continente y la Hustraci6n angloescocesa hacia la
religi6n, y a la importancia que tuvo, consultar a Irving Kristol en
Capitalism and Socialism: A Theological Inquiry, ed. Michael Novak
(Washington, D. C.: American Enterprise Institute, 1979), págs. 17-19.
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRATICO 159

Max Weber había experimentado en la historia de su


propia familia todos los. elementos que hemos descrito hasta
a,quí. Su abue.lo era aún p·arte de la sociedad tradicional del
comercio. Su tío Karl introdujo-para disgusto de muchos de
la familia-·. el nuevo "espíritu capitalista". Y Weber llegó a
ver en la "ética del trabajo" de su madre y de su tío una pode..
rosa síntesis. de religión y de esfu~rzo ·económico. Sabía por' su
propia .historia familiar que muchos de los ·que se dedican a las
actividades económicas con el nuevo espíritu, como su tío,eran
sólo marginalmente religiosos, mientras mu'chas personas., de-
votas como su madre se interesaban sólo marginalmente en las
actividades económicas. Pero .10 que .él observó, o creyó' obser-
var, es que la fuerza legitimante y sacralizanteque la religión
tenía en vidas como la desu . madre, a menudo estaba unida a
las tradiciones económic..as que estaban naciendo en una.iJamilia
como la~desu tío Karl.
Cuando Weber se dedicó, entonces,'a tratar de realizar una
descripción clásica del nuevo "espíritu del capitalismo" no
vaciló·· en absoluto en escoger como el principal· vocero para'·· su
punto de vista, junto con predicadores religiosos .como Baxter
y Wesley, a un hombre que sólo era l.evemente deísta~de nin-
guna manera religioso, y claramente muy lejano delpuri~~nis­
mo estrtcto: Benjamín Franklin. Weber cita específicamente a
Franklin· en su obra Advicetoa Youllg Tradesman (1748) y
Necessary Hints to Those That WouId be Rich· (1736) . Lo que
asombró a Weber fue el franco· rechazo de FrankliIlalas
advertencias' cristianas tradicionales éIlcontra de las riquezas.
Sin"'duda, Franklin. aconsejaba explícitamente un ascetismo ri-
guroso/y aconsejaba una vigilia constante, incluso en los deta-
lles más mínimos del vestido y del comportamiento. Igualmente,
sin duda, el ascetismo de Franklinera asombrosamente Inun-
dano. Sin embargo, más precisamente, Franklin alab,abia< la
riqueza Y los bienes. Veía en ellos· el resultado del esfuerzo
moral. Su consejo revelaba unaa'ctitud" moral pasmosamente
nueva hacia el mundo. El cosmos mismo, los imperativos del
progreso histórico, la llamada del Creador de t?,das las cosas,
eran .' consideradas ·por Franklin como .impulsoras '. de los· jóvenes
hacia ·lariqueza. Franklin no creía que 'dicho llamado· ·'fuese
algo corrupto, pecaminoso o en desacuerdo en lo más mínimo
con la ·sabiduría de los santos' ni los sabios del pasado. Todo lo
contrario. Al'mismo· tiempo que trastocaba los consejos tradi-
cionales contra lo mundano, las riquezas y el esfuerzo concen-
trado en loinundano, Franklin se imaginaba estar hablando
con la autoridad'· del' pasado religioso y···humanista. Considere-
mos un texto de los muchos que hay en su Autobiografía:
"Fue más o menos en este tiempo en que concebí el audaz
y arduo proyecto de llegar a la perfección moral. Deseaba
160 ESTUDIOS PUBLICaS

vivir. sin cometer ningulla falta en ningún momento; de-


seaba !conquistar todo a,quello en que la Inclinación Na-
tural, la Costumpreo la Compañía me pudieran guiar" 2;4.

Aquí, ·creía Weber, ··había una verdadera revolución. en el


Geist de Occidente y en realidad de toda la historia humana.
Mien-tras· en las edades· anteriores ;y en las. culturas anteriores
los santos .cristianos, al igual que los sabios humanistas.del
estoicismo, habían aconsejado en contra el excesivo esfuerzo
hacia lo mundano,en contra de· la ambición y de la riqueza,
Franklin convertía> lo que anteriormente se. pensaba era malo
en la virtud misma. No es que los hombres y las mujeresdedi-
cados al comercio en esta nueva edad ·realizaran especies dife~
rentes de actividades que los hombres y las mujeres del pasado.
Es, más/ .bien, que 10 hacían con un espíritu totalmente nuevo.
L~ hacían como humanistas. Lo hacían con "convicción r!eli-
giosa".'Como ,queda claro por la elección de Weber de Franklin
-francamente. secular-, esta nueva "religión" es susceptible de
una forma .bastante secular. Pero aún . así funciona, como . las
religiones en todas partes siempre han funcionadp. Leda al
cosmos y a la historia humana un significado y también u:Q.
pod~rdominante.Le da a cada uno de Sus devotos un sentido
de identidad personal y un)Jsentido de comunid.ad con todas
las otras pe:r:sonas comprometidas con "el progre~o".Plantea
tablas (de . virtudesyde vicios, con ·una casuística total para
interpretar cada getalle del comportamiento bajo su luz. ·Trans-
mite la energía del propósito, y un método para enfrentarse a
la derrota, el desánimo .y los tropiezos. Constituye un ~thos
novedoso en la historia delmundo,un Geistnuevo, "el espí~.,
ritu del capitalismo".
'Claro, ··esteespíritu no podría haber tenido fuerzahistó~
rica sin el ,crecimiento concomitante de muchos procedimientos
institucionales. Toma.dos. en forma independiente, ninguI)Q . de
estos desarrollos institucionales es totalmente. nuevo.·.. Tomados
en conjunto,· podrían, sin el rluevo Geist que ·10~ permeal>~,
haber resultado en un tipo de cultura y ',economía mUYALs-'
tintas. Webernodes,ea decir ni que el espíritu humano sólo. sea
la . causa de· los desarrollosinstitutcionales, ni que el desarl1ol1q
de las instituciones sociales sea la causa de la forma que toma
el espíritu humano en ,algún momento dado.. No es und,eter-
ministanide la mente ni de la materia 25. Lo que sí de.sea 11~cer

~i Benjqmin Franldin, The Autobiogl'aphy of BenjanlinF1'anklin(New


York:W~shington Square Press, ·1955), pág. 102.
25 "No tenemos ninguna intención de mantener una tesis tan estúpida y
doctrinaria como aquella de que el espíritu del capitalis·mo ... s610
podía haber surgido como resultado de ciertos efectos de la Refor1ma
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMO'CRATICO 161

es señalar que una· explicación histórica adecuada requiere


atenciána ambos factores. El factor que en'cuentra más des-
cuidado por los pensadores de su propio tiempo, influidos ··báSi-
camente··por Marx,' es el·factordel espíritu.
Pero es importante también poner los pies en la tierra. Y
así, al tratar de ·definir ,el conjunto de institucione~ permeado
por "el espíritu capitalista", Weber lucha virilmente por dis-
tinguir .• las precondiciones institucionales indispensables. Ofre-
ce' un definición preliminar del capitalismo :
"El capitalismo es idéntico a la búsqueda de la utilidad,
ydeuna utilidad siempre renovada, mediante una em-
presa . continua, racional, 'capitalista ... Una acción econó-
mica capitalista ... descansa" en la expectativa ,de utili·dad
mediante el uso de las oportunidades para el intercambio,
,que tiene posibilidades (formalmente) · pacíficas de rendir
una utilidad" 2'6.

Pero esto no debe haberle satisfecho, pu·es a continuación


incluye una dis'cusión de seis de sus elementos que va mucho
más allá·de su esfuerzo inicial 27. Cada uno de los elementos
de esta definición tiene significado.
a) El trabajo libre es crítico, porque el sistema no es de
esclavitud ni de servidumbre ni de trabajo forzado. La cualidad
precisa que Marx considera tan inhumana -el que el· trabajo
s'ea tratado como una mercancía-, Weber la ve·· como la -con-

o tan siquiera de que el capitalismo como sistema econornlco es una


,crea,ción' de la Reforma •.. S6lo deseamos preguntarnos' si "es posible
y hasta qué grado \las fuerzas religiosas han p'articipado en la formaci6n
cualitativa yen" la expansión cuantitativa ·de ese espíritu· en todo' el
mundo". Weber, The Protestant Ethic.pág. 91.
26 Ihid., pág. 17 (su cursiva). Weber observa que el impulso por c'me~
jorar la propia ·condición'~ no siempre es ardiente. "Puesto ·'que los
interes1es del empleador en la aceleración de la cosecha aumenta con -el
aumento de los resultados y con la intensidad del trabajo, se ha hecho
el intento ·una y otra vez; aum,entando las partes de fos trabajadores,
dándoles así una oportunidad de ganar lo que representa para eNos un
salario muy alto, de interesarlos en aumentar su propia· eficiencia. Pero
se ha encontrado una dificultad pecuHar con sorprendente frecuencia:
Ell hecho dé elevar ·las partes a menudo ha dado por resultado no más
sino que menos trabajo logrado en el mismo tiempo, ya que el trabajador
reaccion6 a este aum·ento no aumentando sino -disminuyendo su trabajo".
Ibid., págs. 59~60.
27 Las" referencias .que vienen a continuación corresponden a· la obra de
Weber, TheProtestant Ethic, págs. 17-27.
162 ESTUDIOS PUBLICaS

dición· de la libertad. Si los hombres van a es'coger su trabajo,


deb·en tener múltiples posibilidades de empleo y recompensa,
bajo condiciones de movilidad. Pocas sociedades pueden ser tan
sencillas como para que cada persona sea autosuficiente. Una
división del trabajo es necesaria. De esta manera, los hombres
libres necesariamente intercambiarán su trabajo para obtener
a cambio aquel~o que desean. El; tiempo, la en·ergía, la fuerza y
la. atención de cada uno son, en UIl sentido, el capital de cada
uno. Weber observa que la liberta(i ,de intercambio haceposi-
ble los cálculos tanto para el empleador como para el em-
pleado, según los cuales cada uno puede medir la utilidad y la
pérdida en cada intercambio. Ca·da uno pued·e preguntar:
"¿Vale la pena?"Cuando existe tal dis'ciplina, bajo la libertad,
el capitalismo puede arraigars.e. Sin tal libertad, existe el
peonaje o la servidumbre. Comparada con la del aristócrata o
la del propietario de los medios de producción, la .libertad del
trabajador quizás sea menos; ,pero es más que la lib·ertad del
siervo o del peón. La era d·el capitalismo, entonces, es también
la era de las grandes migraciones.
b) La razón es ·central para el capitalismo. El capitalismo
es en gran parte (como la palabra misma lo .sugiere) un sis-
tema de la cabeza. La inteligencia práctica ordena en todo
sentido. Promu·eve la invención y las ideas nuevas. Lucha cons-
tantemente por mejores formas de organización, una produc-
ción más ·eficiente y mayor satisfacción. Planifica tanto para el
largo como para el corto plazo. Ordena materiales, máquin.as,
productores, vendedores y consumidores. Organiza fines y me-
dios. Constantemente se estudia para mejorar. Se ordena hacia
una empresa continua de mayor duración que la vida de cual-
quier individuo. Extrañamente, en lugar de ser solamente un
medio para un fin. humano, el sistema económico racionalizado
deviene de alguna manera un fin, organizando a los seres
humanos para sus propósitos. El sistema económico no necesita
absorberlos por completo ni dominarlos totalmente; otras exi-
gencias de la vida lo mantienen a raya. Pero no puede .decirse
que sea tan solo un instrumento. Recordemos de nuevo la mor-
·daz observación. de Montesquieu de que los ingleses sobresalen
por tres cosas.: la piedad, el comercio y la libertad. Cada una
de éstas es, en un sentido, un medio; también cada una es un
fin. La piedad no puede representar la totalidad de la vida, si
la vocación de uno es trabajar en el mundo. Tampoco el comer-
cio si hay que servir a la piedad y a la libertad. Tampoco la
libertad, puesto ·que la libertad es para al igual que desde. Aquí
se preanuncia un punto que Weber no estipula, un punto que
diferencia nuestro "espíritu de . capitalismo. democrático" del
"·espíritu del capitalismo" de Weber. El capitalismo democrá-
tíco es un sistema tripartito: económico, moral y político al
mismo tiempo. Weber no alcanzó a llegar tan lejos.
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMO!CRATICO 163

c) El nuevo capitalismo no es un asunto de aventura ni


de piratería, sino ,de empresa continua, planificaday. orga~
nizada,' pensada para poder calcular ganancias y pérdidas. Sin
la invención de la conta,bilidad de doble entrada, sin sofistica-
ción matemática, sin las técnicas de··' análisis posibilitadas por
la ciencia moderna el cálculo·· continuo no sería posible.
d) La separación del lugar de trabajo del hogar -.aunque
más antigua ,que el capitalismo-- llevó"'el capitalismo a .un
grado de impersonalidad no posible bajo. el familismo agrario
o feudal. Bajo el 'capitalismo, un hombre no nace en su estado;
las preguntas respecto a la historia de su vida de algunama-
nera"sehacen irrelevantes. El contrato e,conómico no absorbe
toda su vida. El sistema económico . queda' fuera .del antiguo
sistema ·cultural. •. Esta dualidad. abre una brecha ·psic.ológica en
la vida de los .··individuos. La ,diferenciación·•. de sistemas cambia
el sentido de la identidad de los individuos. Esta nueva dua-
lidad rompe las antiguas amarras orgánicas y ·permite .nuevas
libertades. Emocionalmente, trae costos a la vez, que ganancias.
A medipa·que el intercambio en·el mercado se haee impersonal,
la religión, la raza. y la nacionalidad se hacen menos atingentes.
Un comprador de bienes o servicios a . menud,o desconoc'e ·al
vendedor o al fabricante (a medida que el sur de los Estados
Unidos se hizo más capitalista después de la Segunda Guerra
Mundial, las distinciones de raza p·erdieron sus fundamentos) ..
El cambio del hogar al lugar de trabajo permitió la producción
para las masas así 'como para' los· pocos. La. nueva diferencia-
°
ciónpuede •considerarse como ·alienación como .libertad, lados
opuestos de la ·misma· experiencia.
e) El cálc.ulo, la organización, la inversión y el inter-
cambio no podrían realizarse a. través .··de largos períodos ·.sin
redes establesc:onformadas pOT las ley'es. La inv·ención gradual
de la ley comercial fue. ',de un significado.··especial. La distin-
ción legal entre la .corporación y"la familia permitió la aparición
de nuevas 'formas de cálculo y de nuevas formas ·de actividad.
Esta ley posibilitó·· la existencia de las .corporaciones· .sin fines
de lucro al igual queJa· de las organizaciones confipes de ~ucro.
y . promovió. v~riedades casi . infinitas ·de asociaciones.' volunta-
rias y.·de participa.ción social. La corporacióIl. en sus variedades
es la agencia más clara del capitalismo democrático. Trasciepde
a la persona. ·Como "persona jurídica", está regida p'or la ley.
El Qomercio .requiere estabilidad y la resolución paQífica de los
conflictos. Aunque la ley puede ahogarla, la. actividad comer-
cial necesita d·e la .ley y favorece su desarrollo.
f) El nuevo capitalismo creció más rápida Y'" amplia-
<

lnente en. las .ciudades Y pueblos.


El espíritu. urbano .instruyó .a ·los •seres humanos en nuevas
formas de asociación. Estimuló .el intelecto y la invención. Hizo
posible la separación de .las man·eras rurales' agrarias. En las
164 ESTUDIOS· PUBLICOS

ciudades la ley se hizo más abundante, se probaron nuevas


formas de .organización social y se experimentaron· libertades
modernas. Las áreas rurales siguieron permane'ciendo más
cerca ,de las antiguas tradiciones; eran agrarias y no capitalis-
tas. Aunque la comercialización y el riesg·o, las ganan,cias y
las pérdidas, la in·dependencia y la autoconfianza son caracte-
rísticas inmemoriales de la ,vida rural (en la Unión Soviética,
hoy en día, los granjeros sigu·en siendo un bastión de . los llama.;.
d.os hábitos capitalistas), no constituyen la originalidad esencial
del . capitalismo. El capitalismo ,depende y genera la cultura de
las ciudades, una cultura de un tipo claramente moderno. Su
textura de hábitos y leyes, percepciones y energías, ritmos y
maneras, trabajadores y mercados, es claramente urbana (inelu-
so en el siglo XX, la Norteamérica rural retuvo durante mucho
tiempo una antipatía para con Wall street y los otros centros
urbanos del capitalismo).
Hay una serie de fallas en la definición que Weber da del
capitalism·o. Mi propia intención en los capítulos siguientes es ir
más allá. Para >nuestros actuales propósitos basta observar que
Weber estaba fas,cinado por el Geist o ethosque (a) tenía estas
seis característtcas juntas y (b) las permeaba con un significado
simbólico y con un valor espiritual. Extrañamente, Weber se
interesa poco o nada en Montesquieu, Adam Smith, James
Madison, Thomas Jefferson, personas que creían estar provo-
cando "un.nuevo orden de las épocas". Ellos creían adivinar lo
que Dios pretendía que se des'cubrieraen su creación y que
había dejado para 'que los seres humanos lo ··realizaran. Se veían
a sí mismos como agentes del progreso que' Dios pretendía .que
el mundo hiciera 0, en algunos CM'OS, como agentes del pro-
greso que la religión tradicional, con el sol bloqueado por' sus
torres, había resistido apasionadamente. En cualquiera de ···los
dos casos, para aquellos hombres y mujeres, ·la ciencia, 'la tec-
nología y el desarrollo económico práctico eran tareas divinas
0, por lo menos, d'el más alto imperativo humano~
La definición qu·e,da Weber del "espíritu del capitalismo"
no alcanza a cubrir la realidad histórica de éste en dos mane-
ras. Weber no analizó la necesaria conexión entre la liberta'd
económica y la .libertad política. Esta necesidad no es de lógica,
sino que de he,chos.Aunque, conceptualmente, los dos concep-
tos son diferentes, sin embargo, en el mun·do real, cada uno sin
el otro sufre graves quebrantamientos. De esta man,era, W·eber
debió haber escrito, y no lo hizo, respecto al espíritu del capi-
talismo democrático. Vio que· el capitalismo es un sistema eco-
nómilco que depende de un espiíritu moral, pero esos ·son· sólo
dos de los tres componentes esenciales del sistema existente. El
sistema político también es una fuerza poderosa, que establece
institucion,es, significados y potencias rivales por su propia
cuenta. Weber debió haber visto más claramente-·como
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMOCRAT1CO 165

Schumpeter vería más tarde-· la gigantesca lucha que estaba


tomando forma, incluso en.su época, entre el sistema del Estado
y el sistema económico.· Cuando el capitalismo revierte al con-
trol estatal (como lo hizo bajo el fascismo y Coomo 10 ha,ce bajo
las diversas formas del ,colectivismo ,socialista) ,dejade ser'
capitaJismo y . ·se transforma una vez"'más en Estado patrim.o-
nial. La diferenciación entre el sist.emaet~onómicoy el sistema
político resulta absorbida nuevarn.ente'en ·,la unidad primige-
nia 28. El Estado lo rige todo.
Está es la razón por la cual Robert Heilbroner; de alguna
forma' el más hon,esto de .los socialistas contemporáneos,sehá
convertido (quizás a pesar de sí mismo) eh Un enemigo del
autoritarismo que él ve descender sobre to.dosnosotros. "Los
derechosbuff1;ueSeS" si~ue recoraa,ndoa aquellos auetalimentan
ilusiones .más suaves," "no pueden sobrevi.vir bajo un sistema
estatal de planificación de' control efectivo"·29.

28 ¿Cuántas naciones en la actualidad podrían· clasificarse 'como capitalis-


tas· democráti.cas?Un ,estudio.muy útil de las más o menos 160 nadiones
independientes del mundo '. es proporcionado año á año .por Freedom
House. 'Cada año, "elestudio de. Freedom House clasifica 'a estas·. nacio-
nes se~ún el tipo de economía políIH,ca.. Luefto, jerarquiza· el 'grado~ de
libertades civiles y libertades políticas. logradas en 'Cada una de ellas
utilizando una escala de Uno a siete. Basándose en la defini,ci6ncle
Freedom House, sus desüripciones y . .,tipología$, las siguientes nacione,g
son las que más se aproxi.man al tipo ideal de sociedad capitalista demo-
,crática: Australia, . Bélgica, Canadá, Chipre, Alemania Occidental; el
Ljbano (previo . . a su . desmantelamiento) , Suiza .ylosEstados •. U nidos.
Las otrasdemocra,cias con régimen mu,Itipartidista, un tanto más cen-
tralizadas, son: las Bahamas, Barbados, Colombia, Costa Rica, Djibouti, la
RepúbHca Dominicana, Francia, Grecia, Granada, Is~andia, IrJal1d[l, Ita-
lia,-Japón; Luxembur-go, Islas Mauricio, Nueva. Zelandia, España, •.·. Suri.
nam, Trinidad y Tobago y el Volta Superiór. Entre lasnaciones'~capil­
tallistas-socialistas"· ,q'P-e ·de 'al~na manera' a disgusto reconocen el
capitalismo como legítimo, Freedom House.menciona· a Austria, Dina-
marca, Finlandia,'Israel, los Países Balos, Noruega, Portugal, Suecia y
el Reino Unido. Casi. todas las "libertades civiles. y poIíticasque existen
en el planeta se encuentr~n en las naciones de estas breves. listas. Ver
la dis,cusión un tanto más ertensa en la obra de Raymond D.Gastil,
ed.., Freedom in ,theWorld: . "PoUtical Rights and.Civil- Lihérties (New
York:.···•. Fre~dom . Houses, 1980), págs. 40-41.
29 Rob,ert Heilbroner eS'brutalm:ente franco respecto a la pérdida de
'libertades que cabe esperar incluso hajo' UIl' socialismo,' democrático: "El
,capitalismo por sí solo expone a las . 'personas' que 10· conforman a la
ansiedad de vidasin(el socorro de una moraHdad,colectiva. Uno puede
argl.1'mentar.·que la reparación de' estos· daños vale·muoho más···que la
restricción de la libertad econ6mica o que ". 'la ,disminución de la libertad
166 ESTUDIOS PUBLICaS

Además, Max Weber diagnosticó erróneamente la natura-


leza de la inteligencia práctica dentro del capitalismo demo-
crático describiéndola como "racional-legal". Es, en realidad,
mucho más que "racional" en el sentido que él le da y mucho
más que solamente "legal". 'Cuando Weber argumenta que ,el
capitalismo democrático produc,e "una jaula de hierro", puede
haber estado observando en el temp,eramento del ciudadano
l1rusiano un ansia de precisión, reglamentos, leyes y disciplina
de marcha. No describía el hedonismo, la' decadencia, el tras-
toque d,e valores, la amoralidad y el salvajismo ·que Berthold
Brecht luego observaría en el Berlín de la era de la República
de'Weimar. No captó la ebullición y el bullicio de las cervecerías
de Munich. Mucho más iba a pasar que 10 que anticipó Weber
en la Alemania del período' tras el desastroso Tratado de Ver-
salles. Aún más: ya estaba sucedien,do, bajo condiciones muy
diferentes, en otros centros del capitalismo d,emocrático,cuya
vitalida.d era mucho mayor que la de 10 "racional-legal".
Weber parecía entender por "racional" la racionalidad d~
los ingenieros que anlicaron ,cronóm,etros al análisis de la pro~
ducción industrial. Pero la aplicación d,e la racionalidad cientí-
fica a la in·dustrialización no se confina al capitalismo demo-
crático. Es igualmente endémica en el socialismo científi,co. La
racionalidad···· de ese tipo no 'define adecuadam,enteal capita-
lismo·democr'ático. En' su ansia por di.stin~uir el capitalismo
por contraste con las sociedades tradj,cionales y carismáticas,
Weber perdió de vista aspectos esenciales'· de su vitalidad.
Weber ignoró, por ejemplo, el papel de la visión y, de la
sabiduría. práctica en el emnresario y en la' conducta de. un
hábil .administrador.. La administración" exitosa en' una "gran

personal} que requiere el socialismo... Una generación acostumbrada


a soportarla disciplina del socialismo no añorará las libertades del indi-
vidualismo burgués ... Tampoco podemos escaparnos de este. problema
afirmando que, entre sus 'Compromisos sociales, el· socialismo escoge
incluir los derechos dejos individuos a las libertades que propone MilI.
Pues aquella celebrg,ción del individualismo se opone directamente al
compromiso básico socialista de un objetivo moral apoyado. en forma
colectiva ... Puesto que la sociedad. socialista aspira a ser uIla. buena
sociedad, 'todas' sus .decisiones y opiniones están· inescapablemente re-
vestid,as de i.mportancia Ínora.t .Cada desacuerdo 'con ellas, cada argu-
mento en pro de políticas distintas, cada voz contradictoria cuestiona
entonces la validez moral del gobierno existente •..•. Las disensiones y
y los desacuerdos suenan entonces a herejía en una forma que ·no
,existe en' las sociedades en las cuales la expedición y DO la moralidad
es lo "que domina". Robert L. Heilbroner, What is Socialism?" Dissent
25 (Verano' 1978); 356-48.
EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO DEMO'CRAT1CO 167

firma depende de la capaci.dad de entender a la gente, de ins-


pirarlas, -y de sacar a la superficie lo mejor d·e ellos. Estas for-
mas de visión son difíciles de enseñar y algunos individuos
están mejor dotados para ellas que otros. El talento adminis-
trativo es escaso. En la calidad de empresario, también la
invención juega un rol indispensable.. El comercio moderno
d.epend-e en grado extraordinario, de la' existencia de una co-
rrIente continua de innovaciones en 'cada uno de los pasos del
proceso económico, ·desde el concepto hasta la producción, desde
la distribución hasta la comercialización. Una firma limitada
por los hábitos racional-legales d-e ayer es casi seguro que se
fosilizará. Weber, en resumen, ignoró los múltiples tipos de ra-
cionalidad implí'citos en el capitalismo democrático. Definió con
demasiada estrechez la racionalidad, ignorando sus capacidades
de dinamismo revolucionario.
Lejos de llegar a parecerse a la "jaula de hierro" de los
últimos párrafos de L,a Etica Protest.ante, el mundo real del
capitalismo democrático es demostrablemente abierto. Ha sido
"revolucionado" una y otra vez. En Estados Unidos, el sistema
político permitió sindicatos con la Ley Wagner de 1935. D·efinió
la semana de cuarenta horas; prohibió el trabaio de los niños y
estableció la seguridad social. El dinamismo del sistema político
ha afectado tremendamente el orden económico. Además, in-
venciones totalmente nuevas -desde la. máquina de escribir
hasta el automóvil y la computadora miniaturizada- han al-
terado una y otra v·ez las bases d·e la industria, el lugar de
trabaio y la vida común. ¡,Racional-legal? El nuevo sistema
económico se -deleita con lo maravilloso. A menudo más parece
magia que raz6n burocrática. Despierta un asombro primitivo.
Además, el nuevo sistema aceleró la tasa de cambio del
mundo. La revolución industrial ya ha dado paso a la "era
postindustrial". De generación en generación, los estilos de
administración han ca,mbiado. De esta forma si el sistema
económico es dinámico en maneras que Quiebran sus paradig-
mas anteriores, el sistema moral-culttlral también cambia. A
través de las décadas, los "estilos de vida" han cambiado rápi-
damente y varias veces han aparecido "nuevas moralidades".
En estos días, pocos temen demasiada estabilidad, demasiada
igualdad. Algunos, en realidad, nos previenen de lo contrario:
"El shock del futuro". La vitalidad carismática de las formas
de inteligencia práctica incorporadas en el capitalismo demo-
cráti'co hacen' insostenible la descripción ·de la jaula de hierro
"racional-legal" de Weber.
El espíritu del capitalismo democrático es el espíritu del
desarrollo, del riesgo, del experimento, de la aventura. Sacri-
fica la seguridad presente por un mejoramiento futuro.. Al
diferenciar el sistema económico del Estado, el capitalismo de-
168 ESTUDIOS PUBLICaS

mocrático introdujo un pluralismo novedoso al centro mismo


del sistema social. Desde entonces todas las sociedades de su
tipo han estado divididas internamente y han sido explosiva-
mente revolucionarias.
MESA REDONDA

EL ESPÍRITU DEL
CAPITALISMO DEMOCRÁTICO*

Ángel Flisfisch y Arturo Fontaine T.

Comentario del Sr. Ángel Flisfisch

E n mi opinión, el libro de Michael Novak presenta una importante


ambigüedad, que lo permea completamente.
Durante extensos pasajes se tiene la impresión de que el libro persi-
gue entregar una descripción precisa, realista —podríamos decir objetiva—
del capitalismo democrático. Se trataría, entonces, de un esfuerzo analítico,
positivo, que tendría por objeto este particular tipo de organización social,
tal como ella existe y funciona.
Ciertamente, esa descripción debería incluir los ideales del capitalis-
mo democrático, en cuanto elementos del sistema cultural-moral que lo
integra, de acuerdo a la distinción tricotómica que organiza el libro: econo-
mía, sistema político (polity) y sistema cultural-moral. Pero tendría que

ÁNGEL F LISFISCH. Abogado Universidad de Chile; M. A. y Ph. D(C) en Ciencias


Políticas, Universidad de Michigan. Profesor de Flacso.
* Versiones escritas de las exposiciones orales realizadas en el Centro de Estudios
Públicos con motivo de una mesa redonda sobre “Sistemas Económicos, Valores Culturales y
Régimen Democrático”, en la cual participaron los Sres. Michael Novak, Ángel Flisfisch y
Arturo Fontaine Talavera.

Estudios Públicos, 11 (invierno 1983).


2 ESTUDIOS PÚBLICOS

incluirlos como un elemento más del análisis positivo, mostrando su efecti-


va función dentro del conjunto del capitalismo democrático, indepen-
dientemente del compromiso del autor con esos ideales. De hecho, hay
pasajes en que explícitamente se promete entregar ese análisis positivo, o
se caracteriza así la argumentación contenida en el libro.
Por otra parte, y especialmente hacia el final, se dice que lo que se
busca es exponer el credo del capitalismo democrático. Es decir, sus idea-
les, pero no ya como un elemento de un tipo de organización social históri-
camente observable, sino intentando persuadir al lector de la bondad de
estos ideales.
Tal como los socialistas han venido exponiendo desde hace décadas
sus ideales, tratando de convencer de que un orden social regido por ellos
es un orden superior a otros órdenes concebibles, Novak intenta un esfuer-
zo semejante. En consecuencia, y dada la identificación sustancial que el
autor hace entre capitalismo democrático y el orden social estadounidense,
el libro se orienta hacia una apología del credo americano. O, por lo menos,
hacia una apología de la versión que Novak ofrece de ese credo.
Ahora bien, ambos tipos de objetivos definen universos del discurso
distintos, regulados por lógicas diferentes. Una es la lógica del manifiesto,
y otra distinta es la lógica de la investigación sociológica o de la economía
positiva. La lógica del manifiesto está próxima o se identifica con la de la
filosofía social o filosofía política. Ello implica una argumentación que
mezcla indisolublemente premisas especulativas, observaciones, proposi-
ciones empíricas y juicios de valor.
Esa clase de argumentación no es reprobable. Contrariamente, es
necesaria. No obstante, encierra siempre el riesgo claro de que el autor
tienda a sustituir la descripción de lo existente, tal como efectivamente
opera, por una imagen ideal de la buena vida o buen orden, tal como ella se
puede inferir de los postulados y premisas que se ubican en el nivel decidi-
damente especulativo de la argumentación.
A su vez, esa operación intelectual de sustitución deforma conside-
rablemente la descripción positiva de lo existente. Termina por ignorar o
simplemente ocultar aspectos de la realidad que son contradictorios con lo
que se supone que es el buen orden. En definitiva, al lector se le hace difícil
discriminar entre lo que es y lo que debe ser, entre la imagen que se infiere
del modelo normativo o ideal y las organizaciones sociales históricamente
efectivas.
La operación de sustitución en cuestión no es inocente. Por lo me-
nos, no lo es en cuanto a sus efectos. Al deformar lo históricamente efecti-
vo, o al suplantarlo por esa imagen ideal del buen orden, que es lo que
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 3

acontece en el caso extremo, produce una consagración de lo históricamen-


te existente. Es lo que a menudo acontece con las discusiones sobre los
socialismos reales o los capitalismos reales. El énfasis en las premisas
especulativas de los respectivos modelos de sociedad permite que se pasen
por alto aspectos esenciales, que son históricamente efectivos y que están
en flagrante contradicción con los contenidos de esos modelos de sociedad.
Se obtiene así la paradoja de que la discusión, al situarse en el nivel de la
reflexión y crítica de los ideales en sí mismos, acaba por embotar la sensi-
bilidad y capacidad crítica respecto de lo que efectivamente existe, cuando
era precisamente esa capacidad y esa sensibilidad lo que se intentaba refor-
zar. Al final de cuentas, ¿qué otra legitimidad se puede conferir al viejo
recurso de inferir lógicamente mundos a partir de determinadas premisas y
categorías, sino aquella que se fundamenta en el hecho de que esas opera-
ciones intelectuales nos permiten iluminar críticamente las zonas más oscu-
ras de la vida social?
El libro de Michael Novak incurre justamente en ese pecado recién
esbozado. Su descripción de lo que él presenta como la realidad del capita-
lismo democrático pasa por alto aspectos que me parecen fundamentales.
Su visión de lo que ese capitalismo efectivamente es se aproxima sospe-
chosamente a la imagen de lo que ese capitalismo debería ser. Hay, enton-
ces, sesgos y distorsiones que creo que afectan la objetividad del discurso
más allá de lo conveniente.
Por esa razón, he preferido centrar mis comentarios en la dimensión
descriptiva del libro. Una discusión más abstracta, que intentara oponer a
los ideales del capitalismo democrático otro tipo de ideales, nos sumiría
rápidamente en una polémica estéril y sin salida. Adicionalmente, este
énfasis en la descripción hace más fácil traer finalmente la reflexión hacia
nuestros propios problemas, que es lo que trato de hacer en la última parte
de estas notas.

II

A mi juicio, la descripción de la realidad del capitalismo democráti-


co que ofrece Novak pasa por alto, por lo menos, cuatro aspectos que son
importantes. No digo que sean los únicos. Con más tiempo y mayor madu-
ración probablemente habría que concluir que el cuadro presentado exigiría
un sinnúmero de correcciones.
Los cuatro aspectos que me parecen que vale la pena destacar son
los siguientes: atenuación más allá de lo razonable de las dimensiones de
4 ESTUDIOS PÚBLICOS

dominación y fuerza involucradas en la operación del capitalismo democrá-


tico, tratamiento inadecuado de las tendencias a la monopolización y oli-
garquización inscritas en el capitalismo democrático, una visión deformada
del problema de las exclusiones sociales en el capitalismo democrático, y
por último ignorancia del hecho de la conciliación de clases como rasgo
esencial suyo.
Me referiré separadamente a cada uno de estos aspectos:

1. En el libro de Michael Novak los aspectos de fuerza y domina-


ción, tanto en los procesos históricos de constitución del capitalismo demo-
crático como en su operación efectiva contemporánea, aparecen atenuados
más allá de lo razonable.
En el fondo, y pese a las múltiples prevenciones a lo largo del libro
en el sentido de que el pecado —entendido como voluntad de poder— está
fatalmente inscrito en el sistema, tal como lo estará en cualquier otro siste-
ma, la imagen evocada por el autor tiende a ser francamente idílica. Y ello
respecto de dos fenómenos que constituyen la expresión más patente de la
voluntad de poder.
De este sesgo resulta que la dominación y la violencia son tratados
como simples productos excedentarios —epifenómenos, meras excrecen-
cias perversas— en la operación del sistema. En consecuencia, están des-
provistas de toda centralidad en cuanto al movimiento mismo del capitalis-
mo democrático.
Ahora bien, sobre este punto hay por lo menos dos preguntas perti-
nentes. Una dice relación con cuán opresivo o cuán violento sea el sistema
en su operación contemporánea. Esa pregunta tiene que formularse necesa-
riamente en términos comparativos, y la respuesta sólo podría proporcio-
narla la investigación sociológica o politológica empírica. Probablemente,
el capitalismo democrático es menos coercitivo que, por ejemplo, la Unión
Soviética. Esa parece ser una hipótesis plausible. Pero también hay otras
hipótesis plausibles. Por ejemplo, que las sociedades de los países escandi-
navos son menos coercitivas que la sociedad estadounidense.
La otra pregunta se refiere a la centralidad que han jugado los fenó-
menos de dominación y fuerza en el movimiento del capitalismo democrá-
tico. Aquí, adoptando una perspectiva histórica, se puede afirmar que ellos
han desempeñado un papel protagonizo en determinados momentos cru-
ciales.
La ilustración obvia de esa proposición es la guerra civil, y el análi-
sis clásico sobre su centralidad en el desarrollo político estadounidense es
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 5

el de Barrington Moore1. De acuerdo a Moore, no es un epifenómeno o una


mera excrecencia en la trayectoria de un desarrollo político gobernado por
legalidades ajenas a ella. Se trata, inversamente, de una guerra que es
decisiva en cuanto al carácter democrático que el capitalismo asume en los
Estados Unidos.
Esta afirmación de Moore en cuanto al papel protagónico de los
fenómenos de dominación y fuerza puede extenderse a diversos otros do-
minios de hechos. Siguiendo con los ejemplos, se podría citar en general el
caso de los procesos de emergencia de nuevos movimientos sociales. Espe-
cíficamente, el caso del movimiento obrero, o el de los procesos de integra-
ción de grupos étnicos. Son historias dramáticas, sangrientas y opresivas,
cruciales para la comprensión del movimiento de la sociedad, y relegadas
por Michael Novak a un lugar secundario o simplemente olvidadas.
Lo que quiero subrayar con estos ejemplos no es la pretendida vali-
dez de alguna proposición general sobre el papel de la fuerza en la historia,
o ir en apoyo del lugar común de que los fenómenos de dominación y
fuerza son inseparables del quehacer humano. Simplemente quiero destacar
que, en mi opinión, la evaluación del orden social que supone el capitalis-
mo democrático no puede, so pena de deformar la realidad evaluada, pres-
cindir de su consideración. Esta deficiencia es aun más inexplicable en un
teólogo, que identifica voluntad de poder y pecado y que, por lo tanto,
debería desplegar una especial sensibilidad a los fenómenos de dominación
y fuerza asociados con el movimiento del orden social que juzga.
2. El libro de Michael Novak despacha demasiado superficialmente
las tendencias a la oligarquización y monopolización de oportunidades pre-
sentes en el capitalismo democrático.
En realidad, estas tendencias están presentes en la operación de
cualquier estructura social. Salvo estructuras sociales rígidas y osificadas,
la gran mayoría de ellas se mueve en términos de una dialéctica o dinámica
de apertura y cierre.
El momento de apertura es el momento de expansión, de creación de
oportunidades y de apropiación de oportunidades por los recién llegados.
Es el momento de la movilidad y de la circulación, tanto de elites como de
contingentes más masivos. Estos procesos de apertura son expresivos de
voluntad de poder, y usualmente ella se canaliza políticamente, cuando no
lo hace por vías eminentemente más disruptivas.
Pero la expansión de oportunidades y su apropiación induce proce-
sos de cierre social, de esfuerzos por lograr una apropiación monopólica de
1
Barrington Moore Jr., Social Origins of Dictatorship and Democracy, Beacon Press,
Boston, 1967, pp. 111-161.
6 ESTUDIOS PÚBLICOS

las oportunidades creadas, excluyendo a potenciales contendores o compe-


tidores. Al igual que en el momento de apertura, los procesos de cierre
social se canalizan políticamente, y son expresivos de voluntad de poder.
Eliminar las tendencias al cierre en cualquier estructura social implicaría
erradicar en un grado importante la voluntad de poder, y ello nos lleva
directamente al reino de la utopía.
No obstante, en la visión de Michael Novak la economía política del
capitalismo democrático es autocorrectiva en relación con estas tendencias
al cierre social. Es decir, la propia dinámica de las estructuras socioeconó-
micas frenaría esas tendencias, manteniendo los mercados abiertos y posi-
bilitando una expansión indefinida de oportunidades.
Esa visión es dudosa, particularmente hoy en día. Históricamente,
hay ejemplos clásicos de cierre social en el capitalismo democrático, como
es el caso de la profesión médica, que en realidad ilustra el caso general de
las profesiones2.
Estas tendencias al cierre social parecen ser especialmente vigorosas
en el capitalismo contemporáneo. En la literatura se identifican usualmente
mediante la apelación a la idea de la presencia de una fuerte dimensión
corporativa en la economía política del capitalismo, y se habla aún de un
neocorporativismo.
De hecho, hay diagnósticos de la situación actual de la economía
política estadounidense que enfatizan el aspecto de cierre social, como el
de la sociedad suma-cero de Thurow3, citado al pasar por Novak.
Para Thurow, la sociedad ha desembocado en una economía política
altamente corporatizada, que ha puesto las condiciones para un equilibrio
estable de intereses, que bloquea las innovaciones exigidas para redinami-
zar la economía y enfrentar exitosamente los problemas que plantea la
sociedad. No hay agentes que posean un interés propio en romper el equili-
brio, impulsando innovaciones, o si los hay, carecen de oportunidades para
hacerlo mientras se mantengan al interior de la sola estructura económica.
Es el tipo de situación que sólo puede desbloquearse a través de
acciones políticas deliberadas. Es decir, precisamente por medios que son
la negación de la idea de autocorrectivos o mecanismos automáticos de
ajuste.
Es esta realidad la que hace que el optimismo de Novak sea infunda-
do. A la vez, ese optimismo deforma la imagen del capitalismo democráti-
co que el autor ofrece. Y si bien es cierto que esa ceguera le permite pintar

2 Véase Magaly Sarfatti Larson, The Rise of Professionalism, University of California

Press, 1977.
3 Lester C. Thurow, The Zero-Sum Society, Penguin Books, 1981.
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 7

un cuadro donde predominan los tonos rosa, también lo es que ella lo lleva
a pasar por alto la necesidad de acciones políticas correctivas.
3. En The Spirit of Democratic Capitalism hay una visión inadecua-
da del problema de las exclusiones sociales en las sociedades capitalistas
democráticas.
De estarse a la descripción del profesor Novak, habría que concluir
que también en este caso el sistema posee mecanismos automáticos de
corrección. Para cualquier grupo que se encuentre en posiciones sociales
nítidamente desventajosas en relación con la mayoría de los restantes
grupos, el problema residiría simplemente en dejar pasar el tiempo sufi-
ciente para que se produjera su integración social. Existiría entonces algo
así como una garantía de éxito, en el largo plazo, para cualquier grupo
social.
Pero la verdad es que los procesos de integración social en el capita-
lismo democrático parecen ser realidades mucho más complejas y conflicti-
vas que lo que supone la visión elaborada en el libro. Hay claramente una
faz oscura y oculta de estos procesos, que es precisamente la que intentan
desentrañar e iluminar obras como Poor People’s Movements de Frances
Fox Piven 4. Es esa literatura la que se echa de menos en el tratamiento que
Michael Novak hace del problema. Ciertamente, su inclusión llevaría a una
presentación más matizada y menos idílica del tema.
La lección que se extrae de esa literatura es la de la ausencia de algo
así como una garantía de éxito, avalada por la simple operación del siste-
ma, en cuanto a la integración de grupos sociales excluidos.
Contemporáneamente, se podría ser más radical, y avanzar la hipó-
tesis de que esos procesos de integración se han venido tornando creciente-
mente dificultosos, y, por lo tanto, más conflictivos y costosos para los
grupos sociales afectados. La explicación de esa dificultad creciente residi-
ría en la progresiva rigidización de la estructura social: a medida que la
sociedad tiende a un estado suma-cero, la voluntad de excluir se hace más
manifiesta y obstinada.
Ciertamente, está también la hipótesis, eminentemente plausible, de
que en términos comparativos el capitalismo democrático acrecienta las
ventajas de los socialmente excluidos para lograr su integración en la socie-
dad.
No obstante, en este punto le asalta a uno la duda acerca de qué es lo
que contribuye más a conferir esas ventajas: si el carácter capitalista del
capitalismo democrático, o el carácter democrático del capitalismo demo-
4 Frances Fox Piven y Richar A. Cloward, Poor People’s Movements, Vintage Books,
1979.
8 ESTUDIOS PÚBLICOS

crático. Desde el punto de vista de los socialmente excluidos, la lección a


extraer es bien distinta en uno y otro caso.
4. En su análisis, el profesor Novak soslaya un rasgo esencial del
capitalismo democrático, que probablemente es condición necesaria para su
supervivencia: la conciliación de clases.
No es que Novak ignore la existencia del conflicto social básico de
la sociedad industrial —esto es, el conflicto entre capital y trabajo—, pero
nuevamente sujeta su análisis al solo movimiento de la economía en senti-
do estricto.
En efecto, el libro supone que en el capitalismo democrático ese
conflicto se encuentra considerablemente atenuado y regulado en un grado
importante gracias al puro hecho del crecimiento económico. Si la econo-
mía llegara a constituirse como juego suma-cero, ese conflicto pasaría irre-
mediablemente al primer plano, y su regulación se haría dificultosa o, en el
extremo, imposible. La conciliación de clases sería así un subproducto de
la abundancia.
En mi opinión, el problema de la conciliación de clases y sus condi-
ciones es clave no sólo para la comprensión del capitalismo democrático,
sino para un correcto entendimiento de las condiciones y prerrequisitos de
la aspiración democrática en general. No obstante, dado el objetivo de estos
comentarios, me limitaré a hacer las siguientes observaciones:
a) El crecimiento económico, en cuanto fenómeno macroeconómi-
co, es sin duda una condición favorable para la conciliación. Sin embargo,
no es ni necesario ni suficiente.
La conciliación es fundamentalmente un hecho político, y se en-
cuentra regida, en consecuencia, por una legalidad que es mucho más poli-
tológica y mucho menos económica5.
b) El punto anterior se muestra con claridad cuando se cae en la
cuenta de que los esquemas de conciliación hoy vigentes en el capitalismo
democrático surgieron durante el período de entreguerras. Es decir, en con-
diciones económicas que, bajo la hipótesis de crecimiento o abundancia
relativa, eran desfavorables a la conciliación.
En realidad, los esquemas de conciliación se constituyeron como
respuestas políticas a una situación de crisis y no como subproductos me-
cánicamente generados por la abundancia.

5 Al respecto, véase Adam Przeworski, Compromiso de Clases y Estado: Europa

Occidental y América Latina, en Estado y Política en América Latina, N. Lechner (editor),


Siglo XXI, México, 1981.
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 9

c) La relación de determinación es mucho más intensa entre la con-


ciliación y el carácter democrático del capitalismo democrático, que entre
ella y el carácter capitalista de ese capitalismo democrático.
Esto es, entre democracia y conciliación hay una determinación re-
cíproca: la democracia es una condición necesaria de la conciliación y, por
otro lado, sin conciliación la democracia es altamente inestable.
d) El hecho político de la conciliación trae consigo dos fenómenos
que son constitutivos de ese mismo hecho político: la existencia del Wel-
fare State o Estado benefactor, por un lado, y una relativa corporativización
de la economía, por otro lado.
Este punto es importante, y vale la pena subrayarlo. Ni el Estado
benefactor ni la corporativización relativa de la economía son desarrollos
perversos de un capitalismo democrático que podría ser más sano prescin-
diendo de ellos. Ambos rasgos derivan directamente del hecho de la conci-
liación de clases, y en ausencia de conciliación el capitalismo democrático
dejaría rápidamente de ser democrático.
De las observaciones precedentes se pueden extraer dos conclusio-
nes de interés, con las que finalizo esta primera parte de mis comentarios.
La primera es que la economía política del capitalismo democrático
implica una modificación importante de la legalidad que rige en una socie-
dad de mercados puros. En razón de los fenómenos arriba indicados, las
leyes a que obedece la economía política del capitalismo democrático le
son peculiares, y no son aquellas codificadas por los desarrollos teóricos
más clásicos.
La segunda, que el pensamiento neoconservador o neoliberal, al
escoger como sus blancos predilectos al Welfare State y a la corporativiza-
ción de la economía, socava las bases de la conciliación y pone así en
riesgo el carácter democrático del capitalismo democrático.

III

El libro de Michael Novak, referido ya a nuestra realidad, plantea de


manera oblicua tres interrogantes capitales:
a) ¿Por qué no ha existido capitalismo democrático en América
Latina?
b) ¿Qué viabilidad tiene hoy el capitalismo democrático en nuestros
países?
c) ¿Qué habría que hacer para tener capitalismo democrático en
nuestros países?
10 ESTUDIOS PÚBLICOS

En este punto hay dos precisiones que vale la pena indicar.


Digo que el libro plantea estas interrogantes de manera oblicua,
porque la verdad es que no enfrenta derechamente las preguntas. El libro
contiene un alegato contra la teología de la liberación, y es en el contexto
de ese alegato donde sugiere las tres preguntas señaladas.
En segundo lugar, no hay tampoco un intento por responder directa-
mente a esas preguntas. No obstante, los argumentos invocados en defensa
de las tesis sustentadas permiten reconstruir las que creo que serían sus
respuestas.
¿Cuáles son, entonces, las respuestas del profesor Novak? No son
respuestas originales o nuevas, y sucintamente podrían esquematizarse así:
a) Si el capitalismo democrático no cristalizó en estos países —es
decir, los países latinoamericanos—, ello se explica por la ausencia de
ethos cultural adecuado.
A la vez, en esa ausencia hay una responsabilidad directa de la
Iglesia, en cuanto difundió durante siglos un ethos cultural contradictorio
con el requerido para el desarrollo del capitalismo democrático.
b) La viabilidad del capitalismo democrático depende de la difusión
del correspondiente ethos cultural.
Contra ello atentan concepciones como las sustentadas por los teólo-
gos de la liberación. Más aún, en general, atenta contra ello la difusión de
ideas socialistas de cualquier clase.
c) Para tener capitalismo democrático hay que desplegar un esfuerzo
de gran envergadura para socializar a la población en el ethos cultural del
capitalismo democrático.
Ahora bien, los rasgos del ethos cultural que integra el capitalismo
democrático son, tal como los plantea Michael Novak, bien conocidos:
autocontrol, ascetismo, disciplina, capacidad de postergar gratificaciones,
creatividad, espíritu innovador, vocación por independencia personal, etc.
Una primera crítica que se puede hacer desde ya, es que ese ethos
cultural, tal como lo describe Novak, no es específico al capitalismo. Se
tiene la impresión de que un ethos similar se requiere en el caso de cual-
quier esfuerzo colectivo de superación y transformación económicas, sea
éste capitalista, socialista o de algún otro signo concebible.
Por otra parte, la construcción de una sociedad democrática cierta-
mente requeriría, en el plano cultural, de mucho más que el ethos descrito
por Novak. Exigiría, por ejemplo, umbrales de tolerancia mucho más altos
que los exhibidos por un sistema moral-cultural como el que caracteriza al
Chile contemporáneo. Este punto merecería una consideración más detalla-
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 11

da y profunda, pero dado el objetivo de estas notas limitaré mis observacio-


nes a la dimensión más económica del problema.
Comenzaré por la última proposición sugerida por el profesor No-
vak: la exigencia de un esfuerzo de socialización masivo —en sentido
sociológico— en un ethos cultural armónico con los requerimientos de un
sistema económico moderno.
Creo que a nadie le caben dudas sobre la necesidad de unas tareas
de largo plazo que apunten hacia algo así como una reforma de mentalida-
des y corazones.
No obstante, si algo se ha aprendido en los últimos años es que la
conformación del futuro, en el mediano y largo plazo, depende de las
decisiones que se toman hoy en relación con los problemas coyunturales.
Ciertamente, hay que exigir visión en las decisiones de hoy, pero
esas decisiones exigidas por el presente tienen que referirse a los problemas
del presente. No pueden estar referidas a problemas de un futuro distante.
Hacerlo implicaría simplemente una forma de escapismo, o un subterfugio
para evadir responsabilidad por los problemas del presente.
Poniéndolo de manera esquemática, habría que decir que un diag-
nóstico que plantea como solución la construcción a largo plazo de un
ethos cultural adecuado, está sugiriendo una solución ilusoria.
Lo único que podría tornar realista una semejante solución sería la
expectativa de la posesión absoluta del poder y por todo el tiempo del
mundo. Frente a esa expectativa habría que señalar que, por lo menos, ella
no sería en ningún caso democrática.
Continúo ahora con la segunda pregunta planteada por Michael No-
vak: ¿por qué el capitalismo democrático no ha sido históricamente viable
en nuestros países?
El profesor Novak afirma que esa inviabilidad ha obedecido a la
presencia de un ethos cultural contradictorio con el capitalismo democráti-
co, y ello se explica a su vez por la existencia de agencias culturales
hostiles a él.
Hay aquí en juego opciones metodológicas y teóricas, cuya discu-
sión escapa a los estrechos límites de este comentario. Hay que optar entre
un paradigma sociológico que privilegie valores y cultura como elementos
explicativos, y otro que privilegie elementos estructurales. El único criterio
que puede orientar esa opción reside en la potencialidad explicativa de una
u otra clase de paradigma.
Personalmente, me inclino por tratar el problema mucho más como
uno de estructuras, y mucho menos como uno de predominancia de un
ethos cultural inadecuado. En este sentido, la respuesta de Joseph Ramos
12 ESTUDIOS PÚBLICOS

—citada por Novak en apoyo de su argumentación, pese a ser contradicto-


ria con el énfasis cultural que permea su visión general del problema6— me
parece que está en el camino correcto: los obstáculos han residido en las
características de las estructuras internas de los países, especialmente en
términos de una concentración inicial extrema de poder político y económi-
co con la consiguiente limitación de oportunidades.
Ciertamente, el problema exige aproximaciones y respuestas empíri-
cas. Mi impresión es que el trabajo historiográfico y sociológico es aun
insuficiente para aventurar generalizaciones con algún fundamento. Me
limitaré en consecuencia a avanzar algunas proposiciones sumamente ten-
tativas:
a. En los países latinoamericanos hay desde la partida una notable
rigidez de las estructuras de oportunidades socioeconómicas y políticas.
b. Esa rigidez dificulta considerablemente los procesos de apertura
de las estructuras. En cuanto se produce un momento de apertura, operan
con fuerza tendencias al cierre social.
c. La rigidez estructural induce rápidamente bloqueos reiterados de
la situación.
d. El conjunto de la sociedad se constituye así en una sociedad
suma-cero, donde cualquier desbloqueo asume proporciones catastróficas.
Esa expectativa de catástrofe opera de vuelta sobre las estructuras
políticas, haciéndolas aún más rígidas, y ello tiene el efecto de acentuar la
rigidez de la estructura socioeconómica.
Estas proposiciones tentativas me permiten abordar la segunda pre-
gunta sugerida por el profesor Novak: ¿es viable el capitalismo democráti-
co hoy en los países latinoamericanos similares al nuestro?
Obviamente, el sentido de la respuesta depende de la imagen que
uno se haga de lo que ha sucedido con la legalidad que históricamente ha
regido el movimiento de nuestras sociedades.
Personalmente, creo que esa legalidad, descrita esquemáticamente
por las cuatro proposiciones tentativas recién enunciadas, sigue vigente
hoy. Por esa razón, mi respuesta es negativa: el capitalismo democrático no
es viable hoy en sociedades como la nuestra.
Ahora bien, es cierto que unas estructuras socioeconómicas rígidas y
que, sin embargo, se mueven, no pueden sino acumular incesantemente
tensiones en ese movimiento.

6 Michael Novak, The Spirit of Democratic Capitalism, Simon and Schuster New

York, 1982, pp. 305-306.


ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 13

No obstante, y pese a esa acumulación de tensiones, creo que mien-


tras no existan desbloqueos políticos importantes —lo cual es improbable,
en virtud de la propia legalidad que rige el movimiento de la sociedad—,
ellas no pueden canalizarse creativamente. En estas condiciones, los desen-
laces más probables de la situación parecerían ser los siguientes:
a. Estancamiento, con pérdida de viabilidad nacional.
Del conjunto de desenlaces imaginables, éste me parece el más pro-
bable.
b. Desbloqueo exógeno, tal como ocurriría, por ejemplo, en un esce-
nario en que un país como Brasil logra desarrollar alguna versión de capita-
lismo democrático, satelizando un área importante de otros países.
Creo que un desenlace de este tipo es menos probable que el primero.
c. Catástrofe social y política, con remoción violenta y radical de
estructuras.
Este desenlace, que creo menos probable que los anteriores, lleva a
un escenario en que la reconstrucción de cualquier orden tiene lugar a partir
de las ruinas y escombros. Implica descender varios grados en el nivel de
civilización material e ideal, y con seguridad una pérdida de viabilidad
nacional.
Ciertamente, es una visión pesimista. Pero habría que agregar que es
de la esencia de las profecías el que se las haga para que no se cumplan.

Comentario del Sr. A. Fontaine Talavera*

Ha sido tan interesante el comentario del profesor Flisfisch, que me


siento tentado de abandonar las notas que traía preparadas para referirme,
por ejemplo, al tema (que él ha planteado) de los riesgos que ciertas formas
del Estado Benefactor pueden representar para el funcionamiento del capi-
talismo y de la democracia, o a las implicancias que yo le veo a la tesis de
Lester Thurow sobre la impasse en que se encontraría, a su juicio, el capita-
lismo de los Estados Unidos o a la movilidad social como consecuencia del
libre mercado vis-a-vis otros mecanismos. Sin embargo, creo que ya habrá
tiempo más adelante de debatir estas cuestiones. Quisiera decir, en todo
caso, que cuando yo recién comenzaba a pensar en temas políticos, recuer-
do que me asombraba el irreductible optimismo de los planteamientos que

* Licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile; Ph.D.(C) en Filosofía, Univer-


sidad de Columbia. Profesor de Filosofía de la Universidad de Chile. Director del Centro de
Estudios Públicos.
14 ESTUDIOS PÚBLICOS

venían de la izquierda. Desde hace un tiempo a esta parte, noto que esta-
mos en presencia de un fenómeno exactamente inverso: ahora se trata de
una izquierda abrumadoramente pesimista. Me gustaría poder traer a esta
sala una voz de optimismo cauto y realista, pero esperanzador. Precisamen-
te enfoques como el de Novak hacen pensar que es posible avanzar en la
conformación de consensos sociales capaces de sustentar una sociedad plu-
ralista y estable. Ello supone concederle a las ideas, principios y articula-
ciones valóricas y simbólicas un papel significativo y propio en la constitu-
ción de los modos de vida y acción política en la sociedad.
Los ensayos del profesor Novak representan, creo, una prometedora
renovación del pensamiento católico en materias socioeconómicas. Según
la interpretación de Novak, los ideales de la sociedad capitalista y democrá-
tica constituyen una encarnación legítima y realista del mensaje evangélico.
Pienso que estos escritos pueden estar llamados a ejercer perdurable in-
fluencia en la doctrina social de la Iglesia.
El autor que está con nosotros esta tarde puede ser visto como un
discípulo de Jacques Maritain. En verdad fue en buena medida gracias a
Maritain que la doctrina cristiana católica abandonó la nostalgia por el
mundo monárquico, corporativo y con un orden moral unitario y no plura-
lista. El mensaje de Maritain ponía fin a la añoranza por el Ancien Régime
e invitaba a los cristianos a comprometerse con la democracia en el orden
político, el pluralismo en el orden ético-cultural y con una “tercera vía” (ni
socialista, ni capitalista) en el orden económico. Al hacer esta distinción
estoy empleando, para analizar a Maritain, una división tripartita de la
sociedad (el sistema ético-cultural, el político y el económico) que proviene
de los escritos sociológicos de Daniel Bell1, y que Novak desarrolla y
modifica en la obra que comento. Estos tres sistemas se condicionan y
afectan mutuamente, pero cada cual tiene su propia legalidad y dinámica
relativamente autónoma.
En la cuestión de la democracia Maritain fue enfático, planteando
una tesis que resulta, en parte, reminiscente de la de Lord Acton2. El
asunto, sostiene Maritain, no es que la fe cristiana obligue a los creyentes a
ser demócratas; lo que ocurre es que la democracia está ligada a la cristian-
dad y que el impulso democrático es una manifestación histórica temporal
del espíritu evangélico.

1 Daniel Bell, The coming of Post-Industrial Society (New York, 1973) y The Cultu-

ral Contradictions of Capitalism (New York, 1976).


2
Lord Acton, “Historia de la Libertad en la Antigüedad”, Estudios Públicos Nº 11,
Invierno, 1983, págs. 291-314.
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 15

Con todo, el pensamiento de Maritain —sobre todo el del Maritain


de Humanismo Integral— adolece de ambigüedades que lo hacen insufi-
ciente como filosofía y teología política. Quisiera señalar dos de ellas,
porque en ambos casos pienso que Novak ha dado pasos significativos.
Primero, hay en Maritain una cierta ambigüedad con respecto al
sentido y razón de ser del pluralismo. En Humanismo Integral, en su capí-
tulo V sobre “El Ideal Histórico de una Nueva Cristiandad”, Maritain de-
fiende una versión del pluralismo que es opuesta—en su opinión—tanto al
liberalismo como al ideal medieval del Sacrum Imperium. La argumenta-
ción de Maritain se basa en “el principio del mal menor”: “es para evitar
males mayores... que la ciudad puede y debe tolerar en su ámbito... mane-
ras de adorar que se apartan de la verdadera”3. Da la impresión de que de
ser factible políticamente restablecer la unidad total y darle apoyo coerciti-
vo, tal estado de cosas sería preferible. La tolerancia y el pluralismo serían
tal vez un acomodo motivado por la dificultad de llevar hoy a la práctica el
“ideal verdadero”. Maritain, a mi juicio, no proporciona una justificación
filosófica y teológica del pluralismo como un ideal permanente. Por otra
parte, Maritain cree que el liberalismo valora la tolerancia y el pluralismo,
porque es absolutamente relativista. Pero esta interpretación es falsa.
Maritain comprende bien que una sociedad tolerante y pluralista
requiere un consenso mínimo en torno, por ejemplo, al valor de esa libertad
y el respeto al ejercicio que de ella hagan otros. Pero esto conecta ya con
otros principios como el de la igualdad esencial de las personas y la necesi-
dad de proteger, por ejemplo, sus vidas y sus bienes. Maritain ve que ese
consenso mínimo puede expresarse en torno al concepto tomista de ley
natural. Esta tradición entronca con John Locke y la filosofía de los dere-
chos naturales que el Estado reconoce, pero no funda. La importancia y
actualidad de este tema hacen que uno eche de menos en este ensayo de
Novak una discusión más amplia de él, sobre todo en lo que se refiere a su
justificación filosófica y teológica. Maritain piensa estar proporcionando
un consenso mínimo radicalmente distinto al que serían capaces de propor-
cionar los filósofos de la vertiente liberal que Novak revaloriza en sus
escritos.
Segundo, en el orden económico, el Maritain de Humanismo Inte-
gral propicia una forma societaria de la propiedad distinta del estatismo y
distinta también de la propiedad capitalista. Nunca ha quedado en claro
exactamente en qué consistiría este régimen de propiedad: ¿es el cooperati-

3
Jacques Maritain, Humanismo Integral, trad. por Alfredo Mendizábal (Buenos Ai-
res, 1966).
16 ESTUDIOS PÚBLICOS

vismo?, ¿la participación de los obreros en las utilidades de las empresas


capitalistas?, ¿la administración por los trabajadores de empresas estatales?
Estas dificultades no han impedido que el anhelo por una reforma de
la empresa —de su sistema de propiedad— se mantenga vivo tanto en
cierto pensamiento socialista-democrático como conservador. Esto último
es lo que ocurre, por ejemplo, con la teoría de “el balance social de la
empresa” de Leonardo Polo, cuya deuda intelectual con Maritain y, curio-
samente, con Keneth Galbraith, es evidente.
En estas dos dimensiones, orden pluralista y orden económico y
empresarial, Novak en sus múltiples ensayos ha hecho planteamientos que
son nuevos en el contexto del pensamiento católico de este siglo. Para
Novak la necesidad y conveniencia de un orden pluralista se deriva de la
noción cristiana y judía del pecado. Si el pecado es, en última instancia,
una decisión libre y personal, entonces existirá en cualquier sistema socio-
político. Ningún sistema podrá erradicar el pecado. Corresponde, entonces,
diseñar estructuras sociales que partan de la base de que el pecado es
imposible de eliminar. Un régimen pluralista permite el pecado así como el
bien y se asemeja a la forma en que Dios —según la teología judía y
cristiana— dejó al hombre que había creado. Afirmar el pluralismo no es
ser un relativista moral, sino respetar la conciencia de cada persona. El
pluralismo deriva, por lo tanto, de la libertad de conciencia.
Novak conecta el ideal del pluralismo con el de la democracia en
política y el capitalismo en economía. Desde un punto de vista teológico, la
cuestión se plantea así: ¿Cómo evitar, dentro de lo posible, los efectos
sociales del pecado sin violentar la libertad de conciencia? La clave está en
considerar los efectos no intencionales de los actos humanos y usarlos en
forma creativa. La mano invisible de Adam Smith es justamente la imagen
de una situación así. El bien común puede ser promovido, aunque no todos,
aunque la gran mayoría no sean santos de altar. Para ello es necesario el
cultivo de ciertas virtudes básicas de benevolencia, simpatía, espíritu de
trabajo, honradez e interés propio como las que Smith explora en su ética, y
un sistema económico como el capitalista. El interés propio, según Novak,
es parte de la virtud. Hay que incluir en ese concepto el amor del hombre y
la mujer, el amor a los hijos y a la familia. Las virtudes del capitalismo no
sólo tienen importancia en el orden propiamente moral y en el orden econó-
mico: también la tiene en la vida política. Introducen moderación, realismo,
capacidad para negociar y entender el punto de vista del otro. Los fundado-
res de la democracia norteamericana lo veían así y la experiencia parece
haberles dado la razón. Novak celebra el que la Iglesia se haya propuesto
contribuir al desarrollo económico y a la eliminación de las formas invo-
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 17

luntarias de pobreza. En su opinión, una de las maneras de hacerlo —no la


única— es enseñar el valor social de las virtudes comerciales y del activis-
mo económico.
A diferencia de Max Weber, Novak, como diversos otros autores,
no ve nada específicamente “protestante” o, más precisamente, “calvinista”
en el ethos propio del capitalismo. Su tesis es que el parentesco se da con el
espíritu de la tradición judeo-cristiana como tal. Desde este punto de vista
parecería que el imperativo bíblico de hacerse señores de la tierra y el
concomitante rol del hombre como agente que completa la Creación, así
como la idea de que la salvación o condenación se juega en el fuero de una
conciencia libre e individual, estarían ya apuntando hacia ese ethos que
será el alma del capitalismo democrático. Por otra parte, Weber parece
haber sobreestimado el componente de cálculo mecánico del ethos del capi-
talismo e ignorado otros factores tanto o más importantes, entre ellos, la
imaginación creadora; la sensibilidad ante las necesidades y preferencias de
los demás (sin esa capacidad para percibir los deseos ajenos el empresario
fracasa); la actitud para asociarse voluntariamente con otros y trabajar en
conjunto; en fin, la anticipación intuitiva de lo que deparará el futuro. La
imagen que Weber ofrece es la de la “jaula de hierro”. Pero la vitalidad, la
ebullición, el carácter multifacético y transformador de la praxis en la
ciudad capitalista moderna no se avienen bien con esa imagen.
A mi juicio, sería conveniente distinguir entre la filosofía moral que
sustenta al sistema de economía social de mercado en cuanto tal, y las
virtudes que favorecen la prosperidad y el desarrollo económico-social. No
encuentro esta distinción en la literatura neoconservadora actual. Como he
sostenido en otra parte4, el sistema mismo puede ser fundado filosófica-
mente a partir de una teoría de la acción que haga a la libertad una condi-
ción necesaria de la eticidad, y de una teoría de la justicia acorde con ello.
La aceptación de una filosofía política de este tipo y su aplicación social
supone ya un determinado conjunto de virtudes colectivas. Pero el ethos
que, según se acostumbra a pensar, favorece la prosperidad económica y la
movilidad social, y que, con ello, presumiblemente refuerza social y políti-
camente la estabilidad del sistema, está constituido, además, por las “virtu-
des comerciales”, cuya importancia Novak —como Bell y Kristol5— ha
resaltado retomando un tema weberiano que conecta con los forjadores de
los Estados Unidos. En nuestro medio este asunto ha estado en el tapete a

4 Arturo Fontaine Talavera, “Reflexiones sobre Ética y Mercado”, Estudios Públicos,

N° 10, Otoño, 1983.


5 Irving Kristol, Two Cheers for Capitalism (New York, 1978).
18 ESTUDIOS PÚBLICOS

lo menos desde que Encina publicara Nuestra Inferioridad Económica, en


1911.
El sistema capitalista es el que mejor se presta para organizar una
sociedad pluralista tanto en lo ético-cultural como en lo político. Al menos
hasta ahora la historia tiende a demostrar que de hecho ha sido así. La
propiedad privada y el libre mercado permiten la praxis de un pluralismo y
diversidad nunca antes imaginado. Solzhenitzin ha criticado la decadencia
moral que esto ha generado: el hedonismo, el materialismo... Solzhenitzin
ve en la música rock un símbolo de la decadencia. En esto coincide con
Khomeini, el imán de Irán. Es una vieja crítica. El liberalismo, se dice,
defiende el pluralismo y la libertad, pero cuando triunfa deja un hueco, un
vacío. El individuo se pierde en una vertiginosa carrera adquisitiva y con-
sumista. Entonces se frustra y entra en crisis existencial. Cambia de mujer:
de trabajo, si puede, y empieza a “buscarse a sí mismo”. Esta es una
imagen estereotipada, naturalmente, pero que resume un conjunto de críti-
cas muy frecuentes.
Novak hace interesantes reflexiones sobre este “vacío del alma” que
el capitalismo hace sentir. Lo considera positivo, moral y teológicamente.
Es un sistema que permite y facilita el encuentro de ese vacío interior,
impide que la sociedad lo llene con ídolos impuestos a la fuerza y, en
definitiva, estimula la búsqueda personal. Todo esto tiene elementos de
religiosidad incipiente. ¿Qué fue San Agustín, si no un insatisfecho, un
perdido? ¿No es la historia de su conversión el producto de la exploración
de ese vacío que él termina viviendo como un vacío de Dios? Es interesan-
te notar que San Agustín vive en un período final del Imperio Romano en
que impera un cierto grado de pluralismo religioso, filosófico y moral
como lo atestiguan sus Confesiones. La doctrina cristiana trasciende todo
sistema político, económico y social. Pero el desafío del pensador social
cristiano consiste en determinar qué tipos de sistemas permiten, a su juicio,
vivir mejor la experiencia de la trascendencia. Y la respuesta de Novak es
tajante: el capitalismo democrático.
Maritain no parece haber comprendido bien la teoría económica del
capitalismo. Por eso su sorpresa cuando conoció la praxis del capitalismo
norteamericano6. El capitalismo permite una pluralidad de formas de orga-
nización empresarial. Pueden coexistir empresas cooperativas o de trabaja-
dores, sociedades anónimas, talleres artesanales, multinacionales, conglo-
merados y grupos. El requisito es que obtengan sus recursos mediante el
libre intercambio. La función social de la propiedad se materializa a través

6
Ver Jacques Maritain, Reflexiones sobre América (1958).
ÁNGEL FLISFISCH Y ARTURO FONTAINE T. 19

del mercado libre. Son los que usan los bienes producidos —no los que los
producen— quienes juzgarán la utilidad social de tal o cual forma de orga-
nización empresarial.
Novak ha defendido no sólo la pequeña y mediana propiedad. Tam-
bién las grandes compañías, los holdings y las multinacionales. En una
economía social de mercado son los consumidores —no el gobierno—
quienes deben determinar el tamaño y la forma óptima de las organizacio-
nes empresariales. En esta materia al Estado le compete diseñar y hacer
respetar la ley contra monopolios y carteles. La lucha contra los monopo-
lios —empresariales y sindicales— se facilita muchísimo si se mantienen,
en general, aranceles bajos. En presencia de aranceles altos el control de los
monopolios resulta en la práctica casi imposible. Esta es la posición explí-
cita de William Roepke, quizás el pensador más importante para el movi-
miento democratacristiano alemán que abrazara el ideal de la economía
social de mercado después de la Segunda Guerra.
Adam Smith fue el primer pensador en plantear la posibilidad de un
crecimiento económico sostenido que no se basara ni en la posesión de
recursos naturales, ni en la explotación de un hombre por otro o de una
nación por otra. Las sociedades capitalistas, aplicando buena parte de sus
ideas, han demostrado que Smith tenía razón. Novak entrega en su ensayo
El Espíritu del Capitalismo Democrático cifras impresionantes: en Gran
Bretaña los salarios se doblaron en términos reales entre 1800 y 1850: y
volvieron a doblarse entre 1850 y 1900. La población se multiplicó por
cuatro en este período, lo que significa que hubo un aumento real de 1.600
por ciento en cien años. Otro dato: en la Francia de 1780 cuatro quintos de
los franceses destinaban el noventa por ciento de sus ingresos a comprar
pan7.
Se suele sostener que este desarrollo se debió a la tecnología. Es
curioso que no se repare en la íntima conexión que hay entre el derecho de
invención (la patente), la economía capitalista y el desarrollo tecnológico,
conexión que se manifiesta en casi todos los casos de descubrimientos
importantes y de uso social directo. El último de ellos: el alza del precio de
las acciones de las compañías que invierten en investigaciones de ingenie-
ría genética.
Novak ve la tarea del desarrollo como un imperativo ético, como la
encarnación política de la opción cristiana por los pobres. El capitalismo es
el camino por el cual se puede superar la extrema pobreza y poner en

7 Michael Novak, The Spirit of Democratic Capitalism (New York, 1982).


20 ESTUDIOS PÚBLICOS

marcha un crecimiento económico sostenido. La opción por los pobres es la


opción por el capitalismo democrático. En este campo la voz de este ensa-
yista es nueva en la teología de este siglo. La mayor parte de los teólogos
más conocidos de nuestro tiempo han optado por el socialismo: es el caso
de Metz, Moltmann, Tillich, Nieburgh, Buber, y en Latinoamérica de
Gutiérrez, de Assman, de Muñoz. En general, sostienen que el capitalismo
es inhumano y se basa en la explotación. En el caso de los teólogos de la
liberación, su pensamiento se funda en la teoría de la explotación, la lucha
de clases y la teoría económica del imperialismo y la dependencia. El
profesor Joseph Ramos, a quien Novak cita en su libro, ha refutado estas
doctrinas8.
Desde un punto de vista teológico, Novak ve en la tarea del creci-
miento económico un modo de participar en la creación de Dios por medio
de la transformación de las condiciones de vida. A su juicio, en la Encíclica
Laborem Exercens, de Juan Pablo II, aparece esta idea así como la incorpo-
ración de todos los productores —asalariados, empresarios, capitalistas—
al concepto de “trabajadores”.
En su multifacético ensayo El Espíritu del Capitalismo Democráti-
co, Novak toca prácticamente todos los temas que están en el debate inte-
lectual de hoy día en Chile. En mi comentario he destacado algunos de los
que me han parecido más atractivos y polémicos. Quisiera invitarles a
interrogar al profesor Novak con franqueza y a ponerlo en apuros, cosa que
yo como dueño de casa no he hecho, pero que espero que ustedes hagan
ahora.

8 Joseph Ramos, “Teología de la Liberación”, Estudios Públicos Nº 10, Otoño, 1983.


OPINIÓN

POR LA LECTURA DE MARX:


RESPUESTA A VIAL, ESTRELLA Y MERTZ

Rafael Echeverría

La ignorancia no es razón suficiente


Spinoza

El autor critica aquí los artículos de los señores Juan de Dios Vial,
Jorge Estrella y Oscar Mertz sobre Karl Marx, publicados en el
número de Otoño de Estudios Públicos.

C on motivo de conmemorarse el centenario de la muerte de Marx,


Estudios Públicos ha presentado, en su último número, un conjunto de
artículos en los que se examina el carácter y la relevancia de su obra. Ello,
por sí sólo, representa una tarea meritoria. La influencia del pensamiento
de Marx en la cultura contemporánea es indiscutible y la necesidad de
examinar con seriedad su obra constituye un desafío académico ineludible.
A pesar de las limitaciones que les podamos atribuir, es necesario
reconocer que ellos se sitúan en un nivel de seriedad intelectual, recono-
ciendo la vigencia histórica del pensamiento de Marx y la profundidad de
su crítica de la sociedad capitalista, al margen de que se la rechace. Cuán
positivo sería que, aprovechando la ocasión del centenario de su muerte, se

RAFAEL ECHEVERRÍA. Ph. D. en Sociología en la Universidad de Londres.

Estudios Públicos, 11 (invierno 1983).


2 ESTUDIOS PÚBLICOS

pudiera entablar un debate académico efectivo sobre la obra de Marx que


logre superar el nivel de ignorancia o mediocridad que en torno a ella
existe en los círculos universitarios actuales.
Es necesario advertir que nuestros comentarios no tratarán sobre
nuestras posiciones con respecto al marxismo, desarrolladas en otros traba-
jos1. Ellos son tan sólo una respuesta parcial y forzadamente comprimida
con respecto a los argumentos esbozados en algunos de estos artículos.
Resulta imposible poder asumir satisfactoriamente aquí la totalidad de te-
mas que ellos cubren. Ello exigiría, por lo menos, entrar a disputar ciertas
interpretaciones que se hacen del pensamiento de Marx, que consideramos
erróneas; asumir y documentar muchas de las deficiencias que hoy percibi-
mos en su obra; y poner en cuestión las premisas que sostienen las críticas
presentadas. Todo ello, evidentemente, escapa a nuestras actuales posibili-
dades. Lo que haremos, por lo tanto, será dejar de lado los textos, sin duda
más profundos, de la llamada escuela austríaca (Böhm-Bawerk, Von Mises
y Von Hayek) y concentrarnos en algunos problemas planteados por los
artículos nacionales2.
Estos artículos criollos —como se indicó— abordan la obra de Marx
eludiendo la descalificación fácil e infundada, confiriéndole así el respeto
que merece una obra clásica. Por desgracia, a una obra clásica le suele
suceder lo que acertadamente reconociera Wood: se siente que es posible
hablar de ella sin necesidad de haberla leído3. Con excepción de Estrella
que desde muy temprano nos advierte que prescindirá de lo que pueda
haber leído de Marx tanto Vial como Mertz pretenden estar argumentando
sobre su obra. Resulta imperdonable, por lo tanto, la afirmación de Vial
que El capital y la Crítica de la economía política son dos obras diferentes,
cuando bien sabemos que la segunda no es sino el subtítulo de la primera.
Se podría pasar por alto este percance y atribuirlo a una confusión con otras

1
Considerar, por ejemplo, mis trabajos, La ideología capitalista y el principio de la
igualdad: la teorıa de la ideología de “El capital’, Serie Contribuciones Nº 16, FLACSO,
1983; Método y dialéctica en Marx: Hacía una crítica de la razón marxista. Parte I: Presu-
puestos epistemológicos”. Serie Contribuciones Nº 14, FLACSO, 1983; “The Later Marx and
Hegel: A Study on the Development of the Marxian Concept of Science”, en P. Zarembka
(ed.) Research in Political Economy, Vol. 3, Greenwich, Conn. Jai Press, 1980; Crítica a la
teoría del trabajo de Marx, Serie Contribuciones Nº 1, FLACSO, 1980; “The Concrete and
the Abstract in Marx’s Method: A Reply to Carver”, Economy and Society, Vol. 9, Nº 2, 1980;
“Critique of Marx’s 1857 Introduction”, Economy and Society, Vol. 7, Nº 4, 1978; Marx’s
Concept of Science, Tesis Doctoral, Universidad de Londres, 1978.
2
Juan de Dios Vial Larraín, “Sobre el sentido del pensamiento de Marx”; Jorge
Estrella, “Dialéctica y ciencia”; Oscar Mertz, “La teoría política de Karl Marx”. Todos en
Estudios Públicos Nº 10, 1983.
3 A. Wood, “Russell’s Philosophy: A Study of Its Development”, en Russell My

Philosophical Development, Unwin, Londres, 1975, p. 191.


RAFAEL ECHEVERRÍA 3

dos obras de Marx: la Contribución a la crítica de la economía política


(conocida comúnmente como la Contribución) y los Elementos fundamen-
tales para la critica de la economía política (más conocida como los Grun-
drisse, recogiendo el vocablo alemán que da cuenta de los dos primeros
términos). Lo que es más serio es otra afirmación del mismo Vial: que en
El manifiesto comunista se sostenga aquel célebre aserto —anticipado por
Saint-Simon— de que en la sociedad comunista cada uno aportaría según
sus capacidades y recibiría según sus necesidades. No discutimos que Marx
haya hecho tal afirmación, pero ella se encuentra en su Crítica al Progra-
ma de Gotha, escrita 27 años más tarde.
El mismo problema se presenta en el artículo de Mertz. Luego de un
despliegue de diferentes títulos de la obra de Marx, Mertz se remite al libro
de Tucker, The Marx-Engels Reader y a los argumentos de algunos conoci-
dos críticos del marxismo, como Avineri y Calvez. De allí que Mertz nos
cite un párrafo del Prefacio escrito en enero de 1859, sosteniendo que se
trata de “un pasaje clásico escrito entre 1857 y 1858”: sin duda clásico,
pero también en el sentido sugerido por Wood. Deficiencias como las
anotadas debieran ser corregidas si se pretende entrar en un debate acadé-
mico del nivel que, estamos seguros, desean estos autores. A continuación
separaremos nuestros comentarios de acuerdo al ordenamiento de los tres
artículos publicados en Estudios Públicos N° 10.

I. Sobre el Sentido del Pensamiento de Marx

El tema que se propone Vial es indudablemente complejo. Muchos


han sido los intentos orientados a desentrañar la filiación teórica del pensa-
miento marxista. La más conocida es aquella propuesta por Lenin 4 que,
apoyándose en Engels, define como las vertientes principales del marxismo
a la filosofía clásica alemana, al pensamiento socialista francés y a la
economía clásica británica. Popper, por su parte, ha destacado una genealo-
gía que remite en último término a Platón5. Posteriormente se ha insistido
en la necesidad de explorar el vínculo de Marx con Rousseau6. Frente a
éstos y otros esfuerzos similares ha habido también quienes han sostenido
que ellos son inconducentes si lo que interesa es determinar la contribución
particular de un pensamiento. Dentro de este enfoque se busca definir los
puntos de ruptura y no las líneas de continuidad entre una teoría y las

4
V. I. Lenin, “Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo”, Obras escogidas,
Vol. I, Editorial Progreso, Moscú, 1966.
5 K. Popper, The Open Society and Its Enemies, RKP, Londres, 1945.
6 G. delta Volpe, Rousseau e Marx, Editori Riuniti, Roma, 1946.
4 ESTUDIOS PÚBLICOS

corrientes de pensamiento anteriores. Althusser, bajo una fuerte influencia


de Bachelard, ha sido el más célebre exponente de esta postura al interior
del marxismo7.
Sin desconocer la pertinencia del argumento de Althusser, conside-
ramos que él no invalida, sino tan sólo delimita, la importancia de buscar la
manifestación de diversas influencias al interior de un particular pensa-
miento. Toda concepción teórica nace desde determinadas tradiciones cul-
turales y, por lo general, asume, en forma implícita, supuestos y lógicas de
argumentación heredados de tales tradiciones. Ello obliga a buscar el senti-
do de algunas argumentaciones o tomas de posición más allá de los confi-
nes estrechos de una obra, penetrando en el terreno algo más incierto de las
influencias histórico-culturales. Los esfuerzos por detectar influencias pa-
sadas al interior de un pensamiento pueden significar, por lo tanto, una
significativa contribución a su más cabal comprensión.
Tal es el sentido en que Vial desarrolla su argumentación, plantean-
do una tesis original, fundamentada además convincentemente. Ella sostie-
ne que el pensamiento de Marx es expresivo de la corriente de ideas que
nace con la Reforma y que se inaugura, en particular, con Lutero. Se trata,
sin duda, de una interpretación sugerente.
Procurando desarrollar la interpretación ofrecida por Vial, conside-
ramos que ella debería enfatizar con más fuerza el papel jugado por Feuerba-
ch en el joven Marx. Recordemos que la concepción de Feuerbach sobre la
historia privilegia, precisamente, el desarrollo del espíritu religioso: lo que
lo lleva a señalar que “los períodos de la historia del hombre sólo pueden
ser distinguidos por sus concepciones religiosas”8. Para Feuerbach, el desa-
rrollo de la religión expresa diferentes formas de relación del hombre con
la naturaleza: el politeísmo, por ejemplo, representa un estadio histórico
que se caracteriza por el dominio de las fuerzas naturales sobre las capaci-
dades humanas y el monoteísmo expresa, por el contrario, una liberación
relativa frente a la naturaleza y un hombre centrado en sí mismo. Para
Feuerbach el monoteísmo reconoce varias fases. El judaísmo, la primera de
ellas, lleva el sello de las limitaciones tribales o nacionales en las que los
hombres se hallaban cautivos. El cristianismo superaría la fase anterior
concibiendo al hombre como un ser universal y, consecuentemente, invo-
cando un Dios universal. El protestantismo, que Feuerbach considera como

7
L. Althusser, Pour Marx, Maspero, Paris, 1965, y L. Althusser y E. Balibar, Lire le
Capital, Maspero, Paris, 1968.
8 Citado en S. Hook, From Hegel to Marx, U. of Michigan, Ann Arbor Paperbacks,

1971, p. 255.
RAFAEL ECHEVERRÍA 5

la fase final en la historia de las religiones, afirma el carácter humano de


Dios, siendo esencialmente una Cristología o una antropología religiosa. La
etapa siguiente, según Feuerbach, debería caracterizarse por una crítica
radical de toda religión y por la realización de un completo humanismo, a
través del cual el hombre reconozca sus propios poderes y ponga fin a
todas sus formas previas de alienación en un ser sobre-natural y sobre-
humano. Feuerbach invoca una verdadera antropología fundada en el reco-
nocimiento no alienado de la naturaleza y del hombre. Dada la reconocida
influencia de Feuerbach sobre Marx, su pensamiento se presentaría como
un eslabón decisivo en la relación que busca Vial entre el protestantismo y
el marxismo. Este último se caracteriza por hacer del trabajo —categoría
que expresa la relación del hombre con la naturaleza—el fundamento de su
concepción y la clave para la comprensión de la historia.
La argumentación ofrecida por Vial para explicar el tránsito de Lu-
tero a Hegel, a través de la conversión de la fe en saber, nos parece débil.
En ella aparece sobresubjetivado el concepto de Razón de Hegel, que per-
mite presentar a Lutero y a Hegel compartiendo una orientación subjetiva-
dora. Pero el concepto de razón que Vial atribuye a Hegel desvaloriza la
dimensión objetiva que éste le confiere y lo acerca, más bien, a la razón
kantiana. Esta objeción no le resta fuerza ni atractivo a su tesis central de
que el marxismo se inscribe en la “continuación del protestantismo”, en el
decir de Nietzsche.
Creemos, sin embargo, que el artículo de Vial permite una segunda
lectura, quizás ajena a la intención de su autor pero no por ello ajena a su
texto. Al postular el vínculo entre Lutero y Marx (no ausente de mediacio-
nes), Vial no se limita a un esfuerzo por desentrañar un sentido determina-
do en el pensamiento de Marx: está, simultáneamente, calificando como
herético 1) al protestantismo y particularmente a su vertiente luterana, 2) al
conjunto de la filosofía alemana, y 3) al marxismo. Todos ellos tendrían en
común el sustentar no una herejía menor, sino la mayor —y peor— de las
herejías: desconocer la naturaleza de lo divino, negar el ser de Dios y
atribuirse a sí mismos, invocando al hombre, lo que es propio del Creador.
En su desarrollo argumental, Vial nos reitera la figura de Arrio: “ese
oscuro sacerdote egipcio, de cuyas obras apenas se tiene noticia hoy por el
testimonio de sus contradictores, pero cuyas ideas ganaron las mentes de la
mayor parte de la cristiandad de los príncipes cristianos. Atanasio y los
Padres de Capadocia combaten su herejía, y el Concilio de Nicea deja las
cosas en claro. En sustancia, lo que hizo Arrio fue desconocer la naturaleza
de Dios. Y lo hizo exaltando la figura de Cristo sólo como figura humana
ejemplar. Negó, pues, su naturaleza divina”.
6 ESTUDIOS PÚBLICOS

Este retrato de Arrio ha sido pintado sobre otro todavía más tenebro-
so, que no logra ocultarse del todo, insinuándose tras la oscura figura del
sacerdote egipcio: se trata de Lucifer, rey de las tinieblas, responsable por
incitación del pecado original y de la expulsión del hombre del paraíso.
Esta es la figura de fondo invocada por Vial para juzgar no sólo el marxis-
mo, sino la real naturaleza del protestantismo y de la filosofía alemana. No
son pocos los momentos en que, al leer a Vial, nos asalta la sospecha de
que la crítica de fondo no se está dirigiendo preferentemente contra el
marxismo, sino contra la filosofía alemana y el protestantismo9.
Ahora bien, si el pecado original de la filosofía alemana (como del
protestantismo) reside en su subjetividad profunda, la crítica de Vial no
sólo compromete a los filósofos que nombra (Schelling, Hegel, Feuerbach,
Nietzsche y Heidegger), sino que se extiende necesariamente a Kant, muy
particularmente a Husserl e inevitablemente a Freud (aunque éste nos lleve
a cruzar la frontera austríaca). Es imposible desconocer la preeminencia del
elemento subjetivo en todos estos pensadores, como dimensión quizás más
acentuada que en aquel los mencionados por Vial. Curiosamente, en este
punto su postura no logra evitar un acuerdo con el marxismo —en particu-
lar con Engels— en el sentido de proclamar, vanamente, el fin de la filoso-
fía alemana. Pero a diferencia de Engels, que concibe dicho fin ligado a la
capacidad de comprensión de la historia y al tránsito hacia una fase que
supere los antagonismos propios del capitalismo, Vial concluye su artículo
proponiendo la convocatoria de un nuevo Concilio destinado a abordar
como tema central el problema de la naturaleza de Dios, para dejar nueva-
mente “las cosas en claro”. Las cosas en claro, las tinieblas despejadas y
los herejes. . . ¿dónde? El horizonte prefigurado en el artículo es el siglo IV
traspuesto al siglo XXI. De allí que Vial concluya que “bien pudiera... el
nuevo siglo iniciarse con un nuevo Nicea”.
De acuerdo a esta segunda lectura, inclinada a descubrir el “sentido”
del artículo de Vial, lo que en la primera aparecía como un esfuerzo intere-
sante de desciframiento del marxismo, situándolo como continuación del
pensamiento de Lutero, se trastoca aquí en un oscurantismo teológico que
trasciende el ámbito de una discusión racional y se insinúa cargado de
rasgos inquisitoriales. Es importante no olvidar que luego del Concilio de

9 El argumento parece construirse aceptando que éste es intrínsecamente perverso

—acusación ausente de todo fundamento racional—, para desde allí extender el manto tene-
broso de Lucifer al conjunto de la filosofía alemana y al protestantismo. De esta forma, la
argumentación procede en sentido inverso al de las influencias de un pensamiento sobre otro.
Sería el sentido perverso que se le asigna al marxismo lo que le conferiría sentido a estas otras
dos corrientes de ideas.
RAFAEL ECHEVERRÍA 7

Nicea, cuando a fines del siglo IV Teodocio I hace del cristianismo la


religión oficial, se impone la represión como forma de sancionar a los
herejes. Estos últimos fueron considerados enemigos del Estado, sus dere-
chos civiles les fueron suspendidos y se les condenaba al exilio y a la
muerte cuando se consideraba que sus doctrinas amenazaban el orden so-
cial. Esta otra lectura lesiona, sin duda, el espíritu ecumenista que el mismo
texto invoca y del que nos sentimos por cierto partícipes.

II. Dialéctica y Ciencia

El artículo de Estrella nos hace pasar del terreno teológico al episte-


mológico. Como indicáramos con anterioridad, su objeto de análisis no es
el pensamiento de Marx, sino lo que él define como la “concepción dialéc-
tica” tal “como circula en el ámbito vivo de la ideología marxista” y que
se traduce en lo que podemos llamar marxismo vulgar. Estrella procura
eludir una definición general de esta “concepción dialéctica” y se restringe
a la discusión de tres proposiciones que ella aceptaría como válidas. Sin
embargo, afirma que esta “dialéctica” estaría fundada en la matriz
“tesis-antítesis-síntesis”. Este es el caso, sin duda, del marxismo vulgar,
pero ello difícilmente sería aceptado en círculos académicos, en los que se
sabe que esta matriz es una construcción de la filosofía prehegeliana.
Las tres proposiciones que plantea Estrella, sosteniendo que son
deducidas de la dialéctica marxista, son las siguientes:
a) la realidad se desenvuelve dialécticamente por el principio de la
negación que la conduce a estadios siempre superiores;
b) el pensamiento procede de manera dialécticamente equivalente;
c) es posible encontrar contradicciones reales, vale decir, “en el
orden de los hechos”.
Es necesario destacar, de inmediato, que estas proposiciones —inde-
pendientemente de la concepción de la dialéctica de donde se las extrai-
ga— son efectivamente defendidas por influyentes corrientes del pensa-
miento marxista. Cabe afirmar también que las consideramos insostenibles
e inconducentes a una forma seria de razonamiento lógico.
Uno de los problemas que presenta la argumentación de Estrella es
precisamente que no recoge los importantes antecedentes gestados ya lar-
gamente por la discusión de estas premisas, tanto desde fuera como desde
dentro del marxismo. Ello se traduce en que su análisis se sitúe por debajo
del nivel actual del debate. Para evitar esta limitación hubiese sido impor-
tante incorporar, por ejemplo, argumentos derivados de posiciones tan dife-
8 ESTUDIOS PÚBLICOS

rentes como las de Popper, Hook, Kolakowski, Colletti, Stedman Jones y


Schaff10. En los últimos diez años el debate se ha incrementado con mu-
chos nuevos nombres y argumentos. Si al menos los primeros antecedentes
hubiesen sido incorporados por Estrella, éste hubiese evitado tener que
recurrir a caricaturas que sólo entregan una versión distorsionada sobre la
eficacia lógica que sus sostenedores le asignan a estas proposiciones. Lo
que cuestionamos, por lo tanto, no es la dirección de la crítica desarrollada
por Estrella, sino su fragilidad.
Un punto que es importante no eludir (y sobre el que este debate
arroja valiosos elementos) es si esta “concepción dialéctica” representa una
adecuada interpretación de lo que Marx hubiera definido como tal. En
nuestra opinión existen antecedentes suficientes para sostener que la lógica
de Marx no es adecuadamente entendida si se la mira desde el prisma del
muy divulgado materialismo dialéctico. No es esta la oportunidad para
documentar seriamente esta afirmación11, pero cabe, al menos, retener al-
gunos antecedentes.
Sabemos que el materialismo dialéctico se funda en una proposición
de Engels que no estaba referida al método de Marx (siendo su método y
no otra cosa lo que Marx definió como dialéctico). En la actualidad se está
en condiciones de sostener que las interpretaciones predominantes sobre el
método de Marx descansan en supuestos errados y que el mismo Engels no
percibió aspectos fundamentales de la lógica de investigación de Marx.
Por otro lado, es innegable que Marx acusa una fuerte influencia de
Hegel. Ella descansa en gran medida en el hecho de que Marx percibe en
Hegel una adecuada justificación para que la teoría deba superar el nivel de
las apariencias (en el que se manifiestan los fenómenos) y buscar su expli-
cación en categorías que no encuentran referentes empíricos directos (como
es en Marx la categoría del valor). Los problemas metodológicos que Marx
enfrenta en su análisis lo conducen a establecer una fuerte afinidad con la
concepción que Hegel desarrollara en La ciencia de la lógica y, muy parti-
cularmente, con la posición hegeliana de que es necesario trascender el
dominio del ser para dar cuenta de la esencia de lo real y constituir su

10 K. Popper, “What is Dialectic?”, Mind, 49, 1940; S. Hookk, “What is Dialectic?”,


The Journal of Philosophy, Vol. XXVI, Nº 4, 1929; L. Kolakowski, “Karl Marx and the
Classical Definition of Truth”, en L. Labedz (ed.), Revisionism, G. Allen & Unwin, Londres,
1962; L. Colletti, Il Marxismo e Hegel, Ed. Laterza, Bari, 1969; G. Stedman Jones, “Engels
and the End of Classical German Philosophy”, New Left Review, Nº 79, 1973; A. Schaff,
“Marxist Dialectics and the Principle of Contradiction”, The Journal of Philosophy, LVII, 7,
1960.
11 Esta argumentación es desarrollada en los trabajos que estamos publicando bajo el

título Método y dialéctica en Marx: Hacia una crítica de la razón marxista, op. cit.
RAFAEL ECHEVERRÍA 9

concepto. La percepción de esta afinidad básica lleva a que Marx haga suya
buena parte del esquema categorial hegeliano, desde donde formula sus
propios argumentos. Sostenemos, sin embargo, que para parte importante
de la argumentación sustantiva de Marx esta “forma” hegeliana puede des-
prenderse de su contenido explicativo, deviniendo superflua. Estos argu-
mentos permiten ser reformulados satisfaciendo estrictamente la lógica tra-
dicional y cumpliendo con el principio de (no-) contradicción.
Es importante reconocer que Marx nunca pensó que para compren-
der El capital fuese necesario “iniciarse” en el rito de una lógica original,
impenetrable para quienes siguiesen apegados a la lógica aristotélica; o
bien que sus críticas a los economistas políticos expuestas en sus Teorías
de la plusvalía (obra de un volumen equivalente a El capital) sólo fuesen
inteligibles previo abandono del principio de (no-) contradicción. Por el
contrario, la crítica de Marx a los economistas políticos descansa precisa-
mente en exponer las contradicciones lógicas de sus argumentos y en dejar
en evidencia sus incapacidades para explicar la realidad tal cual ella esen-
cialmente es12.
Quisiera traer el recuerdo de una anécdota de la época en la que me
desempeñaba en la Universidad Católica. En un debate acalorado en que se
discutían las posibilidades de transformación de nuestro país, uno de los
participantes argumentaba en los siguientes términos: “¿Es la historia lo
que es o no es? Pues bien, si es, en lo que es, es necesariamente inmuta-
ble”. Este argumento es evidentemente una interpretación dogmática deri-
vada muy posiblemente de la tradición aristotélico-tomista y fundada en los
principios de identidad y de (no) contradicción de la lógica tradicional.
Lo que esta anécdota pone de manifiesto son las dificultades para
explicar el cambio al interior de estos parámetros. No puede extrañar, por
lo tanto, que cuando la reflexión teórica se dirige hacia el objeto de la
transformación histórica (como es el caso en Hegel y en Marx), tienda a
poner en cuestión estos principios de la lógica aristotélica. Pero la crítica de
Hegel a la lógica clásica queda cautiva en las propias limitaciones de esta
última y, muy particularmente, en su aceptación del supuesto de que sólo
existen juicios predicativos. Sólo con la revolución lógica de Frege, poste-
rior a Hegel y a Marx, este supuesto será abandonado.
Es interesante examinar cómo, a pesar de su crítica a la lógica
aristotélica, Hegel se mantiene atrapado en ella. Russell nos entrega el

12 Lo anterior no debe impedir reconocer que el método de Marx, incluso “despojado

de su envoltorio” hegeliano, presenta problemas importantes. Estos problemas no sólo son


derivados de la influencia hegeliana (aunque también hay problemas de este tipo), sino de
deficiencias del propio Marx, ajenas por completo a Hegel.
10 ESTUDIOS PÚBLICOS

siguiente pasaje ilustrativo: “El argumento de Hegel... depende por entero


de confundir el ‘es’ de predicación, como en “Sócrates es mortal” con el
‘es’ de identidad, como en ‘Sócrates es el filósofo que bebió la cicuta’.
Debido a esta confusión, él cree que ‘Sócrates’ y ‘mortal’ deben ser idénti-
cos. Constatando que son diferentes, Hegel no infiere, como lo hubieran
hecho otros, que existe un error en alguna parte, sino que ello exhibe
‘identidad en la diferencia’. Por otro lado, ‘Sócrates’ es particular, ‘mortal’
es universal. Por lo tanto, él sostiene que dado que Sócrates es mortal,
resulta que lo particular es lo universal, considerando el ‘es’ sólo expresivo
de identidad. Pero sostener que ‘lo particular es universal’ es autocontra-
dictorio. Nuevamente Hegel no sospecha que pueda existir un error, sino
que procede a sintetizar lo particular y lo universal en el individuo, o el
universal concreto”13. De allí que Russell concluya que gran parte de las
conclusiones de Hegel y sus propuestas “dialécticas” son el resultado de
imperfecciones lógicas o gramaticales (quienes hayan leído los primeros
capítulos de El capital reconocerán la gran afinidad de la posición criticada
por Russell con el análisis ofrecido por Marx sobre el intercambio de
mercancías, la necesidad de una equivalencia objetiva y la explicación del
dinero. Recordemos que Marx define la mercancía como marcada por la
contradicción de ‘ser’ simultáneamente un particular y un universal).
Sin duda Russell tiene razón. Pero al introducirnos en estos proble-
mas estamos procurando conducir el análisis tras el objetivo de detectar las
raíces de los problemas que estamos examinando, lo que implica necesaria-
mente un mayor nivel de profundidad de aquel en que se desenvuelve la
crítica de Estrella. En efecto, en la medida que el artículo de Estrella elude
la comprensión de los problemas que conducen a la dialéctica en Hegel y
en Marx, queda atrapado en una crítica ingenua del materialismo dialéctico.
Ello no debe entenderse, sin embargo, en el sentido de que su esfuerzo sea
despreciable. Tal como acertadamente planteara Popper en 1937, el mate-
rialismo dialéctico desterró la actitud antidogmática —tan característica de
Marx— de las interpretaciones predominantes del marxismo, sirviéndole a
la vez de coartada para asumir v superar sus limitaciones. Concluye Pop-
per: “Ello convirtió al marxismo en un sistema dogmático, impidiéndole el
desarrollo científico del cual podía haber sido capaz14. No hay que ser
popperianos para compartir este juicio, seguros que en el pensamiento de
Marx existe un potencial explicativo que no ha perdido vigencia.

13 B. Russell, Our Knowledge of the External World, G. Allen & Unwin, Londres,

1949, pp. 48-9, nota 1.


14 K. Popper, Conjectures and Refutations, RKP, Londres, 1972, p. 335.
RAFAEL ECHEVERRÍA 11

Sin embargo, lo que consideramos más objetable en el artículo de


Estrella es la posición epistemológica desde la cual se efectúa la crítica. El
conjunto de su argumentación contra la ‘concepción dialética” se basa en
que se nos ha dado, ya constituido, un concepto de ciencia. Si bien Estrella
no desconoce el carácter abierto y plural del desarrollo de las ciencias, sí
supone que disponemos de un concepto de ciencia no susceptible de desa-
rrollos ulteriores, lo que por cierto es muy hegeliano. Ello es a tal punto
efectivo que su argumentación podría sintetizarse en los siguientes térmi-
nos: dado lo que la ciencia ‘es’, la concepción dialéctica no es científica.
En la medida que Estrella no alcanza a iluminar los problemas rea-
les que la concepción dialéctica pretende explicar, requiere necesariamente
de un referente externo invariante. Su pregunta original puede formularse
según un canon ya escuchado: ¿Es la dialéctica lo que la ciencia es, o no
es? Pero ello presenta múltiples problemas. Tal enfoque presupone, por
ejemplo, que el concepto de ciencia es anterior a las propias ciencias y, con
ello, desconoce que son precisamente las ciencias particulares las que en su
desarrollo, efectivo y sin término, van constituyendo históricamente el con-
cepto de ciencia. Sostener lo contrario es suponer, como Hegel, que las
ciencias particulares no son sino la “objetivación” de su concepto; es come-
ter el mismo vicio que Estrella objetaba en la dialéctica: pretender haber
definido la ciencia antes de “realizarla” o de tener definida la naturaleza de
la realidad antes de su explicación.
Evidentemente, en la medida que las ciencias se desarrollan es posi-
ble extraer de tal nivel de desarrollo un determinado concepto de ciencia.
Esto lo hacen normalmente los filósofos, no los científicos. Lo afirmado
permite introducir una distinción al interior del quehacer científico entre la
práctica y su concepto, entre el aporte científico efectivo y el concepto de
ciencia bajo el cual se le presenta. La historia de las ciencias está plagada
de ejemplos que muestran inadecuadas correspondencias entre ambos tér-
minos. La historia de la filosofía nos enseña, por su parte, que los diferen-
tes conceptos de ciencia surgen normalmente para dar cuenta de —y, por lo
tanto, con posterioridad a— los desarrollos de la práctica científica. El
propio Hegel reconocía que “cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un
aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvene-
cer, sino sólo reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el
crepúsculo’’15. Einstein nos advertía el mismo problema, aunque en el
lenguaje de quien está situado en el lado de la ciencia: “Si se desea conocer
algo sobre los métodos usados por los físicos teóricos, aconsejo apegarse al

15 G. F. Hegel, Filosofía del derecho, Ed. Claridad, Buenos Aires, 1937, p. 3B.
12 ESTUDIOS PÚBLICOS

siguiente principio: no escuchen sus palabras, sino que fijen la atención en


sus actos”16. Pues bien, en la explicación de esta distancia problemática
entre la práctica y los conceptos que de ella se forman sus agentes, Marx ha
sido una de las vertientes teóricas más fecundas17.

III. La Teoría Política de Marx

Examinaremos a continuación el artículo de Mertz sobre la teoría


política de Marx. Lo primero que extraña es la forma de abordar el tema.
Mertz inicia su desarrollo argumental considerando necesario exponernos
la particular concepción de Thomas Sprangens sobre cómo se elabora la
teoría política y los pasos requeridos para ello. Quedamos con la impre-
sión de que Mertz comparte el supuesto, tan difundido como discutible, de
que los “ensayos” en ciencias sociales requieren iniciarse con un “marco
teórico”.
Siguiendo a Sprangens, Mertz nos afirma que el teórico político
parte de la angustia, luego procede con la crítica del orden existente, sigue
con la construcción de un orden deseable, para culminar con la prescripción
de la acción política que asegura el tránsito de lo existente a lo deseado.
Suponiendo válida la concepción de Sprangens, Mertz sostiene que éste
habría sido el itinerario seguido por Marx18.

16 A. Einstein, “On the Method of Theoretical Physics”, Ideas and Opinions, Souve-

nir Press (Educational and Academic) Ltd., Londres, 1973, p. 270.


17 Estrella reconoce que “no existe un modo natural... de percibir o de conceptualizar

la realidad”, que “ante cada porción de realidad... los hombres ejercitamos distinciones dife-
rentes”. Esto es efectivo. Podemos, incluso, añadir que estas distinciones se sitúan en órdenes
diferentes, habiendo unas que se generan espontáneamente, mientras que otras son el resultado
de elaboraciones intencionales que responden a requerimientos diversos. Sin duda que una de
las contribuciones más interesantes de Marx fue precisamente el proponer que lo que les
confiere sentido y racionalidad a estas distinciones es el tipo de “praxis” particular en la que
los hombres están insertos y de la que participan. Así, mientras lo que, para quienes participan
en una práctica mercantil, es espontáneamente reconocido y distinguido como dinero, cambia
completamente de significado al introducirlo en sociedades premercantiles: El mismo objeto
material es portador de significados diversos y puede ser considerado como un fetiche (al
menos diferente de aquel de las sociedades capitalistas), si se trata, por ejemplo, de una
moneda de oro.
18 La concepción de Sprangens es absolutamente discutible y en razón de múltiples

argumentos. Entre ellos cabría considerar, al menos, los siguientes: i) si aceptamos que en
otros campos es posible la elaboración teórica desde estados que no son necesariamente
angustiosos, no se entiende qué razón pueda mediar para impedirlo en la teoría política; ii) es
importante reconocer que no siempre es posible separar en una secuencia determinada lo
criticado de lo deseado: en muchas oportunidades no es posible separarlo del todo en la
medida que la crítica supone lo deseado y, en otras oportunidades, la separación puede operar
con una secuencia inversa a la sugerida, y iii) es evidente que no toda la teoría política es
históricamente transformadora; las hay también conservadoras.
RAFAEL ECHEVERRÍA 13

Las aprensiones iniciales se acentúan cuando, al definir su enfoque


como “culturalista”, Mertz adopta un marcado “constructivismo” que privi-
legia “el papel que juegan las ideas en la configuración de instituciones y
en la misma visión del mundo”. No se requiere provenir de una formación
teórica marxista para discutir este enfoque que sobrevaloriza los elementos
conscientes e intencionales en la configuración histórica de las institucio-
nes. Se le puede cuestionar desde muchas otras posiciones. Bastaría, por
ejemplo, remitirse a Hayek19.
Una vez que Mertz “entra en materia”, sorprende su juicio de que la
teoría política de Marx se encuentra y se agota en su Crítica a la Filosofía
del derecho de Hegel, texto terminado en agosto de 1843, cuando Marx
tenía 25 años y que Mertz define como el locus classicus de esta teoría. Es
éste, sin duda, un texto importante para comprender la conformación de la
teoría política de Marx. Ello ha sido destacado en forma documentada por
Della Volpe. Pero no puede desconocerse que, siendo un texto importante
para la comprensión de la gestación del pensamiento político de Marx, es
absolutamente insuficiente para conocerlo. Por lo demás, es falso que du-
rante los 40 años de elaboración teórica posterior Marx se concentrara sólo
en la economía, como sostiene Mertz. Para dar cuenta adecuadamente de la
teoría política de Marx no puede prescindirse de textos posteriores tales
como La ideología alemana (1845-46), El manifiesto comunista (1847-48);
la producción teórica destinada a orientar la I Internacional; sus análisis
históricos como El 18 de Brumario de Louis Bonaparte (1851-52) o La
lucha de clases en Francia (1871); sus críticas políticas posteriores, tales
como la Crítica al Programa de Gotha (1875); y sus abundantes artículos
de prensa sobre los acontecimientos políticos de la época.
Que la Crítica a la Filosofía del derecho de Hegel sea insuficiente
para dar cuenta de la teoría política de Marx queda en evidencia al consta-
tarse que en esa fase de su desarrollo intelectual, Marx todavía no introdu-
cía la premisa de que la lucha de clases es el motor de la historia. Tampoco
concebía, entonces, que el proletariado fuese la clase social capaz de tras-
cender la sociedad burguesa y de liberar de la explotación a la humanidad.
Esto último aparecerá por primera vez a comienzos de 1844, cuando Marx
escribe una Introducción para esta misma Crítica. Se está todavía lejos de
afirmar el comunismo como horizonte político y de plantear la dictadura
del proletariado como fase necesaria para alcanzarlo; la que, a su vez,
conduce a la disolución del Estado.

19 F. A. Hayek, “The Errors of Constructivism”, New Studies, RKP, Londres, 1978.


14 ESTUDIOS PÚBLICOS

En 1843, año en el que Marx escribiera esta Crítica, su formación


económica era prácticamente nula y distaba mucho de comprender la histo-
ria en términos de una sucesión de modos de producción; de postular la
importancia política de la correspondencia entre fuerzas productivas y rela-
ciones de producción; de definir la abolición de la propiedad privada sobre
los medios de producción como el objetivo central de la acción política
emancipadora; de sostener que el capitalismo descansa sobre la extracción
de plusvalía fundada en la compra de fuerza de trabajo. Todos estos con-
ceptos están ausentes en la concepción de Marx al escribir esta Crítica en
1843, y serán introducidos con posterioridad.
Se podría objetar que algunos de estos conceptos son económicos y
ello es efectivo. Pero para quien sostiene —como es el caso de Marx, lo
que subraya bien Mertz— que lo económico determina lo político, se trata
de conceptos que conforman la estructura categorial básica para compren-
der y explicar lo político. Resulta, por lo tanto, completamente absurdo
pensar que quien sostiene la determinación económica sobre lo político,
desarrollara su teoría política antes siquiera de haber estudiado economía.
En una carta que en 1852 dirigiera a Weydemeyer, refiriéndose a su
concepción general, Marx señala: “Lo que yo hice de nuevo fue demostrar:
1) que la existencia de las clases está vinculada únicamente a fases particu-
lares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases
conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma
dictadura sólo constituye la transición a la abolición de todas las clases y a
una sociedad sin clases”20. Como puede comprobarse, nada de lo que Marx
define como constitutivo de su aporte original se encuentra presente en su
texto de 1843. De allí que no sea desmedido afirmar que la teoría política
de Marx no pasa por el artículo de Mertz.
Planteada esta limitación, cabe reconocer que toda la segunda parte
del artículo de Mertz (parte que lleva como título “La crítica de Marx”) es
desarrollada con seriedad. Apoyado en Avineri, Mertz logra entregar una
interpretación coherente, en la que se destacan con claridad los elementos
centrales de la crítica de Marx a la Filosofía del derecho de Hegel. De la
exposición misma de Mertz queda de manifiesto que se trata de una obra de
juventud en la que —como se indicó— todavía no se desarrollan las cate-
gorías centrales de la interpretación materialista de la historia. En varios
pasajes Mertz pareciera estar consciente de ello en la medida que debe

20
K. Marx & F. Engels, Correspondencia, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1957,
p. 47.
RAFAEL ECHEVERRÍA 15

acudir a algunas formulaciones posteriores de Marx para corregir el sentido


de lo afirmado en 184321.
Las deficiencias indicadas quedan nuevamente de manifiesto cuan-
do Mertz aborda la parte tercera y final de su artículo con el propósito de
plantear una discusión sobre la teoría política de Marx. Con excepción del
primero de sus puntos (“la política como alienación”) que logra asidero en
la Crítica de 1843, los demás (“la dictadura del proletariado” y “la desapa-
rición del Estado”) deben ser introducidos desde fuera, siendo ajenos a su
análisis anterior, quedando, por lo tanto, como elementos postizos someti-
dos a un análisis muy pobre. Así, lo que en rigor es consecuencia de la
pobreza analítica de Mertz, termina siendo presentado como una deficien-
cia argumental de Marx. Mertz concluye su artículo sosteniendo que una de
las objeciones más radicales que puede hacerse a la teoría política de Marx,
es “la ausencia de instrumentos conceptuales adecuados”. Pero con ello
Mertz no hace sino imputarle a Marx lo que, en rigor, es el resultado de las
propias limitaciones de su artículo.
Sin embargo —y al margen de las deficiencias anotadas—, Mertz
acierta al sostener que los instrumentos conceptuales de la teoría política de
Marx son, en muchos sentidos, inadecuados. Es también importante reco-
nocerle que los tres temas recogidos en la parte final de su artículo repre-
sentan áreas particularmente problemáticas en el pensamiento de Marx. Sin
entrar en un examen detallado de estos problemas, Mertz entrega algunas
pistas valiosas que hubiese sido necesario explorar con mayor detención
con el objetivo de evaluar los aportes y las deficiencias de la teoría política
de Marx.
Sin duda, surgen problemas de una concepción, como la del joven
Marx, que concibe la política como alienación de la sociedad civil o, como
la del Marx adulto, que la define como expresión de las determinaciones
económicas. La tesis de la dictadura del proletariado —pudiendo justificar-
se históricamente por las condiciones políticas restrictivas de su época—
presenta en la actualidad serios problemas por sus implicancias tanto teóri-
cas como prácticas. Por último, la desaparición del Estado —tercer tema
abordado por Mertz— resulta objetable no sólo en sí misma, sino como
consecuencia lógica de una concepción que le niega a la política una espe-
cificidad propia al interior del comportamiento social. Se trata también de

21 Por ejemplo, Mertz señala que cuando Marx se pronuncia por la “democracia” o

por la “democracia verdadera”, está ya apuntando a lo que llamará más tarde “comunismo”:
de esta forma, se tiende a sesgar la lectura del texto de Marx al imputarle sentidos que todavía
no han sido construidos.
16 ESTUDIOS PÚBLICOS

una afirmación discutible en cuanto tendencia inherente a las experiencias


socialistas que conocemos, independientemente de cómo juzguemos la in-
tervención del Estado. Desgraciadamente, el artículo de Mertz se detiene
en el momento en que había logrado una adecuada presentación de proble-
mas, como para iniciarlo.
La teoría de Marx presenta algunos problemas apuntados en estos
comentarios y varios más. También posee un potencial explicativo que está
muy lejos de haber perdido vigencia. Todo cuanto permita ahondar en ella,
exhibir sus deficiencias, recoger sus contribuciones y proponer explicacio-
nes alternativas, requiere ser vigorosamente alentado. No es esta una cues-
tión meramente académica. Su importancia trasciende los ámbitos de una
discusión ilustrada y restringida a un pequeño grupo de intelectuales. Pero
ello no debe impedir que cuando se la acomete, se le exija que sea, al
menos, una discusión informada. Nada podría servir mejor estos propósitos
que el permitir y promover la lectura de Marx.
ENSAYO

Las Raíces Marxistas del Estalinismo *

Leszek Kolakowsky * *

El autor expresa así las preguntas que intenta responder en este


artículo: "¿Fue (o es) la ideología específicamente estalinista que
se diseñó para justificar en el pasado (o ahora) el sistema estalinista
una interpretación legítima (aunque tal vez no la única posible) de
la filosofía marxista de la historia? Esta es la versión más suave de
mi pregunta. La más fuerte es: ¿Acaso todo intento por aplicar los
valores básicos del socialismo marxista tendería a generar una organi-
zación política de características indudablemente análogas a la esta-
linista?".

¿Cuáles son las Preguntas que Hacemos y Cuáles las que no


Hacemos?
Si preguntamos: "¿Cómo estaban relacionados el sistema
de poder y la ideología estalinista con el marxismo?", la mayor
dificultad reside en la forma adecuada de plantear la pregunta.
Nuestra pregunta puede ser expresada, y de hecho lo ha sido,
en diferentes formas; algunas de ellas no se pueden contestar
o no tienen asunto y otras son retóricas, por cuanto las res-
puestas parecen obvias.
Una pregunta que no se puede contestar, es, por ejemplo,
"¿qué habría dicho Marx si hubiera vivido y visto incorporadas
sus ideas al sistema soviético?" De haber sobrevivido, no hay
* Traducido de la versión inglesa publicada en Robert C. Tucker: Sta-
linism, New York, Norton and Company, 1977.
** Leszek Kolakowsky fue profesor de filosofía en la Universidad de
Varsovia. Fue expulsado de su patria por razones políticas en 1968. En
la actualidad enseña en la Universidad de Oxford. Su obra más impor-
tante, traducida del polaco al inglés, es Main Currents of Marxism (3
volúmenes), Oxford: Oxford University Press, 1978.
206 ESTUDIOS PÚBLICOS

duda que habría cambiado. Si por milagro resucitara ahora, su


opinión acerca de cuál es la mejor interpretación de su filosofía
sería sólo una opinión entre muchas, pudiendo fácilmente ser
dejada de lado, basándose en el supuesto de que un filósofo no
es necesariamente infalible al analizar las implicaciones de sus
propias ideas.
Veamos ahora algunos ejemplos de preguntas cuyas res-
puestas resultan obvias y que difícilmente requieren de mayor
discusión: "¿Fue el sistema estalinista causado por la teoría
marxista?" "¿Podemos encontrar en los textos de Marx juicios
de valor implícitos o explícitos que se opongan al sistema de
valores establecido en las sociedades estalinistas?" La respuesta
a la primera pregunta es sin duda negativa, ya que jamás nin-
guna sociedad ha sido íntegramente engendrada por una ideo-
logía ni podría ser explicada por las ideas de quienes contribu-
yeron a originarla, y cualquiera es suficientemente marxista
como para reconocer esto. Todas las sociedades reflejan en sus
instituciones muchas de las ideas —generalmente contradic-
torias— de sus creadores o miembros acerca de la constitución
de esta sociedad. Sin embargo, ninguna ha sido simplemente
gestada por estas ideas tal como fueran concebidas antes de su
existencia, y el hecho de pensar que una sociedad pudiera surgir
alguna vez íntegramente de una utopía (o kakatopia) equival-
dría a creer que las comunidades humanas son capaces de libe-
rarse de su pasado. Esta es una afirmación trivial, y puramente
negativa, además. Las sociedades siempre han sido moldeadas
por la imagen que se forman de sí mismas, pero esta depen-
dencia ha sido siempre sólo parcial.
La respuesta a la segunda pregunta es sin duda positiva,
aunque ajena a nuestro problema. Fácilmente podríamos ver
que Marx nunca escribió nada respecto de que el reino socia-
lista de la libertad consistiría en el gobierno despótico de un
partido; tampoco estaba en contra de las formas democráticas
de vida social; esperaba que el socialismo aboliera la coer-
ción económica y, además, aunque no por contraste, la coerción
política, etc. Si esto es cierto, también es cierto que podrían
existir razones lógicas para estimar que su teoría implica con-
secuencias incompatibles con los juicios de valor que declara,
o bien que circunstancias empíricas impidieron que su teoría
fuera puesta en práctica en forma muy diferente a la que real-
mente sucedió. No hay nada extraño en que los programas
políticos y sociales, las utopías y las profecías tengan un resul-
tado no sólo diferente, sino que considerablemente opuesto a la
intención de sus autores; algunas relaciones empíricas, desaper-
cibidas o no consideradas previamente, hacen posible la ejecu-
ción parcial de la utopía en detrimento de otros aspectos. Esta
es nuevamente una trivialidad de sentido común; la mayor
parte de lo que aprendemos en la vida es qué valores son compa-
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 207

tibles y qué valores son excluyentes; muchos utopistas son sim-


plemente incapaces de reconocer que existen valores incompa-
tibles. La mayoría de las veces, esta incompatibilidad es empírica,
no lógica, y por esta razón sus utopías no son necesariamente
contradictorias en términos lógicos, sólo impracticables debido
a la naturaleza del mundo.
De este modo, al discutir la relación existente entre esta-
linismo y marxismo, descarto por irrelevantes las siguientes
expresiones: "Esto haría que Marx se revolcara en su tumba";
"Marx estaba en contra de la censura y a favor de las elecciones
libres", etc., sin importar si tales expresiones pueden ser o no
ratificadas inequívocamente (lo que resulta dudoso en el caso
de la primera expresión).
Lo que me interesa estaría mejor expresado de otro modo:
¿Fue (o es) la ideología específicamente estalinista que se
diseñó para justificar en el pasado (o ahora) el sistema esta-
linista una interpretación legítima, aunque tal vez no la única
posible de la filosofía marxista de la historia? Esta es la versión
más suave de mi pregunta. La más fuerte es: ¿Acaso todo
intento por aplicar los valores básicos del socialismo marxista
tendería a generar una organización política de características
indudablemente análogas a la estalinista? Me inclino por una
respuesta afirmativa a ambas preguntas, consciente de que
contestar "sí" a la primera pregunta no implica, en consecuen-
cia, un "sí" a la segunda (evidentemente, no hay contradicción
en sostener que el estalinismo fue una de las diversas variantes
admisibles del marxismo y negar que la misma filosofía marxis-
ta favoreciera esta versión particular más que otra cualquiera).
¿Cómo se Puede Identificar el "Estalinismo"?

Realmente tiene poca importancia si usamos el término


"estalinismo" para referirnos al bien localizado período del des-
potismo unipersonal en la Unión Soviética (es decir, aproxima-
damente de 1930 a 1953) o para abarcar cualquier sistema que
presente características manifiestamente similares. No obstan-
te, no constituye un problema terminológico el hecho de deter-
minar en qué medida el Estado soviético postestalinista y el
Estado de tipo soviético son esencialmente extensiones del mis-
mo sistema. Sin embargo, existen razones por las cuales resulta
más conveniente el concepto abstracto y menos histórico que
destaca la continuidad del sistema.
Podemos definir el "estalinismo" como una sociedad tota-
litaria (casi perfecta) basada en la propiedad estatal de los
medios de producción. Y estoy usando el término "totalitario"
en el sentido comúnmente empleado, significando así un siste-
ma político donde todos los vínculos sociales han sido íntegra-
mente reemplazados por una organización impuesta por el
208 ESTUDIOS PÚBLICOS

Estado y donde, por consiguiente, todos los grupos e individuos


deben perseguir sólo los objetivos de tal Estado, tal como son
definidos por éste. En otras palabras, el sistema totalitario ideal
consistiría en la total destrucción de la sociedad civil, visto que
el Estado y sus instrumentos de organización son las únicas
formas de vida social; todo tipo de actividad, ya sea económica,
intelectual, política o cultural, es permitida y ordenada (la
diferencia entre lo permitido y lo ordenado tiende a desapare-
cer) sólo en la medida en que esté al servicio de los objetivos
del Estado (nuevamente tal como son definidos por éste). Todos
los individuos (incluyendo a los mismos gobernantes) son con-
siderados propiedad del Estado.
El concepto así definido —y creo concordar con la mayoría
de los autores que tratan el tema— requiere de unas pocas
observaciones explicativas.
En primer lugar, parece claro que para lograr la forma
perfecta, el principio totalitario de organización requiere el
control estatal de los medios de producción; en otras palabras,
que no podrá alcanzar su modelo ideal un Estado que deja
sectores importantes de la actividad productiva y de la inicia-
tiva económica en manos individuales y, en consecuencia,
segmentos de la sociedad económicamente independientes del
Estado. Por consiguiente, el totalitarismo tiene mayores posibi-
lidades de lograr su ideal dentro de una economía socialista.
En segundo lugar, debe hacerse hincapié en el hecho de
que nunca ha existido un sistema totalitario absolutamente per-
fecto; conocemos, sin embargo, sociedades con una tendencia
inherente —bastante fuerte y constantemente activa— a "na-
cionalizar" todas las formas de vida individual y pública. La
sociedad china y la soviética están o estuvieron en ciertos pe-
ríodos muy cerca del ideal; lo mismo ocurrió en la Alemania
nazi, a pesar, incluso, de que no duró lo suficiente como para
desarrollarse del todo, contentándose con subordinar coerciti-
vamente la actividad económica a los objetivos estatales en vez
de racionalizarlo todo. Hay otros estados fascistas que estaban
(o están) muy por detrás con respecto a Alemania en tal direc-
ción; los estados socialistas europeos tampoco han alcanzado
jamás el nivel soviético de totalitarismo, a pesar de movilizarse
constante y aún activamente en esa dirección.
Es poco probable que la "entelequia" del totalitarismo
llegue alguna vez a funcionar en su forma perfecta. Existen
formas de vida que resisten obstinadamente el impacto del sis-
tema; entre ellas, las relaciones familiares, emocionales y sexua-
les, que fueron sometidas a todo tipo de presiones estatales,
aunque aparentemente nunca con pleno éxito (al menos en el
Estado soviético; tal vez en China el resultado fue mejor). Así,
es la memoria individual y colectiva la que el sistema totalitario
trata constantemente de aniquilar, mediante la reformulación,
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 209

redacción y falsificación de la historia, de acuerdo a las nece-


sidades políticas presentes. Es obvio que resulta más fácil na-
cionalizar las fábricas y el trabajo que los sentimientos, fomen-
tar esperanzas que recuerdos. La resistencia a que el Estado sea
dueño del pasado histórico constituye parte importante de los
movimientos antitotalitarios.
En tercer lugar, la definición mencionada implica que no
todo sistema de gobierno terrorista o despótico es necesaria-
mente totalitario. Algunos, incluso los más sangrientos, suelen
tener objetivos limitados y no necesitan absorber todas las for-
mas de actividad humana dentro de los objetivos estatales. Las
peores formas de gobierno colonial en los peores períodos, gene-
ralmente no fueron totalitarias; su objetivo era explotar a los
países subyugados y, dado que muchos ámbitos de la vida resul-
taban indiferentes desde tal punto de vista, bien podían per-
manecer más o menos inalterados. A la inversa, un sistema
totalitario no necesita usar permanentemente métodos terroris-
tas de opresión.
El totalitarismo, en su condición perfecta, es una forma
extraordinaria de esclavitud sin amos. Convierte a todos los
hombres en esclavos, y con ello ostenta ciertas características
igualitarias.
Ciertamente estoy consciente de que en último tiempo ha
habido una tendencia cada vez mayor a referirse al concepto
de totalitarismo y a la misma validez de éste como a una teoría
"pasada de moda" o "desacreditada". Sin embargo, no estoy
familiarizado con ninguno de los análisis conceptuales o histó-
ricos que efectivamente la desacreditan, en oposición a los mu-
chos análisis anteriores que la justificaban. (De hecho, Proud-
hon pronosticó que en el comunismo los individuos pertenece-
rían al Estado; más tarde, fueron tantos los autores conocidos
que confirmaron que así había realmente sucedido en la sociedad
soviética —empleando o no el término "totalitarismo"—, que
resultaría pedante mencionarlos aquí).
Principales Etapas del Totalitarismo Estalinista

La variedad soviética de sociedad totalitarista maduró du-


rante largos años antes de alcanzar su grandeza. Bastará con
mencionar brevemente las conocidas y principales etapas de su
desarrollo.
Durante la primera etapa se eliminaron las formas básicas
de la democracia representativa: parlamento, elecciones, parti-
dos políticos y prensa libre.
La segunda etapa (que ocurrió simultáneamente con la
primera) es conocida con el engañoso nombre de "comunismo
de guerra". El término sugiere que las políticas de este período
eran consideradas como medidas temporales y excepcionales
210 ESTUDIOS PÚBLICOS

para hacer frente a las monstruosas dificultades impuestas por


la guerra civil y la intervención. En realidad, fácilmente pode-
mos deducir de relevantes obras de sus líderes —especialmente,
Lenin, Trotsky, Bukharin— que todos consideraban tal política
económica (abolición del libre comercio, requisiciones coercitivas
del "excedente" —es decir, de lo que los líderes locales conside-
raban como excedente— de los campesinos, racionamiento uni-
versal, trabajo obligatorio) como un logro permanente de la
nueva sociedad, aunque esta política fue abandonada más tarde
debido al desastre económico que causara y no porque ya no
existieran las condiciones de guerra que la habían forzado.
Tanto Trotsky como Bukharin afirmaban vehementemente que
el trabajo obligatorio constituía una parte orgánica de la nueva
sociedad liberada.
Hubo importantes elementos del orden totalitario estable-
cidos durante este período que persistieron y pasaron a consti-
tuir componentes permanentes de la sociedad soviética. Entre
éstos se encuentra, en primer lugar, la destrucción de la clase
obrera como fuerza política (abolición de los soviets como ex-
presión independiente de la iniciativa popular; término de los
sindicatos independientes y de los partidos socialistas). Otro
ejemplo los constituye la supresión —no definitiva aún— de
la democracia en el partido mismo (prohibición de la actividad
faccional). Durante la era de la NPE (Nueva Política Econó-
mica), los rasgos totalitarios del sistema fueron cada vez más
fuertes, no obstante estar permitido el libre comercio y pese a
que la mayoría de la sociedad, es decir, los campesinos, disfru-
taban de independencia económica con respecto al Estado.
Tanto en un sentido político como cultural, la NPE significó
una creciente presión del Estado (cuyo dueño era el partido)
sobre todos los centros de iniciativa que aún no le pertenecían
(o de los cuales el Estado era propietario sólo en un 50%), a
pesar de que sólo en etapas posteriores de desarrollo se alcan-
zaría pleno éxito en este aspecto.
La tercera etapa fue la colectivización coercitiva, que sig-
nificó la destrucción de la última clase social aún no nacionali-
zada y dio al Estado poder absoluto para controlar la vida
económica (lo que no significó, naturalmente, que ello permi-
tiría al Estado establecer una verdadera planificación central
económica; no fue así).
En la cuarta etapa, el propio partido, como fuerza potencial
(aunque ya no real), fue destruido en purgas. No se trata de
que en el partido sobrevivieran algunas fuerzas rebeldes efec-
tivas, sino que muchos de sus miembros, en especial los más
antiguos, mantenían su lealtad a la ideología tradicional del
partido. De este modo, a pesar de ser muy disciplinados, se les
hizo sospechosos de dividir su lealtad entre el líder presente y
el sistema de valores ideológicos heredado; en otras palabras,
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 211

de ser potencialmente desleales al líder. El partido debía apren-


der qué ideología es aquella que el líder define como tal en un
determinado momento, y las masacres hicieron muy bien su
trabajo; tal fue la labor de un Führer ideológico, y no de un
demente.
E1 Rostro del Estalinismo Maduro
El resultado de este proceso —cuyas etapas fueron delibe-
radamente decididas y organizadas, a pesar de no haber sido
todas planificadas con anticipación— fue una sociedad subyu-
gada en su totalidad al Estado, bastante similar al ideal de
unión perfecta, y reforzada por el partido y la policía. Su
integración era idéntica a su desintegración; estaba perfecta-
mente integrada en el sentido de que todas las formas de vida
colectiva se subordinaban íntegramente a un centro de gobierno
y eran impuestas por éste; y estaba perfectamente desintegrada
por la misma razón: la sociedad civil prácticamente había sido
destruida, y los ciudadanos en todas sus relaciones con el Estado
se enfrentaban al sistema omnipotente como individuos aisla-
dos y sin poder. La sociedad estaba reducida a la condición de
un "saco de papas" (para usar la expresión de Marx, refirién-
dose a los campesinos franceses en el Dieciocho de Brumario).
Esta situación —un organismo estatal unificado que se
enfrenta a individuos atomizados— define las características
más importantes del sistema estalinista tan conocidas y ya
descritas en mis libros. A continuación mencionaré brevemente
algunas de ellas, las más relacionadas con nuestro tema.
En primer lugar, la abolición de la ley. La ley subsistió,
sin duda, en la forma de reglas de procedimiento en asuntos
públicos. Sin embargo, fue completamente abolida (y nunca
restaurada) con respecto a reglas que en algún punto podían
limitar la omnipotencia del Estado en su trato con los indivi-
duos. En otras palabras, la ley no debía restringir el principio
de que todos los ciudadanos son propiedad del Estado. En sus
aspectos fundamentales, la ley totalitaria debe ser vaga e im-
precisa, de manera que su efectiva aplicación dependa de las
decisiones arbitrarias y mutables de las autoridades ejecutivas
y, de este modo, cualquier persona pueda ser considerada cri-
minal prácticamente en cualquier momento. Ejemplos notables
han sido siempre los crímenes políticos tal como aparecen de-
finidos en los códigos penales, y que son interpretados de tal
manera que es prácticamente imposible que un ciudadano no
cometa crímenes casi todos los días. El proceso de tales críme-
nes o el grado de terror empleado constituyen materia de deci-
sión política de los gobernantes. En este aspecto nada ha
cambiado en el período postestalinista: tanto la transición del
terror masivo al selectivo como la mejor observancia de las
212 ESTUDIOS PÚBLICOS

reglas de procedimiento son irrelevantes frente a la persistencia


de la ley característicamente totalitaria, toda vez que no limitan
el efectivo poder del Estado sobre las vidas de las personas. Efec-
tivamente, la gente puede ser encarcelada por contar chistes
políticos; los hijos pueden ser separados de sus padres si éstos
son incapaces de educarlos en el espíritu comunista (cualquiera
sea su significado), como es su deber legal. La ilegalidad totali-
taria no reside en el hecho de que se tomen medidas totalita-
rias en cualquier momento y en cualquier lugar, sino en que
los individuos no tienen ninguna protección legal contra las
formas de represión que el Estado quiera usar en un momento
determinado; es la desaparición de la ley como instrumento
mediador entre el Estado y el pueblo y su transformación en
un expediente del Estado enteramente manejable. A este res-
pecto, el principio estalinista aún no ha sido abolido.
En segundo lugar, la autocracia unipersonal. Esta parece
haber sido el resultado natural y "lógico" del principio de uni-
dad perfecta que fuera la fuerza propulsora en el desarrollo del
Estado totalitario. Para alcanzar su forma definitiva, tal Estado
requería de un solo líder dotado de poder ilimitado. Ello parecía
implícito desde la misma fundación del partido leninista, en
concordancia con la frecuentemente citada profecía de Trotsky
(que luego sería olvidada por el profeta) en 1903. El progreso
del sistema soviético en los años veinte consistió en la reducción
gradual del foro en que podían expresarse los conflictos de
intereses, ideas y tendencias políticas: durante un corto perío-
do, éstos aún podían expresarse públicamente en la sociedad;
luego su campo de expresión se trasladó al partido; más tarde
a la sección del partido, al Comité Central y finalmente al
Politburó. Sin embargo, dado que se impediría la expresión de
las fuentes de conflicto —aunque éstas aún no serían erradi-
cadas—, Stalin planteó su bien fundado argumento respecto de
que si se permitía que continuaran las tendencias conflictivas,
incluso en ese reducido comité político, éstas transmitirían la
presión de los conflictos de intereses aún vigentes dentro de la
sociedad civil. Así se explica que no pudiera consumarse la
destrucción de la sociedad civil mientras pudieran expresarse
las diferentes tendencias o bandos, incluso en el órgano supre-
mo del partido.
En este aspecto, los cambios ocurridos en el sistema sovié-
tico después de Stalin —transición de una tiranía personal a
una oligarquía— parecen ser lo más sobresaliente. Fueron éstos
el resultado de la irremediable contradicción inherente al sis-
tema: la perfecta unidad de liderazgo —tal como lo requería
el sistema y encarnada en un despotismo personal— parecía
incompatible con las necesidades de seguridad mínima de los
demás líderes.
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 213

Bajo el gobierno de Stalin, éstos fueron reducidos a las


mismas precarias condiciones de esclavo de todos y los grandes
privilegios con que contaban no los protegerían de una repen-
tina caída, encarcelamiento o muerte. El gobierno oligár-
quico, después de Stalin, pasó a ser una especie de pacto de
seguridad mutua en la organización del partido. Este contrato,
comprendiendo su aplicación efectiva, se opone al principio de
unidad. En este sentido bien puede decirse que las décadas pos-
teriores a la muerte de Stalin representaron un estalinismo
enfermizo.
No es cierto, sin embargo, que la sociedad soviética, incluso
en sus peores períodos, haya sido alguna vez gobernada por la
policía. Stalin gobernó al país, y al partido mismo, con la poli-
cía, pero lo hizo como líder del partido y no como jefe de policía.
El partido —que por un cuarto de siglo se identificara con
Stalin— no ha perdido nunca su poder omnímodo.
En tercer lugar, el sistema de espionaje universal como
principio de gobierno. Incitar y obligar a la gente a espiarse no
constituía, evidentemente, un medio de defensa útil para el
Estado contra grandes peligros, sino más bien la forma en que
éste forzaba hasta el extremo el principio mismo del totalita-
rismo. Como ciudadanos, éstos debían vivir en una perfecta
unidad de objetivos, deseos y pensamientos, todos expresados
por boca del líder. Como individuos, debían odiarse entre sí y
vivir en una hostilidad mutua y permanente. Sólo así el aisla-
miento entre los individuos podría alcanzar la perfección. En
efecto, el inalcanzable ideal del sistema parece haber sido una
situación donde todos los ciudadanos fuesen simultáneamente
reclusos de un campo de concentración y agentes de la policía
secreta.
En cuarto lugar, la aparente omnipotencia de la ideología.
En todas las discusiones sobre estalinismo, éste es el punto en
que surgen mayor confusión y conflictos. Podemos observarlo
al seguir el intercambio de opiniones sobre el tema entre Sol-
zhenitsyn y Sakharov, respectivamente. El punto de vista del
primero es aproximadamente el siguiente: todo el Estado sovié-
tico, tanto en política interna como externa, en asuntos econó-
micos como políticos, se encuentra bajo el aplastante gobierno
de la falsa ideología marxista, y es esta ideología la responsable
de todos los desastres de la sociedad y del Estado. Sakharov
responde que la ideología oficial del Estado está muerta y que
nadie la toma ya en serio; por consiguiente, es absurdo imagi-
nar que constituya una fuerza real que guíe y formule políticas
prácticas.
Parece que, dentro de ciertas restricciones, ambas observa-
ciones son válidas. El punto es que el Estado soviético ha tenido
desde su mismo origen una ideología en sus cimientos como
único principio de su legitimidad. Es cierto, sin duda, que el
214 ESTUDIOS PÚBLICOS

partido bolchevique se incautó del poder en Rusia bajo bande-


ras ideológicas carentes de contenido específicamente socialista,
menos aún marxista ("Paz y Tierra para los Campesinos"). Pero
estableció su gobierno monopólico basado en principios ideo-
lógicos leninistas, es decir, como un partido que por definición
era el único vocero legítimo de la clase obrera y de todas las
"masas trabajadoras", de sus intereses, voluntad y deseos (así
fueran éstos desconocidos para las mismas masas), y que poseía
habilidad para "expresar" la voluntad de las masas en su "co-
rrecta" ideología marxista. Un partido debe ser una organiza-
ción voluntaria unida por lazos ideológicos. Un partido que
ejerce un poder despótico no puede liberarse de la ideología
que justifica su poder, y que, en ausencia de elecciones libres
o de herencia del carisma monárquico, conformará la única
base de su legitimidad. En tal sistema de gobierno, la ideología
es absolutamente indispensable, sin importar quiénes, cuántos
o cuán seriamente crean en ella, y continuará siendo así incluso
si —como es hoy el caso en los países socialistas europeos—,
tanto entre gobernantes como gobernados, prácticamente ya
nadie cree en ella. Los líderes, evidentemente, no pueden per-
mitirse expresar los principios reales y notorios de su política
sin correr el riesgo de un colapso total del sistema de poder. La
ideología estatal, en la que nadie cree, debe comprometer a
todos los ciudadanos, a menos que se desintegre la estructura
del Estado.
Esto no significa que las consideraciones ideológicas cita-
das para justificar cada paso en política práctica representen
fuerzas reales e independientes ante las cuales Stalin y otros
líderes se inclinaban. Sin embargo, sería injusto decir que éstas
no limitan dicha política en cierta medida. El sistema soviético,
tanto bajo Stalin como después de él, siempre ha seguido la
Realpolitik de un gran imperio, y la ideología debe ser lo
suficientemente vaga como para santificar cualquier política:
NPE o colectivización, amistad con los nazis o guerra con ellos,
amistad con China o condena de ella, apoyo a Israel o a los
enemigos de Israel, guerra fría o distensión, mayor control o
relajamiento en el régimen interno, culto oriental al sátrapa
o su condena. Así y todo, es cierto que esta es una ideología
que mantiene al Estado soviético y preserva su integridad.
Frecuentemente se ha dicho que el sistema totalitario
soviético resulta incomprensible a menos que consideremos los
fundamentos históricos de Rusia y sus bien marcados rasgos
totalitarios. Los historiadores rusos del siglo XIX destacan la
autonomía del Estado y su sorprendente control sobre la socie-
dad civil, opinión que fue respaldada luego por algunos marxis-
tas rusos (Plekhanov, en su Historia del Pensamiento Social en
Rusia; Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa). Con,
posterioridad a la revolución, este pasado histórico fue repeti-
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 215

damente mencionado como la verdadera fuente del comunismo


ruso (Berdyaev). Muchos autores (Kucharzewski fue uno de
los primeros) vieron en la Rusia soviética una directa prolonga-
ción del régimen de los zares, incluyendo su política expansio-
nista y su insaciable ambición por nuevos territorios, la
"nacionalización" de todos los ciudadanos y la subordinación
de todas las formas de la actividad humana a los objetivos
del Estado. Numerosos historiadores han publicado estudios
bastante convincentes sobre este tema (recientemente, R. Pipes
y T. Szamuely), y yo no cuestiono sus conclusiones. Pero esto
no basta para explicar la peculiar función de la ideología mar-
xista en el sistema soviético. Incluso si llegáramos tan lejos
como para admitir (al igual que Amalrik) que el marxismo en
Rusia significó fundamentalmente inyectar sangre ideológica
fresca en un imperio tembloroso, lo que le permitiría sobrevivir
por un tiempo antes de desintegrarse definitivamente, aún no
responderíamos la pregunta: ¿Cómo calzó el marxismo en esto?
¿Cómo pudo la filosofía marxista de la historia, con sus espe-
ranzas manifiestas, sus objetivos y valores, proporcionar un
arma ideológica a un estado totalitario, imperialista y chauvi-
nista?
La filosofía marxista pudo hacerlo, lo hizo, y no necesitó
ser esencialmente distorsionada para ello. Bastó con inter-
pretarla.
El Estalinismo como Marxismo

Al discutir este punto, doy por supuesto que el pensa-


miento de Marx desde 1843 en adelante fue impulsado por los
mismos valores para los cuales había estado buscando cons-
tantemente una forma de expresión cada vez mejor. Comparto
así la opinión de quienes destacan la firme continuidad en el
desarrollo intelectual de Marx y no creen en ningún cambio
más o menos violento en la evolución de sus ideas más impor-
tantes. Ahora no puedo extenderme más en favor de tan discu-
tible punto de vista, que, por cierto, no es en absoluto original.
A los ojos de Marx, el pecado original del hombre, su felix
culpa —responsable tanto de los logros como de la miseria
humanos— es la división del trabajo, con su inevitable resul-
tado: la alienación del trabajo. La forma extrema del trabajo
alienado es el valor de intercambio que domina todo el proceso
de producción en las sociedades industriales. No son las necesi-
dades humanas, sino la interminable acumulación de valores
de intercambio en la forma de dinero lo que constituye la
principal fuerza impulsora de los esfuerzos de producción. Se
produce así la transformación de los seres humanos, sus cuali-
dades y habilidades personales, en bienes comprados y vendi-
dos, de acuerdo a las leyes anónimas del mercado, dentro del
218 ESTUDIOS PÚBLICOS

sistema de trabajo remunerado. La división del trabajo ge-


neró, además, la estructura institucional alienada de las
sociedades políticas modernas; produjo, por un lado, una
inevitable separación entre la vida personal, egoísta y cen-
trada en sí misma de los hombres en la sociedad civil,
y por otro, su comunidad artificial y mistificada en la
sociedad política. Como resultado de esto, la conciencia
humana fue compelida a sufrir una distorsión ideológica: en
vez de asegurar la vida humana y su propia función como
"expresión" de la vida, construyó aparte su propio e ilusorio
reino, destinado a perpetuar la existente separación. Al crear la
propiedad privada y, por consiguiente, la división de la sociedad
en clases hostiles que luchan por la distribución del excedente
del producto, la alienación del trabajo dio finalmente origen a
la clase que, representando la total deshumanización, está
destinada a desmitificar la conciencia y a restaurar la perdida
unidad de la existencia humana. El proceso revolucionario
empieza haciendo añicos los mecanismos institucionales que
protegen la situación laboral existente, y termina con una
sociedad en que se han eliminado todas las fuentes básicas de
conflicto y el proceso social ha sido subordinado a la voluntad
colectiva de los individuos asociados. Estos últimos podrán
desarrollar todas sus potencialidades personales no en contra
de la comunidad, sino que para enriquecerla, habiéndose redu-
cido progresivamente al mínimo el trabajo necesario y utili-
zado el tiempo libre en favor de la "creatividad" cultural y el
esparcimiento de alto nivel.
El significado cabal de las luchas del pasado y del presente
se encuentra sólo en la visión romántica de la humanidad per-
fectamente integrada del futuro. Esta unidad implica que la
gente no necesitará de mecanismos mediadores que separan
a los individuos de la especie como a un todo. El acto revolucio-
nario que cerrará la "prehistoria" de la humanidad es inevita-
ble y estará orientado por la libre voluntad, habiendo desapa-
recido la diferencia misma entre la libertad y necesidad en la
conciencia del proletariado, clase que destruye el orden antiguo
en el proceso de la toma de conciencia de su propio destino
histórico.
Sospecho que tanto la anticipación de Marx en cuanto a
la unidad perfecta de la humanidad como su mitología de la
conciencia proletaria históricamente privilegiada fueron las
responsables de que su teoría se haya transformado, con el
tiempo, en una ideología del movimiento totalitario; y no por-
que él lo haya concebido así, sino más bien porque sus valores
básicos difícilmente podrían haber sido materializados de otro
modo. No es que la teoría de Marx no tuviera una visión de la
sociedad del futuro, no es así. Mas incluso su poderosa imagi-
nación fue incapaz de concebir la transición desde la prehis-
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 217

toria a la "verdadera historia" e idear una tecnología social


adecuada que convirtiera a la primera en esta última. Tal
brecha debía ser llenada por líderes prácticos, lo que necesaria-
mente implicaría agregar nuevos elementos y especificaciones
a la doctrina heredada.
Al soñar con una humanidad perfectamente integrada,
Marx no fue —hablando correctamente— un seguidor de Rous-
seau; éste no creía que alguna vez fuera posible restaurar la
perdida y espontánea identidad de cada individuo con la comu-
nidad, ni tampoco borrar el veneno de la civilización de la
memoria humana en el futuro. Marx creía precisamente eso,
no porque fuera posible o conveniente un retorno a la felicidad
primitiva del salvajismo y un rechazo de la civilización, sino
porque pensaba que el irremisible progreso de la tecnología
vencería a la postre (dialécticamente) su propia destructividad,
ofreciendo a la humanidad una nueva armonía, basada en la
liberación de la necesidad en vez de la supresión de las necesi-
dades (en este aspecto compartía las esperanzas de los segui-
dores de Saint-Simon).
La humanidad liberada postulada por Marx no necesitaría
de ningún mecanismo establecido por la sociedad burguesa
para mediar y regular los conflictos de los individuos entre sí
o entre éstos y la sociedad, lo que significa: ley, Estado, demo-
cracia representativa y libertad negativa, tal como es concebida
y proclamada en la Declaración de los Derechos Humanos. To-
dos estos mecanismos son típicos de una sociedad económica-
mente gobernada por el mercado, constituida por individuos
aislados con intereses antagónicos, y que trata de mantener su
estabilidad con la ayuda de tales instrumentos. El Estado y su
estructura legal protegen la propiedad burguesa con medios
coercitivos e imponen reglas en los conflictos; su misma exis-
tencia presupone una sociedad donde los deseos y las activida-
des humanas están obviamente en conflicto. El concepto liberal
de libertad implica que "mi" libertad limita inevitablemente
la libertad de mis semejantes, como es efectivamente el caso si
la esfera de la libertad coincide con el tamaño de la propiedad.
Cuando el sistema de propiedad colectiva reemplaza al orden
burgués, estos mecanismos pierden su razón de ser. Los intere-
ses individuales convergen con los intereses generales; no es
forzoso mantener el equilibrio inestable de la sociedad con
reglamentos que definan los límites de la libertad individual. No
sólo se eliminan los instrumentos "racionales" de la sociedad
liberal: también los vínculos tribales o nacionales, heredados
del pasado, desaparecerán pronto en el mismo proceso, y en
este aspecto el orden capitalista pavimenta el camino al co-
munismo: las antiguas lealtades irracionales se desmoronarán
igualmente, tanto bajo el poder cosmopolita del capital que
como resultado de la conciencia internacional del proletariado.
218 ESTUDIOS PÚBLICOS

El término de este proceso será una comunidad donde no quede


nada aparte de los individuos y la especie humana como un
todo, en que los hombres identificarán claramente sus propias
vidas, habilidades y actividades como fuerzas sociales. De este
modo, para experimentar tal identidad no necesitarán de la
injerencia de ninguna institución política ni de vínculos na-
cionales tradicionales.
¿Cómo se lograría esto? ¿Existe alguna técnica de tran-
substanciación social? Marx no respondió esta pregunta, y
parece que, desde su punto de vista, ella estaría mal planteada.
No se trata de buscar la técnica de ingeniería social adecuada
después de haber esbozado un cuadro arbitrario de la sociedad
deseada, sino de identificar y "expresar" teóricamente las fuer-
zas sociales en juego, fuerzas que tienden hacia tal sociedad. Y
expresarlas significa reforzar prácticamente su energía, pro-
porcionarles un efectivo conocimiento de sí mismas y permitir-
les identificarse conscientemente.
La interpretación práctica del mensaje marxista ofrecía
diferentes posibilidades, dependiendo de los valores considerados
fundamentales para la doctrina y de los planteamientos que
supuestamente daban la clave de todo. No parece haber nada
incorrecto en la interpretación que llegaría a ser la versión
leninista-estalinista del marxismo y que podría reconstruirse
de la siguiente forma:
El marxismo es un cuerpo doctrinario global que corres-
ponde a la conciencia de clases del proletariado en su forma
madura y teóricamente elaborada. El marxismo es verdadero
gracias a su valor "científico" y también gracias a que articula
las aspiraciones de la clase social "más progresista". La dife-
rencia entre "verdad" en el sentido genético y en el sentido
corriente de la palabra ha sido siempre poco clara en la doc-
trina. Se daba por supuesto que el "proletariado", en virtud de
su misión histórica, tenía una posición cognoscitiva privilegia-
da, de manera que su visión de la "totalidad" social debía ser
correcta. Y así lo que se suponía que era "progresista" se
transformó automáticamente en "verdadero", sin importar si
tal verdad podía ser o no ratificada con procedimientos cientí-
ficos universalmente reconocidos. Esta era una forma simplifi-
cada del concepto marxista de la conciencia de clase. El hecho
de que el partido se declarara el único poseedor de la verdad,
sin duda no derivó automáticamente de tal concepto; dicha
ecuación requería además la noción de partido específicamente
leninista. Sin embargo, no había nada de antimarxista en dicha
noción. Si bien es cierto que Marx no elaboró ninguna teoría
del partido, tenía el concepto de un grupo de vanguardia que
debía articular la conciencia latente de la clase obrera, y efec-
tivamente consideró su propia teoría como una expresión de
tal conciencia. De Kautsky tomaría Lenin la idea de que la
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 219

"adecuada" conciencia revolucionaria de la clase obrera debía


ser introducida gradualmente desde afuera en el movimiento
espontáneo de los trabajadores, idea a la que agregó importan-
tes elementos: dado que sólo pueden existir dos ideologías bá-
sicas en una sociedad dividida por la lucha de clases entre
burguesía y proletariado, se deduce que una ideología que no
es proletaria, es decir, que no es idéntica a la ideología del par-
tido de vanguardia, necesariamente será burguesa. Y de este
modo, considerando que los trabajadores son incapaces de
lograr con sus propias fuerzas su propia ideología de clase,
están destinados a producir una ideología burguesa; en otras
palabras, lo que la conciencia empírica, "espontánea" de los
trabajadores puede producir es esencialmente una Weltans-
chauung burguesa. Por consiguiente, el partido marxista re-
presenta el único vehículo de la verdad absolutamente inde-
pendiente de la conciencia empírica (y, por definición, bur-
guesa) de los trabajadores (excepto por el hecho de que el
partido debe a veces hacer ciertas concesiones tácticas a fin de
no adelantarse demasiado al proletariado cuando solicita su
apoyo). Lo cual sigue siendo válido después de la toma del
poder. Como único poseedor de la verdad, el partido no sólo
puede descartar por completo (excepto en un sentido táctico)
la conciencia empírica inevitablemente inmadura de las masas,
sino que no podría hacer otra cosa sin traicionar su misión
histórica. Conoce las "leyes del desarrollo histórico" y las rela-
ciones adecuadas entre la "base" y la "superestructura"; por
consiguiente, es perfectamente capaz de determinar aquello que
en la conciencia empírica, auténtica del pueblo, merece ser
destruido como una "reliquia", un residuo del pasado. Eviden-
temente, no sólo las ideas religiosas caen en esta categoría,
sino también todo aquello que hace que la mente del pueblo
tenga un contenido diferente al de la mente de los líderes. La
dictadura sobre las mentes es completamente justificada den-
tro de tal concepto de conciencia proletaria; el partido sabe
realmente mejor cuáles son los verdaderos (en oposición a em-
píricos) deseos, intereses y pensamientos de la sociedad. Una
vez que el espíritu del partido ha encarnado perfectamente en
un líder (como máxima expresión unitaria de la sociedad),
tenemos la última ecuación: verdad = conciencia proletaria =
marxismo = ideología del partido = ideas de los líderes del
partido = decisiones del jerarca. La teoría que postula que el
proletariado posee una especie de privilegio cognoscitivo, ter-
mina afirmando que el camarada Stalin nunca se equivoca. Y
nada hay que sea no-marxista en esta ecuación.
El concepto de que el partido es el único poseedor de la
verdad fue firmemente respaldado, por cierto, por la expresión
"dictadura del proletariado", que Marx casualmente empleó dos
o tres veces sin explicación. Bien sostuvieron Kautsky, Martov y
220 ESTUDIOS PÚBLICOS

otros socialdemócratas que Marx al usar el término "dictadura"


no se refería a la forma de gobierno, sino que a su contenido de
dase y que no había opuesto la "dictadura" a un Estado demo-
crático. Pero Marx no dijo específicamente nada de este tipo
al respecto, y obviamente nada había de malo en tomar la
palabra "dictadura" en su valor nominal, significando precisa-
mente aquello que Lenin quería decir y dijo expresamente: un
imperio plenamente basado en la violencia y no limitado por
la ley.
Luego del problema del "derecho histórico" del partido
para imponer su despotismo en todos los ámbitos de la vida
social, el inconveniente del contenido de tal despotismo fue re-
suelto básicamente en armonía con las predicciones marxistas.
La humanidad liberada debía eliminar la distinción entre so-
ciedad civil y Estado, anular todos los instrumentos mediadores
que impedían a los individuos alcanzar la perfecta identidad
con el "todo", abolir la libertad burguesa que implicaba anta-
gonismos de intereses privados y suprimir el sistema de trabajo
remunerado que obligaba a los trabajadores a venderse como
mercancías. Pero Marx no explicó concretamente cómo alcan-
zar dicha unidad, excepto en un punto irrefutable: la expro-
piación de los expropiadores, es decir, la abolición de la propie-
dad privada de los medios de producción. Se podría y debería
argumentar que una vez realizado este acto histórico de expro-
piación, los conflictos sociales restantes no serán sino la expre-
sión de una mentalidad retardataria (burguesa) que ha sobre-
vivido de la antigua sociedad. Mas el partido conoce el conte-
nido de la mentalidad correcta correspondiente a las nuevas
relaciones de producción, y está naturalmente autorizado para
suprimir todo fenómeno que esté en desacuerdo con dicho
contenido.
¿Qué técnica es, en realidad, la adecuada para alcanzar tan
ansiada unidad? Su base económica ha sido establecida. Podría
decirse, según Marx, que la sociedad civil no debería ser supri-
mida ni reemplazada por el Estado, sino, más bien, que debe
ser reducido su ámbito; el gobierno político se tornaría, entonces,
superfluo, conservando sólo la "administración de las cosas".
Pero siendo el Estado, por definición, un instrumento de la
clase obrera en su camino al comunismo, éste no podría uti-
lizar su poder —también por definición— contra las "masas
trabajadoras", sino solamente contra las "reliquias" de la so-
ciedad capitalista. ¿Y cómo podría la "administración de las
cosas", o administración económica, no implicar el uso y dis-
tribución del poder laboral, es decir, de todos los trabajadores?
El trabajo remunerado (y esto significa un mercado libre de la
fuerza laboral) debe ser eliminado, y así aconteció de hecho.
¿Pero qué ocurre si la gente no desea trabajar sólo bajo el
ímpetu del entusiasmo comunista? Si así fuere, ello significaría,
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 221

evidentemente, que están encarcelados en la conciencia bur-


guesa, que debe ser suprimida por el Estado. Por consiguiente,
la forma práctica de abolir el trabajo remunerado consistirá en
reemplazarlo por coerción. ¿Cómo poner en práctica la inte-
gración de la sociedad civil y política si sólo la sociedad política
expresa la voluntad "correcta" del pueblo? Todo aquello que se
oponga a tal voluntad conformará de nuevo, por definición, la
resistencia del orden capitalista; de este modo, la destrucción
de la sociedad civil por parte del Estado constituirá el camino
adecuado hacia la unidad. Quienquiera que sostenga que pri-
mero es preciso educar al pueblo para que éste coopere libre-
mente y sin coacción, debe responder antes la siguiente pre-
gunta: ¿Cuándo y cómo puede tener éxito una educación de
este tipo? Ciertamente, se opone a la teoría de Marx esperar
que tal educación sea factible dentro de una sociedad capita-
lista, donde los trabajadores sufren la aplastante influencia de
la ideología burguesa (¿no dijo acaso Marx que las ideas de la
clase gobernante son las ideas gobernantes? ¿No es una mera
utopía esperar una transformación total de la sociedad en un
orden capitalista?). Luego de la toma del poder, la educación
será la tarea de la vanguardia más ilustrada de la sociedad; la
coacción se empleará sólo contra la "supervivencia del capita-
lismo". Y así no habrá necesidad de establecer una distinción
entre la producción del "hombre nuevo" del socialismo y la
coerción absoluta; por consiguiente, la distinción entre libera-
ción y esclavitud deberá permanecer en tinieblas.
El problema de la libertad (en el sentido "burgués") se
torna, pues, irrelevante para la nueva sociedad. ¿Acaso no dijo
Engels que la verdadera libertad debía definirse como la medida
en que el pueblo sea capaz de dominar su ambiente natural y
de regular conscientemente los procesos sociales? De ser así,
entonces, en primer lugar, mientras más avanzada tecnológi-
camente sea una sociedad, más libre será; y en segundo lugar,
mientras mayor sea la vida social sometida a la dirección uni-
ficada, más libre será también. Engels no aclaró si tal regula-
ción implicaría necesariamente elecciones libres y otras maqui-
naciones de ese tipo. No hay razón para sostener que una
sociedad totalmente regulada por un centro de poder despótico
no sea perfectamente libre en este particular sentido de la
palabra libertad.
Y hay muchas citas de Marx y Engels que apuntan a que,
durante el curso de la historia humana, en una sociedad deter-
minada, la "superestructura" estaba al servicio de las corres-
pondientes relaciones de propiedad; que el Estado no es "nada
más" que una herramienta para mantener intactas las rela-
ciones de producción existentes; que la ley no puede ser más
que un arma del poder de una clase. No hay nada incorrecto
en concluir que esta situación se mantiene, al menos mientras
222 ESTUDIOS PÚBLICOS

el comunismo en su forma absoluta no haya dominado total-


mente la Tierra. En otras palabras, la ley representa un instru-
mento del poder político del "proletariado", y dado que la ley
es sólo una técnica para ejercer el poder y que, con bastante
frecuencia, su principal tarea consiste en amparar la violencia
y engañar al pueblo, ninguna diferencia hay en que la clase
victoriosa gobierne con ayuda de la ley o sin ella; lo que im-
porta es el contenido de clase del poder y no su "forma". Más
aún, parece bastante válida la conclusión en el sentido de que
la nueva "superestructura" debe servir a la nueva "base", lo
que significa, entre otras cosas, que la vida cultural como un
todo debería estar íntegramente subordinada a los "objetivos"
políticos, tal como son definidos por la "clase gobernante" que
se expresa por boca de su sector más consciente. Por lo tanto,
se puede sostener que el servilismo universal, como principio
de la vida cultural en el sistema estalinista, es una conse-
cuencia propia de la teoría "base-superestructura". Lo mismo
se aplicaría a las ciencias; nuevamente, ¿no dijo Engels que las
ciencias no podían dejarse solas, sin orientación filosófica teó-
rica, y ello para evitar que cayeran en todo tipo de absurdos
empíricos? Esta fue, en realidad, la razón que muchos filósofos
y líderes del partido soviético invocaron desde un principio para
justificar para su filosofía, es decir, la ideología del partido, el
derecho a controlar todas las ciencias (en su contenido y no
sólo en su campo de interés). En los años veinte, Karlo Korsch
ya había señalado la evidente relación entre la supremacía de
la filosofía y el sistema soviético de tiranía ideológica sobre las
ciencias.
Muchos marxistas críticos decían: "Eso constituía una
caricatura del marxismo". No lo niego. Añadiría, sin embargo,
que se puede hablar significativamente de "caricatura" sólo en
la medida en que algo se parece al original, como ocurre en este
caso. Tampoco podría negar el hecho evidente de que el pensa-
miento de Marx es mucho más rico, mucho más diferenciado y
mucho más sutil de lo que podría suponerse, basándose en unas
pocas citas constantemente repetidas en la ideología leninista-
estalinista para justificar el sistema soviético de poder. Sin
embargo, diría que tales citas no fueron distorsionadas en nada
esencial; que la ideología soviética hizo del esqueleto seco del
marxismo, despojado de su complejidad, un plano bien simpli-
ficado, pero no falsificado para construir la nueva sociedad.
No es invención de Stalin que la teoría del comunismo
puede resumirse en su totalidad en una simple frase: "Abolición
de la propiedad privada"; o que no puede seguir existiendo
trabajo remunerado cuando ya no hay capital, o que el Estado
debe tener el control centralizado sobre todos los medios de
producción, o que las hostilidades nacionales deben desaparecer
junto con el antagonismo de clases. Como sabemos, todas estas
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 223

ideas aparecen claramente formuladas en el Manifiesto Comu-


nista. Tomadas en conjunto, no sólo sugieren, sino que real-
mente dan a entender que la sociedad sería esencialmente libre
si las fábricas y la tierra pertenecieran al Estado, y esto es lo
que se esperó que sucediera en Rusia. Lenin, Trotsky y Stalin
postulaban precisamente esto.
En realidad, Marx pensaba firmemente que la sociedad
humana no sería "liberada" sin alcanzar la unidad. Y a excep-
ción del despotismo, no se conoce ninguna otra técnica para
lograr la integración de la sociedad; ninguna otra forma de
suprimir la tensión entre la sociedad civil y la política que no
sea la supresión de la sociedad civil; ninguna otra manera de
eliminar los conflictos entre el individuo y "el todo" que no
sea la destrucción del individuo; ningún otro camino hacia la
libertad "superior" y "positiva" —en oposición a la libertad
"burguesa" y "negativa"— que no sea la liquidación de esta
última. De ser cierto que toda la historia humana debe conce-
birse en términos de clases —que todos los valores, todas las
instituciones legales y políticas, las ideas, normas morales,
creencias religiosas y filosóficas, creación artística, etc., no son
"nada más" que instrumentos al servicio de los "verdaderos"
intereses de clase (y en las obras de Marx hay muchos párrafos
al respecto)— sería efectivo también que la nueva sociedad
tendría que empezar con el violento rompimiento de la conti-
nuidad cultural con la antigua (en realidad, parece imposible
romper por completo la continuidad; en la sociedad soviética
se aceptó desde un principio una continuidad selectiva; la bús-
queda radical de la "cultura proletaria" fue sólo una extrava-
gancia de corta duración, nunca respaldada por los dirigentes.
El énfasis en la continuidad selectiva se fortaleció con el desa-
rrollo del Estado soviético, principalmente como resultado de
su carácter crecientemente nacionalista).
Tengo la sospecha de que las utopías (es decir, las visiones
de una sociedad perfectamente integrada) no son sólo imprac-
ticables, sino que, además, se tornan contraproducentes cuan-
do se intenta crearlas por vías institucionales; esto debido a que
libertad y unidad institucionalizadas se oponen entre sí, y que
una sociedad privada de libertad sólo puede ser unificada fre-
nando la expresión de los conflictos, no los conflictos mismos,
y sin que se logre, por tanto, una unidad real.
No excluyo la importancia de los cambios producidos en
los países socialistas después de la muerte de Stalin, aun cuando
sostengo que la constitución política de tales países se ha
mantenido intacta. El punto es que admitir, aunque sea de mala
gana, un impacto limitado del mercado sobre la producción
—abandonando o aflojando el rígido control ideológico en
ciertas áreas de la vida— equivale a renunciar a la visión
marxista de integración. Todos estos cambios revelan más bien
224 ESTUDIOS PÚBLICOS

lo impracticable de tal visión, y difícilmente podrían inter-


pretarse como síntomas de un retorno al "verdadero" marxismo,
sin que importe, por tanto, lo que Marx "habría dicho".
En la historia del problema hay otro argumento —cierta-
mente no concluyente— en favor de la interpretación expuesta.
Sería absolutamente falso decir que "nadie predijo" tal resul-
tado del socialismo humanista marxista. Mucho antes de la
revolución socialista hubo escritores anarquistas que efectiva-
mente predijeron que una sociedad basada en los principios
ideológicos de Marx desembocaría en la esclavitud y el despo-
tismo. Al menos en este aspecto, la humanidad no puede que-
jarse de que la Gran Historia la haya engañado y sorprendido
con relaciones impredecibles entre los hechos.
El tema que hemos analizado constituye un problema de
"factores genéticos versus factores ambientales" en el contexto
social. Es muy difícil distinguir el rol que debe asignarse a cada
uno de tales factores, incluso en una investigación genética,
cuando las propiedades investigadas no pueden definirse con
precisión o son más bien de carácter intelectual que físico (por
ejemplo, la "inteligencia"). Esto es tanto más cierto al discutir
la respectiva influencia de las circunstancias "genéticas" y
"ambientales" en la herencia social (una ideología heredada
versus las condiciones contingentes en que la gente trata de
aplicarla). Es de sentido común afirmar que en cada caso par-
ticular ambos factores están en juego y que no hay forma de
calcular su importancia relativa y de expresarla en términos
cuantitativos. Afirmar que los "genes" (ideología heredada) son
íntegramente responsables de la personalidad actual del niño
sería evidentemente tan necio como afirmar que dicha perso-
nalidad podría ser explicada exclusivamente por el "medio
ambiente", es decir, por acontecimientos históricos contingentes
(en el caso del estalinismo, ambas interpretaciones extremas
son expresadas respectivamente al decir que el estalinismo no
fue en realidad "nada más que" marxismo o "nada más que"
la continuación del imperio de los zares). A pesar de nuestra
incapacidad para efectuar un cálculo y de atribuir a cada con-
junto de factores su "justa proporción", razonablemente pode-
mos preguntarnos si la forma madura fue anticipada por las
condiciones "genéticas".
La continuidad que he tratado de reconstruir entre el
marxismo y el estalinismo aparece aún más definida, en líneas
generales, cuando analizamos la transición desde el leninismo
al estalinismo.
No sólo las facciones no bolcheviques (los mencheviques,
para no hablar de los liberales) pronosticaron con bastante
precisión, justo después de 1917, la tendencia inherente al bol-
chevismo y su resultado, sino que pronto el carácter despótico
del nuevo sistema fue atacado desde el interior del mismo par-
RAICES MARXISTAS DEL ESTALINISMO 225

tido, mucho antes que el estalinismo se estableciera definitiva-


mente (la "oposición de los trabajadores", entonces la oposición
de izquierda, vale decir, Rakowsky). La tardía respuesta de
Trotsky a los mencheviques, que en los años treinta vieron
confirmadas todas sus predicciones ("Nosotros lo dijimos"), es
patéticamente poco convincente. De acuerdo, dijo, efectivamen-
te, ellos predijeron lo que pasaría, pero estaban completamente
equivocados; creían que el despotismo vendría como resultado
del gobierno bolchevique. Ahora ha llegado, pero como resul-
tado de un golpe burocrático. Qui vult decipi, decipiatur.
ENSAYO

Andrés Bello:
Ideas sobre el Orden y la Libertad *

Agustín Squella**

Este ensayo trata del modo en que Bello intentó conciliar el orden
con la libertad individual. El autor sostiene que Bello creía que en
los países incipientes de Hispanoamérica una autoridad fuerte e im-
personal permitiría evitar tanto la anarquía como el despotismo. El
marco institucional que ello requería incluía una Constitución Política
que expresara las costumbres y el sentir de la sociedad; una autoridad
respetuosa de las leyes; separación de los poderes públicos e indepen-
dencia del poder judicial; publicidad de los juicios; sentencias judi-
ciales fundadas; y un incremento y mejoramiento de la educación
general y universitaria.

Como ocurre siempre con toda persona, Andrés Bello fue


un hombre de su tiempo, lo cual significa, por una parte, que
sus ideas se inscriben de ordinario en el espectro más amplio de
las convicciones mayormente arraigadas en su época, y, por
otra, que muchos de los temas que desarrolló Bello, en la vasta
y riquísima obra que nos ha legado, fueron determinados, en
mayor o menor medida, por las contingencias de ese mismo
período en que le correspondió vivir y actuar.

* Aunque dotado de un desarrollo ahora más amplio, este trabajo corres-


ponde en parte importante a la ponencia presentada por el autor en el
Congreso Internacional sobre Bello y el Derecho, organizado por la
Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, y que tuvo lugar en
Santiago desde el 13 al 17 de julio de 1981.
** Profesor de Introducción al Derecho y de Filosofía del Derecho en
la Universidad de Valparaíso.
228 ESTUDIOS PÚBLICOS

Sin embargo, si Bello fue, en el sentido indicado, un hombre


de su tiempo, no cabe duda que poseyó también —y en alto
grado— la visión y el talento suficientes para trascender esa
determinación, difícilmente eludible, con que el misterio del
tiempo encadena a los hombres y a las obras que éstos son
capaces de realizar.
La visión —decimos—, porque Bello, dentro de los múlti-
ples y variados intereses que demostró poseer tanto en el plano
de las ideas como en el campo reservado a la acción, fijó muchas
veces su atención en asuntos o problemas que rebasaban las con-
cretas preocupaciones de su época, proyectándose, más allá de
ésta, al modo de cuestiones en las que aparecen comprometidos
el ansia y el desasosiego espirituales de los hombres de todos
ios tiempos.
Y el talento —agregamos—, porque el ilustre humanista
venezolano supo ocuparse de tales asuntos y problemas de
manera que sus proposiciones en torno a ellos alcanzaren la
jerarquía, influencia y perennidad que obtienen, por lo común,
las obras y los hombres en quienes tiene lugar esa feliz combi-
nación entre la audacia especulativa que exigen las cosas del
espíritu y la prudencia política que reclaman para sí las cues-
tiones relativas al proceder y a la acción.
Ahora bien, precisamente uno de los problemas que preo-
cupó a Bello, aunque no lo hizo objeto de un desarrollo autó-
nomo ni de un tratamiento siempre explícito y sistemático, es
el de las relaciones entre el orden y la libertad, concretamente
en el sentido de dos valores ciudadanos cuya realización simul-
tánea requiere no sólo cada individuo, sino, a la vez, toda co-
munidad políticamente organizada.

II
A este mismo respecto, y antes de que expongamos el pen-
samiento de Bello sobre el particular, cabe comprobar un
aspecto en cierto modo lateral, pero que, con todo, no carece
de interés.
John Stuart Mill, a cuyo padre, James Mill, Bello conoció
y trató personalmente durante sus largos años en Londres
(1810-1829), publicó su descollante obra Sobre la Libertad en el
año de 1859, esto es, seis años antes de la muerte de Bello. Por
lo mismo, es probable que éste no haya conocido la obra de Mill
de la referencia, aunque sí otras del autor, publicadas con
anterioridad, especialmente su Sistema de Lógica
Ahora bien, uno de los temas principales que desarrolló
Mill en su obra Sobre la Libertad es, precisamente, el de la
naturaleza y los límites del poder que la sociedad tiene derecho
a ejercer legítimamente sobre los individuos, esto es, en pala-
ANDRÉS BELLO 229

bras 1del propio Mill, "la lucha entre la libertad y la autori-


dad" . Este es, según el autor citado, el principal problema de
toda sociedad, ante el cual unos tienden a favorecer una cre-
ciente intervención de la autoridad, en cuanto ven en ésta un
medio eficaz de conseguir bienes que se desean o de corregir
males que se quiere evitar; mientras que otros entienden que
es preferible sobrellevar las imperfecciones sociales antes que
aumentar la nómina de los asuntos humanos susceptibles de
control gubernamental 2
Mill, de acuerdo con su principio de que "la única parte
de la conducta de cada uno por la que cada cual es 3responsable
ante la sociedad es la que se refiere a los demás" , concluirá
frente al problema en referencia que, a la vez, la única razón
justificable que la humanidad, individual o colectivamente,
puede hacer valer para interferir en la libertad de uno cual-
quiera de sus miembros es la propia conservación y protección
de la sociedad, de donde se sigue, también, que la sola finalidad
por la que la autoridad puede ejercer su poder sobre un indi-
viduo es evitar que éste perjudique o dañe a los demás.
Pues bien, y tal como fue anticipado, no puede decirse que
Bello haya desarrollado, como Mill, de manera sistemática, este
problema, ni menos resultaría exacto afirmar que el jurista
americano haya abrazado en torno al mismo la solución que,
según vimos en términos generales, propone el célebre autor
inglés. Pero de lo que no cabe duda es de que en ambos autores
late una preocupación genuina e intensa por la cuestión de
los límites del poder, aunque, según veremos, Bello, motivado
en esto por las vicisitudes de su tiempo y por un comprensible
horror a la anarquía, enfatizará en cierto modo el orden por
sobre la libertad, pero sin llegar en modo alguno a sacrificar
ésta por aquél; mientras que Mill, según se desprende de lo
dicho anteriormente, aparecerá más inclinado a favorecer la
libertad por sobre el orden y la autoridad.
Sin perjuicio de lo anterior, también es posible verificar
otra afinidad entre Bello y John Stuart Mill, a quien el primero
debe haber conocido en casa del padre de éste cuando el futuro
autor de Sobre la Libertad contaba apenas con ocho años de
edad. Nos referimos a la prodigiosa y fecunda diversidad voca-
cional mostrada por Bello a lo largo de su vida, que engarza
sugestivamente con el postulado de Mill acerca de la impor-
tancia que tiene, tanto para el individuo como para la sociedad,
"el dar entera libertad a la naturaleza humana para expandirse

1
Véase John Stuart Mill, Sobre la Libertad, Alianza Editorial, Madrid,
1970, traducción de Natalia Rodrigues Salmones, pág. 55.
2
Id., págs. 64 y 65.
3
Id., pág. 66.
230 ESTUDIOS PÚBLICOS

en innumerables y opuestas direcciones". Estas últimas pala-


bras, que Mill coloca como epígrafe inicial de su obra antes
indicada, pertenecen a Guillermo de Humboldt, cuyo hermano
Alejandro, por lo demás, tanto influyó para afianzar los severos
hábitos de estudio que Bello ostentaba ya, siendo un adolescente,
al momento de conocerse ambos, en Caracas, a comienzos del
pasado siglo4.

III
Publicidad de los Juicios (1830), La Centralización y la Ins-
trucción Pública (1831), Las Repúblicas Hispanoamericanas
(1836), Observancia de la Ley (1836), Educación (1836), Dis-
curso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile
(1843) y Constituciones (1848), son algunos de los textos de
Bello en que se alude, directa o indirectamente, al problema de
las relaciones entre el orden y la libertad, y que, por lo mismo,
pueden servir de suficiente antecedente para fijar sumaria-
mente las ideas que el autor profesó sobre el particular. Todos
estos artículos, publicados en "El Araucano", fueron difundidos
en los años que han sido señalados a propósito de cada uno de
ellos.
Entiende Bello en estos trabajos que a la base de todo pro-
grama y acción en el terreno político se sitúa la dificultad
de conciliar, por una parte, las exigencias básicas de orden que
todo grupo humano requiere para su preservación y progreso,
y, por otra, las demandas inviolables de libertad que cada in-
dividuo tiene también el derecho de hacer valer para cautelar
su propio ser, desarrollo y felicidad.
Ahora bien, y siempre en relación con el tema que nos
ocupa, Bello se aleja tanto del anarquismo, que desprecia el
orden social en beneficio de una expansión sin límites de la
libertad individual, cuanto de las diversas formas de despotismo
que, por su parte, optan por restringir la libertad ciudadana,
cercenándola a veces en sus raíces, con el pretexto de mantener
a todo trance el orden y la tranquilidad públicos.
De este modo, Bello, en un giro casi habitual de su pensa-
miento, equilibra entonces el juicio entre ambos extremos y
propicia Constituciones que garanticen el orden y la tranquili-
dad de las personas, pero que afiancen también la libertad e
independencia de éstas. Así, se opone tenazmente al tumulto y
al desenfreno que puedan acompañar a las jornadas políticas,
pero es capaz de asumir como inevitable el margen de convul-

4
Véase Miguel Luis Amunátegui, Vida de don Andrés Bello. Impreso por
Pedro G. Ramírez, Santiago, 1882, pág. 24.
ANDRÉS BELLO 231

sión e incertidumbre que trae consigo toda auténtica época de


transición. Reconoce la conveniencia de adaptar la forma de
gobierno a la localidad, costumbres y caracteres de cada nación,
recomendando a los legisladores alejarse de las seducciones de
brillantes teorías y auscultar, en cambio, la índole y necesidades
de los pueblos a los que deba aplicarse una legislación determi-
nada; pero no recomienda esperar en todo caso a que hable el
"corazón del pueblo", sobre todo cuando se trata de institucio-
nes que corresponden a hábitos e intereses políticos inveterados
y que, por lo mismo, pueden exhibir un alto grado de eficacia.
Bello sugiere, entonces, fórmulas políticas que garanticen
el orden pero que afiancen también la libertad de los ciudada-
nos. Sabe bien que hay una buena dosis de irresponsabilidad, y
hasta de inexcusable simpleza, tanto en la doctrina de quienes
querrían sacrificar candidamente el orden a la libertad, cuanto
en la de quienes, presas de lo que Isaiah Berlin llamó la "neu-
rosis de nuestro tiempo"5 —el terror a la desintegración y a la
falta de dirección y autoridad—, propugnan el sacrificio en
sentido inverso, esto es, sofocar al máximo las libertades para
conseguir por esa vía un mínimo de orden.
Por lo mismo, es consciente de la complejidad del problema
y asume en toda su grandeza y complicaciones el impera-
tivo de armonizar con prudencia el orden social con las liber-
tades ciudadanas, sin inmolar aquél por éstas ni éstas por
aquél. Bello, por lo tanto, concluye por recomendar a los gobier-
nos que dejen obrar libremente y, a la vez, que aseguren la
tranquilidad pública, puesto que éstos "son los agentes pode-
rosos de los adelantamientos de las naciones"6. "Por ello
—escribe finalmente el ilustre caraqueño—, el mejor gobierno
será el que presta confianza y seguridad a los ciudadanos, res-
petando las leyes, y los deja gozar de la verdadera libertad"7.

IV
Las ideas anteriormente expuestas, así como las que Bello
acogió en su época sobre otros problemas sociales —por ejem-
plo, el de la censura de libros, a la que se opuso con vehemen-
cia—, devuelven la imagen de un individuo conservador, aunque
dotado a la vez de un fino realismo político y de una razonada
confianza en la libertad individual y en el derecho de las per-

5
Véase Isaiah Berlin, John Stuart Mill y los fines de la vida, en John
Stuart Mill, Sobre la libertad, cit., págs. 9 y ss.
6
Andrés Bello, La Centralización y la Instrucción Pública, "El Araucano",
1831.
7 Id.
232 ESTUDIOS PÚBLICOS

sonas para llevar a cabo el examen de las cosas públicas de un


modo limpio de prejuicios e intereses. Cierto es que él se
muestra partidario de un régimen de autoridad fuerte e im-
personal, en lo cual actúa motivado no sólo por las convicciones
antes indicadas, sino, sobre todo, porque Chile, y con Chile, las
restantes naciones del continente se encontraban en esa época
afanadas, de un modo acuciante y dramático, a la consolidación
de regímenes políticos independientes, y enfrentaban, por lo
tanto, la perentoria exigencia de adquirir una existencia pro-
pia, estable y perfectamente diferenciada, puesto que tal era
el único camino posible para un conjunto de nacientes repú-
blicas que, en la búsqueda de su definitiva identidad, habían
roto para siempre los lazos de subordinación y dependencia
respecto de España.
Precisamente esta actitud general de Bello, a la vez que
mesurada y realista, dotada de suficiente firmeza y alejada de
toda claudicación, se ve corroborada si se atiende al conjunto
de las ideas políticas que el mismo autor sostuvo en lo relativo
a las relaciones que las repúblicas del continente debían guar-
dar con España después de las luchas de la independencia En
efecto, en su artículo Reconocimiento de las Repúblicas His-
panoamericanas por España, publicado en "El Araucano" el
año 1835, Bello aboga, con criterio pragmático y pacifista, por
una amistosa y fructífera vinculación con8 España. "Don Andrés
Bello —refiere Miguel Luis Amunátegui — consideraba que no
podía ni debía haber odio perdurable entre dos naciones, sobre
todo, cuando tenían una misma sangre y hablaban un mismo
idioma". Por lo mismo, y refiriéndose a las relaciones de Chile
con la madre patria —sigue Amunátegui—, "una vez que los
contendientes envainaron las espadas, creyó (Bello) que debían
estrecharse las manos, olvidando agravios, heridas y daños".
En propias palabras de Bello —perdurables en su feliz
combinación de aplomo y sensatez—. "escuchar al enemigo no
es empeñarse a ojos cerrados a recibir sus propuestas como
leyes y a poner nuestra suerte en sus manos. Armémonos de
desconfianza; si se quiere, tomemos todas las precauciones posi-
bles para nuestra seguridad, pero oigámosle al menos; los
consejos de la prudencia no se oponen a la humanidad y
cortesía que, aún en el ejercicio del funesto derecho de la gue-
rra, distinguen a los pueblos civilizados de los bárbaros y hacen
más gloriosa la victoria"9.

8
Miguel Luis Amunátegui, Introducción a las Obras Completas de Andrés
Bello. Impresas por Pedro G. Ramírez, Santiago, 1885, págs. XII y XIII.
9
Andrés Bello, Reconocimiento de las Repúblicas Hispanoamericanas por
España, "El Araucano", 1835.
ANDRÉS BELLO 283

Con razón, pues, ha podido decir Arciniegas10 que "es


admirable que algunos americanos, después de una guerra vic-
toriosa, ganada por pueblos sin tradición militar, contra una
de las grandes potencias de Europa, pensaran en que la gran-
deza de estas naciones no debería apoyarse en las armas sino
en las reposadas labores de la paz; para ellos, la guerra era un
capítulo terminado, y la gloria alcanzada en las batallas, motivo
de orgullo nacional, pero incidente efímero dentro de la vida
de los pueblos, que estaban destinados a mayores sucesos".

V
A partir de las convicciones que Bello profesó acerca de la
necesidad de realización simultánea del orden y de la libertad,
se producen, a nuestro entender, diversas proyecciones en el
campo político, jurídico y social, con lo cual queremos sugerir
que algunas de las ideas que el autor abrazó acerca de ciertas
instituciones de tal orden, resultaron naturalmente influidas
por esas convicciones y deben, por tanto, ser comprendidas
sobre la base de esta determinada influencia.
En lo que sigue de este trabajo se analizarán, entonces,
algunas de estas instituciones políticas, jurídicas y sociales, a
propósito de las cuales las ideas correspondientes de Bello apa-
recen determinadas, en mayor o menor medida según los casos,
por las convicciones que el autor poseyó, según acabamos de
ver, en punto a la necesidad de armonizar el orden con la
libertad.
Origen de las Constituciones Políticas :

Para quienes pensamos que es recomendable que toda


Constitución Política se origine en una asamblea constituyente
elegida por sufragio universal, procedimiento que en nuestra
época parece garantizar mejor que otros la aspiración de que
el texto constitucional finalmente promulgado concrete las
aspiraciones, creencias e intereses ciudadanos predominantes,
con respeto, a la vez, por las opiniones de minoría, el artículo
Constituciones, publicado por Bello en 1848, puede resultar una
decepción. Pero hay que saber leerlo.
A nuestro entender, Bello maneja en este artículo una
distinción que ha jugado un papel significativo en el desarrollo
de las ciencias sociales o humanas y, entre éstas, también en
la ciencia jurídica en sentido estricto. Se trata de la necesidad

10
Germán Arciniegas, El Pensamiento Vivo de Andrés Bello, Losada,
Buenos Aires, 1958, págs. 28 y 29.
234 ESTUDIOS PÚBLICOS

que tiene el investigador de separar los fenómenos sociales, tal


cual éstos acontecen al interior de la comunidad, de los juicios
de valor que puedan luego emitirse acerca de estos mismos
fenómenos, pero no ya en cuanto a cómo ellos efectivamente
acaecen o se presentan, sino en cuanto a cómo deberían acaecer
o presentarse.
En el artículo a que hemos aludido precedentemente, Bello
hace uso de esta distinción metodológica a propósito de la gé-
nesis de las Constituciones Políticas, señalando a este respecto
que las Constituciones deben estar conformes a los sentimien-
tos, creencias y a los intereses de los pueblos, aunque no siempre
ocurre efectivamente así, porque bien puede ser, en el hecho,
que las instituciones políticas no se hallen en consonancia con
las costumbres, las ideas y las creencias sociales más dominan-
tes. Lo primero, según Bello, ocurrirá cuando la causa de la
Constitución se encuentre "en el espíritu mismo de la socie-
dad", caso en el cual ella será entonces "la expresión, la en-
carnación de ese espíritu"; en tanto lo segundo tendrá lugar
cuando el origen de la Constitución se halle en "las ideas, en
las pasiones, en los intereses de un partido, de una fracción
social", evento en el cual ella "no representará otra cosa que
las ideas, las pasiones, los intereses de un cierto número de
hombres que han emprendido organizar el poder público según
sus propias aspiraciones".
Pensamos que Bello no aprueba esta última forma de ge-
neración que puede reconocer una Constitución, aunque tam-
poco la condena abiertamente. En rigor, se limita a precisar
que no toda Constitución Política sale necesariamente del "co-
razón del pueblo", con lo cual, lejos de tender un manto de
aprobación sobre semejante hecho, se constriñe a constatarlo
con la debida neutralidad valorativa con que debe proceder el
investigador que pretende alcanzar cientificidad en sus asertos
acerca de los fenómenos que constituyen su objeto de estudio,
sin perjuicio de que, en otra sede, pueda reservar y emitir su
juicio acerca de la conveniencia o inconveniencia de la modali-
dad del hecho observado.
Así las cosas, esta invitación de Bello a que "veamos los
hechos como son" no le impide, luego de admitir la posibilidad
de que una Constitución pueda salir del "corazón de un partido
o de la cabeza de un hombre", declarar que dicha Constitución
sólo podrá tener éxito en la conformación política de la socie-
dad a condición de que "esté construida con algún acierto", de
que no se encuentre "inspirada por falsas teorías", con lo cual
Bello incurre en una opción valorativa que lo pone a cierta
distancia de una adhesión de corte autocrático.
Esta última afirmación de Bello, con la que sugiere también
que el Derecho Político debe ser más expresivo que instrumen-
tal respecto de la comunidad para la cual se lo dicta, se ve
ANDRÉS BELLO 235

corroborada al revisar otros textos del autor, particularmente


su artículo sobre Publicidad de los Juicios, en el que manifiesta
su oposición a las Constituciones inspiradas en abstracciones
desvinculadas de los hábitos e intereses políticos más arraiga-
dos, llamándolas, con un dejo de manifiesta ironía, "teoremas
de derecho político". "Si hay algo completamente demostrado
por la experiencia —escribe en este último artículo—, es que
no debe esperarse subsistencia ni buenos efectos de ninguna
Constitución modelada por principios teóricos, sin afinidad
con aquellos que por una larga práctica han adherido íntima-
mente al cuerpo social".
Vinculación a la Ley por Parte de la Autoridad

Bello considera también la necesaria vinculación a la ley


que debe existir de parte de la autoridad pública, vinculación
que el autor visualiza no sólo como una necesidad jurídica,
sino también social y política.
De este modo, los ciudadanos no deben esperar de la
autoridad únicamente la declaración de ésta en orden a su
permanente decisión de hacer cumplir el derecho, sino, además,
acerca de su voluntad de cumplirlo ella misma, puesto que "la
ley —como escribe Bello, precisamente, en su artículo sobre
Observancia de la Ley— debe ser la divisa de los legisladores
y de los gobiernos, la ley que anime las operaciones todas de
los encargados de tan sublimes funciones, porque ellas pierden
todo su esplendor, su valor y su influencia en el momento en
que la ley deja de dirigirlas".
El humanista venezolano declara a continuación que "los
mismos encargados de dar las leyes, el gobierno supremo a
quien corresponde sancionarlas, están ligados en el ejercicio de
sus altas funciones a leyes que no pueden traspasar; porque si
bien una disposición legal puede derogarse, mientras ella sub-
siste, por ninguno debe respetarse tanto cuanto por aquellos
que, infringiendo las leyes, no harían otra cosa que minar las
mismas bases sobre que su autoridad descansa".
Estas ideas de Bello concuerdan en cierto modo con las que
por su parte iba a expresar Rudolf von Ihering en su célebre
conferencia acerca de La Lucha por el Derecho, dada en Viena
el año de 1872, o sea, treinta y seis años después del artículo de
Bello a que hemos hecho referencia en este acápite.
"El sentimiento del orden —dice Ihering11— no puede
nacer en el servidor si el mismo amo provoca de hecho la impo-
sibilidad del orden; de igual manera, el sentimiento del derecho

11
Rudolf von Ihering, El Fin en el Derecho, Bibliográfica Omeba, Buenos
Aires, 1960, pág. 185.
236 ESTUDIOS PÚBLICOS

permanecerá extraño al subdito del Estado si este mismo estruja


bajo los pies sus propias leyes". Cuando ello ocurre —sigue ad-
virtiendo Ihering—, esto es, cuando el Estado incurre reitera-
damente en actos arbitrarios, se corre el riesgo de padecer dos
situaciones que el autor califica de "trágicas". Por una parte,
el "espectáculo del hombre que, llevando constantemente en
su corazón el aguijón de la injusticia contra la cual es impo-
tente, llegará a perder poco a poco el sentimiento de la vida
moral y toda creencia en el derecho", y, por la otra, la situación
del que, habiendo sido víctima de reiteradas injusticias, "se
encuentra violentamente lanzado fuera de la vía legal y se hace
vengador y ejecutor de su propio derecho", "no siendo raro
que, lanzado por la pendiente, fuera de su fin directo, se de-
clare enemigo de la sociedad, bandolero y homicida". En este
último caso —finaliza Ihering—, "el sentimiento del derecho
abandonado por el poder que debía protegerlo, libre y dueño
de sí mismo, busca los medios para obtener la satisfacción que
la imprudencia, la mala voluntad y la impotencia le niegan",
recordando a este respecto las palabras del protagonista de
Miguel Kohlhaas, la novela de Heinrich von Kleist: "El que me
niega la protección de las leyes, me destierra entre los salvajes
del desierto y pone en mis manos la maza con que debo defen-
derme".
Separación de los Poderes e Independencia del Poder Judicial
El principio de la separación de los poderes del Estado es
presentado por Bello como una garantía para "el ensanche de
la libertad en todos los pueblos civilizados de la tierra", aunque
sin concederle, por cierto, ningún carácter simplistamente ab-
soluto o ilimitado, como podría hacerlo quien abrazara este
principio al modo rutinario de un dogma y no por los probados
beneficios que de él derivan para toda la vida social.
Entiende Bello que el bienestar de los ciudadanos, especial-
mente en la protección del régimen de libertades que éstos pue-
den oponer a la acción de la autoridad, depende en medida
importante de la separación efectiva que debe conseguirse entre
los poderes de dictar las leyes, de ejecutarlas y de juzgar, con-
siguientemente, en aplicación de ellas. La concreción de este
principio con jerarquía constitucional y la real y efectiva ope-
ratividad y observancia del mismo en el funcionamiento de los
poderes del Estado constituye, en 12palabras del propio Bello,
"la columna de los derechos civiles" .
Corolario de lo anterior son las defensas que Bello lleva a
cabo, en particular, de la independencia del Poder Judicial,

12
Andrés Bello, Independencia del Poder Judicial, "El Araucano", 1837.
ANDRÉS BELLO 237

puesto que en cuanto a la vinculación a la ley que deben ob-


servar en sus decisiones los órganos jurisdiccionales, Bello
reitera el principio ampliamente aceptado en su época, esto es,
el sometimiento irrestricto del juez a las normas legales regu-
ladoras tanto del procedimiento por seguir para la decisión de
los asuntos, cuanto de la solución material o de fondo que se
haya de administrar en relación con éstos.
Quizá Bello no perfiló con la debida amplitud los métodos
y procedimientos para salvar las insuficiencias del derecho
legislado, puesto que, al menos en el ya citado artículo sobre
Observancia de la Ley, y refiriéndose en particular al rigor en
la aplicación de las leyes penales, admite él la necesidad de
templar la severidad del derecho legislado, pero únicamente a
través de la institución de los indultos y amnistías, esto es,
siempre por un medio de benignidad o de clemencia, que queda
entregado no a la judicatura, sino a otros órganos o poderes
del Estado.
Sin embargo, esta persistencia de Bello, en orden a reco-
mendar que el juez se constituya en "esclavo de la ley" 13, debe
entenderse en parte como producto de una evidente descon-
fianza en la judicatura, pero también como expresión de aquellas
otras ideas que lo llevaron a exaltar la tarea codificadora, a
saber, proveer una mayor seguridad y certeza en las relaciones
jurídicas, cautelar las garantías individuales y reforzar el prin-
cipio de la separación de los poderes del Estado.
Publicidad de los Juicios
Las ideas de Bello acerca de la naturaleza del gobierno
representativo y del principio de separación de poderes vuelven
a quedar de manifiesto cuando se analizan las apreciaciones
que el autor formuló acerca de la publicidad de las actuaciones
judiciales.
Sobre el particular, advierte Bello que la bondad intrín-
seca de las leyes, que derivaría de la conformidad de éstas con
el interés de la comunidad, no sirve gran cosa si la legislación
de un país no consigue ser "imparcial y eficazmente observa-
da" 14, hecho respecto del cual el autor atribuye una decisiva
importancia a la organización y a los diversos principios regu-
ladores de la función jurisdiccional y, entre éstos, al de la
publicidad de los juicios, que considera, por lo demás, como una
exigencia derivada de la misma naturaleza de los gobiernos
representativos.
Institución fecunda en buenos efectos, la publicidad de los
juicios es estimada por Bello como "el único preservativo seguro
13
Andrés Bello, Observancia de la Ley, "El Araucano", 1836.
14
Ibid.
238 ESTUDIOS PÚBLICOS

de la arbitrariedad y de las prevaricaciones", a la vez que como


una verdadera escuela de instrucción pública acerca del estado
del derecho y de las tendencias que predominen en la aplicación
de éste. "¿Qué espectáculo más instructivo y útil —se pregunta
asertivamente Bello15— que el que presenta a los ciudadanos,
no en aventuras imaginarias, no en frías lecciones de moral,
sino en su propio ser y con sus nativos colores, la tentación que
arma el brazo del malhechor, los lazos que la seducción tiende
a la inocencia, las maquinaciones de la ambición y la avaricia
contra el honor, la vida y las propiedades de los ciudadanos?".
Cabe señalar, también, que en otro de sus artículos —Or-
ganización de los Tribunales, que el autor publicó en 1835—
Bello corrobora las ideas antes expuestas, a la vez que señala
las necesarias limitaciones que debe reconocer el principio gene-
ral de la publicidad de las actuaciones judiciales.
Necesidad de Fundar las Sentencias
En lo tocante a este aspecto, Bello, en dos artículos relati-
vos al tema que se publicaron en 1834 y 1839, razona en orden
a que la exigencia a los jueces de fundamentar sus decisiones
debe ser entendida como una aplicación particularizada del
principio de orden político que rige las instituciones republica-
nas, y en virtud del cual se tiene por un deber indispensable
"la cuenta estricta de todo ejercicio del poder que la asociación
ha delegado a sus mandatarios" 16. De este modo, el juez no
puede eludir su trabajo de sentar premisas e inferir consecuen-
cias, debiendo declarar siempre los fundamentos de sus deci-
siones, más allá de la simple referencia o anotación del texto
legal que sirva de base a éstas.
Ajena a inspiraciones secretas y desguarnecida de un poder
sobrenatural que mueva sus labios, la judicatura, cuyo poder se
extiende a todos los actos de la vida, debe evidenciar, a través
de la práctica consciente y responsable de fundar las senten-
cias, la inteligencia, la justicia y la pureza de sus decisiones,
puesto que la misma naturaleza de las instituciones republica-
nas exige que nadie tenga que someterse a las órdenes de la
autoridad pública como si se tratare de designios de una "ciega
y misteriosa fatalidad" 17.
"¿Es la sentencia del juez —se pregunta Bello18— la apli-
cación de una ley a un caso especial? Cite la ley. ¿Su texto es
oscuro y se presta a diversas interpretaciones? Funde la suya.

15
Andrés Bello, Publicidad de los Juicios, "El Araucano", 1830.
16
Andrés Bello, Necesidad de Fundar las Sentencias, "El Araucano", 1839.
17
Ibid.
18
Ibid.
ANDRÉS BELLO 239

¿Tiene algún vicio el título que rechaza? Manifiéstelo. ¿Se le


presentan disposiciones al parecer contradictorias? Concíllelas
o exponga las razones que le inducen a preferir una de ellas.
¿La ley calla? Habrá a lo menos un principio general, una regla
de equidad que haya determinado su juicio".
Finalidad de la Educación
La tensión entre individuo y sociedad, que se traduce, se-
gún hemos visto, en la necesidad de conciliar la libertad de
aquél con el orden que debe imperar en ésta, queda también de
manifiesto cuando Bello se ocupa de otro de sus temas predi-
lectos: la educación.
En efecto, al referirse a la educación, Bello llama a ésta
"el ensayo de la primera edad que prepara a los hombres para
desempeñar en el gran teatro del mundo el papel que la suerte
les ha destinado" 19, con lo cual anticipa debidamente una idea
sobre la cual volverá reiteradamente en sus escritos sobre el
tema, a saber, la de que la educación, vista tanto en el plano
individual como social, es ante todo una preparación para la
vida.
El supuesto que admite Bello para fijar sus ideas sobre el
punto es el de que el hombre ostenta, entre otros, el carácter
distintivo de ser susceptible de mejora progresiva, de donde se
sigue que la educación puede ser presentada como el medio
más eficaz para promover esta capacidad de progreso que reco-
noce el género humano y cada individuo en particular. Si el
hombre es el único ser susceptible de adelantamiento, la edu-
cación pasa entonces a ser considerada como el instrumento
personal y social que permite a cada individuo, y a la sociedad
toda, llenar en mejor forma su destino.
Por lo mismo, y coincidentemente con lo que se ha venido
expresando, cabe destacar que Bello identifica a la felicidad
como el fin último de toda tarea educativa, desde el momento
que esta labor se orienta a procurar bienes y a evitar males al
individuo y a sus semejantes. Así la educación tiene que ver
tanto con la felicidad individual como con el progreso y la
prosperidad de la sociedad política.
En el plano individual, Bello estima que cada hombre
puede enriquecer su entendimiento, mejorar su comprensión
del mundo, desarrollar y perfeccionar su raciocinio y adornar su
espíritu con las ideas y las virtudes de que le provee —parcial-
mente al menos— un proceso educativo atendido con imagina-
ción y prudencia, habilitándose así "para conseguir con toda

19
Andrés Bello, Educación, "El Araucano", 1836.
240 ESTUDIOS PÚBLICOS

plenitud posible los objetos que en su creación se propuso el


Hacedor"20.
Ahora bien, la educación y su contribución a la felicidad
personal, entendida ésta como la realización del propio destino,
es puesta elocuentemente de manifiesto por Bello, a propósito de
la enseñanza superior, en su célebre discurso de instalación de
la Universidad de Chile, pronunciado en la solemne ceremonia
que tuvo lugar en Santiago el 17 de septiembre de 1843.
En ese discurso, Bello no destaca tan sólo los títulos sociales
del cultivo de las ciencias, artes y letras, sino que a la vez apre-
cia en este mismo cultivo una fuente de consuelos y recompen-
sas para el hombre individual, en cuanto las ciencias, artes y
letras, al decir del propio Bello, "aumentan los placeres y goces
del individuo que las cultiva y las ama".
"El entendimiento cultivado —dice Bello en este mismo
discurso— oye en el retiro de las meditaciones las mil voces del
coro de la naturaleza: mil visiones peregrinas revuelan en torno
a la lámpara solitaria que alumbra sus vigilias". Por lo mismo,
Bello puede considerar que las letras y las ciencias, junto con
ejercitar el entendimiento y elevar el carácter moral del indi-
viduo, son simultáneamente "el mejor preparativo para la hora
de la desgracia, después de la humilde y contenta resignación
del alma religiosa". Y nos recuerda, entonces, que Sócrates no
hace otra cosa que pensar en vísperas de beber la cicuta mortal;
que Dante compone en el destierro su Divina Comedia; que
Lavoisier pide a sus verdugos una breve prórroga para concluir
la investigación en que trabaja, y que Chenier, en los instantes
inmediatamente previos a su muerte, escribe unos últimos ver-
sos que deja inconclusos para marchar al patíbulo.
La experiencia vital del propio Bello, por su parte, confirmó
en él estas ideas acerca del electo confortable del cultivo del
saber en el individuo, por cuanto reconoce que las letras y sus
recompensas "adornaron de celajes alegres la mañana de mi
vida", "me alimentaron en mi larga peregrinación" y perma-
necen en su alma "como la flor que hermosea las ruinas" 21.
Con todo, esta finalidad en cierto modo utilitaria que Bello
atribuye a la educación, en cuanto ve en ésta un medio por el
que cada hombre se hace útil a sí mismo y a su propio destino,
se proyecta luego socialmente cuando el autor relaciona la fun-
ción educativa y sus frutos con la instalación y pervivencia de
las nuevas repúblicas independientes del continente americano.
La república se caracteriza, precisamente, por habilitar a todos
los ciudadanos para intervenir, más o menos directamente, en

20
Ibid.
21
Andrés Bello, Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad
de Chile, "El Araucano", 1843.
ANDRÉS BELLO 241

los asuntos públicos y en la orientación del gobierno, lo cual


supone que todos ellos alcancen un verdadero conocimiento22 de
sus deberes y de sus derechos, "sin el cual —advierte Bello —
es imposible llenar los primeros y dar a los segundos el precio
que nos mueve a interesarnos en su conservación".
Esta finalidad política de la educación revestía para Bello
tanta mayor importancia cuanto que, en la época en la que él
insistía acerca de estas ideas, las naciones del continente, luego
de su emancipación de España, dedicaban sus mejores esfuerzos
a la consolidación de la independencia. Por lo mismo, si durante
la colonia la educación había sido, en general, una educación
para la obediencia, las nacientes repúblicas debían ahora edu-
car a los ciudadanos para habituarlos a mandar, si no directa-
mente por sí mismos, a través o por medio de representantes
designados al modo de agentes de la voluntad nacional. Por lo
mismo el autor subraya en su artículo sobre Educación que, sin
una verdadera instrucción, "ni podremos cumplir jamás con
nuestras funciones como miembros del cuerpo político, ni ten-
dremos por la conservación de nuestros derechos el celo que
debe animarnos, ni veremos jamás encendido ese espíritu pú-
blico que es uno de los principios de la vitalidad de las
naciones".
Función de la Universidad
Por último, no deja de llamar la atención que haya sido a
propósito de la Universidad que Bello se refiriera de manera
enteramente explícita al tema de las relaciones entre el orden
y la libertad, concretamente en el ya mencionado discurso de
instalación de la Universidad de Chile, en el que pueden leerse
las siguientes palabras: "La libertad, como contrapuesta, por
una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y
por otra a la desarreglada licencia que se rebela contra toda la
autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos
del corazón humano, será, sin duda, el tema de la Universidad
en todas sus diferentes secciones".
Bello, en ese mismo discurso, rebate enérgicamente a quie-
nes puedan mirar el cultivo de las ciencias y de las letras como
una fuente de peligros políticos, morales o religiosos. Sabe muy
bien que existen quienes "no querrían que la razón desplegase
jamás las velas" y que "de buena gana la condenarían a una
inercia eterna", con lo cual, como él mismo dice, "la Universi-
dad no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones
sociales".

22
Andrés Bello, Educación, cit.
242 ESTUDIOS PÚBLICOS

VI

Revisadas sucintamente algunas instituciones y problemas


políticos, jurídicos y sociales en los que se aprecia una induda-
ble proyección de las ideas que Bello abrazó en torno al punto
de las relaciones entre el orden y la libertad y sobre la necesidad
de una realización concurrente de ambos valores, podemos con-
cluir estas líneas verificando que en éste, como en tantos otros
asuntos que inquietaron al notable humanista del siglo pasado,
se combinan en él, de modo quizá inmejorable, "la búsqueda
razonada23 de lo ideal y su adaptación a los límites de lo
posible" .
La búsqueda razonada de lo ideal —decimos— porque
Bello coloca la libertad individual como una exigencia insosla-
yable que los hombres no sólo no doblegan por el hecho de vivir
en sociedad, sino que, muy por el contrario, refuerzan aún más
como resultado de esta misma vida social, desde el momento
que ésta, junto a las ventajas y beneficios que trae para el hom-
bre en el plano individual, lleva siempre consigo, también, como
resultado de la organización, distribución y ejercicio del poder,
un riesgo para el preciado don de la libertad. Y su adaptación
a los límites de lo posible —agregamos—, en cuanto la exalta-
ción de la libertad no encuentra en Bello un adepto superficial
que se deje conducir sin mayor reflexión por la pendiente siem-
pre acusada de estas palabras que, como "libertad", poseen
una suerte de inexpugnable prestigio y una poderosa e inago-
table carga para la acción, sino que, lejos de eso, puede él
comprobar que lo que calificamos hace un instante de exigencia
insoslayable, encuentra inevitablemente unos ciertos límites en
las simultáneas reclamaciones de autoridad y de orden que pre-
supone toda provechosa y pacífica vida social.
Sin embargo, estos límites que Bello traza a la libertad no
pueden quedar entregados, en la materialidad de sus distintas
demarcaciones históricas, al juego espontáneo y circunstancial
de las denominadas "razones de Estado", cuyo efecto confinante
para la libertad de los individuos no siempre dimana de la
prudente finalidad de coordinar razonablemente las activida-
des e intereses de éstos, sino del propósito, confesado o no, de
desmedrar dicha libertad en beneficio de una expansión ilegí-
tima de la acción de la autoridad y de un fortalecimiento del
poder personal de quienes ejercen ocasionalmente esta misma
autoridad.
Lo anterior quiere decir, por último, que tanto sobre los
pueblos como sobre los individuos pesa entonces el deber de
23
La expresión es de Eugenio Orrego Vicuña, Andrés Bello. Itinerario de
una Vida Ejemplar, en Estudios sobre Andrés Bello, Fondo A. Bello,
Santiago, 1966, compilación y prólogo de Guillermo Feliú Cruz, pág. 219.
ANDRÉS BELLO 243

conservar esa conciencia alerta que reclama para sí todo hecho


o situación con realidad histórica a propósito de la cual se
reitere el problema de la relación entre orden y libertad y de
los límites que uno y otra reconocen entre sí. Pero este deber
pesa también sobre la misma autoridad, puesto que, al decir
siempre persuasivo de Rousseau, cuya obra bien conocía Bello,
"es incontestable, y tal es el precepto fundamental de todo
derecho político, que los pueblos se han dado jefes para defen-
der su libertad y no para oprimirlos. Si tenemos un príncipe
—decía Plinio a Trajano—, es con el fin de que nos preserve de
tener un amo"24.

24
Jean-Jacques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre
los hombres, Segunda Parte, Edeval, Valparaíso, 1979, traducción de
Ángel Pumarega, pág. 154.
ENSAYO

Qué es Ser Conservador *

Michael Oakeshott **

El conservatismo no es una doctrina, sino que, más bien, una actitud.


Este ensayo constituye una interpretación del modo de actuar y de
sentir que definen al conservador contemporáneo.
El autor defiende este modo de ser como una manera de asegurarse
la identidad en el tiempo. Examina todo un rango de actividades —la
amistad, los juegos y deportes, el uso de las herramientas, las reglas
de conducta social— en las cuales predomina o debiera predominar el
espíritu conservador. Luego se aboca a lo que desde esta posición cabe
esperar del gobierno y de la política.

No comparto la creencia general de que sea imposible (o,


sí no imposible, tan poco prometedor que no valdría la pena
intentarlo) el deducir principios generales explicativos de lo
que se conoce como conducta conservadora. Puede ser verdad
que la conducta conservadora no encaje fácilmente en el len-
guaje de las ideas generales y que, por consiguiente, haya exis-
tido una cierta renuencia a realizar este tipo de análisis; sin
embargo, no debe suponerse que la conducta conservadora sea
menos idónea que cualquier otra para este tipo de interpreta-
ción en lo que ella valga. Pero no es éste el objetivo que pro-
pongo. Mi tema no constituye un credo ni una doctrina, sino

* Traducido del libro Rationalism in Politics and Other Essays, London:


Methuen and Company, University Paperback, 1981. Publicado por
primera vez en 1962. En el original el ensayo se titula "On being con-
servative". Traducido y publicado con la debida autorización.
** Profesor de Ciencia Política en el London School of Economics and
Political Science, Universidad de Londres.
246 ESTUDIOS PÚBLICOS

una actitud. Ser conservador significa inclinarse a pensar y a


comportarse en determinada forma; es preferir ciertos tipos de
conducta y ciertas condiciones de las circunstancias humanas
a otras; es disponerse a tomar determinadas decisiones. Mi
objetivo es interpretar esta actitud tal como se presenta en el
carácter contemporáneo en vez de trasladarla al lenguaje de
los principios generales.
Resulta fácil discernir las características generales de esta
actitud, a pesar de que han sido frecuentemente mal interpre-
tadas. Se resumen en una propensión a usar y disfrutar de lo
que se dispone en vez de desear o buscar otra cosa; a deleitarse
con lo presente más que con lo pasado o futuro. La reflexión
puede producir una adecuada gratitud por lo disponible y, por
consiguiente, el reconocimiento de un regalo o herencia del
pasado; pero no existe ninguna simple idolatría por lo que ha
pasado o se ha ido. Lo que se aprecia es el presente, y no debido
a sus conexiones con una remota antigüedad ni porque se con-
sidere que sea más admirable que cualquiera alternativa posi-
ble, sino gracias a su familiaridad: no Verweile doch, du bist
so schön, sino Quédate conmigo porque estoy encariñado
contigo.
Si el presente es poco atractivo y ofrece muy poco o nada
que usar o disfrutar, esta inclinación será entonces débil o
estará ausente; si el presente es muy inestable, ésta se desple-
gará en la búsqueda de un apoyo más firme y, por consiguiente,
va a recurrir y a explorar el pasado; pero, característicamente,
se impone cuando hay mucho que disfrutar, y será más fuerte
cuando coexiste el riesgo de pérdida. En resumen, se trata de
una actitud propia de una persona claramente consciente que
tiene algo que perder y que ha aprendido a valorar; una per-
sona que, en cierto modo, tiene muchas oportunidades que
disfrutar, aunque no tantas como para no impórtale perderlas.
Se presentará más naturalmente en la gente mayor que en la
gente joven, no porque los mayores sean más sensibles a la
pérdida, sino porque éstos tienen mayor conciencia de los re-
cursos de su mundo y, por consiguiente, tienden menos a
encontrarlos inadecuados. En algunas personas, esta actitud es
débil porque simplemente desconocen lo que el mundo tiene
para ofrecerles: el presente es para ellos sólo un residuo dejado
por lo inoportuno.
Ser conservador consiste entonces en preferir lo familiar a
lo desconocido, lo probado a lo no probado, los hechos al mis-
terio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano
a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente
a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica. Las rela-
ciones y las lealtades familiares serán preferibles a la fascinación
de vínculos más provechosos. El hecho de adquirir y acrecentar
será menos importante que mantener, cultivar y disfrutar. El
QUE ES SER CONSERVADOR 247

pesar provocado por la pérdida será más agudo que la excitación


que provoca la novedad o la promesa. Se trata de poder hacer
frente a nuestro propio destino, vivir conforme a nuestros pro-
pios medios, contentarse con la necesidad de mayor perfección
personal como con las circunstancias que nos rodean. Para al-
gunas personas, ésta es en sí una elección; para otras es una
situación que se presenta frecuente o menos frecuentemente en
sus preferencias y aversiones, no siendo en sí elegida ni especí-
ficamente cultivada.
Ahora bien, todo parece reflejarse en una cierta actitud
con respecto al cambio y la innovación; el cambio denota las
alteraciones que tenemos que experimentar, y la innovación,
aquellas que proyectamos y realizamos.
Los cambios son circunstancias a las que tenemos que
adaptarnos, y la actitud conservadora es tanto el emblema de
nuestra dificultad para lograrlo como nuestro recurso en los
intentos que hacemos para ello. Los cambios no ejercen efecto
sólo en aquellos que no se dan cuenta de nada, que ignoran lo
que poseen y permanecen indiferentes a sus circunstancias;
pueden ser bien recibidos indiscriminadamente sólo por aquellos
que no valoran nada, cuyos vínculos son efímeros y desconocen
el amor y el afecto. La actitud conservadora no provoca nin-
guna de tales condiciones: la inclinación a disfrutar de lo
presente y disponible se opone a la ignorancia y apatía y fo-
menta la unión y el afecto. Por consiguiente, se opone al cam-
bio, que se presenta siempre, en primer lugar, como una
pérdida. El caso de una tormenta que arrasa con un matorral
y transforma un paisaje favorito, la muerte de los amigos, el
adormecimiento de la amistad, el abandono de hábitos de con-
ducta, la jubilación de un payaso favorito, el exilio involunta-
rio, los cambios de fortuna, la pérdida de las habilidades
disfrutadas y su reemplazo por otras; todos ellos son cambios,
ninguno tal vez sin compensaciones, que la persona de tempe-
ramento conservador inevitablemente lamentará. Pero le será
difícil resignarse a ello no porque lo que ha perdido fuera in-
trínsecamente mejor que cualquier otra alternativa o fuese
incapaz de mejorar, ni tampoco porque lo que toma su lugar
sea intrínsecamente imposible de aprovecharse, sino porque lo
perdido era algo que realmente disfrutaba, que había aprendido
a disfrutar, y aquello que lo reemplaza es algo con lo que no
ha adquirido aún ninguna afinidad. Por consiguiente, los cam-
bios pequeños y lentos le serán más tolerables que los grandes
y repentinos, y valorará considerablemente toda apariencia de
continuidad. Habrá algunos cambios que efectivamente no pre-
sentarán ninguna dificultad; mas, de nuevo, no porque signifi-
quen evidentes progresos, sino simplemente porque son fácil-
mente asimilados: los cambios de las estaciones son aceptados
debido a su repetición y el crecimiento de los niños debido a
248 ESTUDIOS PÚBLICOS

su continuidad. Y por lo general (el temperamento conserva-


dor) se adaptará más fácilmente a los cambios que no se oponen
a la expectativa que a la destrucción de lo que parece no
tener en sí mismo el fundamento de su disolución.
Más aún, ser conservador no consiste sólo en oponerse al
cambio (que puede ser una idiosincrasia); es también una for-
ma de adaptarse a los cambios, una actividad impuesta a todos
los hombres. En efecto, el cambio es una amenaza para la iden-
tidad, y todo cambio es un emblema de la extinción. Pero la
identidad del hombre (o de la comunidad) no es más que una
continua repetición de contingencias, cada una a merced de
su circunstancia y cada cual importante en relación a su fami-
liaridad. No se trata de una fortaleza a la que podamos retirar-
nos; la única forma que tenemos de defenderla (es decir, de
defendernos nosotros mismos) contra las fuerzas hostiles del
cambio se encuentra en el amplio campo de nuestra experien-
cia: apoyándonos en aquello que entonces muestre más firmeza,
adhiriéndonos a aquellas costumbres que no estén inmediata-
mente amenazadas y asimilando así lo nuevo sin volvernos
irreconocibles a nosotros mismos. Cuando los masai fueron
trasladados desde su antiguo país a la actual reserva en Kenya,
llevaron consigo los nombres de sus cerros, llanuras y ríos, y
se los dieron a los cerros, llanuras y ríos del nuevo país. Y es
por algún subterfugio del conservatismo que toda persona o
pueblo compelido a sufrir un cambio notable evita la deshonra
de la extinción.
Los cambios, entonces, deben ser tolerados, y una persona
de temperamento conservador (es decir, firmemente decidida
a preservar su identidad) no puede ser indiferente a ellos. En
general, ésta los juzga por el trastorno que acarrean y, como
cualquier persona, despliega sus recursos para hacerles frente.
La idea de innovación, por otra parte, significa progreso. Sin
embargo, una persona de tal temperamento no es propiamente
un ardiente innovador. En primer lugar, no tiende a pensar que
nada ocurra a menos que haya grandes cambios en vías de
realizarse y, por consiguiente, no le preocupa la ausencia de
innovación: concentra gran parte de su atención en el uso y
aprovechamiento de las cosas tal como son. Además está cons-
ciente de que no toda innovación es, en efecto, avance, y pen-
sará que innovar sin mejorar es una locura, ya sea premeditada
o accidental. Más aún, incluso cuando una innovación presenta
un progreso convincente, analizará dos veces los argumentos
antes de aceptarla. Desde su punto de vista, dado que todo
avance implica cambio, siempre es preciso contraponer el rom-
pimiento que implica y el beneficio previsto. Pero cuando haya
satisfecho sus dudas sobre este punto, siempre habrá otras
consideraciones que tomar en cuenta. La innovación es siempre
una empresa equívoca, en que la ganancia y la pérdida (incluso
QUE ES SER CONSERVADOR 249

excluyendo la pérdida de familiaridad) están tan estrecha-


mente entrelazadas, y es extremadamente difícil predecir el
resultado final: ningún progreso es absoluto. En efecto, la
innovación es una actividad que genera no sólo el "mejora-
miento" buscado, sino que una nueva y compleja situación de
la que éste es sólo uno de sus componentes. El cambio total es
siempre más amplio que el cambio previsto, y es imposible
prever ni limitar todo lo que se producirá. De este modo, cada
vez que hay una innovación, el cambio resultante será siempre
mayor que el previsto, habrá tanto pérdidas como ganancias, y
éstas no serán igualmente distribuidas entre la gente afectada.
Existe la posibilidad de que los beneficios que se obtengan sean
mayores que los previstos, pero también existe el riesgo de que
éstos sean contrabalanceados por los cambios para peor.
De todo esto, la persona de temperamento conservador
extrae algunas conclusiones. En primer lugar, que la innova-
ción implica una pérdida cierta y una ganancia posible, por
consiguiente, el peso de la prueba, la demostración de que cabe
esperar que el cambio sea en última instancia beneficioso, recae
sobre el reformador. En segundo lugar, estima que mientras
más se parezca la innovación al crecimiento (es decir, mientras
sea comprendida clara e íntimamente, y no sea simplemente
impuesta a la situación) menos posibilidades habrá de que en el
resultado predomine la pérdida. En tercer lugar, piensa que una
innovación que es respuesta a algún defecto específico, es decir,
que se proyecta para compensar algún desequilibrio concreto,
es más conveniente que la que surge de una noción de mejora-
miento general de las circunstancias humanas, y que resulta
muchísimo más conveniente que una reforma surgida de una
visión de la perfección. Por consiguiente, prefiere las innovacio-
nes pequeñas y limitadas a las grandes e indefinidas. En cuarto
lugar, favorece más bien un ritmo lento que uno rápido, dete-
niéndose a observar las consecuencias que se producen y a
hacer los ajustes adecuados. Finalmente, estima que la ocasión
es importante; y considera que —todo lo demás constante—
la ocasión más favorable para la innovación es aquella en que es
más probable que el cambio proyectado se limite a lo que se
desea y haya menos posibilidades de que sea corrompido por
consecuencias no buscadas e incontrolables.
La actitud conservadora es, entonces, cálida y positiva con
respecto al hábito y, correspondientemente, fría y crítica con
respecto al cambio y la innovación: estas dos inclinaciones se
apoyan y explican mutuamente. La persona de temperamento
conservador piensa que no se debe abandonar un bien conocido
por otro desconocido. No gusta de lo peligroso y difícil; no es
aventurero; no le atrae navegar por mares desconocidos; para
él, encontrarse perdido, perplejo o náufrago no tiene ningún
encanto. Si se ve obligado a navegar en lo desconocido, cree
250 ESTUDIOS PÚBLICOS

conveniente sondear la ruta a cada instante. Lo que los demás


identifican como timidez, él lo califica como prudencia racional;
lo que los demás interpretan como inactividad, para él consti-
tuye una inclinación a disfrutar en vez de explorar. Es persona
cautelosa y tiende a indicar su aprobación o desaprobación no
en términos absolutos sino que mesurados. Contempla la situa-
ción considerando la posibilidad de que rompa la familiaridad
de las costumbres de su mundo.

II
Comúnmente se piensa que esta actitud conservadora está
profundamente arraigada en lo que se llama la "naturaleza
humana". El cambio es cansador, la innovación requiere de
esfuerzo, y los seres humanos (se dice) tienden más al ocio que
a la actividad. Si han encontrado una forma suficientemente
satisfactoria de salir adelante, no están dispuestos a buscarse
problemas. Por naturaleza, son aprensivos con respecto a lo
desconocido y prefieren la seguridad al peligro. Son innovadores
reticentes y aceptan el cambio no porque les guste, sino (tal
como dice La Rochefoucauld, que se acepta la muerte) porque es
inevitable. El cambio produce más tristeza que alegría: el cielo
es el sueño de un mundo tanto inmutable como perfecto. Lógi-
camente, quienes interpretan "la naturaleza humana" de esta
forma están de acuerdo en que esta actitud no es única; sim-
plemente sostienen que es extremadamente fuerte, tal vez la
más fuerte de todas las inclinaciones humanas. Y hasta donde
llega, hay algo que decir a favor de esta creencia: las circuns-
tancias humanas serían seguramente muy diferentes de lo que
son si no existiera un gran ingrediente de conservatismo en
las preferencias humanas. Se dice que los pueblos primitivos
se adhieren a lo que les es familiar y se oponen al cambio; la
mitología antigua está llena de advertencias en cuanto a la in-
novación; nuestro folklore y su proverbial sabiduría acerca de
la conducta de vida abundan en preceptos conservadores; en
fin, cuántas lágrimas derraman los niños para adaptarse de
mala gana al cambio. En efecto, la actitud conservadora tiende
a prevalecer donde se ha logrado una identidad firme y donde
ésta es pobremente contrarrestada. Por otra parte, la actitud
de los adolescentes es con frecuencia y principalmente aven-
turera y experimental: cuando somos jóvenes, no hay nada que
nos parezca más atractivo que correr riesgos: pas de risque, pas
de plaisir *. Y mientras algunos pueblos parecen haber evitado
exitosamente el cambio por largo tiempo, la historia de otros
muestra períodos de intensa e intrépida innovación. En efecto,
*
Falta de riesgo, falta de placer.
QUE ES SER CONSERVADOR 251

no es mucho el beneficio que podemos sacar de la especulación


general con respecto a la "naturaleza humana" que sea más
confiable que lo que ya conocemos. Viene más al caso conside-
rar la naturaleza humana actual, considerarnos a nosotros
mismos.
Creo que en nosotros la actitud conservadora está lejos de
ser muy fuerte. En efecto, si un extranjero desprejuiciado juz-
gara nuestra conducta durante los últimos cinco siglos, razo-
nablemente podría suponer que nos gusta el cambio, que sólo
nos atrae la innovación y que tenemos tan poco interés por
nosotros mismos y cuidamos tan poco nuestra identidad, que
no le otorgarnos ninguna consideración. En general, la fascina-
ción de lo nuevo se siente más intensamente que la comodidad
de lo familiar. Tendemos a pensar que no ocurre nada impor-
tante a menos que se produzcan grandes innovaciones, y que
aquello que no mejora debe estar deteriorándose. Existe un pre-
juicio positivo en favor de lo que aún no se ha probado. Supo-
nemos fácilmente eme todo cambio es, en cierta medida, para
mejor, y nos convencemos sin dificultad de que todas las con-
secuencias de nuestra actividad innovadora significan progreso
o, al menos, el precio razonable eme debemos pagar para obte-
ner lo que deseamos. Mientras eme el conservador, si se viera
obligado a jugar, apostaría en el terreno, nosotros tendemos a
apovar nuestras fantasías individuales sin mayor cálculo y
ninguna aprensión por la pérdida. Somos codiciosos hasta el
punto de la avaricia; proclives a dejar el hueso que tenemos a
cambio de su reflejo magnificado en el espejo del futuro. En un
mundo en que todo experimenta un avance continuo, nada
hay que resista un posible mejoramiento: las expectativas de
vida de todo, excepto de los seres humanos, disminuyen constan-
temente. Las penas son efímeras, las lealtades evanescentes y el
ritmo del cambio nos previenen contra vínculos demasiado pro-
fundos. Deseamos probar algo por una vez, sin considerar sus
consecuencias. Una actividad compite con otra en cuanto a su
"actualización". Los autos y los televisores pasados de moda
tienen su contraparte en las creencias religiosas y morales pasa-
das de moda: la atención está siempre en el último modelo. Ver
es imaginar lo que podría ser en lugar de lo que es; tocar es
transformar. Cualquiera que sea la forma y la calidad del mun-
do, no dura mucho tiempo como lo queremos. Y quienes están
a la vanguardia del cambio contagian con su energía y actividad
a quienes están atrás Omnes eodem cogemur: cuando dejamos
de tener piernas ágiles, hay un lugar para nosotros en la
banda *.
* ¿"Quién de nosotros —pregunta un contemporáneo (no sin un poco de
ambigüedad)— no estaría contento, a pesar de la ansiedad nerviosa que
le produjera, con una sociedad febril y creativa en vez de una estática"?
252 ESTUDIOS PÚBLICOS

Lógicamente que nuestro carácter posee otros ingredientes,


además de este deseo de cambio (también tenemos el impulso de
apreciar y preservar), pero poca duda puede haber en cuanto a
la preeminencia de aquél. Y en estas circunstancias es convenien-
te que surja una actitud conservadora, no como una alternativa
inteligible (o incluso verosímil) a nuestro hábito mental "progre-
sista", sino más bien como un obstáculo al cambio en vías de
realizarse, o como el guardián del museo donde se preservan
ejemplos peculiares de los logros del pasado, para que los niños
los admiren, o como el curador de aquello que ocasionalmente
se considera aún no apto para la destrucción de eso que llama-
mos (con ironía) las cosas buenas de la vida.
Nuestro análisis de la actitud conservadora y su estado
actual podría terminar aquí, con el hombre en que esta actitud
es tan fuerte, que lo hace parecer como si nadara contra la
corriente; que no es tomado en cuenta no porque lo que diga sea
falso, sino porque se ha tornado irrelevante; que ha sido supe-
rado no debido a un demérito intrínseco, sino simplemente por
el devenir de las circunstancias; un carácter tímido, marchito
y nostálgico, que provoca piedad como un proscrito o desprecio
como un reaccionario. Sin embargo, creo que hay algo más que
decir. Incluso en estas circunstancias, en que evidentemente
una actitud conservadora con respecto a las cosas, en general,
no es apreciada en su justo valor, hay ocasiones en que tal
actitud sigue siendo no sólo conveniente, sino que extremada-
mente conveniente, como que hay casos en que nos inclinamos
inevitablemente en una dirección conservadora.
En primer lugar, existe un tipo de actividad (aún vigente)
que puede realizarse sólo en virtud de una actitud conserva-
dora, especialmente, las actividades donde lo que se busca es
el goce presente y no un beneficio, una recompensa, un premio
o un resultado, además de la experiencia misma. Y cuando se
reconocen estas actividades como los símbolos de esta actitud,
el hecho de ser conservador es considerado no como una hosti-
lidad prejuiciada con respecto a una actitud "progresista"
capaz de abarcar todo el campo de la conducta humana, sino
como una actitud, exclusivamente, apropiada en un amplio e
importante campo de la actividad humana. La persona en que
predomina tal tendencia es considerada como alguien que pre-
fiere participar en actividades donde ser conservador es extra-
ordinariamente apropiado y no como una persona inclinada a
imponer su conservatismo indiscriminadamente en toda acti-
vidad humana. En resumen, si nos sentimos inclinados (y la
mayoría de nosotros lo hace) a rechazar el conservatismo
como una actitud adecuada con respecto a la conducta en
general, aún queda un cierto tipo de conducta humana para la
cual esta actitud es no sólo apropiada, sino que una condición
necesaria.
QUE ES SER CONSERVADOR 253

Naturalmente, existen numerosas relaciones humanas en


que una actitud conservadora, una inclinación a disfrutar sim-
plemente lo que se ofrece por su propio beneficio, resulta par-
ticularmente inapropiada; por ejemplo, las relaciones patrón y
empleado, dueño y administrador, comprador y vendedor, ge-
rente y agente. En estas relaciones, cada participante busca
algún servicio o alguna recompensa por tal servicio. Un cliente
que se da cuenta que el dueño de la tienda es incapaz de satis-
facer sus necesidades, lo persuade de aumentar su stock o bien
va a comprar a otra parte; un vendedor incapaz de satisfacer
los deseos de un cliente, trata de imponerle otros que sí puede
satisfacer; un gerente que es mal entendido por su agente,
busca otro. Un empleado mal recompensado por sus servicios
pide un aumento; y uno que no está satisfecho con las condi-
ciones de trabajo, busca un cambio. En resumen, todas éstas
son relaciones en las que se persigue algún resultado; a cada
parte le interesa la habilidad del otro para generarlo. Si
no se encuentra lo que se busca, cabe esperar que la relación
se suspenda o termine. Tener una actitud conservadora en tales
relaciones, disfrutar de lo presente y disponible, sin considerar
si satisface una necesidad o simplemente porque nos ha
agradado y se ha vuelto familiar, es una conducta que revela
un conservatismo jusqu' - aubutiste, una inclinación irracio-
nal a rechazar todas las relaciones que requieren del ejercicio
de cualquier otra actitud. Sin embargo, incluso a estas relacio-
nes pareciera faltarles algo apropiado cuando se limitan a una
relación de oferta y demanda, y no dan cabida a la aparición
de las lealtades y nexos que surgen de la familiaridad.
Sin embargo, existen relaciones de otro tipo en las que no
se busca ningún beneficio, que se realizan voluntariamente y se
disfrutan por lo que son y no por lo que proporcionan. Tal
cosa ocurre con la amistad. El vínculo surge aquí de una re-
lación de familiaridad y subsiste en un mutuo compartir las
personalidades. Cambiar de carnicero hasta encontrar uno que
venda la carne que a uno le gusta, educar a nuestro agente
para que haga lo que se requiere, constituye una conducta que
no parece inapropiada para la relación en cuestión; pero des-
cartar amigos, porque no se comportan como esperamos que lo
hagan o rehusan actuar conforme a nuestros requisitos, cons-
tituye la conducta de una persona que no ha comprendido en
absoluto el carácter de la amistad. A los amigos no les interesa
lo que pueden obtener unos de otros, sino que solamente pasar-
lo bien juntos; y la condición para pasarlo bien es una fácil
aceptación de lo existente y la ausencia de todo deseo de cambio
o mejoramiento. Un amigo no es una persona que uno confía
que se comportará de cierta manera, alguien que satisface
ciertas necesidades, que tiene ciertas habilidades útiles, que
posee ciertas cualidades agradables o que sostiene ciertas opi-
254 ESTUDIOS PÚBLICOS

niones aceptables. Un amigo es alguien que activa la imagina-


ción, que excita la contemplación, que provoca interés, sim-
patía, agrado y lealtad, simplemente debido a la relación esta-
blecida. Un amigo no puede reemplazar a otro; existe gran
diferencia entre la muerte de un amigo y la jubilación del
sastre. La relación entre amigos es espectacular, no utilitaria; el
vínculo es de familiaridad, no de utilidad; la actitud implícita
es conservadora, no "progresista". Y lo que es cierto con res-
pecto a la amistad no es menos cierto con relación a otras
experiencias —el patriotismo, por ejemplo, o el diálogo—,
cada una de las cuales exige una actitud conservadora como
una condición para su goce.
Pero además existen otras actividades que no implican
relaciones humanas y que pueden realizarse no por provecho,
sino por el agrado que producen, y con respecto a las cuales la
única actitud apropiada es la conservadora. Este es, por ejem-
plo, el caso de la pesca. Si nuestro objetivo consiste simple-
mente en capturar peces, parece absurdo ser indebidamente
conservador. Buscaremos el mejor equipo, descartaremos prác-
ticas que se ha demostrado son poco exitosas; no nos limitare-
mos por lazos afectivos inútiles a determinadas localidades; las
penas serán efímeras, las lealtades perecederas, incluso sería
sabio probar cualquier cosa por una vez con la esperanza de
un progreso. Pero la pesca es una actividad que se puede prac-
ticar no sólo por el beneficio de una captura, sino que por
puro placer, y el pescador puede regresar a casa igualmente con-
tento a pesar de no haber tenido éxito. Cuando ocurre esto, la
actividad ha pasado a constituir un ritual en que la actitud
conservadora resulta apropiada. ¿Por qué preocuparse por el
mejor equipo si no nos preocupa pescar o no? Lo que importa
es el agrado que se tiene al hacerlo (o, tal vez, simplemente
pasar el tiempo)*, y esto puede lograrse con cualquier equipo,
en la medida en que éste sea familiar y no grotescamente
inapropiado.
En consecuencia, todas las actividades en que lo que se
busca es el agrado resultante no del éxito de la empresa, sino
que de la familiaridad de ésta, constituyen símbolos de la acti-
tud conservadora. Y existen muchas actividades de este tipo.
Fox mencionaba el juego entre ellas cuando decía que produ-

* Cuando el Príncipe Wen Wang efectuaba una gira de inspección en


Tsang, vio a un anciano pescando. Pero su pesca no era una pesca real,
ya que no lo hacía para capturar peces, sino para entretenerse. Wen
Wang lo habría empleado en la administración del gobierno, pero temía
que sus ministros, tíos y hermanos se opusieran. Por otra parte, si dejaba
ir al hombre, no podría soportar que el pueblo fuese privado de su
ejemplo. Chuang Tzu.
QUE ES SER CONSERVADOR 255

cía dos grandes placeres, el placer de ganar y el placer de


perder. En efecto, sólo puedo pensar en una actividad de este
tipo que parece requerir una actitud no conservadora: el gusto
por la moda, es decir, el injustificable deleite en el cambio
voluntario, sin importar el resultado.
Pero fuera del no poco importante conjunto de actividades
en que podemos participar sólo en virtud de una actitud con-
servadora, hay en la práctica ocasiones en que ésta parece la
actitud más adecuada; en efecto, existen pocas actividades que
en un punto u otro no la requieran. La actitud conservadora
será más apropiada que cualquier otra cada vez que la esta-
bilidad resulte más provechosa que el cambio, la seguridad más
valiosa que la especulación, la familiaridad más conveniente
que la perfección, el error convenido superior a la verdad polé-
mica, la enfermedad más tolerable que el remedio, la satisfac-
ción de las expectativas más importante que la "justicia" de
las mismas, cuando cualquier regla es mejor que el riesgo de
no tener ninguna. Y en cualquiera interpretación de la con-
ducta humana, estos casos abarcan un rango no despreciable
de circunstancias. Quien ve en la persona de actitud conserva-
dora (incluso en lo que se llama vulgarmente una sociedad
"progresista") un sujeto que nada solo contra la aplastante
corriente de las circunstancias, debería ajustar sus lentes, por-
que está excluyendo gran parte del acontecer humano.
En la mayoría de las actividades que no persiguen un
beneficio surge una diferencia, en un cierto nivel de observa-
ción, entre el proyecto emprendido y los medios empleados,
entre la empresa y las herramientas que intervienen en su rea-
lización. Por supuesto, ésta no es una diferencia absoluta;
frecuentemente los proyectos son ideados y dirigidos en base
a las herramientas disponibles, pues en raras ocasiones éstas
son diseñadas para satisfacer un proyecto determinado. Y lo
que en una oportunidad es un proyecto, en otra es una herra-
mienta. Más aún, existe al menos una excepción importante: la
actividad del poeta. Sin embargo, es una distinción relativa de
cierta utilidad, porque dirige nuestra atención a una diferencia
apropiada con respecto a los dos componentes de la situación.
En general, podemos decir que nuestra actitud con res-
pecto a las herramientas es —curiosamente— más conserva-
dora que nuestra actitud con respecto a los proyectos; o
en otras palabras, las herramientas están menos sujetas a
innovación que los proyectos debido a que, excepto en raras
oportunidades, éstas no son diseñadas para un determinado
proyecto y luego dejadas de lado, sino diseñadas para ser usa-
das en toda una serie de proyectos. Y esto es comprensible
debido a que la mayoría de las herramientas requiere de capa-
citación para su uso, lo que es inseparable de la práctica y el
256 ESTUDIOS PÚBLICOS

conocimiento de ellas. Una persona capacitada, ya sea un ma-


rinero, un cocinero o un contador, es una persona familiari-
zada con ciertas herramientas. En efecto, un carpintero es
generalmente más hábil cuando usa sus propias herramientas
que cuando emplea otras diferentes a las comúnmente emplea-
das por los carpinteros, y el notario puede usar su propia copia
(con anotaciones) del manual de Pollock sobre Sociedades o de
Jarman sobre Testamentos, más fácilmente que cualquier otra.
Estar familiarizado con las herramientas es esencial para su
uso, y en la medida en que el hombre es un animal que usa
herramientas, tiende a ser conservador.
Muchas de las herramientas actualmente en uso han per-
manecido sin innovación por generaciones; el diseño de otras
ha experimentado, en cambio, considerables modificaciones, y
nuestro inventario de herramientas está siempre creciendo y
mejorando con nuevos inventos y diseños. Las cocinas, fábricas,
talleres, construcciones y oficinas revelan una mezcla caracte-
rística de equipos recientemente inventados y de otros que han
sido largamente probados. Pero, sea como fuere, cuando se está
efectuando cualquier tipo de transacción o se ha emprendido
un proyecto determinado —ya sea preparar una torta o poner
herraduras a un caballo, tramitar un préstamo o licitar una
compañía, vender pescado o seguros a un cliente, construir un
barco o confeccionar un traje, sembrar trigo o cosechar papas,
abandonar el puerto o levantar una barrera—, reconocemos
que se trata de una ocasión particularmente apropiada para
ser conservador con respecto a las herramientas que emplea-
mos. Si se trata de un gran proyecto, se lo encargaremos a una
persona que cuente con los conocimientos para hacerlo, espe-
rándose que contrate subordinados conocedores de su oficio y
entrenados en el uso de un determinado conjunto de herra-
mientas. En algún punto de esta jerarquía de usuarios de
herramientas puede sugerirse que para hacer un trabajo de-
terminado sería necesario incrementar o modificar las herra-
mientas disponibles. Tal sugerencia puede venir de alguna
parte intermedia de la jerarquía y no imaginamos que un dise-
ñador diga: "Tengo que retirarme para efectuar una investi-
gación básica que me tomará 5 años antes de poder seguir con
el trabajo" (su equipo de herramientas es un conjunto de
conocimientos que esperamos lo tenga a mano y sepa qué hacer
con él); tampoco imaginamos que el trabajador más bajo
tenga herramientas inadecuadas para las necesidades de su
tarea específica. Pero incluso si se hace y se acepta una suge-
rencia de tal tipo, ésta no desbaratará la conveniencia de una
actitud conservadora con respecto a todo el conjunto de herra-
mientas que se esté usando. En efecto, es evidente que no se
podría realizar ningún trabajo ni efectuar ningún negocio si,
en el momento en que esto ocurriera, nuestra actitud con res-
QUE ES SER CONSERVADOR 257

pecto a dichas herramientas no fuera, hablando en términos


generales, conservadora. Y dado que dedicamos gran parte de
nuestro tiempo a hacer negocios de un tipo u otro, y poco es
lo que se puede hacer sin cierto tipo de herramientas, la actitud
conservadora ocupa inevitablemente una parte importante en
nuestro carácter.
Cuando el carpintero sale a efectuar un trabajo, tal vez
uno que no ha hecho nunca antes, lleva consigo su maletín de
herramientas conocidas y la única posibilidad que tiene de
hacer bien su trabajo reside en la habilidad con que use lo que
tiene a su disposición. Cuando el gasfiter selecciona sus
herramientas, tardaría mucho más de lo que normalmente
acostumbra si tuviera la intención de inventar otras nuevas o
mejorar las antiguas. Nadie duda del valor del dinero en el
mercado. No se haría ningún negocio si, antes de pesar una
libra de queso o servir medio litro de cerveza, se discutiera
acerca de la relativa utilidad de estas determinadas escalas de
peso y medida en comparación con otras. El cirujano no se
detiene durante una operación para rediseñar sus instrumentos.
El MCC (Marylebone Cricket Club) no autoriza un nuevo
ancho del mazo, un nuevo peso para la pelota o un nuevo largo
del rastrillo durante un partido internacional o, incluso, durante
una sesión de criquet. Cuando se está incendiando la casa, no
llamamos a la oficina de investigación para la prevención de
siniestros para que diseñe un nuevo extinguidor; como lo
señalara Disraeli, a menos que seamos lunáticos, llamamos
a los bomberos. Un músico puede improvisar música, pero se
sentiría muy mal si, al mismo tiempo, se le pidiera que impro-
visara un instrumento. En efecto, cuando el trabajador va a
realizar una tarea particularmente difícil, prefiere general-
mente usar una herramienta familiar ante cualquier otra más
moderna, pero cuyo uso aún no domina. No hay duda de que
hay un tiempo y lugar para ser radical con respecto a estas
cosas, para promover la innovación y llevar a cabo mejora-
mientos en las herramientas que empleamos, pero las ocasiones
indicadas son claramente aptas para el ejercicio de una actitud
conservadora.
Ahora bien, lo que es cierto con respecto a las herramien-
tas, en general, a diferencia de los proyectos, es aun más
evidentemente verdadero con respecto a cierto tipo de herra-
mientas actualmente en uso, en especial, las reglas generales
de conducta. Si la familiaridad que surge de la relativa inmu-
nidad al cambio es adecuada para los martillos y pinzas, mazos
o pelotas, resulta sumamente apropiada, por ejemplo, para una
rutina de oficina. No hay duda de que los hábitos son suscep-
tibles de mejoramiento, pero mientras más familiares se vuel-
ven, más útiles resultan. Es absurdo no tener una actitud
conservadora con respecto a determinada rutina. Por supuesto,
258 ESTUDIOS PÚBLICOS

puede haber excepciones, pero no hay duda de que es más


conveniente tener una inclinación conservadora en vez de re-
formista con respecto a ciertas rutinas. Consideremos la conduc-
ción de una asamblea pública, las reglas del debate en la
Cámara de los Comunes o el procedimiento de un juzgado. La
principal virtud de estas disposiciones reside en el hecho de que
son fijas y familiares; establecen y satisfacen ciertas expecta-
tivas, permiten expresar en un orden conveniente cualquier
cosa que sea pertinente, evitan conflictos extraños y conservan
la energía humana. Constituyen típicas herramientas-instru-
mentos que pueden ser elegidas para usarlas en una variedad
de trabajos distintos, pero parecidos. Son el producto de la
reflexión; no hay nada sacrosanto acerca de ellas, son suscep-
tibles de cambio y mejoramiento; pero si nuestra actitud al
respecto no fuera, hablando en términos generales, conserva-
dora, si estuviéramos dispuestos a discutirlas y a cambiarlas
en cada oportunidad, éstas perderían rápidamente su valor. Y
mientras puede haber algunas ocasiones en que resulte útil
suspenderlas, parece muy conveniente no innovarlas ni mejo-
rarlas mientras estén en funcionamiento. Y nuevamente con-
sideremos las reglas de un juego. Estas son también el pro-
ducto de la reflexión y la elección, y hay ocasiones en que es
conveniente reconsiderarlas a la luz de la experiencia presente;
pero resulta inadecuado tener una actitud que no sea conser-
vadora con respecto a ellas o rehacerlas todas al mismo tiempo,
como también muy inconveniente cambiarlas o mejorarlas en
la agitación y la confusión del juego. En efecto, mientras más
ansioso esté cada participante por ganar, más valioso será un
conjunto inflexible de reglas. Durante el juego, los jugadores
pueden forjar nuevas tácticas, pueden improvisar nuevos mé-
todos de ataque y defensa, pueden hacer lo que quieran para
invalidar las expectativas de sus opositores, excepto inventar
nuevas reglas. Esta es una actividad que debe realizarse con
moderación y sólo fuera de temporada.
Hay mucho más que se podría decir en cuanto a la perti-
nencia de la actitud conservadora y su conveniencia, incluso
en un carácter como el nuestro, bastante inclinado en la direc-
ción opuesta. Nada he dicho en cuanto a la moral ni a la reli-
gión. Pero tal vez haya dicho lo suficiente para demostrar que
—incluso si el hecho de ser conservador en todas las oportu-
nidades y con relación a todas las cosas parece tan lejos de
nuestros hábitos de pensamiento que llega a ser prácticamente
incomprensible— son pocas, sin embargo, nuestras actividades
que no se asocian en todas las ocasiones con una actitud con-
servadora. En ciertos casos la reconocen como el socio más
antiguo. Hay algunas en que la actitud conservadora es la más
importante.
QUE ES SER CONSERVADOR 259

III

Ahora bien, ¿cómo vamos a interpretar la actitud conser-


vadora con respecto a la política? Al hacer esta pregunta me
interesa no sólo la inteligibilidad de tal actitud en un conjunto
cualquiera de circunstancias, sino también su inteligibilidad en
nuestras circunstancias contemporáneas.
Los escritores que han analizado este problema dirigen
comúnmente nuestra atención a las creencias acerca del mun-
do en general, acerca de los seres humanos en general, acerca
de las asociaciones en general e, incluso acerca del universo; y
nos dicen que una actitud conservadora en política puede ser
correctamente interpretada sólo si la consideramos como un
reflejo de ciertas creencias de este tipo. Se dice, por ejemplo,
que el conservantismo en política es el complemento adecuado
de una actitud generalmente conservadora con respecto a la
conducta humana: el ser reformista en los negocios, en la moral
o en la religión, y ser conservador en política es considerado
como una inconsistencia. Se dice que el conservador en política
lo es debido a que sostiene ciertas creencias religiosas; una
creencia, por ejemplo, en la ley natural obtenida de la expe-
riencia humana y en un orden providencial que refleja un obje-
tivo divino en la naturaleza y en la historia de la humanidad,
a los que ésta debe adaptar su conducta y cuyo alejamiento
significa injusticia y calamidad. Más aún, se dice que una acti-
tud conservadora en política refleja lo que se llama una teoría
"orgánica" de la sociedad humana; que dicha actitud está
unida a una creencia en el valor absoluto de la personalidad
humana y a una creencia en la propensión primordial de
los seres humanos al pecado. Y el "conservatismo" de un
inglés ha estado siempre relacionado con la monarquía y el
anglicanismo.
Pues bien, dejando de lado las observaciones secundarias
que podamos hacer con respecto a esta interpretación de la
situación, me parece que ella adolece de un gran defecto. Es
verdad que muchas de estas creencias han sido sostenidas por
gente de tendencia conservadora en la actividad política, y
puede ser cierto que esta gente también haya creído que su
tendencia es en cierta medida confirmada por ello o, incluso se
basa en ello; pero según lo entiendo, una actitud conservadora
en política no supone que debamos sostener que estas creencias
sean verdaderas y ni siquiera que debamos suponer que ellas
sean verdaderas. En efecto, no creo que el conservantismo esté
necesariamente relacionado con ninguna creencia en particular
acerca del universo, acerca del mundo en general o acerca de la
conducta humana en general. Con lo que está realmente rela-
cionado es con ciertas creencias acerca de la actividad de gober-
nar y los instrumentos de gobierno, y es en términos de creencias
260 ESTUDIOS PÚBLICOS

sobre estos asuntos, y no otros, que puede resultar inteligible. Y,


para plantear brevemente mi punto de vista antes de desarro-
llarlo, diría que lo que hace que una actitud conservadora en
política sea inteligible no es la ley natural ni un orden providen-
cial; no tiene nada que ver con la moral o la religión: es la ob-
servación de nuestra actual forma de vida combinada con la
creencia (que desde nuestro punto de vista no debe considerarse
más que una hipótesis) según la cual, el hecho de gobernar es
una actividad limitada y específica. Vale decir, gobernar es la
provisión y custodia de las reglas generales de conducta, a las
que no se considera planes para imponer actividades sustanti-
vas, sino instrumentos que permiten a la gente seguir las acti-
vidades de su propia elección con un mínimo de frustración.
Por consiguiente, es un asunto acerca del cual es conveniente
ser conservador.
Empecemos por lo que creo que es el punto de partida
adecuado; no en el paraíso, sino que con nosotros mismos tal
como hemos llegado a ser. Tanto yo como mis vecinos, mis aso-
ciados, mis compatriotas, mis amigos, mis enemigos y aquellos
que me son indiferentes, todos somos gente que participa en
una gran variedad de actividades. Podemos tener diversas opi-
niones sobre cualquier materia concebible y cambiarlas cuando
nos fastidiamos de ellas o cuando resulten inútiles. Cada uno
de nosotros sigue su propio camino, y no hay ningún proyecto
tan extraño como para que nadie lo realice, ni ninguna em-
presa tan descabellada como para que nadie la emprenda. Hay
quienes pasan su vida tratando de vender copias del catecismo
anglicano a los judíos. Y la mitad del mundo trata de hacer
que la otra mitad desee lo que hasta la fecha nunca había
necesitado. Todos tendemos a ser apasionados en cuanto a
nuestros intereses, ya sea haciendo cosas o vendiéndolas
en los negocios o en los portales. Somos apasionados en
la religión, el estudio, la poesía, la bebida o drogas. Cada
cual tiene sus propias preferencias. Para algunos, las opor-
tunidades de elegir (que son numerosas) son invitaciones
que se aceptan con facilidad; otros las reciben con menos
ilusión o, incluso, las encuentran molestas. Algunos sueñan con
mundos nuevos y mejores; otros tienden a moverse por caminos
conocidos o se inclinan al ocio. Unos acostumbran a lamentar
la rapidez del cambio, otros disfrutan con él; todos lo reconocen.
A veces nos cansamos y nos quedamos dormidos: resulta un
alivio mirar la vitrina de una tienda y no ver nada que quera-
mos; agradecemos la fealdad simplemente, porque repele la
atención. Pero en la mayoría de los casos ansiamos la felicidad
buscando la satisfacción de los deseos que surgen inagotable-
mente. Participamos en relaciones de interés y de emoción, de
competencia, sociedad, protección, amor, amistad, celos y odio.
Algunas de ellas son más durables que otras. Nos ponemos
QUE ES SER CONSERVADOR 261

de acuerdo, nos formamos expectativas respecto a la conducta


de los demás; aprobamos, somos indiferentes y desaprobamos.
Esta multiplicidad de actividades y esta variedad de opiniones
puede producir conflictos: seguimos caminos que se entrecruzan,
y no todos aprobamos el mismo tipo de conducta. Pero, en ge-
neral, vivimos juntos, a veces cediendo, a veces sin ceder y a
veces llegando a acuerdo. Nuestra conducta está constituida en
parte por una actividad asimilada a la de los demás y, princi-
palmente, por ajustes insignificantes y moderados.
Por qué todo esto tiene que ser así no interesa. No es nece-
sariamente así. Fácilmente podemos imaginar circunstancias
humanas diferentes y sabemos que en otra parte y en otra época
la actividad humana es o ha sido mucho menos variada y cam-
biante, y la opinión mucho menos diversa y más apta para pro-
ducir conflictos; pero, de manera general, reconocemos que ésta
es nuestra condición. Se trata de una condición adquirida, a
pesar de que nadie la programara ni la eligiera específicamente
con preferencia a las demás. Es el producto no de la "naturaleza
humana" desencadenada, sino de los seres humanos impulsados
por un amor adquirido que los lleva a hacer cosas para sí mis-
mos. Y sabemos tan poco hacia dónde nos conduce como sabemos
acerca de la moda de los sombreros o del diseño de los auto-
móviles en 20 años más.
Si uno observa, ve que a algunas personas les irrita la ausen-
cia de orden y coherencia, que consideran la característica do-
minante de nuestro medio; el despilfarro, la frustración, el de-
rroche de energía humana, la falta no sólo de un objetivo
premeditado, sino que incluso de una dirección discernible
en el movimiento. En su opinión, nuestro mundo produce
un entusiasmo similar al de las carreras de autos, pero
no tiene nada de la satisfacción de una empresa bien
conducida. Esta gente tiende a exagerar el desorden exis-
tente; la ausencia de un plan es tan notoria, que los pequeños
ajustes —e incluso las medidas masivas que limitan el caos—
les parecen insignificantes; no ven el atractivo del desorden
sino sólo su inconveniencia. Pero lo que importa no es la limi-
tación de sus poderes de observación, sino el cambio en sus
pensamientos. Creen que debería hacerse algo para convertir
el llamado caos en orden porque ésta no es forma en que seres
humanos deban pasar sus vidas. Al igual que Apolo cuando vio a
Dafne con su pelo desordenado sobre los hombros, suspiran y se
dicen: "Cómo se vería si estuviera debidamente ordenado". Más
aún, nos dicen que han visto en sueños la forma de vida gloriosa
y sin conflictos propia de toda la humanidad, e interpretan estos
sueños como su justificación para tratar de eliminar las diver-
sidades y ocasiones de conflicto que caracterizan nuestra forma
de vida actual. Naturalmente, no todos esos sueños son exacta-
mente iguales; pero tienen en común el hecho de que cada uno
262 ESTUDIOS PÚBLICOS

de ellos representa una visión de las circunstancias humanas


en que se ha eliminado la ocasión de conflicto. Aparece
así la actividad humana coordinada y caminando en una
sola dirección. Todos los recursos son usados en su tota-
lidad. Y esta gente entiende la función del gobierno como la
de imponer a sus subditos las circunstancias humanas de sus
sueños. Gobernar es transformar un sueño privado en una for-
ma de vida pública y obligatoria. De este modo, la política pasa
a ser un encuentro de sueños, y en la actividad política el go-
bierno se atiene a esta interpretación de su función y recibe los
instrumentos correspondientes.
No es mi intención criticar este salto al estilo de la política
gloriosa en que el hecho de gobernar es considerado como una
constante postulación para la obtención de recursos de ener-
gía humana a fin de concentrarlos en una misma dirección. Ello
no es en absoluto ininteligible y mucho hay en nuestras cir-
cunstancias para provocarlo. Pretendo simplemente señalar que
existe una interpretación completamente diferente del gobierno,
y que no es menos inteligible y, en algunos aspectos, es tal vez
más apropiada a nuestras circunstancias.
El origen de esta actitud diferente con respecto al gobierno
y a los instrumentos de gobierno —una actitud conservadora—
puede encontrarse en la aceptación de la naturaleza de las
circunstancias humanas presentes tal como las he descrito: la
propensión a tomar decisiones propias y a sentir alegría en
hacerlo; la variedad de empresas que se atacan con pasión; la
diversidad de creencias, cada una de las cuales es sostenida con
la convicción de su exclusiva verdad; la inventiva, la variabili-
dad y la ausencia de todo gran proyecto; el exceso, la super-
actividad y el compromiso informal. La función del gobierno no
consiste en imponer otras creencias y actividades a sus subdi-
tos, ni debe tampoco protegerlos ni educarlos; ni hacerlos mejor
o más felices en otra forma; ni dirigirlos ni estimularlos a la
acción; ni guiarlos ni coordinar sus actividades de manera que
no se produzca ninguna ocasión de conflicto. La función del
gobierno consiste simplemente en gobernar. Esta es una acti-
vidad específica y limitada, fácilmente corruptible cuando es
combinada con cualquier otra, y, dadas, las circunstancias, in-
dispensable. La imagen del gobernante es la del arbitro cuya
función consiste en aplicar las reglas del juego, o la del
presidente que dirige el debate conforme a reglas conocidas pero
sin participar en él.
Ahora bien, la gente de esta tendencia comúnmente de-
fiende su creencia en que la actitud adecuada del gobierno
debe ser de aceptación, apelando a ciertas ideas generales, con
respecto a la condición actual de las circunstancias humanas.
Sostienen que existe un valor absoluto en el libre juego de la
elección humana; que la propiedad privada (el símbolo de la
QUE ES SER CONSERVADOR 263

elección) es un derecho natural; que sólo en el goce de la


diversidad de opinión y de actividad es donde cabe esperar que
se revelen la verdadera creencia y la buena conducta. Pero yo
no creo que estas creencias u otras similares sean necesarias
para que tal actitud sea inteligible. Hay algo más pequeño y
menos pretensioso que lo permitirá: la observación de que esta
condición de las circunstancias humanas es, de hecho, real y
que hemos aprendido a disfrutarla y a controlarla; que no
somos niños in statu pupillari sino adultos que no se consideran
obligados a justificar sus preferencias para efectuar sus propias
decisiones; que está fuera de la experiencia humana el suponer
que quienes gobiernan están dotados de una sabiduría superior
que les proporciona un mejor rango de creencias y actividades
y les da autoridad para imponer a sus subditos una forma de
vida totalmente diferente. En resumen, si se le pregunta a una
persona de actitud conservadora: "¿Por qué razón los gobiernos
deben aceptar la diversidad de opiniones y actividades que hay
en vez de imponer a sus subditos un sueño propio?", le bastará
con responder: "¿Y por qué no? Sus sueños no son diferentes de
los de las demás personas, y si es aburrido tener que escuchar
la repetición de los sueños de los demás, es intolerable que se
nos obligue a revivirlos. Toleramos monomaniacos, es nuestro
hábito hacerlo; ¿pero por qué debemos ser gobernados por ellos?
¿No es acaso una labor inteligible para un gobierno (pregunta
la persona de actitud conservadora) la de proteger a sus sub-
ditos contra el daño de quienes gastan su energía y su riqueza
en función de algún capricho favorito, tratando de imponerlo
a todos, no excluyendo esas actividades en favor de otras simi-
lares, sino que por la vía de establecer un límite a la cantidad
de ruido que cada cual puede emitir?"
Sin embargo, si bien esta posición es el origen de la
actitud conservadora con respecto al gobierno, esto no su-
pone que la función del gobierno sea no hacer nada. Hay
trabajo que efectuar que sólo puede ser realizado en vir-
tud de una genuina aceptación de las creencias presentes
simplemente porque existen y de las actividades vigentes
simplemente porque son llevadas a cabo. En resumen, la función
que se atribuye al gobierno es la de resolver algunos de los
conflictos que genera esta variedad de creencias y actividades;
preservar la paz sin imponer una prohibición a la elección o a
la diversidad implícita al ejercicio de aquélla; y sin imponer
una uniformidad sustantiva, sino que mediante la aplicación
de reglas generales de procedimiento a todos los subditos por
igual.
El gobierno, entonces, como lo ven los conservadores,
no comienza con una visión de otro mundo diferente y
mejor, sino con la observación del autogobierno practicado
incluso por hombres apasionados en la conducción de sus
264 ESTUDIOS PÚBLICOS

empresas; empieza en los ajustes informales de los intere-


ses entre sí, a fin de liberar de la mutua frustración a
aquellos que pueden enfrentarse en un conflicto. Algunas
veces, estos ajustes no son más que acuerdos entre dos partes
para evitar conflictos; otras veces son de mayor aplicación y
de carácter más durable, como por ejemplo, las reglas interna-
cionales para la prevención de accidentes en el mar. En síntesis,
los secretos del buen gobierno radican en el ritual, no en la reli-
gión ni en la filosofía; en el goce de la conducta ordenada y
pacífica, no en la búsqueda de la verdad ni de la perfección.
Pero el autogobierno de los hombres de creencias e inicia-
tivas apasionadas puede quebrarse cuando es más necesario. A
veces es eficaz para resolver conflictos de interés secundario,
pero más allá éstos no se puede confiar en él. Se necesita un
ritual más preciso y menos maleable para resolver los conflic-
tos masivos que pueden provocar nuestras formas de vida y para
liberarnos de las frustraciones masivas en que podemos caer.
El guardián de este ritual será el "gobierno", y las reglas que
impone serán "la ley". Podemos imaginar un gobierno que
desempeñe la función de arbitro en los casos de conflictos de
intereses, aunque actúe sin la ayuda de las leyes; igual como
podemos imaginar un juego sin reglas y un arbitro a quien se
recurre en casos de disputa, y que en cada ocasión, simple-
mente, usa su criterio para encontrar una forma ad hoc de
liberar a las partes en conflicto de su mutua frustración. Pero
la "deseconomía" de este arreglo es tan obvia, que sólo podría
esperarse de aquellos que creen que el gobernante posee una
inspiración sobrenatural y le atribuyen una función totalmente
diferente, la del líder, protector o administrador. En todo caso,
la actitud conservadora con respecto al gobierno está arraigada
en la creencia de que cuando el gobierno se basa en la acepta-
ción de las actividades y creencias de sus subditos, la única
forma adecuada de gobernar es dictando y aplicando reglas de
conducta. En resumen, ser conservador con respecto al gobierno
es un reflejo del conservatismo que hemos reconocido como
apropiado respecto a las reglas de conducta.
Según el conservador, gobernar es, entonces, proveer un
vinculum juris para aquellas formas de conducta que, debido
a las circunstancias, tienen menos posibilidades de provocar un
frustrante conflicto de intereses; es proporcionar remedio y
medios de compensación a quienes son víctimas del comporta-
miento adverso de otros; es, a veces, imponer un castigo a
aquellos que persiguen sus propios beneficios sin respetar las
convenciones y, lógicamente, es también proporcionar la fuerza
suficiente para mantener la autoridad de un arbitro de tal
tipo. De este modo, el hecho de gobernar es reconocido como
una actividad limitada y específica; no consiste en la adminis-
tración de una empresa, sino que en el mando de quienes están
QUE ES SER CONSERVADOR 265

comprometidos con una gran diversidad de empresas elegidas


libre y autónomamente. No tiene que ver con personas con-
cretas sino con actividades, y con actividades sólo en cuanto
sean propensas a enfrentarse entre sí. Gobernar no tiene que
ver con el bien ni con el mal moral, y su objetivo no consiste
en hacer hombres buenos ni mejores; no resulta, tampoco, ne-
sario a causa de la "perversión natural de la humanidad", sino
que simplemente debido a la tendencia que hay a ser extrava-
gante; su función consiste en mantener a sus subditos en paz
desarrollando las actividades que ellos han elegido en su bús-
queda de la felicidad. Y si hay una idea general que este punto
de vista implica, ésta es, tal vez, que un gobierno que no con-
serva la lealtad de sus subditos carece de valor; y que, un
gobierno que (en la antigua frase puritana) "manda en favor
de la verdad" será incapaz de lograrlo (debido a que algunos
de sus subditos creerán que su "verdad" es un error); un go-
bierno que sea indiferente a la "verdad" y al "error", y simple-
mente persiga la paz, no ofrecerá en cambio ningún obstáculo
para mantener esa necesaria lealtad.
Ahora bien, obviamente es comprensible que toda persona
que piensa de esta manera con respecto al gobierno se oponga
a la innovación: gobernar es proveer reglas de conducta, y la
familiaridad es una virtud sumamente importante en una re-
gla. Sin embargo, también tiene otras ideas. En la condición
actual de las circunstancias humanas, surgen constantemente
nuevas actividades (a veces debido a nuevos inventos) que se
extienden con gran rapidez, y las creencias son continuamente
modificadas o descartadas. El hecho de que las reglas sean in-
adecuadas para las actividades y creencias en boga resulta tan
inconveniente para el caso como el no sernos familiares. Por
ejemplo, debido a la gran variedad de inventos y considerables
cambios en la conducción de los negocios, la ley sobre derechos
de autor actualmente vigente parece ser ahora inadecuada. Y
podemos pensar que ni los periódicos, automóviles ni aeropla-
nos han recibido aún un reconocimiento adecuado en la ley
inglesa, provocando perjuicios que deberían ser reducidos. Así,
a fines del siglo pasado, nuestros gobiernos realizaron una
extensiva codificación de las partes más importantes de
nuestra ley y, de este modo, la pusieron en una relación más
estrecha con las creencias y formas de actividad existentes,
eximiéndose de los pequeños ajustes a las circunstancias que
son características del funcionamiento de nuestra ley común.
Pero muchos de tales estatutos están ahora pasados de moda. Y
hay antiguos decretos del parlamento (tal como el Acta de la
Marina Mercante), que rigen una importante actividad, que
son aún más inapropiados a las circunstancias actuales.
La innovación es entonces necesaria si se quiere que las
reglas sigan siendo adecuadas para las actividades que rigen.
266 ESTUDIOS PÚBLICOS

Pero, tal como el conservador lo entiende, la modificación de


las reglas siempre debería reflejar —y nunca imponer— un
cambio en las actividades y creencias de quienes están someti-
dos a ellas, y en ningún caso debería ser tan grande como para
destruir el ensemble. Por consiguiente, el conservador nada
tendrá que ver con las innovaciones destinadas simplemente
a satisfacer situaciones hipotéticas; preferirá aplicar la regla
que tiene a inventar una nueva; estimará conveniente retrasar
la modificación de las reglas hasta que no haya duda que ha
pasado a ser duradero el cambio que está destinado a reflejar.
Sospechará de las proposiciones de cambio que van más allá de
lo que la situación requiere; de los gobernantes que demandan
poderes extraordinarios para hacer grandes cambios y cuyas
palabras estén relacionadas con generalidades como "el bien
público" o la "justicia social"; y de los Salvadores de la Socie-
dad que se ciñen la armadura y buscan dragones que matar;
creerá pertinente considerar con cuidado la oportunidad de una
innovación. En resumen, tenderá a considerar la política, más
que como una oportunidad para un continuo reequipamiento,
como una actividad en que hay un valioso conjunto de herra-
mientas que se renueva ocasionalmente y se mantiene en buen
estado.
Todo lo expuesto puede ayudar a comprender la actitud
conservadora con respecto al gobierno. Podríamos entrar en
mayores detalles para mostrar, por ejemplo, la forma en que
una persona de tal actitud interpreta otra importante labor de
un gobierno como la conducción de la política exterior; por qué
da tanta importancia al complicado conjunto de disposiciones
que llamamos "la institución de la propiedad privada"; la conve-
niencia de su oposición a la opinión de que la política es una
sombra trazada por la economía; y por qué cree que la principal
(tal vez la única) actividad específicamente económica del go-
bierno es la mantención de una moneda estable. Pero en esta oca-
sión creo que hay algo más que agregar.
Para algunas personas, el "gobierno" es una gran fuente
de poder que los hace soñar con la forma en que podría usarse.
Tienen proyectos favoritos de diversas dimensiones, que sincera-
mente creen que son de beneficio para la humanidad, y conside-
ran que el hecho de capturar esta fuente de poder, aumentándola
si es necesario, y usarla para imponer sus proyectos favoritos a
los demás constituye la aventura de gobernar a los hombres. De
este modo, tienden a considerar al gobierno como un instrumento
de la pasión; el arte de la política consistirá en estimular y dirigir
el deseo. En resumen, gobernar es entonces considerado como
cualquier otra actividad —la compra y venta de una marca de
jabón, la explotación de los recursos de una localidad o la cons-
trucción de una bloque de casas—, sólo que el poder (en su ma-
yor parte) aquí ya está movilizado, y la empresa es notable sólo
QUE ES SER CONSERVADOR 267

porque representa un monopolio y debido a su expectativa de


éxito una vez que se ha capturado la fuente de poder. Por su-
puesto que un "empresario privado" de la política de este tipo,
no llegaría a ninguna parte en nuestros días si no hubiera gen-
tes con necesidades tan vagas como para ser convencidos de
pedir aquello que él puede ofrecerles; o con deseos tan serviles
como para preferir la promesa de una abundancia concedida a
la oportunidad de elección y actividad por cuenta propia. Pero
esto no es tan sencillo como puede parecer: con frecuencia, un
político de este tipo malinterpreta la situación, y entonces, por
un breve tiempo, incluso en la política democrática, nos damos
cuenta de lo que el camello piensa de su jinete.
Ahora bien, la actitud conservadora con respecto a la polí-
tica refleja una opinión completamente diferente de la activi-
dad de gobernar. El conservador estima que la función del
gobierno no es la de encender la pasión y darle nuevos objetivos
con que alimentarse, sino que introducir un ingrediente de
moderación en las actividades de personas demasiado apasiona-
das; limitar, desalentar, pacificar y reconciliar; no avivar el
fuego del deseo, sino sofocarlo. Y todo esto no debido a que la
pasión sea un vicio, y la moderación, una virtud, sino porque la
moderación es indispensable si se quiere evitar que hombres
apasionados sean aprisionados por conflictos que los frustren
mutuamente. Un gobierno de este tipo no debe ser considerado
como el agente de una providencia benigna, como el guardián
de una ley moral o como el símbolo de un orden divino. Lo que
proporciona es algo que sus subditos (si son un pueblo como
nosotros) pueden fácilmente reconocer como valioso. En efecto,
es algo que en cierta medida ellos hacen por sí mismos en el
curso ordinario de sus trabajos y placeres. Apenas necesitan que
se les recuerde lo indispensable que es. (Sextus Empiricus cuen-
ta que los antiguos persas recordaban el valor de esto
dejando de lado las leyes por cinco horripilantes días). En
general, no se oponen a pagar el modesto costo de este servicio,
y reconocen que la actitud apropiada con respecto a un gobier-
no de este tipo es la lealtad (a veces, una lealtad confiada, y
otras, tal vez, la ardiente lealtad de Sidney Godolphin), y el res-
peto y cierta sospecha; no amor, devoción, ni afecto. De este
modo, el gobernar es considerado una actividad secundaria;
pero también es reconocido como una actividad específica, di-
fícilmente combinable con otra debido a que todas las demás
actividades (excepto la mera contemplación) implican aban-
derizarse con algo y abandonar la indiferencia propia (según
este parecer) no sólo del juez, sino que también del legislador,
cargo que se considera de naturaleza judicial. Los subditos de un
gobierno de este tipo exigen que éste sea fuerte, esté alerta, sea
resuelto, económico, y no caprichoso ni demasiado activo. Y
desprecian a un arbitro que no dirige el juego de acuerdo a las
268 ESTUDIOS PÚBLICOS

reglas, que se abanderiza, que hace su propio juego o que siem-


pre está llamando al orden. Después de todo, en el juego está
la cosa, y al jugar ni necesitamos ser conservadores, ni estamos
dispuestos a serlo.
Pero respecto de este estilo de gobierno hay que señalar
algo más que la limitación impuesta por reglas familiares y
apropiadas. Por cierto, no se tolera que se gobierne por suge-
rencias o halagos, ni por ningún otro medio ajeno a la ley;
tampoco a través de un Ministro del Interior paternal o un
Ministro de Hacienda amenazante. Pero cabe esperar que la mis-
ma indiferencia ante las creencias y las actividades sustantivas
de los subditos estimule el hábito de la restricción. En la vehe-
mencia de nuestros compromisos, en el apasionado conflicto de
las creencias, en nuestro entusiasmo por salvar las almas de
nuestros vecinos o de toda la humanidad, un gobierno de este
tipo inyecta un ingrediente, no de razón (¿cómo podríamos espe-
rar eso?), sino de ironía que contrarresta un vicio con otro; de
burla que reduce la extravagancia sin fingir sabiduría; de mofa
que diluye la tensión; de inercia y de escepticismo. En efecto,
podríamos decir que mantenemos un gobierno de este tipo para
que nos proporcione el elemento de escepticismo que no tenemos
el tiempo ni la inclinación de buscar nosotros mismos.
Es como la brisa fría de la montaña que se hace sentir en
la llanura incluso en los días más calurosos del verano. O, aban-
donando la metáfora, como "el hombre de los controles" que, al
manejar la velocidad con que se mueven las partes, evita que
la máquina se rompa en pedazos.
Entonces no es por mero prejuicio estúpido que un conser-
vador tiene tal opinión sobre la actividad de gobernar; tampoco
es necesaria ninguna creencia metafísica de gran resonancia
para provocarla o hacerla inteligible. Ser conservador tiene que
ver simplemente con la observación de que cuando la actividad
se inclina al emprender, la contraparte indispensable es otra cla-
se de actividad inclinada hacia la limitación, que inevitablemen-
te se corrompe (en efecto, se anula completamente) cuando el
poder asignado a ella se usa para impulsar los proyectos favori-
tos. Un "arbitro" que es al mismo tiempo uno de los jugadores
no es un arbitro; las "reglas" acerca de las cuales no somos
conservadores no son reglas, sino incitaciones al desorden; y la
unión de los sueños con el gobierno genera la tiranía.

IV
En consecuencia, el conservatismo político no es en abso-
luto incomprensible en un pueblo de inclinación aventurera y
emprendedora, en un pueblo que gusta del cambio y que tiende
QUE ES SER CONSERVADOR 269

a racionalizar sus aficiones en términos de "progreso" *. Y no


necesitamos señalar que la creencia en el "progreso" es la más
cruel e inútil de todas las creencias; y que provoca codicia sin
satisfacerla, para pensar que parece inadecuado que un gobierno
sea claramente "progresista". Efectivamente, una actitud con-
servadora con respecto al gobierno parecería ser preeminente-
mente apropiada para la gente que tiene algo que hacer o algo
que pensar por cuenta propia; que tiene una habilidad que
ejercitar, una fortuna intelectual que desarrollar; para gente
cuyas pasiones no necesitan ser estimuladas, cuyos deseos no
necesitan ser provocados y cuyos sueños de un mundo mejor
no necesitan ser impulsados. Esta gente conoce el valor de una
regla que imponga el sentido del orden sin dirigir la iniciativa,
una regla que concentre el deber y deje cabida para el gozo.
Incluso podrían estar preparados para tolerar un orden ecle-
siástico legalmente establecido, pero no porque creyeran que
representa una verdad religiosa inexpugnable, sino simplemente
porque limitaría la competencia indecorosa de las sectas y (co-
mo Hume decía) moderaría "la plaga de un clero demasiado
diligente".
Ahora bien, estas creencias pueden ser o no razonables y
apropiadas para nuestras circunstancias y para las habilidades
que podamos encontrar en quienes nos gobiernan, pero creo
que son ellas y sus semejantes las que hacen comprensible una
actitud conservadora con respecto a la política. No nos interesa
saber si tal actitud sería conveniente en otras circunstancias,
ni si ser conservador con respecto al gobierno sería igualmente
pertinente en las circunstancias de un pueblo abatido, perezoso
o sin iniciativa: nos interesa lo que tiene que ver con nosotros
tal como somos. Personalmente creo que esto ocuparía un im-
portante lugar en cualquier conjunto de circunstancias. Espero,
sin embargo, haber dejado en claro que no es contradictorio en
absoluto ser conservador respecto al gobierno y radical respecto
a prácticamente todas las demás actividades. Y en mi opinión,
hay más que aprender respecto de esta actitud en Montaigne,
Pascal, Hobbes y Hume que en Burke o Bentham.
De las muchas implicaciones que podrían señalarse sobre
este punto de vista, mencionaría una especialmente: que la
política es una actividad inadecuada para los jóvenes, no debido
a sus vicios, sino por lo que yo, al menos, considero sus virtudes.
Nadie afirma que sea fácil adquirir o mantener la disposi-
ción a la indiferencia que requiere esta modalidad política. Poder

* No he olvidado plantearme: ¿Por qué razón, entonces, hemos descuidado


lo que es apropiado para nuestras circunstancias, hasta hacer del soña-
dor activista el estereotipo del político moderno? He tratado de responder
esta pregunta en otros sitios.
270 ESTUDIOS PÚBLICOS

frenar nuestras propias creencias y deseos, reconocer la ver-


dadera forma de los objetos, sentir en la mano el punto de equi-
librio de las cosas, tolerar lo que resulta abominable, distinguir
entre el crimen y el pecado, y respetar la formalidad incluso
cuando parece conducir a error, todos estos son logros difíciles.
No se debe buscar estos logros entre los jóvenes.
Los días de nuestra juventud son un sueño, una encantado-
ra insanidad, un dulce solipsismo. En ese tiempo nada tiene una
forma fija, nada un precio fijo; todo es posible y se vive feliz
a crédito. No hay obligaciones que respetar, no hay cuentas que
llevar. No hay nada que se especifique de antemano; cada cosa
es lo que se puede hacer de ella. El mundo es un espejo donde
buscamos el reflejo de nuestros propios deseos. El encanto de
las emociones violentas es irresistible. Cuando somos jóvenes no
estamos dispuestos a hacer concesiones al mundo; nunca senti-
mos el contrapeso de una cosa en nuestras manos, a menos que
sea un mazo de criquet. No podemos distinguir entre lo que
nos gusta y lo que valoramos; la urgencia es nuestra escala de
valores; y nos resulta difícil comprender que lo aburrido no es
necesariamente despreciable. No toleramos la restricción; y fácil-
mente eremos, como Shelley, que el haber contraído un hábito
es haber fracasado. En mi opinión, éstas son algunas de nues-
tras virtudes cuando somos jóvenes; pero qué lejos están de
constituir una actitud adecuada para participar en el estilo de
gobierno que he descrito. Dado que la vida es un sueño, argu-
mentamos (con lógica plausible pero errónea) la política debe
ser un encuentro de sueños, en el que esperamos imponer el
nuestro. Hay gente desafortunada, como Pitt (irónicamente
llamado "el Joven"), que nace siendo vieja, y que son aptos
para participar en política prácticamente desde la cuna; otros,
tal vez más afortunados, contradicen el dicho de que se es
joven sólo una vez, pues nunca maduran. Pero estas son excep-
ciones. Para la mayoría de nosotros existe eso que Conrad
llamaba la "línea de sombras": cuando la pasamos se descubre
un mundo sólido de cosas, cada una con su forma fija, cada
una con su propio punto de equilibrio, cada una con su precio;
un mundo de hechos, no una imagen poética, en el cual lo
gastado en una cosa no puede ser gastado en otra; un mundo
habitado además de por nosotros mismos, por otros que no
pueden ser reducidos a simples reflejos de nuestras propias
emociones. Haber llegado a familiarizarnos con este mundo
común y corriente nos califica (como ningún estudio de la
"ciencia política" podría llegar jamás a calificarnos) para par-
ticipar —si poseemos tal inclinación y carecemos de algo mejor
en qué pensar— en aquello que la persona de actitud conserva-
dora entiende que es la actividad política.
OPINIÓN

Democracia y Liberalidad *

Ernesto Rodríguez Serra **

En este comentario al Discurso Fúnebre de Pericles el autor afirma


que el régimen político que allí se elogia era una democracia basada,
más que en consensos de ideas y argumentos, en una virtud colectiva:
la liberalidad. El autor explora este concepto y su vinculación con la
amistad cívica y el amor a la ciudad, lo cual, a su vez, despende del
arte.

Conocemos el texto de Tucídides que nos transmite, con la


larga fidelidad de la memoria griega, el discurso de Pericles
como el testimonio más decisivo sobre la vida pública en Atenas.
Efectivamente, el discurso se aparta de hacer el elogio directo
de los caídos en la guerra y lo es, propiamente, de la democra-
cia como forma pública de la vida ciudadana. Y aun en medio
del dolor, esa forma de vida aparece como una experiencia
gozosa.
No podemos suponer a Pericles ajeno al dolor de la muerte
de quienes dieron sus vidas. Desde la primera lectura quedamos
sobrecogidos por la presencia de un dolor común, del que, sin
embargo, parece más bello no hablar. Y no podemos suponer
que la famosa contención ateniense sea un simple recurso re-
tórico. Tampoco las razones que da Pericles sobre la insuficien-
cia o superfluidad del elogio de los muertos son razones mera-
mente retóricas, aunque estén formuladas en ese modo de
pensar que nunca se despega del consentimiento y convenci-
miento de los iguales al que llamamos retórica. Efectivamente,

* Notas sobre el discurso de Pericles en la Historia de la Guerra del Pelo-


poneso de Tucídides.
** Profesor de literatura y filosofía en la Universidad Católica de Valparaíso
y en la Pontificia Universidad Católica de Chile.
272 ESTUDIOS PÚBLICOS

hay otra evidencia, de carácter superior, porque proviene de un


horizonte más amplio que el dolor particular, que hace posible
apartarse de él. Esa evidencia está presente ante todos los
atenienses que se han congregado para despedir a los muertos
y recogerse en su recuerdo. Por eso puede, sobreabundante-
mente, imponerse aun en medio del dolor. Es la de una vida
que ha llegado a ser capaz de recogerse y ser dueña de sí
misma; es decir, ser autárquica y, por lo mismo, autónoma. Y
aún más: esta evidencia no concierne a la vida de un hombre
solo, sino es común a la ciudad, de tal manera que también la
ciudad ha llegado a vivir autárquica, autónomamente. A esta
experiencia de la vida Pericles la llama democracia.
La democracia resulta ser así no un argumento racional
sobre la mejor forma posible de gobierno, sino una experiencia
que nace de tener el alma en común. Esta alma en común es
propia de los que se quieren, de los amantes y de los amigos. La
ciudad es un lugar en que coinciden y disputan los que tienen
esta alma en común. Que el entendimiento sea común, ni co-
lectivo ni particular, es otra de las experiencias centrales que
hemos heredado de los griegos y que en la historia del pensa-
miento ha recogido no sólo el pensar filosófico, sino aun más
entrañablemente, porque es rigurosamente tener el alma en
común, la poesía. Pero ello se aparta de esta reflexión.
Una y otra vez en la lectura del texto de Tucídides nos
asalta la pregunta sobre si la experiencia ateniense de la demo-
cracia y de la liberalidad coinciden con nuestras representa-
ciones modernas. En verdad coinciden y no coinciden. Esta casi
coincidencia es lo que nos permite acercarnos a los griegos y nos
enseña qué es lo que de ellos podemos guardar. Así, mientras
más ideas, argumentos o ideologías tenemos, la democracia se
nos aparece como proveniente de un argumento. La plenitud
de ese argumento es la revolución, o su pobre contraimagen, la
contrarrevolución. Pero la revolución, como decía Humboldt
después de haber conocido la Revolución Francesa, al romper
con la continuidad de lo que hay, se queda sin materia y piensa
sustituirla confiando en la razón. Pero la razón no crea circuns-
tancias, y sólo las circunstancias son reales1.
Podríamos decir que la democracia ateniense es conser-
vadora, en la medida en que conserva y hace crecer como poder
real y como conciencia de sí misma lo que ha heredado de sus
antepasados y sus padres.
El pensamiento de Pericles, aunque en su discurso se
aparte del tradicional elogio de los muertos, no se aparta de

1
Ver el documento El pensamiento político-filosófico de Von Humboldt
de Joaquín Barceló, que será publicado en esta misma revista próxima-
mente.
DEMOCRACIA Y LIBERALIDAD 273

la tradición, sino que da un paso decisivo hacia la compren-


sión de ella. Si habla de la forma de la vida política, reconoce
que ella ha sido heredada de los antepasados. En el recogi-
miento de su discurso están presentes los antiguos muertos, los
recientes muertos y los vivos. Todos ellos constituyen la ciudad.
Entonces puede la mirada dirigirse a la ciudad, recaer sobre
sí misma e invitar a los dolientes a mirarse como conformando
una forma superior del vivir que es el convivir en medio de la
ciudad que ellos, los antepasados y los muertos recientes cons-
tituyen.
Esa forma de convivir, rica en circunstancias, es la demo-
cracia, que ahora es capaz de mirarse y poseerse a sí misma.
Este convivir no es un argumento racional, sino el estar siempre
consintiendo en una cierta medida, no escrita ni codificada,
que no es nunca una repetición de lo recibido, sino un siempre
volver a decir los mismo, pero desde otra situación cada vez
más rica que está siempre recogiendo lo que hay. Recoger, darse
cuenta de lo que hay, eso es vivir y convivir. Pensar es darse
cuenta de lo que hay. El pensar vuelve, quiere quedarse, como
el vivir, en lo que está siendo.
Si la democracia ha sido la forma en que se ha manifestado
la conciencia de la autonomía y autarquía de la ciudad, no
necesita invocar ningún principio ajeno a ella misma para jus-
tificarse. Por eso es característico del texto que leemos que no
encontremos en él ningún argumento racional para demostrar
por qué es una forma de vida pública superior a cualquier otra.
Pero cada vez que Pericles describe las formas de la vida ate-
niense está presente la superioridad de ellas a las que requieren
de una constante coerción. La referencia es a Esparta, que vive
en la coerción del esfuerzo y la disciplina. Sabemos que Tucí-
dides nos transmite el discurso de Pericles después de la derrota
de Atenas. La democracia triunfa o pierde, pero la experiencia
de ella no depende de su éxito. En vez de una defensa de la
democracia frente a la autocracia, percibimos la plenitud de la
experiencia de la gozosa libertad común. La evidencia gozosa
es más real que ningún argumento, y este discurso está tras-
pasado de tal evidencia.
Si se vive dentro de la libertad, en una vida que se expe-
rimenta a sí misma, y que por lo mismo se mide desde sí, no
nos debe extrañar que en este discurso central de la madurez
de un pueblo no se hable de los dioses. La plenitud de la vida
no alude aquí a la intervención providencial divina. Esta ciudad
la han construido los hombres. Tampoco estamos frente a un
discurso que niegue a los dioses. Todo el rito funerario se ins-
cribe en una percepción de la mortalidad y de la inmortalidad,
de la distancia y de la cercanía de los hombres y los dioses, de
la tierra y del cielo. Sólo que Pericles está hablando de una
experiencia y plenitud humana que los hombres han apren-
274 ESTUDIOS PÚBLICOS

dido de los dioses oyendo a los poetas: el llegar a ser desde sí


mismos. Lo que es desde sí mismo es autárquico y autónomo.
Sólo porque el hombre ha llegado a ser libre en la ciudad puede
hablarse de "autoridad". La autoridad no es sino el despliegue
de la autoría"; esto es, del ser autor de sí mismo, frente al
impotente recurso al despotismo que es la triste confesión de
la falta de ser propio. Y volviendo a los dioses: porque el hom-
bre ha llegado a ser desde sí mismo tiene sentido que su vida
aparezca traspasada de la luminosa evidencia divina. Dios no
es un argumento ni un recurso. No requerimos de un Deus ex
machina para percibir la presencia divina, ni mucho menos de
una divinidad amedrentadora. Esta iluminación de la esfera de
los asuntos humanos ejerce sobre nosotros una fascinación cada
vez más sostenida, cuyo signo, diríamos, es una serenidad libre
de toda ilusión y violencia.
Estamos hablando, por fin, desde nosotros mismos. En el
discurso de Pericles de la vida en la ciudad sentimos una evi-
dencia que es nuestra. Ahí coincidimos con la democracia ate-
niense. Su discurso no es ningún antecedente "histórico" que
podamos "superar"; por el contrario, es el discurso fundador de
nuestra propia experiencia de la libertad individual y política.
La libertad no es "superable".
El convivir, el tener el alma puesta en común, ha gene-
rado una experencia de lo religioso y de lo político que tiene
lugar en la ciudad. Cuando se renuncia a este convivir, la vida
humana se aisla y empobrece; la autoridad queda entregada a
alguien que la ejerce por nosotros, y la percepción de lo reli-
gioso y de lo bello queda reducida a un sentimiento particular.
Pero el arte y la religión no son cosas "privadas". El mero
"sentimiento" artístico puede hacerse privado; pero el arte
siempre es público. El artista es siempre en su ciudad, para no
decir —porque puede ser equívoco—, que el artista siempre
pertenece a su pueblo. También lo religioso puede convertirse
en una mera "devoción" y desentenderse de la situación ciuda-
dana. Tanto la "privatización" del arte como de la religión son
características de la pérdida moderna de la experiencia de lo
público. Por eso han sido limitados al plano ineficiente e irreal
del "buen gusto" y de los "buenos sentimientos".
La autarquía ha sido posible, dice Pericles, por una cierta
manera de vivir y una política. Esa manera de vivir la cono-
cemos como eleutería y la hemos traducido como "liberalidad".
La liberalidad es inseparable de un cierto bienestar, aní-
mico y material, que nos permite vivir sin temores. La libera-
lidad requiere disponer de ciertos bienes materiales, porque ellos
nos liberan del primer temor, que es la inseguridad por nuestra
subsistencia. No se trata de la natural generosidad que encon-
tramos seguramente más en los pobres que en los ricos, sino
DEMOCRACIA Y LIBERALIDAD 275

de haberse liberado de la agotadora preocupación por el sus-


tento diario2.
Este bienestar es también anímico. Sentir que el alma está
tranquila, reposa sobre sí, entiende y acoge a las cosas y los
hombres. Por largos ejercicios generosos, el alma se hace grande,
desborda. A esta virtud la llamaban los griegos megalopsixía,
que nosotros traducimos muy bien como magnanimidad. El
alma crece oyendo, viviendo y hablando con los que tienen
el alma grande. Son aquellos a los que el alma les desborda de
la mezquina preocupación por sus pequeñas suertes diarias
hacia el amor y entendimiento de todas las cosas. Ahora bien,
estas cosas se hacen presencia y conversación todos los días en
la ciudad. Es la ciudad entendida como conversación. Es en la
amistad, filia, a los amigos y a la sabiduría que nos crece el
alma. Todo discurso filosófico es siempre en el fondo, y antes
que nada, una conversación entre amigos. Como también sabe-
mos que toda genuina conversación entre amigos es, en un
sentido amplio y último, una conversación filosófica. Esta incli-
nación a salir de nosotros mismos para encontrarnos en los
demás no es sólo el rasgo que constituye al santo o al sabio,
sino antes que nada, al genuino hombre social, que vive abierto
a sus amigos y a su ciudad. La primera preocupación humana,
los griegos dirían su preocupación "arquitectónica", aquella que
rige y que está siempre presente en las demás ocupaciones, es
la preocupación política. Por eso nos dice Pericles que al hom-
bre que se despreocupa de la vida pública " . . . lo tenemos más
por inútil que por tranquilo". Porque la vida pública se cons-
tituye en la múltiple filía; siempre la ciudad la han constituido
los amigos.
Hay una generosidad del alma que hace que se adquieran
los amigos, dice Pericles, no recibiendo buena disposición, sino
dándola. La convivencia de los amigos en la ciudad es un recí-
proco y fecundante darse. Y esto no significa una blanda con-
fusión de buenas intenciones, ninguna beatería amical a las
que con frecuenica nos sentimos arrastrados. Por el contrario,
requiere coraje y violencia interior, para estar a la altura de la
disputa ciudadana sobre la verdad de lo que se conserva y para
ser capaces de resistir a la agresión de quienes sean enemigos
de nuestra manera de vivir. Así, en la guerra, dice Pericles, no
nos es necesario ningún específico y rígido adiestramiento mili-
tar, porque entonces "nos brota el coraje 3de nuestras propias
almas cuando somos llamados a la acción" .

2
Ver el artículo de P. Esteban Gumucio, "El Cansancio de los Pobres",
revista Mensaje Nº 244, p. 517, 1975.
3
Los jóvenes "bien educados" de las universidades inglesas, tenidos por
"decadentes", "estetas" e "inútiles", encontraron esa fuerza, sin alardes
276 ESTUDIOS PÚBLICOS

Se requiere, pues coraje para hacer lo que uno quiere. Y


hay un coraje previo: el que nos hace saber lo que queremos.
Para lo que se requiere, a su vez, tener la libertad de poder
hacer muchas cosas, aprender la libertad de ir a muchas partes.
Pericles habla de la libertad como requisito para ser felices
y del coraje como requisito para ser libres. Dicho de otra ma-
nera, sólo somos felices siendo libres y sólo con coraje somos
libres. ¿Cuál es ese coraje? El atreverse a ser desde uno mismo.
Pero preferimos que una autoridad ajena piense por nosotros
y nos ahorre la peligrosa meditación; también estamos tentados
de delegar en una autoridad ajena la decisión sobre lo que
debemos hacer y cómo hacerlo. Si la libertad es gozosa, es
porque es difícil. Y si nos preguntamos por qué la felicidad y
el coraje se corresponden, quizás estemos tocando la experiencia
central de nuestra propia voluntad.
Todo el discurso recordado por Tucídides rebosa una expe-
riencia gozosa, feliz de la vida. Es el vivir sin resentimientos ni
sospechas, aceptando que cada uno viva desde su propio centro. ,
Se trata de una ciudad que da cabida a los "excéntricos", a los
originales: así es posible vivir de muchas maneras; no sólo ves-
tirse distinto, también tener ideas distintas, y no ser tenido ni
por loco ni por "raro". Pericles se pregunta si hay un límite a
la originalidad, y lo encuentra, en el ámbito de lo privado, en
no ofender a los demás, y en el ámbito de lo público, en lo que
llama el reverente temor a lo ilícito. De tal manera que la otra
cara de la libertad es la obediencia. El hombre libre obedece a
quienes libremente ha concedido autoridad, a las leyes —par-
ticularmente a las que socorren a los oprimidos— y, más que
nada, a la ley no escrita, por pertenecer a las experiencias cen-
trales de la vida en común, de las que es más bello callar, y en
la que los ciudadanos han consentido. La sanción para quien
infringe el modo propio del convivir es el quedar colocado fuera
del juego social, ajeno a la felicidad común, a la gracia del
convivir. Es la desgracia pública.
Esta determinación de la libertad como experiencia simul-
tánea y paralela a la obediencia constituye el encuentro de lo
que podríamos llamar lo propio para cada momento. Es la opor-
tunidad que la ciudad libre ofrece permanentemente al hombre
para que, haciendo lo que es apropiado, pueda apropiarse, pri-
mero, de su propia conducta, y luego, de su pertenencia a la
ciudad. Nuestra concepción moderna de lo que llamamos el
derecho de propiedad es casi siempre ciega a la de nuestra
conducta, como fundamento de toda otra propiedad posible, y
limita su comprensión al mero derecho a apropiarse de riquezas,

ni grandes palabras, cuando tuvieron que defender el modo gozoso de


su vida en la última Guerra Mundial.
DEMOCRACIA Y LIBERALIDAD 277

las que ni siquiera se entienden como tales, sino como aquello


que podemos adquirir por medio del dinero. Reivindicando una
palabra que nos aparece hoy anticuada, pero cuya fuerza ha-
bría que recuperar, deberíamos llamar decencia a la propiedad
de la vida que consiste en apropiarse de sí misma en medio de
la ciudad. Seguramente que decencia es lo que más falta a las
luchas ciegas, desmesuradas y descompensadas por obtener o
conservar todo o casi todo el poder político y todo o casi todo el
poder económico.
La respetuosa alegría de la decencia es el secreto del
hombre que habita y participa en una ciudad libre. En esta
ciudad no hay ni poderes desmesurados ni poderes ocultos. No
hay privilegios ni secretos iniciáticos. La libertad no tiene otro
secreto que su propia evidencia. No hay ningún secreto que no
esté en las calles. Cuando los secretos son liberados en la ciu-
dad de su carga esotérica y se hacen públicos, sin perder su
misterio, aparecen el arte y las ciencias. Hay una diferencia
abismal entre un hombre que puede hablar de sí mismo, pero
que rehusa convertirse en "autoridad", y se hace así político,
filósofo, artista o científico, y cualquier "guru" contemporáneo,
dictador o, simplemente, manipulador de una dialéctica cual-
quiera. Cuando la ciudad se pierde, aparecen estos simplifica-
dores o complicadores de la realidad; así la simplificación
sustituye a la clara evidencia, y la complicación a la lenta y
difícilmente descriptible complejidad de las cosas.
Lo que nos lleva inevitablemente a comparar nuestras
ciudades con la Atenas del discurso de Pericles. Cuando decimos
nuestras ciudades, pensamos, primero, en la ciudad en que
vivimos. Pero quizás nos sea demasiado cercana y el hablar de
ella nos duela tanto como para que tuviéramos que pronunciar
un discurso, yo diría, demasiado "excitado". Quizás nos baste
quedarnos en esto: que hasta los discursos mejores sobre
nuestra realidad chilena nos parecen demasiado apegados a ella;
de tal manera que hasta para querer librarnos de nuestras con-
tradicciones, voluntarismos y espejismos, tenemos que hablar
demasiado de lo que nos duele, y así no nos apartamos de
nuestros conflictos. Quizás nuestras necesarias palabras políti-
cas deban decirse desde una cierta perspectiva que sólo otra
dimensión pueda iluminar, de tal manera que sean más un
gesto definitivo, sereno, que una predicación o una denuncia.
Y esa dimensión no puede provenir, sino de esa cierta manera
de vivir que llamamos eleutería, liberalidad.
Pero, en cambio, podríamos preguntarnos si, en general, las
ciudades modernas "liberales" son comparables con la Atenas
de Tucídides y Pericles. No podemos negar, si la percepción de
la libertad es para nosotros un instinto de la vida, la fascinación
que estas ciudades ejercen sobre nosotros, sobre todo para
quienes vivimos en una ciudad que tiene y al mismo tiempo no
278 ESTUDIOS PÚBLICOS

tiene, dolorosamente, mucho de ellas. Pero antes de señalar bre-


vemente qué es lo que de ellas nos fascina, topamos en que las
hemos llamado "liberales".
Los múltiples significados de lo que llamamos "liberalis-
mo" o "liberal" no debieran, sin embargo —corriendo todos los
riesgos de confundirnos—, impedirnos intentar, por lo menos,
alguna comparación entre lo que podríamos llamar liberalismo
y liberalidad.
En primer lugar, nos parecen las ciudades liberales infini-
tamente más cercanas a la liberalidad que las totalitarias. Las
sociedades modernas libres le deben buena parte de su libertad
al liberalismo histórico. El "liberalismo" de Atenas podrá coin-
cidir o no coincidir con el liberalismo moderno, pero ciertamente
que no coincide con el despotismo moderno. Cualquier despo-
tismo en efecto, sospecha, y más, teme a la libertad personal
de los ciudadanos; desconfía de esas fuerzas que, cuando viene
el peligro, "brotan" del alma, y no puede soportar que una
ciudad sea "abierta" —como nos dice Pericles— hasta para
sus enemigos.
Pero tampoco coincide siempre el liberalismo moderno con
la liberalidad griega. En primer lugar, porque la liberalidad no
reposa sobre ninguna concepción general de la sociedad ni de
ninguna otra cosa. En consecuencia, a diferencia del liberalis-
mo moderno, no necesita de una explicación sobre el compor-
tamiento de las fuerzas sociales y económicas. Por el contrario,
proviene de una incesante vigilancia de cada hombre sobre sí
mismo, y de la vigilancia de todos los ciudadanos, en el juego
de discusión y obediencia con los que ejercen el poder. Hay otros
factores que hacen preferible mantener una relación franca,
pero no confiada, con una buena parte de nuestros liberalismos.
Algunos de ellos parecen demasiado cercanos al poder de la
riqueza y del dinero. Hasta hacerles aceptar, a veces, que el
despotismo les tienda una mano provisoria. Otros parecen
demasiado cercanos a una ingenuidad que no es tal, sino una
suerte diríamos, de "ingenuismo" que oculta una tendencia
creciente a apartarse, por insatisfacción o resentimiento, de lo
que podríamos llamar la tradición liberal.
La Tradición Liberal llamó Lionel Thrilling, uno de los
más grandes críticos literarios de la década del 40, a una colec-
ción de sus ensayos. En su prólogo, Thrilling reconocía la
inmensa fuerza, o mejor, la gran pregunta que la tradición
liberal debiera ser capaz de contestar, y que surge del gran
pensamiento y del gran arte. Y señalaba que, sin embargo, nin-
guno de los grandes creadores modernos se ha sentido parti-
cularmente atraído por el liberalismo.
Parece importante retener el sentido de lo que llamamos
la tradición liberal. El discurso de Pericles nos muestra a una
ciudad de hombres que asumen y llevan adelante una tradición
DEMOCRACIA Y LIBERALIDAD 279

que recibieron de sus padres. No es una generación revolucio-


naria ni nihilista —si es que no resulta demasiado ridículo
aplicar dos palabras que designan fenómenos tan modernos a
la ciudad antigua—, porque no es una generación descontenta.
Y no lo era, porque su liberalidad, eleutería, provenía de una
manera de vivir edificada sobre la inclinación a la amistad
(filía), a la belleza, a la generosidad, a la confianza, a la con-
versación abierta y a los juegos. Esa es la tradición liberal que
deberíamos reconocer, más abierta a las actitudes que a los
contenidos.
Mientras menos real, esto es, mientras menos filía hay
entre los habitantes de una ciudad, más ella se llena de con-
tenidos y argumentos. De tal manera que caemos en un círculo
odioso y asfixiante.
Sólo el arte, en la medida en que se mantiene fuera de las
explicaciones, parece capaz de romper este círculo. Pienso aquí
en un arte capaz de mostrar cómo la ciudad moderna, a pesar
de sus miserias, puede ser amada. Particularmente en el cine,
que permite una representación viva y directa de la vida en las
ciudades modernas. Pienso en la ciudad de Chaplin, y más re-
cientemente, en la Nueva York de Alien, en la Roma de Scola.
¿No nos brota de ahí una comprensión y un amor renovados
hacia las formas inagotables que toma el querernos en medio
de la ciudad en que vivimos? Dar y hacer posible este tener el
alma en común ha sido siempre el oficio del artista. La obra
propia no es ninguna ilusión; sólo en ella no se nos aleja
y diluye la vida como una larga explicación inútil. "Con la
edad, la obra y la vida se hacen una", decía en medio de su
pintura Georges Braque. Ese privilegio, propio del artista, que-
da ofrecido como una invitación al ciudadano que hay en
nosotros, si aceptamos que está abierta la posibilidad de que
nuestra vida cotidiana, encontrando lo propio, se convierta en
parte de esa obra hecha entre muchos que puede ser una ciudad.
Recuperar la ciudad como el lugar de la amistad o filía es la
tarea, el horizonte y la esperanza que encontramos en el dis-
curso de Pericles.
DOCUMENTO

EL DISCURSO FÚNEBRE DE PERICLES*

Tucídides

Introducción

E l Discurso Fúnebre Pericles, pronunciado el año 431 a.C. en el


Cementerio del Cerámico, en Atenas, es uno de los más altos testimonios de
cultura y civismo que nos haya legado la Antigüedad. Por de pronto, es
mucho más que un mero discurso fúnebre. Las exequias de las víctimas del
primer año de la guerra contra Esparta le brindan a Pericles la oportunidad
de definir el espíritu profundo de la democracia ateniense, explayándose
sobre los valores que presiden la vida de sus conciudadanos y que explican
la grandeza alcanzada por su ciudad. El discurso no es, por cierto, transcrip-
ción fiel de lo efectivamente dicho por el político y orador ateniense, sino la
verosímil recreación de su contemporáneo, el historiador Tucídides, que lo
incorporó al relato de sus Historias (II, 35-46), donde se narran las guerras
entre Atenas y los peloponesios. También es claro, por otra parte, que en
esta pieza no hay una cabal exactitud histórica en la descripción de Atenas,
cuya realidad aparece idealizada. Pero todo esto, en última instancia, es
irrelevante para la historia. Al menos, para la historia espiritual. Lo que a
ésta le importa, en rigor, no es tanto saber lo que de hecho Atenas fue, sino
más bien lo que ella creía ser.

TUCÍDIDES . Nació aproximadamente 460 a.C. y murió 400 a.C. Participó en la


guerra que su obra clásica relata. La guerra del Peloponeso. Este célebre discurso
aparece en el Libro II de dicha obra.
* Introducción, traducción y notas de Antonio Arbea G., profesor de Lenguas
Clásicas de la Universidad Católica de Chile.

Estudios Públicos, 11
2 ESTUDIOS PÚBLICOS

Es preciso que el lector sepa que este discurso fue escrito por Tucí-
dides bastantes años después de que fuera pronunciado y cuando ya Ate-
nas había sido derrotada. Así, más que el discurso fúnebre de Pericles a los
caídos durante el primer año de la guerra, éste es el discurso fúnebre de
Tucídides a la Atenas vencida que, aunque humillada en su derrota, se
levantaba ya como un paradigma universal su cultura cívica. El panegírico a
los muertos en combate, pues, aparece casi como un pretexto para abordar
el elogio de la gloriosa Atenas antigua y hacer la defensa de la eternidad de
su patrimonio.
El Discurso Fúnebre de Pericles es un texto fundacional. Enclavado
en los orígenes mismos de nuestra historia, constituye un originalísimo
ejemplo de conciencia ciudadana y un modelo de reflexión política alentada
por una optimista confianza en las posibilidades del hombre y en el progre-
so de la cultura humana.
Conservando el tono retórico del original, la traducción que aquí
ofrecemos ha procurado resolver con prudencia la oscuridad de ciertos pa-
sajes de cuestionada interpretación. Notas mínimas, en fin, intentan enri-
quecer la comprensión del texto y satisfacer la curiosidad del lector.

Antonio Arbea

Traducción

La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra


en esta tribuna, han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo este
discurso en el rito tradicional, pues pensaban que su proferimiento con
ocasión del entierro de los caídos en combate era algo hermoso. A mí, en
cambio, me habría parecido suficiente que quienes con obras probaron su
valor, también con obras recibieran su homenaje –como este que véis dis-
puesto para ellos en sus exequias por el Estado–, y no aventurar en un solo
individuo, que tanto puede ser un buen orador como no serlo, la fe en los
méritos de muchos.
Es difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto
del cual no es segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si
está bien informado acerca del homenajeado y favorablemente dispuesto
hacia él, es muy posible que encuentre que lo que se dice está por debajo
de lo que él desea y de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal
informado, lo más probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo
TUCIDIDES 3

que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayen-
do en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se
toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también,
en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los
que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está
siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad
Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo
ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad
y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible.

II

Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al


mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda
este homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a
través de sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre
hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son
nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, gana-
ron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron
a los hombres de hoy.
En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros
mismos, los que estamos aquí presentes, en particular los que nos encontra-
mos aún en la plenitud de la edad1, quienes lo hemos incrementado, al paso
que también le hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la
guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros
antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio
fueron conquistadas, como asimismo las ocasiones en que nosotros mis-
mos o nuestros padres repelimos ardorosamente las incursiones hostiles de
extranjeros o de griegos, ya que no quiero extenderme tediosamente entre
conocedores de tales asuntos. Antes, empero, de abocarme al elogio de
estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la
situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres
hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado referirme a
asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será provechoso
que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda escuchar.

1 Por entonces, Pericles tenía aproximadamente 64 años.


4 ESTUDIOS PÚBLICOS

III

Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los


vecinos2; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servi-
mos de modelo para algunos3. En cuanto al nombre, puesto que la adminis-
tración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen
se lo ha llamado democracia4; respecto a las leyes, todos gozan de iguales
derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los
honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los
cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría
social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le
impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de
hacerlo.
Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públi-
cos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con
nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra
molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los
asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo
por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos
a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las
dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que,
aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.

2 Alusión a Esparta, cuya constitución –se decía– era imitación de la de Creta.

El tema de la oposición entre el espíritu espartano y el ateniense reaparecerá, implícita


o explícitamente, en muchos pasajes de este retrato ideal de Atenas que aquí comienza y
que ocupa los cinco capítulos centrales del discurso, desde el III al VII.
3 Probablemente alude a Roma, que algunos años antes había enviado emisarios

a Atenas con el propósito de aprender de su desenvolvimiento cívico.


4 Desde antiguo, al parecer, llamó la atención esta definición de democracia, y

ya un par de manuscritos medievales corrigieron el texto griego tradicionalmente trans-


mitido, cambiando oikeîn por hékein, de modo de hacerlo decir: “...puesto que la admi-
nistración está en manos de (en vez de: se ejerce en favor de) la mayoría y no de unos
pocos...”. La corrección satisface también, ciertamente, las expectativas del lector de
hoy, y muchos traductores modernos la han acogido. Me parece claro, sin embargo, que
no se trata sino de una fácil y hasta anacrónica acomodación del original, desautorizada
por la lectura de los principales manuscritos. Al caracterizar el régimen democrático
como aquel en que se gobierna en el interés de la mayoría y no de unos pocos, Pericles
(o Tucídides) no hace sino –con cierta ingenuidad, es cierto– afirmar que los gobiernos
favorecen básicamente a quienes lo ejercen. Y en esto, la propia historia de Atenas lo
respaldaba. No debemos olvidar, además, que estamos ante un texto constituyente,
instaurador, donde la reflexión política está recién dando sus primeros pasos. ¡Si hasta la
palabra misma democracia no tenía entonces medio siglo de vida todavía!
TUCIDIDES 5

IV

Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procu-


rado a nuestro espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en
efecto, certámenes públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo
de todo el año, sino que también gozamos individualmente de un digno y
satisfactorio bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melan-
colía. Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad impor-
ta desde todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella
produce para nuestro provecho no son, en rigor, más nuestros que los
foráneos5.

A nuestros enemigos les llevamos ventaja también en cuanto al


adiestramiento en las artes de la guerra, ya que mantenemos siempre abier-
tas las puertas de nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los
extranjeros para impedir que se conozca o se presencie algo que, por no
hallarse oculto, bien podría a un enemigo resultarle de provecho observar-
lo6. Y es que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la
fortaleza de alma con que naturalmente acometemos nuestras empresas. Y
en cuanto a la educación, mientras ellos procuran adquirir coraje realizando
desde muy jóvenes una ardua ejercitación, nosotros, aunque vivimos más
regaladamente, podemos afrontar peligros no menores que ellos7.
Prueba de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de
otros sus expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos
sus aliados; nosotros, en cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y
combatiendo en suelo extraño contra quienes defienden lo suyo, la mayor
parte de las veces nos llevamos la victoria sin dificultad. Además, ninguno
de nuestros enemigos se ha topado jamás en el campo de batalla con todas
nuestras fuerzas reunidas, pues simultáneamente debemos atender la man-
tención de nuestra flota y, en tierra, el envío de nuestra gente a diversos
lugares. Sin embargo, cada vez que en algún lugar ellos se trenzan en lucha
con una facción de los nuestros y resultan vencedores, se ufanan de haber-

5 En Esparta, por el contrario, la posesión de riquezas estaba oficialmente


prohibida.
6 Alusión a Esparta, que no tenía metecos, esto es, colonos o extranjeros

naturalizados. En Esparta, tradicionalmente xenófoba, los extranjeros permanecían


como tales, y podían ser desterrados al arbitrio de los éforos.
7 La disciplina espartana en la educación de los jóvenes era proverbial.
6 ESTUDIOS PÚBLICOS

nos rechazado a todos, aunque sólo han vencido a algunos; y si salen


derrotados, alegan que lo fueron ante todos nosotros juntos. Pero lo cierto
es que, ya que preferimos afrontar los peligros de la guerra con serenidad
antes que habiéndonos preparado con arduos ejercicios, ayudados más por
la valentía de los caracteres que por la prescrita en ordenanzas, les llevamos
la ventaja de que no nos angustiamos de antemano por las penurias futuras,
y, cuando nos toca enfrentarlas, no demostramos menos valor que ellos
viven en permanente fatiga.
Pero no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra
ciudad merece ser admirada.

VI

En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos


el saber sin ablandarnos. La riqueza representa para nosotros la oportuni-
dad de realizar algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a
la pobreza, para nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no
esforzarse por evitarla. Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simul-
táneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de
que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias
políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que
por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.
Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a dere-
cho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción
sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes
de llevar a cabo lo que hay que hacer. Y esto porque también nos diferen-
ciamos de los demás en que podemos ser muy osados y, al mismo tiempo,
examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; en este
aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de su ignorancia,
y la reflexión los vuelve temerosos. Con justicia pueden ser reputados como
los de mayor fortaleza espiritual aquellos que, conociendo tanto los padeci-
mientos como los placeres, no por ello retroceden ante los peligros.
También por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría
de los hombres, ya que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que
nos granjeamos amigos. El que hace un beneficio establece lazos de amistad
más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado alimenta la deuda
de gratitud de éste. El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues
sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará mere-
cedor de la gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda. Somos
TUCIDIDES 7

los únicos que, movidos, no por un cálculo de conveniencia, sino por nues-
tra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar nuestra ayuda a cualquiera8.

VII

Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es


norma para toda Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los
nuestros se basta para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con
gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras no son un ocasional
alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo
que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto,
es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputa-
ción; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de
los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin,
que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente
bajo su yugo.
Nuestro poderío, pues, es manifiesto para todos, y está ciertamente
más que probado. No sólo somos motivo de admiración para nuestros con-
temporáneos, sino que lo seremos también para los que han de venir des-
pués. No necesitamos ni a un Homero que haga nuestro panegírico, ni a
ningún otro que venga a darnos momentáneamente en el gusto con sus
versos, y cuyas ficciones resulten luego desbaratadas por la verdad de los
hechos. Por todos los mares y por todas las tierras se ha abierto camino
nuestro coraje, dejando aquí y allá, para bien o para mal, imperecederos
recuerdos.
Combatiendo por tal ciudad y resistiéndose a perderla es que estos
hombres entregamos notablemente sus vidas; justo es, por tanto, que cada
uno de quienes les hemos sobrevivido anhele también bregar por ella.

VIII

La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos con-


cernientes a la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos
luchando por algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo
alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle
un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta
ocasión.

8 Un bello capítulo sobre esta materia nos ofrece Arístóteles en su Etica a

Nicómaco, IX, 7.
8 ESTUDIOS PÚBLICOS

La mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por
las que he celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos
hombres y de otros que se les asemejan en virtud. No de muchos griegos
podría afirmarse, como sí en el caso de éstos, que su fama está en conformi-
dad con sus obras. Su muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer testimo-
nio de su valentía, ya su confirmación postrera, demuestra un coraje genui-
namente varonil. Aun aquellos que puedan haber obrado mal en su vida
pasada, es justo que sean recordados ante todo por el valor que mostraron
combatiendo por su patria, pues al anular lo malo con lo bueno resultaron
más beneficiosos por su servicio público que perjudiciales por su conducta
privada.
A ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando
de su riqueza; a ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de
su pobreza y enriquecerse algún día. Tuvieron por más deseable vengarse
de sus enemigos, al tiempo que les pareció que ese era el más hermoso de
los riesgos. Optaron por correrlo, y, sin renunciar a sus deseos y expectati-
vas más personales, las condicionaron, sí, al éxito de su venganza. Enco-
mendaron a la esperanza lo incierto de su victoria final, y, en cuanto al
desafío inmediato que tenían por delante, se confiaron a sus propias fuer-
zas. En ese trance, también más resueltos a resistir y padecer que a salvarse
huyendo, evitaron la deshonra e hicieron frente a la situación con sus per-
sonas. Al morir, en ese brevísimo instante arbitrado por la fortuna, se halla-
ban más en la cumbre de la determinación que del temor.

IX

Estos hombres, al actuar como actuaron, estuvieron a la altura de su


ciudad. Deber de quienes les han sobrevivido, pues, es hacer preces por
una mejor suerte en los designios bélicos, y llevarlos a cabo con no menor
resolución. No sólo oyendo las palabras que alguien pueda deciros debéis
reflexionar sobre el servicio que prestáis –servicio que cualquiera podría
detenerse a considerarse ante vosotros, que muy bien lo conocéis por pro-
pia experiencia, señalándoos cuántos bienes están comprometidos en el
acto de defenderse de los enemigos–; antes bien, debéis pensar en él con-
templando en los hechos, cada día, el poderío de nuestra ciudad, y prendán-
doos de ella. Entonces, cuando la ciudad se os manifieste en todo su es-
plendor, parad mientes en que éste es el logro de hombres bizarros,
conscientes de su deber y pundonorosos en su obrar; de hombres que, si
alguna vez fracasaron al intentar algo, jamás pensaron en privar a la ciudad
del coraje que los animaba, sino que se lo ofrendaron como el más hermoso
TUCIDIDES 9

de sus tributos. Al entregar cada uno de ellos la vida por su comunidad, se


hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura más ilus-
tre. Esta, más que el lugar en que yacen sus cuerpos, es donde su fama
reposa, para ser una y otra vez recordada, de palabra y de obra, en cada
ocasión que se presente.
La tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos
habla no sólo una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en
suelo extranjero pervive su recuerdo, grabado no en un monumento, sino,
sin palabras, en el espíritu de cada hombre.
Imitad a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la
libertad en la valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra. Quienes
con más razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que
ya nada bueno esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de
sufrir un revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en
caso de experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande.
Para un hombre que se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente
la dominación es más penoso que, casi sin darse cuenta, morir animosamen-
te y compartiendo una esperanza.

Por tal razón es que a vosotros, padres de estos muertos, que estáis
aquí presentes, más que compadeceros, intentaré consolaros. Puesto que
habéis ya pasado por las variadas vecisitudes de la vida, debéis de saber
que la buena fortuna consiste en estar destinado al más alto grado de no-
bleza –ya sea en la muerte, como éstos; ya en el dolor, como vosotros–, y
en que el fin de la felicidad que nos ha sido asignada coincida con el fin de
nuestra vida. Sé que es difícil que aceptéis esto tratándose de vuestros
hijos, de quienes muchas veces os acordaréis al ver a otros gozando de la
felicidad de que vosotros mismos una vez gozásteis. El hombre no experi-
menta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha probado, sino
cuando se le arrebata uno al que ya se había acostumbrado. Pero es preciso
que sepáis sobrellevar vuestra situación, incluso con la esperanza de tener
otros hijos, si es que estáis aún en edad de procrearlos. En lo personal, los
hijos que nazcan representarán para algunos la posibilidad de apartar el
recuerdo de los que perdieron; para la ciudad, entretanto, su nacimiento
será doblemente provechoso, pues no sólo impedirá que ella se despueble,
sino que la hará más segura, ya que nadie puede participar en igualdad de
condiciones y equitativamente en las deliberaciones políticas de la comuni-
dad, a menos que, tal como los demás, también él exponga su prole a las
consecuencias de sus resoluciones.
10 ESTUDIOS PÚBLICOS

Y aquellos de vosotros que habéis llegado ya a la ancianidad, tened


por ganancia el haber vivido felizmente la mayor parte de vuestra vida,
considerad que la que os queda ha de ser breve, y consolaos con la fama
alcanzada por éstos vuestros hijos. Lo único que no envejece, en efecto, es
el amor a la gloria; y cuando la edad ya declina, no es atesorar bienes lo que
más deleita, como algunos dicen, sino recibir honores.

XI

Y en cuanto a vosotros, hijos o hermanos, aquí presentes, de estas


víctimas de la guerra, veo grande el desafío que tenéis por delante, porque
solamente aquel que ya no existe suele concertar el elogio de todos; a duras
penas podréis conseguir, por sobresalientes que sean vuestros méritos, ser
considerados no ya sus iguales, sino incluso sus cercanos émulos. La envi-
dia de los rivales la sufren quienes están vivos; el que, en cambio, ya no
representa un obstáculo para nadie, es honrado con generosa benignidad.
Y si, para aquellas esposas que ahora quedan viudas, debo también
decir algo acerca de las virtudes propias de la mujer, lo resumiré todo en un
breve consejo: grande será vuestra gloria si no desmerecéis vuestra condi-
ción natural de mujeres y si conseguís que vuestro nombre ande lo menos
posible en boca de los hombres, ni para bien ni para mal.

XII

En conformidad con nuestras leyes y costumbres, pues, queda dicho


en mi discurso lo que me parecía pertinente. Ahora, en cuanto a los hechos,
los hombres a quienes estamos sepultando han recibido ya nuestro home-
naje. De la educación de sus hijos, desde este momento hasta su juventud,
se hará cargo la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella impone a estas
víctimas, y a los que ellas dejan, como premio de tan valerosas hazañas.
Cuando los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que
recompensan la valentía, entonces también posee ella los ciudadanos más
valientes.
Y ahora, después de haber llorado cada uno a sus deudos, podéis
marcharos.
DOCUMENTO

HISTORIA DE LA LIBERTAD
EN LA ANTIGÜEDAD*

Lord Acton

Introducción

J ohn Emerich Edward Dalberg-Acton (1834-1902) nació en una


aristocrática familia inglesa católica, se educó en Munich, Alemania, y fue
después parlamentario, profesor y ensayista de nota. Consagró gran parte
de su tiempo y pluma a conciliar el catolicismo con el liberalismo que él veía
surgir de aquél. Como pensador católico se esforzó para que el Concilio
Vaticano I aceptara la doctrina de la tolerancia y la separación de los pode-
res como un modo de resguardar la intimidad y la libertad de la conciencia.
Sin embargo, el Papa Pío IX y sus Obispos se inclinaron en la dirección
opuesta. Combatiendo el ultramontanismo abogó por el estudio acucioso de
las fuentes tanto respecto de los textos bíblicos como de las tradiciones,
ritos y doctrinas de la Iglesia. Todo ello visto en la perspectiva posterior al
Concilio Vaticano II hace que Lord Acton aparezca, en cierta medida, como
un precursor dentro del pensamiento católico del siglo XIX.
En su calidad de profesor de historia en Cambridge, Lord Acton se
caracteriza por haber sido el primero en implantar en Inglaterra el estudio
crítico de las fuentes que era propio de la historiografía alemana. Por otra
parte, se encargó de la dirección de un vasto proyecto: The Cambridge

* Discurso ante los miembros de la Bridgnorth Institution en el Agricultural


Hall, 26 de febrero de 1877. Reproducido de Acton, History of Freedom and Other
Essays (Londres: MacMillan, 1907).

Estudios Públicos, 11.


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Modern History. Acton murió al completarse el primer volumen. Su gran


proyecto personal era la ejecución de una Historia de la Libertad, obra que
nunca realizó. Sin embargo, gran parte de sus ensayos pueden ser interpre-
tados como sucesivas aproximaciones a esa gran obra no escrita. En base a
estos trabajos discípulos de Lord Acton difundieron lo que ha sido llamado
la “‘interpretación Whig de la Historia”, según la cual la historia hacia atrás
puede ser entendida como un ascenso gradual y rectilíneo hacia un régimen
de libertades públicas. Esa concepción se popularizó rápidamente dentro y
fuera de Gran Bretaña, pero ha sido sometida a severas críticas. Los mismos
escritos de Lord Acton ilustran los avances y retrocesos, auges y caídas
que han caracterizado la lucha por un régimen de libertades. Lo que sí
parece propio de Acton es la idea de una “historia de la libertad” en la cual,
naturalmente, la búsqueda y el examen de las instituciones de la libertad
juega un rol preeminente, pero de ello no se sigue que necesariamente la
idea de la libertad haya sido de hecho el hilo conductor de la historia.
Tanto o más célebres que los ensayos históricos de este pensador
son sus aforismos y, entre ellos, en particular ese que dice: “Todo poder
corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente”.
El texto que aquí se traduce es la primera de dos conferencias sobre
la historia de la libertad dictadas en 1877. La segunda, titulada “Historia de
la Libertad en el Cristianismo”, será publicada próximamente en esta revista.

A. F. T.

Traducción

La libertad, junto a la religión, ha sido motivo de buenas acciones y


pretexto común del crimen, desde que se plantara su semilla en Atenas dos
mil cuatrocientos sesenta años atrás, hasta que en plenitud fuese disfrutada
por hombres de nuestra generación. Ella es el delicado fruto de una civiliza-
ción madura, habiendo transcurrido apenas cien años desde que las nacio-
nes que conocían el significado del término resolvieron ser libres. En cada
época, su progreso se ha visto obstruido por sus enemigos naturales: más
que la ignorancia y la superstición, por el deseo de conquista y el amor a lo
fácil, por las ansias de dominio de los poderosos y de subsistencia de los
pobres. Durante largos intervalos, su progreso se vio prácticamente deteni-
do cuando algunas naciones eran rescatadas de la barbarie y del dominio
extranjero, o cuando la eterna lucha por la existencia, privando a los hom-
bres de todo interés y comprensión política, los inducía a vender su primo-
genitura por un plato de comida, ignorantes del tesoro a que renunciaban.
LORD ACTON 3

Los verdaderos amigos de la libertad han sido siempre escasos, y su éxito


se ha debido a minorías que han prevalecido asociándose con aliados cu-
yos objetivos diferían con frecuencia de los suyos. Esta asociación siempre
peligrosa, ha sido a veces desastrosa, dando a los opositores motivos razo-
nables de impugnación y enardeciendo la disputa de los trofeos en la hora
de la victoria. No ha habido ningún obstáculo tan constante o tan difícil de
vencer como la incertidumbre y la confusión concernientes a la naturaleza
de la verdadera libertad. Si los intereses hostiles han producido mucho
daño, más han provocado las ideas falsas; pero su avance ha quedado
registrado tanto en el progreso del conocimiento como en el mejoramiento
de las leyes. La historia de las instituciones es con frecuencia una historia
de decepción e ilusiones debido a que la virtud de éstas depende de las
ideas que las producen y del espíritu que las preserva, pues la forma puede
permanecer inalterada cuando la materia ha desaparecido.
Algunos ejemplos familiares tomados de la política moderna explica-
rán por qué la esencia de mi argumento se encontrará fuera del ámbito de la
legislación. Con frecuencia se dice que nuestra Constitución alcanzó su
perfección formal en 1679, cuando se aprobó el Acta de Habeas Corpus. Sin
embargo, Carlos II logró independizarse del Parlamento sólo dos años más
tarde. En 1789, mientras los Estados Generales se reunían en Versalles, las
Cortes Españolas –más antiguas que la Carta Magna y más venerables que
nuestra Cámara de los Comunes– fueron convocadas después de un inter-
valo de varias generaciones, pero inmediatamente solicitaron al rey que se
abstuviera de consultarlas y que efectuara sus reformas conforme a su vo-
luntad y autoridad. De acuerdo a la opinión común, las elecciones indirectas
constituyen una garantía del conservatismo. Pero todas las Asambleas de la
Revolución Francesa fueron el resultado de elecciones indirectas. El sufra-
gio limitado es otra supuesta garantía para la monarquía. Pero el Parlamento
de Carlos X, que fuera elegido por 90.000 sectores, se opuso y derrocó al
trono. Igualmente, el Parlamento de Luis Felipe, elegido por una Constitu-
ción de 250.000, servilmente promovió la política reaccionaria de sus minis-
tros, y en la fatal división que, al rechazar la reforma, dejó a la monarquía en
tinieblas, Guizot obtuvo la mayoría con los votos de 129 funcionarios. Un
cuerpo legislativo no pagado es, por razones obvias, más independiente
que la mayoría de los cuerpos legislativos continentales pagados. Pero en
América no sería razonable mandar por doce meses a un representante a un
lugar tan lejano como Constantinopla, corriendo él con sus gastos en lo que
es la capital más cara. Legalmente y mirado desde afuera, el presidente de
los Estados Unidos es el sucesor de Washington y aún goza de los poderes
que concede y limita la Convención de Filadelfia. En realidad, el nuevo
4 ESTUDIOS PÚBLICOS

presidente difiere del magistrado imaginado por los padres de la república


tanto como la Monarquía de la Democracia, ya que se espera de él que haga
70.000 nombramientos en el servicio público; hace 50 años, John Quincy
Adams despidió sólo a dos personas. La subasta de los nombramientos
judiciales es evidentemente insostenible; sin embargo, en la antigua monar-
quía francesa, esta monstruosa práctica creó el único organismo capaz de
oponerse al rey. La corrupción oficial que podría arruinar a un estado, en
Rusia hace las veces de saludable desahogo ante la presión del absolutis-
mo. Existen condiciones en que resulta apenas exagerado afirmar que la
misma esclavitud constituye una etapa en el camino hacia la libertad. Por
consiguiente, es ta tarde no estamos muy interesados en la letra muerta de
los edictos y estatutos, sino que en los pensamientos vivos de los hom-
bres. Un siglo atrás, era perfectamente sabido que quien tuviera una audien-
cia con un ayudante del canciller debía pagar el equivalente a tres; pero
nadie prestaba atención a tal monstruosidad, hasta que un joven abogado
estimó necesario hacer un análisis riguroso del sistema que permitía tales
cosas. El día en que Jeremy Bentham tuvo tal ocurrencia es más memorable
en el calendario político que toda la administración de muchos hombres de
estado. Sería fácil citar un párrafo de San Agustín o una frase de Grocio de
mayor influencia que las Actas de cincuenta Parlamentos, y nuestra causa
debe más a Cicerón y Séneca, a Vinet y a Tocqueville, que a las leyes de
Licurgo o los Cinco Códigos de Francia.
Por libertad quiero decir la garantía de que todos los hombres conta-
rán con la protección para hacer lo que creen que es su deber frente a la
influencia de la autoridad, las mayorías, las costumbres y la opinión. El
Estado tiene competencia para asignar obligaciones y establecer el límite
entre el bien y el mal sólo en su esfera inmediata. Más allá de los límites de
lo necesario para su bienestar, sólo puede proporcionar ayuda indirecta
para librar la batalla de la vida promoviendo aquellas influencias que preva-
lecen contra la tentación: la religión, la educación y la distribución de la
riqueza. En los tiempos antiguos, el Estado asume facultades que no le
pertenecen y se entromete en el dominio de la libertad personal. En la Edad
Media, tiene escasa autoridad y permite a otros entrometerse. Los Estados
modernos caen habitualmente en ambos excesos. La prueba más eficaz para
determinar si un país es realmente libre la constituye el grado de seguridad
con que cuentan las minorías. Según esta definición, la libertad es condi-
ción esencial y guardián de la religión. Es en la historia del Pueblo Elegido,
por consiguiente, donde obtuve las primera ilustraciones de mi tema. El
gobierno de los israelitas era una federación establecida en la unidad de
raza y credo, en una autoridad política basada en un acuerdo voluntario y
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no en la fuerza física. El principio de gobierno propio se aplicaba no sólo en


cada tribu, sino que en cada grupo de al menos 120 familias, sin privilegio
de rango ni desigualdad ante la ley. La monarquía era tan ajena al espíritu
primitivo de la comunidad, que fue combatida por Samuel en esa famosa
protesta y advertencia que ha sido constantemente confirmada por todos
los reinos de Asia y muchos de los de Europa. El trono se basaba en que el
rey carecía del derecho a legislar para un pueblo que sólo reconocía a Dios
como legislador, consistiendo su principal objetivo político en restaurar la
pureza original de la constitución y hacer que su gobierno se adaptara al
ideal venerado por las sanciones del cielo. Hombres inspirados –que se
sucedían continuamente para profetizar en contra del usurpador y el tirano–
proclamaban constantemente que las leyes, de orden divino, eran superio-
res a los gobernantes pecadores, apelando a las autoridades establecidas –
el rey, los sacerdotes y los príncipes del pueblo– tanto como a las fuerzas
armonizadoras que dormían en las conciencias incorruptas de las masas. De
este modo, el ejemplo de la nación hebrea estableció las líneas paralelas
sobre las cuales se ha conquistado la libertad: la doctrina de la tradición
nacional y la doctrina de la ley superior; el principio de que la constitución
se desarrolla a partir de una raíz, mediante un proceso de evolución, y no
por un cambio esencial; y el principio de que es preciso poner a prueba a
reformar todas las autoridades políticas conforme a un código que no fue
hecho por el hombre. El funcionamiento de estos principios ora al unísono,
ora en antagonismo, me ocupará en las páginas que siguen.
El conflicto entre la libertad bajo la autoridad divina y el absolutismo
de las autoridades humanas termina desastrosamente. En el año 622 se reali-
za un gran esfuerzo en Jerusalén para reformar y preservar al Estado. El
Sumo Sacerdote presenta en el templo de Jehovah el libro de la Ley abando-
nada y olvidada, y tanto el rey como el pueblo se comprometen mediante
solemnes juramentos a obedecerla. Pero este primer ejemplo de monarquía
limitada y de la supremacía de la ley no dura ni se difunde, y es preciso
buscar en otra parte las fuerzas con que ha vencido la libertad. En el mismo
año 586 en que el despotismo asiático invade la ciudad que había sido –y
nuevamente estaría destinada a ser– el santuario de la libertad en Oriente,
se prepara una morada para ésta en Occidente, donde –protegida por el mar,
las montañas y los valientes corazones– se desarrolla esa majestuosa planta
bajo cuya sombra moramos, y que extiende sus invencibles brazos lenta-
mente pero con mucha firmeza sobre el mundo civilizado.
De acuerdo a un conocido dicho de la autora más famosa del conti-
nente, la libertad es antigua, y el despotismo es nuevo. Justificar la verdad
de esta máxima ha constituido el orgullo de los últimos historiadores. La
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edad heroica de Grecia la confirma y es aun más claramente visible en la


Europa teutónica. Analizando la vida primitiva de los pueblos arios, descu-
brimos los gérmenes que circunstancias favorables y una cultura perseve-
rante pueden haber desarrollado hasta llegar a las sociedades libres. Mues-
tran un cierto interés común por las preocupaciones comunes, poca
reverencia por la autoridad externa y un sentido imperfecto de la función y
supremacía del Estado. Cuando la división entre propiedad y trabajo es
incompleta, existe poca división de clases y de poder. Las sociedades pue-
den escapar del despotismo hasta que son puestas aprueba por los comple-
jos problemas de la civilización, tal como las sociedades no perturbadas por
la diversidad religiosa evitan la persecución. En general, las formas de la
edad patriarcal no lograron resistir el crecimiento de los Estados absolutos
cuando empezaron a manifestarse las dificultades y tentaciones del progre-
so. Sólo en una excepción, que no abordaré ahora, es posible observar que
éstas sobreviven en las instituciones de los últimos tiempos. Seiscientos
años antes de Cristo, el absolutismo tenía un poder ilimitado. En el Oriente,
éste fue apoyado por la invariable influencia de los sacerdotes y los ejérci-
tos. En el Occidente, donde no había libros sagrados que requirieran de
intérpretes especializados, el clero no logró ese predominio, y cuando los
reyes fueron destronados, sus poderes pasaron a las aristocracias de naci-
miento. Lo que siguió durante muchas generaciones fue el cruel dominio de
una clase sobre otra, la opresión de los pobres por los ricos, y de los
ignorantes por los sabios. El espíritu de este dominio encontró expresión
apasionada en los versos del aristócrata poeta Theognis, un hombre de
genio y refinamiento, quien reconoce su ansia por beber la sangre de sus
adversarios políticos. Gente de muchas ciudades buscó liberarse de tales
opresores en la tiranía menos intolerable de los usurpadores revoluciona-
rios. El remedio dio nueva forma y energía al mal. Los tiranos fueron con
frecuencia hombres de sorprendente capacidad y mérito, como aquellos que
en el siglo catorce se hicieran dueños de las ciudades italianas; pero no
existían derechos garantizados por leyes iguales para todos y por poderes
compartidos.
El mundo fue rescatado de esta degradación universal por la más
talentosa de las naciones. Atenas, ciudad que al igual que otras fuera ator-
mentada y oprimida por una clase privilegiada, evitó la violencia y encargó a
Solón revisar sus leyes. Tal fue la elección más acertada que registra la
historia. Solón no fue sólo el hombre más sabio de Atenas, sino que el
genio político más profundo de la antigüedad. La pacífica, incruenta y mo-
derada revolución con que logró liberar a su país fue el primer paso en una
carrera que nuestra época se gloría de seguir, e instituyó un poder cuyo
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efecto regenerador de la sociedad no ha sido superado, excepto por la reli-


gión revelada. La clase alta había tenido el derecho de redactar y administrar
las leyes, poder que Solón mantuvo sólo que transfiriendo a la riqueza lo
que había sido privilegio del nacimiento. A los ricos, los únicos que tenían
medios para afrontar los costos del servicio público en impuestos y en
guerra, Solón les concedió una participación en el poder proporcional de las
demandas que se habían sobre sus recursos. Las clases más pobres queda-
ron exentas de impuestos directos, pero no recibieron cargos. Solón les dio
participación en la elección de los magistrados de las clases superiores y el
derecho a pedirles cuenta. Esta concesión, aparentemente tan leve, fue el
principio de un gran cambio. Introdujo la idea de que el hombre debía tener
participación en la elección de aquellos a cuya rectitud y sabiduría confiaba
su fortuna, su familia y su vida. Y esta idea invirtió completamente la noción
de autoridad humana, ya que inauguró el reino de la influencia moral donde
todo poder político había dependido de la fuerza moral. El gobernar por
medio del consenso sustituyó al gobernar por la coacción, y la pirámide que
se había apoyado en un punto paso ahora a sostenerse en su base. Al
hacer a cada ciudadano el guardián de su interés propio, Solón admitió un
elemento de Democracia en el Estado. La mayor alegría de un gobernante,
dijo, consiste en crear un gobierno popular. Consciente de que no se puede
confiar plenamente en ningún hombre, sometió a quienes ejercían el poder
al control vigilante de sus inferiores.
El único recurso contra los desórdenes políticos conocidos hasta
entonces era la concentración del poder. Solón se comprometió a lograr el
mismo objetivo mediante la distribución del poder. Dio a la gente común el
grado de influencia que consideró que eran capaces de emplear, de manera
que el Estado se privara de un gobierno arbitrario. La esencia de la Demo-
cracia, dijo, consiste en no obedecer a otro señor que a la ley. Reconoció el
principio de que las formas políticas no son definitiva ni inviolables y que
deben adaptarse a los hechos. Y se preparó tan bien para la revisión de su
constitución, sin romper la continuidad o perder la estabilidad, que por
siglos después de su muerte los oradores del Atica mencionaron su nom-
bre, atribuyéndole toda la estructura de la ley ateniense. El sentido de su
evolución estuvo determinado por la doctrina fundamental de Solón en or-
den a que el poder político debía ser proporcional al servicio público. En la
guerra pérsica, los servicios de la democracia eclipsaron a los de las órde-
nes patricias, ya que la flota que venciera a los asiáticos en el Mar Egeo
estuvo dirigida por atenienses pobres. Esta clase, cuyo valor salvara al
Estado y preservara la civilización europea, se había ganado el derecho a
aumentar su influencia y privilegio. Los cargos públicos que hasta entonces
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habían sido monopolio de los ricos, se abrieron entonces a los pobres; para
garantizar que ellos tuvieran su parte, todos los cargos se distribuyeron al
azar, con excepción de los más altos.
En tanto se debilitaban las antiguas autoridades, tampoco existía
ninguna norma aceptada de moral o derecho político que afirmara la estructura
de la sociedad en medio del cambio. La inestabilidad que se había apoderado
de las formas amenazaba los principios mismos del gobierno. Las creencias
nacionales estaban cediendo ante la duda, y esta aún no abría camino al
conocimiento. Hubo una época en que tanto las obligaciones de la vida
pública como de la privada se identificaban con la voluntad de los dioses.
Pero eso ya había pasado. Palas, la diosa celestial de los atenienses, y el dios
Sol, cuyas revelaciones –proclamadas desde el templo entre las cumbres del
Parnaso– fueran de gran importancia para la nacionalidad griega, ayudaron a
mantener un alto ideal de religión. Sin embargo, cuando los hombres ilustra-
dos de Grecia aprendieron a aplicar su aguda facultad de razonamiento al
sistema de creencias heredadas, se dieron rápidamente cuenta de que las
concepciones de los dioses corrompían la vida y degradaban la mente del
pueblo. La moralidad popular no podía basarse en la religión popular. La
instrucción moral ya no era proporcionada por los dioses ni tampoco podía
encontrarse en libros. No había ningún código venerable expuesto por
expertos, ninguna doctrina proclamada por hombres de reputada santidad,
como aquellos maestros del lejano oriente cuyas palabras aún rigen el destino
de prácticamente media humanidad. El esfuerzo por explicar las cosas median-
te la observación directa y el razonamiento exacto empezó destruyendo. Vino
después una época en que los filósofos del Pórtico y de la Academia introdu-
jeron los dictados de la sabiduría y la virtud en un sistema tan consistente y
profundo que redujo considerablemente la tarea de los clérigos cristianos.
Pero esa época aún no había llegado.
La época de duda y transición durante la cual los griegos pasaron de
las débiles fantasías de la mitología a la violenta luz de la ciencia, fue la
época de Pericles. El esfuerzo por sustituir por verdad cierta las prescripcio-
nes de las autoridades menoscabadas, que empezaba entonces a absorber
las energías del intelecto griego, constituye el movimiento más importante
en los anales profanos de la humanidad, pues a él debemos –incluso des-
pués del enorme progreso alcanzado por el cristianismo– gran parte de
nuestra filosofía y de lejos la mayor parte del conocimiento político que
poseemos. Pericles, que estaba al mando del Gobierno de Atenas, fue el
primer estadista que enfrentó el problema que el rápido debilitamiento de las
tradiciones imponía al mundo político. No hubo autoridad moral o política
que permaneciera firme ante la agitación que había en el ambiente. No se
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podía confiar ciegamente en ningún guía; no había ningún criterio aceptable


al cual recurrir para controlar o rechazar las convicciones que prevalecían
entre la gente. El sentimiento popular en cuanto a lo estimado correcto
podía estar equivocado, pero no era sometido a ninguna prueba. El pueblo
constituía, por motivos prácticos, el centro del conocimiento del bien y el
mal y, por consiguiente, el centro del poder.
Esta era la filosofía política de Pericles. Eliminó definitivamente todo
aquello que aún sustentaba el predominio artificial de la riqueza. En cuanto
a la antigua doctrina de que el poder estaba ligado a la tierra, introdujo la
idea de que éste debía ser distribuido equitativamente, de manera de pro-
porcionar igual seguridad a todos. Declaró que era tiránico el hecho que
una parte de la comunidad gobernara a la totalidad, o que una clase estable-
ciera leyes para otra. La abolición del privilegio habría servido sólo para
transferir la supremacía de los ricos a los pobres, si Pericles no hubiera
restablecido el equilibrio limitando el derecho de ciudadanía a los atenien-
ses de descendencia pura. Con esta medida, la clase formada por lo que
podríamos llamar el tercer estado disminuyó a 14.000 ciudadanos y pasó a
ser aproximadamente igual en número a las clases altas. Pericles sostenía
que todo ateniense que dejara de participar en la vida pública hacía un daño
al Estado. No debía excluirse a nadie por pobreza. Hizo que se pagara a los
pobres por su participación con los fondos del Estado, pues su administra-
ción del tributo federal había reunido una suma superior a los dos millones
de libras esterlinas. El instrumento de su poder fue el arte de la oratoria y
gobernó mediante la persuasión. Todo se decidía por medio de argumentos
en una discusión abierta, y toda influencia se inclinaba ante la autoridad del
intelecto. La idea de que el objeto de las constituciones no consiste en
confirmar el predominio de ningún interés, sino que en evitarlo; en preser-
var con igual cuidado la independencia del trabajo y la seguridad de la
propiedad; en proteger a los ricos de la envidia y a los pobres de la opre-
sión, todo ello representa el más alto nivel alcanzado por los estadistas
griegos. Apenas sobrevivió tal creación al gran patriota que la concibiera,
pues la historia se encargó de perturbar el equilibrio del poder dando supe-
rioridad al dinero, la tierra o a la multitud. Luego vino una generación que
nunca fuera igualada en talento, una generación de hombres cuyos obras
en poesía y elocuencia son aún la envidia del mundo y no han sido supera-
das en historia, filosofía y política. Pero no produjo ningún sucesor de
Pericles, y ningún hombre fue capaz de empuñar el cetro que cayera de su
mano.
El hecho de que la Constitución ateniense adoptara el principio de
que todos los intereses debían tener el derecho y los medios para imponer-
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se constituyó un importante paso en el progreso de las naciones. Pero


quienes eran vencidos en la votación no podían pretender compensación.
La ley no impedía el triunfo de las mayorías ni liberaba a las minorías del
terrible castigo de haber sido vencidas. Cuando se hubo extinguido la enor-
me influencia de Pericles, el conflicto entre clases se desencadenó sin corta-
pisas, en tanto que, la masacre de las clases altas en la guerra del Pelopone-
so otorgó un irresistible predominio a las clases bajas. El incansable e
inquisitivo espíritu de los atenienses estaba pronto a revelar el motivo de
cada institución y las consecuencias de cada principio, y su Constitución
pasó de la infancia a la decrepitud a velocidad inigualada.
El tiempo transcurrido entre la primera admisión de la influencia po-
pular, bajo Solón, y la caída del Estado abarca dos generaciones. Su historia
proporciona el clásico ejemplo del peligro de la Democracia y bajo condicio-
nes singularmente favorables. Los atenienses no sólo eran valientes, patrio-
tas y capaces de un sacrificio generoso, sino también los más religiosos de
los griegos. Veneraban la Constitución que les había dado prosperidad,
igualdad y libertad, sin cuestionar nunca las leyes fundamentales que regu-
laban el enorme poder de la Asamblea. Toleraban una considerable variedad
de opiniones y una gran libertad de expresión; su benevolencia hacia los
esclavos provocaba incluso la indignación de los partidarios más inteligen-
tes de la aristocracia. De este modo llegaron a ser el único pueblo de la
antigüedad que se hizo grande a través de instituciones democráticas. Pero
la posesión del poder ilimitado, que corroe la conciencia, endurece el cora-
zón y confunde el entendimiento de los monarcas, ejerció su influencia
desmoralizadora sobre la ilustre democracia de Atenas. Malo es ser oprimi-
do por una minoría, pero peor es serlo por una mayoría, porque en el caso
de las minorías existe en las masas un poder latente de reserva que, de ser
activado, pocas veces es resistido por la minoría. Pero cuando se trata de la
voluntad absoluta del pueblo, no hay recurso, salvación, ni refugio, excepto
la traición. La clase más numerosa y humilde de los atenienses reunió el
poder legislativo, el judicial y, en parte, el ejecutivo. La filosofía que enton-
ces había ganado fama, postulaba que no hay ley superior a la del Estado;
el legislador está por sobre la ley.
Como consecuencia de esto, el pueblo soberano tenía el derecho a
hacer todo aquello que estuviera dentro de su poder y no estaba limitado
por ninguna regla del bien o del mal, sino que por su propio juicio de lo que
estimaba conveniente. En una asamblea memorable, los atenienses llegaron
a declarar que consideraban monstruoso que se les impidiera hacer lo que
quisieran. No existía ninguna fuerza que pudiera restringirlos, y resolvieron
que no los limitaría ninguna obligación ni se regirían por ninguna ley que no
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fuera establecida por ellos mismos. De esta forma, el pueblo emancipado de


Atenas se volvió tirano y su gobierno, pionero de la libertad europea, fue
condenado sin excepción por todos los sabios de la antigüedad. Destruye-
ron su ciudad tratando de conducir la guerra mediante debates en el merca-
do. Al igual que la República Francesa, dieron muerte a sus comandantes
desafortunados. Trataron sus posesiones con tal injusticia, que perdieron
su imperio marítimo. Saquearon a los ricos hasta que éstos conspiraron con
el enemigo público, y coronaron su culpa con el martirio de Sócrates.
Cuando el dominio absoluto de las multitudes llevaba cerca de un
cuarto de siglo, y al Estado no le quedaba más que perder sino su propia
existencia, entonces los atenienses, cansados y desalentados, confesaron
la verdadera causa de su ruina. Comprendieron que para que hubiera liber-
tad, justicia e igualdad ante la ley era necesario limitar la Democracia tal
como ella había limitado a la oligarquía. Resolvieron decidirse una vez más
por las antiguas formas y por restablecer el orden de cosas existente cuan-
do se había sacado el monopolio del poder de manos de los ricos, pero sin
que pasara a los pobres. Luego de fracasar una primera restauración, –sólo
memorable debido a que Tucídides, cuyo juicio en política nunca parece
erróneo, lo declaró como el mejor gobierno que Atenas había tenido–, se
volvió a hacer el intento con más experiencia y mayor unidad de objetivo.
Los enemigos se reconciliaron y proclamaron una amnistía, la primera en la
historia. Resolvieron gobernar por consenso. Las leyes, que tenían la san-
ción de la tradición, fueron transcritas a un código; ningún acto de asam-
blea soberana tendría validez si no estaba de acuerdo con éste. Se estable-
ció una gran diferencia entre las líneas sagradas de la Constitución que se
consideraban inviolables y los decretos que satisfacían, de tiempo en tiem-
po, las necesidades e intereses del día. Y se independizó la estructura de la
ley, es decir, el resultado del trabajo de generaciones, de las variaciones
momentáneas de la voluntad popular. Los atenienses se arrepintieron dema-
siado tarde para salvar la República. Pero la lección de su experiencia perdu-
rará siempre porque demuestra que el gobierno de todo el pueblo, es decir,
el gobierno de la clase más numerosa y poderosa, es tan malo como el de
una monarquía absoluta y requiere, prácticamente por las mismas razones,
de instituciones que lo protejan de sí mismo y defiendan la permanente
supremacía de la ley contra las mutaciones arbitrarias de la opinión.
En forma paralela al auge y caída de la libertad ateniense, Roma se
preocupaba de resolver los mismos problemas con mayor sentido construc-
tivo y éxito temporal aunque terminando a la larga en una catástrofe mucho
mayor. Aquello que entre los ingeniosos atenienses había constituido un
acontecimiento basado en el argumento razonable, en Roma constituyó un
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conflicto entre fuerzas rivales. La política especulativa carecía de atractivo


para el genio práctico e inflexible de los romanos. Estos no consideraban
cuál sería la mejor forma de resolver una dificultad, sino que la indicada por
casos análogos, y asignaban menos valor al ímpetu y espíritu del momento
que al precedente y al ejemplo. Su peculiar carácter les hizo atribuir el origen
de sus leyes a los primeros tiempos, y, en el deseo de justificar la continui-
dad de sus instituciones y eliminar el reproche de estar cambiando, imagina-
ron la historia legendaria de los reyes de Roma. Debido a su fuerte adhesión
a las tradiciones, el progreso fue lento; avanzaban sólo ante la presión de
una situación prácticamente inevitable, y las mismas dudas se repetían va-
rias veces antes de darles solución. La historia constitucional de la Repúbli-
ca se relaciona con los esfuerzos de la aristocracia –quienes alegan ser los
únicos romanos verdaderos– por retener en sus manos el poder que habían
arrebatado a los reyes, y de los plebeyos por obtener una igual participa-
ción en él. Y esta controversia, por la que pasaron los impacientes e inquie-
tos atenienses durante una generación, en Roma duró más de dos siglos,
desde la época en que la plebe estaba excluida del gobierno de la ciudad,
tenía que pagar impuestos y servir sin ser pagada, hasta el año 285, en que
se le concedió igualdad política. Siguieron luego 150 años de prosperidad y
gloria sin precedentes, y luego, a partir del conflicto original que había sido
solucionado mediante un pacto, si bien no en la teoría, surgió una nueva
lucha que no tendría salida.
La mayoría de las familias más pobres, empobrecidas por el constan-
te servicio militar en la guerra, fue sometida a la dependencia de una aristo-
cracia de unos 2.000 hombres ricos, quienes dividieron entre sí el inmenso
dominio del Estado. Cuando la necesidad se volvió imperiosa, los Gracos
trataron de aliviarla induciendo a las clases más ricas a distribuir una parte
de las tierras baldías a la gente común. La antigua y famosa aristocracia de
nacimiento y rango había opuesto una obstinada resistencia, pero supo
ceder. La aristocracia posterior, más egoísta, no aprendía a ceder. El carácter
de la gente cambió debido a los graves motivos de disputa. La lucha por el
poder político se había llevado a cabo con una moderación digna de los
debates entre los partidos de Inglaterra. Pero la disputa por los bienes mate-
riales de subsistencia llegó a ser tan feroz como las controversias civiles en
Francia. Rechazado por los ricos después de una lucha de 22 años, el pue-
blo, con 320.000 hombres dependientes de raciones públicas para la alimen-
tación, estaba dispuesto a seguir a cualquiera que le prometiera obtener
mediante una revolución lo que no era posible mediante la ley.
Durante un tiempo, el Senado, que representaba el antiguo y amena-
zado orden de cosas, fue lo suficientemente firme como para enfrentar a
LORD ACTON 13

cualquier líder popular que surgiera, hasta que apareció Julio César, quien
convirtió la República en una Monarquía mediante una serie de medidas
que no fueron violentas ni perjudiciales. La logró con el apoyo de un ejérci-
to que comandara en un carrera de conquistas sin precedentes y de masas
famélicas que conquistara con su liberalidad pródiga, amén de una habilidad
superior a la de cualquier hombre en el arte de gobernar.
El Imperio preservó las formas republicanas hasta el reinado de Dio-
cleciano; pero la voluntad de los emperadores parecía tan irrefrenable como
la del pueblo después de la victoria de los tribunos. Su poder era arbitrario
incluso cuando era más sabiamente empleado, y, sin embargo, el Imperio
Romano rindió mayores servicios a la causa de la libertad que la República
Romana. Y ello no a causa del accidente temporal que representa el hecho
de que hubo emperadores que hicieron buen uso de sus inmensas oportuni-
dades –como es el caso de Nerva, acerca del cual Tácito dijo que combina-
ba monarquía y libertad, cosas de otro modo incompatibles–, ni tampoco
porque el Imperio haya sido lo que sus panegiristas declararan, es decir, la
perfección de la Democracia. En realidad, este fue, en el mejor de los casos,
un despotismo mal disfrazado y detestable. Pero Federico el Grande fue
déspota y, sin embargo, amigo de la tolerancia y la discusión libre. Los
Bonaparte fueron despóticos y, sin embargo, ningún otro gobernante liberal
fue más aceptado por el pueblo que Napoleón Primero, después de haber
destruido la República en 1805, y Napoleón Tercero en la cima de su poder
en 1859. Del mismo modo, el Imperio Romano tuvo méritos que, a la distan-
cia, y especialmente a gran distancia en el tiempo, interesan al hombre más
profundamente que la trágica tiranía que se percibía en las cercanías del
palacio. Los pobres tenían lo que habían pedido en vano a la República. A
los ricos les iba mejor que durante el Triunvirato. Los derechos de los
ciudadanos romanos se extendieron a la gente de las provincias. La mejor
parte de la literatura romana y prácticamente todo el Derecho Civil pertene-
cen a la época imperial. Fue el Imperio quien mitigó la esclavitud, instauró la
tolerancia religiosa, inició el derecho internacional y creó un sistema perfec-
to de ley de propiedad. La República derrocada por César había sido cual-
quier cosa, menos un Estado libre. Proporcionó garantías admirables a los
derechos de los ciudadanos; pero trató con cruel desdén los derechos de
los hombres y permitió al romano libre imponer terribles castigos a sus
niños, deudores, dependientes, prisioneros y esclavos. Las profundas ideas
de derecho y deber, que no se encontraban en la ley municipal, pero que
eran familiares para las mentes generosas de Grecia, eran consideradas de
poca importancia, y la filosofía que trataba dichas especulaciones era cen-
surada repetidamente como impulsora de la sedición y la impiedad.
14 ESTUDIOS PÚBLICOS

Al fin, en el año 155, el filósofo ateniense Carneades llegó a Roma en


misión política. En un intervalo de las obligaciones oficiales, pronunció dos
discursos públicos para dar una muestra a los iletrados conquistadores de
su país acerca de los debates que brotaran en las escuelas del Atica. El
primer día habló sobre la justicia natural. El día siguiente rechazó su existen-
cia argumentando que todas nuestras nociones del bien y del mal derivan
de la ley positiva. Desde el momento de tan memorable discurso, el genio de
los vencidos esclavizó a sus conquistadores. Los hombres más destacados
de Roma, tales como Escipión y Cicerón, basaron su pensamiento en los
modelos griegos y los juristas se sometieron a la rigurosa disciplina de
Zenón y Crisipo.
Nuestra apreciación sería insuficiente si nos formáramos un juicio de
las políticas de la antigüedad en base a su legislación vigente, establecien-
do el límite en el siglo II, cuando se hace perceptible la influencia del cristia-
nismo. Las nociones de libertad predominantes eran imperfectas y los es-
fuerzos para llevarlas a cabo eran completamente errados. Los antiguos
comprendían mejor la regulación del poder que de la libertad. Concentraban
tantas prerrogativas en el Estado, que no dejaban al hombre posibilidad
para negar su jurisdicción o asignar límites a su actividad. Empleando un
expresivo anacronismo, el efecto del Estado clásico estriba en que éste era
tanto Iglesia como Estado. No existía diferencia entre moralidad y religión,
política y moral; y en religión, moralidad y política había habido sólo un
legislador y una autoridad. La labor del Estado era lamentablemente reduci-
da con respecto a la educación, la ciencia práctica, los indigentes y desvali-
dos, o las necesidades espirituales del hombre, y, sin embargo, reclamaba
para sí el uso de todas sus facultades y la especificación de todos sus
derechos. Los individuos y familias, asociaciones y relaciones, eran material
que el poder soberano utilizaba para sus propios objetivos. El ciudadano
era para la comunidad lo que el esclavo para su señor. Las obligaciones más
sagradas se desvanecían ante la conveniencia pública. Los pasajeros exis-
tían con motivo del barco. Por haber descuidado los intereses privados, el
bienestar moral y el mejoramiento del pueblo, tanto Grecia como Roma des-
truyeron los elementos vitales sobre los que descansa la prosperidad de las
naciones, y sucumbieron por el decaimiento de las familias y la despobla-
ción del país. Subsisten no en sus instituciones, sino que en sus ideas, y
por sus ideas, especialmente en el arte de gobernar, son:

“Los muertos más coronados soberanos,


que aún desde sus urnas rigen nuestras almas”.
LORD ACTON 15

En ellos podemos descubrir, efectivamente, el origen de casi todos


los errores que están socavando la sociedad política, como, por ejemplo: el
Comunismo, el Utilitarismo, la confusión entre tiranía y autoridad, y entre
anarquía y libertad.
Se debe a Critias la noción de que los hombres vivían originalmente
en estado natural con violencia y sin leyes. El Comunismo en su forma más
tosca fue recomendado por Diógenes de Sínope. Según los sofistas, no hay
deber que supere a la conveniencia, ni virtud aparte del placer. Las leyes
son una invención de los débiles para evitar que los mejores puedan disfru-
tar de su superioridad. Es mejor causar daño que sufrir injustamente; y
como no hay mejor bien que hacer el mal sin temer retribución, tampoco hay
peor mal que sufrir sin el consuelo de la venganza. La justicia es la máscara
de un espíritu temeroso; la injusticia es sabiduría terrenal. El deber, la obe-
diencia, la abnegación son los artificios de la hipocresía. El gobierno es
absoluto y puede ordenar lo que desee; ningún súbdito puede quejarse de
que le haga daño; pero, en la medida en que pueda escapar a la coacción y
el castigo, es siempre libre de desobedecer. La felicidad consiste en obtener
el poder y eludir la necesidad de obediencia; y quien obtiene el trono por
perfidia y crimen merece ser verdaderamente envidiado.
Epicuro no estaba plenamente de acuerdo con los proponentes del
código del despotismo revolucionario. Todas las sociedades, afirmaba, es-
tán fundadas en pactos de protección mutua. El bien y el mal son términos
convencionales, dado que los rayos del cielo caen tanto sobre los justos
como sobre los injustos. La objeción a la maldad no reside en el acto mismo,
sino en sus consecuencias para el que hace el mal. Los sabios inventan
leyes no para obligar, sino para protegerse, y cuando dejan de ser útiles,
también dejan de ser válidas. Los sentimientos antiliberales de, incluso los
metafísicos más ilustres se revelan en ese dicho de Aristóteles según el cual
los peores gobiernos se caracterizan por permitir a los hombres vivir como
desean.
Sócrates, el mejor de los paganos, no concebía un criterio superior
para el hombre ni mejor guía de conducta que las leyes de cada país. Platón
–cuya sublime doctrina se aproximó tanto al cristianismo, que célebres teó-
logos quisieron prohibir sus obras, por medio de que los hombres se con-
tentaran con ellas y no consideraran ningún dogma superior, y que había
recibido la profética visión del Hombre Justo, acusado, condenado y flage-
lado que muere en la cruz–, sin embargo, empleó el intelecto más brillante
nunca conferido a un hombre para abogar por la abolición de la familia y el
abandono de los menores. Aristóteles, el más hábil moralista de la antigüe-
dad, no veía ningún mal en atacar inesperadamente a los pueblos vecinos
16 ESTUDIOS PÚBLICOS

para someter a su gente a la esclavitud. Si consideramos todo lo expuesto y,


más aún, el hecho que entre los contemporáneos hay hombres de genio
similar a los mencionados que han sostenido doctrinas políticas no menos
criminales o absurdas, es evidente que existe un conjunto de errores que
obstinadamente bloquea la senda de la verdad; que la pura razón es tan
ineficaz como las costumbres para resolver el problema del gobierno libre;
que éste sólo puede ser el fruto de una larga, variada y dolorosa experien-
cia; que la búsqueda de los métodos con que la sabiduría divina ha enseña-
do a las naciones a apreciar y asumir los deberes de la libertad no es la parte
menos importante de aquella verdadera filosofía que

“proclama la Providencia divina,


y explicar a los hombres los caminos de Dios”.

Mas, habiendo sondeado la profundidad de sus errores, entregaría


yo una muy mala idea de la sabiduría de los antiguos si diera a entender que
sus preceptos no eran mejores que su práctica. Mientras estadistas, sena-
dos y asambleas populares daban ejemplos de cada género de desaciertos,
surgió una importante literatura que contenía un valioso tesoro de conoci-
miento político y que exponía con gran sagacidad los defectos de las insti-
tuciones existentes. El punto respecto al cual los antiguos llegaron a un
acuerdo casi unánime es que el pueblo tiene derecho a gobernar, pero tam-
bién que es incapaz de hacerlo solo. Para solucionar esta dificultad y dar al
pueblo plena participación sin un monopolio del poder, adoptaron, general-
mente, la teoría de una Constitución mixta. Nuestra noción sobre este tema
es diferente a la de ellos, porque las Constituciones modernas han sido un
instrumento para limitar la monarquía; en cambio, en la antigüedad éstas
tenían por objeto controlar la democracia. La idea surgió en la época de
Platón –a pesar de que éste la rechazaba–, cuando habían desaparecido las
primeras monarquías y oligarquías, y continuó siendo cultivada mucho
tiempo después de que todas las democracias fueras absorbidas por el Im-
perio Romano. Pero mientras que un príncipe soberano que renuncia a parte
de su autoridad cede ante el argumento de una fuerza superior, un pueblo
soberano que renuncia a su prerrogativa sucumbe ante la influencia de la
razón. Y siempre ha resultado más fácil imponer limitaciones mediante el uso
de la fuerza que por la persuasión.
Los antiguos escritores vieron claramente que todo principio de go-
bierno que se acepte con exclusividad conduce al exceso y provoca una
reacción. La monarquía se vuelve más dura y se transforma en despotismo.
La aristocracia desemboca en oligarquía. La democracia se expande hasta
LORD ACTON 17

llegar a la supremacía de los grandes números. Por tanto, imaginaron que el


hecho de limitar cada elemento combinándolo con los otros evitaría el pro-
ceso natural de autodestrucción y proporcionaría al Estado una eterna ju-
ventud. Pero esta armonía de monarquía, aristocracia y democracia juntas,
que fuera el ideal de muchos escritores y que suponían que existió en Es-
parta, Cartago y Roma, era una quimera de los filósofos que nunca se llevó
a la práctica en la antigüedad. Finalmente, Tácito, más sabio que el resto,
confesó que la Constitución mixta, no obstante ser admirable en teoría, era
difícil de establecer e imposible de mantener. Su desalentadora sentencia no
ha sido refutada por la experiencia posterior.
Se ha intentado el experimento más veces de las que puedo decir,
con una combinación de recursos desconocidos para los antiguos, con el
cristianismo, el gobierno parlamentario y la prensa libre. No existe, sin em-
bargo, ningún ejemplo en que dicha Constitución equilibrada haya durado
un siglo. Si alguna vez ha tenido éxito, ha sido en un país y en nuestra
época, pero aún no sabemos por cuánto tiempo la sabiduría de la nación
preservará el equilibrio. El control federal era tan familiar para los antiguos
como el constitucional, dado que sus repúblicas consistían en el gobierno
de una ciudad por sus propios habitantes reunidos en la plaza pública.
Conocían el caso de una administración que abarcaba muchas ciudades
sólo en la forma de la opresión ejercida por Esparta sobre Micenas, Atenas
sobre sus confederados y Roma sobre Italia. No existían los recursos que
en los tiempos modernos permitirían a un gran pueblo gobernarse a sí mis-
mo a través de un solo centro. La igualdad podía ser preservada sólo me-
diante el federalismo, siendo más frecuente entre ellos que en el mundo
moderno. Si la distribución del poder entre las diversas partes del Estado
constituye la limitación más eficiente a la monarquía, la distribución del
poder entre varios Estados es el mejor control sobre la democracia. Al multi-
plicarse los centros de gobierno y de discusión, se promueve la difusión del
conocimiento político y la mantención de una opinión sana e independiente.
Este es el protectorado de las minorías y la consagración del autogobierno.
Mas a pesar de que debe citarse entre los mejores logros del genio práctico
de la antigüedad, surgió de la necesidad y sus características no fueron
debidamente investigadas por la teoría.
Cuando los griegos empezaron a reflexionar sobre los problemas de
la sociedad, en primer lugar, aceptaron las cosas como eran e hicieron lo
más que pudieron para explicarlas y reivindicarlas. La investigación, que en
nuestro caso es estimulada por la duda, en ellos empezó con la curiosidad.
El más ilustre de los primeros filósofos, Pitágoras, proclamó una teoría que
procuraba la preservación del poder político en la clase educada y ennoble-
18 ESTUDIOS PÚBLICOS

ció una forma de gobierno basada generalmente en la ignorancia popular y


en fuertes intereses de clase. Postulaba la autoridad y la subordinación, y
se extendía más sobre los deberes que los derechos, y la religión que la
política, mas su sistema desapareció con la revolución que terminó con las
oligarquías. Después la revolución desarrolló su propia filosofía, cuyos ex-
cesos he descrito.
Pero entre las dos épocas, en medio de la rígida didáctica de los
primeros seguidores de Pitágoras, y las disolventes teorías de Protágoras,
surgió un filósofo que se mantuvo entre ambos extremos y cuyos difíciles
enunciados no fueron realmente comprendidos ni valorados hasta nuestro
tiempo.
Heráclito de Efeso depositó su libro en el templo de Diana. Al igual
que el templo y su culto, éste ha desaparecido, pero sus fragmentos han
sido recopilados e interpretados con increíble fervor por eruditos, sacerdo-
tes, filósofos y políticos que vivieron inmersos en la fatiga y tensión de ese
siglo. El lógico más famoso de la última centuria adoptó cada una de sus
proposiciones, y el agitador más brillante entre los socialistas continentales
compuso una obra de 840 páginas para celebrar su memoria.
Heráclito se quejaba de que las masas eran insensibles a la verdad y
no sabían que un hombre bueno vale más que miles, pero apoyaba el orden
imperante sin superstición. La lucha, decía, es la fuente y dueña de todas
las cosas. La vida es un continuo movimiento, y la quietud, muerte. Nadie
puede zambullirse dos veces en la misma corriente, pues ésta fluye y pasa
continuamente y nunca es la misma. La única cosa estable y cierta en medio
del cambio es la razón soberana y universal, que puede no ser percibida por
todos los hombres, pero que es común a todos. Las leyes no se fundan en
autoridad humana, sino que en la ley divina de la cual derivan. Estas afirma-
ciones, que nos recuerdan las nociones generales de verdad política que
hemos encontrado en los libros sagrados y nos llevan a las recientes ense-
ñanzas de nuestros contemporáneos más ilustrados, requerirían amplios
análisis y comentarios. Heráclito es, por desgracia, tan confuso que ni Só-
crates pudo comprenderlo, y yo no podría pretender haberlo logrado.
Si el tema de mi exposición fuera la historia de la ciencia política,
Platón y Aristóteles tendrían el lugar más importante. Las Leyes de uno y la
Política del otro son, si confío en mi experiencia, los libros en que más se
puede aprender sobre los principios de política. La profundidad con que
estos grandes maestros del pensamiento analizaron las instituciones de Gre-
cia y expusieron sus defectos no ha sido superada posteriormente por Bur-
ke ni Hamilton, los mejores escritores políticos del último siglo; ni por Toc-
queville ni Roscher, los más eminentes de nuestra época. Pero Platón y
LORD ACTON 19

Aristóteles eran filósofos estudiosos no de una libertad sin guía, sino de un


gobierno inteligente. Vieron los desastrosos efectos de la mal dirigida lucha
por la libertad, y resolvieron que era mejor no luchar por ella, sino que
contentarse con una administración firme que se adaptara con prudencia al
objetivo de lograr la prosperidad y felicidad de los hombres.
Ahora bien, libertad y buen gobierno no se excluyen mutuamente, y
existen excelentes razones por las que deben marchar juntos. La libertad no
es un medio para alcanzar un fin político superior. Esta constituye en sí el
objetivo político máximo. No es necesaria para una buena administración
pública, sino para dar seguridad en la búsqueda de los más altos fines de la
sociedad civil y de la vida privada. El aumento de la libertad en un Estado
puede a veces fomentar la mediocridad y dar fuerza al prejuicio; incluso
puede retrasar la legislación útil, disminuir la capacidad para la guerra y
restringir los límites del Imperio. Podría sostenerse razonablemente que, si
bien ocurrirían muchas cosas que se consideran peores en Inglaterra o Ir-
landa bajo un despotismo inteligente, habría otras mejor manejadas; y que
el Gobierno Romano fue más ilustrado bajo Augusto y Antonio que bajo el
Senado, en los días de Mario o Pompeyo. Un espíritu generoso prefiere que
su país sea pobre, débil y poco importante, pero libre, en vez de poderoso,
próspero y esclavizado. Es preferible ser ciudadano de un estado humilde
en los Alpes, sin perspectivas de influencia más allá de su estrecha frontera,
que súbdito de una magnífica autocracia que domina medio continente asiá-
tico y europeo. Por otra parte, se puede afirmar que la libertad no es la suma
ni el substituto de todas las cosas por las que viven los hombres; que debe
ser limitada, para que sea real y que estos límites varían; que la civilización
que avanza otorga al Estado numerosos poderes y obligaciones e impone
tareas y limitaciones al súbdito; que una comunidad altamente instruida e
inteligente puede percibir el beneficio de las obligaciones compulsivas, las
que en un estado inferior serían consideradas intolerables; que el progreso
liberal no es vago ni indefinido, sino que apunta a un objetivo según el cual
el público ha de estar sujeto sólo a aquellas restricciones que considera
ventajosas; que un país libre puede ser menos capaz de lograr un mayor
progreso en religión, en la prevención del vicio y el alivio del sufrimiento,
que otro que no titubea en enfrentar las grandes emergencias mediante
algún sacrificio de los derechos individuales y cierta concentración del po-
der; que el objetivo político supremo debe a veces postergarse ante objeti-
vos morales aún superiores. Mi argumento no se opone a estas reflexiones.
No estamos hablando acerca de los efectos de la libertad, sino que de sus
causas. Buscamos las influencias que pusieron al gobierno arbitrario bajo
control, ya sea mediante la difusión del poder o apelando a una autoridad
20 ESTUDIOS PÚBLICOS

que trasciende a todo gobierno. Y entre estas influencias, los grandes filó-
sofos griegos no tienen por qué ser considerados.
Fueron los estoicos quienes emanciparon a la humanidad de su suje-
ción al gobierno despótico. Sus ilustradas y elevadas ideas de la vida cerra-
ron el abismo que separa al Estado antiguo del Estado cristiano y mostraron
el camino de la libertad. Considerando la poca seguridad que existe de que
las leyes de un país sean sabias o justas y la posibilidad de error de la
voluntad unánime de un pueblo y el consentimiento de las naciones, los
estoicos buscaron los principios que deberían regular la vida de los hom-
bres y la existencia de la sociedad más allá de esas estrechas barreras y por
sobre aquellas sanciones subalternas. Revelaron que existía una voluntad
superior a la voluntad colectiva del hombre y una ley que anulaba las de
Solón y Licurgo. Para determinar si un gobierno era bueno, los estoicos
consideran la conformidad de éste con principios que puedan derivarse de
un legislador superior. Aquello que debemos obedecer, aquello a que debe-
mos reducir todas nuestras autoridades civiles y sacrificar todo interés te-
rrenal, es esa ley inmutable que es perfecta y eterna como Dios mismo, que
procede de su naturaleza y reina sobre el cielo, la tierra y todas las naciones.
El gran problema no consiste en descubrir lo que prescriben los
gobiernos, sino aquello que deberían prescribir, ya que ninguna prescrip-
ción es válida de contravenir la conciencia de la humanidad. Ante Dios, no
hay griego ni bárbaro, rico ni pobre, y el esclavo es tan bueno como su
señor, ya que por nacimiento todos los hombres son libres, son ciudadanos
de esa comunidad universal que abarca a todo el mundo, hermanos de una
familia e hijos de Dios. La verdadera guía de nuestra conducta no es una
autoridad externa, sino la voz de Dios que viene a morar en nuestras almas,
quien conoce todos nuestros pensamientos, a quien debemos toda la ver-
dad que conocemos y todo el bien que hacemos, ya que el vicio es volunta-
rio y la virtud viene de la gracia del espíritu celestial interior.
Los filósofos que se habían empapado de la ética sublime del Pórtico
pasaron luego a exponer la enseñanza de esa voz divina: No basta con obrar
conforme a la ley escrita o dar a todos los hombres lo que merecen: debe-
mos darles más de lo que merecen, ser generosos y caritativos, dedicarnos
al bienestar de los demás, buscando nuestra recompensa en la abnegación
y sacrificio, actuando con el móvil de la solidaridad y no de la conveniencia
personal. Por consiguiente, debemos tratar a los demás como nos gustaría
que nos trataran a nosotros y debemos insistir hasta la muerte en hacer el
bien a nuestros enemigos, sin considerar la indignidad o la ingratitud. Debe-
mos estar en guerra con el mal, pero en paz con los hombres; es mejor sufrir
que cometer injusticia. La verdadera libertad, dice uno de los estoicos más
LORD ACTON 21

elocuentes, consiste en obedecer a Dios. Un Estado gobernado por estos


principios habría tenido un grado de libertad mucho mayor que el de los
romanos o griegos, pues abren una puerta a la tolerancia religiosa y la
cierran a la esclavitud. Según Zenón, ni la conquista ni la compra pueden
hacer que un hombre sea propiedad de otro.
Dichas doctrinas fueron adoptadas y aplicadas por los grandes juris-
tas del Imperio. La ley natural, decían, es superior a la ley escrita. Y la
esclavitud se opone a la ley natural. Los hombres no tienen derecho a hacer
lo que quieren ni a obtener beneficios a costa de otros. Esta es la sabiduría
política de los antiguos, con respecto a los fundamentos de la libertad, tal
como la encontramos en su punto más alto en Cicerón, Séneca y Filón, un
judío de Alejandría. En sus escritos podemos ver la grandeza del trabajo de
preparación para el Evangelio realizado entre los hombres en vísperas de la
misión de los apóstoles. San Agustín, después de citar a Séneca, exclama:
“¿Qué podría agregar un cristiano a lo que ha dicho este pagano?” Los
paganos ilustrados habían llegado prácticamente al máximo nivel posible sin
un nuevo designio divino, cuando llegó la plenitud de los tiempos. Hemos
revisado la magnitud y el esplendor del pensamiento helénico, y nos ha
llevado al umbral de un reino superior. Los mejores de los últimos clásicos
emplean prácticamente el mismo lenguaje del cristianismo y se acercan a su
espíritu.
Pero en todo lo que he podido citar de la literatura clásica faltan tres
cosas: el gobierno representativo, la emancipación de los esclavos y la
libertad de conciencia. Es cierto que existían asambleas deliberativas, elegi-
das por el pueblo, y ciudades confederadas que tenían muchas ligas en
Asia y Africa y enviaban a sus delegados a los consejos federales. Pero el
gobierno por un Parlamento elegido era desconocido, incluso en teoría. El
hecho de admitir un cierto grado de tolerancia concuerda con la naturaleza
del politeísmo. Y Sócrates, al manifestar que debía obedecer a Dios en vez
de a los atenienses, y los estoicos, cuando pusieron al hombre sabio sobre
la ley, prácticamente dieron expresión a este principio. Pero la primera vez
que éste fuera proclamado y establecido por ley no fue en la Grecia politeís-
ta o filosófica, sino que en la India, por Asoka, el primero de los reyes
budistas, 250 años antes del nacimiento de Cristo.
En comparación con la intolerancia, la esclavitud ha sido lejos la
permanente maldición y deshonra de la civilización antigua; a pesar de ha-
berse discutido su legalidad en una época tan temprana como la de Aristó-
teles y de haber sido implícita –si no definitivamente–, rechazada por varios
estoicos, tanto la filosofía moral de los griegos o romanos como su práctica
se pronunciaron decididamente en su favor. Pero hubo un pueblo extraordi-
22 ESTUDIOS PÚBLICOS

nario que, tanto en éste como en otros temas, anticipó el más puro precepto
que iba a venir. Filón de Alejandría es uno de los escritores que tuvieron
una visión más avanzada de la sociedad. Elogia no sólo la libertad sino que
la igualdad en el aprovechamiento de la riqueza. Cree que una democracia
limitada, purificada de sus elementos más indecorosos, representa la forma
de gobierno más perfecta y que se extenderá gradualmente por todo el
mundo. Para él, la libertad consiste en seguir a Dios. A pesar de exigir que la
condición del esclavo fuera compatible con las necesidades y exigencias de
su naturaleza superior, no condenó absolutamente la esclavitud. Pero dejó
constancia de las costumbres de los esenios de Palestina, un pueblo que
unió la sabiduría de los gentiles con la fe de los judíos y que vivió sin
contaminarse con la civilización circundante, siendo el primero en rechazar
la esclavitud, tanto en principio como en la práctica. Formaron una comuni-
dad religiosa en vez de un Estado y su población no excedió los 4.000
habitantes. Pero su ejemplo ilustra el alto nivel a que los hombres religiosos
podían elevar su concepción de la sociedad, incluso sin la ayuda del Nuevo
Testamento, y representa la más severa crítica a sus contemporáneos.
La conclusión a que nos lleva nuestra investigación es, entonces, la
siguiente: Difícilmente existe una verdad en política o en el sistema de los
derechos del hombre que no haya sido captada por los más sabios de los
gentiles y los judíos, o que éstos no hayan declarado con un refinamiento
de ideas y una nobleza de expresión que los escritores nunca han podido
superar. Podría seguir por horas recitándoles pasajes tan solemnes y religio-
sos de la ley natural y de los derechos del hombre, que a pesar de venir del
teatro profano de la Acrópolis y del Foro Romano, se podría pensar que son
himnos de las iglesias cristianas o el discurso de sacerdotes. Mas a pesar
de que las máximas de los grandes maestros clásicos, Sófocles, Platón y
Séneca, y los gloriosos ejemplos de virtud pública estaban en boca de
todos los hombres, éstos no tenían poder para prevenir la fatalidad de una
civilización por la cual se habían derramado en vano la sangre de tantos
patriotas y el genio de incomparables escritores. Las libertades de las nacio-
nes antiguas, oprimidas por un despotismo inevitable e irremediable, habían
perdido su vitalidad cuando apareció el nuevo poder desde Galilea, propor-
cionando aquello que faltaba al conocimiento humano para redimir tanto a
las sociedades como a los hombres.
Resultaría presuntuoso nuestro intento de mencionar los innumera-
bles canales por los que penetrara gradualmente la influencia cristiana en el
Estado. El primer fenómeno sorprendente es la lentitud con que se manifies-
ta un movimiento que habría de ser tan extraordinario. El cristianismo se
propagó por todas las naciones, en diferentes estados de civilización y
LORD ACTON 23

prácticamente bajo todas las formas de gobierno. No tenía el carácter de un


apostolado político y su misión, absorbente para los individuos, no desafia-
ba a la autoridad pública. Los primeros cristianos evitaban todo contacto
con el Estado, se abstenían de responsabilidades funcionarias e incluso
eran reacios a servir en el ejército. Acariciando su idea de pertenecer a un
reino que no es de este mundo, se desesperanzaron de un imperio que
parecía demasiado poderoso para ser posible oponérsele y demasiado co-
rrupto para ser posible convertirlo; cuyas instituciones –el trabajo y el or-
gullo de incalculables siglos de paganismo– obtenían su sanción de dioses
que los cristianos consideraban demonios; que sumergía sus manos de
tiempo en tiempo en la sangre de los mártires y estaba más allá de la espe-
ranza de regeneración y destinado a morir. Tan descorazonados parecían,
que llegaban a imaginar que la caída del Estado significaría el término de la
Iglesia y del mundo; nadie sospechaba el grandioso futuro de influencia
social y espiritual que esperaba a su religión entre la raza de destructores
que estaban llevando a la humillación y la ruina el imperio de Augusto y
Constantino. Se preocupaban menos de los deberes del gobierno que de las
virtudes privadas y los deberes de los súbditos, y pasó mucho tiempo antes
de que se dieran cuenta de la responsabilidad y el poder de su fe. Aproxima-
damente hasta la época de Crisóstomo, evadieron considerar la obligación
de emancipar a los esclavos.
A pesar de que la doctrina de la seguridad en sí mismo y la autone-
gación, que constituye la base de la política económica, era legible tanto en
el Nuevo Testamento como en la Riqueza de las Naciones, ésta no fue
aceptada hasta nuestra época. Tertuliano se jacta de la obediencia pasiva
de los cristianos. Melito escribe a un emperador pagano como si fuera inca-
paz de dar una orden injusta y, en la era cristiana, Optatus pensaba que
quien se atrevía a criticar a su soberano se exaltaba a casi al nivel de un
dios. Pero esta quietud política no era universal. Orígenes, el más hábil de
los escritores de los primeros tiempos, aprobaba la conspiración para des-
baratar la tiranía.
Después de la cuarta centuria, las declaraciones contra la esclavitud
son más severas y continuas. En un sentido teológico, pero significativo,
los sacerdotes del segundo siglo insisten en la libertad y los del cuarto
siglo en la igualdad. En la política se produce una transformación esencial e
inevitable. Habían existido gobiernos populares, también gobiernos mixtos
y federales; pero no había existido ningún gobierno limitado, ningún Estado
con una esfera de autoridad definida por una fuerza externa a él. Tal fue el
gran problema que planteara la filosofía y que ningún estadista había sido
capaz de solucionar. Quienes proclamaban la ayuda de una autoridad supe-
24 ESTUDIOS PÚBLICOS

rior, efectivamente habían establecido una barrera metafísica frente a los


gobiernos, pero no habían sabido hacerla efectiva. Todo lo que Sócrates
pudo hacer como protesta contra la tiranía de la democracia reformada fue
morir por sus convicciones. Los estoicos sólo pudieron aconsejar a los
sabios y se mantuviesen apartados de la política, guardando la ley no escri-
ta en su corazón. Pero cuando Cristo dijo: “Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios”, aquellas palabras dichas en su última visita al
templo, tres días antes de su muerte, dieron al poder civil, bajo la protección
de la conciencia, un carácter sagrado que nunca había tenido y límites que
nunca había reconocido; ellas constituyeron el repudio del absolutismo y el
origen de la libertad, debido a que nuestro Señor no sólo entregó el precep-
to, sino que creó la fuerza para cumplirlo. Mantener la inmunidad necesaria
en una esfera suprema y reducir toda autoridad política dentro del límites
definidos dejó de ser una aspiración de pensadores tolerantes, y pasó a ser
responsabilidad y preocupación constantes de la institución más poderosa
y la asociación más universal del mundo. La nueva ley, el nuevo espíritu y
la nueva autoridad dieron a la libertad un significado y un valor que no
había tenido en la filosofía o en la constitución de Grecia o Roma antes de
que se nos diera a conocer la verdad que nos hace libres.
LIBROS

Alain Rouquié, Pourvoir Militaire et Société


Politique en République Argentine *

Roberto Durán**

El autor es un politólogo francés, investigador de la Fon-


dation Nationale des Sciences Politiques, uno de los centros
académicos de mayor prestigio en el campo de la ciencia polí-
tica francesa. Su obra, voluminosa en lo cuantitativo y en lo
cualitativo, constituye uno de los mayores y mejores esfuerzos
por analizar a fondo y sistemáticamente el origen y desarrollo
de la permanente crisis política argentina. Lo central de su
análisis es auscultar la forma en que esta constante inestabi-
lidad política se manifiesta y cuáles son sus orígenes históricos.
En ambos casos, el autor recurre a diversas fuentes, tan-
to estadísticas como interpretativas, así como a una nutrida
documentación política y coyuntural. La impresión global que
se puede inferir de este estudio es que se trata de un análisis
hecho con la debida profundidad e ingeniosa sutileza que carac-
teriza a la politología francesa de postguerra. No divaga exage-
radamente en la especulación teórica, aunque sin dejarla de
lado, la readecua a su objeto de análisis, el cual es eminente-
mente empírico. Una objeción de fondo que se le podría formular
es la adopción arbitraria de ciertas categorías analíticas que no
siempre resultan ser atingentes, ya sea porque éstas son algo ab-
tractas para el nivel en que se pretenden aplicar o porque sim-
plemente no son las más pertinentes dado el carácter de algunas
circunstancias históricas. Otra observación que podríamos for-
mular—más de forma—es que hay una tendencia a insistir

*
Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, Paris, 1978,
772 páginas, incluida bibliografía.
* * Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica de
Chile.
316 ESTUDIOS PÚBLICOS

sobre los mismos hechos en diferentes capítulos, llegando en la


mayoría de los casos a conclusiones similares. Esto último tiene
la ventaja de esclarecer el planteamiento de una idea, pero tiene
a su vez el inconveniente de ampliar innecesariamente el con-
tenido cuantitativo del estudio. No obstante estos alcances, la
obra de Rouquié merece un comentario más acabado sobre cada
una de sus partes y capítulos y es eso lo que intentaremos
llevar a cabo en las próximas líneas.
Al igual que diversos investigadores interesados en el pro-
blema del militarismo latinoamericano, Alain Rouquié inicia su
obra buscando establecer una interpretación teórica e histórica
del fenómeno, utilizando indistintamente categorías sociológi-
cas accionalistas (A. Touraine, 1965) y conceptos de política y
gobierno comparados (M. Curtis, 1978). A su juicio —coinci-
diendo aquí con los postulados clásicos de la sociología del
desarrollo latinoamericano de los años 60 (Solari, Franco y
Jutkowitz. 1976)—, la base del militarismo se encuentra en el
dualismo de la estructura social, política y económica de los
países subdesarrollados. La ausencia de un pluralismo estruc-
tural en las sociedades latinoamericanas implicaría la presencia
activa de un estamento social intermedio, el cual políticamente
cumpliría con el rol de modernizar e imponer el orden en estas
sociedades: los grupos militares (págs. 2 y 3). Este razona-
miento resulta coherente en países típicamente subdesarrolla-
dos, lo que no sería el caso argentino. Muy por el contrario,
estadísticamente al menos, Argentina es un país socialmente
estable, habida cuenta de su extensa capa social media; econó-
micamente, durante este siglo, es un país enriquecido por el
extraordinario rendimiento de su agricultura, además de una
pujante industrialización iniciada con éxito en los años 40 y
50. Tampoco es un país afectado por tasas altas de analfabe-
tismo o por problemas sociales o regionales importantes. En
suma. Argentina es un caso "estadísticamente anormal" (págs.
5 v 6). No obstante, desde 1930 —fecha que por lo demás coin-
cide con el período más álgido de la prosperidad económica de
ese país— hasta 1972 ha habido dieciséis Presidentes de los
cuales once han sido militares. Estos últimos han gobernado el
país un total de 28 años sobre los 42 que cubre este período y
ningún Presidente —civil o militar— ha concluido plenamente
su mandato. Curiosamente entre 1862 v 1930 ningún Presidente
llega al poder apovado en los militares y la sucesión presiden-
cial se ajustó siempre a lo establecido por la Constitución
(pág. 4).
La metodología utilizada por el autor está expuesta en el
primer capítulo de la obra, haciendo hincapié en que su análisis
no pretende caer en el "psicologismo" (pág. 11), es decir, en
privilegiar las variables de la personalidad y la conducta indi-
vidual o colectiva del estamento civil y militar argentino. Su
LIBROS 317

objetivo es analizar sociológicamente la relación entre la socie-


dad civil y la sociedad militar en una perspectiva grupal, por
cuanto de esa forma se puede ligar el aspecto funcional de
esa relación así como su aspecto informal. De esta manera, la
dimensión psicológica del problema y su dimensión estadística
se reencuentran analíticamente (pág. 11). En estos términos,
Rouquié considera que un análisis grupal —en los términos en
que él lo entiende, y en este sentido su óptica es esencialmente
accionalista (Touraine, 1965, Cap. II)— del militarismo argen-
tino otorga al estudio una visión de conjunto difícil de alcanzar
por otra vía (pág. 11). Finalmente, y esta es una característica
constante a lo largo de su análisis, el autor recurre al estudio
comparado del militarismo argentino con otros casos en Amé-
rica Latina "solamente con el fin de aclarar comparativamente
el caso argentino" (pág. 13), sin que de ello se puedan inferir
'generalizaciones para el resto de los países de la región.
En la primera parte del libro, el autor establece una inter-
pretación acerca de la llegada masiva de inmigrantes europeos
a fines del siglo XIX y principios del XX y su eventual impacto
en la estructura social y política de Argentina. A su juicio, si
bien la llegada de estos inmigrantes impuso en ese país un
sello indeleble a su cultura, no es menos cierto que estos nuevos
habitantes se encontraron con una nación relativamente es-
tructurada, que los absorbió integralmente y los incorporó
plenamente a la sociedad argentina (pág. 20). Se desprende
de este razonamiento que no obstante el carácter híbrido de
la sociedad argentina —en lo estrictamente socio-cultural—,
esto no se puede afirmar sino en términos relativos, ya que de
una u otra forma, el inmigrante se fusiona rápidamente a los
grupos sociales existentes en el país y no establece virtuales
"ghettos" como los observados en el mismo período en los
Estados Unidos.
El rol político del ejército argentino se empieza a visualizar
en los últimos quince años del siglo pasado, cuando la estruc-
turación e institucionalización de éste pasan a ser una realidad
concreta. Es específicamente el ejército el que asume el rol de
expandir las fronteras hacia el sur y hacia el interior (págs. 62
y 63), así como el enfrentar situaciones internacionales que
comprometían la seguridad nacional. La institucionalización
del ejército se consolida durante esos años y, en gran medida, el
surgimiento de un probable conflicto con Chile hacia 1900-1901
acelera notablemente este proceso. Ello lleva a la profesionali-
zación del ejército y en ello se destaca la influencia de las
escuelas de formación militar francesa y alemana. Entre 1860
a 1900, la preponderancia de la primera es determinante,
pero desde 1904-1905 es sustituida casi completamente por
la alemana. La creación de la Escuela Superior de Guerra
es producto de la influencia de esta última y en ella va a
318 ESTUDIOS PÚBLICOS

comenzar a moldearse un tipo de mentalidad castrense, muy


reconcentrada en su quehacer institucional y escasamente
vinculada al ámbito contingente (pág. 86).
El autor dedica algunas páginas a la emergencia de la
Armada y a su relevante rol en el espectro político trasandino.
Destaca la inicial influencia británica en la formación de su
oficialidad, aunque se apresura en aclarar que ella es más bien
un sentimiento de admiración y no una tradición arraigada en
un estilo de vida. Mucho mayor es la influencia de la Armada
norteamericana, la cual durante décadas formó y capacitó a
selectos grupos de la oficialidad naval argentina (pág. 89 y
posteriores). Más adelante —aunque no expresamente— Rou-
quié examina el prestigio político que la Armada argentina va
adquiriendo en los primeros setenta años de este siglo. Sin
embargo —por razones desconocidas—, el autor no pone de
relieve el activo papel que le cupo a esta institución en la
llamada "Revolución Libertadora", que depuso en 1956 al
gobierno del General Juan D. Perón. Este hecho constituye un
hito muy importante ya que desde entonces la Armada continúa
ejerciendo una influencia decisiva en el cuadro político argen-
tino, sobre todo en áreas sensibles de la política de defensa y en
aspectos neurálgicos de la política exterior.
En la segunda parte del libro —la más extensa— Alain
Rouquié profundiza su análisis en torno a la relación sociedad
militar-sociedad civil y la manera en que ésta se ha ido bosque-
jando entre 1930 y 1972. El enfoque es esencialmente coyun-
tural y se adentra en las causas y efectos que caracterizan las
asonadas militares y políticas durante el período. Particular-
mente notorio es el examen que realiza de los orígenes del
movimiento cívico-militar que llevó al poder a Juan Domingo
Perón, sin duda la figura política argentina más relevante de
este siglo. La búsqueda del líder, y del conductor carismático y
exitista, la imagen paternalista y protectora de Perón, todos
estos factores no diferencian el esquema político argentino de
la mayoría de los países latinoamericanos (págs. 318 a 367).
La tercera parte es la más concluyente y de mayor peso
teórico que la segunda. En ella, el autor pretende una interpre-
tación histórica y conceptual del proceso político argentino
durante los años 30-72, además de esbozar algunos indicadores
prospectivos en torno a la evolución de dicho proceso en los
años que siguen. En el capítulo XV destaca el crecimiento exa-
gerado del contingente militar en ese período, además de evi-
denciar el grado de penetración del estamento militar en la
sociedad civil (particularmente en las labores especializadas de
la administración pública), así como a la inversa. Del mismo
modo, se aprecia una creciente vinculación de los sectores mili-
tares con el ámbito académico y económico-productivo. En el
primer caso, esa vinculación obedece a un interés real por me-
LIBROS 319

jorar la calidad de la profesionalización militar y en el segundo


se pone de manifiesto la posición de cierto prestigio social que
involucra el quehacer militar. Este proceso fortalece la relación
entre militares y civiles en ámbitos estrictamente funcionales,
lo cual no necesariamente implica que ésta se observe de ma-
nera similar en la gestión del poder político.
Para el autor no pasa inadvertido el hecho que, estando así
definida la relación sociedad civil-sociedad militar, la profesión
militar se convierte en un mecanismo de promoción social. Lo
peculiar del caso argentino consiste en que antes de los años
30 se verifica un reclutamiento relativamente democratizante
en la oficialidad —del Ejército específicamente—, mientras
que a partir de los años 33 a 35 se observa un reclutamiento
extremadamente restringido a los círculos sociales más tradi-
cionales de Argentina. Esta misma promoción será la que
ejercerá una influencia política decisiva en la década de los
años 60 y parte de los 70.
En los dos últimos capítulos del libro, Rouquié elabora un
paradigma en el cual intenta sintetizar tres tipos de gobierno
que se han observado en Argentina en el período antes señala-
do. En primer lugar habría gobiernos apoyados por las Fuer-
zas Armadas —cuyo exponente más significativo es el régimen
peronista hasta 1952—; luego estarían los gobiernos de corte
civil, pero neutralizados por la influencia de las Fuerzas Arma-
das— el caso del Presidente Guido entre 1962-1964; y finalmente
gobiernos de corte integralmente militar —como el gobierno
del General Juan Carlos Onganía entre 1966-1970. Cualquiera
sea la modalidad de gobierno que se adopte, un aspecto que
llama la atención del autor es la casi absoluta ausencia de un
debate ideológico substancial, lo que implica una disputa del
poder por el simple hecho de ejercerlo, sea entre los grupos
civiles o entre los grupos militares. De hecho, una vez producida
la división del movimiento radical a fines de los años 50, cuando
el Presidente Arturo Frondizi asume la Presidencia apoyado
por la UCRI, (Unión Cívica Radical Intransigente), sus anterio-
res aliados de la UCRP, (Unión Cívica Radical del Pueblo)
completan abiertamente en la destitución de éste, fenómeno
que ocurrirá en 1962. En 1964 es elegido Presidente Arturo Illía,
apoyado por la UCRP; ello significó una activa participación
de la UCRI en su destitución en el año 1966.
Lo que en otras palabras sugiere Rouquié, es que a partir
de 1930 no existe ninguna instancia política civil capaz de
contrarrestar con éxito el peso y la influencia de las Fuerzas
Armadas. En el fondo, la casi absoluta ausencia de un consenso
político —por no decir ideológico— entre los civiles argentinos
los ha restringido a un rol de escasa importancia en el quehacer
político y ciudadano de su país. Cabría preguntarse si la for-
mación de la organización Mutipartidaria —creada durante el
320 ESTUDIOS PÚBLICOS

año pasado— permitirá a la sociedad civil argentina quebrar


el círculo vicioso en que se desenvuelve desde hace más de
cincuenta años.
En las páginas 658 y 659, el autor analiza somera-
mente el tema de la relación entre las Fuerzas Armadas y los
partidos políticos. Destaca el sentimiento de superioridad exis-
tente entre los militares argentinos en relación a los políticos,
a quienes califican de "habladores, ineficientes y divisionistas"
(pág. 658).
La imagen que los militares tienen de los políticos civiles
ios lleva a excluir la presencia de los partidos en la vida política
del país, pero además ello denota la peculiar forma en que los
primeros conciben lo que podría denominarse su trasfondo ideo-
lógico. Esto último se define fundamentalmente en términos
excluyentes: los militares saben a ciencia cierta "quiénes no
deben gobernar" o "qué es lo que no se debe hacer" (págs. 661-
662). La virtual ausencia de una plataforma de acción y/o de
gobierno los lleva a recurrir muchas veces a fórmulas que no
siempre arrojan los mejores resultados; o bien a definir su ges-
tión gubernamental en términos tan globales, que ante la
aparición de problemas o coyunturas difíciles de controlar, se
desmoronan sin mayor trámite y pasan a ser sustituidos por
otro equipo que comete errores similares (pág. 662). No obstante
la ausencia de partidos políticos y la incapacidad de los grupos
militares para constituir un movimiento organizado, los choques
entre sus distintas facciones se inscriben dentro del contexto
clásico en que operan los grupos de presión.
Finalmente, Rouquié examina la influencia del liberalismo
y el nacionalismo en la oficialidad. El liberalismo capta adeptos
entre los oficiales del Ejército, pero es principalmente entre los
de la Armada donde logra afirmarse con mayor éxito. Aclara
que el liberalismo aparece muy diluido con preceptos conser-
vadores, u otros abiertamente antidemocráticos: primacía de
la "razón colectiva" por encima de la "voluntad colectiva" (pág.
655). El nacionalismo también se vislumbra muy vagamente, y
siendo consubstancial al rol de las Fuerzas Armadas, se define
nuevamente en términos excluyentes: antiparlamentario, anti-
extranjero y partidario de un Estado fuerte y altamente tecno-
cratizado.
Obviamente, no está dicha la última palabra sobre el com-
plejo proceso político argentino y Alain Rouquié no tiene
evidentemente esa pretensión. Pero indudablemente se trata de
un estudio de gran calidad académica y el minucioso análisis
que en el se observa lo colocará entre las obras clásicas del
desarrollo político latinoamericano de las últimas décadas.

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