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A. Análisis socio-antropológico de las diferencias


entre hombres y mujeres.

¿Cómo es un analisis antropologico?

La antropología exige análisis estructurales de los fenómenos sociales,


encontrar el origen de un fenómeno y sus explicaciones en términos socio
histórico es una de las principales labores de la antropología social.

Surge, de en este contexto, la antropología del género, entendiendo por


género la adscripción de roles y estatus sociales diferenciados y la
atribución de significados culturales diferenciados a las personas en base
al dimorfismo sexual. Es decir, hombre y mujer van a ser el criterio para
otorgar una serie de tareas y actividades (caza, guerra, religión,… por un
lado; reproducción, recolección,… por el otro) a cada uno de los sexos.
Tareas y actividades que van a ser pensadas como diferentes y opuestas
en base a la categorización de lo masculino y lo femenino. En estos
estudios tradicionales las diferencias biológicas se tomaban como base
para la formación de relaciones sociales y para su conceptualización y
simbolización.

A partir de estos primeros estudios de género, la antropología social ha


llegado a dos grandes afirmaciones básicas, como son: el hecho
universal de la dominación masculina; y el postulado que afirma que esta
subordinación femenina es de origen social, no biológico. Al cabo del
tiempo estos postulados, al igual que la definición de género, también
serán criticados por eurocéntricos. Ya la antropología feminista de los
años setenta enfatiza la importancia de diferenciar el sexo biológico del
género y basa los términos mujer y hombre en construcciones culturales,
siguiendo las premisas de Margaret Mead[2].

Respecto al primer postulado básico sobre el hecho universal de la


dominación masculina, Lévi-Strauss (1949), redujo el género a un mero
signo de comunicación e intercambio, donde los clanes patrilineales
consideraban a la mujer como un instrumento de intercambio social. Por
su parte, Balandier (1985) va más allá, y además de definir a la mujer de
las comunidades primitivas como la mitad subordinada -la mujer como
objeto de intercambio matrimonial generadora de lazos sociales e
instrumento de reproducción-, también las identifica con la mitad
peligrosa, ya que es el otro, y representa la ambivalencia, lo cercano a la
naturaleza. Ambos autores definen lo femenino como inverso a lo
masculino.

Respecto al segundo postulado, que afirma que la subordinación


femenina es de origen social, desde la antropología se considera la
desigualdad humana como un hecho de origen social[3]. Así, Sherry
Ortner (1977) trata de abalizar las relaciones masculino/femenino como
si fueran una transposición de la relación cultura/naturaleza desde una
perspectiva simbólico/estructuralista. Ella pretende demostrar que se
concede un valor inferior a la mujer en todas las culturas porque se la
identifica con la naturaleza, algo desvalorizado y situado en un orden
inferior.

Ha habido muchas autoras como Weiner (1976), Arcand (1977) y Moore


(1994) que han criticado esta dicotomización, porque consideran que es
una perspectiva europea, el hecho de considerar los conceptos como
pares opuestos. A pesar de que ha habido quienes han pretendido
fundamentar las diferencias de género en causas biológicas
(determinismo biológico), los datos etnográficos demuestran que las
diferencias biológicas no pueden ser la base de la construcción del
género, ya que la división social entre hombres y mujeres está
socialmente construida. Por ejemplo, Annette Weiner (1976) para criticar
los planteamientos de los autores estructural-funcionalistas (Ortner y
Lévi-Strauss), estudia la sociedad trobriandesa fijándose en las mujeres
relacionadas con el mundo de la reproducción y de la cosmología. Así,
mientras Malinowski decía que la sociedad trobriandesa era una
sociedad basada en el intercambio mujeres y de objetos materiales e
inmateriales y que de ello dependía toda la estructura social, Weiner dirá
que no es así. Dirá que la relación masculino-femenino no es de
dominación y que las mujeres en esta sociedad no son meros objetos de
intercambio ni instrumentos de uso generalizado, sino que tienen un
poder real como agentes de la vida social, y esto se hace presente en la
ceremonia del Sagali. La ceremonia del Sagali se realizaba cuando un
pariente de la mujer muere. Su marido trabaja para acumular las riquezas
que su esposa debe distribuir a sus parientes matrilineales. La razón de
estos intercambios está en la creencia de que las mujeres trasmiten el
dala (el clan) de los antepasados recreándolo cada generación. Además,
el fundamento de la vida social no está ni en la filiación ni en la alianza
(como habían creído los estructuro-funcionalistas) sino en la
regeneración de los antepasados (Weiner, 1976).
Weiner critica los estudios clásicos del parentesco, que consideran solo a
las sociedades patrilineales, porque a partir de ellos se ha creído que la
mujer no tenía ningún rol, y señala que el rol de las mujeres es un factor
que determina la estructura social. Su estatus y roles sociales no son el
de ser meros objetos, sino que son sujetos y agentes sociales
importantes. De este modo Weiner rechaza la posición de Ortner por
decir que el cuerpo de la mujer parece condenarla a la simple
reproducción de la vida. En oposición, ella cree que la matrilinealidad da
un poder que no tienen los hombres: la continuidad y la perpetuidad del
clan. No queremos decir que los estructuro funcionalistas no
consideraran las estructuras matrilineales, sino que no tenían en cuenta
el poder que tenían las mujeres en ellas. Por otro lado, también critica el
universalismo de Ortner. Según Annette Weiner, afirma que no es cierto
que la mujer haya estado dominada por el hombre, sino que los primeros
trabajos etnográficos lo han visto así.

Vemos, pues, que hubo un tiempo en el que se tomó la diferencia sexual


como base de la construcción de la vida social y fundamento de
legitimación de las diferencias de género. Sin embargo, no es cierto que
el poder sea una esfera exclusivamente masculina en todas las
sociedades, ni que la subordinación femenina en el ámbito social sea un
rasgo universal. La categorización naturaleza-cultura como par de
oposiciones o dualismo básico refleja una forma, que no la única, de
funcionamiento de la mente humana en el proceso de cognición y de
simbolización.

De este modo, identificar a la mujer con la naturaleza y al hombre con la


cultura, y plantear que esta identificación es un hecho universal, no sería
sino la aplicación de un postulado euro-céntrico a la hora de analizar las
demás culturas. Stolcke (1983) dice que la cultura judeo-cristiana-
occidental tiende a naturalizar lo social, y que las visiones de la
naturaleza, de la biología y de la psicología -hechos naturales- son
construcciones o conceptualizaciones socioculturales; porque lo natural,
en cuanto a categoría pre-social, es algo que carece de sentido desde
una reflexión académica. Lo que una determinada sociedad considera
natural es fruto de condicionamientos socioculturales, es decir, en el
fondo, es un hecho social.

Categorizar cualquier realidad como natural responde a una manera muy


europea de pensar el cuerpo, lo social y lo simbólico y pertenece más al
discurso científico antropológico que a las cosmovisiones indígenas. De
hecho, las prácticas sexuales están guiadas por pautas y por modelos
culturales, así como, por ejemplo, hay múltiples y variadas formas de
entender la procreación[4].

Así, hay sociedades en las que la oposición masculino/femenino no se da


en base al dimorfismo sexual, como es el caso de los inuit[5] o de la
tradicional institución del berdachismo propia de algunos pueblos
indígenas americanos. En estas comunidades existían personas
llamadas berdaches cuyo sexo no determinaba su género.

https://www.pikaramagazine.com/2013/01/cultura-y-poder-el-constructivismo-de-la-antropologia-del-
genero/

La antropología social como disciplina científica, igual que otras ciencias sociales, no ha
permanecido ajena a la influencia de diferentes prejuicios teóricos en sus objetivos, intereses,
métodos y técnicas de análisis desde su gestación hasta su consolidación como disciplina científica.
Algunos de estos fueron el etnocentrismo y el androcentrismo, los cuales causaron una notable
distorsión en la mirada antropológica. El etnocentrismo significó un análisis de reflejo e inversión
desde el que se emitían juicios de valor "inconscientes» e «involuntariOS » que distorsionaban el
análisis de los antropólogos. Se trataba de una actitud del que creía que la cultura propia era
decididamente superior a las otras y que tendía a valorar las otras culturas a través de sus propios
prejuicios. Este presupuesto, del que se tomó conciencia a partir de los años cincuenta gracias a
Lévi- Strauss, fue posteriormente revisado desde algunas corrientes teóricas de la antropología. El
androcentrismo, por su lado, protagonizó una distorsión de la mirada antropológica que no se
evidenció hasta el impacto del feminismo en la antropología, a partir de los años 70. En sí, igual
que el otro «ismo» mencionado, se fundamentaba en un análisis desde parámetros erróneos: los
antropólogos estaban trasladando a las comunidades estudiadas la división de actividades según
sexo (enunciados desde la complementariedad o desde la exclusión sexual) que habían
determinado esferas de poder en las sociedades europeas y anglosajonas. El presente artículo va a
centrarse en el androcentrismo, en la distorsión de la mirada antropológica sobre la construcción
de género: el objetivo del análisis consistirá en recuperar las apreciaciones de los antropólogos
más influyentes de la disciplina respecto a la manera de pensar los sexos en las culturas que
estudiaron para poder comprender los lastres que arrastró la disciplina respecto a la manera de
interpretar las relaciones entre los hombres y las muJeres. Como veremos, el impacto de esta
distorsión fue desigual tanto entre los antropólogos como en su teorización en los campos más
influyentes de la antropología (parentesco, política, economía y religión), si bien la mayoría tuvo
en común ciertos razonamientos empleados para justificar la desigualdad sexual.
B. socio-histórico de las diferencias. Patriarcado.

El patriarcado es un sistema de dominio institucionalizado que mantiene la


subordinación e invisibilización de las mujeres y todo aquello considerado como
‘femenino’, con respecto a los varones y lo ‘masculino’, creando así una situación de
desigualdad estructural basada en la pertenencia a determinado ‘sexo biológico’. Tiene
su origen histórico en la familia, cuya jefatura ejerce el padre y se proyecta a todo el
orden social. Esta situación se mantiene a través de regímenes, hábitos, costumbres,
prácticas cotidianas, ideas, prejuicios, leyes e instituciones sociales, religiosas y
políticas que definen y difunden una serie de roles a través de los cuáles se vigila, se
apropia y se controla los cuerpos de las mujeres, a quienes no se les permite gozar de
una completa igualdad de oportunidades y derechos.

Dado que este sistema de dominación se justifica a través del ‘sexo biológico’, el orden
que impone es normalmente percibido como natural y no como una construcción social
que puede ser transformada. Por lo tanto, los roles que desde el patriarcado se
imponen a las mujeres por el hecho de serlo, suelen ser percibidos como fijos y no
intercambiables. De la misma forma, aquellos comportamientos y preferencias
sexuales que difieran de lo que es tradicionalmente atribuido a los varones y mujeres,
son considerados como conductas desviadas y fuera de la norma, siendo condenadas
fuertemente por todas las instituciones sociales y políticas existentes, ya que éstas
actitudes ponen en tela de juicio la heterosexualidad, que es una de las bases más
firmes que dan permanencia y validez a las estructuras patriarcales (ver: persecución
por motivos de género).

En contraste con lo anterior, en las últimas décadas se ha demostrado que el orden


impuesto por el patriarcado es un producto social transformable, puesto que ha venido
siendo objeto de reconfiguración gracias a la lucha feminista y del colectivo LGTTBI,
que vienen logrando el reconocimiento gradual y el respeto de los derechos que se les
había negado previamente.

Sin embargo, debido a su fuerte implantación en las estructuras sociales, ciertas


estructuras patriarcales persisten y adquieren gran fuerza a través de procesos e
instituciones considerados como legítimos, como la globalización, el neoliberalismo
económico, las empresas transnacionales, la política y el Estado moderno. Éstos
expanden e implantan ciertas ideas y actitudes en la sociedad, que continúan
manteniendo a las mujeres en situaciones de mayor desventaja, pobreza y exclusión,
incluso en las sociedades consideradas como más “avanzadas”.

El uso de la violencia sirve para imponer y ratificar a través del miedo, el sometimiento
de las mujeres, de lo femenino y de todo aquello que desafía la autoridad masculina,
ocasionando graves situaciones de vulneración de derechos humanos. Esto a su vez,
origina  la necesidad de huída y búsqueda de protección de quienes se ven
amenazadas por dicha violencia, creando la figura de persecución por motivos de
género, relevante en el caso del derecho de asilo.

Hacer bitácora sobre el Estado patriarcal y su institucionalidad, conduce a algo más


que una simple definición, que no se reduce ni a una revisión del diccionario, ni a un
momento histórico determinado, así como tampoco a una cultura o proceso civilizatorio
definido.

Lo que sí es cierto, es que el Estado patriarcal, es una construcción socio-histórica y


cultural pensada desde la masculinidad en el marco de las relaciones de poder y
dominación. Esto avisa, la necesidad de pasearse por la historia de distintos momentos
y civilizaciones, en la concepción que éstas han tenido acerca del Estado, la familia, la
institucionalidad y lo femenino. Así mismo, se precisa una revisión de la filosofía y de
las posturas de algunas y algunos teóricos, para encontrar parte de los referentes o
categorías que la develan.

Al revisar el recorrido que hacen algunas teóricas sobre el patriarcado, encontramos la


definición que expresa Comesaña,1 acerca de éste, como:

Un término que se utiliza de distintas maneras para definir la ideología y estructuras


institucionales que mantienen la opresión de las mujeres. Es un sistema que se origina
en la familia dominada por el padre, estructura reproducida en todo el orden social y
mantenida por el conjunto de instituciones de la sociedad política y civil, orientadas
hacia la promoción del consenso en torno a un orden social, económico, cultural,
religioso y político que determinan que el grupo, casta o clase compuesta por mujeres,
siempre está subordinado al grupo, casta o clase compuesta por hombres.

En esta definición se asume que, la ideología, ha sido el hilo conductor para la


construcción de un sistema de códigos culturales basados en la dominación desde la
masculinidad, que se reproducen en la familia como el resultado de un modo de
organización social que se sustenta en el Estado y se extiende a todas las estructuras
que lo componen, convirtiéndose en dispositivos no fáciles de desregular.

No obstante, al contrastar las disertaciones de la autora antes mencionada, con


clásicos de la filosofía y la historia, que no pueden dejar de mencionarse en trabajos
referidos al Estado, ya que en ellos se encuentra la esencia de la discusión, como los
de Engels,2 en los cuales se deconstruyen los modelos de familia originarios de las
civilizaciones antiguas como la americana, cuyo caso específico a referir es la cultura
hawaiana; en sus estadios primitivos, se encuentran varios modelos de construcción de
la familia desde la cual se origina el Estado, estas son:

1. La concepción tradicional que no conoce más que la monogamia, al lado de la


poligamia del hombre y la poliandría de la mujer… 2. El modelo en el que los hijos de
unos y otros se consideran comunes… 3. El modelo en el cual imperaba en el seno de
la tribu el comercio sexual promiscuo, de modo que cada mujer pertenecía igualmente
a todos los hombres y cada hombre pertenecía a todas las mujeres… 4. Un modelo
muy posterior, de matrimonios por grupo.

Desde estos modelos de organización, señala Engels2, que no es posible comprobar ni


desde huellas, tradiciones históricas y religiosas descubiertas, que hubo promiscuidad
de los sexos, pero también señala la negación cultural que el hombre hizo de estos
modelos de familia que lo ejemplifican como parte de un reino animal para ahorrarle
vergüenza a la humanidad.

Por otra parte Engels2 afirma, cómo en la cultura americana hawaiana se fueron


creando códigos de exclusión para establecer vinculaciones desde el parentesco, lo
cual propició un principio de selección natural, que limitó la reproducción de la familia
por la vía del cruce consanguíneo entre padres e hijas, hermanos y hermanas. Esta
forma de organización social en América, va develando, que el Patriarcado como forma
de dominación de hombres a mujeres, estructurado como institución, nació en algunos
espacios del mundo y fué en América, donde se atribuyó el criterio de selección
natural.

En el caso australiano, señala que: "El hombre negro australiano a menudo en cada


campamento las mujeres se le entregaban voluntariamente sin resistencia, creándose
una ley, que quien tiene varias mujeres, sede una de ellas a su huésped para la
noche".2

La creación de este código o ley, comienza a regular en ese proceso civilizatorio, un


modo de concebir a la mujer como objeto sexual, construyéndose desde allí, formas de
institucionalidad de un Estado que se edifica desde un modelo de familia que empieza
a pensar a la mujer desde un referente cosificado y desde el cual se instituye una
cultura que la entiende como objeto y no la incluye en los procesos de organización
social, extendiéndose estos códigos a otras culturas del mundo.

Quizás, aquí estén algunas de las explicaciones acerca de las estructuras


institucionales que el Estado crea para legitimar el poderío de lo masculino sobre lo
femenino y de concebir todos los componentes de este estado (salud, educación,
cultura, currículo, entre otros), desde la masculinidad y el por qué, en el caso de los
diseños curriculares que se han construidos para la formación en ciencias de la salud,
unos están pensados desde el poder de lo masculino como en el caso de la carrera de
Medicina y otros, con una visión que reproduce los sistemas de subordinación y
feminiza las carreras como el caso de Bioanálisis y Enfermería y lo que ha sido más
evidente es la invisibilización del enfoque de género en las curricula, que hoy la
UNESCO y la OMS exigen como políticas públicas mundiales y nacionales, a fin de
romper con la lógica de arrastre del estado patriarcal.

Otro ejemplo a referir, que relata el mismo Engels2 y que devela una cultura en la que
prevalece la ideología de la dominación del hombre hacia la mujer y que evidencia la
presencia del Patriarcado, es la familia Sindiásmica, en donde el hombre poseía varias
esposas. No obstante, también explica cómo en otras tribus en períodos referidos a la
barbarie, la mujer no solo era libre sino también muy considerada como es en el caso
de los iroqueses. Así mismo, señala Hessen3 "formas de organización familiar
denominadas comunistas de muchas familias, en donde las mujeres tomaban la
decisión de escoger a sus maridos, gobernaban sus casas", las provisiones eran
comunes y cuando el marido era holgazán, estos eran destituidos y rebajados a
simples guerreros, pués las mujeres en estos casos constituían una gran fuerza dentro
de los clanes.

Es entonces, según Del Búfalo4 "el desarrollo de las fuerzas productivas en algunos


procesos civilizatorios y el aumento de las riquezas, lo que hace que el hombre tome
una posición más importante que la mujer en la familia", en donde muchas de estas se
desplazaron en procesos migratorios y fueron influenciados por misioneros de otras
culturas, en las cuales aparece el patriarcado, provocando el derrocamiento del
derecho materno que fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el
mundo.

Esto según Engels,2 hizo que el hombre empuñara en algunas culturas las riendas de la
casa. La mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria
del hombre y en un simple instrumento de reproducción sexual en la cultura griega,
surgiendo la familia patriarcal, sometida al poder paterno del jefe que esclaviza a la
mujer al cuidado del ganado y de los hijos.

De esta herencia cultural nace la familia urbana que hoy conocemos y con ellos, una
estructura de Estado implantada por el hombre desde la constitución, para sostener la
lógica naciente que desreguló al matriarcado. Es aquí donde se hace pertinente, la
definición, que Comesaña1 señala, acerca del Patriarcado como:
Una toma de poder histórico de los hombres sobre las mujeres, cuyo agente ocasional,
fue de orden biológico, si bien elevado este a la categoría política y económica, dicha
toma de poder, pasa forzosamente por el sometimiento de las mujeres a la
maternidad, la represión de la sexualidad femenina y la apropiación de la fuerza de
trabajo total del grupo dominado, del cual su primer pero no único producto son los
hijos.

Así, de ser el patriarcado una forma de organización social que se inicia con la familia,
se institucionaliza y toma forma de Estado, masculinizando todos los componentes que
lo conforman. De aquí, que todo lo que se construye, como la ciencia, la educación, los
programas educativos, la salud, las profesiones, las religiones, la cultura, la
arquitectura, el arte, la ideología, la política, la semántica, la lingüística, los roles, las
formas de organización de la familia, los valores, creencias y costumbres, la estética y
la feminidad y todas las estructuras de la sociedad en general, sean pensadas desde la
masculinidad, pues el varón se apropia del concepto de institucionalidad y Estado,
convirtiéndose esto en un hecho natural, que se consolidó en la Modernidad, desde
todas las cosmovisiones que la representan: Zeitlin (2008)5 "(racionalismo,
empirismo, positivismo, pragmatismo, estructural-funcionalismo y marxismo)" y que
solo desde la postmodernidad, el feminismo y el pensamiento complejo, como modos
de pensar incluyentes, intentan hoy desregularse.

Esta bitácora socio-histórica cultural, demuestra, que el patriarcado no es una


condición asociada a culturas pensadas en funcionamientos homogéneos, pues no en
todos los procesos civilizatorios ni primitivos, existió este concepto, lo cual no lo hace
natural, celestial ni incambiable, pues hubo antes y durante la Modernidad culturas
basadas en modelos de familia y Estado pensados desde una lógica distinta. Entender
esto, propicia una oportunidad según Morin (2008)6 "para construir o refundar los
conceptos socioculturales" que influyen en la construcción de currículas pertinentes a
las diferencias sociales de hoy en la salud y la educación en el sector universitario.

http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1690-32932013000100010

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