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En el ring me llaman Snow, porque soy como frío como el hielo.
No siento miedo ni dolor... no siento casi nada.
O al menos, así era hasta que conocí a la inocente Sasha.
Ella no pertenece a mi mundo. Está atrapada aquí porque tiene
una deuda que no puede pagar...
Quiero a esta chica más de lo que nunca he querido nada. El
problema es que ya pertenece a un jefe de la Bratva que planea
vender su virginidad al mejor postor.
Tengo que encontrar la manera de liberarla.

Serie Underworld #2
San Petersburgo, Rusia

Él puede tener corazón, puede golpear más duro y puede ser más fuerte,
pero no hay ningún boxeador más inteligente que yo.

Floyd 'Money' Mayweather Jr.


Tres horas antes del combate, recibo un mensaje en mi teléfono:

10:00 p.m., en la vieja cervecería.

El Knockdown siempre envía la ubicación en el último minuto. No


porque la policía se moleste en clausurar el combate, sino porque
aumenta la sensación de misterio e intriga.
A los espectadores les gusta la sensación de formar parte de algo
secreto y prohibido.
El boxeo clandestino se está haciendo tan popular en San
Petersburgo que probablemente esté ganando más dinero que el
hockey. No para los combatientes, por supuesto, sino para los
promotores y los jefes de la Bratva que lo dirigen todo.
Sé exactamente dónde está la cervecería, he luchado ahí antes.
Está en el borde del distrito de Primorsky, en el extremo norte de
la ciudad.
No tengo auto, pero Meyer me recogerá.
Es mi entrenador y preparador físico, llevo trabajando con él desde
los doce años. Es más viejo que Matusalén, es escuálido, calvo,
siempre lleva esas grandes gafas cuadradas con montura de plástico
y un gorro estilo pastel de cerdo. Su mandíbula inferior sobresale por
encima de los dientes superiores porque se la rompió en una pelea y
nunca se la arreglaron.
No parece gran cosa, pero solían llamarle ‘Meyer el Despiadado’.
Peleó legítimamente, con un récord de 48-12. Nunca tuvo un golpe de
knockout, pero era un estratega y duro como un clavo.
Es un buen entrenador, de hecho, es despiadado conmigo. Creo
que perdió su vocación trabajando como torturador para la KGB. Los
entrenamientos a los que me somete deben estar en contra de la
Convención de Ginebra.
Su piel es de cuero, sus músculos son fibrosos. Todavía puede dar
un buen puñetazo y me dará uno si llego a bajar la guardia en el
entrenamiento.
Me recoge a las nueve en punto de la noche, haciendo sonar el
claxon de su viejo Fiat desde la calle de mi piso. Sé que no quiere subir
las escaleras, así que recojo mi bolsa de viaje y bajo corriendo.
También veo a Boom Boom en el auto sentado en el asiento trasero.
Es mi compañero, entrenamos juntos en los Guantes de Oro, lleva
peleando tanto tiempo como yo, pero no es un contendiente. Solo es
un profesional sólido, confiable para una pelea de medio cartel,
incluso con poca antelación.
Honestamente, es un poco idiota, pero me gusta. Es lo que
llamamos un trabajador: lucha lenta y firmemente, manteniendo las
manos en alto, avanzando implacablemente. Siempre se corta el pelo
con su novia, que se supone que es estilista. Tiene orejas de jarra y un
tatuaje del Pato Donald en el hombro, y se mete en problemas con su
gran boca. Sin embargo, es un buen amigo.
―¡Hooola! ―me dice cuando abro la puerta del auto para subir al
asiento delantero.
A él le encanta todo lo americano. Intenta hablar como en sus
películas favoritas, pero su inglés es jodidamente horrible.
―Ti durak1 Boom Boom, tu inglés es una mierda ―dice Meyer.
―¿Cómo lo sabes? ―dice él.
―Luchó en Estados Unidos durante tres años ―le recuerdo a Boom
Boom.
―Y a diferencia de ti, mi cerebro no está hecho de queso suizo ―dice
Meyer con calma―. Así que recuerdo algunas cosas.
―¿Sí? ¿Te acordaste del cubo de escupir esta vez? ―se burla Boom
Boom.
Meyer lo olvidó en mi última pelea, ha estado olvidando algunas
cosas últimamente. Los boxeadores no siempre se mantienen lúcidos
en la vejez, los golpes en la cabeza pasan factura, al final.
No quiero pensar que eso le pase a Meyer, él es la única familia que
tengo. Tiene que seguir siendo exactamente como es: irascible,
exigente y demasiado testarudo para morir.
―Tengo todo lo que necesito en mi bolsa ―le digo, rápidamente.
No necesitas mucho para las peleas clandestinas. Cinta adhesiva
para envolver las manos, un par de guantes de dieciséis onzas y un
protector bucal.
Meyer es un conductor lento; aunque no es que su antiguo Fiat
pueda moverse más rápido incluso con el pedal a fondo, de todos
modos. Tardamos unos diez minutos más de lo debido en llegar.
La vieja cervecería lleva treinta años vacía, pero no porque haya
quebrado: San Petersburgo sigue siendo la capital rusa de la cerveza.
Baltika Beer acaba de construir una planta más grande y nueva a unas
calles de distancia. Nunca se molestaron en derribar la antigua, la
alquilan para fiestas, raves, y a veces combates de boxeo ilegales.
Aunque hace décadas que no se fabrica una sola cerveza en las
instalaciones, el olor a levadura rancia sigue siendo penetrante en el

1
Eres un tonto, en ruso.
aire, y se pueden ver pequeñas manchas de lúpulo atrapadas en las
grietas del pavimento roto.
Dos guardias de aspecto bovino vigilan las puertas. Hay una cola
de gente esperando, porque la seguridad solo deja entrar a tres o
cuatro personas a la vez, registrándolas en busca de alcohol y armas.
Anatoly Krupin no quiere que se produzcan peleas en el interior,
excepto las que tienen lugar en el ring, y quiere asegurarse de que
todo el mundo tenga que comprar sus carísimas bebidas.
Entrar cuesta 1.200 rublos, y 19.000 si quieres asientos en primera
fila. Meyer, Boom Boom, y yo no pagamos nada porque los porteros
saben que estoy en la cartelera de esta noche. He estado luchando en
la clandestinidad desde hace dos años, mi récord es de 32-0, con
veintiséis knockouts. Unas pocas victorias más, y podría tener una
oportunidad para el cinturón de peso pesado.
Los espectadores que esperan en la fila me miran de arriba abajo.
Se dan cuenta de que soy un luchador, no soy precisamente sutil:
tengo el tamaño, la complexión y un moretón desteñido en el pómulo
derecho de mi último combate. Probablemente están tratando de
medir mi estado de ánimo y mi disposición, por si quieren hacer una
apuesta.
No van a conseguir nada de mí.
Los otros luchadores me llaman Snow porque soy frío como el
hielo.
No doy nada por sentado.
Cuando entramos, la cervecería ya está medio llena, estará llena
hasta el tope para cuando empiece el Knockdown. Estos combates de
boxeo clandestinos son cada vez más populares.
Noto una diferencia en el público que acude. Antes solo había
matones y gánsteres, pero ahora veo un elemento más elegante
mezclado. Junto a la barra, veo a un rapero semifamoso junto a un
grupo de chicas altas y delgadas con minivestidos brillantes que
deben ser modelos. En el lado opuesto de la sala, hay un par de
deportistas bien afeitados a los que estoy seguro de haber visto jugar
en el FC Zenit2.
A estas celebridades de nivel B les gusta mezclarse con el elemento
más rudo en las peleas, porque les da esa sensación de "autenticidad"
o "genialidad". Les hace sentirse valientes.
Desde que crecí en las calles de San Petersburgo, no encuentro nada
"genial" en la pobreza y la violencia.
Pero qué demonios sé yo.
Yo boxeo porque es lo que se me da bien.
Sin embargo, soy pésimo hablando con la gente. Sé lo que parezco
desde fuera: grande, aterrador, e inhumano tal vez. La gente cree que
no tengo ningún pensamiento en mi cabeza, ni ninguna emoción.
Incluso los otros luchadores me llaman cosas como el Hombre de
Hielo, el Hombre de Nieve, el Castigador, el Martillo de Granito.
Snow es el que se ha quedado al final.
Tampoco fui bueno en la escuela. Asistí por un tiempo, intentaba
leer un libro y las palabras se confundían frente a mis ojos, leía la
misma frase veinte veces sin que se me quedara nada en la cabeza.
Cuando boxeo, es totalmente lo contrario. Entiendo todo lo que
pasa, incluso sé lo que va a pasar, como si pudiera ver el futuro.
Puedo leer a mi oponente mejor que cualquier libro, el tiempo se
vuelve lento, y mi cerebro se vuelve más rápido.
Lo único que sé hacer es luchar, así que mis opciones son herir a la
gente en la calle, o en el ring. Prefiero hacerlo en el ring.
Boom Boom, Meyer y yo nos dirigimos al vestuario improvisado
para prepararnos para el combate. Hay seis combates en la cartelera
para esta noche. No soy el titular, pero estoy en la pelea justo antes
de ella.
He estado subiendo mi camino en el escalafón, si gano esta noche,
podría entrar en uno de los torneos organizados por Krupin. Ahí es
en donde está el dinero de los grandes premios.

2
club de fútbol ruso con sede en la ciudad de San Petersburgo.
Cuando estás empezando en el Knockdown, te lanzan al ring con
un luchador. El ganador se lleva 7,000 rublos, para tus cacahuetes.
Pero si lo haces bien, o si le gustas al público, regresas para un
combate de mitad de cartel. Entonces empiezas a ganar entre 20,000
y 30,000 rublos. No está mal para una noche de trabajo, es suficiente
dinero para dos semanas, incluso un mes si vives en un piso de
mierda como yo.
Pero es en los torneos donde se empieza a ganar dinero de verdad.
Los premios son grandes y llamativos. Una cadena de oro de
veinticuatro quilates de doce pulgadas, un Rolex de acero inoxidable,
de verdad, no una mierda de China. Ganas un torneo, y ahora eres un
luchador de primera línea, elegible para las peleas del campeonato.
Me siento en el banco del vestuario, que solía ser una cafetería,
junto a una docena de luchadores, todos en proceso de vendar sus
manos, estirar, hacer boxeo en la sombra o simplemente escuchar
música con la cabeza gacha, intentando mentalizarse para su
combate.
Todos tienen su pequeño séquito: algunos solo han traído a una
persona, un entrenador o un preparador físico. Otros llevan a seis o
siete amigos y compañeros de combate que les masajean los hombros
y comprueban si sus guantes están rotos.
Meyer no me masajeará los hombros, te lo aseguro. Me dará
instrucciones rápidas, murmuradas para que nadie más pueda oírlas.
Cosas que ya hemos hablado, pero que por supuesto me va a recordar
veinte veces más.
―Ahora este tipo con el que estarás luchando, es un golpeador de
cabezas, va a ir a por tu cara y va a intentar hacer sonar tu campana
antes de tiempo. Tienes que mantener los guantes en alto y guardar
la distancia con él. Tienes mejor alcance, no lo dejes entrar a menos
que lo quieras.
Asiento con la cabeza.
Estoy luchando contra Bodybag. Lleva más tiempo que yo, no es
una superestrella, pero es un luchador sólido. Pecho de barril, ancho
de hombros. Es muy tenaz y puede buenos puñetazos, trabaja como
un ejecutor de Krupin.
Krupin es el que dirige el Knockdown. En realidad, dirige una gran
parte de San Petersburgo, es uno de los cinco grandes jefes de la
Bratva. En la cima está Ivan Petrov, con su nueva novia. Luego, debajo
de él, con un territorio más o menos igual, están Stepanov, Zolotov,
Kruzenski y Krupin. Stepanov maneja el comercio de heroína,
Zolotov las armas, Kruzenski los contratos de construcción, y Krupin
el lado sur del distrito Admiralteysky, donde vivo.
No pretendo saber una mierda sobre la Bratva, pero no creo que los
Krupin sean Vors como el resto. O por lo menos, Anatoly Krupin no
parece que haya tenido dinero desde siempre, más bien parece haber
surgido en las calles, como yo, lo que significa que cada pizca de
respeto y poder que ha conseguido fue tomado a punta de navaja o
del cañón de una pistola.
―¡Oye! ―Meyer me reprende―. ¿Me estás escuchando?
―Sí ―le digo―. Por supuesto.
―Están a punto de empezar. Son los quintos.
Vuelvo a asentir con la cabeza, aunque por supuesto ya lo sé
también. A Meyer le hace sentir mejor repasar las cosas una y otra
vez. Diablos, a mí también me hace sentir mejor.
Boom Boom me envuelve las manos. Es un tonto para muchas
cosas, pero sabe cómo vendar. Lo suficientemente apretado como
para sentirme seguro, pero lo suficientemente flexible como para que
todavía tenga una sensación natural.
Meyer revisa mis guantes. Son unos guantes normales de 16 onzas,
no tienen nada de especial, salvo que son blancos. Siempre los llevo
blancos. A muchos boxeadores les gusta el negro o el rojo, creen que
les hace parecer amenazantes, pero la sangre se ve mejor en el blanco,
a nadie le gusta ver su propia sangre en mis manos.
Oigo cómo el maestro de ceremonias calienta al público. A veces
tienen acróbatas o músicos para empezar, esta noche solo hay un DJ,
poniendo a todo volumen "X Gon' Give It To Ya".
Oigo a la multitud rugir en respuesta a lo que dice el maestro de
ceremonias. Está lleno, como esperaba. Al entrar, veo que han
montado un ring adecuado, a veces son solo barricadas de aluminio
alrededor de un suelo desnudo.
―¿Te sientes bien? ¿Te sientes fuerte? ―Meyer me dice.
Asiento con la cabeza una vez más.
―Él tiene buen aspecto Meyer, mira qué alegre está ―dice Boom
Boom.
―Cállate, Boom Boom, tonto ―dice Meyer―. Sé que él está bien, si
estuviera parloteando como tú, pensaría que tiene daño cerebral.
―Eh, puede ser ―dice Boom Boom con buen humor―. Recibí
algunos golpes fuertes la semana pasada.
―Recibiste más golpes que una piñata ―dice Meyer―. No sé cómo
ganaste esa pelea.
―¡Lo cansé con mi cara! ―dice Boom Boom, sonriendo―. Le herí el
puño con la mandíbula, nunca falla.
―Falla mucho ―dice Meyer, frunciendo el ceño.
Sus discusiones son extrañamente tranquilizadoras. Yo no hablo
mucho, pero me gusta oír a otras personas hacerlo.
El maestro de ceremonias llama a la primera pareja de luchadores.
No reconozco a ninguno de los dos; el primer combate es básicamente
de aficionados, es un calentamiento. A veces, para divertirse, los
organizadores emparejan a un par de tipos que tienen problemas en
el mundo real. Por ejemplo, un par de gánsteres de barrios rivales, o
el exnovio y el nuevo novio de la misma chica. Hace que la pelea sea
más personal, más intensa.
Los luchadores aficionados no suelen tener mucho entrenamiento,
corren, agitando los brazos, a veces solo dura un minuto, porque
alguien da un buen golpe, otras veces acaban luchando.
Lo curioso es que, si luchas con tu peor enemigo en el ring, puede
que acabes siendo amigo. La mitad de las veces acaban abrazándose
después, o invitándose a una cerveza en la fiesta posterior, aunque
ambos estén maltrechos y sangrando. Las peleas crean un cierto nivel
de respeto mutuo.
Supongo que podría decirse que es un servicio público. Nadie va a
morir en el cuadrilátero, comparado con una desagradable pelea
callejera. Es un buen lugar para sacar la agresividad.
Se supone que las peleas duran tres asaltos, de tres minutos cada
uno. Solo son nueve minutos en total, pero pueden parecer una
eternidad cuando se está adentro del ring.
Como es habitual, el combate de calentamiento ni siquiera dura un
asalto completo. Uno de los chicos es golpeado en el trasero y no
quiere volver a levantarse. En menos de dos minutos, el maestro de
ceremonias llama al segundo grupo de luchadores.
Ahora Meyer empieza a ponerse nervioso. Siempre se pone
nervioso, no importa contra quién luche. Cuanto más se acerca, más
nervioso se pone, aunque intenta ocultarlo. Comienza a gritarle a
Boom Boom, regañándolo por masticar chicle demasiado fuerte en su
oído.
―¡Escúpelo! ―exige Meyer.
―Pero si acabo de empezar este chicle ―se queja Boom Boom―. Es
el último que me queda.
―¡Escúpelo!
―Está bien, está bien.
Boom Boom se aleja en busca de un cubo de basura.
El segundo combate es de una pareja de promesas. La pelea dura
los tres asaltos y termina con una decisión del público. En el boxeo
legítimo, si nadie es noqueado, hay tres jueces que eligen al ganador
por puntos. Aquí, el maestro de ceremonias levanta el brazo de cada
luchador por turnos, y el que reciba más vítores es el ganador.
En realidad, es bastante justo la mayoría de las veces, pero no me
gusta dejar nada al azar. Mi objetivo es el knockout en todo momento.
El tercer grupo de luchadores sale. Meyer empieza a pasearse.
El Rabino se sienta a mi lado.
―Zdorovo, Snow ―dice. Excelente.
―Zdraste ―digo yo. Hola.
―¿Contra quién luchas?
―Contra Bodybag ―le digo.
Él silba.
―Es un buen enfrentamiento ―dice―. Estás ascendiendo en el
mundo.
Me encojo de hombros.
―¿Eres el siguiente? ―le pregunto.
―Sí ―me dice―. Pelearé con Cinco Puños.
―Ah ―gruño―. Ya lo tienes, entonces.
―¿Na huy, Snow? ―dice Cinco Puños, desde justo detrás de mí. ¿Qué
diablos, Snow?
―Bueno, ya lo tiene ―digo, encogiéndome de hombros.
El Rabino Rowdy entrena en el club de boxeo ortodoxo. Es el
boxeador más disciplinado que he visto nunca. El Club Ortodoxo
lleva en el mismo lugar desde los años 20, desde el apogeo del boxeo
ruso-judío, cuando leyendas como Barney Ross, Benny Leonard y
Ruby Goldstein dominaban el deporte. El único punto débil del
rabino es que es pequeño, incluso para un peso ligero, y que no
entrena los sábados por el Sabbat3.
―Buena suerte ―digo, chocando su puño a través de nuestros
guantes.
El rabino se va, y Cinco Puños lo sigue, todavía mirándome.
Oigo los comentarios del presentador desde el interior de los
vestuarios.
―El Rabino Rowdy empieza con la derecha y con fuerza. Tiene ese
clásico juego de pies. ¡Oh! Gancho de derecha de Cinco Puños, pero
el Rabino se encoge de hombros.
Incluso sin el maestro de ceremonias, sé cuándo uno de los
luchadores recibe un buen golpe, porque el público ruge su
aprobación.
El combate llega al tercer asalto, en el que el Rabino lleva a Cinco
Puños a la lona veinte segundos antes de la campana final.

3
Día de descanso sagrado en el judaísmo rabínico.
Cinco Puños está tan aturdido y atontado que su entrenador y su
hermano tienen que sacarlo en brazos. No puedo decirle te lo dije,
aunque no lo haría.
Ahora estoy despierto, todavía no he visto a Bodybag,
probablemente esté en el lado opuesto del vestuario, guardando las
distancias. No me importa mucho de una manera u otra, sé cómo es,
y sé cómo lucha. Lo he visto en el ring tres veces. Además, he visto
un par de sus peleas en YouTube, él mismo las publica.
También podría haberme dado un manual sobre cómo ganarle.
Estos son mis puntos fuertes como luchador: Soy grande, soy
fuerte, tengo una derecha devastadora, una de las más duras del
juego, pero sobre todo, tengo tiempo.
Busco patrones, todos los luchadores tienen sus pequeños trucos,
sus combinaciones favoritas a las que vuelven una y otra vez,
especialmente cuando la pelea se pone difícil. Lo descubres y sabes lo
que viene, el refugio seguro de tu oponente se convierte en su
perdición.
El vestuario ya es ruidoso y está abarrotado, pero cuando salgo a
la sala principal, el calor, el humo y la chusma son diez veces más
intensos. La música retumba tan fuerte que casi ahoga todo lo demás,
el público ruge, ya enardecido por los combates anteriores.
El presentador me anuncia a mí y luego a Bodybag. Apenas puedo
oír lo que dice, Bodybag recibe algunos vítores más, porque lleva más
tiempo en esto y tiene muchos amigos en el público, especialmente
entre los hombres de Krupin.
Me importa una mierda, no hay nadie que te apoye dentro del ring.
Bodybag sube primero, esperándome en la lona.
Parece grueso y truculento, con la cabeza bajada hacia mí. Su cuello
es tan corto que los hombros casi le tocan las orejas, tiene un ceño
neandertal y una mueca de confianza.
Es un tipo grande, probablemente pese 115 kilos, pero está un poco
blando en el centro.
El boxeo organizado tiene diecisiete categorías de peso distintas. El
boxeo clandestino solo tiene tres: peso ligero, peso medio y peso
pesado. Con 1,90 metros y 90 kilos, soy un peso pesado, nunca he
peleado en otra categoría.
Yo no estoy blando en medio, estoy tallado en hielo sólido.
El árbitro nos dice las reglas: nada de patadas, nada de mordiscos,
nada de golpes por debajo del cinturón.
Se supone que debemos tocar los guantes, pero Bodybag se niega.
Los amigos de Bodybag se ríen. Desde mi esquina, Meyer grita:
―¡Enséñale algunos modales, Snow!
Suena la campana, y todo lo demás se desvanece en el fondo.
Aprendí muy pronto lo que significa la deuda, y lo vulnerable que hace a
la gente.

Elizabeth Warren
El tren entra en la estación, agarro mi maleta con fuerza, queriendo
ser la primera en saltar al andén, sé que papá me estará esperando.
Hace casi un año que no veo a mi familia. Tuve un curso completo
durante el verano, y luego me ofrecieron unas prácticas en diciembre
que duraron hasta Navidad y Año Nuevo, así que no regresé a casa
para las vacaciones como había planeado.
Sigo hablando con mi hermana pequeña Mila todo el tiempo, sobre
todo a través de mensajes de texto, ya que está ocupada estudiando
en la Universidad Estatal de San Petersburgo, pero mi madre y mi
padre ya no me llaman tanto como antes. Cuando llaman, mamá
parece agitada y a veces un poco confusa, como si ya hubiera tomado
su pastilla para dormir por la noche, aunque solo sean las cuatro de
la tarde.
En nuestra última llamada, papá me preguntó cómo iban mis clases
y luego si necesitaba dinero, le dije que aún tenía bastante del último
depósito que había hecho en mi cuenta bancaria.
―Bien, bien ―dijo, sonando aliviado.
Papá siempre ha sido generoso conmigo. En realidad, mima a todas
sus chicas: a mamá, a Mila y a mí. A diferencia de muchos hombres
rusos, nunca se quejó por no tener hijos varones, estaba muy
orgulloso de mí cuando me aceptaron en la mejor facultad de
medicina del país, e incluso lloró un poco y dijo lo mucho que me
echaría de menos.
Fue duro para mí mudarme a una nueva ciudad y estar lejos de mi
familia durante seis años. Siempre había vivido en San Petersburgo,
me da vergüenza admitir que nunca había pasado una semana fuera
de casa. Aparte de las vacaciones, con toda mi familia a mi alrededor.
La escuela de medicina fue mucho más dura que mis clases de
secundaria. Antes, siempre me había mantenido entre los primeros
de mi clase sin muchos problemas, solo tenía que leer los libros de
texto una vez y recordaba fácilmente las respuestas de todos los
exámenes.
La facultad de medicina implicaba tal cantidad de memorización
que creía que me iba a estallar la cabeza. Interminables listas de
huesos y músculos, enfermedades y síntomas, por no hablar de las
docenas de temas con los que nunca me había topado: epidemiología,
etiología, patogénesis, morfología patológica... esperaba beber de la
copa del conocimiento. En lugar de eso, me metieron una manguera
en la garganta.
Quiero ser médico porque me fascina el cuerpo humano y quiero
ayudar a la gente. Y, lo admito, quiero el prestigio que viene con eso.
Siempre he sido la chica buena, la triunfadora. Me gusta la
admiración, me gustan los elogios.
Me gusta que mis padres estén orgullosos de mí y que mi hermana
me admire.
Pero en la Universidad Estatal de Moscú tuve que competir con
cientos de otros estudiantes que también habían sido los mejores y
más brillantes de sus clases. No solo en Rusia, sino también en India,
China y Sudamérica. Los estudiantes internacionales eran brillantes
y muy trabajadores, parecían más que felices de estudiar durante
cinco o seis horas por noche, a pesar de que ya teníamos clases de 8:00
a 18:00, seis días a la semana.
Era agotador, adormecedor para la mente, incluso totalmente
devastador a veces. Quería llorar por teléfono con mis padres, quería
rendirme y volver a casa.
Pero nunca pude hacerlo.
En lugar de eso, me esforcé y trabajé más duro que nunca en mi
vida. Me enterré en el trabajo, lo comí, lo bebí, lo dormí y lo respiré.
Asistí a todas las tutorías y laboratorios adicionales que ofrecía la
escuela, me hice amiga de todos los estudiantes más inteligentes. No
salía a ningún sitio, excepto a la biblioteca. Nunca bebí, y dije no a las
fiestas y a las citas.
Al final me gradué, no como la mejor de mi clase, pero al menos
entre el diez por ciento de los mejores. Esta misma mañana recibí los
resultados de nuestro examen final interdisciplinar y he aprobado
cada sección con notas altas.
Ahora mismo tengo los resultados en el bolsillo, listos para
enseñárselos a mi papá. Sé que estará encantado, probablemente los
enmarcará y los colgará en la pared de su restaurante.
En cuanto se abren las puertas del tren, me apresuro a bajar las
escaleras hasta el andén, y tal y como pensaba, papá me está
esperando, él me toma en brazos y me abraza con fuerza.
Estoy tan contenta de verlo que se me llenan los ojos de lágrimas y
por un momento no puedo verlo con claridad, pero cuando se retira
un poco para besarme en ambas mejillas, veo con consternación que
no tiene buen aspecto.
Siempre me sentí muy orgullosa de lo guapos que eran papá y
mamá. Por supuesto, se están haciendo mayores: mamá tiene
cuarenta y nueve años, aunque no lo admita, y papá se acerca a los
sesenta.
Sin embargo, a mis ojos no han cambiado mucho. Papá siempre va
bien vestido con trajes a medida, lleva la misma colonia que ha usado
durante cuarenta años, Novaya Zarya. Su pelo es gris, pero todavía lo
tiene en abundancia, peinado hacia atrás desde la frente.
Sin embargo, ahora noto que su pelo ya no es tan espeso, ha
retrocedido notablemente desde la última vez que lo vi, sobre todo en
las sienes. No me gusta ver esto, me hace pensar en cosas terribles
como que mis padres envejecen y mueren.
Su piel parece más delgada y empapelada que antes, sobre todo
alrededor de los ojos. Papá parece cansado, su traje parece colgarle de
los hombros. Es un traje viejo, que empieza a brillar en las rodillas y
los codos, me sorprende verlo con él puesto. También el cuello de su
camisa parece flojo, no está crujiente y almidonado como de
costumbre.
No quiero fijarme en estas cosas, intento no hacerlo.
Solo quiero ser feliz en nuestro reencuentro.
―¿Qué tal el tren, nemnogo lyubvi? ―pregunta papá. Siempre me
llama "pequeño amor", y a Mila "pequeño cariño". Llama a nuestra madre
moy angel, "mi ángel".
―¡Estuvo bien, papá! Solo que pareció durar una eternidad, estoy
emocionada de estar en casa.
―¡Claro que lo estás! ―dice y toma mi maleta. Casi no quiero dejar
que la cargue: no tiene ruedas y es pesada, llena de todo lo que me
llevé a la universidad, pero sé que se sentirá insultado si no dejo que
me ayude.
Está resoplando y tratando de bajarla del andén, miro a mi
alrededor, esperando ver el Mercedes-Benz plateado de papá. En
lugar de eso, se detiene junto a un auto que no he visto nunca, un
Volvo marrón bastante feo.
―¿Qué es esto? ―digo.
―Oh. ―Papá se esfuerza por abrir el maletero para poder guardar
mi maleta―. Tengo un auto nuevo.
No hay nada nuevo en este Volvo. Debe tener veinte años, por lo
menos.
No sé qué decir, así que me meto en la puerta del lado del pasajero
y trato de encontrar algo que elogiar.
―Los asientos son muy cómodos ―le digo.
Son bastante suaves, pero apestan a humo de cigarro. Papá no
fuma, porque mamá lo detesta. Me sorprende que consienta en ir en
este auto. Siempre ha sido muy consciente del tipo de auto en el que
se la ve. Ella nunca tomará un taxi común, en las ocasiones en que no
quiere conducir, hace que papá llame a una limusina.
Estoy muy confundida. Papá parece extraño, no es tan cálido y
entusiasta como esperaba que fuera. Ni siquiera he mencionado los
resultados de mis exámenes, y cosa rara en él, no se ha acordado de
preguntar.
―¿Tienes hambre? ―dice distraído.
―¡Me muero de hambre! ―le digo―. ¿Podemos parar en Golod?
Hace casi cinco años que no como en el restaurante de mi familia.
No había tiempo durante mis últimas visitas, solo podía venir a casa
unos días, e incluso entonces, tenía que traer los deberes de la escuela.
―Bueno... ―Papá dice vacilante―. Tu madre está ansiosa por
verte...
―¡Por favor, papá! ―le ruego―. Hace mucho que no como goulash4.
―Está bien ―cede.
Me lleva a Borovaya, el antiguo y rico barrio donde nuestra familia
ha servido a la élite de San Petersburgo durante tres generaciones.
La vista del venerable edificio de piedra me llena de placer, no es
sencillo y austero como gran parte de la arquitectura soviética. Tiene
una hermosa fachada, construida en estilo moderno, con esquinas
suaves y redondeadas, y un precioso trabajo de cantera floral sobre la
puerta y las ventanas.
Sin embargo, cuando papá me abre la puerta, me sorprende ver que
casi no hay nadie dentro. Son las 17:20, casi la hora de la cena, y sin
embargo solo hay dos mesas llenas, con un único mesero.
No reconozco al mesero: parece joven y bastante desaliñado, con el
pelo largo recogido en una coleta.

4
plato especiado, elaborado principalmente con carne, cebollas, pimiento y pimentón,
originario de Europa del Este.
―¿Dónde está Emmanuel? ―le pregunto a papá. Emmanuel ha
estado sirviendo mesas en Golod desde que recuerdo.
―Tuvo que aceptar un trabajo en un banco ―dice papá con
tristeza―. Su mujer tiene diabetes, y creo que sus gastos eran tales
que... ―Se detiene y se apresura a acercarse a nuestra mesa habitual
junto a la ventana.
Me acerca la silla para que me siente. Me doy cuenta de que el
mantel tiene una pequeña mancha y mi copa de vino está manchada
de agua. Son detalles que mi padre nunca habría pasado por alto,
antes.
Me siento como si me pincharan una y otra vez con cientos de
pequeñas agujas. Ninguna de estas cosas que estoy notando sería tan
terrible por sí sola, pero sumadas, me están dando mucho miedo.
El mesero viene y se sitúa junto a nuestra mesa, con una libreta y
un bolígrafo preparados. Emmanuel siempre memorizaba los
pedidos, incluso para una mesa de una docena de clientes.
―Serguéi, ésta es mi hija Sasha ―dice papá amablemente.
Sergei me hace un gesto seco con la cabeza. Parece aburrido,
impaciente por que hagamos un pedido, aunque no es que tenga nada
más que hacer en este momento.
―Quiero un vaso de Rostov y un goulash, por favor ―le digo.
Lo anota sin comprobar mi pedido.
―Para mí nada ―dice papá.
―¿No quieres nada? ―le pregunto.
―No, no ―dice negando con la cabeza.
Se pasa la mano por el pelo ralo, en un gesto nervioso que conozco
demasiado bien. Se levanta la manga de la chaqueta del traje y veo
que no lleva el reloj de pulsera de oro que le compró mamá por su
vigésimo quinto aniversario.
―Te has olvidado el reloj, papá ―le digo.
―Oh, sí... ―me contesta.
En ese momento sé, sin que él diga nada más, que mi padre ya no
tiene el reloj y eso me asusta más que nada. Él amaba ese reloj, era su
posesión más preciada.
―Papá, ¿qué pasa? ―le digo.
―¡Nada! ―dice él―. ¿Qué quieres decir?
―¿Por qué está tan vacío aquí?
―Oh ―dice―. Ya sabes cómo es, hay tantos restaurantes nuevos y
elegantes. Los jóvenes quieren sushi y hamburguesas con queso y
todo tipo de locuras, ya no comen tanto la comida tradicional.
―¡Pero tienes tantos clientes fieles! Gente que lleva viniendo aquí
desde hace treinta años...
―Bueno ―dice―, este ya no es un barrio tan elegante como antes, la
gente rica se ha trasladado a Kristovsky Ostrov y Primorsky Prospect.
No quieren conducir hasta aquí solo para cenar.
Eso no explica del todo el declive. Desde mi asiento, puedo ver los
estantes de vinos que solían estar llenos de vinos franceses, italianos
y españoles, algunas de las cosechas más antiguas que mi padre.
Ahora los estantes están completamente vacíos, no queda ni una sola
botella.
―No me lo estás contando todo. ―le digo.
Se revuelve en su asiento, siempre ha sido malo para mentir.
―Como algunas personas se mudaron, otras se mudaron ―dice―.
Tengo que pagar un nuevo alquiler, un nuevo dinero de protección...
Quiere decir que alguien lo está presionando. Los sobornos y los
pagos forman parte de la vida rusa tanto como el borscht y el vodka.
Mi padre solía pagar una cantidad razonable, una cantidad
respetuosa, a la Bratva.
Sé que hay más en esta historia, pero la comida ha llegado. Mi
goulash, al menos, tiene el mismo aspecto que siempre. Gracias a Dios
que Lyosha no ha renunciado, lleva cocinando aquí desde que mi
padre era un niño.
Le doy un bocado, y el sabor del delicioso guiso de carne, la
especialidad de nuestro restaurante me levanta el ánimo.
El mesero se ha olvidado de mi vino, pero no se lo recuerdo.
Cuando termino de comer, quiero colarme en la cocina para saludar
a Lyosha, quiero preguntarle cómo le va a su nieta, a la que le di clases
particulares de química cuando aún vivía aquí.
Como papá está tan callado, miro alrededor del restaurante y veo
todos los objetos familiares que conozco casi tan bien como los de la
casa de mis padres. Probablemente mejor, en realidad, ya que mamá
no "redecora" aquí como lo hace en su casa.
Mi favorito es el retrato de la bisabuela en la pared de cuando era
joven y hermosa, sentada en el caballo de su padre con el pelo rubio
hasta la cintura como Lady Godiva.
Cuántas veces le soplé un beso a ese retrato cuando me dejaba caer
por aquí después del colegio. Saludando a todos los meseros y
meseras y cocineros de línea que se sentían parte de la familia, como
mis propios tíos y primos.
Nada se siente igual. Durante todo ese tiempo en Moscú trabajando
y estudiando, pensé que mi hogar en San Petersburgo me estaba
esperando. Tenía tantas ganas de volver, todo estaría igual que antes,
excepto que sería médico en lugar de una niña.
Ahora me doy cuenta de lo absurdo que fue. Mientras yo cambiaba,
también lo hacía todo lo demás.
Es amargo e inesperado, y me temo que aún no he llegado al fondo
del asunto.
Termino mi comida y aparto mi plato. De pie, mi padre me levanta
la chaqueta con consideración para que pueda deslizar los brazos en
las mangas.
Justo cuando estoy a punto de entrar a la cocina, dos hombres con
abrigos de lana atraviesan las puertas del restaurante. Al principio,
creo que han venido a comer, pero por la mirada de miedo de mi
padre, pronto me doy cuenta de la verdad.
Sé que deben ser de la Bratva. Veo los tatuajes en sus manos y
cuellos. Ambos llevan gafas de sol, aunque el día está nublado. Uno
es alto y con barba, el otro de estatura media y delgado, con un diente
de oro en la parte delantera que le brilla malévolamente cuando me
mira, separando los labios en una sonrisa.
―Dobriy den, Oskar ―le dice amablemente a mi padre. Buen día.
―Dobriy den ―responde mi padre nervioso―. ¿Les pido una mesa?
―No estamos aquí para comer ―dice el hombre del diente de oro.
Mi padre intenta apartarlo sin llegar a tocar el brazo del hombre.
―Por favor ―dice en voz baja―. Mi hija está aquí conmigo. Ha
vuelto de la Universidad y yo...
―Ya lo veo ―interrumpe el hombre del diente de oro. Me mira de
nuevo, recorriendo mi cuerpo con sus ojos, aunque estoy
completamente abrigada con botas, pantalones y un abrigo de lana,
así que no hay nada que ver. No me está mirando lascivamente
porque pueda ver mi figura, solo quiere que me sienta incómoda.
Y funciona. Cruzo los brazos sobre el pecho, con las mejillas
encendidas. Ojalá no me sonrojara tan fácilmente, pero estoy tan
pálida que soy prácticamente translúcida, cada una de mis emociones
está pintada en mi cara.
El otro hombre, el más alto y con barba, es menos paciente. Se
acerca a mi padre y le dice:
―Nos hiciste una promesa la semana pasada, Drozdov.
―Lo sé, lo siento ―dice mi padre, tratando de bajar la voz, aunque
los otros hombres hablan tan alto que medio restaurante podría oírlo,
si es que hubiera clientes en las mesas―. Necesito un poco más de
tiempo...
―¿Has oído alguna vez la expresión 'el tiempo es oro'? ―dice el
hombre del diente de oro―. Si quieres una prórroga...
No puedo callar más. La forma en que estos hombres se ciernen
sobre mi padre amenazándolo y la mirada de terror y humillación en
su rostro, es más de lo que puedo soportar.
Antes de que pueda detenerme, doy un paso adelante, gritando:
―¡Hey! ¡Déjenlo en paz!
Los Bratva se vuelven hacia mí, el barbudo con cara de asombro y
molestia, y el del diente sonriendo divertido.
―¡Oh! La princesa está disgustada ―dice el hombre del diente.
―¡Sasha! ―Papá sisea, su voz es mucho más aguda de lo que suele
ser cuando me habla―. Ve a esperarme en el auto.
―No ―dice el hombre del diente de oro, levantando la mano para
callar a mi padre―. Quiero escuchar lo que tiene que decir. ¿Cuál es
el problema, princesita?
Se me congela la lengua en la boca. Sé que solo estoy empeorando
las cosas interviniendo, pero no puedo quedarme sin hacer nada
mientras mi padre hace tratos con estos hombres.
―¡Mira a tu alrededor! ―digo, señalando el restaurante casi vacío―.
¿Crees que mi padre está escondiendo a todos sus clientes? Si pudiera
pagar, lo haría. Siempre hemos tenido una buena relación con los
jefes, estamos contentos de pagar un precio razonable, como siempre
hemos hecho, pero no podemos permitirnos pagar el rescate de un
rey.
El barbudo frunce el ceño, irritado. El hombre del diente de oro se
ríe en mi cara.
―¿Crees que esto es por el dinero de la protección? ―dice.
―Yo... bueno... sí ―digo, sin ganas.
Se acerca a mí, lo suficiente como para sentir su aliento agrio en mi
cara. Está muy bien vestido, con un traje de tres piezas y zapatos
pulidos, lleva el pelo peinado con crema, pero el cuidado de su
aspecto no se extiende a sus dientes.
―¿Eres estudiante? ―me dice.
―Yo... lo fui ―le digo.
―Entonces, tal vez deberías educarte, antes de hablar ―dice.
Bajo los ojos, avergonzada y asustada. ¿De qué está hablando?
Vuelve a dar un paso atrás y se dirige a mi padre.
―Hemos sido muy pacientes, Drozdov. Pero nuestra paciencia ha
llegado a su fin. Tienes una semana más, al precio de un diez por
ciento adicional. Si vuelves a quedarte corto, no serás el único que
sufra.
Me lanza una mirada significativa en mi dirección.
Con sus amenazas hechas, los dos hombres salen por la puerta
principal.
Al otro lado del restaurante, veo que los comensales de una de las
únicas mesas ocupadas nos observan y se apresuran a llamar al
mesero para pagar la cuenta, aunque apenas han tocado la comida.
Otros dos clientes que probablemente no volverán.
Papá parece desanimado y derrotado, me sostiene la puerta para
que podamos salir hacia el auto.
Una vez que estamos solos dentro del viejo Volvo, le digo:
―Papá, ¿qué está pasando? ¿De qué estaban hablando?
Él arranca el motor y se niega a mirarme.
―No es asunto tuyo, Sasha. Lo tengo controlado ―dice.
Tengo muchas ganas de creerle, antes siempre confiaba en él.
Pero ahora todo es diferente.
―Papá ―digo en voz baja―, ya no soy una niña. Dime la verdad.
Respira profundamente, con los ojos todavía en la carretera, y
luego su rostro se encoge.
―Tenemos un problema terrible, pequeño amor. Debo mucho
dinero.
―¿Cuánto?
―Sesenta y cuatro millones de rublos ―dice.
Su voz es tan tranquila y la suma es tan grande que creo que es
imposible que haya oído bien.
―Sesenta y cuatro millones...
Él asiente con la cabeza, miserablemente.
―¿Cómo, papá? ¿Cómo ha ocurrido esto?
―¡No lo sé! ―Su voz sale en un sollozo―. Cuando el negocio
empezó a decaer, pedí líneas de crédito en el banco. Cuando se
acabaron, acudí a la Bratva para pedir un préstamo, pensé que era
algo temporal, y que los clientes volverían, pero los intereses eran tan
altos que el préstamo se duplicó. Intenté decirle a tu madre que
debíamos tener cuidado, que no podíamos gastar tanto como antes...
Se interrumpe, no quiere culpar a mamá, pero yo sé cómo es ella.
Era la hija menor de los ricos Bobrov, siempre pudo comprar lo que
le gustaba. Sus hermanas se casaron con ministros y magnates de los
negocios. Tienen dachas5 en Plyos y vuelan en jets privados. Incluso
cuando Golod se llenaba de clientes día y noche, nunca hemos sido
tan ricos como nuestros parientes.
Mamá se quejaba a menudo de nuestra casa y de nuestros autos,
siempre está comprando cortinas y muebles nuevos y papá la mima
con joyas y ropa, tratando de compensar lo que no puede darle.
Puedo creer que cuando papá trató de decirle que tenían que hacer
recortes, ella no fue muy receptiva, puede que renuncie a unas
vacaciones en París para gastar lo mismo en un nuevo bolso Birkin.
―Tenemos que pagar los préstamos ―le digo a papá―. Tenemos
que vender lo que podamos: los diamantes de mamá, los otros autos,
lo que podamos.
Ya se ha acabado ―dice papá―. Lo vendí todo y aun así debemos
sesenta y cuatro millones.
Más el diez por ciento de otra semana de gracia.
Se me revuelve el estómago.
―¿Y mis tíos? ―pregunto―. ¿Pueden prestarnos algo?
Papá parece más culpable que nunca.

5
Casa de campo, habitualmente de una familia urbana, que se usa estacionalmente. Se puso de moda
entre la clase media rusa desde finales del siglo XIX.
―Ya les pedí prestado a Tolya y Andrusha ―admite―. No me darán
más.
Empieza a cundir el pánico. Papá nos ha metido en un problema
muy grande. ¿Cómo podré sacarnos de ahí?
―¿Y la casa y el restaurante? ―digo, desesperadamente―. ¿Y si lo
vendemos todo?
―No cubriría ni la mitad ―dice papá―. Entonces, ¿dónde
estaríamos? ¿Sin hogar, sin el negocio que mis padres construyeron?
Preferiría estar muerto.
Si no podemos pagarle a la Bratva, pronto lo estaremos.
En cuanto suena la campana, Bodybag se lanza hacia mí, tal y como
espero.
Utiliza la agresión y la intimidación como armas, le gusta hacer
retroceder a su oponente y luego utiliza sus implacables golpes para
atravesar sus defensas y dejarlos sin sentido.
Fiel a su estilo, Bodybag me lanza tres puñetazos de gran potencia,
uno tras otro.
Me alejo bailando de su camino, esquivando limpiamente los tres.
El público me abuchea, no les gusta que huyas, quieren ver
enfrentamientos.
En muchos sentidos, el boxeo clandestino se parece más a la lucha
libre de la WWE que a cualquier otra cosa. Tienes que ganarte al
público y ser popular o no te colocarán en los mejores combates y
perderás las peleas que se decidan por el público.
Muchos luchadores se dejan llevar por los aullidos y abucheos del
público.
Pero la verdad es que el público siempre apoyará a un campeón.
Ganar a toda costa, eso es lo único que importa.
Me están abucheando ahora, pero se voltearán en un santiamén si
llevo a Bodybag a la lona.
―¡Vamos, yobanaya suka! ―Bodybag se burla de mí. Vamos, maldita
perra.
Dejo que se acerque, le doy un par de golpes en las costillas y en los
guantes, observando su ritmo. Al igual que en su último combate
contra El Francotirador, lanza dos jabs de izquierda seguidos de una
cruz de derecha.
Le devuelvo un par de golpes, pero solo con media potencia, finjo
haciéndole creer que así de fuerte pego. Lo quiero confiado y
perezoso, pensando que eso es todo lo que se necesita para
bloquearme.
Bodybag se abalanza sobre mí de nuevo y yo agarro en un abrazo,
planeo apoyar mi peso sobre él cansándolo, pero él me devuelve el
golpe con un feo gancho de izquierda al hígado. Es un golpe ilegal, o
el árbitro no lo ve, o simplemente no le importa porque no dice nada.
El puto golpe duele, me da una sensación de falta de aire. Me suelto
del abrazo, dejando que Bodybag piense que estoy herido.
Quedan unos diez segundos del primer asalto, si él fuera
inteligente, retrocedería y esperaría a ver si estoy realmente herido.
En lugar de eso, se abalanza sobre mí una vez más, queriendo
acabar conmigo mientras aún me duele el golpe.
Por encima de su hombro izquierdo, veo a Anatoly Krupin sentado
en primera fila, por eso es que Bodybag se muestra tan temerario:
quiere impresionar a su jefe.
Krupin nos observa atentamente, quiere ver cómo actúa su
ejecutor.
Probablemente ya sabe que Bodybag no es demasiado creativo.
Mientras se dirige hacia mí, yo observo el patrón.
Golpe de izquierda, golpe de izquierda, luego un enorme golpe de
derecha.
Me agacho bajo el golpe de derecha, avanzando hacia delante y
empujando hacia arriba con toda la fuerza de mis piernas y envío mi
puño derecho hacia arriba en un gancho directo a su barbilla con el
cien por ciento de potencia, no es hora de fingir ser un puto caracol.
La cabeza de Bodybag se mueve hacia atrás y se hace hacia atrás,
lo golpeo tan fuerte que su protector bucal sale volando de su boca y
se eleva por encima de las cuerdas, golpeando a Krupin justo en el
pecho, dejando una mancha de sangre en su camisa blanca. La boca
de Krupin se tuerce con disgusto.
Ups.
Bodybag cae hacia atrás, como un roble cortado por el tronco.
Como un jodido tronco, hijo de puta.
El golpe vibra en todo el ring.
Hay un instante de silencio, luego, el público ruge.
Ni siquiera oigo la cuenta regresiva del árbitro, llega a cero sin que
Bodybag se mueva en la lona, el árbitro golpea la lona con la palma
de la mano y suena la campana para señalar el final del combate. El
maestro de ceremonias grita por el micrófono.
―¡Son veintisiete knockouts para el campeón invicto,
SNOOOOOOOW!
Levanto un puño sobre mi cabeza.
El público empieza a corear: ¡Snow! ¡Snow! Snow!
Me subo bajo las cuerdas, con Meyer cerca de mí.
―Buen trabajo ―murmura.
Un gran elogio, y estoy seguro de que también tendrá una docena
de críticas para mí una vez que esté de vuelta en el gimnasio mañana.
Por ahora, me deleito en mi victoria. No me siento eufórico,
exactamente, solo estoy tranquilo. Todo el estrés y la expectación han
desaparecido, y hay una sensación de pura paz en su lugar.
Vuelvo a los vestuarios. Boom Boom me grita al oído, recreando la
pelea como si no la hubiera vivido.
―¿Y sabes quién lo vio también? ―dice Boom Boom―. Sentado en
la primera fila, le diste justo en el...
―Lo sé, lo sé ―digo, levantando la mano para que Boom Boom se
calle.
Me siento en el tambaleante banco del vestuario, contento de poder
descansar las piernas. Oigo cómo empieza la música para presentar a
los luchadores titulares: el himno nacional serbio para Gatling y el
estribillo de "Thunderstruck" para Lights Out. Cuando sea titular,
tendré que elegir un tema musical.
―¿Cómo está tu espalda? ―Meyer me pregunta―. Vi ese tiro sucio.
―Estoy bien ―le digo.
En realidad, mi hígado sigue palpitando. Puedo sentirlo pulsar con
cada latido del corazón, pero no importa. Si puedo caminar, entonces
no puede ser tan malo.
―Oye, buen trabajo ―dice el Rabino Rowdy, dándome un golpe de
puño y un par de luchadores más se acercan a felicitarme. No veo a
Bodybag por ninguna parte, supongo que se lo han llevado a los
médicos.
El combate final ha comenzado, oigo los rugidos del público, que
se hinchan y disminuyen como el viento en una tormenta lejana.
Debería ser una pelea bastante pareja, no me gustaría apostar por un
ganador.
Meyer se aleja para recoger mis ganancias. Recibiré 50.000 rublos
por el combate de esta noche, un buen botín, incluso después de que
Meyer se lleve su veinte por ciento, él solo se lleva su dinero cuando
gano, a diferencia de la mayoría de los entrenadores, pero por suerte
para él, siempre gano.
Boom Boom llena la botella de agua y me echa un chorro en la
cabeza, mientras me frota el sudor del pelo con una toalla. Se suponía
que iba a ser mi cortador esta noche, pero no tengo ningún corte que
tapar.
Mientras me frota la cabeza con la toalla, aparecen un par de
zapatos delante de mí: unos Oxford muy pulidos, con un efecto
ombré de aspecto caro alrededor de la punta.
Es el teniente de Krupin, Yakov.
―Snow ―dice.
Dejo caer la toalla alrededor de mi cuello y lo miro.
―El jefe quiere verte ―dice.
Cuando habla, veo su diente de oro guiñando a la vista entre sus
labios. Muchos gánsteres se ponen dientes de oro para aparentar,
pero estoy seguro de que Yakov ha visto suficiente violencia como
para conseguir el suyo legítimamente. Yo mismo he querido
arrancarle los dientes una o dos veces.
―¿Cuándo? ―le pregunto.
―Justo después de esta pelea ―me dice.
Asiento con la cabeza, sacando mi bolsa de lona de debajo del
banco para poder vestirme.
―¿Vas a limpiarte? ―dice Yakov.
―¿Por qué? ―le pregunto―. ¿Tienes un par de zapatos elegantes
que quieras prestarme?
Boom Boom se ríe y se calla cuando Yakov le lanza una mirada
venenosa.
―Date prisa ―me dice Yakov―. No lo hagas esperar.
Como si tuviera que decirme eso.
Me pongo los joggers y luego la sudadera con capucha, subiendo
la cremallera hasta el cuello. A Krupin le importa un bledo lo que
lleve puesto, pero le importará si no salgo en cuanto suene el timbre.
Me dirijo a la puerta para ver el final del combate, Meyer se une a
mí, con un fajo de billetes en la mano. Me entrega mi parte, para que
la guarde en el bolsillo.
―¿Adónde vas? ―me pregunta.
―Krupin quiere verme.
Meyer levanta una ceja, no sé si es por curiosidad o preocupación.
―Cuida tus modales ―dice―. Y no te lleves a Boom Boom contigo.
No pensaba hacerlo.
Es el final de la tercera ronda. Gatling y Lights Out siguen dando
vueltas, ambos parecen cansados y ensangrentados. Gatling hace un
último esfuerzo, enviando una ráfaga de golpes en un último intento
de ganarse al público. Demasiado poco y demasiado tarde: cuando
suena la campana, la decisión es para Lights Out, por un evidente
aumento del volumen.
El DJ vuelve a poner en marcha la música. Puede que los combates
hayan terminado, pero el público aún no ha terminado de beber,
algunas chicas suben a la lona salpicada de sangre para poder bailar.
Veo a Krupin, que sigue sentado en la primera fila. Tiene su séquito
a su alrededor, incluido a Yakov. Dos bonitas chicas se sientan a
ambos lados de él, una parece aburrida y la otra está borracha. Ambas
van muy elegantes, con vestidos ajustados y sin abrigo, a pesar del
mal tiempo que hace.
Me acerco y me detengo un poco antes del grupo, esperando a que
Krupin me haga una señal. Él me hace un gesto con la cabeza y me
paro frente a él, con las manos metidas en los bolsillos. La chica de
aspecto aburrido me mira y se sienta más erguida en su silla, de modo
que sus pechos sobresalen de la ajustada lycra de su vestido, me mira
de arriba a abajo y sus ojos se detienen en mi pecho y mis brazos, ella
sonríe agitando sus largas pestañas postizas, pero no le devuelvo la
sonrisa.
Krupin es un hombre grande con ojos oscuros y pequeños, pelo
negro y cara escarpada. Es un tártaro del Volga, como la mayoría de
las personas con ascendencia mongola, afirma ser descendiente
directo de Gengis Kan. En su caso, me lo puedo creer, tiene el aspecto
de un conquistador, de un rey que se ha vuelto loco.
Anatoly Krupin no es el jefe máximo de San Petersburgo, pero
podría haberlo sido si su hermano Arkadi no lo hubiera traicionado
hace diez años, disparándole en la cara y quedándose con la mayor
parte de su imperio mientras Anatoly yacía en una cama de hospital,
dopado hasta las cejas con morfina.
Todavía puedo ver la cicatriz donde la bala salió por su mejilla
izquierda. Se ve oscura, elevada y con burbujas, como si fuera una
quemadura. Su mandíbula parece ligeramente torcida, como si nunca
se hubiera enderezado bien.
Una vez que Krupin se recuperó, colocó una bomba en el BMW de
su hermano mientras estaba estacionado afuera de la Catedral de la
Trinidad. Por desgracia, también mató a la mujer de Arkadi y a sus
dos hijos pequeños, sobrinos del propio Anatoly. Así que Krupin
recuperó su territorio, pero perdió el apoyo del resto de las familias
de la Bratva. Fue sancionado por la mesa principal, rechazado por
muchos de sus miembros más altos, incluido Ivan Petrov, que ahora
se encuentra en la cima de la mafia de San Petersburgo.
Apartado de sus anteriores fuentes de ingresos, Krupin se ha
centrado en el ring de boxeo clandestino, lo ha hecho ganar una
jodida tonelada de dinero, por lo que puedo decir. Se lleva toda la
recaudación de la puerta, además de las bebidas sobrevaloradas, pero
las verdaderas ganancias que se lleva provienen de las apuestas. Los
rusos apuestan por cualquier cosa: carreras de caballos, fútbol,
hockey, incluso la primera nevada de la temporada, nada les enardece
más que una pelea.
El boxeo ruso a puño limpio se remonta al siglo XIII. Los boyardos
ricos organizaban combates de boxeo por las mismas razones que los
romanos ricos pagaban por los deportes de gladiadores: para ganarse
el amor del pueblo.
Los combates de boxeo se celebraban durante las fiestas, a menudo
sobre placas de hielo sólido. Mantener el equilibrio era tan crucial
como los propios golpes, los niños luchaban entre sí en los primeros
asaltos, y al final se presentaban los mejores boxeadores, de forma
muy parecida a los primeros combates de carteleras y titulares de hoy
en día, aunque Krupin no utiliza niños. Al menos, todavía no.
Sabiendo todo esto, soy muy consciente de la importancia del
Knockdown para Krupin, sé lo serio que se toma estas peleas, así que
sé que me ha traído aquí por una razón, no solo para felicitarme.
Krupin me mira durante mucho tiempo.
Yo espero a que hable.
―Me has causado un poco de problemas esta noche ―dice por fin.
―Lo siento ―digo, mirando la mancha de sangre que se está
secando en la inmaculada abertura de su camisa.
―La camisa no ―dice―. Me has privado de mi ejecutor, le rompiste
la mandíbula a Bodybag y no volverá al trabajo en semanas.
Puede que también haya perdido una apuesta apostando por él, ya
que era el favorito por un margen decente.
Doy una especie de gruñido sin compromiso, no voy a disculparme
por haber ganado el combate.
―¿Dónde aprendiste a luchar? ―me dice.
―Entreno con Meyer en los Guantes de Oro ―le digo.
―¿Vienes de una familia de luchadores? ―me pregunta.
Vengo de una familia de drogadictos. Mi tío me acogió durante un
tiempo, pero cuando murió, un vecino me llevó al orfanato. En
aquella época, Rusia no tenía un sistema de acogida. A los ocho años,
ya había pasado la edad en la que alguien estaría interesado en
adoptarme. A veces vivía en el orfanato, a veces en la calle, cuando
me cansaba de que los otros niños me acosaran y los administradores
abusaran de mí.
A los doce años, Meyer me encontró en un callejón detrás de
Guantes de Oro, donde una pandilla de adolescentes me estaba
golpeando hasta casi matarme, se deshizo de todos ellos en poco
tiempo. Por aquel entonces todavía estaba en buena forma, al menos
lo suficiente como para enfrentarse a una banda de vándalos sin
entrenamiento.
Cuando los ahuyentó, me llevó adentro y me dio el resto del
bocadillo que se había estado comiendo, y luego me preguntó si
quería aprender a defenderme.
En las primeras sesiones de entrenamiento, pensé que estaría mejor
con los adolescentes. Meyer era duro, exigente, completamente
antipático, pero la primera vez que hice un ejercicio correctamente y
él me hizo su escueto cumplido de "Bien", sentí un rubor de orgullo.
Sabía que lo había hecho bien, había encontrado algo en lo que podía
triunfar.
No voy a decirle nada de eso a Krupin. Así que le digo:
―No, solo soy yo.
―¿Quién es tu familia? ―Krupin insiste―. ¿Cuál es tu verdadero
nombre?
―Filip Rybakov ―digo―. Pero me gusta Snow.
Krupin asiente. Lo entiende. Muchos de los Bratva también tienen
apodos: Tick-Tock, Picahielo, El Mago de las Probabilidades. En el
mundo clandestino, tu apodo es más verdadero que tu nombre de
pila, cómo nombren sus padres a un bebé no significa nada, como te
llamen tus amigos para describir lo que has hecho, es un nombre que
vale la pena conocer.
―¿Tienes esposa? ¿Hijos? ―dice.
Sacudo la cabeza.
―No hablas mucho, ¿verdad?
Nunca sé cómo responder a eso, así que me encojo de hombros.
Krupin se ríe.
―Eso está bien ―dice―. Me gusta la paz y la tranquilidad, tal vez te
pida que ocupes el lugar de Bodybag mientras él está fuera.
Nunca busqué un puesto en la Bratva, solo se puede llegar hasta
cierto punto sin un apellido.
Más que eso, cuando trabajas para la mafia, ellos son tus dueños.
No quiero ser propiedad de nadie.
―Prefiero el boxeo ―digo.
Krupin frunce el ceño, no le gusta que lo rechacen.
―Le gustas al público ―dice a regañadientes.
―Les gusta cualquiera que gane ―digo.
Suelta una risa corta como un ladrido.
―Así es ―dice amargamente―. Todo el mundo es tu mejor amigo
cuando estás en la cima, pero a ver quién se queda cuando te
derriban.
O cuando recibes una bala en la cara.
―De acuerdo ―dice, como si estuviera tomando una decisión―.
Voy a empezar un torneo la semana que viene, puedes luchar en él.
―¿Cuál es la bolsa? ―le pregunto.
Entorna los ojos hacia mí, de nuevo molesto.
―El perro quiere saber de qué tamaño es el hueso ―le dice a Yakov,
y este suelta un bufido burlón.
No muerdo el anzuelo, he escuchado todo tipo de burlas dentro del
ring, no voy a perder los nervios con un jefe de la Bratva solo porque
me llame perro.
―El torneo es de treinta y dos luchadores ―dice―. Si duras la
primera ronda, te llevas 30,000 rublos. La segunda, 70,000. La tercera,
150,000. La cuarta, 400,000. El campeón se lleva a casa un Escalade.
¿Eso te pone algo de fuego en las venas, Sr. Snow?
En realidad, lo hace.
Pensé que me tomaría otro año o dos para tener una oportunidad
de una bolsa como esa. Todo lo que tengo que hacer es ganar cinco
peleas, y podría tener lo que he estado soñando desde que tenía doce
años. Una oportunidad de salir de aquí, de una vez por todas.
―Suena bien ―digo.
Krupin se ríe suavemente.
―Seguro que sí ―dice.
Un premio así va a atraer a una gran competencia.
Puede que a Meyer no le guste, pero creo que estoy preparado.
Espero un minuto más, para ver si Krupin quiere algo más.
Se aparta de mí, murmurando algo al oído de Yakov.
Cuando empiezo a alejarme, Krupin me dice:
―Nos vemos la semana que viene.
A veces un trato con el diablo es mejor que ningún trato.

Lawrence Hill
Papá y yo conducimos el resto del camino a casa en silencio. Sé que
está demasiado avergonzado para hablar, yo simplemente estoy
aterrorizada.
Llegamos a la casa, que es una de las muchas que se levantan en
fila en el tranquilo barrio de Volkovskaya. Por fuera no tiene nada de
especial: es una simple fachada de piedra, parcialmente tapada por
un tilo muy crecido. Se parece a las casas de los lados. Sin embargo,
podría distinguirla en cualquier lugar.
Sé cómo se ha desgastado la pintura de la puerta y cómo la aldaba
cuelga un poco a la izquierda, y cómo los escalones de piedra se han
hundido en el centro de tanto saltar Mila y yo por ellos todos los días
de camino a la escuela.
Espero que mamá nos esté esperando, pero la casa está en
penumbra y en silencio cuando papá abre la puerta. Huele un poco a
humedad, como si las ventanas no se hubieran abierto en mucho
tiempo.
Todas las cortinas están cerradas, las alfombras tienen un aspecto
polvoriento. El mismo proceso de envejecimiento rápido que parece
haber afectado al restaurante ha golpeado aún más nuestra casa, las
limpiadoras ya no deben venir, a mamá nunca se le dieron bien las
tareas domésticas.
Encontramos a mamá en el salón, acostada en el sofá con un paño
sobre los ojos. Está muy quieta, no se mueve hasta que papá se acerca
al sofá y le sacude el hombro. Entonces se incorpora, con aspecto
ligeramente aturdido.
―¡Oh, Sasha! ―dice―. ¡Llegas temprano a casa!
En realidad, llegamos bastante tarde, ya que le pedí a papá que
parara en Golod.
No me molesto en corregirla, la abrazo y la beso en ambas mejillas,
su piel se siente empolvada y seca bajo mis labios.
Mamá era una gran belleza, la más guapa de sus hermanas.
Después de que las mayores se casaran tan bien, todo el mundo se
sorprendió de que eligiera a papá. Tenía el restaurante, pero su
familia no es aristocrática ni tiene contactos.
Mamá y papá se querían mucho.
Él siempre dice lo afortunado que es por tenerla, sé que haría
cualquier cosa en el mundo por ella, o por mí y Mila. Ese pensamiento
solía hacerme tan feliz, ahora me llena de consternación. ¿Qué ha
hecho ya, para mantenernos felices? Cosas terribles, cosas tontas.
Mamá lleva el pelo bien ondulado, como siempre, y lleva una
bonita blusa de seda y pantalones, pero sus ojos azules parecen
ligeramente desenfocados, o ha estado bebiendo, o se ha tomado su
pastilla para dormir antes de tiempo. O ambas cosas.
―¿Qué tal el tren? ―dice.
―Bien, mamá. Muy bien.
―Tu hermana aún no ha llegado a casa.
―Sí, mamá ―dice Mila desde la puerta.
Mila se apresura y me abraza con fuerza.
Somos tres guisantes en una vaina: Mila, mamá y yo. Todas altas,
rubias y de ojos azules. Yo tengo el pelo rubio platinado como la
abuela, y el de mamá sigue siendo rojo otoñal. El de Mila es algo
intermedio: un suave rubio rojizo, tan bonito que los desconocidos se
acercaban a tocar sus rizos cuando era niña.
Me apetece mucho hablar con Mila, pero no puedo con mamá y
papá ahí de pie. Así que me limito a decir:
―¡Te he echado de menos!
―Yo también ―dice Mila, apretando mi brazo.
―¿Quieres cenar? ―pregunta mamá.
―No has hecho ninguna cena ―dice Mila bruscamente. ―Recuerda
que te pregunté si debíamos hacer algo y dijiste que te ibas a acostar
primero.
―Mila ―dice papá en tono de reproche.
―No pasa nada ―le digo rápidamente―. Papá y yo paramos en
Golod.
Mila levanta una ceja, comunicándose a la manera silenciosa de las
hermanas, o al menos, como siempre hemos podido hacerlo. Me
pregunta si he visto lo mal que ha quedado el restaurante.
Aprieto los labios para demostrarle que he visto eso, y algo peor.
―Entonces, tal vez un poco de té ―dice mamá.
Nos reunimos todos en la pequeña cocina, los platos están apilados
en el fregadero y las migas cubren la mesa.
Mamá se entretiene un rato, jugando con la tetera sin éxito, antes
de que papá la ayude a sentarse y Mila prepare el té.
Al menos el juego de té de porcelana de la bisabuela aún no se ha
vendido. Todavía está entero, excepto por una taza que rompí cuando
era niña, pero Mila se echó la culpa de eso, siempre ha tenido un
corazón muy tierno, nunca le dijo a nadie que había sido yo.
Mila choca suavemente su taza con la mía, sonriendo. Sé que está
recordando lo mismo.
Mamá saca galletas y pastel de la despensa y me doy cuenta de que
papá no está comiendo nada, está sentado en silencio, como en el
restaurante.
Mamá por fin se acuerda de preguntarme por los resultados de mis
exámenes y saco el papel para enseñárselos. Todos me felicitan con
verdadera felicidad y orgullo. Por un momento, las cosas se sienten
como antes.
Cuando terminamos de comer, Mila y yo lavamos los platos, papá
dice que tiene que trabajar en su oficina y mamá dice que se va a
acostar temprano. Me besa en la mejilla una vez más, dejándome una
mancha de carmín en mi cara, que limpio inmediatamente, por
costumbre.
Cuando mamá y papá se han ido, Mila y yo terminamos de secar
las tazas y los platos y los volvemos a colocar con cuidado en el
armario, luego subimos las escaleras hasta la habitación de Mila.
Vive en casa mientras estudia en la Universidad estatal de San
Petersburgo. Su habitación, al menos, no ha cambiado. Sigue
empapelada con pósteres de películas extranjeras y deliciosamente
desordenada, llena de libros, revistas y jarrones con flores secas de
todos los chicos con los que sale. Empujo una pila de ropa de su cama
para poder sentarme.
Cuando Mila cierra la puerta tras nosotros, le digo:
―¿Por qué no me dijiste el problema que teníamos?
Mila suspira con culpabilidad.
―¡Lo siento! ―dice―. No quería que te preocuparas, estabas tan
estresada con tus clases y exámenes. No quería poner nada más en tu
plato.
―¿Cuánto tiempo lleva esto? ―le pregunto.
―No lo sé ―dice―. Cuatro años por lo menos, solo me di cuenta de
que algo iba realmente mal el año pasado, cuando la escuela me dijo
que no me habían pagado la matrícula. Papá consiguió el dinero de
alguna manera, pero tardó unas semanas, lo suficiente como para que
mis profesores amenazaran con cancelar mis clases.
Mila se muerde la uña del dedo índice, una vieja costumbre que
nunca ha podido abandonar. Mientras que el resto de su cuerpo es
elegante y bonito, sus uñas están siempre rotas y dolorosamente
cortas, sobre todo cuando está estresada. Ahora mismo, están en el
peor estado que he visto nunca.
―El dinero se acabó ―dice―. Pero mamá sigue gastando como si
nada; papá vende cosas y ella va y compra lo mismo otra vez, como
si simplemente se hubiera roto o extraviado. Yo tengo un trabajo en
una cafetería, pero la paga es una mierda, apenas cubre mis libros.
―Es mucho peor que eso ―le digo―. Papá le debe dinero a la Brava.
Mucho dinero.
―¿Qué? ―Mila jadea―. ¿Cuánto?
Ni siquiera puedo decir la cantidad.
―Mucho ―le digo―. Más de lo que podemos pagar.
Mila se sienta en la cama a mi lado, me agarra la mano y la aprieta
con fuerza.
―¿Qué podemos hacer? ―me pregunta.
―Todavía tengo mis perlas de la bisabuela ―le digo.
―¡No puedes venderlas!
―Mila ―me doy la vuelta para mirarla―, tú no viste a los hombres
en Golod hoy. Estaban amenazando a papá y dijeron que solo tiene
una semana para pagar. Si no conseguimos dinero, mucho dinero, le
van a hacer daño, o incluso matarlo.
No le digo a Mila que papá no era la única persona a la que
amenazaban los Bratva. No tiene sentido mencionárselo cuando ya
está bastante asustada.
―¿A qué jefe le debe dinero? ―me pregunta.
―Anatoly Krupin ―le digo.
Mila deja escapar su aliento en un suspiro quejumbroso.
Estamos lejos del mundo de la mafia rusa, pero todo el mundo en
nuestro barrio sabe quién es Krupin. Vive en una enorme mansión de
piedra en Andreyevskaya Ulitsa, dentro de unos muros de tres
metros cubiertos de alambre de espino. Se desplaza en un auto
blindado que parece un auto fúnebre y lleva un abrigo de piel negra
que le da el tamaño y las proporciones de un oso siberiano, así que no
es precisamente sutil.
―Supongo que también podría vender mis pendientes de
diamantes ―dice Mila con expresión de dolor.
Como mucho, nuestras joyas podrían valer uno o dos millones de
rublos. Papá debe sesenta y cinco, más los intereses. No es ni de lejos
suficiente.
¿Qué podemos hacer?
Me siento como un animal enjaulado, dando vueltas y vueltas, solo
encontrando más barrotes a cada lado.
¿Qué podríamos darle a Krupin, además de dinero?
¿Qué quiere o necesita un criminal?
Lentamente, una idea se forma en mi mente.
No es una buena idea, pero es la única que tengo en este momento.
―Tengo que salir un rato ―le digo a Mila―. Si mamá y papá me
buscan, diles que voy a tomar algo con unos amigos.
―¿A dónde vas realmente? ―pregunta Mila. Sus ojos azules
parecen sospechosos y asustados.
―No te preocupes ―le digo, dándole un último apretón de manos―.
No estaré fuera mucho tiempo.
Espero que sea cierto.

Me deslizo por la escalera, me pongo de nuevo el abrigo de lana


azul marino y me lo abrocho hasta el cuello.
Mamá ya está en la cama y papá está trabajando tranquilamente en
su despacho.
Me siento muy valiente mientras sigo dentro del espacio cálido y
familiar de mi propia casa. Sin embargo, en cuanto abro la puerta y
bajo a la fría calle nocturna, empiezo a dudar de mí misma.
El viento sopla con fuerza, como si quisiera empujarme de nuevo
al interior de la casa. Las hojas muertas resbalan por la acera con un
desagradable silbido.
Como estoy nerviosa, tengo la sensación irracional de que todos los
que me cruzan me miran, de que saben a dónde voy. A mitad de
camino hacia Andreyevskaya, casi me doy la vuelta y vuelvo
corriendo a casa, pero recuerdo el miedo en la cara de mi padre y
recuerdo que vendió su reloj de oro, su posesión más preciada.
Vuelvo a avanzar.
Cuando llego a los muros de piedra que rodean la casa de Krupin,
las puertas están cerradas y bloqueadas. Pulso el botón de su
interfono, esperando oír una voz que responda. En lugar de ello, un
guardia aparece tan repentinamente que tropiezo con la puerta.
―¿Qué quieres? ―exige el guardia con brusquedad.
―Yo... necesito hablar con el señor Krupin ―tartamudeo.
El guardia me mira fijamente un minuto y luego suelta una
carcajada que más bien parece una burla.
―¿Para qué? ―dice.
―Es por... por una deuda que tiene mi padre ―digo.
El guardia me dedica una sonrisa desagradable, estoy segura de
que cree saber cómo pienso pagar esa deuda. Siento que mi cara
vuelve a arder, pero esta vez me niego a bajar la mirada.
Después de un momento, el guardia abre la puerta.
―Después de ti ―dice, señalando burlonamente hacia la casa.
Me dirijo hacia la oscura casa, con mis pasos silenciosos en la espesa
hierba, el guardia me sigue a grandes zancadas. No me gusta tenerlo
detrás de mí, sobre todo con un fusil de asalto colgado del hombro y
una pistola en la cadera. Por desgracia, no estoy en condiciones de
quejarme de nada.
Cuando llegamos a la puerta principal, me entrega a otro guardia.
Su aspecto es bastante similar al del primero: todos parecen tener
entre 20 y 30 años y van vestidos de forma semimilitar, yo intento no
mirar demasiado sus caras ni sus tatuajes, no quiero conocer a estos
hombres, ni recordar sus caras.
Una vez dentro de la casa, intento no quedarme embobada como
suelo hacer en un lugar tan grande. Esto no es un museo, es la casa de
uno de los hombres más brutales de Rusia, y probablemente también
un lugar donde hace negocios. No quiero ser testigo de nada de eso,
asomarse al mundo oculto de la Bratva puede hacer que te maten más
rápido que mirar a la cara de Medusa.
Sin embargo, es difícil no mirar. Incluso con la mayoría de las luces
apagadas, la casa de Krupin es tan opulenta y escandalosa como el
Bellagio. O al menos, como creo que debe ser un hotel elegante en Las
Vegas, basándome en las películas que he visto. En realidad, nunca
he estado en Estados Unidos.
Mis pasos resuenan en los suelos de mármol. La araña oscura sobre
mi cabeza parece contener la mitad del cristal de Rusia. Cuadros con
marcos dorados adornados cubren las paredes; la mayoría son de
desnudos u otros temas eróticos. El segundo guardia me ve mirar y
dice:
―¿Te gusta el arte? ―con una sonrisa lasciva.
Vuelvo a levantar la cabeza.
―No ―digo con firmeza.
Él se ríe.
―Siéntate aquí ―dice, señalando un banco acolchado que parece
sacado del Palacio de Invierno.
Me siento.
Empieza a preocuparme que Krupin esté durmiendo. Sé que es
tarde, pero creía que era cuando los gánsteres hacían sus negocios, tal
vez debería haber venido por la mañana.
El guardia desaparece, obviamente no le preocupa dejarme aquí
sola. Supone, con razón, que no voy a husmear.
Estoy tensa por la expectativa, pensando que voy a ver a Krupin en
cualquier momento, pero a medida que pasan los minutos, se hace
evidente que no bajará pronto. Pasa media hora, luego una hora
entera, tal vez Krupin ni siquiera está aquí. No hay nadie a quien
preguntar, y no hay forma de saber cuánto tiempo debo estar aquí
sentada.
Cada vez es más tarde, ya es más de medianoche. A pesar de mi
ansiedad, los párpados empiezan a pesarme, me apoyo contra la
pared, tratando de ensayar lo que le diré a Krupin cuando finalmente
lo vea.
Los pensamientos se convierten en sueños, enmarañados e
inconexos. Ya no estoy sentada en este palacio. Estoy a la deriva, muy
lejos...
―Sasha Drozdov, ¿verdad?
Mi cabeza se levanta de golpe.
Krupin está de pie frente a mí, rodeado por cuatro de sus hombres,
incluido el guardia que me dejó entrar. Reconozco a otro matón, el
del traje elegante y el diente de oro. El que amenazó a papá.
Me pongo en pie de un salto, aturdida y desorientada.
―¡Lo siento! ―digo―. Lo siento, no me acuesto tarde muy a
menudo...
Incluso cuando estoy de pie, Krupin se eleva sobre mí. Lo he visto
de lejos una o dos veces, pero tener sus ojos fijos en mí es una cosa
mucho más aterradora. Tiene un rostro grande y cuadrado, con el
ceño fruncido, sus ojos son largos y pequeños, tan negros como su
pelaje. Tiene una nariz grande, recta y aristocrática, y una mandíbula
como la de un bulldog, y una gran cicatriz púrpura le marca la mejilla
izquierda; estoy segura de que es una herida de salida de un disparo.
No dejo que mis ojos se queden ahí mucho tiempo.
―¿Qué quieres? ―dice Krupin.
A juzgar por su abrigo y el frío que sopla en la entrada, debe de
haber entrado hace poco.
―Yo... quería hablar contigo sobre la deuda que tiene mi padre ―le
digo.
Krupin me mira un momento más, reflexionando. Me está
evaluando. No sé qué ve cuando me mira, pero es suficiente para que
asienta con la cabeza.
―Arriba ―dice.
Se quita el abrigo y se lo entrega a uno de sus hombres.
Debajo lleva un traje a rayas sin corbata, con una camisa blanca
impecable. Tiene una mancha oscura en el pecho de la camisa que
parece sospechosamente sangre, tampoco me permito mirar eso.
En cambio, sigo a Krupin por las escaleras hasta su despacho,
manteniendo una distancia respetuosa. Dos de sus hombres
permanecen a su lado, pero los otros dos se retiran para flanquearme.
La forma en que se mueven estos hombres es sorprendente: son
silenciosos y están coordinados, como animales de carga.
Sé que los Bratva son solo hombres, pero no hay nada normal en su
forma de moverse o hablar. Tienen su propia cultura, su propia forma
de hacer las cosas, estoy tan fuera de mi elemento que lo único que
puedo hacer es seguir avanzando, tropezándome.
El hombre del diente de oro está detrás de mí. Hace un sonido
sibilante, como si intentara ponerme nerviosa a propósito.
Una vez adentro de su despacho, Krupin toma asiento detrás de su
escritorio y me hace un gesto para que tome la silla de enfrente. Es un
sillón bajo de cuero, en buen estado, pero probablemente antiguo.
Me siento en él, sintiéndome más pequeña que nunca en
comparación con él, estoy segura de que es intencional que la silla de
su visitante sea mucho más baja que la suya.
Desearía que los guardias se marcharan, ya me siento bastante
tonta con público, pero dos se quedan dentro de la habitación, de pie
a cada lado de la puerta. Por suerte, Diente de Oro no es uno de ellos.
Krupin me mira desde el otro lado del escritorio, esperando que
hable. Tengo la boca seca y he olvidado todo lo que pensaba decir.
―Sé que papá te debe mucho dinero... ―empiezo.
―¿Qué es mucho dinero? ―interrumpe Krupin.
―Bueno, eh... ―No sé qué es un montón de dinero para Krupin. Por
su aspecto, el salario de un año para mí es probablemente cambio de
bolsillo para él―. Supongo que mucho dinero es cualquier cosa que
no puedas pagar ―digo.
Él asiente, manteniendo sus ojos oscuros fijos en mí.
―Es cierto ―dice.
Respiro profundamente.
Krupin no es un tonto, probablemente sabe más que yo sobre la
situación económica de mi familia. Mentirle no va a servir de nada.
―Estamos arruinados ―digo―. Mi padre ya ha vendido casi todo lo
que puede. El restaurante está fallando, podríamos venderlo también,
y la casa, pero seguiría sin ser suficiente.
Krupin asiente lentamente con la cabeza, con los ojos todavía fijos
en mí.
―Entonces ―dice rotundamente―. ¿Qué propones?
―Me gustaría que dejaras a mi padre quedarse con el restaurante y
la casa ―digo―. Y yo, en cambio, vendré a trabajar para ti.
Veo un parpadeo de sorpresa en los ojos de Krupin.
―¿Tú? ―dice―. ¿Para qué necesito una chica?
Por suerte, a diferencia del resto de sus hombres, no hace la
suposición obvia mientras me desnuda con la mirada. A pesar del arte
en sus paredes, Krupin es profesional. Las mujeres no son su objetivo,
los negocios lo son.
―Acabo de terminar la carrera de medicina en Moscú ―le digo―.
Me gradué entre el 10 por ciento más alto de mi clase. Hice mis
prácticas en traumatología y medicina de urgencias, creo que podría
ser útil para ti.
Me detengo, sin decir lo que es obvio.
Krupin es un gánster. A los gánsteres les disparan, los apuñalan y
los golpean. Entras en el hospital con ese tipo de heridas, y se supone
que los médicos hacen registros, incluso se supone que deben pasar
la información a la policía, aunque dudo que sean tan estúpidos como
para hacerlo en el caso de Krupin. En cualquier caso, estoy segura de
que un jefe de la Bratva necesita un médico discreto de vez en cuando.
Si no para él mismo, definitivamente para sus hombres.
Krupin me mira, considerando mi oferta.
Intento sentarme lo más alto posible en la profunda y baja silla y
trato de parecer inteligente y capaz, aunque me siento joven y tonta.
Por fin, Krupin dice:
―Al día de hoy, tu padre me debe setenta y un millones quinientos
mil rublos.
Asiento con la cabeza, con la boca seca.
―¿Cuánto gana un médico en San Petersburgo? ―dice. ―Seamos
generosos: digamos cincuenta mil rublos al mes. Eso significa que
podrías saldar la deuda de tu padre en... ―hace una pausa
momentánea, calculando rápidamente las cuentas―. Ciento
diecinueve años ―dice―. Y dos meses.
Mi corazón se hunde como una piedra.
Esperaba que un médico de cabecera tuviera más valor para los
Bratva, pero ahora me doy cuenta de lo ingenua que debe ser mi
suposición. Los médicos en Rusia están mal pagados y sobrecargados
de trabajo, debe haber docenas de ellos, incluso cientos, que
trabajarían con gusto para él a cambio de un pequeño aumento de su
salario.
Él ve mi mirada de consternación.
Su rostro se suaviza, muy ligeramente.
―Moye ditya, ne otchaivaysya ―dice―. No desesperes, hija mía. Sabes
que nunca me he casado ni he tenido hijos propios.
Me miro las manos retorcidas en el regazo, intentando que las
lágrimas no me llenen los ojos.
―Si hubiera tenido una hija ―dice Krupin―, esperaría que ofreciera
su vida por la mía, como tú lo has hecho.
No soy tan estúpida como para pensar que eso significa que va a
perdonar la deuda.
―Tu padre venderá el restaurante ―dice Krupin―. A mí. Él seguirá
dirigiéndolo, para mí y tú vendrás a trabajar como mi médico
personal. Te pagaré 30.000 rublos al mes, para mantener a tu familia.
―¿Por cuánto tiempo? ―le digo.
―Veinte años.
Suena como una sentencia de prisión.
Aunque la idea fue mía en un principio, ahora que ha llegado el
momento de cerrar el trato, me siento como si estuviera clavando la
tapa de mi propio ataúd.
Veinte años. Veinte años de estar a las órdenes de Krupin, sin
moverme, sin viajar, sin ser libre de hacer mi propio horario o mis
propios objetivos, sin poder casarme o formar mi propia familia.
Tendré cuarenta y cuatro años antes de que termine esta
servidumbre.
¿Y qué veré en ese tiempo?
Demasiadas cosas.
Seré testigo del crimen, del derramamiento de sangre y de las
maquinaciones internas de su imperio.
En veinte años, Krupin nunca me dejará ir.
Tendré suerte si me mantiene con vida tanto tiempo.
Aun así, su oferta es generosa. Más de lo que podría haber
esperado.
―Sí ―digo, mi voz apenas es más que un susurro―. Acepto. Eta
ochen'mila s Vashey starany. Eres muy amable.
Krupin asiente magnánimamente con la cabeza.
Busca en su escritorio y saca un teléfono móvil.
Lo empuja sobre la madera pulida hacia mí.
―Lo llevarás siempre encima ―dice―, y contestarás siempre que
suene.
―Tak, tochno ―digo. Sí, señor.
Tomo el teléfono. Lo siento pesado en mi mano.
Es como mi collar y mi cadena, Krupin puede tirar de él cuando
quiera.
Me guardo el teléfono en el bolsillo y me pongo de pie.
―Acompáñala a la salida ―les dice a sus hombres.
Los sigo en silencio afuera de la habitación.
He conseguido más de lo que podía esperar viniendo aquí.
Sin embargo, de alguna manera, me siento más miserable que
nunca.
No suelo quedarme mucho tiempo en las fiestas posteriores, pero
esta noche tengo ganas de celebrarlo. Tomo una botella de Nevskoe
del bar improvisado y me la bebo de un trago, comprando también
una para Boom Boom, por haber estado en mi esquina esta noche.
La música suena más fuerte que nunca, muchas chicas guapas
están bailando, junto con un par de luchadores ebrios. Entre ellos veo
a Cinco Puños, el luchador al que el Rabino Rowdy noqueó, parece
más drogado que borracho.
Una de las modelos me mira desde el ring, es alta y morena. Parece
un poco torpe bailando con sus tacones, como una gacela recién
nacida. Aun así, no deja de querer llamar mi atención, se muerde el
labio y me hace un mohín.
Las chicas siempre quieren follar después de las peleas, les excita
ver a los hombres dándose una paliza.
Si ganas, puedes elegir a las groupies6. Eres el león alfa, y todas
quieren aparearse con el macho de la manada.
Esa modelo está prácticamente en celo, podría doblarla sobre las
cuerdas y tomarla por detrás delante de todos, y a ella le encantaría.
Sin embargo, no quiero hacerlo, me he follado a varias groupies lo
suficiente como para saber cómo son. Todas quieren hacer las mismas
preguntas: ¿Tuviste miedo? ¿Qué se siente al golpear a alguien? ¿Te

6
Persona que admira a un personaje famoso y que desean tener intimidad con él.
duele la cara? Apuesto a que eres un novio celoso, apuesto a que me
protegerías.
Esa es la fantasía, tener su propio guardaespaldas personal.
El rabino viene y me golpea en el hombro, tiene a su novia con él
ahora. Es bonita, con pelo negro rizado y ojos verdes, es incluso más
pequeña que el rabino.
―Ella es Anastasia ―me dice.
Le doy la mano, la suya es tan delicada dentro de la mía que apenas
quiero apretarla.
―Vi tu pelea ―dice Anastasia y levanta una ceja―. ¿Siempre sacas
tus golpes al principio?
―No ―le respondo―. Solo cuando el otro tipo es lo suficientemente
tonto como para caer en la trampa. Tienes una mirada aguda.
―Muy aguda ―dice el rabino con orgullo―. Cuando escucho a esta
chica, nunca me equivoco.
―¿Cómo lo sabes? ―Anastasia se burla de él―. Nunca me escuchas.
Frota su nariz contra la de él y lo besa.
Me produce una sensación extraña verlos.
Creo que nunca me han besado con afecto.
Con lujuria, sí. Con afecto, no.
Le doy otro trago a mi cerveza. El licor me quema los cortes del
interior de la boca. Boom Boom aún no ha vuelto del baño, así que
abro su botella y me la bebo también.
―Será mejor que Meyer no te atrape haciendo eso ―dice el Rabino.
La opinión de Meyer sobre los excesos es bien conocida. Si por él
fuera, viviría a base de bacalao hervido y col.
La modelo sigue mirándome desde el interior del ring.
Me termino la cerveza de Boom Boom de un trago.
―Nos vemos ―les digo al Rabino y a Anastasia.
―Encantada de conocerte... ―Anastasia me dice a la espalda,
confundida por mi brusquedad.
Me acerco a grandes zancadas al ring, abriéndome paso con
facilidad entre la multitud. Cuando me acerco, saludo con la cabeza
a la modelo. Ella se desliza bajo las cuerdas, bajando torpemente su
corta falda.
―Hola ―dice.
La agarro del brazo y la beso con fuerza en la boca. Sabe a cigarrillo.
Muchas modelos fuman para mantenerse delgadas. No me gusta,
pero no importa.
Se derrite contra mi cuerpo, pasando sus manos por mi pecho.
―¡Blyat!7 ―dice―. Eres de acero macizo, ¿verdad, grandulón?
―Así es ―gruño.
Agarro su mano y la pongo en mi polla para que pueda sentir lo
duro que estoy a través de la tela de mis pantalones.
―Aún mejor ―ronronea.
La arrastro a través de la multitud, de vuelta a los vestidores, y
luego salgo por la puerta trasera hacia el terreno de cemento vacío
detrás de la cervecería. Aquí solían guardar los contenedores de
basura, ahora solo hay ladrillos manchados y el persistente olor a
lúpulo amargo y a basura.
Empujo a la modelo contra la pared y la beso con más fuerza que
antes. Ella aprieta su cuerpo contra el mío, su corta falda se levanta y
está claro que no lleva bragas debajo.
Quiere que se la follen. Suplica porque le haga eso y me empuja la
pierna por encima de los pantalones.
Pero no tengo un condón a mano y no quiero besarla más de lo que
ya lo he hecho. Su boca sabe a ceniza y a metal.
Así que le pongo la mano encima de la cabeza y la empujo para que
se arrodille. La grava áspera y los trozos de cristal roto probablemente

7
Mierda, en ruso.
se claven en su piel desnuda, pero no se queja. No me importaría que
lo hiciera.
Saco mi polla, que está dura como el acero en mi mano y se la meto
en la boca.
A mi polla no le importa que ella sea fumadora, sus labios se
sienten cálidos y húmedos y ansiosos alrededor de la cabeza. La
agarro por el cabello y la introduzco más profundamente en su
garganta, ella se ahoga y tiene algunas arcadas, pero sigo empujando.
Muevo las caderas rítmicamente y su boca emite un sonido húmedo
alrededor de mi polla.
Cuando estoy listo para correrme, no le doy ningún aviso,
simplemente empujo con fuerza en la parte posterior de su garganta
y libero mi carga. Sale en tres rápidos disparos, no tiene más remedio
que tragársela.
Cuando termino, vuelvo a meter mi polla en los pantalones. La
chica está un poco desordenada, con el lápiz de labios manchado y el
rímel corriendo por su cara en un lado. Ella se levanta, aun
tambaleándose sobre sus tacones, se quita la gravilla de las rodillas,
dejándole pequeñas manchas rojas donde se le ha clavado en la piel.
Solo cuando la veo temblar me doy cuenta del frío que hace aquí
fuera. Las modelos son como los galgos: no tienen grasa corporal que
las mantenga calientes.
―Será mejor que entres ―le digo.
―¿Quieres mi número? ―pregunta la chica.
―No ―le digo.
No parece especialmente sorprendida.
Extrañamente, el hecho de que espere ser utilizada de esta manera
me hace sentir más culpable que si me regañara por ser un imbécil
egoísta.
Como me siento avergonzado de mí mismo, soy más directo de lo
que quiero ser.
―Se te ha corrido el maquillaje ―digo.
Quiero decirle que podría querer usar el baño, una vez que esté
dentro.
Pero suena más como un insulto.
La chica se encoge de hombros.
―Probablemente me vaya a casa ―dice.
Debería ofrecerme a pagarle el taxi al menos, pero eso solo haría
que todo fuera más como una transacción.
El placer de mi liberación ya se está desvaneciendo y también estoy
perdiendo el subidón de la victoria en el ring, me siento como un
globo desinflado, hundiéndose desde el cielo.
El vacío me hace sentir más frío que nunca.
A la mierda, me digo a mí mismo. No le debo nada a esta chica.
Me doy la vuelta y me alejo, sin decir nada más.
Volver a casa desde la casa de Krupin es casi peor que el viaje. Para
empezar, hace más frío y viento que nunca, me subo el cuello de la
camisa para intentar protegerme la cara, pero no sirve de mucho.
Ya ha pasado la medianoche, y apenas queda gente en la calle.
Saco mi teléfono del bolsillo y veo varios mensajes de Mila. No
había querido comprobarlo en casa de Krupin, por si sus hombres
pensaban que estaba haciendo fotos o grabando o algo así.

¿Dónde estás?
¿Qué está pasando?
¿Va todo bien?

Con los dedos rígidos, le devuelvo el mensaje.

Ya estoy de camino a casa.

Me siento mal y conmocionada. Hay una extraña irrealidad en este


momento, como si realmente no pudiera estar caminando por San
Petersburgo en medio de la noche, de camino a casa desde la casa de
un gánster. Si no estuviera temblando tanto, pensaría que debo estar
en la cama, soñando.
Soñaba con lo que podría hacer como médico: convertirme en
cirujano, jefa de un departamento, tal vez incluso jefa de cirujanos de
todo el hospital, con el tiempo. Me imaginaba viajando, quizás
trabajando para Médicos sin Fronteras, o trabajar en un país en el que
los médicos fueran más prestigiosos y respetados, como en Europa o
Estados Unidos.
Tenía muchas opciones.
Ahora todas esas puertas se han cerrado de golpe y con llave.
Ahora solo puedo hacer una cosa: lo que diga Krupin.
Estoy tan perdida en mis pensamientos que casi paso por delante
de mi propia puerta. Miro hacia nuestra casa, hay una sola luz
brillando en la ventana derecha del piso superior: El despacho de
papá.
Me cuelo dentro de la casa. Sinceramente, el sigilo es
probablemente inútil. Mila ya sabe a dónde fui, y mamá duerme muy
profundamente como para oírme, aunque subiera y bajara corriendo
las escaleras, gritando como una banshee. La única persona que
queda que pueda perturbar es papá, y voy a hablar con él ahora
mismo.
Cuelgo mi abrigo en el armario y subo las escaleras. La puerta del
despacho de papá está entreabierta, la toco suavemente antes de
entrar.
Levanta la vista de su escritorio, que está lleno de papeles y sobres
rotos. Papá solía ser tan limpio y ordenado, solía sellar sus papeles y
documentos con la fecha y luego los archivaba, pero por supuesto, no
puedes archivar las cosas cuando aún no has pagado la factura o
contestado la carta, solo puedes dejar que se acumulen delante de ti
todos los problemas que no puedes solucionar.
Papá se ha quitado la chaqueta del traje y se ha remangado la
camisa. Sus brazos parecen delgados y venosos, y el cuello de su
camisa más flácido que nunca.
―Aun estás despierta ―me dice.
―Fui a hablar con Krupin, papá ―le digo.
Lleva puestas sus gafas de leer, él parpadea a través de los cristales
biselados, como un búho vulnerable.
―¿Qué dijo? ―pregunta papá.
―Tienes que cederle el restaurante, pero quiere que lo sigas
llevando.
Papá suspira. Es un golpe duro, pero sabía que iba a llegar, él
asiente con la cabeza, resignado.
―No tienes que pagar nada más ―le digo.
Papá levanta la vista rápidamente, veo una chispa de esperanza en
su rostro, aunque apenas se atreve a creerlo.
―Entonces, ¿es solo el restaurante? ―dice―. ¿Eso es todo lo que
quiere?
―No.
Sus hombros se desploman de nuevo.
―¿Qué más?
―Voy a trabajar para Krupin por... un tiempo.
―¿Trabajar para él? ¿Cómo?
―Como médico.
Puedo ver la lucha en la cara de mi padre. Quiere protestar.
Papá me quiere, siempre me ha protegido, pero conoce nuestra
posición tan bien como yo.
Le duele, peor que la pérdida del restaurante, pero todo lo que
puede decir es:
―Ten cuidado, pequeño amor. Estos hombres... no son de fiar.
Buscarán tus debilidades y se aprovecharán.
Hace una mueca de dolor.
Estoy segura de que la Bratva ofreció sus préstamos a mi padre tan
generosamente al principio. Esa era su debilidad: la confianza y la
generosidad. Su deseo de recibirlo, y otorgarlo a su esposa e hijas, sin
los medios para hacerlo.
―Lo sé, papá. Tendré cuidado ―le prometo.
No hay nada más que decir, le doy las buenas noches y vuelvo a mi
propia habitación.
A diferencia de la habitación de Mila, no tiene el mismo aspecto
que antes. Cuando me marché a la universidad, me deshice de la
mayor parte de mis cosas y mamá la convirtió en una habitación para
invitados. Ella tiene gustos muy femeninos, así que ahora todo es
suave y floral, con almohadas blancas con volantes apiladas en cuatro
niveles en la cama, estampados botánicos en las paredes y delicados
jarrones en lugares inconvenientes en la mesita de noche y las
estanterías.
Enciendo la luz, sin darme cuenta de que Mila se ha quedado
dormida en mi cama esperándome, ella se sienta y se frota los ojos.
Parece una niña pequeña. Mila tiene una cara tan bonita e inocente,
solo es tres años menor que yo, pero parecen más bien seis o siete. Mi
deseo de protegerla es más fuerte que nunca.
―¿Qué pasó? ―me pregunta.
Estoy agotada y no quiero tener que seguir diciendo en voz alta el
horrible pacto que he hecho con el diablo, así que intento explicarle
lo más rápido posible, con poca emoción y pocos detalles.
Sin embargo, Mila parece tan dolida como papá.
―¡Sasha! ―grita, con la mano sobre la boca―. ¡Tiene que haber otra
manera! No puedes trabajar para la Bratva.
―Puedo y tengo que hacerlo ―digo en pocas palabras. ―Ahora
déjame acostarme, por favor. Estoy muy cansada.
Me quito la mitad de la ropa y me acuesto en la cama, apartando
de una patada las ridículas almohadas de mamá. Mila se acuesta
también y me rodea los hombros con sus brazos.
―Fuiste muy valiente al ir ahí ―dice.
―No es valentía cuando no tienes otra opción ―respondo.
―¿Cómo es él? ¿Anatoly Krupin?
Hago una pausa, tratando de pensar en cómo describirlo.
―¿Recuerdas cuando vimos a Julia Roberts fuera del Four Seasons?
―le pregunto a Mila.
Siento que asiente con la cabeza.
―Aunque llevaba gafas de sol y un abrigo, y no hablaba ni sonreía,
toda esa gente se giró para mirarla igualmente. El botones, nosotros,
la gente de la calle, la forma en que caminaba te atraía la mirada.
Krupin es así. Es aterrador, pero tiene una especie de magnetismo,
cuando está en la habitación, tienes que mirarlo.
Mila se queda callada, imaginándolo. Después de otro minuto,
dice:
―¿Qué vamos a hacer con mamá?
―Cortar todas sus tarjetas de crédito, para empezar ―le digo―.
Aparte de eso, no lo sé. Krupin me pagará algo de dinero, pero no es
mucho. No podremos gastar como lo hacíamos, mamá no estará
contenta.
―No estoy segura de que fuera realmente feliz antes ―dice Mila en
voz baja.
Los brazos de mi hermana son cálidos y reconfortantes.
Es lo único que me permite caer en un sueño tranquilo.
No debes luchar demasiado a menudo con un solo enemigo, o le
enseñarás todo tu arte de la guerra.

Napoleón Bonaparte
A la mañana siguiente me arrepiento mucho de haberme tomado
esas cervezas porque Meyer me está entrenando más duro que nunca.
Me tiene detrás de los Guantes de Oro, golpeando una pila de
neumáticos una y otra vez. Es más barato que un saco pesado, sobre
todo porque los viejos sacos de Meyer son propensos a abrirse cuando
los golpeas demasiado fuerte.
Los neumáticos no se parten. Sin embargo, la banda de rodadura
es un infierno para los nudillos, especialmente cuando hace frío
afuera y la goma está dura.
―Crees que eres una mierda dura después de la pelea de anoche
―dice Meyer―. Piénsalo de nuevo. Vas a enfrentarte a los grandes en
este torneo, un premio como ese va a atraer a verdaderos boxeadores
de todo el país, habrá veteranos que saben lo que hacen, di cometes
un error, te dejarán fuera del combate.
―Que lo intenten ―gruño, golpeando los neumáticos rítmicamente:
izquierda, derecha, izquierda, derecha.
―Oh, sí, el Señor Tipo Duro. Nunca lo han noqueado, así que cree
que no puede pasar.
Meyer está de mal humor hoy, lo que significa que está nervioso.
Cree que aún no estoy listo, no para un torneo tan grande.
No estoy de acuerdo.
Creo que estoy preparado para mucho más.
―Le dije a Afansi que viniera hoy a entrenar contigo ―dice Meyer.
Mi fastidio debe reflejarse en mi cara, porque Meyer dice:
―No es bueno practicar con Boom Boom, es demasiado fácil para
ti.
No me gusta Afansi y no me fío de él, trabaja como un estafador de
bajo nivel, sin embargo, de alguna manera, siempre tiene dinero en
efectivo, relojes, y un auto más bonito de lo que cabría esperar. No me
gustan las ecuaciones que no cuadran.
Aun así, no puedo negar que es un buen boxeador. Es jodidamente
rápido, y como es casi tan alto como yo, tiene un buen alcance.
Me sorprende que haya aceptado venir a entrenar conmigo, no me
parece un tipo que haga favores, no sin recibir algo a cambio.
Oigo el motor de su BMW rugiendo en el estacionamiento. Su
puntualidad me molesta.
Llega corriendo al club, con una bolsa de lona colgada al hombro.
Es alto, con el pelo negro, guapo, pero de una manera un poco
engreída. Va vestido con un chándal brillante y unas zapatillas de
deporte de cuatrocientos dólares, y puedo oler su colonia desde el
otro lado del gimnasio.
―¡Snow! ―me llama alegremente y se acerca para darme la mano―.
Buenos días, Meyer ―dice, y le hace un gesto con la cabeza.
Meyer le devuelve el saludo con la cabeza, a él tampoco le gusta
Afansi realmente, solo cree que esto será bueno para mí.
―Menuda pelea la de anoche ―dice Afansi―. ¡Enviaste a Bodybag
a la puta luna!
Se ríe. Su risa es aguda y muestra una gran boca llena de dientes
blancos cegadores. Dios, es molesto.
―Le tocaba perder ―digo brevemente.
―Parece que todo el mundo tiene que perder cuando se enfrenta a
ti ―dice Afansi con astucia―. Te vi hablando con Krupin después.
¿Vas a luchar en su próximo torneo?
―Puede que sí ―digo.
―¡Genial! ―Afansi sonríe más que nunca―. ¡Yo también voy a
luchar en él! De hecho, si llegas a la segunda ronda, me imagino que
podrían emparejarnos el uno contra el otro, tenemos altura y peso
similares, registros más o menos a la par...
Volteo a ver a Meyer.
Ahí está. La razón por la que Afansi vino aquí, quiere conocer mi
estilo antes de que nos encontremos en el ring.
Meyer se encoge de hombros. La investigación del oponente es
doble: Afansi no puede entenderme sin que yo haga lo mismo con él.
―Empecemos entonces ―le digo.
―El tiempo se acaba, ¿verdad, hermano? ―dice Afansi.
Por Dios, espero que se calle cuando se ponga el protector bucal,
por lo menos.
Me quito la capucha para poder vendarme las manos.
―Yebat-kopat8, ¿qué le estás dando de comer a este tipo? ―le dice
Afansi a Meyer, fingiendo estar aterrorizado al verme.
Cuando se quita su propia chaqueta, veo que él también tiene algo
de masa, lleva una camiseta interior y una cadena de oro que se
asienta sobre una alfombra de pelo negro en el pecho.
―Será mejor que me quite eso también ―dice Meyer, señalando la
cadena con la cabeza.

8
Maldita sea, en ruso.
Mientras Afansi se la quita, Boom Boom entra en el gimnasio,
parece un poco dolido cuando ve que voy a entrenar con otra persona.
―¿Qué hace él aquí? ―le dice a Meyer, lo suficientemente alto como
para que Afansi y yo podamos oírlo.
―Entrenando ―dice Meyer con actitud―. Lo mismo que se supone
que estás haciendo tú, así que date prisa.
Haciendo un pequeño mohín, Boom Boom se quita la chaqueta y
se cambia los zapatos para empezar a saltar la cuerda. El zumbido
constante de la cuerda dando vueltas en el aire, y luego golpeando
contra el suelo, me resulta extrañamente relajante. Me gusta saltar a
la cuerda, me despeja la cabeza y puedes hacerlo en el interior, en
lugar de hacerlo en el horrible invierno ruso.
Afansi ha terminado de vendarse las manos, así que nos ponemos
los guantes y subimos al ring de Meyer. Ambos llevamos un casco
para reducir la probabilidad de un corte o una conmoción cerebral
antes del torneo.
Normalmente, los combates de entrenamiento son de intensidad
media, si es duro es demasiado probable que provoque lesiones.
Pero en cuanto Meyer nos da la señal, Afansi se abalanza sobre mí,
dándome esos golpes fulminantes por los que es famoso, por eso le
llaman La Víbora en el ring.
Me doy cuenta de que quiere ver lo que tengo... quiere una probada
de lo verdadero.
No dejaré que me incite a eso. Mantengo mis golpes a media
potencia, y me mantengo principalmente a la defensiva. Observo sus
ataques y veo cómo señala sus movimientos antes de hacerlos.
Rápidamente, Afansi se da cuenta de que no me voy a dejar
provocar tan fácilmente, así que intenta la táctica contraria: retroceder
para ver si tomo la ofensiva.
―He oído que Krupin te ha ofrecido un puesto de trabajo ―dice
Afansi, con las palabras un poco arrastradas por su protector bucal.
Hago un sonido sin comprometerme.
―¿Vas a aceptarlo? ―insiste Afansi.
―No lo sé ―digo.
Tengo la sensación de que una de las formas en que Afansi gana
dinero es vendiendo información a los interesados, así que prefiero
no decirle el color de mis cordones, si puedo evitarlo.
―Si lo haces, podríamos trabajar juntos ―dice Afansi.
Envía un gancho de látigo silbando hacia mi cabeza, y apenas
consigo esquivarlo.
―¿Qué quieres decir? ―le digo.
―¿Conoces a Stepanov? ―pregunta Afansi.
―Sí ―le respondo. Dirigía el comercio de heroína desde Afganistán,
hasta que un gánster advenedizo que intentó apoderarse de San
Petersburgo le robó las tres cuartas partes de su negocio. Ese gánster
fue hundido por Ivan Petrov, pero no creo que el negocio de Stepanov
se haya recuperado.
―Bueno ―dice Afansi―, empecé a trabajar para él hace un par de
semanas.
―¿Y?
―Y creo que podría hacer un trato con Krupin. La mitad de su
negocio por la mitad del Knockdown. Una sociedad doble, o eso he
oído...
Él sonríe alrededor de su protector bucal.
Ah, tiene sentido: el Knockdown es más popular cada semana. El
dinero está entrando, si Stepanov está corto de dinero, eso le
proporcionaría ingresos regulares.
El negocio de drogas de Stepanov no vale ni una fracción de lo que
solía ser, pero le ofrece a Krupin algo más: una vuelta a la
respetabilidad. Stepanov es uno de los jefes de la Bratva más antiguos
y respetados de San Petersburgo. Si se asocia con Krupin, le estará
tendiendo la mano de la amistad tras la excomunión de diez años de
Krupin por asesinar a la familia de su hermano.
Suena razonable, pero Afansi ha interpretado mal si cree que me
importan las maquinaciones de la Bratva. Probablemente piensa que
es una información valiosa para mí, porque es una motivación más
para aceptar el trabajo que Krupin me ofreció.
Pero no quiero trabajar para Krupin ni para nadie más.
Y no quiero que Afansi me saque información a cambio del "favor"
de decírmelo.
Así que le digo, sin rodeos:
―Me importa un carajo quién es socio de quién, mi única
preocupación es ganar el torneo.
Afansi parece ofendido durante un minuto, pero luego se ríe. Me
lanza un par de golpes juguetones.
―Ah, Snow ―dice―. Nunca cambies, bastardo hosco.
Cuando terminamos de pelear, puedo oler el tentador aroma de las
salchichas friéndose en la parrilla hibachi de Meyer.
Boom Boom está listo para subir al ring con Rockstar, una promesa
de los Guantes de Oro. A Boom Boom le gusta Rockstar, pero sigue
lanzando miradas enfurruñadas a Afansi, como una novia celosa.
Afansi lo ve y se ríe.
―Pobre Boom Boom ―dice―. No representa un gran desafío para ti
estos días.
―Lo hace bien ―le digo.
Hay más lealtad que verdad en esa afirmación, y Afansi lo sabe.
―Bueno ―dice encogiéndose de hombros―, avísame si quieres
hacer otra ronda antes del torneo.
Sonríe, pensando que ha sacado una buena información de nuestro
encuentro.
Si yo logré mis objetivos, él no aprendió ni la mitad que yo, pero
supongo que lo descubriremos si nos emparejan en el torneo.
―Ven a comer ―me dice Meyer.
Me llena el plato de crujientes salchichas asadas, además de un par
de brochetas de pimiento y cebolla a la parrilla.
Afansi parece a punto de empezar a babear.
―¿Tú también quieres? ―Meyer dice a regañadientes.
―Por supuesto ―dice Afansi, preparándose un plato aún más
grande.
Para cuando Boom Boom termina de entrenar, solo quedan un par
de salchichas y ninguna verdura.
Afansi ya ha devorado su plato, eructa y le da a Boom Boom un
golpe amistoso en el brazo mientras este mira con tristeza las pocas
salchichas marchitas que quedan.
―¡Bueno, gracias por el entrenamiento! ―me dice Afansi
alegremente―. Nos vemos pronto.
Sale del gimnasio, con la bolsa de lona colgada al hombro.
Boom Boom lo observa con una expresión asesina.
―Oh, calma tus tetas ―le dice Meyer a Boom Boom―. Te haré más
salchichas.
La recompensa por el trabajo realizado es la oportunidad de hacer más.

Jonas Salk
La mañana siguiente es extrañamente normal.
Bajo a la cocina y como kasha y tvorog9 con Mila, hasta que mamá
entra tropezando en la cocina con su bata de marabú y el pelo
recogido en rulos.
Creo que el ídolo de mamá debe ser Myrna Loy, incluso cuando
está holgazaneando por la casa, mamá sigue pintándose los labios.
Sus pantuflas tienen tacones y pequeños puffs de piel en los dedos.
Se ha enrollado un pañuelo floral rosa alrededor de los rulos.
―¿Quieres kasha, mamá? ―dice Mila.
―Dios, no ―dice mamá, arrugando la nariz ante nuestros tazones
de cereales a medio comer―. Llena su taza de café y enciende un
cigarrillo, ese ha sido su desayuno desde que la conozco.
Mientras mamá se toma el café, salgo de la cocina y encuentro su
bolso en el armario del pasillo. Saco todas sus tarjetas de crédito y
también su libreta de ahorros. Por si fuera poco, también le robo el

9
plato de cereales cocidos, muy popular en Rusia, Polonia y países vecinos; y queso batido, de textura
untable y blanca, de aroma fresco y sabor ligeramente ácido.
carné de identidad. Mamá no conduce y no quiero arriesgarme a que
pueda abrir una nueva línea de crédito de alguna manera.
Se va a poner furiosa cuando se entere, pero no puedo arriesgarme
a que meta a papá en el mismo lío que antes. Sé que tiene cuentas en
varias tiendas, que supongo que ya están al máximo, pero ese tipo de
deuda no me preocupa, al menos no va a hacer que nos maten a
ninguno de nosotros.
Una vez que corto todas las tarjetas, me doy un baño y me visto con
ropa limpia, sencilla y profesional. Estoy lista para salir.
Pero me encuentro en una posición extraña. Necesito estar
disponible en caso de que Krupin llame, pero no sé si va a ponerse en
contacto conmigo ni cuándo.
Así que termino dando vueltas por la casa, sintiéndome ansiosa y
desubicada. Después de haber pasado los últimos seis años en
constante estudio, no estoy acostumbrada al tiempo libre.
Ni siquiera tengo a Mila para pasar el rato porque tiene que asistir
a sus propias clases.
Pienso en llamar a algunos viejos amigos, pero no me mantuve
muy bien en contacto mientras estuve tan enfrascada en las tareas
escolares. Además, me preguntarían qué hago ahora, en qué hospital
pienso hacer las prácticas y cómo está mi familia, y no puedo
responder a ninguna de esas preguntas.
Dedico unas horas a merodear por la casa, intentando ordenar
parte del desorden que se ha ido acumulando desde que nos
quedamos sin dinero para pagar personal de limpieza. Es bastante
fácil recoger los libros y las mantas desperdigadas por el salón, y
luego quitar el polvo de las mesas y el manto, pero cuando intento
limpiar el suelo de la cocina, que obviamente no se ha tocado en un
par de meses, me encuentro con un obstáculo.
No tengo ni idea de dónde puede haber una fregona o una escoba,
busco en los distintos armarios de la casa y no encuentro nada. ¿El
personal de limpieza siempre trae sus propias fregonas? ¿Tenemos
alguna?
Al encontrar un cubo y una esponja, pienso que puedo limpiar el
suelo de la cocina a mano. ¿Pero qué tipo de jabón debo usar? ¿Y
cómo se seca el suelo después?
Además, tendré que volver a cambiarme de ropa... arrastrarme por
el suelo con pantalones y una blusa no va a funcionar.
Dios, estoy realmente mimada. No tengo ni idea de cómo limpiar
la casa. En la universidad vivía en los dormitorios, donde la única
tarea que teníamos que hacer era ordenar nuestras propias
habitaciones. Nunca he fregado un suelo o un baño en mi vida.
Mientras me preocupo por mi ineptitud, mi madre baja a la cocina
para prepararse un trozo de pan con mantequilla. Corta una baguette
fresca y esparce las migas por la encimera que acabo de limpiar. Unta
el pan con mantequilla y deja el cuchillo sucio junto al fregadero y
luego da un gran mordisco al pan mientras se va, dejando caer más
migas al suelo.
Me quedo mirando el desastre que ha dejado.
¿Qué estoy haciendo?
Nunca podré mantener nuestra casa en forma yo sola.
Vuelvo a tirar la esponja en el cubo y salgo de la cocina, subo las
escaleras hasta mi habitación y saco una pila de libros de texto de mi
maleta. Encuentro los apuntes de mis prácticas en traumatología y
empiezo a repasar la intubación, las transfusiones de sangre, las
suturas y los cuidados de estabilización.
No he vuelto a casa para ser una asistente, solo puedo hacer una
cosa para ayudar a mi familia. No soy buena limpiando, de todos
modos, pero soy un buen médico, o lo seré... estoy segura de ello.
Es extrañamente calmante leer notas sobre las secuelas del caos,
aquí es donde he estado más cómoda los últimos años, aquí es donde
me siento en casa, revisando. Sin embargo, recuerdo que, aunque
ahora sea técnicamente médico, mi experiencia práctica es limitada.
En el curso normal de las cosas, habría empezado un periodo de
prueba de dos años en un hospital en donde me pagarían un sueldo,
pero seguiría estando esencialmente en formación.
Tengo algo de experiencia con pacientes de la vida real, pero quizá
no tanta como le hago creer a Krupin. En realidad, todavía estoy
verde como la hierba.
Tal vez no me llame hasta dentro de unas semanas, de todos
modos.
Después de todo, ¿en cuántos problemas se pueden meter sus
hombres a diario?
Apenas me he consolado con este pensamiento, cuando el teléfono
móvil que me dio Krupin empieza a zumbar desde lo alto de la mesita
de noche. Tiene un sonido agudo e insistente, como el de una avispa
atrapada en un vaso.
Lo tomo, con miedo a dejarlo sonar ni siquiera un minuto.
―¿Hola? ―digo.
―Te estoy enviando una dirección ―dice una voz extraña―. Ven
ahora.
―De acuerdo, pero qué hago...
Antes de que pueda terminar mi pregunta, la persona al otro lado
de la línea cuelga.
Un momento después, el teléfono suena con un mensaje de texto.

712A Prospekt Kosmonavtov.

Está demasiado lejos para ir a pie, y la persona del teléfono me dice


que vaya enseguida. Así que me pongo las botas, tomo el abrigo y
salgo corriendo hasta el cruce más cercano y pido un taxi.
El conductor me lleva a una casa de empeños en la esquina sureste
de Admiralteysky.
―¿Seguro que este es el lugar adecuado? ―le pregunto.
―Ha dicho Kosmonavtov, ¿verdad? ―dice el conductor―. Ese es el
712 A. ―Señala el número pintado sobre la puerta de la casa de
empeño.
―Muy bien, gracias.
Le doy un par de billetes.
―¿Quiere que la espere? ―me pregunta. Parece un poco
preocupado por dejarme en este barrio de mala muerte en el que
claramente nunca he estado.
―No ―le digo―. Estoy bien.
En realidad, mi corazón está acelerado. Cuando atravieso la puerta
de vaivén, suena un timbre en lo alto haciéndome saltar. Una chica
de aspecto aburrido, con grueso delineador negro y el pelo recogido
en mechones, levanta la vista desde detrás del mostrador.
―Están ahí atrás ―dice, señalando una vitrina de relojes falsos y
anillos de compromisos fallidos.
―Gracias ―le digo. Mi voz es apenas un chillido. La chica levanta
las cejas y vuelve a jugar con su teléfono.
Me abro paso entre los estantes repletos de mercancía,
dirigiéndome en la dirección indicada y encuentro una puerta
metálica sencilla, casi oculta tras una estantería de equipos de música
para autos. Me doy cuenta de que hay una cámara de seguridad
montada sobre la puerta apuntando directamente hacia mí, giro el
pomo y salgo a un pasillo oscuro.
Oigo voces de hombres y el sonido de alguien maldiciendo. Sigo el
ruido hasta una sala sorprendentemente grande, que parece casi una
oficina o un centro de llamadas. Si es así, se trata de un espacio que
no está en uso actualmente: las filas de escritorios y monitores de los
ordenadores han sido apartadas contra las paredes, dejando un
espacio vacío en el centro de la sala.
Tres hombres están de pie en medio de este espacio vacío, uno es
el gánster del restaurante de papá que tiene el diente de oro, a los
otros dos no los he visto nunca. Uno es corpulento, con una pesada
cadena de plata y un colgante en forma de cruz alrededor del cuello;
el otro es joven, delgado y le falta la mitad de la manga de su chaqueta
de cuero. Tiene un feo corte en el brazo, que va en diagonal desde el
hombro hasta el bíceps, dividiendo un tatuaje del águila bicéfala del
escudo de la Federación.
La sangre le ha corrido por todo el brazo, cubriendo su mano
derecha como un guante brillante y húmedo, y luego salpicando el
suelo.
Uno de sus amigos, el de la cadena de plata, acerca una silla de
escritorio para que el herido pueda sentarse.
―Ahí estás ―me dice el diente de oro―. Tardaste bastante.
Miro fijamente a los tres hombres y veo que también hay sangre
secándose en los nudillos de los otros dos. No creo que sea por ayudar
a su amigo.
―Vamos ―dice impaciente Diente de Oro―. Arréglalo.
―¿Con... qué? ―pregunto.
―Toma ―dice el tipo de la cadena de plata. Me lanza una bolsa de
lona negra, que cae a mis pies con un ruido sordo. Abro la cremallera
y encuentro un revoltijo de material médico, como si alguien hubiera
corrido por las estanterías de una farmacia, metiendo cosas en la bolsa
al azar.
Encuentro un kit de sutura, pero nada para limpiar la herida.
―No hay antiséptico ―digo.
―¿Antiséptico? ―dice el de la cadena de plata sin comprender.
―Sí, para limpiar la herida. Solemos usar povidona yodada,
clorhexidina o hipoclorito de sodio.
―Ah, claro. Toma ―dice cadena de plata. Mete la mano en su
chaqueta y saca un frasco. Desenroscando la tapa, vierte un buen
trago de licor transparente en el brazo de su amigo.
El herido grita ¡Zalupa konskaya!10 tratando de apartar a de la
cadena de plata.
―Cálmate, nene ―dice imperturbable Cadena de plata.
Me levanta la maleta con un movimiento de alegría.
―El vodka lo cura todo ―dice.

10
Imbécil, en ruso.
Bueno, no se equivoca. No usamos alcohol para desinfectar, porque
puede dañar el tejido expuesto, pero minimizará el crecimiento
bacteriano y lavará los restos de la herida.
Me acerco un poco más para poder examinar el corte.
Ya he suturado antes, pero este corte es mucho más desagradable.
Es desigual y dentado, tan profundo que puedo ver el músculo
expuesto e incluso un destello de hueso en el fondo. Ese tatuaje
ciertamente no se va a recuperar, no es que fuera un buen tatuaje de
todos modos.
El flaco está pálido por el dolor del "desinfectante". Además, ha
perdido bastante sangre. No lo suficiente como para necesitar una
transfusión, creo, pero lo suficiente como para que no se sienta muy
bien.
Cuanto antes lo suture, antes se detendrá la hemorragia.
―¿Dónde hay un lavabo? ―digo―. Necesito lavarme las manos.
Diente de oro señala la habitación contigua, que es un baño
pequeño y mugriento. Me froto las manos con jabón, esperando que
acaben más limpias que al principio, incluso en este pequeño y
mugriento espacio.
Cuando vuelvo, abro el kit de sutura, tomo la aguja curva y el hilo
de nylon.
―Tampoco tengo anestesia ―le advierto a mi paciente.
―El vodka también sirve para eso ―dice Cadena de plata y le da al
flaco un trago de la botella.
Pellizco los bordes de la herida y empiezo a coser.
Dar puntos de sutura es realmente parecido a coser tela. Por
desgracia, siempre fui una costurera de mierda, intento que mis
puntadas sean lo más limpias y uniformes posible, pero no es fácil
porque el flaco se estremece con cada pinchazo.
Hacen falta casi cien puntos de sutura para cerrar el corte en su
brazo, tengo que hacer un buen nudo en cada uno de ellos para
asegurarme de que la herida no vuelva a abrirse. Como es hilo de
nylon, no se disuelve automáticamente como una sutura absorbible.
―Tendré que quitarlos en un par de semanas ―le digo al flaco.
Él gruñe, le ha dado suficientes tragos a la botella como para
empezar a relajarse y que no le importen tanto los puntos.
Mira a lo largo de su brazo, maravillado por mi obra.
―Es un poco genial ―dice―. Parezco Frankenstein.
Corto el último hilo con unas tijeras médicas y me levanto.
―Necesitará antibióticos ―le digo a Diente de Oro―. Para estar
seguros de que no se infecte.
―¿Sí? ―dice Diente de Oro. Me agarra por la cintura y me tira hacia
él. También ha estado bebiendo, lo suficiente como para que pueda
oler el vodka en su aliento cuando respira en mi cara―. ¿Qué me toca
a mí? ―dice―. ¿Por traerlo hasta aquí?
Esto es exactamente lo que me temía. Me ofrecí a ser el médico de
Krupin, pero estos hombres piensan que soy su puta.
Sin pensarlo, balanceo las tijeras hacia arriba, de modo que la punta
de la hoja se clava en la garganta de Diente de oro.
―¿Sabes lo que hay debajo de estas tijeras? ―le pregunto―. Tu
arteria carótida. Suministra el noventa por ciento de la sangre a tu
cerebro. Así que, si te clavara esta cuchilla en el cuello, perderías el
conocimiento en unos siete segundos. Tendrías un minuto antes de
desangrarte, tal vez tres, si tus amigos hicieran todo lo posible por
aplicar presión, pero al final, te desangrarías como un cerdo en un
matadero mientras experimentas varios golpes en el camino. Si me
vuelves a tocar, lo haré. No habrá advertencia la próxima vez.
Hay un silencio total en la habitación.
Los otros dos hombres se quedan quietos, esperando a ver qué hace
Diente de Oro.
Yo también.
Es una locura estar amenazando a este hombre.
Nunca he hablado así en mi vida, y menos con alguien que parece
estrangular cachorros por diversión.
Pero sé que si dejo que estos hombres piensen que pueden hacer lo
que quieran conmigo, el tormento no tendrá fin. Tengo que detenerlo
en seco inmediatamente, o también podría agacharme ante ellos
ahora mismo.
Puedo ver la ira en la cara de Diente de Oro. Se rió cuando lo regañé
en el restaurante, pero ahora no se ríe. Su cuerpo está tenso, sus dedos
siguen clavándose en mi cadera. Creo que me va a agarrar la mano,
me va a quitar las tijeras de encima y me va a hacer Dios sabe qué
como castigo.
En cambio, me suelta la cintura y retrocede.
―Relájate ―dice―. No hay necesidad de ponerse dramática. Pero
será mejor que cuides esa boca, princesa, un día de estos te va a meter
en problemas.
Ya lo hizo.
Sigo agarrando las tijeras con tanta fuerza que se me entumecen los
dedos.
La tensión aún no se ha disipado, los otros dos hombres están
preparados, observando a Diente de Oro por cualquier señal para
atacar, el flaco Bratva no agradece el hecho de que le haya cosido el
brazo, me observa con la misma frialdad que los demás. No se relaja
hasta que Diente de Oro me da deliberadamente la espalda, como si
no mereciera la pena mirarme.
―¿Estás bien? ―le dice Diente de Oro al chico flaco.
―Sí ―dice.
―Vamos entonces.
Los tres hombres salen de la habitación sin ni siquiera mirar en mi
dirección.
Espero un minuto para asegurarme de que se han ido.
Luego me siento en la silla del despacho, con el cuerpo temblando
de alivio.
No sé cómo voy a sobrevivir una semana así, y mucho menos años.
Una vez que me aseguro de que se han ido de verdad, recojo la
bolsa de viaje. Supongo que éste va a ser mi botiquín, tendré que
ampliarlo, espero que Krupin me dé algo de dinero para eso.
Ya estoy contando mentalmente el equipo que podría necesitar.
También me gustaría tener una oficina mejor, pero supongo que
Krupin querrá un tratamiento sobre la marcha, donde quiera que
estén sus hombres.
Suspiro.
Con suerte, no veré mucho más que puntos de sutura.
No quiero ni pensar qué pasará si alguien importante muere en mis
brazos.
Es la primera noche del torneo.
Krupin va con todo en esta ocasión, ha alquilado un enorme
almacén en Shushary y va a hacer funcionar cuatro anillos
simultáneamente en la primera ronda.
Voy a luchar contra un tipo al que le dicen Hitman, primero. No sé
mucho sobre él, nunca lo he visto antes. Por lo que he oído, es mayor,
en los finales de los 30 años tal vez. Ha estado luchando en la MMA
en el Reino Unido durante los últimos cinco años, escuché que voló a
Rusia anoche, los premios de este torneo atraen a todo tipo de
personas de todas partes.
El hecho de que no haya estado estrictamente boxeando
últimamente es probablemente algo bueno, pero no subestimo a
nadie, especialmente a alguien que no conozco bien. Probablemente
haya aprendido algunas cosas en el ring de la MMA que yo no veo
venir.
Me paseo de un lado a otro en el pequeño espacio de mi
apartamento, esperando a que Meyer me recoja. Es diminuto, pero no
me importa, soy el único que vive aquí.
Odiaba compartir habitación con otra docena de niños en el
orfanato.
La primera noche que me acosté en mi propia cama, tras una puerta
cerrada, fue la primera vez en años que me sentí seguro. Supongo que
para otra persona este apartamento no parecería gran cosa: es una
caja de ladrillos, sin arte y casi sin muebles, pero es mío.
Conozco cada centímetro de mi piso, así que cuando oigo un
extraño chirrido, me molesta. Es silencioso e irregular, no sé de dónde
viene. Durante unos minutos se detiene, y lo único que oigo es el
tráfico afuera de mi ventana y a mi vecino viendo la televisión
demasiado alta, pero luego vuelve a empezar.
Podría ser un chirrido de metal o de una puerta. Parece venir de la
dirección de la ventana. Podría ser la escalera de incendios de hierro,
que sopla con el viento...
Antes de que pueda averiguarlo, veo que los faros de Meyer se
acercan al edificio.
Tomo mi bolsa y me dirijo a la puerta.
Meyer está encorvado sobre el volante, tratando de ver a través de
la aguanieve que sopla sobre el parabrisas. Boom Boom está sentado
en el asiento trasero, como siempre, pero hoy está inusualmente
callado, o bien está deprimido por no haber sido invitado a luchar en
el torneo, o todavía está enojado porque entrené con Afansi.
―¿Quién crees que ganará entre Pretty Boy y Sandman? ―Meyer
pregunta bruscamente.
Está tratando de averiguar quién pasará a la segunda ronda,
porque cree que es probable que me emparejen con uno de esos tipos.
Eso me alegra el corazón, porque significa que Meyer cree que voy
a llegar a la segunda ronda.
―¿Tal vez Sandman? ―digo―. Tiene mejor resistencia.
―Sí ―gruñe Meyer―. Eso es lo que pensé.
―¿Cómo estás ahí atrás? ―le pregunto a Boom Boom, mirándolo
por el espejo retrovisor.
―Bien ―dice cabizbajo―. El dentista dice que me tienen que sacar
una muela.
―¿Esa que te molestó hace un mes?
―Sí, dice que no mejora.
―Ah.
Es uno de frente, que no va a mejorar la sonrisa de Boom Boom.
Boom Boom no está sonriendo ahora. Está mirando por la ventana
con tristeza, con la frente pegada al cristal como un niño pequeño.
―Oye ―le digo―. Vamos a ver una película después del dentista, si
no te sientes mal.
Boom Boom se sienta erguido, animado un poco.
―¿Sí? ―dice―. He oído que en el Cinema Grand tienen sillas que
tiemblan cuando ocurre alguna locura en la pantalla.
Eso suena jodidamente mal.
―Suena muy bien ―le digo.
Me dirijo a Meyer.
―¿Y tú, viejo? ¿Vas a venir al cine con nosotros?
―Trescientos rublos por palomitas ―dice Meyer, sacudiendo la
cabeza con disgusto―. Jamás. Nunca pagaré eso.
―Yo te compro las palomitas, maldito tacaño ―le digo.
―¡Tú! ―Meyer se burla―. ¿Qué tal si te compras una sudadera que
no tenga agujeros?
―Eso es ventilación.
Él vuelve a burlarse con tanta fuerza que parece un gato con una
bola de pelo.
Yo solo sonrío, le guste o no, el viejo viene al cine con nosotros.
Nos detenemos frente al almacén, que ya está más lleno de lo que
nunca he visto en un local del Knockdown. La fila de espectadores se
extiende alrededor del edificio. El estacionamiento está repleto de
autos de lujo, así como de la habitual variedad de limusinas y autos
de carreras conducidos por los boxeadores y los jugadores de bajo
nivel que nunca se pierden un combate.
Meyer no tiene dónde estacionar, así que nos deja a Boom Boom y
a mí delante del almacén y conduce hasta el final del estacionamiento.
Damos nuestros nombres en la puerta. En cuanto entramos, huelo
a whisky, cerveza, colonia, cigarrillos y sudor, está oscuro y hace
calor. Veo los cuatro anillos separados colocados en esquinas
opuestas del almacén, con asientos alrededor de cada uno.
No sé qué era este almacén, parece un hangar aéreo. El techo tiene
al menos cuatro pisos de altura, con ventanas en todos los lados y el
suelo es de concreto. Está sonando, "Smack My Bitch Up", de The
Prodigy.
El público parece más elegante de lo que nunca he visto. Los
meseros de Krupin reparten bandejas de champán entre sus invitados
VIP, entre los que parece haber docenas de jefes de la Bratva con sus
esposas o amantes. Veo a Stepanov, de hombros anchos y cara dura,
con una espesa cabellera grisácea, y una chica del brazo que parece
tan joven como para ser su hija. Krupin y Stepanov están inmersos en
una conversación y miran el tablero en el que se han publicado las
probabilidades de los combates de la noche.
Veo que soy el favorito contra Hitman por un pequeño margen. No
significa mucho, pero lo acepto.
Todos los jefes de la Bratva llevan traje, sus mujeres llevan vestidos
brillantes, tacones, y montones de joyas. El resto del público es aún
más escandaloso. La moda rusa nunca ha sido sutil. Grande, ruidosa,
brillante, luminosa: los espectadores quieren ser vistos, por eso están
aquí. El boxeo clandestino está más de moda que cualquier club
nocturno.
En medio de todos estos gánsteres y ratas de club engalanados, veo
a una chica de pie en el lado opuesto de la sala. Se asoma por una
puerta lateral, como si no supiera cómo ha llegado a este lugar. Lleva
una blusa azul pálido, metida dentro de unos pantalones grises. Sus
zapatos son planos y delicados, aunque siguen pareciendo caros, y su
pelo rubio platinado está recogido en una trenza francesa que le
cuelga hasta la mitad de la espalda.
Su cara está limpia y usa lentes, tiene una especie de aspecto
reservado y estudioso, como si fuera la portada de un folleto de algún
colegio privado de lujo.
Mira por toda la habitación, y sus ojos se detienen en Krupin y
Stepanov. Al igual que yo, mira de un lado a otro entre los dos, y
luego hacia el tablero de apuestas mientras sigue la esencia de su
conversación desde la distancia.
Veo que la chica es inteligente, lo que me confunde aún más de por
qué anda por aquí. No es de aquí, eso está claro. ¿Es la novia de
alguien, la hija de alguien?
Como si sintiera mi mirada, gira la cabeza y me mira fijamente, y
veo que un escalofrío recorre su delgado cuerpo. Estoy acostumbrado
a esa reacción, pero no me gusta. Cuando la gente me trata como un
ogro, me dan ganas de ser aún más monstruoso.
La miro fijamente hasta que baja los ojos y retrocede hacia la
habitación que sea que esté detrás de esa puerta de metal.
―¿Qué estás mirando? ―dice Boom Boom, con su voz alta para
superar la música.
―Nada ―digo, metiendo las manos en los bolsillos.
―Bueno, vamos ―dice―. Si no te envuelvo las manos, Meyer se va
a molestar.
Curioseamos hasta encontrar los vestuarios. Hay dos de ellos, para
manejar el enorme número de luchadores en la primera ronda. Aun
así, está tan lleno que apenas puedo encontrar un metro de banco
libre para sentarme. El Rabino se aparta para hacerme sitio.
―No sabía que ibas a pelear esta noche ―le digo.
―Fui una adición de última hora ―dice, sonriendo―. Después de
que Chop Suey destrozara su auto y se jodiera el cuello.
―Salud por los accidentes de autos ―dice Boom Boom.
―Me vendría bien el dinero ―dice el Rabino―. Anastasia está
embarazada.
―Felicidades ―le digo, dándole una palmada en el hombro.
―Espero que se parezca a su madre ―dice Boom Boom,
estrechando la mano del Rabino.
―Sí, te garantizo que esas orejas de jarra son del cartero ―dice el
Rabino, dándole a Boom Boom un golpecito en la parte superior de la
oreja.
―Oye, oye ―protesta Boom Boom―, me gusta pensar que mi padre
es alguien un poco más elegante que eso. Un empleado de tienda, al
menos.
Mientras parlotea, Boom Boom me envuelve las manos.
Para cuando Meyer entra a toda prisa, resoplando por su larga
caminata por el estacionamiento, mis manos están bien vendadas.
―Mierda ―dice el Rabino con admiración―, ¿quieres rehacer las
mías, Boom Boom?
―Claro ―dice amablemente Boom Boom―. Es mi superpoder.
Mientras desenvuelve la cinta de mala calidad del Rabino, dice:
―¿Quieres un niño o una niña?
―No me importa ―dice el rabino, sonriendo felizmente―. Lo voy a
enseñar a boxear de cualquier manera.
―¡Una niña boxeadora! ―Meyer resopla.
―Sí ―se ríe el Rabino de Meyer―. Ahora también tienen iPhones y
autos eléctricos, hombre. Es todo un nuevo milenio.
Meyer pone los ojos en blanco, sé que normalmente tendría algo
grosero que decir al respecto, pero la escuela ortodoxa es
prácticamente el único gimnasio que le gusta, así que no quiere
tocarle las pelotas al Rabino con demasiada fuerza.
Puedo escuchar el espectáculo que se está llevando a cabo afuera.
Tienen un equipo de bailarines, malabaristas y un soplador de fuego.
Es un circo normal, Krupin está montando un espectáculo para
impresionar a Stepanov y conseguir este acuerdo.
―¡Quiero ver esto! ―Boom Boom dice, asomándose a la puerta.
―Adelante ―le digo―. Estoy bien.
El Rabino se levanta de un salto del banco y empieza a rebotar
sobre las puntas de los pies.
―¿Estás en la primera ronda? ―me pregunta.
―Sí. ¿Y tú?
―Sí. Aunque el anillo es diferente.
―¿Qué van a hacer si tú y yo llegamos a la final? ―le pregunto―.
No estamos ni remotamente en la misma categoría de peso.
―¡No lo sé! ―dice alegremente, sacudiendo la cabeza―. Creo que
solo están tirando mierda a la pared, hombre, a ver qué se pega. No
son las Olimpiadas ahí fuera.
Está tan vuelto loco con este asunto del bebé, y tan entusiasmado
con su pelea, que le importa un bledo lo que pase, pero yo frunzo el
ceño. No se puede emparejar a luchadores con tanta diferencia de
tamaño.
El presentador empieza a anunciar la primera ronda de combates.
Estoy en el cuarto anillo, ya he visto a Krupin y a Stepanov sentados
en el cuadrilátero uno, así que no me verán.
En cuanto dicen mi nombre, me subo la capucha de mi bata blanca
para tapar el ruido y el sonido, y salgo a la pista.
El público grita y aplaude cuando sale cada luchador, el sonido es
como una ola palpable que golpea mi cara, nunca había sentido una
energía así. Ya están coreando los nombres de sus favoritos, sobre
todo el de Sandman y Pretty Boy, del ring uno, pero a medida que me
acerco al ring cuatro, oigo algunos gritos de ¡Snow! ¡Snow!
Me deslizo bajo las cuerdas, y Hitman me sigue, tomando la
esquina opuesta.
Parece delgado y duro, como si estuviera tallado en madera. Su piel
está muy curtida y su cara tiene las cicatrices de más de un combate.
Es un veterano, sin duda.
Cuando nos enfrentamos, veo que es zurdo. Eso no va a ayudar a
la incomodidad de boxear con un luchador de MMA.
La campana suena y Hitman comienza a golpear. Es ajustado, pero
agresivo.
Recibo sus golpes con los brazos y los guantes, tratando de
entender sus ángulos, es diferente a lo que estoy acostumbrado. Hay
una geometría en el boxeo: posicionar los pies y el cuerpo de manera
que se puedan dar golpes en zonas abiertas, sin recibir ningún golpe
limpio.
Una vez que lo haya entendido, empezaré a lanzarle golpes al
cuerpo, creo que este combate va a durar un buen rato, ya que Hitman
tiene la resistencia que le dan los largos agarres y la lucha libre de las
MMA. Quiero golpearle en las costillas y el abdomen, son golpes de
los que se puede librar ahora, pero que me reportarán beneficios más
adelante. Todo su cuerpo comenzará a palpitar y su velocidad
disminuirá, esto les ocurre más a los luchadores viejos que a los
jóvenes, ya que reavivan antiguas lesiones.
El primer asalto termina, y veo a Hitman sentarse cautelosamente
en el lado opuesto del ring. Mi estrategia está funcionando.
Él mismo me ha dado algunos buenos golpes difíciles que no vi
venir.
―Cuidado con ese golpe de derecha ―me dice Meyer, echándome
agua en la boca.
―Lo sé ―digo.
―Es un viejo y rudo e imbécil ¿verdad? ―dice Boom Boom.
―Cállate, Boom Boom ―suelta Meyer.
Solo en el boxeo se considera "viejo" a un hombre de treinta y siete
años.
Suena la campana y vuelvo a ponerme en pie.
Esta vez, tomo la ofensiva. Sigo golpeando a Hitman en el cuerpo,
una y otra vez, me doy cuenta de que está tierno, tiene una gran
técnica, pero no tiene la potencia que probablemente tenía a los
veintidós años, mientras que mis golpes son como un martillo contra
un yunque. Una y otra vez sobre sus costillas, golpeo un afilado
gancho de derecha y siento las costillas crujir bajo mi guante. Hitman
cae a la lona como una piedra.
El árbitro me empuja y comienza la cuenta.
Hitman golpea el brazo del árbitro, está terminando la pelea. TKO-
es un noqueo técnico.
Boom Boom grita de alegría.
Si no puedes volver al vientre de tu madre, será mejor que aprendas a ser
un buen luchador.

Anchee Min
Krupin ha pedido o exigido que yo sea el médico en todos sus
combates de boxeo clandestinos.
No me gusta el boxeo, creo que es brutal y arcaico. El hecho de que
los hombres se expongan deliberadamente a traumas faciales y
craneales y a repetidas conmociones cerebrales, por no hablar de la
rotura de manos, muñecas, costillas y quién sabe qué más, es más de
lo que puedo entender.
Por supuesto, no le menciono nada de eso a Krupin y me limito a
llegar a la dirección que me manda Yakov. Ya aprendí que Diente de
Oro se llama en realidad Yakov, Cadena de Plata es Alogrin, y el chico
flaco que cosí se llama Bebchuk.
Veo demasiado a Yakov para mi gusto, es la mano derecha de
Krupin y, aparentemente, mi principal punto de contacto con la
Bratva. No ha vuelto a intentar ponerme las manos encima desde que
le puse las tijeras en la garganta, pero es evidente que no lo ha
olvidado. Su actitud hacia mí vacila entre la fría irritación y el odio
absoluto.
Me parece bien, no quiero caerles bien a estos hombres, ni quiero
ser de su interés. Mientras sea útil para Krupin, asumo que no me
harán daño, eso es lo mejor que puedo esperar en este momento.
Cuando Yakov me manda un mensaje con la dirección, veo que está
en el distrito de los almacenes. Supongo que será un lugar pequeño y
lúgubre, con unas pocas docenas de personas dentro, pero me
sorprende encontrarme con una fiesta a todo volumen y con cientos
de espectadores.
No solo hay gánsteres, sino todo tipo de personas vestidas de forma
mucho más elegante de lo que hubiera esperado. No puedo evitar
asomarme de la enfermería improvisada para verlos a todos. Me
sorprende ver a varias personas que conozco, hombres de negocios
que solían ir al restaurante de mi padre.
Veo a Krupin hablando con un hombre alto, de unos cuarenta o
cuarenta y cinco años, de pelo oscuro con un espectacular mechón
gris en la parte delantera. A juzgar por su traje, sus tatuajes y la dura
expresión de su rostro, supongo que es un jefe de la Bratva.
¿De qué hablan los mafiosos?
Supongo que no es una charla ociosa, probablemente están
haciendo planes, haciendo tratos, puedo verlos mirando una gran
pizarra colocada en la pared. Tiene nombres y números anotados, los
nombres son en su mayoría apodos: Hitman. Bola de Mantequilla. El
Rabino Rowdy. Probablemente son los boxeadores. Junto al nombre
de cada boxeador hay un número positivo o negativo. Miro la lista,
sin entenderla realmente: Hitman -124. Bola de Mantequilla +347. El
Rabino -1110.
¿Es un sistema de clasificación? ¿O es algo para apostar?
Mientras reflexiono sobre lo que puede significar, siento un
pinchazo en la nuca y siento que me sonrojo, como siempre que me
siento incómoda. Giro la cabeza y veo a un boxeador con capucha
blanca, está quieto, mirándome fijamente.
Y déjame decirte que la mirada de este tipo es realmente intensa.
Tiene unos ojos azul claro más fríos que la escarcha de la mañana que
parecen atravesarme. Su rostro es severo, áspero y sin sonrisa. Tiene
las cejas pobladas, la nariz y la mandíbula anchas y unos hombros
que probablemente no cabrían por la puerta. Está encorvado y a la
defensiva, como si pensara que alguien podría golpearlo en cualquier
momento.
Su piel es bastante morena para ser ruso, lo que contrasta con sus
ojos azules. Su cabello es castaño claro, cortado en un corte corto. Es
alto, de constitución poderosa, bastante aterrador, en definitiva.
No sé por qué me mira fijamente, me da escalofríos la forma en que
sus ojos se fijan en los míos, siento que tengo que apartar mi mirada.
Una vez que he roto su mirada, soy libre de volver a entrar en la
enfermería, cerrando la puerta tras de mí.
Me quedo ahí hasta que empiezan las peleas, entonces me asomo
de nuevo, atraída por ver el boxeo, aunque no me guste.
Nunca he asistido a un combate de boxeo en directo, solo lo he visto
por televisión, me sorprende lo mucho más rápido y rudo que parece
en persona. Puedo oír los guantes golpeando la piel y los gruñidos de
los boxeadores al ser golpeados, el público está enardecido por ello.
A mí también me cuesta apartar la mirada.
Estoy más cerca del tercer cuadrilátero, pero al salir de la
enfermería, y caminar un poco a lo largo de la pared, puedo ver el
cuarto cuadrilátero donde el boxeador de ojos azules está peleando.
Va vestido de blanco y parece joven y poderoso, comparado con su
oponente, más delgado y mayor.
Me sorprende ver la ligereza con la que se mueve, es tan grande
que esperaba que arremetiera contra el otro boxeador con sus grandes
y carnosos puños moviéndose salvajemente, pero es todo lo contrario:
es cuidadoso, calculador y rápido, sus puños se abren paso,
perforando el cuerpo de su oponente. Envía un golpe especialmente
brutal a las costillas, y oigo un crujido audible incluso por encima del
rugido del público. El otro boxeador cae como una piedra, gimiendo.
Se me revuelve el estómago, me doy la vuelta una vez más y me
dirijo a la enfermería. Estoy segura de que no tardarán en llegar
pacientes.
Cuando terminan los cuatro primeros combates, los hombres de
Krupin traen al boxeador con las costillas rotas y a un tipo que se ha
abierto el labio.
Los examino a ambos. El que tiene el labio abierto solo necesita una
bolsa de hielo, pero el otro está en mal estado. Lo toco suavemente los
costados con las yemas de los dedos, tratando de determinar cuántas
costillas están fracturadas y en qué grado, luego le reviso los
pulmones con el estetoscopio para asegurarme de que no han sido
perforados por una astilla de hueso errante.
Compré el estetoscopio y algunos otros instrumentos necesarios
con la bendición de Krupin. He pensado en comprar también una
bata de médico, pero he decidido no hacerlo porque no quiero llamar
la atención.
Si mi ropa se ensucia o se mancha, simplemente la lavaré.
―¿Y? ¿Cuál es el veredicto? ―dice Yakov con impaciencia.
―Debería hacerse una tomografía. ―digo.
―¿Ves un escáner de lo que sea por aquí? ―dice Yakov, fingiendo
que mira a su alrededor.
Lo fulmino con la mirada.
―Por lo que veo, tiene cuatro costillas fracturadas en el lado
derecho. Lo único que podemos hacer por eso es darle analgésicos y
dejar que se cure solo.
―¿No lo vendan? ―dice Yakov, sorprendido.
―No ―digo―. Ese ya no es el tratamiento estándar. ―Dirigiéndome
al boxeador, añado―: Una vez que tu dolor esté controlado, deberás
trabajar para respirar más profundamente. Si respiras demasiado
superficialmente, correrás el riesgo de desarrollar una neumonía.
Él asiente con el rostro pálido por el dolor y ligeramente cubierto
de sudor.
―Si sientes un dolor agudo y punzante en los pulmones, ve al
hospital ―le digo, en voz baja.
Asiente con la cabeza, pero no sé si lo hará o no. Estos hombres
están demasiado acostumbrados al dolor, no creo que se lo tomen en
serio.
Sigue otra ronda de peleas, y otro boxeador es enviado a verme
para una evaluación de una conmoción cerebral, le ilumino los ojos y
le hago preguntas: su nombre, la fecha, el presidente actual del país.
No responde bien a ninguna de las preguntas, excepto a su propio
nombre.
Le pregunto si ha tenido otras conmociones cerebrales
recientemente.
―No sé ―dice―. Me han dejado fuera de combate tres veces este
mes.
―Yo diría que eso califica. Sabes que cada conmoción cerebral
repetida es acumulativa en sus efectos... ―Intento explicarle los
peligros de las lesiones cerebrales traumáticas, pero él está estirando
el cuello, tratando de ver por la puerta para saber qué pasa en los
combates que aún no han terminado.
Suspiro y le digo que beba un poco de agua y se acueste un rato.
No me hace caso y vuelve a salir al ritmo de la música con su grupo
alrededor, apoyándolo.
Hay una breve pausa entre las peleas para que todos puedan visitar
los bares instalados alrededor de la sala o comprar bebidas a las
bonitas meseras que recorren la pista.
Mientras espero, Yakov asoma la cabeza por la enfermería y me
dice que Krupin quiere verme.
―¿A mí? ―digo.
―No ―dice Yakov con sarcasmo―. A la otra guapa idiota que está
detrás de ti.
No he hablado con Krupin en persona desde la noche que fui a su
casa. Sinceramente preferiría mantener las distancias, pero, por
supuesto, tengo que hacer lo que él dice.
Me aliso los mechones de pelo que se han soltado de mi trenza,
tratando de ponerme presentable. Me froto la manga de la blusa
donde el boxeador conmocionado ha manchado la tela con una gota
de sangre, que no se desprende de la seda con un poco de roce, así
que la dejo en paz y salgo a la pista.
Enseguida veo a Krupin, fácilmente visible con su abrigo de piel
negro. El aire del almacén, a pesar del techo elevado, está húmedo
por el sudor y las exhalaciones de los espectadores.
Krupin sigue hablando con el gánster de las canas. Me pregunto si
debo esperar a que terminen su conversación, pero Krupin me ve y
me hace señas para que me acerque.
―Stepanov ―dice―. Esta es nuestro médico.
―¿Esta chica? ―Stepanov dice sorprendido y me tiende la mano.
Con cautela, le doy mi mano. Él la encierra dentro de la suya, que
es grande y áspera, con anillos de oro en dos de sus dedos. Esperaba
que la apretara con fuerza, pero en vez de eso se lleva mi mano a los
labios y la besa. Mientras tanto, me observa con sus ojos oscuros y
entrecerrados.
Siento que mis mejillas brillan como un amanecer. Me gustaría
retirar la mano, pero Stepanov no la suelta.
―¿Cuánto tiempo lleva trabajando para ti? ―le pregunta a Krupin
sin dejar de mirarme.
―Solo una o dos semanas ―dice―. Su padre es Oskar Drozdov. Era
el dueño de Golod. ―Krupin sonríe suavemente―. Hasta que lo
compré.
―Conozco ese lugar ―dice Stepanov, con sus ojos aún clavados en
los míos―. He comido ahí antes. ¿Alguna vez serviste mi mesa?
Doy un rápido movimiento de cabeza. Papá nunca nos hizo
trabajar como meseras, tal vez debería haberlo hecho. Siempre nos
trató como pequeñas princesas aristocráticas, pero la verdad es que
nunca tuvimos el dinero o el nombre para mezclarnos con la clase
alta, solo pensábamos que pertenecíamos a ella.
―Tienes manos suaves ―dice Stepanov, pasando su gran pulgar
por el dorso de mi mano―. Tus pacientes tienen suerte.
Su intenso contacto visual y su prolongado toque de apreciación
me hacen sentir claramente incómoda, me gustaría que hubiera una
forma de apartarme sin ofenderle.
―Es bueno tener un médico en el personal ―le dice Krupin a
Stepanov―. Hace que los boxeadores vuelvan a ponerse de pie y a
pelear, lo más rápido posible.
―Ah, sí ―dice Stepanov en voz baja―. Estoy seguro de que Sasha
Drozdov es muy útil.
Por fin suelta mi mano y la dejo caer a mi lado, resistiendo el
impulso de frotarla contra mis pantalones como si hubiera tocado
algo sucio.
―Encantada de conocerlo ―le digo.
Krupin asiente y me apresuro a volver a la enfermería, sonrojada y
aterrorizada.
No soy más que un corderito vagando por un bosque lleno de
lobos. ¿Cómo puedo esperar sobrevivir entre estos hombres?
El primer día del torneo termina bien para mí: avanzo a la segunda
ronda, sin lesiones. El Rabino Rowdy también gana su combate y está
muy animado en los vestuarios. Su prometida Anastasia entra
corriendo para felicitarlo, es difícil distinguirla en su pequeña
estatura, pero creo que puedo ver la primera hinchazón de su vientre
bajo el suave vestido gris que lleva.
Me confunde ver cómo el Rabino la toma en brazos. Parecen tan
festivos, tan llenos de esperanza. Sin embargo, Anastasia es tan
delicada, y el niño en su vientre aún más. ¿Cómo puede soportar el
Rabino poner toda su felicidad en paquetes tan frágiles?
Nunca me he apegado a nada, ni a nadie.
Lo más cercano que tengo a la familia son Meyer y Boom Boom, y
la mitad del tiempo queremos tirarnos los unos a los otros al Mar
Báltico.
Ninguno de ellos me necesita, no realmente.
Dejar que la gente confíe en ti es peligroso, seguramente los
decepcionarás y ellos siempre te decepcionarán.
El primer día se alargó demasiado, con dieciséis combates en total
en cuatro rings, el público está más borracho y alborotado que nunca.
Las apuestas alcanzaron un punto álgido, estoy seguro de que Krupin
está ganando una cantidad de dinero sin precedentes. Parece el perro
que se comió la cena, muy satisfecho de sí mismo y estoy seguro de
que está doblemente satisfecho de que Stepanov sea testigo de su
triunfo. Si su acuerdo no está aún cerrado, seguramente lo estará
pronto.
Afansi también ganó su pelea, para disgusto de Boom Boom. En
contra de las expectativas de Afansi, cuando se publica la hoja de
combate del segundo día, veo que él y yo no estamos emparejados.
Yo lucharé contra Sandman, como Meyer supuso, mientras que
Afansi tendrá que enfrentarse a uno de sus propios colegas: la Bestia.
La Bestia también trabaja para Stepanov, es su principal ejecutor,
es la mala suerte de Afansi tener que enfrentarse a él.
No diría que tengo miedo de ningún otro boxeador, pero si hay una
persona con la que no tengo ganas de encontrarme en el ring, es la
Bestia. Es uno de los pocos boxeadores que tiene una ventaja de peso
significativa sobre mí, y no solo de grasa, sino que tiene seis o siete
kilos más de músculo real.
Si solo fuera el tamaño, no me preocuparía. Después de todo, hasta
el árbol más grande puede ser cortado con el hacha adecuada. Por
desgracia, la Bestia también tiene técnica. Es brutal, implacable y está
meticulosamente entrenado por uno de los mejores entrenadores de
Rusia.
Si quiero ganar este torneo, tendré que enfrentarme a él. Preferiría
que eso ocurriera después de haber ganado unas cuantas rondas, para
estar seguro de llevarme a casa algo de dinero.
Por ahora, necesito concentrarme en mi pelea con Sandman, solo
he tenido dos días de descanso, apenas tiempo para recuperarme del
primer combate. Conozco a Sandman bastante bien, aunque me
gustaría no hacerlo. Era un boxeador legítimo en América hasta que
perdió su licencia por apostar en sus propias peleas. Desde entonces,
ha entrado y salido de la cárcel dos veces, además de trabajar para la
familia Zolotov.
Es un boxeador rastrero y sucio que siempre intenta meter golpes
por debajo del cinturón o después de que haya sonado la campana.
Por desgracia, en el boxeo clandestino estas cosas se ignoran con
frecuencia, a los árbitros les gusta que los combates se desarrollen lo
más rápidamente posible, y al público no le gusta que se pierda por
descalificación.
La noche antes del combate, a Boom Boom le sacan un diente y
luego obligamos a Meyer a ver una película con nosotros.
Básicamente, tenemos que sacarlo a rastras de su piso adjunto al
gimnasio de los Guantes de Oro. Se niega a conducir, así que
caminamos las seis manzanas hasta el cine. Yo compro las entradas y
Boom Boom compra las palomitas, sentamos a Meyer entre nosotros
en la oscura y húmeda sala, para que no pueda escapar si decide que
no le gusta la película.
Estamos viendo Creed 2. Meyer no ha visto ninguna de las
anteriores películas de Rocky, ni Creed 1, pero no parece importarle.
Se da cuenta rápidamente de que Creed se enfrenta al hijo del hombre
que mató a su padre, un combate de rencor transmitido de generación
en generación.
Al principio, Meyer se burla de algunos de los fallos evidentes de
la coreografía. Hay momentos en los que los actores esquivan un
golpe antes de lanzarlo, y combinaciones que ningún boxeador real
intentaría utilizar.
―¿Dónde están los golpes, eh? ―Meyer exige―. ¿Van a lanzar todos
los golpes desde Siberia?
Sin embargo, a medida que avanza la película se siente cada vez
más cautivado. Aparta las palomitas y se inclina hacia adelante, con
los ojos fijos en la pantalla desde detrás de sus gruesos lentes.
En el combate final, Meyer gruñe y se estremece con cada golpe que
cae en la pantalla. Cuando el campeón se impone, Meyer se vuelve a
sentar en su asiento y deja escapar un largo suspiro.
Después, caminando hacia su casa, Meyer dice:
―El ruso le habría ganado al americano.
―Bueno, él es un boxeador de verdad ―le digo―. El otro tipo es solo
un actor.
―Mmm ―dice Meyer―, lo sé.
―Además, es rumano en la vida real, no ruso.
―Tú Piz-dets11 idiota ―grita Meyer―. ¡Sé quién es!
No creo que lo sepa.
―¡Pero te gustó! ―dice Boom Boom encantado―. ¡Te gustó la
película!
―Estuvo... bien ―dice Meyer.
―Eso es como... lo más bonito que te he oído decir sobre una
película ―dice Boom Boom, sonriendo.
―Bueno, ahora la has arruinado ―dice Meyer.
―Boom Boom lo arruina todo ―digo alegremente.
―Tú no eres mejor que él ―me dice Meyer.
―¿No soy mejor que Boom Boom? ―digo, con una expresión de
dolor―. Eso ha sido un golpe bajo.
―Sí ―coincide Boom Boom―. Eso es ir demasiado lejos.
No puedo evitar reírme.
El buen carácter de Boom Boom es tan fuerte que nunca lo he visto
ofenderse, excepto cuando Afansi se comió sus salchichas.
Es una buena distracción antes de mi segunda pelea. El pago por la
primera victoria no era mucho; con la naturaleza escalonada de los
premios, tengo que llegar al menos a la tercera o cuarta ronda si
quiero conseguir el dinero en serio. Ganarlo todo sería aún mejor.
Meyer nos lleva a la segunda noche de lucha, celebrada en el mismo
almacén. El estacionamiento está aún más lleno que antes, todo el
mundo que vio la primera ronda ha estado tuiteando y posteando en
Instagram y haciendo publicaciones en Facebook. El torneo se está
convirtiendo rápidamente en algo más popular que un partido de la
Copa del Mundo. Las entradas se han vendido y revendido, con
mucha más gente haciendo cola de la que puede caber adentro.
―¿Quieres que vayamos contigo? ―le pregunto a Meyer.

11
Idiota, en ruso.
No quiero que estacione su auto tan lejos. Hay demasiados
desconocidos aquí, demasiados alborotadores con ganas de pelea
para hacer la noche más emocionante.
Meyer parece muy ofendido.
―El día que necesite que me acompañes será un día muy triste
―dice―. Golpéame en la cabeza antes de que eso ocurra.
―De acuerdo ―le digo―. Lo siento.
―No olvides quién ha salvado a quién ―me grita Meyer mientras
salgo del auto.
Me gustaría recordarle que yo tenía doce años entonces y que él no
se ha vuelto más joven desde eso, pero no tiene sentido contrariarlo
más.
―¿De qué está hablando? ―dice Boom Boom.
No sabe cómo me encontró Meyer.
―Nada ―digo, negando con la cabeza.
El ambiente en el vestuario es más serio que la última vez, la mitad
de los boxeadores ya han sido eliminados y los boxeadores que
quedan están tan hambrientos como yo de llegar a las bolsas más
grandes, o al menos, eso creen.
Incluso Boom Boom parece sentir la tensión. Mientras envuelve mis
manos, me dice:
―No me gusta Sandman.
―A mí tampoco me gusta ―admito.
―Si te da un golpe bajo, devuélvele lo mismo ―dice Boom Boom.
Tengo la intención de hacerlo, no tengo problema en pelear sucio
cuando el otro se lo merece.
En cuanto Meyer se une a nosotros, dice básicamente lo mismo,
solo que expresado de forma más contundente.
―Lo golpeas justo en las bolas si se pone juguetón, Snow.
Esta vez estoy en la segunda ronda de luchadores, tengo que
sentarme y escuchar las primeras cuatro peleas, lo cual es bastante
tortuoso, prefiero salir inmediatamente.
Me pongo los auriculares, intentando ahogar la charla nerviosa de
Boom Boom. Algunos de los otros luchadores empiezan a echarle
mierda sobre su diente perdido hasta que Meyer los manda a la
mierda. Yo subo el volumen de mi música.
Cuando me toca a mí, me dirijo al anillo dos, es mejor que el Anillo
Cuatro, pero todavía no estoy en el escenario principal. Está bien,
todo a su tiempo.
Me deslizo bajo las cuerdas y me enfrento a Sandman en la lona.
No tiene buen aspecto, tiene ojeras y un corte reciente en el pómulo
de su último combate. Meyer me dijo que apenas sobrevivió a ese
combate.
Aunque parezca una mierda, no lo subestimo. El árbitro nos revisa,
le da a Sandman un movimiento de cabeza, enviándonos a nuestras
esquinas opuestas.
La campana suena y nos rodeamos con cautela.
Hay algo ligeramente extraño en la forma en que Sandman se
mueve, no estoy seguro de lo que es, pero está siendo más cauteloso
que de costumbre, eso es un hecho.
Se acerca a mí, lanzando un par de golpes. Sin embargo, no parece
que intente conectar.
Lo golpeo un par de veces. Yo también me contengo, tratando de
averiguar qué es exactamente lo que no me gusta de su enfoque. No
me gustan las sensaciones de malestar, me gusta saber exactamente
de dónde lo que me molesta.
Sandman hace una finta, se escabulle de un golpe mío y luego entra
con fuerza con un golpe de derecha. Apunta directamente a mi
mandíbula, tratando de conseguir un golpe sólido, pero levanto el
guante izquierdo justo a tiempo para desviar el golpe, aunque éste se
desvía hacia mi ceja derecha. El dolor es instantáneo y cegador, siento
que la piel se abre y que la sangre caliente cae sobre mi ojo.
Salto hacia atrás, ciego de ese lado.
Sandman me persigue, intentando asestar otro golpe mientras me
tambaleo.
¿Qué carajos fue eso?
Sandman ya me ha golpeado antes, nunca ha tenido esa clase de
poder.
La nitidez, el peso de esta...
Me lanza una lluvia de golpes, tan salvajes y agresivos que apenas
puedo bloquearlos, uno de ellos me golpea en el antebrazo y siento
otra fuerte ráfaga de dolor.
Esto no es normal.
Ese hijo de puta tiene pesas en los guantes.
Estoy seguro de eso. La mirada que intercambia con el árbitro, la
forma en que empezó lentamente, y luego trató de noquearme con un
golpe, antes de que pudiera darme cuenta y pedir falta.
Podría intentar hacer una señal al árbitro, pero no sé si ese maldito
traidor detendría la pelea. Si no tengo cuidado, haré que me
descalifiquen.
Es difícil pensar con el dolor palpitante de mi cráneo y la visión de
mi lado izquierdo nublada por la sangre.
Sandman sigue atacando sin tregua, decidido a presionar su
ventaja antes de que pueda averiguar qué hacer.
¿Intentó noquearme con un golpe?
Bueno, veamos si le gusta.
Me agacho y me muevo, esperando un hueco.
En cuanto lo veo, el más mínimo espacio entre sus brazos que se
mueven como un molinete, le lanzo la madre de los puñetazos a la
nariz.
Mi puño golpea de lleno, con un delicioso sonido de crujido.
A Sandman le han roto la nariz antes, pero probablemente no tanto.
La sangre atraviesa sus guantes, empapando su pecho desnudo y
cayendo sobre la lona, él cae de rodillas involuntariamente.
El árbitro detiene el combate. Sandman es arrastrado hasta su
esquina y su equipo intenta detener la hemorragia, sin mucho éxito.
Es demasiado. Cuando se levanta, es aún peor.
A regañadientes, el árbitro da el combate a mi favor.
El público ruge de placer.
En el ring contiguo al mío, oigo un aullido de triunfo similar y miro
hacia esa dirección. La Bestia está de pie en el centro del ring, con los
brazos levantados sobre la cabeza, acaba de noquear a Afansi. La
Víbora está fuera de combate, supongo que después de todo no nos
enfrentaremos.
La Bestia apenas se ve sin aliento, está rebotando ligeramente sobre
las bolas de sus pies, su cuerpo fornido es sorprendentemente ágil. Él
sonríe un poco.
No es una visión que mejore mi sensación de victoria. Aparto la
mirada de él para disfrutar de la visión de Sandman, que resopla y
escupe sangre.
Por desgracia, yo tampoco estoy precisamente ileso. El corte que
tengo sobre el ojo sigue palpitando y sangrando por un lado de la
cara.
Me dirijo a mi propia esquina para que Meyer pueda echarle un
vistazo.
―¿Qué diablos es esto? ―dice furioso.
―Tenía metal en los guantes ―le digo a Meyer.
―¿Qué? ―ruge.
Trata de ponerse contra las cuerdas para enfrentarse al árbitro, pero
lo empujo suavemente hacia atrás.
―No te molestes ―le digo―. El combate está hecho, ya gané.
―Sin embargo, aún queda el siguiente ―dice Meyer en tono
sombrío.
―Sandman le pagó al árbitro, te lo garantizo. No tendremos el
mismo árbitro la próxima vez, ni otro luchador tan sucio.
―Mmm ―gruñe Meyer.
Su cara está más arrugada que nunca por su profundo ceño.
Sé lo que está pensando.
Está pensando que podría no haber sido Sandman quien hizo un
trato con el árbitro, pudo haber sido uno de los Bratva con una fuerte
apuesta por Sandman, incluso el propio Krupin. Es casi seguro que
los jefes apuestan en las peleas como todo el mundo, y la Bratva no es
conocida por el juego limpio.
Si ese es el caso, entonces puede que la próxima pelea me salga
peor.
Krupin estaba viendo la pelea de la Bestia, no la mía. Aun así, se
acerca a mi ring justo cuando estoy bajando.
Por su sonrisa, no parece que haya perdido dinero con mi victoria,
aunque es imposible saberlo.
―Ha sido un buen golpe ―me dice.
―Gracias ―le digo. Krupin asiente hacia mi ojo.
―Está bien ―digo.
―Ve a ver a mi médico ―dice Krupin.
Señala hacia la puerta de metal en la pared del fondo.
Preferiría que Meyer me cosiera, pero no quiero desairar a Krupin
sin motivo, así que me abro paso entre la multitud hacia el lado
opuesto de la sala. Varias personas se acercan para tocarme los
brazos, los hombros y la espalda al pasar como si se tratara de frotar
una estatua para dar suerte, supongo.
Con la prisa de acabar con esto, empujo la puerta con demasiada
fuerza.
La única persona que está dentro de la enfermería es la chica rubia
que vi en la primera pelea. Se levanta de un salto, sorprendida por el
sonido de la puerta al chocar con la pared.
Sé que me reconoce igual que yo a ella, se queda inmóvil con un
tono rosado en sus pálidas mejillas.
―¿Dónde está el médico? ―le pregunto bruscamente.
Se sonroja aún más.
―Yo soy el médico ―dice.
Apenas parece tener edad para ir a la universidad. Al ver mi cara
de incredulidad, frunce el ceño.
―Siéntate ―me dice, señalando una mesa acolchada.
Me siento en ella y la mesa gime ligeramente bajo mi peso.
La chica se dirige al fregadero, se lava las manos, las seca y coloca
una bandeja con instrumentos.
Se mueve con rapidez y habilidad, tal vez esté entrenada después
de todo. Como solo he ido al médico una vez en mi vida, me los
imagino a todos como ancianos con el pelo gris encrespado y mal
aliento, como el que vi.
Desde luego, no me imagino a una mujer joven y hermosa que
parece que debería estar patinando sobre hielo y bebiendo chocolate
con los demás hijos privilegiados de la élite de San Petersburgo.
Se acerca a mí y levanta sus delgadas manos para limpiarme el
corte de la cara.
Tiene que acercarse bastante para hacerlo, intenta ser dura y
profesional, pero me doy cuenta de que está nerviosa, al estar al
alcance de mis grandes manos manchadas de sangre. Todavía no me
he quitado los guantes, las manchas de color escarlata se ven chillonas
contra el cuero blanco.
También hay sangre en mis pantalones cortos, y en mi pecho y
hombros desnudos.
La chica es tan pulcra y limpia en comparación conmigo, puedo
oler su ligero perfume floral y el jabón de su piel.
Me hace ser consciente de que mi propia piel brilla de sudor y mi
cabello también. Mis malditos guantes huelen a hierro.
No creo que pretenda ser amable, pero sus manos son hábiles y
cuidadosas cuando me limpia la sangre de la cara. Después de todo,
es una experta. La juzgué mal, no lo hago muy a menudo.
Una vez que el corte está limpio, prepara una jeringa.
Probablemente sea de lidocaína, al menos, eso es lo que Meyer tiene
a mano.
―No te molestes ―le digo.
Mi voz la hace saltar de nuevo. Está muy tensa, como una nota alta.
Todo su cuerpo se estremece, no sé cómo se encontró en este lugar,
con un bruto como yo, es evidente que lo odia.
Se echa hacia atrás y me mira con sus claros ojos azules,
enmarcados por unas elegantes lentes. Probablemente lleva esas
gafas para parecer más seria, más atenta, o para bloquear las miradas
lujuriosas de hombres como yo.
Es una causa perdida, es tan ridículo como el disfraz de Clark Kent
en Superman. Su belleza es imposible de ocultar, los lentes solo
enfatizan el color y la claridad de sus ojos.
―Necesitas puntos de sutura ―me dice, sosteniendo la jeringa una
vez más.
―Hazlo ―le digo―. Pero no necesito la inyección.
Deja la jeringa en la bandeja y cruza los brazos sobre el pecho.
―No tienes que ser un tipo duro ―dice―. Dios sabe que eso es lo
habitual aquí.
―No estoy tratando de impresionarte ―le digo―. No lo necesito.
Eso solo parece irritarla más.
―¿Por qué eres tan terco? ―exige.
Yo me encojo de hombros. No sé si soy terco o no, probablemente
lo sea.
Ella se muerde el labio. Por razones que no comprendo, las
lágrimas se acumulan en sus ojos azules.
No sé por qué mi negativa la enoja tanto, tal vez no tenga nada que
ver conmigo, tal vez solo sea otra persona que la frustra y la confunde.
No soy una persona tierna, la mayoría de los días no siento más
que frialdad, una niebla gris que me llena, que se filtra por mis
pulmones. Si siento algo, es solo una chispa de ira o disgusto.
La mayoría de la gente de mi mundo ha aprendido a ocultar sus
emociones.
Esta chica no, ella no es uno de nosotros. Todo lo que siente se
transmite en su rostro, en su voz, sus movimientos, incluso en el
rubor de su piel.
Ver su dolor con tanta claridad me obliga a sentirlo yo también,
siento una extraña pena. ¿Es compasión?
Me quito el guante y pongo mi mano desnuda encima de la suya.
―Lo siento ―le digo―. Si quieres usar la inyección, adelante.
Ella parpadea, y una lágrima recorre su mejilla.
Normalmente no toco a la gente, les asusta.
En este caso, parece relajar a la chica.
Sus hombros bajan de su posición defensiva y respira largamente.
Siento su exhalación en mi piel cuando la deja salir de nuevo.
―No me gustan las peleas ―dice en voz baja―. Tengo miedo de que
alguien salga herido.
La miro a la cara, y veo el delicado arco de Cupido de su labio
superior, y su labio inferior lleno que aún tiembla ligeramente.
Pequeñas gotas de lágrimas se acumulan en sus oscuras pestañas.
Estoy hipnotizado por esta mujer. ¿Qué está haciendo aquí? Está
tan fuera de lugar, nunca he visto a una chica como ella caminando
por mi calle y mucho menos plantarse en el centro de este sucio y
desagradable mundo subterráneo.
Me doy cuenta de que sigo apoyando mi mano en la suya, su piel
es lo más suave que he tocado nunca. Retiro la mano, dejando una
mancha de sangre en su nudillo.
La visión de esa sangre en su impecable piel me avergüenza. No
debería haberla tocado, no debería haberla marcado.
Dejo caer los ojos, tratando de controlarme.
―Vamos ―digo, señalando con la cabeza hacia la aguja y el hilo. Mi
voz sale más dura de lo que pretendo.
Ella los recoge, me pone una mano en la frente y empieza a coser.
Ya me han dado suficientes puntos de sutura como para que la
sensación me resulte demasiado familiar. Así como la gente que llega
a disfrutar de los tatuajes, casi me gusta.
La verdadera razón por la que no quería la inyección es porque
necesito sentir cada momento de esto, necesito tomarlo como una
advertencia.
Me golpearon esta noche.
Eso no puede volver a ocurrir.
Me avergüenza haber llorado delante del boxeador, no sé por qué
ocurrió. No lloré cuando Krupin me impuso trabajar para él, ni
cuando Yakov me agarró, ni cuando Stepanov no dejaba de
desnudarme con la mirada. He estado rechazando las constantes
insinuaciones de estos gánsteres que creen que pueden agarrar y
tomar todo lo que quieran.
Entonces entró Snow, con un aspecto más malo y duro que
cualquiera de ellos. Al principio se mostró muy despectivo, sé que no
creía que yo fuera médico y en ese momento no me sentía como tal.
Me sentí como una niña inexperta, tanteando el equipo. No me dejaba
ponerle la inyección de anestesia porque no se fiaba de mí.
Estaba muy frustrada, sentí que no habría sido terco si yo fuera un
hombre. Así tendría autoridad y me respetaría.
Ninguno de estos hombres me respeta, solo me ven como algo para
usar.
Como para demostrar mi propia inutilidad, las lágrimas ardieron
en mis ojos.
Snow me miró y su rostro se suavizó, se quitó el guante y puso su
mano sobre la mía.
Había evitado furiosamente que estos hombres me tocaran.
Pero de alguna manera, esto era diferente.
Era la primera vez que alguien me tocaba con amabilidad en lugar
de con lujuria.
No podía creer que sus grandes y ásperas manos pudieran ser
tiernas, me sorprendió la simpatía que había en su rostro cuando me
miraba.
El momento se prolongó una y otra vez, creo que ninguno de los
dos quería que terminara. Por ese instante, yo no tenía que estar a la
defensiva y él no tenía que ser brutal.
Pero entonces retiró su mano, volviéndose frío y duro una vez más.
Me dijo que me diera prisa en coserlo, y así lo hice. Luego salió de
la enfermería sin decir nada más.
En cuanto se fue, toda la fuerza pareció desaparecer de mí.
Había experimentado un aumento tan rápido de las emociones:
fastidio, frustración, tristeza, luego gratitud... cayendo de nuevo en la
decepción. Eso me dejó exhausta.
Sin embargo, quedaban varios boxeadores por ver. Al siguiente le
rompieron la nariz, y estaba furioso por ello, su séquito tuvo que
sujetarle los brazos para que yo pudiera examinarlo, porque quería
saltar y montar en cólera por la sala.
Comprobé la fractura, buscando lo mejor posible signos de lesión
en el ojo o en el cerebro. No podía hacer nada de la manera correcta,
con la escasez de equipo, el boxeador debería haber ido a un hospital
de verdad para que le hicieran una resonancia magnética o, como
mínimo, una radiografía.
―Debería reajustarla y entablillarla ―le digo.
―¡De ninguna manera! ―aúlla.
―Ya se la ha roto antes ―dice insensiblemente su entrenador―.
Probablemente se la romperá de nuevo.
―La vía aérea puede verse obstaculizada si no está bien colocada...
―Trato de decirles.
No parece importarles, les receto un antiinflamatorio no esteroideo
y un puñado de analgésicos.
Vuelvo a casa a las dos de la madrugada, totalmente agotada y con
la ropa sucia y manchada de sangre.
Nadie me espera despierto, no esperaba que Mila lo hiciera, sabía
que tenía clase por la mañana. Tampoco lo esperaba de mamá, nunca
espero nada de ella, pero sí esperaba que papá me apoyara al menos.
Esperaba que me escuchara, que fuera una fuente de consuelo.
En lugar de eso, creo que está tratando de fingir que todo esto no
está sucediendo, no me pregunta qué estoy haciendo por Krupin, ni
a dónde voy o cuándo volveré. Solo Mila y yo hablamos de eso en
privado. Mis padres actúan como si nada hubiera cambiado, como si
estuviera con los amigos o en unas prácticas.
Para papá, el trabajo diario en el restaurante es prácticamente igual
que siempre. Probablemente mejor, ya que vienen más clientes.
Todos son Bratva, pero no es tan diferente de los viejos tiempos: antes
los atendía junto a los hombres de negocios y la alta sociedad.
Por supuesto, ahora todo el beneficio es para Krupin, aunque no
creo que a papá le importe: antes todo era para mamá.
Mamá es la que se siente más víctima, creo. Ha estado bebiendo
más que nunca desde que le quitamos las tarjetas de crédito, pasea
deprimida por la casa, suspirando trágicamente.
Casi empiezo a odiarla. No quiero hacerlo, me hace sentir
terriblemente culpable, pero estoy muy enojada con ella.
Al crecer, siempre adoré a mamá. Era la más guapa de todas las
madres, y la más dulce. Siempre me besaba, me felicitaba y me
compraba pequeños regalos.
Toda su alegría se ha desvanecido bajo la dura mirada de la
realidad. Su buen humor, su afecto por todos nosotros, no es más que
un algodón de azúcar que no puede soportar el calor de la adversidad
real.
Trato de no estar resentida, sé que fue mimada y consentida, criada
para ser malcriada, no para luchar.
Pero yo también lo fui y no me estoy derritiendo en un charco de
porquerías.
Soy fuerte, porque tengo que serlo.
En un intento de mantener el ánimo alto, hoy voy a hacer vida
social. Me ha llamado una vieja amiga de la escuela secundaria,
Galina Melnik, su padre es dueño de una empresa minera.
Vamos a reunirnos en un café con algunos otros amigos, la mayoría
ya se han graduado en la universidad y han conseguido trabajos en
el gobierno o en las finanzas, o en las empresas de sus padres.
Por supuesto, si Krupin me llama, tendré que salir corriendo, pero
solo me convoca la mitad de los días, así que tengo buenas
probabilidades de terminar nuestra cita con el café.
Galina se acerca gritando en cuanto me ve y la felicito por su nuevo
corte de pelo, un elegante corte negro. Por un momento, todo parece
cálido y cómodo entre nosotras, como si no hubiera pasado el tiempo.
Se ríe de la misma manera y cuenta el mismo tipo de chistes sobre la
gente que conocimos en el instituto.
A medida que llegan más de nuestros viejos amigos, me siento
animada por los abrazos y la alegría, y por el rápido flujo de noticias.
Galina tiene un nuevo cachorro. Vera y Samar se han comprometido,
aunque no entre ellos y Kolya acaba de regresar de unas vacaciones
en España.
Casi podría olvidar dónde he estado y qué he hecho las últimas
semanas, casi creo que soy tan feliz y despreocupada como pretendo
serlo.
Me encuentro inventando mentiras fáciles para responder a todas
sus preguntas.
――¿En qué hospital trabajas?
Oh, en realidad estoy trabajando para un cliente privado. Un
hombre mayor y rico.
―¿Es muy aburrido?
―No, no es aburrido.
―¿Cómo está tu familia?
―¡Bien! Solo cansados del invierno.
―¡Todos lo estamos!
Pasan casi dos horas mientras pedimos varias rondas de cafés con
leche, croissants y el famoso pastel de migas de la cafetería.
La verdad es que no puedo permitirme la comida cara del Buzz, no
con el escaso sueldo que me paga Krupin, que se destina a mantener
a mi familia. Por suerte, Galina y los demás me han invitado la
comida, para celebrar mi regreso a San Petersburgo.
El teléfono móvil de Krupin aún no ha sonado. De vez en cuando
meto la mano en el bolsillo para agarrarlo convulsivamente, como un
artefacto maldito que anhelo perder, pero sin el que no puedo vivir.
Había planeado volver a casa directamente después, pero Galina
me convence para que recorramos las tiendas de la calle Sadovya. No
puedo comprar nada, pero sería divertido mirar los escaparates.
―¡Por qué no! ―digo.
Nos levantamos todos en un bullicio de abrigos, bufandas, guantes
y últimos bocados de pastelería. Somos un grupo bullicioso, lleno de
risas y bromas de muchos años. El resto de los clientes de la cafetería
probablemente se alegren de vernos marchar.
Cuando salimos por las puertas de la cafetería, me topo con un
hombre con la masa y la solidez de una pared de ladrillos.
Me rodea la cintura con el brazo para evitar que tropiece. Esa mano
gruesa y callosa, el brazo como una barra de hierro, los ojos azules
como el hielo que me miran... lo reconozco todo de inmediato, es el
boxeador al que llaman Snow.
―Hola ―dice.
Mirándonos a los dos, mis amigos se han quedado callados. Ya
habrían mirado a Snow, con su tamaño aterrador y su rostro brutal,
pero cuando me saluda, se dan cuenta de que nos conocemos.
Puedo sentir su curiosidad y su conmoción.
Snow tiene un aspecto más alarmante que nunca, con el tipo de
chaqueta de lona áspera que llevan los trabajadores de los muelles y
una sudadera debajo con la capucha puesta. Tiene los modales y el
porte de un criminal. Galina y Vera intercambian miradas y se fijan
en los tatuajes de sus manos y en el corte que tiene sobre la ceja
izquierda, que yo misma cosí el día anterior.
Snow percibe el evidente desagrado de mis amigos tan
rápidamente como yo. No es estúpido, a pesar de lo que pueda
sugerir su aspecto bruto. Me suelta en cuanto me pone de pie y vuelve
a meter las manos en los bolsillos de su chaqueta, con una expresión
más hosca que nunca.
Se abre paso entre la multitud de mis amigos y se aleja por la calle.
Por un momento me siento aliviada, no sé cómo podría presentarle
a mis amigos del colegio. Las preguntas que surgirían no tendrían
respuesta.
Sin embargo, siento una punzada al ver cómo su ancha espalda
desaparece entre la multitud de compradores de la tarde.
Por imposible que parezca, me pareció ver una pizca de dolor en
su rostro cuando no respondí a su saludo.
En realidad, simplemente me sorprendió verlo.
Creo que pensó que me avergonzaba de él.
―¿Quién era ese? ―grita Vera, arrugando la nariz.
En uno de esos extraños giros de la perspectiva, por un momento
veo a mis amigos como debió vernos Snow: ruidosos, arrogantes,
frívolos y mimados. Veo nuestros bolsos de diseño y nuestros zapatos
importados, no las cosas llamativas que compran los gánsteres en las
tiendas del centro comercial, sino las marcas italianas y parisinas de
buen gusto que se adquieren en el extranjero, viajando durante las
vacaciones de primavera.
Me siento avergonzada.
Pero no de Snow.
―Tengo que irme ―le digo a Galina.
―¿Qué? ―dice ella―. ¿A dónde...?
No oigo el resto de su frase porque ya estoy corriendo por la calle,
en la dirección en la que Snow desapareció.
Es una locura correr tras él, solo va a confundir más a mis amigos
y no tengo ni idea de lo que le diré a Snow si lo encuentro.
Aun así, me apresuro con unas botas de ante totalmente
inadecuadas para correr, cada vez más acaloradas y sudorosas, hasta
que una voz grave me dice:
―¿Me estás persiguiendo?
Snow está apoyado contra un Audi, con las manos aún metidas en
los bolsillos, observando cómo paso corriendo a su lado.
Me detengo, presionando mi mano contra un punto de mi costado.
―Sí ―resoplo―, lo hacía, un poco. ¿Es tu auto?
―No ―dice.
No deja de apoyarse en él.
―¿Y? ―dice.
―¿Y qué?
―¿Por qué me perseguías? ―dice pacientemente.
―Bueno ―jadeo―, dijiste 'Hola' y yo no te devolví el 'Hola'.
Snow se burla, es la primera vez que le veo sonreír. En realidad,
hasta ese momento no estaba segura de si tenía dientes o si se los
habían arrancado todos los puñetazos de otros boxeadores y me
sorprende ver que tiene unos dientes muy bonitos, blancos y
uniformes, y lo que es más sorprendente, tiene hoyuelos a ambos
lados de la boca.
―Es mucho problema para decir hola―dice.
―No quería ignorarte ―le digo―. Solo me sorprendió verte ahí.
Su sonrisa desaparece y su rostro se ensombrece. Se endereza,
recordándome lo extraordinariamente alto que es. Me siento como un
ratoncito a su lado.
―¿Hay alguna ley que prohíba caminar por Sadovaya? ―dice.
―Bueno, no... ―tartamudeo.
Ambos sabemos que me sorprendió porque es un barrio elegante,
lleno de turistas y estudiantes adinerados, no de gente como él.
―¿Tú... vives ahí? ―pregunto, dubitativa.
―No ―admite―. Vivo en Kupchino.
Espera que diga alguna otra estupidez, como ‘Eso es lo que me
imaginaba’, pero no voy a hacerlo.
En su lugar, le digo:
―¿Adónde vas?
Duda un momento. No parece querer decírmelo, lo que me hace
pensar que debe estar visitando a una chica o haciendo algo turbio,
pero por fin dice:
―Iba a ver el Aurora.
―¿El crucero?
―Sí ―dice a la defensiva.
Es tan extraño que casi me dan ganas de reír, pero no me arriesgaría
a ofenderlo de nuevo.
―¿Lo has visto antes? ―le pregunto amablemente.
―Unas cuantas veces ―dice.
Qué misterio tan intrigante, el Aurora es básicamente un museo
flotante, no habría considerado a Snow como alguien a quien le
gustara pasearse por museos en su tarde libre.
Me estoy dando cuenta de que no conozco a este hombre en
absoluto y que todas mis suposiciones han sido superficiales y tontas.
―¿Podría... ir contigo? ―le pregunto.
Ahora es su turno de parecer sorprendido.
―Supongo ―dice.
No es exactamente una invitación cálida, pero estoy decidida a ir,
antes de que pueda pensarlo demasiado, paso mi brazo por el suyo,
como hago con todos mis amigos cuando caminamos juntos. Por
supuesto, su brazo no se parece en nada a los de ellos; parece más
acero sólido que carne humana. Sin embargo, es cálido y su agarre es
firme.
Me gusta bastante la sensación.
Una persona es, entre todo, una cosa material, que fácilmente se rompe,
pero no fácilmente se arregla.

Ian McEwan
No estoy seguro de por qué le dije a la doctora que iba a ir al
Aurora, y menos aún sé por qué la dejé acompañarme. En cuanto
acepto, ella enlaza su brazo con el mío como si fuera un maldito
caballero, acompañándola.
Es tan extraña e impulsiva.
También tiene un corazón bondadoso, sé que me persiguió porque
se sintió mal por haberme desairado en la calle.
La compasión es peligrosa en nuestro mundo, y ahora es su mundo,
el mismo que el mío. Necesita protegerse, o será destrozada como un
cervatillo en el bosque.
Quise caminar hasta el punto de amarre permanente del crucero,
pero es un largo camino. Sasha no me parece alguien acostumbrada
a andar por toda la ciudad.
Además, no me gusta que toda la gente nos mire. Sasha va vestida
como la chica inocente que es, y yo parezco un matón. Los
compradores nos miran con desconfianza, como si fuera a llevarla a
algún sitio para asaltarla, a ella no parecen importarle las miradas,
pero no quiero encontrarme con más amigos suyos, le hago la parada
a un taxi para que nos lleve el resto del camino.
El muelle donde atraca el barco está abarrotado de gente. Aunque
todavía es invierno, el aire lleva el primer indicio de la primavera. El
sol brilla, sin una sola nube en la cúpula del cielo, que es tan claro que
parece un techo pintado.
Compro nuestros billetes.
―Puedo comprar los míos ―dice rápidamente Sasha.
Niego con la cabeza.
Esperamos en la cola para subir al barco y caminamos por la
desvencijada pasarela hasta el propio crucero. Es largo y elegante, con
tres altas chimeneas, el casco está pintado de color gris apagado, con
una franja verde a lo largo de la línea de flotación. Es tan grande que
apenas podemos sentir el movimiento del agua una vez que estamos
a bordo.
Me doy cuenta de que Sasha sigue teniendo curiosidad por saber
por qué he querido venir aquí. Sin embargo, no me cuestiona, solo
está esperando a ver.
Ella me sigue un poco, luego se deja llevar por todas las placas y
exposiciones del interior de la nave. Está estudiando, leyendo y
pasando las yemas de los dedos por todo lo que no está rodeado o
encerrado en un cristal.
Ya he visitado todo el barco antes, así que la dejo tomar la iniciativa
sobre lo que quiere ver. Empieza a corretear como una niña, a
husmear en el camarote del capitán y a intentar levantar uno de los
enormes proyectiles de artillería que hay en la cubierta, ella sonríe y
me señala cosas.
Como la noche anterior, sus emociones son contagiosas, yo también
empiezo a sentirme excitado y curioso, no sé por qué tiene ese efecto
en mí y no me importa.
No puedo evitar mirarla más que a los expositores. Está vestida de
forma diferente a la de las peleas. Ahí, ella trata de hacerse invisible,
aunque no es que le funcione, porque no puede ocultar lo hermosa
que es.
Hoy, se ve mucho más relajada.
Lleva un abrigo largo de color gris paloma con botones de madera,
debajo lleva unas botas de ante del mismo color que le llegan hasta la
rodilla. Cuando camina, puedo ver una pequeña franja de piel
desnuda entre la parte superior de las botas y la parte inferior del
abrigo, que sigue atrayendo mis ojos cuando aparece a la vista. De
alguna manera, es mucho más tentador que unas piernas
completamente desnudas.
Hoy no lleva lentes, lo que la hace parecer aún más joven. Lleva el
pelo rubio suelto de su trenza, que se extiende alrededor de sus
hombros por debajo de un gorro de punto. En la penumbra del barco,
su pelo parece casi plateado.
Me pregunto si no quiere que pague por ella porque podría parecer
una cita.
¿He llevado alguna vez a una chica a una cita de verdad?
Normalmente solo me las follo después de fiestas o peleas.
No es que no quiera follar con Sasha. Por supuesto que sí, lo quise
desde el momento en que la vi. No puedes ver a una chica tan
hermosa sin imaginarte cómo se ve desnuda, especialmente cuando
se esfuerza por ocultar el tipo de figura sobre la que los hombres
escriben canciones.
Pero hay algo en Sasha que me hace querer hacer algo más que
follarla.
Realmente quiero hablar con ella, cuando normalmente no me
gusta hablar con nadie.
Quiero saber qué está haciendo, trabajando para Krupin, y por qué
corrió detrás de mí en la calle. Quiero saber por qué es una doctora,
cuando es obvio que tiene dinero, reconocí a uno de esos chicos fuera
del café: es el hijo del ministro de Cultura. Ninguno de ellos acabará
trabajando en un hospital público, eso seguro.
Me gusta ver a Sasha deambular por el barco. Es curioso, he pasado
más tiempo estudiando cómo se mueven los hombres que las
mujeres. Sasha tiene su propio ritmo, su propio tiempo. No está
dando puñetazos, pero tiene un patrón en la forma en que inclina la
cabeza hacia la derecha mientras lee un cartel, y luego se peina con
los dedos, perdida en sus pensamientos.
Sé lo que está leyendo sin mirar por encima del hombro.
Es propaganda sobre la Revolución de Octubre, por eso el Aurora
es famoso: hizo el primer disparo que señalaba el ataque al Palacio de
Invierno, pero eso no me importa, solo hay una razón por la que
vuelvo aquí una y otra vez.
Finalmente, nos dirigimos a un pequeño y oscuro pasillo bajo la
cubierta donde están expuestas las fotos de las tripulaciones
anteriores. Tripulaciones de la guerra rusojaponesa, y luego de las
dos guerras mundiales.
Docenas de jóvenes, algunos uniformados y serios, otros riendo y
hablando o haciendo su trabajo. Las fotos fueron tomadas en la calma
que precede a la tormenta, cuando los hombres estaban entrenados,
pero aún no luchaban. Quién sabe cuáles sobrevivieron y cuáles
fueron fusilados o ahogados.
―Ahí ―le digo a Sasha, señalando una foto colgada en la pared.
Es un joven de dieciséis o diecisiete años, con la gorra plana y el
largo abrigo azul de la infantería naval soviética, con la estrella roja
en la manga. Está fumando un cigarrillo, con el pitillo apretado entre
los dedos índice y pulgar, está entrecerrando los ojos y sonriendo a la
cámara. Aunque la fotografía es en blanco y negro, se ve que tiene los
ojos azul pálido y hoyuelos a ambos lados de la boca.
Sasha mira entre la fotografía y yo, con los ojos muy abiertos.
―¿Eres un vampiro? ―dice.
Yo me río.
―Ese es mi tío.
Es mi tío abuelo, en realidad, el tío de mi madre.
Sasha examina su cara y la mía. No era grande como yo, pero por
lo demás podríamos ser gemelos.
―¿Lo conocías bien? ―dice Sasha.
Sabe que si vengo hasta aquí para ver su foto, debe significar algo
para mí. Más que el típico tío.
―Viví con él por un tiempo ―le digo.
―¿Dónde estaban tus padres? ―Sasha pregunta.
―Donde quiera que vaya la basura de los drogadictos ―digo.
En realidad, no recuerdo cómo eran mi madre y mi padre, solo
tengo la palabra de mi madre sobre quién era realmente mi padre, y
su palabra valía mucho menos que una bolsa de monedas. Así que su
cara es un misterio para mí. En cuanto a mi madre, no volví a verla
después de mi cuarto cumpleaños.
Viví con Igor durante cinco años. Cuando él murió, los vecinos me
llevaron al orfanato y saquearon su casa.
Sasha parece dolida. No la traje aquí para tratar de conseguir
simpatía, odio la compasión, en general.
―¿Esa es... la única foto que tienes de él? ―me pregunta.
Asiento con la cabeza.
En el orfanato no nos dejaban conservar ningún objeto personal.
Todo lo que tenía mi tío fue tirado o vendido mucho antes de que
yo volviera a ver su casa.
Sasha mira rápidamente a su alrededor. La nave en su conjunto está
llena de gente, visitantes, y los oficiales activos que viven en el lugar
manteniendo el crucero y dirigiéndolo como un museo. Sin embargo,
este pasillo es una de las zonas menos transitadas, remota y que no
contiene ningún artefacto aparte de las fotos. Es oscuro y apesta a
gasolina y pintura.
―Podríamos llevárnosla ―susurra Sasha.
―¿Qué?
―No hay nadie cerca, podrías llevarte la foto a casa. Así no tendrías
que venir hasta aquí para verla.
Levanto una ceja.
―Creía que eras una buena chica ―digo.
Sasha se sonroja.
―De todos modos, es como si te perteneciera ―dice.
―Más o menos ―digo.
No es una idea terrible. Mi tío era un buen hombre paciente, muy
trabajador. No era amable, exactamente, pero siempre fue justo. Me
gustaría tener algo de él.
Por otra parte, amó su tiempo en la Marina. Hablaba de ello a
menudo, especialmente en su último año o dos. Me gusta verlo
sonriendo con los otros oficiales que lo rodean. Si quito su foto, solo
habrá un espacio vacío.
―Creo que debe estar aquí ―le digo a Sasha.
―De acuerdo ―dice ella, sin ofenderse porque no haya aceptado su
sugerencia―. Probablemente tengas razón.
Ahora Sasha sabe más de mí que la mayoría de la gente, pero yo
sigo sin saber nada de ella.
Mientras desembarcamos del barco, le pregunto:
―¿Tienes hambre?
Ella sonríe.
―Podría comer algo.
La llevo a un pequeño restaurante cerca de mi apartamento y veo
que está nerviosa por venir a esta parte de la ciudad. Está muy lejos
del distrito turístico de las afueras de la cafetería Buzz, pero una vez
que prueba el pelmeni, se muestra mucho más entusiasmada.
―¡Esto es increíble! ―dice.
―Es lo mejor.
―Pensaba que nuestro chef Lyosha hacía los mejores pelmeni, pero
estos podrían ser incluso mejores, aunque nunca se lo diría.
―¿Tu chef? ―Supongo que se refiere al chef privado de la casa de
sus padres.
―Mi padre tenía un restaurante ―dice―. Todavía lo maneja él, pero
ahora le pertenece a Krupin.
Sin que yo le insista, me cuenta toda la historia. Sinceramente, me
sorprende cuando llega a la parte en la que se presentó en casa de
Krupin, sola y a altas horas de la noche. No me había dado cuenta de
que tenía ese tipo de agallas. No me sorprende en absoluto que esté
dispuesta a sacrificarse por su familia, ella tiene un corazón cálido y
es leal, eso es evidente.
Ama con todo su ser, sin guardarse nada.
¿Cómo sería ser amado por una mujer así?
Un tipo como yo nunca lo sabrá.
―¿Por qué estudiaste medicina? ―le pregunto―. ¿Por qué no te
casaste con algún ministro o banquero, con uno de tus amigos del
colegio o con uno de los hombres ricos que vienen al restaurante de
tu padre?
―¡Porque no quiero! ―dice Sasha enojada.
―¿Por qué no? ―le digo―. ¿Quieres romanticismo?
La pregunta suena burlona, aunque no es mi intención.
A Sasha no le importa.
―¡Sí, quiero romance! ―dice, sin vergüenza―. Quiero pasión, amor
y conexión, también quiero ambición y metas. Quiero lucha y
experiencia, fracaso y éxito. Lo quiero todo, hasta la última gota. No
quiero vivir y morir por nada.
La gente que conozco no habla así. Hablan de supervivencia, no de
sueños.
Sasha se inclina hacia adelante a través de la mesa. Sus profundos
ojos azules me miran, y su expresión es tan sincera que duele.
―Tú también debes tener algo ―dice―. Algo que quieres, o incluso
solo imaginas...
Tengo algo.
Nunca lo he dicho en voz alta, ni una sola vez. A nadie.
Hechos, no palabras. Mi tío solía decir eso.
Meyer tiene un lema similar, expresado a su manera: No esperes un
puto premio por un plan. Te daré una palmadita en la espalda cuando tengas
el trofeo en tus manos.
Aun así, quiero decirlo una vez para escuchar lo loco que suena.
―Quiero ir a Estados Unidos ―le digo―. Quiero luchar por el
cinturón de los pesos pesados del campeonato del CMB.
Sasha no se ríe, ni siquiera se burla.
―¿En dónde está? ―dice―. ¿Dónde es el campeonato?
―Este año es en Las Vegas ―le digo―. A veces es en otros lugares.
―¿Qué es el WBC? ―pregunta―. Explícamelo todo.
―Bueno, no hay solo un título mundial de peso pesado ―le digo―.
Aquí está la Federación Rusa de Boxeo, y luego, a escala
internacional, tienes la Asociación Mundial de Boxeo, el Consejo
Mundial de Boxeo, la Federación Internacional de Boxeo y la
Organización Mundial de Boxeo, todos con sus propios cinturones. Si
realmente quisieras llamarte campeón, tendrías que conseguir los
cuatro títulos.
―¿Y qué tiene de especial el campeonato del CMB? ―pregunta.
Me encojo de hombros.
―Es un clásico. Cuando me lo imagino, eso es lo que veo: yo
luchando por el cinturón del CMB en el Madison Square Garden,
como hicieron Muhammad Ali y Joe Frazier.
Ella se sienta en silencio, como si estuviera imaginando lo mismo
en su mente, sopesando mis posibilidades. ¿Es un sueño o solo una
fantasía?
Después de un momento, asiente con la cabeza, lentamente.
―Puedo verlo ―dice―. Pero entonces, ¿por qué luchas en la
clandestinidad?
―Necesito el dinero ―le digo―. Si gano todo este torneo con
Krupin, eso será suficiente dinero para irme a Nueva York. Podría
entrenar ahí, obtener mi licencia y empezar a trabajar en las ligas
legales.
Sasha asiente de nuevo, mordiéndose el labio.
―Yo también pensaba que me gustaría ir a Estados Unidos ―dice―.
Los médicos son como celebridades ahí. ¿Has visto alguna vez al
Doctor Oz?
Niego con la cabeza.
Sasha se ríe.
―¿No ves nunca la televisión? ―dice.
―No mucho ―admito―. Pero me gusta el cine.
Hablamos un rato de nuestras películas favoritas. Sasha me cuenta
cómo su hermana tomaba el tren a Moscú para visitarla durante el
Festival de Cine, y yo le cuento cómo Boom Boom y yo nos unimos
por primera vez en torno a las películas de deportes, ya que yo adoro
infantilmente el triunfo de los desvalidos, y Boom Boom ama todo lo
americano.
Nuestros platos están vacíos, el mesero empieza a rondar,
preguntándose si vamos a pagar la cuenta.
No quiero hacerlo, porque entonces esta tarde habrá terminado y
no creo que pueda volver a suceder. El hechizo se romperá, Sasha
volverá a la casa elegante en la que vive, en cualquier barrio elegante
y volveremos a ser como antes.
―¿Cómo supiste de este lugar? ―me pregunta Sasha, apartando por
fin su plato.
―Vivo justo ahí.
Señalo mi edificio de apartamentos al otro lado de la calle, visible a
través de la ventana frontal del restaurante.
―Oh ―dice ella.
Es un edificio feo: de ladrillo marrón manchado, con tiendas en la
planta baja y un revoltijo de pisos diminutos en la parte superior.
Todo el barrio es feo. Kupchino es como una isla encallada entre una
zona industrial, las líneas de ferrocarril y la carretera de
circunvalación del sur. No tiene estación de metro ni apenas servicios,
son solo un montón de horribles edificios de bloques de los años 70,
y un legado de violencia y delincuencia.
Sasha hace bien en evitarla, probablemente no debería haberla
traído aquí.
Sin embargo, sigue mirando por la ventana, viendo mi edificio.
―¿Podría... verlo? ―me pregunta vacilante.
Con cualquier otra chica, lo tomaría como una invitación, pero no
creo que ella esté considerando eso. Tiene curiosidad por mí, igual
que yo por ella.
Somos como ciudadanos de dos países diferentes, capaces de
hablar el mismo idioma, pero todavía extranjeros el uno para el otro.
Ella insiste en pagar la comida, ya que yo compré las entradas para
el museo. La veo contar los billetes de su cartera, se queda corta y
busca el cambio en su bolso.
―Un momento ―le dice al mesero, con la cara roja―. Estoy segura
de que tengo otros diez.
―Sasha ―le digo suavemente―, por favor, déjame pagar.
Pago toda la cuenta y vuelvo a meter sus rublos en el bolso antes
de que pueda discutir.
―Gané mis peleas, recuerda ―le digo―. Soy prácticamente rico.
Supongo que, desde cierta perspectiva, soy más rico que la familia
de Sasha. Le deben a Krupin una asombrosa suma de dinero, puede
que yo no tenga mucho, pero al menos no le debo nada a nadie.
He tomado muchas decisiones estúpidas a lo largo de los años, pero
la única cosa que juré que nunca haría es endeudarme con la Bratva.
Una vez que son tus dueños, es mejor que te suicides porque tu vida
como hombre libre ha terminado.
Por supuesto, no me gusta verlo tan insensiblemente cuando se
trata de Sasha, no quiero que su vida se acabe.
Me sigue al otro lado de la calle. Ahora es ella la que destaca,
atrayendo miradas hacia su caro abrigo, sus botas y su bolso, parece
tan fuera de lugar como yo en Sadovaya. Veo a un par de tipos duros
de la calle que la miran, pero mientras camino a su lado, no se atreven
a intentar arrebatarle el bolso, ni siquiera a llamarla.
Tenemos que subir seis tramos de escaleras hasta mi piso porque
no hay ascensor. Soy consciente de lo mohoso y húmedo que es el
hueco de la escalera. Cuando estoy solo, no presto atención a estas
cosas, pero con ella, no puedo evitar ver lo feo y destartalado que
debe parecer a sus ojos. Abro la puerta de mi apartamento y la dejo
entrar primero.
El piso es pequeño y oscuro, y su única ventana da al estrecho
callejón. Las paredes están desnudas, no tengo libros, ni obras de arte,
ni alfombras, ni ninguna de las cosas a las que seguro que Sasha está
acostumbrada. Probablemente parezca una celda de prisión.
Ella mira a su alrededor, asimilándolo. No tarda mucho, porque es
muy pequeña.
―Eres tan ordenado ―dice, volviéndose para sonreírme―. No como
mi hermana. Su habitación es como uno de esos libros de ¿Dónde está
Waldo? ¿Los conoces?
Sacudo la cabeza.
―Son un gran revoltijo de objetos y personas, y se supone que
tienes que encontrar a ese hombrecito llamado Waldo... en fin, la
habitación de Mila se parece a eso, es como si pudiera esconder a toda
una persona en ella ―se ríe.
―Sin embargo, tú no eres desordenada ―digo.
―¿Cómo lo sabes?
Me encojo de hombros.
―Tú eres la responsable, siempre cuidando de los demás.
―Así es ―dice Sasha, sorprendida.
Ella suspira.
―Es agotador... a veces me gustaría que alguien más tomara el
turno.
A diferencia de ella, yo no tengo un hueso protector en mi cuerpo.
Pero en ese momento, mirando su rostro pálido, y sus grandes ojos
azules con la mancha de ojeras de todas sus noches de trabajo para
Krupin, pienso que eso podría cambiar. Siento un fuerte deseo de
cuidar de ella, de protegerla.
Ella merece tener un campeón.
Sin quererlo, nos hemos acercado el uno al otro en el centro de la
habitación. Mi piso es solo un estudio: el salón y el dormitorio son un
solo espacio, con un tabique bajo que cierra la cocina. Mi cama está a
pocos metros, con las sábanas bien puestas y echadas hacia atrás,
como nos enseñaron a hacer en el orfanato.
Veo que los ojos de Sasha se abren de par en par al darse cuenta de
que ahora estamos solos. Durante todo el tiempo que hemos estado
juntos hoy, se ha olvidado de tenerme miedo, ahora recuerda que soy
mucho más grande y fuerte que ella, y que no me conoce en absoluto.
No quiero asustarla.
Pero me apetece tocarla.
Me acerco un paso más.
Ahora puedo oler ese delicado perfume que se desprende de su
piel, como las flores de lila en primavera cuando la lluvia cae sobre
ellas, algo que solo he olido unas pocas veces viviendo en lo profundo
de la ciudad. Sin embargo, no lo olvidas.
Al igual que no creo que pueda olvidar nunca el suave color rosa
de los labios y las mejillas de Sasha, junto al azul intenso de sus ojos.
Me gustaría grabar más imágenes en mi cerebro...
Específicamente, quiero ver cómo es ella bajo ese abrigo...
Los labios de Sasha se separan y respira profundamente, como si
estuviera a punto de sumergirse en el océano.
Esa es toda la invitación que necesito.
Inclino la cabeza para besar esos labios suaves y carnosos.
Tengo la intención de ser suave, de verdad, pero en el momento en
que mis labios se encuentran con los suyos y mi lengua se desliza
entre sus labios para probar su boca, mi lujuria se multiplica por diez.
Es como la forma en que el primer bocado de comida puede
encender tu hambre. En cuanto la pruebo, quiero devorarla.
La agarro por los hombros y aprieto su cuerpo contra el mío. La
beso más fuerte y más profundamente, forzando mi lengua hasta el
fondo de su boca. Introduzco mi mano derecha en su pelo rubio
platinado que se enrosca entre mis dedos, fino como la seda de una
araña.
Con la mano izquierda, empiezo a desabrochar los botones de
madera de su abrigo.
Quiero arrancarle la ropa y lo haría si ese abrigo no fuera tan
condenadamente caro. En lugar de eso, me obligo a desabrochar cada
botón por turnos.
Cuando llego al tercero desde el cuello, Sasha pone su mano sobre
la mía.
―Espera ―jadea―. Yo... debería decirte algo...
Su mano está apretada sobre la mía, casi temblando. Está nerviosa...
Me doy cuenta de la verdad sin que lo diga.
Ella es virgen, es obvio por su timidez y por la forma en que me
toca, luego retira las manos y vuelve a tocarme. No sabe qué hacer.
Realmente es una buena chica, como dije.
Es probablemente la única cosa que podría darme una pausa. Esto
no es una mamada de callejón, no para ella.
Tampoco para mí.
―¿Quieres parar? ―le pregunto.
Duda. Veo sus mejillas sonrojadas y su respiración acelerada, desea
esto tanto como yo.
―No ―dice―. No pares.
Se pone de puntillas para volver a besarme.
Le desabrocho el abrigo hasta el final y se lo quito de los hombros,
debajo lleva un vestido de lana que también tiene botones. Si me
torturaran por toda la eternidad, los demonios del infierno
envolverían a Sasha en interminables capas de ropa con cientos de
botones.
El único consuelo es que cada uno que desabrocho revela otro
centímetro de su cremosa piel. Primero su garganta, luego su
delicado esternón, después la hinchazón de sus pechos que son más
grandes de lo que hubiera imaginado. Llego a las copas de encaje de
su sujetador, de un color rosa antiguo, un poco más oscuro que sus
labios.
Tres botones más y sigo la línea central hasta el ombligo, y luego
hacia las bragas de encaje a juego que son finas como el papel, pero
probablemente más caras que cualquier cosa que yo tenga. ¿Cómo
aprenden las mujeres de clase alta a vestirse tan perfectamente, hasta
la ropa interior? Está muy lejos de las bragas de nailon baratas y
brillantes que suelo ver, si es que las chicas llevan ropa interior.
Todo en Sasha está perfectamente arreglado y tiene clase, desde el
pelo hasta la pedicura. Todo lo que tiene parece nuevo, sin ningún
rasguño en su bolso o en sus botas. Su jabón y su perfume huelen
caros y su piel está impecable.
En cambio, cuando me despojo de su vestido por fin y le pongo las
manos en la cintura, veo que mi piel es mucho más oscura y áspera,
por no hablar de que está cubierta de tatuajes. Soy un libro de
biblioteca que ha sido dibujado por todas partes, mientras que el lomo
de Sasha ni siquiera ha sido agrietado.
Tal vez debería avergonzarme de las diferencias entre nosotros.
Pero ella no lo hace, me examina igual, me quita el abrigo y la
sudadera con capucha y me pasa las manos por el pecho y los brazos.
Las yemas de sus dedos se detienen en mis tatuajes, como si nunca
hubiera visto uno de cerca. Traza sus líneas, y luego inclina la cabeza
hacia mi pecho y pasa la lengua por mi piel.
Eso hace desaparecer cualquier duda que pudiera tener.
No puedo quedarme aquí, al lado de esta preciosa chica con su
escasa lencería, su cuerpo exuberante y maduro, preguntándome si
realmente merezco tocarla o no.
El instinto se impone, la levanto y la llevo a mi cama.
Sonará imposiblemente ingenuo decir que ni siquiera estaba
pensando en el sexo cuando pedí ver el apartamento de Snow. Estaba
atrapada en el descubrimiento de este hombre, que no era para nada
lo que esperaba la primera vez que puse mis ojos en él.
La primera vez que lo vi, sinceramente me horrorizó. Parecía el más
grande y bruto de todos los boxeadores, era la personificación de todo
lo que me aterrorizaba del ring de boxeo clandestino de la Bratva.
Encontrarlo perspicaz, gentil, incluso amable... parecía imposible.
Me intrigaba.
Todo el día ocurrió tan rápido e impulsivamente que me arrastró.
Antes de darme cuenta, estoy dentro de su piso, que es diminuto,
pero increíblemente limpio y bien organizado, casi como un cuartel
militar. No hay ni un solo plato en la encimera o en el fregadero de la
pequeña cocina. La cama está hecha con precisión geométrica, podría
haberla encontrado fría y estéril, pero con Snow estoy aprendiendo
rápidamente que el frío exterior es solo su caparazón. Por debajo, hay
mucho más en él.
Este punto se hace más evidente cuando me toma en sus brazos y
me besa. No es un beso a tientas como los pocos que he recibido antes,
esos eran besos de chicos.
Snow me besa como un hombre. Me saborea, me explora y sobre
todo, está tomando posesión de mí. Aquellos otros chicos eran como
compradores en una tienda, hurgando y pinchando. Con Snow es
como me tomara y me llevara a casa.
Sus gruesos brazos me rodean. Son totalmente irresistibles, podría
partirme por la mitad si los apretara un poco más.
Su boca es caliente e insistente, su lengua se adentra en mi boca y
siento que mis labios se calientan y se hinchan en respuesta. Mis
labios y mi lengua se vuelven tan sensibles que esos pocos
centímetros de piel parecen proporcionar un acre de sensaciones.
Él empieza a desabrocharme el abrigo y me duele, anhelo que
deslice esas pesadas manos dentro y las deslice a lo largo de mi
cuerpo.
Solo entonces recuerdo que lo que sucede a continuación no me ha
ocurrido nunca, salvo en mi imaginación.
No tengo ni idea del sexo.
Tuve novios en la escuela, pero todos ellos sabían lo buena que era,
nunca intentaron nada más allá de meterme una mano en la camisa,
que yo solía apartar de un manotazo.
En la universidad estaba dispuesta a ir más allá, pero nunca tuve
ningún novio. No tenía tiempo para salir, no con el incesante horario
de clases y exámenes.
Si me hubiera imaginado mi primera vez, no habría sido en un
apartamento de mala muerte, en uno de los peores barrios de la
ciudad, con un boxeador todavía magullado y golpeado por su última
pelea. Por el amor de Dios, ¡ni siquiera sé su verdadero nombre! No
puede ser Snow.
Pero creo que sus labios deben tener algún tipo de afrodisíaco,
porque estoy excitada como nunca antes en mi vida. Me está
volviendo loca lo mucho que deseo a este hombre.
Tal vez sea biológico; sé más sobre los impulsos sexuales que sobre
el sexo real, la última parte lógica de mi cerebro me dice que solo
quiero a este hombre porque es el espécimen más grande, más fuerte
y más viril que he visto nunca.
He leído los estudios sobre la atracción sexual, sé que la altura de
Snow, su proporción entre cadera y cintura, su masa muscular y su
simetría, son señales silenciosas para mi cerebro, y eso sin mencionar
las cosas intangibles como lo jodidamente fantástico que huele, lo
noté por primera vez cuando le cosí la cara, estaba empapado de
sudor por la pelea y no llevaba colonia. Sin embargo, cuanto más
cerca estaba de él y más inhalaba el aroma de su piel, más fuerte me
martilleaba el corazón contra el esternón.
Todo esto lo sé. Sin embargo, ser consciente de algo no es lo mismo
que ser capaz de resistirlo. Me siento débil de anhelo por él, sea lo que
sea que quiera de mí, como sea que lo quiera, solo puedo decirle que
sí.
Me levanta y me deja en su cama, termina de despojarse de la
camiseta de tirantes que llevaba debajo de la sudadera y la deja caer
sin contemplaciones en el suelo.
Dios mío, ese cuerpo...
Es músculo sobre músculo sobre músculo.
Tiene los pectorales lisos y planos del tamaño de un plato de
comida, sobre una pila de abdominales que me hacen desear frotar
mi lengua por todos y cada uno de los surcos. Su piel es lisa y
ligeramente bronceada, sin pelo, como la mayoría de los rusos del
norte. Tiene tatuajes en los hombros, los brazos y el pecho,
demasiados para ver cuáles son individualmente. Creo que veo un
santo, unas letras góticas y un pájaro.
Su cintura es tan estrecha que sus pantalones de deporte casi le
cuelgan. Debajo de su ombligo tiene apenas un poco de pelo, que baja
por debajo de la cintura...
Ya lo había visto sin camiseta antes, pero eso fue en público. Es muy
diferente cuando se cierne sobre mí y yo solo llevo un conjunto de
sujetador y bragas de encaje. Gracias a Dios, hoy me he puesto ropa
interior bonita y no el conjunto de algodón descolorido que llevaba
ayer.
A Snow parece gustarle porque me mira de arriba a abajo,
mostrando el más mínimo indicio de hoyuelos a ambos lados de su
boca.
Él extiende sus grandes manos y agarra mi bota de ante. Primero
abre la cremallera de la bota izquierda y luego la de la derecha,
sacándolas de mis pies. Luego me quita también los calcetines.
Ahora estamos en el nivel que nunca he pasado antes. Ningún
hombre me ha visto nunca desnuda, mi nerviosismo por esto casi
supera mi ansiedad por el acto que sigue.
Snow engancha sus dedos índices bajo la cintura de mis bragas y
las desliza por mis piernas. Ahora mi coño está completamente
desnudo a su vista, bajo su mechón de pelo dorado.
Snow me rodea, haciéndome creer que va a subirse encima de mí.
Siento que sus dedos desatan hábilmente el cierre de mi sujetador y
también me lo quita, dejándome completamente desnuda.
Se aparta para admirarme.
Impulsivamente, quiero cubrirme los senos con las manos, pero eso
sería ridículo. En lugar de eso, intento mantener mi respiración
tranquila mientras sus ojos azules como el hielo recorren todo mi
cuerpo.
―Sasha ― dice en voz baja―. Nunca he visto nada tan hermoso.
Siento que me sonrojo, el color recorre mis mejillas, hasta llegar a
mi pecho desnudo.
―Ya he probado tu boca, ahora probaré el resto de ti ―dice.
Antes de que pueda protestar, me levanta las piernas para que mis
pantorrillas queden por encima de sus hombros, con los talones
apoyados en su ancha espalda. Sus manos me agarran por las caderas
y acercan mi coño a su boca. Me separa los labios inferiores con la
lengua y empieza a lamerme donde nunca me habían tocado.
Dios mío. Si fuera poeta, escribiría cien sonetos sobre el placer de
ese momento. Me he tocado antes, pero al igual que las cosquillas, es
un pobre sustituto de lo real.
El calor, la humedad y la suavidad de su lengua son nada menos
que eufóricos. Me empapa tan instantáneamente que, por un
segundo, temo haberme mojado.
Está lamiendo, frotando y tanteando con su lengua, encontrando
zonas de sensación que ni siquiera sabía que existían. Al igual que
hizo en el ring de boxeo, rastrea cada retorcimiento de mi cuerpo,
encontrando mis lugares más vulnerables y golpeándolos una y otra
vez.
Sé que debería estar callada: desde el interior del apartamento oigo
a sus vecinos en el pasillo, lo que significa que ellos también pueden
oírme, pero no puedo contener los jadeos y gemidos que está
arrancando de mi cuerpo.
Es implacable, aumenta la velocidad y la presión por momentos.
Puedo sentir lo que he sentido antes, un clímax que crece y se
construye dentro de mí. Si lo que yo me provocaba fue un petardo,
Snow está detonando una bomba atómica. El orgasmo me atraviesa
el cuerpo y me destruye como un golpe de gracia.
Me acuesto en la cama, jadeante y débil.
Snow se acuesta de lado junto a mí, observando cómo mis senos
suben y bajan con cada respiración.
―¿Le gusta eso, doctora Drozdov? ―se burla de mí.
―Sí ―jadeo―. Me gusta.
Vuelve a meter la mano entre mis muslos y desliza suavemente un
dedo dentro de mí. Todavía estoy tan hinchada y sensible que me
hace temblar, pero él puede sentir lo mojada y relajada que estoy.
―Creo que estás lista para más ―dice.
No puedo creer que esté haciendo esto.
Ahora se quita los joggers y los calzoncillos.
He visto hombres desnudos antes, en un entorno clínico.
Nunca vi un espécimen como este.
Su polla es gruesa y pesada, está colgando hasta la mitad de su
muslo interno, es tan venosa como su antebrazo y con una cabeza que
parece un puño.
Es honestamente aterradora.
No hay manera de que entre dentro de mí.
Él la acaricia con su mano, llevándola a su máxima dureza.
Oh, Dios mío, es aún más grande de lo que pensaba, sobresale de
su cuerpo como un ariete. Esa polla me va a matar.
Se sube encima de mí, es tan pesado que siento que la cama se
hunde bajo su peso. Con una mano, coloca la cabeza de su polla en
mi entrada.
―Se... se cuidadoso ... ―le ruego.
―No se preocupe, doctora ―me susurra al oído―. Yo te cuidaré.
Le creo. Mi corazón acelerado se ralentiza un poco, cierro los ojos
y vuelvo la cara contra su cálido cuello, respirando su embriagador
aroma masculino.
Empieza a empujar dentro de mí. Al principio, siento que hay una
barrera sólida ahí abajo, como si no fuera a abrirse para él, pero luego,
centímetro a centímetro, empieza a deslizarse dentro de mí.
Todavía estoy nerviosa y aprieto demasiado, intento respirar
profundamente para poder relajarme.
Snow es paciente, se detiene un momento y vuelve a besarme. Sus
labios se mueven sobre los míos y luego bajan por el lado de mi cuello,
se siente tan bien. Sin quererlo, arqueo la espalda y muevo las
caderas, atrayendo un poco más de él en mi interior.
Él sigue besándome, entrelazando sus dedos con los míos, donde
mis manos se apoyan en la almohada a ambos lados de mi cabeza.
Puedo sentir los callos de sus manos y sus enormes nudillos más
duros que el hierro.
Se desliza los últimos centímetros, de modo que su cuerpo queda
apretado contra el mío, con mis piernas envueltas alrededor de sus
muslos. No hay un dolor agudo ni un desgarro como temía, pero me
siento estirada y llena al máximo. Ahora que está dentro me da miedo
que se mueva, como parece percibirlo, Snow se queda quieto, dejando
que me acostumbre a él.
Solo cuando me he relajado de nuevo, empieza a introducirse y a
salir de mí lentamente, muy lentamente. Lo hace superficialmente, un
poco cada vez. Crea una sensación diferente a todo lo que he sentido
antes: es una fricción que es casi como rascarse el tipo de picor más
molesto, pero es mucho más placentero que eso. Crea un calor, un
dolor en lugares que apenas sabía que existían.
Pronto me muevo con él, apretando los muslos y agarrándome a su
ancha espalda para poder seguir su ritmo. Cuanto más me muevo,
más aprieto a su alrededor y más intensa es la sensación.
Sigo adelante, apretando más fuerte y rápido. Siento que se está
gestando otro clímax, pero éste es diferente a todos los que he tenido
antes. Este viene de lo más profundo de mí, no se centra únicamente
en mi clítoris, sino que irradia por todo el contorno y por la pared
interior, donde la pesada cabeza de la polla de Snow se frota y roza
contra mí.
Cuanto más aumenta, más desesperada estoy por llegar al límite.
Se siente tan bien y tan intenso que siento que podría morir si algo
nos interrumpiera en este momento.
Creo que él siente lo mismo, porque me penetra cada vez con más
fuerza, tan implacable como una locomotora. Está gruñendo y
jadeando, aumentando su propia liberación.
Creo que el edificio de apartamentos podría derrumbarse a nuestro
alrededor y no nos detendríamos.
Le clavo los dedos en la espalda, sujetándolo con toda la fuerza que
puedo, pero es tan grande que no puedo rodearlo por completo.
Puedo sentir los músculos de su espalda flexionándose mientras me
empuja, ya no me asusta su tamaño y su fuerza, me impresiona y me
transporta.
Empiezo a correrme de nuevo.
Dios mío, la intimidad de ese orgasmo... una cosa fue correrme con
Snow entre las piernas, otra cosa es hacerlo con sus labios apretados
contra los míos, nuestras bocas abiertas, y nuestro aliento entrando y
saliendo de los pulmones del otro. Lo estoy saboreando, oliendo el
aroma de su piel. Está dentro de mí, sintiendo las contracciones de mi
coño alrededor de su polla, puedo sentir el clímax desgarrando cada
músculo de mi cuerpo mientras me agarro a él con todas mis fuerzas.
Justo cuando empiezo a descender de las exquisitas alturas, Snow
empieza a correrse él mismo y puedo ver cómo se repite todo, como
si el placer fluyera de mi cuerpo al suyo. Deja escapar un largo
gemido, se pone rígido y da un último y profundo empujón dentro
de mí. Siento una oleada de calor y humedad cuando explota. Me
sorprende lo claramente que puedo sentir esto y también me
sorprende lo mucho que me gusta. Es increíblemente erótico
compartir esta última cosa con el otro. Él bombea tres o cuatro veces
más, sacando hasta la última gota.
Solo entonces sale de dentro de mí, aunque sigue abrazándome con
fuerza.
Nos acostamos uno al lado del otro, todavía respirando como si
hubiéramos corrido por la calle.
El brazo de Snow me rodea y mi mejilla se apoya en la parte
superior de su pecho. Oigo los latidos de su corazón y el aire que entra
y sale de él con cada respiración.
Por primera vez desde que volví a San Petersburgo, me siento
segura y en paz. Sé que probablemente sea la oxitocina que inunda
mi cuerpo, pero no me importa, solo deseo que este momento dure
para siempre.
Sin embargo, se interrumpe cuando mi teléfono empieza a zumbar
en el bolsillo de mi abrigo, al otro lado de la habitación donde lo
abandoné en el suelo.
Sé sin mirar que es Yakov.
Ojalá me enviara un mensaje de texto en lugar de llamarme, odio
hablar con él.
Salto de la cama y saco el teléfono del montón de abrigos
arrugados.
―¿Sí? ―digo rápidamente.
―¿Por qué has tardado tanto? ―dice Yakov.
Fue solo un minuto, pero le gusta molestarme.
―He dejado el teléfono ―le digo.
―Pues no lo dejes ―me responde.
Está hablando tan alto que Snow puede oírlo, incluso desde la
cama. Snow está sentado contra las almohadas, mirándome. Veo que
frunce el ceño ante el tono de ladrido de Yakov.
―¿A dónde necesitas que vaya? ―le digo a Yakov, obligándome a
no responder a su grosería.
―Te lo mandaré por mensaje ―dice―. No lleves nada que no
quieras ensuciar.
No me gusta nada cómo suena eso.
Una vez colgado el teléfono, le digo a Snow:
―Lo siento, tengo que irme.
―¿Era Yakov? ―pregunta Snow.
―Sí.
―¿Siempre te habla así?
―Sí ―digo, y me apresuro a añadir―: Pero no pasa nada. Es un
imbécil, pero lo ignoro.
―¿No te molesta de ninguna otra manera? ―dice Snow.
―Bueno... ―Recuerdo el día que me agarró y tuve que amenazarlo
con las tijeras―. No ―digo―. Normalmente no.
Snow frunce aún más el ceño al verme dudar.
No quiero que se meta en problemas, no tiene que protegerme de
Yakov, solo porque nos liamos una vez. Sinceramente, tampoco
quiero que me meta en problemas.
―No te preocupes ―le digo―. No es nada. Estoy bien, todo está
bien.
Intento vestirme de nuevo, tan rápido como puedo. Me alivia ver
que no me he ensuciado demasiado; no hay sangre, gracias a Dios.
Estoy un poco adolorida, pero nada que me impida hacer el horrible
trabajo que Yakov tiene reservado para mí.
Snow también se levanta de la cama y se pone los calzoncillos.
―¿Quieres que vaya contigo? ―pregunta.
―¡No! ―le digo―. Eso no es necesario, de hecho...
Dudo. No sé cómo decirlo.
―Realmente disfruté... lo que pasó. Disfruté de todo el día, en
realidad, pero no espero nada de ti. No creas que yo... solo porque no
lo haya hecho antes... de todos modos, no me debes nada, y creo que
es mejor que Yakov, Krupin y los demás no lo sepan. No es que haya
nada que saber...
Siento que mi cara se pone roja, estoy tartamudeando como una
idiota.
Snow se limita a observarme, tranquilo y sin sentir vergüenza en
sus calzoncillos, él espera a que termine y luego asiente con la cabeza.
―Estoy de acuerdo ―dice―. Es mejor que Krupin y sus hombres no
lo sepan, será más seguro para ti.
Snow entiende. Una mujer tiene que ser una fortaleza alrededor de
cierto tipo de hombre. Si creen que hay un agujero en la pared,
entonces todos querrán entrar.
―Y ―añade Snow―, también disfruté el día de hoy.
Ahora me sonrojo aún más, pero por una razón diferente.
La idea de que Snow y yo salgamos juntos es imposible, por cientos
de razones. No puedo involucrarme románticamente con nadie en
este momento, y menos con un boxeador.
Salir con él fue algo de una sola vez, una forma de desahogarme
ante la inmensa presión que he estado experimentando.
Lo sé, lógicamente.
Sin embargo, la parte irracional e inmadura de mí, la parte de mí
que aún no ha aceptado del todo mi nueva realidad, está viva y
coleando. Y esa parte de mí amó cada minuto del día que pasamos
juntos, y esa parte de mí quiere más.
Sin embargo, esa parte no puede ser satisfecha.
Termino de vestirme tan rápido como puedo, abotonando mi
abrigo de lana gris y subiendo la cremallera de mis botas. Yakov dijo
que no me pusiera nada elegante, pero, por desgracia, no tengo
tiempo de ir a casa a cambiarme.
Snow también se ha vestido, se ha subido la cremallera de la
capucha y se ha metido las llaves en el bolsillo.
Me abre la puerta del apartamento.
―Esperaré el taxi contigo ―dice.
Mientras nos dirigimos al pasillo, veo que uno de sus vecinos
asoma la cabeza por la puerta y la vuelve a cerrar rápidamente.
―Espero que no nos haya oído ―digo―. Aunque quizá esté
acostumbrado a ello. Seguro que ha visto entrar y salir a muchas
chicas.
Lo digo burlonamente, sabiendo que es imposible que Snow sea
tan inexperto como yo, a un tipo con un cuerpo así nunca le faltará la
atención femenina.
Snow se limita a negar con la cabeza.
―Eres la única chica que he traído a mi apartamento ―dice.
Lo dice con tanta calma y firmeza que estoy segura de que está
diciendo la verdad.
Sin embargo, no tengo ni idea de lo que significa.
No hay tal cosa como una lucha justa. Todas las vulnerabilidades deben
ser explotadas.

Cary Caffrey
Veo a Sasha subir al taxi, me dedica una pequeña sonrisa y me
saluda con la mano mientras se aleja, aunque sé que teme encontrarse
con Yakov.
El sonido de su voz sarcástica por teléfono me hace hervir la sangre.
Además, estoy seguro de que ha hecho mucho más que ladrarle. Es
imposible que ese jodido asqueroso no se le haya insinuado a una
chica tan guapa. Probablemente más de una vez.
Sasha no me pertenece solo porque me acosté con ella una vez.
Así que, nada de esto debería ser de mi incumbencia.
Pero no puedo dejar de pensar en eso, horas después de que ella se
haya ido. Me preocupa a dónde la lleva Yakov, y lo que espera que
haga.
Sasha no está acostumbrada al mundo de la Bratva. No fue criada
en él, puedo asegurar que la horroriza y le repugna, y también es
peligroso. Más para ella que para un gánster de verdad, no es una
Bratva. Cuando se meta en problemas, nadie estará ahí para sacarla.
Nada de esto es mi problema, no debería estar pensando en eso, no
debería haber pasado tiempo con ella.
Es solo buscar problemas conocer a esta chica, desarrollar simpatía
por ella.
¡Y tomar su virginidad! ¿En qué diablos estaba pensando?
Nunca me he follado a una virgen.
Ella no parece del tipo pegajoso, pero crea un vínculo, lo quieras o
no.
También hay otro problema.
En realidad, realmente lo disfruté.
Incluso mientras me digo a mí mismo que no debería volver a
hablar con ella si la veo en las peleas, simultáneamente me imagino
lo que quiero hacer si vuelvo a tenerla a solas. Cómo quiero tocarla y
saborearla de mil maneras diferentes...
Su inexperiencia me intriga, apenas ha arañado la superficie del
sexo placentero. Cómo me gustaría ser el primero en explorar ese
universo con ella...
Sin embargo, no puedo hacerlo, ella le pertenece a Krupin, y
aunque no creo que su interés en ella sea sexual, es de su propiedad.
No le gustará que me entrometa con su doctora.
No debería haberme acostado con ella. Si lo supiera,
probablemente esperaría un pago, como lo haría con una de las putas
de sus burdeles.
No puedo encariñarme con Sasha, no tengo control sobre su futuro
o destino, eso está en manos de Krupin.
Además, tengo que concentrarme en mis peleas. Cada una va a ser
más difícil que la anterior, con apenas un descanso entre ellas. La
herida sobre mi ojo está lejos de estar curada, y pasado mañana
volveré a subir al ring. Esta vez me enfrentaré a Ojo Negro.
Ojo Negro Bulari recibió su apodo porque le dan una paliza en cada
combate, pero no se hunde. Ha perdido la mitad de sus dientes y tiene
un mal caso de oreja de coliflor en el lado derecho. Cada vez que lo
veo, luce una nueva cicatriz o su característico ojo morado. Sin
embargo, tiene un sólido récord de 20-6. Es un guerrero con sangre y
agallas.
No estoy seguro de cómo será nuestra pelea. De todos los
contendientes, él me ha visto boxear más que nadie, excepto quizás el
Rabino, así que está familiarizado con mi estilo, incluso él mismo
entrenó con Meyer hace un par de años. Además, hay algo
desmoralizante en un boxeador que no se rinde, o bien tienes que
machacarlos hasta la sumisión sangrienta, con la preocupación de
que los vayas a matar, o te arriesgas a que vuelvan a aparecer y te
noqueen cuando menos lo esperas, cuando crees que están
derrotados.
Ojo Negro lo ha hecho más de una vez con otros idiotas.
Trato de abrocharme el cinturón y entrenar. Me levanto temprano
a la mañana siguiente y llego al gimnasio cuando Meyer todavía está
en bata. No está impresionado, se da cuenta de que estoy distraído.
Estoy preocupado por el trabajo por el que Yakov llamó a Sasha
para que hiciera. ¿Por qué dijo que se iba a ensuciar? Me gustaría
poder enviarle un mensaje de texto, solo para asegurarme de que ha
vuelto bien.
―¡Oye! ―grita Meyer, dándome un fuerte golpe en un lado de la
cabeza con la almohadilla que lleva en la mano―. Presta atención,
tupoy.12 Si yo fuera Ojo Negro, te tocaría la puta campana.
―Ojo Negro no es tan rápido como Meyer el Despiadado ―me
burlo de él.
―Oh, que se jodan tus halagos ―resopla Meyer―. Sé que soy viejo
y lento, y tú tienes la cabeza en las nubes. ¿Cuál es tu problema? ¿Te
quedaste despierto hasta muy tarde?
Sacudo la cabeza, golpeando las almohadillas una y otra vez
mientras Meyer las sostiene en diferentes combinaciones. Intento
mantenerme concentrado, tratando de no pensar en nada más que en
anticipar su próximo movimiento.

12
Estúpido, en ruso.
Pero antes de darme cuenta, estoy recordando el brillo plateado del
pelo de Sasha en la tenue luz del barco, el brillo travieso de sus ojos
azules cuando dijo: No hay nadie cerca. Podrías llevarte la foto a casa...
No tomé la foto, pero me la llevé a ella a casa, en su lugar. Entonces
la desenvolví como un regalo de Navidad, revelando su hermosa y
cremosa piel, sus suaves y llenos senos, su esbelta cintura y su
apretado coño que nunca había sido tocado antes de que yo le metiera
la lengua...
¡SMACK!
Meyer me golpea de nuevo, incluso más fuerte esta vez.
―¿Qué mierda te pasa? ―gruñe.
―Necesito un trago ―digo, quitándome los guantes.
Agarro mi botella de agua y me la bebo de un trago, vertiendo la
última pulgada de agua que queda sobre mi cara ardiente.
Me van a masacrar en el cuadrilátero si no consigo recomponerme.
―Será mejor que me digas qué pasa ―dice Meyer furioso―. ¿Has
estado bebiendo? ¿Fumando sornyak13?
―No ―digo, negando con la cabeza.
―¿Qué es entonces?
De ninguna manera le voy a decir a Meyer que una chica me ha
hecho perder la cabeza, especialmente no una chica que trabaja para
Krupin.
―Solo estoy cansado ―le digo―. Son muchas peleas seguidas.
Sigue mirándome con desconfianza.
―Vamos de nuevo ―le digo―. Ya estoy listo.
Me pongo los guantes una vez más, intentando alejar de mi mente
cualquier pensamiento sobre Sasha.

13
Hierba, en ruso.
Esa noche, mientras estoy acostado en la cama, sin pensar en
absoluto en ella, vuelvo a oír ese llanto lastimero, viene del exterior
de mi ventana. Al principio, creo que es solo el viento, porque es una
noche fría. El breve calor primaveral se ha roto, volviendo al frío de
finales de invierno que se arrastra desde hace tanto tiempo.
Estoy dando vueltas en la cama, con las sábanas retorcidas y
anudadas alrededor de mi cuerpo. Se supone que debería estar
durmiendo, pero se me pone dura recordando lo que hice con Sasha
en esta cama.
Ni siquiera masturbarme ayuda. Me acaricio la polla, recordando
la textura ridículamente sedosa de su pie y la forma en que su pelo
olía a limpio y elegante, como algo demasiado exquisito para que un
bruto como yo lo toque. Mi polla está durísima, pero no quiere mi
mano, quiere estar enterrada dentro de ella otra vez. Quiero oír sus
jadeos de placer, mientras tomo el control de su cuerpo, mostrándole
cómo debe usarse...
No puedo superar el límite.
Me quedo acostado, caliente y molesto, deseando algo que no
puedo tener.
Me levanto para llenar un vaso de agua en el fregadero y me lo
trago. Cuando vuelvo a la cama, oigo ese chirrido, más fuerte que
nunca.
Porque tengo calor y porque quiero saber qué demonios es eso,
abro la ventana y subo la persiana.
El viento gélido entra, y de hecho se siente bien contra mi pecho
desnudo.
Me asomo a la escalera de incendios para ver si el ruido es solo el
crujido de los pernos oxidados.
En su lugar, encuentro un pequeño y delgado gato acurrucado
contra la pared de ladrillo.
No creo que sea un gatito, a pesar de ser tan pequeño; es solo uno
enano, flaco y desnutrido. Es de color gris pálido, con rayas nada más
en la cara y la cola.
Debería cerrar la ventana y dejarlo ahí fuera. No quiero un animal
de compañía, y menos si se trata de un gato callejero. Si quisiera un
animal, me compraría un perro.
Pero antes de que pueda hacer nada, el pequeño gato levanta la
cabeza y me maúlla.
Es un sonido patético.
Y muy fuerte.
Si lo dejo aquí fuera, llorará toda la noche, manteniéndome
despierto.
Podría llevarlo adentro y mañana llevarlo a un refugio. Puede que
lo adopten: a los rusos les encantan los gatos, sobre todo los eslavos.
Si no, la eutanasia es mejor a que se congele. En cualquier caso, no es
asunto mío.
Recojo al pequeño gato y lo meto en el apartamento, abro una lata
de atún y vierto un poco de agua en un cuenco. El gato ataca la
comida, tan rápido que temo que vaya a enfermar. Lo observo
durante un minuto, divertido por su entusiasmo y luego vuelvo a la
cama.
Unos diez minutos después, siento un golpe cuando el gato salta a
la cama. Merodea durante un minuto alrededor de mis pies, encima
de las mantas, y luego se instala entre mis tobillos.
Debería empujarlo hacia el suelo, probablemente esté sucio, pero
tengo que admitir que su calor y su peso son reconfortantes. Empieza
a ronronear, de forma constante y silenciosa.
No me tiene ningún miedo. Debe estar acostumbrado a la gente, tal
vez incluso tuvo un dueño, aunque aparentemente no se molestó en
ponerle un collar o etiquetas.
Tal vez lo busquen si lo llevo al refugio mañana.
Por ahora, el ronroneo es tranquilizador. La inyección de aire frío
del exterior me ha refrescado por fin. El gato y yo estamos listos para
ir a dormir.

En cuanto vuelvo al almacén para la tercera noche del torneo, busco


a Sasha. Me dije que no iba a hablar con ella. Sin embargo, estoy
torciendo el cuello, tratando de ver ese pelo rubio platinado.
―¿Buscas a Ojo Negro? ―Boom Boom pregunta―. Está ahí.
Señala la barra, donde Ojo Negro está bebiendo un whisky con
hielo, con aspecto de no tener ninguna preocupación en el mundo.
―Ah, sí ―digo.
Me importa un carajo Ojo Negro. No he pensado en él, ni en mi
próximo combate.
Quiero ver a Sasha, solo un minuto.
No voy a hacer nada, solo quiero ver su cara, para ver si realmente
es tan bonita como la imagen que tengo en mi mente.
Exasperantemente, ella no está en ninguna parte. Veo a Krupin de
pie junto a Yakov. Stepanov está al otro lado, junto con su séquito de
hombres. Entre ellos, la Bestia, que parece aburrido, y Afansi, que se
encuentra en las afueras del grupo, todavía con los moretones de su
derrota en el ring. Estoy seguro de que Stepanov no estaba muy
contento con su actuación, Afansi tiene suerte de no estar despedido.
Krupin ha pedido una botella de licor de alta gama para el grupo,
evidentemente sigue cortejando a Stepanov, que debe estar
empezando a hacer Krupin se retuerza, probablemente por eso aún
no ha cerrado el trato.
Sasha no está con ellos. Debe estar dentro de la enfermería,
preparándose para los luchadores que están a punto de ser enviados.
Estoy casi dispuesto a recibir otro corte en la cara, solo para poder
visitarla.
No sé qué carajos me está pasando. ¿Cuándo me ha importado
tanto ver a alguien?
Ella es solo una chica.
Solo una chica hermosa, valiente, de corazón cálido, que me
enciende como una chispa en la yesca seca...
El almacén se ha reorganizado. Con solo ocho boxeadores, que
luchan en cuatro combates, nos quedamos con un único ring en el
centro de la planta. Krupin ha dispuesto mesas VIP a lo largo de un
lado del ring, siendo la más grande ocupada por Stepanov y él
mismo, junto con todos sus hombres. El resto de los asientos son
bancos tipo estadio, que se elevan en los otros tres lados. Esto ha
permitido a Krupin meter más gente que nunca, tiene al menos veinte
meseras corriendo de un lado a otro, pasando bandejas de bebidas a
los espectadores en los niveles más altos de las gradas.
A medida que se acerca la hora de inicio, los espectadores
empiezan a pisar las gradas al unísono, coreando para que comiencen
los combates. Krupin ha contratado a un traga espadas y a dos
gimnastas para mantenerlos entretenidos, pero el público apenas
tolera a los gimnastas. Abuchean al traga espadas hasta que sale del
escenario.
Me dirijo al interior de los vestuarios.
Veo al Rabino envolviéndose las manos, parece nervioso.
―¿Contra quién luchas? ―le pregunto con cierta vacilación.
No me gusta que el Rabino siga en esto, casi todos los competidores
que quedan son pesos pesados. Para empezar, no debería haber sido
invitado a participar. Krupin probablemente solo le pidió porque es
un favorito del público. Debe haber pensado que él sería noqueado
después de una o dos rondas.
Ahora el Rabino está seguro de ser emparejado con alguien muy
fuera de su clase de peso.
Efectivamente, me dice que se enfrentará a Bola de Mantequilla, es
un luchador conocido por su abultada cintura tanto como por sus
habilidades en el ring. Empezó como peso medio, pero su afición a la
comida basura lo ha hecho subir un peldaño tras otro hasta
convertirse en uno de los pesos pesados más grandes. Sin embargo,
sigue ganando a pesar de la reducción de su velocidad, su masa le da
un golpe más pesado y más acolchado para absorber los golpes del
cuerpo.
Sinceramente, no sé cómo el Rabino va a acercarse lo suficiente
como para asestarle un golpe en la cabeza, no con esa barriga de por
medio.
―Tal vez deberías salir de esta cosa ―le digo. No quiero insultarlo,
pero tiene que saber que es una locura pelear tan lejos de su nivel.
―Es una gran bolsa esta noche ―me dice―. Creo que puedo ganarle
a Bola de Mantequilla. Voy a acosarlo como un pitbull a un oso, voy
a darle vueltas hasta que esté tan mareado que se caiga.
―Se necesita más de un perro para derribar a un oso ―le digo.
El Rabino aprieta los labios y se encoge de hombros.
―Tengo un bebé en camino ―dice rotundamente―. Necesito el
dinero.
Ya no lo molesto más, es obvio que ha tomado una decisión.
El Rabino es el primero en subir, yo me coloco en la puerta del
vestuario para poder ver lo que ocurre.
Se enfrenta a Bola de Mantequilla, con un aspecto ridículamente
pequeño y delgado en comparación con la masa del otro. Suena la
campana y el Rabino empieza a bailar a su alrededor. Bola de
Mantequilla envía un par de golpes en su dirección, pero son muy
lentos, demasiado lentos. El Rabino se agacha y esquiva cada uno de
ellos con facilidad.
Al principio, el público se burla de él, diciéndole que deje de bailar
y que entre, pero cuanto más se balancea Bola de Mantequilla y falla,
más se ríen los espectadores y animan al Rabino, no solo se agacha,
sino que se presenta como un blanco abierto, dejando caer sus
guantes y quedándose quieto para que Bola de Mantequilla lo golpee,
para luego apartarse en el último segundo y que los puños del tamaño
de un jamón de Bola de Mantequilla pasen por su nariz con un
milímetro de sobra.
Me está dando un ataque al corazón de lo cerca que está Bola de
Mantequilla. Cualquiera de esos puñetazos podría hacer volar al
Rabino, pero por la fuerza de su propia confianza, que crece por
segundos, o por pura suerte y habilidad, el Rabino evade cada golpe.
Bola de Mantequilla se enfada cada vez más, y sus golpes son más
salvajes.
Ahora el Rabino empieza a dar sus propios golpes, mientras Bola
de Mantequilla se balancea y falla, el Rabino salta y le da un golpe en
la mandíbula, otro golpe y falla, y otros dos golpes rápidos a la cara.
Es una locura, nunca he visto nada parecido.
En una ocasión, Bola de Mantequilla se acerca tanto que el Rabino
cae de espaldas, pero vuelve a rodar sobre su propio hombro, se
levanta de nuevo y le da a Bola de Mantequilla un fuerte golpe en las
costillas.
Esto dura los tres asaltos, el Rabino nunca reúne la suficiente
potencia o un golpe lo suficientemente limpio como para noquearlo,
pero Bola de Mantequilla está magullado y ensangrentado, y
absolutamente enfurecido, el Rabino no ha sido golpeado ni una sola
vez. Es una decisión obvia a su favor, y los vítores ensordecedores del
público lo confirman.
El Rabino avanza al cuarto asalto.
Está rebotando y sonriendo mientras salta ágilmente del ring.
No puedo evitar sentirme orgulloso de él, nunca he visto un
combate como éste.
Al mismo tiempo, su arrogancia me asusta. La mayoría de los
luchadores no son tan lentos como Bola de Mantequilla, fue una pelea
única en la vida, algo que nunca podría repetirse de nuevo.
La segunda pareja de luchadores sube al ring.
Tengo que prepararme, soy el siguiente.
No miro el combate, sino que dejo que Boom Boom me frote un
nudo en los trapecios, mientras escucho a Khalid en mis auriculares.
Boom Boom parece desanimado, incluso después del espectáculo
de victoria del Rabino, que es el tipo de cosas por las que Boom Boom
normalmente se volvería loco.
Me quito los auriculares y le digo:
―Oye, ¿qué te pasa?
―Leila me dejó ―dice.
Tardo un minuto en recordar que Leila es la novia peluquera.
―Oh ―digo―. ¿Por qué?
―Creo que puede ser por el diente ―dice Boom Boom con tristeza.
Me hace falta todo mi autocontrol para no reírme, Boom Boom
parece realmente de ocho años con sus orejas de jarra y el diente
delantero que le falta, sobre todo cuando hace un mohín así.
Por otro lado, me doy cuenta de que está muy afectado por ello, y
yo soy inusualmente comprensivo con el tormento romántico en este
momento.
―Ella se lo pierde ―le digo―. De todos modos, era una mierda
cortando el pelo.
―Es cierto ―dice Boom Boom, animándose un poco―. Tal vez ahora
me solo me afeite la cabeza.
No estoy seguro de que eso sea una mejora, pero si lo hace feliz...
―Sí ―digo―. Hazlo.
Después de la segunda pelea, hay un breve intermedio. No puedo
evitar ir a la puerta de nuevo, para ver si Sasha está cerca.
En su lugar, veo a Krupin entregándole a Stepanov un buen
montón de billetes, este sonríe, se embolsa el dinero y hace algún
comentario burlón a Krupin que lo hace enrojecer.
Krupin replica, y veo que ambos miran hacia la pizarra,
comprobando las probabilidades para el próximo combate. Soy el
favorito contra Ojo Negro por +430. Krupin y Stepanov discuten
durante un minuto, parece que se ponen de acuerdo en otra apuesta.
Interesante. Puede ser que Krupin solo le esté siguiendo la corriente
a Stepanov, pero no lo creo. Parece demasiado sonrojado y agitado,
tiene la expresión de un verdadero jugador que acaba de perder un
montón de dinero, lo que significa que está inclinado.
No sé si Krupin apostó por mí o no, y no me importa. Ganaré esta
pelea y me llevaré a casa el premio de 150,000 rublos.
Estoy a punto de volver a los vestuarios cuando veo lo que he
estado buscando toda la noche: La trenza rubia de Sasha moviéndose
entre la multitud.
Se acerca a Krupin con una expresión recelosa pero resignada,
como si la acabaran de convocar.
Lo único en lo que puedo fijarme es en lo absolutamente guapa que
está, incluso con el sencillo jersey negro y los pantalones que lleva. Sé
que su intención es pasar desapercibida, pero la ropa negra solo
resalta su piel cremosa y su pelo platinado. El jersey puede cubrir
cada centímetro de su cuerpo desde el cuello hasta la muñeca, pero
no puede ocultar la deliciosa figura que hay debajo.
No soy el único que lo nota, Stepanov la devora con la mirada y le
toca el brazo mientras le dice algo, con su cara cerca de la de ella.
La visión de su mano carnosa en el brazo de ella despierta algo en
mí, un sentimiento de rabia.
Intento sofocarlo, no significa nada para mí que alguien toque a
Sasha, ella no me pertenece.
Pero quiero que así sea.
Debería abofetearme solo por pensar eso, darme la vuelta y
prepararme para mi pelea.
No puedo apartar mis ojos de Sasha, o de Stepanov.
Puedo decir que él la desea, la lujuria está escrita en su cara.
Y puedo ver con la misma claridad que ella no quiere nada más que
alejarse de él, pero tiene que quedarse ahí, asintiendo y sonriendo
rígidamente a lo que sea que él le esté diciendo.
Me está volviendo loco.
Para cuando Krupin finalmente la despide, estoy sumido en la
furia.
Cuando el maestro de ceremonias dice mi nombre para el combate,
prácticamente corro hacia el ring y me arranco la bata, sin apenas
escuchar las instrucciones del árbitro.
Suena la campana y avanzo sobre Ojo Negro como un dios
vengador.
Lo golpeo una y otra vez.
Haciendo honor a su nombre, él no se rinde, sigue volviendo por
más.
Yo lo golpeo sin piedad, soy más frío y cruel de lo que nunca antes
había sido.
No veo a Ojo Negro en absoluto, veo la cara de Stepanov, sus ojos
lascivos, sus manos que tantean, su sonrisa altiva, y quiero romperlo
todo en pedazos con mis puños.
Mis pies resbalan en la sangre, y aun así sigo adelante.
Por fin Ojo Negro cae a la lona, noqueado por segunda vez en su
carrera.
Yo levanto el puño en señal de victoria.
Mirando a la multitud, veo la cara horrorizada de Sasha
mirándome fijamente.
Llego a la tercera noche del torneo con una niebla de disgusto.
Llevo tres días enferma.
La noche que me llamó Yakov, tenía que reunirme con él en un
almacén. Cuando vio lo que llevaba puesto, el bonito abrigo de lana
y las botas de ante, se burló.
―¿Es tu ropa de trabajo, princesa?
Me sonrojé, preocupada de que él también oliera el aroma del sexo
en mí.
Por suerte, no pareció darse cuenta de eso.
En cambio, me condujo al interior de lo que parecía ser una especie
de muelle de carga. Ahí vi el cuerpo de un hombre tendido en el
suelo, había recibido varios disparos en la cabeza y en el pecho. Corrí
hacia él y comprobé si tenía pulso, aunque era evidente que estaba
muerto.
―No estás aquí para salvarlo ―se burló Yakov―. Estás aquí para
cortarlo.
―¿Qué? ―tartamudeé.
―Tenemos que deshacernos de la carne ―dijo Yakov lentamente,
como si le hablara a una idiota―. Tú eres el carnicero.
Mi estómago se revolvió.
―No puedo hacerlo ―le dije.
―Lo harás ―me informó Yakov.
―¡No puedo! ―Sacudí la cabeza, alejándome del cuerpo―. ¡Soy una
doctora, no una... una enterradora!
Yakov se rió.
―No lo vas a embalsamar ―dijo―. Tienes que arrancarle los
dientes, cortarle los dedos y desmembrar el resto. Corta también los
tatuajes, no puede ser identificado.
Me quedé negando con la cabeza, horrorizada. No podía hacer eso,
no podía hacer nada de eso.
Volví a mirar el cuerpo, intentando no centrarme en el agujero de
bala sobre el ojo derecho.
No reconocí al hombre; por el aspecto de su traje, su reloj y anillos
de oro y sus tatuajes, supuse que era de la Bratva, pero no podía decir
de qué familia, ni siquiera si era uno de los hombres de Krupin.
Era un hombre de aspecto normal, de estatura y complexión media,
pelo oscuro, piel bronceada y un poco de barba en la cara.
Innegablemente sólido y humano, no era un cadáver que pudiera
descuartizar.
―No puedo hacerlo ―volví a decir.
Yakov entrecerró los ojos. Iba vestido tan elegantemente como
siempre: traje azul ajustado, zapatos Oxford muy pulidos.
Definitivamente, no era nada que quisiera manchar de sangre, lo que
probablemente fue la razón por la que me llamó para hacer el trabajo,
además del hecho de que me odia.
―No te lo voy a repetir, perra torpe ―dijo―. Ponte a trabajar, o
llamaré a Krupin ahora mismo y le diré que ya no vale la pena
mantener a su médico mascota con correa. ―Sus ojos eran fríos y
estaban llenos de odio―. ¿Sabes lo que pasa con las mascotas que
nadie quiere? ―dijo―. Los sacrifican. ―Escupió en el suelo para
puntualizar su punto de vista.
Me lanzó una nueva bolsa de lona, más pesada que la que se
convirtió en mi kit de médico, sonó con fuerza al caer al suelo del
almacén.
―Ponte a trabajar ―dijo.
Y lo hice. Que Dios me ayude, pero lo hice, exactamente como me
indicó Yakov. Fue brutal y asqueroso, y me dieron ganas de vomitar
todo el tiempo, pero aun así, lo hice todo.
Cuando terminé, toda mi bonita ropa estaba empapada de sangre
y pelo y trozos de hueso.
Yakov me dijo que quemara el traje del hombre en un barril y
quemé mi abrigo junto con él. Cuando llegué a casa, me despojé del
vestido y de las botas, incluso de la ropa interior, lo metí todo en una
bolsa de basura y lo tiré por el vertedero.
Luego me senté en mi ducha caliente hasta que el agua salió fría.
Yakov no me llamó en absoluto los dos días siguientes. Si lo
hubiera hecho, no creo que hubiera podido responder.
Sin embargo, llegué a la noche de la pelea tal y como se suponía.
El aullido de la multitud y el olor a sangre en el aire no ayudan a
mi estado de ánimo.
Atiendo a las dos primeras rondas de luchadores, aun sintiéndome
aturdida.
Entonces Yakov asoma la cabeza en la enfermería.
―El jefe quiere verte ―dice.
Solo con verlo se me revuelve el estómago.
Lo sigo en silencio hasta la mesa de Krupin.
Veo a Stepanov sentado junto a él, como siempre y se levanta
cuando me acerco. Odio la forma en que me mira, es peor que Yakov.
Al menos con él no tengo que fingir que me agrada.
―La doctora bonita ―dice Stepanov, mirándome de arriba a abajo.
―Dobryy vecher ―digo amablemente. Buenas noches.
―Krupin y yo estábamos haciendo una pequeña apuesta ―me
dice―. ¿A quién favoreces, en la tercera pelea?
Levanto la vista hacia el tablero y mi corazón da un pequeño vuelco
cuando veo el nombre de Snow, emparejado con alguien llamado Ojo
Negro.
―Yo... no lo sé ―digo―. No sé nada de boxeo.
―Vamos ―Stepanov pone su mano en mi brazo. Su mano es
bastante cálida, pero su mirada es depredadora, ansío sacudírmelo de
encima―. Eres una experta en el cuerpo humano ―dice, su voz es baja
y sugerente―. Seguro que puedes comparar a un hombre con otro.
―Yo digo que... Snow, entonces ―le digo.
No puedo saber si Krupin me mira de forma aguda, no sé si mi voz
suena normal o si me estoy sonrojando.
―Él es el favorito ―asiente Stepanov―. Te gustan las cosas seguras,
¿verdad, señorita doctora?
No sé cómo se las arregla para que cada afirmación suene a
insinuación sexual, pero lo odio. Estoy deseando alejarme de él.
―¿Qué te parece la apuesta? ―Stepanov le dice a Krupin―.
¿Quieres al desvalido?
―Doble o nada ―responde Krupin―. Ojo Negro no puede ser
noqueado.
―Cualquiera puede ser noqueado ―se burla Stepanov.
―Él no ―dice Krupin obstinadamente―. Si Snow lo noquea, te daré
otros 500 mil.
Por Dios, están apostando más del salario de un año. Para un siervo
como yo, al menos.
Krupin me despide por fin, pero no vuelvo a la enfermería. En
cambio, me quedo en el borde de las gradas, esperando el combate de
Snow.
Quiero verlo, solo por un momento. En la niebla de los últimos
días, los únicos puntos brillantes eran mis recuerdos de nuestra tarde
juntos, explorando el Aurora, hablando durante casi dos horas en el
restaurante, y luego nuestra cita en su apartamento.
Snow sale del vestuario con el aspecto del ángel de la muerte. Va
vestido de blanco, como siempre, pero su rostro está lejos de ser
estoico. Parece absolutamente lívido, con una ira helada que
francamente me aterra. Cuando se quita la túnica, incluso su
oponente parece asustado.
Suena la campana y Snow desata una furia de golpes calculados,
implacables y absolutamente despiadados.
Estoy sorprendida por él, no puedo creer que este autómata sea el
hombre al que dejé que me quitara la ropa y me tocara como nunca
antes me habían tocado.
Sus manos eran tan tiernas y hábiles entonces. Ahora son armas,
como dos garrotes que blande sin piedad para diezmar a su oponente.
Una y otra vez derriba a Ojo Negro, los golpes son tan brutales que
no creo que el otro hombre pueda levantarse, pero Ojo Negro se
tambalea para ponerse en pie, solo para ser golpeado de nuevo.
El público lo adora, están aplaudiendo al ver la sangre que salpica
la lona. Son insaciables y aúllan por más.
La visión de toda esa sangre roja y brillante me da asco, me hace
recordar cómo se empaparon mis manos en ella cuando tuve que
desmembrar el cuerpo para Yakov. Recuerdo la sensación de la carne
en mis manos, y cómo tuve que cortarla...
El estómago se me revuelve de nuevo y tengo que apretar la mano
con fuerza contra la boca para no vomitar.
Debería irme, pero me siento congelada en el lugar, con los ojos
clavados en Snow.
Una y otra vez golpea a Ojo Negro.
Finalmente, asesta un golpe que lo hace caer al suelo, y Ojo Negro
no vuelve a levantarse.
El árbitro hace la cuenta atrás y el combate termina.
Snow levanta los brazos, con un frío triunfo en su rostro.
Sus ojos azul pálido se fijan en los míos.
Solo entonces la fachada se rompe, su rostro se suaviza y vuelvo a
ver a un ser humano de verdad.
De alguna manera, eso es aún peor, sabiendo que ha estado ahí
debajo todo el tiempo.
Me alejo de él y corro de vuelta a la enfermería.
Solo tengo cinco minutos para recomponerme antes de que traigan
a Ojo Negro, cuya cara está tan hinchada y maltrecha que ni siquiera
puedo distinguir su aspecto original.
Todavía está noqueado, dos de los hombres de Krupin lo tiran
sobre mi mesa, con la cabeza echada hacia atrás.
Por un segundo, creo que está muerto y pienso que voy a tener que
deshacerme de su cuerpo como hice con el otro. El pánico se dispara
dentro de mí, tanto que apenas puedo comprobar su pulso con el
temblor de mis manos.
Pero no está muerto, vuelve en sí cuando le pongo un paquete de
carbonato de amonio bajo la nariz.
De hecho, sorprendentemente no está en un estado terrible. Está
aturdido y tengo que coserle un par de cortes en la cara, pero no hay
nada irrecuperable. Con toda la hinchazón, no puedo decir si tiene la
nariz rota; su entrenador me dice que ya se la han roto varias veces,
así que nunca tiene buen aspecto.
―Debes tener un cráneo de hierro ―le digo a Ojo Negro.
―Se cayó por una ventana de tres pisos cuando era un niño
pequeño ―dice su entrenador―. Así que sí, es bastante indestructible.
Empiezo a calmarme un poco al ver que Ojo Negro está bien.
Probablemente exageré al ver la pelea, sé lo apasionado que es
Snow por ganar. ¿Qué esperaba que hiciera?, ¿cantarle una canción
de cuna a Ojo Negro?
Justo cuando mi presión arterial empieza a bajar, Yakov entra en la
enfermería para volver a subirla y me pone una bolsa de ropa en los
brazos.
―¿Qué es esto? ―le digo.
―Póntelo después de las peleas ―dice―. Vas a venir a cenar con
nosotros.
―¿Yo? ¿Por qué?
―Porque yo lo digo ―gruñe Yakov―. Tienes que aprender a seguir
órdenes, princesa. No soy tu amigo.
Tienes la maldita razón de que no lo eres.
Dejo la bolsa de ropa sobre el respaldo de una silla, temiendo abrir
la cremallera. Siempre estoy agotada después de las peleas, solo
quiero ir a casa, y puedo imaginar lo que hay adentro.
Los celos en el romance son como la sal en la comida.

Maya Angelou
De vuelta en el vestuario, siento una inmediata oleada de culpa. No
tenía que ser tan duro con Ojo Negro, podría haber ganado por
decisión, no tenía que noquearlo.
Nunca me había sentido culpable después de una pelea, pero
tampoco he dejado que mis emociones se apoderen de mí. Suelo tener
el control total.
Incluso Boom Boom me mira de forma extraña.
―¿Estás bien? ―Meyer me dice.
―Sí ―gruño―. Por supuesto.
Sigo viendo la cara de Sasha mirándome desde la multitud, pálida
y sorprendida. Le presenté el mejor lado de mí, pero ahora la he
dejado ver el monstruo. Esa es una parte de mí también, una que
normalmente mantengo muy controlada.
Le da asco, eso es evidente.
No la culpo.
Probablemente esté curando a Ojo Negro ahora mismo, lidiando
con las secuelas de mi frenesí.
―Hola. ―Yakov asoma la cabeza en el vestuario―. Krupin quiere
que salgas con nosotros después de las peleas.
Mi rabia se dispara de nuevo al verlo, con su pelo brillante y sus
zapatos relucientes y su pavoneo. Ese maldito matón, se cree una
mierda dura, metiéndose con una chica.
Ni siquiera espera a ver si estoy de acuerdo, asume que estaré ahí.
Por desgracia, tiene razón. No puedo permitirme enojar a Krupin,
no cuando estoy tan cerca de ganar todo este torneo.
La última pelea termina, con la Bestia derrotando a Thunderdome.
Eso significa que quedan cuatro luchadores en el torneo: yo, Big
Stacks, el Rabino y la Bestia.
Solo tengo que ganar dos combates más para llevarme a casa los
premios principales, 400.000 rublos y un Escalade.
Supongo que seré emparejado con El Rabino Rowdy en la próxima
ronda, él y yo somos los luchadores de menor rango que quedan.
Ahora, por mucho que respete al Rabino, sé que puedo vencerlo.
No soy un idiota como Bola de Mantequilla, sus trucos de conejo no
van a funcionar en mi contra.
No me gusta la idea de tener que golpearlo, ya que está fuera de mi
categoría de peso. No me parece justo, y sé que se sentirá
decepcionado, quiere el dinero tanto como yo.
Tal vez pueda dividir la bolsa con él, sin importar el resultado. No
me importa donar algo para su nueva vida con Anastasia y el bebé.
Si lo venzo y avanzo a la ronda final, me enfrentaré a Stacks o a la
Bestia. Supongo que será la Bestia. Nunca ha sido derrotado en el
ring.
¿Puedo ganarle?
La respuesta honesta es, no lo sé.
Siempre he tenido confianza antes, pero nunca me he enfrentado a
un oponente como él.
Sin embargo, no tiene sentido preocuparse por eso ahora.
Ahora mismo, tengo que asearme para salir con Krupin.
Me lavo lo mejor que puedo en el lavabo y me pongo una camisa
limpia de mi bolsa de viaje. Meyer me observa con el ceño fruncido
tras sus gruesos lentes.
―¿Qué quiere Krupin? ―dice.
―No lo sé.
―Ten cuidado ―me advierte―. Se está acercando el final y sabes
que estos Bratva no luchan limpiamente.
Se refiere a que el torneo no es limpio, incluso el boxeo legítimo
está plagado de corrupción. Los rings clandestinos mucho más.
―Los Bratva no lo hacen ―le digo―. Pero yo sí.
Meyer solo gruñe.
Una vez que me limpio, me reúno con Krupin en su mesa, tiene un
aspecto agrio y molesto, apenas me mira mientras me presenta a
Stepanov, al que he visto de lejos muchas veces, pero al que nunca me
habían presentado personalmente. Stepanov me da la mano,
sonriendo.
―Me hiciste ganar dinero esta noche ―dice.
―¿Ah sí?
Krupin debe haber apostado por Ojo Negro, por eso parece tan
enojado, fue una apuesta estúpida. Se confirma mi sospecha de que
el juego es el talón de Aquiles de Krupin, al igual que un distribuidor
nunca debe drogarse con su propio suministro, nunca se debe apostar
en su propio juego. El peso de la apuesta perturba la mente y
corrompe su toma de decisiones.
―Tengo la sensación de que vas a llegar hasta el final ―dice
Stepanov.
―Eso espero.
―Entonces te enfrentarás a mi hombre. ¿Conoces a Borya?
Stepanov señala a la Bestia, que acaba de terminar de asearse. A
diferencia de mí, ha traído un traje adecuado después del combate,
uno hecho a medida para su enorme estructura. Vestido todo de
negro, parece un enterrador. Tiene la cabeza rapada y puedo ver que
sus tatuajes se extienden por el cuello hasta el cuero cabelludo.
Tiene una cabeza ancha y cuadrada, y un rostro brutal y matón. Sé
mejor que nadie que no hay que juzgar por las apariencias, solo
porque parezcas malo, no significa que seas realmente cruel en el
fondo, pero en este caso, creo que el libro podría coincidir con la
portada.
No juzgo a un tipo por su cara, pero sí por sus tatuajes. La Bestia
tiene las marcas de un ladrón, un ejecutor y un asesino, y eso es solo
lo que puedo ver por encima del cuello de su traje.
Le hago un gesto de reconocimiento: nunca nos hemos encontrado
en el ring, pero lo he visto en varios combates. Me devuelve el saludo
lentamente, con sus ojos oscuros clavados en los míos. No es
frecuente que tenga que mirar a nadie, supongo que la Bestia nunca
lo ha experimentado.
Stepanov nos observa sonriendo alegremente, es obvio que me ha
invitado a salir esta noche porque quiere vernos jugar antes del
combate real. No creo que Krupin haya tenido nada que ver con esto:
le molesta que haya vencido a Ojo Negro, y por lo que sé de su
historia, guarda sus rencores durante mucho tiempo.
Solo quiero terminar con esto, espero que nos vayamos pronto al
restaurante. En realidad, no estoy seguro de lo que estamos
esperando, hasta que veo a Sasha caminando hacia nosotros.
Va vestida con un vestido rojo fuego de una tela tan transparente y
entallado que cada una de sus curvas se perfila como si la hubieran
sumergido en pintura roja. Tiene un corte bajo en la parte delantera y
una abertura en la parte superior de la pierna, lo que revela aún más
su piel suave y cremosa. Lleva el pelo rubio recogido a los lados,
colgando hasta la mitad de la espalda, todavía ondulado por la
trenza. Se ha maquillado un poco, que es más de lo que necesita para
convertirse en la mujer más despampanante de la sala.
Las cabezas se giran cuando ella camina. Ciertamente, los ojos de
todos los hombres de nuestra mesa se fijan en ella, y ninguno más que
los de Stepanov.
―Ahí está ―ronronea.
Extiende su mano, toma la de Sasha y la atrae hacia él. Apoya su
otra mano en la cintura de ella, con el pulgar deslizándose por la fina
tela del vestido.
―Date una vuelta para nosotros ―dice.
Las mejillas de Sasha están tan rojas como su vestido, parece muy
incómoda. Estoy seguro de que ella no ha elegido este vestido,
aunque quien lo haya hecho es un maldito genio. Ese vestido debería
estar consagrado en un museo, junto a la Mona Lisa y las joyas de la
corona de Inglaterra.
Puedo apreciar plenamente el espectáculo de la belleza de Sasha y,
al mismo tiempo, odiar a Stepanov por obligarla a exhibirse de esta
manera.
Ella se da la vuelta en círculo, con la cara ardiendo de humillación.
Él solo sonríe aún más, disfruta de su vergüenza tanto como de su
belleza.
Algunos hombres solo pueden sentir su poder infligiéndolo a otros.
He visto a Stepanov con cualquier cantidad de mujeres jóvenes y
hermosas aferradas a su brazo, pero él quiere a la mujer que no lo
quiere a él.
El problema es que yo también la quiero.
Nos apilamos en tres todoterrenos para ir al restaurante. Sasha va
en el auto de Stepanov, Yakov va con Krupin, la Bestia y yo vamos en
el tercer auto, con otros hombres de Stepanov, incluido Afansi. Estoy
preocupado, pensando en Sasha viajando sola con Stepanov,
preguntándome si está tratando de tocarla en este momento.
La Bestia se sienta de lado en su asiento, mirándome fijamente.
―¿Qué? ―digo por fin.
―Estás invicto ―dice.
―Sí. ¿Y?
―Y yo también.
―Lo sé.
―Así que uno de nosotros tendrá una nueva experiencia ―dice.
Sus palabras hacen que un escalofrío recorra mi columna vertebral.
Es cierto que nunca he sentido lo que es perder en el ring, intentar
desesperadamente defenderte, mientras fracasas una y otra vez.
Al enfrentarme a los adversarios, siempre he sabido de antemano
cuál podía ser su punto débil. Tenía una estrategia.
La Bestia no tiene ninguna debilidad que yo haya visto. Al menos,
todavía no.
―¿Dónde entrenaste? ―le pregunto.
―Entrené con mi padre ―dice―. Ganó la plata en los Juegos
Olímpicos de Sidney, tenía la intención de que yo ganara el oro. Me
ganaba en el ring, una y otra vez, hasta que yo me hice más fuerte y
él más viejo, entonces un día le gané. Le gané hasta la muerte.
Lo dice sin ninguna emoción.
No sé si está mintiendo, o si está tratando de intimar conmigo.
Tal vez sea cierto, de todos modos. No sería el primer Bratva en
suceder a su padre de esa manera. Los lazos de sangre y la lealtad
siempre están en conflicto con las ganas de dominar.
Me observa para ver mi reacción, creo que la Bestia quiere saber
qué hay debajo de mi superficie. Si soy un luchador, o un asesino.
Yo no soy un asesino.
¿Significa eso que estoy condenado a perder contra él?
¿Es uno inherentemente superior al otro?
La Bestia obviamente piensa que sí. Sonríe con satisfacción,
mirándome.
Mis ojos son atraídos de nuevo por la ventana, hacia el auto que
circula a la cabeza de nuestra caravana. Sasha está dentro. ¿Qué le
está diciendo a Stepanov? ¿Qué le dice él a ella?
Estoy ardiendo de celos porque Stepanov consigue hablar con ella
y puede sentarse a su lado, puede mirarla con ese puto vestido tan
sexy.
Los autos se detienen por fin. Me sorprende ver que estamos frente
a Golod. Es el restaurante del padre de Sasha, o al menos lo era.
El anfitrión nos abre las puertas y entramos.
Miro alrededor con curiosidad, nunca he estado aquí antes. Sasha
me contó que de pequeña venía casi a diario, me dijo que la vajilla es
la cerámica azul y blanca original que sus abuelos hicieron en el
pueblo de Gzhel. Los retratos de sus antepasados cuelgan de las
paredes.
Veo una pintura al óleo de una hermosa mujer joven sobre un
caballo gris. Tiene una larga mata de pelo rubio platinado que
conozco muy bien, es la bisabuela de Sasha.
Un hombre de aspecto tímido con lentes de montura de alambre se
acerca a nosotros. Saluda respetuosamente a Krupin y también a
Stepanov, entonces ve a Sasha y su expresión se vuelve de sorpresa.
Debe ser Oskar Drozdov, el padre de Sasha. La visión de su hija
vestida como una acompañante de lujo, en compañía de estos
gánsteres, le resulta muy desagradable, pero se traga su miseria y
conduce al grupo de Krupin a la mesa más grande del restaurante.
Sasha parece casi tan incómoda como su padre. Toma asiento junto
a Stepanov, sentada rígida y recta en su silla. Yo acabo casi enfrente
de ellos, tengo a la Bestia a un lado, observando en silencio todo lo
que hago, y a Yakov en el otro, ardiendo en su propio resentimiento.
No tengo tiempo ni ganas de averiguar por qué está molesto Yakov.
Por lo que sé, no le gusta que Sasha y yo hayamos sido invitados a
cenar. No le gusta que esté aquí porque nunca nos hemos llevado
bien, y en general es una perra celosa: no quiere que nadie gane el
favor de Krupin, excepto él mismo. No tiene preocupaciones en ese
sentido. Krupin todavía está enojado por haber perdido su apuesta y
no me ha dicho dos palabras.
Creo que Yakov está enojado con Sasha simplemente porque se
detestan mutuamente.
Estas son solo suposiciones, es difícil entrar en la mente de una
cucaracha.
Estoy mucho más obsesionado con Sasha y Stepanov. Él ha pasado
su brazo por el respaldo de la silla de ella para que su mano descanse
sobre su hombro desnudo. Con cada minuto que pasa, su mano se
acerca más y más a su pecho. Primero, sus dedos rozan la parte
superior del pecho, por encima de la tela del vestido, luego empiezan
a bajar hasta que el dedo corazón se desliza por debajo de la tela.
Cuando el mesero nos sirve el vino, Stepanov está manoseando
descaradamente a Sasha, delante del mesero y de todos los demás
comensales.
Yakov lo observa con una sonrisa de satisfacción, yo apenas puedo
evitar saltar de mi silla.
Sasha se adelanta bruscamente, con el pretexto de tomar su copa
de vino. Lo engulle, con la mano temblando ligeramente.
Todos hacemos nuestros pedidos. Yo pido el mero, porque es
sencillo y sé que la comida me va a saber a algodón en la boca. No
puedo dejar de mirar a Stepanov, él está riendo y charlando,
perfectamente a gusto, con su bello rostro indolente y satisfecho. No
le importa lo incómodo que está poniendo a Sasha, lo disfruta
activamente.
Krupin chasquea los dedos para que le rellenen el vino, está
bebiendo mucho y demasiado rápido, aun rumiando por su apuesta
perdida.
Yakov está adulando a Stepanov, se ríe de todas sus bromas y le
pregunta su opinión sobre las peleas.
―¿Qué te parecieron Lights Out y Big Stacks? ―pregunta Yakov―.
El público siempre ve al ganador, ¿no?
Esa pelea fue a decisión, y el público votó por Big Stacks, pero fue
Lights Out quien dio más golpes, por un diez por ciento o más.
―Lights Out se lo llevó ―digo.
Mi irritación me hace decir en voz alta lo que solo quería pensar en
mi cabeza.
Yakov se burla de mí, pero Stepanov está de acuerdo.
―Lights Out fue el mejor luchador técnico ―dice. ―Stacks
simplemente ofreció un mejor espectáculo.
Yakov me lanza una mirada venenosa.
Yo lo ignoro, me distrae Stepanov, que ahora desliza su mano por
el muslo de Sasha.
Mi propia mano se aprieta convulsivamente alrededor de mi
cuchillo para carne. Quiero saltar sobre la mesa y clavárselo a
Stepanov en el pecho.
Yakov me ve agarrando el cuchillo y frunce el ceño.
Me obligo a soltarlo y me pongo de pie, empujando mi silla hacia
atrás.
―Disculpen ―digo―. Necesito un cigarrillo.
No fumo en absoluto, es solo una excusa para alejarme de la mesa,
porque no puedo controlarme ni un minuto más.
En lugar de salir, me dirijo al baño para echarme agua en la cara.
Cuando vuelvo a salir, Sasha me está esperando en el pasillo.
En silencio, me toma de la mano y me lleva al almacén, cierra la
puerta con llave, luego me agarra y me besa ferozmente, yo la levanto
y le devuelvo el beso con el doble de fuerza.
Sé lo que está haciendo. Está tomando el control de su agencia
sexual, quiere follar con el hombre que quiere follar, y no es Stepanov.
También sé que lo que estamos haciendo es pura locura. Con cada
segundo que pasa, Stepanov o Krupin pueden sospechar y enviar a
uno de sus hombres a buscarnos. Si nos encuentran aquí,
probablemente acabaremos la noche degollados, o arrojados por la
barandilla del puente de la Trinidad.
Pero ahora mismo, estoy dispuesto a correr ese riesgo, si eso
significa volver a tocar a Sasha.
Puedo saborear los dulces restos del vino en su boca. Sus suaves
labios son voraces contra los míos, se aferra a mí con todas sus
fuerzas, con sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas rodeando
mi cintura. Tiene tanta hambre de mí como yo de ella.
Me pregunto si me ha estado deseando tanto estos últimos días,
repitiendo nuestra tarde juntos una y otra vez en su mente. Eso es lo
que he hecho, mil veces o más.
Mi polla está a punto de explotar solo por sentirla entre mis brazos
una vez más. Me duele y palpita, anhelando ser enterrada dentro de
ella.
Quiero arrancarle el vestido del cuerpo, pero no soy tan estúpido
como para hacerlo.
En lugar de eso, le subo la falda por la cintura, con cuidado de no
romper la delicada tela y le quito las bragas, luego saco mi polla de
los calzoncillos y la meto dentro de ella.
Aunque no he tenido tiempo de prepararla, ella ya está caliente y
húmeda y lista para mí, su cuerpo está tan desesperado como el mío.
Tal vez durante los últimos tres días se ha empapado las bragas una
y otra vez pensando en mí, en los mismos momentos en que yo
agarraba mi polla palpitante, impotente ante el pensamiento de ella.
Ahora estoy exactamente dónde anhelaba estar: muy dentro de
ella. La estoy besando y follando con desenfreno, dentro de este
pequeño armario de productos secos. Estamos rodeados de bolsas de
azúcar y harina, paquetes de especias y sacos de arroz. El olor de la
comida no logra contrarrestar el embriagador aroma de la propia
Sasha: su jabón, su piel, su perfume y su coño húmedo y ansioso.
Por mucho que me obsesioné con su recuerdo, no es nada
comparado con lo real. Siento que me muero y que voy al cielo, una
y otra vez con cada empuje.
Los dos corremos tan rápido como podemos hacia el clímax, no hay
tiempo para detenerse y saborearlo. Sasha me gana por una fracción
de segundo y empieza a gritar, recordando lo fuerte que lo hizo en mi
apartamento, le tapo la boca con la mano y grita contra mis dedos,
mientras su coño se aprieta alrededor de mí. La follo aún más fuerte,
porque esta mujer me pertenece a mí, y solo a mí. Nunca se la daré a
Stepanov, ni a nadie más.
Fui el primero y seré el último.
Exploto dentro de ella, llenando su coño con mi semen. La estoy
marcando como mía, si Stepanov intenta tocarla de nuevo, será con
mi semilla ya dentro de ella.
Mi orgasmo sigue y sigue, he acumulado tanto en los últimos tres
días que nunca he tenido una liberación como ésta.
Cuando finalmente termino, dejo a Sasha en el suelo suavemente y
la beso una vez más, porque ya estoy deseando sus labios de nuevo.
―Será mejor que salgas primero ―jadea―. Voy al baño a limpiarme.
Eso es todo lo que tenemos tiempo de decirnos. Me apresuro a
volver a la mesa, dando la vuelta larga para que parezca que he salido
a fumar. Aun así, Yakov me mira con desconfianza cuando me siento,
probablemente sabe que no fumo y no lo huele en mi capucha.
Sasha vuelve unos cinco minutos después. Se ha arreglado el pelo
y se ha vuelto a pintar los labios.
―¿Por qué tardaste tanto? ―pregunta Stepanov. Suena burlón, no
incrédulo.
―Yo... no me encuentro muy bien ―dice Sasha.
―Toma un poco más de vino ―dice Stepanov, empujando otra copa
hacia ella.
Sasha bebe, obedientemente. Cuando se vuelve a sentar, Stepanov
le pasa el brazo por los hombros una vez más.
El mesero llega con su pesada bandeja de platos. Los reparte:
gulasch para Krupin y Stepanov, costillas para Yakov y la Bestia,
mero para mí, pollo para Sasha y vieiras para Afansi, al final de la
mesa.
Stepanov retira su brazo para poder comer, cuando retira su mano
del hombro de Sasha, veo que está ligeramente espolvoreada de
harina. Ella también lo ve y su cara palidece.
―¿Qué pasa? ―dice Stepanov.
―Yo... me siento un poco enferma ―dice Sasha―. ¿Me prestas tu
servilleta?
Stepanov se la entrega, con suerte limpiando la harina de su mano.
Ella toma la servilleta y se la lleva a la boca. Vuelve corriendo al baño.
Supongo que va a quitarse el resto de la harina de la piel. Además,
esta puede ser su mejor excusa para evitar que Stepanov la lleve a
casa.
Stepanov se come su goulash, sin tener en cuenta el último poco de
harina que aún tiene en la mano, a estas alturas ya ha tomado varios
vasos de vino.
Puedo ver a Oskar Drozdov observando nuestra mesa desde el otro
lado de la sala, debe sentirse como un examen infernal cada vez que
Krupin viene a comer aquí. No parece un hombre fuerte, de hecho,
parece que un viento fuerte lo haría volar, por eso ha entregado a su
hija a estos chacales.
Después de un minuto, Oskar desaparece en dirección a los baños,
probablemente para ver cómo está Sasha.
Cuando regresa, se acerca a la mesa nervioso.
―Si no les importa, señores ―dice―, envié a Sasha a casa en un taxi.
Está bastante enferma.
―Espero que no sea la comida ―dice Yakov con brusquedad.
―No, no, nada de eso ―se apresura a asegurar Oskar―. No ha
estado bien los últimos días.
Yakov sonríe.
La ira vuelve a burbujear en mí, todavía no le he preguntado a
Sasha qué le hizo hacer Yakov.
―Está bien ―dice Krupin, despidiendo a Oskar.
Sin embargo, Stepanov frunce el ceño.
―Es una cosita asustadiza, tu doctora, ¿no? ―le dice a Krupin.
―Es muy inocente ―dice Krupin.
―¿Qué tan inocente? ―dice Stepanov, sonriendo lascivamente.
Krupin se encoge de hombros.
―Completamente, diría yo.
―Eso es muy raro en estos tiempos ―dice Stepanov―. Lo
encuentro... muy atractivo.
―También es bastante valioso ―dice Krupin con énfasis.
Están discutiendo el valor de la virginidad de Sasha, que no saben
que ya he robado.
―¿Cuál era su deuda contigo? ―Stepanov pregunta.
―Setenta y un millones, más o menos. ―le responde Krupin con
indiferencia.
―Tal vez debería formar parte de nuestras negociaciones ―dice
Stepanov.
Se me enfría la carne. Stepanov quiere comprar a Sasha, junto con
la mitad del Knockdown, quiere que ella forme parte del trato.
Krupin se encoge de hombros.
―Ella ha demostrado ser útil ―dice―. No será barato.
―No soy un hombre tacaño ―dice Stepanov, levantando su copa.
Quiero matarlos a todos.
Están metiendo a Sasha en su negocio como si fuera un kilómetro
más de territorio, o un kilo de cocaína. Ella no significa nada para
ellos más allá de un montón de billetes.
Pero ella significa todo para mí.
Sé que es una locura. Nos acabamos de conocer, pero he hecho una
carrera estudiando a la gente. Sé quién es ella, conozco su valentía, su
lealtad, su inteligencia, y su compasión.
No permitiré que sea una moneda de cambio.
―¿Cuál es tu problema? ―Yakov sisea en mi oído.
―No sé de qué estás hablando ―digo, en voz baja.
―Estás tramando algo ―murmura Yakov para que solo yo pueda
oírlo―. ¿Estás intentando conseguir un puesto con Krupin? Ya te
ofreció un trabajo una vez y no lo va a volver a hacer.
―Ya tengo un trabajo ―le contesto.
―¿De qué se trata, entonces? ¿Por qué estás tan tenso?
Lo miro fríamente.
―Es tu colonia ―digo―. Jodidamente apesta.
La cara de Yakov se pone morada de ira, estoy seguro de que su
colonia es carísima. Es el mayor dandi que he visto en mi vida, se ha
tomado demasiado en serio el adagio "vístete para triunfar",
olvidando la parte de no ser un burro.
Antes de que pueda responder, Krupin nos interrumpe.
―Quiero un cigarro ―dice―. Snow, ven conmigo.
Yakov empieza a levantarse también, pero Krupin le hace un gesto
para que permanezca sentado.
No sé por qué Krupin intenta verme a solas. Podría haber fumado
fácilmente en la mesa sin que Oskar dijera una palabra al respecto,
pero me lleva afuera. Sea lo que sea que quiera decir, no puede ser
bueno.
De pie en la calle, Krupin enciende su cigarro sin ofrecerme uno, le
da un par de caladas y deja escapar una larga exhalación. Lleva ese
abrigo de piel negra que lo hace parecer más grande de lo que es en
realidad. Es una piel gruesa con un rico olor a aceite, probablemente
de oso siberiano.
Él me mira, con sus ojos oscuros brillando.
―Hasta ahora no has sido más que un problema para mí, Snow
―dice―. Es hora de que me hagas un favor. Vas a caer en picado en el
próximo combate, en el segundo asalto, caerás. ¿Lo entiendes?
Lo miro fijamente, nunca me he tirado al suelo en mi vida.
Vuelve a darle una calada a su cigarro y lo apaga bruscamente
contra la pared de ladrillos.
―Caes en el segundo asalto y no te vuelves a levantar.
Sin esperar a que le responda, se dirige de nuevo al interior del
restaurante.
Cuando mi padre llega a casa por la noche, no puede mirarme a los
ojos. Ya me he quitado el maquillaje y me he puesto mi ropa normal,
pero sé que nunca olvidará mi imagen del brazo de un jefe de la
Bratva.
Una parte de mí está profundamente avergonzada.
La otra parte de mí está furiosa con él.
¿Cómo se atreve a avergonzarse por mí, cuando fue él quien me
puso en esta situación, para empezar? Si no fuera por la
irresponsabilidad de mis padres, nunca habría cruzado dos palabras
con Krupin o Stepanov.
Así que mantengo la barbilla alta y la voz tranquila cuando le digo:
―Espero que todo haya ido bien con la cena, papá.
―Bastante bien ―dice, todavía sin mirarme.
Estoy sentada en la cocina, comiendo un pequeño plato de queso y
pan de centeno. No me terminé la comida en el restaurante y tengo
hambre. También intento contrarrestar los efectos del vino que bebí
con el estómago vacío.
El resto de la casa está en silencio.
―¿Dónde están mamá y Mila? ―pregunto.
He estado tan ocupada las últimas semanas que apenas las he visto.
Papá se apoya en los armarios, se quita los lentes y se pone los
dedos índice y pulgar en las comisuras interiores de los ojos.
―Mila está estudiando en la biblioteca, tiene un examen mañana
―dice―. Tu madre se fue a Yaroslavl para quedarse con su hermana.
Es extraño. Normalmente mamá nos invita si va a ver a la tía Agata.
―¿Cuánto tiempo se va a quedar? ―le pregunto.
―No lo sé ―dice papá.
Dejo mi trozo de pan y queso.
―¿Qué quieres decir? ―le pregunto―. ¿Por qué no sabes cuándo va
a volver?
Papá suspira. Parece más viejo que nunca, y muy cansado.
―No sé si va a volver ―dice.
―¿Por qué? ―le digo estúpidamente.
Papá vuelve a ponerse los lentes en la cara. El cristal reflectante
hace que sea difícil de distinguir, pero creo que sus ojos están
húmedos.
―Dijo que se sentía atrapada aquí, la casa está tan sucia y
deteriorada que le da vergüenza traer a alguien. No puede ir de
compras o al spa como solía hacerlo con sus amigas, dice que su
hermana la cuida mejor que yo...
Papá se interrumpe.
Lo miro fijamente sin comprender.
Entonces me levanto de la mesa y paso por delante de él, subo las
escaleras hasta la habitación de mis padres y abro el armario de mi
madre.
Veo que toda su ropa, bolsos y zapatos favoritos han desaparecido.
Ha dejado algunas prendas más antiguas, como el pesado abrigo de
cuadros que, según ella, parecía un sofá, y unas botas de cocodrilo
que le apretaban los pies, pero todas las cosas que más le gustaban
han desaparecido.
Corro hacia sus cajones, sé que papá tuvo que vender algunas de
sus joyas, pero no es eso lo que busco, estoy buscando el peine de
abulón que le regaló la bisabuela. No vale mucho monetariamente,
pero significa todo para mamá, no lo llevaría a ninguna parte para
una visita, solo se lo llevaría si se mudara definitivamente.
El peine está en una caja lacada en su cajón superior. Esa caja ha
desaparecido y el peine también.
Mamá nos dejó. Nos dejó de verdad.
Y ni siquiera se despidió.
Papá me ha seguido arriba. Está de pie en la puerta, mirando la
habitación destruida.
No puedo creer que nos haya dejado, justo cuando estábamos en lo
más bajo y vulnerable.
Hizo este desastre, y luego se alejó de él como si no tuviera nada
que ver con ella.
Oigo abrirse la puerta principal y unos pasos en la entrada, y por
un momento confuso pienso que debe ser mamá, que se dio cuenta
de que se equivocó y ha vuelto a casa.
Bajo corriendo las escaleras, esperando verla de pie con cara de
arrepentimiento. Ni siquiera me enojaré con ella, sé lo impulsiva que
es, la abrazaré y la ayudaré a subir sus maletas.
Pero cuando llego a la entrada, veo a Mila dejando su pesada
mochila llena de libros.
―¡Hola! ―dice, sonriendo―. ¿No trabajas esta noche?
Su sonrisa se desvanece al ver mi cara.
―¿Qué pasa? ―pregunta Mila.
―Mamá se ha ido ―le digo―. Se ha ido a casa de la tía Agata. Papá
dice que no va a volver.
Mila no lo cree hasta que sube a la habitación de mamá y ve lo
mismo que yo con sus propios ojos.
Papá no nos ha seguido en esta ocasión, se ha metido en su estudio
y ha cerrado la puerta.
―¿Debemos ir a hablar con él? ―dice Mila en un tono bajo.
―No lo sé ―le respondo―. No sé qué hacer.
―¿Deberíamos llamarla y decirle que vuelva? ―exige Mila.
Mila siempre quiere actuar, no es de las que se sientan a lamentarse.
―¿Qué sentido tiene? ―le digo―. Si no quiere estar aquí, no
podemos obligarla a volver a casa.
―Está mimada ―dice Mila con amargura―. Siempre lo ha estado.
Yo lo sabía, pero seguía creyendo que nos quería...
Mila vuelve a bajar a la cocina, rebuscando en la nevera en busca
de comida. Me siento frente a mi pan con queso, aunque ya no sabe
tan bien como antes.
Mila entorna los ojos para mirarme.
―¿Te pintaste los labios? ―dice―. Eso no es propio de ti.
―Krupin me hizo salir a cenar ―digo―. Con él y este otro jefe de la
Bratva. ¿Conoces a Urvan Stepanov?
Mila sacude la cabeza.
―Es un asqueroso ―le digo.
Me estremezco, recordando la sensación de su mano deslizándose
por la parte delantera de mi vestido, acariciando mi pecho mientras
Yakov me miraba con desprecio desde el otro lado de la mesa.
Y justo delante de Snow, además. Podía ver cómo le enfurecía, sus
ojos azules parecían pura llama de propano. Pude ver la tensión en
los músculos de sus hombros y brazos, como si se mantuviera
perfectamente quieto para no saltar de su asiento.
Paradójicamente, la ira de Snow era lo único que me mantenía
cuerda.
Mientras todos los demás hombres de la mesa actuaban como si
fuera lo más natural del mundo que Stepanov me pusiera las manos
encima, solo Snow se enfurecía por mí.
En lugar de sentirme como una víctima, yo también me sentí
enojada. Stepanov intentaba forzarme, sin importarle lo que yo quería
para mí.
Bueno, yo quería a Snow. Las suyas eran las únicas manos que
quería en mi cuerpo.
Cuando se levantó para fumar, me disculpé un minuto después. Lo
encontré, lo llevé al almacén y luego, en un acto de puro desafío, tomé
lo que realmente quería del único hombre que podía dármelo...
Fue una locura, pero el peligro solo lo hizo más embriagador.
Esos cinco minutos fueron los momentos más intensos y eróticos
de mi vida.
Puedo sentir que me arde la cara solo de recordarlo.
La forma en que me entregué a él, y la forma en que él me tomó, en
rebelión contra todos los posibles hombres poderosos y dominantes
en esa mesa...
En sus propias narices, los desafiamos.
―¿En qué demonios estás pensando? ―exige Mila―. Tu cara está
iluminada como un árbol de Navidad.
―En nada ―digo, negando con la cabeza.
―Estás mintiendo ―dice Mila―. Dime qué pasa. Parece que tienes
un secreto, no estarás haciendo revisiones a los mafiosos...
―Bueno... ―Dudo. No quiero decirle a Mila nada que pueda
ponerla en peligro, pero es mi mejor amiga y necesito que una amiga
me diga si he perdido completamente la cabeza.
―Hay un boxeador... ―digo.
―¡Lo sabía! ―Mila grita.
―¡Shh! ―La hago callar antes de que papá escuche―. Lo cosí
después de una pelea...
―¿Cómo se llama?
―Snow.
Mila arruga la nariz.
―Todos tienen apodos. Créeme, le queda bien.
―¿Qué aspecto tiene?
―Es alto y ancho. Frío, al principio. De hecho, la primera vez que
lo vi, me aterrorizó. Tiene esa expresión oscura, como si nunca
hubiera sentido nada más que rabia. Tiene ojos azules como... como...
―Busco una forma de describirlos―. Son como la luna en invierno, o
el cristal del mar, o un glaciar. Es el azul más claro que te puedas
imaginar. Serían hermosos, aunque el resto de él no fuera hermoso en
absoluto. Es rudo y brutal y masculino en extremo.
Mila me mira como si definitivamente hubiera perdido la cabeza.
―Una vez que empecé a hablar con él, me di cuenta de que es
contundente y tosco... pero no es solo eso. Es ambicioso y perspicaz,
e incluso a veces amable, aunque no creo que sepa que lo es.
Sacudo la cabeza. Es tan difícil describirlo. Es tan difícil explicar lo
que siento cuando estoy cerca de él. Siento que he descubierto algo
que nadie más puede ver, y siento que él encuentra las mismas cosas
en mí, características que ni siquiera sabía que tenía. Él las percibe y
las saca de mí.
―Sin embargo, no quieres salir con un boxeador, ¿verdad?
―pregunta Mila―. Probablemente sea un criminal como el resto...
―¡No es como el resto de ellos! ―le digo bruscamente.
―Lo siento ―dice Mila, levantando las manos―. No lo conozco aún,
solo pensé...
Pensó que me casaría con alguien como los chicos con los que
íbamos al colegio, aquellos cuyos padres solían socializar con los
nuestros... hasta que mamá y papá perdieron todo su dinero.
Yo vivía en el mundo de los ricos y privilegiados.
Pero es curioso: nunca me enamoré de ninguno de esos chicos,
incluso después de años de conocerlos, nunca sentí una conexión
como la que se desarrolló entre Snow y yo en cuestión de días.
―No importa ―le digo a Mila―. No puede pasar nada entre
nosotros. Yo trabajo para Krupin, y él es el dueño de los próximos
veinte años de mi vida.
Nada puede pasar entre nosotros.
Pero pasó.
Casi empiezo a sonrojarme de nuevo, preguntándome si debería
decírselo a Mila. Ella no es virgen, solía burlarse de mí por haber
esperado tanto tiempo. Solo hazlo de una vez, me decía.
Bueno, lo hice y ahora creo que soy adicta. No dejo de pensar en
eso, de obsesionarme, de desearlo. ¿Es normal sentirse tan atraído por
alguien que arriesgarías cualquier cosa, incluso tu propia vida, por
cinco minutos en sus brazos?
―No serán veinte años ―dice Mila, poniendo su mano sobre la
mía―. Una vez que me gradúe, también podré conseguir un trabajo y
podré empezar ayudarte a pagar la deuda...
Sacudo la cabeza con fuerza.
―En absoluto ―le digo―. No te van a arrastrar a esto, tú vas a tener
una vida normal. Una gran vida.
Mila no dice nada, pero aprieta los labios con obstinación. Conozco
a mi hermana, sé que no se va a quedar de brazos cruzados viéndome
sufrir.
La idea solo me deprime, no puedo soportar que Mila sea enterrada
junto con el resto de nosotros.
Dios, ¿cómo vamos a salir de esto?
Faltan pocas horas para el cuarto combate y aún no sé qué voy a
hacer con la petición de Krupin. O demanda, debería decir. Eso es lo
que realmente es. Espera que me tire al agua y probablemente debería
hacerlo.
Pero no quiero.
Nunca he perdido una pelea.
Y más que eso, nunca he peleado amañado.
No tengo mucho en este mundo. No tengo casa, ni relojes, ni autos;
solo una pequeña cantidad de ahorros escondida detrás de un ladrillo
en mi pared. No tengo familia ni un nombre famoso.
Lo único que tengo es mi palabra, nunca he mentido ni engañado
a nadie y nunca me he tirado al suelo en una pelea.
Es orgullo, simple y llanamente.
La integridad es un lujo en mi mundo. La gente la vende barata,
pero una vez que la pierdes, difícilmente puedes recuperarla a
cualquier precio.
Ahí está Krupin, que fue traicionado por su hermano. Quería
vengarse, pero rompió el código cuando mató a sus propios sobrinos
y ha estado luchando durante diez años desde entonces, tratando de
demostrar que es digno de confianza, que ha cumplido su penitencia
y que debe ser recibido de nuevo en el redil. Tiene que arrastrarse
ante Stepanov, y tal vez incluso ofrecerle a Sasha envuelta en un lazo,
solo por el privilegio de cederle la mitad de su negocio, para que
Stepanov lo respalde.
Ese es el costo para tratar de comprar su nombre de nuevo.
Me paseo por el suelo, tratando de decidir qué hacer. Okalina me
observa en silencio desde su percha favorita en el tabique entre el
dormitorio y la cocina.
En cuanto me siento en la cama, baja de un salto, se acerca a mí y
salta sobre mi regazo.
Creo que ya está más gorda. Por lo menos, ya no está
dolorosamente delgada. Su pelaje gris hollín también se está
volviendo más liso. Le paso la mano por el lomo con cuidado, porque
todavía me siento un poco incómodo, ya que nunca he tenido un
animal.
Me decía a mí mismo que la llevaría al refugio. Lo dije cada mañana
durante tres días, y luego admití que en realidad no quería hacerlo.
Era agradable oírla correr hacia la puerta cuando llegaba a casa por la
noche.
Aparte de su llanto en la escalera de incendios, es la criatura más
tranquila que se pueda imaginar, no hace ningún ruido más allá del
ronroneo ocasional. Me gusta su silencio, coincide con el mío,
además, ya no tengo ratones que se metan en mis armarios.
El peso de Okalina es reconfortante, pero aún no sé qué hacer.
Meyer hace sonar su bocina desde afuera de mi ventana.
Recojo mi bolsa de viaje y dejo a Okalina suavemente sobre mi
almohada antes de salir del apartamento, cerrando la puerta tras de
mí.
En el auto, Boom Boom dice, un tanto asombrado:
―Cuatrocientos mil es una bolsa muy grande. Vas a ser rico, Snow.
―Menos el veinte por ciento ―le recuerda Meyer.
―¿Para qué necesitas ochenta mil rublos? ―Boom Boom se ríe―.
¿Vas a comprarte un sombrero nuevo? Ese es más viejo que el cadáver
de Lenin.
―Podría comprar una nueva bolsa de velocidad ―dice Meyer
secamente―. Algún idiota arrancó la última de su gancho.
―¡Eso ya estaba roto! ―dice Boom Boom―. Vamos, sabes que no
golpeo tan fuerte.
―¿Y si no gano? ―digo.
Meyer y Boom Boom se callan inmediatamente, mirándome
fijamente.
―¿De qué diablos estás hablando? ―dice Meyer.
―Krupin quiere que me tire en el segundo asalto ―les digo.
―¿Y por qué carajos querrías hacer eso? ―dice Meyer.
―Dijo que le hiciera un favor.
―Eso no es un favor ―resopla Meyer―. Eso es como si te pidiera tu
primogénito.
―Seguro que te deberá una ―dice Boom Boom, con los ojos
redondos―. La Bratva siempre paga sus deudas.
―No quiero que me deba nada ―digo―. Quiero ganar el torneo.
―Pues hazlo, entonces ―dice Meyer.
Le echo un vistazo. Parece entusiasta y severo, encorvado sobre el
volante.
―Krupin se enojará ―le digo.
―Sí, probablemente ―responde Meyer.
Boom Boom suelta un silbido bajo.
―¿Qué tan enojado? ―dice nervioso.
Me encojo de hombros.
No sé qué hará Krupin si lo desafío.
Pero supongo que lo averiguaré.
Me presento en el almacén, aun pensando que me emparejarán
contra el Rabino, pero cuando veo la tabla de apuestas, me doy cuenta
de que lucharé contra Stacks, lo que significa que el Rabino se
enfrenta a la Bestia.
―¿Por qué han hecho eso? ―dice Boom Boom.
Sacudo la cabeza. No tengo ni idea.
Ahora que quedamos cuatro luchadores, solo estamos el Rabino y
yo en el vestuario oeste, y Stacks y la Bestia en el lado opuesto.
El Rabino se ve pálido y tranquilo, está envolviendo y
desenvolviendo sus manos, tratando de que queden bien.
―Oye ―le digo―. ¿Viste el tablero?
Él asiente con la cabeza.
―Escucha ―le digo―, deberías renunciar, está fuera de tu categoría
de peso, nadie pensará mal de ti.
Frunce el ceño y se pone en pie, rebotando ligeramente sobre sus
puntas. Su delgado cuerpo es más evidente desde esta posición: 1,70
metros, y 75 kilos como máximo.
―Vencí a Bola de Mantequilla sin problemas ―dice.
No me corresponde discutir con él. Es una mala forma de
mentalizar a alguien antes de una pelea, pero me agrada y lo respeto
demasiado para quedarme callado.
―La Bestia no es Bola de Mantequilla ―le digo, sin rodeos―. Es un
maldito animal, salí con él la otra noche, y yo...
―Sé lo que es ―me interrumpe el Rabino―. Lo noquearé, y odio
decirlo, pero también te noquearé a ti, Snow, si me enfrento a ti en el
último combate. Voy a ganar todo el torneo, tengo una oportunidad
y la voy a aprovechar.
Su expresión es serena, y totalmente decidida. Nada de lo que le
diga lo hará cambiar de opinión.
―Muy bien ―digo―. Buena suerte, Rabino.
―Buena suerte, hermano.
Extiende su puño y lo golpeo con el mío.
Nos separamos hacia lados opuestos de la habitación, para despejar
nuestras cabezas antes de nuestras peleas.
―Hola ―me llama una voz suave.
Levanto la vista y Sasha está de pie en la puerta.
La atraigo a la habitación contigua antes de que nadie la vea. Lo
único que hay aquí es una máquina de hielo, para que los esquineros
puedan llenar bolsas con hielo picado para enfriar a los boxeadores
entre asaltos.
―¿Qué haces aquí? ―digo en voz baja.
―Quería desearte suerte ―dice Sasha.
Detrás de la fina montura de sus lentes, sus ojos azules parecen
preocupados.
Vuelve a llevar su sensata ropa de médico. Nunca puedo decidir
qué Sasha me gusta más: la niña rica y elegante, la sirena sexy del
vestido rojo o la profesional inteligente. Me gustan todas. Más de lo
que puedo decir.
Solo verla me levanta el ánimo. No me preocupa Krupin, ni la
próxima pelea, estoy pensando que ella se escabulló de la enfermería
para verme porque se preocupa por mí. Quiere que gane.
La agarro del brazo y la acerco a mí.
―Si realmente quieres desearme suerte ―gruño―, me darás algo
más que una sonrisa.
―No te estoy sonriendo ―dice ella, tratando de contener su sonrisa.
―Sí, lo haces ―digo.
Aprieto su boca contra la mía.
En el momento en que nuestros labios se tocan, siento una oleada
de energía como una sacudida de la batería de un auto. Me recorre
las venas hasta la punta de los dedos de las manos y de los pies. Me
siento poderoso, e invencible. Sé que voy a ganar el combate.
La suelto y ella retrocede un paso, sus ojos azules están más
abiertos que nunca.
―¿Cómo me haces eso? ―dice.
―Te voy a hacer mucho más que eso ―le digo―. Encuéntrate
conmigo esta noche, después de la pelea.
―¿En dónde? ―dice ella.
―Ven a mi apartamento, no importa lo tarde que sea.
―Ahí estaré ―dice.
Estoy a punto de darme la vuelta y volver a los vestuarios, pero ella
me llama:
―¡Espera!
Me tiende un pequeño paquete envuelto en papel marrón.
Lo miro estúpidamente.
―¿Qué es eso? ―le digo.
―No es nada ―dice ella, sonrojada―. Es algo que vi en una tienda
y me hizo pensar en ti.
Se lo quito, sintiéndome extrañamente fuera de lugar. Nadie me ha
hecho un regalo en mi vida. Mi tío me cuidaba, pero no era
sentimental, mis padres nunca se lo plantearon y no hay regalos en el
orfanato, por supuesto.
Mis dedos tantean el envoltorio, intentándolo varias veces antes de
conseguir desenvolver el cordel.
Dentro hay un globo terráqueo del tamaño de una pelota de
softball. El cristal transparente contiene una pequeña réplica de la
ciudad de Nueva York, con el estadio circular del Madison Square
Garden claramente visible entre Times Square y el Empire State.
―Mira―dice Sasha.
Me quita el globo suavemente de las manos y le da la vuelta.
Cuando lo levanta de nuevo, gruesos copos de nieve caen sobre la
ciudad.
―Snow en el Madison Square Garden ―dice, riendo suavemente―.
Es cursi, lo sé...
―¡No lo es! ―digo, con la voz un poco ahogada―. Es hermoso.
Sasha vuelve a mirarme a los ojos.
―Vas a ir ahí ―dice.
Su voz está llena de certeza y esperanza. Esperanza por mí.
―Me gustaría tener algo para darte ―le digo.
―¡No tienes que darme nada! ―Sasha se ríe.
Pero lo haré. Cuando se me ocurra algo lo suficientemente bueno.
La beso una vez más antes de dejarla ir.
Este beso es más largo, y más tierno.
Nunca antes me habían dado un regalo y nunca he besado a una
mujer con todo mi corazón. Cuando se trata de amor, soy tan
inexperto como Sasha.
No quiero dejarla ir.
―Recuerda, esta noche ―digo.
―Ahí estaré ―promete Sasha.
Me dirijo de nuevo al vestuario, sintiéndome como si estuviera
flotando.
―¿A dónde fuiste? ―dice Boom Boom. Lleva mi bolsa de lona,
además de un pretzel caliente que ha tomado por el camino. Krupin
está vendiendo comida y bebidas ahora. Es una feria ahí fuera.
―A ningún lado ―digo.
―¿Qué es eso?
Señala el globo terráqueo, que he vuelto a envolver en papel de
estraza.
―¡Métete en tus asuntos! ―le digo bruscamente, envolviendo el
paquete con cuidado en una camiseta de repuesto y guardándolo
dentro de mi bolsa de viaje.
Meyer entra también, habiendo tenido que caminar más que nunca
después de estacionar el auto.
―¿Cómo es que no están preparados? ―exige.
El Rabino nos mira, levantando una ceja. Vio a Sasha en la puerta,
pero no se lo dirá a nadie.
―Me estoy preparando ―le digo a Meyer.
―Hazlo más rápido ―me dice.
Mi combate es el primero, enfrentándome a Big Stacks.
No esperaba luchar contra él esta noche, pero estoy listo para
hacerlo. Estoy animado por la vista de Sasha. Me siento intocable.
Big Stacks es más conocido por sus extravagantes trajes que por su
historial de victorias, pero no se queda atrás en el ring. Ha llegado
hasta aquí en el torneo por una razón.
Por supuesto, se podría argumentar que no habría ganado el último
combate si no fuera el favorito del público. Como Stepanov y yo
discutimos en la cena, el recuento de puntos real puso a Lights Out
por delante.
Eso es parte del juego en el boxeo clandestino, o bien tienes que
ganar lo suficiente como para que sea evidente, o bien tienes que
hacer que el público se divierta, para tenerlo de tu lado.
Yo salgo primero, con la cabeza baja en mi bata blanca, con "Lose
Yourself" sonando en los altavoces colgados alrededor del ring.
A estas alturas ya he reunido un buen número de fans. Los oigo
corear ¡SNOW! ¡SNOW! ¡SNOW! ¡SNOW! mientras hago el largo
camino hacia el ring.
Al mirar a mi derecha, veo a Krupin sentado en la mesa más
grande, con Stepanov a su lado. Krupin tiene los brazos cruzados
sobre el pecho. Se golpea con dos dedos el bíceps izquierdo,
recordándome que debo caer en el segundo asalto.
No le doy ninguna señal de reconocimiento. Me meto el protector
bucal entre los dientes y me quito la bata, entregándosela a Boom
Boom.
Meyer me frota la cara con vaselina, sobre todo en el corte que aún
está cicatrizando sobre mi ojo izquierdo.
Me mira a través de sus gruesos lentes.
―Noquéalo, Snow ―dice.
Mi canción se interrumpe y en su lugar empieza a sonar "Eye of the
Tiger".
El público ruge de alegría.
Big Stacks ha convencido a alguien para que encienda petardos
alrededor de la puerta de los vestuarios, así que irrumpe en un
torbellino de chispas y humo, con una larga capa dorada
arremolinándose tras él. Lleva guantes dorados y pantalones cortos
negros con un águila dorada en la entrepierna. Sus zapatos de boxeo
son mucho más altos que la altura reglamentaria, con alas doradas
pintadas en el lateral. Lleva el pelo trenzado y juro que se ha rociado
con purpurina.
El público se vuelve loco al verlo. Él sonríe y avienta besos,
trotando hacia el ring.
No le presto atención y miro hacia la enfermería, para ver si Sasha
se asoma, puedo ver su delgada figura de pie en la puerta.
Tengo que apartar mis ojos de ella. Me enfrento a Big Stacks, que
me hace una reverencia baja y burlona.
Sin embargo, en cuanto suena el timbre, se abalanza sobre mí con
fuerza. Que Big Stacks se vista de circo no significa que sea un payaso,
él es rápido y también es jodidamente astuto.
Comienza con un pequeño limpiabotas: una combinación de
golpes llamativos que parecen impresionantes, pero que no hacen
ningún daño, aunque después me da algunos golpes desagradables
al cuerpo, que en su mayoría llegan al cinturón o justo debajo de él.
Uno de ellos casi me da en la ingle. Lo empujo, gruñendo enojado
le digo:
―¡Cuidado!
Big Stacks solo sonríe alrededor de su protector bucal, bailando.
Vuelve a lanzarse contra mí golpeando rápida e imprudentemente,
sin tener demasiado cuidado de proteger su cabeza.
Se me ocurre que Krupin probablemente le ha dicho que voy a caer
en el segundo asalto. Por eso no está preocupado: cree que lo tiene
todo controlado.
Le doy un fuerte golpe en la cara para demostrarle lo contrario. Su
cabeza se echa hacia atrás, borrando la sonrisa de su cara.
Ahora levanta bien los guantes y me mira con recelo.
Nos rodeamos mutuamente mientras Stacks me vuelve a evaluar.
Él se acerca de nuevo y consigue asestar un golpe de refilón en mi
frente, pero lo golpeo dos veces en el abdomen, con tanta fuerza que
se tambalea hacia atrás.
La campana suena indicando el final del asalto. Nos retiramos a
nuestras respectivas esquinas.
Meyer me pone una toalla fría sobre los hombros.
―Lo tienes, chico ―dice―. Él es todo destellos, pero no hay fuego.
En el segundo asalto, siento los ojos de Krupin clavados en mí. Sé
que está observando cada uno de mis movimientos, esperando que
caiga.
Big Stacks ha regresado con renovado optimismo. Él cree que voy
a caer, también. Me lanza golpes directos, tratando de dar un golpe
sólido para que pueda caer de forma convincente.
Los rechazo todos. No me golpeará y no voy a caer.
En cambio, me pongo a trabajar con Stacks. Lo golpeo una y otra
vez en la cara y en el cuerpo. Empieza a enojarse, pensando que solo
me estoy haciendo ver bien antes de caer en picado.
Pasa un minuto, luego dos. A medida que transcurren los últimos
segundos del asalto, puedo sentir la rabia de Krupin, aunque no lo
miro. Sé que está contando en su cabeza, la cuenta atrás de mi
traición.
Suena la campana y el segundo asalto termina. Me alejo de Big
Stacks, dispuesto a volver a mi esquina.
Desesperadamente, Big Stacks me golpea con un monstruoso
puñetazo desde el lateral, que me da justo en la sien, haciéndome caer
de rodillas.
El público aúlla su descontento, el coro de abucheos es como una
cascada que cae sobre la cabeza de Big Stacks.
El árbitro mira a Krupin, y él asiente, diciéndole al árbitro que
continúe la pelea, pero la falta fue demasiado flagrante. El público no
deja de abuchear, cada vez son más fuertes, golpeando con los pies
contra las gradas y coreando ¡ÉCHALO! ¡ÉCHALO!
El árbitro tiene que descalificar a Big Stacks, dándome la victoria.
Levanto el puño sobre mi cabeza, pero hay poco triunfo en esto.
Puedo ver la cara de Krupin negra de rabia.
Muchos humanos se refugian en la amistad con los animales, porque la
brutalidad humana es más peligrosa que la animal.

Kamaran Ihsan Salih


Suena la campana y justo cuando Snow se da la vuelta, el boxeador
del pantalón dorado le lanza un salvaje puñetazo a la cara, golpeando
a Snow en la sien izquierda. Snow se tambalea y cae sobre una rodilla,
obviamente aturdido. No tenía los guantes puestos, no estaba
preparado para el golpe en absoluto.
No sé mucho de boxeo, pero estoy bastante segura de que eso no
está permitido.
Sin quererlo, empiezo a abuchear junto con el resto del público.
Algunas personas lanzan vasos de cerveza de plástico vacíos hacia
el cuadrilátero, otras pisotean las bandas metálicas de las gradas,
coreando ¡FALTA! ¡FALTA! ¡FALTA!
El árbitro conversa con un par de hombres a un lado del ring.
Snow se levanta de nuevo, rebotando sobre las puntas de los pies,
sacudiendo los brazos, y tratando de recuperarse del golpe por si
tiene que volver a luchar.
Por suerte, el árbitro hace un movimiento con los brazos y el
maestro de ceremonias grita por el micrófono:
―¡Big Stacks queda descalificado por un golpe tardío!
Ahora el público aplaude, y yo salto y grito junto con todos los
demás.
Snow pasa a la ronda final del torneo.
La única pregunta es contra quién luchará.
Como ni Snow ni Big Stacks están lo suficientemente lesionados
como para venir a verme, soy libre de ver el segundo combate. Sin
embargo, no me gusta nada el aspecto que tiene.
Primero, llaman a uno de los matones de Stepanov, el bruto tatuado
que vino a cenar con nosotros. El hombre al que llaman la Bestia.
Mientras sale del vestuario, el público golpea sus puños contra las
piernas, gruñendo como gorilas. Es un sonido feo.
La Bestia sale corriendo con una simple sudadera gris y pantalones
cortos, con el pelo recién cortado. No es necesario que lleve una capa
dorada como Big Stacks, porque su cuerpo habla por sí mismo. Se
quita la sudadera, revelando un tamaño y un volumen que hace que
incluso Snow parezca humano en comparación.
Cada centímetro de su cuerpo está cubierto de tatuajes, desde su
cuero cabelludo afeitado hasta su carnosa espalda, desapareciendo
dentro de sus pantalones cortos, y luego recorren la longitud de sus
piernas.
Estos tatuajes no son imágenes como las de Snow, o al menos la
mayoría no lo son. Son patrones y líneas en tinta negra gruesa, que
crean un efecto sorprendente, casi hipnotizante, en el vasto lienzo de
su piel.
Si la Bestia fuera solo un monstruo de músculos no me asustaría,
pero sus ojos son agudos cuando mira alrededor del cuadrilátero,
observando la lona, las cuerdas y el público más allá. Creo que
también es inteligente, lo cual es mucho más peligroso.
Como no he seguido de cerca la clasificación, no sé contra quién se
enfrentará.
Me sorprendo cuando veo salir del vestuario a uno de los
luchadores más pequeños.
Es al que llaman "El Rabino". Tiene la misma altura que yo, es
delgado y musculoso, pero sin la masa de la Bestia. Tiene el pelo
oscuro y rizado, y una mirada seria y decidida.
Camina hacia el ring con toda la apariencia de confianza.
Yo, por el contrario, estoy sorprendida y horrorizada.
Él se desliza bajo las cuerdas y se coloca frente a la Bestia. La
diferencia de tamaño es aún más evidente cuando se enfrentan.
Es ridículo, no se puede permitir.
Sigo esperando a que alguien se oponga, pero el público está en
absoluto silencio. Es el mayor silencio que he oído nunca, se podría
oír una tos o un barrido, si es que alguien hiciera siquiera esos
pequeños sonidos.
Incluso el árbitro parece incómodo mientras le da instrucciones a
los boxeadores.
El Rabino levanta sus guantes, su boca es una fina línea de
determinación.
La Bestia no tiene ninguna expresión. Sus ojos se han quedado en
blanco, como un tiburón a punto de atacar.
Suena la campana y la Bestia ataca.
El Rabino intenta agacharse y esquivar. Puedo ver que es rápido,
probablemente sea el luchador más rápido que he visto hasta ahora,
pero no hay manera de evitar el alcance de la Bestia. Sus brazos son
demasiado largos y ocupa demasiado espacio en el ring. No hay
suficiente espacio para que el Rabino corra.
La Bestia lo golpea dos, tres, cuatro veces.
Son solo jabs, no los puñetazos de gran potencia que he visto a estos
boxeadores desatar, pero el Rabino ya está sangrando por la nariz y
el labio.
Se las arregla para evitar la siguiente embestida, e incluso golpea a
la Bestia dos veces en las costillas. Desgraciadamente, sus golpes no
parecen tener efecto en la Bestia, o si lo hacen, es solo para molestarlo.
La Bestia vuelve a golpearlo, con la suficiente fuerza como para que
el Rabino caiga de nalgas y se vaya derrapando hacia atrás en la lona.
Se levanta de un salto, pero ahora es más lento y la sangre corre desde
su labio partido por la parte delantera de su pecho desnudo.
La Bestia avanza y el Rabino apenas consigue zafarse de su agarre,
lo hace retroceder contra las cuerdas, haciendo llover una lluvia de
golpes contra los brazos del Rabino, que forman una barricada que se
debilita frente a su cabeza.
La Bestia vuelve a retirar su puño, pero es detenido por la campana
que señala el final del asalto.
El Rabino regresa tropezando a su esquina, aturdido. La Bestia
camina lentamente y con paso firme, sin estar herido en lo más
mínimo.
Puedo oír el murmullo del público. Aunque algunos siguen
animando a la Bestia, no a todos les gusta el desajuste del combate.
Veo al entrenador del Rabino discutiendo con él. Supongo que
quiere terminar la pelea, pero él sigue negando con la cabeza,
obstinado.
Los momentos de descanso pasan demasiado rápido y el Rabino
tiene que enfrentarse de nuevo a la Bestia.
No quiero ver más. Debo volver a la enfermería y cerrar la puerta.
Pronto veré al Rabino, cuando me lo traigan para que lo cosan.
Sin embargo, estoy congelada en el lugar, viendo cómo se
desarrolla este horrible espectáculo.
La Bestia es implacable, golpeándolo una y otra vez. Me tapo los
ojos con las manos, mirando entre las grietas de los dedos. No quiero
mirar, pero no puedo apartar la vista.
Algunas personas del público gritan que termine la pelea, pero
otras siguen animando, gritando ¡Acaba con él!
El Rabino está contra las cuerdas. Suelta las manos, ya ni siquiera
se protege.
Una vez que sus guantes caen, la Bestia retira su puño y suelta un
golpe doblemente poderoso que los anteriores. Es un golpe destinado
a terminar completamente el combate.
Su puño se clava en el ojo izquierdo del Rabino, haciendo que su
cabeza se eche hacia atrás y se retuerza. Con su cuerpo atrapado
contra las cuerdas, sus hombros no pueden girar con su cuello. Sus
ojos se ponen en blanco y su cabeza se tambalea.
La Bestia se aleja, dejando que el cuerpo del Rabino caiga sobre la
lona. La cabeza golpea la colchoneta, sin que su cuerpo responda.
Hay una quietud en su forma que va más allá de la inconsciencia.
Sé lo que estoy viendo, pero no quiero creerlo.
La mitad del público sigue animando y coreando el nombre de la
Bestia.
Los odio por eso.
La Bestia levanta los brazos por encima de su cabeza, girando
lentamente en círculo para aceptar su adulación.
Corro hacia el ring.
También lo hacen otras personas.
El entrenador del Rabino llega primero y le da la vuelta, lo que hace
que su cabeza vuelva a caer hacia un lado.
Una chica también sube al ring, es pequeña y delgada como el
Rabino, pero con una barriga redonda bajo el vestido. Le cuesta subir
a la plataforma, se levanta obstinadamente para poder correr hacia él
sin importarle la sangre que mancha la falda de su vestido. Llora y
grita: ¡Adam! Adam!
Soy la última en llegar.
Me arrodillo junto al él y coloco mis dedos índice y corazón en la
parte lateral de su cuello, aunque ya sé lo que voy a encontrar. Sus
ojos bien abiertos dejan claro lo que yo ya suponía.
El Rabino está muerto.
La Bestia le ha roto el cuello.
Cuando el séquito del Rabino se da cuenta de que está muerto,
estalla un motín.
Su entrenador, su cortador, su primo y varios hombres que parecen
ser hermanos de Anastasia empiezan a gritarle a la Bestia y a su
equipo, y también a Krupin. El entrenador se acerca demasiado a
Krupin. Yakov lo empuja hacia atrás, con tanta fuerza que tropieza.
El mayor de los hermanos de Anastasia se lanza contra la Bestia,
mientras otros luchadores del Club Ortodoxo intentan retenerlo.
En cuestión de segundos, el conflicto se disuelve en una frenética
pelea.
Salto al ring y agarro a la embarazada Anastasia, la alejo del cuerpo
del Rabino y la empujo a los brazos de Boom Boom, gritando:
―¡Sácala de aquí!
Anastasia lucha, tratando de volver al Rabino. Tratando de ser lo
más cuidadoso posible a pesar de que ella agita los brazos, Boom
Boom la lleva hacia la salida más cercana.
Yo mismo me agacho, buscando a Sasha a mi alrededor.
Suenan disparos.
Las mujeres empiezan a gritar, y hay una carrera loca mientras la
multitud trata de salir en masa del almacén. Es un caos total: la gente
se empuja y se pisotea, las mesas VIP se vuelcan y las botellas de
cerveza se rompen. Una de las gradas se derrumba, con decenas de
personas que siguen intentando bajar por las bandas, muchos más
son aplastados debajo.
Veo a Sasha agachada en la base del ring, tratando de no ser
arrastrada por la avalancha de espectadores en pánico.
Me abro paso hacia ella, a contracorriente de la gente. La agarro y
la tiro por encima de mi hombro, para que quede por encima de la
multitud, luego me abro paso entre ellos, sin importarme a quién
aplasto.
Los espectadores están amontonados contra las puertas delanteras,
es un cuello de botella humano de demasiada gente apretada en un
espacio nunca diseñado para esto.
Los amigos del Rabino siguen peleando con los hombres de Krupin
y Stepanov; veo varios cadáveres en el suelo, pero no sé si les han
disparado o si son personas pisoteadas por la multitud.
No hay salida por la parte delantera, me dirijo hacia la parte trasera
del edificio, confiando en que debe haber otra salida. No veo a Boom
Boom ni a Anastasia, ni a Meyer, espero que hayan salido
rápidamente o que hayan encontrado otro camino.
Puedo sentir el corazón acelerado de Sasha golpeando contra mi
hombro. Se aferra a mi cuello, pero no solloza ni grita, confía en que
la sacaré de aquí.
Me abro paso entre el revoltijo de equipos abandonados en la parte
trasera del almacén y finalmente encuentro una puerta de acero en la
pared. Está cerrada, pero rompo el cerrojo oxidado de una patada y
la puerta se abre dejándonos salir.
El aire nocturno es frío y fresco, se siente como agua en el desierto,
después del calor de pánico del almacén. Lo bebo, trotando por la
acera con Sasha aún colgada del hombro.
No la dejo hasta que estamos a tres manzanas de distancia por lo
menos, demasiado lejos como para seguir oyendo gritos y chillidos.
Cuando la dejo en el suelo, veo que Sasha está temblando de miedo
y de frío, ha olvidado su abrigo en la enfermería.
Me quito la capucha y la envuelvo con ella, luego la envuelvo
también con mis brazos.
―¿Estás bien? ―le pregunto.
Sus ojos están llenos de lágrimas cuando me mira.
―¡Está muerto! ―grita―. ¡La Bestia lo mató!
―Lo sé ―le digo.
Me invade una rabia enfermiza al recordar el último golpe. La
Bestia ya lo había vencido fácilmente, no había razón para ello.
―¿Lo conocías? ―Sasha pregunta.
―Sí ―digo―. Era mi amigo.
Ella parpadea, y las lágrimas corren por ambas mejillas.
―Lo siento mucho ―dice.
Yo asiento con la cabeza. Empiezo a decir algo, tal vez para decirle
que él sabía que era un riesgo, que todos los boxeadores corren ese
riesgo en algún nivel cuando suben al ring, pero no puedo hablar por
el nudo de mi garganta.
Pienso en Anastasia, y en el hijo del Rabino que nunca llegará a
conocer.
―¿Por qué lo hizo? ―Sasha pregunta.
Se refiere a por qué intentó luchar contra la Bestia.
―No lo sé ―digo―. Tal vez pensó que podía ganarle. Tal vez solo
tenía la esperanza.
La esperanza puede ser algo peligroso.
―¿Tú vas a luchar contra la Bestia? ―pregunta en voz baja.
―Sí. ―digo―. Si el torneo sigue en pie.
Sasha se aleja de mí, pero no antes de ver el miedo en su rostro.
―No creo que él sea humano ―dice.
―Es humano ―le aseguro―. Para bien o para mal.
La atraigo de nuevo bajo mi brazo porque todavía está temblando,
caminamos uno al lado del otro, intentando volver a una parte de la
ciudad en donde podamos encontrar un taxi.
Cuando encontramos uno, le digo al conductor que lleve a Sasha a
casa, pero ella dice:
―No, vaya a Kupchino, por favor.
Me sorprende, pero me alivia. Todavía me apetece mucho su
compañía.
Cuando la dejo entrar en mi apartamento, le pregunto si quiere
ducharse.
Sasha se mira la ropa y se da cuenta de que su blusa está manchada
con la sangre del Rabino. Sus labios tiemblan y creo que va a llorar de
nuevo, pero se controla.
―Sí ―dice―. ¿Puedo tomar prestada algo de ropa también?
Se desnuda donde está, quitándose la blusa y los pantalones que se
ensuciaron en la estampida, y que también se mancharon con las
bebidas derramadas.
Me siento mal por el Rabino, pero no puedo evitar dejar que mis
ojos se detengan en la exuberante figura de Sasha cuando se devela
una vez más, sus senos cuelgan de las copas del sujetador mientras se
agacha para quitarse los pantalones, y luego vuelven a colocarse en
su sitio cuando se pone de pie.
La deseo más que nunca. De hecho, la necesito. ¿Cómo se puede
vivir treinta años sin alguien y que en el espacio de una semana se
convierta en algo más vital que la comida, el agua o incluso el aire?
Ella me ve observándola, me mira a los ojos y acerca su mano a su
espalda para desabrocharse el sujetador. Se quita los tirantes de los
brazos y lo deja caer al suelo, también se baja las bragas y se desnuda
ante mí.
Nunca he visto un cuerpo como el suyo, sus curvas son
increíblemente proporcionadas y atraen las miradas de los hombres
allá donde va por mucho que intente taparse, en una época de chicas
delgadas, ella parece una bomba de los años 50.
Desnuda, es casi demasiado para soportarlo.
Sus senos son pesados, llenos e indescriptiblemente suaves, con
pezones de color rosa oscuro. Su cintura se estrecha a los lados y se
ensancha de nuevo para dar lugar a unas hermosas caderas y un
magnífico trasero redondo.
Con su larga melena platinada suelta sobre los hombros, parece un
cuadro de Afrodita: la imagen de la salud, la belleza y la fertilidad.
Así es como mi cuerpo responde a ella.
Mi polla se pone instantáneamente rígida dentro de mis
pantalones, suplicando, doliendo y exigiendo encontrar su camino
dentro de ella de nuevo. Me siento impulsado a follarla una y otra
vez. Mi cuerpo quiere eso, y nada más, ningún otro objetivo parece la
mitad de importante.
Juro que puedo oler la dulzura almizclada de su coño desde el otro
lado de la habitación. Recuerdo exactamente lo bien que sabía, y cómo
quería lamerlo durante horas como si fuera un helado derretido.
Ahora lo quiero de nuevo.
Pero ella se da la vuelta hacia el baño.
La sigo y le muestro cómo abrir la ducha, que hace un sonido
estremecedor antes de proporcionar finalmente un chorro de agua
irregular. El agua tarda aún más en salir caliente.
Finalmente, el pequeño cuarto de baño comienza a llenarse de
vapor. Cuando se pone bajo el chorro, Sasha me toma de la mano y
me dice:
―Vamos.
No tiene que pedírmelo dos veces, me quito la ropa, ansioso por
unirme a ella.
Apenas quepo en la ducha, y mucho menos con otra persona, pero
está bien, quiero estar pegado a ella, con el agua cayendo sobre
nuestros cuerpos desnudos.
Sasha levanta la barbilla y se pone de puntillas para besarme. Sus
labios ya están calientes e hinchados por la ducha caliente.
Sus manos también están calientes, las desliza por mi pecho y por
mis costados, hasta encontrar mi polla, que está rígida contra su
vientre.
Gimo cuando su mano caliente y húmeda la rodea. Ella la acaricia
suavemente, y yo pongo mi mano mucho más grande sobre la suya y
la aprieto con fuerza, porque me duele tanto que apenas puedo
soportarlo.
Sasha se arrodilla frente a mí.
―No tienes que hacer eso ―le digo.
Ella me mira con sus hermosos ojos azules.
―Quiero que te sientas mejor ―dice.
Dios, yo también deseo eso con muchas ganas.
―¿Has chupado alguna vez una polla? ―le pregunto.
Tengo curiosidad. Estoy seguro de que miles de hombres se la han
imaginado haciéndolo.
Sasha niega con la cabeza, tiene las mejillas enrojecidas por el vapor
caliente, con pequeñas gotas en las pestañas. Sus labios parecen de
color rosa oscuro y más carnosos que nunca.
―¿Me vas a enseñar? ―pregunta.
―Abre tu boca ―le digo.
Abre un poco la boca y deslizo la cabeza de mi polla alrededor de
sus labios llenos e hinchados. Esos suaves labios se sienten fenomenal
contra la sensible cabeza.
―Saca la lengua ―le digo.
Sasha extiende su pequeña y rosada lengua y yo apoyo la cabeza
de mi polla sobre ella, frotando su lengua contra la parte inferior en
la pequeña hendidura donde el tronco se une a la cabeza.
Gimo, un líquido claro sale de la cabeza y llega a la lengua de Sasha,
ella se vuelve a meter la lengua en la boca, tragando, para poder
saborearlo.
―¿Te gusta? ―le pregunto.
Ella asiente con la cabeza, sonrojándose aún más.
Vuelve a abrir la boca, esta vez más amplia. Introduzco un poco
más de mi polla, con cuidado de no amordazarla. Es bueno hacerlo
en la ducha la primera vez, porque mi polla ya está mojada y bien
lubricada, se desliza fácilmente dentro y fuera de su boca.
Cuando se acostumbra, empiezo a introducirla un poco más. Sasha
me agarra los muslos con las manos, e incluso desliza sus manos hasta
mi trasero.
Se siente fenomenal, como nada que haya experimentado antes. La
mitad de las chicas que me la han chupado antes estaban borrachas,
y la otra mitad lo trataban como una tarea, trabajando sus bocas como
pistones para tratar de hacerme terminar lo más rápido posible.
Sasha lo hace por mi placer, pero también por curiosidad e interés.
Experimenta con diferentes velocidades y presiones, chupando y
sacudiendo. Pasa su lengua por debajo de mi polla y chupa la cabeza.
Me mira a la cara, intentando ver qué es lo mejor para mí.
Me encanta ver sus inocentes ojos azules mirándome, mientras sus
preciosos y carnosos labios rodean mi polla, es la visión más erótica
que se pueda imaginar.
Tampoco he follado nunca en la ducha, pero el calor y la humedad
son increíblemente útiles. Aumentan cada sensación, además de
resaltar los signos de excitación en la cara y el cuerpo de Sasha. Su
pálida piel está impregnada de un brillo rosado. Su boca está húmeda
y ansiosa, y sus ojos están fijos en los míos.
Intento mantener un ritmo lento y suave, pero estoy tan excitado
que me cuesta controlarme. Tomo su cabeza entre mis manos y
empujo aún más profundamente, pero me paso de la raya y ella se
ahoga, se echa hacia atrás y tiene algunas arcadas.
―Lo siento ―le digo.
―No lo sientas ―dice Sasha―. ¿Eso te hace sentir bien? ¿Ir más
profundo?
―Sí ―digo.
―Sigue, entonces ―dice ella.
Ella toma mi polla en su boca una vez más y yo me empujo dentro
y fuera de sus labios, mientras siento que se está gestando un clímax
masivo, uno que me temo que va a ser abrumador para ella.
―Me voy a correr ―le advierto.
Ella aumenta la velocidad, haciendo todo lo posible para introducir
mi polla en su boca lo más profundamente posible, lo que todavía es
solo la mitad, pero se siente jodidamente fantástico de todos modos.
El clímax se produce sin previo aviso. Estalla en mí, en un torrente
de placer que no podría detener, como tampoco podría contener la
presa de Sayano.
Es tan enervante que mis piernas se debilitan y tengo que
agarrarme a la barra de la ducha para no caerme.
Sasha hace todo lo posible por seguir chupando, pero
definitivamente se está ahogando, ya que lo que he soltado le llena la
boca y se derrama por el suelo de la ducha.
―Lo siento ―dice, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
La pongo en pie y la envuelvo en mis brazos una vez más, bajo el
chorro de la ducha.
―¿Estás loca? ―le digo―. Ha sido la mejor mamada de mi vida.
Ella se ríe.
―Solo estás siendo amable.
―No soy amable ―le digo seriamente―. Soy sincero.
―Bueno ―dice ella―. Eso me gusta más.
La beso suavemente, saboreando mi esencia en sus labios. Ella se
estremece, su boca es ahora más sensible que nunca.
―Gracias ―le digo―. Realmente me siento mejor.
Lo siento más por el Rabino de lo que puedo decir, pero es
imposible pensar en otra cosa que no sea Sasha cuando la tengo en
mis brazos.
Nunca me había sentido así.
Me asusta preocuparme tanto por alguien.
Es mucho más pequeña que yo, mucho más frágil. Es fuerte,
valiente e inteligente, pero eso no significa que alguien como Krupin
o Stepanov no pueda arrebatármela con una bala.
Ellos no creen que me pertenezca en absoluto, creen que les
pertenece a ellos.
Se equivocan.
Envuelvo a Sasha en una toalla y la llevo a mi cama, luego la
desenvuelvo una vez más para poder deleitarme con su piel fresca y
limpia. Me encanta cómo huele ahora a mi jabón y a mi champú. Los
aromas se alteran ligeramente en su piel: se vuelven más ligeros y
femeninos al mezclarse con su química natural.
Mi polla ya se está poniendo dura de nuevo bajo la toalla que me
envuelve la cintura. El sexo oral fue increíble, pero mi polla quiere
estar enterrada dentro de ella y no se conformará con menos.
Separo sus piernas, dejando al descubierto su bonito coño con su
mechón de pelo rubio dorado.
Recorro con mi lengua su abertura, acariciando su clítoris con la
punta hasta que se retuerce de placer y aprieta sus muslos alrededor
de mi cabeza.
No me gusta que la ducha haya eliminado parte de su sabor
natural, pero sí me gusta lo notablemente mojada que ya está.
Introduzco un dedo en su interior que entra y sale con facilidad,
haciéndola gemir. Es evidente que le gustó arrodillarse para
chuparme la polla.
―Pequeña traviesa ―gruño―. Disfrutaste haciéndomelo, ¿verdad?
―Sí ―admite Sasha―. Me gusta cómo se siente en mi boca y me
gustan los ruidos que haces.
―No son ni la mitad de los que vas a hacer tú ―digo,
sumergiéndome de nuevo entre sus piernas.
Le lamo el coño hasta que está al borde del orgasmo, y justo cuando
empieza a gemir y a retorcerse y a apretar mi dedo, le meto la polla
dentro.
Sasha grita con fuerza mientras la penetro, y la cabalgo con fuerza
y rapidez, forzando un clímax mucho más potente que el que podría
proporcionarle con mi lengua.
Cuando termina, le doy la vuelta para poder follarla por detrás. No
he podido ver lo suficiente este precioso trasero blanco y lechoso, sus
dos globos redondos parecen tragarse mi polla, la cintura de Sasha
parece imposiblemente pequeña en comparación.
Su trasero es tan pálido e impecable que no puedo resistirme a
darle un fuerte golpe con la palma de la mano, que deja una vívida
huella roja con la forma de mis dedos.
Sasha chilla, y el sonido me hace desear volver a golpearla. Dejo
varias huellas más en su hermoso trasero, hasta que las dos mejillas
brillan enrojecidas.
Pensé que me costaría volver a correrme, pero en realidad tengo el
problema contrario, la mezcla de inocencia y picardía de Sasha es
embriagadora. Quiero darle todo el placer carnal bajo el sol, y
cualquier cosa que haya soñado o que ni siquiera haya imaginado.
Además, su cuerpo joven es el más afrodisíaco de los afrodisíacos.
Su aspecto, su tacto, su sabor y su olor se combinan para crear la más
poderosa compulsión por follar que jamás haya experimentado. Ya
puedo sentir mis pelotas hirviendo, deseando descargarme dentro de
ella de nuevo.
Pero primero, quiero hacer que se corra una vez más.
Así que me pongo de espaldas y la pongo encima de mí.
Me doy cuenta de que está menos cómoda sin que yo esté al mando,
no sabe cómo moverse encima de mí. Sus mejillas se ruborizan, lo que
me gusta más que nada en el mundo.
Nunca ha habido una visión más hermosa que la de esta mujer
montada sobre mí. Levanto la mano para acariciar sus senos maduros
y llenos, ella se inclina para que mis manos se llenen de ellos y gime.
Los acaricio suavemente al principio, luego un poco más fuerte, para
ver qué le gusta más. Cuanto más duro soy con ella, más rápido me
cabalga, así que le pellizco los pezones, haciéndola jadear y agitar las
caderas.
La agarro por la cintura y mis manos la rodean casi por completo.
La aprieto contra mí, apretando su pelvis contra la mía, de modo que
su clítoris se frota con fuerza contra mi vientre y mi polla se entierra
por completo dentro de ella.
Ahora se mueve con naturalidad, haciendo lo que mejor le parece,
sin tener en cuenta su aspecto o si lo está haciendo "bien". Esto es lo
más hermoso de todo, la mirada de su cara cuando se pierde en un
abandono salvaje, con su pelo platinado cayendo alrededor de sus
hombros, sus pechos rebotando, y sus dientes blancos enterrados en
ese labio inferior lleno.
Echa la cabeza hacia atrás y grita con fuerza cuando se corre por
segunda vez. Ya no tengo que contenerme, y menos mal, porque ya
siento cómo se me contraen las bolas, así que doy un último empujón
hacia arriba, dejándome llevar.
Entonces experimento el orgasmo más largo, lento y profundo de
mi vida.
Mantengo los ojos abiertos todo el tiempo, porque no quiero
perderme ni un segundo de mirar a Sasha.
Ella sigue en la agonía de su propio clímax, flotando en el espacio
exterior, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás.
Pero entonces, como si sintiera que la estoy mirando, sus ojos
azules se abren y miran los míos. Vuelve a inclinarse hacia delante,
esta vez aún más, de modo que nuestros rostros quedan a escasos
centímetros, y su pelo es como una cortina que nos rodea.
Nunca, nunca, nunca quiero que este momento termine.
No quiero soltarla, no quiero que se vaya y no quiero que esté en
ningún sitio que no sea conmigo.
Nunca he sentido esto antes, pero sé exactamente lo que es.
―Te amo.
Mientras lo pienso, lo digo en voz alta y dejo que las palabras
crucen el puente de aire entre nosotros.
Veo la sorpresa en sus ojos.
Pero también convicción.
Porque ella sabe que no estoy siendo amable, solo soy sincero.
La beso de nuevo, para que no sienta que tiene que decir nada a
cambio. Nos besamos durante tanto tiempo que al final nos
quedamos dormidos, todavía envueltos en los brazos del otro.
Siento un pequeño golpe en la espalda, como si me cayera una
almohada encima.
Me despierto.
Sigo envuelta en los brazos de Snow, en su apartamento.
La oscuridad es total y hay mucho silencio. Sé que debe ser tarde,
tal vez las dos de la mañana. Espero que Mila no esté preocupada por
mí. Sabe que llego tarde a casa del trabajo, pero me temo que sigue
esperándome despierta, o al menos está atenta.
Siento que algo suave me roza la cara y me doy cuenta de que es la
gatita de Snow la que me ha despertado, ha saltado a la cama y está
merodeando encima de nosotros.
Los ojos de Snow también están abiertos, muy suavemente dice:
―¿Qué pasa, Okalina?
Se oye un rasguño en la puerta.
Snow se levanta como un rayo y mira hacia la entrada.
Como su apartamento está tan oscuro, puedo ver una franja de luz
del pasillo que se filtra por debajo de la puerta. Unas formas oscuras
se mueven a través de la luz: unos pies, parados justo afuera.
Otro arañazo en la puerta.
Alguien está forzando la cerradura.
Apenas he tenido este pensamiento antes de que Snow salte de la
cama, recogiendo un montón de ropa del suelo. Me lanza una
sudadera y unos pantalones cortos, se pone lo mismo y abre
silenciosamente la ventana, todo ello antes de que me dé tiempo a
ponerme los pantalones cortos.
―Date prisa, Sasha ―susurra.
Me tiemblan tanto las manos que no puedo subir la cremallera del
jersey. Snow me sube la cremallera y me ayuda a salir por la ventana
a una desvencijada escalera de incendios de hierro. Vuelve a bajar la
hoja de la ventana, tan silenciosamente como puede, teniendo en
cuenta lo vieja y rígida que se ha vuelto la madera.
La gatita nos sigue al exterior.
―Que se quede afuera ―me susurra Snow―. No quiero que le
hagan daño.
―¿Quién es? ―le devuelvo el susurro.
Se limita a negar con la cabeza y me toma de la mano, tirando de
mí por la escalera de incendios.
No tengo zapatos ni calcetines. Veo que Snow lleva mis zapatos,
junto con el resto de mi ropa y mi bolso. Los ha tomado en lugar de
sus propias cosas. Al principio, pienso que está siendo caballeroso,
pero luego me doy cuenta de que no quiere que quien entre vea mi
ropa en su apartamento, eso significa que le preocupa que sean los
hombres de Krupin, o de Stepanov.
La escalera de incendios cruje y gime bajo nuestro peso. Snow mira
hacia arriba repetidamente, temiendo que los hombres ya hayan
entrado en su apartamento y que tal vez se asomen a la ventana.
Me hace esperar en el segundo piso mientras comprueba que no
hay nadie en el callejón, y luego me ayuda a bajar los últimos
escalones, me pone los zapatos en los pies y me toma de la mano
mientras corremos por el callejón.
No dejamos de correr hasta que estamos a varias manzanas de
distancia. El corazón me galopa en el pecho, no se ralentiza en
absoluto, ni siquiera cuando nos detenemos y nos apoyamos en la
pared de una panadería oscura y entablada.
Snow sigue descalzo, con el pecho igualmente expuesto al aire frío
de la noche, ya que no se ha molestado en subirse la cremallera de la
capucha. Parece Tarzán, poderoso y medio salvaje.
―¿Quién era? ―le pregunto de nuevo.
―No lo sé con seguridad ―dice Snow―, pero supongo que es
Yakov.
―¿Por qué?
¿Se enteró de lo mío con Snow? ¿Krupin está tan enojado?
―Krupin quería que yo perdiera la pelea esta noche ―me dice―. No
lo hice, obviamente.
No entiendo.
―¿Quería que perdieras?
―Sí, para poder apostar contra mí.
Me siento estúpida por lo ingenua que sigo siendo. No sabía que
nada de esto estaba pasando.
―¿Y ahora está enojado contigo? ―pregunto.
Él se encoge de hombros.
―Solo es una suposición.
―¿Así que no crees que esto sea por ti y por mí? ―le pregunto.
Lanza una rápida mirada en mi dirección.
―No lo creo ―dice―. Pero si quieres que lo dejemos...
―No quiero ―le aseguro.
Sé que es peligroso salir con él delante de las narices de Krupin,
pero no me importa. No voy a perder lo único que me hace feliz en
este momento.
Cuando me dijo que me amaba, sentí un rayo de alegría pura como
nunca antes había conocido. No le respondí nada porque estaba muy
sorprendida, pero cuanto más lo pienso, más creo que podría sentir
lo mismo.
Nunca he conocido a un hombre así, incluso cuando estoy envuelta
en las circunstancias más aterradoras de mi vida, él me hace sentir
protegida. Creo que me mantendrá a salvo y que no dejará que me
pase nada malo.
Más que eso, siento que él puede verme, creo que él y yo nos
parecemos en que la gente solo percibe una cosa de nosotros. Con
Snow es su tamaño y su fuerza; conmigo, es el hecho de que parezco
una princesita mimada. Y tal vez lo era antes, pero ya no.
Cuando él y yo nos miramos, vemos lo que hay debajo. Los sueños,
las ambiciones y las fantasías. No es mi opuesto en absoluto; creo que
tenemos más en común que con cualquiera que haya conocido antes.
―Te llevaré a tu ca... ―Empieza a decir, pero lo interrumpe el
zumbido de su teléfono en el bolsillo. Lo saca, receloso de recibir un
mensaje de texto en mitad de la noche.
Miro el mensaje en la pantalla:

Vte ells van p allá.

―¿Quién es? ―le pregunto.


―Meyer. Mi entrenador.
Snow frunce el ceño.
―¿Qué pasa?
―Él se va a la cama temprano y no envía mensajes de texto.
Frunce el ceño, pensando.
―Te llevaré a casa y luego iré para allá ―dice, decidido.
―No ―digo yo―. Quiero ir contigo.
―No es una buena idea.
Obstinada, me cruzo de brazos.
―Yo iré contigo ―le digo.
Tenemos que caminar bastante antes de encontrar un taxi. Las
calles están casi vacías a esta hora de la noche. Varios de los taxis que
pasan ya han apagado sus luces superiores, se dirigen a casa y no
recogen más pasajeros. Por fin veo uno que todavía está activo y lo
llamo para que pare.
Snow se queda atrás parcialmente oculto por un auto estacionado,
por lo que sus pies descalzos no son evidentes hasta que ya estoy
subiendo. El taxista lo mira con expresión alarmada, pero yo le digo
rápidamente:
―Es un viaje corto. A Ulitsa Salova, por favor.
No había visto antes el gimnasio de Snow. Es pequeño y de aspecto
sucio desde el exterior, el letrero pintado en la ventana con sus dos
guantes de boxeo amarillos está tan descolorido y astillado que solo
sé que dice "Guantes de Oro" porque él me lo dijo antes.
―¿Aquí vive Meyer? ―le digo.
Él asiente con la cabeza.
―Tiene un apartamento en la parte trasera del gimnasio.
Snow ignora la puerta principal y da la vuelta al callejón, donde
hay una entrada secundaria que supongo que lleva directamente al
apartamento de Meyer.
Mientras nos abrimos paso entre las bolsas de basura esparcidas
por el callejón, teniendo especial cuidado con los cristales rotos
debido a sus pies descalzos, me dice:
―Aquí es donde Meyer me encontró.
Él me habló de la muerte de su tío y del orfanato que lo siguió, pero
no me contó mucho sobre lo que ocurrió después. Por el evidente
afecto de Snow por el viejo cascarrabias, supongo que Meyer se
convirtió en una especie de padre para él.
La puerta del callejón está entreabierta, dejada así por quienquiera
que haya venido antes que nosotros.
Él levanta la mano, indicándome en silencio que espere mientras
mira dentro, yo lo ignoro y lo sigo hasta el pequeño apartamento. Está
muy ordenado, como la casa de Snow. Supongo que fue Meyer quien
le inculcó el sentido de la disciplina, quizá también el tío naval. Fue
criado por hombres, sin conocer nunca el amor de una mujer.
El apartamento de Meyer es aún más espartano que el de Snow. Sin
embargo, las sábanas de la cama están revueltas, como si alguien se
hubiera levantado, siendo interrumpido, sin tener oportunidad de
volver a hacer la cama.
Snow hace un rápido registro de la cocina, el baño y el armario, que
solo le lleva un minuto. Al no encontrar nada, pasamos al gimnasio
principal.
Aquí veo el viejo y maltrecho ring donde entrenan los boxeadores,
así como varios sacos pesados y sacos de velocidad muy remendados.
Hay un estante de sentadillas oxidado con placas de varios tamaños
y una pared de cuerdas para saltar. Huele a hierro, sudor, aserrín y
aceite. Es tan masculino que me pregunto si una mujer ha pisado
antes este lugar.
Veo unas colchonetas en un rincón y lo que al principio me parece
un montón de trapos, pero cuando Snow se acerca corriendo, me doy
cuenta de que la forma desplomada es su entrenador.
―¡Sasha! ―me grita, aunque yo estoy justo detrás de él―. ¡Ayúdalo,
por favor!
Su voz está llena de angustia.
Hace rodar a Meyer. El anciano está muy golpeado, tiene la cara
hinchada y ensangrentada, y sus lentes destrozados están tirados a
unos metros. Parece que alguien los pisó deliberadamente. Su brazo
está en un ángulo horrible y su piel es color gris.
―Llama a una ambulancia ―le digo a Snow.
Mientras marca, busco el pulso en la muñeca arrugada de Meyer,
en el brazo que no parece estar roto.
Me recuerda horriblemente a unas horas antes, cuando comprobé
el pulso del Rabino, sabiendo ya que estaba muerto. Meyer debe tener
al menos setenta años, no veo cómo un hombre de su edad puede
sobrevivir a esto.
―Ya viene la ambulancia ―me dice―. ¿Está...?
Espero, con las yemas de los dedos buscando el más mínimo
movimiento bajo la piel.
Creo que siento el pulso, es débil y errático, pero está ahí.
―No está muerto ―le digo.
Rápidamente, elevo los pies de Meyer para que le llegue un poco
más de sangre a la cabeza, y froto suavemente la mano no lesionada
para ayudar a restablecer la circulación en sus dedos fríos.
Mientras hago esto, Snow entra en el pequeño despacho que hay
junto al apartamento de Meyer y vuelve con un portátil. Lo abre,
buscando algo.
―¿Qué pasa? ―le digo.
―Hay cámaras ―gruñe, señalando las esquinas de la habitación―.
Meyer graba nuestros combates para poder enseñárnoslos después,
pero las cámaras funcionan todo el tiempo.
Él encuentra la grabación que está buscando, de una hora antes.
Las imágenes son en blanco y negro, pero es lo suficientemente
claro para ver lo que pasó, y también hay sonido.
Yakov y otros dos hombres de Krupin, Algorin y Bebchuck,
irrumpieron en el apartamento de Meyer, lo sacaron de la cama y lo
arrastraron al gimnasio, donde tenían más espacio.
―¿Dónde está Snow? ―preguntó Yakov.
―¿Cómo voy a saberlo? ―Meyer graznó.
―Sabes dónde vive. ¿Cuál es la dirección?
Meyer se limitó a negar con la cabeza, obstinadamente.
―Dinos, viejo, o quemaremos este lugar hasta los cimientos ―dijo
Bebchuck.
―Contigo dentro ―gruñó Yakov.
―Son bastante duros, tres de ustedes contra un viejo ―dijo Meyer.
―¿Crees que lo harías mejor con las probabilidades adecuadas?
―Yakov se rió.
Se desabrochó la chaqueta del traje, se la quitó y se la dio a Algorin
para que la sujetara, luego se subió las mangas de su camisa de vestir.
―Escuché que eras un pez gordo en tu época, viejo ―dijo Yakov―.
Una especie de campeón, pero mírate ahora, eres solo otro perdedor
arruinado, entrenando a la próxima cosecha de perdedores.
―Puede ser ―dijo Meyer con calma―, pero tú ni siquiera darías la
talla muchacho.
Incluso en la grabación en blanco y negro, puedo ver cómo el rostro
de Yakov se ensombrece.
Levantó los puños y avanzó hacia Meyer.
El anciano también levantó las manos, pero con lo marchito y
encorvado que se ha vuelto, no fue ninguna competencia. Yakov lo
golpeó una y otra vez. Los lentes de Meyer salieron volando de su
cara, y Bebchuck los pisoteó, haciendo que la pelea fuera aún más
desigual. Era evidente que Meyer apenas podía ver sin ellas, los
golpes de Yakov cayeron sobre su rostro totalmente desprotegido.
Pero todavía quedaba algo de la antigua rapidez. Meyer consiguió
bloquear un puñetazo y golpeó a Yakov por debajo del ojo derecho
con la suficiente fuerza como para que éste retrocediera
tambaleándose. Eso solo hizo que se enojara más, corrió hacia Meyer,
dándole patadas, puñetazos y rodillazos en el abdomen, hasta que
Meyer quedó tendido en la colchoneta. Yakov siguió dándole patadas
y golpes con las puntas de sus pulidos zapatos Oxford.
Me pone tan enferma que apenas puedo mirar, el frágil y viejo
cuerpo sacudiéndose bajo los golpes. Puedo sentir la rabia de Snow
como el calor de un horno, que se queda mirando la pantalla, sin
pestañear.
Yakov no se detuvo hasta que Algorin lo arrastró, diciendo:
―No lo maten hasta que nos dé la dirección.
Yakov se detuvo un minuto, jadeando por el esfuerzo de la paliza.
―¿Dónde está Snow? ―volvió a decir.
Meyer gimió, rodando sobre su costado, escupiendo un poco de
sangre sobre las alfombras.
―Eres un puto luchador horrible ―dijo.
Yakov se abalanzó sobre él de nuevo, dándole una patada en la cara
que dejó a Meyer inconsciente, y que fácilmente podría haberlo
matado.
Los hombres se marcharon poco después, sin haber obtenido nada.
Snow cierra el portátil.
Está extraordinariamente quieto. Nunca lo había visto tan
enfurecido, me produce un escalofrío, sé que Yakov se merece lo que
él le haga, pero me aterra igualmente.
Tengo miedo de decir una palabra.
Yakov encontró el apartamento de Snow de todos modos,
obviamente, pero Meyer nunca lo entregó. El viejo se negó a
traicionarlo.
Miro la cara maltrecha de Meyer, lo quiero por eso, haré todo lo
que pueda para ayudarlo.
Corro al apartamento de Meyer y saco la manta de su cama, lo tapo
y salgo a la calle para asegurarme de que la ambulancia no pase de
largo.
Llega unos minutos después. Los paramédicos sacan la camilla
portátil cuando les digo que Meyer no puede caminar.
Le ponen oxígeno, y mientras le cubren la cara con la mascarilla y
el gas frío entra en sus pulmones, sus ojos se abren por un momento.
Ve a Snow mirándolo.
Los paramédicos atan a Meyer a la camilla y luego lo sacan. Snow
también intenta subir a la ambulancia.
―¿Son familia? ―dice uno de los médicos.
―¡Sí! ―grito―. Es de la familia, déjalo entrar.
―Solo él, entonces ―me dice el otro médico.
―Está bien ―le digo rápidamente a Snow―. Me voy al restaurante,
tengo que avisarle a mi padre de que puede haber problemas.
Él asiente.
―Ten cuidado ―dice―. Iré a buscarte cuando Meyer esté a salvo.
Le doy un rápido beso y los médicos cierran las puertas de la
ambulancia.
Se alejan, con las sirenas sonando.
Todas las peleas que tuve, todos los golpes que recibí, toda la
mierda que dijeron los otros chicos, no significó nada para mí, incluso
las palizas en el orfanato se repartían con una especie de frialdad
burocrática que te hacía saber que solo eras una víctima del sistema.
Pero esto, esto es jodidamente personal.
Sentí cada golpe en el cuerpo de Meyer como si fuera un puño justo
en mis entrañas. Conté cada uno a medida que caían, y marqué su
lugar. Todo lo que hizo Yakov, se lo devolveré con intereses, sentirá
ese dolor y ese miedo, y cuando haya experimentado ese mismo nivel
de humillación e impotencia, entonces jodidamente lo mataré.
Me quedo cerca de Meyer, asegurándome de que los médicos y las
enfermeras hacen todo lo posible por él. Tras varias rondas de
radiografías, me informan de que tiene el brazo roto en dos partes, así
como seis costillas, tiene el hombro dislocado y la clavícula
fracturada, pero lo más peligroso es la rotura del bazo. Tendrá que
pasar por el quirófano por eso.
―Es un milagro que esté vivo ―me dice el médico.
―Es terco, eso es todo ―le digo.
―Acaba de despertarse, si quieres verlo antes de la operación.
Entro en la luminosa y limpia habitación del hospital.
Meyer parece muy pequeño en la cama, su cuerpo delgado apenas
hace bulto bajo la manta.
Su piel sigue pareciendo gris y demacrada, pero al menos los
pitidos procedentes de la docena de máquinas a las que está
conectado son más estables que antes.
A pesar de lo que dijo el médico, tiene los ojos cerrados y no quiero
despertarlo, pero cuando me quedo en la puerta, Meyer grazna, sin
abrir los ojos:
―No te quedes ahí mirándome, hombre.
Me acerco a la cama.
Meyer abre ahora los ojos y parpadea varias veces. Su mirada
parece desenfocada, tal vez por todas las drogas que le han dado, o
porque no tiene sus lentes.
―No veo nada ―se queja.
―Sí, lo siento ―le digo―. No pude traer tus lentes, estaban rotos.
―Esos malditos ―dice Meyer―. No estoy forrado de dinero.
―¿Por qué no les dijiste mi dirección? ―digo.
―Porque que se vayan a la mierda, por eso ―me dice.
Siento una ráfaga de algún sentimiento que antes no habría sido
capaz de identificar. Es una mezcla de admiración, ansiedad,
frustración y calidez, solo reconozco este sentimiento porque Sasha
lo ha hecho aflorar recientemente en mi interior. Es amor. Amo a este
anciano.
Y sé que él me ama. Preferiría morir antes que ayudar a Yakov a
encontrarme.
―Le regresaré esto ―le digo.
Él solo frunce el ceño y sacude la cabeza.
―No te distraigas ―dice―. Gana tu pelea, eso es lo único que
importa.
―No creo que vayan a terminar el torneo ―le digo―. No después
de lo que pasó con el Rabino y después de ese disturbio.
―Oh, lo terminarán ―me dice en tono sombrío―. Toda la ciudad
habla de eso. Las entradas valdrán una fortuna por verte enfrentarte
a la Bestia.
La Bestia.
En mi enojo con Yakov, casi me olvido de ese maldito animal. El
Rabino merece venganza tanto como Meyer, y yo soy el único que
puede proporcionarla.
―No dejes que tu emoción dirija la pelea ―me advierte Meyer―.
Lucha con la cabeza, no con el corazón.
―Si se demoran un par de días, estarás ahí en mi esquina para
recordármelo ―digo.
―Tal vez ―me responde, pero por el agotamiento de su rostro me
doy cuenta de que eso no sucederá. Estará bien, pero no a tiempo para
el combate.
Nunca he tenido uno sin él.
Siempre ha sido la voz en mi oído, recordándome que no debo
ceder a mis peores impulsos, obligándome a no olvidar todo lo que
me enseñó.
―Todavía tendrás a Boom Boom ahí ―dice Meyer.
―Eso es peor que nada ―digo.
Él se ríe, luego hace una mueca de dolor.
―Es un buen chico ―dice―. Los dos son...
Me doy cuenta de que está cansado. Me estoy demorando por mí,
no por él. Debería dejarlo dormir.
―Estaré aquí ―le digo―. Después de la operación.
Él asiente, ya se está quedando dormido de nuevo.
Le envío un mensaje a Sasha para asegurarme de que está bien.

Estoy en el restaurante. Papá dice que nadie vino aquí. Así que creo que
está bien.
En seguida le respondo.

Envíame un mensaje cuando llegues a casa.

La enfermera asoma la cabeza en la habitación.


―Estamos casi listos para él ―me dice―. ¿Te vas a quedar para la
operación?
―Sí ―le digo―. Aquí me quedo.
Algunos guerreros parecen feroces, pero son suaves. Algunos parecen
tímidos, pero son despiadados. Mira más allá de las apariencias; colócate en
una posición ventajosa.

Deng Ming-Dao
Cuando salgo del taxi a las afueras de Golod, veo que ya han
apagado las luces y que las sillas están volcadas sobre las mesas, listas
para barrer y fregar el suelo.
Sin embargo, veo que todavía hay alguien moviéndose en el
interior junto a la ventana de paso a la cocina. Cuando intento abrir
la puerta no está cerrada con llave.
Me deslizo a través de ella, oliendo los persistentes aromas de las
docenas de cenas que se sirvieron horas antes.
Por mucho que hayan cambiado las cosas, al menos la cocina de
Lyosha sigue siendo la misma. Sigo sintiendo esa punzada de
nostalgia, sobre todo ahora, cuando el local no está lleno de un
montón de pandilleros, cuando solo estamos el retrato de la bisabuela
en la pared y yo.
Me dirijo a la parte trasera del restaurante, en donde se encuentran
la cocina, el despacho, el almacén y el gran frigorífico y congelador.
Asomo la cabeza a la cocina y veo que Lyosha sigue dando vueltas,
desinfectando las encimeras y preparando todo para el servicio del
día siguiente. Pone paños de cocina húmedos sobre varios cuencos
grandes de masa, que subirá durante la noche, para darle forma de
pan y hornearlo a la mañana siguiente.
En la estufa, se cuece a fuego lento una enorme olla de acero con
goulash, prácticamente lo suficientemente grande como para tomar
un baño dentro. Se cocinará a fuego lento durante doce horas o más,
hasta que la carne, las verduras y las especias se mezclen en un
delicioso y sabroso guiso. El rico aroma es tentador, mi estómago
gruñe, recordándome que no he comido en muchas horas.
―¡Sasha! ―Lyosha dice sorprendido―. ¿Qué haces despierta?
Tiene un profundo ronquido debido a décadas de fumar. Es tan
bajo que apenas me llega a la barbilla, con la coronilla de un monje de
pelo gris acero.
―Estoy buscando a papá ―digo.
Lyosha asiente hacia la oficina.
―Está cerrando la caja ―dice.
Es la última tarea de la noche. Me dirijo a la oficina y encuentro a
mi padre sentado en su escritorio, con los lentes deslizándose por la
nariz mientras totaliza manualmente la pila de recibos del día.
―Hola, pequeño amor ―dice al verme en la puerta.
Levanta las cejas al ver mi atuendo: la sudadera con capucha y los
pantalones cortos de Snow, tan grandes que prácticamente estoy
nadando en ellos, junto con mis propios Mary-Jane, que no combinan
en lo más mínimo.
―Hola, papá.
―Llegas un poco tarde para cenar ―dice―. Pero es posible que
Lyosha aún tenga algo para ti, si es que no ha empacado todo ya...
―Está bien ―le digo―. Solo quería asegurarme de que todo estaba
bien aquí.
―Sí ―dice vacilante―. ¿Por qué no iba a estarlo?
―Solo... no hay una razón. ¿No vino nadie por aquí?
―Nadie inusual ―dice.
―Bien. Eso es bueno.
Me doy cuenta de que papá quiere preguntarme qué pasa, sin
querer saberlo realmente. Su evasión natural se impone, él agacha la
cabeza una vez más y sigue contando las facturas.
―El negocio va bien ahora ―me dice―. Aunque todo sea para la
Bratva.
Por desgracia, todas esas ganancias son para Krupin, no para papá.
―¿Has hablado con mamá? ―le pregunto.
―Sí ―dice, sin levantar la vista de las facturas.
―¿Qué dijo?
―Que no tenía tiempo para hablar, que iba a ir al ballet con sus
hermanas.
―Ah.
―¿Entraste por el frente? ―pregunta papá.
―Sí.
―¿Puedes ir a cerrar la puerta por mí?
―Claro.
Salgo del despacho y cierro la puerta tras de mí, luego me abro paso
entre las mesas, despojadas de sus manteles, jarrones y cubiertos. Veo
que aún no se ha barrido el suelo, puedo hacerlo después de cerrar la
puerta.
Giro el cerrojo, asegurando la puerta principal, pero cuando retiro
la mano, alguien me agarra de la muñeca y me tapa la boca con la
mano. Intento gritar, pero el sonido se bloquea y sale como un gorjeo
amortiguado alrededor de la mano del hombre.
Aunque los brazos que me rodean no son tan fuertes como los de
Snow, son suficientes para mantenerme inmovilizada contra el
cuerpo del desconocido. Huelo el fuerte aroma de la colonia y la
crema para el cabello. Es Yakov, lo sé.
―Ahí estás ―me sisea al oído―. Acabo de llegar del apartamento
de tu novio, dejaste algo ahí.
Soltando mi muñeca, pero manteniendo su mano sobre mi boca,
saca algo de su bolsillo y lo pone delante de mi cara. Es mi propia
ropa interior arrugada. Snow agarró mi ropa, mi bolso y mis zapatos,
pero no pudo encontrar mis bragas.
―No estaba seguro de que te pertenecieran ―susurra Yakov―,
hasta que vi lo que llevas puesto ahora. Supongo que no llevas nada
debajo de eso.
Metiendo mi ropa interior en su bolsillo, baja la mano por la parte
delantera de mis pantalones cortos y sus dedos se deslizan sobre mi
piel. Tiene razón, estoy completamente desnuda bajo la ropa de
Snow.
Grito y me muevo en sus brazos, sin querer que me toque. Su mano
sigue tapándome la boca, ahogando mis gritos. Lo odio, lo odio
muchísimo, solo puedo pensar en el vídeo que vi de Yakov, hace una
hora, golpeando a un anciano casi hasta la muerte. La idea de esas
mismas manos manoseando mi cuerpo me da ganas de vomitar.
―Quédate quieta, putita ―gruñe, apretándome aún más. Su mano
libre me agarra por la garganta, sus dedos se clavan en mi cuello. Está
cortando el flujo de sangre a mi cerebro, haciendo que me maree. Sé
lo que me hará Yakov si me desmayo.
Me sisea al oído:
―Stepanov cree que eres virgen, se va a llevar una desagradable
sorpresa. Has estado abriendo las piernas para un boxeador de la
calle. ¿Y actúas como si fueras demasiado buena para mí? Soy la
mano derecha de Krupin, su principal lugarteniente, deberías estar
rogando por tomar mi polla.
Con un barrido salvaje, derriba las sillas de la mesa más cercana y
me inclina sobre ella, usando su rodilla para forzar mis piernas a
separarse.
―Ruega por ello ―me sisea―. Ruega que te folle.
Preferiría morir antes que dejar que Yakov esté dentro de mí. Este
montón de basura.
En una rebelión salvaje, giro mi codo derecho hacia atrás,
conectando con el lado de su cabeza. Esto hace retroceder a Yakov lo
suficiente como para que pueda darme la vuelta y darle un rodillazo
en la ingle.
Yakov se dobla, gruñendo de dolor. Intento huir de él, pero es
demasiado rápido. Me agarra de nuevo de la muñeca y me empuja
hacia él, me da un golpe en la cara tan fuerte que las estrellas
brillantes explotan delante de mi vista. Caigo hacia atrás y me golpeo
la nuca contra el duro suelo de baldosas.
Yakov está encima de mí en cuestión de segundos, agarrándome
de las muñecas e inmovilizándolas a ambos lados de mi cabeza.
―¡Maldita zorra! ―grita, y su saliva vuela hacia mi cara―. Vas a
aprender cuál es tu lugar a si me lleve toda la noche enseñarte.
Pataleo y forcejeo, pero él es más fuerte que yo, y está impulsado
por la ira y el odio. Me duele la cabeza, las estrellas han desaparecido,
sustituidas por mariposas negras que empañan mi visión. No puedo
desmayarme, no puedo desmayarme...
Parpadeo con fuerza, intentando despejar la vista.
De repente, oigo un fuerte ruido de golpes, Yakov se pone rígido y
cae de lado sobre mí.
Espero ver a Snow de pie, debe de haber salido del hospital para
venir a salvarme.
En vez de eso, veo a mi padre agarrando con fuerza el cuello de
una botella de vino. Lo golpeó en la nuca sin romper la botella, pero
posiblemente le fracturó el cráneo.
Papá está temblando como una hoja, parece totalmente
aterrorizado por lo que ha hecho.
Pero lo hizo. Por una vez, ha hecho algo.
Me doy la vuelta y me pongo en pie tambaleándome. Extiendo la
mano para agarrar la botella de vino.
Papá me la da y mira a Yakov con horror.
―Oh, no. Oh, no ―dice.
Miro a Yakov, que se retuerce en el suelo, agarrándose la cabeza.
Está sangrando y balbuceando, con la cara morada de rabia.
―Maldito... maldito... ―aúlla.
Recuerdo cómo Yakov miraba a Meyer cuando el viejo estaba
hecho un ovillo a sus pies.
Levanto la botella de vino sobre mi cabeza.
―¡No, Sasha! ―grita mi padre.
Hago caer la botella sobre el cráneo de Yakov, una, dos, tres veces.
La tercera vez, la botella se rompe, rociando vino por el suelo.
No importa. Yakov ya está muerto.
―Sasha ―grita mi padre―. ¿Qué has hecho...?
―No importa, papá ―digo fríamente―. Sé cómo deshacerme del
cuerpo, él me lo enseñó.
Mi padre está más blanco que el papel. Sus manos temblorosas
están apretadas sobre su boca.
―Papá ―le digo―. Agarra sus pies, ayúdame a arrastrarlo hasta la
cocina.
Lyosha, que es viejo y sordo, se perdió toda la conmoción en el
comedor. Por eso se sorprende cuando nos ve arrastrando a un
gánster muerto por el suelo.
―¿Qué es esto? ―dice suavemente.
―Un huésped no invitado ―le digo.
―Eso es muy grosero ―dice Lyosha―. Incluso en un restaurante.
Tardo varias horas en desmembrar el cuerpo, incluso con el
conjunto de cuchillos bien afilados que hay en la cocina, e incluso con
la ayuda de Lyosha. Papá solo dura un minuto o dos, antes de tener
que huir de nuevo al comedor. A su favor, friega cada centímetro del
suelo y las mesas, borrando hasta el último rastro del desorden,
mientras Lyosha y yo trabajamos.
Una vez que hemos terminado de descuartizar el cuerpo, le digo a
Lyosha que debemos deshacernos de él con los residuos de la cocina.
El sol ha salido, iluminando las encimeras de acero, que aún llevan la
espantosa evidencia de nuestro trabajo.
―Podría haber una forma mejor... ―dice Lyosha.
Mira en dirección a la picadora de carne.

Para cuando nos hemos deshecho de todo rastro de Yakov, y hemos


limpiado también la cocina, ya es tarde por la mañana. Me froto las
manos y los brazos una y otra vez en el gran fregadero industrial,
utilizando el jabón bórico de alta resistencia y un cepillo de alambre,
restregando hasta que mi piel está rosa y en carne viva.
Después, me dirijo a la sala de personal y me quito la ropa de Snow.
Tengo que deshacerme de ella, está demasiado sucia para
devolvérsela y no puedo arriesgarme a que nadie más me vea con ella
puesta.
Tomo prestada la ropa extra de los meseros: un pantalón negro y
una camisa de vestir blanca, con un delantal blanco y limpio por
encima y me recojo el cabello en un moño. Así es como me habría
vestido en otra vida, si no estuviera malcriada y el restaurante no
hubiera fracasado.
Aunque he estado despierta casi toda la noche, ya he superado el
punto de cansancio. En cambio, vuelvo a la cocina, donde Lyosha está
empezando a sacar puñados de masa recién fermentada para darles
forma de panes pequeños y redondos y meterlos en el horno para
cocinarlos.
―¿Puedo ayudarte? ―le pregunto.
―Por favor ―dice, haciéndome un hueco en la encimera.
Codo con codo, nos aceitamos las manos y estiramos y damos
forma a la masa blanda y caliente.
Esto es mucho mejor que el trabajo que hemos hecho durante toda
la noche. Me despejo la mente con la buena masa de pan caliente,
olvidando el horrible espectro de Yakov.
Todavía puedo oler el goulash cocinándose. Ahora tiene un
empalagoso olor dulce.
Lyosha está atrasado en su trabajo por mi culpa. Tenemos que
movernos rápidamente para terminar el pan y luego empezar a
preparar el almuerzo. Lyosha me pone a picar cebollas y pimientos,
en grandes cantidades, mientras él corta champiñones y pica ajos. Es
mucho más rápido que yo, sus manos nudosas trabajan el cuchillo de
cocinero en un rápido ritmo contra la tabla de cortar.
Los meseros empiezan a llegar para el almuerzo. Nadie comenta
que mi padre lleva la misma ropa que el día anterior, con el añadido
de un abrigo deportivo para cubrir las manchas de su camisa de
vestir. Nadie se da cuenta de lo cansados y pálidos que estamos todos,
ni del olor a sangre fresca que persiste en la cocina, por debajo de la
nota más penetrante de la lejía.
Pienso ir a casa ahora que he ayudado a Lyosha a ponerse al día.
Sin embargo, antes de que pueda quitarme el delantal, mi padre entra
en la cocina.
―Alguien pregunta por ti ―dice.
―¿Quién es?
Me lleva a la puerta y me señala.
Veo a Stepanov sentado en la mesa más cercana a la ventana, junto
con varios de sus hombres.
Trago saliva, preguntándome si de alguna manera sabe lo que he
hecho.
No parece posible.
No creo que Yakov le haya dicho a nadie que venía a buscarme, sé
lo que quería hacerme: era su propio deseo depravado, no las órdenes
de Krupin.
Entonces, ¿por qué está Stepanov aquí?
Considero la posibilidad de escabullirme por la parte de atrás.
No sirve de nada, no puedo esconderme de Stepanov para siempre.
En su lugar, tomo una cesta con el pan recién horneado y la llevo a
la mesa con mi uniforme de mesera.
Stepanov sonríe cuando me ve acercarme.
Dejo el pan frente a él y me mira bajo sus pesadas cejas, con sus ojos
oscuros hambrientos como siempre.
―Me gusta que me sirvas ―dice.
―Papá me dijo que querías hablar conmigo ―respondo, intentando
mantener un tono frío y profesional, pero siento que me sube el pulso
por miedo a que sepa algo.
―Ven, siéntate ―dice.
―Hoy estoy trabajando...
―Me importa una mierda que estés trabajando ―gruñe,
agarrándome de la muñeca y tirando de mí hacia la cabina que está a
su lado―. No soy un hombre cruel ―dice en voz baja, en mi oído. Su
aliento caliente me hace cosquillas en el cuello―. Pienso tratarte bien,
pero tienes que aprender a obedecerme. ¿Sabes que pronto serás mía?
No sé de qué está hablando. ¿Ha hecho algún tipo de trato con
Krupin? ¿Cree Krupin que soy una mercancía que puede comprar y
luego vender de nuevo con alguna ganancia?
Desde el asiento de Stepanov, puedo ver todo el restaurante. Veo
docenas de gánsteres y matones sentados en las mesas de mi familia,
comiendo en los hermosos platos que mi abuela encargó. Han
invadido nuestro restaurante, se han apoderado de él. Nos roban
nuestras ganancias y nuestro trabajo. Han tomado mi libertad y ahora
este hombre a mi lado también quiere mi cuerpo.
Los odio a todos.
Puedo ver a los meseros entregando la comida. Docenas de Bratva
han pedido el goulash, la especialidad de Golod. Veo cómo se sirven
con una cuchara los ricos trozos de carne, engulléndolos como lobos
voraces.
El mesero llega con una bandeja llena de platos y los reparte.
Stepanov ha pedido también el goulash.
―¿Quieres un bocado? ―me pregunta.
Niego con la cabeza, retrocediendo ante la cuchara.
―No ―digo―. Yo no como eso.
Sin embargo, veo a Stepanov comerlo y espero que se ahogue.
Mantiene un brazo posesivo alrededor de mis hombros. Se cree mi
dueño, pero solo yo decido a quién me entrego.
Y ya me he decidido por Snow.
―¿Quieres que te traiga más pan? ¿O un poco de vino? ―le digo,
luchando por sonar cortés. Lo único que quiero es alejarme del peso
asfixiante de su brazo.
―No ―dice―. Puedes irte, pero recuerda ―me mira con sus ojos
oscuros y encapuchados―, en un día más me pertenecerás, y espero
un nivel de servicio totalmente distinto. Puedes practicar ahora, o me
tomaré mi tiempo para entrenarte. ―Se ríe. Es un sonido
desagradable―. Me divertiré de cualquier manera.
Me levanto de la mesa y me apresuro a volver a la cocina, donde
he guardado mi bolso. Salgo corriendo por la puerta trasera, hacia la
casa de mis padres.
¿Un día más?
Él cree que me va a llevar a su casa después de la pelea.
La operación de Meyer dura varias horas, y varias más para que se
despierte después. Durante ese tiempo, Boom Boom también llega al
hospital, me dice que llevó a Anastasia a casa sana y salva después
del motín, pero que los hombres de Krupin le dispararon a uno de sus
hermanos en la pierna. En realidad, está en el mismo hospital ahora,
en una planta diferente. Por suerte, sobrevivió. Anastasia no necesita
perder a nadie más.
Boom Boom dice que los boxeadores ortodoxos siguen enfurecidos
con Krupin, aunque no hay mucho que puedan hacer al respecto,
sobre todo ahora que Krupin está respaldado por Stepanov. Esa
trifulca puede ser la única justicia que consigan, por mucho que sea
concisa.
Cuando le cuento a Boom Boom lo que le hizo Yakov a Meyer, su
rostro bonachón pierde la sonrisa.
―Tiene que pagar por eso ―dice Boom Boom.
―Lo hará ―le prometo.
Ojalá Yakov boxeara, si pudiera meterlo en el ring...
Mi teléfono suena con un mensaje de un número desconocido:

El combate final del torneo está programado para esta noche. Nueva
ubicación: Krasny Bor. 10:00 pm.
Extraño. Yakov suele enviar las localizaciones.
Me pregunto si es algún tipo de trampa. Krupin todavía puede
estar enojado conmigo por no perder la pelea.
Boom Boom recibió el mismo texto, sin embargo.
―Hazme un favor ―le digo―. Comprueba si le ha llegado a todo el
mundo.
Boom Boom sale de la habitación para hacer un par de llamadas.
Vuelve minutos después y dice:
―Le llegó a los ortodoxos y a los Smirnov también.
Muy bien, entonces.
Esta noche, me encontraré con la Bestia en el ring.
En cierto modo, me alegro. Como tantos encuentros con la Bratva,
lo que parecía una oportunidad de oro se ha vuelto rápidamente
venenosa. Quiero que esto termine, de una manera u otra antes de
que alguien más salga herido.
Ahora que tengo a Boom Boom para ayudar a vigilar a Meyer, salgo
de la habitación para ver cómo está Sasha. Contesta el teléfono,
sonando temblorosa y agotada.
―¿Qué pasa? ―le pregunto.
―N-nada ―dice―. Acabo de llegar a casa.
Al instante sé que algo debe haber estado mal. Son más de las doce,
casi diez horas desde que fue a ver a su padre.
―Iré para allá―le digo.
―No puedes ―dice ella, con la voz temblorosa―. Tienes que dormir
un poco. La pelea es esta noche, ¿ya te enteraste?
―Sí.
No puedo soportar esto, saber que algo más ha pasado, pero no
saber qué. Necesito ver a Sasha, necesito tenerla en mis brazos y
asegurarme de que está bien.
―Tengo que verte antes de la pelea ―le digo.
―De acuerdo ―acepta―. Te veré en Krasnoborsky Prospekt una
hora antes.
Cuando cuelgo, veo que Meyer ha vuelto a entrar en razón. Ha
estado entrando y saliendo de la conciencia desde la operación, pero
aún no ha hablado.
Vuelvo a entrar en la habitación para ver si necesita agua o algo
más.
Me mira, todavía con los ojos entrecerrados sin sus lentes.
―Boom Boom dice que la pelea es esta noche ―dice.
Le lanzo a Boom Boom una mirada asesina. No pensaba decírselo
a Meyer, no quiero que se preocupe, cuando todavía está en tan mala
forma.
Él se encoge de hombros con culpabilidad. No puede evitar soltar
cualquier cosa que le pase por la cabeza.
Meyer lo agarra del antebrazo y lo aprieta con fuerza.
―Cúbrele la espalda esta noche ―dice.
―Lo haré ―le asegura Boom Boom y luego me mira a mí―. Lo haré
―vuelve a decir.
―Bien ―dice Meyer―. Ahora vete a casa, hombre. Duerme un poco.
No quiero dejarlo, pero tengo que ver cómo está Okalina, dejarla
entrar y alimentarla. Espero que haya estado bien afuera.
―Llámame si algo cambia ―le digo a Boom Boom.
―Vete ―dice Meyer, haciéndome un gesto de impaciencia.

Me encuentro con Sasha en la esquina de Krasnoborsky Prospekt,


tal y como me pidió. Llego con casi veinte minutos de antelación,
ansioso por verla.
Llega precisamente a la hora acordada, bajando de un taxi con un
pesado abrigo de lana abotonado hasta el cuello, aunque no es una
noche especialmente fría. Está pálida y enferma, tal vez por los
nervios o por lo que sea que haya pasado después de separarnos.
La estrecho entre mis brazos de inmediato, abrazándola con fuerza,
como si hubieran pasado meses desde la última vez que nos vimos en
lugar de unas cuantas horas. Noto la tensión en su cuerpo, como si
tratara desesperadamente de retener algo en su interior.
―¿Qué pasa? ―le pregunto, aflojando mi agarre para poder mirarla
a la cara―. ¿Qué pasó?
Ella respira profundamente, temblorosa.
―Maté a Yakov ―susurra.
De todas las cosas que esperaba que dijera, nunca habría imaginado
eso.
―¿Qué? ―siseo y, por instinto, la arrimo a la pared del edificio más
cercano, fuera de la vista y del oído de los demás.
Al tirar de ella, el cuello de su abrigo se mueve y veo la oscura
sombra de un moretón en su garganta.
―¿Qué es esto? ―grito, desabrochando el botón superior para
poder ver la piel blanca como la leche de su cuello, estropeada por
varias huellas dactilares escabrosas.
Estoy tan indignado que tengo que contenerme y no abrirle la ropa
para ver el resto de su cuerpo, para ver lo que le ha hecho.
―Él fue al restaurante ―dice Sasha―. Nos peleamos, él trató de…
yo lo golpeé con una botella de vino, y... lo maté.
―¿Te hizo daño? ―exijo―. ¿Él te...?
―¡No! ―Sasha dice rápidamente―. Estoy bien, Filip. Te lo prometo.
Nunca me había llamado Filip. Nadie me ha llamado así en años.
La forma en que lo dice, tan tierna y sincera, calma mi corazón
acelerado. Es lo único que podría calmarme.
―¿Estás realmente bien? ―le pregunto, alisando un mechón de su
hermoso pelo platinado que se ha escapado de la trenza, colocándolo
detrás de la oreja.
Ella toma mi mano entre las suyas y la presiona contra su mejilla.
―Ahora sí ―me dice.
Podría mirar esos ojos azules eternamente.
Pero la realidad de la situación se impone.
―¿Estás segura de que está muerto? ―le pregunto.
―Muy segura ―dice ella.
―¿Lo sabe alguien más?
Esta es la parte crucial. Si Krupin descubre que ella asesinó a su
principal teniente, el castigo será peor que la muerte, e irá hasta el fin
del mundo para aplicarlo.
―Solo papá lo sabe ―me dice―. Y nuestro chef, Lyosha, pero no se
lo dirán a nadie.
―¿Y el cuerpo?
―Ya no está ―dice.
Su voz es tan plana y definitiva que me inquieta. Hay una mirada
oscura en sus ojos, una mirada que nunca he visto antes.
Vuelvo a acercarla y la beso de nuevo.
―Eres increíble ―le digo―. Me sorprendes.
Sabía que era fuerte, pero todavía la subestimaba.
Ha sido arrastrada a este mundo, que destroza incluso a los
criminales más duros, y sin embargo nada puede doblegarla.
¿A cuántos hombres ha matado Yakov? Docenas. Y esta chica lo
enterró.
Ojalá pudiera desenterrarlo para matarlo de nuevo, por atreverse a
ponerle las manos encima. Por no hablar de lo que le hizo a Meyer.
Las manos de Sasha están frías. Las sostengo entre las mías,
tratando de calentarlas, ella todavía parece preocupada.
―Hay algo más... ―dice.
―¿Qué es?
―Stepanov vino al restaurante.
Se me cae el estómago. Recuerdo la conversación entre él y Krupin,
la noche que comimos todos juntos. Recuerdo lo que dijeron, después
de que Sasha se fuera...
―Creo que está tratando de comprarme a Krupin ―dice Sasha.
Mi culpabilidad debe aparecer en mi cara. Sasha da un paso atrás,
con los ojos muy abiertos.
―Tú ya lo sabías ―dice.
―Siento no habértelo dicho antes, no quería asustarte.
―¿Cuándo lo descubriste? ―exige ella.
―Los oí hablar aquella noche en el restaurante de tu padre, pero no
importa Sasha. No voy a dejar que eso ocurra.
―¿Cómo puedes detenerlos? ―grita ella―. ¿Cómo puede alguien?
―Sasha ―la acerco una vez más, girando su cara hacia la mía para
que tenga que mirarme―. ¿Sabes que nunca he amado nada antes de
amarte a ti? No sabía que tenía un corazón, hasta que tú lo hiciste
latir. Ahora ese corazón te pertenece, y tú me perteneces a mí, a mí y
a nadie más. Mataré a cada uno de ellos antes de dejar que te lleven.
Ella me besa de nuevo, mucho más tiempo esta vez. Sus labios
finalmente comienzan a calentarse contra los míos.
―Yo también te amo, Filip. Aunque pudiera recuperar mi antigua
vida, no la aceptaría. Todo esto valió la pena, para conocerte.
Puedo ver en sus ojos que me ama tan intensamente como yo a ella,
pero hay tristeza en su voz. Habla como si este fuera todo el tiempo
que vamos a tener juntos.
Tendré que demostrarle lo contrario.
La beso una y otra vez.
Luego tengo que llamar a un taxi para ella, porque no podemos
llegar juntos a la pelea.
Me da un último beso antes de separarnos.
―Esta noche vas a ganar ―me dice.
―¿Tú crees?
―Lo sé ―dice. Sonríe con tristeza―. Y puedes creerme porque no
soy amable, pero soy honesta.
Le devuelvo la sonrisa, sin querer soltar su mano.
―Nos vemos pronto ―le digo.
El nuevo local que Krupin ha encontrado a última hora para este
combate no está tan bien preparado como antes, y eso es mucho decir,
ya que el antiguo local era solo un almacén reconvertido.
Esto es un matadero literal.
A pesar de lo que le dije a Snow, la vista me llena de miedo. El olor
a sangre vieja es penetrante en el aire, como el óxido y la
podredumbre. Los ganchos y las cadenas aún cuelgan del techo, y el
suelo está desgastado por los miles de pezuñas del ganado
condenado que ha pasado por aquí.
Es un lugar lúgubre. No hay gradas, así que los espectadores
tendrán que estar de pie, tampoco hay un cuadrilátero propiamente
dicho, solo cuatro barricadas metálicas que delimitan la plaza donde
Snow tendrá que luchar.
El cambio de ubicación no ha disuadido a los espectadores. Hay
más gente que nunca esperando afuera, dispuesta a agolparse en el
espacio vacío y a aullar como hienas alrededor de un cadáver. ¿Pero
quién va a caer?
Esta vez no hay enfermería. No importa, porque no estoy aquí
como médico. Stepanov espera que me siente a su lado, me llamó
personalmente para decírmelo.
Por supuesto, no hubo ninguna llamada de Yakov como las que
suelo recibir antes de un combate, aunque sé la razón de ese silencio,
me inquieta igualmente. ¿Krupin ya sabe que desapareció?
Compro un trago en el bar improvisado y lo engullo para calmar
mis nervios. ¿Cómo voy a sentarme entre Krupin y Stepanov después
de lo que hice? Debería haberme tomado un Valium antes de venir,
podría haberme ayudado a mentir mejor si empiezan a interrogarme.
Veo que los hombres de Krupin llegan primero, y Yakov brilla por
su ausencia. Llevan a Krupin a la única fila de sillas dispuesta junto
al ring, toma asiento en el centro, con sus hombres de pie detrás de él.
Es difícil saber cuál es el estado de ánimo de Krupin, su rostro es
tan oscuro y aprensivo en las mejores circunstancias.
Stepanov llega poco después con un aspecto mucho más alegre, se
detiene a charlar con varios gánsteres de alto nivel en su camino a
través de la multitud y luego saluda a Krupin con un exagerado
apretón de manos.
Stepanov se sienta a un lado de Krupin, con una silla vacía a su lado
reservada para mí, pero hay varias sillas desocupadas en el lado
opuesto, como si estuvieran esperando a otro invitado. Debe ser
alguien importante, porque esos asientos tienen la mejor vista del
ring.
No puedo posponerlo más, tengo que unirme a ellos.
Con las piernas temblorosas, camino hacia los jefes de la Bratva.
Krupin me observa mientras me acerco, con un rostro severo como
la piedra. Sus ojos oscuros me miran, agudos, pero poco
comunicativos.
Stepanov, en cambio, me sonríe mostrando sus dientes blancos y
rectos.
―Ahí estás ―dice, con voz grave y sugerente.
Me señala el asiento de al lado.
Me siento, y casi me derrumbo en él por lo débiles que se han vuelto
mis rodillas.
―Pareces acalorada ―me dice Stepanov―. ¿Por qué no te quitas el
abrigo?
Sin esperar mi respuesta, me ayuda a quitármelo, colgándolo sobre
el respaldo de mi asiento.
Llevo un vestido de cóctel negro debajo. Intenté que fuera algo
relativamente sencillo y modesto, pero nada va a impedir que
Stepanov me mire los senos y apoye su mano en mi muslo desnudo.
Curiosamente, no hace ningún comentario sobre los moretones que
tengo en el cuello y que he intentado tapar sin éxito con un corrector,
creo que Stepanov está demasiado acostumbrado a las mujeres con
signos de lesiones en el cuerpo.
Krupin no me mira en absoluto. Parece distraído y ligeramente
agitado, echando un vistazo a la habitación. Dos veces se inclina hacia
atrás para murmurarle algo a Algorin.
Está preguntando dónde está Yakov, estoy segura.
―¿Sabes que mi hombre estará luchando esta noche? ―Stepanov
me dice―. Borya. La Bestia, como le llaman.
Asiento con la cabeza, con la boca demasiado seca para hablar.
―Nunca ha sido derrotado ―dice Stepanov―. Las cosas que le he
visto hacer... un combate de boxeo es un juego de niños, en
comparación.
Las cosas que le ha ordenado hacer, más bien. Pienso, y mi estómago se
revuelve dentro de mí.
―¿Volveremos a apostar esta noche? ―Stepanov le dice a Krupin.
Krupin gruñe sin compromiso, sigue mirando alrededor de la sala,
revisando a cada uno de los nuevos asistentes a medida que
atraviesan las puertas.
―Todavía le duele la última apuesta ―me susurra Stepanov al oído,
riéndose. Su aliento es caliente y empalagoso, aunque aparentemente
es un hombre guapo, sus expresiones son desagradables. Sus miradas
son lascivas, sus sonrisas burlonas o directamente crueles. Sus dedos
se clavan en la suave piel de mi muslo, subiendo.
Es todo lo contrario a Snow, que parecía tan intimidante la primera
vez que lo vi, pero cuando esboza una de sus escasas sonrisas, todo
su rostro se transforma. Esos sorprendentes hoyuelos salen a la luz, y
puedo ver la calidez que se esfuerza por mantener oculta.
Como si mis pensamientos lo hubieran convocado, Snow se acerca
a nuestro grupo. Krupin frunce el ceño, erizándose como un bulldog
al verlo. Si las miradas pudieran matar, Snow estaría muerto en el
acto, pero sigue caminando hacia adelante, sin inmutarse. Se detiene
a una respetuosa distancia, y le dice a Krupin amablemente:
―¿Puedo hablar contigo en privado?
Por un momento pienso que Krupin se va a negar, pero
bruscamente se pone en pie y se aleja un poco con Snow y hablan en
voz baja durante lo que parece una eternidad.
Intento no mirarlos, aunque mis ojos se dirigen irresistiblemente
hacia Snow. Me mata estar tan cerca de él, sin poder comunicarme
con palabras ni siquiera con una mirada.
Cuando aparto los ojos, descubro que Stepanov me observa
atentamente.
―Ese es el otro luchador, ¿no? ―digo estúpidamente.
―Así es ―asiente Stepanov―. No tiene ninguna posibilidad.
Una obstinada llama de rebeldía se enciende en mi pecho y sin
pensarlo, digo:
―Lo ha hecho bien hasta ahora en el torneo.
Stepanov solo se ríe.
―No sabes mucho de boxeo ―dice en su tono más
condescendiente―. La Bestia lo masacrará.
Cuando Krupin vuelve, tiene una mirada extraña. No puedo
adivinar lo que significa. Siento una gran curiosidad por saber qué le
ha dicho Snow.
―¿Aún quieres esa apuesta? ―dice Krupin inesperadamente.
Stepanov sonríe, complacido.
―Por supuesto ―dice―. ¿Pero no he tomado ya bastante de tu
dinero?
Stepanov se ríe a carcajadas, lo que hace que Krupin frunza aún
más el ceño y diga:
―Eres muy confiado. ¿Qué te parece doble o nada?
Stepanov levanta las cejas. No se esperaba eso.
―Es tu funeral ―dice, encogiéndose de hombros.
―Ah, y otra cosa ―dice Krupin con desgana.
Se inclina y le murmura algo al oído de Stepanov.
Stepanov se gira para mirarme y su mirada evaluadora me hace
sentir más nerviosa que nunca.
―De acuerdo ―dice Stepanov, encogiéndose de hombros una vez
más―. Por qué no.
No tengo ni idea de lo que acaban de acordar, pero estoy bastante
segura de que tiene algo que ver conmigo.
Me siento como si llevara semanas en caída libre. Muy pronto voy
a tocar fondo.
Krupin sonríe por fin y vuelve a mirar hacia la puerta.
Se pone rígido, como si por fin hubiera visto a la persona que
buscaba.
Me giro con la cabeza, pensando que debe ser Yakov, aunque sé
mejor que nadie que eso es imposible.
En cambio, veo a la pareja más impresionante que he visto nunca.
El hombre de la derecha es Ivan Petrov, el jefe indiscutible de San
Petersburgo, él es alto, moreno, de aspecto intenso e inteligente; la
mujer que lleva del brazo es todo eso y más. Con su pelo negro, sus
ojos color avellana y su esbelta figura, es lo suficientemente bella
como para que la presuman, pero por su expresión aguda y la forma
en que observa la sala, está claro que es tan profesional como su
marido. Ella le susurra algo al oído, sonriendo con picardía, él se ríe,
le pasa el brazo por la cintura y la acerca.
Esta debe ser su nueva esposa americana, he oído rumores sobre
ella, especialmente desde que empecé a trabajar para Krupin, algunos
de sus hombres más supersticiosos dicen que es una bruja y que sus
poderes antinaturales son los responsables de la aparente
invencibilidad de Petrov. Otros dicen que es una espía de la CIA,
infiltrada en el corazón de la Bratva, pero nadie dice nada de esto en
voz alta, porque todos saben que Petrov la adora, y le cortaría la
lengua a cualquiera que cotilleara sobre ella.
Disfruto bastante viéndolos desde lejos.
Es mucho menos cómodo cuando vienen y toman asiento junto a
Krupin. Estoy a unas cuantas sillas de distancia, encogiéndome detrás
de Stepanov con la esperanza de hacerme invisible.
Como si lo percibiera, la mujer de Petrov se inclina hacia delante y
me mira desde la fila, diciendo:
―Hola. ¿Quién es?
―Es mi médico particular ―dice Krupin.
―¿Tienes nombre? ―dice la señora Petrov, sonriéndome.
―Sasha ―digo nerviosa.
Veo que la señora Petrov echa una mirada a la mano de Stepanov,
que me agarra el muslo. Su sonrisa se desvanece ligeramente, pero se
ilumina cuando me mira de nuevo.
―¿Te gusta el boxeo, Sasha?
Pienso en la forma en que Snow se mueve en el ring, como un
bailarín, implacable como una pantera que acecha a su presa.
―Sí ―digo.
―A mí también ―asiente la señora Petrov, sentada de nuevo en su
silla, con el brazo de su marido alrededor del hombro.
Me siento aliviada de que haya terminado nuestra conversación. Es
demasiado intenso tener su atención fija en mí, como el sol que te
ilumina a mediodía en julio.
Además, mientras transcurren los últimos minutos antes del
combate, no puedo pensar en otra cosa que no sea Snow y el hombre
al que está a punto de enfrentarse en el ring.
Dios, por favor, daría cualquier cosa por mantenerlo a salvo.
La victoria siempre es posible para la persona que se niega a dejar de
luchar.

Napoleon Hill
Me acerco a Krupin por pura desesperación, sin saber si aceptará
lo que le ofrezco.
Veo que Sasha me mira desde donde está atrapada bajo el brazo de
Stepanov. Sus ojos azules están fijos en mí con la expresión más
desgarradora imaginable. Ella confía en mí, cuenta conmigo.
No puedo defraudarla.
―¿Puedo hablar contigo en privado? ―le digo a Krupin.
Él se levanta y se une a mí a unos metros de distancia.
―Me sorprende que te atrevas a mostrar tu cara aquí después de la
maniobra que hiciste ―dice entre dientes apretados.
―Con todo respeto, yo nunca acepté perder la pelea ―digo.
―Y yo nunca acepté no cortarte el cuello ―gruñe.
―Podrías hacerlo ―digo con calma―. Pero no te beneficiaría, espero
ofrecerte un trato mejor.
―¿Le mencionaste ese trato a Yakov? ―pregunta Krupin.
Lo dice con bastante indiferencia, pero sus ojos oscuros escudriñan
mi rostro, buscando el más mínimo signo de culpabilidad.
Sabe que su teniente desapareció, pero no sabe a dónde fue.
Soy sospechoso, por supuesto. Sabe que fue a buscarme anoche,
pero Yakov tiene más enemigos que trajes elegantes. Los boxeadores
ortodoxos buscan venganza, por no hablar de los socios del gánster
que mató, y de cuyo cuerpo Sasha se vio obligada a deshacerse. Hay
suficientes tiburones en el agua como para que Krupin no pueda estar
seguro de cuál de ellos le ha dado un mordisco.
Mantengo la cara tan quieta como el cristal mientras digo:
―No he visto a Yakov, pero cuando lo haga, no puedo prometer
que seré cortés, no después de lo que le hizo a mi entrenador.
―Eso fue una mala jugada ―está de acuerdo Krupin―. No tengo
ningún problema con Meyer.
―Se recuperará ―le digo.
―Bien ―asiente Krupin―. ¿Cuál es tu oferta, entonces?
―Un escenario en el que todos ganamos, quiero que apuestes por
mí para la pelea.
Krupin suelta una carcajada desdeñosa.
―No va a suceder ―dice sin rodeos―. Eres un buen luchador, Snow,
pero en esta te superan.
―Puede que sí ―le digo―. Por eso es una victoria para ti. Apuesta
por mí, doble o nada por lo que ya le debes a Stepanov. Si ganas,
habrás obtenido un beneficio, y te habrás puesto en una posición
dominante al cerrar el trato con Stepanov. No querrás entrar en una
sociedad con una nube de fracaso sobre tu cabeza.
Krupin estrecha sus ojos hacia mí, le disgusta mi tono y lo mucho
que he adivinado sobre sus negocios.
―¿Y qué pasa si pierdes? ―dice.
―Si pierdo, yo mismo pagaré la deuda. Vendré a trabajar para ti,
durante el tiempo que sea necesario.
Krupin lo considera, le gusta la idea de ponerme bajo su control,
después de haber rechazado su oferta de empleo.
―¿Y qué quieres a cambio? ―dice.
―Que dejes ir a Sasha ―digo.
Ahora sí que lo he sorprendido, y él no es un hombre al que le
gusten las sorpresas. Su cara se sonroja, al darse cuenta de lo que ha
estado pasando delante de sus narices.
―¿Qué significa ella para ti? ―gruñe.
―Solo es una amiga ―miento―. Gane o pierda, quiero que le
perdones su deuda. Si gano, se compensará con creces lo que te debe.
Si pierdo, te devolveré hasta el último centavo yo mismo, pero ella se
va. Sin deudas y sin represalias.
Krupin guarda silencio durante un largo rato. Puedo ver que está
molesto, y me da un miedo horrible que vaya a descargar esa ira en
Sasha, ahora sabe que tenemos una conexión y peor aún,
probablemente sospecha que ella ya no es tan inocente como
Stepanov cree.
Por otra parte, vi la chispa de interés en sus ojos cuando mencioné
que podría hacerle una jugarreta a Stepanov. Krupin es un jugador
de corazón, y los jugadores odian perder. No solo quieren revancha,
sino que están obligados a salir adelante.
―Bien ―dice Krupin por fin.
Mis hombros se hunden de alivio.
―Pase lo que pase, Sasha queda libre ―repito.
―Tienes mi palabra ―dice Krupin.
El juramento de un Bratva significa algo. Por lo menos, así suele ser.
Krupin y yo nos separamos y me dirijo al vestuario improvisado
con un mínimo de esperanza en mi corazón.
Hay una manera de salvar a Sasha.
El único problema es la enorme barricada que se interpone en mi
camino.
En cuanto pongo un pie dentro, lo veo.
Tiene todo un séquito de gente a su alrededor: su entrenador, su
cortador, un par de compañeros de entrenamiento y varios matones
de Stepanov.
Yo, en cambio, solo tengo a Boom Boom, que parece claramente
incómodo al estar atrapado en una habitación con estos animales.
Me gustaría que Boom Boom no llevara hoy su sudadera color
melocotón de Home Alone, no da la sensación de intimidación que
esperaba.
La Bestia se gira lentamente cuando entro, me mira fijamente y
sonríe.
Se supone que no debemos hablar antes de la pelea, pero tengo el
presentimiento de que le importan una mierda las convenciones.
Se acerca a mí, provocándome.
―¿De qué estabas hablando con Krupin? ―dice.
Me encojo de hombros.
―De lo que voy a hacer con mis ganancias ―le digo.
La Bestia resopla.
―Tal vez puedas comprar un ataúd ―dice―, con lo que ganaste
antes.
Doy un suspiro exagerado.
―¿Es lo mejor que tienes? ―le digo―. Tu discurso de mierda es de
aficionado.
La Bestia da un paso más, de modo que solo hay uno o dos
centímetros entre nosotros.
―¿Qué tal esto? ―dice en voz baja―. Sé que estabas hablando de
esa chica.
La habitación parece enmudecer, aunque sé que nadie más puede
oírlo, el aire me presiona con fuerza los tímpanos.
―Oh, sí ―dice la Bestia―. La pequeña doctora. La quieres, ¿verdad?
Me di cuenta, vi la forma en el que la mirabas al otro lado de la mesa.
Quieres salvarla, ¿verdad? Eso es muy... romántico. Es una pena que
los cuentos de hadas no sean reales. Esto es Rusia, los fuertes
maltratan a los débiles. Tú eres débil, y ella también. Voy a
maltratarte y luego Stepanov se llevará a tu pequeña doctora y...
Me abalanzo sobre él, pero soy interceptado por Boom Boom, que
se interpone entre nosotros, haciéndome caer de lado.
Arrojo a Boom Boom, pero ahora la Bestia está rodeado por todos
sus amigos mientras se ríe en mi cara.
La pelea ni siquiera ha empezado, y ya he dejado que mis
emociones se apoderen de mí, Meyer me abofetearía si estuviera aquí.
Esto es lo que me temía, mis sentimientos por Sasha realmente me
están haciendo débil y estúpido. No sé si podría vencer a la Bestia en
las mejores circunstancias. Y aquí estoy, siendo un desastre.
No hay tiempo para tranquilizarme, puedo oír al maestro de
ceremonias calentando al público. El combate está a punto de
empezar.
―Patético ―dice la Bestia a su equipo.
―Vamos ―dice Boom Boom, agarrando mi hombro―. Tengo que
envolver tus manos rápido.
Los siguientes minutos parecen pasar en un borrón. En un
segundo, estoy sentado y tendiéndole las manos a Boom Boom, y al
siguiente estoy saliendo hacia el rugido de la multitud.
Aunque soy el primero en salir de los vestuarios, ya están coreando
¡BESTIA! ¡BESTIA! ¡BESTIA! Mi cabeza palpita al ritmo de sus gritos.
Camino hacia el ring improvisado, que no está elevado. Vamos a
luchar al nivel del suelo, con paredes de metal alrededor en lugar de
cuerdas adecuadas.
Cuando la Bestia sale de los vestuarios, el aullido del público es tan
fuerte que apenas puedo respirar, el ruido me comprime el pecho y
me ensordece. Él levanta los brazos por encima de la cabeza y sonríe,
disfrutando del brillo de su fama.
La Bestia y yo nos colocamos uno frente al otro. El árbitro no se
molesta en explicarnos las reglas, ambos las conocemos, y
probablemente no las seguiremos.
El árbitro levanta la mano entre nosotros y luego la deja caer,
indicando el comienzo del combate. No oigo el sonido de la campana.
La Bestia me rodea, yo espero que se precipite, pero él no es ningún
tonto, es tan cuidadoso como yo, aunque infinitamente más confiado.
También es perceptivo, y vio mis sentimientos por Sasha antes que
nadie.
Todas mis fortalezas son suyas, tal vez en mayor medida.
Ciertamente es más grande y más fuerte que yo. Nunca me he
enfrentado a un luchador de su tamaño y nunca me he enfrentado a
alguien a quien no pudiera dominar.
Tampoco he peleado nunca sin Meyer, no tenerlo en mi esquina
está jodiendo mi cabeza. Si logro superar el primer asalto, necesito
que me mantenga concentrado, que me recuerde en dónde me estoy
descuidando, y que me señale los puntos débiles de la defensa de mi
oponente que yo he pasado por alto.
Mientras pienso esto, más rápido de lo que puedo ver, y mucho
menos bloquear, la Bestia lanza un golpe que me golpea justo en la
mandíbula.
Mierda, eso duele. Golpea como un mazo y esto fue solo un golpe
de prueba. Le siguen varios golpes más en rápida sucesión, tan
rápidos que apenas puedo levantar las manos para bloquearlos, pero
el último se escapa de mi defensa y me golpea de nuevo casi en el
mismo lugar.
La Bestia sonríe, está jugando conmigo.
Yo reafirmo mi postura y monto mi propia ofensiva.
Él utiliza una defensa que no le he visto antes: el giro de hombro.
Mantiene el brazo delantero en posición baja, cruzado sobre el torso.
Cuando le lanzo un puñetazo, utiliza su hombro para bloquearlo o
rodar con él, esto le permite contraatacar con cualquiera de las dos
manos, ya que ninguna de ellas se utiliza para bloquear. Así, cuando
mi golpe de derecha se desprende de su hombro, me devuelve el
puño delantero con facilidad, golpeándome tan fuerte en el ojo
derecho que me quedo temporalmente ciego de ese lado.
Presiona su ventaja, haciéndome retroceder contra las barricadas
de metal, que no tienen la misma capacidad de resistencia que las
cuerdas normales. Agarro a la Bestia en un abrazo, y la barricada se
dobla hacia atrás bajo nuestro peso combinado. El público, apretado
contra las barricadas, nos empuja hacia el centro del ring, él se
tambalea y yo aprovecho la oportunidad para golpearlo con un duro
derechazo.
Le duele, puedo verlo. No es invencible, pero se sacude
rápidamente y viene hacia mí con fuerza, con apenas un descanso.
Me lleva de nuevo contra las barricadas. Esta vez, cuando lo
abrazo, él aprovecha para golpearme con un puñetazo ilegal en el
riñón. El dolor sube y baja por mi espalda como un picahielos
enterrado en la piel, no puedo evitar aullar alrededor de mi protector
bucal, se retira del abrazo y me lanza un fuerte gancho de derecha a
la cabeza, yo me agacho y el gancho me golpea en el cráneo,
haciéndome retroceder.
Suena la campana, que marca el final del primer asalto.
Solo he dado un golpe limpio, ganará por puntos si esto sigue así.
Boom Boom parece más que preocupado, me pone una bolsa de
hielo picado en la espalda, en donde la Bestia me golpeó en el riñón.
El frío es un bendito alivio.
―Lo estás haciendo bien ―dice.
―Boom Boom ―gimo―, eres un maldito mentiroso.
―Lo sé ―dice―. Mi mamá siempre me descubría.
No me he permitido mirar a Sasha. Sé dónde está sentada: al lado
de esa serpiente de Stepanov, pero si la miro no podré controlarme.
Mi necesidad de ganar esta pelea por ella es ya tan desesperada y
dominante que está abrumando mi mente, no puedo pensar en nada
más.
Necesito estar al cien por ciento, más que nunca en mi vida. No
puedo dominar a la Bestia, solo puedo ser más astuto que él, es mi
única esperanza.
Demasiado pronto, la campana suena obligándome a volver al
ring.
Esta vez, la Bestia no es cautelosa, cree que sabe lo que tengo, y no
es mucho. Me persigue implacablemente, golpeándome una y otra
vez.
No se trata de golpes a medias que pueda esquivar, sus puños
parecen de acero macizo y se estrellan contra mí. Me golpea con un
gancho en las costillas que parece hundirlas, de modo que pierden su
elasticidad como las cuerdas de una guitarra, ahora cada respiración
me produce un dolor punzante en el costado derecho. Me golpea tan
fuerte en la nariz que la sangre vuelve a entrar en mi garganta y tengo
que escupir un bocado en el suelo, creando una mancha resbaladiza
que tengo que esquivar o arriesgarme a que se me resbalen los pies.
Lo peor de todo es que me golpea por encima del ojo izquierdo,
reabriendo el corte que casi se había curado. La sangre se mezcla con
el sudor y me pica los ojos, oscureciendo aún más mi visión.
Sin embargo, no es completamente unilateral. Observo a la Bestia,
buscando patrones, y efectivamente, aunque es un luchador
inteligente e inventivo, no es inmune a la repetición. Cuando
encuentro un patrón en sus movimientos, lo aprovecho para asestarle
un golpe.
Por desgracia, él no tarda en darse cuenta de esto y me pone un
cebo fingiendo que tiene la intención de hacer un jab y un gancho de
izquierda de nuevo, pero esta vez, finge el gancho y luego me da un
codazo en la cara en su lugar.
Me tira al suelo y entonces hace algo tan escandaloso que por un
momento pierde la aprobación del público: me da un puñetazo de
conejo, es un golpe extremadamente ilegal y potencialmente letal en
la parte posterior de la cabeza. Lo llaman así porque así es como los
cazadores matan a los conejos después de haberlos cazado.
El puñetazo azota mi cara contra el concreto.
Siento como si me explotara la cabeza. Mi visión se oscurece y lo
siguiente que sé es que oigo al árbitro contar: ¡Seis! ¡Siete! Ocho.
Me pongo en pie, con la cabeza tan hinchada e inestable como un
globo.
Si la pelea hubiera continuado, la Bestia me habría noqueado ahí
mismo, pero literalmente me salva la campana cuando termina el
segundo asalto.
Boom Boom está furioso mientras me retiro a mi esquina.
―¡Es un puto ultraje! ―grita hacia el entorno de la Bestia.
Boom Boom presiona un enswell14 contra el nudo hinchado de mi
frente donde mi cara golpeó el suelo.
Si nunca has conocido el exquisito dolor de una dura compresa
metálica aplicada en el lugar más doloroso de tu cuerpo, entonces
puedes considerarte afortunado en cualquier otra desgracia.
Es una agonía, pura y dura, lloraría si mis ojos no estuvieran ya
hinchados.
―Tienes que parar ―me dice Boom Boom―. Vas a acabar como el
Rabino.
Aparto su mano y me giro para que se vea obligado a mirarme y
me saco el protector bucal para que escuche cada palabra.
―Escúchame bien ―le digo―. No pares esta pelea hasta que yo esté
muerto.
―Snow ―dice.
―¡PROMÉTEMELO! ―Le agarro de la camisa y tiro de él para que
se acerque―. Dame tu palabra ahora mismo.
―Yo... lo prometo ―dice Boom Boom.
Suena la campana del tercer asalto.
Es un sonido horrible.

14
pieza de acero inoxidable utilizada para reducir o detener el sangrado y la hinchazón.
La Bestia ya está de pie con los guantes en alto, con aspecto de estar
apenas sin aliento. Tiene un pequeño corte en una mejilla, mientras
que yo sé que debo parecer un desastre maltratado y ensangrentado.
Avanza hacia mí, sonriendo ligeramente.
Escupo otra bocanada de sangre y camino a su encuentro.
Normalmente, una pelea se ralentiza a medida que avanza el
asalto, pero él y yo lanzamos golpes cada vez más rápido. Me hace
retroceder una vez más, pero esta vez no ve una de las manchas de
sangre en el suelo, el pie se le escapa y se arrodilla.
Con toda la velocidad y la fuerza que me quedan, lo golpeo con
fuerza en la mandíbula haciendo que su cabeza se desplace hacia un
lado y parezca realmente aturdido.
En un momento vuelve a ponerse de pie.
Sin embargo, no está tan firme y creo que he descubierto una
debilidad.
Meyer solía hacernos entrenar en el estacionamiento, sin importar
lo helado que estuviera afuera. Decía que era como en los viejos
tiempos, cuando los boxeadores peleaban en lagos congelados, y que
era importante aprender a mantener el equilibrio en una superficie
resbaladiza.
Efectivamente, cuando conduzco deliberadamente a la Bestia sobre
los parches de mi propia sangre, se vuelve a resbalar. Me levanto de
un salto para asestarle un puñetazo en forma de sacacorchos, lanzado
por encima de su ojo. Es un movimiento arqueado con un giro al final,
diseñado para abrir un corte en la cara de tu oponente, y como
esperaba, le parto la ceja derecha, que empieza a sangrar de forma
muy satisfactoria.
Esto lo enfurece, lanza su ataque más implacable, golpeándome
una y otra vez mientras me devuelve a la esquina.
En un cuadrilátero normal, podría intentar un ponerlo contra las
cuerdas para cansarlo, como hizo Muhammad Ali contra Joe Frazier
durante su pelea en Manila, pero eso es imposible contra las
barricadas de metal. La Bestia me empuja contra el metal, y luego me
golpea tan fuerte que siento que caigo de espaldas, sumergiéndome
en la brea negra.
Me absorbe hacia abajo. Intento luchar contra eso, pero es
demasiado difícil nadar hasta la superficie. A lo lejos, escucho al
árbitro contar una vez más:
―¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro!
Ali dijo que pelear con Frazier fue lo más cercano que sintió a la
muerte.
Ahora entiendo lo que quería decir.
Casi le daría la bienvenida a la muerte, porque sería preferible al
dolor que estoy sintiendo, y mucho mejor que la perspectiva de
fallarle a Sasha.
Sasha.
Como una llama en la oscuridad, su rostro arde contra la negrura
detrás de mis párpados.
Toda mi vida ha sido tan fría y sombría como una tundra ártica.
Sasha es la primavera, es el sol brillando sobre mí, despertando la
hierba y la tierra en mi interior.
El único lenguaje que conocía era la violencia, ella me hace oír la
risa, la música, la lluvia.
Me hace sentir cosas en las que ni siquiera creía.
Amor. Amistad. Compasión.
―¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete!
Resoplo, ahogándome con mi propia sangre. Realmente podría
estar muriendo.
Mi vida pasa ante mis ojos, pero en lugar de ver todo lo que me ha
pasado antes, veo una visión de mi futuro.
Como si se tratara de una película reproducida a velocidad
exponencial, veo todo lo que podría suceder si tan solo pudiera
hacerlo existir.
Veo a Sasha caminando por Times Square, mirando con asombro
los enormes carteles luminosos. Nos veo subiendo las escaleras de un
apartamento luminoso y limpio que compartimos. La veo volviendo
a casa del trabajo, con el pelo recogido en una coleta, vestida con el
uniforme adecuado, sonriendo mientras me cuenta su día. Me veo
llevándole flores, besándola, haciéndole cosquillas mientras se
acuesta en mi cama una perezosa mañana de domingo. La veo
ataviada con un vestido brillante, animándome desde el público
mientras me enfrento a un oponente en un cuadrilátero de verdad, en
un combate legítimo, que esté en cualquier sitio menos en este puto
matadero.
Veo todas esas cosas y, como la sacudida de un rayo al monstruo
de Frankenstein, me reanima el cuerpo y me pongo en pie antes de
que el árbitro pueda terminar la cuenta.
Ahora miro al público y veo a Sasha, con sus grandes ojos azules
mirándome mientras las lágrimas corren por su rostro. No está
llorando por sí misma, está llorando por mí porque está asustada,
pero no tiene nada que temer. He visto el futuro y sucederá, tal como
ella me dijo que sucedería.
La Bestia se acerca a mí, planeando acabar conmigo.
Está cansado, ahora lo veo. Intenta ocultarlo, pero yo sé la verdad.
Está luchando por sí mismo, por nadie más y su propio ego es un
motivador débil.
Él se balancea hacia mí con un golpe, pero su puño pasa junto a mi
nariz. He estado favoreciendo mi lado izquierdo, tratando de evitar
el dolor en las costillas, pero ahora ese dolor se ha ido, ya no existe.
Impulso ese puño izquierdo como un maldito cohete hacia la
mandíbula de la Bestia y lo golpeo una y otra vez. Izquierda, derecha,
izquierda, derecha.
Lo hago retroceder, hacia el mayor charco de sangre de todos.
Mientras su talón se levanta para dar un paso más hacia atrás,
espero a que baje sobre la sangre, entonces me agacho y me impulso
hacia arriba con todas mis fuerzas, en un uppercut como ninguno que
haya visto.
Los pies de la Bestia se le escapan y cae hacia atrás. No baja las
manos a tiempo y la parte posterior de su cráneo se estrella contra el
cemento sólido. Se queda quieto, insensible a la cuenta del árbitro.
Ni siquiera tengo que mirarlo, sé que no se va a levantar.
Me siento como si estuviera en la cubierta de un barco. El suelo se
mueve de un lado a otro debajo de mí, pero me mantengo en pie hasta
que el árbitro me levanta el brazo en señal de victoria.
No hay placeres en un combate, pero algunas de mis peleas han sido un
placer ganarlas.

Muhammad Ali
Snow se vuelve cada vez más silencioso mientras registramos las
maletas, subimos al avión y nos abrochamos los cinturones.
Al principio, creo que es por la enormidad de la mudanza, dejar
Rusia por Estados Unidos. Ninguno de los dos ha pisado antes la
ciudad de Nueva York, aunque casi me parece que lo he hecho por la
cantidad de veces que he visto sus calles en las pantallas de cine.
Sin embargo, cuando el avión empieza a rodar y Snow me agarra
de la mano, me doy cuenta de que está asustado.
―No te pongas nervioso ―le digo―. Volar es más seguro que
conducir, estadísticamente hablando.
―Es una puta locura subir a cinco mil metros de altura ―dice.
No me atrevo a decirle que son más bien nueve mil metros.
Cierra los ojos mientras el avión acelera, rugiendo por la pista. Hay
una caída en picado y una elevación, y luego estamos subiendo. Yo
levanto la persiana de la ventanilla para ver cómo San Petersburgo se
desplaza por debajo de nosotros.
Cuando estaba encadenada a Krupin, anhelaba alejarme de aquí,
pero ahora casi me entristece ver cómo el Palacio de Invierno y el
Puente de la Trinidad se hacen pequeños bajo nosotros.
Ojalá pudiéramos llevarnos a toda la gente que queremos con
nosotros. Snow le pidió a Meyer que viniera, pero él se limitó a reírse
y a decir que viviría y moriría en el mismo lugar, como un diente de
león. Le dio a Snow los nombres de varios entrenadores de Nueva
York que podrían ayudarlo a conectarse con los combates de primera
línea, así como a obtener su licencia estatal.
Sorprendentemente, fue Krupin quien movió los hilos para que
Snow obtuviera su visado. Estaba de mejor humor del que lo he visto
nunca, en la euforia de ganar su apuesta contra Stepanov. También se
alegró de que papá se ofreciera a seguir llevando el restaurante por
él, aunque ya no tuviera que hacerlo estrictamente una vez pagada la
deuda, puede que Krupin incluso empiece a pagarle.
Stepanov, por el contrario, tenía un aspecto jodidamente asesino
ante la derrota de su principal ejecutor. No estoy segura de lo que
habría hecho, si Ivan Petrov no hubiera estado sentado a su lado,
manteniendo la paz. No sé si el acuerdo entre Stepanov y Krupin se
llevó a cabo al final, pero supongo que la presencia de Petrov en el
torneo fue suficiente respaldo para asegurar que Krupin sea aceptado
de nuevo en el círculo interno de la Bratva.
Pero ya no tengo que preocuparme por sus luchas de poder, gracias
a Dios.
En cambio, creo que el ajetreo de Nueva York será positivamente
relajante.
Espero presentarme al examen para obtener la licencia médica en
Estados Unidos una vez que Snow y yo nos hayamos instalado. A
partir de ahí, podré hacer una residencia y empezar a trabajar como
médico de verdad. He oído que en Estados Unidos se gana mucho
dinero y que se puede ayudar a los enfermos, en lugar de curar a los
gánsteres que no pueden evitar los problemas.
Tal vez siga haciendo un poco de eso para Snow. Seguiré siendo su
médico particular, aunque no lo sea de nadie más.
Él está relajado ahora que el avión se ha nivelado y nos movemos
suavemente por el aire.
―No está tan mal, ¿eh? ―le digo.
―Claro ―dice, enarcando una ceja―. Nunca me preocupó.
Levanta el reposabrazos entre nosotros para que pueda
acurrucarme más cerca de él. El aroma de su piel me acelera el
corazón, me sorprende que este sentimiento no haya disminuido lo
más mínimo, de hecho, creo que cada día me siento más atraída por
él. Sigo pensando que las mariposas desaparecerán con el tiempo,
pero en lugar de eso me golpean cada vez más fuerte, hasta que soy
como un boxeador borracho al que podrías derribar con una pluma.
Ojalá todo el mundo pudiera estar enamorado así. Estoy
preocupada por el pobre Boom Boom que se ha enamorado
perdidamente de Anastasia. Ha estado yendo a visitarla todos los
días, para ver cómo está. Su bebé nacerá en cualquier momento.
Snow cree que no tiene ni la más mínima posibilidad.
―¡Ni siquiera está circuncidado, por el amor de Dios!
Espero que esté equivocado. Puede que Boom Boom no esté pulido
o sea guapo, pero es amable y leal, y eso llega muy lejos con las
mujeres.
Aun así, su pérdida es muy profunda. Sé que ella quería mucho al
Rabino.
Si algo le pasara a Snow, no sé si yo podría seguir adelante.
Al confundir la mirada de preocupación en mi rostro, Snow dice:
―¿Extrañas a tu hermana?
―Por supuesto ―digo―. Pero ella vendrá a visitarnos.
Snow conocía a mi papá antes de cierta manera, pero el día después
de que él ganara el torneo, los presenté formalmente, y también a
Mila. No era precisamente una imagen bonita con la cara tan
hinchada y magullada, pero aun así, no sentí más que orgullo al
llevarlo a nuestra casa.
Papá le agradeció lo que había hecho por nuestra familia. Mila
estaba un poco intimidada al principio, pero se animó una vez que
Snow le preguntó sobre sus clases y profesores en la escuela. Pronto
se burló de su gusto por las películas y le rogó que trajera a su gata la
próxima vez, ya que ella ama a los animales más que nada.
Echaré mucho de menos a Mila. Sin embargo, ella tiene sus propias
aventuras. Se graduará esta primavera y me dijo que quiere conseguir
un trabajo en un periódico. No en Rusia, sino en algún lugar de
Europa. París, tal vez, ya que mamá nos hizo aprender francés cuando
éramos niñas, le dije que no se metiera en líos, y ella se rió y dijo que
yo no tenía derecho a decirle eso a nadie y que de todos modos no iba
a seguir mi consejo.
La única persona con la que Snow no se reunió fue con mamá,
porque no ha venido ni una sola vez desde que se fue a casa de la tía
Agata. Creo que por eso papá se aferra tanto al restaurante, aunque
ya no sea nuestro, es lo único que le queda.
Quiero enojarme con mamá, pero no puedo. Amar a alguien no es
para los débiles de corazón. Puede ser duro, peligroso y doloroso. Te
quita todo.
Pero lo que recibes de vuelta...
Es como invertir un centavo para poseer la riqueza del mundo.
Mi felicidad me aterra.
No sé cómo alguien puede merecerla.
Apoyo la cabeza en el pecho de Snow y pongo mi mano en su
muslo. No puedo evitar subir los dedos un poco más, hasta que noto
su polla bajo los pantalones, hinchándose rápidamente bajo mi
palma.
―Compórtate ―me gruñe.
―Pero es un vuelo tan largo... ―le digo.
―Se supone que ahora somos ciudadanos respetuosos con la ley
―dice.
Doy un suspiro exagerado.
―Está bien ―le respondo―. Solo quiero que sepas que no me he
puesto bragas debajo de este vestido...
Me levanto de mi asiento y me dirijo al baño de la parte trasera del
avión.
Abro la puerta de acordeón y entro en el reducido espacio y antes
de que pueda cerrarla, Snow se abre paso y cierra la puerta de golpe.
Me rodea con el brazo por detrás y me aprieta contra su cuerpo. Es
tan grande que apenas cabe en el pequeño espacio, sus hombros casi
tocan las dos paredes.
―Más vale que no me mientas ―me gruñe al oído.
―Nunca te miento ―le digo.
Nuestra promesa perpetua queda suspendida en el aire entre
nosotros.
No soy amable... pero siempre soy sincera.
Snow agarra el dobladillo de mi vestido azul pálido y me lo sube
por la cintura, luego baja la mano y me roza los labios del coño con
sus dedos.
―Buena chica ―murmura contra mi cuello.
Mis nalgas desnudas están presionadas contra la entrepierna de sus
pantalones. Siento su polla erguida y dura como una barra de hierro,
encaja perfectamente entre mis mejillas. Yo me aprieto contra ella,
haciéndolo gemir.
―Shh ―le digo―. No nos metas en problemas.
―Ya estamos en problemas ―dice.
Me inclina sobre el lavamanos y se baja los pantalones. Su polla se
libera, ardiendo de calor contra mi piel y la mete dentro de mí,
haciéndome jadear.
Es otra cosa a la que pensé que me acostumbraría: a su tamaño.
Pero no lo he hecho, siento como si me estuviera desflorando de
nuevo cada maldita vez.
Se humedece los dedos en la boca y los pone delante de mí para
frotarme el clítoris, facilitando el paso de su polla. No necesita
molestarse, ya estoy lo suficientemente mojada como para que sus
dedos se deslicen fácilmente sobre ese sensible botoncito, enviando
chispas de placer por todo mi cuerpo.
Snow me frota al ritmo de sus embestidas, a medida que uno se
acelera, el otro también. Ahora soy yo quien tiene que reprimir mis
gritos mientras las olas de placer se acumulan en mi vientre.
―No pares ―le ruego―. Por favor, no pares.
Presiona con más fuerza mientras me penetra profundamente, su
mano fuerte y cálida y su magistral polla me llevan exactamente a
donde deseo ir, yo empiezo a correrme y me tapo la boca con la mano
para ahogar los gritos.
Cuando termino, Snow me da la vuelta y me sienta en el lavabo,
para poder mirarme mientras termina de follarme, yo engancho mis
piernas alrededor de su cintura y me inclino hacia atrás todo lo que
puedo en el reducido espacio.
Parece más grande que nunca aquí. Me encanta el tamaño y la
fuerza de su cuerpo, me encanta la forma en que me mira cuando está
enterrado dentro de mí. Parece que no puede creer en su suerte, que
es exactamente lo que siento yo también.
―Dime que me amas ―dice.
―¡Te amo! ―grito.
―Dime que eres mía para siempre.
―Tuya y solo tuya.
―Ahora dime cuánto deseas que me corra dentro de ti.
Le rodeo el cuello con los brazos y le muerdo un lado del cuello.
―Lo necesito ―le susurro al oído.
Con sus brazos abrazándome, explota dentro de mí, aplasta mi
cuerpo contra el suyo y se corre todo lo que puede.
Luego me deja de nuevo en el lavabo, con su frente aún pegada a
la mía.
―¿Vas a ser tan traviesa en Estados Unidos?
―No ―le digo―. Seré mucho peor.
Dejo que él se vaya primero, ya que de todos modos no puedo
pasar por delante de él. Luego orino, me lavo las manos y vuelvo a
mi asiento.
Al sentarme una vez más, mi pie choca con la trasportadora de
Okalina, ella emite un maullido lastimero.
―Lo siento, cariño ―le susurro.
―Le gustará Nueva York ―dice Snow―. He oído que hay muchas
ratas.
―¡No en nuestro apartamento! ―digo, golpeando juguetonamente
su brazo―. Es un lugar bonito.
―Si se puede confiar en las fotos.
―Las fotos son las que nos trajeron aquí ―digo―. Fotos. Películas.
Sueños.
―Y una bola de nieve ―dice.
Lo vi meterlo en su maleta. Apenas ha traído nada más.
―Ahí es a donde iremos primero ―le digo―. Al Madison Square
Garden.
―¡No! ―dice―. Primero la pizza, luego iremos a cualquier otro sitio.
Nunca pensé que me vengaría de Roman Turgenev. Él era un
príncipe de la Bratva, yo no era nadie. Así que no sé por qué me
miró con sus hermosos ojos verdes y decidió pasar todos los días de
la escuela secundaria torturándome.
Ahora es el jefe de la Mafia de París, y es más poderoso que
nunca. Para mí, es el mismo matón arrogante que solía conocer, no
me importa si está tratando de ser amable conmigo, es solo porque
necesita mi ayuda...
Y yo lo voy a ayudar, o al menos, fingiré por un tiempo...

Aprenderé todos sus secretos.

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