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Acciones de Recuperación y Resiliencia

Propósito

Esta asignatura pretende enseñar a los estudiantes los factores que han permitido a las sociedades
enfrentar los impactos desastrosos. Les dará una visión crítica con base en un marco teórico y
conceptos para comprender los aspectos que caracterizan a las sociedades vulnerables y a las
resilientes. De esta manera, los alumnos contarán con ejemplos para identificar los elementos que
constituyen al riesgo y los desastres, pero también los tipos de respuestas y las capacidades que los
individuos y las comunidades han desplegado a lo largo del tiempo para mitigar los efectos y paliar
los impactos de distintas manifestaciones extremas de la naturaleza.

Al cursar la asignatura, los estudiantes tendrán un panorama amplio de las respuestas civiles, como
el socorro y el altruismo; también de las respuestas institucionalizadas, como el asistencialismo, las
juntas y comités de auxilio, que durante décadas constituyeron el primer apoyo para iniciar la
rehabilitación y recuperación tras un desastre.

En esta materia serán analizados los modelos que las comunidades han integrado con prácticas de
respuesta y los implementados por las instituciones antes y después de la conformación del Sistema
Nacional de Protección Civil. Se conocerán las opciones que están proponiendo las agencias y
organismos internacionales para mejorar las condiciones de vulnerabilidad, fortalecer la Gestión
Integral de Riesgos y desarrollar ciudades más resilientes con acuerdos como el Marco de Acción de
Hyogo 2005-2015.

Al finalizar el curso, los alumnos comprenderán que todas las acciones de preparación, prevención,
respuesta y resiliencia forman parte de un marco mayor que incide en prácticas y estrategias de
adaptación que los humanos desarrollamos para enfrentar ciertas manifestaciones del medio
ambiente natural.

Sesión 1 / Tema 1. Acciones de recuperación, resiliencia civil y su


institucionalización
Antecedentes de la recuperación y la resiliencia civil

La recuperación y la resiliencia se han realizado desde que las sociedades comenzaron a


organizarse, tomaron acuerdos y trabajaron colectivamente para rehabilitar y reconstruir lo
impactado por algún desastre, en daños materiales o sociales. Durante siglos las sociedades se han
organizado de múltiples maneras para hacer frente a las amenazas, para mitigar los efectos y paliar
los daños. De esta manera se produjo cierto desarrollo de civilizaciones a pesar de las diversas
amenazas naturales y en algunos casos de frecuentes desastres. En documentos tan antiguos como
la Biblia se hace notable que para algunos grupos ciertas amenazas fueron tan impactantes que
respondieron migrando a otros sitios. En cambio, hubo otros que ante la destrucción producida por
un sismo, reconstruyeron la ciudad y otros más no tuvieron oportunidad de huir ni de reconstruir y
desaparecieron “misteriosamente” y hasta hace pocos años han sido encontrados sus vestigios en
las profundidades de algunos mares y lagos (McNab, Chris 2005). Los casos de desastres
documentados por la Biblia están plenamente relacionados con alguna causa divina y sirvieron de
ejemplo para múltiples comunidades, quienes aprendieron el valor del apoyo, la solidaridad,
generosidad, bondad, altruismo, beneficencia, resignación, fe, etcétera; es decir, lo que ahora
denominamos como resiliencia o capital social, que caracteriza a algunas sociedades.

Los antecedentes de la recuperación y la resiliencia son muy remotos, aunque los estudios
académicos de estos conceptos son muy recientes y hasta hace unas décadas eran esporádicos. En
términos muy generales, se observa la recuperación cuando una comunidad o ciudad se restaura a
sí misma a su condición predesastre. No es un punto estático o un momento particular en el tiempo,
sino un proceso amplio (Aldrich, 2012: 5). A principios del siglo XX existían pocos estudios
académicos acerca de la recuperación y la resiliencia, luego, a mediados del mismo siglo,
incrementó la producción y se volvió abundante al finalizar el siglo XX e iniciar el XXI. Actualmente
es compleja la construcción de la recuperación y la resiliencia como objeto de estudio debido a la
gran cantidad de bibliografía y enfoques.

¿Sabias que?

Se ha documentado que el primer aporte académico a los estudios de desastres y el


comportamiento social fue realizado por el sociólogo canadiense Henry Prince, publicado en 1920, el
cual se enfocó en la catástrofe y en el cambio social producido tras una explosión en el puerto de
Halifax en Canadá.

En 1941, fue publicado el análisis teórico de la “calamidad” según observaciones del sociólogo
estadounidense Pitirim Sorokin, y en 1961 el geógrafo estadounidense Gilbert White difundió sus
estudios sobre percepciones y reconstrucción en relación con las inundaciones. En los años
cincuenta, el antropólogo Anthony F. C. Wallace se enfocó en la experiencia de la estructura
humana que experimenta el desastre. Los psicólogos Charles E. Fritz y Harry B. Williams, en 1957,
difundieron un estudio en el que se refirieron específicamente al desastre y el comportamiento
social ante la emergencia. En el mismo año, Fritz y Mathewson se refirieron al comportamiento ante
el desastre y el control social. Y en el resto de los años cincuenta destacan algunas publicaciones
difundidas por antropólogos que realizaban investigación sobre otros temas cuando se detonó un
desastre, debido a esto lo consideraron parte del contexto y mostraron distintas reacciones, ajustes
y respuestas ante la crisis en las comunidades tribales, por ejemplo en Tikopia y Yap.

Después de una larga estancia en la isla de Yap, el antropólogo David Schneider (1957) reportó que
después de un tifón, la comida era un tema central de las pláticas de los nativos. Le dedicaban
mucho tiempo a la búsqueda de alimentos e ingerirlos tenía un rol especial, incluso los esposos eran
reconocidos por la cantidad de provisiones que aportaban a la familia. En el núcleo familiar, la
satisfacción del hambre se relacionaba con muchas de sus actividades diarias, manifestaban
ansiedad por comer y hasta el enamoramiento lo veían como un problema estomacal. Así, Schneider
reflexionó que, para la comunidad de Yap, la alimentación significaba relaciones y los tifones
expresaban relaciones rotas, simbolizadas en la carencia de comestibles y evidenciaban problemas
humanos, como venganza o castigo, por ello el impacto del tifón era sentido donde más les dolía,
en los recursos alimenticios. Para enfrentar las carencias y propiciar la resiliencia en la comunidad,
los isleños fortalecían las opciones productivas como incorporar la pesca, caza, la recolección y la
intensificación de algunos tipos de siembras.
En 1929 la población de Tikopia era de 1,300 habitantes, pero en 1952 incrementó a 1,700
pobladores debido a que las misiones cristianas persuadieron a la población para que abandonara
ciertas medidas como los controles tradicionales de natalidad, el aborto, el infanticidio y la
restricción del número de matrimonios. El 26 de enero de 1952 un huracán destruyó totalmente las
palmas de coco, las cosechas e inundó varias áreas de la isla. Sólo quedaron remanentes de comida
y los nativos tuvieron que ingerir alimentos antes de madurar, como la planta taro y los tubérculos
mandioca y papas. Además, la sal de la brisa arrojada por el huracán afectó los cultivos e inhibió el
crecimiento de los frutos. Pero lo más desastroso no fue el huracán, sino los bloqueos e
intervenciones promovidos por los misioneros jesuitas, pues, debido al incremento de la población,
la comida fue insuficiente y se presentó una hambruna, lo cual no ocurría antes, cuando contaban
con ciertos controles de natalidad prohibidos por los misioneros.

Era imposible producir alimentos de forma inmediata, por lo que su respuesta ante la emergencia
fue solicitar alimentos al exterior de la isla. En mayo el gobierno británico les llevó 500 cocos y 4
toneladas de raíces cosechadas. Sin embargo, las mujeres y los niños hurtaban los barcos antes de
anclarlos a la orilla. En junio, el gobierno les envió 10 toneladas de arroz y se presentaron
problemas para su distribución, además, ese alimento no era una solución, sino un paliativo
(Spillius, 1957: 11). En octubre los británicos les enviaron 17 toneladas de arroz, que les sirvieron
para un mes y permitieron que los plantíos maduraran rápidamente, para alimentar a los nativos.

A pesar de tener arroz, la población robaba a los otros porque la hambruna era evidente, al grado
que se presentaban tres decesos por semana. Debido a los robos se acordó considerar el hurto
como un crimen mayor y se impuso la pena de muerte. Esta respuesta por medio de sanciones
disminuyó los robos, pero era necesaria una estrategia para distribuir los recursos equitativamente.
Para ello realizaron diversas reuniones entre los jefes de la tribu, el antropólogo y distintos
funcionarios gubernamentales británicos, los cuales acordaron establecer un sistema de vigilancia y
agilización en la distribución de los recursos disponibles.
En noviembre la situación de crisis disminuyó porque maduraron los frutos y en febrero de 1953
había plátanos de sobra. Su estrategia consistente en recibir apoyo del exterior funcionó y permitió
el desarrollo de varios frutos, pero en marzo de 1953 otro huracán impactó la isla y se perdió el 50
% de las cosechas. Entonces se presentaron actitudes como el desánimo y la apatía, no obstante,
los jefes habían recobrado la autoridad y obligaron a la población a sembrar de nuevo y
gradualmente restablecieron el orden. Ante la nueva crisis tomaron la decisión de sembrar
intensivamente y proteger los cultivos, con lo cual permitieron la maduración.

Este caso muestra que en ocasiones la recuperación es parte de una estrategia de sobrevivencia y
puede requerir de apoyos del exterior, sobre todo ante una hambruna. La ayuda alimenticia
permitió que los nativos contaran con comida durante un periodo mientras maduraron los cultivos.
Prohibieron la pesca para obligar a que todos participaran en la siembra a gran escala. Sin embargo,
además de la siembra intensiva fue necesario tomar medidas de orden y control ante la rapiña y la
migración. Estas decisiones les beneficiaron porque distribuyeron equitativamente los alimentos,
evitaron conflictos, redujeron la migración, fortalecieron la cohesión social y restablecieron la
autoridad del líder. Estas prácticas en el escenario del desastre permitieron dar continuidad a la
comunidad y formaron parte de una estrategia de sobrevivencia basada en la recuperación y el
fortalecimiento de la resiliencia.

La Cruz Roja Mexicana, la recuperación institucionalizada

A fines del siglo XIX y principios del XX, algunos grupos de voluntarios adquirieron reconocimiento
institucional para realizar labores de recuperación y apoyo a la comunidad en casos de emergencia,
tal es el caso del Cuerpo de Bomberos en la Ciudad de México, y la Cruz Roja desde el 21 de
febrero de 1910.

Ambas organizaciones han sido de gran ayuda al pueblo mexicano en muchos desastres,
evidenciando lo que los sociólogos han denominado como capital social, es decir, la capacidad que
tiene la sociedad de organizarse para prestar apoyo al prójimo, sobre todo en momentos de crisis
tales como desastres y guerras.

Desde principios del siglo XX, la Cruz Roja se ha mantenido principalmente con el apoyo de
donaciones y recolección que realiza la propia sociedad. Se encuentra distribuida en todo el país,
con representación a través de delegaciones. Desde su fundación, la Cruz Roja atendió un llamado
que se realizó el 27 de agosto de 1909 debido a los impactos causados por unas lluvias en
Monterrey, Nuevo León, las cuales perjudicaron a gran parte de la población de la ciudad. En esa
primera respuesta ante una emergencia, encabezaron la brigada el doctor Fernando López y su
esposa Luz González Cosío, así como un grupo de filantrópicas personas, quienes llevaron víveres y
ayuda humanitaria.

Debido a su honorable esfuerzo y al éxito de sus acciones, el general Porfirio Díaz reconoció
oficialmente la creación de la Cruz Roja Mexicana el 21 de febrero de 1910. Durante los años
siguientes la Cruz Roja Mexicana participó en diversos desastres y desde la Ciudad de México se
enviaba el apoyo a donde era requerido. En ocasiones respondían ante emergencias detonadas por
fenómenos naturales y en ocasiones por conflictos sociales, como la Decena Trágica, donde
murieron 506 personas y hubo 1,500 heridos. Por estas reconocidas acciones, la Cruz Roja Mexicana
fue adherida en 1923 al Comité Internacional de la Cruz Roja y durante diversas situaciones se ha
esforzado por aliviar el dolor humano por medio de rescates y proporcionando alimentos, medicinas,
ropa y víveres a los afectados y a los propios rescatistas los 365 días del año. Por lo anterior, la Cruz
Roja es uno de los mejores ejemplos de organizaciones que contribuyen en la recuperación tras un
desastre y que evidencian el valor de la resiliencia en la sociedad.

Las juntas de socorro, una respuesta organizada entre sociedad e instituciones

Antes del Sistema Nacional de Protección Civil (SINAPROC), en caso de una catástrofe lo más
común era enfrentar la emergencia por medio de la cooperación entre los ciudadanos, ya fuera a
través de comités pro auxilio o juntas de socorro, en las cuales participaban principalmente las
autoridades municipales y las familias adineradas, quienes encabezaban las acciones y ofrecían
ayuda a los más pobres y perjudicados por el desastre, distribuyendo entre ellos alimentos,
medicinas, ropa, entre otros artículos básicos; así como ayudando en las labores de remoción de
escombros en las calles y en las casas afectadas. En la siguiente imagen se observan los grupos que
apoyaban a las juntas, contando también con estudiantes universitarios, quienes de manera
organizada colaboraban en distintas labores.

El apoyo de las Juntas de Socorro y comités pro damnificados conformados entre autoridades y
vecinos era temporal, mientras duraba la rehabilitación. La reconstrucción de las casas cada quien la
hacía como le permitieran sus posibilidades. No se contaba con apoyos ni planos para construcción
ni recomendaciones oficiales y cada familia decidía cómo edificar su casa con base en el
conocimiento empírico y las experiencias de vida transferidas por generaciones. Las ayudas de los
adinerados servían como paliativos contra la desgracia y las necesidades urgentes; no daban
solución a los problemas de base, como la ausencia de preparativos y medidas preventivas
institucionales para mitigar los impactos, así como el deterioro medio ambiental a costa del
enriquecimiento.

La improvisación como respuesta ante la emergencia

El personal de respuesta ante emergencias siempre ha sido insuficiente para atender las
contingencias. Y mientras se recibe ayuda, la población ha ideado sus propios mecanismos
improvisados para enfrentar una amenaza. La Ciudad de México ha ejemplificado múltiples acciones
de recuperación que ha desarrollado la población en diversas emergencias; por ejemplo, ante la
inundación del 15 de julio de 1951, donde gran parte del centro histórico estuvo tres meses bajo el
agua y, según investigación de Adrián Figueroa, dejó más de 30 mil damnificados, severas pérdidas
económicas y, como respuesta, las autoridades iniciaron la construcción del drenaje profundo para
evitar futuras anegaciones, pero mientras la inundación estuvo presente, la población ideó distintas
respuestas evidentes en las imágenes fotográficas captadas por los hermanos Mayo. La crónica de
la inundación es la siguiente:

Aquella tarde-noche dominical transcurría en forma normal. Las personas paseaban por las calles,
se divertían en los restaurantes, cines o realizaban las últimas compras, cuando el cielo se oscureció
e inició la intensa lluvia, la mayor precipitación pluvial de la segunda mitad del siglo XX, con 50
milímetros cúbicos de agua en una hora. Por la [lluvia], la gente corría en busca de refugio.

Cualquier techo daba abrigo. Los establecimientos se llenaron de transeúntes, mientras los
comerciantes ambulantes y los dueños de negocios establecidos recogían sus productos con
rapidez, pero no consiguieron evitar los fuertes daños y pérdidas económicas. Media hora después,
el agua se iba estancando en la ciudad, especialmente en el primer cuadro.
El transporte público en el Zócalo se atascaba; el suministro de energía eléctrica se suspendió en
varios puntos de la ciudad y se restablecería hasta después de las 20:00 horas; en ese mismo lapso,
se interrumpió el servicio de los tranvías.

En varios cines, la gente tuvo que salir porque comenzaba a filtrarse el agua. En el desaparecido
Bahía, el público fue desalojado cuando —paradójicamente— se proyectaba la película Arroz
amargo. Al terminar el inusual chubasco, la situación era crítica en la ciudad.

En las calles Perú, Allende, Argentina, Paraguay, Ecuador, Costa Rica, Tepito, el nivel mínimo del
agua era de 40 centímetros. Revista de Revistas, de Excélsior, describió esa zona afectada así:
“Hasta que por fin La Lagunilla se volvió laguna”. Y agregó: “La lluvia carcomió todo, destrozó
muebles, destruyó alcantarillas, cometió toda suerte de desmanes y, ante la situación, la gente ha
tenido que emigrar (la que ha podido hacerlo) en busca de otro sitio en donde establecer sus
modestos hogares”. Lo mismo ocurría en Santa María la Redonda, Guerrero, Nonoalco, Magnolia,
Sol, Soto, Camelia, Mosqueta, Zarco, Galeana y sus alrededores; en 16 de Septiembre, Motolinia,
Madero, entre otras, se tenía que transitar en pequeñas balsas, y la inundación duraría tres meses.
En la Plaza de la Constitución, los camiones de pasajeros estaban varados. Además, en Tacubaya, la
Condesa, la Roma y otras zonas de la ciudad sufrían los estragos de la intensa lluvia. La cifra de
damnificados ascendía a más de 30 mil, de los cuales al menos 10 mil fueron llevados al refugio de
San Lázaro. El periódico El Nacional narró la muerte de las niñas Paula y Eufemia Reyes García, a
causa de la caída del techo de su casa, ubicado en la Calle 25, colonia Gómez Farías.

El mayor problema era el estancamiento de aguas pestilentes emanadas del drenaje, que podrían
generar epidemias de tifoidea, peste bubónica o cólera. El Departamento del Distrito Federal mandó
a rociar una tonelada diaria de hipoclorato en todos los encharcamientos, además de dar ayuda
alimentaria y servicios de salud a las víctimas. A más de medio siglo, es probable que en esta
temporada de lluvias se inunde el Distrito Federal y la zona más afectada sea el centro; entonces,
podría ser que La Lagunilla vuelva a ser laguna” (Figueroa, 2013).

Las imágenes captadas por los Hermanos Mayo evidencian la participación social en las labores de
recuperación y la manera improvisada en que se hizo frente a la inundación ante la escasez de
apoyo institucional. Aunque fue desastrosa la inundación, la experiencia sirvió para que las
autoridades autorizaran la construcción del drenaje profundo para evitar futuras anegaciones.

Sesión 2 / Tema 2. Conceptualización de la resiliencia y la recuperación


2. Conceptualización de la resiliencia y la recuperación

Antecedentes del concepto resiliencia

Como ha documentado el especialista en desastres David E. Alexander (2013), el concepto


resiliencia o capacidad de recuperación tiene una larga historia de múltiples significados
interconectados con el arte, la literatura, el derecho, la ciencia y la ingeniería. Actualmente cuenta
con una infinidad de definiciones y asociaciones con otros conceptos.

Se ha documentado que resiliencia se deriva del latín resilire, resilio, que indica “rebote”, de ahí la
idea de “rebotar”. En el francés el término es résiler.

Este principio, también conocido de máxima publicidad, tiene ciertas excepciones que están
cubiertas con procedimientos para “reservar” una información del conocimiento público, siempre
que se demuestre que su divulgación genera una alta probabilidad de dañar un interés público
protegido.

Según la investigación de Alexander, existen diversos estudios sobre los antecedentes del concepto,
el cual era utilizado de vez en cuando por los clásicos latinos. El término “resiliencia” apareció en los
escritos de Séneca el Viejo, Plinio el Viejo, Ovidio, Cicerón y Tito Livio y a lo largo de los siglos se ha
utilizado para referirse a distintas acciones como “saltar o brincar, evitar, retractar, recular y
desistir”.

A Bacon se le atribuye el uso científico del término resiliencia, publicado en su Silabario de 1625. A
fines del siglo XVI fue publicado el término en el diccionario recopilado por el abogado y anticuario
Thomas Blount (1618-1679). Él le atribuyó un doble significado: para “rebotar y volver”; así, el
término fue imitado por varios autores del siglo XVIII en ambos lados del Atlántico (Alexander,
2013: 2709).

En cuanto al uso de la palabra resiliencia, desde la reducción de riesgos de desastre, se ha utilizado


para explicar la capacidad de “resistir” los efectos de los terremotos. Esto sucedió en las
observaciones formuladas por los estadounidenses durante la recuperación de la ciudad de
Shimoda, al suroeste de Tokio, después de dos grandes catástrofes sísmicas en diciembre de 1854.
Ahí, los observadores norteamericanos pudieron darse cuenta que los japoneses eran ingeniosos y
laboriosos.
Según Alexander (2013), “el primer uso serio del término resiliencia asociado en la mecánica
apareció en 1858, cuando el eminente ingeniero escocés William Rankine J. M. (1820-1872) lo
empleó para describir la fuerza y la ductilidad de las vigas de acero. En un contexto aplicado,
resiliencia fue utilizado en 1867 como un descriptor de la robustez del revestimiento de los barcos
prototipo de hierro. En esto radica el origen del uso moderno del término en la protección civil. Una
viga de acero resistente sobrevive a la aplicación de una fuerza al resistir con fuerza (rigidez) y la
absorción con la deformación (ductilidad). Por analogía, la fuerza de una sociedad humana bajo
estrés es su capacidad para idear medios para defenderse de los desastres y el mantenimiento de
su integridad (coherencia), mientras que la ductilidad radica en su capacidad para adaptarse a las
circunstancias producidas por la calamidad, a fin de disminuir su impacto” (Alexander, 2013: 2710).

El investigador inglés David E. Alexander señala que, en la década de 1950, “el término resiliencia
se empezó a utilizar en la psicología y finalmente llegó a ser popular en este campo a finales de
1980. Se ha utilizado sobre todo en relación con los problemas psiquiátricos de los niños. Y hasta
finales de la década de 1990 la capacidad de recuperación hizo la transición de la ecología natural a
la ecología humana (es decir, las ciencias sociales), gracias a la labor de economistas, por ejemplo
Batabyal y geógrafos como por ejemplo Adger. Según la ecología humana, las personas se adaptan
a su medio ambiente y en especial a los ambientes extremos. Uno de los legados de la ecología es
un énfasis perdurable en la estabilidad del sistema como un sello distintivo de la resiliencia”
(Alexander, 2013: 2710).

Actualmente se utiliza el término resiliencia como capacidad de recuperación en la reducción del


riesgo de desastres y se ha usado ampliamente la definición propuesta por la Oficina de las
Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNISDR):
Enfoques de la resiliencia: ingenieril, psicológico y sociocultural

Durante varios años, algunos autores como Allan Lavell se refirieron a la resiliencia como resistencia
o elasticidad, pues en lengua castellana no existía una definición (Aguirre, 2004: 489). Sin embargo,
en la próxima edición, la Real Academia de la Lengua Española (RAE) incorporará el concepto
“resiliencia” para definir desde la psicología la “capacidad humana de asumir con flexibilidad
situaciones límite y sobreponerse a ellas” y desde la mecánica se le definirá como la “capacidad de
un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación” (RAE, 2014). Gustavo
Wilches-Chaux, uno de los autores más conocidos entre los estudiosos de los desastres define la
resistencia como la capacidad de aguantar el impacto del desastre. Y la resiliencia como la
capacidad de recuperarse después del desastre, “es decir, pasar de la recuperación al desarrollo
sostenible” (Wilches-Chaux, 2009: 18).

La psicología ha empleado un enfoque particular del concepto resiliencia para referirse a grupos
sociales desprotegidos, marginados, frágiles o dependientes, pero desde los años ochenta los
estudios sobre desastres también han indagado a profundidad en los factores resilientes que hacen
frente a los impactos de los desastres. Por ello, algunos especialistas en desastres han definido la
resiliencia como la capacidad individual “de un sujeto para recuperarse una vez que ha sido
afectado por un impacto ambiental desfavorable” (Cardona, 1993: 80); y también como la
capacidad grupal “de absorber los impactos de las amenazas que existen en los alrededores sin
provocar grandes perturbaciones de las funciones básicas” (Oliver-Smith, 2009: 14).

La resiliencia ha sido observada con enfoque en la etapa de recuperación de los desastres como la
“capacidad de un ecosistema, sociedad o comunidad de absorber un impacto negativo o de
recuperarse una vez que ha sido afectada por un fenómeno físico” (Lavell, 2005: 70), pero también
como parte de las vulnerabilidades previas al desastre porque “las vulnerabilidades significan una
falta de resiliencia y resistencia y, además, condiciones que dificultan la recuperación y
reconstrucción autónoma de los elementos afectados” (Lavell, 2005: 23).

La resiliencia es un concepto activo porque permite la planeación y aplicación de actividades


sociales específicas para el desarrollo de las capacidades resilientes. Diversos factores incrementan
la resiliencia, como la buena nutrición, la presencia de estrategias adaptativas (Oliver-Smith, 2009:
14), los grupos voluntarios y la solidaridad. Por ejemplo, tras los impactos del huracán Isidoro en las
poblaciones de la Península de Yucatán, el antropólogo Esteban Krotz (2003) observó que se
presentaron varios tipos de resiliencia particularmente asociada con el capital social, por ejemplo,
“múltiples formas nuevas o latentes de solidaridad y de organización colectiva […] colaboración
vecinal, trabajo voluntario en albergues y organización de despensas” (Krotz, 2003: 26). Pero,
además, notó que ciertas opciones resilientes pueden presentar prácticas deshonestas, sobre todo
porque tras el desastre se reforzaron “los órganos unipersonales y la concentración de poder”
(Krotz, 2003: 26). Por lo anterior, se entiende la resiliencia en sintonía con los especialistas en
estudios de desastres como la capacidad para integrarse socialmente en el corto, mediano y largo
plazo para enfrentar y recuperarse ante desastres recurrentes por medio de un conjunto de
prácticas y estrategias dinámicas que pueden estar relacionadas con otros conceptos, como
cohesión social y capital sociocultural, por medio de la cooperación, participación y la solidaridad.

En particular, la solidaridad se define como la capacidad activa y organizativa que vincula la


resiliencia con la mitigaciónPor mitigación se entienden las actividades materiales para reducir o
minimizar los impactos de las amenazas naturales para anticiparse a los daños. En ese sentido la
mitigación, como la resiliencia, inciden en reducir las vulnerabilidades sociales y físicas e
incrementar las capacidades sociales e institucionales de respuesta ante desastres..

Se comprende la mitigación según la propuesta de Oliver-Smith, quien la define como “una forma
de adaptación que se ocupa con estrategias de minimización del impacto de las pérdidas y facilita la
recuperación”, pero aclara que “se dirige a las causas […] es proactiva y ejemplifica que algunas de
las medidas de mitigación pueden ser tecnológicas, como la construcción de estructuras defensivas,
como los diques y rompeolas” (Oliver-Smith, 2009: 14).

La mitigación tiene aplicaciones muy prácticas, pues según investigaciones recientes han propuesto
que los estudios acerca de la vulnerabilidad y los desastres “sin dejar de ser críticos de los procesos
estructurales más grandes que generan los diferentes niveles de desigualdad y la marginación,
deben incluir un énfasis en la investigación de campo basada en hacer hincapié en la mitigación y
prevención de desastres, el fortalecimiento de las instituciones locales, las tecnologías apropiadas
de construcción y en compartir las estrategias locales para hacer frente, para reducir la
vulnerabilidad futura” (Lee, 2008: 304).
Por lo anterior, la resiliencia es el tejido social que permite a una comunidad varios factores, entre
ellos enfrentar una amenaza, mantenerse unida, reconfigurarse después de un desastre, reducir las
posibilidades de fragmentación y mantener la cohesión social; mientras que la mitigación son las
acciones culturales, materiales o tecnológicas que dan certeza y permiten prepararse, prevenir y
reducir los impactos. Cabe precisar que recientemente se ha relacionado a la resiliencia con la teoría
del capital social (García-Acosta, 2009), la cual analiza las redes sociales y normas de reciprocidad
que se generan con el paso del tiempo por medio de hábitos, confianza y la cooperación, para
alcanzar metas y expectativas de grupo y obtener beneficios compartidos.

Algunas investigaciones han coincidido en que la recuperación es más efectiva cuando se fortalecen
los niveles de capital social más que los factores de grandes recursos económicos, asistencia del
gobierno o agencias exteriores y la disminución de daños (Aldrich, 2012: 1). Las reservas de capital
social sirven como aseguramiento informal y asistencia mutua para los sobrevivientes, y los ayuda a
realizar una acción colectiva. Pero estas opciones sociales requieren también de medidas de
mitigación arquitectónicas, tecnológicas, culturales o económicas ante desastres y peligros, que
protejan los bienes materiales, generen certeza y fortalezcan la cohesión social, antes y después de
que se produzca un desastre, es decir, en la etapa de recuperación.

Antecedentes del concepto recuperación

Para el ingeniero estadounidense Frederick Cuny (1983), después de estudiar distintos desastres, la
recuperación se divide en cuatro fases:

Recuperación emocional de las víctimas.

Recuperación económica, incluyendo reemplazo de bienes perdidos, la restauración de empleos o


los medios de producción y restauración de los mercados.

Sustitución de pérdidas físicas, que incluyen las pertenencias, el hogar y en algunos casos la tierra

Apertura de nuevas oportunidades (Cuny, 1983: 197).

Las etapas de recuperación y reconstrucción o apertura de nuevas oportunidades suelen


empalmarse, porque esta última “es el momento en que se concentran los esfuerzos para reparar la
infraestructura y las formas de producción de una localidad, para poner de nuevo en marcha la
economía y, de ser posible, no sólo recuperar sino rebasar las condiciones de desarrollo previas al
desastre” (Castro y Reyes, 2006: 103), pero para lograr esos objetivos en algunos casos pasan
meses, años y hasta décadas. En su mayoría, la recuperación es entendida como un proceso en el
que se ponen en funcionamiento nuevamente los servicios públicos o privados que fueron afectados
por los impactos del desastre. Se trata de un proceso de distinta duración, pero que da inicio con
toda la reconstrucción, la cual puede tardar semanas, meses, años y décadas, dependiendo de la
severidad de los impactos, pero sobre todo de las capacidades económicas y organizativas de la
comunidad o sociedad. Por lo anterior, lo más recomendable es referirse a la recuperación como un
proceso.

La recuperación no debe ser vista solamente como una forma económica. Para muchos
sobrevivientes, la recuperación involucra una transición mental de ser víctima a ciudadano. Es decir,
para las personas, la recuperación involucra la recuperación poblacional y la reafirmación de lazos
entre vecinos. Después de los desastres muchos sobrevivientes ven las conexiones sociales y la
comunidad como fundamentales para su recuperación (Aldrich, 2012: 4). Por factores sociales,
algunas comunidades se recuperan más rápido que otras, en algunas se despliega más rápidamente
la resiliencia, mientras que en otras parece imposible la recuperación (Aldrich, 2012: 5).

Cada desastre detona un proceso de recuperación porque el impulso social anima a rehabilitar y
reconstruir lo destruido y es claro que la recuperación corresponde a un proceso “postdesastre”,
aunque se pueden planear todas las acciones antes de que ocurra el suceso desastroso. Sin
embargo, la tendencia es a rehabilitar, reconstruir y recuperar después de la destrucción producida
en un desastre. Así ha ocurrido en los casos de México, tras los sismos de 1985 con más de 10 mil
muertos, y en Colombia, tras el desastre en Armero, que cobró cerca de 25 mil víctimas.

Se puede observar la recuperación en distintas variables, por ejemplo, algunos autores han
coincidido en que a corto plazo se notan:

a) Cambios poblacionales anuales

b) Acceso a los hogares y villas

c) Recepción de paquetes de ayuda

d) Construcciones y reconstrucciones

e) Ocupación temporal en las casas

A largo plazo también son identificables varios factores de recuperación, por ejemplo:

a) Regreso de la población

b) Inmigración
c) Crecimiento económico

Sin embargo, uno de los mayores problemas que se presentan al momento en que se inicia la
reconstrucción consiste en la resistencia del sistema a los cambios. Y aunque en muchas ocasiones
se ha hecho evidente y necesario modificar ciertas dinámicas que produjeron la vulnerabilidad que
propició el desastre, se impone el modelo y se sostiene el proceso de desarrollo que ya venía
realizándose. Con lo anterior, se perpetúan vulnerabilidades y se reproducen otras condiciones de
riesgo que a futuro propician un nuevo desastre.

Una mayor claridad de la resiliencia post desastre, así como otros factores que promueven la
recuperación proveerá a los tomadores de decisiones y realizadores de políticas públicas y a las
víctimas con conocimiento utilizable, adecuado y políticamente manejable (Aldrich, 2012: 6).

Sesión 3 / Tema 3. Marco de conceptos asociados a la recuperación y la


resiliencia
3. Marco de conceptos asociados a la recuperación y la resiliencia

Etapas del desastre o ciclo del desastre

Los desastres han sido enmarcados en tres etapas identificables para fines de atención y
organización, aunque en la realidad el desastre es un mismo proceso desde su inicio hasta finalizada
la reconstrucción.

Se entiende que todo desastre tiene una etapa antes del momento en que detonó. Durante este
periodo se realiza lo que es conocido como el proceso de “construcción social de riesgos de
desastre”, es decir, se realizan los procesos socioproductivos que mal encaminados afectan el medio
ambiente o la población de alguna manera. Por ejemplo, se tala un cerro para construir, al pie del
mismo, las casas donde se desarrolla una comunidad. Sin embargo, al paso de los años y ante una
amenaza como una lluvia intensa, se produce un deslizamiento de ladera y la comunidad queda
sepultada. Durante la etapa anterior al momento en que detona el desastre, se deben realizar
distintas acciones tales como:

a) Identificar los riesgos, ya sea por agentes naturales o antrópicos

b) Realizar las labores de planeación de emergencias

c) Fortalecer los lazos resilientes de la comunidad

d) Planear la recuperación ante un posible desastre


e) Capacitar al personal que atenderá el desastre desde la gestión del riesgo, el periodo de
emergencia y la reconstrucción

En la etapa durante se desarrollan los impactos del desastre, los cuales son acentuados y
magnificados en relación con las vulnerabilidades existentes, la exposición a la amenaza y la
capacidad de respuesta. Es decir, los individuos y grupos más vulnerables son quienes padecen más
las afectaciones. Los grupos más expuestos a determinada amenaza, ante la que son vulnerables,
son más perjudicados. Y las capacidades de preparación y prevención de respuesta determinan la
prontitud, eficiencia y calidad de la atención a los perjudicados. En esta etapa la labor de los
equipos de respuesta e emergencia, institucionales o voluntarios, es fundamental.

En la etapa después se encuentran los procesos de recuperación, reconstrucción y adaptación. La


recuperación es un proceso breve en el que se ponen en funcionamiento, nuevamente, los servicios
públicos o privados que fueron afectados por los impactos del desastre (Padilla, 2014).

¿Quieres saber más?

Revisa el video Desastres naturales: lecciones no aprendidas, en "De este lado". Rompeviento TV.
7/10/13.

https://www.youtube.com/watch?v=pc64XR6GfOE

La reconstrucción, desde la perspectiva económica, es un proceso que puede ser corto, mediano o
largo; durante el cual se organiza la sociedad para reparar, remodelar, reajustar y reconstruir sus
hogares, barrios, ciudades o países. Las etapas de recuperación y reconstrucción se empalman.
Durante la reconstrucción son muy evidentes los cambios materiales en el entorno. Pero también
existe un proceso de reconstrucción emocional, en ocasiones postraumático, que requiere de la
atención profesional de los psicólogos especializados en desastres.

Durante la etapa de reconstrucción también se hacen notables distintas manifestaciones de la


resiliencia, por ejemplo, en el apoyo de los vecinos para limpiar, acarrear materiales, transportar
nuevos materiales y reconstruir habitaciones; integración de comités proreconstrucción, los cuales
recolectan fondos, organizan actividades para conseguir recursos y administran las acciones de
reconstrucción de sitios públicos, como templos, jardines, barrios, etcétera.

¿Quieres saber más?

Revisa el video Resiliencia, VII Congreso Resiliencia México 2011.

https://www.youtube.com/watch?v=Yt-5E8PvOj0
Construcción social del riesgo y los desastres

Los antecedentes de la teoría de la construcción social del riesgo y los desastres se remontan hasta
finales de la década de los años setenta y durante los años ochenta, cuando era más común
escuchar y leer en los medios de comunicación y en documentos oficiales que la naturaleza causaba
los desastres. Los funcionarios públicos, los académicos norteamericanos y latinoamericanos más
reconocidos entre las ciencias naturales redactaron informes de daños y acuñaron el concepto de
“desastre natural”, con el cual se refirieron durante muchos años a los huracanes, sismos, sequías,
erupciones, etcétera, asociando el fenómeno como sinónimo de desastre. Con el concepto “desastre
natural” se responsabilizó de la destrucción a la actividad de la naturaleza. Y con poca reflexión de
ese concepto en las ciencias naturales, este paradigma se mantuvo casi incuestionado hasta la
década de los años noventa. El concepto “desastre natural” sigue vigente en parte del gremio de los
funcionarios públicos y los gestores del riesgo y de las políticas públicas para atención de desastres,
quienes aún son ajenos al cambio del paradigma.

Algunas ciencias sociales y humanidades, como la antropología y la historia, han desarrollado desde
los años ochenta un cambio de paradigma con el “enfoque alternativo”, en particular en relación
con el concepto de vulnerabilidad y con vínculos muy estrechos con un enfoque constructivista o de
la construcción social del riesgo y el desastre. Desde el enfoque constructivista, la historia tiene una
función primordial para explicar los procesos mediante los cuales las sociedades construyen distintos
tipos de riesgos causantes de los desastres que detonan donde existen vulnerabilidades ante ciertas
amenazas.

Por lo anterior, desde el enfoque constructivista, se analiza el sistema político y económico que
ocasiona los incrementos de los grados de vulnerabilidad, además, el número de impactos y de
gastos de enormes sumas de recursos económicos que se invierten en reconstruir, regularmente
bajo la dinámica del modelo económico y sociopolítico que construyó las condiciones de
vulnerabilidad previas.

En todas las etapas se pueden construir socialmente riesgos de desastre. Durante la etapa previa al
evidente desastre se construyen gradualmente condiciones de riesgo ante cierta amenaza. Durante
la etapa de emergencia pueden construirse otras condiciones que magnifican el desastre, por
ejemplo, un mal procesamiento de los cuerpos en descomposición durante una inundación puede
exponer a los sobrevivientes en contacto con el agua contaminada a distintas enfermedades
epidémicas. Durante la reconstrucción pueden edificarse habitaciones sin atender las
consideraciones para reforzarlas ante amenazas como los sismos. O incluso pueden construirse
edificios sismo resistentes, pero débiles ante una amenaza distinta, como un tsunami.

En el continente americano, durante los noventa y la primera década del siglo XXI ha sido muy
influyente el aporte teórico del enfoque constructivista, particularmente desde La RED de Estudios
Sociales en Prevención de Desastres en América Latina (La RED), la cual ha difundido una
abundante cantidad de teoría en español con una interpretación sociocultural de los riesgos y
desastres en las distintas sociedades de Latinoamérica.
Conceptos asociados a la recuperación y la resiliencia

Los conceptos de recuperación y resiliencia guardan relación con otros conceptos que forman parte
de la denominada construcción social del desastre. Algunas relaciones son primarias, mientras que
otras son secundarias, pero algunas pueden modificarse dependiendo del tipo de desastre ocurrido.
Por ejemplo, la recuperación que se realiza ante el impacto desastroso de una epidemia es distinta a
la recuperación que se realiza ante un desastre detonado por un terremoto o ante una inundación o
una sequía. Cada tipo de fenómeno impacta de distinta manera a los diferentes sectores
productivos, a la sociedad, a la psique de la sociedad y a la infraestructura pública y privada. Por lo
anterior, las respuestas resilientes son distintas y también lo son los procesos de recuperación y
reconstrucción material y social. Por lo anterior, es prudente observar el mapa conceptual básico de
un desastre asociado a un sismo. En él es evidente que se trata de un sistema complejo de
relaciones que también puede cambiar dependiendo de la magnitud del fenómeno y de la intensidad
con que fue percibido por cada comunidad. Por ejemplo, los impactos que un terremoto produce en
la infraestructura de una ciudad son distintos a los ocasionados en una comunidad costera y rural.
Además, los impactos sociales que produce el mismo terremoto son diferentes en una sociedad
preparada y en una sociedad no preparada.
La recuperación, como se ha mencionado, es un proceso postdesastre, y puede enfocarse en alguno
o varios de los tipos de impactos producidos, ya sean los sociales (muertos, heridos, damnificados o
desaparecidos), pérdidas animales (ganado, porcinos, caballos, gallinas, etcétera), infraestructura
pública (parques, jardines, calles, edificios institucionales, etcétera), infraestructura religiosa
(templos, capillas, catedrales, etcétera) o servicios públicos (drenaje, alcantarillado, electricidad,
etcétera).

La recuperación es un tipo de respuesta. Una vez detonado el desastre, siempre se producirán


respuestas, las cuales se dan de maneras diversas. En particular, la recuperación mantiene una
relación intrínseca con las acciones de rehabilitación de todos los servicios públicos y las múltiples
vías de comunicación; y se empalma con el inicio de la reconstrucción, la cual puede durar el tiempo
que le tome a cada sociedad organizarse y canalizar los recursos con base en sus capacidades.

La vulnerabilidad es un concepto asociado a la recuperación porque se requiere de conciencia


acerca de la vulnerabilidad existente para planear medidas de recuperación apropiadamente.

La reconstrucción es un proceso intrínsecamente relacionado con la recuperación y la resiliencia. Sin


embargo, se ha observado que se puede realizar de manera equívoca y puede resultar más costosa
que los daños producidos en el desastre. Por ejemplo, en algunos casos, en la reconstrucción se
han considerado nuevas dinámicas productivas para la comunidad destrozada, lo cual afecta la
cotidianidad de los sobrevivientes. En otros casos se adopta un nuevo modelo constructivo y con
ello se afectan las costumbres y los usos de ciertos materiales utilizados por la comunidad.
En ciertos casos de reconstrucción se ha observado que existen quienes obtienen beneficios porque
desde la recuperación encuentran opciones para cambiar su situación de vida. Así, mientras que
para algunos el desastre significa perder sus propiedades o reubicar su hogar, para otros ese
espacio es una opción para construir negocios lucrativos. Esos procesos “implican el despegue de
amplios sectores de las ciudades, clasificadas como zonas de riesgo, de las cuales se desalojan
familias y posteriormente se pueden encontrar allí centros comerciales o desarrollos de
urbanizaciones de estrato alto. La pregunta es, ¿qué pasó con el riesgo? ¿A dónde se fue?
¿Desapareció por arte de magia?” (Wilches-Chaux, 2009: 16).

La reconstrucción tiene una duración variable, puede iniciar al mismo tiempo que la etapa de
recuperación, pero en general constituye el reordenamiento de la comunidad y el medio ambiente
físico. Incluye la reconstrucción de casas y edificios, reparación de caminos y otros servicios. La
agricultura vuelve a la normalidad (Cuny, 1983: 40). A grandes rasgos, la reconstrucción es un
nuevo periodo de desarrollo y parte de varios supuestos, el primero es que la recuperación mejorará
las condiciones de vida, el segundo es que se desarrollará un plan para evitar otro desastre y, el
tercero, que tras un desastre pasará mucho tiempo para que ocurra otro.

Sin embargo, recientemente se ha observado que, tras un desastre, el proceso de reconstrucción lo


realiza el mismo sistema que fue parte de la construcción social del mismo y, por lo tanto, procura
sostenerse o perpetuarse sin cambios, lo cual conduce a construir iguales o peores condiciones de
vulnerabilidad y exposición a la misma u otras amenazas. Este proceso Frederick Cuny los llamó
“volver atrás” (Cuny, 1983: 99).

Aunque el proceso de reconstrucción debiera servir para mejorar lo que produjo el desastre, la
resistencia del sistema conduce a la “normalidad”, es decir, a similares condiciones previas al
momento en que detonó el desastre. Al respecto, el antropólogo Oliver-Smith ha expuesto que en
los casos de los desastres asociados a los huracanes Mitch y Katrina, aunque se afectaron dos
sociedades muy distintas comparativamente, al realizarse la reconstrucción, en ambos casos se
regresó a las condiciones del estado económico y político anterior al desastre, es decir, se perpetuó
el sistema predesastre.

Esto sucedió porque no se identificó que el sistema era parte del problema, y se impusieron las
estructuras políticas y económicas imperantes en la nación en lugar de proponer una reconstrucción
transformativa que mejorará la mutualidad humano-naturaleza, además de cambios para disminuir
la probabilidad de riesgo, reducir la exposición a las amenazas y los factores de vulnerabilidad en un
enfoque más preventivo (Oliver-Smith, 2009: 81).

En algunos casos el proceso de recuperación queda truncado ante la presencia de un nuevo


desastre, pero en otros la reconstrucción se lleva a buen término. Las etapas de reconstrucción
suelen ser oportunidades para profundizar en la reflexión acerca de las interrelaciones sociales con
la naturaleza, sin embargo, esto no sucede, sobre todo en los países en desarrollo, ya que las
medidas apresuradas suelen imponerse.

No dan tiempo para analizar lo que Oliver-Smith (2009: 81) denomina “mutualidad” de las
relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, para buscar un equilibro en la planeación de la
reconstrucción y trazar nuevos objetivos para un mejor desarrollo, sostenible, seguro o preventivo.
Por lo anterior, se sugiere que en la rehabilitación, pero sobre todo en la reconstrucción, participen
distintas instituciones y representantes de sectores como ingenieros, planeadores, funcionarios,
abogados, antropólogos y organizaciones de la sociedad civil, conocedores de las condiciones
geográficas locales, las reglamentaciones y los hábitos locales que, explicados por medio de la
historia y la cultura, ofrecen opciones más adecuadas.

La etapa de reconstrucción suele ilustrar las respuestas sociales que en cada época implementa la
sociedad. Y aunque los estudios de desastres realizados por sociológicos, antropólogos y geógrafos
suelen describir los sucesos recientes, también es posible identificar el proceso de reconstrucción en
acontecimientos ocurridos décadas o siglos atrás, los cuales son bastante demostrativos.

Sesión 4 / Tema 4. Propuestas institucionales para mejorar la recuperación


y la resiliencia
4. Propuestas institucionales para mejorar la recuperación y la resiliencia

Propuesta colombiana para la recuperación

En Colombia, como en otros países de Latinoamérica, los desastres y su recurrencia son un tema
fundamental en la agenda nacional. Por ello, los colombianos han enfrentado el problema de
manera frontal y han realizado diversas propuestas individuales, colectivas e institucionales en
relación con cada uno de los procesos que constituyen los desastres. En relación con la
recuperación, la propuesta de Bogotá es planearla “antes de que ocurra el desastre”, de manera
que se incluya en la planeación estratégica la prevención y atención de emergencias. Se considera
que sin preparación estratégica, la improvisación y la premura le impedirán a la comunidad y a las
instituciones emprender una recuperación adecuada y ágil para la ciudad. Si existen retrasos en las
acciones, se pueden agudizar los impactos del fenómeno natural, se demora el proceso de
reconstrucción y se afectan los derechos humanos que tienen los damnificados.

Propuesta colombiana para la recuperación.

(s. a) (s. f). Propuesta colombiana para la recuperación [imagen].

Tomada de http://www.banderas.pro/banderas/bandera-colombia-3.gif

Para proteger la integridad de las personas damnificadas y de las comunidades afectadas por
desastres durante el proceso de recuperación, el colombiano especialista en desastres Gustavo
Wilches-Chaux (2008) y la Organización Panamericana de la Salud-Colombia han propuesto los
siguientes derechos:

Instrucción: Haz clic en cada Derecho para ver el contenido.

Propuesta colombiana para la recuperación

1) Derecho a la protección del Estado


Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que el Estado, directamente
o a través de los organismos de socorro nacionales e internacionales y de otras instituciones con
fines similares, les otorguen, sin distinción de ninguna especie, la protección que requieren mientras
recuperan las condiciones que les permitan satisfacer por sus propios medios sus necesidades
esenciales. Dicha protección se concreta en el suministro de albergue, alimentación, vestido,
atención médica y sicológica, recreación y seguridad para sí mismos y para sus bienes (incluyendo
los bienes colectivos que forman parte del patrimonio cultural de la comunidad), todo lo anterior
teniendo en cuenta las particularidades culturales de cada comunidad afectada. Lo anterior incluye
el derecho a la evacuación oportuna y concertada de zonas de amenaza inminente y alto riesgo
cuando las circunstancias así lo ameriten, y la reubicación concertada, temporal o permanente, en
zonas libres de amenaza o en donde las amenazas sean manejables. Sin embargo, las personas y
comunidades también poseen el derecho a no ser evacuadas en contra de su voluntad de una
determinada zona, a pesar de poseer toda la información necesaria sobre los posibles riesgos de
permanecer en ella.

2) Derecho a la información

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a conocer de manera
adecuada, oportuna, clara, precisa y veraz la información disponible sobre aspectos tales como:

Los fenómenos que desencadenaron la situación de desastre, su naturaleza, sus consecuencias


actuales y potenciales, etcétera.

Su propia situación de vulnerabilidad frente a dichos fenómenos y los riesgos que de la misma se
puedan derivar.

Información necesaria para que las comunidades y sus líderes puedan tomar, de manera concertada
con las autoridades, la decisión de ser evacuados de una zona de amenaza inminente y alto riesgo o
la decisión de permanecer bajo su responsabilidad en dicha zona en contra de las advertencias e
instrucciones de las autoridades.

Los planes de prevención, contingencia, emergencia, recuperación y reconstrucción existentes, los


recursos disponibles o previstos para llevarlos a cabo, los mecanismos de administración y de
control de los mismos, etcétera

El derecho a la información incluye el derecho a que las percepciones, interpretaciones y puntos de


vista de los distintos actores sociales sean tenidos en cuenta como elementos para construir una
visión compartida del desastre y de la situación de la comunidad dentro de él, a través de los
llamados "diálogos de saberes", "diálogos de ignorancias" y "diálogos de imaginarios".

En general, la comunidad tiene derecho a conocer a través de la educación formal y no formal


(desde el nivel preescolar hasta la educación superior), de la formación profesional y de la
información pública, la realidad ambiental y la dinámica natural de la región que ocupa, así como los
riesgos surgidos de la interacción humana con dicha realidad.

3) Derecho a la participación

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a una participación directa,
activa, decisoria y eficaz en todas las etapas del proceso, desde aquéllas previas a la ocurrencia del
evento desencadenante (cuando haya lugar a ello, como en el caso de las alertas previas a
huracanes o erupciones volcánicas) hasta las etapas de emergencia, recuperación, reconstrucción y
posterior desarrollo de la región afectada y de sus habitantes.

El derecho a la participación incluye el derecho de la comunidad a elegir sus propios voceros,


delegados o representantes ante las distintas instancias con injerencia en los procesos que surjan
como consecuencia del desastre, sin que el nombramiento y la actuación de dichos voceros,
delegados o representantes supla y agote por sí misma el derecho de las comunidades a la
participación.

4) Derecho a la integralidad de los procesos

Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que los procesos tendientes
a su recuperación, reconstrucción y posterior desarrollo sean concebidos con carácter integral y con
sentido humano, social, económico, ambiental, cultural y a que no se centren en la mera
reconstrucción de la infraestructura física. Lo anterior implica el derecho a que la recuperación y el
fortalecimiento del tejido social de las comunidades afectadas y de su capacidad de gestión y
autogestión se consideren como prioridades de los procesos, con miras a la sostenibilidad global de
las comunidades que los protagonizan. Asimismo, comprende el derecho a la protección y
recuperación del patrimonio cultural, tangible e intangible, en sus diferentes expresiones, que le
otorgan a la comunidad sentido de identidad, de pertenencia, de propósito colectivo y de
continuidad en medio de la crisis.

5) Derecho a la diversidad

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que se respeten las
particularidades culturales de cada actor y sector social en las distintas etapas y expresiones de los
procesos que surjan como consecuencia del desastre, lo cual incluye la necesidad de tener en
cuenta las necesidades específicas de los sectores más vulnerables de la comunidad (niños,
ancianos, enfermos, discapacitados, etcétera)

Lo anterior comprende, asimismo, el derecho a que las ayudas externas se realicen teniendo en
cuenta las necesidades y particularidades de los receptores o beneficiarios de las mismas, más que
las necesidades de los donantes y el derecho a que toda ayuda se realice como un insumo para el
proceso hacia la autogestión de las comunidades, más no como un auxilio a damnificados
impotentes.

6) Derecho a la perspectiva de género


Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que en las distintas etapas y
expresiones de los procesos se garantice la participación decisoria de las mujeres, de manera tal
que sus puntos de vista, propuestas, necesidades, aspiraciones y potencial sean tenidos en cuenta
en la dirección, planeación, ejecución, control y evaluación de dichos procesos.

7) Derecho a la autogestión

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que en las distintas etapas y
expresiones de los procesos se respete y fortalezca la capacidad de decisión, gestión y autogestión
de los distintos actores locales, tanto gubernamentales como no gubernamentales.

Lo anterior incluye el principio de que un nivel de superior jerarquía solamente deberá tomar
decisiones o ejecutar acciones que sobrepasen la capacidad de decisión o ejecución del nivel
jerárquico inmediatamente inferior. Por ejemplo, las decisiones que deben y pueden ser tomadas
por un alcalde municipal, no deberán ser tomadas por el gobernador del departamento, ni las que
les corresponden al gobernador deberán ser tomadas por el nivel nacional.

8) Derecho de prioridad

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que las acciones y procesos
tendientes a restituir su autonomía y su capacidad de gestión perdidas o reducidas como
consecuencia del desastre sean atendidos con carácter prioritario frente a los intereses y objetivos
de sectores políticos o de sectores económicos o sociales no afectados, así pertenezcan a la misma
región.

9) Derecho a la continuidad de los procesos

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a la continuidad de los
procesos tendientes a su recuperación y reconstrucción, a la asignación de los recursos necesarios
para adelantarlos por encima de la duración de los periodos de las autoridades locales, regionales o
nacionales, lo cual significa que dichos procesos deben tener carácter de programas de Estado y no
programas de Gobierno.

10) Derechos frente a los medios de comunicación

Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que los medios de
comunicación respeten su intimidad, a que no las conviertan en motivo y oportunidad para el
sensacionalismo, y a que los medios cumplan el papel de facilitadores de los procesos de
comunicación entre las comunidades afectadas, las autoridades o actores y sectores sociales de
distinto nivel que intervienen o vayan a intervenir en los procesos. Asimismo, tienen derecho a que
la información que transmitan los medios contribuya a comprender de manera veraz, objetiva y
racional las causas y procesos que condujeron al desastre, así como a descubrir y fortalecer el
potencial de recuperación y gestión existente en las mismas comunidades, en lugar de consolidar el
estereotipo según el cual los afectados por un desastre son entes incapaces de retomar el control
de su propio destino.
11) Derecho a la participación de la naturaleza

Las personas y comunidades afectadas por desastres, al igual que los ecosistemas con los cuales
éstas interactúan, tienen derecho a que la voz de la naturaleza sea escuchada en la toma de las
decisiones que determinarán el rumbo de los procesos de recuperación, reconstrucción y desarrollo,
de manera tal que los mismos avancen hacia la construcción de unas relaciones sostenibles entre
las comunidades y su entorno.

12) Derecho a la prevención

Las personas y comunidades afectadas por desastres, al igual que los ecosistemas con los cuales
éstas interactúan, tienen derecho a que en los procesos, planes y programas tendientes a su
recuperación, reconstrucción y desarrollo, se incorpore el concepto de prevención de nuevos
desastres, mediante la herramienta de la gestión del riesgo, a través de la cual se busca el manejo
adecuado de las amenazas y la mitigación de los factores de vulnerabilidad, de manera que ni la
dinámica de la naturaleza se convierta en un desastre para las comunidades, ni la dinámica de éstas
en un desastre para los ecosistemas. En general, la comunidad tiene derecho a que dentro de la
institucionalidad del país exista y opere un sistema técnico, estable, eficaz y dotado de recursos
para la gestión de los riesgos con miras a contribuir a la sostenibilidad global del desarrollo, a
reducir la probabilidad de ocurrencia de nuevos desastres y a mejorar los niveles de preparación de
los actores gubernamentales y sociales para el caso de que éstos ocurran.

Propuesta del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)

Para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo es una prioridad el fortalecimiento de los
gobiernos locales y las estrategias de desarrollo de los territorios de una manera integral, por ello,
involucran el concepto de desarrollo humano con el de prevención y recuperación en situaciones de
crisis, con la planeación y el desarrollo de capacidades locales. En el marco de la Gestión Integral de
Riesgos y Desastres se busca fortalecer la preparación, planeación y prevención como una de las
estrategias básicas para mantener y mejorar los niveles de desarrollo en condiciones de
vulnerabilidad (Sarcasa, 2009: 9).
Sesión 5 / Tema 5. Las ciudades resilientes y sus características

5. Las ciudades resilientes y sus características

Antecedentes del diseño de una ciudad resiliente

Desde el mes de mayo del año 2010, la ONU, a través de la United Nations International Strategy
for Disaster Reduction (UNISDR), lanzó la campaña “Desarrollando ciudades resilientes: mi ciudad
se está preparando” y contó con el apoyo de representantes de gobiernos locales y nacionales del
mundo. Tuvo como propósito lograr un mayor compromiso de los gobiernos locales con la reducción
del riesgo de desastres. Por ello, en los términos del Marco de Acción de Hyogo 2005-2015, se
procuró contribuir al aumento de la resiliencia de las naciones y las comunidades frente a los
desastres.

¿Qué considera la UNISDR como una ciudad resiliente?

Para las Naciones Unidas, las ciudades resilientes deben contar con determinadas características
que son observables por medio de distintos indicadores. En síntesis, las características de una
ciudad resiliente, según la UNISDR, son las siguientes:
¿Cuáles son las estrategias para lograr una ciudad resiliente?

Para contribuir con el propósito de lograr ciudades resilientes, la UNISDR puso a disposición de los
líderes locales un conjunto de lineamientos e instrumentos que son punto de referencia en el diseño
y aplicación de las soluciones. Dado que no existen dos tipos iguales de comunidad en el mundo, la
UNISDR propuso una serie de sugerencias que los gobiernos del mundo pueden aplicar, realizando
los ajustes propios a cada contexto. Estas propuestas son fundamentales para comprender las
estrategias que le permiten a las ciudades fortalecer la resiliencia y enfrentar los desastres de una
mejor manera. En síntesis, las 10 propuestas son las siguientes:

Establezca la organización y la coordinación necesarias para comprender y reducir el riesgo de


desastre dentro de los gobiernos locales con base en la participación de los grupos de ciudadanos y
de la sociedad civil —establezca alianzas locales. Vele porque todos los departamentos comprendan
su papel y la contribución que pueden hacer a la reducción del riesgo de desastres y a la
preparación en caso de éstos.

Asigne un presupuesto para la reducción del riesgo de desastres y ofrezca incentivos a los
propietarios de viviendas, las familias de bajos ingresos, las comunidades, los negocios y el sector
público para que inviertan en la reducción de los riesgos que enfrentan.

Mantenga información actualizada sobre las amenazas y las vulnerabilidades, conduzca evaluaciones
del riesgo y las utilice como base para los planes y las decisiones relativas al desarrollo urbano. Vele
porque esta información y los planes para la resiliencia de su ciudad estén disponibles a todo el
público y que se converse acerca de estos propósitos en su totalidad.

Invierta y mantenga una infraestructura que reduzca el riesgo, tales como desagües para evitar
inundaciones, según sea necesario, la ajuste de forma tal que pueda hacer frente al cambio
climático.

Evalúe la seguridad de todas las escuelas e instalaciones de salud y las mejore cuando sea
necesario.

Evalúe la seguridad de todas las escuelas e instalaciones de salud y las mejore cuando sea
necesario.

Aplique y haga cumplir reglamentos de construcción y principios para la planificación del uso del
suelo que sean realistas y que cumplan con los aspectos relativos al riesgo. Identifique terrenos
seguros para los ciudadanos de bajos ingresos y, cuando sea factible, modernice los asentamientos
informales.

Vele por el establecimiento de programas educativos y de capacitación sobre la reducción del riesgo
8

Proteja los ecosistemas y las zonas naturales de amortiguamiento para mitigar las inundaciones, las
marejadas ciclónicas y otras amenazas a las que su ciudad podría ser vulnerable. Se adapte al
cambio climático al recurrir a las buenas prácticas para la reducción del riesgo.de desastres, tanto
en las escuelas como en las comunidades locales.
9

Instale sistemas de alerta temprana y desarrolle las capacidades para la gestión de emergencias en
su ciudad, y lleve a cabo con regularidad simulacros para la preparación del público en general, en
los cuales participen todos los habitantes.

10

Después de un desastre, vele por que las necesidades de los sobrevivientes se sitúen al centro de
los esfuerzos de reconstrucción, y que se les apoye a ellos y a sus organizaciones comunitarias para
el diseño y la aplicación de respuestas, lo que incluye la reconstrucción de sus hogares y sus medios
de sustento.

Este modelo propuesto por la ONU ha sido puesto en marcha por distintos líderes mundiales y por
ciudades tan importantes como la Ciudad de México. Sin embargo, deben tomarse con reservas las
propuestas cuando el escenario no es urbano, sino rural, pues las dinámicas socioproductivas y
socioculturales son distintas. Sin embargo, estas propuestas permiten posicionar una serie de
criterios en común para facilitar el diálogo entre los responsables y para comprender las etapas del
proceso resiliente de una ciudad.

¿Qué pasa cuando la resiliencia es limitada?

Cuando existe una limitada capacidad resiliente en una comunidad es muy probable que, ante el
impacto de un desastre, se fragmente y desaparezca. La debilidad en los lazos resilientes es una
vulnerabilidad sociocultural que puede determinar la continuidad de un grupo. Por el contrario, la
capacidad de una comunidad para reponerse tras un desastre o varios desastres se explica en gran
parte con la resiliencia, la cual se manifiesta en el deseo colectivo de rehabilitar, recuperarse y
continuar su desarrollo con lo disponible en el entorno o con la ayuda externa. La resiliencia es la
capacidad que explica por qué a pesar de continuos desastres existen comunidades que han logrado
mantenerse y mostrar ciertos niveles de desarrollo.

¿Qué pasa cuando se fortalece la resiliencia?

Cuando se cuenta con una resiliencia fortalecida existen distintos beneficios para las comunidades,
al respecto, la UNISDR ha identificado varias ventajas:

A nivel de liderazgo

a) Fortalecimiento de la confianza y legitimidad de la autoridad y las estructuras políticas locales

b) Oportunidades para descentralizar las competencias y optimizar los recursos

c) Conformidad con los patrones y prácticas internacionales

Beneficios sociales y humanos

a) Protección de vidas y propiedades en caso de desastre o situaciones de emergencia con una


considerable reducción del número de víctimas mortales y heridos graves
b) Participación activa del ciudadano y una plataforma para el desarrollo local

c) Protección de los logros alcanzados en la comunidad y del patrimonio cultural, empleando menos
recursos urbanos para la recuperación y respuesta ante el desastre

Desarrollo económico y creación de empleo

a) La confianza de los inversores, previendo que habrá menos pérdidas en caso de desastre,
conlleva a una mayor inversión privada en casas, edificios y otras propiedades que respetan los
estándares de seguridad

b) Mayor inversión de capitales en infraestructura, incluyendo el reforzamiento, la renovación y el


reemplazo

c) Aumento de la base gravable (impuesto), las oportunidades de negocio, el crecimiento económico


y el empleo, ya que ciudades más seguras y mejor gobernadas atraen mayor inversión

Comunidades más habitables

a) Ecosistemas equilibrados que mejoran servicios como el agua potable, disminuyen la


contaminación y promueve las actividades de recreación

b) Una mejor educación en escuelas más seguras y mejores niveles de salud y bienestar general

Ciudades interrelacionadas que cuentan con destrezas y recursos nacionales e internacionales

a) Acceso a una red cada vez más extensa de ciudades y socios participantes comprometidos con la
campaña para aumentar la resiliencia frente a los desastres, con quiénes poder compartir buenas
prácticas, herramientas y destrezas

b) Una base ampliada de conocimientos y ciudadanos mejor informados (UNISDR, 2013).

Sesión 6 / Tema 6. Caso de estudio: desastre en país en desarrollo, Colima, México, huracán que
impactó el 27 de octubre de 1959

6. Caso de estudio: desastre en país en desarrollo, Colima, México, huracán que impactó el 27 de
octubre de 1959

La amenaza
El día 27 de octubre de 1959 el ciclón entró a tierra y causó los mayores destrozos en la ruta entre
Manzanillo y Minatitlán, Colima; en su trayectoria llegó con menor fuerza hasta Zacatecas. El
diámetro del huracán del 59 fue de 200 kilómetros y se extendió desde Higuera Blanca, en
Cihuatlán, Jalisco, hasta Coahuayana, Michoacán. El huracán alcanzó la categoría 5 —la más alta
según la escala de Saffir-Simpson— entre los 50 y 100 kilómetros dentro del territorio colimense.
Los vientos tuvieron velocidades de 250 y 350 kilómetros por hora. El porcentaje habitual de
precipitación pluvial se incrementó en diversas regiones entre 300 y 400%; según los registros que
ofrece la base de datos Weather.Unysis, la trayectoria inicial del también llamado huracán del
Pacífico fue similar a la que han seguido otros, pero durante el recorrido modificó su dirección y se
introdujo al país sobre Manzanillo.

El desastre

Las zonas en donde el Ciclón del Pacífico causó más destrozos fueron el puerto de Manzanillo y el
pueblo de Minatitlán. Las fotografías publicadas en la prensa en los días posteriores al ciclón
muestran cientos de casas destruidas casi en su totalidad debido a la fragilidad de los materiales. En
Manzanillo, aunque muchos hogares estaban construidos con ladrillos, castillos de cemento y varillas
de acero, cedieron ante los deslaves de rocas y árboles derribados de los cerros por los vientos y la
lluvia constante.

¿Quieres saber más?

Revisa el video Cenizas de Pueblo. Memoria oral del ciclón de Minatitlán de 1959.

https://www.youtube.com/watch?v=fMLWx98bgSc

En todo el estado de Colima se presentaron los mayores impactos a sectores vulnerables y


expuestos. En la zona afectada se calcularon los daños en las cifras siguientes: 20 millones en
carreteras; 200 millones en agricultura y 10 millones en ganadería. Estas cifras fueron
conservadoras y no incluyeron los daños resentidos por los pobladores en su peculio personal. En
porcentajes, las pérdidas para la agricultura fueron considerables, como las reportó la Comisión
Nacional del Maíz: plantaciones de cayaco 80%, arroz 35%, ajonjolí 60%, maíz 35%, plátano 80%,
cocoteros 15% y limón 25%.

Tan sólo en Minatitlán, Colima, la cifra de muertos fue cercana a los 300 habitantes, de los 900 que
tenían residencia en dicho pueblo. En otras localidades del estado también se reportaron muertos,
como en Manzanillo, donde se documentaron cerca de 60 decesos.

En la zona rural de Minatitlán, en 1959, los hogares eran de adobe, tejas, láminas de cartón,
tejamanil, carrizo y madera. La lluvia llegó a dicho lugar el sábado 24 y fue permanente durante
tres días. La intensa precipitación pluvial provocó deslizamientos de tierra y éstos formaron una
represa natural entre los cerros Copales y Juanillos, la cual se desbordó en tres flujos de escombros
el martes 27 entre las seis y ocho de la mañana. Casi dos terceras partes del pueblo quedaron
sepultadas, como se aprecia en la siguiente imagen.

El estado de Colima en general quedó destrozado y hubo que esperar varios días para que los
camiones militares con víveres y los aviones de rescate llevaran apoyos a las ciudades y
poblaciones.
La recuperación, resiliencia y reconstrucción

Los impactos físicos destrozaron al pueblo y los impactos sociales afectaron emocionalmente a toda
la comunidad. El desastre evidenció las vulnerabilidades de la vida rural de Minatitlán en la primera
mitad del siglo XX ante este tipo de amenazas, un huracán de gran categoría y un flujo de
escombros. Fue un desastre inesperado porque la distancia del pueblo con relación a la franja
costera es de 50 kilómetros y no esperaban que detonara el epifenómeno del flujo de escombros.

Ante el desastre se manifestó la solidaridad colectiva.

Los minatitlenses recibieron distintos apoyos, primero médicos, con una brigada que los auxilió en el
pueblo trasladando a los más graves a los hospitales de Colima por medio de aviones. También se
les llevaron víveres y medicinas durante varios meses, recibieron apoyo por parte de sus vecinos
quienes les dieron alojamiento, alimentación y ropa, se les dieron facilidades para comprar un
nuevo terreno donde ellos mencionaban que se encontraba su casa anterior y, al perder todos los
documentos de propiedad, les crearon nuevas escrituras, se les otorgaron algunos créditos para
compra de alambre de púas y semillas para siembra; aunque se contó con el apoyo vecinal, fue
lenta la construcción de viviendas, las cuales hasta nuestros días son muy simples y constan de uno
o dos espacios amplios para sala, cocina-comedor y una o dos habitaciones-dormitorios con un
baño.

¿Quieres saber más?

Revisa la lectura El huracán del 59 Historia del desastre y reconstrucción de Minatitlán, Colima.

http://books.google.com.mx/books?id=D5np-QNYUDgC&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_

ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false

La reconstrucción tuvo efecto por razones individuales y colectivas. Entre las individuales el arraigo
al espacio geográfico y social donde habían desarrollado buena parte de su vida, también los lazos
de parentesco fueron importantes pues nadie quería sentirse solo y sin apoyo, continuaron siendo
propietarios de grandes extensiones de tierras de cultivo las cuales fueron poco afectadas y de ellas
obtuvieron recursos económicos para reconstruir, se vieron en la imposibilidad de emplearse en otro
lugar, ya que no contaban con una escolaridad que les permitiera desarrollarse en otras áreas.

Entre las razones colectivas contribuyó la incapacidad de las autoridades para localizar un mejor
lugar, por lo que decidieron quedarse en el mismo sitio. Dieron una nueva planificación al pueblo
aunque se asentaron en la misma zona y fue muy notable la solidaridad compartida entre los
vecinos, lo cual fortaleció lazos de amistad y parentesco por medio de matrimonios y compadrazgos.
Hasta nuestros días, gran parte de la población tiene alguna relación familiar entre ellos y los
apellidos se mezclan constantemente.
El periodo de recuperación se prolongó por tres meses, mientras duró la emergencia. Pero en la
reconstrucción son observables las siguientes etapas:

El cambio o continuidad

El pueblo fue reconstruido en el mismo abanico, el alto riesgo sigue presente porque han construido
más casas sobre la zona de descenso de material, lo cual volverá a ocurrir en el futuro.

Antes del 27 de octubre de 1959 en el pueblo de Minatitlán, Colima, había en las calles mucho
material rocoso. Éste se acumulaba por los descensos de piedras que originaban las lluvias de cada
año. El sacerdote Teodoro Guerrero Gallardo, quien llegó al pueblo en 1953, dijo: “Yo creo que ya
había pasado antes, [hace] sabe cuántos siglos, porque yo encontré a Minatitlán muy pedregoso.
Piedras grandes en algunas calles, sobre todo para el lado de La Mora. Para mí que antes, hace
siglos o no sé cuántos años, ya debió haber pasado lo mismo”. Los minatitlenses vivían dedicados a
sus labores agrícolas y agropecuarias y no consideraban al Cerro de Los Copales como un peligro.
En las dos generaciones de pobladores anteriores a quienes vivieron el desastre no existía el
referente de otro desastre de iguales proporciones en la misma zona que los pusiera en alerta. Sin
embargo, el desastre de 1959 marcó un antes y un después en la historia de los pobladores.

Ante la destrucción total del espacio y la comunidad en que vivían los minatitlenses, fue evidente
para ellos que su vida cambió. En Minatitlán la fe religiosa fue un factor determinante para ese
cambio de vida. El sacerdote Teodoro Guerrero Gallardo mencionó que entre los sobrevivientes
unos se sintieron culpables morales del desastre, mientras que otros creyeron que debían haber
muerto y, sin embargo, por algo habían sobrevivido.

De tal forma que se encontraron indecisos entre dos ideas: la culpa o la fortuna. ¿Debían sentirse
culpables por lo ocurrido y dejarse llevar por ese sentimiento, o sentirse afortunados de haber
sobrevivido e iniciar una nueva vida? Individualmente reflexionaron que por algo se salvaron y eran
afortunados; por lo mismo debían actuar, vivir y comportarse diferente en esta nueva oportunidad
que les daba dios. Muchos minatitlenses se volvieron sensibles, religiosos, solidarios con quienes
estuvieron en la misma situación y pensaron que dios les había trazado un destino especial.
El sufrimiento generalizado entre los minatitlenses fue un choque colectivo de emociones, pero
también un factor que propició la identificación e integración de los sobrevivientes. El sufrimiento
después de la experiencia desembocó en un sentimiento de solidaridad, como lo describió el
profesor Héctor Manuel Mancilla Figueroa: “cuando se muere un familiar querido se experimenta un
fuerte dolor, pero al ver tanta gente muerta se comparte el sufrimiento”. También hubo, entre los
testimonios, tres ideas que sustentaron el reconocimiento individual de la comunidad como grupo:

1) Los creyentes católicos que se sintieron culpables de lo acontecido y vieron el desastre como
un castigo de dios: “pídele perdón a dios nuestro señor por todo lo que lo hemos ofendido”.

2) El determinismo familiar o individual para quedarse: “Pero los que nos quedamos, aquí
estamos todavía”.

3) Y el reconocimiento como damnificados: “Somos los damnificados. Si van y se revuelven por


allá en las ciudades nadie va a saber que son damnificados y nadie les va a ayudar, aquí va a haber
víveres, aquí va a haber qué comer, espérense, espérense”. Y ahí se quedaron muchos de ellos
hasta nuestros días.

Sesión 7 / Tema 7. Caso de estudio: desastre en país desarrollado,


New Orleans, huracán Katrina, 2005

7. Caso de estudio: desastre en país desarrollado, New Orleans, huracán Katrina, 2005

La amenaza

Resulta abundante hablar de todas las características del huracán Katrina como una amenaza para
la sociedad. Pero es importante destacar que un huracán como éste resulta amenazante para
cualquier sociedad que se encuentra en su trayectoria. En términos muy generales el investigador
Jay Barnes (2007) ha sintetizado una serie de consideraciones especiales en relación con Katrina.
El huracán Katrina impactó la costa sudeste y sur de los Estados Unidos de América,
particularmente Florida, entre los días 23 al 30 de agosto del año 2005. Fue un huracán categoría 5,
destruyó lo que encontró a su paso en una franja de 200 kilómetros en Alabama, Bahamas, Cuba,
Florida, Luisiana y Misisipi. Tuvo vientos de 280 kilómetros por hora. En algunas zonas las olas se
introdujeron desde 10 hasta 19 kilómetros tierra adentro, arrasando todo a su paso.

Además del huracán, se formó un tornado F1 como parte de Katrina y causó grandes daños en la
ciudad de Marathon, con un costo de 5 millones de dólares. En Misisipi se produjeron 11 tornados
asociados a Katrina con daños en las líneas de electricidad. En distintos lugares se registraron
precipitaciones superiores a los 200 y 250 milímetros cúbicos. En algunos lugares hasta 380 mm.

El desastre

Durante el impacto del huracán Katrina se documentaron 1,833 fallecimientos y 135 desapariciones
en Luisiana. Cerca de 1,500 murieron en Nueva Orleans, dos terceras partes ahogados o golpeados
ante la exposición, falta de agua, comida o condiciones médicas preexistentes (Aldrich, 2012: 133).

La zona oscurecida corresponde al área inundada de Nueva Orleans el 30 de agosto.

(s. a). (s. f.). La zona oscurecida corresponde al área inundada de Nueva Orleans el 30 de agosto
[imagen]. Tomada de
http://eoimages.gsfc.nasa.gov/images/imagerecords/5000/5830/NewOrleans_ALI_2005249_lrg.jpg

Los impactos económicos alcanzaron la cifra de 150 mil millones de dólares, pero se estima que a
largo plazo la cifra alcanzó los 600 mil millones de dólares y por ello Katrina detonó el desastre más
caro en la historia de los Estados Unidos. La mayor parte de muertos ocurrieron en Nueva Orleans,
donde falló el sistema de diques, ocasionando la inundación del 80% de la ciudad durante varias
semanas y en algunas zonas hasta seis metros de altura del agua. Los daños materiales más
importantes ocurrieron en las áreas costeras de Misisipi, donde fueron arrastrados numerosas
embarcaciones, casinos flotantes, incluso hubo choque de edificios.

El mapa muestra las características de los daños producidos por la ola de tormenta en Nueva
Orleans durante el huracán Katrina. Fondo rosa y azul indica las áreas inundadas; áreas en color
azul y rayas son los humedales. Las estrellas indican líneas de diques o áreas de diques afectados o
colapsados; los círculos indican las estaciones de bombeo.

(s. a.). (s. f). El sistema de protección contra huracanes de Nueva Orleans, compuesto por diques
[imagen]. Tomada de Committee on New Orleans Regional Hurricane Protection system (2009) The
New Orleans Hurricane Protection System, National Academy of Engineers and National Research
Council, Washington, D. C., p. 9. El mapa muestra las características de los daños producidos por la
ola de tormenta en Nueva Orleans durante el huracán Katrina. Fondo rosa y azul indica las áreas
inundadas; áreas en color azul y rayas son los humedales. Las estrellas indican líneas de diques o
áreas de diques afectados o colapsados; los círculos indican las estaciones de bombeo.

La fuerza de la marea de tormenta abrió 53 huecos en los diques de Nueva Orleans. La declaración
de zona destruida abarcó 233 mil kilómetros cuadrados, lo equivalente al tamaño de Inglaterra.
Quedaron sin electricidad más de 1 millón de personas. La carreteras quedaron anegadas, los
aeropuertos inutilizables y sin electricidad la mayor parte de poblaciones.

Se debe considerar que antes de Katrina las condiciones de vulnerabilidad, en particular la pobreza,
aquejaba al 30% de la población de Nueva Orleans. Este desastre afectó la economía de todo el
país y tuvo repercusiones políticas (Genzmer, Kershner y Schültz, 2007: 91).

La respuesta, recuperación, resiliencia y reconstrucción

El 27 de agosto la Guardia Costera comenzó a desplegar su personal en la zona prevista para el


impacto y activó reservistas. Ese mismo día se ordenó evacuar Nueva Orleans y se realizaron
diversos traslados por medio de aviones especiales. El mismo día, el presidente George W. Bush
declaró el estado de emergencia para Luisiana, Alabama y Misisipi. En una declaración anunció que
los diques podrían ser afectados y tal vez colapsarían, pero era una posibilidad. Y el 28 de agosto se
ordenó la evacuación obligatoria de 480 mil personas de Nueva Orleans. Sin embargo, la población
se atrincheró en sus casas, clavó tablas de madera en puertas y ventanas (Genzmer, Kershner y
Schültz, 2007: 90). Aun así, cerca de 1.2 millones de personas fueron evacuadas en distintas
poblaciones y ciudades. Se abrieron los refugios y campamentos en la zona costera.

Durante la etapa de recuperación se buscaron culpables. Tras años de investigación, el juez


Stanwood Duval concluyó que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos diseñó y
construyó el sistema de diques de manera inadecuada; sin embargo, no hubo proceso judicial.
También fue investigada la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA) y se
encontraron omisiones y respuestas inadecuadas, por lo que fue despedido el director y el
superintendente de policía de Nueva Orleans. Por el contrario, se elogió la función de respuesta y
predictiva de la Guardia Costera, el Centro Nacional de Huracanes y el Servicio Meteorológico
Nacional.

Ante la desesperación social, la falta de vigilancia y respuesta oficial, se produjeron gran cantidad
de delitos. Se realizaron robos en busca de alimentos y productos no básicos, pero principalmente
agua y comida. También se produjeron diversos rumores de caos y asesinatos, los cuales fueron
desmentidos posteriormente. Sin embargo, en el Superdome, donde se refugiaban 25 mil personas,
se confirmaron dos violaciones y seis muertes (cinco por causas naturales y un suicidio).

La Guardia Nacional desplegó 50 mil oficiales. Y durante la primera semana de crisis y emergencia
se controlaron los brotes de violencia, se realizaron diversos arrestos y tuvo que construirse una
cárcel temporal en Nueva Orleans. Muchas personas se quejaron porque fueron encañonados y
tratados como delincuentes por las autoridades policiales quienes portaban rifles de asalto (Solnit,
2009: 235).

La respuesta oficial, de acuerdo al Plan de Respuesta Nacional, establece que las acciones deben
iniciar a nivel municipal y en caso de ser insuficientes participa el nivel estatal y posteriormente el
federal. Al intervenir la Guardia Nacional fue posible rescatar 35 mil personas.

El Congreso de los Estados Unidos autorizó un apoyo de 62 mil millones de dólares y el presidente
pidió a los ciudadanos que rezaran por las víctimas. Se contó, además, con muchísimas donaciones.
Se dio alojamiento temporal en tráiler y otros espacios a 700 mil desplazados, aun así, fueron
insuficientes los alojamientos y hubo problemas muy serios en las ciudades. La FEMA hospedó a 12
mil familias en hoteles hasta febrero del año 2006. En el año 2010 aún vivían 260 familias en casas
móviles.

A pesar de que el presidente de los Estados Unidos declaró “nadie podría haber predicho el
desastre” diversas publicaciones han demostrado que se contaba con información académica
preventiva suficiente para anunciar el daño; sin embargo, fueron ignoradas por los tomadores de
decisiones. Por ello, el presidente fue duramente atacado por la opinión pública, la FEMA fue
acusada de responder lentamente. Las investigaciones condujeron a un enfrentamiento político
entre la gobernadora demócrata de Luisiana, Kathleen Blanco, y los republicanos en el ejecutivo
federal.

A nivel racial también se presentaron diversos debates, pues se etiquetó a los afroamericanos de
delincuentes aprovechados de la situación. Y por su parte, los afroamericanos acusaron al gobierno
por la escasa ayuda brindada a su comunidad.

Durante la emergencia, países como Cuba y Venezuela dieron su apoyo y ofrecieron enviar
herramientas, equipamiento y personal, pero el gobierno estadounidense rechazó sus intenciones,
pero aceptó los recursos aportados por otros países como Emiratos Árabes Unidos, Corea del Sur,
Australia, India, China, México, Bangladés, etcétera. También la OTAN y la ONU apoyaron de
diversas maneras.

La Cruz Roja internacional desplegó la más grande brigada de toda su historia. Montaron
campamentos para refugiados y brindó múltiples apoyos en rescate y recuperación de víctimas. Una
gran cantidad de organizaciones no gubernamentales participaron en la etapa de recuperación y
algunas, como Oxfam, acusaron al gobierno por abandonar a los damnificados al paso de unos
meses, cuando el desastre dejó de ser un problema mediático. Por su parte, los medios de
comunicación fueron criticados por divulgar los robos y la violencia que se produjo en algunas zonas
de Nueva Orleans. Se les acusó de etiquetar actitudes. Si un norteamericano de piel clara llevaba
alimentos se divulgaba que era un padre responsable, pero si un afroamericano llevaba comida se
divulgaba que era un delincuente robando.
Población robando en tiendas.

(s. a.). (2005). Población robando en tiendas [fotografía]. Tomada de


http://www.palmbeachpost.com/news/news/national/new-orleans-shifts-between-hope-despair/
nL9b6/

A nivel social, se presentaron diversas manifestaciones de resiliencia. En las Villas del Estado de
Nueva Orleans, el sacerdote tomó una fotografía de cada uno de los evacuados y la envió a sus
familiares para hacerles saber que se encontraban bien. Mantuvo comunicación con la mayoría y les
informó acerca de los planes para regresar. Cuando el gobierno autorizó el regreso, el padre
informó a todos y su regreso fue masivo. Los organizó para gestionar apoyos para adquirir equipos
perecederos para limpieza, pintura y restauración. Gestionaron materiales para construcción por
medio de firmas que recolectaban de manera muy rápida y fácil. El resultado fue que, en dos años,
las Villas del Este lucían en buen estado, el 90% de los vecinos había regresado y la mayoría de
comercios estaban en servicio. Eso mostró la capacidad resiliente de esa comunidad.

Entre las respuestas sociales, el estudio de Glandon, Miller y Almedom (2009) aporta importante
información para comprender en qué basó sus esperanzas y fe una gran parte de la población
afectada por el desastre: “La mitad de los encuestados informaron que la fe en dios era
fundamental para ayudar a lidiar con el huracán y sus consecuencias. Mucha gente dijo que cuando
las cosas se pusieron graves, confusas o hubo depresión, encontraron consuelo en creer que existe
dios. La gente comentaba que cuando no sabían qué hacer y no podían ver una solución a algunos
de sus problemas, sólo creían que Dios les ayudaría a encontrar soluciones. Una mujer comentó
cómo su fe le ayudó a hacer frente a los problemas generados por el desastre de Katrina: "Oré y me
puse en manos de Dios, y allí me dejó....".

En muchos casos las familias en Nueva Orleans abandonaron la ciudad y se trasladaron en forma
temporal con familiares en otros lugares en el país, mientras trataron de volver a sus propias casas.
Los familiares y amigos fueron descritos como una fuente de confort y una fuente de sorpresa y
angustia. Especialmente después de la tormenta, muchos participantes se sintieron aliviados cuando
se enteraron que sus parientes y amigos estaban a salvo y era apreciado tenerlos cerca para
compartir recursos o simplemente para compadecerse. Sin embargo, cuando se habla de cómo han
hecho frente a los innumerables problemas dejados tras el paso de Katrina, los encuestados en
general afirman que al final tuvieron que depender de sí mismos para hacer frente a todo.

Aunque la mayoría de las personas aprecian tener miembros de la familia alrededor, muchos
coincidieron en que "no siempre se puede mirar a otras personas para hacer las cosas. Usted tiene
que tomar la iniciativa y hacer cosas por su cuenta". Aunque estas declaraciones a veces tenían un
dejo de amargura, por lo general transmitían un sentido de orgullo y determinación. Pocos
participantes proporcionaron detalles acerca de sus experiencias con sus familias adoptivas, pero
muchos dijeron simplemente: "Usted no sabe realmente quienes son, hasta que usted vive con
ellos.

En su estudio, Glandon, Miller y Almedom (2009) concluyeron que el desplazamiento a largo plazo
tiene un efecto perjudicial sobre la resistencia humana, lo cual es consistente con investigaciones
previas en otros países diferentes. La casa es un activo importante para hacer frente a la
adversidad, ya que está en el núcleo de las personas, "familias" y en la raíz de las comunidades.
Restablecer las conexiones sociales en el ámbito de la familia, el barrio, la ciudad y la región es
fundamental para el efecto de la "conciencia y el reenraizamiento" que de manera consiente
permite "conectar todas las organizaciones, garantizando que todos los ciudadanos tengan los
medios para regresar a casa, con la participación todos los ciudadanos para imaginar el futuro.
Hacer fiestas y festivales fue parte activa de la recuperación/curación con respecto a Nueva Orleans.
Permitió que los ciudadanos se reconocieran en un contexto nuevo y con una nueva actitud
(Glandon, Miller y Almedom, 2009: 54).

El cambio o continuidad

La ciudad de Nueva Orleans es más pequeña de lo que era antes. A cinco años de la inundación se
repoblaron algunos barrios y otros quedaron como zona fantasma. Al sur de la ciudad,
aproximadamente 32 kilómetros, seguían igual a como quedaron cuando se rompieron los diques
cinco años atrás (Aldrich, 2012: 1). En cambio, en las Villas del Este, se ha repoblado y recuperado
el 90% de los comercios.

Un año después de Katrina, en Misisipi y Luisiana unas 100 mil personas seguían viviendo en
caravanas y sus casas seguían destruidas (Genzmer, Kershner y Schültz, 2007: 92).

Cinco años después da la catástrofe, gran parte de la población de Nueva Orleans seguía viviendo
en la pobreza y aún padecían los efectos del desastre a pesar de la reconstrucción, la cual se realizó
enfocada en ciertos sectores y zonas. Se reconstruyeron los diques, durante siete años, con el
apoyo de ingenieros holandeses y un costo de 14 mil millones de dólares. Se construyó el dique
para enfrentar una tormenta excepcional, lo cual será probado en los siguientes lustros. En relación
con la fuerza laboral, proliferó el empleo informal y la mano de obra en construcción, realizada por
gran número de migrantes e hispanos. Sin embargo, a cinco años de la crisis, la población
establecida había recuperado el 85% de los empleos y el turismo comenzaba a reportar ingresos
notables. Aún así, la mayor parte de los empleos fueron canalizados a labores de reconstrucción, lo
cual benefició a miles de familias

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