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El desarrollo histórico de las ciencia lleva implícito, de una manera u otra, el tema de la
clasificación de las mismas. Se puede decir que, cuando el desarrollo de los saberes
científicos no era tan considerable que podía ser abarcado por una sola persona, la
clasificación de la ciencia fue considerada por los estudiosos más profundos como un tema
más, entre tantos.
A principios del s. XII, en cambio, la clasificación de la ciencia fue uno de los temas
centrales que preocupó a filósofos y científicos; entre ellos los positivistas llevaron
adelante, generalmente de modo dogmático, diversas clasificaciones de la ciencia, que
aunque pasaron pronto de moda, influyeron bastante en el concepto de ciencia
Primeras clasificaciones
La división que Pitágoras hizo de las Matemáticas, la ciencias por excelencia según él y su
escuela, en Aritmética, Geometría, Música y Astronomía, clasificación que se mantuvo
durante más de dos milenios en el Quadrivium latino; y la división de la Biblioteca de
Asurbanipal.
Los estoicos (v.) popularizaron la división de la filosofía en lógica, física y ética. Pero
fueron las clasificaciones basadas en la de Aristóteles las que predominaron a lo largo de
toda la Edad Media (v. BOECio). Parece que especial difusión e influencia tuvo la
clasificación de Domingo Gundisalvo, expuesta con mucho detalle en su De divisione
philosophiae (ca. 1140), e inspirada fundamentalmente en el Catálogo de las ciencias de
Alfarabi y en elementos tomados de Avicena, Ammonio, Boecio, S. Isidoro y Beda.
Reproducimos el cuadro de las ciencias de Gundisalvo, tomado de G. Fraile, Historia de la
Filosofía, 11, 2 ed. Madrid 1966, p. 659 (en él las p. corresponden a De divisione
philosophiae. ed. L. Baur, «Beitráge» IV,2-3, Münster 1903).
Además de los citados, otros diversos autores medievales, a partir de Boecio, se ocuparon
de la división de las ciencias, desde Rábano Mauro (v.) a S. Tomás (v.) y Raimundo Lulio
(v.); también, entre otros, Hugo de San Víctor, Robert Kilwardby, etciencias Lo usual fue
presentar el cuadro de las ciencias dentro de la serie física, matemática, metafísica,
siguiendo los grados de abstracción (v.). A esta serie se añadía la teología sobrenatural,
como ciencias superior y última, basada en la Revelación y desarrollada cada vez más
científicamente a partir de la Edad Media. Así, también en la Edad Moderna, se llegó a la
jerarquización del saber en teología, filosofía y ciencia, en la que filosofía equivaldría a las
ciencias teóricas y prácticas del cuadro aristotélico y ciencia a las que en ese cuadro hemos
denominado ciencias productivas, la teología es la sobrenatural. Esta jerarquía, mantenida a
lo largo de los siglos por los más destacados estudiosos, sigue siendo hoy válida, siempre
que se matice y se complete debidamente.
Ya en la Edad Moderna, F. Bacon (1561-1626; v.) propuso una clasificación de las ciencias
que puede llamarse «subjetiva», pues, según la facultad humana que predomina en su
estudio, las ciencias se agrupan en: ciencias de la memoria o historia que se limitan a
registrar hechos o datos (historia natural, historia humana, historia sagrada), ciencias de la
imaginación o poesía que no se ocupan de lo real sino de lo ideal (narrativa, dramática,
parabólica), y ciencias de la razón o filosofía que estudian las cosas de modo racional
(teología física o filosofía natural -ésta comprende física general, metafísica, y las
matemáticas como apéndice-, y filosofía del hombre individual y social). Propuesta en su
De dignitate et augmentis scientiarum (1623), y detallada, en cada uno de los tres grupos
básicos, de modo minucioso con frecuentes aciertos parciales, la clasificación de F. Bacon
fue adoptada casi sustancialmente por Diderot (v.) y D'Alambert (v.) en su Encyclopédie
(1751), que tanto influyó en la formación -y también deformación- de gran parte de la
cultura europea. Estos dividieron las ciencias de la razón en metafísica, ciencias del hombre
y ciencias de la naturaleza (a la que dan especial importancia; en el racionalismo de los
enciclopedistas aparece la palabra «Naturaleza», de la que todavía hoy hacemos mucho uso,
como sustitutivo de Dios); dentro de las ciencias de la naturaleza destacaron más las
matemáticas, que desde Descartes habían cobrado mayor relieve; y las ciencias de la
imaginación las completaron con las bellas artes.
«Filosofía» y «Ciencia»
Es de notar que aunque los métodos llamados experimentales empiezan a desarrollarse ya a
partir de Bacon, Galileo, etciencias, sin embargo, la mayoría de los filósofos y científicos
no tienen conciencia clara de las diferencias profundas entre los métodos empíricos
experimentales y los métodos filosóficos especulativos. Por eso, ciencias y saber, en
general, se identifican; hasta aquí la ciencias es todavía única, con el nombre común de
filosofía, que se diversifica en ramas según los objetos de estudio. Estos objetos vienen
delimitados en primer lugar por los grados de abstracción (v.), y, ya dentro de cada grado,
la división de objetos, y por consiguiente de ciencias, es puramente material; así la «física»,
como parte de la «filosofía» en su primer grado de abstracción, incluye la química,
biología, geología, etciencias (en realidad, los conocimientos así designados, en su mayor
parte, eran lo que hoy se llamaría «cosmología» o «filosofía de la naturaleza»). Bacon
puede decirse que representa ya un momento de transición, que se acentúa con la
Encyclopédie. La diferencia entre ciencias experimentales y ciencias filosóficas es más
clara todavía en Christian Wolff (1679-1754; v.), representante del racionalismo (v.) en
Alemania, que hereda de Descartes (v.) el ideal de la «claridad metodológica»: el método
matemático aplicado a la filosofía. Con ese ideal Wolff se ocupó de la clasificación del
saber, colocando en primer lugar la lógica como doctrina preliminar a todo conocimiento;
después, teniendo presente la distinción entre conocer y querer como actividades
fundamentales del espíritu, y la distinción entre conocimiento racional y conocimiento
empírico, Wolff divide el conjunto del saber en: ciencias racionales teóricas o metafísica
(ontología, cosmología, psicología racional, teología natural) y ciencias racionales prácticas
(filosofía práctica, gramática, etciencias, y derecho natural: ética, política, economía), y
además ciencias empíricas teóricas (psicología experimental, teleología o teología empírica,
física dogmática) y ciencias empíricas prácticas (tecnología y física experimental).
Ya en el s. XII, A. Comte (v.) presentó una nueva clasificación de las ciencias (al comienzo
de su Cours de philosophie, 1830), radicalmente diferente de todas las anteriores, en la que
distingue primeramente las ciencias abstractas o fundamentales (podría decirse también
teóricas) de las ciencias concretas o derivadas de las anteriores (podrían llamarse prácticas);
lo esencial de su clasificación es la división y ordenación, muy personales, de las ciencias
abstractas o fundamentales en: matemáticas, astronomía, física, química, biología y
sociología (palabra esta última acuñada por él, y entendida como física del cuerpo social); a
éstas se añadiría posteriormente una séptima y última de la serie de ciencias, la ética. No es
solamente una clasificación, sino también una ordenación, pues, según Comte, en esta serie
cada ciencias supone la precedente y fundamenta la que le sigue; además en la serie se da
una complicación creciente (de la matemática que es la más sencilla a la sociología que es
la más compleja) y una abstracción decreciente (la más abstracta es la matemática); es la
ordenación que corresponde, o debería corresponder, a la aparición o desarrollo histórico de
cada ciencia (desde la matemática, ciencia más antigua, a la más moderna, la sociología).
La clasificación resulta sugestiva, pero mal fundamentada (no son exactas en su totalidad
las razones de Comte); por otra parte queda excluida la filosofía (ésta sería a lo sumo la
misma clasificación o conjunto de ciencias) y otros muchos conocimientos que tienen
también carácter científico (no merece la pena referirse a la llamada por Comte «ley de los
tres estadios»). En realidad Comte restringe el concepto de ciencias a las que a partir de él
serían llamadas ciencias positivas (curiosamente, la mayoría de las que los antiguos no
acostumbraban a considerar verdaderas ciencias), adopta un único método de conocimiento
(v.), y reduce éste a un solo aspecto del mismo, el sensible, negando el conocimiento del
«ser» y olvidando ingenuamente las últimas y más radicales exigencias de la naturaleza
humana; sin embargo, esta concepción de la ciencias y del conocimiento marcará
poderosamente la mayor parte del pensamiento científico del s. XII y parte del XX, aunque
la clasificación propugnada por Comte fuese pronto no sólo abandonada sino combatida por
la mayoría (v. PoSITIVISMO).
A finales del s. XII los sistemas de catalogación de bibliotecas son numerosos y cada vez
más importantes. Los nuevos sistemas que aparecen introducen ya la notación a base de
números o letras, o de ambos, para designar las distintas materias de que se ocupan los
libros, creándose así como unos lenguajes cifrados de carácter internacional. Por ej., en el
denominado sistema expansivo, de Charles A. Cutter, los grupos principales de la
clasificación son designados con letras mayúsculas (A: obras generales; B: filosofía; Br:
religión; C: cristianismo; D: ciencias históricas; E: biografía; F: historia; G: geografía; H:
ciencias sociales; etciencias); éstos a su vez se dividen en otros grupos designados con
letras minúsculas; los números 1 al 9 sirven para indicar la forma en que está tratado el
asunto (1: teoría; 2: tratado; 3: bibliografía; 4: historia; 5: dicionario; etciencias) y del 11 al
99 designan lugares geográficos (así, 45: Inglaterra; 98: Sudamérica; etciencias). De este
modo, p. ej., los tratados o manuales de filosofía van colocados en el grupo B.2; los
diccionarios sobre antigüedades sudamericanas en el 175.98; etciencias (estas
combinaciones de números o letras designan también el orden de los armarios o estantes en
que van colocados los libros, que se localizan así rápidamente, junto con los que tratan de
materias análogas). Estas clasificaciones siguen en ocasiones, más o menos, algunas de las
clasificaciones teóricas, objetivas, que hemos estudiado antes (v. 1-3), pero muchas veces,
por necesidades prácticas se apartan de ellas. Análogas al sistema expansivo de Cutter son,
la clasificación de la Biblioteca del Congreso de Washington, seguido también por la
Biblioteca Vaticana y otras; y la llamada de Brown, o subject classification que sigue un
orden más lógico de conocimientos humanos en cinco grupos (A: generalia; B-D: materia y
fuerza; E-I: vida; J-L: mente; y M-X: testimonio; estos grupos se subdividen después en
otros; J. D. Brown, Subject classification with tablea, indexes, etciencias, Londres 1906).
Otras clasificaciones con alguna importancia son la de la Biblioteca del British Museum
(1877), con 10 grupos fundamentales, la que elaboró O. Hartwig para la Univ. de Halle
(1888) y la del italiano G. Bonazzi (1890), con mayor número de grupos. Más
modernamente, S. R. Ranagathan, Director de la Biblioteca de la Univ. de Madrás, publicó
The Colon classification (1933) con una crítica de los sistemas más conocidos y la
propuesta de una nueva clasificación, más elástica y adaptable al progresivo desarrollo de
las ciencias; se preocupa más de establecer unos «principios» a seguir, que de hacer en
concreto una clasificación, que variará con la evolución de las ciencias, aunque siempre se
podrá hacer de acuerdo con esos principios (que lograron éXIto en la India). Mucho interés
han despertado también los estudios comparativos y críticos de H. E. Bliss, y la nueva
clasificación propuesta por él, cuya primera división comprende 25 apartados (Organization
of Knowledge in Libraries, 1929, y A system of bibliographic classification, 1935).
Pero la más extendida de las clasificaciones bibliotecarias ha sido la llamada Clasificación
decimal universal (CDU), concebida por Melvil Dewey (1851-1931) siendo bibliotecario
del Amherst College (Mass., EE.UU..), que la publicó en 1876 con 24 págs., de las cuales
la mitad dedicadas al índice alfabético; la clasificación fue muy aceptada en los Estados
Unidos, donde se propagó rápidamente, y después ha sido seguida por gran número de
bibliotecas de todos los países y también por organismos y centros de documentación
internacionales. Sus tablas de clasificación han sido reiteradamente corregidas y ampliadas
por diversos autores y por el mismo Dewey (posteriormente bibliotecario del Columbia
College, y después de la Bibl. del Estado de Nueva York). La idea consiste en clasificar las
ciencias en 10 grupos principales: O: obras generales; 1: filosofía; 2: teología, religión; 3:
ciencias sociales; 4: filología; 5: ciencias puras; 6: ciencias aplicadas; 7: bellas artes,
deportes; 8: literatura; 9: geografía e historia. Cada uno de estos grupos se subdivide en
otros 10, designados ya con 2 cifras (p. ej., el grupo 5 se divide en 50: generalidades e
historia de la ciencias; 51: matemáticas, ciencias exactas; 52: astronomía y geodesia; 53:
física; 54: química; etciencias), y así sucesivamente todas las veces que sea preciso. La
CDU resulta bastante práctica, y fácilmente recordable, aunque como a toda clasificación se
le pueden encontrar inconvenientes, y al mismo tiempo que entusiastas seguidores tiene
también grandes detractores.
Todas estas clasificaciones tienen su utilidad práctica fundamental en orden a distribuir y
localizar los libros en las bibliotecas, y en las clasificaciones de bibliografías (v.); sin
embargo, en general responden a criterios poco objetivos; y según Á. D'Ors resultan
inútiles para distribuir los locales de trabajo de los distintos especialistas, incluida la CDU
que no asocia las ciencias en grupos más amplios que los 10 principales. Para conseguir
aunar un criterio objetivo con las necesidades del trabajo de los distintos especialistas, ha
propuesto D'Ors su división tripartita (expuesta antes, v. 3), que es la que ha seguido como
director de la Bibl. De la Univ. De Navarra.