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Caracas, 7 de mayo de 2019

Universidad Central de Venezuela

Facultad de Arquitectura y Urbanismo

Historia de la Arquitectura III

Ana Martínez Barreto

Para entender al Neoclasicismo, al igual que todos los estilos, hay que entender el
contexto en el que surgió y se desarrolló. Siendo así, ubicarse en los mediados del siglo XVIII
es el primer paso a tomar.

Dicho siglo, también llamado Siglo de las Luces y Edad de la Razón, es una época de
cambio, de ciencia, de movimiento cultural e intelectual. Este movimiento fue llamado
Ilustración, algunos también lo llamaban Iluminismo haciendo referencia, pues, al siglo de
las luces. Es una época de cambio social, hay una marcada búsqueda de lo mejor, de lo que
es bueno, pero sobre todo es una búsqueda de la verdad. Viene después de varias eras en
las que el conocimiento era resguardado del público, en los que hay mucha privación y
retención, incluso represión, en los que el pensamiento era muy cerrado.

Surgen entonces importantes pensadores que vendrían a presentar una manera distinta
de entender la relación de poder entre el gobierno y los pueblos. El suizo Rousseau, un
ilustrado que se desempeñaba como escritor, pedagogo, filósofo e incluso músico, botánico
y naturalista, fue un precursor del totalitarismo que hoy identificamos con regímenes como
los de Stalin y Hitler, en el que el Estado ejerce todo el poder, casi sin libertad; fue un
desarrollador de las teorías republicanas que influyeron a la Revolución Francesa que llevaría
a Napoleón Bonaparte al poder en 1799. Por su parte, el ilustrado francés al que se conoció
como Voltaire (un escritor, historiador, filósofo y abogado) enfatizó el respeto a la
humanidad y a la ciencia, dándole importancia al poder de la raza humana, pronunció una
vez las palabras por las que sería recordado, más allá de sus muy vendidos libros:

“No comparto lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo”- Voltaire

Se entendía a la antigüedad clásica como la Edad de Oro, se proyectaba a la República


como una mejoría para la sociedad, haciendo al Estado más representativo para/con el
pueblo, yendo en contra de las monarquías que presentaban a reyes inalcanzables que no
tenían la empatía de las clases trabajadoras, y, por lo tanto, yendo en contra de la Iglesia. Se
definía como un ejemplo y una meta de civilidad. La Ilustración presentó una vuelta al orden
como forma reguladora.
En este tiempo el escritor y filósofo Denis Diderot, junto con el matemático y físico Jean
Le Rond D’Alembert, escriben L’Encyclopédie, un conjunto de 47 tomos que explican qué
era y cómo se hacía cualquier cosa, es decir, todas las respuestas a todas las preguntas. Dicha
enciclopedia expresaba, en su mera existencia, el pensamiento de la Ilustración. Era accesible
para cualquiera que pudiera comprarla, más allá de su credo o preferencia, y se basaba en
lo que estaba sucediendo en el mundo es ese momento.

Entonces, entendiendo este enciclopedismo, esta búsqueda de la verdad, llegamos a la


experimentación, al método científico y sobre todo al pensamiento científico. Es en esta
época de la Ilustración cuando se empieza a prefigurar, calcular y dibujar un edificio antes
de ser construido, que con dicho entendimiento se empezaba por analizar los problemas,
luego escoger la mejor manera de resolverlos y dar respuestas. Es cuando se empieza a ver
el trabajo de los arquitectos como es ahora.

Gracias a sus ansias renovadas de descubrimiento y de búsqueda de la veracidad y


perfección, la arqueología se encontró como un auge en los años 1700. Las excavaciones
más importantes para el desarrollo del Neoclasicismo fueron las de Pompeya, Herculano,
Palatino y la Villa Adriana en Tívoli. Los restos encontrados en ellas eran exactos, no tenían
adaptaciones y arreglos hechos a través de los siglos, lo que equivalió a un cambio total en
lo que se entendía como Arte Clásico que se presentó por siglos desde el Renacimiento.

“La observación de los preceptos canónicos se vuelve más rigurosos y el control racional
sobre el proyecto se vuelve más exigente y sistemático”. Esto es lo que dijo Leonardo
Benévolo con respecto al juicio de la Academia de Bellas Artes con respecto al
descubrimiento de la verdadera morfología de las formas canónicas que tanto habían
admirado durante décadas y que ahora resultaban ser falsas. Esto presenta una – cabe
llamarla – aversión hacia el arte Barroco, pues este no era “real” en lo que planteaba, que
era seguir el arte clásico. Las excavaciones revelaron muchísimos menos adornos en la
decoración, dieron a conocer las verdaderas proporciones que tenían las partes, los
materiales originales, entre todas las características específicas que pudieron obtener de los
restos de aquellas míticas ciudades que estuvieron perdidas bajo la lava por más de un
milenio. “No existe ya frontera entre las reglas generales y las realizaciones concretas, los
modelos pueden ser conocidos con toda la precisión que se quiera” (L. Benévolo)

“Se busca el conocimiento recto del arte griego, no solamente los restos romanos”- L.
Benévolo

La búsqueda de la verdad se convirtió de pronto en una obsesión. Ellos se dispusieron a


hacer vivir de nuevo al clásico. Los estudiantes de la Academia que se destacaban, recibían
una beca para pasar una temporada en Roma estudiando las ruinas. Se les enseñaba a
reproducir exactamente lo que veían en las láminas y en los modelos del arte clásico original.
Era obligatorio el conocimiento exacto de los monumentos antiguos. Dicha necesidad de
perfección llevo a la invención del sistema métrico decimal, con el fin de unificar todas las
medidas desiguales.

“El Clasicismo, en el instante en que queda precisado científicamente, se convierte en


convención arbitraria y se transforma en Neoclasicismo”- L. Benévolo

Es así entonces, como nace este movimiento. De allí en adelante, cualquier obra que se
proyectase debía seguir con rigurosidad el estilo neoclasicista. Convierten en normal la
forma clásica. Se permiten algunos cambios, como la separación de los órdenes del sistema
de muros, y se ponen en manifiesto el entramado de columnas y cornisas Algunos
arquitectos, como Ledoux y Boulée, lo exageran, le agregan una idea de monumentalidad.

Es en la era del Neoclasicismo cuando se comienzan a separar las labores de los


arquitectos y de los ingenieros, a entenderse como dos entes con objetivos y visiones
distintas. Esto se debe a la fundación de las Escuelas de Puentes y Caminos y las Escuelas
Politécnicas (fundadas por la Revolución Francesa).

La Revolución Industrial se asocia con la economía, el Neoclasicismo, con el arte. Pero


ambos entran en el Espíritu de la Industria que caracterizó al siglo XIX. Se buscaba la
aplicación de nuevos materiales, el hierro fue muy característico pues fue ese cambio de
pensamiento, en el cual este solo servía para hacer puentes. Es entonces que se crean las
cabillas, los perfiles y las cerchas, se entiende a este metal como una función estructural. Se
empieza a potenciar el uso del vidrio como elemento tanto constructivo como decorativo, y
es un momento en el que las iglesias y los palacios dejan de ser los temas principales y
surgen una serie de nuevos temas: museos, viviendas, teatros, fábricas, edificios de oficinas,
universidades. Todo esto llevó a una revolución en la manera en la que se construía.

Jean Louis Nicholas Durand, un arquitecto y teórico de la arquitectura, además de


profesor, fundó la Escuela Politécnica de París, uniéndose a la nueva tendencia de las
Escuelas de Artes y Oficios, así como las Escuelas de Puentes y Caminos, todas aparecidas
en el siglo XVIII, que se establecieron en Europa y empezaron a diferenciar los trabajos que
hacían los arquitectos y los que hacían los ingenieros, comienzan a separarse sus labores y
a entenderse como dos entes con objetivos y visiones distintas. Durand sistematizó la
tendencia de los clasicistas a la geometrización con un método de diseño basado en la
fragmentación de los elementos arquitectónicos fundamentales con el objetivo de poder
producirlos en serie, portando el espíritu de la revolución industrial: más rápido, igual de
efectivo. Buscaba la economía con la repetición de elementos, dándole más importancia a
la función que a la forma, entendiéndolo como la manera de proyectar para una sociedad
industrial. Este tipo constructivo es lo que Benévolo llama el Neoclasicismo Empírico. Dicho
tipo de Neoclasicismo está basado en las premisas de los Racionalistas de los años 1700, y
algunos de sus más grandes exponentes fueron el mismísimo Durand, Pierre Patte y Jean-
Baptiste Rondelet (autor del Panteón de París).
Leonardo Benévolo dividió lo que él llamó el Neoclasicismo Ideológico en dos partes: a
la primera la describió como “una minoría culta y combativa”. Son aquellos arquitectos que
atribuyen a este estilo un “valor cultural unívoco”, como dijo el mismo Benévolo. Esta parte
del neoclasicismo ideológico se caracteriza por ser una imitación rigurosa del estilo de los
antiguos, aquella rigurosidad con la que le enseñaba la Academia de Bellas Artes los
modelos y los cánones a sus alumnos, y que luego exigía para la proyección y la construcción
de todas las obras; la segunda parte la describe como aquella arquitectura que es una
“distorsión expresiva”, una acción de “hacer del arte una profesión de fe política”. Sus obras
más emblemáticas son las proyectadas por Ledoux, que al contrario de las obras
incosntruibles de Boulleé, era más comedido, usaba la geometría y su trabajo era menos
monumental, con el uso de esferas y bóvedas. Algunas de sus obras construidas más
relevantes son el Teatro de Besançon, el Pabellón de música de Madame du Barry y el
Château de Bénouville.

Si bien el Neoclasicismo tuvo varias etapas y visiones, y muchos representantes


destacados, podemos señalar algunos de los más representativos:

• El Palacio de Justicia de Lyon, Louis-Pierre Baltard


• Rotonda de la Universidad de Virginia, Thomas Jefferson
• Puerta de Brandenburgo, Berlín, Carl Gotthard Langhans
• Proyecto de cenotafio para Isaac Newton, Étienne-Louis Boullée (Arquitectura
Visionaria)
• Templo a la Gloria de la Grande Armée, Pierre Alexandre Vignon
• Altes Museum en Berlín, Karl Friedrich Schinkel

Las ciudades del período industrial presentaban la problemática del sobre poblamiento.
Eran ciudades que crecían muy rápido debido al proceso de industrialización, que atraía a
una gran cantidad de mano de obra con la idea de los mejores niveles de subsistencia para
los que vivían y trabajaban en el campo, y que la idea del futuro, de lo que en esa época era
moderno, era un faro que llamaba la atención hacia el estilo de vida de estas ciudades para
los más acaudalados. Era esencial para las industrias que sus trabajadores vivieran cerca y
que pudieran transportarse rápidamente.

Poco a poco se fueron haciendo más bulliciosas y concurridas, la llegada de los


automóviles presentó una gran discordia en las calles al tener que convivir con las carretas
a caballo y los peatones. Se fue perdiendo el control de lo que se construía en las afueras,
las casas de las clases trabajadoras solo dejaban espacio para callejones estrechos y
entramados.
Si bien las ciudades industriales aparecieron rápidamente en el Reino Unido, en el
noreste de Europa y en el noreste de los Estados Unidos, de manera simultánea, las ciudades
ya existentes aumentaron su población, sobre todo las que se hallaban cerca de las grandes,
o que presentaban un sistema de transporte que les permitía viajar y volver con rapidez. De
pronto estas ciudades industriales se encontraron con que la superpoblación, unida con la
deficiente planificación constructiva, las insuficiencias infraestructurales y una creciente
contaminación ambiental, se presentaban como la más grande amenaza a su sueño de la
sociedad industrial.

Es entonces cuando aparecen grandes proyectistas con diversas ideas de cómo resolver
el problema, el más grande fue quizás el prefecto del Municipio Sena, el Barón Georges
Eugene Haussmann, quien ideó el famoso Plan de París, que sería ejemplo luego para todas
las demás ciudades industriales, y aquellas ciudades nacientes, sobre todo en América Latina,
uno de sus más grandes “fanáticos” fue el presidente de Venezuela, Antonio Guzmán Blanco.
Haussmann fue contratado por el que era fue el único emperador del Segundo Imperio
Francés hasta su caída en 1871, Napoleón III. Su idea era acabar con el barrio insurrecto que
se había creado en las afueras de la ciudad, en esas zonas en las que la población
desmesurada había construido caseríos sin control alguno de las leyes y ordenanzas. Estos
barrios resultaban inexpugnables para las fuerzas de la ley del Emperador, por lo que se
quería que se proyectaran obras físicas y legislativas que ayudasen a controlar, y si fuese
posible, erradicar la problemática.

Haussmann presentó una serie de proyectos de edificios, calles y bulevares,


reglamentación de las fachadas, espacios verdes, mobiliario urbano, redes de alcantarillado
y abastecimiento de agua, equipamientos y monumentos públicos, una nueva división de
los distritos (municipios) con una reforma administrativa, además de una serie de leyes:
planteó el control del municipio sobre los metros cuadrados de los terrenos que se
comprasen dentro de los lindes de la ciudad, es decir, el gobierno pasa entonces a ser quien
les pone precio a las parcelas y controla las rentas del suelo, afectando el valor de cambio
de la tierra. Las obras del gobierno les suben el valor a los terrenos adyacentes, pues se
construyeron una serie de plazas y edificios públicos que resultaban atrayentes, por lo cual
la cercanía de una casa, un apartamento o un comercio dichas edificaciones era mucho más
llamativa y por lo tanto, más cara era la propiedad.

El Plan de París de Haussmann fue tan significativo que influyó en la forma de proyectar
un urbanismo por el resto del siglo, e incluso en las épocas posteriores. De hecho, la
urbanística moderna se basa en esa idea de la renta del suelo, así que no solo fue un impacto
constructivo, fue uno económico y legislativo.

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