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La china Hilaria

En la calle de la Alegría, hace muchos años vivió Hilaria Macías, conocida por todos como china
Hilaria, ya que tenía el cabello muy rizado y hermoso.

Con el tiempo un hombre poco recomendable, conocido como el Chamuco, se enamoró de Hilaria.
Esta no quiso corresponderle ya que sentía cierto rechazo, no solo a su aspecto, sino también a su
personalidad. El cambio, el Chamuco insistía, primero con modestia, después con palabras soeces.

Hilaria comenzó a sentir miedo y decidió visitar al cura para que hablara con Chamuco. El
padrecito le dijo al hombre que pidiera a Hilaria uno de sus rizos afirmando “Si consigues alisarlo,
en unos 15 días, te corresponderá”.

Chamuco siguió las recomendaciones del cura y, pasadas dos semanas, harto de querer enderezar
el rizo, acudió a la magia negra. Asistió a un brujo que invocó al Diablo. Este le pidió su alma como
recompensa y el Chamuco aceptó. Tras días y días de trabajo no pudo hacer nada.

Chamuco reclamó al diablo su falta de seriedad y este, enojado, se fue. Desde entonces, Chamuco
quedo loco andando por las calles del encino atormentado. Cada vez que alguien le preguntaba
cómo estaba, solo respondía: “De la china Hilaria”

El árbol del amor

En 1860 vivía una joven llamada Oralia en una casa señorial era una joven que contagiaba a todos
su alegría de vivir. Juan era un humilde joven que se había enamorado en silencio de Oralia y
soñaba con mejorar su situación laboral, pues sentía que su condición lo alejaba de la muchacha.

Por las tardes, cuando Juan salía de la mina se convertía en aguador, e iba a toda prisa para
entregarle el agua a Oralia. Con ella, la joven regaba las plantas de su jardín, especialmente un
árbol al que cuidaba con esmero.

Pronto, la muchacha también empezó a enamorarse de Juan. En cambio, había otro joven
interesado en Oralia, Philippe Rondé.

Con el paso del tiempo Oralia se sentía confundida, ya que no podía decidirse por ninguno de los
dos. Entonces, debía tomar una decisión.
La muchacha se sintió tan triste que rompió a llorar y se dirigió a su jardín. Allí un árbol que había
sembrado hace años y que Juan había regado ya estaba muy grande. Oralia se sentó bajo su
sombra y siguió llorando. Sus lágrimas regaban la tierra.

Pronto, las ramas del árbol se posaron en el regazo de la joven y empezaron a caer gotas de agua.
Eran las lágrimas del árbol, que pronto se convirtieron en flores blancas. Entonces Oralia se
decidió: debía quedarse con Juan.

Al día siguiente, Philippe Rondé le dijo a Oralia que debía volver a su país. La muchacha se sintió
aliviada. Esa misma tarde, la muchacha fue a buscar a Juan a quién abrazó y besó.

Desde entonces, todos los enamorados zacatecanos querían sellar su afecto bajo aquel árbol que,
con el paso del tiempo, fue talado

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