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El autobús fantasma

Cuenta la leyenda que, en una vieja y peligrosa carretera que unía Toluca con Ixtapan de la
Sal, un autobús circulaba de madrugada de Ixtapan de la Sal hacia Toluca.

Todo iba bien hasta que comenzó a llover, momento en que el autobús tenía que tomar
curvas muy peligrosas y pasar por un puente en el que solo cabe un vehículo.

De repente, los viajeros se asustaron al ver que el autobús había tomado más velocidad. El
conductor se percató de que los frenos estaban fallando. Pronto, en una de las curvas, el
autobús se precipitó al vacío dejando víctimas y sin sobrevivientes. El autobús número 40
se incendió y jamás llegó a su destino.

Dice la leyenda que desde entonces, si transitas por esa carretera durante la madrugada e
intentas subirte a un autobús, posiblemente sea el número 40. Si subes al autobús, no
deberás hablar en ningún momento. Antes de bajar, jamás deberás mirar hacia atrás en el
autobús. Si lo haces no sobrevivirás.
La Llorona

Dice la leyenda que hace muchos años aparecía en Xochimilco la figura de una mujer
vestida de blanco, la cual cruzaba las calles de la ciudad mientras lamentaba: ¡Ay, mis
hijos!

Los habitantes de la ciudad decían que se trataba de una pobre mujer que había sufrido
por un hombre que la había abandonado. Entonces decidió ahogar a sus hijos en un río y,
arrepentida, intentó quitarse ella la vida. Pronto fue apodada como la Llorona.

Dicen que, a día de hoy, el espectro sigue apareciendo por las noches y recorre la ciudad
con su vestimenta blanca. Aún hoy se puede oír su desgarrador lamento.
La dama enlutada

Cuenta esta leyenda que, al casi caer la medianoche, algunas personas


fueron testigo de cómo un espectro femenino salió de la Catedral y puso
rumbo hacia el norte de la ciudad. La mujer vestía de negro y, cuando llegó
frente al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, atravesaba la calle y
después desaparecía.

Esa noche, la enlutada cosechó varias muertes. Aquellos que la persiguieron


fueron sus víctimas cuando escuchaban su tenebroso grito.
La china Hilaria

Cuenta la leyenda que, en la calle de la Alegría, hace muchos años vivió Hilaria Macías,
conocida por todos como china Hilaria, ya que tenía el cabello muy rizado y hermoso.

Con el tiempo un hombre poco recomendable, conocido como el Chamuco, se enamoró


de Hilaria. Esta no quiso corresponderle ya que sentía cierto rechazo, no solo a su aspecto,
sino también a su personalidad. El cambio, el Chamuco insistía, primero con modestia,
después con palabras soeces.

Hilaria comenzó a sentir miedo y decidió visitar al cura para que hablara con Chamuco. El
padrecito le dijo al hombre que pidiera a Hilaria uno de sus rizos afirmando: “Si consigues
alisarlo, en unos 15 días, te corresponderá”.

Chamuco siguió las recomendaciones del cura y, pasadas dos semanas, harto de querer
enderezar el rizo, acudió a la magia negra. Asistió a un brujo que invocó al Diablo. Este le
pidió su alma como recompensa y el Chamuco aceptó. Tras días y días de trabajo no pudo
hacer nada.

Chamuco reclamó al diablo su falta de seriedad y este, enojado, se fue. Desde entonces,
Chamuco quedo loco andando por las calles del encino atormentado. Cada vez que
alguien le preguntaba cómo estaba, solo respondía: “De la china Hilaria”.
Leyenda de la flor de cempasúchil

Dice la leyenda que hace mucho tiempo existieron una niña llamada Xóchitl y un niño
llamado Huitzilin.
Ambos crecieron juntos y pasaron mucho tiempo unidos durante la infancia, incluso,
iniciaron una historia de amor durante la juventud. Un día, decidieron subir a lo alto de
una colina, allí donde el sol deslumbraba con fuerza, pues sabían que allí moraba el Dios
del Sol. Su intención era pedirle a Tonatiuh que les diera la bendición para poder seguir
unidos. El Dios sol acepto y bendijo su amor.
Pronto, la tragedia llegó a ellos cuando Huitzilin fue enviado a participar en una batalla
para defender a su pueblo y tuvo que separarse de Xóchitl.
Pasó un tiempo y Xóchitl se enteró de que su amado había fallecido en el conflicto. La
muchacha sintió tanto dolor que le pidió a Tonatiuh unirse con su amado en la eternidad.
El Dios del Sol, al ver a la joven tan apenada, decidió convertirla en una hermosa flor. Así
que lanzó un rayo dorado sobre ella, entonces, creció en la tierra un botón que
permaneció cerrado durante mucho tiempo.
Un día, apareció un colibrí atraído por el aroma de la flor y se posó sobre sus hojas. Fue
entonces que la flor se abrió y mostró su color amarillo, como el mismo sol. La flor había
reconocido a su amado Huitzilin, el cual ahora tenía forma de colibrí.
Cuenta la leyenda que mientras exista la flor de cempasúchil y haya colibríes, el amor de
Xóchitl y Huitzilin vivirá por siempre.
Leyenda de la casa de las brujas

Cuenta la leyenda que el dueño de esta casa ubicada en Guanajuato vivía allí
con su pequeña hija Susan cuando lo mandaron a la cárcel por cometer un
delito.

Así, la niña quedó con sus tías, las cuales no la trataron nada bien. Las
mujeres la encerraron en un sótano y no le proporcionaban alimentos. Días
después, los vecinos aseguraban escuchar lamentos cuando fue hallado el
cuerpo sin vida de la joven.

Se dice que en las noches de luna llena la casa se vuelve terrorífica, quienes
transitan por ahí aseguran ver a una joven asomándose por una de las
ventanas.
La novia del mar

Dice la leyenda que hace muchos años vivía en la ciudad de Campeche una hermosa mujer
que solía pasear por la costa para ver las enormes embarcaciones que llegaban al puerto.

Una tarde, durante sus paseos, la joven quedó asombrada de un marinero y se enamoró
perdidamente de él. Pronto, los encuentros eran frecuentes y se volvieron inseparables.
Dicen que el mar sintió celos al ver que la joven ya no visitaba cada día la costa, ni tocaba
el agua con sus dedos. Entonces, un día que el marinero zarpó, el mar transformó sus
celos en ira y decidió separarlos para siempre. Su furia creó una enorme tormenta que
hundió el barco donde viajaba el marinero. El joven nunca más regresó.

Desde aquel momento la mujer espera cada tarde en la playa. Siempre se verá en el
malecón de Campeche, mirando hacia el mar.
La mulata de Córdoba

Cuenta la leyenda que, allá por el siglo XVII se fundó la ciudad de Córdoba. Allí llegó sola
una mujer mulata muy hermosa. Todos los hombres quedaban prendados con ella a su
paso. Pronto, su presencia en la ciudad comenzó a tener reacciones contrapuestas.
Algunos la rechazaban, los supersticiosos decían que tenía un pacto con el diablo; que
tenía poderes mágicos que le permitían estar en dos lugares al mismo tiempo.

Otros la veneraban porque decían que era una virtuosa en las artes de la medicina y era
capaz de curar solo con hierbas.

Ante todos los rumores que se fraguaron, la Santa Inquisición no tardó en apresarla y
enviarla al presidio de San Juan de Ulúa acusada de brujería. Allí esperaría al día de su
muerte en la hoguera. En su celda, encontró un trozo de carbón y empezó a dibujar con
todo lujo de detalles un barco en la pared. Una noche, mientras el carcelero de turno
dormía, desapareció en la nave. Al día siguiente, se encontraron al carcelero con la razón
perdida aferrado a la reja del calabozo vacío.
El árbol del amor

Cuenta la leyenda que entorno a 1860 vivía una joven llamada Oralia en una casa señorial.
Era una joven que contagiaba a todos su alegría de vivir. Juan era un humilde joven que se
había enamorado en silencio de Oralia y soñaba con mejorar su situación laboral, pues
sentía que su condición lo alejaba de la muchacha.
Por las tardes, cuando Juan salía de la mina se convertía en aguador, e iba a toda prisa
para entregarle el agua a Oralia. Con ella, la joven regaba las plantas de su jardín,
especialmente un árbol al que cuidaba con esmero.
Pronto, la muchacha también empezó a enamorarse de Juan. En cambio, había otro joven
interesado en Oralia, Philippe Rondé.
Con el paso del tiempo Oralia se sentía confundida, ya que no podía decidirse por ninguno
de los dos. Entonces, debía tomar una decisión.
La muchacha se sintió tan triste que rompió a llorar y se dirigió a su jardín. Allí un árbol
que había sembrado hace años y que Juan había regado ya estaba muy grande. Oralia se
sentó bajo su sombra y siguió llorando. Sus lágrimas regaban la tierra.
Pronto, las ramas del árbol se posaron en el regazo de la joven y empezaron a caer gotas
de agua. Eran las lágrimas del árbol, que pronto se convirtieron en flores blancas.
Entonces Oralia se decidió: debía quedarse con Juan.
Al día siguiente, Philippe Rondé le dijo a Oralia que debía volver a su país. La muchacha se
sintió aliviada. Esa misma tarde, la muchacha fue a buscar a Juan a quién abrazó y besó.
Desde entonces, todos los enamorados zacatecanos querían sellar su afecto bajo aquel
árbol que, con el paso del tiempo, fue talado.
La monja de la catedral

Durante el siglo XIX, aproximadamente en los años 50 en la ciudad de Durango nació una historia
de amor entre un soldado francés y una monja, quienes a pesar de que sabían que lo suyo era
imposible, ellos lucharon por estar juntos, sin embargo el destino les tenía deparado un trágico
final.

Beatriz era una hermosa joven de cabello rubio y ojos azules, que había decidido ser monja para
entregar su vida en cuerpo y alma a Dios. Un día desde su dormitorio, Beatriz vio a un apuesto
soldado francés llamado Fernando quien caminaba frente a su convento y en cuanto sus ojos se
cruzaron se enamoraron a primera vista.

Desde ese momento y sin nunca haber cruzado una palabra, ellos tenían una cita todos los días a
la misma hora; él pasaba frente al monasterio para admirar la belleza de Beatriz aunque sea solo
unos segundos mientras ella lo miraba desde su ventana.

Por azares del destino, una madrugada tocaban la puerta del convento insistentemente, cuando
Beatriz apareció en la entrada, encontró a Fernando bañado en sangre, el soldado de quien estaba
profundamente enamorada. Le dio alojamiento y curó sus heridas con gran delicadeza, pero temía
que si salía a las calles lo matarían, así que lo escondió en su cuarto por unos días mientras
recuperaba sus fuerzas.

Durante ese tiempo los enamorados vivieron plenamente el amor, a tal grado que Beatriz estaba
dispuesta a dejarlo todo por él pero aún no era el momento, pues la intervención francesa había
terminado y Fernando tenía que irse, no sin antes prometer que el regresaría por ella.

Pero desafortunadamente Fernando nunca iba regresar. ¿Por qué? Pues porque después de partir
fue fusilado junto a su tropa por el ejército mexicano y Beatriz nunca se enteró; ella todos los días
le pedía a Dios que Fernando regresara, pero eso simplemente nunca pasó y aún así ella no se
cansó de esperar. La monja subía por las noches al campanario de la catedral para ver si llegaba su
amor.

Sin embargo la espera no duraría para siempre, pues una mañana Beatriz fue encontrada muerta
en el piso de la catedral. Se dice que la noche anterior la monja se suicidó arrojándose desde el
campanario.

La leyenda cuenta que el alma de Beatriz aún deambula en la catedral y en las noches se puede ver
la silueta de una monja vestida de blanco, quien desde el campanario mira hacia el horizonte,
esperando reunirse con su amor.
El charro negro

Cuando el sol comienza a esconderse y las gallinas trepan los árboles para dormirse, las
madres meten a sus hijos, las puertas de las casas son atrancadas y los viajeros apresuran
el paso mientras rezan. Nadie quiere encontrarse con el Charro Negro.

Se trata de un ente que recibe el nombre por su vestimenta. Siempre que se aparece,
porta un elegante ajuar de charro color negro con detalles de oro o plata. Se le puede ver
montado sobre su caballo: un gran animal cuyos ojos son dos bolas de fuego que parecen
hurgar en el alma de la víctima.
Cuando el sol comienza a esconderse y las gallinas trepan los árboles para dormirse, las
madres meten a sus hijos, las puertas de las casas son atrancadas y los viajeros apresuran
el paso mientras rezan. Nadie quiere encontrarse con el Charro Negro.

Se trata de un ente que recibe el nombre por su vestimenta. Siempre que se aparece,
porta un elegante ajuar de charro color negro con detalles de oro o plata. Se le puede ver
montado sobre su caballo: un gran animal cuyos ojos son dos bolas de fuego que parecen
hurgar en el alma de la víctima.

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