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Cuenta la leyenda que entorno a 1860 vivía una joven llamada Oralia en una casa

señorial. Era una joven que contagiaba a todos su alegría de vivir. Juan era un
humilde joven que se de Oralia y soñaba con mejorar su situación laboral, pues
sentía que su condición lo alejaba de la muchacha.

Por las tardes, cuando Juan salía de la mina se convertía en aguador, e iba a toda
prisa para entregarle. Con ella, la joven regaba las plantas de su jardín,
especialmente un árbol al que cuidaba con esmero.

Pronto, la muchacha también empezó a enamorarse de Juan. En cambio, había


otro joven, Philippe Rondé.

Con el, debía tomar una decisión.

La muchacha se sintió tan triste que rompió a llorar y se dirigió a su jardín. Allí un
árbol que y siguió llorando. Sus lágrimas regaban la tierra.

Pronto, las ramas del árbol se posaron en el regazo de la joven y empezaron a caer
gotas de agua. Eran las pronto se convirtieron en flores blancas. Entonces Oralia se
decidió: debía quedarse con Juan.

Al día siguiente, Philippe que debía volver a su país. La muchacha se sintió aliviada.
Esa misma tarde, la muchacha fue a buscar a Juan a quién abrazó y besó.

Desde entonces, todos tecanos querían sellar su afecto bajo aquel árbol que, con el
paso del tiempo, fue talado.

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