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sentido o “juego de la oca”? - …

Institut
français
d’études
andines
Mitos políticos en las sociedades andinas

Formas del curso


de la historia en
Venezuela:
¿Historia con
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sentido o “juego de
la oca”?
Graciela Soriano
p. 93-109

Texto completo

INTRODUCCIÓN
1 Pienso, con Croce, que “toda historia es historia
contemporánea”1. Así reconozco y expreso que mis intereses
como historiador arrancan del presente y se explican por él y
desde él. Quiere decirse que en él y desde él he gestado unas
propias preocupaciones historiográticas. Soy, además, agente
de mi propia vida, y ella se inserta, en Venezuela y en un siglo
que han sido mi circunstancia histórica inmediata. Ese
presente, al ser el mío, no puede haberme sido indiferente. En
él, y desde él, he estado expuesta 1) a las grandes
transformaciones de un país que ha cambiado
espectacularmente en el lapso de mi propia vida. Las he
padecido o disfrutado con conciencia proporcional y adecuada
a mi propia situación personal y 2) por natural inclinación
vocacional y profesional, he intentado explicarme mi propio
tiempo. En ese intento, he percibido el fenómeno —tal vez
inadvertido para algunos— que preside esta reflexión. Me
percato de que si bien no cabe duda de que Venezuela ha sido
objeto y escenario de muchísimos cambios que han
trasformado desde el paisaje hasta la inserción en el mundo, el
entorno urbano, las costumbres, los hábitos, los usos, e incluso
la moral en contraste violento con el pasado mediato, por otra
parte pareciera que la mentalidad del país referida a lo público
en su sentido político2, estuviera detenida. Es percepción,
además, de hemeroteca: la prensa de muchos hitos seculares

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de la vida nacional recoge, curiosamente, la misma


preocupación e igual lamento en plumas demasiado alejadas
en el tiempo3. ¿Por qué? ¿Por qué en los escritos de publicistas
de comienzos del siglo xx y hasta del siglo xix es posible
encontrar quejas análogas, igual talante que el de hoy en su
denuncia de situaciones y problemas cuya vigencia conduce a
percibirlos como aparentemente detenidos? Desde esta
perspectiva, el siglo xxi en el que recién entramos, con todo su
desarrollo tecnológico e informático, está mucho más cerca de
los dos anteriores, lo cual conduce ineludiblemente a
preguntarse por qué subsisten los problemas, los procesos no
se cierran4 y las mentalidades no cambian. Sin duda por razón
que merece esclarecerse, porque sin explicación razonable del
suceder, 1) tienden a persistir las situaciones no deseadas, 2)
es inseguro el acierto y el éxito de las soluciones propuestas y,
en consecuencia, 3) es imposible el desarrollo de la conciencia
histórica, e, 4) igualmente precaria la orientación del porvenir.
La reflexión se nutre de inmediato, pues, de un lado, con la
observación, desde la actualidad, del contraste entre los
cambios aparentes y el estancamiento de la mentalidad, de
otro, con otras reflexiones que buscan la explicación de una
lógica histórica que devuelve recurrentemente el proceso —
como reza el título de esta comunicación—, como en un
olvidado “juego de la oca”, a casillas anteriores a las que
ingenuamente no hubiéramos creído nunca regresar. Así la
marcha de la historia, impulsada sin clara conciencia, sigue un
curso azaroso en el cual, entre ignorancia, ideología e
inconsistencia, a lapsos y ámbitos variables de la realidad, el
país pareciera echar los dados de la política para jugar al
cambio, mientras en las mentalidades de los agentes de la
historia persisten imbatibles las razones ocultas del acontecer.

MEMORIA, CONOCIMIENTO Y CONCIENCIA


DE LA HISTORIA
2 Me gustaría establecer, de entrada, la posible distinción entre:
1) lo que pudiera entenderse como significado de la historia,
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y 2) lo que pudiera entenderse como sentido de la historia. El


significado de la historia es lo que se desprende o se decanta
de la aprehensión de los fenómenos que pasan, bien por la
memoria de los contemporáneos, bien a través de la voluntad
decidida de las generaciones de elaborar conocimiento
histórico propiamente dicho. La simple enumeración de los
términos memoria y conocimiento permite ver que —no
obstante estar íntimamente relacionados y ser, incluso,
interdependientes—, no es lo mismo recordar que saber; no es
lo mismo la simple memoria personal de lo sucedido (basada
en las vivencias de los hombres en el tiempo) que la
explicación de los sucesos que a la vez anima y subyace al
conocimiento histórico propiamente dicho (elaborado sobre
una concepción del mundo y de las cosas con unos patrones
gnoseológicos idóneos). Pero memoria y conocimiento tienen a
su vez mucho que ver con lo que propiamente constituye el
objeto de esta comunicación, a saber, con la posibilidad de
darse cuenta de lo histórico, es decir, con el sentido de la
historia, por el cual entendemos, de un lado, la razón de ser,
el lagos del acontecer y, de otro, la orientación o dirección que
asume el transcurrir en virtud de los cambios que significan
los fenómenos en relación con logros referidos a principios y
valores expresivos de necesidades o aspiraciones sentidas de la
sociedad. Eso supone que lo histórico es explicable; es
aprehensible en la medida en que se sea capaz de percibir el
rumbo de los acontecimientos. Estos tienden por lo general a
moverse con una dirección o tendencia, como ya hemos
apuntado, con una orientación; dotados de tempo y ritmo; de
velocidad y densidad, no menos que eventualmente expresivos
de ciclos no siempre presentes, o tan presentes que ya ni se
perciben. Cuando esto se descubre, es porque ya se posee una
conciencia de los motivos de los cambios y las persistencias;
del curso de los procesos; de su desenlace y duración; porque
ha sido posible comenzar a apresar y a entender el sentido de
la historia. Por eso puede decirse que todos podemos poseer
memoria histórica más o menos extensa por la propia
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experiencia o por cercanas experiencias ajenas, pero no


siempre esa memoria es coherente con una explicación o una
conciencia clara de lo histórico: aquélla puede estar apresada
por la inmediatez generacional sobre los sucesos, mientras
éstas requieren perspectivas comparadas más amplias para
cobrar sentido sobre el acontecer; tampoco está claro que el
conocimiento histórico, con todo y ser imprescindible para
aclarar esta conciencia, y ser elaboración más decidida y
rigurosa, corra parejo con un óptimo grado de explicación y
conciencia de los cambios. En todo caso, el transcurrir posee
un significado para los contemporáneos5 y para los hombres
de tiempos posteriores que está íntimamente relacionado con
estos tres términos y sus significaciones, en virtud de lo cual
todos tres han de considerarse relativos y complementarios.
No existe la memoria histórica de validez universal y
sempiterna, como tampoco existe la verdad definitiva
decantada del conocimiento histórico, ni la conciencia
histórica absoluta. Todo discurrir o sentir con respecto al
pasado, es siempre relativo al presente, porque es siempre
condición de lo histórico, esa perenne y repetida relación de lo
que ocurre con lo que ocurrió. Del afán por conocer lo que
ocurrió en función de lo que ocurre, del presente con el pasado
en una palabra; en la que lo más difícil de lograr es la
conciencia; en la que es muy fácil creer que se conoce la razón
de ser y el rumbo del suceder, cuando lo más arduo es
descubrir y decantar (y esta es labor de historiadores) el
sentido de la Historia.

DECADENCIA, PROGRESO Y OTROS


RUMBOS
3 El “sentido” de la historia se ha entendido de muy diversas
maneras6. Desde la percepción relativa de los sujetos de la
historia de los distintos tiempos y culturas, la historia
occidental ha podido ser vista o sentida como decadencia o
como progreso. La percepción de la Historia como
decadencia supone que el devenir se orienta de una situación
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óptima a una situación pésima; es una concepción que está


presente, a lo largo de los siglos, desde la Antigüedad hasta el
presente en las diferentes versiones del mito de la Edad de Oro
que encontramos en Hesíodo, o en la versión hebraica del
Paraíso Terrenal, o en la teoría ilustrada del mito del Buen
Salvaje. Es una concepción referida al suceder entendido como
totalidad7 que puede ser recurrente, en la medida en que es
típica de épocas de crisis en las cuales se piensa y vuelve a
pensar que hubo un tiempo pasado que siempre fue mejor;
desde la perspectiva de la sociología del pensamiento
histórico, es una concepción vinculada a los sectores o estratos
conservadores de la sociedad, nostálgicos de un pasado idílico
perdido.
4 La percepción de la Historia como progreso supone lo
contrario, es decir que el devenir se orienta de una situación
pésima a una situación óptima. Se entiende la Historia —igual
que en el mito del “reino feliz de los tiempos finales”— como
un proceso irreversible hacia un mundo mejor en que el
acontecer es un movimiento constante hacia el advenimiento
de formas más perfectas. Es la versión idílica de Horacio y
Virgilio en el seno de la Historia de Roma. En la medida en
que se entienda como irreversible, cada época estará más cerca
del objetivo final, y cualquier vuelta atrás se considera como
retraso superable, obstáculo para ser vencido. La totalidad de
lo histórico es visto, así, en función de una meta situada en el
futuro; los cambios son instauraciones, no restauraciones. Al
revés de la concepción sociológico-historiográfica
anteriormente expuesta, se trata de una concepción típica de
sectores o estratos ascendentes de la sociedad, para la cual el
pasado sólo interesa, en la medida en que haya engendrado los
gérmenes para el avance hacia el progreso.
5 Desde un punto de vista teórico o típico ideal ambas
concepciones son susceptibles de combinación, en la medida
en que la Historia pueda verse como expresión de épocas
negativas (retrasos) y positivas (avances) hasta el
advenimiento de la etapa de plenitud y permanencia, bien de
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la situación óptima, bien de la situación pésima8. La visión


progresista de la Historia puede entender el desenlace como
actualización transhistórica: “reino feliz de los tiempos
finales”, o histórica: “paraíso socialista”. La visión decadente
de la Historia puede entenderlo, a su vez, en dos versiones:
como catástrofe irremediable, o como decadencia esperanzada
en la recuperación. Así la teoría de la decadencia se vincula
con la del progreso y surge la posibilidad de entender las
teorías cíclicas de la historia sobre las cuales volveré. Volveré
también sobre el hecho de que hoy por hoy es posible pensar
que progreso y decadencia, o versiones cíclicas del suceder
pueden ser eventualmente sectoriales y no coincidentes para
todos los ámbitos de la realidad en su totalidad9.

LA CONCEPCIÓN TRADICIONAL CRISTIANA


DE LA HISTORIA
6 Una vez claros estos supuestos, examinemos la concepción
tradicional cristiana de la Historia que, presente en el contexto
de la antigua Venezuela gracias al carácter católico de la
monarquía y al peso de la Iglesia española, perdura vigente en
el espíritu de la época en América hasta la Independencia y —
¿por qué no?— más allá, como veremos, hasta nuestros días.
7 Dentro del pensamiento cristiano, y expresado en términos
muy generales, el tiempo de la Historia se inscribe y discurre
entre dos coordenadas eternas: la Creación y el Juicio Final.
Desde una situación óptima como es, sin duda, la del Paraíso
Terrenal, adviene la decadencia en virtud del pecado original.
Al correr de los siglos, la redención del hombre por Cristo de
aquel pecado original que a él no 1c afectó (recuérdese la
significación de la inmaculada concepción de María) cancela la
tendencia decadente, para convertirla en progreso para
quienes, fieles a sus enseñanzas, lleguen al Día del Juicio en
condiciones de acceder al advenimiento del reino feliz de los
tiempos finales de la Vida Eterna con el que se cierra el ciclo
transhistóricamente. Esta Weltanschaung cristiana supone un
orden en el cual Dios, como árbitro de la Lev eterna, preside
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las condiciones de la existencia de todos los seres, incluido el


hombre, privilegiado entre todos por haber sido creado a
imagen y semejanza divina. La concupiscencia y el pecado,
responsables de la caída, han generado el caos y del des-orden
moral, sólo controlables si la sociedad está políticamente
ordenada, es decir, subordinada y obediente al poder del
gobernante. ¿Cómo así? En la medida en que todo poder viene
de Dios, el gobernante es, así, el agente de Dios para la
realización del orden de la Caridad, de la armonía y de la
concordia de la sociedad. Esta Weltanschaung cristiana,
construida al paso de los siglos, debió mucho, desde el punto
de vista de la concepción histórica, a San Agustín, para quien
la I listona constituye escenario de tensiones y pugnas
maniqueas entre la Civitas Del y la Civitas Diaboli; entre el
bien y el mal; entre lo sagrado y lo profano, el eón de lo
mudable y la eternidad inmutable de que hablaba San Pablo10.
El orden de la sociedad es, pues heterónomo, va que deriva del
poder que transmite al gobernante un agente externo a ella
(Dios), mientras la misma sociedad se estructura
colectivamente en un orden corporativo en el que el hombre
existe en función del bien común y de la Cristiandad11.

LA CONCEPCIÓN MODERNA
8 Durante el siglo xviii, el pensamiento secularizador e ilustrado
comenzó a minar los cimientos de aquellas concepciones al
tiempo que el fenómeno histórico de la Revolucióm contribuía
con la experiencia efectiva, a la configuración de una doble
tendencia: de un lado, al debilitamiento de la concepción del
mundo que hemos esbozado, la cual se vio sacudida por el
impacto de un fenómeno que, desde esa perspectiva, era la
reaparición del caos, de la concupiscencia, del pecado, de la
corrupción en una palabra, la subversión del orden establecido
que -para los reaccionarios—, se debía restituir. De otro, la
perspectiva revolucionaria alimentada por la Ilustración,
nutrida de adeptos, configuraba la Weltanschaung del nuevo
tiempo surgido del entendimiento de que la Revolución, al
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obligar a mirar hacia el futuro (va no se trataba de la revolutio


que volvía hacia atrás, sino del progreso decidido hacia otras
formas por venir), dividía los tiempos para convertirse en
umbral del advenimiento de un orden nuevo, autónomo, no
heterónomo, porque se configuraría sobre los postulados de la
Libertad entendida en sentido moderno, es decir, animadora
de una sociedad distinta constituida por individuos libres, o
sea, moralmente autónomos, responsables y garantes de ese
propio orden12.
9 El contexto hispanoamericano en general, y el venezolano en
particular, no fueron extraños a estas consideraciones. La
coyuntura de la independencia constituye un escenario
estimulante para el historiador, nutrido de manifestaciones
que, a grandes trazos, se inscriben en las corrientes que
acabamos de esbozar. La versión tradicional —podría
considerarse reaccionaria—, es perceptible (de modo tácito o
expreso)13 en los testimonios del arzobispo Coll y Prat, del
regente Heredia, de José Domingo Díaz, de Juan Manuel de
Cagigal, del capitán Sevilla14. La versión moderna es
perceptible a su vez, (de manera a veces fácil, más de una vez
difícil de desentrañar) en los escritos de E J. Yanes, de Miguel
José Sanz, de E J. Ustáriz, de M. Palacio Fajardo —por fijarnos
en los “ideólogos”—, o en las memorias de Rafael Urdaneta, de
José Félix Blanco, de A. J. de Sucre o del mismo Bolívar -por
traer una muestra de los hombres de acción—15. Resultaba
problemático digerir los significados modernos de la Libertad
desde una mentalidad de tradición católica tan
consustancializada con la concepción heterónoma del orden,
en una sociedad de estructura y estratificación tan heterogénea
y étnicamente tan dispar. Si resultaba difícil desentrañar
corrientes encontradas en el pensamiento español del mismo
tiempo (Tomás y Valiente lo ha hecho ver con claridad en sus
páginas dedicadas a Martínez Marina16), donde la sociedad y el
contexto eran menos problemáticos, tanto más
proporcionalmente difícil resultaba en el mundo americano,
donde estos temas están aún por estudiar.
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CIVILIDAD Y PATRIOTISMO
10 Las posibilidades que aquella sociedad podía manejar en esa
coyuntura histórica como respuesta a los imparables y
necesarios cambios que ocurrían en aquel clima de
inestabilidad se reducían, (esquemáticamente asumo la osadía
de trazarlas), a dos opciones: estaba abierto el camino de la
civilidad, de la Libertad bien entendida como logro de una
sociedad de hombres libres, responsables, autónomos y
garantes de su propio orden. El clima de la guerra, la
exaltación de las pasiones de partido, la inestabilidad de la
época y el mimetismo abrían asimismo la vía del sentimiento
patriótico capaz de exigir alma, vida y corazón al servicio de la
Libertad; pero en una sociedad tan heterogénea y compleja la
libertad no podía ser un principio coherente para la totalidad
social. Se lo entendía en términos particulares (libertad del
esclavo, del criollo, del blanco de orilla y así sucesivamente),
sin claro sentido de su significación general para el todo social.
Era la civilidad, la “sociedad civil” bien entendida, frente al
“sentimentalismo moral de la república” que, en términos más
acertados y eruditos trabajó reiteradamente mi colega Luis
Castro Leiva en los sucesivos seminarios que coordinó en el
Doctorado de Ciencias Políticas de nuestra Universidad
Central de Venezuela. Las sociedades americanas17 en general,
y venezolana en particular, difícilmente podían, no digamos ya
adecuar, asumir como propio al modelo de la civilidad: era
demasiado tiempo transcurrido entre hábitos sociales y
políticos signados por el orden meramente posible dentro de
comportamientos despóticos18 y esquemas tradicionales
cristianos y/o sincréticos en los que la idea de la
heteronomeidad del orden había calado tan profundo, que
hacía difícil sentir sinceramente como propia, además, para
impulsarla, la idea y la convicción de la civilidad en los
términos modernos de la Libertad. Así las cosas, no se la
asumió tanto en los términos de la razón cuanto en los del
sentimiento y la pasión. Por eso fue posible adoptar, adecuar y
asumir el patriotismo: poner el sentimiento (y el
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resentimiento) alma, vida y corazón al servicio de la causa


patriota; algunos la razón; las lealtades (forma tradicional
estamental de relación) al servicio del jefe y el jefe impulsado
por su ascendiente y su prestigio en movimiento espiral
ascendente sobre el pueblo libre, hasta el pedestal heroico de
la gloria. El sentimiento y la pasión al servicio del triunfo; las
ideas y los conceptos para los pocos espíritus cultivados y
estudiosos capaces de entenderlas: los hábitos de todos, los
mismos de tiempos anteriores, adaptados ahora a los nuevos
símbolos, con signos diferentes y distinto color.
11 Son trazos que deseo elocuentes —no menos que acertados—
estos con los que intento reconstruir la mentalidad
complicada y sincrética de la emancipación, en otras palabras,
la complejísima Weltanschaung del nuevo tiempo. Quedaba la
memoria de la guerra y sus secuelas; la conciencia de las
cosas era confusa entre nociones foráneas opuestas, prácticas y
rechazos arraigados e indelebles, nuevos modos; violencia
social y miedos complacientes desatados por la rotura de los
diques del orden y la tradición que, por necesidad de las cosas
habían saltado con la guerra. El patriotismo podía ser unas
veces sincero; sería sincero en medio de la enorme confusión
de la post-guerra; otras, interesado y doblemente
manipulador. El campo de la civilidad era inseguro y se
prometía difícil en una sociedad carente de formación y
educación liberal y agotada entre el resentimiento insensato,
comprensible e irresponsable de los sectores populares, y los
caldos godos del despecho, no menos resentido y temeroso e
inseguro de los sobrevivientes del antiguo régimen, llamados
todos a actualizar —sin tener demasiado claras las maneras de
hacerlo en aquella república nueva e inexperta—, la nueva
libertad.

LA PERCEPCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA
12 En medio de este clima, nació la historiografía republicana con
la obra de Baralt19, mientras se estructuraba una República
con Caudillo y Constitución20, de la mano de Páez. Este primer
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intento historiográfico, auspiciado oficialmente, fue seguido


por otros. Las obras de otros historiógrafos aún confunden
historiografía con testimonio: Montenegro y Colón, Austria,
Juan Vicente González21, mientras la historia-suceder sigue su
curso. Los historiógrafos posteriores (Gil Fortoul, Larrazábal,
González Guinán22 y subsiguientes) ganados por los afanes del
tiempo, comenzaron a explicarse la historia de los siglos de
España en función del progreso conducente al advenimiento
de la Libertad. Así, todos los movimientos anteriores, desde
los del “Negro Miguel” hasta la conspiración de Gual y España,
eran peldaños (Juan Francisco de León, José Leonardo
Chirinos, Francisco Javier Pirela, la lucha antiguipuzcoana) al
servicio del mito de la libertad de 1810.

DESENCANTO Y FRUSTRACIÓN DEL MEDIO


SIGLO: LA APARICIÓN DEL MITO
13 Pero era lo cierto que estos tiempos transcurridos desde 1810
no habían logrado actualizarla cabalmente: no se habían
alcanzado los ideales de la construcción de una sociedad de
individuos conscientes de sí, productores y libres, coherente
con un verdadero Estado Liberal en el que funcionaran la
división de poderes y las instituciones económicas, jurídicas y
militares dentro de un verdadero estado de derecho
garantizado para toda la sociedad. Por eso, a mediados del
siglo, adviene la frustración en medio de una incapacidad
manifiesta para explicar (o para admitir explicación sincera
alguna) el fracaso de las exiguas élites de aquella sociedad en
la construcción del nuevo orden liberal. La frustración no es
sólo venezolana. He repetido hasta la saciedad cómo en las
plumas de Lucas Alamán, de Fermín Toro y de Bartolomé
Mitre se respira el mismo sentimiento, desde México hasta el
Río de la Plata23. Con la frustración, para seguir viviendo,
como no se encuentra a mano una convincente y razonable
explicación del fracaso, se recurre al mito: mito de los orígenes
y de la gesta heroica; mito del héroe y culto de Bolívar (de San
Martin para el Río de la Plata), mientras desde el plano de la
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historia suceder se clama, ya no por Libertad sino por


Igualdad. La Historia suceder es, así, el escenario propicio
para el establecimiento de la Igualdad, convertida en consigna
(como en los tiempos de Ezequiel Zamora) y se lo equivale al
afán federal. Y llegados aquí, ante la inestabilidad y la desazón
social, las fuerzas de la historia encuentran nuevo orden: un
orden necesario, impuesto, que permita el progreso. Es el
esquema positivista que, mucho antes de su formulación por
Laureano Vallenilla Lanz encontró personaje para encarnar en
Antonio Guzmán Blanco. Y la Historia es inestable hasta fines
de siglo y entrado el siglo xx, cuando desde los tiempos
inmediatos a la muerte de Gómez, pudo verse con mejor
perspectiva la tragedla del siglo xix como secuencia de
situaciones de enfrentamiento y guerra reiterada (a manera de
mito constante de refundación) que obstaculizaban el
desarrollo acumulativo natural de aquella aún inconstituida
sociedad.

LA EXPLICACIÓN POR LOS CICLOS


HISTÓRICOS
14 Mirando atrás, el siglo xx comenzó a encontrarle explicación a
aquel tremendo drama del sentido de la historia, con la teoría
de los ciclos en sus más variadas expresiones. Así pudo
entendérsela como la sucesión trágicamente repetida de
formas de gobierno (Jane24): paso constante de la dictadura a
la anarquía o al desorden, para volver al despotismo en un
constante movimiento pendular, mientras el positivismo
historiográfico (Vallenilla Lanz) encontraba la explicación
científica aquietante en la necesidad histórica del gendarme
como paso esencial e ineludible del proceso evolutivo.
15 La teoría de los ciclos (clara muestra de filosofía especulativa
de la historia) es relevante y recurrente en nuestra búsqueda
impaciente de algún tipo de conformista Y apresurada
conciencia histórica sin paciencia para buscar aciertos
satisfactorios en el conocimiento profundo. Junto a la
simplista versión pendular de la Historia de América de Cecil
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Jane, ha florecido más de una versión cíclica vernácula de


nuestra historia. A estas alturas del siglo xx tiene interés
recordar hoy la versión oral de José Antonio Giacopmi
Zárraga25, para el cual la historia de Venezuela se encuadra en
ciclos políticos sucesivos a lapsos generacionales en los cuales
se agota la fórmula hasta encontrar relevo en un nuevo ciclo
generacional. El ciclo que comienza en 1830 culmina con la
guerra federal; éste, culmina con la Mata Carmelera; el ciclo
siguiente, que inicia Cipriano Castro, con la muerte de Gómez;
y así sucesivamente hasta la actualidad. Sugiere Giacopini
además la importancia que adquieren ciertas figuras, ciertos
personajes que, al inicio del ciclo abren la brecha, marcan la
pauta que luego transita un protagonista o agente distinto de
la historia. Alan Brewer Carías26 acaba de exponer su versión
actual de los ciclos constitucionales en relación con
acontecimientos contemporáneos: un primer período de
construcción del Estado autónomo e independiente que va de
1810 a 1863; un segundo período se proyectaría desde 1863 a
1901, cuando la Revolución liberal restauradora cancela el
liderazgo del liberalismo amarillo. Se retorna a la idea del
Estado centralizado hasta la Revolución de Octubre de 1945,
punto de partida del Estado centralizado democrático. La
Revolución democrática de 1958 abre un nuevo período —
reedición de octubre de 1945—, con amplia base política y
constitución de 1961 —versión remozada de la de 1947—, El
último período se inicia ante nuestros ojos, como cuarta y
última etapa de esta historia de ciclos constitucionales en los
que no se excluye el factor generacional.
16 Hace muchos años, pensaba yo que no podía excluirse de
nuestra historia —y que habría que estudiarla— la recurrencia
de la voluntad democrática. Por eso me ha sorprendido
positivamente la versión cíclica más optimista que de esta
historia me ha recordado con ocasión de esta conferencia,
Rafael Caldera27, al destacar la recurrencia democrática del
pueblo venezolano, insujetable a la tiranía permanente. Su
percepción concuerda con la versión criolla que del corsi y del
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recorsi de G. B. Vico revelaran los escritos de Betancourt,


como se desprende del trabajo ya citado de Irayma Camejo28.
17 En relación con estas distintas versiones de la teoría de los
ciclos que intentan comprender la historia venezolana desde
1810-1830 hasta el presente puede expresarse que: 1) se
inscriben por lo general en una visión progresista mixta de la
Historia, al combinar el retroceso y el avance, dando lugar a la
posibilidad de extraer de ambas expresiones (progreso y
decadencia) el sentido de la historia; la combinación brinda, a
su vez, la posibilidad de destacar hitos históricos culminantes
de una u otra tendencia, a manera de cimas y depresiones
desde las cuales y en función de las cuales apreciar los
sentidos, tanto parciales como general del proceso29; 2) están
signadas por un fuerte ingrediente generacional. En contextos
de débil desarrollo y perdurabilidad institucional, los lapsos
generacionales son los que determinan, casi exclusivamente, el
sentido de la historia; 3) están signadas por la presencia tácita
o expresa de ideologías, en virtud de las cuales se pueden
distinguir para el siglo xix —al menos— tres momentos: a) de
hegemonía de la visión tradicional cristiana de la historia y de
la vida; b) de presencia de la concepción moderna y liberal
derivada de la Ilustración y la Revolución; c) de presencia de la
visión evolucionista-positivista, ganada por las ideas del orden
y de la necesidad de las cosas. En relación con el siglo xx se
pueden distinguir las derivaciones y persistencias del xix, así
como el desenvolvimiento de una tendencia democrática y
liberal que no ha sido ajena a la presencia de una
Weltanschaung progresista de tono socializante debida al auge
de “lo social” estimulado a partir de la vigencia delas
concepciones marxistas, social cristianas, socialistas, etc. En
algunas versiones radicales —paradójicamente ávidas de
tradición- el igualitarismo del siglo xx se ha presumido
derivado del igualitarismo contemporáneo de las frustraciones
del siglo xix que mencionáramos antes.

LLEGADOS A LA ASUNCIÓN DEL SIGLO XX


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18 Una cosa parece quedar clara: en el siglo xx la historia cambia


de ritmo v de sentido a la muerte de Gómez. No en vano se
repite que con Gómez finalizó para Venezuela el siglo xix; en
cierta forma Gómez fue, a la manera de ciertos reyes
medievales europeos, el impulsor de la gestación del Estado y
de las instituciones públicas venezolanas con sus esfuerzos por
instaurar el orden y echar las bases de la hacienda y del
ejército. Mariano Picón Salas veía, por eso, el advenimiento
del siglo xx en 1936, cuando parecía quedarse atrás aquel
pasado sombrío, violento y de opresión. De hecho, los tiempos
de López Contreras sacan a la generación de opositores a
Gómez de la visión “del venezolano de la decadencia”,
brindando aliento para mirar al futuro con el optimismo
tranquilo y económicamente solvente que persistió en los
tiempos de Medina Angarita.
19 Pero, si bien el tema político parecía resuelto, no parecía
ocurrir lo mismo con el tema social. Aquella tendencia al
igualitarismo que parecía olvidada entre las frustraciones
liberales y la guerra federal, no había desaparecido, y retomó
fuerzas del brazo de la revolución cívico-militar del 45, para
mostrar que el advenimiento de ]uan Bimba y el partido del
pueblo ni admitían demora, ni se harían esperar. Olvidaban
que tampoco estaba dispuesta a hacerse esperar la tendencia
militarista de los socios, tentados por la conciencia de su
propia fuerza y por la ineficiencia civil, para salir gananciosa
por toda una década de régimen militar.
20 La Constitución de 1961 y el Pacto de Punto Fijo echaron las
bases del lapso que conduce hasta hoy —signado por la presión
de la tendencia democrática y el democratismo de partidos— y
que todos conocemos desde particulares perspectivas, por
haberlo vivido.

LA COYUNTURA DE FIN DE SIGLO


21 La Historia es un proceso abierto en el que, dependiendo de
las perspectivas y valoraciones desde las cuales se contemple el
presente, se van cerrando etapas susceptibles de análisis en
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función de la información (fuentes) asequible al historiador.


En la medida en que el proceso no se hubiera cerrado, la
dispersión y abundancia de las fuentes -siempre susceptibles
de crecimiento— hace difícilmente aprehensible el sentido de
los sucesos, sólo discernibles pertinentemente si se cuenta con
la posibilidad de contrastarlos suficientemente con procesos,
significados y sentidos de otras épocas o contextos.
22 En la situación actual de Venezuela, y a la luz de lo que hemos
recorrido en busca del sentido del suceder, resulta hoy
perceptible la clausura de una etapa de la historia del siglo xx
ante la que los protagonistas y analistas han intentado ver
signos y significados aún no suficientemente definidos y, sobre
los cuales no me atrevería a asegurar intento alguno de
aproximación segura; mucho menos de elaboración de
counterfactual history. Eso no quiere decir, sin embargo, que
no se puedan percibir líneas de análisis suficientemente
coherentes como para sustentar-conjeturas verosímiles que
permitan hacer más comprensible la circunstancia presente.
23 Desde las perspectivas que acabo de mostrar, incluida alguna
expresión presumiblemente vigente de la teoría de los ciclos, el
lapso de los 40 años que van de la Constitución de 1961 y el
Pacto de Punto Fijo hasta hoy, si bien constituye una
coyuntura temporal susceptible de captación en bloque, en la
cual se actualiza una voluntad dirigida a lograr la vigencia de
la democracia, en ella se perciben varios cortes entre lapsos
signados por distintas contingencias que no entro aquí a
especificar. Sí expresaré que, en conjunto abarca, no sólo el
lapso generacional de una cohorte política que —curiosamente
— se desliza en pocos nombres hasta el nuevo tiempo actual30,
sino, además, un período histórico en el que ese lapso
generacional (32 a 35 años) ha coincidido con un sistema
político democrático de hegemonía partidista que, afectado
por la bonanza económica desproporcionada de 1973, se
convirtió en el democratismo corrupto y politically correct que
comenzó a hacer crisis en el punto de viraje crítico de 1989-
1993. En esta forma, frente a la crisis ética-económico-social
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que comenzó a vivirse, y que en el medio académico no había


pasado desapercibida31,1) los intereses y cometidos del
gobierno dejaron de ser los del partido ganador y este pasó a
ser —paradójicamente— portavoz trágico de oposición; 2) la
posibilidad de consenso para hacer frente a la crisis económica
y sus consecuencias sociales se ahogó entre la emergencia de
una débil sociedad civil que merecía ser protagónica, pero era
escasa, y un sector oficial desprestigiado y sumergido en
corrupción; 3) la debilidad de un codicioso y omnipresente
sistema político de partidos cuya incapacidad para renovarse
lo había esterilizado y cuya avidez lo había llevado a encallar
en sus intereses y opciones de corrupción más inmediatos. Los
partidos habían perdido representatividad para convertirse sin
trabas ni pudor, sin responsabilidad ni previsión, sin
conciencia de su papel fundamental, en maquinarias
electoreras y corruptas adversas a toda sana institucionalidad:
impedidos de garantizar el funcionamiento normal de las
instituciones, no menos que de la renovación y perdurabilidad
del sistema y de las débiles estructuras del Estado incoado que
vivía por ellos.

EL DERRUMBE DEL SISTEMA


24 Así las cosas, fueron posibles descontentos sociales
heterogéneos (1989) y conspiraciones (1992-1994) que, sin
embargo, no fueron hitos trascendentes, hasta las elecciones
de 1993, cuando la conjunción del prestigio, carisma y
ascendiente del candidato más longevo y con más opción a la
Presidencia, asociado al partido de corte familiar y aluvional
que lo llevó al poder (más cercano a los grupos electoreros de
leales del siglo xix32 o a intereses inmediatistas pragmáticos,
que a partidos modernos), marca el inicio de una etapa
distinta en la última mitad del siglo xx, en la que el
personalismo del candidato, en paralelo con la mitificación del
protagonista del movimiento frustrado de 1992,
momentáneamente desacelerada en 1994, se convierte en
opción ganadora sin más trascendencia programática que el
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muddk through personal más deudor de la gravísima


debilidad institucional y moral del país.
25 En 1998 se produce el derrumbe (no se sabe aún cuán)
definitivo del sistema de partidos mientras paralelamente
aflora, gracias a los media, con fuerza todavía informe, una
importante dimensión pública de lo socia33, al tiempo que el
candidato con opción de triunfo lo obtiene avasallante sobre
sus adversarios, apoyado por un grupo electorero política y
doblemente interesado e instrumentalizado, siempre
aluvional, prolongando la vigencia del personalismo, esta vez
demagógico, el más versátil que jamás se hubiera podido
imaginar accediendo al ejercicio del poder por la vía
institucional y democrática.
26 En 1982 distinguía yo el voluntarismo político como
ingrediente específico del momento de creación institucional,
mientras imaginaba que para nuestros pueblos podía
distinguirse un voluntarismo personalista y un voluntarismo
institucionalizador. Los tiempos que corren me han puesto
frente a un voluntarismo des-institucionalizador que es aquel
que, no satisfecho con todas sus posibilidades de ser
contrapartida inversamente proporcional a la
institucionalización, se empeña en atropellar o segar en la
incansable caza al exterminio de corruptos, cuanto rasgo
institucional quede con posibilidad de medrar, acampar o
hacer sombra silenciosa al riquísimo e inédito personalismo
discrónico emergente en manos del cual y ante el cual se
encuentra hoy el país. No puede explicarse de otro modo la
deliberada confusión entre los continentes institucionales
(que, en cierto modo han sido producto de un gran esfuerzo
histórico perfectible), v los contenidos partidistas que los han
ocupado: se ha agredido igual —sin discriminación- la leche
podrida que la jarra útil.

LA NUEVA WELTANSCHAUNG
27 Los logros institucionales, de perderse, serán difíciles de
recuperar, y la situación coloca en la necesidad de precisar el
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mismísimo concepto de “institución”. Si las instituciones son,


además de estructuras perfectibles ordenadoras de la vida
histórica, un estado y estadio mental expresivo de grados
avanzados de desarrollo social, la vida institucional en
Venezuela no se perdería. Pero las mentalidades de la mayoría
están hoy tomadas por señuelos demagógicos que provocan
más bien la regresión.
28 El régimen vigente parte de una concepción pugnaz de la
política como antagonismo o lucha entre las fuerzas del bien y
las del mal en una evidente concepción agustiniana de la
historia de raigambre maniquea. El enfrentamiento es
existencial, no agonal: so pretexto moral, se busca el
exterminio del enemigo político, no la convivencia libre y
respetuosa con él. Este parentesco con la concepción
tradicional cristiana del poder y de la Historia, se retuerza
tanto más cuando se recuerda las veces que más de un
portavoz —incluso de sorprendente militancia política— ha
sorprendido al auditorio con la recurrencia a la concepción
descendente del poder de un gobernante aparentemente
respetuoso del estado de derecho, en esencia tiránico o
pintorescamente despótico, en todo caso, legibus solutus,
sobre el cual sólo está Dios y, según la circunstancia, Bolívar.
29 Esta referencia discrónica a Bolívar se relaciona con la
contrapartida progresista de esta reflexión: el esquema
revolucionario que en el siglo xviii adversaba a la concepción
tradicional cristiana de la existencia: el esquema progresista
de la Revolución. La alusión al tema bolivariano se remite a las
fuentes rousseaunianas y al mito; al Poder Moral y a la imagen
del héroe elevada a la gloria al amparo de la frustración del
medio siglo. Pero el esquema progresista no sabría tomar la
mano de la concepción moderna de la Libertad, entendida -
como hemos dicho— como propia de individuos moralmente
autónomos (dotados de Mundigkeit) responsables y garantes
de su propio orden. En el umbral del siglo xix las dos opciones
del nuevo ciudadano habían estado representadas en el
patriotismo (acceso a la Libertad por la vía del sentimiento y la
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pasión) y en la civilidad (acceso a la Libertad por la vía


conceptualizadora de la razón). La historia habría mostrado lo
tremendamente difícil que era realizar la Libertad por la
civilidad; aquellas sociedades complejas, heterogéneas e
inconstituidas se quedaron en el patriotismo sin convertir al
pueblo en sociedad civil. Las recurrencias actuales al Padre de
la Patria, al mito fundacional de la República por la
Constitución, a la entrega de todo por la Patria hasta el
sacrificio y la inmolación, confundido todo con simpatías por
algún rasgo de influencia fascistoide y un castrismo
trasnochado que se ha venido revelando primero vergonzante
y luego abiertamente hasta un grado de impudicia
inexplicable, no se enrumban al logro de una civilidad que
continúa pendiente; sólo tendrían la opción anacrónica,
infecunda para el logro del país moderno, de volver a
deambular por la misma ruta sin destino seguro ni rentable a
casi dos siglos de 1810.

EL JUEGO DE LA OCA
30 Podemos terminar. En la actualidad, pues, en clima más
abyecto y por tanto en circunstancia más confusa y difícil, se
abren las mismas brechas, las mismas dos opciones del
momento inicial. A las puertas del nuevo siglo, volvemos a
topar, en aguas más contaminadas, con las viejas fórmulas del
patriotismo y de la civilidad. La primera, ensayada, se probó
insuficiente, y no parece bastar instrumentalizada y pervertida
en el momento actual. El sentido de la Historia coloca, así, en
la necesidad de ensayar la fórmula todavía inédita de la
civilidad. Subyace empolvada en los escritos de Simón
Rodríguez, del cual sólo se invoca hoy su frase más hueca v
peor interpretada.: “o inventamos o erramos”. Y se inventa
mal para errar peor. No se invoca, en contrario, su clamor
angustiado por la educación cívica del pueblo para convertirlo
en “sociedad” al dotarlo de autonomía moral, saberes,
profesionalidad, capacidad ciudadana para estructurar el
ámbito de la vida pública en un clima de Libertad. Ese clamor
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no fue escuchado; fue recurrentemente subestimado e


incomprendido por gobernantes personalistas y oligarquías
con intereses particulares prioritarios y preferentes a la
creación de un contexto ciudadano eventualmente incómodo.
31 Hoy por hoy, la fórmula del patriotismo y la invocación del
pueblo soberano para entusiasmarlo con los mismos mitos,
son más rentables frente a la ignorancia y la inconsciencia de
habitantes impreparados expuestos a cualquier demagogia que
quiera perdurar. Duraría más y sería sólida, la democracia
capaz de estimular responsable y seriamente la fórmula de la
civilidad. Ello sería posible cuando su actualización sea
comprendida por gobernantes y ciudadanos que no se sientan
“pueblo” sino “sociedad”, cuando lleguen a ejercer su
ciudadanía como actividad consciente asumida con la
convicción de que es la única fórmula para configurar una
sociedad de hombres libres, no sólo responsables y garantes de
su propio orden, sino capaces de percibir y de entender los
significados y el sentido de su propia historia. Así, sabiendo
que todo lo hay que empezar por el principio, desde cero,
podría asumirse con seguridad, responsabilidad y conciencia
el destino de un país de naturaleza y situación privilegiadas de
cara al milenio, umbral difícil para la asunción plena de la
propia historia34.

Notas
1. Teoria e Storia della Sfonografía, Bari, Laterza, 1917.
2. En el Seminario sobre Lo público y lo privado convocado y reunido por
la Fundación Manuel García-Pelayo (1993-1995) cuyos resultados (Premio
Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades 1996) se publicaron en
Caracas, 1996, se dejó claro que las notas más esenciales de lo público han
sido “su relación con lo más general, con lo espectacular y con lo político”.
3. La premura con la que escribo estas líneas con el fin de dictar la
conferencia que se me ha pedido, me impide citar con precisión y rigor
testimonios hemerográficos elocuentes de lo que digo. El interés que me
suscita el tema me invita a profundizarlo en un trabajo ulterior más amplio
y riguroso, pero sugiero a los lectores examinar textos de publicistas del

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siglo xix cuyo sentido, paralelo al de los publicistas actuales, es


sorprendente.
4. Rómulo Carbia, historiador argentino de la historiografía, Historia de la
historiografía Argentina, La Plata, 1925, se hacía esta reflexión en relación
con las escuelas histonográficas, al observar que no se sucedían o
superaban, cerrando sus posibilidades de análisis, sino que, por el
contrario, podían estar simultáneamente vigentes.
5. Por eso posee un interés enorme la aproximación a la concepción que los
hombres políticos tienen de la historia, porque es en ese marco de
referencia que se inserta su acción. Véase el trabajo inédito de Irayma
Camejo sobre el particular “Los actores políticos y la historiografía”,
Caracas, Universidad Central de Venezuela, Doctorado de Ciencias
Políticas, junio 1992.
6. A ese caudal de reflexión se refirieron precisamente las consideraciones
preliminares del primer curso que escuché a Manuel García-Pelayo en la
Escuela de Historia a fines de los años cincuenta. No vacilo en recordar
aquellos viejos apuntes, complementados por mi propia preocupación por
problemas que, hoy por hoy, como vamos a ver, pueden ser de inminente
actualidad.
7. Hoy sería lícito pensar, a la luz de alguna concepción sistémica de la
historia, que progreso o decadencia son relativos a las distintas áreas de la
realidad histórica, porque un progreso técnico puede no estar acompañado
de un progreso jurídico, y así en relación con todas las esferas de la
realidad.
8. Puede verse al respecto la obra de Arthur Lovejoy y Franz Boas,
Primitivism and Related Ideas in Antiquity, New York, Octagon Books,
1965, pp. 1-22.
9. Las recientes reflexiones que nuestro siglo tiene sobre el fin de la
historia (Fukuyama) apuntan hacia el inmovilismo en una forma que invita
a pensar en el modelo histórico-cultural del antiguo Egipto, repetidor de
formas arquetípicas milenarias. El contexto histórico global del mundo
actual, no obstante, lleno de influencias multiculturales, inquieto y
pluridireccional, parece desmentirlo. Queda por ver, no obstante, cómo se
resolverá en él, en lo venidero, la doble percepción de progreso y
decadencia que simultáneamente, y en relación con los distintos ámbitos
de la realidad, respira nuestra época.
10. Véanse M. C. D'Arcy, S. J., The Meaning and Matter of History, a
Christian View, New York, Meridian Books, 1959; Urs Von Balrhasar,
Teología de la Historia, Madrid, Guadarrama, 1959; Rudolf Sohm,
Outlines of Church History, Boston, Beacon Press, 1958.

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11. Es la concepción que se deriva de diversas obras expresivas de este


pensamiento tradicional que, sin duda, fueron conocidas en la Venezuela
de vísperas de la Independencia. Véanse, entre otros, Antonio Vila y
Camps, El Vasallo instruido en las principales obligaciones que debe a su
legitimo monarca, Madrid, Imp. de M. González, 1792; Joaquín Lorenzo
Villanueva, Catecismo de Estado según los principios de la Religión,
Madrid, Imp. Real, 1793; Antonio Xavier Pérez y López, Discurso sobre la
honra y deshonra legal, Madrid, Blas Román, 1781; J. A. E. V, Et Reyno
feliz. Sistema moral y político, y por prueba, la Religión, Madrid,
Repullés, 1806.
12. Véanse Ernst Cassirer, Filosofía de la Ilustración, México, Fondo de
Cultura Económica, 1943; Louis Villat, La révolution et l'Empire, París,
Presses Universitaires de France, 1947; Graciela Soriano, “Sociedad civil e
incivil en Venezuela”, en Vigencia hoy de Estado y Sociedad, Caracas,
Fundación Manuel García-Pelayo, 1997.
13. Este tema fue objeto de un Seminario de investigación sobre “La
disolución del orden civil en Venezuela durante la guerra de
Independencia” en el post grado de Historia de la Universidad Católica
Andrés Bello durante 1990.
14. Los títulos son, respectivamente, Memoriales sobre la Independencia,
Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961; Memorias del Regente
Heredia, Madrid, Editorial América, 1916; Recuerdos sobre la rebelión de
Caracas, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961; Memorias del
Mariscal de Campo D. Juan Manuel de Cagigal sobre la Revolución de
Venezuela, Madrid, Junta Superior de Archivos, 1960; Memorias de un
militar: la guerra de América, París, Viuda de Bouret, s.f.
15. Respectivamente: Relación documentada de los principales sucesos
ocurridos en Venezuela desde que se declaró Estado independiente hasta
1821, Caracas, Editorial Élite 1943; “Representación al Rey del 30 de julio
de 1809” en BANH, xii, 52; Bosquejo de la Repolución en la América
española, Caracas, x Conferencia Interamericana, 1953; Memorias del
General Rafael Urdaneta, Madrid, Editorial América, s.f.; Bosquejo
histórico de la revolución de Venezuela, Caracas, .Academia Nacional de la
Historia, 1960.
16. Discurso de incorporación a la Academia de la Historia: Martínez
Marina, historiador del Derecho, Madrid, 1991.
17. Véanse las obras de Simón Rodríguez, Las sociedades americanas,
Caracas, Biblioteca Avacucho, 1986; Francisco Bilbao, El evangelio
americano, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988, y D. F. Sarmiento,
Conflicto y armonía de las razas en América, Buenos Aires, 1883.

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18. Es importante destacar el interés que tiene hurgar en la noción y el


concepto de “despotismo” para entender muchos de los enigmas de las
formas y comportamientos políticos hispanoamericanos en sus dificultades
para asumir la autonomía moral y, por ende, la vida en Libertad. El
seminario permanente sobre “Personalismos políticos hispanoamericanos
del s. xix” que por décadas hemos coordinado en el Doctorado de Ciencias
Políticas de la Universidad Central de Venezuela, ha insistido en la
necesidad de especificar los significados de términos como “dictadura”,
“tiranía” v “despotismo”, entre otros, en relación con este problema.
Véanse los trabajos de Elena Plaza, La tragedia de una amarga
convicción, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996 y El último
régimen del General José Antonio Páez Caracas, Universidad Central de
Venezuela, 2001, elaborados en el clima de este seminarlo.
19. Resumen de la Historia de Venezuela, en colaboración con Ramón
Díaz, París, Garnier, 1841.
20. Gobernante personalista y constitución son el binomio que preside la
historia de las formas políticas hispanoamericanas de los siglos xix y xx.
Salvo contadas excepciones (Rosas, Francia V Páez en su último régimen),
son impensables el uno sin la otra.
21. Véase en el catálogo de la Academia Nacional de la Historia la lista de
fuentes para el estudio de la Independencia publicadas entre 1960 y 1961.
22. Respectivamente Historia Constitucional de Venezuela, Caracas,
Ministerio de Educación, 1953-1954; Vida de Bolívar, 1863; Historia
Contemporánea de Venezuela, Caracas, Presidencia de la República, 1954.
23. Véase mi trabajo El personalismo político hispanoamericano del siglo
xix. Proposiciones y criterios metodológicos para su estudio, Caracas,
Monte Avila Editores, 1996.
24. Libertad y despotismo, Buenos Aires, Imán, 1942.
25. Entrevista concedida con ocasión de esta conferencia. Giacopini
Zárraga es un caso interesante de la reflexión histórica presente. Es un
pensador “ágrafo”, es decir, sin obra escrita que citar, lo cual no impide
recurrir a él en la medida en que -dentro de una peculiar posición
ideológica de tendencia autoritaria- posee una de las memorias más
nutridas de la historia venezolana de los dos últimos siglos.
26. Declaraciones a El Universal. Octubre de 1999.
27. Entrevista concedida con ocasión de esta conferencia. Caracas, lunes
11-10-1999.
28. Ver nota 5.

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29. En este sentido, las cimas son variables, según la ideología, partido,
situación, inclinación ideológica que se tenga. Así por ejemplo, la posición
democrática conservadora ve el punto culminante en los períodos de López
y Medina; para simpatizantes y militantes de Acción Democrática puede
ser el trienio o el 23-1; simpatizantes y militantes de AD y COPEI pueden
compartir la cima de Punto Fijo. Conversación con Arturo Uslar Pietri del
4-10-1999; con Rafael Caldera el 11-10-1999.
30. Avala esta afirmación la presencia en la política venezolana de los
últimos tiempos de algunos personajes cuya edad y “hoja de vida” permite
vincularlos a algún ciclo histórico anterior.
31. En más de un seminario del Instituto de Estudios Políticos de la
Universidad Central de Venezuela, se realizaron estudios sobre el tema,
muchos de cuyos resultados se recogieron, en su momento, en diferentes
números de Politeia. Entre los resultados más notables, la tesis de
Humberto Njaim sobre La corrupción, un problema de Estado, Caracas,
Universidad Central de Venezuela, 1996. Véase también el minucioso
trabajo de Ruth Capriles en Diccionario de la corrupción en Venezuela,
Caracas, Consorcio de Ediciones Capriles, 1989-1992, 3 vols. Asimismo, mi
trabajo “La virtud, el vicio, la corrupción y el despotismo”, en Revista de la
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, N° 84, Caracas, Universidad
Central de Venezuela, 1992.
32. Tirada interesante de los dados en una de las últimas “manos” de
nuestro constante “juego de la oca” histórico. Curioso que ella se debiera,
no a un político improvisado e irreflexivo, sino a una de nuestras cabezas
políticas de mayor renombre intelectual.
33. Véase mi “Aproximación histórica a lo público y lo privado...” en Lo
público y lo privado: redefinición de los ámbitos del Estado y de la
sociedad, Caracas, Fundación Manuel García-Pelayo, 1996, pp. 44 y ss.
34. Una primera versión de este trabajo se elaboró en 1998 en el marco de
las jornadas sobre el “V Centenario de Venezuela” coordinado por el Dr.
Ramón J. Velásquez en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo
Gallegos (CELARG). Fue publicada en folleto, de escasa difusión. Mi
interés por el tema no se ha agotado allí, lo que me ha permitido enriquecer
aquella primera versión hasta la redacción actual.

Autor

Graciela Soriano

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Universidad Central de Venezuela/


Fundación Manuel García Pelayo
(Venezuela)
© Institut français d’études andines, 2006

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Referencia electrónica del capítulo


SORIANO, Graciela. Formas del curso de la historia en Venezuela:
¿Historia con sentido o “juego de la oca”? In: Mitos políticos en las
sociedades andinas: Orígenes, invenciones, ficciones [en línea]. Caracas:
Institut français d’études andines, 2006 (generado el 04 janvier 2023).
Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/5190>. ISBN:
9782821844179. DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea.5190.

Referencia electrónica del libro


CARRERA DAMAS, Germán (dir.) ; et al. Mitos políticos en las sociedades
andinas: Orígenes, invenciones, ficciones. Nueva edición [en línea].
Caracas: Institut français d’études andines, 2006 (generado el 04 janvier
2023). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/5173>.
ISBN: 9782821844179. DOI: https://doi.org/10.4000/books.ifea.5173.
Compatible con Zotero

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