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Para qué enseñar la historia


Enrique Florescano
M ayo 1, 1999

La enseñanza de la historia es indispensable para el


conocimiento del ser humano viviendo en sociedad. En México se
ha olvidado este propósito. De hecho, la enseñanza de la historia
es espejo del desastre mayor que padece el sistema educativo
nacional. Este artículo, que forma parte del libro Para qué
estudiar y enseñar la historia, de próxima publicación en el
Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América,
caracteriza las deficiencias y expone la necesidad de una reforma
radical de la enseñanza de la historia.

Si damos un salto desde los tiempos remotos hasta los días actuales,
advertimos que los motivos que hoy nos mueven a enseñar la historia no
difieren sustancialmente de los fines que animaron a nuestros antepasados
indígenas. Enseñamos a nuestros descendientes la historia propia y la de
otros pueblos para hacerlos conscientes de que son parte de la gran
corriente de la historia humana, de un proceso que se inició hace miles de
años y por el que han transitado pueblos y civilizaciones distintos a los
nuestros.
:
Enseñamos el pasado porque somos conscientes de que el “pasado fue el
modelo para el presente y el futuro”. En cierta manera, el conocimiento del
pasado es la clave del “código genético por el cual cada generación
reproduce sus sucesores y ordena sus relaciones. De ahí la significación de
lo viejo, que representa la sabiduría no sólo en términos de una larga
experiencia acumulada, sino la memoria de cómo eran las cosas, cómo
fueron hechas y, por lo tanto, de cómo deberían hacerse”.1

Enseñar el desarrollo histórico de los pueblos equivale entonces a ser


conscientes, en primer lugar, de nuestra temporalidad, a situarnos en
nuestra propia circunstancia histórica.

La primera lección del conocimiento histórico es hacernos conscientes de


nuestra historicidad. “La vida humana se desarrolla en el tiempo, es en el
tiempo donde ocurren los acontecimientos y (…) es en el transcurso del
tiempo que los hombres escriben la historia”.2 Los individuos, así como los
grupos y las generaciones humanas, requieren situarse en su tiempo, en el
inescapable presente que irremediablemente forjará su propia perspectiva
del pasado y sus expectativas del futuro. La dimensión histórica, con su
ineludible juego entre el presente, el pasado y el futuro, es el ámbito donde
los seres humanos adquieren conciencia de la temporalidad y de las
distintas formas en que ésta se manifiesta en los individuos y en los grupos
con los que éste se vincula.
:
La conciencia de que nuestras vidas se realizan en el tiempo y se modifican
con el transcurrir temporal la adquirimos primeramente en el seno de la
vida familiar y en el propio entorno social. La primera noción de que el ser
humano está vinculado con sus antecesores en una suerte de cadena
temporal se adquiere con los padres y los ascendientes de los que éstos
provienen. En el seno de la familia el niño adquiere por primera vez
conciencia de que es un eslabón temporal de un grupo social cuyos
orígenes se sitúan en un pasado remoto. Es en el seno de la familia donde
se percata de las diferencias de edad y donde adquiere noción de los
cambios que el paso del tiempo induce en la vida humana. Más tarde esta
percepción individual de la temporalidad se convierte en percepción social
cuando el joven o el adulto entran a formar parte de generaciones, grupos y
clases sociales. La apreciación de que el grupo, la tribu o la nación también
cambian con el transcurso del tiempo aparece cuando el individuo se
inserta en la vida social de su momento histórico.

El proceso histórico, además de verificarse en el tiempo, ocurre en el


espacio. Tiempo y espacio son los dos ejes del acontecer histórico. Los
hechos históricos, una vez situados en el tiempo, requieren ser ubicados en
el lugar donde ocurren, deben ser registrados en una geografía precisa.
Cualquier persona que se acerca al pasado, y con más razón el historiador,
está obligada a conocer el lugar exacto donde ocurrieron los hechos y a dar
cuenta de las características de ese espacio.
:
Por estos rasgos del conocimiento histórico en muchos países la historia
marcha emparejada con la geografía. No puede haber conocimiento
fidedigno de los acontecimientos sin el registro pormenorizado del
territorio donde éstos ocurrieron. Sin caer en las aberraciones que
proclamaron que el lugar o el clima determinaban la naturaleza de los
acontecimientos históricos, es un hecho que el medio geográfico impone su
huella sobre las obras humanas. El historiador, como el géografo, está
entonces obligado a conocer el ámbito ecológico que rodea la vida social
para explicar el peso del medio natural en el desenvolvimiento de los seres
humanos.

Por otra parte, el conocimiento histórico, al reparar en las circunstancias


que promueven el desarrollo de los individuos, las familias, los grupos o las
naciones, nos lleva a percibir la singularidad de esos grupos, nos hace
percatarnos de sus rasgos propios y de los lazos de identidad que los unen.
El conocimiento histórico enseña que desde los tiempos más remotos los
seres humanos se organizaron en grupos, tribus, pueblos y naciones
dotados de un profundo sentimiento de solidaridad e identidad. Al mismo
tiempo que el conocimiento histórico destaca la naturaleza social de los
seres humanos, nos acerca a los artefactos que contribuyeron a soldar los
lazos sociales: la lengua, los rasgos étnicos, el territorio, las relaciones
familiares, la organización política…
:
Por las razones anteriores se puede afirmar que el conocimiento histórico
es indispensable para preparar a los niños y los jóvenes a vivir en sociedad:
proporciona un conocimiento global del desarrollo de los seres humanos y
del mundo que los rodea. El conocimiento histórico es, ante todo,
conocimiento del ser humano viviendo en sociedad. Si las nuevas
generaciones están obligadas a conocer el presente, es conveniente que lo
hagan a partir del pasado que ha construido ese presente. Es necesario que
cada generación sepa actuar en el presente fundada en el conocimiento que
le proporciona el análisis de la experiencia pasada.

Desde el inicio de la vida civilizada el conocimiento histórico ha sido el


mejor instrumento para difundir los valores de la cultura nacional y para
comprender el sentido de la civilización humana. La historia, al recoger y
ordenar el conocimiento del pasado, se convierte en el almacén de la
memoria colectiva, en la salvaguarda de la nación. La historia es el saber
que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las
naciones y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado
de los individuos: es el saber que desvela las raíces sociales del ser humano.

Para que la historia pueda cumplir sus funciones culturales, sociales,


nacionales y educativas es preciso que satisfaga los siguientes requisitos:

1. Ofrecer a los niños conocimientos básicos sobre la historia y la geografía


de México, con el fin de familiarizarlos con los fundamentos de la cultura
nacional. Enseñar a los alumnos la historia y la geografía equivale a darles
:
una visión del mundo y una memoria.

2. Despertar la curiosidad de los niños y los jóvenes por su pasado.


Fomentar, mediante el uso de diversos métodos activos y complementarios,
el estudio de los orígenes familiares y sociales, así como los de la región y la
nación. Esta enseñanza es la base de su patrimonio cultural, concebido
como una herencia del pasado a los seres humanos contemporáneos, que
permite a cada uno encontrar su identidad. La identidad del ciudadano se
basa en esta apropiación del patrimonio cultural heredado.

3. Hacer sentir a los niños y a los jóvenes que los conocimientos históricos
no son adquisiciones definitivas, sino saberes sujetos a revisión constante.
Lo que hoy conocemos puede ser modificado por el conocimiento de
mañana, o puede ser puesto en duda por nuevos descubrimientos. El
estudio de la historia debe fomentar la idea de que el conocimiento es un
proceso en constante renovación, y estimular el sentido crítico y el espíritu
de observación.

4. El estudio de la historia debe asimismo estimular las facultades que el


humanismo propone desarrollar: “la capacidad crítica de análisis, la
curiosidad que no respeta dogmas ni ocultamientos, el sentido del
razonamiento lógico, la sensibilidad para apreciar las más altas
realizaciones del espíritu humano, la visión de conjunto ante el panorama
:
del saber, etcétera”.3 Enseñar a los alumnos a leer e identificar, es decir, a
reconocer y nombrar, y más tarde a construir algunas frases para darle
sentido a las cosas así reunidas, ejercita el juicio crítico y el razonamiento.

5. Rebasar el campo de la historia de México para hacer comprender a los


jóvenes la importancia de la civilización y de la historia de otros pueblos. El
conocimiento de otras culturas y tradiciones es la mejor manera de
estimular la comprensión y el espíritu de tolerancia entre los jóvenes.

6. Utilizar los ejemplos históricos para enseñar cómo funciona la vida y la


sociedad, y cómo pueden los jóvenes conocer los derechos y los deberes de
los seres humanos, cómo se forjaron los valores que sostienen y alimentan
al conjunto social, y cómo se reconocieron y aceptaron esos valores en el
desarrollo histórico de los pueblos. Comprender el mundo contemporáneo
y actuar sobre él como persona libre y responsable, exigen el conocimiento
del mundo en su diversidad y en su desarrollo histórico.

7. Reafirmar la idea de que educar “es creer en la perfectibilidad humana, en


la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que
hay cosas (símbolos, técnicas, valores. memorias, hechos…) que pueden ser
sabidos y que merecen serlo, en que los hombres podemos mejorarnos
unos a otros por medio del conocimiento”.4
:
Aun cuando desde los inicios de nuestro sistema educativo la historia fue
considerada una asignatura importante, sus contenidos, los modos de
enseñarla, la formación de los profesores, los métodos que la difunden y sus
resultados poco han contribuido a formar mejores ciudadanos y mexicanos.
Casi no hay estudios sistemáticos que registren el desempeño
pormenorizado de la enseñanza de la historia en las escuelas mexicanas.
Pero los escasos que existen confirman la exactitud del diagnóstico hecho
por un libro dedicado a examinar la realidad educativa del país: una
catástrofe silenciosa recorre los diferentes ámbitos del sistema educativo
nacional.5 Veamos, con mayor precisión, dónde se ubican estas catástrofes
y cuáles son sus características.

Los contenidos. Supuestamente la enseñanza de la historia debería ofrecer


a los niños y jóvenes una idea general sobre la formación de su país, sobre
los principales procesos históricos que intervinieron en su desarrollo y
sobre la diversidad de su población. Asimismo, la enseñanza de la historia
debería ser un apoyo de la formación cívica de los estudiantes, debería
capacitarlos para comprender la realidad social y el mundo que los rodea, y
ofrecerles instrumentos básicos para actuar en el mundo exterior.
Supuestamente la enseñanza de la historia, como la enseñanza en general,
debería preparar a los niños a pensar bien, a reflexionar con propiedad y a
manejar el conocimiento aprendido, de tal manera que pudieran transitar
de la vida escolar a la vida productiva como individuos activos,
participativos y creativos.
:
Sin embargo, en la realidad, los contenidos de los libros de texto y de los
programas escolares se dedican a formar en las mentes de los niños una
concepción estrecha del desarrollo histórico del país, dominada por la idea
de una identidad nacional uniforme. No hay congruencia entre los
propósitos declarados de la enseñanza de la historia y los métodos
adoptados para transmitirla, que están regidos por la memorización y las
prácticas obsoletas. El problema mayor que presentan los libros de texto es
que su contenido carece de un propósito definido desde el punto de vista
histórico y pedagógico. No está claro qué se quiere enseñar de la historia de
México, ni para qué ni cómo. Los libros de texto tampoco enseñan a pensar
y explicar los procesos históricos. A veces hay una contradicción flagrante
entre los temas seleccionados y los métodos adoptados para explicarlos.
Los materiales didácticos se reducen al libro de texto, que es utilizado
como única fuente de información y de consulta. En fin, según los expertos,
la educación básica padece las siguientes deficiencias:

Al igual que en la primaria, el plan de estudios de la educación secundaria


continúa basado en una pedagogía abstracta, de información, irrelevante
para la vida real de los estudiantes; se transmiten contenidos desvinculados
del entorno social específico en donde se realiza la práctica educativa y, por
esta vía, se garantiza el divorcio entre el conocimiento escolar y las
demandas efectivas de la sociedad.6
:
Por lo general, las horas dedicadas a la enseñanza de la historia resultan
insuficientes para cubrir el número de las materias. La disparidad entre los
propósitos de los programas escolares y la realidad de la enseñanza se
manifiesta en múltiples renglones. La contradicción entre el número de
horas realmente disponibles y las materias que deberían enseñarse hace
imposible cumplir el programa anual, lo cual deriva en frustración tanto
para los profesores como para los alumnos.

Los métodos de enseñanza. Sabemos que entre la población mexicana una


de las lecturas más frecuentadas es la de los libros de historia; pero en las
escuelas los niños unánimemente tienen esta materia como la más aburrida
y la consideran un verdadero suplicio. Según algunas encuestas los niños y
jóvenes rechazan las clases de historia porque están basadas en la
memorización y en procedimientos tradicionales. Son clases en las que
están ausentes las técnicas que han renovado la impartición de
conocimientos. Los profesores no fomentan el trabajo colectivo o las
prácticas de grupo, y también están en contra de los métodos
experimentales, las innovaciones pedagógicas y las visitas a museos o a los
lugares históricos. En general, se manifiestan en contra de las técnicas que
ponen en relación directa al alumno con los temas de estudio, y con las
prácticas que los hacen pensar y actuar como individuos racionales. En
todos estos casos el estudiante no es considerado un sujeto activo, sino un
paciente sometido a la tutela del educador.7
:
Los educadores. En nuestro país, el “elemento constitutivo central de la
educación es el maestro”.8 Sin embargo, los profesores son, sin duda alguna,
uno de los puntos más débiles del actual sistema educativo. Las encuestas
realizadas en el área de historia señalan que están mal pagados y carecen de
motivaciones sociales e intelectuales para cumplir con su cometido, males
que comparten con los demás profesores del sistema. Las encuestas revelan
que en la mayoría de los casos no tienen una preparación especializada en
los temas históricos. Los datos disponibles informan que gran parte de los
profesores que imparten estas materias se formaron en otras
especialidades. Esas mismas encuestas indican que los programas de
actualización no han servido para remediar las deficiencias iniciales en la
preparación de los maestros. Es decir, por su propia formación deficiente
los profesores son los primeros en reproducir en el salón de clases los
conocimientos obsoletos, las pedagogías inapropiadas y la frustración entre
los alumnos. Son también los primeros en evadir el análisis y la autocrítica,
pues atribuyen los fracasos de su enseñanza al exceso de materias, la falta
de programas didácticos y de materiales de trabajo adecuados, o a las
autoridades de la escuela.9

Otro de los problemas que afecta la enseñanza de la historia es la


desvinculación entre el profesor de la materia, las autoridades de la escuela
y los padres de los alumnos. En general, los directores de la escuela y los
Jefes de Enseñanza desconocen los enfoques, las pedagogías y las
necesidades del programa de historia, por lo cual no prestan oídos a los
planteamientos que hacen los docentes, o toman una posición contraria a
:
sus demandas.10 El sentimiento de frustración que crea esta relación se
agudiza porque los docentes no están organizados académicamente para
hacer valer sus críticas y propuestas. Estas deformaciones se han
profundizado porque los padres de familia que las perciben no tienen voz
ni voto en la educación que se imparte a sus hijos. Están completamente
marginados del sistema escolar.

En resumen, entre los retos que enfrenta el sistema educativo está el de


“desarrollar su capacidad para atender integralmente al docente, desde su
formación inicial hasta su actualización, procurar el mejoramiento de sus
condiciones de trabajo y de salario, y reconocer su valorización social”.11

Los alumnos. En la lista de catástrofes que agobian al sistema educativo


mexicano uno de los sectores más agraviados es el de los alumnos. El
primer agravio proviene de la frustración que experimenta el niño que va a
la escuela a aprender la historia de su patria y recibe en cambio una retahíla
de nombres, fechas y acontecimientos que antes que comprender tiene que
memorizar. El segundo agravio lo reciente cuando en lugar de que la
escuela establezca una relación de mutuo aprendizaje entre él y sus
profesores, propicia una relación gobernada por el autoritarismo, la no
comunicación y la represión. El tercer y más resentido de los agravios es la
carga de aburrimiento, apatía, rechazo y nulo aprovechamiento que inunda
al alumno en las clases de historia; una carga que ahoga cualquier estímulo
para estudiar, comprender o investigar.12
:
Es decir, la enseñanza de la historia es contraria a los ideales básicos del
sistema educativo. En lugar de enseñar inocula deficiencias en la formación
de los alumnos y malquista al estudiante con la educación, los profesores y
la escuela. Antes que estimular a los alumnos a ejercitar la crítica y abrirse
al entendimiento de nuevos problemas, los encierra en la memorización
insustancial y la apatía. Estas deformaciones de la enseñanza de la historia
se localizan en la enseñanza básica y se prolongan en la media y superior.
Es decir, hay una crisis general de la enseñanza de la historia en el sistema
educativo mexicano.

No nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de


nosotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando
éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia. Sobre
esta imagen, que para cada quien es un descubrimiento del mundo y del
pasado de las sociedades, se incorporan de inmediato ideas fugitivas o
duraderas (…) al tiempo que permanecen, indelebles, las huellas de
nuestras primeras curiosidades y de nuestras primeras emociones. Marc
Ferro13

Si esta aseveración de Marc Ferro es cierta, como lo creo, entonces los


mexicanos estamos obligados a emprender una reforma radical de la
enseñanza de la historia, porque la historia que hasta ahora hemos
enseñado en nuestras escuelas está plagada de deficiencias y se enseña
terriblemente mal. No soy experto en asuntos educativos ni en materias
:
pedagógicas, dos aspectos clave en cualquier programa de reforma
educativa. Sin embargo, pienso que la reforma que necesitamos debe
sustentarse en una estrategia que aspire a alcanzar los siguientes objetivos.

Primero. Promover una encuesta exhaustiva de la situación actual del


sistema educativo. Como dije antes, en México son escasas las encuestas
rigurosas sobre un fenómeno tan cambiante y sujeto a transformaciones
profundas como la educación. Los países avanzados hacen periódicamente
este tipo de ejercicios de evaluación y anualmente revisan las variables más
sensibles a los cambios. Es evidente que para emprender una reforma
rigurosa del sistema educativo se requiere una encuesta exhaustiva, amplia
y sistemática, que permita elaborar un diagnóstico realista de los problemas
que hoy afectan a las tareas educativas. Y es asimismo necesario que esa
acción se encomiende, como se hace regularmente en Francia y otros
países, a las personas más capacitadas y comprometidas con los desafíos
educativos de su país.14

Segundo. Elaboración de un programa de reformas basado en los


resultados de la encuesta anterior. Es imprescindible que la propuesta de
reformas a los métodos de enseñanza y al sistema educativo sea elaborada
por una comisión integrada por un equipo de profesores, pedagogos,
historiadores, padres de familia, escolares y expertos altamente calificados
y comprometidos con el buen desarrollo del sistema educativo. Quiero
:
decir que deberá ser una comisión independiente del sistema corporativo
que hoy impide que la educación sea un asunto de interés público y una
responsabilidad nacional.

Tercero. El programa de reformas debe estar integrado por acciones


inmediatas, seguidas por otras de mediano y largo plazo, y las tres deberán
ser objeto de evaluaciones periódicas que habrán de darse a conocer a la
opinión pública.

La reforma de la enseñanza de la historia y del sistema educativo no puede


olvidar que la enseñanza “nunca es una mera transmisión de conocimientos
o destrezas prácticas, sino que se acompaña de un ideal de vida y de un
proyecto de sociedad”.15 La nueva propuesta educativa debe ser coherente
con el proyecto de sociedad democrática que están construyendo los
mexicanos, y debe rechazar los ideales de educación negativos. Como dice
Savater, el proyecto democrático y universalista de educación debe rechazar
“el servicio a una divinidad celosa cuyos mandamientos han de guiar a los
humanos, la integración en el espíritu de una nación o de una étnia como
forma de plenitud personal, la adopción de un modelo sociopolítico único
capaz de responder a todas las perplejidades humanas, sea desde la
abolición colectivista de la propiedad privada o desde la potenciación de
ésta en una maximización de acumulación y consumo que se compromete
con la bienaventuranza”.16
:
Por último, para alcanzar estos objetivos, habría que retomar las
propuestas sociales del Acuerdo Nacional para la Modernización de la
Educación Básica (1992). El mensaje de este documento decía que la
“magnitud y trascendencia de la obra educativa que reclama el futuro de
México entraña la participación de cuantos intervienen en los procesos
educativos”, por lo que es indispensable fortalecer la capacidad de
organización y participación en la base del sistema: la escuela misma, los
maestros, los padres de familia y los alumnos. Se trataba de “desplegar la
energía social para un decidido enriquecimiento de la educación”, fundado
en “una amplia participación social en la educación”.17

Enrique Florescano
Historiador. Entre sus libros, Memoria mexicana y La bandera mexicana:
Breve historia de su formación y simbolismo.

1 Eric Hobsbawm: On History. Weidenfeld and Nicholson. Londres, 1997, p.


28.

2
Charles Samaran (comp.): L’histoire et ses méthodes. Bibliothèque de la
Pleiade, Gallimard, Paris, 1961. p. 37.
:
3
Fernando Savater: El valor de educar. Instituto de Estudios Educativos y
Sindicales de América, México. 1997. p. 125. Véase también el manual
francés Histoire-Geographie, Education Civique. Centre National de
Documentación Pedagogique. París, 1998.

4 Ibid. pp. 23-24.

5
Gilberto Guevara Niebla (comp.): La catástrofe silenciosa. Fondo de
Cultura Económica. México, 1992. Véase también Felipe Martínez Rizo:
“La planeación y la evaluación de la educación” en Pablo Latapí Sarre
(comp.): Un siglo de educación en México. Fondo de Cultura Económica.
México, 1998,I, pp. 288-318.

6 Gilberto Guevara: Ibid., pp. 45-46; véase también Victoria Lerner Sigal:
“El manejo de los contenidos en la enseñanza de la historia: el factor
tiempo y el factor espacio” en La enseñanza de Clío, UNAM-CISE- Instituto
Mora, México, 1990, pp. 209-230; Raúl Vargas Segura: Del pensamiento
histórico a su aprendizaje, Mecanoescrito, 1999.

7
Raúl Vargas Segura: Ibid., pp. 3-4.

8
Silvia Schmelkes: “La educación básica” en Pablo Latapí Sarre (comp.):
Op. cit., p. 185.

9 Raúl Vargas Segura: Op. cit.. pp. 8-10; Schmelkes: Op. cit., pp. 186- 187.
:
10
Silvia Schmelkes: Ibid., pp. 189 y ss.

11 Silvia Schmelkes: Ibid., p. 191. Véase también María de Ibarrola: “La


formación de los profesores de educación básica en el siglo XX” en Pablo
Latapí Sarre (comp.): Op. cit., pp. 230-275.

12
Raúl Vargas: Op. cit., p. 4. Véanse tPara qué estudiar y enseñar la
historiaambién los artículos que tratan estos temas en la obra de Victoria
Lerner: Op. cit.

13 Marc Ferro: Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero.


Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 9.

14
Un modelo de este tipo de encuestas es el ya citado de René Girault:
L’historié et la géographie en question, Ministère de l’éducation nationale,
Paris, 1983.

15
Fernando Savater: Op. cit., p. 155.

16 Ibid. pp. 163-164.

17
Pablo Latapí Sarre: “Perspectivas hacia el siglo XXI” en Op. cit., pp. 422-
423.
:
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