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DELIMITACIONES SOBRE
EL CONCEPTO DE MIEDO

Los miedos son fenómenos muy comunes durante la infancia y


la adolescencia, presentan características evolutivas (ontogené-
ticas), suelen descender con la edad, tienden a ser más frecuentes
en las niñas que en los niños, y no suelen darse al azar, sino que
poseen un significado biológico-evolutivo (filogenético). Antes de
abordar estos (naturaleza evolutiva de los miedos) y otros aspectos
centrales del presente libro (estructura y adquisición de los mie-
dos), merece la pena que dediquemos cierta atención a la concep-
tuación del constructo de miedo y a su diferenciación respecto a
otros conceptos relacionados, como la ansiedad y las fobias. La
presentación de tal diferenciación no pretende en ningún mo-
mento ser exhaustiva, sino más bien establecer de forma introduc-
toria dicha separación con el único propósito de delimitar nuestro
marco de análisis.

I. DIFERENCIACIÓN ENTRE EL MIEDO


Y LA ANSIEDAD

La ansiedad y el miedo con frecuencia se han utilizado como


conceptos intercambiables, si bien se han señalado también al-
gunos aspectos que podrían servir para diferenciarlos. La ansie-
dad suele definirse como «una reacción emocional consistente
en sentimientos de tensión, aprensión, nerviosismo y preocupa-
ción, acompañados de activación del sistema nervioso autóno-
mo simpático (sudoración, aceleración de la frecuencia cardiaca
y respiratoria, temblor, etc.). La ansiedad posee la característica
particular de ser de naturaleza anticipatoria. Es decir, posee la
capacidad de anticipar o señalar un peligro o amenaza para el
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propio individuo» (Sandín, 1997, pp. 4-5). Específicamente


hablando, la ansiedad consiste en una anticipación tensa y desa-
gradable de una amenaza vaga. Una persona con ansiedad tiene
dificultades para identificar la causa de sus reacciones de males-
tar o la naturaleza del suceso anticipado; generalmente, se trata
de una anticipación de sucesos difusos. En la ansiedad no está
claro ni el comienzo ni el final de la reacción de ansiedad, pues
suele tratarse de un estado generalizado y persistente (Rachman,
1998; Sandín, 1999a).
El concepto de miedo es equivalente al de ansiedad, pero
difiere de esta porque la reacción no es difusa, puesto que ocu-
rre como respuesta a un estímulo concreto, real o imaginario
(Marks, 1969). Como ha sugerido Rachman (1998), estricta-
mente hablando el término miedo es utilizado para describir
una reacción emocional a un peligro específico percibido, es
decir, donde la amenaza es identificable (p.ej., una serpiente
venenosa o subirse a un avión). La mayoría de las reacciones de
miedo son intensas y poseen la cualidad de una «reacción de
emergencia». Esta caracterización del miedo implica que este
tenga otras propiedades que no están presentes en la ansiedad,
tales como (1) que el miedo se desvanezca al desaparecer el
objeto o situación amenazante (p.ej., por escape o evitación), o
(2) que tenga un comienzo y un final claramente delimitado en
el espacio y en el tiempo (asociados a la aparición y desaparición
del estímulo).
Algunos autores han separado el miedo de la ansiedad de
acuerdo con la vinculación o tendencia hacia la acción (Epstein,
1972; Öhman, 1993). Tal y como indican estos autores, el
miedo suele estar vinculado a la acción, bien mediante la pues-
ta en marcha de conductas de evitación o huida, o bien median-
te la inactividad absoluta (i.e., conducta de «quedarse congela-
do» o paralización). Por tanto, según esta distinción, el miedo
puede ser interpretado como un motivo que lleva necesaria-
mente al impulso de evitación o escape, mientras que, por el
contrario, la ansiedad consiste en un estado de activación no
dirigido o no resuelto. Un estado de activación no dirigido
puede asociarse, por ejemplo, a situaciones en las que es impo-
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sible la discriminación del estímulo, mientras que, en un estado


de activación no resuelto, la acción no se produce a causa de
que las situaciones pueden ser de naturaleza incontrolable
(Öhman, 1993).
Tal vez, una de las aproximaciones teóricas más aceptadas,
sobre todo en el ámbito de la psicopatología de la ansiedad, es
la formulada por Barlow (1988). Barlow establece una separa-
ción entre el miedo, considerado este como una «alarma primi-
tiva», y la ansiedad, considerada como una respuesta de «apren-
sión ansiosa». El miedo, o alarma primitiva, se produce en
respuesta a una situación de peligro presente, y se caracteriza
por una reacción de emergencia o «reacción de lucha-huida»,
con activación del sistema nervioso autónomo simpático; puede
poseer, por tanto, una finalidad claramente adaptativa. En cam-
bio, la ansiedad es una combinación difusa de emociones donde
predomina la aprensión o «aprensión ansiosa» (estructura difu-
sa cognitivo-afectiva). Esta estructura es de naturaleza difusa
porque puede estar asociada a cualquier situación o suceso, y
porque puede manifestarse con marcadas diferencias interindi-
viduales, e incluso con diferencias en la misma persona a través
del tiempo. Aparte de la activación elevada y la percepción de
incontrolabilidad, que son fenómenos comunes a las reacciones
de miedo, la ansiedad (o aprensión ansiosa) implica una focali-
zación desadaptativa de la atención hacia uno mismo (orienta-
ción autoevaluativa de la atención).
Así pues, según la diferenciación establecida por Barlow (1988),
el miedo constituye un fenómeno filogenético, inalterado por la cul-
tura, y vinculado a nuestro sistema ancestral de defensa/protección.
La ansiedad, en cambio, es un fenómeno más cognitivo y difuso, que
se constituye a partir de una combinación compleja de operaciones
emotivo-cognitivas y conductuales (Sandín, 1999a; Sandín y Chorot,
1991).
Recientemente, Gullone, King y Ollendick (2000) han apor-
tado evidencia psicométrica a favor de una separación entre los
constructos de miedo y ansiedad, y más específicamente en
apoyo de la distinción conceptual establecida por Barlow (1988).
Una de las pruebas concluyentes de estos autores, tras la aplica-
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ción del nuevo cuestionario FEQ (Fear Experiences Questionnai-


re), fue la obtención de dos factores separados, uno representa-
tivo del constructo de miedo y otro del constructo de ansiedad
(un tercer factor, que denominaron «experiencias fisiológicas»,
consistía básicamente en manifestaciones fisiológicas de la ansie-
dad). Gullone et al. concluyen su trabajo diciendo que tales
resultados «proporcionan apoyo empírico a la afirmación de que
el miedo y la ansiedad están conceptual y experimentalmente
relacionados, pero en último término son dos fenómenos distin-
tos» (p. 73).

TABLA 1
Factores comunes al miedo y la ansiedad

1. Anticipación de un peligro
2. Tensión y aprensión
3. Activación elevada
4. Estado emocional negativo
5. Intranquilidad
6. Orientación hacia el futuro
7. Cambios corporales manifiestos
8. Sensaciones desagradables (malestar emocional y corporal)

Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 19).

Gullone et al. (2000) sugieren, así mismo, que sus hallazgos


son muy consistentes con la separación que hace Barlow (1988)
entre la ansiedad y el miedo. Como indicamos arriba, para Bar-
low la ansiedad es fundamentalmente un estado del ánimo
orientado hacia el futuro; emoción que, a niveles óptimos, posee
la función adaptativa de mejorar el rendimiento. En cambio, el
miedo sensibiliza al organismo para sobrevivir ante el peligro, es
decir, representa una reacción emocional con fuertes tendencias
hacia la acción (i.e., escape) y, en último término, alerta del peli-
gro y promueve la supervivencia; el miedo es una emoción pri-
mitiva y básica.
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TABLA 2
Diferencias entre el miedo y la ansiedad

Miedo Ansiedad
Focalización específica de la amenaza Origen incierto de la amenaza
Conexión conocida entre la amenaza Conexión desconocida entre
y la respuesta (miedo) la amenaza y la respuesta
(ansiedad)
Normalmente episódico Prolongada
Tensión circunscrita Intranquilidad generalizada
Amenaza identificable Puede darse sin objeto
Provocada por señales de amenaza De comienzo incierto
Disminuye al retirarse la amenaza Persistente
Área de amenaza circunscrita Sin límites claros
Amenaza inminente Amenaza raramente inminente
Cualidad de una emergencia Vigilancia mantenida
Sensaciones corporales Sensaciones corporales
de emergencia de vigilancia
Motivo de evitación/escape Estado de activación no dirigido
(dirigido a la acción) a la acción

Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 20).

Recientemente, nuestro grupo de investigación ha aportado


datos a favor de la distinción entre el miedo, la ansiedad y la
depresión en una muestra amplia de niños y adolescentes (Valien-
te, Sandín y Chorot, 2002a). En dicho estudio observamos que la
varianza común entre la intensidad de miedo y el rasgo de ansie-
dad oscilaba entre el 0,09% y el 29%, lo cual denota que se trata
de dos constructos claramente diferentes. Los resultados obte-
nidos en este trabajo indicaban, así mismo, la existencia de corre-
laciones moderadas entre el miedo y la ansiedad y/o la afectividad
negativa, y correlaciones bajas entre el miedo y la depresión. Tales
datos, aparte de significar una clara evidencia a favor de la distin-
ción entre el miedo y la ansiedad en la infancia y la adolescencia,
fueron también interpretados por nosotros en términos del mo-
delo tripartito de la ansiedad y la depresión (véase Sandín, 1997),
y en línea con la modificación al mismo que supone la separación
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entre el miedo y la ansiedad (Muris, Schmidt, Merckelbach, y


Schouten, 2001; Valiente, Sandín y Chorot, 2002b).
Aparte de otras posibles distinciones que podrían establecerse
entre los conceptos de miedo y ansiedad, a modo de resumen pre-
sentamos en las Tablas 1 y 2 una síntesis de algunos de los aspec-
tos más relevantes que se han venido señalando, tanto en lo que
concierne a los factores comunes a la ansiedad y el miedo (Tabla
1), como en lo que concierne a las características distintivas de
dichos constructos (Tabla 2). Por tanto, entenderemos el miedo
como un fenómeno que, aunque se asemeja a la ansiedad en cier-
tos aspectos, difiere de esta en múltiples facetas.

II. DIFERENCIACIÓN ENTRE EL MIEDO Y LA FOBIA

Los conceptos de miedo y fobia suelen emplearse con cierta


frecuencia en la literatura científica para significar un mismo fenó-
meno, si bien existen algunos aspectos que nos conducen a la
necesidad de establecer cierta distinción entre ambos. Es también
obligado, por consiguiente, que inicialmente refiramos algunas de
las características que se han señalado para diferenciar los miedos
de las fobias, si bien asumiendo que se trata de conceptos extre-
madamente cercanos y difíciles —si no imposibles— de separar en
muchas condiciones.
La diferencia entre el miedo y la fobia es esencialmente de tipo
cuantitativo (Taylor, 1998). El miedo puede consistir en una res-
puesta normal, razonable y apropiada ante un peligro potencial.
La fobia, en cambio, puede definirse como un miedo extremo, y
por tanto implica una consideración clínica del miedo (Sandín,
1999a). Una caracterización más precisa de las fobias, asumida
internacionalmente, es la ya clásica conceptuación establecida por
Marks (1969). Según ha señalado este autor, las fobias son miedos
que reúnen las siguientes características:

1. Son miedos intensos y desproporcionados con respecto al


peligro real de la situación; durante edades no infantiles la
persona suele ser consciente de que el miedo es excesivo.
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Por ejemplo, una reacción de terror a viajar en avión, en un


vuelo normal, es una respuesta desproporcionada.
2. Las reacciones de miedo son irracionales (no pueden ser
explicadas ni razonadas). Los argumentos lógicos suelen ser
irrelevantes (p.ej., el hecho de explicar al individuo el ca-
rácter inocuo de la situación no suele ser efectivo para re-
ducir el miedo). En edades no infantiles, la persona suele ser
consciente de que las respuestas de miedo son irracionales.
3. Las respuestas de miedo no pueden ser controladas volunta-
riamente. Los esfuerzos de la persona para vencer el miedo
suelen ser inefectivos.
4. El miedo conduce a la evitación de la situación temida. Esta
es una característica típica de las fobias. La persona evita la
situación amenazante o escapa si inesperadamente se
encuentra ante ella. En ocasiones se tolera la situación pero
experimentando un elevado nivel de miedo y malestar.

Un aspecto importante que debemos resaltar es que, si bien


la conceptuación establecida por Marks (1969) delimita muy
bien las propiedades esenciales de las fobias, no tiene en consi-
deración la posibilidad de que las reacciones de miedo pueden
formar parte del desarrollo normal del individuo, ya que los mie-
dos que son transitorios y están vinculados a la edad no deberían
ser considerados como fobias (King, Hamilton y Ollendick, 1994;
Sandín, 1997). Estos autores sugieren considerar como prefe-
rente la definición de Miller, Barrett y Hampe (1974), ya que
resulta más apropiada cuando se trata de las fobias que se dan en
la infancia y la adolescencia. Un análisis riguroso en el que se
detallan estas y otras características en relación con la distinción
entre la ansiedad, el miedo y la fobia ha sido presentado por
Pelechano (1984).
De acuerdo con Miller et al. (1974), una fobia es una forma
especial de miedo que implica las siguientes condiciones:

1. No guarda proporción con el peligro real de la situación.


2. No puede ser explicado ni razonado.
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3. Está fuera del control voluntario.


4. Lleva a evitar la situación temida.
5. Persiste más allá de un periodo prolongado de tiempo.
6. El miedo es desadaptativo.
7. No se asocia a una edad o etapa específica del desarrollo.

Como puede apreciarse, las cuatro primeras características


coinciden con las propuestas por Marks (1969). No obstante, la
caracterización de Miller et al. (1974), al poner énfasis en la natu-
raleza transitoria de los miedos y en su curso evolutivo, se con-
vierte probablemente en la definición más aceptada de la fobia
dentro del ámbito de la infancia y adolescencia (King et al., 1994;
Sandín, 1997).
En su revisión sobre la conceptuación de las fobias infantiles,
King y colaboradores destacan como características relevantes la
magnitud o intensidad, el efecto desadaptativo y la duración. Se ha
sugerido, en este sentido, que las fobias son aquellos miedos que
tienen una duración mínima de dos años o una intensidad que per-
turba la actividad cotidiana del niño. Puesto que el criterio de los
dos años no tiene en cuenta la intensidad de malestar experimen-
tado por el niño durante dicho periodo, estos autores indican que
tal vez el criterio más significativo para definir un miedo como
fobia vendría dado por el malestar personal (sufrimiento) y la
interferencia en la vida cotidiana del niño o adolescente.
Aparte de estas consideraciones conceptuales, una interpre-
tación clínica de las fobias, basada por ejemplo en los criterios
de diagnóstico que se establecen en el DSM-IV (APA, 1994),
supone la asunción de los siguientes 7 criterios: (a) miedo exce-
sivo o irracional persistente, (b) respuesta asociada inmediata de
miedo tras la exposición al estímulo fóbico (puede consistir en
una reacción de pánico), (c) conciencia subjetiva de que el
miedo es excesivo o irracional (excepto en los niños), (d) con-
ducta de evitación o tolerancia con sufrimiento, (e) nivel signifi-
cativo de interferencia o malestar, (f) duración de los síntomas
no menor de 6 meses (excepto en menores de 18 años), y (g) las
respuestas de miedo no deben explicarse mejor por otros tras-
tornos psicológicos.
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III. COMENTARIO

Asumimos, por tanto, que los conceptos de ansiedad y miedo


poseen muchos aspectos comunes, aunque también aspectos cla-
ramente diferenciales. Es cierto que con frecuencia se emplea de
forma genérica el término de ansiedad para referirse a diferentes
manifestaciones emocionales, entre las que se incluye el miedo. Sin
embargo, salvo que se especifique otra alternativa, en lo que sigue,
nos referiremos al miedo como algo diferente de la ansiedad y, en
general, según los términos que hemos señalado en el presente
capítulo. Por otra parte, entenderemos los miedos como entidades
no clínicas (i.e., no coinciden con las fobias), es decir, como con-
diciones que pueden ser consideradas como relativamente norma-
les, integradas en el desarrollo, y que desempeñan un valor adap-
tativo y de supervivencia. Estos miedos, no obstante, si son
intensos y se prolongan más allá de los límites que impone el pro-
ceso evolutivo, pueden llegar a ser desadaptativos para el indivi-
duo. Puesto que, como hemos indicado arriba, los miedos difieren
de las fobias básicamente en términos cuantitativos, en ocasiones
será obligado hacer alusión a las mismas con objeto de ubicar más
adecuadamente el significado psicopatológico de algunas caracte-
rísticas de los propios miedos.

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