Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las consultas por diferencias entre los miembros de las parejas tenían, hace años,
coincidencias notables. O bien querían separarse y antes de hacerlo se prestaban a una terapia
de pareja; o bien temían separarse y se trataba de encontrar un camino juntos para salvar
diferencias muy sensibles entre sus miembros. Con mayores y menores matices éstos eran los
comunes denominadores que se encontraban. Hace algunos años apareció un fenómeno
particular. Durante la consulta cualquiera de ellos introduce una expresión absolutamente
nueva: ella puede acusarlo a él por ejercer “violencia de género” o bien él puede enfurecerse
desde el comienzo del diálogo porque es acusado por “violencia de género”. “¡Yo jamás le he
puesto un dedo encima, jamás la he empujado ni he sido violento!”
La respuesta llega muy rápido: “Sí, pero me escondés el dinero que ganás, nunca sé
cuánto estás cobrando, cuánta plata recibís por mes y siempre me decís que gasto demasiado y
que no te alcanza y yo no te creo...”
La intervención masculina no tarda en surgir: “Pero qué tiene que ver con la
violencia... La violencia es de ella porque me hace la vida imposible con sus reclamos...”
Y ella no tarda en retrucar: “Porque me quitás mis posibilidades de tener cosas que
preciso comprar, porque estoy estudiando y necesito libros...”
1
Publicado en el Diario Página 12, Contratapa. Jueves 5 de febrero de 2015.
2
Psicoanalista. Coordinadora del Programa Las Víctimas Contra Las Violencias en el Ministerio de Justicia y
Derechos Humanos de la Nación.
Este malentendido aparece en las consultas con una frecuencia muy interesante desde
la perspectiva de las intervenciones con parejas porque el desentendimiento se enfatiza a
partir de la índole de acusaciones que se intercambian. La expresión “violencia de género” se
transformó en un obstáculo epistemológico para enturbiar los desentendimientos entre dos
personas que tienen motivos serios para diferenciarse y aun para atacarse, y la discusión se
desplaza sobre la expresión “violencia de género”.
Es muy poco probable que un hombre se asuma como violento si se niega a compartir
sus ingresos con su compañera. En décadas anteriores ella me hubiera dicho: “Es avaro, es
amarrete, yo sé que gana bien y me limita aquello que debería darme...” Ahora introduce la
versión que menciona la violencia de género e irrumpe con una acusación que paraliza al
varón, quien se siente injustamente interpelado. Porque no conoce la ley.
Si han decidido separarse y eligieron utilizar el mismo abogado para ahorrarse trámites
y porque hay acuerdos de base para un divorcio pacífico, es frecuente que la terapeuta, por
pedido de las partes, hable con ese abogado. También allí se encuentra con el
desconocimiento de lo que significa violencia de género en una pareja donde hay dos géneros
en juego pero resulta complejo referirse a violencia hacia las mujeres.
Es suficiente con que la mujer la mencione para que se produzca la cerrada oposición
por parte del varón, que insiste en no ser un sujeto violento, asociando violencia con golpes o
ataques físicos. En cambio, logra aceptarlo si la mujer intercala la expresión: “Me insulta
permanentemente”, como un ejercicio aceptado por el varón con un argumento que deriva de
una cotidianidad habitual: “Bueno, pero son las peleas en la pareja... Yo no hago más que
decirle las cosas que normalmente se dicen cuando uno se enoja, o se enfurece... pero no me
va a decir que eso es violencia de género, no me va a denunciar por dos o tres palabrotas que
son cosas de todos los días... tampoco hay que exagerar, no es motivo para una separación”.
Sí, pero es motivo para sostener la acusación de violencia contra la mujer.