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Violencias de género
Introducción
4. Masculinidades y micromachismos
5. Femicidio
Video conceptual
Referencias
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Introducción
En este módulo abordaremos las violencias de género, entendiéndolas como respuestas a patrones
sociales, culturales e históricos. No son hechos aislados, sino que responden a una estructura
patriarcal que naturaliza la desigualdad entre los géneros y violenta la diversidad. Describiremos la
violencia contra las mujeres, las niñas y el colectivo LGBTIQ+, dando cuenta de los tipos de violencias
y sus ámbitos de producción. También indagaremos la relación entre masculinidad, micromachismos
y violencias de género. Por último, caracterizaremos al femicidio como la forma más extrema de
violencia hacia las mujeres.
Para introducirnos en la temática les proponemos observar el documental Nosotras dirigido por la
mexicana Natalia Beristain. El mismo aborda distintos niveles de violencia contra las mujeres,
comenzando por las microviolencias normalizadas. Además, cuenta con los testimonios de mujeres
sobrevivientes de violencia y voces de familiares de víctimas de femicidio. Si bien el documental
aborda las violencias de género en México, los relatos y mecanismos de las violencias son similares a
cualquier país de América Latina.
Nosotras no busca victimizar a las mujeres que han vivido la violencia, ni a aquellas que ya no están
aquí para exigir justicia, sino presentar un retrato de quiénes fueron, sus planes de vida y cómo evitar
que esto suceda. Es un llamado de atención no sólo para las autoridades sino para toda la sociedad
que debe alzar la voz.
Figura 1: Nosotras
Fuente: Beristain N. (2019). Nosotras. En Sector Cine. Recuperado de https: //www.sectorcine.com/noticias/nosotras-natalia-
beristain/
Video 1: Nosotras
Fuente: Proceso. (22 de octubre de 2019). Nosotras. Natalia Beristain. [Video de YouTube]. Recuperado de https: //www.youtube.com/watch?
v=W_M4eMrHHc4
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En los últimos años, el término violencia de género apareció fuertemente en los discursos de los
medios de comunicación, en las políticas públicas, las leyes y en los activismos. Es reconocido como
problema social por sectores educativos, religiosos y científicos. No obstante, es frecuente que se
asocie a las agresiones físicas que reciben las mujeres en sus relaciones de pareja, en ámbitos
privados. Menos visibles son otras situaciones de la vida cotidiana en las que las mujeres son
maltratadas, menospreciadas y abusadas (Tomasini et al., 2017).
Como vimos en el módulo anterior, cuando hablamos de violencias de género no nos referimos sólo a
mujeres víctimas, sino a un entramado de violencias patriarcales enraizadas en nuestra sociedad.
Debemos comprender la complejidad del fenómeno y no quedarnos en la punta visible del iceberg,
sin considerar la fuerte y maciza base que lo sustenta. Las violencias de género se manifiestan en
prácticas claramente visibles (por ejemplo, la agresión física o el asesinato) pero también en prácticas
invisibles, normalizadas y naturalizadas como el humor, la publicidad y el lenguaje sexista o bien la
culpabilización o el chantaje emocional.
Para adentrarnos en la complejidad del fenómeno les proponemos reflexionar sobre las siguientes
escenas y pensar si vivieron alguna similar, cómo la percibieron, cómo la interpretaron y cómo
actuaron al respecto:
El comentario de un docente que señala que las mujeres sirven para secretarias porque
son más organizadas.
El comentario de una docente que pide que un alumno la ayude con la tecnología
porque los varones “saben de estas cosas”.
El señalamiento como “fácil” a las mujeres que usan ropa ajustada, escotes o falda corta.
Los comentarios que justifican que en las organizaciones quienes ocupan puestos de
mando son los varones porque a las mujeres “no les interesa”.
El objetivo es generar preguntas sobre estas escenas que aparecen de manera cotidiana en la
universidad y que no son cuestionadas. ¿Por qué muchos/as docentes dan por sentado que los
varones son más capaces para la tecnología y las mujeres para las humanidades? ¿Por qué se
considera un chiste calificar a una compañera de machona o a un compañero de rarito? ¿Por qué
muchas personas se sienten irritadas cuando alguien se viste de un modo que, presumiblemente, no
se corresponde con el sexo que le asignamos? ¿Cuántas de estas situaciones se asocian con la
violencia de género? Estas escenas ayudan a pensar cuáles son los caminos de la violencia que pasan
inadvertidos, que son cotidianamente aceptados, que abonan la condición de posibilidad y que
hacen aceptables cruentos desenlaces. Son prácticas menos visibles, pero muy eficaces en la
reproducción de desigualdades y de violencias.
A su vez, también es preciso entender que quien(es) actúan de manera violenta no “están locos”,
“enfermos” o “mal de la cabeza” sino que sus acciones son producto de un sistema que normaliza las
violencias. Reducir el intento de comprensión de las violencias a ejemplificaciones de la enfermedad,
olvidar el emplazamiento violento de las relaciones de poder en el género, la raza, la clase, la edad y
pierde la posibilidad de comprenderlas en un entramado mayor, que llamamos matriz
heteronormativa y patriarcal de nuestras sociedades.
A mediados de los años de 1980 comenzaron a realizarse investigaciones y a sistematizar datos sobre
las situaciones de violencia contra las mujeres, a la par se fueron dando diversos avances legales en
el reconocimiento a una vida libre de violencia como un derecho humano de las mujeres. No
obstante, el estado de situación actual y continuo, en nuestro país, la región y el globo, donde una
mujer es asesinada cada 22, 24, 28 o 32 horas, nos habilita a preguntarnos: ¿el cambio normativo legal
de los Estados alcanza para deconstruir los patrones socioculturales sobre el género? ¿El hecho de
contar con leyes y mecanismos de denuncia abre por sí solo las puertas del cambio? La respuesta es
negativa ya que las leyes por sí solas no pueden promover cambios si no van acompañadas por
modificaciones culturales, vinculares y educativas.
Violencia de género:
Es un problema social que afecta principalmente a las mujeres y a las personas con
identidades disidentes en todos los niveles sociales, económicos y culturales. Se trata de
relaciones asimétricas que implican un ejercicio abusivo de poder por parte de quien
ejerce el maltrato.
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Si bien las mujeres y las niñas son las principales víctimas de violencia de género, también lo son las
personas trans, de género no binario y quienes tienen diversas orientaciones erótico afectivas.
Notamos aquí que la categoría universal hombre –blanco, heterosexual y con capital– se encuentra
fuera de la descripción, no porque los varones no sufran violencia o muertes en contexto violento. Lo
que buscamos comprender con la específica categoría de violencia de género es qué tipos de
violencia se generan en el marco de una matriz heteronormativa y patriarcal, trazando diversas
pedagogías de violencia entre los Otros del Hombre genérico.
Muchas personas sostienen que es importante tolerar esas otras identidades y deseos. Pero ¿qué
significa ser tolerante? La tolerancia no significa aceptación, sino que lleva a soportar o incluir a estas
personas mientras que “no nos molesten”. El colectivo de personas LGBTIQ+ no busca tolerancia sino
reconocimiento. Reconocer significa tener en cuenta a cada persona tal como es, reconociendo sus
derechos y libertades (Tomasini et. al., 2018).
En espacios públicos y privados las personas LGBTIQ+ viven situaciones continuas de violación de sus
derechos humanos en forma de discriminación, golpes, violación o acoso, entre otras. Para que esto
suceda es necesario que una sociedad, previamente, haya inferiorizado, discriminado, fragilizado al
grupo social que es objeto de violencia. Por ejemplo, gays y lesbianas que, por su forma de caminar,
hablar o gesticular son destinatarios de una particular violencia que, en muchos casos, conduce a su
muerte. Los índices de transfemicidio llenan las noticias a diario, aunque no siempre logran una
nominación coherente al tipo de violencia que se imprime sobre sus cuerpos, pues, aún enfrentamos
como sociedad problemas para reconocer los derechos del colectivo trans a la existencia, libertad y
ciudadanía.
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Como vimos en la lectura anterior, la violencia contra las mujeres es una violación a los derechos
humanos y es reconocida en tratados internacionales, así como en leyes nacionales y provinciales. En
la Argentina, la ley 26.485 establece que, por violencia contra las mujeres, se entiende toda conducta,
acción u omisión que, de manera directa o indirecta tanto en el ámbito público como en el privado,
basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física,
psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también su seguridad personal. Quedan
comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes.
Se trazan dos tipificaciones: se puede ejercer violencia tanto por acciones concretas (golpes,
agresiones, entre otras) como por determinadas conductas (exposición a situaciones de
desvalorización, desigualdad, etcétera). Aquí la distinción es importante, pues larga es la historia de la
falta de credibilidad en el testimonio de la mujer sobre las situaciones de violencia. Por ejemplo,
cuando el área de recursos humanos de una empresa ante la denuncia de una mujer a un
compañero por insinuaciones y acercamientos inapropiados, que la incomodan y le impiden trabajar
tranquila y libremente, descree de la situación pidiendo evidencias y no adopta medidas de
resguardo. O en casos de denuncia en situaciones de violencia psicológica o maltrato verbal, se
tiende culpabilizar a la mujer utilizando para ello recursos simbólicos que provienen del estereotipo
de “la loca”, es decir fuera de la razón y dentro de la campo de la emocionalidad sin control, del
imperio de las hormonas y de la causalidad de naturaleza.
Para que exista un hecho de violencia de género contra la mujer, no es requisito indispensable la
existencia de una marca física visible. De este modo, existe una multiplicidad de actos, hechos y
omisiones que son violencias, con efectos y daños en la vida de las mujeres. Rita Segato habla de
violencia moral como aquella que está presente en todas las relaciones y prácticas sociales, que no
puede detectarse fácilmente y, por eso, es difícil nombrar. En sus palabras:
Violencia física
–
Son acciones que se emplean contra el cuerpo de la mujer produciendo dolor y daño, así como cualquier otra
forma de maltrato que afecte su integridad física. Puede darse a través de empujones, cachetadas, golpes de
puños, golpes con objetos, quemaduras con cigarrillos, con ácidos, heridas con objetos, armas, hasta llegar a
provocar la muerte de la mujer, en cuyo caso nos encontramos frente a un femicidio.
Violencia psicológica
–
Son conductas que causan daño emocional y disminución de la autoestima. Perjudican el desarrollo personal o
buscan controlar sus acciones, creencias y decisiones, mediante amenaza, acoso, restricción, humillación,
deshonra, descrédito, manipulación o aislamiento. Este tipo de violencia, por su normalización, suele pasar
inadvertida (Chiarotti, 2012, p. 11). Por ejemplo:
cuando la mujer quiere ascender en su trabajo y su pareja la ridiculiza tildándola de ambiciosa, la culpabiliza
porque sus hijos e hijas necesitan más de ella o pone en duda sus capacidades (autoestima) manifestando
que el trabajo le va a costar mucho esfuerzo;
el caso de un noviazgo en el que se controla la ropa a través de chistes o el estilo de vestir marcando qué es
lo ubicado y lo desubicado, se controlan horarios y salidas;
el caso en el que se menoscaban las potencialidades de la mujer y de sus opiniones mediante frases como:
“siempre ella quiere tener la razón en todo”, “cállate, que no sabes nada”, etcétera.
Violencia sexual
–
Son acciones que implican la vulneración, con o sin acceso genital, del derecho de la mujer de decidir sobre su
vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación. Incluye la violación
dentro del matrimonio o de otras relaciones vinculares o de parentesco, exista o no convivencia, así como la
prostitución forzada, explotación, esclavitud, acoso, abuso sexual y trata de mujeres (Chiarotti, 2012, p.47).
Acoso Sexual
–
El acoso sexual es un tipo de violencia sexual que puede darse en diversas relaciones, como las laborales. En
este caso, se pueden condicionar ascensos o la continuación de la relación laboral a la obligación de soportar en
silencio propuestas sexuales. Puede consistir, también, en la persecución reiterada con chistes, imágenes,
acercamientos inapropiados, comentarios incómodos, etcétera, en el ámbito laboral. Generalmente, implica una
relación de poder jerárquica, pero también puede existir horizontalmente entre compañeros y compañeras de
trabajo. Otro ejemplo de relaciones con desequilibrio de poder en las que puede darse acoso sexual es el
vínculo entre docentes y alumnado.
Violencia simbólica
–
Se ejerce a través de patrones estereotipados, mensajes, valores o signos que transmiten y reproducen
dominación, desigualdad y discriminación, naturalizando la subordinación de la mujer. Es una violencia invisible
y, por ello, difícil de identificar. Puede ir disfrazada de chistes, como los que hablan de la maldad de las suegras,
o de que a las mujeres les gusta que las violen o los que muestran a las mujeres como inferiores, tontas o
descerebradas (Chiarotti, 2012, p. 16).
Violencia política
–
En diciembre de 2019 se aprobó la incorporación a la ley de violencia de género de la tipología de la violencia
política como otra de las formas de violencia contra las mujeres. Se define como la que se dirige a menoscabar
o a impedir la participación política de la mujer, vulnerando el derecho de participación en los asuntos públicos
en igualdad de condiciones.
¿En qué ámbitos se produce la violencia contra las mujeres?
La violencia contra las mujeres es un complejo fenómeno que no queda reducido al ámbito privado
de las relaciones interpersonales, afectivas o familiares, sino que también tiene lugar en el ámbito
social, comunitario y público.
Es importante comprender que existen estas dimensiones para poder advertir la densidad que la
violencia de género tiene en el entramado del sistema patriarcal. Sin embargo, no debemos dejar de
mencionar que la violencia de género doméstica aporta los más graves índices estadísticos de
ocurrencia, una de cada dos mujeres asesinadas lo es a manos de su pareja, ex pareja o familiares.
"Cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia. Se calcula que,
de las 87.000 mujeres asesinadas intencionadamente en 2017 en todo el mundo, más de
la mitad (50.000) murieron a manos de sus familiares o parejas íntimas. Más de un tercio
(30.000) de las mujeres asesinadas intencionadamente en 2017 fallecieron a manos de su
pareja íntima o de una pareja anterior" (ONU Mujeres, 2020).
“La pandemia empeoró la situación porque la medida de prevención del COVID encerró a
las mujeres con sus agresores los 7 días, las 24 horas. Incluso en donde no había violencia
ahora empezó a aparecer. Por eso aumentaron las llamadas al 144 y los pedidos de ayuda.
Además, en los últimos 25 días de septiembre hubo un femicidio cada 24 hs cuando antes
el promedio era uno cada 30 y al principio de la cuarentena 2 cada 29 horas”, alertó Mabel
Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM, 2020).
Violencia institucional
–
Son las acciones o conductas realizadas por funcionarias/os, profesionales, personal y agentes pertenecientes a
cualquier órgano, ente o institución pública que tienen como fin obstaculizar o impedir que las mujeres tengan
acceso a las políticas públicas y ejerzan sus derechos. Quedan comprendidas las que se ejercen en los partidos
políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, deportivas y de la sociedad civil.
Violencia laboral
–
Se ejerce mediante la discriminación a las mujeres en los ámbitos de trabajo públicos o privados. Obstaculiza su
acceso al empleo, contratación, ascenso, estabilidad o permanencia en ese empleo, exigiendo requisitos sobre
estado civil, maternidad, edad, apariencia física o realización de test de embarazo. Constituye también violencia
contra las mujeres en el ámbito laboral quebrantar el derecho de igual remuneración por igual tarea o función.
Incluye el hostigamiento psicológico en forma sistemática sobre una determinada trabajadora con el fin de
lograr su exclusión laboral.
El acoso es una forma de violencia sexual que puede darse en el ámbito del trabajo y junto a otras formas de
violencia (discriminación, hostigamiento, persecuciones) son vivenciadas por las mujeres en las etapas de
búsqueda laboral y en el desarrollo del trabajo.
Violencia mediática
–
Comprende la publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipadas a través de medios masivos de
comunicación promoviendo, de manera directa o indirecta, la explotación de mujeres o sus imágenes,
injuriando, difamando, discriminando, humillando o atentando contra su dignidad. También es violencia
mediática la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la
desigualdad de trato o construyendo patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores
de violencia contra las mujeres.
Comprendidos los tipos de violencias, así como sus modalidades es fundamental trabajar en la
prevención de las violencias de género desde edades tempranas. Se puede consultar material
educativo para trabajar con jóvenes:
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4. Masculinidades y micromachismos
La masculinidad no es única, no hay una sola forma de ser varón. No obstante, en nuestra sociedad
prevalece un modo de ser varón denominado masculinidad hegemónica que funciona como un
ordenador de las relaciones de género. Este arquetipo del ser varón se impone de manera invisible y
se establece como medida de lo normal. Es un modelo que se enseña, mayoritariamente, a los niños
y adolescentes sobre cómo deben comportarse, qué tienen que pensar y qué sentimientos pueden
expresar y cuáles reprimir. Indica que el hombre debe ser activo, fuerte, no expresar emociones, no
demostrar miedo, ser jefe de hogar y proveedor. Además, para este modelo, el autocuidado del
cuerpo se asocia a vulnerabilidad. Prescribe la heterosexualidad como obligatoria y esto implica la
estigmatización de las masculinidades que no cumplan con dicha norma (Olavarría, 2001).
Desde pequeños se les enseña a los niños la obligación de ser valientes, agresivos y a ejercer el poder
y el control en todos los ámbitos de la vida. Este modelo hace prevalecer el dominio y los privilegios
masculinos. Pero ¿qué son los privilegios masculinos? Los podemos ver claramente a través de
algunos ejemplos en la vida adulta: salarios más altos por igual trabajo, más crédito a sus aptitudes
de liderazgo, menos críticas por su actividad sexual, entre otros. Estos procesos de socialización, que
construyen privilegios, son múltiples y se dan en simultáneo entre la familia, la escuela, los espacios
de recreación, entre otros. Al respecto, un reportaje de la National Geographic del año 2017 muestra, a
través de fotografías realizadas en diferentes partes del mundo, cómo debe hacer un niño del siglo 21
para convertirse en hombre. Se exploran diferentes actividades (peleas, circuncisión, cacerías, manejo
de armas) que se convierten en rituales y señalan el paso de niño a adulto en diversas sociedades.
Publicación:
Género, la revolución.pdf
25.1 MB
Fuente: National Geographic en español. (2017). Género, la revolución. Recuperado de https: //otdchile.org/wp-content/uploads/2017/01/National-
Geographic-en-Espanol-Enero-2017.pdf
Este modelo que asocia la figura del hombre con: ser proveedor, la temeridad, el control sobre el
otro/a, el manejo de situaciones, la heterosexualidad, la represión de sentimientos y la realización de
prácticas que afectan su propia salud es un modelo que naturaliza la violencia de género y que pone
en riesgo la vida de niños, niñas, mujeres y otros hombres (De Keijzer, 1997). En este mismo sentido,
Segato (2018) considera que el mandato de masculinidad tiene una afinidad significativa entre
masculinidad y guerra, masculinidad y crueldad, masculinidad y distanciamiento, masculinidad y
baja empatía. Por ello, sostiene que este mandato obliga a los varones a demostrar constantemente
su virilidad, es decir “exige al hombre probarse hombre todo el tiempo” (Segato, 2018, p. 40). Este
estatus de privilegio necesita exhibirse a través de la potencia sexual, bélica, de fuerza física,
económica, intelectual, moral y política.
Otro concepto que nos ayuda a comprender las relaciones de género, que está en la base del iceberg
de la violencia de género, es el de micromachismos. Esta noción se refiere a los mecanismos sutiles e
imperceptibles del ejercicio del dominio masculino en lo cotidiano y que atentan en diversos grados
contra la autonomía femenina. Son estrategias, manipulaciones o maniobras para sostener
privilegios, imponer razones y ubicarse por encima de mujeres.
Micromachismos
De este modo, si queremos relaciones de género más igualitarias y menos nocivas podemos
recuperar el desafío que plantea Bonino (1993): “Es más fácil hablar de la violencia y dominación de
los “otros varones”, los que realizan violencias muy visibles. Hablar de micromachismos implica que
los varones reconozcan ese hábito de dominación, enfrenten el desafío de realizar una autocrítica de
la propia posición” (p.5 )
En este sentido, se habla de “nuevas masculinidades” o de “varones en deconstrucción”. A
continuación, te invitamos a leer la noticia periodística titulada "Los hombres no lloran" hacienco
click aquí.
Fuente: Magnani R. (2019). Los hombres no lloran. En Clarín. Recuperado de https: //www.clarin.com/sociedad/piensan-actuan-varones-quieren-
deconstruirse_0_FoqgKyfOf.html
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5. Femicidio
De este modo, el femicidio es una categoría necesaria para pensar en las interconexiones de la
violencia en el patriarcado, la misoginia social, las relaciones de subalternidad y de dominación
impuestas sobre las mujeres por el hecho de serlo y los patrones históricos, culturales y simbólicos
que nos permiten comprenderla y normalizarla, como condiciones de posibilidad y constitución de la
violencia femicida.
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Recientemente, varios países modificaron sus
legislaciones para hacer lugar a la categoría de
femicidio como una tipificación legal específica
Una categoría legal
que implica la investigación de las muertes de
mujeres por violencia femicida en el contexto
de su producción.
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Referencias
Chiarotti, S. (2012). Por el Derecho a un vida sin violencia. Rosario, Argentina: Instituto de Género,
Derecho y Desarrollo (INSGENAR). Recuperado de
https://insgenar.files.wordpress.com/2012/04/manual-violencia.pdf
De Keijzer, B. (1997). El varón como factor de riesgo. Masculinidad, salud mental y salud reproductiva.
En E. Tuñón (Ed.) Género y salud en el Sureste de México. Villahermosa, México: ECOSUR y UJAD.
Informe ONU mujeres (2020). Hechos y cifras: Poner fin a la violencia contra las mujeres. https://www.unwomen.org/es/what-we-
do/ending-violence-against-women/facts-and-figures
Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia: Ensayos sobre género entre la
antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos [versión en línea]. Buenos Aires, Argentina:
Universidad Nacional de Quilmes - Prometo.
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