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INTRODUCCIÓN GENERAL

“Por una parte la traducción suprime las diferencias entre una len-
gua y otra; por la otra, las revela más plenamente: gracias a la tra-
ducción nos enteramos de que nuestros vecinos hablan y piensan
de un modo distinto al nuestro”
Octavio Paz, “Literatura y literalidad” (1991)

1. En La frOntEra
El siglo xv es una época de “crisis”, en el sentido etimológico del tér-
mino, de “cambio”, en la que conviven hombres del Medievo con inci-
pientes humanistas, un momento que se alimenta del pasado y que
servirá de impulso al futuro, un siglo en el que coincide un grupo de es-
critores, fundamentalmente cristianos, que se servían del latín como
lengua de cultura pero que, cada vez más a menudo, escribían en caste-
llano además de en latín y, más aún, escribían obras en latín que ellos
mismos traducían, un período en el que la traducción de los clásicos va
a cobrar un inusitado protagonismo y en el que se comenzará a traducir
entre lenguas vulgares.
titulábamos un trabajo anterior a propósito de la “frontera del siglo
xv ” (López fonseca 2012) con las palabras de Petrarca, en sus Rerum
memorandarum libri (1.19.4), que aludían a que se sentía colocado en
el límite de dos pueblos mirando a la vez atrás y adelante, uelut in confinio
duorum populorum constitutus ac simul ante retroque prospiciens. Este per-
sonaje fronterizo sintió, aún en el siglo xiv, los primeros chispazos de
un tiempo nuevo que se cernía sobre la Europa latina. andando el
tiempo, en el siglo xv, la cultura en España atravesaba una época de tran-
sición en la que el influjo francés cedía ante el italiano, circunstancia que

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traducción y ELEMEntOs ParatExtuaLEs

a la postre iba a permitir que la cultura clásica grecolatina llegara a cas-


tilla. así, el reinado de Juan ii (1406-1454) se convertiría en el “pórtico
del renacimiento” en España, en un momento en el que solo había un
imperfecto conocimiento de las letras latinas y ninguno de las griegas y
en el que, por tanto, la traducción iba a cobrar un nuevo protagonismo.
Estaba ocurriendo algo importante que elevaba las miras de nuestra cul-
tura y que alimentaba al titubeante y balbuciente vulgar romance que
intentaba desarrollar una literatura digna de tal nombre. Lo más impor-
tante es que los grandes protagonistas de la cultura del momento eran
conscientes de ello y de que arrastraban una ilustre pero onerosa carga:
el latín. El marqués de santillana, Íñigo López de Mendoza, en una carta
dirigida a su hijo Pedro González, tras informarle de que había recibido
varios libros desde italia y haciendo referencia explícita a la Ilíada, decía:
“E pues no podemos aver aquello que queremos, queramos aquello
que podemos. E si caresçemos de las formas, seamos contentos de las
materias” (cartagena 2009: 180). En la castilla del xv se difundieron
y propagaron un gran número de obras clásicas que pusieron en circu-
lación los humanistas italianos, junto con escritos originales suyos y
con traducciones al latín de obras griegas. creemos, siguiendo a Otta-
vio di camillo (1976), que el concilio de Basilea (1431-1437), mo-
mento en el que algunos de nuestros autores entraron en contacto con
los humanistas italianos, supuso un punto de inflexión en este desarro-
llo al que ha de sumarse un contacto previo, a saber, el encuentro en
1427 de alfonso de cartagena con jóvenes portugueses estudiantes en
Bolonia que le descubrieron traducciones del griego al latín realizadas
por Leonardo Bruni, así como la presencia, desde la segunda mitad del
siglo xiv, de estudiantes y profesores castellanos en el colegio de san
clemente de los Españoles y en la universidad de Bolonia (González
rolán 2011).
tras varias décadas de debate, creemos que hoy puede darse por su-
perada la idea de una castilla cuatrocentista tosca y bárbara, así como
la controversia surgida a comienzos del pasado siglo que llevó a emi-
nentes investigadores como Hans Wantoch (1927) y viktor Klemperer
(1927) a negar la existencia en España del renacimiento. no obstante,
sí ha permanecido anclada hasta nuestros días la idea de que España se
incorporó con “retraso” al gran renacimiento, idea acuñada por Ernst
robert curtius en un capítulo titulado, precisamente, “El ‘retraso’ cul-

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intrOducción GEnEraL

tural de España” (1984 [=1955]: 753-756), idea cuya fortuna ha anali-


zado recientemente con gran brillantez Ángel Gómez Moreno (2012).
Puede que ese tópico del retraso cultural se haya sustentado en el falso
prejuicio, bien es cierto que muy arraigado desde la ilustración, de que
España estuvo aislada y carecía de un suficiente conocimiento del latín,
a lo que habría de sumarse el desconocimiento y desprecio, por qué no
decirlo, que han manifestado por lo hispánico estudiosos allende nues-
tras fronteras y también muchos españoles. ahora bien, para compren-
der adecuadamente nuestro pasado, sea medieval o renacentista,
debemos antes liberarnos de esas fáciles y reiteradas etiquetas para tratar
de estudiar conjuntamente y no por separado ambos períodos, porque
no se puede conocer y valorar el humanismo sin relacionarlo directa-
mente con los siglos que le precedieron, esto es, hemos de partir de la
idea de que España, como otras naciones y culturas europeas, ha de
haber surgido de los restos del mundo clásico cristianizado. así, y en
contra de lo que se ha venido sosteniendo, creemos estar en disposición
de afirmar que el humanismo renacentista se difundió y arraigó en nues-
tro país a lo largo de la primera mitad del siglo xv y, lo que es más im-
portante para nuestro cometido actual, la traducción tuvo una destacada
importancia como “acelerador” de la cultura y del desarrollo del vulgar
romance. Es así que la mayoría de los escritores de la primera mitad del
siglo fueron traductores y estimaron tanto sus obras traducidas como
las suyas propias.
Para stefan schlelein (2012: 95-96), hay cuatro personajes que en-
carnan la cara más visible del humanismo castellano hasta mediados de
siglo, cuando fallecen los tres últimos: Enrique de villena, alfonso Gar-
cía de santa María, obispo de Burgos, Íñigo López de Mendoza, mar-
qués de santillana, y el poeta Juan de Mena. Por supuesto hubo más
autores, pero estos cuatro serían los protagonistas indiscutibles y con-
siguieron esa reputación ya entre sus contemporáneos: así lo demues-
tran los elogios a santillana en el momento de su muerte; la atención
crítica que le dedican los italianos a cartagena en la controuersia Alphon-
siana; y el tratamiento extraordinario que supone la edición de la obra
de Mena por parte de Hernán núñez de toledo a inicios del siglo xvi.
a estos autores habría que sumar, en una segunda fase del humanismo
en castilla, la figura y actividades literarias y filológicas de antonio de
nebrija. Estos dos períodos estarían separados por otro de transición

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traducción y ELEMEntOs ParatExtuaLEs

comprendido entre finales de los años 50 y los años 80: la primera ge-
neración de humanistas, o protohumanistas, había fallecido ya, mientras
que la influencia de nebrija y sus discípulos estaba solo empezando a
relucir. son años que se caracterizarán por dos rumbos distintos. Por
una parte están los eruditos de educación humanista, como alfonso de
Palencia o Juan de Lucena, que, a pesar de las diferencias entre sus obras,
muestran una influencia clara del humanismo italiano. Por otra parte hay
otros autores como diego de valera, Hernando del Pulgar o rodrigo
sánchez de arévalo en cuyas obras la impronta humanística, existente
sí, no resulta en ocasiones tan evidente. ambos grupos comparten un
espacio social parecido: se mueven en el entorno de la corona, en la corte
regia, ya sea como cronistas, embajadores o secretarios, o en una corte
nobiliaria o episcopal.
Podemos hablar, en ese período comprendido entre los años 20 y
80, entre la traducción de la Eneida por Enrique de villena en 1427, el
Omero romançado de Mena y las primeras publicaciones de nebrija, de
una fase de recepción “cortesana” del humanismo en la cual un grupo
reducido de mecenas y literatos desempeñó un papel decisivo para dicha
recepción. La figura del marqués de santillana puede ser un buen ejem-
plo de esa generación fronteriza entre lo antiguo y lo moderno (Gómez
Moreno 2001 y navarrete 2000). don Íñigo era indudablemente un im-
pulsor importantísimo de los nuevos intereses culturales y literarios,
con una orientación obvia hacia italia como muestran sus Sonetos fechos
al itálico modo. Pero el interés de santillana tanto por los textos clásicos
como por los contemporáneos italianos se muestra especialmente en el
contenido de su famosa biblioteca, compuesta en buena medida por
traducciones adquiridas en italia. no se puede negar que santillana era
un “avanzado” de su tiempo, aunque no hubiese dado el paso completo
hacia un modo de pensar nuevo, sino que se movía entre dos mundos,
esto es, era un personaje también “fronterizo”. Que no era un humanista,
digamos, puro queda claro si nos detenemos en su dominio de las len-
guas clásicas. sabemos por su propio testimonio que no sabía latín, lo
que explicaría su afán por las traducciones, algo que podría justificarse
por su situación social: pertenece a un estamento nobiliario en el que
la enseñanza del latín no estaba prevista salvo para los aspirantes a una
carrera eclesiástica. a pesar de ello, intenta manejar esa falta de conoci-
miento de la lengua de roma a través de la traducción, que le permite

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saciar sus ansias de leer a los clásicos. Lo que es innegable es que el mar-
qués es uno de los vértices de la traducción cuatrocentista, puede que
incluso, como aseguran carlos alvar y José Manuel Lucía Megías (2009:
135), “el máximo impulsor de las traducciones en el siglo xv ”. de ma-
nera directa o indirecta, como señala José francisco ruiz casanova
(2000: 95), gran parte de la labor humanística y de los traductores, du-
rante la primera mitad del siglo xv, tiene que ver con Íñigo López de
Mendoza (1398-1458) de modo que, incluso, Julio-césar santoyo
(2004b) habla de una “escuela de traductores” del marqués. En torno a
su figura se desarrollará la traducción de autores clásicos hasta el punto
de que se compara esta empresa con la realizada por la escuela alfonsí
(García yebra 1994: 124). El papel del marqués para la recepción y di-
fusión del humanismo en castilla reside también en su papel de mece-
nas que le llevó a convertir su corte de Guadalajara en un auténtico
centro de actividad literaria. Entre los autores que allí destacaron se en-
cuentra fernán Pérez de Guzmán, autor de las Generaciones y semblanzas
(Barrio 1998 y folger 2003), colección de 34 bocetos biográficos que,
según robert folger (2003: 9-10), aún se encuentra firmemente situada
dentro de una red intertextual medieval –para apreciar un paso adelante
hacia modelos humanísticos en la descripción biográfica tendremos que
fijarnos en Hernando del Pulgar y su obra Claros varones de Castilla, es-
crita a mediados de la década de los 80 del siglo xv–.
sirvan estas rápidas pinceladas para testimoniar que nos encontra-
mos en una época de “crisis” con una situación muy heterogénea res-
pecto a la recepción de ideas y modelos del humanismo italiano.
Mientras casi todos los autores se dejan influir por algún que otro mo-
tivo típico de los italianos, como es la referencia a la antigüedad clásica,
sobre todo romana, otros elementos faltan. stefan schlelein (2012: 107-
109) explica esta paradójica situación recordando que el primer huma-
nismo fue apoyado en gran parte por individuos de un grupo social
ajeno a una educación latina, por lo que le faltaba la herramienta básica
para una dedicación pormenorizada en la línea del humanismo filoló-
gico y latino. Palencia y arévalo serán dos ejemplos de la ventaja de la
que gozaban los clérigos, mientras que nebrija será el prototipo de una
nueva fase humanista basada ya en una sólida educación filológica. a
esto ha de sumarse que la transmisión manuscrita era apta para aumen-
tar la heterogeneidad de una presencia puntual y para frenar la velocidad

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traducción y ELEMEntOs ParatExtuaLEs

de difusión. solo la imprenta era capaz de poner a disposición de grupos


más amplios textos ejemplares y, con ello, modelos literarios de un
modo homogéneo que podía favorecer la difusión de las nuevas ideas. y
es que la imprenta, que será el medio central de difusión de ideas de cual-
quier tipo a partir del siglo xvi, solamente era un medio de última hora
en el siglo xv, por lo que todavía nos movemos predominantemente en
una época manuscrita. Pero, además, era preciso otro elemento: la vo-
luntad de recibir y adquirir las nuevas ideas. La novedad en este sentido
no fue solo una nueva forma de escribir y un mayor apoyo en el pasado
grecorromano, sino sobre todo un cambio de actitud hacia las letras y la
educación, que tenía su máxima expresión en la exaltación de la lengua
latina. sea lo que fuere, el humanismo no es una adscripción fija, los eru-
ditos no se convierten en humanistas de una vez por todas. Por ello, en
esta época vemos cómo los autores castellanos vacilaban en muchos
casos entre la agonizante Edad Media y el incipiente humanismo.
El latín aún era la principal lengua de la acción pedagógica. Más allá
de ser conocido en toda Europa, se distinguía de las lenguas vulgares
por tener una relación ancestral con la escritura y por estar dotado de
una norma gramatical establecida desde hacía mucho tiempo, realidad
de la que dan testimonio las numerosas gramáticas en circulación por
aquel entonces. Es así que, en el siglo xv, el estudio de la cultura latina,
relanzado por el humanismo italiano y más tarde llevado a toda Europa,
dará origen a un importante desarrollo de la sistematización gramatical.
Este desarrollo afectó en un principio solamente al latín, pero posterior-
mente se trasladó a las lenguas vernáculas, en un momento en el que se
intensificaba su uso como instrumento de registro por escrito, en buena
medida gracias a la traducción. La imprenta contribuirá a la homoge-
neización de métodos y de reglas gramaticales, si bien los vulgares no
dejarán de presentar un acentuada variabilidad, testimonio de las im-
portantes transformaciones que se estaban produciendo en las estruc-
turas de tales sistemas lingüísticos.
Este siglo será testigo de acontecimientos que cambiarán de forma
radical el devenir de la cultura y de la historia. El nacimiento de la im-
prenta, junto con el florecimiento de las lenguas vernáculas, representa
la primera gran revolución, no solo cultural, social y política, sino tam-
bién y muy especialmente la primera revolución en el campo de la tra-
ducción. La cultura llegará a un número mayor de personas, los libros

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intrOducción GEnEraL

se imprimirán en mayor abundancia sentando las bases de una “cultura


de masas” que se concentra en los núcleos de población urbana, con los
gremios de artesanos y la incipiente burguesía, y los estados europeos
comienzan a preocuparse por establecer lazos de unión económica, po-
lítica y cultural entre ellos. El invento de Gutenberg modificó definiti-
vamente las condiciones del movimiento de las ideas, apoyado en el
recurso a las lenguas vernáculas. El progresivo abandono del latín ori-
ginará debates entre eruditos acerca de la dignidad de las lenguas anti-
guas y modernas, pero ya era inevitable que los vulgares comenzaran su
evolución, aunque no resultaba fácil expresar con ellos ciertos conceptos
pulimentados desde antiguo en las lenguas clásicas. El movimiento
hacia una amplia comunicación popular, en el que la traducción era fun-
damental, era evidente pero no siempre fácil.

2. La iMPOrtancia dE La traducción
Es sencillo ponerse de acuerdo en que la traducción como aspiración a
la totalidad no existe, en que la existencia de lenguas distintas demuestra
que la equivalencia total entre ellas no es posible y en que si fuera posi-
ble la identidad entre el texto original y el traducido no habría lenguas
diferentes (López García 1991: 15). En realidad, lo que diferencia unas
lenguas de otras no son los recursos lingüísticos que utilizan, sino el
análisis de la realidad que se refleja en ellas, porque las lenguas son más
que meros mecanismos formales. La traducción absoluta, pues, es im-
posible, igual que lo es la concordancia absoluta entre el habla y el pen-
samiento; es más, nuestra propia lengua es incomprensible si no se
concibe como un inacabable proceso de traducción, un proceso que,
como dice rubio tovar (1999: 49), “se resuelve siempre en el terreno
del lenguaje”. a la postre, traducir es interpretar, no trasladar exacta-
mente el original de una lengua a otra. Por ello, original y traducción no
coincidirán porque son dos realidades distintas. En palabras de George
steiner (1980: 308):
ninguna traducción puede ser total, ninguna puede transferir a otra len-
gua toda la suma de implicaciones, tonalidades, connotaciones, inflexio-
nes miméticas que internalizan y declaran las significaciones (…) algo
se perderá, algo quedará elidido; algo se agregará por el impulso de la pa-
ráfrasis.

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traducción y ELEMEntOs ParatExtuaLEs

La traducción fue un ejercicio presente a lo largo de toda la Edad


Media. se traduce de originales distintos, de textos a los que se ha in-
corporado un comentario o una serie de glosas, y no siempre se traduce
desde la lengua en que se escribió el original, sino que a veces se corrigen
versiones de épocas pasadas y las traducciones literarias “crecen y men-
guan, se resumen y varían una y otra vez” (rubio tovar 1997: 198). a
pesar de que se traduce, incluso de manera compulsiva, las traducciones
no suelen ocupar en los manuales de historia de la literatura un lugar
destacado. En este sentido son muy ilustrativas las palabras de itamar
Even-Zohar (1999: 223-225):
Por regla general, las historias de la literatura mencionan las traducciones
cuando no tienen más remedio, al tratar la Edad Media o el renacimiento,
por ejemplo. (…) En consecuencia, difícilmente conseguimos hacernos
una idea de cuál es la función de la literatura traducida para el conjunto de
una literatura o cuál es su posición dentro de esa literatura. Más aún, no
hay conciencia de que la literatura traducida pueda existir como sistema
literario particular (…) considero la literatura traducida no solo como un
sistema integrante de cualquier polisistema literario, sino como uno de los
más activos en su seno (…) en el momento en que emergen nuevos mo-
delos literarios, la traducción suele convertirse en uno de los instrumentos
de elaboración del nuevo repertorio (…) se incluyen posiblemente no solo
nuevos modelos de realidad que sustituyan a los antiguos y a otros bien
asentados ya no operativos, sino también toda otra serie de rasgos, como
un lenguaje (poético) nuevo o nuevos modelos y técnicas compositivas.
Es evidente que los propios criterios de selección de las obras que son tra-
ducidas vienen determinados por la situación reinante en el polisistema
local: los textos son elegidos según su compatibilidad con las nuevas ten-
dencias y con el papel supuestamente innovador que pueden asumir dentro
de la literatura receptora.
una historia de la traducción medieval, como bien dice c. Buridant
(1983: 84), debería considerar el fenómeno de la traducción, sus cons-
tantes, sus variantes y sus evoluciones en el conjunto de la Europa me-
dieval, en una época en la que los fenómenos culturales son más que
nunca dependientes de la vasta red intelectual que sustenta a los “letra-
dos” de la respublica clericorum et clericarum europea, esto es, y como
apunta rubio tovar (1997: 199-202), debe ser un “proyecto románico”.

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ÍNDICE

A modo de prólogo................................................................................. 9
Introducción general............................................................................... 13
1. En la frontera................................................................................... 13
2. La importancia de la traducción.................................................... 19
3. El siglo XV: traducción y reflexión traductora al final de la
Edad Media...................................................................................... 22
4. Prólogo: intento de definición y recorrido histórico hasta el
siglo XV.............................................................................................. 33
5. Los prólogos a las traducciones del siglo XV............................. 42
6. Reflexiones finales sobre la importancia de los prólogos..... 51
7. Criterios de edición........................................................................... 51
Prólogos a las versiones castellanas de textos latinos en el siglo XV..... 55
Primera Parte. Autores de la Antigüedad clásica y tardía (hasta
Boecio)....................................................................................................... 57
a. Autores griegos.................................................................................. 57
i. Anónimo, Ilíada (versión latina de Pier Candido Decem-
brio).............................................................................................. 59
ii. Pero Díaz de Toledo, Axíoco y Fedrón, de Platón................. 69
iii. Carlos de Aragón, príncipe de Viana, y ¿Nuño de
Guzmán?, Éticas, de Aristóteles.................................................. 85
iv. Alfonso de Palencia, Vidas, de Plutarco; Guerra judaica,
de Flavio Josefo............................................................................ 101
v. Anónimo, Basilio de la reformaçión de la ánima...................... 117
vi. Anónimo, Homilía de san Basilio, de Bessarión................... 123

687
TRADUCCIÓN Y ELEMENTOS PARATEXTUALES

vii. Alfonso Fernández de Madrigal, el Tostado, De las crónicas


o tienpos, de Eusebio; Comento o exposición De las crónicas
o tienpos de Eusebio........................................................................ 129
b. Autores latinos..................................................................................... 179
i. Diego López de Toledo, Comentarios de Cayo Julio Çésar.... 181
ii. Anónimo, Libro de Tullio de Paradoxis.................................. 189
iii. Alfonso de Cartagena, Libro de Tulio de senetute; Libro de
Tulio de los ofiçios; La Rethórica, de Cicerón......................... 199
iv. Vasco Ramírez de Guzmán, Cathelinario e Jugurtino, de
Salustio........................................................................................... 233
v. Enrique de Villena, Eneida, de Virgilio................................. 241
vi. Juan del Encina, Bucólicas, de Virgilio................................... 271
vii. Juan Rodríguez del Padrón, Epístolas, de Ovidio................... 287
viii. Alfonso de Cartagena, Libro de la clemençia; Libro de la
providençia divinal; Libro de la vida bienaventurada, de
Séneca.......................................................................................... 297
ix. Nuño de Guzmán, Contra ira e saña, de Séneca.................. 327
x. Pero Díaz de Toledo, Proverbios de Séneca................................ 335
xi. Juan de Mena, Sumas de la Ilíada de Omero............................. 345
xii. Alfonso de San Cristóbal, Libro de Vegecio de la cavallería;
Diego Guillén de Ávila, Los cuatro libros de los enxemplos,
consejos e avisos de la guerra, de Sexto Julio Frontino.......... 369
xiii. Anónimo, Libro de la Consolaçión natural de Boecio Ro-
mano.............................................................................................. 385
Segunda parte. Autores medievales (hasta Dante)............................ 395
i. Gonzalo de Ocaña, Diálogo y Omelías, de san Gregorio;
Pero López de Ayala, Morales y Flores de los Morales de Job,
de san Gregorio.......................................................................... 397
ii. Fray Bernal Boyl, Abbat Isach....................................................... 421
iii. Martín de Ávila, Libro de Alexandre........................................... 433
iv. Pedro de Chinchilla, Libro de la Historia Troyana................ 441
v. Anónimo, Arte de bien morir......................................................... 453
vi. Vasco Ramírez de Guzmán, De consideratione, de san Ber-
nardo............................................................................................ 463
vii. Anónimo, Comedia del Dante Alleghieri de Florençia........... 469

688
ÍNDICE

Tercera parte. Autores renacentistas....................................................... 481


i. Juan de Lucena, De vita felici, imitación y traducción del
De humanae uitae felicitate, de Bartolomeo Facio................. 483
ii. Hernando de Talavera, Invectivas, de Petrarca; Francisco
de Madrid, De los remedios contra próspera y adversa for-
tuna, de Petrarca............................................................................ 491
iii. Martín de Ávila, Genealogía de los dioses de los gentiles, de
Boccaccio...................................................................................... 503
iv. Juan Alonso de Zamora, Casos de prínçipes, de Boccaccio.... 515
v. Martín de Ávila, De infelicitate principum, de Poggio Brac-
ciolini........................................................................................... 523
vi. Anónimo, Sobre las devisas e armas, de Bártolo de Sasso-
ferrato............................................................................................ 531
vii. Anónimo, Memorial de virtudes, de Alfonso de Cartagena;
Juan de Villafuerte, Genealogía de los reyes de España (Ana-
cephaleosis), de Alfonso de Cartagena.................................... 537
viii. Anónimo, Spejo de la vida humana, de Rodrigo Sánchez
de Arévalo..................................................................................... 551
ix. Autotraducciones I: Alfonso Fernández de Madrigal, el
Tostado, Breviloquio de amor e amiçiçia; Alfonso de Palen-
cia, Batalla campal de los perros contra los lobos; Tratado de
la perfeçión del triunfo militar; y Universal vocabulario en
latín y en romance............................................................................ 573
x. Autotraducciones II: Elio Antonio de Nebrija, Introducio-
nes latinas contrapuesto el romance al latín; y Vocabulario
Español-Latino............................................................................ 597
xi. Martín Martínez de Ampiés, Viaje de la Tierra Santa, de
Bernardo de Breindenbach...................................................... 617
xii. Mosén Pedro de la Panda, Cavallería, de Leonardo Bruni... 629
xiii. Anónimo, Enseñamiento de los religiosos, de Gulielmus Pe-
raldus............................................................................................ 637
Bibliografía................................................................................................ 643

689
Reseñas 189

de los márgenes generales del decoro romano. Así es cómo la persona discursiva
del orador tiene que dar principalmente respuesta al decorum y no al aptum. Desa­
parece la persona variable de este o aquel orador y queda solo la persona fija del
orator Romanus. Por supuesto, Cicerón se muestra como ejemplo por excelencia
de orator Romanus.
Son numerosas las conquistas hechas por el trabajo de Guérin. Se pueden hacer
de él lecturas puntuales o también una lectura completa transversal. Por mi parte,
he preferido centrarme aquí en los datos que permiten entender el desarrollo de la
persona oratoris como concepto retórico en la literatura especializada romana del
siglo I. La decisión de tomar el contexto socio-histórico como referencia para poder
leer los textos es una gran aportación; una decisión exitosa, por otra parte, como
demuestran los resultados a los que llega el autor a lo largo de las más de 800 páginas
que requiere la redacción de su investigación. No termina aquí el estudio de la persona
oratoris —o del ἦθος en Cicerón—, pero este trabajo marca un antes y un después.

Universidad de Zaragoza Javier Gómez Gil


javiergomezgil@gmail.com

Tomás González Rolán y Antonio López Fonseca, Traducción y ele-


mentos paratextuales: los prólogos a las versiones castellanas de textos
latinos en el siglo xv. Introducción general, edición y estudio. Escolar
y Mayo Editores (Colección Hitos), Madrid 2014, 689 pp. ISBN 978-
84-16020-31-7.

Con la aparición de Traducción y elementos paratextuales: los prólogos a las


versiones castellanas de textos latinos en el siglo xv, los profesores Tomás González
Rolán y Antonio López Fonseca ofrecen al público una completa edición y estudio
de los prólogos que los traductores del siglo xv antepusieron a sus versiones cas-
tellanas de textos latinos de época clásica, tardo-antigua, medieval y renacentista,
tanto originales como, en ocasiones, versiones. A nadie se le escapa el interés de un
paratexto de estas características, en que junto con cuestiones de poder y autoridad
se exponen aspectos literarios, históricos, sociales o políticos; y si bien han recibido
ya cierta atención en la amplísima bibliografía a propósito de la literatura del pe-
ríodo, los prólogos, especialmente en el campo de las traducciones, no habían sido
siquiera objeto hasta hoy de una edición y estudio de conjunto como la que aquí se
reseña, formada por textos en su mayoría inéditos hasta la fecha.
La estructura del volumen, bipartita, se divide en una Introducción general
(pp. 13-53) y la edición y estudio de los prólogos. La introducción se inicia con una
sección, titulada En la frontera (pp. 13-19), en la que, partiendo de la célebre imagen
de los Rerum memorandarum libri (1.19.4) en que Petrarca se veía a sí mismo uelut
in confinio duorum populorum constitutus ac simul atque retro prospiciens, los autores
presentan un panorama del s. xv como un período de transición social, política,

ISSN: 1578-7486 / e-ISSN: 2255-5056 Revista de Estudios Latinos (RELat) 15, 2015, 175-199

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190 Reseñas

cultural y literaria, en particular en los reinos hispánicos. En el debate acerca del


humanismo hispánico y el atraso de la cultura peninsular, frente a la idea de Cur-
tius de un retraso cultural en España y las bien conocidas posturas de Wantoch
y Klemperer, negacionistas respecto de la existencia de Renacimiento en España
(recuérdese de Wantoch su vehemente título Spanien. Das Land ohne Renaissance
de 1927), González Rolán y López Fonseca no dudan en sostener que, arrancando
de las circunstancias modeladas en los siglos precedentes, el humanismo arraigó
también en la península y que en él la traducción fue, precisamente, una de sus vías
de implantación. En segundo lugar, se ofrece una visión de la heterogeneidad que
caracteriza la cultura hispánica del período, especialmente en lo que se refiere a la
recepción de ideas y formas italianas, y se analiza tanto la evolución de esa hetero-
geneidad como sus particularidades socioculturales; entre ellas destaca, obviamente,
junto con el florecimiento de la literatura en vulgar, la invención de la imprenta,
que para la traducción tuvo importantes consecuencias.
La segunda sección, titulada La importancia de la traducción (pp. 19-22), se
abre con diversas consideraciones sobre la imposibilidad de la traducción absoluta
y sobre la traducción en cuanto interpretación, para centrarse en el papel de la mis-
ma en la Edad Media. En este sentido destaca, sin duda, la paradoja de que siendo
la traducción «un ejercicio presente a lo largo de toda la Edad Media» (p. 20), los
manuales al uso o las historias de la literatura no le hayan prestado, sin embargo,
la atención debida. Tal carencia es grave, no solo por la limitación intrínseca que
implica un cierto desinterés hacia todo un campo de la producción vernácula, sino
porque (i) la introducción del humanismo en el s. xv hispánico es incomprensible, en
su conjunto, sin tener en cuenta el fenómeno de la traducción, y porque (ii), aunque
los discursos teóricos sobre la traducción al estilo del De interpretatione bruniano
sean de introducción más tardía en España, el interés por la misma es sumamente
temprano, constituyendo uno de las preocupaciones del primer humanismo, ya
desde representantes como Enrique de Villena o Juan de Mena.
En El siglo xv: traducción y reflexión traductora al final de la Edad Media (pp.
22-33), la tercera sección, se parte, en primer lugar, de la falta de una reflexión
sistemática en época medieval sobre la traducción —tal vez porque, como señala
Buridant, esta no se consideraba como una actividad específica—, para abordar el
progresivo desarrollo en época humanística de la teorización que se desarrollará
en el s. xv. En el marco de los principales hitos de un siglo fundamental, González
Rolán y López Fonseca presentan una caracterización de las traducciones en la
cultura del cuatrocientos español en la línea de los estudios de Ruiz Casanova y
Cartagena: la lengua fundamental es el latín, sin que falten traducciones de otras
lenguas románicas y casos de autotraducción, como Enrique de Villena o el Tosta-
do, aspecto en relación con el hecho de que numerosos traductores tienen además
obra propia; la influencia cultural fundamental es, obviamente, Italia, descendiendo
el influjo francés; las obras traducidas reciben el patronazgo de una élite, como la
monarquía de Juan II y a menudo tienen objeto didáctico, con destino en un públi-
co que, especialmente en el caso de nobles, no siempre conocía suficientemente el
latín; en algunos paratextos, los traductores ofrecen de manera explícita o implícita
una caracterización de la traducción (no literal, sino orientada hacia el contenido y
fundamentada en el conocimiento de la materia y de la lengua de origen, pero cui-
dando la naturalidad lengua de recepción). Junto tales características, sin embargo,

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los autores del volumen destacan (p. 30) en particular el papel de los benefactores,
mecenas de los traductores, que habitualmente se convierten en receptores de las
versiones, y la importancia de los libros, la lectura y las bibliotecas entre la nobleza
del s. xv, superando el mero papel formativo para convertirse en un símbolo de
poder; en este aspecto, la aristocracia, desarrollando un mayor interés por la lectura
individual, no duda en recurrir a traductores, cuyas obras pasaran a formar parte
de bibliotecas privadas nobiliarias.
En la sección cuarta, Prólogo: intento de definición y recorrido histórico hasta el
siglo xv (p. 33-42), presenta en primer lugar una caracterización del prólogo, desta-
cando, por un lado, su naturaleza literaria y su origen en las producciones dramáticas,
y por otro su carácter paratextual, que evolucionará hacia una progresiva autonomía
en que tendrá más cabida la reflexión metaliteraria. El segundo aspecto de la sección
lo constituye un recorrido por la historia de los prólogos desde la Antigüedad hasta
el s. xv; en este recorrido subrayaríamos la importancia del prólogo en la literatura
latina, las consideraciones a propósito del prólogo autorial, de gran desarrollo en
época romana, y prologo académico (accessus, introitus, ingressus), nacido en torno
al s. iv d.C. y obra de gramáticos o comentaristas, así como el devenir trazado para
el prólogo hasta llegar al cuatrocientos, que en el caso de las versiones combina la
función dedicatoria con el aumento de reflexiones sobre la traducción.
Por lo que se refiere a los criterios de edición, que ocupan la última sección de
la Introducción (pp. 51-53), celebramos la adopción de unas pautas sistemáticas,
que otorgan coherencia gráfica a tan variados y numerosos textos y que se funda-
mentan, por un lado, en los criterios de presentación debidos a P. Sánchez Prieto
Borja en su La edición de textos españoles medievales y clásicos (2011) y por otro
en las pautas seguidas por J. J. Martín Romero en su reciente edición de la Batalla
campal de los perros contra los lobos, de Alonso de Palencia (2013).
El grueso central del volumen lo ocupa la edición de los Prólogos a las versiones
castellanas de textos latinos en el siglo xv (pp. 55-642). Para la disposición general,
González Rolán y López Fonseca han adoptado un ordenamiento cronológico
y, secundariamente, lingüístico; por lo que se refiere a su estructura interna, cada
capítulo se divide en una estudio introductorio (en el que se repasan los aspectos
fundamentales de los originales latinos, la propia traducción castellana, el prólogo
editado y sus rasgos, estructura y contenidos, y la tradición manuscrita e impresa
del texto editado), una utilísima colección de referencias bibliográficas y la edición
crítica del paratexto, siempre precedida de los testigos empleados en su constitutio
textus y acompañada en ocasiones del texto latino (caso del Comentum super Dantis
Comoediam, pp. 475-477, o del Ars moriendi, pp. 460-461).
La parte primera y la más voluminosa (pp. 57-393) de la edición abarca las tra-
ducciones de obras de la literatura greco-latina hasta la Antigüedad tardía (Boecio
inclusive), y se subdivide en autores griegos —traducidos desde versiones latinas— y
autores latinos. Entre los primeros (pp. 57-178) hallamos los prólogos de versiones
castellanas anónimas de la Ilíada, San Basilio y Eusebio, junto con los prólogos de
Pero Díaz de Toledo a su Axíoco y Fedrón (sic, véase pp. 69-70), de Carlos Díaz
de Aragón y tal vez Nuño de Guzmán a las Éticas de Aristóteles y de Alfonso de
Palencia a Plutarco y Flavio Josefo; entre los latinos (pp. 179-393), junto con los
prólogos a las versiones castellanas anónimas del Libro de Tullio de Paradoxis y
del Libro de la Consolaçión natural de Boecio Romano, encontramos los prólogos

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de Diego López de Toledo a César, de Alfonso de Cartagena a Cicerón, de Vasco


Ramírez de Guzmán a Salustio, de Enrique de Villena a la Eneida y de Juan del
Encina a las Bucólicas, de Juan Rodríguez de Padrón a las Epístolas de Ovidio,
de Alfonso de Cartagena a versiones de Séneca (Libro de la clemençia, Libro de la
providençia divinal y Libro de la vida bienaventurada), de Nuño de Guzmán a su
versión del Contra ira e saña de Séneca, de Pero Díaz de Toledo a los Proverbios de
Ps. Séneca, de Juan de Mena a sus Sumas de la Ilíada de Omero, de Alfonso de San
Cristóbal a Vegecio y, por último, de Diego Guillén de Ávila a Frontino.
La segunda parte está consagrada a siete prólogos antepuestos a traducciones
de autores medievales, hasta Dante (pp. 395-479): los debidos a Gonzalo de Ocaña
y Pero López de Ayala, en ambos casos para Gregorio Magno (Diálogo y Omelías
el primero, Morales y Flores de los Morales de Job, el segundo), a Fray Bernat
Boyl para el Abbat Isach, a Martín de Ávila para el Libro de Alexandre, a Pedro de
Chinchilla para el Libro de la Historia Troyana, a Vasco Ramirez de Guzmán para
el De consideratione de San Bernardo (y no, como se pensaba hasta época reciente,
del XII Diálogo de los muertos de Luciano en versión de Aurispa, como ha mostrado
P. Cañizares) y a dos traductores anónimos, que insertan sendos prólogos ante sus
versiones del Arte de bien Morir y de la Comedia de Dante.
La tercera parte está dedicada a las versiones castellanas de autores renacen-
tistas (pp. 481-642), que recogen los prólogos de Juan de Lucena a la traducción
de Bartolomeo Facio, de Hernando de Talavera y de Francisco de Madrid a
Petrarca, de Martín de Ávila y de Juan Alonso de Zamora en sendos prólogos
a Boccaccio, del propio Martín de Ávila a Poggio Bracciolini, de Juan de Villa-
fuerte a Alfonso de Cartagena, de Martín Martínez de Ampiés a Bernardo de
Breidenbach y de Mosén Pedro de la Panda a la Cavallería de Bruni. Como en las
dos partes precedentes, encontramos también prólogos en traducciones anónimas
(en este caso, a versiones de Bártolo de Sassoferrato, del Memorial de virtudes
de Cartagena, del Speculum de Rodrigo Sánchez de Arévalo y del Enseñamiento
de Peraldo); sin embargo, a diferencia de los anteriores, destacan también como
fenómeno del s. xv tres casos de autotraducción, representados por los prólogos de
Alonso Fernández de Madrigal, El Tostado (a su Breviloquio de amor e amiçiçia),
de Alonso de Palencia (a su Batalla campal, a su Tratado de la perfeçio del triunfo
militar y a su Universal vocabulario) y, por último, de Nebrija (a sus Introduciones
y a su Vocabulario).
Cierra el volumen, junto con el Índice (pp. 687-689), una amplísima Bibliografía
(p. 643-686), que recoge de manera exhaustiva todas las referencias del volumen;
dado el tratamiento individual empleado en cada estudio particular, ofrecer un lis-
tado de referencias único es sin duda un acierto, porque permite recuperar cualquier
referencia sin innecesarias subdivisiones.
La presentación del volumen es elegante y cuidada, aunque como es natural,
en un volumen de prácticamente setecientas páginas, es posible detectar alguna
errata, que por lo demás no desmerece en nada el texto. Señalaríamos, de paso,
en la p. 35 donde dice «Estudios Descriptivos de Traducción», mejor en cursiva;
p. 663 donde dice «medievales» debe decir «médiévales»; p. 684, dos veces, donde
dice «Altertumswissenshaft» debe decir «Altertumswissenschaft»; p. 685 donde dice
«organise» debe decir «organicé»; p. 696 donde dice «congrés» debe decir «congrès»;
todas ellas, como puede comprobarse, auténticos parua minora.

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Como lectura de conjunto, destacaríamos, por un lado, la excelente concepción


general del volumen y la originalidad de su objeto, que, partiendo de un paratexto
muy particular, ofrece, en realidad, un vasto campo de investigación general en
áreas muy diversas de los estudios humanísticos. Por otra parte, señalamos el cui-
dado y concisión de la Introducción general, que intersecta perfectamente prólogo y
traducción en su debido contexto histórico, y la excelente y actualizada orientación
bibliográfica, general y particular, que acompaña al lector a cada paso y sin caer
en la sobreabundancia.
Desde el punto de vista metodológico, merece la pena subrayar la importancia
del retorno directo a las fuentes manuscritas e impresas, para la edición de todos
y cada uno de los prólogos castellanos, sea mediante inspectio directa del códice o
edición, sea mediante reproducción en microfilm. Este cuidado ecdótico es omni-
presente en el volumen hasta para los textos ya editados, que han sido reeditados ex
professo. Véase, como botón de muestra, discusiones como las posibilidades stem-
máticas de la traducción manuscrita del Libro de Tullio de Paradoxis, que tal vez
podrían ser objeto de nuevas pesquisas (pp. 192-193), o el gran interés de un (nuevo)
manuscrito de traducción de las Epístolas de Ovidio de Juan Rodríguez de Padrón,
P (Paris, Bibliothèque Nationale de France, esp. 533), redescubierto en 2012 por Ch.
Faulhaber, que, junto con M (Madrid, Biblioteca Nacional, cod. 6052), constituye
el segundo testigo conocido de la obra y que ofrece lecturas sin duda correctas,
como muy bien han visto los editores: destacaríamos, e. g. en las notas 18 y 37,
p. 294, que los «seguí yo» y «aman» del matritense constituyen sendos errores frente
a los correctos «siguió» y «fablan» del parisino, dos lecturas que se corresponden
satisfactoriamente con el latín imitatus est y loquitur, respectivamente; igualmente,
el parisino, aunque contenga diversos errores, recupera una frase completa de la
traducción con correspondencia en el latín y ausente hasta ahora del matritense
(n. 27, p. 294). En la constitutio textus, por último, destacamos que el cotejo con el
texto latino ha permitido a los editores llevar a cabo algunas correcciones acertadas;
por ejemplo, en este mismo texto, el juveniles conjeturado con acierto por ambos
en la p. 293 sobre la base del latín iuuenilia está en la base de las corrupciones de
ambos manuscritos (invenibles, inventibles) —a este respecto notamos, de paso y
de manera puramente tentativa, que tal vez el pasaje podría servir para postular la
existencia de un arquetipo ya corrupto o de un original poco legible del que ambos
manuscritos derivarían, porque parece difícil pensar que un simple juveniles pueda
haberse corrompido dos veces de manera independiente en dos formas deturpadas
tan similares entre sí como invenibles e inventibles.
Por el volumen e importancia de textos inéditos, la obra constituye, de facto,
una aportación de primer orden para latinistas, romanistas e hispanistas; por su
rigor filológico, una contribución sólida y duradera que redundará en beneficio
de la precisión, cantidad y calidad de los futuros estudios de historia, literatura,
filosofía y traducción, a los que este trabajo rendirá útiles servicios y que, sin el
fundamento de un texto editado con los debidos criterios ecdóticos, carecen de
cimientos asentados.

Universidad Complutense de Madrid Álvaro Cancela Cilleruelo


alvarocancela@yahoo.es

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