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Tercer Modo de Orar

LOS CUATRO SOPORTES

1. La postura
Su cuerpo puede acceder a un mayor recogimiento si está sentado o arrodillado quitamente. La
postura correcta es de gran ayuda para lograr tranquilidad y estar bien despierto, y por ello es
necesario hablar de la forma de sentarse.
Lo más importante es tener el tronco derecho, recto (no rígido), alineado con el eje de gravedad
del planeta. De esta manera el cuerpo accede a su quietud natural y puede permanecer sin
esfuerzo durante bastante tiempo. Si estoy encorvado, el cuerpo hará un esfuerzo (muchas veces
sin yo notarlo) por mantener el equilibrio; pero al sentarme derecho la columna vertebral se
articula vértebra sobre vértebra y esto permite estar sentado de manera descansada durante un
tiempo prolongado.
El cuerpo es expresión del alma. Las emociones negativas hacen que su cuerpo se hunda,
mientras que las alegrías enderezan la región torácica, facilitando el fluir de la fuerza por el cuerpo
y elevando el espíritu. En sentido contrario, puede influirse en el alma a través de una postura
corporal. Este es también un motivo por el cual la postura corporal erguida es tan importante en
la meditación.
Al comenzar la oración conviene dedicar unos instantes a percibir el cuerpo. Examine su cuerpo
durante dos o tres minutos y repare aproximadamente medio minuto en cada una de las partes de
su cuerpo: el contacto de los pies con el suelo, las nalgas sobre el asiento, el tronco recto, las
tensiones en el rostro, y el calor de las manos.

2. La respiración
A continuación con la percepción del cuerpo, dirija su atención a las vías respiratorias. Perciba
cómo el aire va y viene… no influya en su respiración. No se trata de hacer nada, sino de pura y
simple percepción. No importa si la respiración es tranquila o agitada, superficial o profunda,
regular o irregular. Perciba simplemente cómo ocurre la respiración dentro de usted. Respire a
través de la nariz, con naturalidad. No respire más intensamente a fin de sentir más, sino agudice
sus oídos interiores a fin de percibir mejor su respiración.
La respiración hace que este modo de oración sea “por compás”, es decir, al ritmo de la
inspiración y la expiración. Es recitar rítmicamente una palabra / frase tomando por medida la
propia respiración. Entonces se une mi principio vital –la respiración- con el contenido que me da
Vida: “¡Padre!”.

3. Las manos
En las palmas de las manos tenemos una gran sensibilidad pues allí se encuentran muchas
terminales nerviosas. Esto lo percibimos cuando juntamos las palmas de las manos y las dejamos
estar así durante unos minutos. Pronto notaremos que en el centro de las palmas fluye una
energía-calor notorios, como si estuviesen conectadas.
Una vez que la respiración se nos volvió familiar, podemos colocar las manos juntas sobre
nuestro regazo. Lo único importante es que los centros de ambas palmas se encuentren lo más
próximo posible. No es necesario presionarlas, sino colocarlas suavemente una sobre la otra. Los
puntos medios no se tocarán. Puede colocar las manos entrelazadas en su regazo de forma
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suelta. Si las manos tiran los hombros hacia adelante, ponga todavía una manta o almohada y las
manos sobre ella.
Cuando comience a percibir las manos, escuche cómo su respiración resuena allí en su centro.

4. El nombre
Al compas de la respiración se repetirá un nombre divino. Intuitivamente me dejaré elegir por
aquel nombre que sienta necesidad de nombrar; aquí lo explicaremos con el nombre de Jesús.
Sin dejar de percibir las manos, diga “Jesús” con cada espiración, y “Cristo” con cada inspiración.
Al hacerlo, escuche cómo llega a las palmas de sus manos y dígalo con una resonancia interna.
No lo adorne con representaciones, imágenes ni recuerdos. Manténgase en la mera repetición.
Diríjase a Jesucristo mismo. Verá que su nombre y su persona se transforman en una sola cosa.
No deberá ser un llamado de auxilio ni una petición, sino un contacto amoroso y atento. Vuélvase
con veneración al Cristo presente. Todo está fundado en él. Todo perdura en él. También usted
perdura en él. Él se hace presente en usted. El está presente en el fondo más recóndito de su
alma, en su conciencia. Vive en la vigilia de su atención. Por eso basta que preste atención a lo
que está presente, pues también estará prestando atención a él.

“Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla


en el cielo, en la tierra y en los abismos”
(Filipenses 2, 10)

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